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Quevedo V., Emilio (1994) José Celestino Mutis ante


la higiene pública: un oráculo periférico preso en un
paradigma metropolitano contradictorio. En. El
humanismo de Mutis: Proyección y vigencia. Bogotá,
Universidad del Rosario-Colciencias: 91-112.

JOSÉ CELESTINO MUTIS ANTE LA HIGIENE PÚBLICA: UN ORACULO


PERIFERICO PRESO EN UN PARADIGMA METROPOLITANO
CONTRADICTORIO.

EMILIO QUEVEDO V.1

INTRODUCCION

En nuestros trabajos previos dedicados al estudio de las facetas médicas de la vida y la obra de
José Celestino Mutis, los cuales han quedado recogidos y reelaborados en el Tomo VII
(Quevedo, 1993a) de la Historia Social de la Ciencia en Colombia, publicada recientemente por
Colciencias, hemos estudiado dichos aspectos desde diversas perspectivas.

En primer lugar, abordamos el estudio de su proceso de formación como cirujano ilustrado en el


Real Colegio de Cirugía de Cádiz (Quevedo, 1993a: 100-106), revisando lo expuesto por la
mayoría de sus biógrafos y demostrando como fue en esta institución, y no en la Universidad de
Sevilla como ellos proponen, en donde adquirió los conocimientos fundamentales de la cirugía
moderna y la medicina boerhaaviana que alumbrarán todo su actuar médico en el Virreinato de la
Nueva Granada2.

En segundo lugar, analizamos su estancia en Madrid y su paso por el Real Jardín Botánico,
donde aprendió la botánica de Lineo y comprendió la importancia de esta ciencia para la
terapéutica médica, hecho que orientó toda su actividad botánica posterior (Quevedo, 1993a:
106-17).

En tercer lugar, examinamos su papel en el conflicto generado por las denuncias hechas en 1796
por José Antonio Burdallo con relación a la deplorables condiciones de la medicina en el Nuevo
Reino de Granada, que terminan con la propuesta de la reapertura de la facultad de medicina del
Colegio Mayor del Rosario en los albores del siglo XIX, después del enfrentamiento con el
doctor José Sebastián López Ruiz y al fiscal Mariano Blaya. Explicitamos como Mutis, en su

1
Profesor-Investigador, Instituto de Salud en el Trópico, Facultad de Medicina, Universidad Nacional de
Colombia.
2
En el mencionado trabajo hemos mostrado como el propio Mutis desprecia el grado de Doctor en Medicina
que le fue conferido por la Universidad de Sevilla por considerarlo prácticamente nulo.
informe de 1801, confía en que dicha situación podría ser resuelta si se reinstaura la cátedra de
medicina en el Nuevo Reino, expone su esquema para dicha reforma y propone a su discípulo
Miguel de Isla como candidato para regentar esta nueva cátedra. Analizamos, así mismo, los
antecedentes y los móviles del enfrentamiento y el como Mutis sale airoso de la contienda
cuando el Rey Carlos IV le da su espaldarazo apoyando la creación de la cátedra y autorizando al
Virrey para nombrar a Isla como profesor (Quevedo, 1986: 311-334).

En cuarto lugar, desenmarañamos el proceso genético de la estructura de sus tres planes de


estudio para dicha reforma de los estudios médicos, los provisionales de 1802 y 1804 y el
definitivo de 1805, (Quevedo, 1993a: 147-152) y sus relaciones con los avances de las medicinas
europea y española ilustradas, relaciones que nos permitieron dar cuenta de manera global de los
conocimientos médicos del Sabio (Quevedo, 1993a: 152-164).

En quinto lugar, revisamos la influencia de las reformas educativas médicas mutisianas en la


primera mitad del siglo XIX, ya en el período republicano (Quevedo, 1993a: 201-211).

Y, por último, en dos trabajos recientes hemos discutido las relaciones entre la Real Expedición
Botánica del Nuevo Reino de Granada y dichas reformas educativas, comparándolas con lo
ocurrido en otras regiones de América (Quevedo, 1993b & 1994).

De esta forma, con nuestros trabajos anteriores, hemos reconstruido una panorámica general del
conocimiento médico de nuestro personaje, de sus actividades reformistas en el campo de la
educación médica en el Nuevo Reino de Granada y de su impacto en la medicina republicana.

Nos interesa hoy abordar otro aspecto del saber y de la obra médica de Mutis que siempre se nos
ha quedado pendiente de trabajar. Se trata de sus conocimientos higienistas y su actitud hacia la
higiene pública colonial. Si bien este tema ha sido mencionado de paso por algunos
investigadores contemporáneos que han enfocado sus trabajos sobre el problema de las
epidemias en el Nuevo Reino de Granada (Frías Núñez, 1992; Silva, 1992), ha sido poco
estudiado desde la perspectiva del análisis directo de su obra. Nos llama la atención el tema, no
sólo por que queremos cubrir esta otra faceta de la obra mutisiana, sino también porque nos
servirá de disculpa para abordar un problema metodológico de la historia de las ciencias: como
es que un científico que se matrícula dentro de un paradigma determinado, más que como
innovador, actúa como difusor de dicho paradigma desde la metrópoli hacia la periferia y como
queda prisionero de las conceptualizaciones y normas de acción que dicho paradigma le brinda,
ejecutando entonces actividades profesionales que si bien aparecen como nuevas en un espacio
geocultural en donde no se aplicaban, en el fondo no son más que actividades rutinarias de la
ciencia normal metropolitana. Y a pesar de que el contexto que lo circunda le ofrece muchísimos
elementos para poner en duda sus esquemas, termina explicándolo todo con base en ellos, lo que
significa que la constatación de los hechos no garantiza por si misma la construcción de nuevas
teorías explicativas de la realidad.

