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ESTUDIOS BÍBLICOS ELA:

PROMESAS Y PROEZAS
DE DIOS
(JOSUÉ)

ALBERTO PLATT

A menos que se indique lo contrario, todas las citas están tomadas de


la versión Reina-Valera 1960.

© 1999
Ediciones Las Américas, A.C.

Prohibida la reproducción
parcial o total

ISBN 968–6529–76–41

1 Platt, A. T. (1999). Estudios Bı́blicos ELA: Promesas y proezas de Dios (Josué) (pp. 1–2). Puebla, Pue.,
México: Ediciones Las Américas, A. C.
1
Elección de Josué
Josué 1:1–2a

“¡Mi siervo Moisés ha muerto!” dijo el Señor en Josué 1:2. A pesar de esa nota
funesta y sombría con que principia, el tono del libro de Josué no se caracteriza por ese
triste recordatorio.
Esta obra lleva el nombre de su probable autor, que es el héroe que domina sus
páginas de principio a fin. Ese apelativo hebreo quiere decir “Jehová salva”, mismo que
corresponde a “Jesús” en el Nuevo Testamento.
En el canon de los judíos (los libros oficialmente aceptados por ellos) Josué es el
primero que aparece en la sección de los profetas, sin duda debido al carácter y
ministerio de ese gran líder. Su contenido es una joya histórica que traza la crónica de
un pueblo que estaba tratando de obtener la tierra que su Dios le había prometido. Por
supuesto que el libro no es sólo producto de un historiador humano, sino que el Espíritu
Santo (2 Pedro 1:21) también intervino, y como viene de Dios, la historia es verídica.
En ella, el lector puede estudiar los éxitos y fracasos del pueblo de Israel, y conocer la
razón de ellos.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS

No cabe duda que la muerte de Moisés tuvo un impacto adverso en el pueblo de


Israel. Humanamente hablando, aquel gran hombre fue el que hizo que el pueblo
llegara hasta ese punto de su historia y estuviera en el umbral de la tierra prometida.
¡Moisés fue único! Aparte de él, en la Biblia no dice que otro líder hablara cara a
cara con Jehová (Éxodo 33:11; Deuteronomio 34:10. Bajo su liderazgo, el pueblo fue
liberado de la esclavitud de Egipto. Personalmente, él recibió la ley de Dios en el monte
Sinaí, así como las instrucciones para construir el tabernáculo y los reglamentos para
regular el sacerdocio (Éxodo 20–40). Además, Dios le comunicó ciertos detalles
relacionados con la conquista que se avecinaba (Josué 1:2–3). No obstante, Moisés
murió antes de llegar a la tierra.
Sin duda, esto debe haber preocupado sobremánera al pueblo de Israel. Tal vez se
preguntaban unos a otros: “y ahora, ¿qué?” o: “ahora, ¿quién?”.
Por otra parte, la muerte del gran Moisés no fue un accidente inesperado para Dios,
ni un suceso que haya frustrado sus planes. ¡De ninguna manera! Como parte de su
plan eterno, esa consecuencia fatal quedó sellada aquel día en que Moisés golpeó la
roca en Cades y Dios tuvo que decirle a él y a su hermano Aarón: “Por cuanto no
creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis
esta congregación en la tierra que les he dado” (Números 20:12).
Gracias a él, el pueblo había quedado libre de la esclavitud de Egipto, y poseía la
gran revelación del carácter de Dios entregada en Sinaí. Además, ya había terminado
su larga peregrinación por el desierto durante la cual experimentó la mano poderosa y
milagrosa de su Dios manifestándose en todo el camino. Finalmente, se encontraba ya
frente a la tierra prometida.
Otro factor positivo e importantísimo (aunque no totalmente reconocido por el
pueblo de Israel) era la situación internacional prevalente en aquel entonces. De
acuerdo con el plan y control de Dios, ninguna de las naciones que habían tenido
prominencia hasta aquella fecha, ni de las que posteriormente la tuvieron, estaba en
condiciones de resistir el avance del pueblo de Israel. Aquel fue un tiempo único e ideal
en la historia, lo cual no debe sorprendernos, ya que fue arreglado por el Dios que tiene
el control de todo el mundo (Proverbios 8:15; 21:1; Romanos 13:1).

FECHA

Los acontecimientos descritos en el libro abarcan un período de más o menos 25


años, que fue el tiempo comprendido entre la muerte de Moisés y la de Josué, mismos
que se llevaron a cabo alrededor de 1400 a.C.

AUTOR

Aunque no se sabe con certeza, se acepta que la mayoría del libro fue escrito por
Josué (vea Josué 1:1; 3:7; 4:1, 2; etc.), porque es obvio que el autor fue testigo ocular
de los sucesos que narra (Josué 5:1; 7:7; 8:5, 6 etc.). Naturalmente que la porción
relacionada con la muerte de Josué (24:29–33) fue escrita por otro autor.

TEMA E IMPORTANCIA DEL LIBRO

Como ya se ha dicho, el de Josué es un libro histórico que narra todo lo que tuvo
que suceder para que el pueblo de Israel se apropiara de lo que Dios le había
prometido. Según 1 Corintios 10:11 y 2 Timoteo 3:16, el estudiante bíblico está
obligado a aprender todo lo que Dios ha dicho en las Escrituras, no puede hacer a un
lado el Antiguo Testamento. Pero tiene que ejercer bastante cuidado, y apegarse a los
principios correctos de interpretación bíblica (hermenéutica).
Por ejemplo, es difícil afirmar que el cruce del río Jordán en seco representara la
entrada de un creyente al cielo. ¿Por qué? Porque después de cruzar el Jordán, los
hijos de Israel tuvieron que pelear, batallar, conquistar y hasta destruir a los idólatras.
No tiene absolutamente ningún parecido con la entrada al cielo del creyente, ni es el
propósito de ese pasaje enseñar semejante lección. Es obvio que los hijos de Israel
tenían derecho a la tierra, pero el libro de Josué dice que aun después de haber
recibido el título de propiedad, tuvieron que librar una gran lucha para poder disfrutar de
esa bendición. El libro de Josué ejemplifica lo que dijo el apóstol Pablo en su carta a los
efesios relativo a la recomendación de vestirse con toda la armadura de Dios antes de
iniciar el combate espiritual (Efesios 6:11).
BOSQUEJO DEL LIBRO
I. Introducción 1:1–2:24
A. Reconocimiento del nuevo líder 1:1–18
1. Comisión de Josué 1:1–9
2. Josué es animado 1:10–18
B. Reconocimiento de la nueva tierra 2:1–24
1. Reevaluación de la situación 2:1
2. Rahab 2:2–21
3. Regreso de los espías 2:22–24
II. Entrada en la tierra prometida 3:1–5:15
A. El milagro del cruce del Jordán en seco 3:1–17
B. El memorial del milagro 4:1–24
C. Reinstalación del memorial del pacto con Abraham 5:1–10
D. El maná termina 5:11–12
E. El Capitán supremo 5:13–15
III. Conquista de la tierra prometida 6:1–12:24
A. Compaña del centro 6:1–9:27
1. ¡Victoria! Jericó 6:1–27
2. ¡Derrota! El pecado de Acán 7:1–26
3. ¡Victoria! Hai 8:1–35
4. ¡Derrota! Alianza con los gabaonitas 9:1–27
B. Compaña del sur 10:1–43
1. Contra la confederación de reyes 10:1–14
2. Control completo del sur 10:15–43
C. Campaña del norte 11:1–15
D. Resumen de la conquista 11:16–12:24
IV. División de la tierra prometida 13:1–22:34
A. Antes de cruzar el Jordán 13:1–33
1. Instrucciones 13:1–7
2. División al oriente del Jordán 13:8–33
B. Petición y herencia de Caleb 14:1–15
C. Territorio de Judá 15:1–63
D. Territorio de Efraín 16:1–10
E. Territorio de Manasés 17:1–18
F. Territorios de las demás tribus 18:1–19:51
G. Ciudades de refugio 20:1–9
H. Ciudades de los levitas 21:1–45
I. Regreso de las tribus al oriente del Jordán 22:1–34
V. Conclusión 23:1–24:33
A. Primer mensaje de despedida 23:1–16
1. Repaso de la bondad de Dios 23:1–10
2. Amonestaciones contra la desobediencia y apostasía 23:11–16
B. Segundo mensaje de despedida 24:1–28
1. Repaso de la forma en que Dios les había tratado 24:1–15
2. El pueblo reconoce la bondad de Dios 24:16–18
3. Diálogo entre Josué y el pueblo 24:19–28
C. Muerte de Josué 24:29–33

JOSUÉ, EL LÍDER

Los primeros dos versículos del libro comentan la triste realidad de la muerte de
Moisés. Esa enorme pérdida debe haber dejado al pueblo deprimido y preocupado.
Durante cuarenta años, ese gran hombre de Dios había sido su líder y guía, pero lo que
es más importante, era su contacto con Dios, el que fungía como comunicador e
intercesor. Y ahora, había muerto el transmisor de los decretos del Omnipotente. Es
posible que algunos pensaran que el plan divino y su promesa morirían con él. Sin
duda, la pregunta: “¿Quién nos llevará a la tierra prometida?” estaba en la mente y en
los labios de cada peregrino.
Pero los que han estudiado la Bibliá y conocen al Dios que la inspiró, tienen que
responder a ese lamento lúgubre del pueblo, que la obra del Señor no se debilita por la
muerte de alguno de sus siervos, sin importar cuán prominente sea. Además, él nunca
se queda sin un instrumento, sin una persona preparada y dispuesta.
Pero surge otra pregunta: “¿Cómo prepara Dios a los que le sirven?” O, como en el
caso que nos ocupa, “¿de dónde y de qué escuela de preparación venía Josué, que
obviamente había sido designado por Dios para emprender una tarea tan importante?”
(1:2b)

DIOS SÓLO USA PERSONAS PREPARADAS


Y ÉL SE DEDICA A PREPARARLAS.

Preparación de Josué
Antes de entrar de lleno a considerar el texto del libro de Josué, tenemos que
detenernos para considerar la forma en que Dios lo preparó para que respondiera a las
exigencias del liderato. Desde hacía mucho tiempo, Dios había empezado a formar el
carácter y creencias de Josué. Lo hizo a través de una serie de escuelas, pero esas
“aulas” no fueron como las de una escuela común, y sus lecciones no provenían de los
libros. Jehová preparó una serie de sucesos y circunstancias (escuelas) que a lo largo
de su vida fueron formando el carácter del siervo que Dios quería que guiara a su
pueblo.

La escuela egipcia
Josué fue hijo de Nun (1:1), y de acuerdo con las listas genealógicas del Antiguo
Testamento (1 Crónicas 7:27), probablemente su primogénito. Considerando que su
edad era de 110 años cuando murió (24:29), menos los 40 años de peregrinación en el
desierto y los 25 años que duraron los acontecimientos narrados en su libro, Josué
tenía aproximadamente 45 años de edad cuando los hijos de Israel salieron de la
esclavitud. Es obvio que ese líder nació en Egipto.
Si Josué fue uno de los primogénitos nacidos durante la esclavitud de Israel, ese
hecho hace recordar al estudiante bíblico la última plaga. Aun antes de que se
mencionara el nombre de Josué en la Biblia, Dios ya lo había sometido a una lección
dura e importante.
El Señor había dicho que la única manera de evitar morir a manos del ángel de la
muerte era untar correctamente la sangre del sacrificio en el portal de la casa. De otra
manera, el primogénito de ese hogar moriría. Obviamente, su padre cumplió fielmente
con el requisito de colocar la sangre, porque Josué no perdió la vida en aquella fatídica
noche.
¿Cuál fue la lección importante que Josué nunca olvidó, y sin lo cual nadie puede
servir a Dios? Que sencilla, pero majestuosamente, ¡Dios siempre cumple lo que dice!
Él había dicho que aquella noche moriría el primogénito de los hogares donde la
sangre no estuviera colocada conforme a las instrucciones divinas, y efectivamente, así
sucedió (Éxodo 12:29).

¡PENSEMOS!

Dios ha hablado al hombre a través de la Biblia. En ella, ha dicho


que hay un cielo y un infierno, y que hay vida y muerte. Además, que
“el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4, 20); que “está
establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de
esto el juicio” (Hebreos 9:27); que “el que no naciere de nuevo, no
puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3); y que “en ningún otro hay
salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los
hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Lo que Dios
dice se cumplirá al pie de la letra. Nadie puede servir al Altísimo si no
reconoce esa importantísima verdad y aprende esa enseñanza. En
otras palabras, si no asiste a esa “escuela”, y domina bien la materia
que se enseña allí, es imposible servir a Dios.
La escuela amalecita
La primera mención bíblica que se hace de Josué se encuentra en Éxodo 17. En
esa instancia, los hijos de Israel, recién salidos de la esclavitud de Egipto, se
enfrentaron con los que llegaron a ser sus acérrimos enemigos, los amalecitas.
Hubo necesidad de librar una batalla y por eso tuvieron que nombrar a alguien para
que se encargara del ejército israelita. Moisés nombró a Josué. No se debe pensar que
Josué era experimentado en asuntos militares. Los egipcios nunca hubieran permitido
que un esclavo adquiriera semejante conocimiento; sin embargo, se le asignó el puesto
de capitán.
Recordemos que bajo la dirección de Josué, la batalla iba bien y luego iba mal, todo
según lo que Moisés estuviera haciendo en el monte. Él había dicho que estaría “sobre
la cumbre del collado, y la vara de Dios en mi mano” (Éxodo 17:9). Mientras que él
mantenía la vara en alto, todo marchaba bien, pero cuando bajaba el brazo con la vara,
los israelitas perdían.
Esto quiere decir que al fin y al cabo, el éxito de la batalla no dependía del talento,
experiencia o conocimiento de Josué, sino de la vara de Dios. Debemos agregar que
tampoco dependía de la postura de oración que Moisés adoptaba. No quiere decir que
el líder del pueblo imploraba con los brazos extendidos al cielo, como hace un
pordiosero, tal vez con lágrimas en los ojos, rogando a Dios que hiciera lo posible por
librar a su pueblo. ¡No! Lo que hizo fue elevar sobre el campo de batalla el símbolo de
autoridad de Dios. Así indicaba que reconocía que la obra (en este caso, la batalla) era
de Dios.
Lo anterior nos hace pensar en lo que Dios dijo a Zorobabel:

“NO CON EJÉRCITO, NI CON FUERZA, SINO CON MI


ESPÍRITU, HA DICHO JEHOVÁ DE LOS EJÉRCITOS”
(ZACARÍAS 4:6).

¡Qué enseñanza! Sin el pleno reconocimiento de que la obra es de Dios y no del


hombre, nadie puede servir a Dios, por muy talentoso o listo que sea. Por fuerza, Josué
tenía que aprender ese lección. Es más, esa sección contiene la primera referencia a
Josué por nombre y la primera referencia directa a algo escrito que después llegaría a
formar parte del Antiguo Testamento. Jehová instruyó a Moisés de la siguiente manera:
“Escribe esto para memoria en un libro, y dí a Josué que raeré del todo la memoria de
Amalec de debajo del cielo” (Éxodo 17:14).
Lo anterior indica que ese escrito ayudaría a Josué a no olvidar esa lección,
probablemente porque Dios conoce la tendencia tornadiza del corazón humano. El líder
debía recordar que ninguna victoria estaba garantizada, a menos que contara con la
autoridad y poder de Dios y siempre siguiera su plan.
¡PENSEMOS!

La obra no es de una sola persona, ni de un grupo pequeño, ni del


pastor, ni de los ancianos, ni de una misión u otra organización. La
obra es del Señor. Sólo cuando lo reconocemos, tenemos la
posibilidad de servir a Dios.

DIOS QUIERE QUE DEPENDAMOS DE ÉL,


NO QUE SEAMOS INDEPENDIENTES.

La escuela ubicada al pie de la montaña


En Éxodo 24 encontramos a Josué en otra de las aulas de Dios. Moisés subió a la
cumbre del monte Sinaí para encontrarse con Jehová mientras algunos ancianos del
pueblo regresaban con la congregación. Aunque Josué no acompañó a Moisés a la
cumbre, tampoco regresó con los demás ancianos (véase Éxodo 32:15–17). Parece
que durante los cuarenta días en que Moisés disfrutó de la presencia de Jehová, Josué
se quedó a solas al pie de la montaña.
En el lugar donde se quedó no había nada de gloria ni de compañerismo con Dios;
permaneció en una vigilia solitaria. Su única tarea durante ese tiempo fue ¡aguardar!
Pero, ¿qué? No hay indicaciones de que Dios le hubiera comunicado exactamente qué
podía esperar. Parece que tampoco le dijo cuánto tiempo tendría que quedarse en ese
lugar. Josué no tenía información en cuanto al porvenir, sencillamente tenía que
esperar.
¡Qué difícil! Puede ser que algunas culturas acepten demoras parecidas con toda
ecuanimidad, pero no la mía. Y en lo personal, no me gusta esperar, o pararme en una
fila kilométrica que lleva horas de dilación, y menos, no tener la más remota idea de
cuándo se va a mover.
¡Ah, pero un momento! conforme al plan de Dios, en el caso de Josué había una
razón para que esperara, y también su espera tuvo un fin. Lo que Josué tenía que
hacer al pie de aquella montaña era esperar que el plan de Dios se cumpliese, sin
preguntar, sin vacilar. En el momento propicio y de acuerdo a la sabiduría divina, podría
marcharse.

¡PENSEMOS!

¡Qué escuelas! En esa ocasión, Josué recibió una lección bien


difícil, pero que fue de gran importancia por que más adelante, le
serviría muy bien al futuro líder de los hijos de Israel. Siempre le toca
al hijo de Dios esperar el tiempo que Dios indique. Es como en el caso
del pueblo de Israel que anduvo por el desierto después de salir de
Egipto. Iniciaba la marcha cuando la columna de nube o la columna de
fuego se movía, pero ¡no antes!

La escuela de interpretación correcta


Otra lección importantísima que preparó a Josué para servir a Dios se llevó a cabo
cuando bajó de la montaña junto con Moisés. Según Éxodo 32:15–17, Josué, que no
estuvo en la cumbre, sí acompañó a Moisés desde donde había estado esperando
hasta abajo. En eso, los dos hombres escucharon un fuerte sonido. Ambos
reaccionaron, pero sus conclusiones fueron muy diferentes.
En primer lugar, debemos notar en Éxodo 32:17–18 que los dos oyeron el mismo
ruido. Sin embargo, al oírlo, Josué lo comparó con lo que había experimentado. El
resultado fue que según él, sonaba como el ruido de la batalla con los amalecitas. O
sea, que con base en su experiencia verídica pero limitada, interpretó que el sonido era
como de guerra.
Por su lado, Moisés, lo interpretó de otra manera; lo identificó con algo que Dios le
había dicho en la cumbre: “Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra
de Egipto se ha corrompido. Pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se
han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado, y le han ofrecido sacrificios, y han
dicho: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto” (Éxodo 32:7–
8). Moisés contaba con la ventaja de poder interpretar lo que oía a la luz de lo que Dios
le había dicho y no solamente con base en su experiencia.
El hombre, aun con toda su erudición, conocimiento y experiencia, no tiene
suficiente de ninguna de esas tres cualidades como para poder interpretar la vida
correctamente. Para entender sus circunstancias y lo que está a su alrededor, tiene
que contemplarlo todo por medio de lo que Dios ha dicho. Solamente viendo la
situación por medio de la lente de Dios puede uno interpretar bien los detalles de lo que
nos rodea. Sólo por medio del filtro de lo que él ha dicho se puede interpretar el
desorden que nos rodea. Es imposible que el hombre acumule suficiente sabiduría,
experiencia o conocimiento, para entender lo que tiene alrededor, si no toma en cuenta
a Dios. La lección que Josué aprendió en esa ocasión también le sirvió en su carrera
de líder de los hijos de Israel.
En resumen, el siervo de Dios tiene que pasar por esas “escuelas”, y aprender muy
bien sus lecciones básicas

1. DIOS SIEMPRE CUMPLE SU PALABRA


2. LA OBRA ES DE DIOS Y ÉL QUIERE QUE
DEPENDAMOS DE ÉL
3. UNO PROSPERA ESPERANDO QUE DIOS INDIQUE
EL TIEMPO CORRECTO
4. TODO DEBE INTERPRETARSE A LA LUZ DE LO
QUE DIOS HA DICHO

De otra manera, nadie puede servir a Dios. Por esa razón, Josué tuvo éxito como
líder.

2
Comisión de Josué
Josué 1:2b–18

“Mi siervo Moisés ha muerto; ahora pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo
este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel” (Josué 1:2). A grandes
rasgos, esa es la comisión auténtica y soberana que Dios encargó a Josué.

ANTECEDENTES

En Números 27:15–23 y Deuteronomio 31:1–8, Dios había dicho a Moisés quién


sería su sucesor. Además, ya vimos que Dios había preparado al individuo a quien
comisionaría.

