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El fin del
occidentalismo:
doble moral,
cinismo y
narrativas
fosilizadas Una imagen desde la sede de la ONU en Nueva York, el pasado 20 de
diciembre de 2023.
EDUARDO MUÑOZ ( REUTERS )
El discurso occidental
de los derechos
humanos choca con su
apoyo a Israel en la
guerra de Gaza.
Mientras, la
arquitectura de paz que
nació tras la II Guerra
Mundial hace agua

MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN
24 DIC 2023 - 05:30 CET

21

Berlín es una ciudad cargada de


memoria, llena de placas recordatorias
de nuestra historia reciente, o al menos
de algunos de sus capítulos más
trágicos. Pero la memoria europea es
algo más que Alemania. Al este, a más
de 2.000 km, en Durrës, un pequeño
pueblo de Albania, toma la forma de
una estatua de inspiración soviética que
se alza sobre varios escalones de
hormigón. Es un soldado no
identificado, un partisano que mira al
Adriático con el fusil apuntando hacia
Italia. Es el monumento comunista a la
resistencia de Albania frente a la
invasión fascista durante la Segunda
Guerra Mundial. Estatuas y placas de
frío bronce de dos ciudades distantes
nos aleccionan sobre la historia de
nuestro continente aunque, estando a
la vista de todos, casi no nos
detengamos a mirarlas.
MÁS INFORMACIÓN

Esequibo o el brutalismo retórico


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NÚMERO IMPORTE€ COMPROBA

La memoria es un asunto complejo. La PRIMER PREMIO > 2º PREMIO >

escritora y ensayista Masha Gessen ha 94974 89634


descrito recientemente cómo opera la 2.000.000 € 750.000 €

política de la memoria en las calles TERMINACIONE


3º PREMIO >
berlinesas, en un controvertido texto CIFRAS >

publicado en The New Yorker donde


57033 7247 81
250.000 €
3.500 €
compara Gaza con un gueto nazi. El
atrevimiento casi le ha valido la TERMINACIONES 3 CIFRAS (1.000 €)

507 296 161 978


cancelación del galardón que la
872 506 114 488
fundación alemana de pensamiento 730 428 281 568
político Heinrich Böll le había 644 598

otorgado: nada menos que el premio TERMINACIONES 2 CIFRAS (400 €)

Hannah Arendt. La imagen de la 66 40 32


estatua partisana aparece en un texto
EXTRACCIONES ESPECIALES >
publicado en la revista El Grand Primera 1 Segunda
Continent por la pensadora y escritora 9 Terminación 4

Lea Ypi, autora de uno de los


PDF CON LA LISTA OFICIAL
fenómenos literarios del año, su novela
Libre, que va precisamente de
memorias.

Los crímenes contra la NEWSLETTER


humanidad se suceden mientras Recibe el boletín de IDEAS
abandonamos el
multilateralismo

Ambas son nombres destacados de este


2023 que termina, y ambas apuntan a ESPECIAL PUBLICIDAD

un fenómeno que quizá resuma lo que


ocurre en Occidente, donde las
narrativas sobre lo que somos inspiran
Cómo la
hoy nuevas herejías. El artículo de digitalización
Gessen es un ejemplo de que salirse de contribuye al
progreso de
la ortodoxia puede tener sus costes. A las mujeres
emprendedoras
este respecto, Samantha Rose Hill, una
de las mayores expertas internacionales
en la obra de Hannah Arendt, ha
descrito en The Guardian la trágica
paradoja de que el premio que lleva su
nombre no se concedería hoy a Hannah
LO MÁS VISTO
Arendt. ¿La razón? Su posición política
sobre Israel y sus opiniones sobre el 1. Comprobar Lotería
del Niño 2024:
sionismo, una herejía que sacudiría, consulte los premios y
busque su número
hoy como ayer, el statu quo de la
2. Guía para entender la
opinión europea respecto a la política lista de Epstein: los 40
documentos, uno por
bélica de Israel. Hill explicaba, por uno

ejemplo, que tratar el Holocausto como 3. Un pleno de alto


voltaje: el Gobierno
una excepción histórica tiene el extraño presionará al PP tras
la negativa de Junts a
efecto de situarlo fuera de la historia, convalidar las
medidas anticrisis
un fenómeno que permite al Gobierno
4. EE UU inmoviliza los
alemán dar un apoyo incondicional a Boeing 737 MAX 9 tras
perder un avión en
Israel sin responsabilizarse de lo que pleno vuelo parte del
fuselaje
ese apoyo significa.
5. Los Reyes Magos en
Barcelona: “Estamos
tristes, debemos hacer
lo posible y lo
imposible para parar
las guerras”
Soldados junto a la catedral Santa Sofía, en Kiev, el pasado 6 de diciembre.
THOMAS PETER ( REUTERS )

