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Seudónimo: Darien

CUENTOS Y RECUERDOS (ALGUNOS FANTÁSTICOS)

Mamá siempre tan joven Sur de Francia, 1992

Hoy cumplo 45 años y ha sido un día como los demás. Igual que los anteriores durante

los últimos veinte años, mamá llegó temprano de visita. Mi esposo ya no estaba porque tiene

su otro amor en la ciudad, su estudio jurídico, y sale antes que asome el sol, mientras yo aún

duermo. Eso ya es muy temprano, hasta para mamá. Ella es madrugadora y a mí, sin embargo,

me gusta quedarme un rato remoloneando en la cama, o tomando té, o mate.

El mate lo adquirí hace años, en Argentina, y lo conservo. Me gusta. A mamá también y

solemos sentarnos a la sombra de los sauces, en verano, cerca del estanque, o bajo los olmos,

a tomar mate bien helado.

O en invierno, junto al fuego, calentito. Te entibia el alma, es el dicho de mamá .

Ella siempre viene de visita. A veces a la mañana me despierto oyendo como riega las

plantas del jardín. En especial le agrada regar un jazmín que plantó bajo las ventanas que dan

al sur, para que recibiera bien el sol, dijo. Yo siempre respeté el gusto de mamá por las

plantas. No soy de esas personas que se pasan la mitad del año replanteando su jardín y la otra

mitad plantándolo. Conservo todo como lo encontré.

Mamá invariablemente me sugiere que ahora que mis hijos están grandes, casados, y yo

quedo sola en esta enorme casa campestre, debería dedicarme a algo que me entrenara más la

mente. Algún día le haré caso y será una sorpresa para ella. Creo que me gustaría escribir

relatos de fantasmas... De niña era buena para eso. Les hacía erizar el pelo a mis primos
contándolos alrededor del fuego nocturno en vacaciones. En especial a Pauline. Le encantaba

hacerme narrar horrores llenos de sangre y aparecidos folklóricos. Sí, tal vez lo haga. En

serio. Pero no le diré nada a nadie y los publicaré con seudónimo. Mientras tanto me quedaré

aquí, con mis libros y mi herbario inconcluso. Creo que no lo terminaré nunca, pues estoy

segura que no sabría qué hacer con él si lo finalizara. Mi esposo dice que en verdad solo me

interesan esas pequeñas florecillas como pretexto para pasear sola por los campos. Y creo que

tiene razón. Me conoce bien.

Pero ahora nos sentaremos afuera, en el jardín bajo esos árboles tan verdes y

conversaremos acerca de los hijos y los nietos y también de política internacional. Muchos no

me creerían si les contase lo informada que está mamá. Bueno, en realidad desde que murió

papá no tuvo nada que hacer. Era rica y nosotros grandes.

A mí nunca pudo persuadirme de que me interesara en eso, en lo que pasa en el mundo,

quiero decir... su único triunfo fue convencerme de que debo escribir.

Viene a menudo y últimamente lo hace más seguido. Conversamos mucho.

Yo siempre he sido muy apegada a mamá.

Esta primavera está increíblemente florecida y las plantas antiguas están repletas de flores

nuevas y son hermosas. Es hermoso también sentarse entre y bajo ese gran verde claroscuro y

discutir temas cautivantes. Con mamá puedo hablar de cualquier cosa, es increíble lo

actualizada que está, a su edad uno pensaría que hay temas que ya no le resultarían atrayentes,

pero no es así...

Y siempre acierta en sus predicciones: - tal ministro renunciará, le digo yo a mi esposo a

la hora de la cena.

-De dónde lo sacaste? ¿Por qué?-

-Ha cobrado una coima muy grande por el contrato de la nueva petrolera que prospectará

la Antártida... ya es de público y notorio…me lo dijo mamá hoy..


Y sale. Al día siguiente renuncia y se le dan ceremoniosamente las gracias por los

servicios prestados.

Mamá me cuenta que el té de manzanilla con agua de avena es espléndido para la piel. Y

creo que debe tener razón. Luce muy bien. Hoy lo probaré. Y seguramente que Adrien me

dirá:

-Adivino: hoy estuvo tu madre, a ella únicamente se le pueden ocurrir esos emplastos...

Yo le discutiré: que mamá se ve muy bien para su edad y él se reirá y me asegurará: ¿A que

volvió a podar la parra?...a este paso despediré al jardinero, tu madre arregla el jardín mucho

mejor... debería venir más seguido. Y se disfrutará de su chiste...

Pero, en realidad, no se sabe cuándo vendrá mamá.

Sus únicos días de visita fijos son para mi cumpleaños y es por eso que prefiero quedarme

en casa a esperarla y no salir por ahí de fiesta o hacer alguna aquí.

A mamá no le gustan mucho las reuniones y se ríe de la gente. Por otra parte no creo que

se vista de fiesta. Hace años que anda con sus polleras escocesas y su vieja cazadora de

gamuza, en mocasines.

Adrien no me creía que mamá hacía todas esas cosas hasta que la vio haciéndolas y

desde entonces, de vez en cuando, me pide:

-Si viene tu madre dile por favor que me haga un flan...con mucha crema y frutilla y

nueces y...eso...ella sabe.- Y mamá se lo deja listo.

El vuelve del trabajo, a veces cansado, lo encuentra en la heladera y se alegra mucho.

-¡Ah, France! ¡Suegras así valen la pena!, dice. A ella misma se lo dice.

Hace dos o tres años, mamá me invitó a salir.

-¿No quieres venir a mirar vidrieras o a buscar alguna librería de viejo? ¿Y si vamos al

pueblo...? -sugirió. Pero yo sé que en realidad ella prefiere quedarse en casa y conversar,

guisar o hacer tortas.


Además no quiero que me confundan. Si algún conocido nos viese, estoy seguro que se

sorprendería mucho. De verdad. Ella parece mi hermana menor, y tal vez alguien pregunte.

No sé. No me gusta la idea.

Mamá siempre me quiso mucho y es por eso que viene a verme.

Sé que todos pensaron que yo estaba loca cuando nacieron los mellizos, porque no lloré

para nada. Verdaderamente.

Eso fue por culpa de mi hermano, y también de Adrien, que esperaron toda esa noche

fumando, - lo que nunca habían hecho y que les produjo una descompostura terrible - en el

hall de la maternidad sin decírmelo, mientras mamá estaba a mi lado alentándome y

asegurándome que el parto iba a salir bien, hasta que los mellizos nacieron en la madrugada.

Los pobres temían que me pasara algo malo, así, en ese trance.

Ahí recién me dijeron que mamá había tomado un avión cuatro días antes, en Buenos

Aires, para venir a acompañarme en el nacimiento de sus primeros nietos y que el avión

había explotado en el aire a los veinte minutos de vuelo. Sobre el Atlántico helado.

Por supuesto que lo entendí de inmediato y es por eso que no quiero mudarme, por lo

mismo tampoco lloré... Pero, no sé si mamá vendrá a verme si me cambio a otra casa y no se

lo puedo preguntar.

Yo creo que sabe que es un fantasma, pero no me atrevo a hablar con ella de esas cosas.

Tiene todo que seguir como si no fuera cierto y no pasara nada. Y así seguirá, porque es mi

mamá y yo la extrañaría mucho si no viniera más. Por otra parte es muy lindo sentarnos bajo

los árboles de la antigua casa como antaño lo hacían los bisabuelos y hablar de ellos y de los

nietos y de las recetas de cocina y de como florecerán las gardenias que plantó tía Béa o de las

guerras que no nos tocan, porque así era antes y así quiero que siga, sabiendo que la vida con-

tinúa, más que nunca en primavera. Ya lo dije, soy grande y empiezo a envejecer, es mi mamá

y yo la necesito. Además, nos queremos mucho.


El vestido de novia

Cuando Perla decidió casarse con su nuevo novio y, de repente, postergaron seis

meses la fecha de la boda, era verano.

Todos creyeron que la causa de la decisión era el corto tiempo de noviazgo, pero no

era así. Simplemente, Perla había elegido su vestido de novia y era un vestido de invierno.

Mas, por qué elegir un vestido de invierno en pleno verano, a tal punto que obligue a

postergar la boda?

En principio, no la entendían y muchos que no ignoraban sus motivaciones pensaron

que era frívola, pero cuando ella explicaba que pensaba llegar a la iglesia sobre una larga

alfombra, en una iglesia llena de flores blancas, con música de órgano y vestida con el vestido

de novia de su bisabuela, las mujeres grandes -emocionadas- la comprendían y las jóvenes la

miraban con un dejo de envidia.

Acaso alguna de ellas conservaba el traje de novia con que se había casado la madre

de, por lo menos, una de sus abuelas? No. De todos los conocidos, nadie lo poseía.

Tal propósito fue causa de que muchas niñas aún solteras y otras no tanto (ni niñas ni

solteras, entiéndase bien) interrogaran a sus madres, tías y familiares: ¿Dónde estaban los

trajes? ¿Qué había sido de ellos? Algunas sabían: fueron reformados, regalados, teñidos, y en

los peores casos vendidos o habían sido alquilados. Otros fueron transformados en vestidos de

comunión para la primera hija en época de pobreza y el resto lo ignoraba. Nunca lo

preguntaron, nunca se lo dijeron. Pero Perla lo tenía y se iba a casar con él. No faltó alguna

maliciosa que intentara hacer creer que de seguro iba a alquilar en la capital algún vestido

vetusto por puro esnobismo, mas fue desmentida por las fotos antiguas, aún brillantes después

de más de sesenta años, que mostraban la cara sonriente de una novia cuyo rostro ostentaba un

vago parecido con su bisnieta.


-Un aire de familia - dijo una de las viejas tías, enternecida y suspirando.

Yo me enteré de todos estos detalles y comentarios familiares pocos días antes de la

ceremonia, pues vivía algo lejos y decidí tomarme una semana de vacaciones para asistir al

casamiento de mi sobrina favorita

Como la dueña del traje se encontraba en la rama materna del árbol familiar y yo en

la paterna, no conocía bien la historia.

Sentadas en la galería, Perla me mostró las fotos de la feliz novia de antaño y

reconocí que se veía elegante. No tenía perlas, bordados, encajes, nada de nada, solamente

unos pequeños azahares en el cuello y el resto del adorno eran drapeados colocados

estratégicamente para realzar la delgada figura... ni siquiera tenía una larga cola, era

mediana... pero estaba bien hecho, era un buen vestido de novia y la que se lo pusiese luciría

suntuosa y recatada, con el cuerpo envuelto ajustadamente en gruesa seda...

- Cómo se te ocurrió? - pregunté.

-Fue gracioso. Estábamos mirando fotos y estaba una de ella saliendo de la iglesia, yo

no la conocí, murió antes de nacer yo, Susana dijo que era un lindo vestido y mamá, que

estaba escuchando dijo "Si, ese vestido te quedaría muy bien”; entonces Susana - siempre

profesora ella - corrigió " te habría quedado... si lo hubieses tenido..." y mamá dijo "No, si

está arriba, puedes probártelo si quieres, pero es de invierno..." Así fue. Siempre lo guardaron

pero a nadie le entraba y no querían reformarlo, parece que me estaba esperando...

-¿Y ella, que vida tuvo? -pregunté.

-Una vida feliz, dice mi abuela. ¡Ay tía, yo también voy a ser feliz! Este vestido me

traerá suerte...

-La idea me encanta, Perla, pero no confíes tu suerte a un vestido...

-¡Tía! Me traerá suerte, en serio... - y se rió - me he vuelto supersticiosa.

Después me mostró otras fotos, donde la señora cuyo traje de bodas había retrasado
seis meses el casamiento de su desconocida bisnieta, lucía un rostro amable, sonriente, con

grandes ojos claros, almendrados y misteriosos.

-Eran verdes... dice la abuela- explicó mi sobrina.

Luego me mostró el vestido.

Con esta enagua se podría ir a una fiesta, pensé.

Perla me explicó que tenía tres enaguas, una fina para que se deslizase, otra con

encajes por si se veía al levantarlo para subir las escaleras y otra de algodón que debía

almidonarse duro.

El día antes del casamiento trajo un cuadro con una copia de la foto y lo colgó en el

dormitorio. En el living puso otra copia más pequeña, como al descuido, en un portarretratos

de plata, de época, que consiguió en una casa de antigüedades.Amaneció con una nevisca

fina, pero para la noche el cielo estaba estrellado. La iglesia quedaba algo lejos, pero ella

había pedido, especialmente, casarse en la misma.

No había mucha gente; yo, en el tercer o cuarto banco, estaba con otra parienta, muy

joven, poco conocida. A último momento, segundos antes de entrar la novia, una señora

bastante mayor, elegantona, de negro, se sentó a mi lado. Reconozco que no le presté nada de

atención pues estaba pendiente de la entrada de Perla, que avanzó lentamente con una sonrisa

de felicidad y al pasar me hizo un guiño como saludo. Seguí la ceremonia muy emocionada...

ya sé, soy una tonta, no puedo evitar llorar en los casamientos; es algo que no me gusta hacer,

no me gusta que me vean llorando, pero... no puedo evitarlo, ocurre... Metía la mano en la

cartera buscando el pañuelo cuando observé que mi vecina hacía lo mismo, en medio de un

suspiro envuelto en fragancia de lilas. Se volvió hacia mí y dijo, con cariño, entre lágrimas,

mientras se secaba los ojos:

- Está tan linda… ¿verdad? -

Al bajar el pañuelo me miró y, sin sorpresa, contemplé los ojos verdes, ya ancianos,
profundos y alegres, de la dueña del traje.

El Indio, mi hermano

Cuando mi hermana Sabrina me contó que se había encontrado con el hada del

Arroyo de las Moras y sentada sobre una piedra, al sol, casi no le creo. El hada del arroyo...

¿ al sol ? Era inadmisible, claro que con las hadas nunca se sabe, pueden ocurrir las cosas más

increíbles... más, un hada tostándose, no era lógico, ellas pueden adquirir el color que desean

sin necesidad de estar horas esperando... pero cuando me confió que le había dicho que quería

casarse, llegué a pensar que una de las dos estaba loca. ¡Casarse el hada del Arroyo de las

Moras! ¡A quién se le ocurre semejante cosa!

-Dice que se ha enamorado... - agregó Sabrina.

-¿Enamorado? ¿Y de quién?- pregunté pasmada.

-Del Indio Casimiro...

Entonces comprendí muchas cosas que habían sucedido en los últimos tiempos, como

las mariposas azules que nunca vimos antes, las luciérnagas celestes, las flores fuera de

estación que poblaban nuestro jardín y que jamás imaginé aparecerían en estas latitudes.

Casimiro era de hecho nuestro inefable jardinero, hermano la mayoría de las veces,

acompañante otras... y digo inefable porque no existían palabras para describirlo. Le decían

Indio desde niño, pero lo era sólo a medias. Su madre había sido una gringa rubia de cabello

ensortijado, que murió al tenerlo y sin llegar a entender nuestro idioma. Su padre, uno de

nuestros peones, un indio alto, taciturno y altivo, de cuerpo delgado y nudoso color tierra y

ojos negro noche sobre pómulos marcados. Un día - la primera y última vez que lo escuché

hablar - trajo a Casimiro de la mano, -cuando él tenía seis años- y me dijo, afuera, en el jardín,

ya que yo era la única que me hallaba allí, en una hamaca:

-Llama a la Señora.- Y no había sido un pedido sino una orden.


No supe qué habló con mamá, pero desapareció de la estancia como si nunca hubiera

existido, dejando allí a Casimiro, bajo la custodia de mis padres, con compromiso de enviarlo

a la escuela.

En el aula el niño permanecía silencioso, aprendía lo que se le enseñaba, y el resto del

tiempo, como decía la cocinera, papaba moscas.

-Este chico no sirve para nada- era la opinión expresada a voces de la gorda Felipa,

mientras amasaba panes con sus brazos rotundos.

En parte era cierto. Si se lo enviaba a la laguna a pescar algunas carpas, jamás lo

lograba. Tampoco armaba bien las trampas para los conejos y liebres, y ni pensar que -ya más

grande- le acertase con la escopeta a algún faisán o pavo silvestre destinado a la olla.

Acompañaba sí, a papá en esos trámites, sin objetar nada. En realidad, durante nuestra

infancia, Casimiro fue una presencia permanente e incolora. Como compañero de juegos era

inútil, porque no tenía iniciativa y obedecía dócilmente cualquier orden que le diera Victoria,

nuestra hermana mayor, con lo cual ella tenía un aliado seguro, en todo. Mamá, confiando en

que los conocimientos de campo y supervivencia le vendrían de sus ancestros, lo mandaba

siempre con nosotros de acompañante a todos lados.

-Vayan con Casimiro a traer choclos de lo de don Feliciano... - era común oír en

verano.

-Que Casimiro las acompañe a lo de doña Jacinta a ver si hizo quesillos...- y allá

nosotras con el Indio encabezando la marcha por los senderos de las serranías.

Mamá era una mujer prudente y no olvidaba su promesa de cuidar al niño.