EL CARÁCTER DE LA COMISIÓN DEMUESTRA EL


CARÁCTER DE DIOS 1:2B–5

Elección soberana
Hay algunos elementos sobresalientes en la encomienda dada a Josué. En primer
lugar, en ninguna de las referencias de Números, Deuteronomio, o Josué, hallamos a
Dios haciendo una invitación, expresando un anhelo, pidiendo un consejo o solicitando
la colaboración de Josué. Tampoco pidió al pueblo que sugiriera el nombre de una
persona popular o capaz de ocupar el puesto. No hubo boletas de elección ni votación.
Dios no buscó a un voluntario, sino que la selección del que guiaría al pueblo quedó en
manos del soberano, infinitamente sabio, Dios de Israel.
Es interesante la reacción de Josué, o, más bien, la forma en que no reaccionó. No
se observa renuencia o desgano en él; jamás sugirió que otro lo haría mejor. Todavía
vivían los dos hijos del gran Moisés (Gersón y Eliezer), uno de los cuales, según ciertos
criterios, hubiera merecido ser tomado en cuenta, pero no se hace referencia a ellos.
Si Josué hubiera podido elegir al líder religioso, tal vez habría sugerido a Finees, el
sacerdote, pero no lo hizo. También estaba Caleb, su antiguo colega, el que lo
acompañó a espiar la tierra prometida y que al igual que Josué, animó al pueblo a
conquistarla; pero tampoco surgió el nombre de ese gran héroe de la fe. Josué no trató
de evadir la responsabilidad tan formidable que estaba recibiendo, sino que la aceptó.

La continuidad, un elemento adicional


A pesar de la muerte del gran líder, el plan de Dios no cambió en lo más mínimo.
Esa particularidad se nota en Josué 1:3–4 donde dice: “Yo os he entregado, como lo
había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie. Desde el desierto
y el Líbano hasta el gran río Éufrates, toda la tierra de los heteos hasta el gran mar
donde se pone el sol, será vuestro territorio”.
Es decir, el pacto con Abraham seguía vigente; Israel seguía siendo el pueblo
escogido, la tierra prometida todavía era parte de la promesa. El sabio plan de Dios
incluyó a Moisés, pero no dependía exclusivamente de él. Él había sido el libertador y
forjador de la gran proeza del éxodo y el líder divinamente nombrado durante la
peregrinación para que entregara el puesto de conquistador a otro protagonista.

La presencia divina
En Josué 1:5 se introduce otro elemento: “…como estuve con Moisés, estaré
contigo; no te dejaré, ni te desampararé”. Una cosa es recibir una tarea difícil, pero otra
muy diferente es aceptar semejante responsabilidad junto con la promesa que asegura
el éxito de la empresa. La presencia divina actuando sobre Moisés hizo que ese siervo
fuera guía, animador, proveedor, y aun juez, del pueblo. Es evidente que la frase “como
estuve con Moisés” impactó poderosamente a Josué, porque había sido testigo del
efecto que la presencia y poder de Jehová ejerció en todo el trayecto de Egipto hasta la
ribera oriental del Jordán.
Según la promesa de Jehová; él nunca abandonaría a Josué. Es difícil pasar por
alto la importancia de esa promesa. Debemos recordar que por haber sido uno de los
espías, Josué sabía perfectamente bien lo que le esperaba: gigantes (Números 13:31–
33), ciudades como Jericó que eran fortalezas formidables, idolatría horrenda, así como
la religión degradante de los pueblos listados por Moisés en Deuteronomio 7:1–5.
Pero por sobre todas las cosas, ¡qué consuelo debe haber sentido al saber que
tenía la garantía de la presencia de Dios! Los gigantes no se hicieron más pequeños, ni
las murallas más bajas, ni la idolatría menos malvada. Sin embargo, teniendo
garantizada la presencia de Dios, Josué podía enfrentar las dificultades con confianza.

¡PENSEMOS!
¿Recuerda las “escuelas” de Josué que se mencionaron en el
primer capítulo? Una de las lecciones que tuvo que aprender fue la
relativa a la batalla con los amalecitas de Éxodo 17. Allí, el líder se dio
cuenta que la victoria no dependía de él, aunque Moisés lo había
nombrado capitán del ejército, sino que dependía totalmente de Dios.
¡Qué bueno sería que aprendiéramos esto! porque como Josué,
podríamos considerar las dificultades no desde el punto de vista
humano, que sólo contempla el tamaño de “los gigantes” que se
oponen, la altura de las murallas que hay que superar, o la opresión
de las religiones y filosofías apoyadas por el maligno. La garantía de
la presencia de Dios no cambia la medida del problema, sino que
¡provee al creyente la capacidad de vencer!

LA CONVICCIÓN DE LA COMISIÓN DADA POR DIOS


Y LA PROMESA DE SU PRESENCIA,
NO HACEN QUE EL LÍDER SEA AJENO A
LAS DIFICULTADES, INSENSIBLE A
LAS DEFICIENCIAS, INVULNERABLE A LA MOFA,
SINO, !INVENCIBLE!

A continuación, en los versículos 6, 7 y 9 de Josué 1, aparecen algunas


exhortaciones dirigidas al nuevo líder. De hecho, son más que exhortaciones, ya que
según el diccionario, exhortación significa algo que excita o alienta con palabras. No
cabe duda que Jehová vio la necesidad de alentar al recién nombrado jefe. Josué sabía
perfectamente bien lo que le esperaba; gigantes, feroces soldados, ciudades
fortificadas y gente fanáticamente idólatra, causas más que suficientes para
desanimarse. Además, Josué estaba muy consciente de lo formidable que era la tarea,
porque conocía el carácter contumaz del pueblo de Israel.
Por otro lado, éstas fueron más que exhortaciones, porque no sólo eran expresión
de un anhelo o sugerencias de parte de Jehová sino sus requisitos. Un comportamiento
de parte de Josué que no reconociese esas demandas como tales, se hubiera
considerado desobediente.

DIOS ES ALGO MÁS QUE UN CONSEJERO:


¡ES EL COMANDANTE SUPREMO!
¡PENSEMOS!

La obediencia es un concepto clave en ambos Testamentos y el


meollo del mensaje divino tanto bajo la ley dada a través de Moisés,
como bajo la época de la gracia y la verdad que fue inaugurada por
Cristo Jesús (Juan 1:17). El profeta Samuel tuvo que reprender al rey
Saúl recordándole que “…obedecer es mejor que los sacrificios, y el
prestar atención que la grosura de los carneros”. Y añadió: “Por
cuanto desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado
para que no seas rey” (1 Samuel 15:22b y 23b). Nuestro Señor
Jesucristo repitió el mismo concepto tres veces en un solo capítulo
del evangelio de Juan: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”
(14:15); “el que me ama, mi palabra guardará” (14:23); “el que no me
ama, no guarda mis palabras” (14:24). Se podría decir que Santiago
presenta el resumen de la idea bíblica en 1:22: “Pero sed hacedores
de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros
mismos”. La Biblia no solamente nos aconseja, ¡nos obliga!

EL CARÁCTER DE LA COMISIÓN DEMUESTRA LA


RESPONSABILIDAD HUMANA 1:6–9

Lo que demanda Jehová


Los versículos de Josué 1:6, 7, 9 principian todos de la misma manera, haciendo
hincapié en el esfuerzo y la valentía.
De inmediato, vienen a la mente del intérprete algunas preguntas: ¿A qué se refiere
la palabra “esforzar” y cómo podía hacer esto Josué? ¿Por qué se repite en tres
ocasiones prácticamente lo mismo?

“¡Esfuérzate!”
En cuanto a la primera pregunta, la cultura actual se hubiera enfocado únicamente
en lo físico. Con su obsesión por el ejercicio y el atletismo, hubiera sugerido a Josué
que levantara pesas, o que corriera varios kilómetros al día, o bien, que tomara
vitaminas para aumentar su fortaleza. Pero es improbable que Dios tuviera en mente
esas ideas. Él no escogió a Josué por su musculatura, ni hay indicaciones en toda la
Biblia de que un siervo de Dios tuviera que ser físicamente fuerte.
La etimología de la palabra que Dios escogió subraya lo físico; la traducción
“esfuérzate” que aparece en Josué 1:6, 7, 9 es muy buena. Debemos notar que la raíz
de la palabra hebrea significa fuerza en los brazos y en las manos para colgarse de, o
apoyarse en. Naturalmente, surge la pregunta: ¿en qué tenía que aferrarse a algo
fuerte, duradero y totalmente confiable, es decir, a lo que Dios había dicho. Sólo así
podría ser competente.

¡PENSEMOS!

Moisés fue un gran hombre y líder, un verdadero héroe. Las


mismas Escrituras lo colman de encomios. Sin embargo, el impacto
de la palabra “esfuérzate” no sugiere que Josué tenía que ser el
imitador de Moisés. Por supuesto que no es malo seguir el ejemplo de
un hombre piadoso, noble y capaz, un modelo por el cual dirigir la
vida. Sin embargo, el peligro de conformarse totalmente al ejemplo de
un héroe es no reconocer que puede tener “los pies de barro”. En
caso de que Josué imitara el ejemplo de Moisés, existía la posibilidad
de que cometiera los mismos errores que él, como golpear la roca en
vez de obedecer a Dios (Números 20:7–13), y después sufrir las
mismas consecuencias funestas.

EN “LA ESCUELA” DE ÉXODO 17, DIOS


ENSEÑÓ A JOSUÉ QUE TENÍA QUE
DEPENDER SÓLO DE ÉL.

“¡Sé valiente!”
Este segundo término empleado en los tres versículos (1:6, 7, 9) también ha sido
traducido correctamente, pero la palabra de la que se deriva el vocablo hebreo es muy
interesante. Por lo que se ha podido determinar, en la antigüedad esa palabra se
refería a la fuerza de las piernas. Ésta, junto con la palabra que usaron los que
tradujeron el libro de Josué al griego (la Septuaginta) y que también usó el apóstol
Pablo en 1 Corintios 16:13 cuando dijo: “portaos varonilmente”, apuntan a una
expresión moderna. Cuando uno experimenta un gran miedo, generalmente se
manifiesta porque tiemblan las piernas, o a veces las rodillas. Aquí en Josué, Dios está
demandando un comportamiento sin titubeos, sin miedo; tenía que comportarse en
forma varonil.

¿Por qué tres veces?


En primer lugar, podemos estar seguros que el deseo de Jehová no era sólo llenar
la página con palabras. En los libros bíblicos conocidos como poéticos, Dios se
comunicó con su pueblo por medio de la poesía hebrea, en la cual sí se permitía la
repetición de ideas usando el paralelismo, la forma de expresión literaria y cultural del
hebreo. Sin embargo, el libro de Josué es un libro histórico, no poético.
No cabe duda que la razón de la repetición es que el nuevo líder necesitaba que se
le animara continuamente. A lo mejor Josué, reconociendo sus limitaciones y la
formidable tarea que le esperaba, se sentía débil, temeroso, y tal vez con cierta
propensión al desánimo.
Aun en la actualidad se reconoce que la repetición es parte fundamental del
aprendizaje, y Dios quiso que Josué captara bien, desde el principio, las lecciones
necesarias para ser un buen líder.
En segundo lugar, cada uno de los tres textos enfoca un aspecto diferente de la
tarea. Josué 1:6 se refiere al líder y su comisión: guiar al pueblo en la conquista de la
tierra prometida, mientras que el versículo 7 se centra en el líder personalmente. Al
igual que muchas otras porciones bíblicas, el individuo que sirve a Dios tiene que ser
hacedor de la Palabra y no debe desviarse de ella ni a diestra ni a siniestra. Además, la
palabra de Dios tiene que ocupar el lugar preeminente en su mente (la meditación) y
sus dichos (“nunca se apartará de tu boca”, Josué 1:8). El éxito depende de esas
condiciones. La repetición final de 1:9 es el resumen de lo anterior y añade la garantía
de que Josué podía contar con la presencia de Dios.

EL CARÁCTER DE LA COMISIÓN DADA AL PUEBLO 1:10–18

Los preparativos
¡Al fin! La tierra de la promesa estaba a la vista, y el pueblo estaba en el umbral de
ella; incluso, podía ver una parte al otro lado del Jordán. A Josué le tocó anunciar un
programa y la necesidad de preparar comida.
También tuvo que recordar a los rubenitas, los gaditas y la media tribu de Manasés,
la promesa que habían hecho a Moisés, cuyos detalles se encuentran en Números 32.
Esa tribu había encontrado un terreno muy adecuado en el lado oriental del río Jordán:
“Los hijos de Rubén y los hijos de Gad tenían una muy inmensa muchedumbre de
ganado; y vieron la tierra de Jazer y de Galaad, y les pareció el país lugar de ganado.”
(Números 32:1). Asimismo, se comprometieron a ayudar a sus hermanos en la
conquista de las tierras que estaban al otro lado del Jordán, y fue ese compromiso el
que Josué les hizo recordar.
El comentario que ellos hicieron es interesante, porque en el proceso de reconocer
su deber, dijeron: “Nosotros haremos todas las cosas que nos has mandado, e iremos
adondequiera que nos mandes. De la manera que obedecimos a Moisés en todas las
cosas, así te obedeceremos a ti” (Josué 1:16, 17).
El hecho de que un pueblo tan testarudo como el de Israel, que había sido rebelde
con Moisés en el desierto, dijera: “de la manera que obedecimos a Moisés… así te
obedeceremos a ti”, debe haber sido de mucho consuelo para Josué. De acuerdo con
Josué 22, efectivamente así lo hicieron y cumplieron con su promesa.

Repaso de las lecciones importantes del primer capítulo de Josué


1. Dios entiende que debido a las exigencias y responsabilidades que enfrenta, el
ser humano siente miedo, debilidad, y desánimo.
2. Estando en circunstancias parecidas, Dios habló a Josué. Hoy día hace lo
mismo con nosotros a través de la Biblia.
3. Dios siempre ha exigido obediencia para que el hombre disfrute de sus
bendiciones.
4. Dios ha prometido su presencia perpetua con cada uno de sus siervos.

3
¡Otra vez espías!
Josué 2:1–24

“Andad, reconoced la tierra, y a Jericó” Josué 2:1b. Esa no fue ni la primera ni la


última vez que el pueblo de Israel tuvo que hacer un reconocimiento de la tierra de
promisión. Los libros de Números y Deuteronomio hablan de los doce investigadores
que salieron de Cades, y Josué 7:2 comenta los preparativos que hicieron para atacar
la ciudad de Hai después de enviar otros espías.
Sin embargo, cuando se habla de espías, la mente del estudiante bíblico siempre
regresa a los doce enviados desde Cades. Por una u otra razón, para bien o para mal,
ese capítulo de la historia de Israel es el que siempre surge y casi siempre con
resultados negativos. Para dar perspectiva al presente estudio de Josué 2, hagamos un
pequeño repaso y análisis del primer episodio.

LOS DOCE ESPÍAS DE CADES

El contexto
El pueblo de aquel entonces gozaba de una situación muy privilegiada, pues
contaba con una promesa segura: “Mira, Jehová tu Dios te ha entregado la tierra”
(Deuteronomio 1:21a). El momento era propicio. “Sube y toma posesión de ella, como
Jehová el Dios de tus padres te ha dicho” (Deuteronomio 1:21b). Además, debían
mantener el ánimo muy en alto, por lo que añadió: “No temas ni desmayes”
(Deuteronomio 1:21c).

Motivo para enviar espías


En Números 13, que hace la presentación cronológica del evento, el autor dice que
fue idea de Dios enviar a los espías: “Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Envía tú
hombres que reconozcan la tierra de Canaán, la cual yo doy a los hijos de Israel”
(Números 13:1, 2a).
Por otra parte, cuando la pluma de Moisés incluyó en Deuteronomio un repaso final
de algunos eventos históricos y religiosos, añadió otros detalles relacionados con los
espías: “Y vinisteis a mí todos vosotros, y dijisteis: Enviemos varones delante de
nosotros que nos reconozcan la tierra, y a su regreso nos traigan razón del camino por
donde hemos de subir, y de las ciudades adonde hemos de llegar” (Deuteronomio
1:22). Es de sumo interés observar que según el siguiente versículo, Moisés estuvo de
acuerdo con el plan: “Y el dicho me pareció bien” (Deuteronomio 1:23a).
Considerando lo que ambos pasajes presentan, es obvio que la idea de enviar a los
espías no nació de la incredulidad rebelde del pueblo; aunque tal vez sí surgió de una
fe no muy firme. Sin embargo, debido a su bondad, Dios permitió que su pueblo
buscara la mejor opción y Moisés la aprobó.
El problema no consistía tanto en enviar a los espías, sino en la incredulidad de la
mayoría de ellos y el informe desalentador que trajeron. Aquellos diez no tomaron en
cuenta a Dios, su promesa, o su poder para hacerlos alcanzar sus propósitos.
Tampoco recordaron el ejemplo de ese poder que se manifestó en todo el trayecto del
éxodo. Sólo consideraron el tamaño formidable de los obstáculos.
Por unanimidad, los hijos de Israel rechazaron la exhortación de los dos espías
fieles y se dejaron influir por el pánico incrédulo de los otros diez. Por eso dijeron:
“Nuestros hermanos han atemorizado nuestro corazón” (Deuteronomio 1:28b). Tanto
fue así, que Moisés, conmovido, tuvo que dar un diagnóstico de ellos, que resultó en un
mal augurio: “no creísteis a Jehová vuestro Dios” (Deuteronomio 1:32). El resultado de
esa incredulidad se reflejó en cuarenta años de peregrinación y en la muerte de miles
de personas.

LOS ESPÍAS DE SITIM Y RAHAB DE JERICÓ 2:1–24

Los espías y su tarea 2:1


En cuanto a geografía, la distancia entre Cades y Sitim era relativamente corta,
aproximadamente de 170 kilómetros. Israel estaba acampado a escasos 11 días de
marcha para llegar a la tierra. Infortunadamente, su ruta los llevó por Cades. El viaje les
tomó 40 años y murieron miles de personas, todo por haber aceptado la falsa
interpretación de la situación que ofrecieron los diez espías. En otras palabras,
aceptaron el punto de vista de ellos en vez de confiar en Dios, lo cual es ¡incredulidad!
Cuarenta años después, en vísperas de iniciar una campaña conquistadora, la
nueva generación estaba situada a pocos kilómetros de una importantísima ciudad
cananea y a menor distancia de la ribera del río fronterizo, el Jordán. En esa situación,
fue Josué quien ordenó que dos espías reconocieran específicamente la ciudad
fortificada de Jericó.
No sabemos cómo fue que los doce espías de Números 13 y Deuteronomio 1
lograron trasladarse de arriba a abajo en territorio hostil pasando aparentemente
desapercibidos. En Josué 2, la situación fue más peligrosa. La tarea de los dos
investigadores se centraba en una ciudad enemiga, bien fortificada, y lo que es peor,
cuyos habitantes estaban aterrados por la cercanía de quienes eran reconocidos como
los invasores victoriosos del otro lado del río (Josué 2:10). Quiere decir que
probablemente la población entera padecía, no sólo de miedo, sino de una psicosis
masiva.

¡PENSEMOS!

El texto no da muchos detalles, pero podemos especular que


Josué escogió muy bien a los espías. No eligió a los que tenían temor
de las defensas de Jericó, sino a los que tenían su fe firmemente
depositada en Dios y su promesa. El propósito era recoger datos, o
más bien, tomar medidas para apreciar la grandeza de lá proeza divina
que se avecinaba.

EL QUE EN VERDAD SIRVE A DIOS,


CONTEMPLA LAS DIFICULTADES A TRAVÉS
DE LO QUE DIOS DICE, NO AL CONTRARIO.

Carecemos de detalles acerca del viaje que realizaron los espías, aunque sin duda,
aun el cruce del río fue una aventura, porque en esa época del año el Jordán solía
“desbordarse por todas sus orillas” (Josué 3:15).
Lo que sí se sabe es que entraron en la ciudad y se “escondieron” en un lugar
público, frecuentado por habitantes y visitantes por igual, probablemente pensando que
su mejor protección era mezclarse con la gente. Sin embargo, según el texto (Josué
2:2), fueron descubiertos y se informó al rey que eran “hombres de los hijos de Israel”.
No se sabe qué factores los evidenciaron. ¿Sería su ropa, su forma hablar, su
fisonomía (la nariz o los ojos), o su estatura? Se supone que se disfrazaron, pero
obviamente eso no fue suficiente, en especial porque el pueblo de Jericó era presa de
las sospechas y del pánico.

Los espías y Rahab


El lugar público donde los espías pensaban esconderse y mezclarse con quienes lo
frecuentaban, era un mesón o posada situada sobre el muro (Josué 2:15b). La
mesonera era Rahab, sólo que las Escrituras no la llaman por ese nombre, sino que la
definen como “ramera”. No se cree que haya sido de las prostitutas religiosas, de las
cuales había bastantes en Canaán, sino sencillamente que aquella mujer, al menos en
algún tiempo pasado de su vida, se había dedicado a esa inmoral y degradante
actividad.
La mujer se identifica como “ramera” en Josué y también en el Nuevo Testamento
(Hebreos 11:31; Santiago 2:25). Su reputación pasada le ganó ese apelativo, el cual la
siguió a través de todas las páginas bíblicas. No obstante, no hay ninguna indicación
de que los espías se hayan enzarzado en algún acto inmoral con ella.
Debemos recordar que la mujer venía de un trasfondo completamente pagano, de
una cultura que Jehová estaba por destruir debido a su iniquidad. Anteriormente, Dios
había dicho a Abraham que la maldad de los habitantes de la tierra de promisión
todavía no había llegado a su colmo (Génesis 15:16). Obviamente, en tiempos de
Josué esa maldad llegó al tope, y la paciencia de Dios se había agotado.
Esto se puede apreciar porque Dios mandó a su pueblo a que echase fuera de la
tierra al pueblo pagano, destruyéndolo y acabando con su cultura y religión
abominables (Deuteronomio 7:1–6).
A pesar de su trasfondo idólatra y del pésimo ambiente moral de Jericó, Rahab
demostró un fascinante conocimiento de algunos detalles teológicos y hasta una fe que
la hubiera podido colocar a la par de Josué y Caleb cuando salieron de Cades cuarenta
años antes. Esto no quiere decir que sea aceptable la mentira que usó Rahab para
engañar a los mensajeros del rey y facilitar así el escape de los espías.
Dios no justifica la mentira ni aprueba en la actualidad esa clase de comportamiento
(porque ¡tampoco aprobó el engaño de Jacob!). Además, sabemos que pudo proteger
a los espías de otra manera, pero de todos modos, Dios decidió usar a Rahab. En su
plan eterno, infinita misericordia y sublime gracia, Dios se dignó usar un instrumento
imperfecto. A Rahab le faltaba el desarrollo moral y madurez espiritual que con
seguridad vinieron después, pero Dios honró su fe creciente y su elemental aceptación
de él y su plan.