Pero traslademos el ejemplo de la


narrativa alemana sobre la memoria
del Holocausto a todo Occidente, y
pensemos sobre nuestra narrativa, esa
que dice que los valores democráticos y
la voluntad de concordia son lo que nos
define frente al mundo, la razón que
nos permite arrogarnos una suerte de
liderazgo internacional natural sobre la
universalidad de los derechos
humanos, al igual que Alemania dicta
lecciones sobre cómo interpretar la
Shoah. Hoy, cabría preguntarse si
nuestros relatos justificativos funcionan
como grillete reflexivo, dificultándonos
entender el mundo en el que vivimos.
Convirtiendo nuestros valores en
dogma, ¿nos hemos hecho menos
porosos a la realidad? Solidificamos
nuestra memoria plasmándola en
piedra o en metal, o afirmándola
categóricamente como razón de
Estado, como ha hecho el vicecanciller
verde Robert Habeck, pero eso no nos
vuelve más permeables al mundo. ¿No
hay matiz posible al tan mencionado
derecho de Israel a defenderse? ¿Qué
caminos de solución ofrece nuestro
apoyo incondicional? Gessen se ha
atrevido a mencionar al elefante en la
habitación: en algún momento, el
voluntarioso esfuerzo alemán por
mantener viva la memoria “empezó a
parecer estático, acristalado, como si se
tratara de un esfuerzo no solo por
recordar la historia, sino también por
garantizar que solo se recordará esta
historia en particular, y solo de esta
manera”. Algo que habría firmado la
mismísima Arendt.

¿Cuántas renuncias está


dispuesta a hacer la Unión
Europea para convertirse en un
bloque geopolítico?

Alemania es el ejemplo paradigmático


de un síntoma que, en cierto modo,
vemos reflejado en el desequilibrio de
la guerra de Israel contra Hamás y la
posición europea ante esta
insoportable tragedia. La forma en la
que las democracias occidentales nos
atrevimos a abordar las injusticias
históricas que han sucedido con
nuestra aquiescencia, como el
colonialismo o el imperialismo,
mirando de frente nuestros crímenes
(“nuestro peor yo”, de nuevo en
palabras de Gessen), parece haberse
marchitado. Fuimos nosotros quienes
decidimos que la imposibilidad de
cambiar el pasado generaba en el
presente la responsabilidad política de
encauzarlo como memoria, y lo
hicimos a través de una narrativa que
construía un sentido de comunidad:
Europa como casa común, como
espacio de derechos y libertades. Pero
al solidificarla así, nuestra memoria se
ha convertido en un grillete mental que
nos impide entender el presente. No es
casualidad que, en un momento de
crisis política, presupuestaria y
diplomática, y con la ultraderecha en
alza, Alemania se agarre a su memoria
como salvaguarda de su propio sentido
nacional. Tampoco lo es que, al perder
influencia sobre el mundo, en
Occidente nos agarremos a la narrativa
sobre nuestros valores, algo que nos
dota de identidad, pero que nos impide
ver cómo, a ojos externos, nuestra
posición resulta contradictoria,
incoherente e interesada.

Desde el autodenominado Sur Global,


esa parte del planeta que aún miramos
con desconfianza como alteridad, nos
dicen que mientras nos hacemos pasar
por férreos defensores del derecho
internacional en Ucrania, nuestra
defensa casi numantina de la alianza
con Israel muestra nuestro verdadero
rostro. Es el efecto de la errática
diplomacia, casi cantonal, que estamos
desplegando desde Occidente frente a
la guerra en Gaza y Cisjordania. “Doble
rasero”, señalan, y aciertan, aunque lo
hagan (ellos también) con más cinismo
que principios. ¿Qué países del Sur
Global apoyan realmente a Palestina?
¿Qué alternativa democrática proponen
para la gobernanza global?
Vendedores callejeros entre ruinas en Gaza, el pasado 30 de noviembre.
IBRAHEEM ABU MUSTAFA ( REUTERS )

