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ANALISIS ULTIMO ACTO

Hamlet es una obra representada como repertorio habitual de la compañía de los


hombres de Lord Chambelán desde 1594. Sin embargo, algunas referencias nos indican
que Shakespeare ya había esbozado un primer texto sobre Hamlet, entre 1588-1589, al
parecer, no más interesante que la obra posterior que ahora disfrutamos, al que se
denomina habitualmente como el Ur-Hamlet. Se cita a menudo, la burla que hacía el
público sobre el grito chillón que lanzaba el Espectro «¡Hamlet! ¡Venganza!»,
interpretado por el propio Shakespeare como actor. Por tanto, la obra que ahora
conocemos, plasmada entre 1600-1601, se considera una revisión muy mejorada de la
anterior.
También se refiere a Hamlet el cronista Saxo Grammaticus, en su texto Historia danesa,
escrito en latín en el siglo XII. Más tarde, se reprodujo en Francia por Belforest en
1570, pudiendo Shakespeare inspirarse en esta fuente, aunque es improbable que leyera
directamente la obra de Saxo Grammaticus. Tampoco parece muy probable que
W.Shakespeare se apoyara para construir su Hamlet en una obra de venganza de
Thomas Kyd, titulada La Tragedia Española, sino que fuera la inversa. Marlowe, gran
inspirador de Shakespeare, murió en una reyerta en 1593, por tanto, Shakespeare
produjo por sí mismo tan notable obra en los primeros meses del siglo XVII, tal como
se ha dicho.
Podemos resumir aquello que representa Hamlet en los siguientes aspectos:
 Hamlet es un personaje infeliz, que se siente fracasado. No se siente satisfecho con
los sucesos acaecidos, ni consigo mismo. Está marcado por el dolor, aunque no se
deja abatir por él, porque lo externaliza con palabras. Tal vez por ello, Hamlet
encarna la melancolía y la duda. «¿Quién es este cuyos dolores son tan violentos,
cuyas fases de tristeza conjuran las estrellas errantes y las hacen detenerse como
oyentes heridos de asombro? Este soy yo, Hamlet de Dinamarca».
 Hamlet, al menos en los cuatro primeros actos de la obra, es un personaje
cambiante, que no adopta nunca una postura concreta y definitiva, que no se deja
encasillar. Acaso, nos dicen algunos críticos, esos sean los rasgos del primer
apunte sobre Hamlet, casi diez años antes del definitivo, un personaje taciturno,
exageradamente melancólico, hasta que aparezca el Hamlet más maduro del acto
V, probablemente revisado con posterioridad.
 No tiene fe en lo elevado, no es creyente. No siente pena ni remordimiento por
matar a Polonio, ni por proyectar a Ofelia hacia el suicidio, ni por provocar la de
Rosenkrantz y Guildenstern. Parece incapaz de sentir amor por nadie, ni siquiera
por Ofelia, pues la actitud distante con ella no podría justificarse tan solo con su
fingida locura.
 Sin embargo, es un personaje que se caracteriza por tener una conciencia
desarrollada, siempre alerta, siendo conocedor de que puede ser traicionado y que,
de su lucidez y atención depende no solo su vida, sino la posibilidad de
desenmascarar al asesino de su padre. Esta cualidad, a menudo se confunde con la
vacilación o la melancolía. Pero es prudencia, cautela y paciencia, a fin de evitar la
precipitación.
 Hamlet es un personaje carismático que encarna el valor de la personalidad,
aunque pasa a su vez por héroe y villano. Es un personaje dotado por Shakespeare
de un mundo psicológico, humanamente contradictorio y cambiante. Un personaje
que posee las virtudes antitéticas: piensa demasiado pero no puede decidirse,
planteando la típica lucha entre lo racional y la acción; es bondadoso, pero a su vez
provoca la muerte a su alrededor sin titubeos ni remordimientos; es paciente y
exaltado a la vez; revolucionario y sumiso; incapaz de amar y por otra parte
reverencia la figura del padre.
