Está en la página 1de 352

LURU

LURU
LURU

Capítulo 1
Había cosas que quizás no comprendía o quizás no lograría
comprender nunca. Pero de lo que sí estaba segura en aquel
entonces, era que si no lograba juntar dinero aquella noche
mientras trabaja como mesera, aunque sea unos centavos, me
iba a suicidar. Y no lo decía como un pensamiento que se me
había venido a la cabeza y luego lo olvidaría. Mi desesperación
era tan grande que las ganas de vivir se habían marchitado hace
ya tiempo, y no había algo que pudiera hacerme cambiar de
opinión.
Hace días no comía como una persona corriente. En el trabajo
donde estaba no me pagaban como debían. Sólo ganaba unos
treinta dólares al mes. Que, por cierto, ya se me habían agotado
y sólo me quedaba revolver en la basura de la casa de comida
rápida para poder rescatar algo para mi estómago.
Entre pagar los servicios de un departamento asqueroso y tratar
de comer, no había solución. Había logrado terminar la escuela
secundaria con bajas notas, ya que mi prioridad en aquel
entonces era tratar de comer, y no unas excelentes notas.
No tuve la oportunidad de pagar la Universidad, no tuve la
oportunidad de poder conseguir un empleo decente. Había
enviado millones de presentaciones laborales a diferentes
empleos.
Nunca me llamaron.
Conseguí el puesto de mesera una tarde de verano, cuando le
supliqué al dueño que me diera empleo, y tuve el descaro de
arrodillarme ante sus pies para poder obtener un sí de su
horrible y asquerosa boca de anciano. Walter no me agradaba,
era un hombre bajito, sin cabello y cascarrabias que se había
aprovechado de mi necesidad para arrojarme las horas extras

LURU
LURU

con pocos centavos de paga. Agradecía que me haya contratado,


pero eso no le daba el derecho a insultarme cada vez que hacía
algo mal en el trabajo.
Estaba destinada al fracaso, a morirme de hambre y saber que
nada mejoraría porque le había puesto esperanzas a mi vida y
eso no me había servido para nada.
Aquel día tenía planificado todo, mi carta de suicidio y donde me
colgaría, sobre unas tuberías resistentes con un cinturón
alrededor de mi cuello.
Sentía cierta melancolía por lo que estaba pensando, pero estaba
segura de llevarlo a cabo porque cuando me proponía algo, lo
hacía. Y sí, me propuse atentar contra mi vida aquella tarde.
Mientras que mi autoestima bajaba, el señor Walter se
encargaba de pisotearla cuando estaba en el suelo, con sus
asquerosos zapatos oscuros y que a veces pisaban excremento
que no se encargaba de limpiar, permitiendo que este se secara
con rapidez sobre su suela.
Entonces, volviendo a mi desastroso presente, aquella noche el
lugar de comida rápida estaba repleto de gente, niños por
doquier y mi paciencia a punto de no existir ya en mi interior.
Niños malcriados exigiéndole a sus padres que compren combos
infantiles que tenían un precio excesivo y que acabarían con su
economía. Padres que apuraban a las vendedoras para que se les
entregue su pedido, y yo allí, tomando ordenes en las mesas.
Aunque me decía a mí misma “disfruta el ultimo maldito día de
tu vida” también me decía “rómpele las piernas a la señora que
no para de rebajarte con la mirada”.
—...y por favor, cuatro sodas extra grandes con papas del mismo
tamaña. —me dijo aquella señora de cabello rubio
despampanante y que no paraba de masticar su chicle de una
manera tan ruidosa que me molestaba.

LURU
LURU

—Anotado. —le indiqué, mientras ponía un punto final en su


pedido.
Cuando estaba a punto de marcharme a la cocina, la señora tuvo
el descaro de tomarme de la muñeca, obligándome a que me
volviera hacía ella.
—¿Te encuentras bien? Estás pálida, niña. —me dijo, mirándome
con una gran lastima muy poco disimulada.
¿Cómo podía responder eso a una desconocida?
—Sí, no se preocupe. Sólo son las horas excesivas de trabajo
aplastándome como un camión —me reí con brevedad para
ponerle un poco de comedia a mi vida.
—¿Cuándo fue la última vez que comiste? —insistió, sin dejar de
sujetarme por la muñeca.
—Hoy a las siete de la mañana.
—¡Por todos los cielos! ¿Estuviste todo el día sin comer? ¿Es que
aquí no te pagan lo suficiente? —se escandalizó su marido, que
estaba sentado junto a ella.
Los dos niños que parecían ser hijos de la pareja, escuchaban
atentamente la conversación más incómoda de mi vida.
—Si digo mi sueldo pueden que me echen, señor. —me disculpé,
sintiendo mis mejillas acaloradas.
Una mano enorme se posó sobre mi hombro y me sobresalté al
sentir la presencia del señor Walter, quien se había unido
descaradamente a la charla. Me aparté para que me soltara.
—¿Sucede algo con la mesera, señores? ¿Les ha molestado su
servicio? —les preguntó él, con cierto tono de voz que era digno
de mi humillación.

LURU
LURU

—¿Usted le permite comer a sus empleados en sus horas libres?


