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2. PEDACITOS DE ENVIDIA
-La envidia es flaca y amarilla porque muerde y no come, Clarita de mi corazón -me dijo
Dora mientras rompía las cartas de las Carlotas.
Y un pedacito de envidia... y otro y otro... iban ca- yendo los papelitos dentro de una lata de
dulce de batata. Y siguió:
-Me voy de Maizoro. Me voy a vivir a Buenos Aires en unos meses... ¡¡¡Cambio de vida,
corazona!!!
Y tiró los papelitos por el aire. Y se dio vuelta. Y agarró las cartas de amor que el Beto le
devolvió, las que ella le había escrito con su corazón, atadas con una cinta azul. Yo pensé
que también iban a quedar pedacitos, pero enseguida me dijo: -A estas las voy a dejar acá,
que queden para el recuerdo. Y las puso en la caja de madera donde guardaba las fotos del
Beto también. Me gusta mucho la caja porque tiene un caballo parado en dos patas y un
gaucho montado, todo pintadito de colores. Muy bonito.
Y se miró en el espejo del ropero antes de decir: -No sé cómo pude mandarle tantos
poemas de amor a un bruto como el Beto. ¿Sabés Clarita, que el muy bestia solo conocía
un poema? -Y levantó un dedo. -Uno solo? -le pregunté.
-Sí. El de primero inferior -y, haciéndose la graciosa, recitó- "En el cielo las estrellas, en el
campo las espinas y en el medio de mi pecho...". ¿Te acordás Clarita? -Me miró con
picardía y dijimos juntas-: ¡Una lata de sardinas! -Y nos reímos como chifladas.
Antes de guardar la caja en el ropero, sacó una de las cartas de su sobre y leyó como la
locutora de Radio El Mundo:
...beber veneno por licor suave, olvidar el provecho, amar el daño; creer que un cielo en un
infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño; esto es amor, quien lo probé lo sabe"
-¡Es hermoso!-le dije.
-Es del gran poeta español don Lope de Vega, y el bruto del Beto me preguntó si era
familiar de don Vega, el boticario. Y guardó la carta y siguió dele que contra el bruto del
Beto. Ahí me di cuenta por qué en te dele los años de noviazgo Dora iba y volvía a la
biblioteca y se pasaba recitando poemas a cada rato. Cuando ordenaba cajas en el
almacén, recitaba. Cuando hacía las tortitas negras, recitaba. Cuando ordeñaba, recitaba. Y
a la Jacinta parece que le gustaban los poemas, porque esos días sus tetillas daban más
leche. Mi mamá dice que para el ordene, la vaca tiene que estar muy serena y a gusto. Por
eso cuando la Jacinta se empaca, mi mamá le pide a Dora que que le recite. Por ahí la
Jacinta es más culta el Beto, que no apreciaba nada de la buena poesía. Ahora se empaca
más que antes y eso que descansa de- bajo de un tilo que tenemos en el fondo. "Debe
andar nerviosa por cosas que pasan en la casa y que nosotros ni cuenta nos damos. Los
animales son muy sensibles", se pasaba diciendo mi mamá. Por suerte cuando Dora le
recita, algo de leche le saca. Pero si se va para la Capital, seguro que no la movemos del
empaque a la Jacinta. Al final, voy a tener que aprenderme los poemas de don para Lopez
recitarle.
-Vení Clarita de mi corazón -me dijo.
Y para que me sentara le dio unas palmadas al cubrecama con flecos de seda. Me senté
despacito para no despertar a la Sonia que dormía como un ovillo de lana blanco, y la miré
fijo porque sabía que algo importante me iba a contar:
-Tengo novio porteño.
-¿Un novio nuevo?
-Sííí... Se llama Raúl y lo conocí hace unos meses. ¿Te acordás que fui a la prueba de El
amor nunca muere? ¡Flor de mentira el título de esa película, Clarita!, la de Zully Moreno y
Mirtha Legrand. ¿Te acordás?
-Sí, sí, me acuerdo que la viste a la Mirtha Legrand…
-Si la vi cuando la maquillaban. Porque las luces te hacen brillar la cara y queda feo, así me
contó Raúl, que es iluminador y hace que todos salgan arreglados como el director le pide.
-Y es lindo, Raul?
-Muy, muy churro. Es alto, pelo negro y siempre bien peinadito.
-¿Tiene bigotes gruesos? -Si... ¿Por qué me lo preguntás?
Me acordé de los bigotes del hombre que la abrazaba en el funeral de Evita. Pero no la
quise hacer acordar de las Carlotas; con la alegría que tenía...
-Porque me imaginé que si era tan lindo tenía bigotes gruesos. Y te vas a casar pronto?
-Todavía no. Yo voy a vivir en la pensión con Raquel. Ella trabaja de ayudante de cocina en
un café muy pituco de la Avenida de Mayo, y estoy esperando que me consiga un trabajo,
como ayudante de cocina también. -¿Y vas a preparar las tortitas negras que tanto me
gustan?
-Seguro que si prueban mis tortitas negras me ascienden a cocinera de primera. -Y largó
una carcajada.
Entró mi mamá y me dijo:
-Tomaste la leche, Clarita? Mirá que se te hace tarde para ir a llevarle la mercadería a doña
Ofelia. Está tan mal, la pobre...
-Si, mamá. Ahora la tomo y voy.
Antes de salir, metí la mano en la lata de dulce de batata y levanté unos papelitos:
-¿Qué vas a hacer con los pedacitos de envidia?
-Los voy a quemar y van a arder como la fogata de la noche de San Juan. Cenizas van a
quedar.
–..-Le sonreí.
-¡Claritaaaaa...!-me llamó mi mamá.
-¡Vooooy…!
3. GIRO Y CORONACIÓN
"El pueblo de por sí no es gran cosa -dijo mi mamá- pero el cumpleaños hay que celebrarlo.
¡¡¡90 años mi querido Maizoro...!!!", se pasaba diciendo y me contaba de cuando era niña,
de sus travesuras con los chicos del pueblo. Y por como mi mamá me hablaba, pensé que
las cosas de antes eran más lindas que las de ahora. Con mi tía Dora estuvo dele coser
vestidos nuevos con los moldes de la revista Labores. Mi tía hilvanaba y mi mamá
pedaleaba en la máquina de coser que le regaló Evita antes de ser momia. "Por ser mujeres
y muy trabajadoras", decía la carta que vino con la Singer firmada por la misma Evita.
Cosían y hablaban del poco apuro que tenían las dos por terminar los vestidos a tiempo.
Sobre todo el vestido de mi tía, que va a recitar un poema en el escenario y todos esperan
que esté linda como la actriz de cine que es. Y ahí andábamos todos de preparativos. Mi
papá estaba nervioso porque Pau- papá lino, el comisionista, le pidió que lo acompañara
con la mi hacía mucho que guitarra para cantar una milonga, todo porque toca muy bien la
guitarra, aunque no practicaba. Entonces le agarró el apuro y se puso a puntear solo
durante el día y por las noches ensayaba con Paulino. Y tanto ensayo, tanto ensayo, me
aprendí la milonga casi toda de memoria: "... Cuando tú pasas caminando por las calles,
repiqueteando tu taquito en la vereda, la la la la... lalalala...".
Mi hermano Rolo quiere preparar unos chistes, pero como son medio picantes, mi mamá no
lo deja. También hace chistes políticos y esos se los prohibió mi papá, por los líos que se
arman. Así que el Rolo solo va a atender las mesas que van a poner en la vereda del
almacén. Dos o tres, nomás, que son las que tenemos con las patas bien ajustadas. El Rolo
y el Tonio, de mozos; el resto de la familia, al escenario, pensaba yo todo el día y por las
noches antes de dormirme. También pensaba en el Lito, el chico que me gusta, pero no sé
si va a venir a la fiesta, porque él vive en una chacra, a cinco leguas del pueblo. Y es un
poco de aquí, y otro poco del pueblo vecino. Al almacén viene cada catorce días a comprar
mercadería. Siempre los viernes por la tarde. Así que yo, esos viernes, después de hacer
las tareas y escuchar el radioteatro de las cinco, me asomo por el almacén y lo veo.
¡Hermoso! Con esos ojos negros que hablan cuando me miran, porque con los labios bien
poco dice: "¡Buenas tardes, don Pascual! ¿Cómo andan? Voy a llevar rápido la mercadería
antes de que se largue la tormenta"; o "Estoy apurado porque está enfermo don Cantilo y
hay que hacer las cosas". Habla poco, pero dice mucho con los ojos. Así que cuando viene,
yo lo miro y le ayudo a mi papá con la mercadería. "No tenés que hacer la tarea, Clarita?",
me pregunta mi papá. "Ya la terminé, papi", siempre le contesto lo mismo. "Hasta la próxima
don Pascual", dice el Lito antes de irse y me sonríe un poco con la boca y más con los
ojazos que tiene. El Corcho y la Tapita siempre le hacen fiesta. Debe ser un muchacho
bueno el Lito, porque los perros como dice mi mamá, sienten todo.
Con nuestra señorita Alicia los chicos de cuarto grado preparamos una chacarera. Algunos
al coro y otros a danzar. "Cuando salí de Santiago/todo el camino lloré./Lloré sin saber por
qué, /pero yo les aseguro/que mi corazón es duro/pero aquel día afloje...". La señorita me
eligió para bailar. Solo dos parejas quedamos para el baile. A mí me tocó con Jorge, un
patadura. Pero la señorita Alicia dijo que no lo iba a cambiar porque los varones son todos
pataduras. Y eso será porque se la pasan jugando con el balero, con la pelota, con la
gomera, con las bolitas; siempre tratando de embocar algo están los varones, pero nada de
música, ni de soga, ni de palmas, que son tan divertidas, "Ay chumba caracachumba...", y
menos que menos, poesías... Si cuando la maestra pide que reciten para alguna fiesta de la
escuela, soplan enojados y nunca se acuerdan las letras. Van a salir brutos como el Beto,
ya me lo imagino... La verdad es que más que una chacarera me hubiera gustado bailar una
jota como las hermanitas López, que vivieron en la Capital y aprendieron danzas españolas
allá. Pero la señorita me dijo que ella no sabe bailar ni la jota, ni la sevillana..., nada con
castañuelas, y que la chacarera es bien argentina y se castañetea con los dedos.
Y me fui a ensayar la chacarera. El coro lo dirige la vicedirectora, la señorita Inés, porque
sabe, tiene buen oido y se había pasado escu- chando día y noche el disco de Los
Chalchaleros, así contó ella. Todo porque la señorita Paula, que es la profesora de música,
está embarazada y no se sabe si va a seguir trabajando después de que nazcan las
criaturas, porque tiene una panza gigante y todos dicen que va a tener dos o tres críos, por
lo menos.
La señorita Alicia dijo que no nos preocupáramos en ensayar el baile con el coro, que
mientras el coro se prepara con la señorita Inés, ella nos pone el disco de Los Chalchaleros,
y que así nosotros íbamos a aprender a bailar; y dijo que dos días antes de la fiesta,
hacemos el ensayo general, coro y baile, todos juntos y felices.
Cristina y Roberto, por un lado, Jorge y yo, por el otro, formábamos las dos parejas. Mi tía
Dora me dijo que es seguro que la señorita Alicia me eligió porque me había visto bailar una
zamba para la fiesta de la patria el año pasado, y que bailé hermoso hermoso porque tengo
gracia. Por suerte crecí, pero no tanto, porque el vestido de paisanita todo azul celeste con
cintas de colores, me queda justito después de que mi tía Dora le soltó el ruedo.
Es verdad que los varones son unos pataduras, porque Roberto también es un tronco
bailando, tanto, que en cada vuelta entera Cristina me mira y resopla, todo por no decirle a
Roberto que es un troncazo de ombú, y quedarse sin pareja, que es peor que bailar con
Roberto o con Jorge.