¡PENSEMOS!

No debe causar gran sorpresa que Dios haya usado a una persona
espiritualmente falible. El hombre común y corriente, incluso el que ha
sido salvo por la gracia de Dios, también es un instrumento
incompleto, no muy apto para servir a Dios. Sin embargo, a través de
la Biblia podemos observar que al Señor le ha placido usar
instrumentos humanos, frágiles, débiles, de barro, pero dispuestos a
creer en él como Rahab. ¡Qué milagro que Dios use a personas como
nosotros! Podríamos decir como el apóstol Pablo: “Doy gracias al que
me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel,
poniéndome en el ministerio” (1 Timoteo 1:12). Y en otra parte dijo: “A
mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue
dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio” (Efesios
3:8).

La teología de Rahab 2:9–13


Ningún individuo se ha acercado a Dios a menos que el Espíritu Santo le atraiga a
él. No cabe duda que lo que Rahab contó a los espías en estos versículos fue producto
del Espíritu Santo obrando en ella. Su credo constaba de cuatro puntos básicos, que
reflejaban su conocimiento y convicción:
1. “Sé que Jehová tiene un plan”. Ella dijo: “Sé que Jehová os ha dado esta tierra”
(Josué 2:9a). Sin duda, esa fue una gran confesión por venir de labios de una mujer
que vivía rodeada y, en muchos sentidos, sumergida en una cultura totalmente pagana.
Es interesante que ni los mismos israelitas dieron tanta evidencia de su fe cuarenta
años antes en Cades, aunque muy poco tiempo antes habían prometido cumplir con
todo lo que Dios dijo cuando estaban frente al monte. ¡Qué milagrosa confesión de
aquella mujer de Jericó! Proclamó que ¡Dios es soberano!
2. Sé que Jehová tiene poder para realizar su plan. “Jehová hizo secar las aguas
del Mar Rojo… y lo que habéis hecho a los dos reyes de los amorreos” (Josué 2:10). El
hombre moderno, erudito, escéptico y humanista, niega que Dios intervenga en los
asuntos del hombre. Pretende explicar los fenómenos sólo con base en su razón y en
las fuerzas naturales. Rahab reconoció que Jehová estaba detrás del milagro, y que de
hecho tiene el poder para llevar a cabo sus planes. Proclamó que ¡Dios es
omnipotente!
3. Sé que Jehová está presente. “Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y
abajo en la tierra” (Josué 2:11). En una cultura que creía que había dioses de los
montes y de los valles, de los ríos y del mar, esa mujer estuvo dispuesta a admitir la
singularidad de Jehová. A lo mejor no supo cómo decirlo bien, pero proclamó al Dios
trascendente e inmanente. Declaró que ¡Dios es omnipresente!
4. Sé que Jehová es la autoridad máxima. “Os ruego pues, ahora, que me juréis por
Jehová” (Josué 2:12). Jehová, ante quien ella quería que juraran los espías, no era sólo
un dios del río o del bosque, sino el que ostenta la máxima autoridad.

¡QUÉ CREDO! ¡QUÉ MARA VILLOSO ES


VER LA GRACIA DE DIOS EN ACCIÓN!

¡PENSEMOS!

Sería oportuno que al repasar los puntos del “credo” de Rahab


examináramos el nuestro, pero mejor todavía que analizáramos si
nuestro credo afecta nuestra vida, y si estamos dispuestos a
arriesgarla por proclamarlo como hizo Rahab. Ella creía que Dios tiene
el control de todas las cosas y el poder absoluto para llevar a cabo
sus designios. Dios no está limitado y es la autoridad máxima de la
vida.
El capítulo termina diciendo que los espías prometieron a Rahab darle protección
por haberlos ayudado. Los detalles finales incluyen el escape por la ventana de la casa
de la mujer (porque la casa estaba situada sobre el muro), la provisión de una señal
especial que identificaría la casa de Rahab cuando entraran los conquistadores, y el
informe positivo por parte de los espías a Josué y el pueblo.
Es interesante comentar acerca de la mencionada señal, que consistió en colgar un
cordón rojo en la ventana por la que escaparon los israelitas. Se dice que no era raro
que en un hogar de aquellos tiempos y región colgara un cordón de esa naturaleza,
porque era costumbre que el pigmento rojo se vendiera y distribuyera mediante un
pedazo de lazo impregnado en esa tintura. Esa impregnación se lograba hirviendo el
lazo en agua con colorante. Entonces, el cliente compraba un pedacito del cordón y lo
metía en agua hirviendo junto con la ropa que se quería teñir.
Pero es más interesante todavía que el Nuevo Testamento, cuando hace referencia
a Rahab, no mencione el cordón rojo. Esto se debe a que el factor sobresaliente fue la
fe de la mujer, cuyo nombre se incluye en la lista de los héroes de la fe que aparece en
Hebreos 11. ¡Qué milagro tan maravilloso!

LA FE VERDADERA CONFÍA EN DIOS.


CONTEMPLA LOS PROBLEMAS
Y PROCLAMA VICTORIOSA:
“¡DIOS HARÁ!” Y “¡NUESTRO DIOS CUMPLIRÁ!”
LA FE VERDADERA CONFÍA EN DIOS.

4
Obstáculo y bendición
Josué 3:1–4:24

“Josué se levantó de mañana, y él y todos los hijos de Israel partieron de Sitim y


vinieron hasta el Jordán, y reposaron allí antes de pasarlo” (Josué 3:1).
¡Qué día! Emocionado y conmovido por la meta que avistaba en el horizonte
inmediato, la fuerza de la pasión y fervor de Josué debe haberse transmitido a todos,
desde el más joven hasta el más viejo. “¡Allí está el río y al otro lado, la tierra que
Jehová nos ha prometido!” Estaba por finalizar el viaje que había empezado unos 650
años antes, con el llamamiento hecho a Abraham. Entre el pueblo y su herencia sólo
había un río. Ah, pero ¡qué río! Conviene detenernos para repasar la geografía de él.

EL RÍO JORDÁN: CARACTERÍSTICAS GENERALES


Josué 3:1

Su nombre
Viene de un término que quiere decir “descender” o “fluir”. Era y es el río más largo,
importante, y en realidad el único cuerpo de agua de esa zona que merece llamarse
“río”. Nace a unos 70 metros sobre el nivel del mar, en un lago que se encuentra al
norte del lago de Genesaret (Galilea). Sin embargo, poco después de pasar ese lago,
el Jordán desciende abruptamente cerca de 213 metros por debajo del nivel del mar.
De allí, desciende todavía más hasta desembocar en el mar Muerto, cuya ribera está a
unos 393 metros bajo el nivel de mar. ¡Con qué razón el nombre de ese río significa “el
que desciende”!

Formación geológica
El valle del Jordán es parte de un interesante fenómeno geológico. Está en una
depresión (grieta) que corre desde Asia Menor hasta el corazón del África. El Jordán
desciende desde su nacimiento, que está a 70 metros sobre nivel del mar hasta su
desembocadura a 393 metros debajo del nivel del mar. Casi en todo su camino fluye
por un cauce relativamente angosto, profundo y sinuoso (llamado “el zor”). Dentro de
éste se encuentra todavía otro cauce o lecho menos profundo y mucho más ancho
(llamado, “el ghor”). En el sur, “el zor” tiene como 30 metros de ancho, mientras que el
lecho más amplio, “el ghor”, mide un kilómetro de anchura.

Largo, profundidad y anchura


La distancia desde la parte más meridional del mar de Galilea hasta la parte más
septentrional del mar Muerto consta de sólo 113 kilómetros. No obstante, debido a su
curso serpenteante, el río recorre una distancia de 393 kilómetros. Naturalmente, en
tan largo trayecto, las condiciones cambian bastante. Fluctúa entre 27 a 39 metros de
ancho y de un metro a tres de profundidad. Es obvio que semejante profundidad y
anchura hacen que se formen vados en diferentes lugares, cuando menos en algunas
épocas del año. Durante la temporada de lluvias, el río se convierte en un torrente que
abandona su relativa pereza y sale de su cauce serpenteante, desbordándose y hasta
llenando partes del lecho más ancho, “el ghor”. El volumen de agua se hace más
peligroso por la. velocidad que adquiere la corriente debido a su brusca caída cuesta
abajo en dirección al mar Muerto.

SITUACIÓN DEL PUEBLO FRENTE AL JORDÁN


Josué 3:2–5
La pequeña lección de geografía se debe por lo menos a tres importantes razones:
La primera, que el río Jordán se menciona con frecuencia en gran parte de la historia
bíblica y conviene que el estudiante sepa sus características. En segundo lugar, los
hijos de Israel llegaron al Jordán precisamente en la temporada en que el Jordán se
hallaba desbordado en “todas sus orillas” (Josué 3:15b). Finalmente, al salir de Sitim
(Josué 3:1–2), el pueblo se quedó tres días en la ribera porque por el estado en que se
encontraba, el río constituía un enorme obstáculo para la realización de sus sueños.
¿Puede imaginarse la frustración de esa gente? Josué los había llevado hasta el
borde de un río que prácticamente se había convertido en una barrera infranqueable,
un obstáculo insuperable. Históricamente, los habitantes de esa tierra habían confiado
en él para su protección.
El líder del pueblo de Dios les ordenó pasar tres días contemplando el problema;
tres largos días para que pudieran observar la profundidad del agua, la corriente, el
lodo y la basura que acarreaba. En fin, quería que reconocieran la envergadura de la
tarea que enfrentaban. El agua era demasiado profunda como para vadear el río. No
había puentes, ni balsas y mucho menos se podía cruzar a nado.
En una situación semejante 40 años antes, frente al Mar Rojo, sus antepasados
habían llorado y se habían quejado contra Moisés y, por ende, contra Dios. Esa
generación demostró la incredulidad que a su tiempo haría que muchos murieran en el
camiono. Sin embargo, era de esperarse que la nueva generación hubiera aprendido
su lección. No se dice nada acerca de que se quejaran al estar frente al Jordán.

¡PENSEMOS!

Conviene estudiar la historia y aprender de ella. Los israelitas que


sobrevivieron a la peregrinación contaban con varias pruebas
relacionadas con lo ocurrido durante el éxodo de Egipto. Entre ellas,
tenían la ley recibida en Sinaí, evidencias del pecado de sus
antepasados y sus consecuencias funestas, y los años que pasaron
vagando por el desierto. También habían escuchado el testimonio de
quienes habían pasado por esas experiencias. Algunos fueron
testigos oculares de las consecuencias que acarrea el pecado al ver
morir a sus padres en el desierto. Pero, la evidencia más fuerte que
tenían, la fuente más confiable, la autorizada, era la que estaba en los
escritos de Moisés, los primeros cinco libros del Antiguo Testamento.
El Espíritu Santo había guiado a ese líder hasta en la selección de
palabras protegiéndolo del error (2 Pedro 1:21), de modo que aquella
generación tenía a su disposición (por medio de los sacerdotes) una
historia verídica de la que podía aprender.

No emitieron ni un gemido cuando Josué dio una solución “espiritual” al problema


material. Para vencer lo que parecía una barrera infranqueable, Josué les ofreció el
arca del pacto: “He aquí, el arca del pacto del Señor de toda la tierra pasará delante de
vosotros en medio del Jordán” (3:11). Precisamente aquí, los incrédulos de la
generación anterior se hubíeran reído. Casi podemos oírlos decir entre risas: “¿Qué?
¿Un mueble? ¿Un símbolo religioso? ¡Qué locura!” Sin embargo, no se escuchó
semejante protesta de parte de aquella generación.

EL ARCA DEL SEÑOR SIMBOLIZABA LA PRESENCIA


DE JEHOVÁ ENTRE SU PUEBLO

Obviamente, esos israelitas entendieron mejor la importancia del símbolo y


estuvieron dispuestos a creer en el Dios que estaba detrás del símbolo. Nunca ha
habido nada imposible para Dios. Ni el obstáculo más grande, ni el río más ancho son
obstáculos para él. Más bien, son un reto para mostrar su misericordia.
Antes de dejar esta parte del capítulo 3 de Josué, hay dos observaciones acerca de
3:4–5. El pueblo tenía que mantenerse a cierta distancia del arca. El pasaje señala la
razón: “A fin de que sepáis el camino por donde habéis de ir” (3:4a). Jehová quería que
todo el pueblo viera el arca en todo momento y supiera que él mismo era quien abriría
el camino.

¡PENSEMOS!

Pero hay otra razón para que el pueblo se mantuviera a distancia


del arca. No se encuentra en el texto inmediato, sino en las
instrucciones generales en cuanto a ese objeto sagrado y su
colocación en el lugar santisimo del tabernáculo. La santidad de Dios
no permitía que una persona común se acercara al area. Únicamente
el sumo sacerdote podía hacerlo una vez al año, cuando llevaba la
sangre de la expiación en la mano. Al pueblo no se le permitió olvidar
la posición altísima de su Dios, factor que inspira el temor y la
reverencia que le agradan.

La segunda observación se relaciona con la exhortación de Josué del v. 5:


“Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros”. La santificación a
la que hace referencia tiene que ver con la entrega completa de la gente a Dios, a su
causa y a su voluntad. El Señor ya había dicho que iba a obrar a favor de su pueblo,
venciendo lo aparentemente imposible con su presencia y poder. ¡Claro que sería un
milagro! El otro lado de la moneda era que el pueblo tenía que consagrarse,
abandonarse totalmente a él y a su voluntad. ¡El pueblo tenía que identificarse como su
pueblo, y hacerlo de corazón!
LAS BENDICIONES DE DIOS LAS DISFRUTAN LOS
QUE SE IDENTIFICAN CON ÉL.

PROEZA DE DIOS EN EL JORDÁN


Josué 3:7–17

¡Y se realizó el milagro! “Las aguas que venían de arriba se detuvieron en un


montón bien lejos de la ciudad de Adam, que está al lado de Saretán, y las que
descendían al mar de Arabá, al mar Salado, se acabaron y fueron divididas; y el pueblo
pasó en dirección de Jericó” (3:16). Efectivamente Dios hizo con su presencia y su
poder lo que parecía imposible al hombre. Dio una solución “espiritual” al problema
material.
Sin embargo, no sucedió el milagro hasta después de que repasaron algunos
detalles del plan de Dios (Josué 3:9–10) que sin duda sirvieron para animarlos. El cruce
del río sólo fue el principio de lo que iba a ser una gran campaña. Parece que el
propósito de 3:9–10 era aclarar que en la misma forma milagrosa en que cruzarían el
río así también conquistarían la tierra.

DIOS NO HACE LAS COSAS A MEDIAS,


VIGILA TODOS LOS DETALLES PARA
LLEVAR A CABO SU PLAN.

Se puede incluir un comentario final acerca del capítulo 3 de Josué. En 3:7, Jehová
confirmó el liderazgo de Josué. No cabe duda que Dios empleó los sucesos del
milagroso cruce del Jordán para confirmar el llamamiento del hombre que había
escogido para guiar al pueblo, porque tenía una relación muy especial con Jehová. Al
darse cuenta el pueblo de esto, su admiración y respeto por Josué aumentaron
bastante. Así como Dios había autorizado y facultado a Moisés, así hizo con Josué, lo
cual ilustra muy bien el factor de continuidad. Dios obra por medio de quienes él
escoge, prepara y comisiona.

LAS VEINTICUATRO PIEDRAS DEL RÍO JORDÁN


Josué 4:1–24

El Creador del universo dotó al ser humano de memoria, que es la capacidad de


recordar. El cerebro humano es mejor que el computador más grande y más avanzado
que existe. Tiene una facultad fenomenal para buscar en la memoria y encontrar los
datos y detalles pasados, así como los nombres junto con la imagen mental de la cara
de las personas. Con todo y reconocer la maravillosa memoria del hombre, muchas
veces es menester usar los llamados recursos mnemotécnicos, o sea, algo que facilite
recordar las cosas. Precisamente esto es lo que encontramos en el capítulo 4 de
Josué.

La primera docena de piedras y su propósito 4:1–8


Siguiendo la dirección de Jehová, Josué mandó a un miembro de cada una de las
doce tribus para que sacara una piedra del lecho del Jordán por donde pasaron los
hijos de Israel. Esas piedras fueron llevadas al lugar en donde la gente iba a pasar la
noche y allí amontonadas, formaron un monumento.
Aunque otras partes del Antiguo Testamento dicen que construían altares para el
sacrificio más o menos iguales, estas piedras no tenían ese propósito, sino que fueron
“para que… sea señal entre vosotros; y cuando vuestros hijos preguntaren a sus
padres mañana, diciendo: ¿Qué significan estas piedras? les responderéis: Que las
aguas del Jordán fueron dividias delante del arca del pacto de Jehová; cuando ella
pasó el Jordán, las aguas del Jordán se dividieron; y estas piedras servirán de
monumento conmemorativo a los hijos de Israel para siempre” (Josué 4:6–7).

¡PENSEMOS!

Mirando hacia atrás, los creyentes podemos repasar todo lo que


Dios ha hecho a nuestro favor. Dicho ejercicio no sólo nos llena de
gratitud por las bendiciones pasadas, sino que nos anima a enfrentar
lo que está delante. Precisamente eso es lo que Dios tenía en mente
en Josué 4 para los hijos de Israel. Las generaciones futuras
contemplarían el monumento y recibirían la explicación:
“Milagrosamente Dios nos hizo pasar el río”. Frente a un problema de
proporciones gigantescas, Dios les ayudó a vencer. Lo mismo sucedió
frente a Jericó, Hai, los gigantes, la cultura pagana y todos los demás
problemas igualmente aterradores. Dios les daría la victoria. Ellos
podían decir: “¡Si Dios lo hizo en el pasado, Dios lo hará!” Para eso
era aquel monumento.

El creyente actual también tiene algún “monumento” que le sirve


de recordatorio. Si uno conoce a Cristo como su Salvador, ya ha
puesto una de esas piedras monumentales. La salvación del alma es
la obra máxima de Dios a favor de uno. Al recordar ese “monumento”
de la gracia divina, ¿cómo puede ser que no confiemos a ese Dios tan
bondadoso todo lo demás? (Romanos 8:31).
La segunda docena de piedras y su propósito 4:9–18
“Josué también levantó doce piedras en medio del Jordán, en el lugar donde
estuvieron los pies de los sacerdotes que llevaban el arca del pacto; y han estado allí
hasta hoy” (4:9). Este segundo monumento, con piedras tomadas del lecho del Jordán,
fue colocado en medio del río; en el mismo lugar donde obtuvieron la victoria. Por la
manera en que termina el versículo, quizá se trataba de piedras grandes, porque las
aguas no pudieron removerlas: “y han estado allí hasta hoy” (v. 9b). Por supuesto, que
“hoy” se refiere al tiempo en que Josué escribió el libro.
El propósito del segundo montículo era igual al primero, sólo que se especifica el
lugar en que se llevó a cabo el milagro, en el lecho del río. Ese monumento era para
manifestar que “Aquí obró Dios a nuestro favor. ¿Cómo no seguiría haciéndolo? Puesto
que había épocas en que el agua no estaba tan profunda, es probable que ese
monumento también estuviera visible por mucho tiempo.

Un propósito más amplio 4:19–24


Como se ha notado, los monumentos servían de recordatorio especialmente a los
hijos de Israel. Sin embargo, la última sección del capítulo 4 indica que hubo otro
propósito mucho más amplio: “para que todos los pueblos de la tierra conozcan que la
mano de Jehová es poderosa; para que temáis a Jehová vuestro Dios todos los días”
(4:24).
El propósito de Dios siempre ha sido que su nombre sea glorificado. Como todas su
obras tenían y tienen ese objetivo, no debe extrañarnos que Josué 4:24 haga
referencia a un testimonio visible para el mundo entero.
Aquí hay dos ideas que debemos considerar. Primero, el propósito principal de Dios
es que su nombre sea glorificado. El Dios creador hizo al hombre con ese fin, es decir,
para que le glorifique. Cabe decir aquí que lo que glorifica a Dios es estar de acuerdo
con él y demostrar conformidad con sus palabras. Se equivoca la persona que piensa
que la meta principal de Dios es la felicidad o bienestar del hombre.
Por supuesto que en Cristo encontramos grandísimas bendiciones y aun la
felicidad, pero la salvación del hombre no es el fin principal que Dios busca, sino que su
nombre sea glorificado. Entonces, el propósito del creyente también debe ser procurar
la “alabanza de su gloria” (Efesios 1:12–14).
La segunda idea que brota de Josué 4:24 es que Dios quiere que su nombre y por
ende, su gloria, sean conocidos en todo el mundo. Así empezó en el huerto con los
primeros padres, pero desde la entrada del pecado y debido a la exagerada
multiplicación de la población mundial, siempre ha habido rebeldes que no han
reconocido a Dios como creador, como el Dios de la Biblia, el creador glorioso. Las
obras de ese gran Dios están diseñadas para demostrar al mundo su gloria.

Observaciones finales
1. Dios tiene un plan perfecto así como poder y control de las cosas como para
poner su plan en acción, él hace proezas.
2. El propósito de sus proezas es proclamar y elevar su nombre ante todo el
mundo.
3. Precisamente por eso, Dios escogió al creyente en Cristo Jesús, que de por sí
es una magna obra de Dios, con el fin de glorificar su nombre.