Para hacerlo, revisaremos las teorías higiénicas en boga en Europa, los escritos de Mutis
relacionados con el tema, su participación como asesor de los virreyes en este terreno y su
posición con respecto a los conocimientos de la época en dicho campo de la actividad médica.

HUMORES Y MIASMAS: EL PARDIGMA HIGIENISTA HEGEMONICO

La concepción médica dominante en la ilustración

Mutis se declara a si mismo, al menos en buena parte, seguidor de Hermann Boerhaave. Según
este autor alemán que vivió y trabajó en Leyden, Holanda, el cuerpo humano está compuesto de
sólidos sumergidos en humores y animados de movimientos característicos de la vida. La muerte
es la terminación de dichos movimientos. En circunstancias normales los sólidos están en
equilibrio gracias a dos causas: una externa -el aire-, y otra interna -los humores-. Si dichas
causas se modifican aparece la enfermedad (Dulieu, 1972: 693-694). Según Boissier de
Sauvages, médico francés en el cual Mutis se apoyó para enseñar la nosología, el aire esta
compuesto de pequeñas esferas o moléculas separadas por intersticios en cuyos huecos se
deslizan otras materias (Sauvages, 1754).

Por sus cualidades físicas, el aire regula la expansión de los fluidos y la tensión de las fibras. Por
tanto, se requiere un equilibrio entre el aire externo y el interno. Dicho equilibrio se reestablece
sin cesar por medio de los eructos, los ventoseos y los mecanismos de ingestión y de inhalación.
El aire es elástico pero cuando pierde esta propiedad ya no la recobra por si mismo. Sin embargo,
el movimiento, la agitación y la turbulencia permiten la restauración de la atmósfera y por ende
la supervivencia de los organismos. Las temperatura y la humedad del aire ejercen su influencia
sobre los cuerpos y el consecuente encogimiento o expansión contribuye a la descomposición o
restauración del equilibrio entre el medio interno y la atmósfera.

Por otra parte, el aire puede mantener en suspensión diferentes sustancias que se desprenden de
los cuerpos. Así, la atmósfera es una cisterna que se carga de emanaciones telúricas y de
transpiraciones vegetales y animales. Para los científicos de la época, el aire de un lugar es
entonces un caldo espantoso donde se mezclan humaredas, azufres, vapores acuosos volátiles,
oleosos y salinos que se exhalan de la tierra y, a veces las materias fulminantes que ella vomita,
así como las mofetas y los aires mefíticos que se desprenden de los pantanos, de minúsculos
insectos y sus huevos, de animálculos espermáticos y, lo que es peor, los miasmas contagiosos
que surgen de los cuerpos en descomposición. Por tanto, la composición de su cargamento actúa
sobre la salud de los organismos. Azufres, aires mefíticos y vapores fétidos comprometen su
elasticidad y constituyen otras tantas amenazas de asfixia; las sales ácidas metálicas coagulan la
sangre de los vasos capilares; las emanaciones y los miasmas, partículas pútridas surgidas de la
tierra y de los animales en descomposición, infectan el aire e incuban epidemias (Corbin, 1987:
19-21).

El humoralismo medieval y la teoría miasmática

Esta idea del aire contaminado hunde sus raíces en la Antigüedad Clásica y desde hipócrates se
hablaba de "mal aire", y de ahí el nombre de malaria, para explicar que el aire de mala calidad
producía enfermedades. Así mismo, desde la Edad Media y el Renacimiento, a partir de las
concepciones humoralistas del galenismo medieval, se venía suponiendo que las enfermedades
contagiosas eran producidas por los miasmas, misteriosa materia insalubre que se trasmitía de
hombre a hombre, o del animal al hombre, por el aliento o por el contacto físico y que del
hombre se pegaba a las cosas y viceversa, tal como el perfume se pega a las cosas (según decía
Ambrosio Paré). Dichos miasmas provocaban la corrupción del aire y envenenando a todos. Esto
se agravaba en las estaciones cálidas, cuando el calor y la humedad favorecían la corrupción de
las materias orgánicas. La observación comprobaba la mayor frecuencia de epidemias en las
épocas cálidas, meses en que se advertían los peores hedores (Cipolla, 1993: 145). El paradigma
miasmático era coherente con las observaciones climáticas ambientales.

Girolamo Fracastoro en 1546, apoyándose en algún autor de la Antiguedad Clásica, había


propuesto, en su libro De contagiosis morbis, la hipótesis de que minúsculos animalitos, que
nadie había visto nunca, eran los causantes del contagio. Sin embargo, la fuerza hegemónica del
paradigma miasmático, había dejado de lado dicha explicación. Durante los períodos epidémicos
se prohibía el paso o la circulación de personas de una ciudad a otra, con el fin de evitar el
contacto y neutralizar el contagio. Así mismo, se tomaban otras dos medidas higiénicas básicas:
aislar a los enfermos fuera de las ciudades bajo el cuidado policivo de dos individuos que
evitaban su contacto con otras personas y que a veces también les hacían curaciones y aislar a los
enfermos en su propia casa, pero la familia corría con los riesgos legales si la infección se
propagaba (Silva, 1992: 6-7). También a veces se tomaban medidas relacionadas con la limpieza
de las ciudades.