Siempre andaba preocupada por los asuntos de la contabilidad de la estancia, los

huevos, las gallinas, los corderos que perdían su madre, los chanchos del verano y los

embutidos que, a fin del otoño, se preparaban para el invierno... pero, cada tanto, era presa de

algo así como un ataque de responsabilidad respecto a su educación: lo acosaba a preguntas,


lo sentaba a su lado en la mesa mientras cosía y lo hacía leer libros de cuentos en voz alta,

para convencerse de que no le faltaba expresión ni velocidad en la lectura. También le pedía a

menudo que la ayudase con los cálculos.

Cuando tuvo trece años, la cosa cambió de golpe, porque en unos pocos meses se

convirtió en otra persona, sin dejar de ser la misma. De plácido niño regordete pasó a la

adolescencia como un joven espigado, de altos pómulos y piel dorada, con manos finas de

largos dedos y ojos rasgados mirando al infinito. Las muchachitas de los alrededores, que no

eran muchas, empezaron a aparecer por la estancia haciendo mandados para sus madres, por

una aguja o unas tijeras en préstamo, que devolvían al día siguiente para pedir otra cosa.

Nosotros no nos habíamos percatado del asunto, pero sí lo hizo Felipa, que comentó

que el indio bobo se las traía y que nos estábamos engañando, que no podía ser tan bobo

como parecía. Mamá sostenía que la envidia daba origen a esa maledicencia y era probable.

Los hijos de nuestra cocinera le daban muchos dolores de cabeza y Casimiro, a nuestros

padres, ninguno. Nosotras también dimos en crecer y una tarde descubrimos que ambas

amábamos apasionadamente al Indio y que no sabíamos qué hacer con nuestro amor; era

como estar enamoradas de un hermano y como tal él se comportaba. Los más delirantes

proyectos para seducirlo los elaboramos en ese invierno y todos fracasaron miserablemente

porque parecía no darse cuenta adónde apuntábamos las dos. Nuestros padres, ocupados

siempre con las ovejas, las nevadas y los pumas, ignoraban todo.

Leímos novelas de amor en inglés, que estaban guardadas desde la época en que

nuestros abuelos vinieron del Reino Unido a establecerse en estas tierras pensando juntar

dinero y volver. Claro que no contaron con las guerras. Cuando pudieron regresar, ninguno

quiso hacerlo y tampoco era conveniente.

Se quedaron. Ya decididos, construyeron su casa, sólida, bien calefaccionada. Y

fueron comprando más tierras. "Pero la tierra hay que cuidarla..." decían a menudo. Por esa
razón no hicieron como muchos que, poniendo un administrador, se iban a la capital.

Papá creció en la estancia y a la estancia volvió, recibido de veterinario, y se casó con

una mujer igual que él, criada en el campo. Nosotras nos iríamos también cuando fuese

necesario, y como ya lo había hecho Victoria... mientras tanto íbamos a la ciudad en verano y

hacíamos todas las compras para el invierno, en que nieva mucho y no se puede salir. Pero en

verano florecían los notros, las retamas amarilleaban los bordes del camino y las colinas se

cubrían de mosqueta en flor.

El contraste tan marcado entre verano e invierno nos hacía dichosas, era bueno ver

renacer al mundo cada año.

Cansadas e infelices, desistimos al cabo de nuestros intentos, y todo siguió como

siempre, aunque en el fondo de nuestras almas, algo temblaba y se retorcía cuando Casimiro

descubría que lo observábamos y nos devolvía la mirada con una sólida inocencia.

Envueltas en un halo de electricidad cumplimos 16 años ese enero y lo festejamos en

medio de las flores, con buena comida y fiesta. Por primera vez bailamos de verdad y lo

hicimos con papá, con el capataz, con el Padrino y con el Indio. Esa tarde fue cuando mamá

cayó en cuenta de que éramos grandes, los tres. No temió por nosotras a pesar de que su

mente de mujer descifró nuestros corazones, porque confiaba en Casimiro. Y fue al día

siguiente cuando Sabrina me dijo que el hada del Arroyo de las Moras se quería casar con él.

Permanecimos despiertas toda la noche tratando de encontrar alguna manera de

impedirlo, pero ¿cuál? ¿cómo?.

A la mañana salimos a buscarlo y le pedimos que nos acompañase a comprar

quesillos de cabra. En el camino nos sentamos sobre un roquedal cercano al mallín de los

patos y tratamos de empezar. Sabrina lo hizo.

-Casimiro, sabes que hay alguien que está enamorada de ti, pero que no te conviene

casarte con ella? -preguntó muy convencida.


-Sí... -dijo él- Ustedes dos, pero son como mis hermanas. Además, no sabría con cuál

quedarme y no puedo hacerlo con las dos... los caciques podían pero yo no... ahora no.

Nos quisimos morir en ese instante, pero reaccionamos.

-No, el hada del Arroyo de las Moras... -dije.

-¿El hada del arroyo? ¿Y por qué no me lo dice ella? ...la veo todos los días cuando

voy a buscar moras... se sienta sobre las piedras, al sol, cada día con un vestido diferente...

cada vez más raro y maravilloso, el de ayer tenía como mil piedras de sol y de luna, era verde

musgo y de él brotaban canciones... Es muy linda, pero nunca hablamos...

Crecimos de golpe y las preguntas surgieron solas.

Podía oír los pensamientos de mi hermana: "¿por qué? ¿por qué?". Sabrina lo agarró

de las manos, lo atrajo hacia sí, lo envolvió con los brazos y lo besó largamente en la boca.

Yo miraba alrededor, no fuera que viniese alguien.

Ella lo seguía besando, las manos de él le recorrían la espalda y yo me alarmé: ¡Qué,

para salvarlo del hada se lo iba a quedar para ella?

-Sabrina, escucha...- dije - él tiene razón, no puede ser de las dos...

-¿Por qué nó?- me desafió. Yo lo quiero y tú también, bueno, que sea de las dos...

somos hermanas, lo podemos compartir... ¿o es que lo quieres para ti sola? No te lo permitiré,

¡nunca!

Él intervino antes de que peleáramos, quizá para evitarlo.

-Yo... creo que debo decir algo, no puedo ser de las dos... además, si el hada me

quiere para ella, debe ser así, las hadas siempre obtienen lo que desean... y, es tan hermosa... -

agregó con mirada soñadora.

Sabrina, consternada, lo contempló como si fuese un desconocido y luego se largó a

llorar, con sollozos profundos y largos. Se prendió por él como si no quisiera soltarlo nunca y

Casimiro la acarició, y besándola suavemente en el pelo y en la frente, la tranquilizó.


-Si yo me caso con el hada, a Ustedes nunca les pasará nada malo, ni a sus padres, ni

a ninguno de sus familias... De verdad, se los prometo... Volvamos.

Esa tarde cuando papá y mamá regresaron de la ciudad, Casimiro los aguardaba.

No sé qué les dijo, pero vi que los besaba a ambos, que se miraron desconcertados, y

dando media vuelta caminó seguro y firme, hacia los cerros, alto y dorado a la luz de la tarde,

hermoso como no lo había visto antes, el Indio, mi hermano. Yo sabía bien a dónde se dirigía,

y tampoco ignoraba quién lo estaba esperando. Nunca lo volvimos a ver. Hasta hoy lo extraño

y pese a los mucho que me gustan, no he recogido más las moras de los árboles que crecen a

la vera de aquel arroyo.

Me he casado y he vuelto al hogar. Vivo aquí con mi esposo inglés que administra la

estancia y mis nietas rubias me han venido a visitar este verano. Ayer por la tarde una de ellas

trajo una cesta de pajillas, etérea y resplandeciente, llena de moras... dijo que se la había

regalado un señor que estaba sentado, con su señora, sobre las rocas, junto al arroyo.

A mí me invadió una nostalgia infinita y el campo se me hizo inmenso, inmensa la

tarde, y duro el silencio. Le agradecí la cesta y acabo de terminar el dulce. Pero no me pidan

que lo pruebe. No podría hacerlo.


CUENTOS INCÓMODOS

(Esos del país que no le deseamos a nadie)

Así de fácil...

Una chica común, poco sofisticada, hija de un empleado del poder público de un

Estado, alumna de un colegio católico gobernado por monjas, colegio para niñas, se enamora.

Mal, para su desgracia. En la realidad de su mundo pobre, con un subdesarrollo inmerecido,

no comprende lo que le ocurre, lo intuye: no debería confundir enamoramiento con amor. Le

sucede sin que se dé cuenta.

Es muy joven y las monjas no son duchas en estos sucederes de la vida de las

mujeres. El hombre, como cualquier macho joven, la acepta, pero como un juego. No sabe

que ella lo amará con determinación y constancia y al descubrirlo, se espanta: está casado y

no quiere problemas con su esposa, le costó mucho conseguirla y no desea perderla. Aterrado

ante la intensidad de esa pasión y ya harto del juego, le plantea a los padres de ella el caso: se

siente perseguido y -miente- se va a casar con otra. La vergüenza le impide reconocer que ya

lo está.

La chica, nuestra pobre chica, insiste y habla. Habla con sus amigas, con sus

compañeras, con las otras alumnas: ella ama a su "flaco". En su ilusión él va a volver, se va a

dar cuenta de que su amor es inmenso y valioso, y volverá.

Un día, viendo que no aparece, decide ir a la casa de él... para "aclarar las cosas." Y

se encuentra con la esposa. Comprueba que es la esposa por detalles, observados al pasar, que

lo revelan, y se percata del engaño. Se hace pasar por una ratera, explica que vino a robar

dinero. No lo hace para protegerlo. No. Lo dice para no quedar ante la otra como la tonta

engañada.

El hombre vuelve y la esposa le refiere: entró una chica joven, la quiso llevar a la

comisaría, pero que se le escapó.


Él sabe sin dudar, de inmediato, quién es la ladrona. A poco la ve esperando un

colectivo y ella le habla, él está furioso, le dice que se vaya a la mierda, que lo deje de

molestar, que si lo que quería era coger ya cogió y larga el embrague y se va.

Ella, dolida, comprende ahora su situación. Él nunca la quiso, ni la querrá. Fue

completamente una estúpida y menos mal que no salió embarazada de esto. .Pero es joven y la

vida es linda, irán de viaje de estudios a Bariloche y esa noche hacen un baile para recaudar

fondos. La música está tan fuerte que hay que gritar para hablar y para verse las caras hay que

prender el encendedor, pero no le importa, está en la "joda" y tiene que mirar al futuro.

Después de cobrar las entradas al boliche con sus compañeras de curso, encuentra una

pareja para bailar; lo conoce desde hace muchos años porque de niños jugaron juntos. Con el

tiempo, el padre de él se hizo político y subió en la escala de la sociedad provinciana,

sociedad en donde la gente vale por la cantidad de dinero que ha podido robar del erario

público y por la ostentación que hace de él. Pero ellos se conocían de antes, así que no

desconfía de su trato tan amistoso. Ella encuentra a una amiga y él trae un amigo, también

hijo de un político, muy importante, mucho dinero, mucho poder. Un lujo para mostrarse con

esa conquista. Los muchachos las "acaramelan" -como decían nuestras tías las más viejas-....

Ellos no ven a dos chicas comunes, ven a dos "chinitas" del antiguo imperio inca, dispuestas a

servir a sus amos. No tienen idea, ni la más remota, de que puedan tener derecho a negarse.

Sus padres les han dicho muy bien y repetidas veces quienes son ellos: Ellos son los amos.

Corre un chiste: cuando el peón corta el pasto de la quinta escucha un walkman,

pero la cinta repite interminablemente: "el amito es bueno”.

Uno, el compañero de los juegos de infancia, se levanta y va -dice que al baño- a ver

a otros compinches. Llevarán a los dos pescados a la quinta, porque ellos habían salido "de

pesca" y por eso estaban en ese boliche bailable. Allí no los verían sus amigas, las de su nivel,

que frecuentan "discos" más elegantes. Las chicas están contentas, la noche no está
desperdiciada: han ganado dinero para el viaje y están bailando. Uno de ellos sugiere ir a una

fiesta que hay en su casa, le dirán a la madre de él que son viejas compañeras de escuela, las

harán ingresar al partido - a la juventud del partido - y trabajarán juntos. Todo parece

perfecto.

Pagan y mientras uno las acompaña, el otro pide que esperen afuera... va a buscar el

auto, lo estacionó más allá.

Llegando a la puerta recuerda que no tiene cigarrillos - coincidencia oportuna - y

pide que vayan caminando hacia la esquina, que la ya las alcanza. Ellas no desconfían. Lo

hacen. Llega el del auto y suben, dan una vuelta a la manzana y sale el otro, ha explicado a la

custodia del amigo que se van juntos, les dio las llaves de su auto, sugirió que se lo regresen

después y que se diviertan un poco. Cuando llegan a la quinta, al parecer la fiesta ha

terminado y los padres no están. Se encuentran solos. Mejor, opina uno de ellos, y les sirve

una bebida a las chicas. "-Sin alcohol-" aclara el compañero de la amiga. Oyen llegar otro

auto. Entran cuatro muchachos de su misma edad, y uno, medio borracho, dice:

-"Conque estas son las gatas..."

- El dueño de casa trata de arreglarlo y replica:

"-Estás confundido..."- Confía en convencerlas, tal vez con un poco de "blanca" si

hace falta... Los otros tres están borrachos, bastante borrachos y quizás drogados, pero se

mantienen en pie. Las chicas han caído en una encerrona... Una se resigna, la otra no: pide

que la lleven a su casa. Su antiguo compañero de juegos le resulta desconocido, la agarra de

un brazo y la besa violentamente en la boca. Ella se zafa. El le dice:

"-No me vas a hacer creer que te creíste el cuento de la fiesta?”- y se ríe. Otro estalla

en carcajadas, es el que no está totalmente borracho, sólo alegre. Seguramente era el que

manejaba el auto.

-"¿Las trajiste con el cuento de la fiesta? ¿Y se lo creyeron? ¿Se creyó que nosotros
las vamos a invitar a una fiesta? Ahora van a ver lo que es una "fiesta", Ustedes son la

fiesta...para nosotros."

Nuestra chica bulle de rabia. Encara al que la trajo, que trata de abrazarla y le pega un

feroz rodillazo entre las piernas. Siente como su rodilla se hunde y da contra el hueso. El

muchacho grita, jadea, y se inclina dolorido, llorando. El medio borracho reacciona, se acerca

y la agarra del pelo...

"- Puta de mierda! Mira lo que le has hecho...".

Ella logra arañarlo, pero es un chico fuerte y está descontrolado. Le pega una piña

como para voltear a un boxeador y se la calza perfecta, ella no la esperaba. Del resto de los

convidados a la fiesta, la otra chica llora y su recién conocido compañero, que lo menos que

desea son complicaciones, la agarra de un brazo y la saca de allí, medio a los tirones. Los

demás no lo notan. No le gusta cómo va la cosa. Su padre ocupa el cargo político más alto del

estado y no se quiere ver mezclado en un posible escándalo. La empuja al auto, mientras ella

llora e histérica, insiste en volver para rescatar a su amiga.

"-No puedo, son cinco, -le dice él - ¿no viste cómo están? Ella tiene la culpa ¿para

qué le pegó?, vámonos de aquí..."

La chica no hace más que llorar y él, que nunca la había tratado antes, incómodo, no

sabe consolarla ni qué hacer.

Recomienda silencio y propone ir a ver a su padre. Pero no lo encontrará hasta el

amanecer. En la quinta, la farra sigue. Han tirado a nuestra chica arriba de la mesa y la están

violando por turno. Se defendió, eso sí... Al final, el que pensaba hacerlo en primer término,

sentado en un sillón, ha tomado pastillas del botiquín y le siguen doliendo atrozmente los

"huevos". No cree poder llegar a hacer nada. La cabeza de la chica cuelga del borde de la

mesa y la sangre gotea por su pelo, manchando la alfombra. El poco alcohol que había

tomado combinado con los remedios lo tiene atontado, pero sabe, eso sí, que si su madre
llegara a enterarse lo pasaría muy mal. Se pueden forzar "chinitas" pero no manchar una

alfombra tan cara. Intenta pararse y en ese instante uno de sus amigos toma a la chica por las

caderas y los otros le levantan las piernas en alto. Le abre las nalgas mientras dice:

“-Ahora vas a ver lo que te pasa por puta..." La chica gime, tose y escupe, con la cara

hinchada y el pelo lleno de sangre, todo pegoteado... El que está sentado ve que algo cambia

en los ojos de ella, parecen más grandes y su boca sigue abierta. El horror lo recorre. Como

puede se acerca a la mesa. Observa y se siente peor.

"- Chicos, escúchenme, por favor, miren... "

Nadie le hace caso. Se acerca más. En ese momento, el que la está "trabajando" dice:

"-¡Hija de puta, me measte...!" y la alza de la remera.

La cabeza de ella se bambolea hacia atrás y cae.

"-Chicos, ¡pelotudos de mierda, carajo! ¡Escúchenme!, me parece que está muerta...".

Nuestra chica mira el techo, huida para siempre del subdesarrollo, la pobreza y la

miseria de su amor malogrado. Ya no es más una chica tonta, ahora es un problema. Los otros

reaccionan lentamente. El más bajo se acerca y la levanta del pelo, con cuidado para no

mancharse...

"-No, debe haberse desmayado..."

No lo puede creer.

"-¿Cómo se va a morir así? No es para tanto..." -

"-Tal vez tenía un problema cardíaco...-" aventura el que tiene aspecto de jugador de

rugby. Se agacha y le escucha el corazón. No late. Y no late. Ninguno lo escucha.