5
Preparativos finales
Josué 5:1–12

La conquista de la tierra de promisión fue un proceso y no un acontecimiento


aislado. Se inició con una proeza divina. Dios detuvo milagrosamente las aguas del
Jordán aun en su condición desbordada. Así que ésa generación pasó el Jordán como
la otra había cruzado el mar Rojo. El capítulo anterior demostró que ese evento tuvo
gran significado, y para que no quedara en el olvido, se edificaron dos monumentos. De
esa manera, Dios quería que el pueblo recordara que él, con su presencia y poder,
había logrado el cruce inicial y que estaría obrando a su favor en todo el trayecto.

EL AMBIENTE PROPICIO
Josué 5:1

¡Dios promete y cumple! En Éxodo 23:27 Jehová había dicho: “Yo enviaré mi terror
delante de ti, y consternaré a todo pueblo donde entres, y te daré la cerviz de todos tus
enemigos”. En aquel entonces la promesa y profecía habían sido muy animadoras para
el pueblo, pero al estar en la primera etapa de su cumplimiento, se animaron aún más.
Así empieza el capítulo 5. Se dice de los habitantes de la tierra que: “…desfalleció su
corazón, y no hubo más aliento en ellos delante de los hijos de Israel”.
El miedo que sentían los habitantes se basaba en las noticias espantosas que
habían recibido, las cuales sin duda se habían extendido acompañadas por los rumores
que generalmente están presentes en situaciones de crisis. No cabe duda que los de
Jericó recibieron el reporte de sus propios informantes en cuanto a la venida de los
hijos de Israel.
Se recordará que Rahab de Jericó conocía varios detalles, incluyendo uno de 40
años atrás, cuando los israelitas cruzaron el mar Rojo (Josué 2:9–10).
Además, sus agentes habín informado a los pobladores de Jericó acerca de lo que
Dios había hecho al otro lado del río contra Sehón y Og, actuando siempre a favor del
pueblo de Israel. Otro factor más, y muy alarmante por cierto, era que ese numeroso
pueblo ya estaba en su lado del Jordán. Entonces, no sólo estaban aterrados por su
presencia, también por la forma en que habían llegado hasta allí. Los habitantes del
lado occidental del Jordán siempre habían confiado en que el río, sobre todo cuando se
desbordaba, constituía su mejor defensa. Sin embargo, por el poder de su Dios, los
israelitas fácilmente habían superado esa supuesta defensa.

JEHOVÁ HABÍA PREPARADO EL AMBIENTE.


¡CON QUÉ RAZÓN TENÍAN MIEDO
LOS HABITANTES DE JERICÓ!

¡PENSEMOS!

Habiéndose dado cuenta del terror de los habitantes y sabiendo


que Dios había prometido la tierra, había la posibilidad de que el
pueblo pensara que no tenía que hacer nada, que no tenía
responsabilidades al respecto. Sin embargo, la empresa que iban a
emprender exigiría mucho de ellos. Encabezando la lista de
prioridades se hallaban algunos preparativos espirituales. El Señor iba
a cambiar las prioridades del pueblo, haciendo que lo primordial fuera
lo espiritual y la obediencia total a Dios. El principio que el Señor
comunicó a su pueblo no ha cambiado: “Mas buscad primeramente el
reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”
(Mateo 6:33).

LA SEÑAL DEL PACTO


Josué 5:2–10

Transfondo de la señal
Para entender el sentido e importancia de Josué 5, el estudiante bíblico tiene que
haber leído y entendido la historia de Abraham, de su relación con Dios, del pacto que
Dios hizo con él y sus consecuencias de largo alcance.
Jehová escogió a Abraham de entre toda la raza humana para formar un pueblo
que le siguiera de cerca, lo obedeciera, ensalzara su nombre y cuyo descendiente
principal sería el Mesías. El pacto de Génesis 12 garantizó a Abraham y a sus
descendientes la posesión de la tierra prometida a perpetuidad (Génesis 12:7).
Según Génesis 17:9–14, Dios ordenó que la circuncisión fuera la señal visible de la
relación pactal hecha con Abraham y sus descendientes. Ese rito consistía de una
cirugía para quitar el prepucio del órgano sexual masculino, conforme a ciertos
reglamentos que Dios había especificado. Entre los judíos, de Abraham en adelante, el
rito se practicaba en el varón de ocho días. Cualquier varón no circuncidado se
consideraba desechado: “…aquella persona será cortada de su pueblo; ha violado mi
pacto” (Génesis 17:14b). En conclusión, originalmente la circuncisión fue la señal de la
fe en el pacto que Dios hizo con Abraham. Para el judío varón era un recordatorio de la
promesa segura hecha por Dios respecto a la posesión de la tierra.

Restableciendo la señal 5:2–10


“En aquel tiempo Jehová dijo a Josué: Hazte cuchillos afilados, y vuelve a
circuncidar la segunda vez a los hijos de Israel” (Josué 5:2). ¿Qué significaba eso?
¿Qué había pasado para que semejante condición existiera entre gente que era
conocida como el pueblo de Dios? El mismo contexto lo explica: “Esta es la causa por
la cual Josué los circuncidó: Todo el pueblo que había salido de Egipto, los varones,
todos los hombres de guerra, habían muerto en el desierto, por el camino, después que
salieron de Egipto. Pues todos los del pueblo que habían salido estaban circuncidados;
mas el pueblo que había nacido en el desierto, por el camino, después que hubieron
salido de Egipto, no estaba circuncidado” (Josué 5:4–5).
Este pasaje presenta la historia de la omisión del rito en el desierto, pero no explica
por qué sucedió. Parece raro que tan importante rito de los judíos sencillamente se
hubiera olvidado o pasado por alto. También es extraño que Moisés, un hombre muy
celoso de la ley de Jehová y de hacer que el pueblo la cumpliera, los hubiera liderado
por el viaje del desierto y no hubiera hecho cumplir esa disposición.
Hay gran cantidad de razones para explicar el fenómeno de que hubiera una
generación completa de judíos no circuncidados, pero a continuación aparece una que
llena todos los requisitos del Pentateuco y la situación que se vivía en aquel entonces.
En primer lugar, es evidente que vivieron en el desierto durante 40 años. En muchas
ocasiones, no contaban con el ambiente ni las circunstancias ideales. No obstante, el
rito no demandaba una situación ideal ni mucho menos. Incluso, hubo largos lapsos de
tiempo en que la gente no se movía de lugar. El rito bien pudo haberse celebrado en
una de aquellas épocas sedentarias, pero no se hizo.
En general, la circuncisión se practicaba con la esperanza sólida en que Dios
cumpliría con su pacto y les daría una tierra propia. En pocas palabras, el rito era señal
de la fe. Precisamente ese era el elemento que faltaba en los peregrinos, y el hecho de
que anduvieron vagando fue resultado de su incredulidad. Aunque no existe una
declaración directa de parte de Jehová, es posible que él mismo haya prohibido a esa
generación que practicara precisamente el rito que hubiera confirmado una fe que en
verdad no poseían.
En cambio, el pueblo que había cruzado el Jordán y que estaba al punto de poseer
la tierra, sí mostró que tenía fe y por lo tanto, era oportuno aplicar la circuncisión.

Tres resultados de haber restablecido la señal 5:8–10


Un ejército procura enfrentar al enemigo bajo las mejores y más favorables
circunstancias. Sus generales nunca ordenarían algo que pusiera en desventaja a sus
soldados. Pero frente a la campaña más grande que jamás iban a emprender, Dios, no
Josué, mandó que todos los varones judíos se sometieran a esa dolorosa cirugía.
Naturalmente que eso los incapacitó temporalmente; humanamente los dejó indefensos
y con muy pocas posibilidades de atacer. Pero, como Dios lo había mandado, la gente
creyente debía confiar en su sabiduría, en sus designios y en su horario.
Otro importante resultado del haber cumplido con lo que Dios indicó en cuanto al
rito, fue que se quitaron de encima “el oprobio de Egipto” (Josué 5:9). Probablemente
esta es una referencia al haber tenido que vivir en esclavitud bajo un régimen pagano,
habiéndose contaminado con la cultura y religión de sus opresores. Históricamente, el
pueblo salió de Egipto, pero le costó mucho trabajo hacer que Egipto saliera del pueblo.
Sin embargo, en Gilgal tuvo la oportunidad de tener un nuevo principio.
Un tercer resultado fue que pudieron celebrar la pascua “a los catorce días del mes,
por la tarde, en los llanos de Jericó” (Josué 5:10). Esa celebración, así como el rito de
la circuncisión, sólo fue una parte de lo que Dios exigía de su pueblo. Y cuando de
exigir se habla, también se requiere obediencia. Mientras el pueblo vagó durante 38
años, después de su estancia al pie del monte Sinaí (Números 9:1–5), nunca celebró la
fiesta de la pascua. Nos extraña semejante falta, pero así fue. Las condiciones, entre
las cuales la principal era la incredulidad, no permitían su celebración. Pero habiendo
llegado a “los llanos de Jericó”, aunque estaban rodeados de enemigos y paganos,
celebraron esa fiesta. Sin duda, los cananeos se quedaron asombrados por un ejército
tan religioso, que practicaba ese acto tan solemne, aparentemente haciéndose
vulnerables a ser atacados. No obstante, los enemigos no podían hacer nada. Así
como los leones que estaban en el foso con Daniel, Dios había cerrado la boca de los
feroces cananeos.

¡PENSEMOS!

La celebración solemne de la pascua era para recordar la última


noche que pasaron en Egipto, oscura por varios razones. Pero para
los hijos de Israel brilló con la misericordia y gracia de Dios.
Denominada la “pascua a Jehová” en Deuteronomio 16:1, la
celebración era para que el pueblo recordara su redención de Egipto.
También es una bellísima ilustración de la obra que Cristo realizó en el
Calvario a favor del hombre. La ofrenda en ambas ocasiones era de un
cordero sin mancha, cuya sangre era clave para la salvación del
pueblo.

EL CAMBIO DE DIETA
Josué 5:11–12

El maná fue la provisión que hizo Dios para el sostén del pueblo en el desierto.
Milagrosa y ampliamente provisto cada mañana, seis días a la semana, tenía el sabor
de “hojuelas con miel” (Éxodo 16:31). A veces, el pueblo “lo molía en molinos o lo
majaba en morteros, y lo cocía en caldera o hacía de él tortas; su sabor era como
sabor de aceite nuevo” (Números 11:8). Infortunadamente, pero en total conformidad
con su carácter incrédulo, el pueblo se quejó de esa provisión de Dios diciendo:
“nuestra alma tiene fastido de este pan tan liviano” (Números 21:5). Dios había dicho
(Éxodo 16:4) que el maná sería a la vez una provisión y una prueba de si andaban en
su ley o no. Obviamente, el pueblo no pasó esa prueba.

¿MENOSPRECIAR LA PROVISIÓN DE DIOS?


¡ÉL HUBIERA DEJADO DE PROVEER EL MANÁ SI NO
FUERA POR SU GRACIA Y MISERICORDIA!

La nueva generación había llegado al otro lado del río Jordán, y habiendo cumplido
con lo que Dios les mandó (la circuncisión y la celebración de la Pascua) empezó a
disfrutar del producto de la tierra prometida. La gente de los campos que había
alrededor de Jericó ya se había refugiado en la ciudad dejando sus campos y granos
almacenados para los invasores. Eso se había profetizado en Deuteronomio 6:10: 11.
“Cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra que juró a tus padres,
Abraham, Isaac y Jacob que te daría, en ciudades grandes y buenas que tú no
edificaste, y casas llenas de todo bien, que tú no llenaste, y cisternas cavadas que tú
no cavaste, viñas y olivares que no plantaste, y luego que comas y te sacies”.
Era de esperarse que terminara el maná, la provisión del desierto y la peregrinación,
ya que el pueblo disfrutaba del producto de la tierra. Cuando no había otro recurso, el
maná era el abastecimiento milagroso de parte de un Dios de gracia y misericordia.
Ahora, como ya estaban al otro lado del río, pero todavía siguiendo el plan del mismo
Dios, el sostén del pueblo sería diferente.

Observaciones finales
Por supuesto que la celebración de las fiestas, los sacrificios y los muchos ritos
especiales del Antiguo Testamento, pertenecen a los judíos. El apóstol Pablo dijo: “Y
estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a
nosotros” (1 Corintios 10:11). Entonces, tenemos que estudiar, entender y aprender las
lecciones que Dios ejemplifica en los acontecimientos literales e históricos del Antiguo
Testamento
1. Se nota la importancia que tiene la fe para iniciar una relación con Dios y seguir
a través de toda ella. Un redimido no tiene por qué vivir 38 años en un desierto:
“Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de
incredulidad para apartarse del Dios vivo” (Hebreos 3:12).
2. El ambiente hostil no es una razón válida para desobedecer a Dios. La
circuncisión y la pascua eran importantes y el pueblo tenía que observarlas; era
menester que volvieran a practicarlas. El mundo tal vez diga que la religión debe
guardarse dentro de la iglesia y que no debe mezclarse con el resto de la vida, ni
en asuntos de gobierno o de política, ni mucho menos en los asuntos militares.
Sin embargo, el creyente marcha al compás de otro ritmo, porque ha establecido
las prioridades de Dios en su vida: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra
cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31).
3. Las promesas de Dios son seguras como en el caso de la salvación eterna. Pero
la incredulidad del hombre causa demoras y a veces produce pésimas
consecuencias: “Porque el que como y bebe indignamente, sin discernir el
cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual, hay muchos enfermos
y debilitados entre vosotros, y muchos duermen” (1 Corintios 11:29–30).

6
¡Victoria! ¡Derrota! ¡Victoria!
Josué 5:13–8:35

Atrás había quedado la esclavitud oprobiosa de Egipto, la peregrinación calamitosa


del desierto y aun el formidable río fronterizo cuyas aguas ya habían regresado “a su
lugar, corriendo como antes sobre todos sus bordes” (Josué 4:18).
Atrás también habían quedado los importantes pasos de obediencia que
confirmaban la dimensión espiritual de la empresa que iban a realizar. Los israelitas
aceptaron circuncidarse en señal del pacto y el pueblo celebró la pascua. Había
amanecido otro día, uno en el que había suficientes razones para alegrarse, animarse y
también ¡para tener un colapso nervioso!

¿QUIÉN MANDA AQUÍ?


Josué 5:13–15

Es posible que aquella mañana Josué se sintiera bastante cómodo. Bajo su


dirección, los hijos de Israel habían cruzado el río, estaban a la puerta de una tierra
fructífera (la que fluía le che y miel), los habitantes de la tierra estaban en desorden por
el miedo, y el pueblo había cumplido con sus responsabilidades espirituales. El líder
sabía que la conquista no se llevaría a cabo sin problemas, pero confiaba en Dios
porque hasta ese momento todo estaba bien y en orden.
Todo, menos algo muy importante, algo que Josué debió haber reconocido debido a
“las escuelas” (lecciones) en que Dios le había enseñado durante su tiempo de
preparación. Posiblemente Josué había pasado por alto esa lección, pero Jehová no
iba a permitir que quedara en el olvido. Me refiero a “la escuelas” número dos, la de la
batalla contra los amalecitas (Éxodo 17). Allí Dios le hizo ver que no obtendría la
victoria por su talento, ni título oficial, sino sólo por Dios.

“NO CON EJÉRCITO, NI CON FUERZA, SINO CON MI


ESPÍRITU, HA DICHO JEHOVÁ DE LOS EJÉRCITOS”
(Zacarías 4:6).

Un encuentro sorprendente
El recordatorio le vino a Josué de improviso en Josué 5. Posiblemente estaba
contemplando a lo lejos las defensas de Jericó, cuando de repente se dio cuenta de
que a su lado había un ser con figura como de hombre:” …el cual tenía una espada
desenvainada en su mano” (Josué 5:13). Puesto que no lo reconoció como uno de sus
oficiales o soldados, sintió la responsabilidad de retar al desconocido. “¿Eres de los
nuestros o de nuestros enemigos?”
Cuál no sería la sorpresa del líder cuando escuchó la respuesta: “…como Príncipe
del ejército de Jehová he venido” (Josué 5:14). Esa contestación sorprendente sin duda
hizo que Josué recordara que él no era el comandante supremo, sino un subalterno Se
había acercado al desconocido como el gran líder, el mandamás de los hijos de Israel.
Pero la respuesta del que llevaba la espada ajustó su perspectiva: “Entonces, Josué,
postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró y le dijo: ¿Qué dice mi Señor a su
siervo?”(5:14)
Si todavía le quedara alguna duda de la identidad de quién le hablaba, la
amonestación del versículo 15 debe haberla disipado: “Quita el calzado de tus pies,
porque el lugar donde estás es santo. Y Josué así lo hizo” (Josué 5:15). Es interesante
notar que esa experiencia fue muy semejante a la de Moisés frente a la zarza ardiente
(Éxodo 3).

EL TEMOR DE JEHOVÁ ES EL PRINCIPIO DE


LA SABIDURÍA, Y EL CONOCIMIENTO
DEL SANTÍSIMO ES LA INTELIGENCIA
(Proverbios 9:10).

¡PENSEMOS!

La comunicación de Dios hizo recordar a Josué que la batalla


dependía de él y que él estaba al mando. Y no solamente eso, sino que
intervendría en la conquista con su “espada desenvainada”. La
tendencia de algunos creyentes es pensar que son autosuficientes
para realizar la tarea; que están bien preparados, que son capaces y
confiables. Por otro lado, hay quienes se sienten totalmente
incapaces, débiles y hasta inútiles. Para las dos clases de creyentes
están las palabras de Dios, el comandante supremo: “Aquí estoy yo.
Yo mando, y yo me encargo de la batalla”. El que se siente capaz tiene
que poner su habilidad en manos del Señor y no confiar sino en él. El
que se siente incapaz tiene que entre gar ese sentir al Señor y confiar
en su capacidad suprema.

COMUNICADOS DEL COMANDANTE SUPREMO


Josué 6:1–27

Una garantía 6:1–2b


El primero fue para asegurar al líder que la conquista de Jericó era un hecho
consumado. No se había lanzado ni siquiera una sola flecha, ni se había acercado un
soldado a los terraplenes, pero Jehová contemplaba la caída de esa ciudad como un
hecho. Por supuesto que ese comentario se originó en el Dios omnisciente y
omnipotente, no en un charlatán acostumbrado a engañar a la gente con sus
adivinaciones.
Como el Dios de la Biblia es eterno, todos los mañanas y los ayeres están
eternamente presentes con él. Por esa razón, consideraba que su plan era un hecho
consumado. En su soberanía, se ha dignado hacer uso del tiempo y los eventos,
tomando en cuenta las limitaciones del hombre, pero sin abandonar sus atributos
eternos. ¡Qué consuelo para el pueblo de Israel, saber que pertenecía a ese Dios, con
esos atributos maravillosos! Gozaba de una seguridad completa, porque él dijo: “He
entregado en tu mano a Jericó”.

¡PENSEMOS!

El Nuevo Testamento proporciona otra ilustración relacionada con


esa misma característica divina. En Romanos 8:29–31, Dios contempla
al creyente en su debida perspectiva y emplea various verbos para
describir la obra que hace a su favor como ya terminadam,
¡incluyendo la glorificación! “Porque a los que antes conoció, también
los predestinó, para que fuesen hechos conformes a la imagen de su
Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los
que predestinó, a éstos también llamó y a los que llamó, a éstos
también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. ¿Qué,
pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra
nosotros?” ¡Ánimo, hermano! Dios nos ve desde el punto de vista de
la enternidad, y todo será como él ha dicho!

La ciudad de Jericó
En la época anterior a la conquista, Jericó era la ciudad fortificada más importante
del valle del Jordán. Muchos historiadores y arqueólogos creen que fue la población
más antigua de esa parte del mundo. Varios expertos apoyan la hipótesis de que ese
sitio empezó a tener habitantes cerca de cuatro mil años antes de Cristo, y que
posteriormente se edificaron varios poblados en el mismo lugar.
La investigación arqueológica moderna de las ruinas de Jericó no revela muchos
detalles específicos de la ciudad tal como era en tiempos de Josué. Sin duda, esto se
debe en parte a la destrucción tan completa que se realizó bajo su mando y a las
múltiples ciudades posteriores que se edificaron sobre ella. Pero las investigaciones
demuestran que era una ciudad enorme, bien fortificada y muy importante para la
defensa de la zona.

El plan de ataque y su consecución 6:3–21


Dios reveló a Josué el método poco ortodoxo en que se realizaría el ataque.
Obviamente sería el poder de Dios el que estaría en operación; para ello emplearía
tanto al personal militar como al religioso, así como la filosofía y funciones que
acostumbraban ambos grupos. Sin embergo es evidente que el aspecto religioso
tendría mayor prominencia, y los sacerdotes tendrían el papel más importante.
Sin duda, ese plan dejó perplejos tanto a los hijos de Israel como a los habitantes
de Jericó. Nunca se había visto maniobra semejante. Precisamente eso buscaba Dios.
El sistema tan poco convencional de atacar provocaría que se reconociera que su
mano era la que estaba obrando.
El plan funcionó a la perfección. Una vez terminadas las marchas alrededor de la
ciudad, el toque de los cuernos de carnero, y los gritos del pueblo, “el muro se
derrumbó” (Josué 6:20), exactamente como Dios había dicho (Josué 6:5).

¡PENSEMOS!

No debemos buscar una razón física o material para explicar lo


que pasó a la fortaleza de Jericó. Claro que Dios pudo haber usado
algún medio, como un terremoto u otro fenómeno, y tal vez así lo hizo,
pero el texto no lo dice. Lo que sí sabemos es que su plan fue muy
poco ortodoxo, sabiamente calculado para que la gente de aquel
entonces, al igual que la de hoy, reconociera que él logró la victoria
empleando instrumentos aparentemente insignificantes. El estudiante
del Nuevo Testamento se acordará de lo escrito por el apóstol Pablo:
“…lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo
débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del
mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para
deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1
Corintios 1:27–29).