La señorita casi pierde la voz y la paciencia de tanto explicar lo mismo: "Comenzar con el
pie derecho, los brazos en alto, al costado, a la altura de los ojos para las castañetas...".
Apenas sonaban Los Chalchaleros, gritaba: "Adentro!", y siempre alguno de los troncos con
el giro, empezaba con el otro pie. Por eso creo que la señorita ya no dijo más lo del pie
derecho y siguió vuelta entera...
Mientras zarandeo: "Mañana cuando me muera, / si alguien se acuerda de mi,/levenme
donde nací, si quieren darme la gloria...", noto que están las Carlotas mirando el ensayo,
siempre juntitas andan de aquí para allá. Yo no le conté a la señorita Alicia que mi tía Dora
se va a ir a vivir a Buenos Aires, y menos que el novio es pero- nista, y menos que menos
que tiene bigotes gruesos, a ver si le cuenta a las Carlotas y después andan diciendo que
mi tía es una atorranta y esas cosas. A ninguna maestra se lo voy a contar, hasta que Dora
se vaya, por si acaso...
"La otra noche, a mis almohadas/ mojadas las encontré./ Mas ignoro si soñé,/o es que
despierto lloraba,/laralalala..."
"¡Aura!", dijo la señorita.
"... paisano le vuá pedir que..." "Giro y coronación", gritó
"Lalalalalero...!" Y por fin se acabó.
4. DEMONIOS SUELTOS
Llegó el día de la gran fiesta. La calle principal amaneció llena de banderines de colores y
dorada de estrellitas. Mi tía Dora me contó que los empleados de la municipalidad
trabajaron durante toda la madrugada. Al escenario lo armaron en la plaza, del otro lado de
la iglesia, para no ofender a ningún santo, si es que alguno del pueblo se emborrachaba; y
menos molestar al padre Horacio, que anda con los demonios sueltos porque el otro día le
pintaron de blanco: "SÍ AL DIVORCIO!", en la puerta de la iglesia, y de colorado otra contra
los frailes; esa no la vi porque la borraron más rapidito. La Mirta, que soporta todos los
sermones porque anda enamorada del Marito, el monaguillo, me contó que el otro día el
padre Horacio estuvo a los gritos contra los fieles ahí arrodillados. Eso porque no quiere que
los que estén casados se divorcien. Dora dice que sigamos el ejemplo de Elizabeth Taylor,
que con veinte años ya se casó dos veces. Y se ríe. Y mi mamá la reta porque me pone
pajaritos en la cabeza, Y ella le pregunta: "¿Qué es mejor, cambiar de marido o estar en el
martirio con un loco toda la vida?". Y mi mamá la mira y se persigna y la vuelve a mirar... Yo
un poco pienso como mi tía Dora, porque no me gustaría estar casada con un malvado
como el Felipe de El león de Francia, y tener que seguir con él aunque me enamore de uno
bueno y hermoso como el amado Rodolfo. Tampoco me gustaría que mi mamá se enamore
de otro y se separe de mi papá, como pasó con los Gutiérrez, que la Minga se fue de la
casa y dejó a los siete hijos. Algunos dicen que la enamoró un gitano que había acampado
cerca del arroyo y que regresó una noche y se la llevó. Pero mi tía dice que don Gutiérrez le
daba flor de zurra con el cinto todos los días y que la pobre no aguantó más. Me dan pena
los siete críos, porque si a don Gutiérrez le gusta pegar, capaz que ahora la ligan ellos. Mi
papá a veces grita, pero no es ningún malvado. Mi tía dice que no es obligación divorciarse,
que la que no quiere, que siga hasta el fin de sus días con el mismo. Por estas cosas del
divorcio en el pueblo andan todos medio peleados. Igual el pueblo cumple 90 años y hay
que festejarlo.
Me contó la Carmen que los varones de su grado, que son los más grandotes porque ya
terminan la primaria, están preparando alguna maldad para la noche.
-¿Y qué habrán preparado los muy malditos? -le pregunté dándole maíz a las palomas de la
plaza. Andaban juntando cajas. Yo vi que tenían cajas de zapatos, de turrones, de
chocolates... Se hacen los grandes, pero usan pantalones cortos, todavía.
-Sí, a mi almacén vino el Lázaro, y mi papá le dio las cajas de los bloquecitos Suchard que
tenía vacías, y de los paquetes de fideos y de los alfajores de maicena, también.
-Bueno, en esas cajas algo juntan... Algo feo, seguro, pero no sé qué será. minist Las
palomas se me subieron al hombro, a la cabeza, buscando más maíz.
-¡Qué pena que no esté don Lucio para sacarnos una foto con las palomas! Mirá lo
querendonas que están... -le dije mirando a una que comía de mi mano.
-Debe estar descansando, porque hoy va a tener mucho que fotografiar.
-Sí, seguro.
Y ahí venía la Marita con doña Adela. La Marita no puede caminar sin las muletas, por eso
siempre la acompaña la mamá. Da pena verla a la pobre con esas piernas flaquitas y esos
fierros feos con ganchos. Así quedó porque la agarró el bicho de la polio. A algunos chicos
el bicho los dejó inválidos, pero a otros, los mató directamente. En eso tuvo suerte la Marita.
Yo ando con mi bolsita de alcanfor siempre colgada para defenderme de las pestes.
-¿Cómo andan, chicas?
-Bien, doña Adela -le contestó la Carmen. Yo les sonreí. La Marita también me saludó con
una son- risa, un poco triste la vi. Y siguieron con las palomas alrededor. Y se paró Bartolito
para saludarnos.
-Chica..., cshical-dijo, medio gangoso y con la baba que se le chorreaba. -Hola Bartolito!-le
dije, y él se sacó la boina y empezó a cantar el himno. La Carmen me miró con picardía,
porque Bartolito siempre empieza cantando el himno y termina con la marchita peronista, a
veces al revés, o hace una ensalada muy divertida. Pero esta vez se distrajo y cuando llegó
a "oid el ruido de rotas cadenas..." se fue a correr a las palomas bamboleándose para un
lado y para el otro. Y nosotras largamos una carcajada. Pero después no me reí más por un
largo rato, porque en mi casa estaban todos muy nerviosos con el tema de las actuaciones.
Un poco yo también andaba nerviosa, porque pensaba en el desastre de bailarín que tenía
por compañero y me temblaban las piernas. Mi tía Dora preparó té de tilo para todo el
mundo. Hasta la Jacinta se tomó un tecito y, por la tarde, dos jarras de leche dieron sus
tetillas.
Antes de salir, Dora se miró en el espejo y no dijo nada, pero se vio linda, me di cuenta.
Tenía un vestido estampado, ajustado a la cintura y con un escote ba- jito, a lo Gina
Lollobrigida. Yo casi no me miré, pero Dora me dijo que estaba preciosa con mi vestido de
paisana y las dos trencitas. Mi mamá también estaba coqueta con un vestido azul a lunares
blancos. Ella no usa escotes bajos porque está casada. Mi papá con el traje de las fiestas y
de los velorios, bien presentado estaba. El Rolo y el Tonio se quedaron para atender las
mesas, también bien presentadas con nardos en el centro, En la vereda el Rolo me dio una
palmada en la cabeza. "Salí, nene, que me despeinás.... Y el Tonio, antes de despedirnos,
medio tembleque me dijo que con tanto apuro no había hecho la tarea. Yo soy su maestra,
porque el no fue a la escuela. Le estoy enseñando a leer y escribir con mi libro Upal de
primero inferior. "No importa, Tonio, mañana en un rato la hacés", le dije para tranquilizarlo,
porque es bastante atolondrado cuando se pone nervioso, y eso que también tomó el tilo
que preparó mi tía. Y nos fuimos para la plaza. Llena de sulkys y carros estaba la cuadra. El
rastrojero de mi tío Carlos se veía en la esquina. Seguro que mis primos andaban cerca.
¡FFFfff...!, soplé. Oíamos la voz de Lolita Torres que salía de los parlantes:
(...) Por ti contaría la arena del mar Por ti yo sería capaz de matar...
"¡Ahí va Bartolito...!", señaló mi tía Dora con la cabeza. Iba con su ropa de campo, desprolijo
como siempre. Y de repente, el cuarteto de mis insoportables primos, que me agarraron de
atrás. "Déjenla tranquila a Clarita", les dijo mi tía Rosalía, que es la hermana mayor de mi
mamá y de mi tía Dora. Panchito igual me tiró de una trenza, y mi tío Carlos le dio un
coscorrón en la cabeza. Los otros tres-Mauro, Marcos y Julián- largaron unas sonrisitas
tontas.
(...) Yo no me di cuenta de que te quería Hasta el mismo día en que te perdí...
Via Cristina que iba adelante por el camino de las piedritas coloradas. Hermosa estaba con
su vestido de paisana verde claro y sus trenzas largas como las mías.
(...) Y Mira que te lleve dentro de mi corazón
Por la salucita de la madre mía
Que te lo juro yo...
"Allá van los bailarines...", dijo Dora, y vi a Jorge con su mamá y a Roberto con su hermano.
"Están muy pitucos...", siguió mi mami y casi piso un sapo por mirarlos. Mi papá se encontró
con Paulino: "¿La afinaste?", le preguntó Paulino, y le señaló la guitarra con la cabeza.
Mi papá se rió con los ojos y caminamos todos juntos.
(...) Claro que la culpa de que esto pasara
No la tuvo nadie, nadie más que yo...
Vi a los grandotes de sexto que llevaban unas cajas. Andaban ocultando algo. Eran un
montón, como ocho, si no conté mal, porque se pusieron detrás de la palmera y la estatua
de los ángeles, y no los vi más.
(...) Yo que me rela porque esto acababa
Y ahora sufro y lloro,
porque se acabó…
Llegamos.
En el escenario estaba don Ernesto que, como tiene la voz parecida al locutor de la radio
Carlos D'Agostino, está siempre de presentador con un clavel rojo en el ojal. Clavelito, le
decimos, porque cuando no es primavera lleva un clavel de seda hecho por la Dolores, que
hace todas esas cositas lindas y las vende en la mercería. Y vinieron los discursos.
"Maíz-Oro", repitió el intendente para hablar del bello nombre que dio origen a nuestro
pueblo. Y todos aplaudimos. Y yo aplaudí mucho, mucho cuando nombró a mi abuelo
Pascual, que trabajó duro cuando solo había un álamo perdido en el pueblo. Y dio una
noticia que nos alegró a todos, porque anunció que el próximo año estaría colocada la
antena para que los maizoreños tengamos la ansiada televisión.
"Bravoooo! ¡Bravoooo...! ¡¡¡Maizoro, Maizoro, Maizoro hay uno solo!!!", con aplausos de pie.
Y sonrisas. Y apareció Bartolito cantando el himno y lo bajaron de un salto. Y siguió el
presidente del club social, con su voz finita y aburrida. En eso lo veo al Lito, y el corazón me
empezó a hacer ¡pum, pum! y casi me desmayo de la emoción. Ahí llegó la señora Amalia
con los ojos muy pintados y un rodete banana en la cabeza, para decirnos que nos
quedemos ahí cerquita porque en cualquier momento nos llamaban para actuar. Éramos un
montón que estábamos esperando, así que cuando escucháramos a Clavelito anunciar la
chacarera, los cuatro teníamos que saltar como un resorte.