Ya en la Italia del siglo XVII, debido a la alta frecuencia de peste y de tifus exantemático, se
instauraron, no en balde, medidas permanentes, creando juntas de sanidad en varias ciudades.
Coherentemente con el paradigma miasmático, desde 1607 se ordenó mantener las aldeas
"limpias y pulcras de todo tipo de porquerías". Se trataba de eliminar todas las fuentes de malos
olores que abundaban por todos lados. Las alcantarillas inadecuadas o incluso la falta de ellas y
pozos negros eran una de las fuentes principales de tremendos hedores y continuo peligro para la
salud pública. A los desechos de los hombres se sumaban los excrementos de animales (caballos,
asnos y mulos utilizados como medio de transporte) que se albergaban en establos anexos a las
casas dentro de las aldeas. Los fertilizantes a base de estiércol animal eran corrientemente usados
en la agricultura. A esto se agragaba el problema de las aguas estancadas y el de las actividades
productivas en las que se utilizaban o se producían residuos malolientes como la cría del gusano
de seda, el remojo de lino, la maceración del cáñamo, la peletería y la carnicería. Por otra parte la
utilización de las iglesias como cementerio, con cadáveres enterrados superficialmente en piso de
tierra o en las paredes y la presencia de animales carroñeros y de perros o gallinas que
escarbaban la tierra buscando comida, permitían la liberación de vapores pútridos por toda la
población. Dichas juntas de sanidad centraron su atención en el control de todos estos elementos
malignos que inficcionaban el aire (Cipolla, 1993: 24-42). Todas estas medidas sirvieron de base
para las acciones sanitarias posteriores.

La higiene de la ilustración: pavimentar, drenar, ventilar, desamontonar y desinfectar.


Ya en el siglo XVII, Tomas Sydenham había propuesto una teoría de la higiene partiendo de su
clasificación de las enfermedades en dos grupos fundamentales: las enfermedades agudas y las
crónicas. Las primeras causadas por los miasmas que atacan las partes liquidas del cuerpo y, las
segundas, consecuencia del régimen de vida de los hombres mismos, es decir, del exceso o
defecto de sus acciones cotidianas (Laín Entralgo, 1982: 49). Consecuentemente, la higiene se
dividiría en dos ramas claramente relacionadas: la higiene pública, encargada de la profilaxis de
las enfermedades agudas y por tanto del control del aire y el agua para evitar la proliferación de
miasmas; y, la higiene privada, tendiente a estimular el autocontrol de las personas, evitando
excesos en su régimen de vida. Esta teoría conduce a una tendencia a establecer medidas
higiénicas permanentes en lo referente a la salubridad pública, siguiendo el ejemplo italiano.
Obviamente, el paradigma miasmático define la conducta a seguir.

Según Corbin (1987: 105-121) trata de desodorizar las ciudades para eliminar toda posible fuente
de contagio y son varias las acciones puestas en marcha en este sentido:

- Pavimentar, es decir enlozar las calles y casas, enlozar fosas sépticas, arrancar de las
casas de los infectados el yeso y reemplazarlo por nuevo, picar los ladrillos y cambiarlos y
obturar herméticamente los depósitos de hediondeces, como las fosas de los cementerios.

- Drenar, para que circulen las masas acuáticas. No se trata exactamente de lavar, sino de
que las aguas se muevan y desalojen las calles, las alcantarillas y los pantanos para que estos se
sequen. Limpiar y drenar las letrinas, es asunto urgente.

- Ventilar, para que existan las corrientes de aire y este, al agitarse, no se vuelva pútrido.
La circulación del aire en las calles y en los edificios es estimulada. Que haya espacio para que
se mueva el aire entre las camas en edificios, hospitales y cárceles. Una nueva arquitectura de
altas ventanas y arcos con espacios abiertos y amplios, es la consecuencia. El uso de fuelles
ventiladores se impone. Se prenden hogueras en los espacios abiertos para que el fuego haga
remover el aire. El cañón con sus disparos crea turbulencias que purifican y desodorizan el aire.
El barrido de la atmósfera causado por la explosión, desinfecta. Las labores que producen olores
desagradables (curtidores, peleteros, tintoreros) así como los hospitales, cementerios y mataderos
serán trasladados a los extramuros de las ciudades.
- Desamontonar a los hombres, proceder a un nuevo trazo del espacio urbano para poner
diques al efecto morbífico de las emanaciones sociales. La batalla por el cuarto y el lecho
individual toman sentido, convirtiéndose estos en territorio y unidad espacial.

- Y finalmente, desinfectar, con sustancias químicas y cal para eliminar rápidamente los
olores pútridos, serán las acciones fundamentales de la higiene pública ilustrada, acciones todas
coherentes con el antiguo paradigma teórico explicativo del origen de la enfermedad aguda.