"-A ver, un un foco-" pide - "quiero verle los ojos." Lo hace. Las inmensas pupilas

dilatadas no responden a la luz. La chica yace flácida sobre la mesa. Se miran. No saben qué

hacer. El golpeado, vuelto a sentar llora sin consuelo.

"-Cállate idiota," -le espeta el más rápido- "tenemos que hacer algo, son las cinco de
la mañana, dentro de un rato se levantarán tus mucamas". (Él dice mucamas porque estudia en

Buenos Aires, el resto llama "chinas" a las sirvientas)

"-Me dijeron que era una minita fácil, que le gustaba la joda...- " los sollozos eran

más fuertes.

"-Sí, pero fácil o no fácil, ahora tenemos que pensar qué hacemos...no quiero ir preso

por el resto de mi vida..."

"-Primero hay que limpiar" -dijo otro, pasada la borrachera como por encanto.

"-Sí, pero que hacemos con...”.-no podía decir cadáver- "con... con ella,"- señaló con

la cabeza.

"-¿Y si la escondemos en el baúl de un auto? Y esta noche la tiramos..." -

"-Estás loco, con este calor, sabes cómo va a oler..." -

"-¿No hay un freezer grande? ¿La podemos meter ahí? Los freezers tienen llave...

limpiamos, y decimos que te sangró la nariz, que tropezamos, que sé yo, cualquier cosa..."

"-Si "- contestó el dueño de casa - "hay uno que se usa poco porque es muy grande, se

lo deja para el verano o para medias reses cuando vienen invitados, está desenchufado, pero

anda bien..."

"-¿Dónde está?" -

"-Atrás, en la cochera. Al lado de la parrilla del quincho."

"-¿Y cómo la llevamos hasta allá? Nos pueden ver...”

"-En el baúl del Falcon, es grande..."

Se organizaron; uno encontró un mantel floreado de hule y otro sacó el Falcon de la

cochera y lo trajo delante de la puerta. Pusieron el cuerpo sobre el mantel y lo levantaron,

miraron para todos lados, apagaron las luces y la metieron en el baúl.

Todavía estaba muy oscuro y no los vieron. Los sirvientes dormían, habituados a la

gente que entraba y salía a cualquier hora. Llevaron el auto a la cochera y cerraron las puertas.
Uno ya había abierto el freezer y lo estaba enchufando. Alzaron con trabajo al mantel con la

chica - o con su cuerpo - y se acercaron al freezer. Volcaron el hule, rodó y quedó boca arriba,

en la canasta superior, las piernas estiradas, en remera, sin bombacha, la cabeza torcida para

un costado. Ninguno se animó a tocarla. El que traía la ropa la metió también.

"-¿Y eso para qué?"- inquirió otro..

"-¿No la vamos a tirar esta noche para que crean que la secuestraron y la violaron por

ahí, tenemos que dejar la ropa al lado, no?”- Creíase astuto.

"-Ponle frío máximo, y asegúrate que esté bien llaveado... vamos."

Y volvieron. Limpiaron un poco. Dos de ellos, bañados, prepararon café y se lo

tomaron. Amanecía.

El dueño de casa -de a ratos- lloraba.

"-Papá me va a matar cuando se entere...”.- decía.

"-¡Qué, si tu viejo las habrá hecho buenas también....!"- acotaron los amigos.

Uno tomó la iniciativa.

"-Esta noche volvemos"-le dijo- "ahora nos vamos a dormir un poco. -No te

preocupes, todo esto se va a solucionar..."

El auto arrancó y al rato entró una de las mucamas.

"-¡Niño! ¿Qué le ha pasado?"- se asombró. "-¡Y la alfombra de su mamá!" El, sujeta

la cara con un pañuelo ocultaba que había llorado.

"-Me sangró mucho la nariz, me caí, tropecé con la alfombra, trata de mandarla a la

tintorería antes de que venga mamá y lávame, o mejor tira nomás la ropa que dejé en el baño,

está toda manchada con sangre y si mamá la ve se va a preocupar, ya sabes cómo es..."

"-Vaya al médico, Niño...capaz necesita vitaminas...”.-opinó la sirvienta-" el que

estudia tiene que tomar vitaminas, lo vi en la tele...”..

"-Ahora después, me voy a recostar un rato..."


Quedó planchado por quince minutos: luego estalló el infierno. No se le ocurrió que

su acompañante original, el que no intervino, el que huyó, se lo contaría a su padre. Al de él,

al gobernador. Lo de la joda, las trompadas y la chinita violada, que no sabía muerta. El

hombre se puso furioso porque esas cosas, si se conocen, por más que uno las pueda tapar

después, afectan la imagen política. Llamó al diputado, lo intimó a solucionar el asunto: que

le dieran plata para que se callara, que averiguara bien quién era y todo eso, si la habían

lastimado debería hacerla atender, pedir disculpas... ya sabía... y tener más cuidado... si

necesitaba dinero no tenía más que pedirlo.

Y en ese instante era el diputado quién lo cacheteaba para despertarlo, gritándole:

"-Estúpido, infeliz, me rompí el culo para salir del barro y por un pendejo de mierda

como vos puedo perder todo...!"

-"-Papá."..-sollozó de nuevo-" papá..". - y se sentó en la cama, la cara entre las

manos, sin poder hablar...sólo llorando.

El padre captó que la cosa era distinta. En minutos supo, aterrado, toda la verdad. Si

el gobernador se enteraba era hombre muerto. Cayó en la cama, al lado de su hijo, jadeando.

¿Qué hacer? De pronto se acordó: había un comisario que le debía la vida... era

realmente la única persona a la que podría recurrir. Mientras tanto pensó: si el tema se

complicaba, sería mejor que su hijo, el muy imbécil, no se hubiera encontrado, a los fines de

la ley, en la ciudad. Recordó un documental norteamericano donde la coartada del hombre

que mató a su mujer fue que no había estado en el pueblo sino muy lejos y lo había probado

con el resumen de la tarjeta de crédito. Se prendió por el teléfono. Un pariente en Buenos

Aires lo podría ayudar. Después que habló fue al aeropuerto y se quedó en el auto, mientras su

chofer despachaba un jet-pack, con la tarjeta de crédito y el documento de su hijo. En Buenos

Aires su primo retiró el paquete del mostrador, en Aeroparque, y procedió de acuerdo a las

instrucciones. Se vistió como un ejecutivo, cargó un ataché de calidad con papeles, dinero en
efectivo, y salió. Compró y pagó con la tarjeta que había recibido; la empleada del negocio

hizo la averiguación por teléfono comprobando los datos, todo era normal. Él le pidió, por

favor, fecha de ayer, "Si mi mujer sabe que todavía estoy en Buenos Aires me mata, es muy

celosa, ahora me cree en Córdoba..." deslizó un billete, no mucho para que no desconfiase,

pero suficiente para que aceptara. Repitió la maniobra en varios negocios. Salió bien en

todos...Luego, en el aeropuerto sacó un pasaje posdatado a nombre del dueño de la tarjeta, la

metió en un sobre, pagó otro jet-pack. Desde un teléfono público informó sobre sus gestiones.

Su pariente estaría contento. No le interesaban las razones de todo esto, era obvio que el

chango se había mandado una macana allá y querían decir que estaba acá en Buenos Aires, lo

tendrían escondido... Cuando uno ha sido muy pobre y ya no lo es, no se cuestiona

moralmente. Aparenta, eso sí, nada más.

Su hijo, que tenía la edad del chango, usaría días después el pasaje para "regresar a

casa". El diputado suspiró aliviado y sintió que aminoraba la opresión que sentía en el pecho.

Supo que debería ir a un cardiólogo.

Citó al comisario, de civil, a la tarde.

"-Dale, imbécil, cuéntale como fue..."- increpaba a su hijo, que hablaba a los

tropezones. El comisario no era tonto. Ya sabía que había desaparecido una alumna de las

monjas, pero siempre se espera un día o dos... las chicas, con monjas o sin monjas, se suelen

pegar escapadas y al cabo vuelven.... y para eso se gastó nafta de la comisaría en la búsqueda

y nafta que se gasta es menos combustible para cargar al auto de uno... y ahora, encima,

estaba todo tan restringido...

"-Mañana," - dijo - "a la noche, cuando están cenando. Es la mejor hora. La gente se

acuesta temprano, cena a eso de las diez, mira tele... y nadie se extrañará de ver una

camioneta descargando basura..."

"-¿Basura?-" preguntó el muchacho sin comprender.


"- Sí, la vamos a tirar al lado del basural, es lo mejor... más fácil...tardarán en

identificarla, si lo hacen... es decir, si los chanchos dejan algo... o los perros vagabundos, hay

muchos..."

- El político sintió un golpe sordo en el piso, casi a su lado. Su hijo se había

desmayado.

Así que a la noche siguiente volvió, con otro, y fueron con una camioneta a la

cochera, al cuarto donde estaba el freezer e intentaron quitar el cuerpo de allí. Fue un desastre.

El pelo lleno de sangre se había congelado sobre y entre la rejilla y no se podía sacar sin que a

la vez se levantase la canasta, ni esperar con el freezer abierto a que se descongelara. Había

que proceder.

Con un cuchillo cortó como pudo el pelo y una oreja para poder despegar la cabeza.

Y entonces tuvo una idea luminosa: le cortó la otra oreja. Eso lo haría parecer una venganza o

un crimen pasional. De paso tiró cuchilladas entre las piernas, para acrecentar el efecto. No se

impresionó pues estaba toda recubierta de fina escarcha blanca y él era un hombre endurecido.

Semejaba un gran pescado congelado, nada más. Alzó también la ropa y la cargaron en la

camioneta, sobre un plástico que ocupaba todo el piso de la parte trasera. La había elegido

especialmente con cúpula y vidrios polarizados por si algún curioso se acercaba. No llegó a

necesitarlos. Como lo pensó, todos estaban cenando.

En el basural depositaron el cuerpo en una zanja, boca abajo por casualidad... Tiró las

ropas por ahí y se fue a dormir, seguro de que había obrado bien, de que no pasaría nada, de

que se la comerían los chanchos. Le faltó experiencia. Nunca tuvo chanchos y no sabía que,

en posición de optar, dejan lo congelado para último. En el basural había cosas que no estaban

heladas y tenían mejor sabor. Tampoco en el apuro se había fijado en las marcas que la rejilla

dejó bajo la remera, cuando, recién muerta, empezó a enfriarse.

Así de fácil, boca abajo y bajo la luz de las estrellas, solamente con algo de hojarasca
encima, nuestra chica del subdesarrollo, pobre chica enamorada, entró como un símbolo en la

historia de su ciudad... y luego como una bandera en la de su provincia.

Y ahora, permanecerá para siempre en la de su país... como ella nunca deseó y como

nunca tampoco imaginó jamás que éso, pudiera pasarle.

La línea posible

En la infinita variedad de las circunstancias, hechos y decires que rodean un crimen

no resuelto, una de las posibilidades más seguras es que la gran masa de la población se

incline por aceptar que se inculpe -con o sin lugar a dudas- a alguien odiado, de ser posible

poderoso.

En ese caso se sienten hermanados con el amo, si uno de ellos fuese condenado..., si a

uno de ellos se lo declara culpable..., si declara inocente pero lo condenan, la justicia existe.

Llegado a este punto no importa si el inculpado o sospechoso es inocente o no, se

desea que no lo sea, y cuanto más aberrantes son las características del crimen, mayor es la

posibilidad de que no se dude sobre la segura culpabilidad de su acción.

Los poderosos, salvo en el raro caso en que dediquen su vida al servicio de los

pobres, son detestados por todos y aún entre ellos mismos. Por oposición, aquel que es amado

por los menesterosos, es doblemente odiado por los que detentan el poder, pues su sola

existencia representa una amenaza que pende como una espada sobre sus cabezas.

Por otra parte, ni a los integrantes del grupo de los nobles de la corte, ni al mismo rey,

le agrada que un duque o un conde se enaltezca demasiado. Podría, y no es imposible,

ocurrírsele desplazar a su legítimo soberano, o creerse con derechos que el derecho no le da...

pero que la costumbre de la política corrupta le ha otorgado.

Y las conspiraciones empiezan, pero no las comunes, las de entrecasa, las de los

diputados o las de los concejales de un pequeño municipio. Las otras. Las mayores.
Esas trabajan en silencio... dentro de la logia estudian las líneas posibles, las detectan

y cuando pueden ejecutar una lo hacen. Nadie se entera de ello pues el disfraz ha sido perfecto

y las circunstancias - ejemplificadoras y coincidentes - los han ayudado más de lo pensado.

Para entenderlo un poco imaginemos un crimen conveniente detectado a tiempo y

utilizado como pie y base para una de las líneas posibles ya estudiadas por aquellos que

permanecen amparados en la oscuridad del secreto. Un crimen conveniente. ¿Cómo sería? Por

norma la logia no tiene ejecutores, esos pertenecen a las mafias y no al círculo de los elegidos.

Otro es el modo de operar. Se aprovechan los hechos. Se espera el crimen cometido por otros,

con diferente motivo.

Es aquí cuando entran a jugar los miembros ocultos del grupo que se rige por reglas

que los hermanan. En la policía, diligentes, tratan por todos los medios de borrar cualquier

prueba que pueda inculpar al acusado, que siempre es alguien vulnerable, pariente de los

encumbrados, pero no uno de aquellos mismos. Se elige un familiar por la sencilla razón de

que en esta forma el resto de la nobleza no se esforzará mucho en defenderlo, pues no es

directamente uno de sus pares, y ocultamente gozará al ver caer sobre otro la desgracia.

Siempre siguiendo la línea posible, alguno de los miembros de la logia informará en secreto a

uno de los obispos y a uno de los sacerdotes más distinguidos por la comunidad que el muerto

fue asesinado por el más joven de los sobrinos del virrey, pero que no diga ni haga nada, pues

es inútil luchar contra el poder de la corona.

Esta información adquiere a través de los días visos de credibilidad: se va

comprobando que todo indicio o pista que podía conducir al esclarecimiento del crimen ha

sido sustraída, destruida o borrada, que los móviles del delito han sido burdamente tratados de

disimular y que en definitiva, no hay muchas cosas que denoten claramente la culpabilidad de

aquel que ya, por lo rumores esparcidos por los miembros de la logia y los iracundos

religiosos, es presentado ante el público en general como el autor material del crimen.
Estos transcendidos empiezan a soliviantar a las masas. El gobernador de la

provincia donde vive el presunto sospechoso ve con sorpresa, ya que no conoce las

motivaciones ocultas de la logia ni las conocerá nunca, como todos los súbditos se empiezan a

sublevar y a manifestar en alta voz indignados agravios.

Ya no hay el cuidadoso temor que conlleva el silencio, todo el mundo opina sobre la

corona, sobre el gobernador, sobre el sobrino del virrey, que si estuvo en la provincia, que si

no estuvo, que si es culpable, que si no lo es...

De esta forma el orden se corrompe.

Los irritados vicarios, cuyo obispo únicamente responde a las razones de la logia,

influidos por la necesidad del pueblo y su inalcanzable vocación de justicia, empiezan a

trabajar a la vista de todos por lo que consideran una causa noble.

Ya nadie los podrá detener y la bola rodará, crecerá y se convertirá un una gigantesca

pelota de rumores, dichos y acciones, que explotará a los pies del rey. La gente pide justicia,

pero no la justicia a la que están acostumbrados mansamente en su feudo de provincia, piden

la justicia de Dios, la justicia con mayúscula cuyo nombre resplandece con letras de oro en

sus recuerdos escolares de infancia, nunca perimida, no prescrita.

El rey, que ha permanecido esperando, envía instructores de procesos, gente suya de

confianza que le traiga informaciones veraces de lo que está ocurriendo en sus dominios.

Los hombres vuelven e informan que aunque pasen años, el asunto no se olvidará.

Esa convicción le cuesta al gobernador su puesto, y al virrey el exilio.

Sin lograr comprender muy bien lo que pasa, el ex-mandatario y el padre del culpable

se sienten víctimas de la conspiración que aparenta ayudarlos. No entienden como están

orquestadas las cosas ni que mágicos acordes logran obtener las cuerdas cuya existencia

desconocen.

El padre llega a sospechar que el hijo realmente es un violador y piensa que la madre
es la que ha comprado a los funcionarios para que destruyan las pruebas que podrían acusarlo,

la madre cree que es su esposo el causante de tanto tapujo... todo el mundo sospecha de todos,

y parte de la población, alentada por los religiosos, marcha en silencio por las calles pidiendo

justicia.

A este punto, la imagen de la víctima ha recorrido en mundo y su crimen se cita en

los países vecinos como ejemplo del envilecimiento que impera dentro del aparato judicial y

político del reino.

Para tranquilizar los ánimos, el rey habla con los obispos y los sacerdotes son

trasladados, pero el objetivo ya ha sido cumplido. El gobernador ha caído y los lentos

engranajes del cambio social han sido puestos en marcha.