Consecuencias y admoniciones 6:22–26


Rahab y sus familiares fueron rescatados. No se sabe exactamente cómo, porque
su casa estaba sobre el muro y de acuerdo con el texto, éste también cayó junto con el
resto. Sin embargo, Josué cumplió la promesa de los dos espías, y conforme a su plan
eterno, la gracia de Dios incluyó en el linaje real a esa convertida expagana, que fue
tatarabuela de David.
Generalmente se acepta que en la guerra, el botín corresponde al vencedor. Sin
embargo, en el caso de la caída de Jericó no fue así. Más bien, se prohibió a los
vencedores tomar los despojos. “Pero vosotros guardaos del anatema; ni toquéis, ni
toméis alguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema el campamento de Israel,
y lo turbéis” (Josué 6:18). Esa fue una prohibición personal, ya que, sí se les permitió
tomar la plata, el oro, los utensilios de bronce y de hierro para consagrarlos al Señor.
Infortunadamente, hubo alguien que no obedeció la prohibición, factor que costó la vida
al transgresor y afectó seriamente a la nación.

LA DERROTA, CONSECUENCIA DEL PECADO


Josué 7:1–16

La ciudad de Hai no podía compararse con Jericó, porque era más pequeña y de
menor importancia. No obstante, estaba situada en el camino que los hijos de Israel
tenían que seguir. Los espías que la reconocieron (parece que esa práctica ya se había
hecho costumbre) dieron un informe verídico: “…son pocos” (Josué 7:3).
No obstante, nadie, ni Josué ni los espías, ni el pueblo, se habían dado cuenta de
dos importantes factores. Uno fue consecuencia del otro. El primero era que alguien
había cometido “una prevaricación en cuanto al anatema” (Josué 7:1a), y el segundo,
que “la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel” (Josué 7:1c).
Los israelitas no se dieron cuenta de esto sino hasta que fueron derrotados en la
primera batalla contra Hai. Era inevitable que sintieran gran pena y hasta vergüenza:
“Entonces Josué rompió sus vestidos, y se postró en tierra sobre su rostro delante del
arca de Jehová hasta caer la tarde, él y los ancianos de Israel; y echaron polvo sobre
sus cabezas” (Josué 7:6).
En ese ambiente, Jehová comunicó a Josué que la nación había pecado (véase
Josué 7:11–12). A continuación, le instruyó acerca de como debía investigar el asunto
(Josué 7:13–14) y le especificó el castigo que debía sufrir el culpable. El resto del
capítulo se dedica a narrar la forma en que se cumplió con lo que Jehová había dicho.
Descubrieron el pecado de Acán (Josué 7:16–18), éste lo confesó (Josué 7:19–21), lo
sentenciaron, y después llevaron a cabo el castigo (Josué 7:24–26).
¡PENSEMOS!

El pecado de Acán no fue agradable ni aceptable, pero tampoco es


raro que un ser humano codicie, desobedezca y en resumidas
cuentas, peque. No se aprueba, pero se entiende. Además, Acán no
fue el primer istaelita que desobedeció a Dios. Los judíos, aunque
actualmente no lo quieran admitir, también pertenecen a la raza
adánica con todo lo que ésta conlleva, principalmente la naturaleza
propensa a pecar. El hombre peca porque es pecador. Por eso lo hizo
Acán y tuvo que sufrir las consecuencias: “El alma que pecare, esa
morirá” (Ezequiel 18:4). Lo más notable de Josué 7:1 es que Jehová
consideró que todo el pueblo era responsable del pecado de un solo
hombre: “Pero los hijos de Israel cometieron una prevaricación…”. El
pecado no se comete en un vacío, y lo que uno hace afecta a otros
(Deuteronomio 5:9; Romanos 14:7), en este caso, a los hijos de Israel.
Pero lo que es peor es que no sólo los afectó, sino que también los
hizo culpables. Lógicamente, esto quiere decir que el pueblo de Dios
tenía (¡y tiene!) la responsabilidad de cuidar, frenar, consolar y animar
a los suyos. El apóstol Pablo ilustra este principio en 1 Corintios 5:6:
“¿No sabéis que un poco de levadura leuda todo la masa?” “No
mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de
los otros” (Filipenses 2:4). El pecado del creyente, aunque perdonado
por toda la eternidad, repercute en y afecta al cuerpo de Cristo en
forma adversa.

VICTORIA EN HAI
Josué 8:1–29

¡Ahora, sí! Habiendo encontrado, juzgado y rectificado el problema del pecado,


volvieron a atacar Hai. Esa vez usaron la estrategia de la emboscada (Josué 8:4–7) y
con mucho éxito (Josué 8:21–26): “Y Josué quemó a Hai y la redujo a un montón de
escombros, asolada para siempre hasta hoy” (Josué 8:28). Así que hicieron
exactamente lo que Dios había mandado que hicieran.

EL ALTAR EN EBAL
Josué 8:30–35

Josué edificó un altar en gratitud a Dios por las victorias sobre Jericó y Hai. Pero
también tenía otras razones. En primer lugar, era lo que Moisés hacía (Deuteronomio
27 y 28). Incluso, Josué escribió en piedra una copia de la ley que Dios había
entregado por mano de Moisés, y la colocó en el monumento del altar. Además, leyó en
su totalidad esa misma ley. Aquella fue una ocasión de mucha importancia para los
hijos de Israel. No sólo habían obtenido grandes victorias, sino que aquel era el
principio de la vida en su propia tierra y convenía que el pueblo escuchara la ley que
los gobernaría. Así que lo celebraron con la lectura de la palabra de Dios.

Observaciones finales
1. ¿Quién manda? “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como
el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13). “En él asimismo tuvimos
herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas
las cosas según el designio de su voluntad” (Efesios 1:11).
2. El futuro es seguro: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste,
seremos semejanates a él porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que
tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan
3:2–3).
3. El pecado es terriblemente desagradable, ya sea que lo cometa un incrédulo o
un creyente: “Digo, pues: Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la
carne” (Gálatas 5:16). “Y manifiestas son las obras de la carne, que son…”
(Gálatas 5:19–21).

7
Consecuencias de no consultar
a Dios
Josué 9:1–10:43

¡El pánico reinaba entre los paganos que se encontraban en el lado occidental del
Jordán! Las noticias de la caída de Jericó y de Hai habían llegado hasta los reyes de
los pequeños reinos establecidos a lo largo de Canaán, haciendo que quienes habían
sido enemigos por muchos años buscaran aliarse para preparar su defensa contra
Israel.
Se creó una verdadera sociedad de naciones, misma que no fue la primera
(Génesis 14:1–3), ni será la última (Apocalipsis 17:12–13). Habiendo sido rivales, los
pueblos cananeos hicieron a un lado sus diferencias para presentar un frente común a
la amenaza de la fuerza grande y temible de los hijos de Israel y su Dios. Parece que
principió como una reunión de consulta de parte de los reyes (Josué 9:1–2), pero
terminó siendo una acción militar con resultados desastrosos para ellos (Josué 10 y
11).
Por otro lado, las noticias de esa oposición no parecen haber estorbado mucho a
los invasores. El plan de Dios estaba en marcha y los hijos de Israel acababan de
pasar por un gran acontecimiento de naturaleza espiritual, algo que en cierto sentido
fue un avivamiento. En el monte Ebal los niños, adultos y aun los extranjeros que había
entre ellos, se dispusieron a escuchar todo lo que decía la ley. Una vez más se
detuvieron para la celebración de su relación con Dios en obediencia a su Soberano
(Deuteronomio 27:4–6). Era de esperarse que Satanás, el enemigo, manifestara su
oposición después de que el pueblo de Dios obtuvo una victoria espiritual, justo cuando
estaba demostrando su compromiso con la palabra santa.

EL ENGAÑO Y LOS ENGAÑADOS


Josué 9:3–15

La Biblia emplea una gran variedad de metáforas para describir al enemigo de


nuestras almas y su forma de actuar. Dos de ellas se observan (Josué 8 y 9), en las
tácticas que usó aquí contra el pueblo de Israel. Lo que Satanás quería hacer mediante
la liga de naciones representa su aspecto de león rugiente. Por otro lado, lo que hizo
por medio de los gabaonitas corresponde a su carácter de serpiente sutil.

CUANDO SATANÁS NO LOGRA


SUS PROPÓSITOS DE OTRA MANERA,
NOS ENREDA EN ALIANZAS PERJUDICIALES.

Astucia y mentira de los gabaonitas 9:3–13


Un día de tantos, llegó al campamento de los hijos de Israel un grupo de viajeros
desconocidos. Su aspecto daba a entender que habían llegado de muy lejos, lo que sin
duda despertó la simpatía de un pueblo que había experimentado lo mismo, sólo que
los visitantes estaban fingiendo. Sus disfraces fueron muy convincentes: vestían sacos
y vestidos viejos, llevaban cueros remendados de vino, zapatos vetustos y
deteriorados, y pan seco y mohoso. Esa fue la impresión que lograron dar con las
apariencias cuidadosamente preparadas.
A todo ello agregaron mentiras: “Tus siervos han venido de tierra muy lejana”
(Josué 9:9). “Este nuestro pan lo tomamos caliente de nuestras casas” (Josué 9:12).
“Estos cuernos de vino también los llenamos nuevos” y “nuestros vestidos y nuestros
zapatos están ya viejos a causa de lo muy largo del camino” (Josué 9:13).
El engaño que tramaron los gabaonitas no tenía como único propósito hacer teatro.
Mas bien, dando esa apariencia y usando palabras mentirosas, Satanás estaba
preparando una trampa para los israelitas. Al poner en boca de ellos las palabras:
“haced ahora alianza con nosotros” (Josué 9:6c y 9:11c), hizo saltar esa trampa.

¡PENSEMOS!

Con ese engaño de los heveos (9:7) de tiempos de Josué, Israel


recibió el pago de una falta anterior con la misma moneda. En Génesis
34 los hijos de Jacob, debido a la violación de su hermana Dina,
perpetraron un engaño nefando con consecuencias horrendas en
Siquem, Hamar y su pueblo, que también eran heveos (Génesis 34:2).
El pecado siempre trae consecuencias.

CUIDADO, ¡LAS APARIENCIAS ENGAÑAN!


“PORQUE EL MISMO SATANÁS
SE DISFRAZA COMO ÁNGEL DE LUZ”
2 Corintios 11:14.

Ingenuidad y desobediencia de los líderes del pueblo 9:14–15


Los dirigentes de Israel expresaron una ligera duda acerca del origen de sus
visitantes (Josué 9:7), pero aparentemente se disipó con la insistencia de los
gabaonitas. El resultado se observa en tres alarmantes frases. (1) “Y los hombres de
Israel tomaron de las provisiones de ellos” (Josué 9:14a). En la cultura de aquel
entonces, comer juntos muchas veces significaba sellar un pacto o una alianza
(Génesis 31:52–54). Había un refrán entre las tribus árabes que decía: “Compartir la
sal es ser amigos para siempre”.
Al comer del pan de los gabaonitas (¡y eso que era pan mohoso!), los de Israel
demostraron su disposición a formar una alianza. ¡Fea la comida, y triste la decisión!
(2) “No consultaron a Jehová” (Josué 9:14b). ¡Corto el comentario, y desastroso el
delito! El pueblo cedió a sus emociones o al famoso “sentido común”. Sea como fuera,
se equivocaron porque no buscaron a Jehová.

¡PENSEMOS!
Es interesante que el ser humano, por olvido o por terquedad,
tiende a olvidar lo aprendido con sus maestros. Aquí, Josué debió
haber aplicado lo que estudió en las escuelas de preparación. Entre
esas lecciones sobresale el principio de no depender de sí mismo
porque (1) la batalla es de Dios; y (2) como las experiencias tienen sus
límites, todo debe examinarse a la luz de lo que Dios ha dicho. En
Josué 9, los líderes de Israel incluso Josué mismo, actuaron
solamente con base en su perspectiva humana. No tomaron en cuenta
a Jehová, ni hicieron uso de los medios que Dios había determinado
para averiguar su voluntad.

(3) La tercera frase fue el colmo de la desobediencia: “Y Josué hizo paz con ellos, y
celebró con ellos alianza…” (Josué 9:15a). Dios se expresó claramente en cuanto a las
naciones que Israel encontraría en la tierra prometida: “…las destruirás del todo; no
harás con ellas alianza, ni tendrás de ellas misericordia” (Deuteronomio 7:2b). Josué
pecó porque desobedeció, no en forma premeditada ni por espíritu sedicioso, sino por
demasiada confianza en sí mismo (¡lo cual equivale a egoísmo!) eignoró lo que Dios
había dicho.

ALGUNAS CONSECUENCIAS DEL PACTO DEL PAN


MOHOSO
Josué 9:16–27

La mentira se descubre 9:16–19


Solamente les tomó tres días darse cuenta de su gran error: ¡Los gabaonitas eran
sus vecinos! Habían sido engañados. Entonces los líderes enfrentaron un dilema:
destruir a los gabaonitas y así deshonrar su juramento, o cumplir con el juramento y
sufrir las consecuencias. Los líderes optaron con por la segunda opción basándose en
la frase “les hemos jurado por Jehová Dios de Israel” (Josué 9:19). Aunque no citaron
el texto, en esencia estaban transgrediendo la ley de Moisés. “No tomarás el nombre
de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su
nombre en vano” (Éxodo 20:7).

Los mentirosos son castigados 9:20–27


Después de una marcha de menos de tres días para conocer las ciudades de
aquellos impostores que fingieron venir de lejos, los príncipes de Israel juzgaron y
sentenciaron a los gabaonitas: “Y Josué les destinó aquel día a ser leñadores y
aguadores para la congregación, y para el altar de Jehová en el lugar que Jehová
eligiese, lo que son hasta hoy” (Josué 9:27). Así que el engaño logró que los
gabaonitas salvaran la vida, pero perdieron su libertad.
¡PENSEMOS!

¿Habrá que considerar otro lado de la moneda cuando se trata de


los gabaonitas? Alguien ha sugerido que hay cierto parecido entre
Rahab y esos heveos: Vivían en una cultura totalmente pagana y por
un tiempo participaron de ella. Oyeron acerca de las maravillas que
contribuyeron al éxito de los hijos de Israel. Además, y aquí está el
punto clave, atribuyeron las maravillas a Jehová. Aunque el testimonio
de los gabaonitas no fue tan claro como el de Rahab, es de notarse
que ellos dijeron específicamente “por causa del nombre de Jehová”
(Josué 9:9). En los idiomas semíticos, el término “nombre” abarcaba
todo el carácter del individuo. Eso quiere decir que los gabaonitas
confesaron mucho más de lo que aparece a primera vista. En realidad,
dijeron que habían venido a causa de todo lo que es el Dios de Israel.
Hay otros paralelismos, como que se separaron de su ambiente,
Rahab de Jericó y los gabaonitas de sus colegas de antes, la liga de
naciones. Rahab permaneció siendo fiel y hasta llegó a formar parte
del linaje real. Parece que los gabaonitas también permanecieron
fieles a su servicio. De la salvación de Rahab no cabe la menor duda,
pero de la salvación individual de los gabaonitas no se sabe nada. Sin
embargo, se puede apreciar la gracia y misericordia de Dios
alcanzando a esa gente, que utilizó aun la falta que cometieron Josué
y los líderes.

EN DEFENSA DE GABAÓN 10:1–27

Si queremos saber cuál es el versículo clave, tiene que ser Josué 10:14: “Y no hubo
día como aquel”. El contexto inmediato de ese comentario es el día que fue
milagrosamente prolongado, y se puede aplicar a las proezas que Dios logró durante
él.
Una confederación de reyes y naciones se opuso a los gabaonitas, que ya tenían su
alianza con los invasores. Los de Gabaón pidieron ayuda a Israel, y Josué aceptó
ayudarlos después de que el Señor lo animó: “Y Jehová dijo a Josué: No tengas temor
de ellos; porque yo los he entregado en tu mano, y ninguno de ellos prevalecerá
delante de ti” (Josué 10:8). ¡No hay nada mejor que empezar una batalla con la victoria
garantizada!
Dos factores milagrosos propiciados por la intervención de Dios ayudaron a lograr la
victoria completa. El primero fue “piedras de granizo” (Josué 10:11), que cayeron sólo
sobre los amorreos, y no sobre el ejército de Israel. “Y fueron más los que murieron por
las piedras de granizo, que los que los hijos de Israel mataron a espada” (Josué 10:11).
¡PENSEMOS!

La piedra de granizo más grande de Norteamérica pesaba casi tres


cuartos de kilo y era del tamaño de una toronja grande. Uno se puede
imaginar los daños que semejante proyectil causaría. Imagine cómo
sería la destrucción a la cual se refiere Apocalipsis 16:21 en donde
cada piedra pesará un talento, o sea, según la estimación más
conservadora, 27 kilogramos.

El segundo factor fue la intervención de Dios. No sabemos qué métodos usó para
producir el milagro del versículo 13: “Y el sol se detuvo y la luna se paró, hasta que la
gente se hubo vengado de sus enemigos”. No cabe duda que este es el milagro más
discutido de toda la Biblia, lo que en cierto sentido nos extraña. Por definición, un
milagro es algo completamente fuera de lo ordinario, que generalmente va contra las
leyes de la naturaleza. Cuando menos, contra las que conocemos hasta la fecha.
Fuera del plan y del poder de Dios nadie sabe cómo se hace un milagro. Y, ¿qué
importa que sea detener las aguas del río Jordán, proveer diariamente el maná, cruzar
en seco el mar Rojo y escapar de las plagas de Egipto? Un milagro es un milagro. Si
aceptamos que Dios es el autor de los milagros debido a todo lo que la Biblia le
atribuye a él, es fácil aceptar sus intervenciones en los asuntos del mundo que él
mismo creó.
No se sabe con exactitud qué fue lo que pasó en Josué 10. Sólo sabemos que Dios
ayudó en forma milagrosa, a que la batalla contra esos paganos, cuya maldad ya había
llegado al colmo (Génesis 15:16), tuviera un final favorable para los israelitas.

Observaciones finales
1. ¡Vivir en este mundo honrando a Dios y a su palabra requiere de esfuerzo! Es
difícil evaluar lo que nos rodea, y tomar la decisión correcta. Tal vez sea una
puerta abierta a una oportunidad para crecer. O bien, una puerta que conduce a
una situación desastrosa. El creyente puede apropiarse de Santiago 1:5: “Si
alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos
abundantemente y sin reproche, y le será dada”.
2. Siempre admiramos a aquél que es fiel a su palabra. Y aunque los israelitas se
equivocaron en su análisis de los gabaonitas, los lideres de Israel
permanecieron fieles a su voto. En la actualidad, esa noble característica es muy
escasa. No nos debe extrañar que las naciones no sean fieles a sus pactos
cuando los mismos que las dirigen no cumplen con sus votos matrimoniales.
Antes, eso no se veía sino rara vez en la iglesia. Pero infortunadamente ahora
se ha multiplicado esa desagradable fenómeno. ¿Qué pasó con la fidelidad?
8
La conquista
Josué 11:1–12:24

Dios permitió que Josué y los hijos de Israel dominaran la sección meridional de la
tierra, de Gaza hasta Gabaón, y “toda la región de las montañas, del Neguev, de los
llanos y de las laderas” (Josué 10:40). “Dominar” es poco. En 10:28–43 se repite seis
veces la frase “sin dejar nada” o “sin dejar a ninguno”. Posiblemente alguien pudiera
decir: “¡Qué injusto!” o “¡Demasiado cruel!” o aun: “¡Eso no puede ser de Dios!”.
El que opina así, lo hace con una mente y una conciencia que no tienen la
iluminación de las Escrituras. Jehová que es justo, sabio y santo, había reconocido que
en tiempos de Abraham (Génesis 15:16) la maldad de los amorreos no había llegado a
su colmo.
Pero en tiempos de Josué, sí lo alcanzó. Dios pudo haberles castigado de otra
forma, con un terremoto, incendio, tempestades o plagas. Pero conforme a su plan, el
Dios justo, sabio y santo, escogió usar como instrumento al pueblo de Israel, a quien
había prometido la tierra, mandándole también que destruyera a los pueblos de
Canaán y su cultura (Deuteronomio 7:2). Aunque parezca cruel, fue totalmente justo y
la decisión provino directamente de Dios: “El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo
que es justo?” (Génesis 18:25)

“¡HORRENDA COSA ES CAER


EN MANOS DEL DIOS VIVO!”
Hebreos 10:31.

LA CAMPAÑA DEL NORTE


Josué 11:1–15

La confederación del norte 11:1–15


Este título parece de algún tema profético basado en Daniel o Apocalipsis. La
verdad es que siempre ha habido y habrá confederaciones organizadas contra Israel
hasta aquel día en que el Mesías lo rectifique todo. La del norte a que se hace alusión
en el capítulo 11 es la última oposición principal que hubo a la conquista de Josué.
El cabecilla fue Jabín de Hazor. Él tuvo en común con Rahab y los gabaonitas que
fue motivado por las noticias del éxito de los invasores. No obstante, no hay en el texto
ninguna indicación de que estuviera dispuesto a atribuir el éxito a Jehová como fue el
caso de Rahab y los de Gabaón. Lo que había era miedo, el cual, como sucedió en la
confederación del sur, lo impulsó si no a hacer amigos, cuando menos a buscar
colegas entre los que habían sido sus enemigos (Josué 11:1–3). Su coalición quedó
formada por cananeos, amorreos, heteos, ferezeos, jebuseos y heveos, las mismas
naciones que aparecen en la lista que Jehová destinó a ser aniquiladas (Éxodo 34:11).

