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El elogio de la locura es una obra que supone un momento de descanso, de recreo,

dentro de la amplia y seria producción de Erasmo. Es una obra de inteligencia lúdica


que se divierte jugando con la broma, la sátira, la ironía, el chiste…

El libro se publica en París, en 1511, aunque es escrito dos años antes. Erasmo,
en la madurez de su vida, se da cuenta de que en el mundo la razón apenas tiene
poder y de que reina una insensata confusión. Quiere atacar todo esto, pero decide
hacerlo de una forma mesurada, a través de esta obra. Esta idea la concibe al
dirigirse a Inglaterra procedente de Italia. Entonces piensa en todo lo que ha visto
allí y, considerando el momento poco propicio para meditaciones, opta por
divertirse. En la casa de Tomás Moro la trasladará su sátira al papel. El título será
Encomium moriae. Más tarde, en 1511, escribe en París la carta que habría de servir
de prólogo.

Erasmo unifica en esta obra varias corrientes. Son fundamentalmente tres las
que destacan: la clásica, personificada en Luciano; la carnavalesca, estudiada por
Batjin; y el tema de la locura y la nave de los locos, comentada por Foucault y Urs
von Balthasar. En cuanto a la primera, diremos que el autor para justificar su burla
apela a los clásicos. Quiere integrarse en una la tradición de los discursos
extravagantes como el de Virgilio, que le canta al mosquito; el de Glauco, que
celebra la injusticia; el de Favorino, que ensalza las fiebres cuartanas, el de Luciano,
que compone el Elogio de la mosca… La segunda línea, la carnavalesca, se relaciona
con las llamadas “fiestas de bobos” de la Edad Media, con los bufones. Por último,
una tercera tradición que se asimila es la de la locura: a finales de la Edad Media y
principios de la Moderna abundan las obras que estigmatizan vicios y defectos
achacándolos a una especie de gran sinrazón invasiva e irremediable. Las imágenes
de la ebriedad y la locura tienen enorme éxito: en 1485 Guyot Marchand publica la
Danse macabre, en 1492 Sebastián Brant escribe su Narrenschiff o nave de los locos,
en estas fechas el Bosco pinta su desolada “barca de los estultos”…

El Elogio es ante todo una obra irónica, en la que se dice lo contrario de lo que
parece decirse. Es, pues, un discurso que obliga a convertir todas las afirmaciones
en negativo para entenderlas. De esta manera, el autor pretende llegar a los lectores
a través de la retórica, pero también se intenta proteger: siempre puede negar lo
dicho alegando que es un juego.

El libro aparece dividido en 68 capítulos. Desde el primero, aparece la locura


como uno de esos personajes teatrales que hacen su propia presentación y que
debutan alabándose.

A lo largo de los seis primeros capítulos, va haciendo Erasmo ostentación de su


propia erudición —aunque aparentemente haya protestas en sentido contrario— a
través de frases, proverbios, situaciones, ejemplificación abundante extraída de los
clásicos, aunque termine diciendo:

“Se ha visto, pues, que imito a los retóricos de nuestro tiempo…”

Los capítulos VII al X nos hacen la presentación de las fuerzas que mueven la
sociedad de su tiempo. Lo hace a través de la presentación de sus propios
progenitores y cortejo.
Pero no contento con poner a la Locura como ingrediente de la vida, la presenta
como fuente de la misma: “Y en suma, a mí, solo a mí, repito, tendrá que acudir ese
sabio si alguna vez quiere ser padre…” Aquí se asoma la amargura de su propio
origen.

En el capítulo siguiente, el XII, habla de la Locura no sólo como fuente de la vida


sino de cuanto existe de bueno en el mundo, afirmación que tomada en serio sería
una auténtica aberración tanto en su expresión como en su contenido, al hacer de
los placeres sensibles la única y verdadera felicidad.

Fuera de la Locura, los primeros personajes que desfilan alrededor de Ella son
la niñez y la vejez (XIII-XIV). En ambos extremos encontramos a la Locura, como
dueña y señora.

Seguidamente —capítulo XV— hace otro alarde de erudición sumiéndose en el


“empíreo”, haciendo alusión a dichos, hechos y proverbios de Safo, Ovidio, Luciano
Homero, las Geórgicas…

Los cinco capítulos siguientes los emplea en hacer desfilar en boca de la Locura
diversas situaciones e instituciones:

XVI: disquisiciones sobre la razón y la concupiscencia. Da una visión negativa,


de tendencia protestante.

XVII: sobre la locura de las mujeres.

XVIII: sobre los festines.

XIX: sobre la dulzura y trato con los amigos.

XX: sobre el matrimonio.

Todo lo somete a su visión satírica, amarga, demoledora, sin esperanza, sin


trascendencia.

XXI: Resume así su visión:

“En suma, de tal forma no hay ninguna sociedad ni relación humana que pueda
ser placentera ni estable sin mí, que ni el pueblo al príncipe, ni el siervo al señor, ni
la criada a la señora, ni el discípulo al maestro, ni el amigo al amigo, ni el marido a
la esposa, ni el inquilino al casero, ni el camarada al camarada, ni el huésped al
anfitrión les soportarían un instante si el uno con respecto al otro no fingieran, ni se
adularan, ni se engañaran, prudentemente, ni se untaran con la miel de la Locura.”