Viruelas, inoculaciones y vacuna

El caso de la viruela, una de las enfermedades mas mortíferas de la época, es especial. Desde
temprano se identifico el carácter "contagioso" y transmisible de la dolencia. Se suponía, como
en las demás enfermedades infecciosas, que su origen estaba también en el aire inficcionado. Sin
embargo, en 1721, lady Wortley-Montague, esposa del embajador inglés en Constantinopla,
importa a Europa el método de la inoculación de las viruelas como forma preventiva contra la
enfermedad. Dicho método, utilizado desde la Antigüedad por los orientales, era desconocido en
el continente europeo. Los chinos lo utilizaban aspirando polvo de las costras molidas de los
variolosos, creando una viruela leve que producía inmunidad a la infección. En Turquía se usaba
el método de aplicar con una lanceta la linfa de las lesiones variólicas en la piel de las personas
sanas para prevenir el contagio. Este último fue el método introducido por la duquesa y que
originó abundantes y encarnizadas controversias en los médicos de la época. Sin embargo,
rápidamente fue ganando terreno y se instauró como forma eficaz de profiláxis, a pesar de que
existían algunos riesgos de que la infección provocada artificialmente no fuese tan benigna y
murieran algunos pacientes. Pero eran los menos y estaba claro que a los inoculados no se les
"prendía" el contagio (Peset, 1973: 102).

Un cambio radical en la actividad profiláctica de la viruela ocurrirá a partir de 1796, cuando


Edward Jenner, teniendo en cuenta la observación de que las ordeñadoras que se habían
contaminado con viruelas de las vacas, enfermedad mucho más leve que la humana, no se
contagiaban de la mortal infección humana, decidió inocular (vacunas) a un sujeto sano con pus
de "cow-pox" obteniendo resultados positivos de profilaxis contra la viruela humana. A pesar del
paradigma miasmático, a partir de ese momento, la viruela era efectivamente prevenible con un
bajo costo y un menor riesgo. Bajo estas nuevas circunstancias España organizó, en los albores
del siglo XIX, la mayor cruzada profiláctica de la historia: la Real Expedición de la Vacuna, que
llevo la vacunación a los más remotos confines de América Central y del Sur y Filipinas,
incluyendo al Nuevo Reino de Granada (Peset, 1973: 102).

De todas formas, tanto el orígen de la enfermedad como el mecanismo de acción del nuevo
invento práctico, seguirán siendo entendidos desde los patrones teóricos del paradigma
miasmático. Lo que se supone que es trasmitido de paciente a paciente con la nueva vacuna es el
"veneno morbífico" de la viruela, resultado de la putrefacción del aire por la acción de los
miasmas.

MUTIS Y LA HIGIENE

Volvamos ahora a nuestro protagonista principal. Durante todos los años que Mutis vivió en el
Nuevo Reino de Granada, fue el asesor de los distintos virreyes en materia de salud pública. Por
esta, entre otras razones, se consideraba a sí mismo como el "Oráculo de este reino" (Hernández
de Alba, 1968: T I, 503). En ejercicio de estas funciones escribió en distintos momentos
dictámenes y representaciones relacionadas con aspectos de la higiene pública del Nuevo Reino
de Granada.

Aunque hace ya nueve años tuvimos la oportunidad de trabajar sobre los manuscritos de Mutis
que reposan en el Real Jardín Botánico de Madrid, nuestra mirada en esa época estaba centrada
en otros aspectos de la obra médica mutisiana. Por eso hoy, para elaborar esta primera
aproximación al tema, tuvimos que recurrir a aquellos escasos documentos mutisianos sobre
higiene que fueron recogidos por Guillermo Hernández de Alba en el tomo primero de los
"Escritos científicos de Mutis".

Dejando de lado un conjunto pequeño de documentos misceláneos que incluyen dictámenes


médicos sobre casos de pacientes individuales y que hablan más de la concepción médica general
de Mutis que de sus concepciones higienistas, los documentos mencionados podemos dividirlos
en tres categorías:

- El primer grupo lo forman los documentos referentes al orígen y tratamiento de algunas


enfermedades contagiosas como la lepra (Mutis, 1983 [1796]: 123-127) y la disentería (Mutis,
1983 [1786]: 143-151);

- El segundo grupo lo componen los trabajos dedicados a las viruelas (Mutis, 1983 [172b];
1983 [1783]; 1983 [1787]; 1983 [1805a]), la inoculación (Mutis, 1983 [1782a]; 1983 [1796b]) y
la vacunación (Mutis, 1983 [1802]); y

- El tercer grupo, compuesto por dos documentos relativos a la desecación y destrucción de


platanales en las ciudades y villas (Mutis, 1983 [1792]: 247-254) y la ubicación de los
cementerios lejos de las ciudades (Mutis, 1983 [1798]: 255-263).

Cada uno de estos tres grupos de documentos se refiere a problemas distintos y tienen cierta
relativa independencia en el tiempo. En el primero agrupamos un conjunto de documentos
generales en donde se discute algún caso específico de dichas enfermedades o se hacen
recomendaciones generales para su control. El segundo lo consideramos como grupo aparte por
que dichos documentos tienen características propias debido a que forman una unidad
relacionada con los comentarios y recomendaciones entorno a las epidemias de viruela de 1782 y
1802. El tercero, en cambio, son documentos que recogen cierto tipo de recomendaciones
higiénicas muy específicas sobre la desecación de territorios y del manejo de la circulación y
limpieza del aire urbano.