Las señoritas Alicia e Inés nos avisaron que después del dúo Paulino-Pascual, actuaba
nuestro grado. El coro en unas gradas y los bailarines al escenario. Ellas trataban de
tranquilizarnos, pero estaban más nerviosas arreglaba el volado que todo cuarto grado. Les
hubiera venido bien un tecito de tilo, me dijo Dora, mientras me con del vestido y miraba
para las gradas donde acababan de sentarse las Carlotas al lado del señor intendente, y
justo justito detrás, el Beto, con un traje marrón, peinado con mucha gomina. -Mirá el
fanfarrón-me dijo Dora-, lo voy a dejar bosta cuando me vea en el escenario. Y dijo algo
más, pero no la oí por culpa del silbato del tren de carga que no terminaba de pasar.
Y, como sentí que se me deslizaba la vincha del pelo, le pregunté con la mano en mi
cabeza:
¿Estoy bien?
Me arregló la vincha mientras no paraba de mirar para el lado del Beto. Cincuenta tecitos de
tilo necesitaba mi tía ahora. -Estás hermosa, corazona -siempre me dice así, mi tía adorada.
Y en ese instante escuchamos a Clavelito decir: "Con ustedeeees, la señorita Dora
Rodríguez recitará "Esto es amor", del gran poeta españooool Lope de Vega.
Dora salió como un cohete para el escenario. Estaba preciosa, preciosa con ese vestido con
flores estampadas. Se paró frente al micrófono y mirando al público (en especial al Beto que
estaba todo colorado), dijo:
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo, mil olib b leal, traidor, cobarde
y animoso;
Don Lucio le sacó una foto y Dora se iluminó más todavía. Las Carlotas se codeaban y
tenían los ojos bien saltones.
no hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, enojado,
valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso;
Cuando dijo "receloso", Dora hizo un golpe de caderas, y las flores del vestido parecían
volar por el esce- nario. Y el Beto casi se cae del asiento de lo tembleque que estaba.
huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor suave, olvidar el provecho, amar el
daño;
Cuando dijo "beber veneno por licor suave", se tocó los labios y llevó la mano hasta sus
pechos, acariciándose el corazón. Y el Beto desmayándose. Y el padre Horacio que
acababa de llegar, se persignó. Y don Lucio le sacó otra foto.
creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño; esto es AMOR,
quien lo probó lo sabe.
Y se alejó del micrófono para hacer una reverencia de princesa, como la actriz de cine que
es. Y el público estalló en un aplauso, menos las que sabemos, las harpías. Y el Beto
tampoco aplaudió, porque usó las manos para secarse el sudor que le caía por su cara a
colorada. A mi tía no la pude abrazar porque bajó por el otro lado del escenario, pero mi
mamá le dio un abrazo tan fuerte que los lunares y las flores de los vestidos se juntaron por
un rato. Enseguida Clavelito, gritó:
"El dúo Paulinoo00 - Pascuaaaaaaal!!!, guitarra. ¡Adelante, caballeros! en voz y
Paulino y mi papá subieron al escenario. "¡Viva, viva!". Los aplausos no los dejaban
comenzar. Entonces mi papá, que es almacenero pero es de mucho leer, tomó el micrófono
y agradeció diciendo que en la antigüedad se comenzaba con los aplausos para espantar a
los demo- nios, y que con los aplausos que ellos habían recibido, los demonios se habían
ido para no volver hasta los 200 años de Maizoro. Y más aplausos. Y don Lucio tomó una
foto. Ahí lo veo al Rolo, que seguro escuchó por los parlantes que hablaba nuestro padre, y
lo dejó al Tonio solo para atender el almacén. Y se escucharon los primeros acordes de
Silueta porteña, y yo nerviosa porque faltaba poquito...
Cuando tú pasas caminando por las calles, /repiqueteando tu taquito en la vereda, / marcas
compases de cadencias melodiosas,/ de una milonga juguetona y callejera...
El público de pie pidiendo "¡Otra, otra...!". Pero no. Clavelito anunció:
"Coro y baile de la chacarera Añoranzas, interpretada por los niños de cuarto grado".
¡Aplausos!
Y veo que a Jorge le colgaba de la cintura un balero por boleadoras. Subimos. Por la cara
de Cristina y de Roberto, me di cuenta de que también habían visto el balero. ¿Pero para
qué?, me preguntaba yo, si ni siquiera hacía falta llevar boleadoras....
¡Aplausos!
Y en la cabeza me daba vueltas "pie derecho, derechita, avance y retroceso...".
Y escucho la voz de la señorita Alicia:
¡Adentro! -
Y casi me desmayo, pero no, seguí adelante... "Cuando salí de Santiago, todo el camino
lloré...", cantaba el coro.
"Zarandeo y zapateo". Y vuelve la voz de la señorita Alicia:
-¡Aura! "...Paisano, le vuá a pedir,/tirenme en campo abierto/ pero allá donde nací...".
Y por fin hicimos el giro y la coronación final. Y estallaron los aplausos. ¡FFFFffff! Y foto de
don Lucio. Y dimos las gracias. Y cuando bajamos nos esperaban los besos de la familia.
Todos muy felices estaban. El Rolo, que es muy boca sucia, se mandó una guarangada
mientras me despeinaba el flequillo y mi mamá le paró el carro. Y llegaron unas empanadas
con refresco de granadina con soda. ¡Uy, qué rico! Y en la bandeja saltó una langosta y dos.
¡Qué raro! Y otra más. Y Clavelito siguió con los agradecimientos y luego presentó a:
-¡Nazareno Cruz y el lobo!, representación teatral, interpretada por alumnos de sexto grado.
Todos los presentes aplaudimos con entusiasmo por ver la terrorífica historia del radioteatro
más escuchado el año pasado. Yo temblaba todas las tardes frente a la radio, porque saber
que Nazareno, por ser el séptimo hijo varón, en las noches de luna llena se convertiría en
lobizón, me daba miedo. Y que esas noches saldría a asesinar personas arrancándoles las
entrañas, más que terror me daba. Y que una de esas personas podría ser su amada
Griselda, me quitaba el sueño. Apenas sube Nazareno, interpretado por Armando López,
una voz de bocina, le grita:
-¡Armando, sorete blando! -Y empiezan las carcajadas. Y una lluvia de langostas cayó sobre
el escenario y las primeras filas donde estaba el intendente. Clavelito las espantaba con los
papeles que tenía en la mano, y tanto zarandeo, perdió el clavel y se puso como loco. Igual
la locura de Clavelito fue un poroto al lado de la que le agarró a Nazareno, que de
muchacho bueno se convirtió en lobizón, y eso que no había luna llena. A los manotazos
trataba de asesinar a las langostas que le saltaban cerca. Y lanzaba semejantes groserías
al aire que había que taparse las orejas. Bueno, primero in- sultaba al aire, pero enseguida
empezó a insultar con nombre y apellido a todos sus cariñosos compañeritos de sexto
grado, los de las cajas secretas. Y el padre Horacio gritó que el demonio estaba entre
nosotros. Y las lan- gostas en vez de alejarse, seguían enloquecidas y todos estábamos a
los manotazos. Vi a mi mamá y a Dora a los saltos. El Rolo se reía como un loco, divertido.
Lo busqué al Lito con los ojos y no lo vi. Los actores sacadian sus disfraces y empeoraban
la cosa. El intendente quiso subir al escenario para pedir calma, pero se le adelantó
Bartolito, que tomó el micrófono y con voz gangosa empezó: "Looooos muchachos
peronistas, todos unides triunfaremos... Oid el ruido de rotas cadenas... Libertad, libertad,
libertad". El Rolo lo coreaba a Bartolito ...loooos muchachos peronistas...", y mi papá le
volvió a parar el carro. Y alguien lo bajó del escenario a Bartolito. Y el padre Horacio volvió
a gritar contra los demonios. Y pusieron a Lolita Torres otra vez por los parlantes, y
apagaron las luces. Y la fiesta se acabó.
5. ¡CHAFF! ¡CHAFF!
El Tonio no tiene ni padre ni madre ni maestra, pero me tiene a mí, por suerte, que le doy
clases día por medio y está aprendiendo a leer y escribir. Menos de veinte años debe tener
el Tonio, me supongo. Nunca le pregunté.
-Clariiitaaaaa, maestra cirueeelaaaa! -me dijo el Rolo y me dio un coscorrón en la cabeza,
de pasadita por el patio.
-Mamaaaaa!, mirá al Rolo que me pega! -Y salió disparando el boca sucia.
-Rolooo, dejá a tu hermana tranquila! -gritó mi mamá desde la cocina-¡Y andá a darle agua
a la Jacinta...! Ni un domingo puedo cocinar tranquila, por Dios…
-Sigamos Tonio, no le hagamos caso. --Si, si-me respondió, con los ojos sobre el libro de
lectura. -¿Acá qué dice? -Y le señalé unas palabras.
-A...Ammo a mmi m...ma mmá.
-Muy bien, "Amo a mi mamá". -Pooobre Tonio... En todo el libro había dibujos de una mamá
muy amorosa con sus hijos. Y siguió leyendo:
-Nennne mmmimoso.
-¡Muy bien, Tonio...!-Siempre le digo así, porque el Tonio mira como si le tuviera miedo a
casi todo. Y llegó mi tía Dora con una lata de pintura colorada en una mano y un pincel en la
otra. -Clarita, Tonio, ¡miren! -nos llamó, señalando para el fondo.
Y fuimos.
Todas las macetas pintaditas de colorado quedaron.
Menos la escupidera de la abuela Rosita, porque esa es sagrada. Hermosas se ven ahí las
florecitas azules.
-Quiero dejar el jardín arregladito antes de irme -dijo mi tía.
Y a mí se me estrujó algo en la garganta de solo pensar que faltaba poco para que se fuera
mi tía para la Capital.
Ahí entraron mis cuatro primos. Como salvajes me saludaron y salieron corriendo para el
fondo a molestar a la Jacinta. La pobre apenas los vio empezó a protestar con sus mugidos.
El Tonio guardó rápido su cuaderno y salió corriendo a defenderla. El Corcho y la Tapita,
también. Enseguida llegó mi tía Rosalía con dos hebillas con pintitas plateadas. "Para mi
querida sobrina", dijo, y ella misma me las colocó
En los almuerzos con mis tíos y mis primos siempre pasa algo. Mi mamá dice a cada rato
que tengamos el almuerzo en paz, porque sabe que si Panchito no tira una miga, la tira
Mauro, y si no, la tira Julián y si no Marcos o los cuatro tarúpidos juntos... Yo ni loca me
achico, porque no me voy a quedar como una zonza recibiendo migas de esos salvajes. Mi
tío Carlos los amenaza con sacar el cinto y ahí paran un rato. A mi tío Carlos todos le
tenemos un poco de miedo, porque mira con ojos que asustan y siempre cuenta cosas feas
de los dos hermanos militares que viven en la Capital. Mi tía Dora mucho no lo quiere a mi
tío, y eso que es su cuñado, porque la hace llorar a mi tía Rosalía, que es un amor con
todos, hasta con los cuatro hijos salvajes que le tocaron en la vida. De soltera cantaba
hermoso mi tía Rosalía, pero después que se casó, parece que se le enfermó la voz, dice
mi mamá, porque nunca más ni el arroz con leche canta.
Yo le empecé a tener más miedo al tío Carlos el día que mató a mi perro Centinela. Lo
llevábamos cada vez que íbamos a la chacra campo. para que corriera libre por el Pero un
día le dio un escopetazo, ¡plum!, y me lo mató. Dijo que se lo confundió con una comadreja
e andaba comiéndole las gallinas. Todo porque había que mucha niebla, dijo, y me lo
desangró como a una gallina al Centinela. Pobrecito. Al Corcho y a la Tapita nunca los
llevamos al campo.