En un espectacular juicio público se ventilan los sucios negociados, se descubren

mentiras y mentirosos y luego de doscientos días de espectáculo, se condena al presunto

asesino. Nunca se sabrá realmente si fue culpable, pero el grueso de la población queda

conforme, se han clarificado los hechos, se ha puesto todo en su lugar. El imputado se siente

víctima de una confabulación y protesta por su inocencia siendo abucheado por el público. El

juez, que no está muy convencido, no se halla totalmente conforme pero cree haber hecho lo

debido. La gente no lo quiere pues cree que trató de quedar bien con Dios y con el diablo.

El gobernador, ahora un hombre común, corrupto e impotente ante lo que ha

desencadenado advierte desdichado que su feudo real se va convirtiendo en imaginario. Los

cargos vacantes van siendo ocupados por personas que no conoce, las que conoce no le

prestan ya atención y morirá viejo y desacreditado, sin comprender que ha sido motivo y

origen de la recomposición nacional que no deseó y que provocó sin saber.

Los miembros de la logia, desinteresados en la suerte de aquél que fue condenado se

admiran de saber que murió en prisión, de mala muerte.

A nadie, entre todos los que estudiaron el asunto y profundizaron en el tema, se le


ocurrió seguir el desarrollo de las líneas posibles y detenerse a pensar alguna vez que si no

hubiera habido ocultamiento y destrucción de pruebas, hecho que llevó a un hombre a la

cárcel y a sus contemporáneos a una victoria social sin precedentes, ellas podrían haber

servido para demostrar la circunstancia cruel, fatal e inconveniente de su inocencia y que ése

fue el motivo de su desaparición y no otro, pues esa exculpación podría ser un obstáculo en el

camino de la línea posible y su obstrucción no estaba, en modo alguno, considerada siquiera

en la determinación inexorable de la logia.

De qué se mueren los indios (1982)

En memoria de dos amigos entrañables Marcelo Estrada Oyuela, periodista del

diario La Prensa y que formó parte de esta historia y del Comandante Principal Ricardo

Faiad, que también hizo su parte.

En la Argentina los indios se mueren de muchas cosas, pero como nos van a decir que

no, vamos a puntualizar una, sin vuelta de hoja: se mueren de hambre.

Como no somos periodistas vamos a contar solamente una historia, pero no una

historia de mentirijillas, sino una historia real. Si a algunos no les gusta, lo sentimos mucho

pero lo que es, es.

Había una vez una mujer cuyo marido empezó a emborracharse muy seguido. Era

amigo de los jueces y la esposa sabía que jamás lograría obtener una sentencia favorable ni

que le pagase alimentos para sus hijos, pues había visto muchos casos semejantes: engorrosos

e interminables trámites judiciales, dineros anticipados a abogados que después se vendían

porque eran machistas y cosas por el estilo. Lo mejor era irse con sus hijos a otro lado y

mantenerlos con su trabajo.

Recordó que en su juventud se había recibido de maestra de escolaridad primaria,


buscó el título, le sacó el polvo, lo fotocopió y lo envió a una provincia del sur del país.

Quería irse bien lejos.

Al cabo de unos días recibió un telegrama donde la llamaban para trabajar, en un

pueblito cercano a una muy importante ciudad turística.

Su comadre, que hacía años se ganaba el pan trabajando de maestra rural, le advirtió:

-Si nadie del lugar quiere ir es de seguro porque, o se está cayendo a pedazos, el

acceso es muy dificultoso o no hay donde vivir... no lleves los chicos.

La mujer se fue y dejó los chicos en casa de su madre.

En el ventoso y solitario pueblito patagónico los empleados del ferrocarril le

indicaron la casa de la directora de la escuela. Allá fue. Era lastimosa.

La señora la hizo pasar porque estaba cayendo una cellisca fina y le informó que las

maestras se alojaban en la pensión y la acompañó allí. Al día siguiente llegaría otra colega y

ella les había reservado una habitación.

La habitación - porque de algún modo hay que llamarla - era la subdivisión de un

largo galpón de carcomidos tablones. Las paredes eran de bolsa de arpillera clavada sobre una

parrilla de madera y se les había pegado encima con engrudo varias capas de papel de diario

para hacerla más sólida. Mientras la directora hablaba con la dueña, la mujer se entretuvo

leyendo las noticias de cinco años atrás.

En el centro del cuarto había una lata plana de sesenta centímetros de lado más o

menos, clavada al piso.

-¿Para qué es eso?

-Para apoyar el calentador de kerosene...-explicó la directora. Y a continuación

añadió:

-De aquella canilla pueden sacar el agua y aquella casillita es el baño.

La mujer calculó cincuenta metros a la canilla y setenta al excusado de un metro por


un metro, pero no dijo nada...

La gordita, hechas las presentaciones, se fue y la nueva docente, cansada por dos días

arriba del tren, se acostó y durmió.

Al otro día llegó su compañera y entre las dos buscaron un alojamiento aceptable. No

había. El intendente les dijo que él antes les prestaba una casa del municipio para que viviesen

las maestras, pero que eran todas unas locas, que hacían farras con los gendarmes y lo peor de

todo, lo terrible, a su juicio, era que tiraban las vacías botellas de licor por las ventanas y se

enterraban en la nieve, uno no las veía, las pisaba con el auto y rompía las cubiertas. Y no era

grato estar cambiando cubiertas con veinte grados bajo cero, así que las echó y destinó la casa

a otra cosa.

La mujer preguntó:

-¿Por qué este es el único lugar de la Patagonia donde las clases empiezan en marzo,

por qué no en septiembre como en los otros lugares donde nieva?

-Le explico -contestó el intendente que era un estanciero sociable- acá la cosa se

maneja así: Se traen los chicos al albergue escolar y allí se los aloja, tienen casa, comida,

calefacción, ropa, asistencia médica, maestras de apoyo y se los envía a la escuela. Para eso

deben provenir de familias que vivan a más de cinco mil metros de la escuela, son los hijos de

los puesteros de las estancias... Aunque nosotros hacemos la vista gorda si viven a menos, no

andamos midiendo... pero los que viven acá en el pueblo, en invierno no tienen qué comer, así

que con la escuela funcionando comen en el comedor escolar, por lo menos, por eso se pidió

este régimen... para que coman...

-¿Tan pobres son?

-¡Já! ¡Hay que verlo para creerlo... son pobrísimos. Por acá andaban unas monjas

ayudando pero después se fueron... Vayan a la Delegación del Ministerio de Educación y

pidan vivienda, en la escuela hay dos piezas en buen estado que las están usando como
depósito de los bancos viejos... ahora cambiaron todos los pupitres, dijeron que iban a venir a

buscar los viejos, pero eso no lo van a hacer, díganle que las mandé yo, que les puedo guardar

los bancos en un galpón si quieren y que les den esas piezas para vivir, eran la antigua

dirección de la escuela vieja, vayan mañana.

Las mujeres fueron, hablaron y se las dieron. Les extendieron una orden para que la

directora hiciera retirar los bancos viejos y las alojara allí.

Las clases empezaron. A veces nevaba, a veces no, pero siempre hacía frío.

Los chicos venían a la escuela y reunidos alrededor de las estufas a leña y se

entibiaban las manos. Ninguno tenía guantes ni zapatos apropiados. El viento nunca paraba de

soplar y silbaba en los caños del tiraje de las cocinas.

Las dos maestras vivían bien. Las piezas eran cómodas y tenían una salamandra.

Luego comenzó el invierno.

Los chicos llegaban, se calentaban, se sentaban y empezaban a preguntar:

-Señora, ¿Cuánto falta para el recreo de la leche? ¿Falta mucho?

Y así cada dos minutos.

Le preguntaron a la directora:

-¿Y el comedor escolar? ¿No era que la escuela funciona en invierno para que los

chicos coman?

-Sí, en teoría es así, pero resulta que como ahora transfirieron las escuelas nacionales

a las provincias, la provincia no tiene plata para el comedor...

-Pero esa transferencia hace años que estaba proyectada, ¿por qué no cambiaron el

período de clases de septiembre a mayo si no les iban a dar de comer? Si se quedaran en sus

casas por lo menos no tendrían que caminar cuadras y cuadras sobre la nieve para venir a estar

acá, malcomidos como están...

-No sé, son cosas del Ministerio, a mí no me interesan... - fue la contestación de la


directora.

Un día un alumno se desmayó porque tenía el estómago vacío y hubo que llevarlo al

hospital. El médico indignado dijo que él estaba cansado de ver llegar a los chicos solitos a

decir que les dolía "la barriga" y era de hambre... En ese momento llegó el cura, con la noticia

de otro caso más o menos patético. Se sentaron los cuatro, el médico, el cura y las dos

maestras, a tratar de arreglar el mundo, en medio de tazas de café, al calor del fuego.

-¿Y si conseguimos cosas y les damos de comer? - se le ocurrió a una.

-El Obispo no quiere ollas populares, me sacará a patadas... -dijo el cura.

-En el hospital no hay lugar... la única posibilidad es habilitar el comedor escolar.

-Sí, pero cómo?- preguntaron las maestras.

El médico explicó:

-Yo puedo presionar a los estancieros para que me den ovejas, el veterinario

municipal no se va a negar a inspeccionarlas, la escuela tiene instalaciones adecuadas y

cocinera, que se rasca. Ud. Padre, puede conseguir polenta o porotos cuando va a la ciudad y

con eso nos largamos... yo hablaré con la directora, pondré mi camioneta a disposición de la

escuela pero lo único que quiero es que les den de comer también a cinco chiquitos de dos o

tres años que están de última, las madres los pueden llevar y ayudar a lavar los platos...

Las mujeres salieron entusiasmadas. La más joven era soltera y recibía las atenciones

de un oficialito a cargo de un destacamento de la gendarmería. Todas las tardes se acercaba a

verla y tomaba un café. Le contaron la historia y al otro día vino con una novedad:

-¿Saben?, hablé con mi jefe y ellos le van a pedir al supermercado donde se surte toda

la guarnición que les regalen las bolsas de fideos que se les rompen, o de porotos, garbanzos,

polenta, esas cosas... el lunes viene un camión a traer equipos y ya nos van a tratar de mandar

algo...

Todo andaba bien. A la directora no le gustó mucho la idea, pero estaba de por medio
el director del hospital y el cura. El comedor empezó a funcionar.

A la semana, recién a la semana, la directora, que nunca salía de su oficina porque allí

estaba calentita y no le gustaba el frío, fue a la cocina y vio a las madres lavando platos y a los

cinco nenitos indios sentados en un banco, quietitos, esperando que las mamás terminaran.

Vio también que las mujeres raspaban los platos y las cacerolas, y ponían todo en una ollita

que luego se llevarían a sus casas, para la cena.

Volvió furiosa a la dirección y llamó a sus maestras:

-¿Ustedes permitieron que esas mujeres entren en la cocina a llevarse las sobras?

-No, fue parte del trato con el médico, él trae todos los días una oveja a cambio de

que se les dé de comer a los chiquitos esos que estaban sentados en el banco, las madres

colaboran, si se llevan las sobras ha de ser porque no tienen qué comer...

-Esto no puede seguir así, Uds. han convertido esto en una olla popular y las ollas

populares están prohibidas por la constitución de la provincia. Mañana se termina, al comedor

escolar vienen solamente los escolares y esos chicos no están en edad escolar...!

Las maestras la miraron perplejas. La más joven, que tenía los grados más bajos y

estaba más en contacto con los pequeños, arriesgó:

-Si siguen así no creo que lleguen a la edad escolar...

-Ése no es nuestro problema, a ver si lo entienden de una buena vez, acá a la

Patagonia viene toda la gente como Uds. y pretenden convertirse en redentores, estos indios

mugrientos se llenan de hijos y después andan por ahí dando lástima... se terminó, dije, y acá

la directora soy yo, ¿estamos?

Las maestras se miraron entre ellas y salieron sin decir nada. En el pasillo una le

preguntó a la otra:

-¿Vos entendiste qué quiso decir con "..gente como Uds.."

-No. Pero mejor ni preguntárselo.


Al rato vieron salir a la portera y un poco después oyeron un griterío que sobrepasaba

la puerta cerrada de la dirección y cinco minutos después el médico furioso dio un portazo

que hizo temblar los vidrios.

Acababa de tocar la campana del recreo y la directora salía de su reducto diciendo:

-¡Por Dios! ¡Que hombre tan maleducado! ¡Y con ese hombre fueron a hacer tratos

Uds., chicas... pero ya aclaré todo, por suerte!

Por suerte creía ella. Al rato vino la cocinera a preguntar qué preparaba porque el

chofer del doctor había venido a decir que no iban a traer mas la oveja diaria para el

comedor...

La directora se molestó y ordenó:

-Si no hay carne, haga polenta sola...

Y se hizo polenta sola. Y garbanzos solos, porotos solos, arroz solo.

Los chicos preguntaban:

-Señora ¿por qué no hay carne?

La directora decía:

-¿Ven?, ahí tienen el resultado, se creen que estamos obligados a darles carne,

mañana o pasado va a venir un padre a quejarse, lo único que falta! Si no fuera porque me lo

pidió el Padre Antonio, cortaba todo esto de raíz...

En la charla del café diario con el oficialito, se tocó el tema.

-¡Qué bárbaro, ché! ¿Así que están comiendo polenta con sal? ...y les digo una cosa,

esta gente no come mas que acá en la escuela, en la casa no tienen nada...

A la mañana siguiente se presentó la camioneta de los gendarmes con un animal que

parecía un ternero, limpio y listo para cocinar.

La directora lo miró y el muchacho explicó:

-Es un guanaco, señora, lo cazamos anoche, el veterinario ya lo revisó. El


administrador de la estancia de los ingleses nos ha dado permiso para que cacemos, no hace

falta que lo guarde en la heladera, cuélguelo en la galería y le durará unos días. Buena carne.

-Ud... no pretenderá que se les dé guanaco a los alumnos, alférez...le agradezco su

buena voluntad pero lléveselo. El Ministerio de Educación no lo permitiría.

-Señora, por favor... son proteínas, no me venga con esas cosas... lo han comido por

miles de años...

-No, no, no... saque ese animal de acá, y Uds. - ladró a las maestras y de paso a

algunos alumnos mayores que estaban mirando - no se metan...al aula, al aula..- arreó.

Los gendarmes cargaron el guanaco en la camioneta sin decir nada, con mirada torva.

A la noche hicieron guanaco al horno, con papitas, e invitaron al médico, al cura y a las dos

maestras. Uno de ellos, el chofer, sugería deslizar la camioneta sobre el hielo y atropellar a la

gorda, que pasaba todos los días por el frente.

-Esa gorda hija de puta se cree que porque ella es directora... -decía furioso - No me

podrán decir nada, resbaló...eso será todo, vendrá otra...

-Deja de delirar, -dijo el jefe- acá hay que hacer algo, pero en serio. Pero no se les

ocurrió nada.

Al día siguiente era viernes y las dos maestras subieron al tren y se fueron de fin de

semana a la ciudad turística. Era bueno de vez en cuando ver otras caras, comprar chocolates

y disfrutar comodidades. A la noche, en el salón del hotel, el tema salió a relucir. Estaban

sentadas en un sofá, con una columna de la estructura atrás, forrada con espejos. Del otro lado

había un señor leyendo el diario, pero no lo vieron. Era un señor mayor, canoso, de anteojos

de marco de carey. Después de oír parte de la conversación se levantó y se presentó.

-Señoras, -explicó- soy Juez de Cámara... las he estado escuchando. Permítanme que

les diga una cosa: no tienen salida. ...pero pueden apostar el resto a una sola carta: escriban a

los diarios.
-Nos echan en dos minutos...-dijo la mas joven.

-Nos llevan presas por subversivas...-agregó la otra.

- Pero no...! ¡Ustedes no me interpretan! Manden una carta anónima.

-No se puede, hay que mandar la fotocopia del Documento de Identidad certificada

por la policía, si no, no la toman en cuenta y menos para publicación...

-Miren, Uds. hagan como yo les digo, escriban al diario " La Prensa " de Buenos

Aires como si fueran un familiar de esos chicos, una india por ej., que le dicta a otro... la

tomarán en cuenta, yo sé lo que les digo, a los diarios ese tema les gusta, defender a los indios

está bien, pobres indios, a los periodistas les agrada, se sienten buenos haciendo esa clase de

revuelos... escuchen...

Y ellas escucharon.

Ese día era veinte de junio, día en que se conmemoraba la muerte del creador de la

bandera nacional, el general Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, prócer ilustre e

inspirador de algunos desastres, entre otras cosas. Pero se había preocupado por las escuelas,

eso sí, no había duda.

La carta salió perfecta. No fue muy difícil, hacía más de tres meses que estaban en la

zona y conocían el rico lenguaje de los mapuches, como se llaman a sí mismos los araucanos

de esos lugares.

El diario la publicó y otros periódicos se hicieron eco.

La leyeron en radios de la capital.

El gobierno de la provincia desmintió todo y presentó por televisión - luego de varios

días de una búsqueda infructuosa de la presunta india verdadera y firmante - a otra india

cualquiera a la que tiraron unos pesos para que se reconociera autora, - total que los indios

son todos iguales -, y se le dieron públicas explicaciones de cómo se estaba solucionando la

cosa. Los gendarmes y las maestras, admirados, veían en el programa al ministro de salud y al
de educación, hablando, muy serios, con la india que ellas habían inventado.

