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Al principio, puede uno caer en la tentación de hacer el árbol genealógico de las cuatro
familias de Winden –Kahnwald, Doppler, Tiedemann, Nielsen–, una manera infantil de
intentar dominar el caos. Caos, dominarlo; de eso se trata, nos damos cuenta en la
segunda temporada. Previendo esa natural tendencia humana a esquematizar todo,
Netflix diseñó una plataforma especial para la serie, www.darknetflix.io, muy atractiva,
que pretende guiar al espectador ansioso o perezoso de hacer el trabajo por sí mismo.
Sin que sea un spoiler: no vale la pena hacerlo; como en todo, una vez que se entiende
la lógica del asunto, el árbol genealógico es tan útil como el que aparece en algunas
ediciones de Cien años de soledad: un adorno que da cuenta del trabajo del que lo
pergeñó.
Sin embargo, hay otros asuntos u otras preguntas más importantes que el quién es quién,
y que son interesantes más allá de la historia de los entrañables y dolidos personajes y
sus destinos laberínticos.
En Dark todo cumple una función. Winden –que no existe– es el pueblo en el que la
historia ocurre, y del que todos parecen querer irse, con la expresión del deseo “una vida
sin Winden”. Sin embargo, es allí y sólo allí que la trama es posible. También debemos
ubicarnos en determinado pensamiento y preocupación que animó a toda una
generación alemana: el vinculado con los reactores nucleares, potenciado por el desastre
de Chernóbil (1986). Baran bo Odar nació en 1978 en Suiza, y su padre era un químico
que trabajaba para la industria nuclear. En todo caso, tenía ocho años cuando ocurrió lo
de Chernóbil, que impactó en la Alemania Federal de aquella época. Todo un
movimiento contra los reactores nucleares en ese país y, también, un año después del
desastre del reactor soviético, la conciencia de que la radiación había llegado a
determinados lugares. Jugar en una arenera pública no era tan seguro como antes, del
mismo modo que una idílica pradera escondía la posibilidad de la contaminación
radiactiva.
Es curioso que no haya referencia a ninguna de las dos guerras mundiales: ni la Primera,
ni la Segunda; tampoco las hay sobre la caída del muro, la reunificación de la República
Federal Alemana y la República Democrática Alemana. Quizá porque una serie alemana
sobre el tiempo, como lo es Dark, exige que transcurra en un “entretiempo” que la
libere del estigma de lo establecido: el nefasto Tratado de Versalles, la inestabilidad del
gobierno, la ascensión de Adolf Hitler, la cruenta Segunda Guerra y su genocidio. Y
también puede ser un intento, posbismarckiano, de construir o rescatar otra alemanidad,
aquella idealista, romántica, cruel e inocente como los cuentos de los hermanos Grimm,
que representaban, según ellos, una forma pura de la cultura nacional, aquella que
promulgaba Otto von Bismarck.
Germanización de la cultura
En 1888, cuando El extraño intenta construir la máquina del tiempo que vio en el futuro,
Alemania era el Imperio alemán, y Bismarck, el canciller todopoderoso. En 1871, había
logrado la unificación, y su ideología era hija directa del Reino de Prusia, donde se
concentraba el poder. Los principios de Bismarck, que abrevan del prusianismo
(militarismo y una disciplina muy severa, ligada directamente a la clase dominante), se
basan en cuatro ejes. Uno de ellos es la lucha cultural contra el catolicismo de los reinos
del sur, que se oponían a los objetivos de unidad nacional de Bismarck, que se
manifestó en debilitar las instituciones católicas. El otro enemigo del Imperio incluía a
los socialistas y a los socialdemócratas, por lo que creó el primer Estado de bienestar del
mundo, en el que, amparados por el Estado, los trabajadores se adaptaban a
determinadas formas autoritarias, como las del mencionado prusianismo. El tercero se
refiere a la unificación nacional que equilibró las grandes diferencias entre los estados.
Y el cuarto se relaciona con el proyecto de la pequeña Alemania en oposición a la visión
de una Gran Alemania que afirmaba que debía reunir a todos los territorios germanos, lo
que incluía a Austria. Bismarck se oponía a eso porque consideraba que se sumarían
diversas etnias que debilitarían lo alemán; su énfasis en este punto dio, como una de sus
consecuencias, la germanización de la cultura, la lengua.