Las mujeres pusimos la mesa. Mi mamá estaba contenta porque estrenamos mantel nuevo
de cuadrillé azul y blanco. Hermoso, "¡Qué menos para despedir a una hermana!", dijo. Se
lo compró a Lala, que enviudó y se quedó con la tienda del finado Gregorio. A mí me gusta
poner los cubiertos como me enseñó mi tía Dora, ella lo aprendió de ver las mesas bien
servidas de los restaurantes finos de Buenos Aires. El cuchillo a la derecha con el filo
mirando al plato, si hay sopa o guiso, la cuchara pegadita al cuchillo, el tenedor a la
izquierda. No pongo cuchara de postre porque no tenemos y usamos la del mate cocido.
Mi papá sirve la picada y el vermut. El queso y los salamines son de la chacra de mi tío
Carlos. Yo preparo la granadina con soda para las mujeres de la casa, para los chicos y
también para el Tonio, porque mi papá no quiere que beba alcohol, así después trabaja y no
duerme la mona porque hay mucho para hacer aunque sea domingo. Al Rolo lo deja tomar
un poco, nomás, pero no quiere que fume y le prohibió pasar por donde están los cigarrillos.
Mi hermano fuma igual, me pide a mí que le traiga un cigarrillo del paquete abierto de los
Fontanares que se venden sueltos. Hacemos cambio, yo le doy un cigarrillo y él me da un
caramelo Mu-Mu, porque yo tengo prohibido pasar por el lugar de las golosinas. "¡Basta de
comer esas porquerías que después tu madre te tiene que estar curando el empacho!", dice
mi papá; pero bien que le gusta venderlas.
Los ravioles estaban riquísimos, como siempre, porque mi mamá los amasa el sábado y los
deja sobre la mesa de la cocina todos blanquitos de harina. La salsa de tomate con un poco
de albahaca la preparó mi tía Dora. Riquísima también.
Mientras comíamos los ravioles, mi tía Dora contaba de su viaje a Buenos Aires. Estaba
contenta y mostró una postal de la Avenida de Mayo. "Ven, aquí voy a trabajar", dijo, y
marcó con el dedo un cartel, que si uno ponía bien el ojo, se podía leer Café Tortoni, con
dos bolas luminosas a cada lado. Muy pituco se veía. La foto pasó de mano en mano. Yo se
la pasé a mi tía Rosalía que estaba al ladito mío. Mi tío Carlos la miró de reojo, porque
mucho no le gusta que la mujer trabaje fuera de la casa. Cuando mi primo Julián vio la foto,
le preguntó adónde iba a vivir allá, porque él conoce la Capital por la vez que fue a operarse
de algo que tenía en las partes íntimas y que ya no tiene más, y Dora habló de la pensión y
de su amiga Raquel, pero de su novio Raúl no dijo ni mu. Después contó que se estaba por
estrenar la nueva película de Lolita Torres, Un novio para Laura, dijo que se llamaba, y que
ella había hecho un papel pequeño, pero que estaba muy contenta. Mi tio esperó a que
Dora se levantara a traer la sal decir para que las actrices tenían una vida un poco ligera...,
por lo que se contaba en las revistas, agregó, pero todos nos dimos cuenta que era él el
que pensaba mal de Dora, y nos miramos con la boca cerrada. "Aquí está la sal", dijo Dora
porque no se acordaba quién se la había pedido. Y mis primos quietitos como estatuas
comían, porque mi tío ya los había amansado con la mano en el cinto y con los ojos
también. Yo me levanté para ir al baño, y cuando regresé oí a mi tío Carlos decir que en
cualquier momento abren un prostíbulo en Maizoro. "Así estamos-dijo- en estos tiempos que
no se respeta ni lo que Dios ha unido". Entonces el Rolo empezó con sus chistes, y como
algunos eran demasiado picantes, mi mamá le dijo que los dejara para contárselos a sus
amigos, que acá estábamos en familia. Ahí mis primos empezaron con las adivinanzas:
"Pere que va, jil que camina, zonzo será el que no la adivina", siempre la misma. Igual nos
reímos.
Llegó el postre. Flan casero. Mi mamá pregunta hay nadie quién lo quiere con dulce de
leche, y mi papá siempre le dice que para qué hace esa pregunta si no hay nadie que se
resista al dulce de leche. Y todos nos reímos. Y el dictador ahí fue que mi tío Carlos dijo que
en Buenos Aires se cocinaba una interesante revuelta contra el director que nos gobierna
así dijo, y todos entendimos de quien se trataba, y yo me imaginé que hacía ¡chaff! y se
pasaba la mano por el cuello como la Laurita.
Mi papá le dijo que mejor sería esperar las próximas elecciones, porque así había
empezado la guerra en Es- paña, y dijo otras cosas horribles que nos podían pasar, porque
la guerra es bien fea y triste, eso lo sé por don Bautista, el cartero, que estuvo allá en
Europa, entre cenizas... Y mi tío le contestó que para las elecciones faltaba bastante..., que
había que luchar por la libertad como lo hicieron nuestros patriotas... "¡Qué se puede
esperar de un tirano que quiere el divorcio y los pros- tíbulos!", dijo, y la miró a Dora. Y Dora
se levantó de golpe y dejó el postre por la mitad, con el dulce de leche y todo. Mi mamá se
apretó el labio con los dientes y la siguió rapidito. El Rolo me miró y levantó las cejas. Con
el Tonio nos miramos asustados. Mi tía Rosalía me acarició la cabeza. Algo más dijo mi tío
haciendo chaff! con las palabras. Y mi papá cambió de tema. Y se pusieron a hablar de la
partida de truco en la feria de los novillos, de la carrera de Fangio, que ya era doble
campeón, y de la gran pelea de Pascualito Pérez en el Japón. Y mis primos como salvajes
empezaron a las piñas. Y yo me quedé así, barriendo las miguitas de pan en el mantel
cuadrillé.
6. ADIÓS, CORAZONA
Yo tengo un montón de palabras en la cabeza y cuando me voy a dormir, se me dibujan.
Entonces sueño. A veces bonito, a colores. Colores suavecitos y eso me gusta. Como la
vez que soñé que estaba en un campo inmenso, verde, verde y un cielo celeste, celeste. Y
había una vaca, que seguro que era la Jacinta. Y me hamacaba, así, laaa- argo y llegaba al
cielo, y caía en el verde. Cielo, campo. Cielo, campo... Y se me llenaba el pecho de airecito
fresco. Ese fue un sueño lindo, tan lindo que cuando me desperté quería volver a soñarlo.
Pero una noche antes de que Dora parta para la Capital, soñé feo. Ella siempre me saluda
con un "Que tengas hermosos sueños, corazona, y se duerme. Pero esa noche me quedé
triste,, y me dormí mirando su valija abierta apoyada en la silla. Queda tan poquito para que
Dora se vaya al pueblo pensaba, y unas lagrimitas se me salían solas. Y soñé feo, gris y
blanco. Como una película de niebla, o de humo. Yo era yo, pero estaba con un hombre
desconocido, con arrugas, viejo, que tenía sangre en la boca. Sabía sangre, no sé..., raro.
El lugar era extraño y oía gritos y tiros y yo corría y no podía respirar y caminaba pesada,
como si pisara arena o cenizas, y mis manos también con sangre y el viejo gritaba y se
perdía entre el humo, llorando. Y alguien me tapaba la boca. Y me desperté de golpe y el
corazón ¡pum, pum, pum...! Di arcadas. Me senté rápido en la cama, traspirada. Y al correr
las sábanas, grité:
-¡Doraaaa! ¡Saaangreeeeee...! De un salto, Dora estaba conmigo.
-¡Mirá! -Le mostré las sábanas ensangrentadas y mis piernas también.
--Tranquila, corazona, tranquila, que te hiciste señorita.
Y me abrazó largo, largo. Un poco por hacerme señorita, pero otro poco porque mañana se
iba del pueblo. Todos estábamos nerviosos.
Yo que me hice señorita.
Mi tía Dora de preparativos. Que esto lo dejo aquí. Que esto me lo llevo para allá.
Mi papá dele renegar con la bomba de agua, y la Jacinta con sed.
Y el calor insoportable que llegó con la primavera. Y el Rolo en el almacén, con trompa,
porque la polenta se había abichado.
Y yo que me hice señorita.
Y mi mamá pelando las papas. ¡Ay...!, se cortó por apurada. Y el Tonio en el gallinero a los
gritos.
¡Cocorocó...!, hizo el Felipillo, como en las mañanitas. La Sonia dormía tranquila sobre mi
cama, por suerte.
Y las fotos de los muertos sobre el aparador adornadas con claveles.
Entré a la pieza. Dora seguía con la valija. Me miró con sus ojazos negros y me dijo:
-Te voy a dejar siendo una hermosa señorita. -Y me sacudió el flequillo.
-¿Y cuándo voy a usar corpiño? -A ver, a ver... -se alejó un poquito para verme-. No falta
mucho, corazona.
Y la ayudé a elegir los libros que se iba a llevar.
-Algunos quedan para vos, porque en la pensión mucho lugar no tengo. Además, son muy
pesados.
El primero que puso en la valija fue el libro de poemas de Lope de Vega, que no es familiar
del boticario, como pensaba el Beto. Y mientras tanto empezó a recitarlo: "Desmayarse,
atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo...". Y siguió con Fuenteovejuna, una
obra de teatro también del famoso Lope de Vega. Pero antes de guardarlo, lo abrió, y
haciendo la voz de una tal Laurencia, leyó: "¡Cuántas mozas en la villa del Comendador
fiadas, andan ya descalabradas!". Y nos reímos juntas. Y me acordé que una vez en el
pueblo el intendente quiso cerrar un camino que daba a su estancia, y los que tenían que
pasar tenían que hacer como tres leguas más. Y se armó un lío bárbaro, y Dora decía que
aquí tenía que haber un Fuenteovejuna, y yo le pregunté qué era eso, y ella me contó que
Fuente Ovejuna, hace como 500 intendente, años, era un pueblo que estaba maltratado por
un Comendador, que es como un gobernador o un algo así, y que todos se unieron y
mataron al malvado. Y me leyó unas partecitas de la obra. En Maizoro no mataron a nadie,
pero como hubo bastante bochinche, el intendente no cerró el camino.
Dora siguió con los libros. Eligió, eligió y puso dos más en la valija. Los demás para mí. Yo
los guardé al ladito de mi diccionario Larousse, que es muy pequeño porque no tiene todas,
todas las palabras. Ahí Dora me dijo que la caja de madera con el gaucho todo pin- tadito
de colores quedaba vacía en el ropero, para que yo guardara las cartas que ella me iba a
mandar desde Buenos Aires. Y me agarró una cosa rara en la gar- ganta. Entonces le conté
mi sueño de niebla y sangre y de todo eso que me asfixiaba. Ella me abrazó y me dijo que
los sueños son un poco locos y a veces no tanto... Que parecía como si yo hubiera estado
en una guerra. Que tal vez me habían impresionado los cuentos de don Bautista, porque
cada vez que vamos con Dora a llevar alguna carta al correo, él sale con los bombardeos
de allá en Europa y cuenta que estuvo por morirse escondido entre escombros y que por
eso renguea y que también tiene mal los pulmones de haber respirado tanto humo y polvo...
Siempre con lo mismo don Bautista. Por ahí tiene razón mi tía Dora, que esos cuentos me
traen malos sueños.
"Este me lo llevo por si refresca en el verano", me dijo Dora, y guardó su saquito de hilo
celeste. Y me contó que había hablado por teléfono con Raúl y que me mandaba saludos,
que ella siempre le habla de mí, de la "sobrina más tierna y hermosa del planeta", y que
quiere conocerme personalmente porque solo por fotos me vio. -¿Qué foto le mostraste? -le
pregunté.
-Esta!-dijo con alegría. patrono esa foto, porque Era la foto de cuando fuimos a la kermese
del de la escuela. Mucho no me gustaba que parecía una nenita con esos moños blancos y
enormes. Más me hubiera gustado que le mostrara la foto don Lucio trajo el otro día, donde
estoy de paisana bailando la chacarera. Antes de que nos invadieran las langostas de los
grandotes de sexto. Ahí sí que parezco más señorita.