Al cabo de unos días todos fueron trasladados. Se dijo que en castigo, pero se los

llevó a sitios mejores. Al médico a una ciudad del valle frutícola, con un buen puesto. Las

maestras a la ciudad del chocolate, donde consiguieron doble turno y al jefe de los gendarmes,

pobre oficialito inocente y bien intencionado, de jefe de ocho se lo hizo jefe de cuarenta, a

pocos kilómetros de la ciudad turística. La municipalidad organizó un programa de ayuda a

los indios, ayudada por el Club de Tigres Caritativos. Al cura lo llevaron a otra capilla donde

no había feligreses tan hambreados y se volvió a la normalidad.

Ese invierno, al menos, todos los alumnos comieron.

Queremos creer que también lo hicieron el siguiente, y los demás. No lo sabemos

muy bien porque todos se fueron, la maestra joven se casó y la casada se hizo periodista, pero

sólo escribe artículos sobre bellezas geográficas. En el pueblito únicamente quedaron la

directora, que de seguro no nos dirá nada, y los indios...cuyos muertos no hablan y cuyos

vivos miran al blanco con desconfianza.

Una muerte en la Argentina...

A Raúl Alfonsín, ex-presidente de los pobres argentinos, que ahora somos también

argentinos pobres.

¿Cómo describir una muerte que nos afecta? ¿De cerca? ¿De lejos? Tal vez sea mejor

dejar pasar algo de tiempo y hacerlo con calma y poniendo distancia en la apreciación de los

acontecimientos que todos provocamos... de esos de los que no queremos sentirnos

culpables... Yo, por ejemplo, durante un tiempo me sentí culpable de haber participado

activamente en la campaña del presidente ganador de las elecciones en la Argentina, en el año

1983. Para el 89, el ejecutivo y su gabinete, como era previsible, se hallaban en crisis.

Un gobierno soberbio ignora sus limitaciones y es de cajón que los países más
poderosos se las harán ver. Lo lamentable es que las sentimos y sufrimos todos los habitantes.

Nunca los políticos. A ellos no les pasa nada. Como decía mi abuela " los cuervos no se

picotean entre ellos..."

En mi caso particular, que es el caso general de los pobres, de los explotados y de los

que no pueden hacer nada para salvarse, fue como sigue, y las aclaraciones, que son para los

que ignoran lo que es vivir en ese subdesarrollo que más que una realidad económica es una

actitud mental cuyas consecuencias son inevitables para todos, las iré haciendo a medida que

considere necesario.

Como la lluvia o la nieve, el gobierno cayó... pero de a poco. Los signos se

empezaron a notar varios meses antes, con la inflación que siguió al plan económico

fracasado.

Para un empleado que cobraba 400 dólares por mes, (y ese era entonces un buen

sueldo) digamos en enero, en febrero cobró con quince días de atraso 280, en marzo con 20

días de atraso 179, en abril ya iba atrasado un mes y le pagaron 130 dólares... en mayo todo

explotó. Claro que los precios subían, no atrás del dólar sino adelante, pues los comerciantes

no pierden...

Mi madre estaba enferma de cáncer. Yo supongo que habrá sido cáncer porque se le

hinchó medio cuerpo, el lado izquierdo completo.

En el hospital a dónde la habíamos llevado, porque el dinero no alcanzaba para pagar

un sanatorio de cuarta pese a que regularmente le descontaban para el servicio social desde

hacía años, como el gobierno no pagaba a los médicos éstos se negaban a recibir pacientes de

la obra social ( PAMI, para los jubilados) aduciendo que era perder tiempo, que luego con la

inflación no cobrarían nada... en ese hospital le quisieron hacer una radiografía y como la

pobre gritó que el aparato estaba frío, el médico jefe me dijo que la retirara del nosocomio,

pues se hacía lo que cabía con pacientes que deseaban curarse y era evidente que mi madre,
con sus 79 años, no deseaba hacerlo... Tratar de que entrara en razones era inútil. Hay gente

obcecada.

Trajimos a mamá a casa y la acostamos en su cuarto y la empezamos a atender como

podíamos. Yo contraté una mucama para los quehaceres domésticos, a la que pagaba un

sueldo miserable, que era la décima parte del mío... pero por lo menos todos comíamos.

De mi pequeña huerta en el fondo de casa, con la acelga y las borrajas hacía ravioles,

con las zanahorias, ralladas, la salsa; y con orégano, perejil y un poco de pimentón, algo de

cebolla de verdeo y sal le daba el gusto.

En el trabajo por licencia para atención de familiar enfermo me autorizaban solo

veinte días de permiso en el año y se terminaron pronto. Tuve que enfermarme yo y un

médico compasivo certificó y selló que yo me encontraba tan mal que no podía concurrir de

ningún modo al trabajo.

Empezó el mes de mayo y las cosas empeoraron. La empresa estatal que nos proveía

la luz eléctrica cobraba el día 6, el gobierno nos pagaba los sueldos a las maestras el 25 o 26

del mes siguiente y cuando íbamos a abonar la luz, zácate, una multa por pago fuera de

término e inútil protestar. Lo mismo pasaba con el agua.

En ese ínterin el presidente se veía cada vez con ojeras más grandes y bolsas bajo los

ojos, algunos kilos de menos y la voz más cansada. La televisión empezó a mostrar que la

gente avanzaba por las calles y rompía las vidrieras de los supermercados y arrasaba con el

contenido de las estanterías. No eran ladrones, eran empleados municipales, policías de civil,

obreros en general, desempleados o no, pero todos necesitados de comida.

Si uno cobraba por día, por ej., el lunes le pagaban 7 dólares al cambio oficial, y se

podía comprar una botella de aceite, un kilo de pan, 1 kilo de arroz y medio de merluza. Al

día siguiente con el mismo dinero, sólo el pan y el arroz, y al tercer día sólo alcanzaba para el

pan... y era un día entero de trabajo. ¿Con qué comprar las otras cosas?
Yo tomé todo lo que tenía de oro, sortijas, aros, pulseras y cadenas: apenas eran 70

gramos. En la capital del país, Buenos Aires, el oro valía el doble que en cualquier lugar del

interior. Yo vivía en el interior, así que tomé un colectivo cuyo pasaje me costó el precio de

un gramo y medio y fui y se lo vendí al Banco de la Ciudad, que era el que pagaba la

cotización más correcta. Lo cambié a dólares y calculé que con suerte y haciendo las

economías más espantosas podríamos vivir - toda la familia - tres meses.

Mamá desde su cama se daba cuenta de que algo que nunca se había visto estaba

ocurriendo. Escuchaba la radio y contemplaba la gente en la TV, marchando por la calle y

rompiendo las vidrieras. Se preocupaba por mi suerte, decía que "menos mal que tienes

trabajo, nena, "...porque creía que con tener trabajo todo estaba solucionado, pobre vieja...

Después se dio cuenta que no era así y dejó de comer.

Había que darle algo o tener a mano algún medicamento, pensaba yo.

¿Qué haré si sufre o empieza a gritar de dolor? ¿Con qué dinero compraré remedios?

Ni sumada la jubilación de ella, la pensión que le pagaban por papá y mi sueldo de

maestra de campo, con un plus de 80% por zona desfavorable se llegaba a sumar en dólares el

importe de mi básico de hacía dos meses...

En la primera semana de abril quiso que la viera un médico. Ya no se podía levantar

de la cama. El médico de años, a una cuadra de casa, no quiso atendernos y salió su esposa y

dijo que el doctor por visitas a domicilio cobraba quince dólares más, adelantados. Volvimos

sin doctor y le dijimos que no estaba. Esa noche mamá habló toda la noche con personas que

ella veía pero nosotros no. Persistió en su negativa a comer y cuando le tendí la cama observé

que se le habían puesto totalmente negros los dedos de los pies.

En casa vivían mis dos hijos menores de edad y una hija divorciada con sus tres

pequeños. Los más grandes iban ya al preescolar y el más chiquito tenía dos años. La madre

estudiaba.
Pasado mediodía tomé a Alvar de la mano y salí con el rumbo a la casa de Malvina.

Alvar era el pequeñito y se llamaba así porque mi hija admiraba a Alvar Núñez

Cabeza de Vaca. Fue un verdadero lío ponerle ese nombre porque no figuraba en la lista de

nombres permitidos - como españoles - en el Registro de las Personas. Debió fundamentar su

pedido contando la vida de Alvar Núñez, y decir que descubrió las Cataratas. En Argentina

"las Cataratas" son las del Iguazú, por supuesto, que en idioma indígena quiere decir "agua

grande".

En eso pensaba yo cuando iba a lo de Malvina, una amiga de mi hija que vivía a dos

cuadras de casa. Se llama así por las islas, esas de la guerra que nos dejó en la ruina y cuyos

costos todavía estamos pagando...¡¿A quién se le ocurre hacer una guerra en el Atlántico Sur,

en Abril y con un gobierno conservador en Gran Bretaña?! Sólo a nosotros. Y a pesar de todo

siguen siendo uno de los grandes mitos nacionales, como Eva Perón...

Todo eso pensaba yo cuando llegué a la puerta de la casa y golpeé las manos, porque

en las provincias las casas tienen jardín al frente y entonces no hay timbre...

Ella me hizo pasar y yo le dije, lo recuerdo muy bien:

-Malvi, el otro día cuando estuviste con un ataque de nervios, te acuerdas? ...cuando

te peleaste con Juan Cruz, cuando te subió la presión, el médico te dio una tableta entera de

Trapax, ¿La tienes todavía?

Ella me miró y yo expliqué:

-Mamá está muy mal...

-Tomé solo una...-me dijo- ya te traigo...- y entró al dormitorio.

Volvió con la tableta y sabiendo lo que le contestaría igual preguntó, pero yo se lo

perdoné porque era muy joven...:

-¿Cuántas quieres?

-Toda - contesté yo.


-Ah...-dijo, y me la pasó.

Eran las tres de la tarde, tomamos unos mates y yo volví con Alvar a casa. Los otros

chicos volverían de la escuela a las cinco.

Fui a la cocina, machaqué todas las tabletas rosadas finamente y las mezclé con leche

en una cuchara. Mamá lo tomó sin decir nada. Le pasé la colonia y se puso por el pelo y por la

cara y luego se recostó.

En ese instante sonó el teléfono. Yo fui a atender y cuando volví a su cuarto ya estaba

medio perdida. Entonces le dije:

-Mamá, mamá, atiéndeme bien, llamó papá por teléfono ...dice que te viene a buscar.

-Eduardo...-dijo ella y esbozó una sonrisa y se durmió...

Yo me agaché, le di un beso y agregué:

-Adiós, mamá...- y salí entornando la puerta suavemente, sin hacer ruido, recordando

a papá, muerto hacía veinte años.

En el comedor tomé el teléfono y llamé a mi consuegra, o mejor dicho a mi ex-

consuegra. Ella atendió y le dije:

-Magdalena, mamá se está muriendo y necesito que me ayude, no quisiera que

nuestros nietos estén aquí cuando eso suceda, podría pasarlos a buscar por la escuela...?

-No te preocupes, lo siento mucho, salgo para allá... - Es una mujer rápida.

Al ratito estaba con el auto en la puerta, le entregué ropas de entrecasa para los

chicos, y al Alvar con varias mudas más.

-Ahora después te llamo...- aclaró Magdalena.

Yo volví adentro y observé a mamá desde la puerta del cuarto. Dormía.

En el consultorio de otro médico, que conocía de vista, entré sin pedir permiso ni

pagar consulta, con una enfermera histérica detrás exigiéndome 10 dólares. Expliqué que mi

mamá se estaba muriendo, que si me podía dar una orden para internarla pues no quería que
muriese en casa. No dijo nada y me la dio. Fui al hospital, pedí la ambulancia y ya de vuelta,

me senté a esperarla. Llegó al rato, sólo con el chofer porque estaban escasos de personal.

La camilla era pesada así que un vecino nos ayudó a alzarla.

Después de dejarla internada llamé a mi hermano que vivía a veinte kilómetros de

casa y le dije lo mismo, que nuestra madre se estaba muriendo, y que si podía venir.

A la media hora llegó y me preguntó dónde estaba mamá. Fuimos al hospital. Está a

tres cuadras de casa.

La habían puesto en la sala general de pobres y menesterosos, porque la Obra Médica

Estatal estaba cortada por falta de pago del Gobierno al Hospital, que también era del

Gobierno. Cosas de la Argentina. Pobre mamá, ella que tenía un apellido patricio, de los

fundadores de la Nación, de uno de los Constituyentes de la vecina provincia de Entre Ríos,

que estaba orgullosa de ello. Menos mal que no podía verlo. Habían puesto un biombo

alrededor de la cama.

La enfermera nos preguntó si queríamos quedarnos, nos iba a dejar, pese a no ser hora

de visita y dado el caso...

- A veces se despiertan...- explicó.

Mi hermano se quedó y yo no me animé a decirle que las 39 pastillas de Trapax se lo

impedirían. Aduje que yo hacían dos noches que no dormía, lo cual era cierto, y volví a casa.

Mis hijos ya habían regresado de las escuelas... les expliqué que su abuela estaba muy

mal y que no pasaría de la noche. Me acosté algo más tarde y dormí hasta las seis como una

piedra. A esa hora me despertó el teléfono y era mi hermano. Mamá había muerto sin

despertarse, me dijo.

-Está bien, -le contesté- organizaré todo.

Llamé al funebrero y el seguro de sepelio fue reconocido, creo que piadosamente.

Trajeron a mamá ya en el cajón, con una puntilla y tules alrededor, pusieron dos velones
eléctricos y una cruz fluorescente, que yo apagué. Era ridícula. Los amigos de mi hermano

vinieron con flores y mi comadre, a pasar el día conmigo. Almorzamos viendo como la gente

seguía saqueando supermercados y almacenes mientras el presidente aseguraba que iba a

adelantar la entrega del poder al sucesor electo, que hubiera debido asumir en diciembre. Un

periodista descolgado de la realidad recordó que era el 25 de Mayo1.

Una vieja que vivía en la esquina se presentó con unas dalias y a pesar de que su

única relación con mamá había sido saludarla al pasar, lloró estrepitosamente y enseguida se

retiró por falta de acompañamiento.

Como mamá había sido católica mi hermano sugirió llamar a un cura de esa religión.

Para darle el gusto, dijo.

Yo lo hablé por teléfono y al rato llegó un muchacho barbudo, en bicicleta, con

pantalón deslucido de jean y camisa leñadora a cuadros rojos y verdes... dijo que era el cura.

Sacó una estola y un libro y oró un rato ante el cajón. Una de las amigas de mamá le

contestaba los rezos. Fue la única que se animó a venir al velorio. Las otras se mandaron

disculpar por ser muy viejas.

Yo sé que mamá hubiese querido que la depositara en un nicho en el cementerio de

Buenos Aires, y que la hiciera colocar al lado de papá. Pero era imposible, en los tiempos que

se vivían, hacer ese gasto. A la tarde la llevamos al camposanto y la pusimos en la tierra, ya

que un lugar en el suelo no se le niega a nadie y el seguro lo cubría. El cura rezó nuevamente

y yo me volví a alegrar de que mamá no pudiera verlo. Pobre mamá, ella jamás hubiera

aceptado un sacerdote de tal naturaleza, la palabra tercermundismo le olía a azufre....

Al mes siguiente el bastón presidencial cambió de mano y yo cobré sólo diez dólares

de sueldo. Al otro, treinta y recién el tercer mes, noventa.

Cuando mamá murió el gobierno nacional le debía más de cinco mil dólares de

haberes mal liquidados, tal vez podrían haber servido para que sufriéramos un poco menos
1
Importante fecha patria argentina
todos nosotros, o para que muriera en Buenos Aires como ella quería. No lo sé.

Hasta ahora maldigo a los antepasados patricios que declararon la Independencia y

me pregunto cuáles habrán sido sus motivaciones secretas... yo experimenté ciento setenta y

tres años después sus efectos y cada vez que debo llenar algún formulario con un renglón

punteado de "nacionalidad", me cuesta obligar a la mano a escribir "argentina".

CUENTOS UNA PROVINCIA EN QUE VIVÍ

María Margarita

A todos los que fuimos sus amigos

María Margarita nació y vivió toda su vida, con diferencia de pocos kilómetros, en el

mismo lugar, en el departamento de Mercedes, de la provincia de Corrientes, en la Argentina.

De niña se crio junto a la inmensa laguna del Iberá, que en idioma guaraní quiere

decir "agua resplandeciente".

Poseían una casa a unos cien metros del lugar donde empezaban los esteros y un

enorme campo que se medía por leguas, para el otro lado. Eran muchos hermanos y ella, la

menor.

Un día su padre decidió que deberían ir a la escuela y las mandó a la más cercana, en
la ciudad de Mercedes, donde compró una casa para que viviesen durante la época de clases.

Ella recordaba que fueron "a la ciudad de la Virgen de las Mercedes", en carretas, con

todos sus enseres más preciados, y que los grandes pastos hacías "shuis" cuando les pasaban

por encima, al paso cansino de los bueyes. Tardaron una semana en llegar y a la noche

acampaban bajo la luz de las estrellas, el boyerito tocaba la guitarra y cantaba en guaraní... las

mujeres dormían en una de las carretas.