¡PENSEMOS!

Las noticias de lo que Dios había logrado a través de su pueblo


produjeron muy diferentes reacciones en Jabín y en Rahab. Ambos
conocieron los informes de los acontecimientos, y se dieron cuenta de
que Israel era un pueblo grande, guiado y fortalecido por un Dios muy
poderoso. Para entender la diferencia entre las reacciones de ambos,
tenemos que analizar el principio físico por medio del cual el sol
suaviza la mantequilla, pero endurece el lodo. El mensaje de nuestro
Señor Jesucristo hizo que Pedro confesara: “¿A quién iremos? Tú
tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68b). Judas oyó el mismo
mensaje y al mismo mensajero, pero traicionó a Cristo, entregándolo
para ser crucificado. La verdad es un parteaguas; el mismo mensaje
puede poner al creyente de un lado y el mismo mensaje puede poner
al creyente de un lado y el incrédulo en otro. Desde el punto de vista
humano, es la reacción a la verdad la que causa la división. Sin
embargo, por el otro lado de la moneda, es comprensible que Cristo
dijera: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo
trajere” (Juan 6:44).

Algunos piensan que el numeroso ejército de la confederación se reunió en las


cercanías del lago Merom (Josué 11:5). Éste era un pequeño triángulo de agua ubicado
a unos 16 kilómetros al norte del mar de Galilea. Alimentado por el río Jordán, a través
de los años se convirtió en un pantano hasta que en tiempos modernos los judíos, que
le dieron el nombre lago de Hula, lo desecaron. Otra opinión cita la posibilidad de que
Merom sólo fuera un lugar que contaba con muchos manantiales, pero eso no se sabe
con certidumbre.

Ánimo de Josué 11:6


Si sólo se tomara en cuenta el tamaño del ejército enemigo, sería suficiente razón
para dudar del éxito en la batalla. El grupo enemigo estaba compuesto por “…mucha
gente, como la arena que está en la orilla del mar en multitud” (Josué 11:4b). Sin
embargo, en este caso no sólo era la cantidad de soldados, sino también la calidad de
su armamento. La confederación contaba con los temidos caballos y carros de guerra.
Dichos instrumentos de hierro permitían un ataque rápido para penetrar con facilidad
en las lineas del enemigo e infligir horrendos daños sin sufrir muchas bajas. Pero con la
palabra segura de Dios todavía resonando en su oído, Josué pudo enfrentar esa
formidable máquina de guerra que era el ejército pagano. El Señor le dijo: “No tengas
temor de ellos, porque mañana a esta hora yo entregaré a todos ellos muertos delante
de Israel” (Josué 11:6).

“ESTARÉ CONTIGO; NO TE DEJARÉ,


NI TE DESAMPARÉ” (JOSUÉ 1:5).
¡AUN ESTANDO FRENTE A LOS ENEMIGOS,
LA PROMESA SEGUÍA EN PIE.

¡PENSEMOS!

“Fiel es el que prometió” (Hebreos 10:23b). Dios quiere que


mantengamos sus promesas siempre muy presentes, pero no quiere
que las promesas sean el enfoque principal. Nuestra mirada debe
estar sobre Aquél que hizo las promesas. Sin duda, meditar en las
promesas de la Biblia trae mucha bendición y consuelo, pero esto no
puede compararse con la meditación en el autor de esas promesas.
No cabe duda que a Dios le encanta que el creyente se apropie de las
promesas que él ha dado. Es más, le agrada ver al creyente totalmente
enamorado del Dios de las promesas. Lo que Dios hizo a favor nuestro
es una razón para amarlo, pero lo que él es es una razón aun mayor.

Aniquilación de la confederación 11:7–23b


“Y los entregó Jehová en manos de Israel” (Josué 11:8). En este versículo está la
pauta del resultado final de la campaña. El plan y poder divinos estaban detrás de todo.
Pero Jehová no hizo todo, ni dejó a los hijos de Israel descansando en sus hamacas o
tomando vacaciones en la playa. Claro que pudiera haberlo hecho así, pero ese no era
su plan. Al ejército de Israel le tocó marchar, pelear y hasta destruir al enemigo. Dios se
dignó usar al pueblo como instrumento, y el versículo 9 indica que al mando de Josué
cumplió con lo que le tocaba hacer: “Y Josué hizo con ellos como Jehová le había
mandado: desjarretó sus caballos, y su carros quemó a fuego” (Josué 11:9).
En otra expresión de la misma idea, el versículo 15 cita que el plan había sido
previamente entregado a Moisés quien, a su debido tiempo, lo pasó a Josué. Éste lo
cumplió al pie de la letra. La promesa y el plan de Dios no cambiaron cuando cambió el
líder.
Ya vimos que Dios partió las aguas para que la gente pasara en seco, hizo caer los
muros defensivos de una gran ciudad, y envió piedras de granizo contra los soldados
enemigos. Este capítulo saca a la luz todavía otra faceta de la obra de Dios en la
conquista: “No hubo ciudad que hiciese paz con los hijos de Israel, salvo los heveos
que moraban en Gabaón; todo lo tomaron en guerra. Porque esto vino de Jehová, que
endurecía el corazón de ellos para que resistiesen con guerra a Israel, para destruirlos”
(Josué 11:19–20).
Otra vez tenemos que acudir a lo que las Escrituras dicen de Jehová, es decir, a lo
que sabemos con toda seguridad acerca de él. Dios es santo y justo. Por otro lado, los
cananeos eran exactamente lo opuesto. Eran idólatras, culpables de la más grosera
inmoralidad sexual, incluso de prostitución religiosa; mataban a sus hijos en sacrificio a
sus dioses y muchas maldades más.
Su iniquidad había llegado al colmo, y Jehová no quería que esa cultura podrida
contaminara a su pueblo. Por eso, el sol de su justicia y santidad, y en fin de todo su
carácter perfecto, endureció el corazón enlodado de los cananeos. En el caso de
Rahab, ese mismo “sol” suavizó el corazón de esa pagana al punto de que llegó a creer
en Jehová.
Antes de poder decir que Josué tomó “toda la tierra, conforme a todo lo que Jehová
había dicho a Moisés” (Josué 11:23), tuvo que enfrentar a los anaceos. Parece que ese
era el nombre de una tribu cuyos miembros eran muy altos. Eran los “gigantes” que
mencionaron los espías originales a cuyo lado se sintieron como langostas (Números
13:33). Esa parte del informe debe haber desanimado sobremanera al pueblo de aquel
entonces, pero no afectó a Josué, porque estuvo dispuesto a enfrentarlos: “de los
montes de Hebrón, de Debir, de Anab de todos los montes de Judá y de todos los
montes de Israel; Josué los destruyó a ellos y a sus ciudades” (Josué 11:21). Aún lo
que parecía invencible a la generación de judíos de Cades, cedió ante la mano de Dios.

EL GIGANTE MÁS FEROZ EMPEQUEÑECE


ANTE LA OMNIPOTENCIA DE DIOS.

“Y LA TIERRA DESCANSÓ DE LA GUERRA”


Josué 11:23c

Esta frase celebra el feliz término de una faceta muy importante de la historia de
Israel, la conquista. La generación que murió en el desierto creyó que era imposible de
lograr, y así se convirtieron en un mal ejemplo. Citando el Salmo 95, el autor de la carta
a los Hebreos hizo referencia a los Israelitas que por incredulidad no entraron al
descanso del Señor: “Por tanto, juré en mi ira: No entrarán en mi reposo” (Hebreos
3:11). Ellos habían experimentado la redención de Egipto traída por la mano fuerte de
su Dios, pero no lograron disfrutar de la tierra prometida, que es el reposo al que se
refiere este versículo. En el momento de realizar la paz después de la guerra, Josué tal
vez pensó en los diez espías que murieron por no creer que Dios era capaz de
hacerlos entrar en la tierra.
El capítulo 12 presenta un repaso de las grandes batallas y una lista de los reyes
vencidos, preparando así al lector para estudiar la sección donde cada tribu se apropió
de su porción de la tierra.

Observaciones finales
1. La promesa era segura y el plan perfecto, pero había oposición de parte del
enemigo, lo cual era y es de esperarse. En el caso de la conquista de la tierra
prometida, Satanás armó a los enemigos que pelearon con Israel, pero
realmente el asalto de Satanás fue contra Dios, quien había prometido dar la
tierra a su pueblo. El que conoce a Jesucristo como su Salvador está bien
arraigado en el plan divino, pero sufrirá oposición, por la misma razón arriba
mencionada. El enemigo se opone a la obra de Dios en nosotros y a su plan
para nosotros.
2. Era lógico pensar que habiendo sido redimidos de Egipto, la etapa de poseer la
tierra prometida equivalía a entrar en el descanso, sobre todo después de los
años de cautiverio y peregrinación. En el Nuevo Testamento Dios habla de dos
facetas de la paz. Primero, la paz con Dios y después, la paz de Dios. “Venid a
mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo
11:28) es la paz con Dios. “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón: y hallaréis descanso para vuestras almas”
(Mateo 11:29). Ese descanso es la paz de Dios. Con qué razón el autor de la
carta a los Hebreos dijo: “Queda un reposo para el pueblo de Dios” (Hebreos
4:9).

9
Posesión de la tierra prometida
Josué 13:1–33; 15:1–19:51

“Queda aún mucha tierra que poseer” (Josué 13:1c)

En esencia, esta frase lacónica refleja el tema y el quehacer de los hijos de Israel en
los capítulos finales del libro. Hubo una gran diferencia entre la etapa inicial de la
conquista y la que le siguió. En la primera, el pueblo entero estaba involucrado, porque
el ejército quedó formado con elementos de cada tribu. Esa fase incluyó las notables
campañas contra Jericó, Hai, la confederación del sur y luego la del norte, en las que
desbarataron eficazmente el dominio de los cananeos. Ese logro abrió la puerta para la
segunda fase de la conquista, que no fue tarea de todos juntos, sino de las tribus
individuales, que debían ganar la porción que les había sido asignada después de
echar suertes.
La posesión de la herencia requeriría esfuerzo y determinación por varias razones.
Entre ellas, la principal era que a pesar de las victorias alcanzadas durante la
conquista, todavía moraban cananeos en las partes que correspondían a los hijos de
Israel.
Los capítulos que tratan esta importante parte de la historia de la conquista están
llenos de detalles, a veces minuciosos, del movimiento de cada tribu. Nuestro estudio
tocará los puntos más importantes. Como el capítulo 13 es la introducción de lo que se
trata en los capítulos 15–19, optamos por analizarlo junto con ellos y dejar para el
siguiente estudio la consideración de Caleb, el personaje central del capítulo 14.

ELEMENTOS IMPORTANTES DE
Josué 13

“Siendo Josué ya viejo, entrado en años” 13:1


A esas alturas, Josué tenía más de cien años de edad. Su vida abarcó los períodos
de la esclavitud en Egipto, la peregrinación en el desierto y las batallas de la conquista.
Solamente el lapso de tiempo transcurrido entre los mencionados eventos habría
envejecido a cualquiera, pero los rigores que pasó no hicieron en ese gran líder los
estragos naturales que causa el tiempo.
Es interesante notar que Josué no es el único en la crónica bíblica de quien se dice
que era “viejo, entrado en años”. Lo mismo fue dicho de Abraham y Sara (Génesis
18:11), de David (1 Reyes 1:1) y de Zacarías junto con su esposa, Elizabet (Lucas 1:7).
Todos los citados, a excepción de David, tenían algo muy importante que hacer a pesar
de su edad avanzada. En el caso de Josué, se nota en la gramática que se usa en
Josué 13:1 que Jehová dijo: “Y (no “pero”) queda mucha tierra por poseer”, dando a
entender que a pesar de todos los años que había acumulado, todavía tenía por
delante una obra qué realizar, más años productivos y metas que debía alcanzar.

EL QUE ES SIERVO DEL SEÑOR,


NUNCA ABANDONA SU SERVICIO.

“Solamente repartirás tú por suerte el país a los israelitas por


heredad, como te he mandado” 13:6c
En tiempos bíblicos, echar suertes era una manera de tomar decisiones, sobre todo
porque iba de acuerdo con lo que dice Proverbios: “La suerte se echa en el regazo;
mas de Jehová es la decisión de ella” (Proverbios 16:33). El concepto de echar la
suerte se menciona unas 70 veces en el Antiguo Testamento.
Los judíos también podían averiguar la voluntad de Dios mediante el uso del
misterioso Urim y Tumim. En la Biblia no hay suficientes datos para describir en qué
consistía ese rito ni para formarnos una opinión sólida de lo que era, o cómo
funcionaba. Tampoco hay indicaciones de que se usara con la misma frecuencia con
que se echaban suertes.
En la actualidad, el creyente disfruta de la Biblia completa, que es la voluntad de
Dios revelada. La enseñanza del Nuevo Testamento se relaciona con la forma en que
debe vivir la iglesia del Señor, el conjunto de creyentes, e incluye todo lo necesario
para hacer que tomemos buenas decisiones. “Si alguno de vosotros tiene falta de
sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será
dada” (Santiago 1:5).

“ESTAD SIEMPRE GOZOSOS. ORAD SIN CESAR.


DAD GRACIAS EN TODO, PORQUE ESTA
ES LA VOLUNTAD DE DIOS PARA
CON VOSOTROS EN CRISTO JESÚS”
1 Tesalonicenses 5:16–18.

“Mataron a espada los hijos de Israel a Balaam” 13:22


La muerte de Balaam, más mago que profeta, se registró en Números 31:8. Sin
duda, se repite en este resumen para recalcar el fin que espera a los que se oponen a
Dios.

ELEMENTOS IMPORTANTES DE
Josué 15–19

Dos incidentes de familia 15:16–19; 17:3–7


Entre los muchos detalles de la conquista y dominio de la tierra prometida, se puede
notar el cuidado que tuvo el autor al incluir varias referencias a la familia. En el caso de
la familia de Caleb, él concedió a su hija recién casada una petición muy legítima. Él
había obsequiado a la pareja un terreno, pero le faltaba agua. Por eso, ella la pidió a su
padre. El otro incidente se refiere a una familia donde solamente había hijas. Ellas,
haciendo referencia a la promesa de Dios de que las mujeres podían tener una
heredad en la tierra, y puesto que no había hijos varones en la familia, solicitaron su
porción y les fue otorgada. Los dos casos demuestran el interés que había en la familia
y el respeto por la mujer.

Problemas de los hijos de José 17:12–18


Fueron dos. En primer lugar, “los hijos de Manasés no pudieron arrojar a los de
aquellas ciudades; y el cananeo persistió en habitar en aquella tierra” (Josué 17:12).
Contraviniendo la fuerte y frecuentemente mencionada voluntad de Jehová al respecto,
dejaron vivir a los cananeos entre ellos, optando por hacerlos tributarios. Tal vez
aprendieron ese método de Efraín, su hermano, porque esa tribu había hecho lo mismo
(Josué 16:10). O tal vez se justificaron apelando a lo que los líderes hicieron con los
gabaonitas. De todos modos, desobedecieron a Jehová.
El segundo problema tenía que ver con la pequeñez de sus tierras, por lo que se
quejaron amargamente (Josué 17:14–18). Josué no les dio ninguna concesión y con
algo de sarcasmo, sabiendo que eran perezosos, les sugirió que subieran al bosque y
lo desmontaran (Josué 17:15): “Tú eres gran pueblo, y tienes grande poder; no tendrás
una sola parte, sino que aquel monte será tuyo” (Josué 17:17–18a), pero todavía tenían
que arrojar a los cananeos, cosa que no los consoló mucho.

“Toda la congregación de los hijos de Israel se reunió en Silo, y


erigieron allí el tabernáculo de reunión” 18:1
El tabernáculo había estado en Gilgal, una ciudad de mucha importancia en la
historia del pueblo de Israel. Allí celebraron la primera pascua en la tierra prometida, y
la ciudad fue la base de sus operaciones militares de conquista. Sin embargo, estaba
en un extremo de la tierra heredada. Silo, en cambio, estaba más al centro, y a partir de
ese día, fue el corazón de la vida religiosa de los judíos por 300 años. El arca del pacto
se quedó allí hasta aquel día triste en que fue capturada en una batalla con los filisteos.

“Y después que acabaron de repartir la tierra en heredad por sus


territorios, dieron los hijos de Israel heredad a Josué hijo de Nun en
medio de ellos” 19:49
Josué era un líder que servía al pueblo que guiaba. Dios no lo puso para que hiciera
su voluntad, ni para que adquiriera gloria personal, sino para servir a Dios y al pueblo
que estaba bajo su mando. Cabe decir que Josué cumplió al pie de la letra su comisión.
Si no fuera así, tal vez hubiera seleccionado antes que nadie su porción de tierra en
vez de ser el último en recibirla. Se puede ver su humildad y su nobleza, características
indispensables de un verdadero líder.

Observaciones finales
1. Dios no dijo a Josué: “No te dejaré sino hasta que estés viejo y avanzado de
años”. No le puso límites ni de geografía ni de tiempo. Una promesa semejante
aparece en el Nuevo Testamento, y el creyente anciano puede estar seguro de
contar con la presencia y el poder de Dios para siempre (Mateo 28:20). Además,
él ha prometido que aun con fuerzas limitadas, que es la condición que
acompaña a la edad avanzada, su gracia debe bastarnos, porque su poder “se
perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).
2. “¿Cómo puede alguien estar seguro de la voluntad de Dios para su vida?” En la
distribución de las parcelas de la tierra prometida, los hijos de Israel echaron
suertes, pero ese sistema ya no se recomienda, aunque reconocemos lo que
dice Proverbios 16:33. En la actualidad, el principio básico que se debe tomar en
cuenta es que Dios nunca nos guía a ir contra lo que presenta su palabra
escrita. La conclusión lógica es que el conocimiento de la Biblia es indispensable
para estar seguros de la dirección de Dios. La Biblia es la voluntad de Dios
revelada, y no tenemos derecho a exigir más luz o más dirección hasta que
obedezcamos lo que tenemos a la mano.
3. Como los de Manasés y Efraín, ¿por qué será que nos encantan las bendiciones
de Dios, pero nos fastidia la disciplina que se requiere para disfrutar de todo lo
que Dios ofrece? Nos cae muy bien el producto, pero no queremos seguir el
proceso para alcanzarlo. La palabra clave en nuestra relación con Dios siempre
es “obedecer”. Si queremos lo que Dios ofrece, tenemos que aceptar la
metodología que él utiliza para alcanzarlo.

10
Caleb: el que seguía a Dios
Josué 14:1–15

El mundo está Ileno de personas que quieren ser líderes, jefes, caciques,
gobernadores, generales y hasta dictadores. En los medios de publicidad aparecen sus
fotografías, sus datos biográficos, sus maniobras políticas y hasta sus pecados, pero
siempre se mencionan junto con algunas buenas obras. Todo ello ha sido calculado no
sólo para informar, sino para impresionar y de una forma u otra, controlar al vulgo.
No obstante, de vez en cuando surge un hombre noble en todo el sentido de la
palabra, que tiene una conciencia iluminada por Dios y convicciones sólidas acerca de
la veracidad de lo que Dios ha comunicado al hombre, tanto lo referente a su persona
como a su plan eterno.
Pero tal vez los medios publicitarios no le hagan mucho caso porque no es atractivo
para el voraz apetito sensacionalista del público. Así que los tipos nobles tienden a
desvanecerse en los archivos empolvados de la historia, mientras que los nombres y
perversidad de los malvados permanecen bajo el reflector.
La figura central de Josué 14 es un hombre de estos últimos, noble en toda la
extensión de la palabra. Y eso, a pesar de lo que significa su nombre en hebreo.
Traduciéndolo en la forma más benigna posible, “Caleb” quiere decir “enfurecerse con
vehemencia canina”. A propósito, no hay indicación alguna de que tuviera un
comportamiento rabioso, pero sí hay bastante evidencia de que era un hombre que
vivía conforme a sus sólidas convicciones personales.
REUNIÓN DEL “COMITÉ” REPARTIDOR
Josué 14:1–5

Los dirigentes del pueblo se habían reunido para repartir la herencia a las nueve y
media tribus que todavía no la tenían (Josué 1:4). Eleazar, el sumo-sacerdote, fue el
tercer hijo de Aarón ( Éxodo 6:23). Fue consagrado como sacerdote después de la
muerte de sus hermanos desobedientes, Nadab y Abiú (Levítico 10:1–7). Recibió la
investidura de sumo sacerdote en el monte Hor, inmediatamente antes de la muerte de
su padre Aarón, y ocupó ese puesto hasta fines de la conquista.
Josué también estaba presente juntamente con “los cabezas de los padres de las
tribus de los hijos de Israel” (Josué 14:1). Así que había una amplia representación de
autoridades religiosas y civiles en el importantísimo acto de repartir la tierra echando
suertes.