Sin embargo, en estos tres grupos de documentos hay dos elementos en común: la explicación
sobre el origen de las enfermedades agudas y los tipos de medidas higiénicas generales
recomendadas para prevenirlas y tratarlas.

Veamos con detenimiento estos dos elementos y para ello dejemos hablar al propio Mutis.

El origen de las enfermedades agudas y contagiosas en la obra de Mutis

En primer lugar, es una constante en todos estos escritos de Mutis la idea de que todas estas
enfermedades son, de alguna manera, efectivamente, contagiosas. Ya en 1782 insistía, hablando
de la viruela sobre las necesidades de "evitar eficazmente todas las ocasiones y causas del
contagio" de dicha enfermedad (Mutis, 1983 [1782a]: 194). Luego, en 1783, en su informe al
Ministro Gálvez sobre la epidemia de 1782, hablaba de la viruela como una "enfermedad pegada
naturalmente por contagio" (Mutis, 1983 [1783]: 204). Más tarde, en 1787, comentando sobre la
epidemia de viruelas en Popayán, insiste en que "el origen está en la atmósfera y puede
propagarse por el contagio" (Mutis, 1983 [1787]: 215). De igual manera, al hablar de la lepra o
mal de San Lázaro insiste en que a pesar de que sospecha que pudiese existir una predisposición
a contraer la enfermedad debido al régimen alimenticio inadecuado (mas adelante hablaremos de
esto), la "causa ocasional" es el "contagio del veneno de algún lazarino" (Mutis, 1983 [1796a]:
124). También en 1801, en su informe al virrey sobre el estado de la medicina y la cirugía en el
Nuevo Reino, vuelve sobre el tema cuando al comentar la situación de mala salud de las aldeas
del Virreinato y después de hacer el inventario de las enfermedades endémicas dice que "para
cúmulo de su desgracia se van inficionando con los contagios de otras dos enfermedades no
menos asquerosas, Lazarina y Caratosa.." (Mutis, 1983 [1801]: 35).

En segundo lugar, esta claro en todos estos documentos que el origen mismo de ese contagio esta
en el aire contaminado con miasmas, debido a los malos olores que abundan por doquier debido
a malas medidas de higiene pública. Esto, obviamente complementado con las predisposiciones
debidas al régimen, tema tan caro al neohipocratismo ilustrado. Volvamos al discurso del propio
Mutis.

En su plan de curación de las enfermedades agudas que se padecen en el Darién, Mutis comenta,
en 1786, que: "En determinadas estaciones del año por el concurso de varias causas, que alteran
grandemente la atmósfera, fluido en que vive sumergido el hombre, como pez en el agua, se
experimentan calenturas estacionarias, más o menos peligrosas a proporción de esa
alteración...Generalmente sucede lo mismo en todo el mundo y mucho más en aquellos países
rodeados de lagunas y aguas estancadas, que cuando comienzan a empodreserce corrompen
igualmente la atmósfera que baña toda las superficie del cuerpo humano y traga el hombre a cada
respiración". A esto se agregan las características del régimen debido a "la vida laboriosa del
trabajador y del soldado, pero mas que todo las fuertes insolaciónes,.. los desórdenes en comidas
y bebidas, a lo cual se agrega el desabrigo por la noche, dormir al raso, o con el título de tomar el
fresco en tierras calientes, pasar muchas horas a la noche al descubierto" (Mutis, 1983 [1786]:
145-146).

Igualmente, al hablar de la epidemia de viruelas en 1787, en Popayán, dice que "el origen esta en
la atmósfera", aunque "sería muy difícil adivinar si toda la alteración de la atmósfera hasta el
estado de producir semejantes estragos pudo provenir de la corrupción de la particular atmósfera
del cementerio o de otras causas con independencia de aquella" (Mutis, 1983 [1787]: 215). Esta
suposición se complementa con la idea que tiene sobre la fuente de contaminación que son los
cementerios sino se cumplen unas medidas higiénicas muy rigurosas en su construcción y
mantenimiento, de las cuales hablaremos luego y que están descritas en su informe sobre el
cementerio de Mompox, en 1798 (Mutis, 1983 [1798]).

En su concepto al Virrey en 1792 sobre el peligro de los platanales cercanos a las villas y
pueblos, comenta: "En mis excursiones por las provincias siempre afligió mi corazón el cuadro
lastimoso de tantas enfermedades y epidemias originadas por los platanales, que por un capricho
deplorable convierten en desiertos las más bellas poblaciones....Esta decidido que nada es más
perjudicial a la salud de los pueblos que una atmósfera corrompida, así como nada más a
propósito para corromperla que los platanales ingeridos en la población...Un platanal es un
laboratorio de aire pestilente y por consecuencia forzosa de veneno. La humedad, el agente más
fuerte y como quien dice, la madre de la corrupción, es característica de esa planta...Un suelo
demasiado húmedo, tal vez inundado, a donde jamás penetran los rayos del sol, el acceso al
viento dificil o ninguno, troncos que cogido el fruto se corrompen, una cama de hojas podridas y
pudriéndose, tales son los coloridos que se nos presenta un platanal...Añádase... el calor del
clima. Como si no bastara con esto (los platanales se han convertido) en depósito de los
cadáveres de los animales, basuras e inmundicias de las casas y habitación de aves domésticas
que escarban y revuelven la masa pestilencial. He aquí un manantial de corrupción capaz de
llevar la muerte a las más distantes poblaciones, calenturas intermitentes, agudas, pútridas, no
serán todas las desgracias que traerá tan pernicioso vecino." (Mutis, 1983 [1792]: 247-248)

Por otra parte, los animales también alteran la atmósfera, pues "todo cuerpo animal
incesantemente transpira y despide vapores y hálitos corrompidos, al mismo tiempo que en cada
respiración disminuye la vitalidad de la atmósfera, volviendo en su aliento otra porción
corrompida" ((Mutis, 1983 [1798]: 258).