Una vez instaladas en la ciudad, en una casa que ocupaba un cuarto de manzana, con

habitaciones de cinco por cinco y una galería interminable, su padre volvió al campo. Estaba

solo a cien kilómetros, pero parecía en el fin del mundo.

El pueblo era pequeño, sin asfaltar, sin casas de dos pisos, ni siquiera una. Pero todas

ellas fueron a la escuela y aprendieron a leer, a escribir con cuidada letra inglesa, a bordar y a

coser. A fin de año volvían al campo.

Creo que María Margarita siempre extrañó ese campo.

Recordaba con nostalgia que un enorme meteorito había caído en la laguna, ahí

nomás enfrente de su casa y que ella había visto bajo su luz dos garzas solitarias que estaban

durmiendo sobre una rama de un arbolito. Había oído hervir y borbollear el agua durante

largo rato y a los yacarés "mugir" protestando.

Sus hermanas más grandes estudiaron y se recibieron de maestras de escuela, y ella

también lo hubiese hecho, pero a su padre lo mataron "por política", le dijeron, y al mes murió

su madre, "de tristeza".

Una tía las recogió a las dos menores que quedaban y la herencia se esfumó como por

encanto en poder de tíos y cuñados. Ni una vaca le quedó para muestra, a pesar de que su

padre le había regalado "animalitos" -como decía - y una marca para "ella sola".

Su único paseo era ir los domingos a misa y al salir dar dos o tres vueltas caminando

alrededor de la plaza, con alguna amiga y con su hermana. Si las mujeres caminaban en el
sentido de las agujas del reloj, los muchachos lo hacían a la inversa y así, se echaban

miraditas.

El farmacéutico del Hospital de la Misericordia la vio y se fijó en ella. Cuando fue a

hablar con su tía, no sabía aún su nombre, por cuál era que iba. A la mayor no le cayó bien

que fuese por María Margarita, creía que le correspondía por derecho casarse primero y

convenció a la tía, pero el hombre fue irreductible, o la que él quería o nada. Como a esta

altura las huérfanas no tenían dinero y la tía tampoco, aceptó. Era una boca menos para

alimentar.

Así se casó, habiendo conversado cuatro veces en la sala de la casa de la hermana de

su madre con su novio, en presencia de varias personas, porque eran mujeres solas y había

que guardar las formas.

Alquilaron una casa y compraron los muebles por catálogo, los utensilios y otras

cosas de la misma manera. El hombre casi no hablaba, iba por las mañanas al hospital,

preparaba los remedios, y a la tarde leía libros de farmacia que le mandaban de Buenos Aires,

mientras ella le cebaba mate. Tenía la casa limpia y aunque almidonaba hasta las sábanas, a la

tarde no le quedaba mucho para hacer. El esposo le encargó entonces un libro de "labores de

señora" y aprendió a hacer crochet.

Su tía, la vieja, salía poco y ya estaba medio caduca...

Con su hermana no se veía más desde que se casó, nunca la perdonó por no haberle

cedido al farmacéutico. Sus otros hermanos habían abandonado la provincia en busca de

mejores destinos. Cada tanto recibía cartas. Les iba más o menos.

Un día se supo embarazada y empezó a preparar el ajuar del bebé que nacería. El

marido se alegró y ella también. La pequeña que llegó era muy linda y María Margarita estaba

encantada, se sentía como una niña con una muñeca nueva. La mantenía impecable, y le

bordaba preciosos baberos y camisitas. Al empezar a caminar le llenó los vestidos de cintas y
punto "nido de abeja".

Cuando la niña cumplió cinco años se dio cuenta de que no era normal.

A veces se reía sin fundamento o si la contrariaban observaba a las personas con

mirada torva y si eran otros niños les pegaba con ferocidad. Su esposo también lo percibió y

la llevó al hospital y consultó con todos los médicos. Fue opinión general que no había nada

que hacer, salvo vigilarla que no dañase a otros niños. María Margarita se negaba a

reconocerlo, "es muy nerviosa", decía.

Almidonada e impecable Margarita "chica" fue a la escuela. Con algo de esfuerzo

llegó a terminar la primaria y sabía de geografía e historia y leía que era un gusto escucharla.

En primer año de la secundaria se llevó varias materias y en segundo ya fue evidente que no

resultaría.

Quedó en casa con su madre, negándose a bordar o a tejer, porque eran cosas que no

le gustaban. Se pasaba las horas sentada en un sillón mirando la calle, arreglándose el pelo,

con los ojos brillantes. El temor iba madurando como una fruta en el alma de su madre. La

hija no sabía cocinar, coser, bordar o cualquier otra labor necesaria a toda ama de casa. Era

una inútil, y no sólo eso, no se podía dejar dinero a su alcance: ya varias veces se le había

perdido plata que luego aparecía convertida en perfumes y ella había tenido que mentirle a su

marido diciéndole que se los habían regalado a la hija.

Un día se decidió a hablar con Margarita "chica", seriamente. No la quiso escuchar,

estaba muy preocupada esperando que pasara su "candidato" por la vereda de enfrente.

La madre se horrorizó...¿Qué "candidato"? ¿Desde cuándo? ¿Te ha dicho algo?

Poco le costó descubrir la verdad. Todo era imaginación de la hija. Estaba enamorada

del aire y se inventaba historias con los que más le gustaban. Con el correr de los meses supo

que a los que querían oírla contaba sus "amores" con Fulano o con Mengano. Uno de ellos,

casado, se vino a quejar, y la enfrentó:


-¿Cuándo yo me he acercado a Ud.? A ver, dígale acá a su mamá cuándo... yo no la

he ni mirado a Ud. y Ud. anda por ahí hablando... haciéndome quedar mal a mí y poniendo a

mi esposa en boca de todos... a ver, diga...

Margarita "chica" no dijo nada, miraba el piso enfurruñada. La madre se quería morir.

El hombre se fue y la hija, cuando lo vio salir, se fue para adentro gritando "cornudo,

hijo de puta, en el parque me miraste..."

La madre, desesperada, le hablaba y hablaba, pero le entraba por un oído y le salía

por el otro... y no se animaba a contarle a su marido lo que estaba pasando.

Cuando la hija cumplió quince años ya fue patente que no se la podría sujetar ni

atándola. El cura le aconsejaba resignación. Sus amistades se condolían. El grueso de la

población se burlaba y algunos muchachones, viendo que Margarita "chica" era hermosa,

intentaban convencerla a través de la reja de que saliese por la noche a un encuentro secreto.

Pero ella, imbuida de los novelones de amor que había leído, identificada con las

heroínas de los folletines de los diarios, quería casarse.

Todo el tiempo hablaba de casamiento, para dolor de su madre y risa de los vecinos.

Un día cayó un pariente del cielo. Era un primo que venía de Buenos Aires, hijo de

una hermana de María Margarita. Venía a conocer la provincia, dijo, cuna natal de su madre.

Era un lindo muchacho, tocaba bien la guitarra y tenía buena conversación. Se sentaba con el

farmacéutico a conversar bajo los árboles del jardín y escuchaban una radio a batería que

había traído de Buenos Aires.

La hija empezó a mirarlo con codicia y la madre a temblar. No se atrevía a decirle al

padre o al sobrino, lo que consideraba su vergüenza.

El muchacho se había dado cuenta de que su prima estaba más loca de lo que le

comentaron y la evitaba cuidadosamente. Con las cartas de recomendación que trajo pronto

consiguió un empleo de sub-comisario, cargo netamente político y circunstancial, que duraría


lo que el gobierno de turno, pero que tampoco era nada. Había huido de la capital por un

asunto de faldas en donde un marido ofendido quería matarlo y por un tiempo no podría

volver. Tenía que hacer algo. Una vez empleado, decidió mudarse de la casa de su tía y

alquiló una pieza en una pensión.

Margarita "chica" se desesperó cuando vio que "su hombre" se iba. Fue al padre y le

dijo que no lo dejara, que ella estaba esperando un hijo, - lo cual era una mentira flagrante -

que tenía que casarse con ella, que se lo había prometido ante el altar de la Virgen...

El padre la creyó, o quiso creerla, o tal vez solo fuese que le convenía creerla..

El muchacho negó a muerte, imploró a su tía, su tía sabía bien que la hija estaba loca,

ella había visto como él la evitaba, que nunca le había dicho nada, que se lo dijera al esposo,

por favor, él era inocente...

María Margarita permaneció callada. Al cabo de una larga discusión, se convino que

se casaría con Margarita "chica" no bien cobrase su primer sueldo en la policía.

Con ese sueldo el muchacho pensaba subirse al tren y perderse para siempre jamás, o

cruzar al Brasil y desaparecer.

Al segundo día todo el pueblo sabía que habría boda. La madre tuvo que hacer

compras y la hija aprovechó para escaparse y contarlo a todo el mundo.

Margarita "chica" era astuta en la prosecución de sus fines. Esa noche se deslizó y

salió como una sombra, fue a la pensión donde paraba el "candidato", la dueña cómplice la

dejó entrar y se metió en la pieza del durmiente sin hacer ruido. Ahora sí no podría negarse.

Se sentó en una silla y esperó. Y esperó.

Cuando el sub-comisario se despertó y la vio, quería matarla. Ella lloró y gritó y la

dueña de la pensión se precipitó en la pieza. ¡Cómo iba a tratar así a su novia que se jugaba

todo por él!

-No es mi novia!- gritó indignado el muchacho - está loca, hace todo esto para
pescarme, solamente ella cree que me voy a casar, ¡Dios me libre!

Pero Dios no lo libró. Armado ya el escándalo, llevaba las de perder. Ella era menor,

hija del farmacéutico y a todos les convenía que se casase. Era un peligro público caminando

y si se la llevaba alguien "de afuera", mejor. Se le ofreció la alternativa, o se casaba o se lo

procesaba por corrupción de menor, niña decente, de su casa, familia "bien”. El cura rápido

dio dispensa para la boda entre primos y el juez los casó con mayor prontitud. Los amigos y

vecinos organizaron prestos una fiesta, se mató una ternera y para la noche estaban listos el

asado y el baile. Se hizo el convite en la casa de los padres de la niña y se danzó hasta el

amanecer.

A poco de salir el sol descubrieron que la novia estaba sentada en una silla, en la

puerta del dormitorio de sus padres, esperando al novio que había entrado a cambiarse para

abandonar la casa junto con ella. El cuarto se hallaba vacío y la ventana, abierta. La novia se

desmayó y la madre no dijo nada. El padre quería matarlo pero al día siguiente el novio lo

convenció de que sin cobrar un sueldo por lo menos, no podría montar una casa como hacía

falta.

Se convino entonces de que la pareja viviría en casa de María Margarita por un

tiempo. Se les habilitó un cuarto, ropas de cama, muebles y una mucamita para la "señora".

Después de un tiempo se supo que el esposo no tocaba a la esposa y que ni siquiera

compartía con ella la cama, dormía en el suelo, arriba de una frazada doblada en cuatro.

El cura vino de visita y le habló de las "obligaciones conyugales". El muchacho lo

echó.

Atrapado en la conspiración, no sabía cómo evadirse de ella. Comenzó a salir con

amigos de la noche, iban por lugares de mala fama donde obtenían servicios gratuitos por ser

de "la Autoridad", como se le decía a la policía.

Al cabo de un tiempo, a altas horas, volvió borracho a la casa y se tiró en la cama.


Margarita "chica" aprovechó la ocasión.

En esos días, el farmacéutico murió de un ataque, en el hospital, trabajando.

El director, conociendo la situación de la familia, le dio a María Margarita un empleo

en la farmacia, para entregar los remedios a los pobres. El cargo de farmacéutico no se volvió

a cubrir porque ya todo venía hecho, encapsulado y rotulado de los laboratorios.

El marido de Margarita "chica" se había vuelto alcohólico, y para estar lo menos

posible en la casa consiguió otro empleo. El hijo nació varón y la madre no quería

alimentarlo. María Margarita, esperando que el nieto resultase lo que no fue su hija, le salvó la

vida. A los cuatro años se dio cuenta que era retrasado y "nervioso" como la madre.

El padre, al que ya todos tenían lástima, vivía entre copa y copa. Cuando el hijo tuvo

trece años, murió de cirrosis.

María Margarita, con sus ahorros, se compró un terreno y edificó una casita, internó

al nieto en un siquiátrico y mientras pudo, con mano dura y a palos, ya dejada de lado toda

contemplación, manejó a Margarita "chica", que le traía los más extraños pretendientes,

dispuestos siempre a administrar la pensión de viuda de la hija.

En estos quehaceres pasaron los años, el hijo bobo salió de la casa de salud porque el

gobierno no lo podía alimentar y se fue a vivir con su madre y con su abuela.

María Margarita ese verano, sorpresivamente, se puso de novia con un taxista casado

y el romance duró unos años en los que pasear e ir de pic-nic por los campos fue su única

alegría.

Cuando el hombre murió ella envejeció de nuevo, esta vez definitivamente.

Hace un tiempo enfermó y la loca creía que iba a heredar "el sueldo" de la madre y

quería apresurar su muerte a palos, tomando venganza de los muchos recibidos.

Vecinos compasivos la internaron en el hospital y allí su vida se extinguió.

Tenía noventa años y nunca se atrevió a declarar incapacitada judicialmente a su hija.


Siempre sintió que eso hubiera sido como un reconocimiento público de lo que ella

consideraba su propia vergüenza.

Veló por ella durante más de sesenta años y cuando no pudo más, murió.

A la loca le están robando ahora todas las cosas porque el gobierno le paga solamente

la mitad del dinero de la pensión del marido, la otra mitad la cobra alguien, no se sabe quién,

presuntamente para el hijo bobo que vive con ella, porque así se había dispuesto cuando se lo

internó, hace treinta años. Ese alguien también cobró los bonos de consolidación de deuda del

estado que le hubieran correspondido al hijo. Puesta en conocimiento la Defensora de

Menores, pobres e incapaces, se negó a ponerle un curador porque "eso tiene que pedirlo un

pariente".

Un día de estos, como estamos en Argentina, alguien le hará firmar una cesión de

derechos por su casita y la echará a la calle con la ropa que lleve encima como único bien, o

se la rematará la municipalidad porque no pagó los impuestos y la comprará algún pariente o

amigo de un funcionario, a poco precio,... y también en ese caso, quedará en la calle.

Todos juzgan que está loca, están ciertos en que siempre fue loca, pero nadie la quiere

porque saben que quiso matar a la madre para heredarla. Por lo menos ese es el pretexto que

invocan.

Yo la conocí a la madre y por eso escribo esta historia, que es un poco la historia de

cada uno de nosotros los argentinos: no nos metemos en la vida de los otros, vemos como se

hace el daño y no lo evitamos, cuando podemos sacamos provecho del indefenso...

Si pudiera dejar de ser argentina lo haría, pero no sé cómo. El gobierno me debe

cinco años de sueldos mal liquidados, tengo la sentencia, pero no está el dinero. Los políticos

lo gastaron todo. Soy pobre, no puedo irme del país.

La fuerza de la tierra
Había una vez una mujer que vivía en el campo, pero no el campo desarrollado sino

el campo de la pobreza, ese de las construcciones de adobes y techos de paja…

Se casó luego de tener varios hijos con un paisano que la visitaba y juntos criaron a

los niños y niñas, fueron a la iglesia cuando venía el cura, esquilaron las ovejas, plantaron sus

frutales, enterraron a sus muertos, hicieron el brocal del pozo y ella todas las mañanas se le-

vantaba tempranito y ordeñaba las diez vacas que tenían. Con la leche hacía quesos y todas las

semanas iban al pueblo en un sulky a venderlos junto con los huevos.

De vez en cuando venían los comerciantes en telas, árabes casi siempre, turcos les dicen en la

Argentina porque, si bien la mayoría eran sirio libaneses, a causas de las guerras entraron con

pasaportes turcos.

Uno de los "turcos" era viudo y se novió con una de las hijas y la llevó, puso casa en el pueblo

y para que la esposa se entretuviera y la economía familiar no sufriera, le instaló una verdule -

ría. Vivían bien.

La otra se casó con un paisano, y el hijo varón obtuvo una porción del campo donde constru-

yó su rancho en una arboleda cercana.

Nuestra pareja envejeció. El hijo debió emplearse en una estancia del paraje aledaño

para obtener dinero, ya no se podía vivir de la tierra.

Pasados unos años más, el hombre, ya viejo y gastado, murió.

Y quedó nuestra mujer, ya viejita, seca, dura, arrugada como una pasa de uva, vivien-

do solita en su rancho, fumando sus cigarros de hoja y comiendo los huevos de sus gallinitas.

La hija pueblera quiso llevarla con ella, pero no es igual vivir en lo de un hijo que en la casa

propia.

-El pueblo no es lo mismo que el campo, en el campo se siente uno vivo...- decía.

La otra hija le envió un nieto para que la acompañase.


Llegó la primavera, pasó el verano y el campo de al lado fue comprado por un sujeto

de la ciudad. Rápidamente construyó una casita de material, con techo de chapa, y se instaló.

A diferencia de los pobladores del paraje, que se ayudaban entre ellos, no hacía favo-

res a nadie. Si encontraba en la ruta a una madre caminando con su hijo en brazos, no era ca-

paz de parar la camioneta y preguntar si necesitaba que la acerque... como haría cualquier hijo

de vecino.

