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La pelagra me hizo feliz

Era mi primer viaje de negocios a esa fría ciudad. La empresa ya tenía un hotel elegido para sus
trabajadores, me negaba internamente a dormir en un lugar ubicado en la montaña, la subida en
auto era mortal y la bajada aterradora o eso me habían contado. Al mirar por la ventana del avión
solo deseaba aterrizar de inmediato, solo se veía oscuridad y unas sombras interminables. El
aterrizaje pudo ser mejor, el dolor muscular hacía juego con el de cabeza. Un botones del hotel
me esperaba con el auto, es raro que te reconforte el hecho de que un extraño te espere en el
aeropuerto, tal vez se deba a que en mis tantos viajes nadie lo haya hecho…

La recepcionista, muy amable, me indicó donde quedaba el restaurante, no di más que unos
cuantos pasos, ya escogida la cena y minutos después ya en mi mesa el solo olor me hizo sonreír,
al primer bocado se disipó el dolor de cabeza y el impulso de menear los hombros al ritmo de la
música me sorprendió al darme cuenta de lo que mi cuerpo hizo sentí un frío eléctrico helar mis
huesos ¿Hace cuánto no disfrutaba de una comida? Una linda señorita me envió una botella de
vino con una nota “La vida es solo una, quisiera disfrutarla como usted” de nuevo esa ráfaga fría
dentro de mí me ataco —¿Hace cuánto no disfrutaba de una comida?—

Tomé las escaleras, hasta el quinto piso, mi corazón bombeaba tan rápido que pensé que el frío en
mis huesos se iría, pero se arraigaba más cada segundo. En la mesa, la botella, no dejaba de
mirarme, luchando hacia mis adentros por no dejarme vencer, ella ganó, estiré mi brazo, el que
aún tiene las marcas de las manchas que ella causó, un sorbo, dos sorbos, calidez invadiendo mi
cuerpo, felicidad, ira, impotencia. —yo puedo hacerlo 1,2,3… ¡Ahora!— La lancé hacia la pared. El
frío regresó.

La cama se convirtió en la incubadora de un bebé que no deja de llorar, mis ojos cedieron al
cansancio y le dieron espacio a mi mente de fantasear con la idea de ¿cómo sería mi vida si no la
hubiera malgastado?

Como si un balde de agua fría me hubiera caído, desperté pensando que me cogía la tarde.
Mirando a mi alrededor me topé con el paisaje, Salí al balcón; las luces de la ciudad aún
encendidas a pesar del notable resplandor, mis ojos se fascinaron con la majestuosa vista —las
estrellas bajaron— corrí a buscar una cámara, al regresar ya el sol empezó a salir y las luces se
habían apagado. —¿A caso se me hizo costumbre perderme las cosas importantes? —

La primera reunión tardó toda la mañana, luego el almuerzo para cerrar el contrato se extendió
hasta las 4p. M. No puedo creer lo mucho que me pagan solo por saber decir las cosas en el
momento justo y sonreír falsamente, cuando se debe sonreír, hago alguna de estas en el momento
equivocado y se va todo a la reverenda mierda. ¿Por qué con mi familia no supe decir y hacer las
cosas en el momento justo?

En mi carro atravieso la zona de las discotecas y recuerdo lo mucho que bailaba mi esposa, Caleña
tenía que ser, no hay un día que no piense en ella, así ha sido desde que la conocí en aquella fiesta
en el 97, ella me sacó a bailar y mis amigos no dejaban de bromear con que yo no tenía los huevos
para hacerlo y le tocó a ella. El sonido del pito del auto que está atrás me saca de mis recuerdos y
me obligo a conducir hasta el hotel. ¡Maldita montaña!

Entro al ascensor, la linda señorita está aquí

—¿Disfrutó el vino, señor?

—¿Suele regalar botellas a desconocidos, señorita?

—No, realmente. Usted se me pareció mucho a mi padre, podría jurar que son familia.

—Vea qué curioso, si mi hija hubiera nacido tuviera su edad.

—¿Qué edad cree que tengo?

—20, es obvio —levanté los hombros con simpleza.

—Tengo 25.

—Es decir, eres 5 años mayor a mi hija.

—Así es, este es mi piso, adiós— se dio la espalda rápidamente y se fue.

Sin darme cuenta habíamos subido hasta el catorceavo piso. Al llegar a mi habitación pude ver que
no hay ningún rastro de vino, me arrojé a la incubadora nuevamente, llorar por las noches se ha
convertido en parte de la rutina.

Me desperté a las 5.AM con ánimos de volver a ver las estrellas del cielo fusionándose con las
luces de la ciudad, allí hipnotizado me dieron las 6 AM. así que me fui al restaurante del hotel, un
grupo de personas que hablaban en otro idioma parecían tener una divertida conversación.

—Hola, ¡Señor! —escucho una voz femenina.

—Oh, hola, señorita.

—¿Por qué tiene esa mirada?

—Soñé con un recuerdo y me ha dejado muy compungido

—Compun… ¿Qué? Según mi lógica lingüística, ¿Se siente mal por algo?

—Así es, algo me persigue.

—¿Me lo podría contar mientras desayunamos?

—Después de eso usted no volverá a hablarme, se lo aseguro señorita.

—¿Qué puede ser tan malo?

—Verá, desde niño consumía alcohol y desarrollé alcoholemia…

—Perdóneme por la botella —tapaba su boca con las dos manos.


—No lo sabía usted, en fin, mi esposa, con 9 meses de embarazo, me esperaba para que fuera por
ella, por estar ebrio no estuve para ella, tomo un taxi el cual se accidentó —agacho la cabeza.

—¿No ha pensado que si las hubiera llevado usted hubieran muerto los tres? El destino es el
destino.

—Preferiría haber muerto y que ellas vivan.

—Nadie puede detener el destino y el hecho de que estés vivo no es decisión tuya. Perdón por
tutearlo.

—Ahora me dirá que ellas no quisieran verme así

—¡Exacto!

—Tomé ese consejo de alguien, por eso lo dejé, pero las consecuencias me persiguen, podría
suicidarme, pero sufrir por la pelagra es un pequeño precio a pagar.

—¿Que tiene qué?

—Una enfermedad tortuosa.

—¿Por qué no aprovecha su enfermad? Renuncie a su luto y dedíquese a encontrar a su esposa en


las pequeñas cosas de la vida, como ver por el balcón —con su mano señala algo.

Me giro a ver el punto que señala, no hay nada, al regresar mi vista a ella, me encuentro con una
silla vacía.

Me dirijo a la recepción a preguntar por la señorita, me dicen que se fue hace un segundo. Me
sentí aliviado, por un segundo pensé que todo había sido parte de mi imaginación.

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