Finalmente, en su informe de 1801 sobre el estado de la medicina insiste en que buena parte de
las enfermedades del país se deben a la mala ubicación de las ciudades, cerca de pantanos y
aguas estancadas: "Un Reino medianamente opulento, que por sus nativas riquezas pudiera ya
ser opulentísimo, camina a pasos lentos en su población a causas de las enfermedades endémicas
que resultan de la casual y arbitraria elección de los sitios en que se han congregado sus
pobladores....de esta inconsiderada y pésima elección han dimanado dos plagas.. las escrófulas,
llamadas vulgarmente cotos, y las bubas, llagas y demás vicios que acompañan al primitivo mal
gálico, ciertamente original del propio clima" (Mutis, 1983 [1801]: 34-35).

Esta claro pues que, aunque la palabra miasma no aparezca explícita en ninguno de los
documentos citados, el origen de la enfermedad aguda y contagiosa se explica en Mutis desde el
paradigma miasmático-humoral y la contaminación de la atmósfera por un "veneno" que se
trasmite a los hombres.

Las recomendaciones higiénicas de Mutis

Por otra parte, las medidas higiénicas que Mutis recomienda poner en marcha como asesor del
Estado colonial en dicho campo se corresponden con las medidas propuestas por la ilustración
europea, apoyándose en el paradigma miasmático.

Veamos pues. En primer lugar, una recomendación de orden general para la ubicación de las
nuevas ciudades a fundar de manera que no queden ubicadas en sitios pantanosos o cerca de
lagunas estancadas o de paso de viajeros constantes que pueden traer toda clase de
enfermedades. A este respecto opina que "este yerro original sólo podrá corregirse en los
sucesivos establecimientos, procediendo el Gobierno con los previos reconocimientos de
profesores instruidos; por que en lo preferente no queda otro arbitrio que el de apelar a los
auxilios de la medicina" (Mutis, 1983 [1801]: 34).

En segundo lugar, el manejo del aire corrompido se convierte en aspecto central de la propuesta
higiénica mutisiana. Apoya por ejemplo el "benéfico proyecto de destruir en el Reino los
platanales urbanos que causan su ruina" (Mutis, 1983 [1792]: 261). Con relación a la
construcción de cementerios, propone que se levanten lejos de las ciudades y que además se
observen "inviolablemente en su establecimiento las advertencias siguientes" (Mutis, 1983
[1798]: 256 y ss):

- Que el solar sea de la mayor extensión posible para que se pueda subdividir y rotar las
sepulturas cada año.

- Mantenerlo descubierto al aire libre y al baño del sol, ya que la desecación es "el
correctivo mas poderoso del aire corrompido por la putrefacción de los cadáveres y demás causas
que vician la atmósfera"

- Toda fosa debe ser "competentemente abierta hasta la profundidad de 6 pies y después de
bien pisada se vuelve impenetrable a las aguas hasta el fondo donde repose el cadáver".

- Evitar la entrada de animales al cementerio para que con ellos no aumente la


descomposición del aire. Deberíanse, además, "desterrar de las poblaciones los animales inútiles
y superfluos a los usos necesarios".

- Hacer "hogueras y candeladas dentro y en las inmediaciones de un cementerio en tiempos


de calma cuando se comienza a percibir la pestilencia de la atmósfera".

- Construir un desague adecuado del cementerio para drenar las aguas, en lo posible, "un
acueducto subterráneo dirigido hacia aquella parte que no tenga comunicación con el río y
puedan las aguas regarse y perderse en la tierras, aunque sean de cultivo, pues allí lejos de ser
nocivas contribuirán a la fertilidad del terreno"

- Aplicar cal en las sepulturas.

- Sembrar una arboleda dentro del cementerio con árboles a distancias proporcionados de
tal manera que pueda entrar el sol, con el fin de que purifiquen el aire dentro del cementerio.
Esto último apoyándose en los nuevos, y desconocidos hasta el momento, conocimientos
químicos sobre el oxígeno y el papel del reino vegetal en su renovación.