Mientras en Europa aceleramos la


ampliación más arriesgada de nuestra
historia y nos autoconvencemos de la
necesidad de hablar el lenguaje del
poder, de ser realmente un bloque
geopolítico, Israel nos muestra a las
claras las consecuencias de renunciar a
una política genuinamente kantiana.
Porque es Kant y su paz perpetua la
narrativa desvencijada por la que
transitamos y desde la que miramos al
mundo, aunque operemos
políticamente de forma distinta según
nos convenga. Poco Kant y demasiada
Realpolitik. Los principios filosóficos
fundacionales que aparentemente
mantienen unido nuestro orden
político se han transformado en meros
fetiches, en objetos de una política
onanista que ha perdido su
permeabilidad para entender el
presente. ¿De verdad promovemos el
respeto a los derechos humanos y el
cumplimiento de la legalidad
internacional? En lugar de apoyar, con
medios y presión diplomática, una
solución para Israel y Palestina,
optamos por el Conflict Management
(gestión de conflictos), como si el
lenguaje corporativo fuera algo más
que cáscaras vacías. Como si no hubiese
vidas en juego. En lugar de apostar por
el multilateralismo y el derecho
internacional, Occidente ha elegido las
razones de Estado, la ley de la selva y el
apartheid.

En el último Consejo Europeo del año,


hemos sido testigos, en riguroso
directo, de la elocuente contradicción
entre lo que afirmamos ser y lo que
hacemos. ¿El protagonista? El astuto
Viktor Orbán, quien no pudo evitar la
apertura de conversaciones para la
entrada de Ucrania y Moldavia en la
UE, pero sí bloquear una ayuda de
50.000 millones de euros a Kiev al
ausentarse durante la votación sobre la
adhesión. Lo más formidable del asunto
es que, para forzarle a elegir entre la
UE o Putin, la Comisión Europea se
resignó a liberar 10 de los 30.000
millones de euros asignados a Budapest
y bloqueados por sus violaciones del
Estado de derecho. ¿Cuántos sobornos
y renuncias está dispuesta a hacer la
UE para convertirse en bloque
geopolítico? ¿Cuántas veces se
impondrán las decisiones
geoestratégicas sobre la salvaguarda de
la limpieza democrática? Todo esto,
además, ocurre en un momento de
brutalización del orden internacional,
cuando más necesaria es la defensa
decidida de un marco multilateral
representada en una ONU adaptada a
los nuevos actores y equilibrios
globales. La alternativa es la ley del más
fuerte, y se está imponiendo en muchos
contextos. Miren la propuesta de
Nicolás Maduro de organizar un
referéndum para anexionarse Guyana,
similar al camino trazado por Putin en
2014. Sin pretender simetría alguna, la
anexión de Crimea y la ocupación del
Donbás recuerdan a la pretensión
aniquiladora de Israel respecto a la
Franja para anexionársela saltándose
toda legalidad internacional. “La Gran
Rusia y el Gran Israel” hermanados,
como ha dicho Lluís Bassets.

¿Qué países del Sur Global


apoyan realmente a Palestina?
¿Qué alternativa democrática
proponen?

El triángulo de la brutalización lo
completa el gran conflicto olvidado
dentro del perímetro
euromediterráneo, el de la provincia de
Nagorno-Karabaj, en Azerbaiyán,
vaciada en escasas semanas de su
mayoría armenia mediante una
limpieza étnica de libro. Los crímenes
de guerra y contra la humanidad se
suceden mientras dejamos marchitarse
el multilateralismo, la premisa de un
orden global basado en reglas
racionales y éticas. Porque Occidente y
el Sur Global no encuentran el modo de
entenderse, pero mientras algunos
hablan del cuestionamiento de la
arquitectura de la paz posterior a 1945
como un síntoma claro de nuestro
declive, de la desoccidentalización del
planeta, ¿no sería más útil verlo como
el descubrimiento de nuestra posición
relativa en el mundo? Tal perspectiva
nos obligaría a escuchar y abrirnos a la
crítica, a mirar de frente nuestro doble
rasero sin renunciar a liderar o
defender un orden global basado en
principios democráticos.
Convertir en fetiche las narrativas
políticas tiene, además, otra derivada:
el intento desesperado por aferrarse a
algo, dice Wendy Brown, es siempre
reaccionario, pues abre el paso a la
melancolía. Atrapados en el pasado,
nos vemos incapaces de imaginar el
futuro y construirlo juntos. Pero
mientras sigamos comportándonos así,
la ultraderecha y la reacción seguirán
creciendo dentro y fuera de nuestras
blindadas fronteras. Nuestro juicio
político está preso de la ansiedad por lo
que creemos estar perdiendo: por eso
nuestra respuesta es regresiva.
Alemania y Europa, acaso sin saberlo,
actúan así, empujadas por esta
corriente de fondo. Es el epítome de un
Occidente medroso que se resiste a
explorar fuera de las líneas trazadas
por sus propias verdades políticas,
cuando, paradójicamente, ese es el
único camino ético para seguir
pareciéndonos a lo que somos.

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