De golpe vi las perchas vacías que quedaban en el ropero y me vino otra vez la tristeza,
pero de eso no le dije nada a mi tía, solo me salió preguntarle que cuántas tortitas negras
había preparado para los vecinos que pasarían por el almacén para desearle suerte en la
gran ciudad.
-¡Usé una bolsa de azúcar negra, imaginate corazona! -Ummmm...!-Y me pasé la lengua
por los labios. Casi que terminamos con la valija, cuando el Rolo nos llamó porque ya había
cola en el almacén.
-¿Qué se le ofrece, doña Adela? -preguntó Dora. -Yerba y azúcar para el mate, Dorita.
Adela estaba con la Marita que tenía un vestido blanco con flores amarillas, muy bonito,
bastante largo, pero igual se le veían los fierros de las piernas. Siempre lleva la pulserita de
dijes la Marita, y le gusta mover la muñeca para que se la vean. Pobre. Después de pedir la
yerba y el azúcar, Adela dejó una lista de mercadería para el cumpleaños de la Marita. Y
dijo que yo estaba invitada. La Marita me sonrió y le sonaron los dijes. Es buena la pobre.
"Gracias", les dije. La saludaron a Dora con un beso, y le desearon suerte en su carrera de
actriz. Que si la veía a Lolita Torres le pidiera un autógrafo. Se llevaron dos tortitas negras
para el mate y se fueron en- seguida porque tenían que hacer. El Corcho y la Tapita las
olfatearon moviendo la cola. Y ahí llegó Clavelito, con dos claveles, uno rojo en el ojal, y uno
blanco que se lo regaló a mi tía. "Gracias, gracias", se pasó diciendo ella. Y siguió
repartiendo sonrisas y tortitas negras.
Y llegó don Vega con la Laurita. -¡Vamos...!-le dije a la Laurita.
Y empezamos con el "Ay chumba caracachumba. Ay chumba y olé...", cerca de la ventana.
"Ay chumba caracachumba. Ay chumba y olé... Ay chumba caracachumba, qué bonita
usted...". Y mi mamá lo mandó al Tonio a servir el mate cocido que es para acompañar las
tortitas. "Ay chumba caracachumba. Ay chumba y olé...".
En eso veo que llegaba Paulino con un regalo para mi tía. Pero no. Era otra cosa. Y
cortamos el "Ay chumba caracachumba..." y nos fuimos a ver lo que era.
Paulino abrió un paquete y dijo: -¿Ven?, hoy amaneció la plaza de Maizoro salpicada con
estos ¡sucios volantes contra el General! Hasta la estatua de los angelitos tenía panfletos...
Todos mirábamos sorprendidos. Don Vega lo corrigió:
-Sería más correcto decir: ¡Volantes contra el tirano! No le parece, Paulino?
Por la cara de don Vega me imaginé que Perón era como el malvado Felipe de El león de
Francia con un hierro caliente quemando los ojos de la gente que quería la libertad. La
Laurita me miró asustada p lo conoce muy bien a su papá. Y Paulino, que no sole tiene una
voz hermosa para cantar, sino también cuando habla, le contestó que él (y lo señaló a don
Vega) solo era un contrera, que Perón no era ningún tirano porque había ganado por un
montón de votos. Ahí Perón se me empezó a poner un poco bueno. Don Vega se pasó la
mano por la boca, como para agarrar las palabras, pero igual le contestó que no hiciera
alarde de los votos, que muchos eran de los cabecitas negras; como que eran votos de
porquería le quiso decir. Y Paulino apretó el puño con unos volantes en la mano y le dijo
que zoro y toda la Argentina, de norte a sur, la ciudad, mucho habían crecido..., que del Mai-
campo a el General era como un libertador, algo así de grande dijo. Y ahí pensé que Perón
se volvía bueno y levantaba la espada como San Martín para liberarnos. Y don Vega le dijo
que justo lo que faltaba era libertad y que.... Ahí Paulino lo cortó y le dijo que seguro que él
(y volvió a señalarlo como mi mamá dice que yo no tengo que hacer cuando hablo) algo
tenía que ver con esos sucios panfletos (y levantó el puño), porque todos sabíamos que en
el fondo de su farmacia escondía un mimeógrafo. Y se armó la rosca con los ojos y las
cejas y los pechos que se inflaban como a tirarse de cabeza en el arroyo... Y antes de que
don Vega le responda más enfurecido que el malvado Felipe, y que Paulino saque la
espada de San Martín, mi papá les paró el carro a los dos y les recordó que estaban en el
almacén Don Pascual. Ni en un comité (y lo miró a don Vega), ni en una unidad básica (y lo
miró a Paulino). Que estábamos despidiendo a nuestra querida Dorita Rodríguez que se va
a probar suerte a la Capital. Dora hizo una sonrisa detrás del mostrador. Y se acabó la
discusión. Y el Tonio, que miraba con miedo, siguió repartiendo el mate cocido. Y don Vega
y Paulino se quedaron con las caras largas embuchando las tortitas negras. A la mañana,
muy tempranito, oí que Dora se preparaba para irse. Despacito, para no despertarme, pero
yo hacía rato que estaba despierta. Calladita. Ni mu dije. Silencio como la Jacinta. Tampoco
me volví a dormir, porque un montón de figuras feas pasaban por mi cabeza y me daba
miedo de que se volvieran pesadilla. Ni loca iba a estar otra vez entre el humo y las cenizas
que me asfixiaban. Cocorocó, cantó el Felipillo, y un rayito de luz entró por la claraboya, y
me di cuenta de que había llegado la mañana, y de que mi tía Dora se iba en un ratito
nomás, y de que unas lagrimitas me caían solas, pero que no tenía que llorar porque ya era
una señorita.
7. TE EXTRAÑO
Desde que se fue mi tía Dora, los días se estiran esperando sus cartas, así, laaaargos como
los chicles Bazooka. Encima llegó el verano y el calor... Y como terminaron las clases, más
largos se me hacen los días y las noches también. El viernes, por suerte, se me pasó rápido
porque vino mi tía Rosalía a llevarlo a mi primo Julián al doctor Pedemonte, para un control
bastante secreto. Sin Panchito ni Marcos ni Mauro, Julián está hecho una seda. Para mí
que les deja el salvajismo a sus hermanos, porque hasta juega conmigo a la payana. Me
encanta jugar a la payana aunque mi mamá me diga que soy una machona.
-Yo traje estas, Clarita-me dijo Julián y sacó las cinco piedritas del bolsillo de su pantalón.
-Están buenas, Julián. Igual yo por si acaso, tengo una lata llena. Las fui juntando camino a
la escuela. Abrí la lata y no estaba tan llena como pensaba. Seguro que el Tonio las había
usado con su gomera. Nos sentamos en el piso del patio bajo la parra, que ahora está
prolijo porque mi papá lo dejó lisito con las bolsas de materiales que le dio el municipio y así
ju- gamos sin ensuciarnos las manos. Tiré las piedritas al aire, bien alto, para que me diera
el tiempo de levantar una, dos, tres, cuatro piedritas juntas. Julián también hizo lo mismo,
pero yo le gané dos vueltas, y eso que soy zurda de nacimiento. Puso trompa por el
resultado porque no le gusta perder con una mujercita. Y menos después de lo que le
hicieron en Buenos Aires. Dora me contó que le habían operado sus partes íntimas. Mi
mamá no habla de la operación, pero se pone colorada. La Laurita, que es sobrina del
doctor Pedemonte, me contó que le habían cortado el pito a Julián, y que por eso es el
menos salvaje de los cuatro hermanos. Al doctor Pedemonte vamos todos los de Maizoro
porque sabe curar muchas partes del cuerpo, de adentro y de afuera; pero no opera, por
eso mi primo Julián se fue a Buenos Aires, para que le corten algo que tiene el pito, me
explicó Dora, que no me acuerdo como se llama, pero que no es como dijo la Laurita, que
es un poco exagerada.
Mi mamá va seguido a verlo al doctor, porque le salieron unas manchitas en el cuerpo. Si el
doctor no se las cura va a tener que ir a Buenos Aires también.
Dora le está averiguando para que la vea algún buen especialista, le dijo en la última carta.
Fuiste a ver al doctor Pedemonte, el que se tiró un pedo en el monte?", decíamos los chicos
de la escuela y nos descostillábamos de la risa. Eso lo hacíamos en ter cero, pero ahora
que pasamos a quinto, hacemos chistes más asquerosos, pero no con el doctor.
-¿Hoy vas a verlo al doctor Pedemonte, Julián? -Si, en un rato. Tengo turno al mediodía -me
respondió y se fue rapidito para el baño.
Yo fui para la cocina. Mi mamá charlaba con mi tía Rosalía mientras abría una de las
puertitas de hierro y revolvía la leña con el pinche. "Cuidado Clarita que saltan las chispas",
me dijo cuando pasé para sentarme a conversar con ellas, pero noté que cambiaban de
tema, porque empezaron a hablar de que la Jacinta extrañaba a Dora, y que la pobre daba
poca leche...
El sol entraba por las ventanas y la cara de mi tía Rosalía se veía más ojerosa, cansada y
tenía moretones en los brazos. -¿Qué te pasó, tía? --le pregunté.
-Nada, Clarita, fue en el corral que me golpeé. Me mintió, me di cuenta. Y llegó Julián. Y mi
tía me dijo que me dejaba unos ricos quesos preparados en su granja, que me iban a gustar
mucho... Y tomó un bolso... "Vamos Julián que ya es la hora". Y se fueron. Al almacén llegó
don Ernesto, al que todos le decimos Clavelito, menos mis padres que dicen que no es
respetuoso tratar así a un hombre mayor. Si, mayor y coqueto porque anda con un clavel
blanco en el ojal que lo perfuma todo. Contento estaba Clavelito con el anuncio en de que el
elenco de Nazareno Cruz y el lobo viene unos meses a representar la obra en el club del
pueblo. El Tonio casi se cae de la escalera por la sorpresa, pero solo se le cayeron unos
paquetes de galletitas. "Yo puedo hacer un cartel con el anuncio, y lo cuelgo aquí...", dijo mi
papá, y señaló el espacio que queda entre la publicidad del Toddy y el de la Crush donde
está el nene de la remera rayada, tan lindo. Mi mamá lo convidó con un mate a Clavelito, de
lo contenta que estaba. -Sírvase un amargo, don Ernesto -le dijo.
Yo tenía ganas de preguntarle un montón de cosas, pero solo le pregunté si teníamos que
esperar a que se haga la luna llena para ver al lobizón. Y Clavelito me dijo que hasta la
salida de la luna estaba preparada por gran director Mario Filippis, con dos "p", dijo. Y yo
me di cuenta de que ese señor era muy importante. Y ahí Clavelito hizo su pedido de
mercadería:
-Don Pascual, prepáreme medio kilo de galletas y dos salamines... Y no se olvide de darme
tres productos de la señora del cantor de la madrugada. Yo me quedé mirándolo mientras
mi papá se reía y le envolvía tres huevos con una hoja de la revista Idilio. Me encanta leer
las fotonovelas, pero mi papá me reta porque son para loquitas, dice, y las usa para
envolver la mercadería.
-Tómese el del estribo, don Ernesto -le dijo mi mamá ofreciéndole otro mate, muerta de la
risa.
