Está en la página 1de 2

En los últimos años, en el plano político y cultural, Latinoamérica se ha convertido, no obstante

la persistencia de profundas desigualdades, en una de las áreas más dinámicas del mundo
moderno. Ha superado la prolongada y cruel experiencia de las dictaduras militares y luego ha
pasado por otra etapa difícil, en la que las principales decisiones sobre la vida de los pueblos
fueron tomadas, casi en todas partes, por agencias monetarias y empresas multinacionales, en
nombre de la supremacía del mercado sobre los derechos humanos. Las pruebas del actual
despertar son el cambio en la orientación política de un gran número de países, su tendencia a
agruparse en comunidades más amplias de tipo comunitario o continental, la vitalidad y las
victorias de las poblaciones indígenas, el haber desempeñado un papel más fuerte, en el plano
internacional, en lo que se refiere a las decisiones que deben tomar los pueblos y los
gobiernos. El despertar también se ve en el creciente empeño de muchos países
latinoamericanos por combatir la pobreza, que se considera no sólo como una injusta
repartición de la riqueza, sino también como la falta de conocimientos y de poder, de
capacidad autónoma para elegir el propio futuro (Amartya Sen). De aquí el deseo de insistir a
favor de los derechos de las personas, comenzando por la valorización del cuerpo y de la vida
misma. Los derechos y las normas éticas han sido ampliamente proclamados y codificados
desde la Declaración de Nüremberg, pero después se han erosionado, empezando justamente
por la tutela de los seres humanos sometidos a investigaciones experimentales. Se abre de esta
manera el campo, como lo documenta Juan Carlos Tealdi, a un doble estándar moral,
diferenciado por el grado de información, de autonomía y de poder de los individuos. Ya desde
la introducción, este libro nos cuenta cómo Latinoamérica “se ha visto asediada por ofertas,
presiones e incentivos de investigación de diversa índole y procedencia, algunos abrumadores,
con el ánimo de implementar protocolos de investigación atractivos a los ojos de quien
encuentra en estos países una fuente de sujetos de investigación poco empoderados de sus
derechos”. El libro sustancialmente representa un exhaustivo análisis histórico, teórico,
normativo y propositivo de cómo quiere reaccionar Latinoamérica ante estas tendencias, en
nombre propio o en nombre de otros pueblos que corren los mismos riesgos. Apoya, por lo
tanto, la moralidad de la ciencia y la universalidad de la atención. La bioética debe entonces
mirar más allá del ser humano abstracto, como escribe Fatima Oliveira, porque “la clase social,
el ser mujer u hombre y el color de la piel, la orientación sexual y el grado de escolaridad,
hacen una gran diferencia en la vida social”. Es por ello indispensable consolidar “el poder de
decidir sobre los cuerpos y la vida de las mujeres” y de cualquier persona que sea discriminada
y sea privada de su subjetividad. La vida obviamente incluye el ADN, pero Victor Penchaszadeh
justamente critica, con su conocida doctrina, la concepción determinista y reduccionista del ser
humano, 10 PRÓLOGO cuyas características consistirían entonces sobre todo en sus genes. Esto
coloca en primer plano a la biología, en lugar de la biografía de cada individuo, de sus
relaciones sociales, su trabajo, la nutrición, la instrucción, los factores ambientales, los agentes
infecciosos. Sobre esta base se corre el riesgo de borrar o reducir sustancialmente el libre
arbitrio, y como consecuencia se están introduciendo distintas distorsiones. Una es la
tendencia de la industria farmacéutica a concentrar sus esfuerzos en la producción de
“medicamentos a la medida”, basados en las características genéticas individuales de los
pacientes, mientras se descuidan las investigaciones en torno a las enfermedades más
comunes, que quedan desatendidas y muy difundidas. La segunda es el tratar de usar los
conocimientos genéticos sobre las personas para introducir criterios biológicos selectivos en las
contrataciones o la permanencia en el trabajo. La tercera es el abuso de negar el tratamiento a
los enfermos que, en los esquemas de los seguros, se consideran demasiado costosos para el
presupuesto normal que establecen las empresas. Estas condiciones subrayan la necesidad de
una relación entre las exigencias individuales y las políticas de salud pública, e implican un
horizonte de la bioética que incorpore a la biomedicina y se expanda hacia la equidad, el
pluralismo y los derechos humanos. En este sentido, aunque sea difícil definir las orientaciones
generales de la bioética, creo que se puede valorar positivamente el esfuerzo de la UNESCO de
plantear como base de la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos (aprobada
por la Conferencia General en París, en octubre de 2005) estos dos principios: “1. la dignidad
humana, los derechos humanos y las libertades fundamentales, deben ser plenamente
respetados; 2. los intereses y el bienestar d

También podría gustarte