EL NOBLE CALEB
Josué 14:6–15

Una serie de recuerdos que lo acreditaban 14:6–9


(1) “Tu sabes lo que Jehová dijo a Moisés, varón de Dios, en Cades-barnea,
tocante a mí y a ti” (Josué 14:6). Josué y Caleb fueron los únicos espías que dieron un
informe positivo, iluminado sin duda por el gran poder de Dios. Combinando lo dicho en
Números 14:24; 32:12 y Deuteronomio 1:36, el estudiante tiene todos los detalles de lo
dicho por Moisés en esa ocasión: (a) que de aquella generación sólo Josué y Caleb
entrarían en la tierra y (b) que a Caleb se daría “la tierra que pisó” (Deuteronomio 1:36).
No era necesario exhortar a Josué a que recordara su anterior aventura, pero de todos
modos, estuvo bien dicho porque así autenticaba su mensaje ante los príncipes del
pueblo. El hecho de que asignó las palabras a Moisés, “varón de Dios”, dio credibilidad
a su testimonio.
(2) Un espía comisionado y cumplido (Josué 14:7–9). A los 40 años de edad fue
comisionado por Moisés en Cades, pero son pocos los detalles que tenemos de la
comisión que recibieron los espías. Deuteronomio 1:22 agrega al reconocimiento
general las palabras: “nos traigan razón del camino por donde hemos de subir, y de la
ciudades adonde hemos de Ilegar”.
Lo que todos deben haber tenido como principio irrevocable era la promesa divina:
“Mira, Jehová tu Dios te ha entregado la tierra” (Deuteronomio 1:21a). Pero sólo Josué
y Caleb vieron la tierra a través de esa lente, y es obvio que Caleb tomó esa verdad
muy a pecho, la cual vino a ser parte de la convicción que lo motivaba. Por eso agregó
que había traído noticias según el sentir de su corazón (Josué 14:7c). De acuerdo con
Números 14:24, había en Caleb otro espíritu, y su meta era seguir a Jehová (Josué
14:8c).
Una parte muy triste de ese corto repaso se relaciona con diez de sus colegas.
Mientras que el pueblo de esa generación fue sentenciado a vagar por el desierto hasta
que le Ilegara la muerte, los que trajeron el informe negativo fueron condenados a
muerte de inmediato, sentencia que se Ilevó a cabo por medio de una plaga (Números
14:37).

¡PENSEMOS!

“Siguiendo a Jehová mi Dios” (Josué 14:8c) y: “fueron perfectos


en pos de Jehová” (Números 32:12b) son frases que reflejan una
constancia que afectaba todo lo que hacían Josué y Caleb. Alguien
con semejante convicción puede ver lo que otros no ven, y aunque
sea uno solo el que sigue en pos de Jehová, puede lograr lo que otros
no. Por supuesto, se expone a la crítica, porque su marcha se basa en
el compás de otra música, de un ritmo diferente al del mundo y a la
disonante melodía de la incredulidad. La mente del que sigue
“perfecto en pos de Jehová” se concentra en lo que Dios ha dicho; su
corazón reacciona como el de Dios y su voluntad está sumisa a la de
él.

(3) El juramento de Moisés (Josué 14:9). Aquí, Caleb tocó en forma personal el
tema principal de la reunión, el repartimiento de la tierra. Moisés, como representante
de Jehová, había prometido a Caleb con juramento que “la tierra que holló tu pie será
para ti, y para tus hijos en herencia perpetua”. Ese veterano de la tribu de Judá, el más
anciano, y probablemente el más respetado de su tribu, aceptó la palabra de Moisés, y
la tomó como la base para pedir su porción. Nadie se opuso.

Su situación en aquel momento, lo acreditaba 14:10–11


Son muy interesantes los cálculos que Caleb menciona en este pasaje. En ese
momento, Caleb tenía 85 años de edad y dijo que habían pasado 45 años desde que
regresó de su misión de espionaje, cuando recibió el juramento de Moisés. Esto último
sucedió 38 años antes de cruzar el río Jordán. Quiere decir entonces, que la primera
fase de la conquista duró alrededor de siete años.
Sus cálculos del versículo 10 nos interesan, pero la frase más importante es la
primera: “Jehová me ha hecho vivir”. Caleb atribuyó a Dios su preservación durante las
vicisitudes pasadas en 38 años de peregrinación y los años de la guerra que siguieron.
Así que ya fuera como peregrino en el desierto, o como soldado en la tierra prometida,
no fue ni la fortuna, el destino (“¡qué será, será!”), ni los falsos dioses que algunos
israelitas trajeron consigo de Egipto, sino Jehová, el que lo había guardado. A los 85
años todavía no sentía que hubieran disminuido sus fuerzas.

“EN TU MANO ESTÁN MIS TIEMPOS”


(Salmos 31:15).
Su petición 14:12–15
Aunque tenía 85 años de edad, Caleb demostró que todavía era un hombre
vigoroso: “Dame, pues, ahora este monte” (Josué 14:12). ¡Qué reto el que se echó
sobre los hombros! En ese monte estaba Hebrón, a 927 mts. sobre el nivel de mar, la
ciudad más alta de la tierra prometida. Pero lo que es más importante todavía, es que
era una de las más antiguas del mundo, habiendo figurado en gran parte de lo ocurrido
en la historia bíblica esa fecha (Génesis 13, 23 y 35).
Pero había otro factor mucho más significativo. Allí vivían los anaceos, una raza de
gigantes feroces, los mismos que habían causado tanta consternación entre los espías
colegas de Caleb, y ante quienes se sintieron como langostas (Números 13:33). Caleb,
plenamente convencido de que las promesas de Dios equivalen a una garantía, estuvo
totalmente dispuesto a aceptar lo que los ya difuntos espías pensaron imposible. Bien
sabía que Jehová es el Dios de los imposibles.

“PORQUE NADA HAY IMPOSIBLE PARA DIOS”


(Lucas 1:37).

Observaciones finales
1. “La suerte”. Aunque a primera vista parece que los israelitas dejaron todo en
manos de la fortuna, no fue así. En primer lugar, Dios aclaró muy bien en el libro
de Proverbios que él controla todas las cosas. “La suerte se echa en el regazo;
mas de Jehová es la decisión de ella” (Proverbios 16:33). En segundo lugar, las
asignaciones de tierra en realidad fueron hechas conforme al plan eterno. Este
factor se nota al considerar el nacimiento del Señor Jesucristo en la ciudad de
Belén de la tribu de Judá, acontecimiento específico ocurrido en un lugar
específico que dependió de una asignación específica de la tierra que se hizo
años antes, y todo formó parte de un gran plan en el cual no cabía el acaso.
Dios tenía y tiene, el control de todas las cosas.
2. Lo malo de los espías enviados desde Cades no consistió en la comisión que les
fue dada, puesto que sólo pretendían saber cómo iban a hacer la conquista, no
si debían realizarla: “Nos traigan razón del camino por donde hemos de subir y
de las ciudades adonde hemos de Ilegar” (Deuteronomio 1:22). La interpretación
que dieron a lo que vieron fue la que causó la reacción incrédula del pueblo.
Cometer un pecado trae consecuencias serias; hacer que otro peque es más
serio todavía (Mateo 18:6).
3. “Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió” (Josué 14:11), y eso
lo dijo Caleb a los 85 años de edad. Parece que él experimentó lo que Isaías
escribiría años después, y que ha sido de consuelo para cada hijo de Dios desde
entonces: “Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán
alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”
(Isaías 40:31).

11
Ciudades y porciones
especiales
Josué 20:1–21:45

A través de la Biblia, nos fueron comunicadas las normas universales que todavía
nos rigen junto con la revelación progresiva de lo que Dios quiere que el hombre sepa.
Además, en la misma revelación, el Señor ha indicado ciertos principios que tienen
aplicación regional, nacional o temporal. Lo que tienen en común las normas
universales y las de limitada aplicación es que tienen sus raíces en el carácter de Dios.
Aunque lo dicho fuera demasiado obvio al estudiante serio de la Biblia, es
absolutamente necesario recalcarlo para entender esta sección de Josué.
Claro que lo de las ciudades de refugio (Josué 20) es un tema de aplicación
limitada, ya que se trata de un período de tiempo específico, de una área geográfica
reducida y de un pueblo único. No obstante, la base de la norma expuesta en Josué 20
es, en realidad, un principio universal: “El que derramare sangre de hombre, por el
hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre”
(Génesis 9:6).
Como veremos, las ciudades de refugio vienen siendo una amplificación de ese
principio universal con aplicación especial y local a Israel.

EL ORIGEN DEL CONCEPTO DE LAS CIUDADES DE


REFUGIO
Josué 20:1–2

Palabra de Dios a Josué y a Moisés


“Habló Jehová a Josué, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: Señalaos las
ciudades de refugio, de las cuales yo os hablé por medio de Moisés” (Josué 20:1).
Las normas que gobernaron la vida religiosa, política, social y personal del pueblo
de Israel no evolucionaron de lo rudimentario a lo complejo o como algunos suelen
decir, del politeísmo al monoteísmo. Tampoco pidieron prestado su código a sus
vecinos, aunque hay puntos semejantes entre ellos. Sus principios no nacieron de una
cultura en desarrollo, sino que fueron impuestos por Jehová para crear la cultura que él
quería.

¡PENSEMOS!

Hubo varias razones para la conquista: (1) Para que los hijos de
Israel tuvieran su propia tierra; (2) Para destruir a un pueblo cuya
maldad había llegado al colmo delante Jehová. Como parte de la
segunda razón, Dios no quería que la cultura de su pueblo se
contaminara con las abominables creencias y prácticas de los
cananeos. Sin embargo, la cultura vieja dejó sus vestigios y algunos
de sus feligreses, y la contaminación afectó al pueblo a tal grado, que
se puede decir que también llegó al colmo. “Los hijos recogen la leña,
los padres encienden el fuego, y las mujeres amasan la masa, para
hacer tortas a la reina del cielo y para hacer ofrendas a dioses ajenos,
para provocarme a ira” (Jeremías 7:18). Ese fue el triste resultado de
pedir prestadas al vecino sus normas religiosas en vez de vivir de
acuerdo con lo que Dios dice.

Sencilamente, el origen del concepto de las ciudades de refugio fue Jehová mismo.
Si se quiere saber cómo lo hizo, la respuesta también se encuentra en la porción que
estudiamos aquí “…por medio de Moisés”. Dios le comunicó a su siervo el concepto de
las ciudades de refugio en varias ocasiones: Éxodo 21:12–13; Números 35:6–34 y
Deuteronomio 19:2. Tocó a Moisés designar las tres ciudades del lado oriental del
Jordán (Deuteronomio 4:41–43).

¡PENSEMOS!

Los primeros versículos de Josué 20 parecen hacer una referencia


indirecta al Pentateuco. Josué citó las palabras de Moisés
exactamente como se encuentran en el texto del autor humano, lo que
da a entender que Josué estaba familiarizado con lo escrito por
Moisés. Por muchos años, los que criticaban la Biblia y no aceptaban
su antigüedad, decían que Moisés no pudo haber escrito el
Pentateuco, porque no se había inventado el alfabeto en aquel
entonces. Pero ese error se corrigió cuando los arqueólogos
descubrieron que ya se practicaba el arte de escribir más de 3,000
años a.C., y se encontraron los vestigios de un alfabeto que estaba en
uso en la península de Sinaí alrededor de 1500 a.C. Estos son datos
que apoyan la paternidad literaria del Pentateuco de Moisés, algo que
Josué aceptó sin dudar.

La ley de Dios tocante a la pena capital Génesis 9:6


Como se mencionó en la introducción de este estudio, había una relación bastante
estrecha entre el concepto de las ciudades de refugio y la llamada pena de muerte,
siendo este último el principio universal y el anterior, una modificación limitada o local,
al pueblo de Israel.
En Génesis 9, Jehová otorgó al hombre el derecho de gobernarse por sí mismo. En
Romanos 13, se confirma que los derechos de los que tienen autoridad incluyen llevar
la espada (Romanos 13:4), lo que significa que puede aplicar el castigo. La
divinamente establecida institución de la pena capital, o de muerte, no ha sido
abrogada en ninguna parte de las Escrituras y se ha preservado siempre. Esto quiere
decir que está en vigor aún en la actualidad. Además, no es uno de los principios
limitados a una localidad o a un solo segmento demográfico, sino que se dio a la raza
entera para siempre. Su entrega y su implementación precedieron a la ley de Moisés
por más de 900 años y a Abraham por más de 300 años, así que no es un concepto de
origen judío, ni se creó sólo para ese grupo étnico.

DE ACUERDO A LA BIBLIA, TODAVÍA


SIGUE EN PIE LA PENA DE MUERTE.

Cabe aquí hacer notar dos razones por las que Dios otorgó la pena capital.
Primeramente, Génesis 9:6 dice: “porque a imagen de Dios es hecho el hombre”. Así
que su propósito primordial no era el bienestar de la sociedad, ni reformar a los
criminales, ni disuadir al crimen en potencia, sino para impresionar en todos la
importancia y santidad de la vida de quienes han sido hechos a la imagen de Dios.
Aunque el principio se aplicaba al hombre delincuente, su propósito principal tenía que
ver con Dios.
En Números 35:33–34 se indica que la sangre del asesinado contaminaba la tierra y
que solamente podía ser expiada con la sangre del criminal. Se da a entender que el
crimen afecta no sólo a la víctima y al perpetrador, sino a la tierra misma, y en el caso
de Israel, a la Tierra Santa, la tierra de promisión. El homicidio premeditado es
abominable a Dios y contamina el ambiente.

¿Con qué propósito fueron establecidas las ciudades de refugio?


20:3–6
Básicamente, el concepto de las ciudades de refugio es una aclaración de la pena
capital, y se aplica especialmente a los judíos que iban a vivir en la tierra de promisión:
“para que se acoja allí el homicida que matare a alguno por accidente y no a
sabiendas” (Josué 20:3). La idea se inició mientras el pueblo estaba todavía en el
desierto. En Éxodo 21:12–14, tocante al delito de homicidio no premeditado, Jehová
dijo: “Yo te señalaré lugar al cual ha de huir”. No se especificó cuál sería ese lugar,
pero muchos han especulado que era algún sitio cercano a los sacerdotes, en los
alrededores del tabernáculo. Después en Números 35:9–32, en anticipación de la
necesidad de contar con ese refugio cuando llegaran a la tierra prometida, Moisés
explicó con lujo de detalles cómo se haría. Lo que aparece en Josué 20 es un repaso
de ello.
En ningún caso las ciudades de refugio serían para proteger al que había matado
en forma premeditada. El culpable de semejante crimen recibiría el castigo que merecía
su crimen (Números 15:30–31).

ESTABLECIMIENTO DE LAS CIUDADES DE REFUGIO


Josué 20:7–9

Jehová designó seis ciudades de refugio, tres de cada lado del río Jordán. Las del
lado oriental habían sido establecidas desde tiempos de Moisés, ya que dos tribus, más
la mitad de otra recibieron su herencia allí. Esas ciudades fueron Beser en el desierto.
Ramot en Galaad y Golán en Basán. En el lado occidental del río fueron nombradas
Cedes en Galilea, Siquem en el monte de Efraín y Hebrón en el monte de Judá.
Todas fueron escogidas para facilitar la llegada del necesitado. Por su nombre o por
la indicación geográfica que acompañaba al nombre, se nota que cada una de ellas
estaba en alto, plenamente visible desde lejos. Además, Deuteronomio 19:3 prescribió
que se preparara un camino especial conducente a cada ciudad, todo para facilitar la
llegada de los refugiados.

LAS CIUDADES DE REFUGIO DEMUESTRAN


LA JUSTICIA Y LA MISERICORDIA DE JEHOVÁ.

LA HEREDAD DE LOS LEVITAS


Josué 21:1–45

La tribu de Leví logró escapar de la maldición emitida sobre su antepasado por su


padre Jacob, la cual se debió al engaño y crimen que ese patriarca cometió contra los
heveos cuando su gobernante violó a su hermana Dina (Génesis 34:2, 25, 30). Los
levitas se redimieron cuando, durante el brote de inmoralidad del pueblo en Sinaí
demostraron a una su lealtad a Jehová (Éxodo 32).
No recibieron parcelas en la tierra de promisión como las demás tribus, pero sí algo
mucho mejor: “Y Jehová dijo a Aarón: De la tierra de ellos no tendrás heredad, ni entre
ellos tendrás parte. Yo soy tu parte y tu heredad en medio de los hijos de Israel”
(Números 18:20). No obstante, la gracia de Dios se manifestó y recibieron 48 ciudades
con suficiente espacio alrededor para su ganado.
En el capítulo 21 se narran algunos acontecimientos y comentarios que llaman la
atención. Otra vez aparece el gran Caleb. Ese héroe veterano había pedido y recibido
la ciudad de Hebrón (Josué 14). En Josué 21:12–13, esa ciudad fue asignada a los
levitas y Caleb recibió “el campo de la ciudad y sus aldeas” (Josué 21:12). Otra vez se
ve su nobleza y sus grandes y profundas convicciones porque accedió a suplir las
necesidades de los siervos de Dios, los levitas.
Se puede apreciar la gran bendición de Dios en el versículo final del capítulo: “No
faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de
Israel; todo se cumplió” (Josué 21:45). ¡Amén!

Observaciones finales
1. Cuando de refugio se habla, en el Nuevo Testamento se encuentra que Dios ha
hecho una provisión mucho más amplia y completa. Jesucristo mismo ofrece
refugio porque dijo: “Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo
os haré descansar” (Mateo 11:28). El autor de la carta a los Hebreos escribió:
“Para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios
mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de
la esperanza puesta delante de nosotros” (Hebreos 6:18). ¡Él nos ofrece la
salvación presente, la salvación futura y la esperanza para vivir entre ambas!
2. Decíamos que las ciudades de refugio demostraron la justicia completa de
Jehová a la par de su misericordia. La verdad es que ninguna de las
características de Dios funcionan independientemente de las otras. Todo lo que
Dios hace es reflejo de todo lo que él es. El creyente en Cristo Jesús entiende
esto perfectamente. Por un lado, el carácter de Dios nos condena por ser
pecadores. El mismo Dios, con los mismos atributos, planeó y ejecutó lo que
satisfacía sus demandas, y fuimos redimidos, justificados, santificados y, según
Romanos 8:30, hasta glorificados. La tendencia es a identificar solamente una
característica de Dios a la vez, cuando que en realidad sus obras reflejan todo lo
que él es.
3. “No faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho”. La
fidelidad de Dios no ha de extrañar al creyente: “Conoce, pues, que Jehová tu
Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y
guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones” (Deuteronomio 7:9). “Fiel
es Dios por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo
nuestro Señor” (1 Corintios 1:9). “Si fuéremos infieles, él permanece fiel” (2
Timoteo 2:13).
12
El otro altar
Josué 22:1–34

¡Quién sabe cómo estaría el ánimo de los descendientes de Rubén al reflexionar


sobre lo que había pasado a su antepasado! Su mismo padre Jacob lo había descrito
diciendo que era “impetuoso como las aguas” (Génesis 49:4), empleando una metáfora
muy vívida en hebreo que quería decir “hirviendo hasta rebosar”. Usó también un juego
de palabras al decir que Rubén era “principal en dignidad, principal en poder”, pero que
no sería “principal” (Génesis 49:3–4).
En efecto, le fue quitada su primogenitura, y fue dada a judá. También fue privado
de su bendición, la cual se dio a José. A través de la historia de los rubenitas no surgió
ningún líder de distinción; no hubo profetas, ni jueces, ni héroes. Génesis 35:22 nos
informa que todo eso fue debido a su pecado.
Entonces, ¿cómo se sentirían sus descendientes? ¿Defraudados? ¿Soberbios?
¿Enojados? Tenemos que hacer a un lado esa especulación porque en realidad el libro
de Josué no adjudica a los rubenitas ninguna de esas características. Seguía en pie la
pérdida de su primogenitura y bendición, pero en el libro de Josué se cuenta que los
rubenitas por lo general se portaron a la altura de las circunstancias.

PALABRAS DE ENCOMIO
Josué 22:1–3

Trasfondo: La porción que quedó al lado oriental del Jordán Números


32:1–42
Los hijos de Rubén y los de Gad tenían “una muy inmensa muchedumbre de
ganado” (Números 32:1), y vieron que el terreno oriental del valle del Jordán les era
muy propicio para sus rebaños. Así que pidieron a Moisés que les asignara sus tierras
de ese lado. La petición no estaba tan fuera de orden, porque Dios no había
considerado que el río Jordán fuera la frontera de la tierra prometida.
Sin embargo, a Moisés no le gustó mucho la idea, porque pensó que una vez
establecidos donde el pueblo entero había logrado victorias tan significativas, no
estarían dispuestos a ayudar a sus hermanos a realizar la tarea mayor de conquistar el
resto de la tierra. Moisés no quería que el pueblo se desanimara; así que presentó sus
argumentos en forma de breve lección histórica mencionando a quienes lo habían
defraudado en otro tiempo.
Pero los interesados lograron convencer a Moisés haciendo una noble promesa. (1)
“Edificaremos aquí majadas para nuestro ganado, y ciudades para nuestros niños”; (2)
“Nosotros nos armaremos, e iremos con diligencia delante de los hijos de Israel, hasta
que los metamos en su lugar”; (3) “No volveremos a nuestras casas hasta que los hijos
de Israel posean cada uno su heredad”; y (4) “No tomaremos heredad con ellos al otro
lado del Jordán” (Números 32:16–19). Aceptada su palabra como juramento, Moisés
consintió y les fueron asignadas las tierras que pidieron.

Cumplimiento de la promesa 22:2–3


El encomio bien merecido que se les dio constaba de una lista de las promesas que
Moisés había trasformado en órdenes (Números 32:29): “Habéis guardado todo lo que
Moisés… os mandó” (Josué 22:2b). Es evidente que los rubenitas entendieron la
importancia de ser fieles a su palabra de promesa. Después de la muerte de Moisés,
pudieron haber dicho que el arreglo se hizo con el ya difunto y que no tenía validez,
pero no lo hicieron así. Es más, obedecieron a Josué, el que reemplazó a Moisés como
nuevo líder y comandante del ejército. Ese mismo Josué se expresó agradeciendo la
manera en que se sometieron a su gobierno.
Finalmente, Josué les felicitó por no haber abandonado a sus hermanos. Al hacer
su promesa, los rubenitas dijeron que estarían dispuestos a ponerse delante de ellos
(Números 32:17), lo que da a entender que no solamente tenían la buena motivación
de acompañar a sus hermanos, sino de estar en la primera fila de la batalla.