Finalmente, en el caso de la viruela, ya no se preocupa tanto por el manejo de la atmósfera como


por la inoculación variólica. Conoce bien las bondades del método y desde la epidemia de 1782
recomienda su aplicación masiva (Mutis, 1983 [1782a]; 1983 [1782b]). Luego en 1796, hace una
defensa enardecida de su uso general, aunque con precauciones, pero claramente apoyado en los
argumentos en boga en la Europa de la época (Mutis, 1983 [1796b]) (defensa que Hernández de
Alba, desconocedor de la práctica de la inoculación, confundió con la de la vacunación, cosa
bien distinta, pues en esa fecha Jenner apenas hacía pocos meses acababa de descubrir la vacuna
y aun no se conocía en América (Hernández de Alba, 1983: 7). Y finalmente, durante la
epidemia de 1802, conocedor ya del uso profiláctico de la nueva vacuna, y debido a que unas
muestras de tal vacuna enviadas de España, llegaron totalmente inactivas, intenta conseguir
vacas que sufran de viruela vacuna en el Nuevo Reino para vacunar a los habitantes del Reino.
Sin embargo, parece ser que no tuvo el éxito esperado y termina entonces recomendando
nuevamente la inoculación mientras se logra una vacuna adecuada (Mutis, 1983 [1802]), la cual
no llegará sino hasta 1803 con la Expedición de Balmis.

LA FUERZA DE UN PARADIGMA

Queda claro, entonces que Mutis, en el terreno de la higiene pública se instala en toda la
dimensión, tanto en lo teórico como en lo práctico, del paradigma dominante en Europa, el de la
teoría miasmática. No es un contagionista en el sentido riguroso del término, pues con este, la
historia de la medicina ha designado a los escasos seguidores de Fracastoro en la idea de que la
enfermedad infecciosa es producida por minúsculos animalitos que penetran el cuerpo del
paciente produciendo las alteraciones morbíficas y que se transmiten de una persona a otra. Si
bien Mutis habla de contagio, lo concibe como la consecuencia de miasmas que están en el aire y
se pegan al cuerpo como el perfume. Sus propuestas de explicación del origen de la enfermedad
se enmarcan más en la teoría miasmática que en la del contagionismo.

De otro lado, también es claro que Mutis es el introductor de dicho paradigma en la Nueva
Granada. Sus interpretaciones del origen de las distintas endemias y epidemias que se suceden en
el Nuevo Reino, así como las medidas de control y las recomendaciones hechas en ejercicio de
su rol de "oráculo" local, son novedosas en dicho contexto. Por primera vez encontramos textos
coherentes con respecto al establecimiento de medidas higiénicas en el Virreinato. Sin embargo,
cuando miramos a Mutis como científico en el en el contexto internacional es necesario valorarlo
de otra forma. Se nos aparece así como un simple difusor del paradigama dominante europeo
hacia la Nueva Granada, mas no como un científico innovador. A pesar de que los problemas que
se le presentan en su nuevo medio tienen características propias que le habrían permitido
interrogarse sobre la veracidad de su propio paradigma, las respuestas que da siempre están
enmarcadas en el esquema miasmático-humoral. Por ejemplo, cuando habla de la epidemia de
lepra en el Socorro y San Gil, observa que parece ser que "la propagación del mal, no depende
del clima, que siempre ha sido el mismo, ni de las aguas y aires, ni de los comunes alimentos de
aquellos habitantes, que habrían sido siempre los mismos"(Mutis, 1983 [1796a]: 124).
Afirmación esta aguda y cuidadosa, como muchas otras similares que aparecen constantemente
en su Diario de Observaciones. Sin embargo, a renglón seguido pasa a la explicación de la
existencia de un "veneno lazarino", en el esquema miasmático. Y que no se diga que con esta
respuesta esta siendo un precursor de la "teoría microbiana" pues su concepción de "veneno" se
refiere a aquellos átomos pútridos que surgen de la putrefacción de la tierra y de la corrupción de
los cadáveres humanos y animales y que inficionan el aire alterando su elasticidad y, por tanto,
modificando la relación entre el aire externo y el interno del cuerpo, creando así los estados
patológicos.
Pero es interesante constatar la contradicción que esta presente en el seno del mismo paradigma
europeo, pues a pesar de que en el terreno de la nosología Sydenham y los neo-hipocráticos
empiristas han planteado ya hace varios años que la enfermedad es solo un conjunto de síntomas
y que es necesario desechar toda explicación patológica que se enmarque en cualquier espíritu de
sistema y de que Sauvages, a quien Mutis en su plan de estudios (Mutis, 1983 [1805b]) propone
seguir en nosología, recomienda trabajar con el método sistemático y anti-sistémico, clasificando
las enfermedades al estilo botánico, por sus síntomas (Arquiola & Montiel, 1993: 19), el
abordaje de la explicación de la enfermedad infecciosa se continua haciendo desde el modelo
miasmático-humoralista, de origen galénico-medieval. Por otra parte, aunque dicho modelo
miasmático se ha venido enriqueciendo con algunas de las observaciones hechas por la física
moderna especialmente en lo tocante a las características del aire y al oxígeno, estas, a pesar de
su origen experimental, antes que crearle problemas y desestabilizaciones al modelo
interpretativo, vienen a reforzarlo.