 Hay una interiorización (o interioridad) del personaje que no se encontraba antes
presente en el teatro: «la más fiera interioridad alcanzada nunca en una obra
literaria», dirá Harold Bloom en su obra Shakespeare, la invención de lo humano.
Y en esta visión, no pudo ayudarlo ni ser influido por ningún otro dramaturgo,
porque no se encontraban al nivel de darle esa capacidad interior, ni Marlowe, ni
Ben Johnson, ni Chaucer, pues carecen de esa dimensión espiritual que alcanza la
obra de William Shakespeare.
Es en el Acto V, en que se resuelve el drama, en donde podemos ver compendiados los
grandes valores de esta obra:
En la escena de los sepultureros que cavan la tumba de Ofelia, Hamlet se plantea qué es
la vida, dando a entender que nada es sólido y estable, de ahí las cuestiones de los
enterradores. Así dirá el Aldeano primero: «¿Quién es el que construye más sólido que
el albañil, el calafate y el carpintero? A lo cual replicará el Aldeano segundo: «El que
construye horcas, porque esa construcción sobrevive a mil inquilinos». Lo cual recibe la
sentencia del Aldeano primero en estos términos: «No te estrujes más los sesos, porque
tu burro lento no cambia el paso aunque le pegues; y la próxima vez que te lo pregunten,
di que un enterrador. Las casas que hace, duran hasta el día del Juicio…».
Después, cuando los sepultureros encuentran el cráneo de Yorik, un bufón con el que el
príncipe Hamlet reía cuando era niño, este comprende la futilidad de la vida (expresada
en el célebre monólogo del “ser o no ser”) y cómo las adversidades atenazan la
resolución, lo cual le impulsa, a partir de ese momento, a dejar a un lado sus
vacilaciones, determinándose a actuar.
«Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Qué es más noble para el alma sufrir los golpes y las
flechas de la injusta fortuna tomar las armas contra un mar de adversidades y
oponiéndose a ella, encontrar el fin? Morir, dormir, nada más; y con un sueño poder
decir que acabamos con el sufrimiento del corazón y los mil choques que por
naturaleza son herencia de la carne… [La muerte] Es un final piadosamente deseable»
Así, dirá Hamlet en el texto que, «el temor a algo después de la muerte —El país sin
descubrir de cuya frontera ningún viajero vuelve— aturde la voluntad y nos hace
soportar los males que sentimos en vez de volar a otros que desconocemos», pues «la
conciencia nos hace cobardes a todos» dado que «la resolución enferma por el hechizo
pálido del pensamiento y empresas de gran importancia y peso», lo cual nos lleva a
dejar a un lado la acción.
El Hamlet del acto V, tras pasar diez años en el mar alejado de la corte, aun siendo
quizá un joven, ya es un personaje maduro que está dispuesto a actuar, que tiene
conciencia de sí mismo, de la propia identidad: un personaje que asume el cambio. En
este acto final, Hamlet abandonará la melancolía, la ironía, la duda, la fingida locura y
el ingenio (que le han perseguido durante los cuatro actos precedentes), afianzando su
personalidad. Tal vez, termine aquí una etapa de duelo por la muerte de su padre y, una
vez recabadas las pruebas suficientes para constatar el asesinato y afectado por la
premura en desposarse de su madre, Hamlet se decide a actuar.
Asume también la muerte como necesaria para el cambio, aunque hay muertes que se
pueden atribuir a Hamlet, como las de Polonio, Ofelia, Rosenkrantz y Guildenstern, y
otras, debidas a las maquinaciones de su tío, el rey Claudio: Laertes muere por error,
con la espada emponzoñada que iba destinada a Hamlet; la reina Gertudis muere al
beber el vino envenenado. Y cuando Laertes le confiesa a Hamlet que la copa de vino
era un engaño ideado por su tío Claudio, destinada a él en realidad, Hamlet mata al rey,
obligándolo a tomar su propio veneno.