Su mujer no sabe andar a caballo y tiene un hijo mayorcito que anda en una moto rui-

dosa, negra.

Empezó a talar el monte con una motosierra y a vender la leña. Cuando hubo cortado

varias hectáreas trajo unas ovejas.

Nuestra viejita notó que las suyas se apocaron misteriosamente, no quería creer que

se las hubiesen robado. A veces sucedía que alguno con mucha hambre se llevaba alguna, pe-

ro nunca un montón. Cuando se quiso acordar no tenía más ni una.

Un amanecer sintió muy cerca el característico ruido de la motosierra. El viento venía

de otro lado así que fue a ver qué pasaba. El vecino estaba en su terreno cortando sus árboles

con dos peones. Sus propios árboles, los de ella.

Le dijo que ese era su campo y sus árboles, pero el hombre no le hizo caso y siguió

dando órdenes. Veía como los troncos se apilaban al borde del camino, habían cortado el

alambrado para mayor comodidad. Nuestra viejita se indignó y lo increpó duramente y le esta-

ba por decir que cómo le cortaba el alambrado que se le iban a escapar las ovejas cuando se

acordó que desde hacía unos días no tenía más ovejas, ...ni los cueros había encontrado, a pe-

sar de que fue hasta el pueblo e hizo la denuncia... Furiosa, se enfrentó al sujeto y le dijo que

salga, que ese era el campo de ella, que siempre lo había sido...

El hombre la miró con sorna y dijo:

-¿Y qué le hace a Ud., para qué quiere la leña? Deje de molestar, ¿quiere?.
Y ordenó a uno de sus hombres:

-Sácame a esta vieja de acá...

El peón -incómodo- se acercó y le dijo:

-Señora, mejor váyase.

Ella se agachó, agarró una rama y se la dio por la cabeza, con toda la fuerza que pudo.

El vecino se vino al humo, se acercó enfurecido y le pegó una trompada, cuando cayó, la pa-

teó en el suelo y no la mató porque sus empleados se lo impidieron. Uno de ellos la acompañó

hasta el rancho sin decir nada y como pudo cayó en la cama.

Cuando el nieto volvió de la escuela fue a avisar a la hija y la llevaron al pueblo e hi-

cieron la denuncia. Empezó un pleito de nunca acabar. La mujer, lentamente se reponía en el

hospital. Estuvo un tiempo en casa del yerno pero quería volver a su hogar, pensaba en sus

gallinas, en su perro... La llevaron, pensando en que, total, la pobre era muy vieja y tal vez le

quedaba poca vida.

El rancho estaba cuidado por el nieto, que iba todos los días a regar las plantas.

Llegó la primavera y un vecino le aró la chacra para plantar maíz. Ella dio vuelta, con

el nieto de ayudante, la tierra de la huerta y trasplantó los tomates y enterró los porotos que le

darían las chauchas.

Una mañana se levantó a regar y la acequia estaba seca. La habían cavado trabajosa-

mente su marido cuando joven y otros vecinos, durante el invierno y todo el año que siguió,

para traer el agua desde el río. De acuerdo a las leyes antiguas eran los dueños de esa agua...

Un conocido llegó al rato.

-El vecino hizo palear una zanja hasta su acequia y desviar el agua al campo de él, do-

ña María, hemos quedado todos sin agua...

Ella sacó, del pozo, un balde. Mateó sentada bajo la higuera y tomó una decisión.

Cuando llegó el nieto lo envió:


-Ve a la casa del vecino y decile que tu abuela quiere vender el campo, que si tiene

plata que venga a verme. Si te pregunta algo explicale que me quiero ir a vivir a la ciudad.

-...pero...

-Andá y decile, te digo...la pucha, hacéle caso a tu agüela!

Y el nieto fue.

-Dice que esta tarde vá a venir con el escribano, que tenga listo el título y que si están

pagados los impuestos...

Del precio ni se había hablado.

Luego sacó un sillón afuera, al patio que miles de veces había barrido, se sentó en

otro, le hizo al nieto que acarreara una mesita y se vistió como para un casamiento. A su lado

puso una canasta con unos ovillos de lana y tejió cuadrados de crochet mientras esperaba. A

media tarde llegó la camioneta del vecino con el escribano.

Hizo sentar al vecino en el sillón, bien enfrente de ella y le gritó al nieto que trajese

una silla para el escribano. Cuando todos estuvieron sentados se agachó a dejar el tejido en la

cesta y sacó de allí, mucho más rápido de lo que nunca creyó que podría, el treinta y ocho de

su marido... lo agarró bien con las dos manos y le bajó al sinvergüenza las balas encima...

El escribano no se atrevió a moverse cuando ella se levantó y le pegó el último tiro a

sangre fría, en la cabeza, al atorrante que estaba pataleando, " para asegurarse ", como declaró

después ante el juez.

Se dio el gusto de darle dos puntapiés al muerto y decirle - lamentando que ya no es-

cuchase - :

-Este campo es para mi nieto y ningún mal nacido se lo va a venir a quitar...- y agre-

gó:

-¿Oyó bien escribano? Váyase yá de mi casa, ahorita mismo...- y entró al rancho y

salió con una escopeta de dos caños, pesada y negra...


-Está bien señora, por favor, yo no sé nada, tenga cuidado señora, no sé manejar seño-

ra...

-Vaya caminando entonces, tanto estudio y no sabe manejar...

A la noche recién llegó la policía.

-¿Qué pasó, doñita? -dijo uno mientras alzaban al muerto y caía con un ruido a bolsa

de papas en la camioneta de la Autoridad, la “tobiana" como le dicen en el campo, porque es

de dos colores...

-Nada, lo que tenía que pasar, nomás...

-Va a tener que acompañarnos, ¿sabe...?

-Sí, ya sé, ¿pero me van a devolver el revólver si les digo dónde está?

El policía pensó un poco.

-Creí que Ud. se olvidó donde lo puso...- aseveró.

-Sí, me olvidé -captó ella - debe ser por la edad, ¿sabe?

Y con una agilidad que creía ya no tener, subió a la camioneta.

Esa noche durmió en el hospital, el médico policial lo creyó más adecuado.

Al día siguiente se instruyó el sumario y se consideró que fue en legítima defensa y

que dada su edad y bajo la responsabilidad del “turco”, que le aseguró al Juez que su suegra

no iba a huir, se la mandó con la hija, a la casa del yerno, que con contenida admiración, la to-

mó delicadamente del brazo, ayudándola a descender los escalones de la entrada del hospital,

mientras las enfermeras la besaban al salir.

El escribano “no sabía nada”.

Y así, todo quedó como al principio. Vecinos comedidos volvieron a su lugar los

alambrados, el agua retornó a la acequia y le hicieron la huerta. El nieto le daba de comer a

los animalitos y la casa del finado fue comprada por una persona aceptable que inclusive le

aró una hectárea y le plantó maíz, “Para que tenga para sus gallinas” explicó a los vecinos,
que lo aprobaron y le dieron la bienvenida al paraje.

. Todos iban a verla y a tomar unos mates bajo la sombra de sus hermosos árboles, las

mujeres a veces le llevaban de regalo un jaboncito “de olor”, los hombres venían a menudo a

“ver cómo anda y si necesita algo pida nomás, ya sabe”, y desde la tranquera ya se sacaban el

sombrero. Pero lo que más la enaltecía y llenaba de orgullo es que cuando “la tobiana” andaba

por el paraje “los muchachos” la visitaban un ratito y le ofrecían “carona” si quería ir al pue-

blo a visitar a la hija.

Su historia era conocida en leguas a la redonda y cuando se hablaba de ella la conver-

sación solía empezar así:

-…sí, porque Doña María…

-¿Cuál Doña María? ¿Esa que…

-Sí. Esa…

-Ah…

Ella sabía que la fuerza de la tierra la había llevado a hacer lo que hizo y que por eso

y no por otra cosa, gozaba ahora del respeto y aprecio de todos sus conocidos y de algunos a

los que no conocía.

Sabía también que su nieto viviría en el campo, se casaría y criaría a sus hijos como

hicieron sus abuelos, con más “modernidad” tal vez y mejor futuro.

A veces se sentaba en el patio en esos días lindos en que los lapachos estaban en flor

y la invadía una paz infinita, entonces desde su sillita matera estiraba la mano y tomaba un te -

rroncito de tierra y mirándolo, agradecía a Dios la vida que le había dado y a la Virgencita, el

haberla bendecido con el coraje para mantenerla.

Un caso policial

Hay casos policiales sangrientos y otros no, pero claro, por regla general ninguno es
lindo.

Yo una vez tuve que llamar a la policía. No comentaré mucho sobre lo que pasó, nada

más les diré lo que yo pensé, del resto quiero que Uds. se formen su propia opinión.

Mi casa es grande, en un pueblito, ya dije, de provincias. Desde la vereda hasta la

casa hay unos veinte metros de patio con plantas. No es un jardín. Es un patio con plantas,

porque la sombra es muy necesaria en el este clima subtropical y tengo un gomero enorme.

Así que hay muchas plantas, sin flores. Las flores aman la luz y yo la sombra. Ellas están

atrás de la casa y los helechos en el brocal del aljibe, a unos diez metros de la vereda. Es un

aljibe mentiroso, pues sólo quedó la parte de arriba y el pozo no está más. Pero está lleno de

plantas.

A media cuadra, en la esquina, hay un vivero que vende orquídeas, helechos y árboles

frutales. El dueño, "Bocha", es conocido mío, siempre le estoy comprando las ofertas.

Casualmente hace dos días me hizo una rebaja por un helechito muy lindo cuya

maceta tenía una cascadura en forma de V en el borde. Casi no se veía, pero me advirtió que

no la agarrara haciendo fuerza en esa parte.

Fue con el resto de sus hermanos sobre el brocal.

Esta mañana me despertó el teléfono: era el del vivero.

- María, acá tengo a un tipo queriéndome vender la planta que te vendí anteayer, la

conocí por la maceta... lo entretengo un rato..

- Gracias...-contesté medio dormida todavía. Y me desperté. ¿Qué hago, soy una

mujer sola, si lo dejo este tipo me va a entrar a robar todos los días, no tengo perro (comen),

¡llamo a la policía!...- y llamé sin pensar mucho, porque uno sabe el teléfono de la "poli" de

memoria y entonces no se detiene a analizar si vale o no la pena... llama.

- Enseguida va uno, señora, ¿adónde mismo tiene que ir? Dígame bien...ajá, Belgrano

y Salta, está bien, va para allá... espere cinco minutos.


Yo me vestí y salí rumbo al vivero. El "Bocha" lo estaba entreteniendo a mi

ladronzuelo.

Casi junto conmigo llegaba un muchacho en bicicleta, pelo largo, campera y jeans

gastados, pero eso sí, zapatillas caras de tenis, de una de esas marcas extranjeras, "El gallo

feliz " o algo así, bueno, era un gallo... y el chico era el policía.

Entró con la pericia que dan años de mando, copiada a sus superiores, agarró sin

preguntar siquiera al hombrecito y me dijo:

-¿Dónde queda su casa, señora? A ver, agarra la planta!

El gentecito era lastimoso. La ropa estaba sucia y harapienta, tenía una barba de

varios días, zapatos que habían conocido mejores tiempos y el pantalón, más grande de su

talla, sujeto con un hilo sisal por la cintura, dos vueltas y un moño. Se agachó, tomó la maceta

con cuidado y empezó a caminar hacia mi casa. El policía me preguntó:

-¿Dónde estaba colocado el plantero?

-En el brocal del aljibe...- me di vuelta y me despedí del Bocha.

Cruzamos la calle y seguimos al delincuente. Nos esperó en la entrada.

-Anda a ponerla en su lugar...- ordenó el muchacho. El hombre obedeció y se dirigió

al aljibe y la colocó exactamente de donde la había sacado. El policía se acercó, lo agarró de

la ropa y le dio una sonora cachetada...

-¡Andando!,...vamos! A la Regional..! - y a mí:

- Esta tarde venga a hablar con el comisario, señora, después de las cinco...Hasta

luego...

Y se fueron caminando, el policía con la bicicleta al lado.

Yo regué mis plantas y me senté a tomar mate, porque en el apuro lo había olvidado...

A mediodía vino una amiga a almorzar y le conté...

- ..¡¿No me digas que acá a la media cuadra la fue a vender?!! Qué estúpido, por
favor!

- Si vos lo vieras, es una hilacha, debe tener entre treinta y cuarenta años, pero parece

de sesenta, camina todo tembleque y tiene los ojos con las venitas rojas, como los borrachos

de los dibujitos animados...

-¿Y qué le pueden hacer? ¿Procesarlo por hurto? ¿Dejarlo preso?

-No sé… -contesté- esta tarde tengo que ir a hablar con el comisario...

La comisaría estaba recién pintada de amarillo. Toda. Lucía horrible pero limpia y

sospeché que la pintura provenía de una donación... El jefe me atendió en seguida. Me hizo

sentar y me ofreció si quería un vaso de agua. Yo quedé muy sorprendida porque el tono con

que lo dijo sugería que era algo fantástico. ¿Un vaso de agua?

-No gracias...

Se sentó. Miró entre los papeles, abrió uno o dos cajones y acomodó las lapiceras. Por

fin, cuando todo el escritorio estuvo perfecto no tuvo más que hacer y se resolvió a hablar.

-Mire, Señora, yo le voy a decir, este sujeto es un raterillo de cuarta, borrachín, es

pensionista nuestro prácticamente, el año pasado ya lo detuvimos veinte veces...es una forma

de decir, creo que fueron más... la semana pasada lo trajimos con una silleta de Doña Rosita

Gonzáles Fraga, estaba sentada en la vereda, sonó el teléfono y cuando salió resulta que este

cristiano la quería vender ahí, a cincuenta metros, a los chicos de TVCable que estaban

afuera... Y yo le voy a decir, Señora, si yo lo proceso la jueza me echa, con todas las causas

pendientes que tiene, más serias, no le puedo llevar a este gentecito... ni tenerlo acá porque

hay que darle de comer y bien, andan las monjas esas extranjeras y los de los derechos

humanos revisando a ver si está rico el locro de los presos, y el ejecutivo con el asunto de la

economía... no nos manda un peso! Diga que la gente de la cooperadora policial se mueve y

se junta un poco de plata por ahí, en los controles se manguea otro poco a los camiones y a los

contrabandistas y que de vez en cuando algún estanciero nos regala una ovejita, que si nó, no
sé qué haríamos, rifa no podemos vender porque ya lo están haciendo los bomberos y no nos

vamos a poner a patearles el tarro, por eso, Señora, lo le ofrezco lo siguiente: nosotros le

damos una buena cacheteadura a este sinvergüenza y le advertimos que no le vuelva a entrar

en su casa y lo largamos...total la semana que viene alguien lo va a arrimar de nuevo...y él ya

sabe... no le conviene jugar con nosotros...¿Qué le parece?

El comisario acababa de tragarse su sapo, como quien dice, y a mí no se me ocurría

como consolarlo, no se llega a Oficial Jefe de la Unidad Regional local para tener que darle a

una señora gorda, ama de casa, este tipo de explicaciones... me puse en su lugar y recordé que

hay que ser caritativo con el prójimo y también que la mano que estrechamos hoy puede ser la

que nos ayude mañana, y contesté:

-No se preocupe, comisario, lo entiendo perfectamente, le estoy muy reconocida a la

policía, fueron enseguida que los llamé...muchas gracias.

-De nada, señora, cualquier cosa que necesite ya sabe.

-Gracias, comisario, es una suerte tenerlo aquí...

Y entre cumplido y cumplido, porque somos gente bien educada, me acompañó hasta

la puerta de la comisaría y se despidió con una inclinación de cabeza, muy cortés de su parte.

Al poner la llave en la puerta de casa, recordé a mi amiga, que vendría a tomar mate a

eso de las siete y media y miré la hora: faltaban diez minutos para las siete de la tarde. ¿Le

contaría la verdad? Me pareció que sería como traicionar un poco al comisario. Era un

hombre honesto, en un momento y en lugar equivocados y tal vez no sabía cómo salir de allí o

temiese hacerlo.

Le diré que no pasó nada, que firmé unos papeles y que todo estaba bien.

Tomaremos mate y hablaremos de plantas.

Están muy lindas mis begonias... y mis helechos, espléndidos.


Un “entierro”

Llámase "entierro" en la Provincia de Corrientes, a cualquier tesoro -en-

terrado o no- al que se lo halla oculto, casi siempre de monedas de oro. Existe una

variada relación de hechos relativos a estos encuentros que a veces revisten cier-

to carácter mágico. Hecha esta aclaración, damos paso al relato.

Ahora que me preguntas, Teresa, sí, yo recuerdo bien cuando tío Ramón

y sus cuatro hijos sacaron al Santo del Río.

Tía, que era muy de iglesia, en seguida vendió unos animalitos y le hizo

hacer una capilla. Ese día el sol hervía sobre los campos y el miedo a los incendios

nos hacía rezar rosario tras rosario... el pasto amarilleaba sediento y los pozos se

estaban secando. La bajante era muy grande y nadie recordaba haber visto algo así,

por lo que sacaron a la Virgen en procesión pidiendo lluvia, y a otros santos, como

San Isidro Labrador, que seguramente sabía bien lo que representaba la seca. El

río estaba tan bajo que se podía cruzar a pié al Brasil... Algunos encontraron cuen-

tas de vidrio, de collares de los indios, enterradas en el barro... y tío, al Santo. Co-

mo no había cura porque el pueblo era chico, venía uno, cada tanto y a caballo,

desde Libres. Tío se había ido caminando por los bancos de arena... y cerca de la

costa encontró la imagen, de madera, bien pintada todavía.