Según Thomas Kuhn, un paradigma científico consiste en un conjunto de realizaciones que


comparten dos características: En primer lugar, definen, para generaciones sucesivas de
científicos, un conjunto de problemas y métodos legítimos un campo de la investigación, que
atraen un grupo duradero de partidarios, alejándolos de los aspectos de la competencia de la
actividad científica; y, segundo, son lo bastante incompletas para dejar muchos problemas para
ser resueltos por el redelimitado grupo de científicos. Por otra parte, llama Kuhn "ciencia
normal" a aquella que se produce dentro de los parámetros de un paradigma (Kuhn, 1971: 33-
34). Es decir que un paradigma es un modelo o patrón aceptado (Kuhn, 1971: 51) que intenta
obligar a la naturaleza a que encaje dentro de los límites pre-establecidos por dicho modelo y es
relativamente inflexible (Kuhn, 1971: 52). Por tanto, como el propio Kuhn dice, "ninguna parte
del objetivo de la ciencia normal está encaminada a provocar nuevos tipos de fenómenos; en
realidad, a los fenómenos que no encajarían dentro de los límites mencionados frecuentemente ni
siquiera se los ve. Tampoco tienden normalmente los científicos a descubrir nuevas teorías y a
menudo se muestran intolerantes con las formuladas por otros...La investigación científica
normal va dirigida a la articulación de aquellos fenómenos y teorías que ya proporciona el
paradigma" (Kuhn, 1971: 53).

Es este el caso del contradictorio paradigma miasmático-humoral, en un momento de crisis y


transición de la medicina en donde si bien se logran algunas explicaciones nuevas, no hay
todavía en el terreno de las enfermedades infectocontagiosas, un nuevo paradigma estructurado
que logre oponérsele al antiguo. Por otra parte, si bien la medicina ha venido importando algunos
elementos del nuevo paradigma científico propuesto por Newton para la física, estos son de
carácter aislado y, descontextualizados del modelo alternativo a que pertenecen, más que
proporcionar nuevas explicaciones que rompan el paradigma, lo que hacen es venir a reforzar los
esquemas viejos y a mantenerlos con más fuerza. Las nuevas explicaciones sobre el aire y el
oxígeno completan la concepción de la enfermedad infecciosa como resultado del "mal aire".

Es en esta red de significados y de poderes teórico-metodológicos y prácticos en la que Mutis se


encuentra preso y de la cual no logra liberarse, a pesar de las propuestas de la exuberante
naturaleza que lo rodea.
Por otra parte, en trabajos anteriores, utilizando el concepto de "negociación" propuesto por la
nueva sociología del conocimiento (Latour & Woolgar, 1979; Latour, 1983; 1987; Knorr-Cetina
& Mulkay, 1983; Law & Lodge, 1984, entre otros), hemos planteado que la difusión de los
paradigmas científicos desde la metrópoli a la periferia no es el movimiento del conocimiento
desde un espacio lleno hacia uno vacío, sino que la ciencia periférica, es el resultado de una
"negociación" entre la cultura científica metropolitana y las condiciones contextuales,
geográficas, demográficas, económicas, sociales y culturales locales (Quevedo, 1993b: 281).
Uno de los elementos que interviene en este proceso es el grado de consolidación de un
paradigma y el nivel de resistencia que encuentra a nivel local, resistencia tanto teórica como
social.

En este caso, el paradigma miasmático, debido a su aparente coherencia y a la legitimidad que le


otorga la tradición de su uso desde la Edad Media, no encuentra oponente de importancia en el
Nuevo Reino como para que sea combatido o como para que obligue a Mutis a reformarlo en
negociaciones con otros planteamientos. Las medicinas locales, tanto la nativa local como la
importada antes de Mutis, no tienen ni el desarrollo ni el arraigo suficiente como para exigirle a
éste que las tenga en cuenta. Pero además, la posición social del gaditano, como asesor médico
del Estado colonial, le asegura una capacidad hegemónica suficiente, tanto para imponer sus
ideas, como para no tener que someterlas a su propia crítica interna.

CONCLUSION

Para cerrar, retomemos nuestra hipótesis de partida: Mutis, en el campo de la higiene, tanto
pública como privada, se matrícula dentro de un paradigma arcaico y contradictorio, y más que
como innovador, actúa como difusor de dicho paradigma desde la metrópoli hacia la periferia,
quedando prisionero de las conceptualizaciones y normas de acción que dicho paradigma le
brinda. En ejercicio del rol que le asigna el Estado colonial, propone y toma conductas
profesionales que, si bien aparecen como nuevas en un espacio geo-cultural en donde no se
aplicaban aún, en el fondo no son más que actividades rutinarias de la ciencia normal
metropolitana. Y a pesar de que el contexto que lo circunda le ofrece muchísimos elementos para
poner en duda sus esquemas, también lo ofrece las condiciones contextuales para que no tenga
que hacerlo, y por tanto, termina explicándolo todo con base en ellos. Nuevamente se comprueba
que la simple constatación de los hechos no le garantiza por si misma a la ciencia la construcción
de nuevas teorías explicativas de la realidad.

Esta relectura de la obra mutisiana, a partir de los nuevos esquemas de análisis aportados por la
Historia de las Ciencias y la Sociología del Conocimiento, lejos de infravalorar los aportes del
sabio al desarrollo de la ciencia nacional, permite volver a él de una manera mas crítica, para
ubicarlo como el personaje metropolitano, desterrado y enfrentado a nuevos desafíos en un país
lejano que adopto como su propia patria, cruzado y atormentado por las múltiples
contradicciones de la cultura y la situación socio-política de su época. Comenzar a mirarlo desde
allí nos permitirá reencontrar el significado de su aporte a la ciencia colombiana. Este es el
espacio crítico que nos abre la nueva Cátedra Mutis del Colegio Mayor de Nuestra Señora del
Rosario.
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