De este modo Hamlet lleva a cabo la petición del Espectro, vengando la muerte de su
padre. Finalmente le pedirá a Horacio que guarde fiel recuerdo de lo sucedido.
«Horacio, me muero: tú vives, hazme justicia a mí y a mi causa a los que no estén
satisfechos». Y añadirá después: «Si alguna vez me has tenido en tu corazón, apártate
un tiempo de la felicidad, y respira con dolor en este mundo duro para contar mi
historia».
El joven Fortimbrás, que regresa vencedor de Polonia, llega a la corte de Elsinor.
Hamlet, que ahora sería el legítimo rey, a punto de morir, aboga por que Fortimbrás sea
el digno sucesor del trono danés. De este modo, Hamlet restituye también la falta de su
padre, dado que el antiguo rey Hamlet usurpó el reino al viejo rey Fortimbrás, padre del
joven Fortimbrás. Así se libera de esta cadena de agravios y venganzas. Si bien, el orden
se recompone, pero todo sigue igual, pues vuelve el reino a manos del rey de Noruega.
Se muestra aquí el ajuste de cuentas que realiza el destino (en un sentido kármico de
relación de causas y efectos interrelacionados que dan a cada cual aquello que merece, y
no con la visión de un castigo).
Entonces, Horacio dirá a Fortimbrás: «…Dejadme contar al mundo, aún ignorante,
cómo ocurrieron estas cosas. Así oiréis hablar de actos lujuriosos, sanguinarios,
desnaturalizados; juicios azarosos, matanzas casuales, muertes preparadas por la astucia
y por causas forzadas, y, en este epílogo, propósitos salidos al revés, cayendo sobre las
cabezas de los inventores. Todo eso os puedo contar con verdad». Horacio asume así el
carácter de fedatario que ha de guardar constancia de los hechos y que en cierta forma
representa al público espectador.
Ante lo cual accede Fortimbrás y da órdenes para que se prepare el funeral con todos los
honores regios, diciendo: «…pues sin duda, si se le hubiera puesto a prueba, habría
resultado de ánimo egregio; en su despedida, la música de los soldados y los ritos de la
guerra hablen sonoramente a su favor».
Hamlet, como personaje trágico, entra en la rueda del destino y la fatalidad, sin
embargo, hoy en día se admite que es un personaje que decide libremente su modo de
actuar. No está impulsado por la fatalidad, nada le obligaba a regresar a Dinamarca tras
ser enviado a Inglaterra; podría olvidar la traición de su tío Claudio y la afrenta de su
madre. Pero Hamlet necesita la justicia y la verdad y, al dar este paso, asume libremente
sus consecuencias.
¿Por qué quiere Shakespeare que su recuerdo no caiga en el olvido? Tal vez, porque a
pesar de sus desatinos, de sus crímenes y errores, ha seguido un camino y Horacio cree
en él, y puede hacer justicia a sus anhelos más profundos. Tal como nos ocurre a
nosotros mismos, los lectores que se identifican con Hamlet, porque en tal personaje se
halla expresada la pujanza y virtud de la esencia humana, así como los desvaríos,
caprichos y traiciones de una personalidad mediocre y atormentada. Estamos junto a
Hamlet cuando quiere limpiar de corrupción la corte de Elsinor; sentimos sus vaivenes,
su falta de decisión, su difícil elección personal; fingimos también locura, apartando la
vista de una realidad podrida y nauseabunda que nos desagrada o tal vez para librarnos
de castigos; y finalmente, nos situamos junto a él cuando resurge del fango de lo
cotidiano para hacer aquello que debe hacerse, para ser carismático adalid que pretende
que el mundo retorne a sus principios e ideales. Hemos recorrido este camino de cambio
junto al personaje y algunas cosas se nos han adherido al cuerpo, al alma. Porque todo
personaje que trata de poner en orden sus circunstancias, a fin de que giren alrededor de
un eje esencial, de su propio yo interior, termina por ayudarnos a encontrar nuestro
propio hilo de Ariadna.

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