Revoluciones propias
Las revoluciones europeas no llegaron a Alemania del mismo modo que en el resto de la
Europa de mediados del siglo XVIII, y la incipiente burguesía no tuvo la fuerza
suficiente como para subirse a la ola de cambios y transformaciones que otros países
adoptaban. Así, sublimó esa carencia y transformó los aires revolucionarios en sueños
de libertad alejados de la vida terrenal, que se manifestaron en una cercanía a lo mítico,
lo religioso, un sistema feudal del que todavía había huellas, sobre todo en las zonas
agrícolas o rurales, un modo idealista de ver el mundo. Así como aquellos burgueses
alemanes de fines del siglo XVIII y principios del XIX les respondieron al racionalismo
y los cambios impuestos por la Ilustración con el movimiento romántico del Sturm und
Drang, la herencia de la filosofía idealista también dejó su impronta: la imposibilidad de
conocer la cosa en sí, el deseo de romper con esa afirmación mediante la construcción
de un pensamiento que se refería a una identidad entre lo ideal y lo real, siempre en
tensión constante.
Andreas Pietschmann.
Schopenhauer, que es citado en el principio de una de las temporadas, parece ser el que
lleva la voz cantante. Ateo, pesimista, conocedor de filosofías orientales, cree en la
voluntad como acción humana y en que el mundo es un lugar terrible, de dolor
perpetuo, en el que el objetivo del ser humano es querer conseguir lo que jamás
obtendrá. Una de las oraciones que los personajes repiten constantemente es,
precisamente, “Un hombre puede hacer lo que quiere, pero no puede querer lo que
quiere”, que si bien parece un trabalenguas o un juego de palabras, no lo es. Quizá en
alemán es más explícito: “Ein Mann kann tun, was er will, aber er kann nicht wollen,
was er will”, porque “voluntad” se dice “wille”, que es la raíz del verbo “wollen”:
querer. En El mundo como voluntad y representación (1819), el filósofo se pregunta qué
ocurriría si el acto de la procreación no estuviera acompañado de “deseo y sentimientos
de placer”, y sólo se tratara de una decisión racional: ¿existiría la raza humana?
Cuestiona también nuestra capacidad de ser compasivos con las generaciones futuras y
elegir “ahorrarles la carga de la existencia” o no dejarles esa carga a “sangre fría”. Esa
pregunta subyace a las tres temporadas, y responde a las consecuencias del deseo y los
sentimientos de placer cuando llegan al extremo: hijos de sus propios hijos, padres de
sus propios padres, carga constantemente sujeta al eterno retorno, a lo cíclico que está
condenado a repetirse una y otra vez.
Un mundo nuevo
Mircea Eliade, filósofo rumano, historiador de las religiones y del pensamiento mágico
y mítico como explicación de la realidad y de la existencia, escribió El mito del eterno
retorno (1949), en el que se concentra en la construcción de lo sagrado, el tiempo mítico
de los comienzos, y en la importancia de su imitación, a través de los mitos y los
rituales; la única forma de “regresar” a ese origen, que los unen con el tiempo sagrado.
Destaca la importancia de la celebración del año nuevo, que interpreta como la
regeneración del tiempo. El año nuevo repite el pasaje del caos al cosmos, es decir, la
creación. En el caso de Dark, el año nuevo ocurre cada 33 años (sin entrar aquí a
analizar las múltiples interpretaciones y significados de ese número).
El apocalipsis es la creación del caos que generará un nuevo orden. Pero lo que Adam
no puede/quiere/sabe cómo impedir es la eterna repetición, precisamente, de ese eterno
retorno. Según Eliade, la recreación del caos al cosmos le permitía al hombre antiguo
participar en forma activa en la cosmogonía, algo que Adam, Eva, Martha y Jonas
intentan una y otra vez: transportarse al tiempo mítico de la creación. ¿Por qué?
También según Eliade, el hombre arcaico no se siente parte de la historia profana –la del
tiempo secular–, ya que está fuera del tiempo sagrado. Y eso transforma a la historia en
el dolor y el sufrimiento del que habla Schopenhauer. Eliade dice que el sufrimiento es
un hecho histórico cualquiera (un desastre natural, una guerra) que “proviene de la
acción mágica de un enemigo, de una infracción a un tabú, del paso por una zona
nefasta, de la cólera de un dios...”.