Apavorido por el milagro - dijo después- atinó a marcar el lugar con un

palo bien clavado en el suelo y le ató su faja colorada.

Se fue luego a buscar una carreta y a todos sus hijos para que lo ayudaran.

Los gurises ya eran grandes, el más chico tenía quince años y era alto como el pa-

dre y sus hermanos. Para esto la noticia se difundió enseguida y al rato todos
estaban en la costa ayudando a desenterrar al Santo. Lo subieron a la carreta, le

echaron agua hasta dejarlo bien limpio y se lo llevaron entre rezos, que empezó

Doña Deolinda. nuestra rezadora oficial. No se perdía velorio ni acontecimiento

donde pudiese mostrar su habilidad, decía mamá, que no la quería. Rezaba en voz

bastante alta y muy bien, en castilla o guaraní, como le pidiesen.

- Reza nada más que para lucirse... - murmuraban mis tías, solidarias con

mamá.

Cuando íbamos llegando a la casa, ya habían preparado una mesa con el

mejor mantel de la tía para altar del Santo. Había que acostarlo porque todos nos

dimos cuenta que era el Santo Señor Muerto. Antes de que resucitara.

Primero el tío dijo de llevarlo a la capilla, pero la llave la tenía Don Inda-

lecio y esa mañana se había ido al campo y en algún lado había que ponerlo... y

qué mejor entonces que la casa del dueño del Santo, porque sobre eso no había du-

da, el dueño era el hermano de papá, que seguramente debía de ser un alma buena

y limpia, porque si no, no lo hubiera encontrado.

El Santo era para él, y para su familia.

A eso de la tardecita, porque nadie salía de casa antes...con esos calores,

fue llegando de vuelta el pueblo entero a lo de tía. Nosotros ya nos habíamos que-

dado allí a comer, porque nuestra casa estaba del otro lado de la plaza y con todo

ese tole-tole no quisimos regresar. Además trajeron un cordero y el olorcito del

asado era muy tentador para toda la gurisada. A la noche seguimos la reunión, por-

que mataron una vaca y la hicieron con cuero y mandiocas asadas. Todos estuvie-

ron de acuerdo en que dada la pobreza del tiempo de seca lo único que se podía

hacer, era eso. El Santo no merecía menos... y habrá sido que estuvo conforme

porque al otro día nos despertamos todos tarde y parecía que no había amanecido
todavía y era de tan oscuro que estaba: un cielo negro y espeso, con nubes que pa-

recían abolladas a puñetazos, cubría todo el pueblo. Al rato empezó a llover, con

una lluvia mansa que no justificaba tanta negrura, pero que cayó y cayó hasta casi

el fin de la tarde, mojando todo el campo, toda la tierra, corriendo por las calles co-

mo un río mientras los gurises saltaban por la plaza, los pozos se llenaban de nue-

vo, los árboles bebían y el río empezaba a subir como antes, como debía de ser...

como nunca debió dejar de estar.

Cuando paró de llover, la gente empezó a salir de sus casas, a dejar los

corredores donde había tomado mate toda la tarde mirando caer el agua y empeza-

ron a ir con las velas a lo del tío... a agradecerle el milagro al Santo.

Ahí fue cuando la tía decidió hacerle una capilla al lado de la casa y le pi-

dió a Don Melitón que le trajera los ladrillos al día siguiente.

Y allí quedó, por años y años. Cada tanto venía algún doctor o los profe-

sores y conversaban con los tíos sobre el Santo, pero fotos no, de ninguna manera.

Al tío y a la tía, sí. Al Santo, no.

Habían dicho que la luz de las máquinas de los fotografistas –como decía

éll- puede hacerle mal al Santo, que era de los antiguos, de los Jesuitas, allá por la

época de San Martín, o antes, más o menos -explicaba el tío-. Nunca nadie lo co-

rrigió, lo respetaban demasiado para hacerle pasar vergüenza. Ni siquiera los capi-

talinos se animaban a sonreír siquiera cuando decía así: fotografistas... ¡Pobre tío!

¡Tan bueno!

Es por eso que tengo tantas fotos de los tíos, los estudiosos se las manda-

ban después de sacarlas en los libros. Yo las heredé. Acá están... En las últimas so-

lamente está la tía y el Cunumí, los demás se habían venido a Buenos Aires hacía
años y ya ni se acordaban de los padres... Y el tío había muerto, dormido en la paz

del Señor, como decían todos recordando su buen fin.

El Cunumí cerró la casa y dijeron que sacó pasaje en el tren, que venía a

ver a sus hermanos... pero para acá no vino, yo a los primos los veo seguido...me

hubieran contado...

Por lo menos, nadie lo vio. Nadie de la familia, quiero decir.

Y ahora vos, Teresa, estás estudiando Historia en la Universidad...

¡Qué cosa grande! Yo apenas hice hasta sexto grado, pero de los de antes.

Lo que sí, Teresa, te lo puedo asegurar, yo me acuerdo muy bien cuando

sacaron al Santo Señor Muerto del río. Era tan pesado que todos creyeron que era

de lapacho macizo. Entre el tío y los cuatro gurises, que ya eran mozos, tuvieron

que alzarlo en la carreta, ya te dije... y ahora me venís con que lo has visto allá en

Yapeyú, en el museo, adentro de una caja de vidrio, con una pierna aserrada y un

brazo cortados, remendados así como así y que los de la Universidad lo alzaron co-

mo si nada...

No, Teresa, imposible, el Santo Señor Muerto era todo de una sola pieza...

Aunque, tal vez...no sé... quizás no lo fuera y por eso se perdió el Cunumí, que era

un muchacho tan callado... Quién sabe... Pensándolo bien, Teresa, todos se vinie-

ron para acá a trabajar y él se quedó allá cuidando a los pobres viejos, viendo co-

mo los animales se apocaban y los impuestos crecían, hasta que le dijeron que el

campo no era de los tíos, que sus hijuelas no servían, que fueron realengos, que ac-

tualmente eran de la provincia y que los había vendido a un porteño... ¡Una barba-

ridad! Creo que perderlos fue lo que mató a la tía...

¡Y ahora me cuentas esto!...yo no tengo estudio, Teresa, pero me gusta

leer libros, miro la tele y entiendo las cosas...en fin, si es así, es una cuestión de
justicia de Dios... porque si el entierro estuvo tanto tiempo dentro del Santo y na-

die se dio cuenta antes, es porque era para él, por buen hijo...¿no te parece?

Ningún nieto mío

Cuando María Beatriz vio por primera vez al Nene, (porque esa denominación le

quedó para siempre y así lo conocimos de grande) corrió a contárselo a su hermana María del

Socorro, a quien por ser mayor, consideraba más sabia. María del Socorro, que era chismosa

de corazón y de alma, acudió en seguida.

El Nene continuaba sentado en una piedra, a la vera del camino, bajo un talita cercano

al eucaliptal de Don Dionisio. Se encontraba muy ocupado tallando un palo de sauce, con un

pequeño cuchillo de fabricación casera. María Beatriz cuenta con orgullo todos los detalles,

pese a que el hecho ocurrió cuando ella tenía 13 años y ahora orilla los 63. Algo de tiempo.

Yo trato de representarme a mi canoso primo en esas circunstancias, pero no lo logro.

Ocupa un cargo importante en este momento.

El caso fue que entre las dos lo interrogaron y sonsacaron lo que pudieron de sus

datos personales, hasta estar seguras de la exacta localización del rancho "piojoso" (al decir de

mamá) que perdido entre los cerros albergaba a su familia, esto es, a su madre, cinco

hermanos, su abuela y tres perros que él incluyó como parientes.

Una vez sabidos los detalles, corrieron a buscar a su madre, la informaron de la

circunstancia y la trajeron a ver al Nene.

Cuando mi Abuela lo contempló dijo sin vacilar, pero en voz baja, para no alarmarlo.

-Sí, éste es nieto mío.

Regresaron a la casa con la novedad. La Abuela tenía un nieto. Con todos los hijos
aún solteros, la Abuela tenía un nieto. ¡No haberlo sabido antes! Pero, ¿De quién era hijo?

Los varones eran muy parecidos entre sí y el niño, idéntico a todos y a ninguno. Eso habría

que averiguarlo, y muy bien, por supuesto. De los cuatro presuntos malhechores se descartó a

papá, el Nene tenía 7 años y papá 17. Un rápido cálculo hizo eliminar de la lista a Antonio,

había estado varios años -justo "esos"- en el exterior. Quedaban Carlos y Luis José. Luis José

se estaba por casar y Carlos no venía al campo desde el verano pasado, y "en ese entonces ya

estaban floreciendo los durazneros", contaba María Beatriz.

Acosado papá, se negó a dar información, pero "se pisó" reconociendo que era uno de

sus hermanos el responsable. No lo culpo. La Abuela podía revelarse terrible cuando se lo

proponía. Antonio llegaba todos los sábados, después de mediodía, pero ¿cómo esperar?

Hizo preparar el breque y salieron, con el hijo de la cocinera, rumbo al rancho. Allá a

las cansadas lo encontraron, cerca del camino, pero bastante lejos de su finca. Se hallaba al

borde de una acequia, rodeado de álamos y maizales incipientes. Una india robusta y gorda las

atendió, sujetando los perros y mandándolos al fondo de un solo chicotazo.

A un grito, fueron saliendo por la puerta del rancho una muchacha embarazada con

un niño en brazos y cuatro criaturas más, que la rodearon asustadas. Todos eran -a la vista y

sin dudas- nietos de mi abuela.

"-Buenas tardes, doña...me han dicho que vende pan casero..." empezó mamá -

contaba tía María del Socorro.

"Sí, Señora... así es, pero en este momento no estoy teniendo... esta noche recién voy

a amasar... si gusta mandar buscar mañana por la tarde..." -había contestado la mujer.

Y así, ellas se habían retirado.

Esa noche casi no pudieron dormir conversando sobre el tema. ¿Cómo encarar el

asunto? Al fin de la noche la Abuela se había decidido.

-Hay que tomar al toro por las astas... que enganchen el breque, y también la calesa.
Partieron al amanecer. Llegaron y Abuela se bajó, ya resuelta, y caminó con firmeza

los cien metros de campo que separaban al rancho del camino.

-Ustedes, esperen aquí. -había ordenado a sus hijas.

Nunca se supo qué fue lo que hablaron entre las mujeres, allá sobre el bien barrido

patio de tierra, bajo la higuera, pero cuando regresó, la muchacha encinta iba con ella,

cargando al pequeñito, y los demás, con ojos grandes, la seguían. La india las acompañó hasta

la tranquera y por primera vez, al despedirse, sonrió.

-¡A casa!- dijo la Abuela.

La muchacha no había abierto la boca, ni la abrió después. Aceptó todo lo que le

dieron, habitación, ropa, cama, mucamita que la ayudó a bañarse, peinarse y vestirse. Pero

seguía taciturna.

Los niños se ambientaron con una facilidad de no creer y para el otro día ya conocían

todo el manejo de la casa, iban a la cocina, pedían dulces, pan con manteca, subían las

escaleras y saludaban asomados a las ventanas del piso alto.

Ese mismo día, por la tarde, Abuela, ya repuesta del trajín, se había sentado con la

muchacha en la rosaleda mientras los niños jugaban sobre el césped, a esperar a María del

Socorro y Teresa, que hubieron de ir al poblado cercano a comprar telas, camisetas, zapatos,

botones y puntillas. Se había llamado a la costurera y ésta había traído a una ayudante. Para

el sábado, día en que tenían que llegar el Abuelo y el tío Antonio, los niños se encontraban

"adecentados", impecables y encantados de vivir en la casa. Abrazaban a sus tías y repartían

acaramelados besos a quien los solicitara. La muchacha, transformada, parecía una señora.

Abuelo y el tío venían en auto. Un Ford A. Se los escuchaba desde lejos.

-Junten a los chicos, que no se pongan en el camino del auto- gritó desde el jardín la

Abuela, contaba la tía María del Socorro.

Doralisa esperaba a su esposo en el jardín de invierno, galería cerrada en el lado norte


de la casa, con amplios ventanales, donde ponía las macetas con las plantas que "sentían" el

frío.

Él entró, la saludó y aún parado, le preguntó extrañado:

-Dora, ¿de quién son esos chicos?

-Siéntese, Juan Manuel, yo se lo voy a decir...-cuando las cosas eran graves lo trataba

de Ud.- esos chicos... son nuestros nietos.

El Abuelo digirió la noticia tomando un café que le alcanzó la Zunilda, mucama vieja

que lo conocía de joven. Luego llamó a Antonio y allí sentado, lo puso al tanto.

Las tías escuchaban, atisbando. Solamente murmuró:

-¿Carlos o Luis José?

-No sé... -trató de defenderse Antonio.

-¡No me digas eso!- había gritado el Abuelo.- Bueno, está bien, que venga... ¿cómo se

llama?..

-Marina- contestó la Abuela.

-Que venga Marina, ya.- Y cuando el Abuelo decía YA, era YA, no sé si me

entienden.

Cuando la vio encinta se dio cuenta que no podría presionarla si seguía empacada en

no querer hablar, así que la hizo sentar, le preguntó si sabía quién era él, le sonrió utilizando

todo su encanto, se atusó los bigotes y luego le preguntó:

-¿Cuál de mis hijos es el padre de estos niños?, porque es uno de ellos, no?.

-Sí, Señor, pero él me pidió que yo no lo diga a nadie, y yo no lo voy a decir a nadie.

-¡Cómo que a nadie! -había sorpresivamente bramado el coronel- ¡¡Yo soy su

Abuelo!!, entiendes Hija, ¡¡¡su Abuelo!!!

La muchacha no pudo resistirse. Era imposible.

-El niño Carlos... -dijo en voz tan baja que apenas se la oía.
Toda la casa suspiró. El niño Carlos, tunante de veinticinco años, de novio en Buenos

Aires, a punto de recibirse de médico, vacacionando todos los años en el campo, "padre de

seis niños y medio", -como lo calificó la Zunilda- .

-No te preocupes, Hija, que esto lo arreglo yo...- contaban las tías que aclaró el

Abuelo, al tiempo que salía por un mandadero para enviar un telegrama a su hijo pidiéndole

que viniese ...sin especificar el motivo.

El tío había anunciado su llegada con otro telegrama, para que lo esperasen en la

estación de ferrocarril cercana. El Abuelo había preparado todo, dado las instrucciones

precisas y sin descuidar ningún aspecto de la cuestión. El tren arribó con algo de atraso, a eso

de las seis de la tarde.

Cuando llegaron a la casa y entraron al comedor, estaba toda la servidumbre reunida,

de pie detrás de la Abuela, que se encontraba sentada en un sillón, con Marina a su lado,

pálida como una muerta... En la mesa, en la cabecera, se había sentado el Juez de Paz, con sus

libros y dos testigos que no eran de la casa. Carlos había atinado a decir, en voz baja...:

-¡Pero... papá! ¿Podemos hablar? ¡Por Dios..!-

-No me venga con Dios, Carlitos, que Ud. ya sabe que yo soy librepensador y ateo,

ateo, ateo... Después que se case, mi hijo, después que se case... se le había olvidado este

trámite, pero no es nada, acá el Señor Juez le ha tenido la paciencia de esperarlo, y la Señora

Marina también....porque lo que sí, Ud. se me casa...y ya, porque ningún nieto mío va a andar

por el mundo sin su apellido...- había dicho el Abuelo, desprendiéndose la chaqueta y

haciendo ver que tenía calzado el revólver en la cintura.

Después de que por completo estuvieron los papeles y libros firmados, todos sentados

en silencio esperaron a que el Juez le entregara a Marina una copia del Acta de Matrimonio.

Entonces la Abuela se había levantado rompiendo el hielo, besando a la nuera,

abrazando al hijo...
-Y ahora, ¡empecemos la fiesta!- invitó el Abuelo.

Y fue fiesta. Asado de vaca con cuero y baile hasta el amanecer, con el fonógrafo a

cuerda.

Al otro día mi tío Carlos regresó a Buenos Aires, a continuar el estudio. Todas sus

hermanas, que se sentían algo culpables, espiaron la despedida. Pero, por lo visto, ya

resignado, el esposo besó a su esposa antes de subir al auto y saludó a los niños alegremente,

prometiendo regalos.

Las tías y la Abuela se dedicaron el resto de la primavera y todo el verano a educar a

Marina, enseñarle a leer, a bailar, a sentarse, a hablar en francés y a comer con muchos

cubiertos. Cuando regresaron a Buenos Aires, era "presentable", como decían antes...

Nunca hubiese imaginado esta historia. Recién la supe ahora, cuando los

protagonistas principales están ya, todos muertos. Por lo que me contaron, jamás hubo

malentendidos entre Carlos y Marina y él le fue siempre metódicamente fiel.

Todas mis historias son cuentos, pero ésta... es verdadera.

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