-Se lo acepto, doña Teresa, para no quedar rengo. Y antes de irse, agregó: -Y mándele mis
saludos a la señorita Dora cuando le escriba. A la tarde le escribí a mi tía Dora. Primero con
la cabeza, porque no quería ponerle todo lo que la extrañaba y dejarla preocupada. Hubiera
empezado diciéndole: "Te extraño mucho, tanto que me duele aquí en el pecho", y se lo
hubiera escrito cien veces, tantas como la señorita Alicia me hacía escribir correctamente
las palabras con faltas ortográficas. No. Así no. Ya bastante tiene Dora con todo lo que hace
para conseguir unos pesos y poder pagar la pensión, comer y comprarse alguna tela para
hacerse un vestidito. En su primera carta me cuenta que está contenta porque Raquel y
Raúl la ayudan mucho, aunque extraña un poco y a mí más. "Te extraño mucho, corazona",
me escribió y me mandó una foto de ella con Raúl, lindos los dos en la Plaza de Mayo con
las palomas. Me dio emoción verlos ahí frente al Cabildo donde estuvieron los patriotas. Me
contó Dora que enfrente está la Casa Rosada y más cerca la Catedral de Buenos Aires, que
es el lugar donde están los sacerdotes con las sotanas más brillantes; así me puso, y la
imaginé riéndose con picardía mientras escribía. Muy elegante estaba Dora con el vestido a
lo Lollobrigida, que floreado y con el escote bajito. Llevaba una capelina con un ramillete
que se veía precioso. Me contó en el Tortoni cocina masas finas tres veces por semana, que
tiene la esperanza de que le den más días, pero por ahora se conforma porque recién la
empiezan a conocer. Yo pienso que si prueban las tortitas negras que hace, la van a querer
tener las veinticuatro horas de todos los días del año. Eso se lo voy a escribir. Entre los
regalos que prometió enviarme con Paulino está El tesoro de la juventud, la enciclopedia
que tanto deseo. Me dijo que allá i se puede comprar en cuotas, y que en dos años ya
tendría los veinte tomos. También me contó que en la pensión había un señor que lleva un
clavel en el ojal como Clavelito, pero como canta tangos como Gardel, lo llaman Gardelito.
Y me dio risa Clavelito, Gardelito... No le voy a contar que el Beto anda de la mano por la
plaza con la Carlota más joven, con la Marta. "De eso nada, para qué", me dijo mi mamá.
Voy a empezar la carta contándole cosas lindas, como que prontito llega la televisión a
Maizoro, que ya están los aparatos preparados en el club y en la casa de la Lau- rita Vega.
Que la Jacinta la extraña, pero algo más de leche le salen de las tetillas después que la
acaricio y le recito alguna poesía. ¡Ah!, no me tengo que olvidar de decirle que Clavelito
estuvo hoy en el almacén y que le mandó saludos. Y que en unos meses van a estar los del
radioteatro haciendo Nazareno Cruz y el lobo, y que hasta la luna va a salir esa noche. No
me tengo que olvidar de desearle suerte en las películas. Que la extraño mucho se lo voy a
decir cuando me despida y le haga un lindo dibujo de la Jacinta, la Sonia, la Tapita y el
Corcho en el jardín. También le voy a dibujar las nomeolvides de la escupidera de la abuela
Rosita que están todas florecidas. Azules. Preciosas.
8. DESPEDIDA
El corazón me anda saltando del pecho desde la última carta de mi tía Dora: "Corazona, te
espero por acá con tu madre, así te veo y de paso conocés Buenos Aires. Ya le conseguí
turno para junio con un especialista que le va a curar esas manchitas que tiene en el
cuerpo". Y ahí el corazón me hizo ¡pum!, y desde ese día que me salta como un loco cada
vez que me viene Buenos Aires a la cabeza. Y es a cada rato que pienso en las luces de la
ciudad como estrellitas, y en tanta gente que va y viene, y tantos autos..., y en esos edificios
altísimos que hay que subirlos y bajarlos en unas cajas que se llaman ascensores. Me dijo
Dora que tienen rejas y que se puede respirar bien, porque yo le dije que sí eran como los
ataúdes de la funeraria de don Canaletto, yo no me subía.
-Tú, Clara Bianchi, ¿en qué estás pensando que se te nota distraída?-me dijo la señorita
Marta, más conocida en mi familia por la Carlota joven. Toda una desgracia para mí que
esta harpía sea mi maestra de quinto grado. -En nada, señorita Marta. Ni loca le cuento que
en dos meses me voy con mi mamá una semana para Buenos Aires a ver a mi tía Dora. Se
lo voy a decir un día antes, para que no tenga tiempo de maltratarme con esos ojos saltones
clava puñales. Y le voy a decir que ya se estrenó la película de Lolita Torres donde trabaja
mi tía, para que se muera de la rabia.
"Tú, Clara Bianchi", me dice a cada rato, porque quiere que nos tratemos con el tú. Dice que
"el tú" no es vulgar como "el vos", y nos reta cuando nos es- cucha decir: "Vos, vení...", y
enloqueció de los nervios cuando en el recreo oyó que Jorge le gritaba a Roberto: "Dejáte
de joder, querés...!". Ahí mismo la harpía lo levantó a Jorge por el aire, lo zamarreó de un
brazo, y con los ojos colorados de los nervios, le dijo: "Tú, deja de molestarme, por favor.
¡Eso es lo correcto! ¿Enten- diste Jorge López?". "Sí, sí, señorita Marta", respondió el
pobre, más chiquito que el poroto de la germinación que tomaba sol en la ventana.
-Clara Bianchi, si tú no estás pensando en nada como acabas de decir, es que tienes la
cabeza hueca. Así que lo mejor es que la comiences a llenar con los conocimientos que les
explicaré inmediatamente.
Y escribió en el pizarrón: "Los husos horarios". -Sí, señorita Marta -le respondí con ganas
de acogotarla, como hace mi tía Rosalía con las gallinas antes de desplumarlas para
llevarlas al horno con las papas y las batatas.
Y ahí la harpía empezó que si aquí en Maizoro son las 10 de la mañana, en España son las
3 de la tarde, y miró la hora en el reloj de oro que lleva en la muñeca izquierda, porque en la
derecha le cuelgan un montón de dijes. Bien ruidosos son. Más que los dijes de la Marita, y
eso que la pobre tiene que andar tapando los chirridos que hacen los fierros de sus piernas.
Señorita Marta: ¿Por qué los españoles usan otro reloj?-preguntó Jorge de pie, junto a su
pupitre. Y todos nos descostillamos de la risa. Con los ojos más inflados que los ojos de mi
Jacinta, la harpía miró a Jorge y después nos miró a todos, uno por uno, y dijo:
-¿Cómo puede ser que hayan llegado a quinto grado y que no sepan que la hora no es algo
que se usa como un sombrero, donde cada país usa el color de sombrero que se le antoja?
¡NOOO...!
Y nos siguió gritoneando. Y el pobre Jorge se fue achicando más que el poroto hasta
quedar sentado en su banco, casi invisible, pero colorado. Y la harpía siguió con sus
explicaciones, pero cada vez le entendíamos menos, y nadie se animaba a preguntar nada.
Lo único que quedaba clarito es que éramos unos burros por culpa de la maestra anterior, la
señorita Alicia, que se ocupaba más de otras cosas que de sus alumnos, dijo. Y todos nos
dimos cuenta de que lo decía porque la señorita Alicia es la que prepara los actos patrios,
las fiestas para juntar fondos y las ceremonias tristes, también; como cuando se murió Evita
que se hizo un altar en el patio techado. iba a estar en De esas cosas se encarga la señorita
Alicia, que es un amor de maestra y que todos decían que quinto grado; pero la directora,
que sabemos es la más harpía de todas, la mandó a primero superior, para que solo enseñe
las letras y hable poco de otros temas. Así por me contó mi mamá, que se enteró en el
almacén la mamá de los Lopecitos, que está siempre en la es- cuela, colaborando. Y
después de tirar tierra contra la señorita Alicia, la harpía volvió con los husos horarios, con
los meridianos, que son esas líneas imaginarias que rayan todo el planeta. Ella hablaba y yo
estaba dentro del globo terráqueo viajando en un tranvía o en el tren subterráneo. Me dijo
Dora que me va a llevar a recorrer la ciudad en el transporte que elija, y que hay un zooló-
gico y que voy a poder ver los animales de la selva. Yo conozco leones, monos y elefantes
porque una vez pasó un circo por Maizoro, pero rinocerontes, jirafas, osos, cebras y
canguros..., solo los vi en la enciclopedia de la biblioteca.
-Dime tú, Clara Bianchi, cuando en España son las 12 del mediodía ¿qué hora es en la
Argentina?
-En la Argentina son..., son..., son... las 7 de la mañana -le respondí de pie, segurísima de
que los españoles usan un reloj que adelanta 5 horas.
-Bien. Siéntese Clara Bianchi, y deje los pajaritos que tiene en la cabeza cuando está en
clase. ¿Me entendió? -Sí, señorita Marta.
Y me senté pensando que además de pajaritos tenía un zoológico entero que me esperaba
en Buenos Aires. En el recreo, mientras veía a la harpía con su tacita de té charlando con la
directora en el comedor, le dije a Cristina: -Yo no puedo entender cómo el Beto, después de
haber tenido a mi tía Dora de novia, que es hermosa, puede estar con una harpía tan fea y
mala como es la Marta... -La suerte de la fea, la linda la desea, dice mi mamá. Pero yo igual
prefiero ser linda-me dijo Cristina haciéndose bucles con la mano.
-Yo también le dije. Además mi tía tiene un novio porteño, que es mucho más lindo y más
inteligente que el Beto, que es bastante bruto.
Y casi me desmayo del susto al darme cuenta de que la harpía estaba a mis espaldas, con
la tacita en la mano, llamando al portero para recordarle que se había pasado unos
segundos el recreo y no había tocado la campana. Por suerte no me escuchó.
¡Talán! ¡Talán!
Mucha atención no presté a la clase. Seguí con mis pajaritos en la cabeza, que son más
divertidos que las tareas para el hogar.
Antes de irnos, la harpía nos saluda, nos saca una radiografía con sus ojos saltones, y nos
recuerda que que Dios ha unido el hombre no lo puede desunir. -Debe tener miedo de lo
que el Beto le pida el divorcio al otro día del casorio... -le dije bajito a la Cristina. Y nos
guardamos la risa.
"¡Llegó la televisión al pueblo!", le escribí a mi tía Dora y le conté que la antena del club
anda mal, y que se ve todo rayado, por eso, hasta que la arreglen, los chicos vamos a la
casa de la Laurita Vega, que es la única casa con televisión. Son muy ricos los Vega,
porque además de la farmacia tienen campos, vacas, ovejas, cerdos... y molinos y
caballos...
La casa de los Vega será grande, pero no alcanza para todos los que queremos entrar, por
eso la mamá corre el cortinado del ventanal, y el que llega más tarde ye desde la vereda.
Bartolito no se pierde ni un programa y también nos hace reír, porque parece que
conversara con los locutores. El otro día en la televisión estaba un señor muy sonriente, de
bigotes, con moñito, que reco- mendaba las ofertas de una sastrería en la Avenida de todos
nos re- Mayo, y Bartolito le decía al señor: "¡Ajáaaa! gggacias señorl... pantalón lendo pa
Batolito...", y torcíamos de la risa. Y cuando alguno de los Vega cierra la ventana para que
se termine la función, a Bartolito ni se le ocurre cantar la marcha peronista, solo el himno
canta. Porque Bartolito será loco, pero no es ningún zonzo, y sabe que si don Vega, que es
flor de contrera, lo escucha cantar la marchita, como la llama él, lo saca corriendo y no ve
más televisión. Encima don Vega anda con trompa desde que la policía le secuestró el
mimeógrafo que guardaba en la farmacia, y que él dice que lo usaba para imprimir recetas,
pero en el pueblo todos saben ahí se imprimieron los panfletos que que pedían "¡Por la
libertad!", "Muerte al tirano", y esas cosas. Y aunque protestó, el mimeógrafo se lo sacaron
igual.