Este pensamiento resumido en el capítulo XXI, como hemos dicho es por una
parte un resumen de los anteriores y por otra parte la sustentación de los que siguen,
XXII y XXIII:

-“la primera condición de la felicidad es que cada cual esté satisfecho de ser lo
que es”.
-“Filautía (el Amor Propio) da para ello grandes facilidades.”

-“logra que nadie tenga queja de su propia belleza, ni de su ingenio, ni de su


progenie, ni de su estado, ni de su conducta, ni de su patria.”

-todas las empresas humanas son realizadas por la “hez de los mortales y no, por
los filósofos que velan bajo una lámpara.”

Como para reforzar las ideas expuestas hasta aquí, Erasmo ofrece en los
siguientes capítulos (XXIV a XXVII ambos inclusive) una ejemplificación
abundante tomada de hechos de la antigüedad. La tesis expuesta es la siguiente: la
sabiduría no sirve para regir los pueblos; éstos la rechazan. Esta argumentación
termina en el capítulo XXVIII hablando de las artes.

A partir del capítulo XXIX no sólo reclama para la locura las excelencias del
valor del ingenio, sino también las de la prudencia. Pero no se trata de invitar a vivir
la prudencia como virtud sino la prudencia de la vida, la astucia para triunfar en
ella.

La vida es una comedia, hay que adaptarse a ella. De los capítulos XXX a XL
insistirá en las mismas ideas aún con mayor cinismo. Contrapone una visión
dolorida, pesimista y amarga de la vida a una visión venturosa que sólo se puede
alcanzar con la Locura; la realidad de la primera lo lleva a justificar el suicidio, la
segunda a la felicidad inconsciente.

Así, el engaño es lo verdadero. Cuanto más incompetente sea una persona, más
grata será su vida y más se le admirará. Ser engañado, parece una desgracia pero,
no serlo, constituye una desgracia mucho mayor. Sigue insistiendo, la cordura es una
desdicha, la presunción es la felicidad. Bajo esta perspectiva y en corroboración de
la tesis que sostiene, hace desfilar a numerosos oficios y profesiones; ciencias, las
más preciadas, las del común sentir. Sólo el médico es estimado por los hombres; la
Medicina, tal y como hoy la ejercen muchos, no es otra cosa que una forma de
adulación, no menos que la retórica, la profesión de leguleyos, propia de asnos; la de
teólogos, sólo les sirve para roer legumbres. Los más felices, los que consiguen
abstenerse de todo trato con el saber; la felicidad está reservada a los que sólo se
dejan conducir por la naturaleza, los animales se contienen dentro de los límites de
su condición.

Los capítulos XL a XLVIII nos ofrecen un ataque frontal, una censura sin
paliativos a “todos los pecados de la Iglesia”. Expresa con una inconsciencia sin
límites ideas que no por decirlas en tono jocoso representan un menor peligro.

En los capítulos XLIX a LIII desfilan gramáticos, poetas, jurisconsultos, filósofos


y teólogos. A todos ataca, de todos se queja. Concretamente en el XLIX expone parte
de su sentido crítico hacia la educación que seguía aún vigente y en concreto hacia
los “gramáticos”.

En el capítulo LIV habla de religiosos y monjes. Se siente con autoridad para


vejarlo todo: la confesión, la memoria de los Apóstoles. Si no se debe pensar en su
mala fe, una vez más nos admiramos de su ligereza y frivolidad, de su falta de
sensibilidad y delicadeza.

En los capítulos LV y LVI desfilan Reyes, príncipes de la Corte y Cortesanos. La


sátira, aunque dura, es mucho más suave y respetuosa.

En el LVII, el LVIII y el LIX, partiendo de lo anteriormente dicho sobre los


príncipes e incluso valiéndose de las mismas imágenes —el significado de los
vestidos— fustiga al Sumo Pontífice, cardenales y obispos. Termina con un quiebro
frívolo, sin sentido o si se prefiere, lleno de sentido: el de desviar la atención hacia la
Locura.

Llegando al final, en el capítulo LXI dirá: “la Fortuna ama a las gentes poco
reflexivas (…) la sabiduría hace a las gentes tímidas y así veréis por todas partes
sabios a quienes acompaña la pobreza, el hambre y la oscuridad, y viven olvidados,
sin gloria y sin simpatía.”

En el LXII cita a Catón: “La mayor sabiduría es parecer loco”; a Horacio, con
varios versos y Epístolas; a Homero que llama a Telémaco, niño loco; a Cicerón que
afirma que “el mundo está lleno de locos.”

Y por si tales autoridades son de poco peso para los cristianos, —LXIII— trata
de robustecer las alabanzas a la Locura con textos de la Sagrada Escritura. En este
capítulo como en el siguiente —LXIV— tanto por el contexto como por el modo de
interpretar algunos textos, capítulos citados y los siguientes, no podemos por menos
de rechazar toda gracia y todo posible ingenio, además de merecernos una total
repulsa desde el punto de vista doctrinal.

Por último, el capítulo LXVIII, sirve de epílogo.

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