Adam dice que quiere crear un nuevo mundo sin Dios, porque Dios no existe, lo que
existe es el tiempo, al que también se propone derrotar para alcanzar el paraíso. En ese
lugar los seres humanos no sufren, no padecen más el eterno retorno, son libres. Su
principal antagonista es Eva (el futuro yo adulto de Martha), porque, como explica
Claudia (en su versión yo adulto, casi al final), ambos siguen siendo maniqueístas:
blanco-negro, bien-mal, arriba o abajo, luz y sombra. Es curioso que Adam perdiera de
vista una de las frases más repetidas de la Tabla Esmeraldina (atribuida a Hermes
Trismegisto, fundador de la alquimia), que dice: “quod est inferius es sicut quod est
superius”: “lo que está abajo es como lo que está arriba”.
La secta que funda Adam surge de este texto y su lema es “Sic mundus creatus est”:
“Así fue creado el mundo” o “De esta manera el mundo fue creado”, uno de los
preceptos del libro que se propone revelar el secreto de la piedra filosofal y sus
transmutaciones, algo que ocupó a la alquimia durante siglos y cuyo significado sólo es
posible si se vencen las limitaciones físicas y mortales, y se está dispuesto a sacrificar la
propia existencia, algo que también se repite en la serie en relación con Jonas y Martha.
Pero la propia narración de Dark, con sus profundas raíces en lo mítico, lo arcaico, lo
alquímico y, por lo tanto, lo esencialmente romántico, se sustenta fuertemente en el
pensamiento científico –la luz como contracara de la sombra, el pensamiento ancestral–,
que se desarrolla con mucha fuerza después de la Revolución Industrial, y que hunde
sus raíces en la Ilustración.
Apocalipsis nuclear
La máquina del tiempo no es de esta época sino de aquella, en la que el hombre quería
desentrañar el secreto del tiempo, construida de bronce y de un diseño de una belleza sin
par. Así, el poseso HG Tannhaus –el relojero y futuro iniciador de la trama– explica
sobre la doble cualidad del gato vivo/muerto en el mismo momento, conocida como la
paradoja del gato de Schrödinger, que es, en definitiva, la paradoja que instala la serie y
que por eso, por ser una paradoja, la hace compleja de comprender. Dark la desarrolla y
la materializa, y termina haciéndose eco de una frase de Albert Einstein, que bastante
reflexionó sobre el espacio-tiempo, lo finito y lo infinito: “La distinción entre presente,
pasado y futuro es sólo una ilusión obstinadamente persistente”, que también es citada
en la serie. Pero por más que se trate de una ilusión, hay que padecerla, como ocurre en
Winden desde, por lo menos, la segunda década del siglo XIX.
La trama, para que se resuelva de acuerdo a la poética de Aristóteles –Dark no deja de
ser una tragedia en tres actos– exige que de alguna manera se rompa el ciclo de
repeticiones, ese eterno retorno entre caos-cosmos/orden, que ni Adam ni Eva son
capaces de ver, porque, al igual que en el Génesis, su pecado es haber comido del árbol
del conocimiento, cuyas consecuencias Pandora experimentó, también debido a su
excesiva curiosidad.
Louis Hofmann.
Para que esa paz sea perdurable, los binomios deben “regresar” o “diluirse”: Martha-
Jonas, Adam-Eva, y otros protagonistas viajeros, como la propia Claudia antes de
transformarse en el demonio blanco. El papel de la mujer en Dark es más que sugerente;
podría decirse que encarna la voluntad de Schopenhauer, y que salvo Mikkel Nielsen –
otro disparador que altera el orden previsto de las cosas con su suicidio– y Jonas, los
varones son meras fuerzas un poco erráticas, en manos del destino y de las propias
mujeres, que son las capaces de entrever, ver y resolver. Entonces se comprende el uso
insistente del caleidoscopio en la presentación de cada episodio. El artefacto, construido
en 1816 por el físico escocés David Brewster, está formado por tres espejos –con lo que
la importancia de la tríada se instala al inicio, sin estridencias, para quien la quiera ver–
que forman un prisma triangular, en el que hay láminas translúcidas donde nadan
formas de colores, y que al moverlo dan el efecto que todos conocemos. Es decir, se
trata del triquel, de vencer la visión dualista de las cosas para obtener una realidad
distinta.
En definitiva, y tomando una de las frases de Nietzsche de su obra Más allá del bien y
del mal (1886), también citada en la serie: “Si miras mucho tiempo dentro del abismo,
el abismo también mira dentro de ti”. Y mirar el abismo es tan arriesgado como mirarse
al espejo una noche de luna llena, porque refleja eso que el abismo encuentra en uno: a
uno mismo; sus secretos, sus temores, sus sueños y lo que es capaz de hacer con tal de
concretarlos. Más allá de la vida y de la muerte, rozando el infinito.
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