"Y que mi papá. dé las gracias que no lo metieron preso", dijo Como ya empezaron los fríos
de otoño, si no hay lugar en el comedor de la Laurita, me quedo ahí en la ventana con
Bartolito hasta que se va el sol, porque no quiero ir resfriada a Buenos Aires. Me gusta
mucho ver a Rin Tin Tin, que es un perro hermoso. Papá lo sabe todo, me encanta. También
El Cisco Kid, y Yo amo a Lucy, A Dora no le voy a contar nada de que la harpía de Marta
nos manda el doble de tareas, todo porque no quiere que tengamos tiempo de ir a la casa
de la Laurita a ver los programas de la tarde.
Para qué se lo voy a contar, para gastar la poca tinta que me queda, porque justo ayer la
Sonia me volcó el tintero cuando estaba haciendo las tareas. La pobre quedó manchada de
azul celeste. Una gata original, tengo. Mi mamá dice que la uso a la Sonia de porque el
tintero lo volqué de apurada que estaba excusa, por encontrar un lugar en el comedor de la
Laurita. Un poco de razón tiene, aunque ella también anda apurada pero no por la
televisión, sino preparando el viaje. Corre para un lado, para el otro, y dice que el tiempo
vuela, y se la pasa dando recomendaciones para cuando estemos en Buenos Aires. Mi
papá le dice que se vaya tranquila que ellos se arreglan, que solo son unos días, que no es
para tanto... Pero a ella igual se le nota el nerviosismo. Yo también estoy un poco nerviosa y
otro poco emocionada de solo pensar que faltan dos semanas.
La valija está preparada, casi. No quiero olvidarme de nada: una gorra, una bufanda y
guantes para el frío. Dos polleras que me hizo Amalia, tres blusas que compré en la tienda
de Lala, dos sacos de lana que me tejió mi tía Rosalía, calcetines largos y esas cosas. Los
zapatos con tiritas de charol y botoncitos dorados los voy a llevar puestos. Lala me dijo que
además de bonitos son muy cómodos: "vas a poder caminar feliz por toda Buenos Aires",
así me dijo. Las cartas para jugar al chinchón las lleva mi mamá en la cartera. Un corpiño lo
llevo en la valija y otro lo llevo puesto, porque ya soy señorita. No me tengo que olvidar del
libro en el bolso de mano. Dora me dijo que lo más importante es mi sonrisa, y que esa la
llevo siempre conmigo.
9. A BUENOS AIRES
El tren que pasa por Maizoro es un poco carreta, con olor a gallinero, y no llega a Buenos
Aires, por eso en la mitad del viaje hicimos trasbordo a un tren bien pituco, con olor a
perfume de primavera. Dos mujeres vestidas a la moda: sombreros con plumas, pieles en el
cuello, tacones altos..., nos pidieron permiso para pasar en el pasillo, y nos miraron como mi
tío Carlos lo mira al Tonio, feo. Acomodamos las valijas en el maletero y nos sentamos;
pequeñas eran las valijas, porque por una semana...
Traca traca, tracatra…
Por la ventanilla iban pasando los montes, las vacas, las ovejas, los caballos, las
tranqueras, los molinos... Y las nubes también se perdían. Y una lágrima se me escapó, y
otra... Con el pañuelito blanco que bordé en las clases de labores me las sequé, y me soné
la nariz también, para disimular. Me gusta el pañuelo con mi nombre bordado y unas
florcitas azules alrededor.
Soy una tonta, me dije, cómo voy a llorar si estoy feliz de ir a Buenos Aires, feliz de abrazar
a mi tía Dora, pero las lagrimitas se me caían solas. "Tonta!", me repetí. Mi mamá leía una
revista, por suerte, y no me vio.
El Traca traca del tren me aturdía un poco. -¿Tenés hambre, Clarita? -me dijo, hojeando la
Radiolandia.
-Un poco, mami.
Enseguida nos llaman para ir al coche comedor-dijo y siguió con la revista. -En el asiento de
adelante había dos hombres muy distinguidos que hablaban y hablaban. Uno tenía voz de
trueno y bigotes finitos, y el otro, voz de pito y bigotes gruesos. El del vozarrón le dijo de
encontrarse con unos amigos en un bar a la noche, y el otro le dijo que sí, pero si el tren
llegaba a horario. Y dijo algo de una imprenta y de que había à que tener valentía para
seguir... Ahí bajó la escuché voz y que decía algo sobre las iglesias y un cura preso. Mi
mamá abría los ojos, porque ella entiende más que yo de esos temas. Y para distraerme me
dijo que los zapatos nuevos me quedaban preciosos; pero se calló enseguida porque se
notaba que tenía ganas de escucharlos, y los hombres hablaron todavía más bajo, como si
se hubieran dado cuenta, pero igual oí al de voz de pito decir: "... además de tirano es un
cerdo..., atacar a la iglesia... Y contó que a uno de ellos lo enganchó la cana, que logró
escaparse, pero que el muy infeliz perdió el documento. El de voz de trueno le dijo clarito,
clarito: "Mirá que hay que ser tarambana para andar de contra con la cédula de identidad!",
y los dos se rieron. Traca traca... tracatrá…
Yo empecé a leer Platero y yo, como me ordenó la harpía, para no atrasarme la semana
que iba a faltar a la escuela. "Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que
se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos
son duros cual dos escarabajos de cristal negro...". Tierno como mi Jacinta es Platero.
Mejor leer algo así, pensé, porque la noche anterior tuve la mala idea de buscar entre los
libros de mi tía Dora. Ahí me encontré con los Cuentos de amor, de locura y de muerte, y un
señalador marcaba "El almohadón de plumas", y empecé a leer: "Su luna de miel fue un
largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas
niñerías de novia...". Una pareja de luna de miel, ¡qué bueno! Y no pude dejar de leerlo
hasta el final. Me quedé despierta, aterrada hasta que me venció el sueño. Pero me
desperté al sentir cerca algo calentito que latía. Pensé que podía haber parásitos entre las
plumas de mi almohada. Grité, pero nadie me escuchó. Encendí la linterna que siempre
tengo en la mesa de luz y vi dos ojos redondos que me miraban. "Tranquila, Clarita", me
dije. ¡Pum, pum, pum!, hacía mi corazón. "Tranquila, Clarita...". Respiré profundo, y ahí
reconocí los ojos de la Sonia y después su maullido. Pobrecita, estaba más asustada que
yo. La abracé y empezó a ronronear, y le hablé de cosas lindas para que se le fuera
pasando el miedo: "¿Te acordás de la vez que jugaste de hilo sisal... y de la lauchita que me
trajiste del gallinero, te acordás...?". Y le canté una canción de cuna mientras la acariciaba,
y se me borraron los parásitos de la cabeza, y nos dormimos las dos. Pero fue corto el
sueño porque al rato of el cocorocó de Felipillo, y enseguida le respondió la Jacinta con dos
Muuu..., muuuu.... y abrió la puerta mi mamá para decirme: "Levantate Clarita, que nos
vamos para Buenos Aires!"
Traca traca... Tracatrá... -¡Pasajeros, está abierto el turno para el almuerzo en el coche
comedor...!
Repetía el guarda mientras caminaba por el vagón. Tenía la cara muy colorada, el traje azul
con botones dorados.
-¡Pasajeros, está abierto el turno...!
Traca traca... Tracatrá...
Dejamos las lecturas y fuimos para el coche comedor. Los hombres de adelante nos
permitieron pasar. Traca traca... Tracatrá...
Tanto se movía todo que tenía miedo de caerme y quedar entre las vías. Me agarré fuerte
de la pollera de mi mamá y pasamos por el baño. Un vaho de acaroína se olía fuerte.
Traca traca... Tracatra...
"Vas a ver que el comedor parece sacado de una película de Zully Moreno", me había dicho
mi mamá, que ya había viajado varias veces en tren y se había visto casi todas las películas
argentinas. Y era verdad, todo prolijito y reluciente: blanco los manteles y las ser- villetas,
plateadas y brillantes las jarras de agua. No como el botellón de vidrio verde que usamos en
casa. La sopera se parecía a la escupidera de la abuela Rosita, a ensalada, pero no era de
loza sino de plata decorada. A la sopa la soy sirvieron en unas tacitas preciosas. Mi mamá
me miró fijo cuando agarré un pancito al terminar una e para que no se me ocurriera pasarlo
por el plato. No s ninguna nenita para andar haciendo esas cosas cuando como afuera.
Pero en mi casa todos pasamos el pan por la salsa, el estofado y por el juguito de la
ensalada también. Comimos tan rico que cuando terminaba la última cucharada de dulce de
leche del budín inglés, le pedí a mi mamá de comer todos los días en el tren, y nos reímos
un rato, y también nos dio risa que el guarda ayudara a un viejito, con más años que
Maizoro, a en- contrar la dentadura que se le había caído. "¿No estará en la sopera?", le
repetía el guarda más colorado que un tomate. Y las del sombrero con pluma seguían
mirando con los ojos de mi tío Carlos.
Traca traca... Tracatra...
Al regresar, otra vez me agarré fuerte de la pollera de mi mamá para pasar los Traca traca...
Tracatrá... vagones.
En nuestros asientos nos pusimos a jugar al chinchón. Hicimos dos partidas, la primera me
la ganó mi mamá por puntos y la segunda la gané yo con un chinchón de oro sin comodín.
No lo podía creer... Como dice mi tía Dora: "La suerte es loca y a cualquiera le toca". Ella
me enseñó a jugar a la casita robada, al chinchón, a la escoba de 15... Al truco lo juego más
o menos. El Rolo prometió seguir como maestro. Mi mamá dice c que el Rolo me va a
enseñar bien a jugar al truco, porque es muy mentiroso. Los hombres de adelante siguieron
la charla. Mi
mamá me acurrucó en su pecho para que me durmiera. A las manchitas de la piel no se las
miro. Traca traca... tracatrd... El olorcito dulce que tenía mi mamá me acariciaba. Traca
traca... tracatra... Y me dormi enseguida. Es que había pasado casi toda la noche despierta
con parásitos en la cabeza.
A la estación Constitución la conocía por las postales... Pero la vi mucho más grande,
gigante. Inmenso todo, hasta el barullo y unos farolones amarillos. Con una mano apretaba
la valija y con la otra, la mano de mi mamá. Un olor raro había.
-¿La ves a la tía, mamá? -...-mi mamá se estiraba para mirar a lo lejos. Tanta gente hay
aquí... -¿La ves a la tía, mamá? -Y los zapatos me apretaban poco.
-Mami, ¿la ves...?
-Esperá Clarita...
-No la veo, Clarita...
-Mami, allá... -Y señalé para adelante.
-No, no es…
-...
Y las dos estirándonos como podíamos.
-¿Y, ma...?
-No la veo. -Y más se estiraba.
"Tereeee! ¡Claritaaaaa! ¡Aquí!".
Oímos la voz de Dora, hasta que el silbato de una locomotora se la tapó.
-¿Dónde estás? -grité- ¡Doraaaa! -Apoyé la valija en el piso y me estiré con los pies de
punta.
Y ahí la vimos, venía corriendo con los brazos abiertos y un sombrerito azul. Nos
abrazamos. Nos besamos tantas veces que me puse a llorar de nuevo como una tonta.
-¿Qué es eso? -pregunté al ver carteles con la cruz dentro de la V -Cristo Vence -me
respondió Dora sin mirarme. Unos muchachos con la Bandera argentina les gritaban:
"Traidores! Traidores! ¡Traidores!" -Con tanta gente vamos a tardar en llegar al hotel -dijo
Dora, nerviosa.
-¿Y no podemos ir en subterráneo, tía? -le pregunté con ganas de conocer uno.
-No creo que funcionen, con el lío que hay... -¿Podés caminar bien con esos tacones, Dora?