¡PENSEMOS!

La Biblia presenta a los personajes de su historia con toda


franqueza y honestidad. Aun sus héroes se pintan con sus
características exactas, dejándonos ver lo bueno y lo malo; lo fuerte y
lo débil; lo hermoso y lo feo; sus éxitos y fracasos. ¡Qué gozo trae leer
acerca del éxito, de la obediencia a la voluntad de Dios y to que
produce en la vida espiritual! “He peleado la buena batalla, he
acabado la carrera, he guardado la fe”, escribió el apóstol Pablo (2
Timoteo 4:7). Y ¡qué triste cuando se lee en el mismo capítulo: “Demas
me ha desamparado, amando este mundo” (4:10). Pero los rubenitas
fueron fieles a su juramento y al Señor.

PALABRAS DE EXHORTACIÓN
Josué 22:4–8

Puesto en pie de paz 22:4


Josué les dijo: “Volved, regresad a vuestras tiendas, a la tierra de vuestras
posesiones”. Obviamente los rubenitas se quedaron hasta el último momento de la
batalla final y se quedaron hasta que el general les dijo que ya no se les necesitaba.
Había sido un trayecto largo (“este largo tiempo”, v. 3; ¡en realidad fueron cerca de
siete años!), pero se quedaron hasta que fueron dados de baja.

“Con diligencia cuidéis de cumplir” 22:5


Josué los exhortó a que vivieran de acuerdo a una norma sumamente alta, la que
Dios había entregado a Moisés. El resumen de sus responsabilidades constaba de 5
puntos: (1) amar a Jehová su Dios; (2) andar en todos sus caminos; (3) guardar sus
mandamientos, (4) seguirle a él, (5) servirle de corazón y con toda el alma. ¡Qué tarea!
La disciplina requerida para un soldado en la guerra de conquiesta era dura y
demandaba mucho, pero al fin y al cabo, la guerra duró relativamente poco tiempo. La
norma impuesta en Josué 22:5 era para toda la vida.
Es interesante que los consejos que les dio Josué no tuvieran nada que ver con lo
político, ni el cuidado de su ganado o sus intereses comerciales, ni siquiera con la vida
familiar o las relaciones interpersonales, temas que forman parte de la urdimbre de la
vida del ser humano desde que nuestros primeros padres salieron del Edén. Pero
Josué sólo les habló de lo espiritual.

EL GRAN ALTAR JUNTO AL JORDÁN


Josué 22:10–34

La crisis 22:10–12
En los “límites del Jordán que está en la tierra de Canaán, los hijos de Rubén y los
hijos de Gad y la media tribu de Manasés edificaron allí un altar …de grande
apariencia” (Josué 22:10). En cuanto a su tamaño, el altar era lo suficientemente alto
como para verlo de lejos. De mucho interés es que el lugar en donde lo construyeron
fue cerca del río, pero “en tierra de Canaán”. Esto quiere decir que estaba del otro lado
del río con sus parcelas.
Sin embargo, a las demás tribus no les importó dónde lo edificaron. El solo hecho
de que lo hubieran construido les causó una gran reacción. Pensaron que sus
hermanos del oriente del Jordán habían cometido una tremenda herejía. Se alarmaron
tanto, que el pueblo se juntó para pelear contra ellos. Su preocupación por la pureza
del culto fue admirable, como también lo fue lo que hicieron enseguida.

La confrontación 22:13–20
Sabiamente, las tribus ofendidas obedecieron un principio que Dios había expuesto
en Deuteronomio 13:14–15a. Los detalles son otros, pero el principio tiene valor en
todo tiempo. “Tu inquirirás, y buscarás y preguntarás con diligencia; y si pareciere
verdad, cosa cierta, que tal abominación se hizo en medio de ti, irremisiblemente
herirás a filo de espada a los moradores de aquella ciudad”. A continuación mandaron
una comisión para averiguar lo que sucedía, formada por el sacerdote Finees y diez
príncipes.
En la reunión se citaron tres clases de delito: (1) En el versículo 16 acusaron a sus
hermanos de una transgresión (la misma palabra en hebreo que usó Josué para
describir lo que hizo Acán en Josué 7:1, y que en español es “prevaricación”); (2) En el
versículo 17 citaron la maldad de Peor, que esencialmente tenía que ver con la
idolatría. Es comprensible que los ofendidos pensaran que para eso era el altar; (3) En
el versículo 18, la maldad se describe como rebeldía, misma que podría perjudicar a
toda la nación.
También abrieron la oportunidad para arrepentirse, sugiriendo que tal vez, por el
carácter inmundo de la tierra en donde estaban, debían de pasar el Jordán para estar
con el cuerpo principal de Israel (Josué 22:19).

“MIRAD, HERMANOS, QUE NO HAYA EN NINGUNO


DE VOSOTROS CORAZÓN MALO DE INCREDULIDAD
PARA APARTARSE DEL DIOS VIVO”
(Hebreos 3:12).

El por qué del altar 22:21–29


Al haber construido un altar así, no cabe duda que fueran sinceros pero no muy
sabios. Más bien, fueron algo presuntuosos y desobedientes. Sin embargo, ofrecieron
una explicación sencilla, y hasta cierto punto lógica, y bastante convincente.
Empezaron hablando con reverencia citando tres grandes nombres de Dios.
Explicaron que el suyo era un altar de testimonio, un especie de monumento, y no un
lugar para sacrificios. Esperaban que sería un factor unificador que testificaría a las
tribus del occidente que las del oriente seguían rindiendo culto al mismo Dios.
Terminaron con: “Nunca tal acontezca que nos rebelemos contra Jehová, o que nos
apartemos hoy de seguir a Jehová, edificando altar para holocaustos, para ofrenda o
para sacrificio, además del altar de Jehová nuestro Dios que está delante de su
tabernáculo” (Josué 22:29).

Aclaración aceptada 22:30–34


Felices porque no tuvieron que derramar sangre judía en una guerra fratricida,
regresaron el sacerdote Finees y los príncipes para informar al pueblo.
La complacencia del sacerdote se basaba en la actitud de las tribus de oriente y
porque no fueron rebeldes, aunque no del todo inocentes. La nación se libró de recibir
la ira de Dios por la apostasía.

Observaciones finales
1. Las convicciones son las que proveen dirección y propósito a la vida. Observar
que esas convicciones funcionan en la vida trae gran satisfacción. La
autocomplacencia no debe ser nuestra meta, porque eso sería muy egoísta; las
convicciones deben ser más nobles. No se puede tachar a los rubenitas de
motivos espurios cuando ofrecieron estar en las primeras filas de la guerra para
obtener la tierra de promisión. Eso lo hicieron a pesar de tener posesión de su
propia tierra. Su decisión se tomó con base en la fe en lo que Dios había dicho y
eso proveyó dirección a su vida, y les permitió ejercer la disciplina para
permanecer fuera de su casa por siete años participando en la guerra de
conquista. A esto se le podría llamar fe funcional. Al creyente nunca le falta
dirección en la vida debido a sus convicciones derivadas de la palabra de Dios.
2. El ser humano es propenso a inventar elementos que según su manera de
pensar mejoran la religión. En momentos de emoción o de devoción tal vez se le
ocurra una idea que podría incorporarse a su veneración. Así pasó al
emocionado, devoto y listo apóstol Pedro en el monte de la transfiguración. Se le
ocurrió una idea y la expresó así: “Hagamos tres enramadas, una para ti, otra
para Moisés, y otra para Elías” (Marcos 9:5). Pero eso no era lo que el Señor
buscaba, y una enramada no lo hubiera glorificado en ese entonces. Lo que
glorifica a Dios es que obedezcamos su palabra. Puede ser que el altar al otro
lado del Jordán fuera una maravilla arquitectónica, con piedras lindísimas, con
una simetría que inspiraba, y hecho con las mejores intenciones, pero lo que
glorifica a Dios es nuestra conformidad con lo que él ha dicho, no lo que
inventamos.

13
El fin de la jornada
Josué 23:1–24:33

No todos están facultados para ofrecer consejos. No conviene escuchar al ladrón


que pretende moralizar, ni al homicida cuando habla de la santidad de vida, ni al
pacifista cuando propone un plan de guerra. Por otro lado, sería apropiado y oportuno
escuchar y considerar las ideas de un experto reconocido en su campo.
Sin duda, escucharíamos con mucho gusto los consejos de Miguel de Cervantes
Saavedra o Rubén Darío en cuanto a la buena literatura. Atenderíamos con afán a
Abraham Lincoln si nos exhortara en lo referente a lo horrendo de la esclavitud. Todos
esos fueron expertos en su ramo.
Prestaríamos mucha atención a las palabras de un veterano líder que por 110 años
había caminado con Dios; que había experimentado personalmente la esclavitud; que
durante 40 años probó “los altos” de una relación positiva con Dios mientras vivía en
“los bajos” de una peregrinación en el desierto; que dirigió a su pueblo en la guerra
para echar mano de lo que Dios había prometido, y en la paz, para que su pueblo
disfrutara de esa promesa. Los hijos de Israel se reunieron para oir los consejos de ese
líder cuando Josué, a los ciento y diez años, les comunicó sus últimos mensajes.
¡ÁNIMO, HERMANOS!
Josué 23:1–12

Josué convocó una reunión 23:1–2


Algunos dicen que los “muchos días después”, o sea, el intervalo entre los eventos
del capítulo 22 y del 23, en realidad fue de 18 años. Y si unos 20 años antes (Josué
13:1) el líder fue descrito como “viejo y avanzado en años”, ¡cuánto más le aplicaba la
frase en 23:1–2! Probablemente era el más anciano de todos los hijos de Israel,
ganando por pocos años a Caleb.
Sin embargo, no era sólo la cantidad de años, sino la calidad de ellos lo que lo
había envejecido. ¡Arduo es el trabajo del líder en tiempos normales; pero más todavía
en las circunstancias que Josué tuvo que aguantar! Ya era viejo y avanzado en años,
todos ellos pasados al servicio de, y fortalecido por Jehová. Como líder por muchos de
esos años, desempeñó con abnegación sus responsabilidades en el cuidado y
dirección del pueblo. Esa es precisamente la clase de servicio que Dios todavía busca.

EL TESTIMONIO DEL APÓSTOL PABLO:


“TRABAJO, LUCHANDO SEGÚN LA POTENCIA DE
ÉL, LA CUAL ACTÚA PODEROSAMENTE EN MÍ”
(Colosenses 1:29).

Josué les recordó de la obra de Dios hasta entonces 23:3


En el libro de Josué hasta aquí hubo varias ocasiones en que se animó al pueblo a
recordar lo que Jehová había hecho a su favor. Efectivamente se instituyó la fiesta de
la pascua precisa mente para conmemorar su redención milagrosa de Egipto. El
monumento de piedras sacadas del Jordán también era para recordarles la maravilla
que hizo Dios para hacerles llegar hasta su heredad. El mensaje de Josué 23:4 enfocó
todavía otra evidencia de la mano de Dios obrando a su favor.

¡PENSEMOS!

Ningún israelita podía pensar que el pueblo había logrado la


conquista por sí solo. No obstante, Josué declaró de nuevo que Dios
era quien había peleado por ellos. La verdad de que la batalla es de
Jehová se había enseñado a Josué en cuanto salió de Egipto, cuando
el pueblo tuvo que pelear contra Amalec (Éxodo 17). La batalla era de
Dios y de Dios dependía. ¿Quién más pudiera haber hecho caer las
defensas de Jericó con una marcha, unas notas musicales y los
gritos?
Josué les recordó del trabajo que él mismo había hecho 23:4
Josué y los hijos de Israel fueron instrumentos en las manos de Dios para castigar a
los cananeos cuya maldad había llegado al colmo. Ese líder también fue instrumento
para supervisar la división de la tierra, lo que a las alturas de capítulo 23 ya se había
hecho. Debido a que el texto especifica el área “desde el Jordán hasta el Mar Grande”,
es probable que esa reunión incluyera solamente a las nueve y media tribus cuyas
parcelas estaban situadas al occidente del Jordán.

Josué les aseguró del trabajo que Dios haría 23:5


Como en todo las demás situaciones, sería Jehová quien mediante su plan y su
poder les daría la posesión de su tierra. Cada tribu tendría que hacer el esfuerzo de
eliminar al enemigo, pero lo lograría únicamente confiando en el poder de Dios.

“EL CABALLO SE ALISTA PARA EL DÍA DE LA BATALLA; MAS


JEHOVÁ ES EL QUE DA LA VICTORIA”
(Proverbios 21:31).

Josué les animó en cuanto a lo más importante 22:6–11


Otra vez Josué se refirió al aspecto espiritual, haciendo hincapié en la relación del
pueblo con su Dios. Naturalmente que lo consideraba importante. Primero, porque
Jehová lo juzgaba imprescindible y, segundo, porque Josué mismo reconocía que la
esfera espiritual ofrecía más potencial para fallar.
El haber observado esa propensión del pueblo a través de la historia, le daba la
razón a Josué, y eso que no vivió para ver las tristes consecuencias de los años
subsiguientes.
Su exhortación constó de tres puntos principales: (1) “Guardar y hacer todo lo que
está escrito en el libro de la ley de Moisés, sin apartaros de ello ni a diestra, ni a
siniestra” (Josué 23:6). En realidad, esa parte de la exhortación parecía una copia al
carbón de lo que Dios había dicho a Josué en 1:7.
Guardar la ley no se refería a poner los rollos en los cuales estaba escrita en algún
lugar seguro, sino respetarla y cumplirla. La demostración de esto se vería en sus
acciones sin desviaciones. Podemos observar que la exhortación paralela del capítulo
1 no se reservó sólo para el líder, aunque éste llevaba una responsabilidad especial;
era también para todo el pueblo.

“PERO SED HACEDORES DE LA PALABRA, Y NO


TAN SOLAMENTE OIDORES, ENGAÑÁNDOOS
A VOSOTROS MISMOS”
(Santiago 1:22).

(2) Separarse de las tribus cananeas (Josué 23:7–8). Los hijos de Israel no
cumplieron con esto, tal vez por negligencia. Pero es más seguro que haya sido por
desobediencia, porque dejaron a su alrededor a los sobrevivientes cananeos que
tenían vestigios de la malévola y repudiada cultura pagana. En especial, Josué hizo
referencia a su religión corrompida y horrenda, pero no dejó fuera las relaciones
sociales. En el versículo, 12 hizo comentarios referentes al peligro de los matrimonios
mixtos, entre los hijos de Israel y los cananeos. En los años subsiguientes se vieron los
resultados catastróficos causados por los matrimonios mixtos del rey Salomón (1
Reyes 11:2–4). El pueblo de Israel tenía que recordar que en realidad era pueblo de
Dios, con todos los privilegios y las responsabilidades que acompañaban a esa
posición. El Señor nunca ha querido que esa línea entre lo divino y lo del mundo se
haga borrosa, sino que sea bien marcada.

“NO OS UNÁIS EN YUGO DESIGUAL CON


LOS INCRÉDULOS; PORQUE ¿QUÉ COMPAÑERISMO
TIENE LA JUSTICIA CON LA INJUSTICIA? ¿Y QUÉ
COMUNIÓN LA LUZ CON LAS TINIEBLAS?”
(2 Corintios 6:14).

El término “seguiréis” (v. 8) es traducción de la misma palabra hebrea que Dios usó
en Génesis 2:24 (traducida “se unirá” ahí). En ambas porciones parece que los
traductores no tomaron en cuenta la fuerza básica del término hebreo. Esa idea es la
de “unir con pegamento”. El marido debe estar bien pegado a su esposa y el pueblo de
Israel también debía estarlo a su Dios. Claro que el resultado natural de “estar pegado”
es que sigue unido, pero la palabra “seguiréis” de este versículo no tiene la misma
fuerza que el término hebreo.

“NO AMÉIS AL MUNDO, NI LAS COSAS QUE ESTÁN


EN EL MUNDO. SI ALGUNO AMA AL MUNDO, EL
AMOR DEL PADRE NO ESTÁ EN ÉL”
(1 Juan 2:15).

(3) Amar a Jehová (Josué 23:11). Es imposible amar a un Dios totalmente


desconocido. Josué ya había indicado que el pueblo debía prestar atención al mensaje
que Dios habí a dado a Moisés (23:6). Efectivamente la “ley” no consistía sólo de una
larga lista de quehaceres; en realidad revelaba el carácter de Jehová, el autor de la ley.
Es así que al pueblo le convenía conocer la ley para poder conocer a su autor; y
conocerle de veras, es enamorarse de él.

¡CUIDADO, HERMANOS!
Josué 23:13–16

Si se contaminaban con la cultura que les rodeaba, les traería consecuencias


horrendas. Con palabras muy gráficas, el autor describió el resultado de mezclarse: “…
os serán por lazo, por tropiezo, por azote para vuestros costados y por espinas para
vuestros ojos, hasta que perezcáis de esta buena tierra…” (Josué 23:13).
Hasta esa fecha no había faltado nada de lo que Jehová había prometido, pero con
la misma fidelidad a su palabra con que Dios trajo bendición, así también castigaría a
su pueblo si no le obedecía. El contexto era de no contaminarse con la cultura impía de
los cananeos.

PALABRAS FINALES
Josué 24:1–33

Repaso: Jehová lo hizo 24:1–13


“¡Jehová lo hizo!” La frase se repite a lo largo del libro, haciendo repetidas
referencias a lo que Dios había hecho. En parte, esto se hizo para que la gente
apreciara de nuevo la grandeza y bondad de su Dios. En parte también el repaso
animaría al pueblo a seguir adelante, confiando en ese Dios tan maravilloso.

El desafío: sólo Jehová 24:14–24


¡Cómo ha de haber dolido a Josué reconocerlo, pero había traición entre el pueblo!
La traición más nefanda, que si no era confrontada y eliminada, consumiría al pueblo
de Israel como un cáncer, despojándolo y destruyéndolo. ¡Idolatría! ¿Y eso? ¿Con todo
lo que Jehová había hecho? ¿De la maravillosa redención de su esclavitud; sus
cuidados en el desierto; sus muchos milagros; su protección; en fin, con tanta evidencia
de su amor y su poder? Y ¿después de todo eso, todavía algunos cargaban ídolos,
aquellos dioses inútiles de los egipcios? (Josué 24:14) Tristemente así fue.
Josué, celoso por la causa de Jehová, con gran convicción personal, y usando la
retórica que se esperaría de alguien de su calidad, ¡sacó a la luz la idolatría secreta!
Con la espada afilada del sarcasmo, ¡sugirió que el pueblo escogiera entre los dioses
de Egipto y los de los amorreos! Su propia afirmación, sin duda pronunciada en voz alta
y despacio, subrayando cada palabra, fue: “…¡pero yo y mi casa serviremos a Jehová!”
(Josué 24:15).

El pacto: Jehová siempre 24:25–28.


¡Otra vez un monumento! En esa ocasión, Josué colocó una piedra para celebrar el
pacto que el pueblo había hecho: “¡A Jehová serviremos!” (Josué 24:21 y 24). Claro
que esa afirmación emocionada brotó en un momento de fervor espiritual, pero estaban
siendo sinceros. No quería decir que cada generación judía desde ese momento en
adelante se sentiría igual. Efectivamente resultó que grandes cantidades de judíos
vivieron sirviendo a dioses ajenos. Sin embargo, a lo menos esos, en ese día frente a
Josué, así lo afirmaron, y Josué edificó el monumento para celebrar ese
acontecimiento.

¡El fin! Jehová servido 24:29–33


La jornada ya había terminado y a los 110 años edad murió Josué. A Dios sea la
gloria: “Y sirvió Israel a Jehová todo el tiempo de Josué…” (Josué 24:31). No está por
demás esa expresión que menciona los tiempos de Josué. Gracias damos a Dios por el
hombre que él escogió; que estuvo tan dispuesto a confiar en él, tan abnegado en su
servicio y tan celoso por su causa. Josué fue un siervo de Dios de proporciones
gigantescas.

Observaciones finales
1. El punto de vista divino es que la separación tiene dos direcciones: “de” y “para”.
El Señor Jesucristo proveyó una excelente illustración de esto cuando enseñó
que el creyente fue tomado del sistema dirigido por Satanás que se denomina “el
mundo” y enviado a ese mismo mundo (véase Juan 17). Pero la aplicación más
importante del principio reconoce que la separación “para” realmente consiste
apartarse de la vida anterior, para dedicarse Dios. Así como los utensilios del
templo llevaban una marca indicando que estaban apartados exclusivamente
para Dios y su servicio, así también el creyente. “¿O ignoráis… que no sois
vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en
vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:19–
20).
2. ¿Cómo era posible que habiendo experimentado la mano de Jehová de tal
manera y con tanta frecuencia, que algunos del pueblo todavía cargaran ídolos
paganos? Los que hemos leído la historia bíblica los criticamos por su
hipocresía, por su terquedad, por su rebeldía secreta, por lo que es al fin
tontería. Sin embargo, muchos son los creyentes de hoy con bastante
conocimiento bíblico y experiencia en la vida cristiana, teóricamente sanos en
teología, pero que todavía cargan con sus ídolos. El dinero, el trabajo, el
deporte, un amigo y aun la familia, pueden ser el estorbo, porque cualquier cosa
o persona que usurpa el lugar que Dios debe tener, es un ídolo. Entonces, el
reto de Josué también tiene aplicación al creyente de hoy.2

2 Platt, A. T. (1999). Estudios Bı́blicos ELA: Promesas y proezas de Dios (Josué) (pp. 5–115). Puebla, Pue.,
México: Ediciones Las Américas, A. C.

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