-le preguntó mi mamá.
-Sí, Tere, pero no me gusta lo que pasa... -Tranquilas, muchachas, vamos a doblar en
Corrientes -dijo Raúl, que llevaba a Dora del brazo.
En una vidriera había un televisor encendido, pero Dora me miró y me dijo: "¡Ahora no!",
porque adivinó que quería pararme para mirar.
Seguían los gritos.
Unos gritaban a los otros:
"¡Anticristo! ¡Anticristo...!"
Los otros respondían:
"Traidores! ¡Traidores!"
¿Quiénes son los malos, tía? -le pregunté.
¡Anticristo! ¡Anticristo...! Traidores!
¡Anticristo! ¡Anticristo...!
¡Traidores! ¡Traidores!
¡Anticristo! ¡Anticristo...! ¡Traidores! Traidores!
-Tía, me dan miedo -le dije.
-Tranquila, corazona.
¡Traidores! ¡Anticristo...! ¡Anticristo...! ¡Traidores! Traidores! ¡Traidores! ¡Anticristo!
¡Anticristo...! ¡Traidores! ¡Anticristo...! ¡Anticristo... Traidores!
Una lluvia de volantes caía de los balcones sin flores.
14. DEMASIADO
Crecí.
La semana que viene cumplo 112 años.
Sí, 100 años nos cayeron de golpe entre las palomas. "Viejitas nos volvimos de tantas
heridas en el alma", así me escribió Dora, que ya se hizo un poco poeta de tanto andar
leyendo los versos del famosísimo Lope de Vega.
Después del ¡Bruogrroorr...! que me desprendió de las manos de Dora, no nos volvimos a
ver. Pero ella me escribe. Porque está mejorcita. Le dieron el alta y va a viajar para mi
cumpleaños. En Maizoro todos están preguntando por ella. Quieren saber si le quedaron
cicatrices, pero ella dice que las que no se ven son las que más duelen. Todo triste, Raúl
sigue internado y tiene para un tiempo más. Así me contó Dora, y me dijo que está en el
Rawson. Yo también estuve internada ahí, pero en la sala de las mujeres. Lo primero que vi
al despertarme fueron los ojos de pajarito de la vieja Aurelia, la de las pastillas de menta.
Ella me reconoció y le avisó a mi mamá porque la pobre andaba buscándonos por los
hospitales como una loca. Así repite mi después, porque mamá todos los días. "Quedé
como loca por un tiempo". A Dora la encontraron una semana estaba en otro hospital, y
andaba así, sin pensamiento, como dice el tango que le gusta a mi papá. No se acordaba ni
del nombre, mi tía. Eso lo sabemos porque los doctores que la atendieron dijeron que había
perdido la memoria. Menos mal que hubieran mandado con la loca la recuperó prontito, sino
la que anda mostrando una teta en el manicomio. Pobrecita. Casi un mes estuve en el
Rawson con ese olor a acaroína. Cuando abrían las ventanas todas las mañanas para
airear un poco, llegaba el olorcito de las fábricas que están cerca, entonces, hacía como la
vieja Aurelia: respiraba hondo y me tomaba un tazón calentito de chocolate con las galletitas
que tienen la crema por dentro. Riquísimo. Porque el té, con las galletas sin sal que me
daban en el desayuno del hospital, era feísimo. "Pero tenés que tomarlo igual -me decía mi
mamá-, así te curás prontito". Y yo lo tomaba pensando que era el tazón de chocolate.
-Mamá, ¿yo voy a caminar renga como la Marita? -No hija, lo de la polio no se cura, pero
vos en unos meses vas a caminar muy bien. Por los zapatos con las tiritas de charol y
botoncitos dorados no le pregunté, y si nos habían querido hacer chaff? por grasitas,
tampoco. En las tardes mi mamá me leía la aventura de Alicia en el país de las maravillas,
el libro que habíamos comprado en Gath y Chaves. Me encantaba meterme en el túnel
mágico de Alicia, bien misterioso es, pero hermoso, no como la muerte que es misteriosa y
muy triste, como dijo la señora Celia en el radioteatro de la tarde. No me gus- taba pensar
en estar en un ataúd aunque fuera lustroso, ni para meterme a jugar a las escondidas en la
funeraria de la Carmen, me gustaba. Pero el túnel de Alicia es de colores, grandes,
chiquitos. Divertido. Apenas mi mamá cerraba el libro, empezaban las inyecciones, los
jarabes amargos y la sopa con sabor a hospital. Feo.
-¿Y tus manchitas, mamá? -No te preocupes, hija. Lo mío no es nada.
Lo del bombardeo no salió en la Radiolandia, pero me dijo el Rolo que apareció en todos los
diarios de Buenos Aires, con letras así de grandes.
-¿Salió mi nombre, Rolo? -No, Clarita, los nombres no salieron.
Si hacen un tomo nuevo de El Tesoro de la juventud por ahí cuentan lo del bombardeo a la
plaza, pensé, pero no le dije nada al Rolo, solo le pregunté: -¿Me enseñás a jugar al truco?
Cuando ya me puse de pie, mi papá dijo que era mejor llevarme a Maizoro y que el doctor
Pedemonte siguiera con el tratamiento. Yo quería volver a mi casa. Extrañaba a mi Jacinta,
a mi Sonia -que seguía un poco celeste me había contado el Rolo-, al Corcho y a la Tapita,
y hasta los cocororó del Felipillo extrañaba en las mañanas. A mis amigas, un montón.
Sobre todo a la Carmen, que me había mandado un dibujo pintado con acuarelas, muy
bonito. Quería volver, pero no quería que me vieran así, tan polla mojada, flacucha, con la
cabeza pelada y cosida hasta la frente. "Con la gorra azul que te tejió la tía Rosalía vas a
estar preciosa -me dijo mi mamá-, además te está tejiendo otra con guardas de distintos
colores".
Regresamos una mañana de julio. Como no podía viajar en tren, nos vino a buscar una
camioneta de la Municipalidad de Maizoro. Medio pueblo estaba en la puerta del almacén
cuando llegamos. Hasta las harpías estaban. ¡Y yo que no quería que me vieran así, tan
polla mojada!
Una lluvia lloré entre los abrazos.
"Con cuidado, con cuidado!", decía el Rolo, y me protegía. El doctor Pedemonte me revisó y
dijo que necesitaba tranquilidad y reposo, por eso estuve más de dos meses en cama sin ir
a la escuela. La Carmen venía todas las tardes y me ayudaba con las tareas. Como yo soy
zurda, hasta que mi mano izquierda estuviera curada, escribir bien no podía. Mi mamá
aprovechó para decirme que usara la mano derecha, y eso hice, y en un mes me volví
diestra y mi mamá más contenta se puso.
El que también creció de golpe es el Tonio, porque apenas llegué, abrió el libro ¡Upa! y me
lo leyó todo todo, hasta "Amo a mi mamá" de corrido leyó. Le dije que había pasado a
primero superior y se puso contento, como un cachorro. A la Sonia, al Corcho y a la Tapita
no los puedo tocar mientras esté en reposo. Por a-sep-sia, dijo el doctor. Está más flaquita
mi Jacinta, la veo por la ventana. ¿Habrá sentido la muerte? Pobrecita. En poco tiempo
hasta la voy a poder ordeñar, me dijo el doctor. Clavelito me trajo dos claveles. Uno blanco y
otro rojo. Y mi mamá los puso en el aparador con los retratos de los muertos.
-Pero son para mí, mamá. -Tenés razón, hija. -Y quedaron en mi mesa de luz, en el florerito
de porcelana blanca.
Mis cuatro primos llegaron para verme. Mi mamá les dijo que no hicieran bulla, por eso
pasaron uno por uno, me dieron un beso y se fueron. El Panchito me miró con ojos grandes
y cara de susto, y eso que tenía puesta la gorrita con guardas de colores.
Las dos veces que pasó mi tío Carlos, cerré los ojos, me tapé hasta la nariz y me hice la
dormida. Me volvía el miedo si lo veía.
Tampoco quise que me viera el Lito, pero no por miedo, por coqueta. Me contó mi papá que
Bartolito pasó por el almacén, y que me llamaba y me buscaba con los ojos.
-¿Qué le dijiste, papá? -Que estabas mejor y que le mandabas un caramelo, y le di un
Mu-Mu.
Como yo no podía levantarme para ir a ver la televisión a la casa de la Laurita Vega, la
Carmen me contaba Las aventuras de Rin Tin Tin y El llanero solitario.
También me contó una película de El Gordo y el Flaco, y se reía tanto mientras me la
contaba, que me contagiaba la risa y me dolían los puntos que tenía en la espalda.
-Carmen, ¿viste a Nazareno Cruz y el lobo? -Sí, Clarita, estuvieron cuando estabas en
Buenos Aires.
-¿Lindo?
-A mí me gustó más escucharlo por la radio. -¿Por la radio te gustó más?
-Sí, porque la Griselda no es una joven linda como la imaginaba. Tiene patas de gallo... Es
bastante petisona con un culo así de grande. -¿Y Nazareno?
-Tampoco me gustó mucho, es medio pelado, y cuando se convertía en lobizón, nada de
miedo me daba, porque se le despegaban todos los pelos.
-¿Y la luna llena, era linda?
-De cartón pintada era.
-Entonces no me perdí nada, Carmen. -Nada, Clarita, mejor es el radioteatro.
Don Bautista me traía las cartas de Dora, así mi mamá no tenía que caminar hasta el
correo. Llegaba con la carta, me miraba triste y se iba. Nada de la guerra me habló, por
suerte. Ya estamos en octubre. Mañana es mi cumpleaños y estoy caminando "como una
reina con su cetro", dice mi mamá; que me consiguió el bastón de doña Ofelia, que es muy
bonito, con mango dorado. Ya no uso más gorrita. Tengo el pelo fuerte pero cortito. No me
puedo hacer ni las trenzas ni la cola de caballo y nadie me puede sacudir el flequillo, pero
estoy moderna como una actriz norteamericana de ojos grandes que vi en la Radiolandia.
Bartolito se paró en la vereda del almacén y empezó a cantar la marchita en la reja de la
ventana para que lo escucháramos. Salió mi papá y le dijo que NO, que no cantara más la
marchita, que lo iban a meter preso, porque al General ¡chaff!, y se pasó la mano por el
cuello. Bartolito lo miró con cara de susto, pero parece que algo entendió, porque se fue
cantando "Oid mortales el grito sagrado...", enterito, hasta llegar a la otra esquina. Y llegó mi
tía Dora. Y la vi tan viejita como yo. Flaquita, con los ojos más grandes todavía, pero con la
sonrisa hermosa de siempre. Me dijo que yo estaba muy moderna con el pelito cortado a lo
Audrey Hepburn. Ella sabe todos los nombres de las actrices de Hollywood. Y nos
abrazamos largo, como para no separarnos nunca jamás. Las cosas feas también pasan, oí
que me decía, y al despegarnos, vi unas lagrimitas que le corrían por la cara y ella sacó las
mías con un pañuelito blanco. Mi mamá preparó una torta gigante. Ella dice que la hizo
grande porque son muchos los invitados. Pero yo sé que, para las 112 velitas, la torta tiene
que ser gigante. Estoy pensando en los tres deseos porque, en el momento de soplar, me
pongo nerviosa y me quedo en la niebla. Y no me gusta la niebla. Son tres. Los voy a
pensar tranquila. No puedo decirlos en voz alta, sino los deseos no se cumplen. Pero sé
que están acá nomás, cerquita, y que huelen a la leche recién ordeñada de mi Jacinta, al
flan casero de mi mamá, a las risas contagiosas de mi tía Dora... y que son pequeños,
pequeños, porque las cosas grandes, grandes a mí un poco me asustan. Me asustan
mucho. Demasiado.