—le preguntó el hombre, quien se había levantado de su asiento
para hacerle frente a la situación.
El hombre, cuyo cabello era oscuro, llevaba un tapado gris que le
llegaba a las rodillas y parecía rodar los cuarenta años, se
posicionó frente a Walter, quien parecía una hormiga ante la
presencia de aquel señor tan alto y grande.
Vi como Walter tragaba saliva de una manera nerviosa y me
echaba breve miradas fulminantes. Apoyé mi frente sobre mi
mano, suplicando que todo aquello no significara “estás
despedida”.
Aunque...en un par de horas me suicidaría así que estaba muerta
en vida de cierta forma.
—Nuestros empleados tienen dos horas libres para comer lo que
se les antoje. Este ámbito de trabajo es super sano, así que no se
preocupe por el bienestar de nuestros empleados que están en
las mejores condiciones. —soltó Walter, con una sonrisa
estúpidamente falsa y una tranquilidad fingida.
—Descarado.
La familia y Walter se volvieron hacía mí cuando mi mente me
había traicionado y había soltado esa palabra de una manera
inconsciente. Tragué saliva con fuerza y no sabía dónde
meterme. Aunque, aquella noche iba a suicidarme y no tenía
nada más que perder.
—¡Esas horas no existen, estamos siendo explotados
laboralmente por este señor calvo que se echa gases sobre sus
hamburguesas! —me animé a gritar frente a todos y aquel lugar
se había vuelto silencioso donde antes había un ruido
insoportable de gente hablando—. ¡No podemos comer, no nos
da una hora libre para descansar y si protestamos corres el

LURU
LURU

riesgo de que seas despedido!¡Tampoco nos permite ir al baño


en horario laboral! ¿Saben la última vez que he cagado?¡Sólo lo
hago por las noches, cuando llego a casa porque no nos permite
hacer nada!
—¡Ahora entiendo porque la caja de mi hamburguesa olía a
flatulencia de viejo! —gritó un cliente, asqueado.
Sentí la mirada furiosa, acalorada y que pedía ayuda sobre mí y
que provenía de mi estúpido jefe. Yo retrocedí unos cuantos
pasos hacia atrás, viendo como la mayoría de los clientes se
marchaban del sitio y otros empleados comenzaban a insultarlo
como si tuvieran ganas de hacerlo hace tiempo.
Desaté por detrás de mi nuca mi delantal rojo que tenía el logo
del local y también el nudo del mismo que rodeaba mi cintura. Lo
lancé al suelo y lo pisoteé, sin dejar de mirar a mi jefe que
parecía tener la intención de ahorcarme en cualquier momento.
—Gracias por nada. —escupí, yendo a la caja registradora y
sacando un par de billetes, llevándome la paga del mes sin
intención de hacer un conteo ante sus ojos.
Salí del local, en plena noche, con mi bolso oscuro colgado en mi
hombro y con ganas de llorar. Aquella situación al principio
parecía manejable, pero la cara de mi jefe seguía
merodeándome por la cabeza. Su cara roja, incluso su calva
cabeza y sus dientes apretados al igual que sus puños, mudo,
pero con tanta cara de amenaza hacía mí que seguro tendría
pesadillas...esperen, aquella noche era la última.
No habría pesadillas, no habría dolor alguno si hacía lo que tenía
en mente ya hace meses. Aquella noche me suicidaría, y no me
cansaba de repetírmelo como si algo en mí me recordara cuál era
mi destino.

LURU
LURU

Ya podía ver el nombre en mi tumba, y algunos familiares


lejanos, quizás algunos compañeros de la escuela. Creo que toda
mi vida se trató de juntar invitados para mi funeral.
Llegué a la parada de autobús y las ocho y punto se marcó en mi
teléfono móvil. Me senté sobre un pequeño asiento frio, oscuro
y miré a ambos lados de la calle, observando lo que sería la
última visión que tendría de aquella enorme ciudad.
Era interesante ver como una parte de New York era preciosa en
todos los sentidos, las luces extravagantes, la gente siempre
animada, el ruido de los autos pasar. Todo era atrapante, pero
no le daba sentido a mi vida.
No podía disfrutar del lujo que algunos tenían permitido, no
podía adquirir algún sentido que me convenciera en quedarme
en la tierra.
Lo que tenía pensado hacer era morirme, lo tenía planificado y
de cierta forma me sentía orgullosa de haber organizado ese
aspecto de mi miserable vida, por más grotesco que sonará eso,
era cierto.
El autobús llegó y me subí a él, el chófer me saludó, amigable a
través de su gorra y con una sonrisa, tenía aspecto asiático. Le
devolví la sonrisa débil. Me senté en el primer asiento que vi y
me dije a mí misma que mirara por última vez la ciudad, porque
sabía que después de aquella noche, no recordaría nada y mi
mente caería en un sueño profundo, de esos de los que nunca
despiertas y está la desesperación en saber si hay vida después
de la muerte.
Eso sería algo estúpido, no quería una vida por algo me iba a
suicidar, dah.
El apartamento en el que vivía tenía cinco pisos y era uno de los
más vulnerables que había en la lejanía del gran centro. Llegué y

LURU
LURU

acaricié a varios gatos que merodeaban por allí. Si fuera por mí


los hubiera adoptado ya hace tiempo, pero apenas podía darme
comida a mí misma. No quería condenar a un gato a mi suerte.
Subí las escaleras, con el cuerpo cansado y con tantas ganas de
comer que quizás, mordería a cualquier vecino para acallar a mi
estómago.
Con un suspiro, adentré en la cerradura la llave de mi
apartamento que tenía como número un siete dorado y mal
gastado por los años. Ingresé y prendí las luces. Hogar, dulce
hogar.
El apartamento no era bonito, tenía las paredes llenas de mohín
y despintadas, con la pintura vieja despegándose de la misma.
Había un televisor que solo tenía canales de aire y un sofá
bonito, pero súper incómodo, imposible dormir allí.
Algunos muebles habían venido con el apartamento, y no tuve la
suerte en ningún momento de cambiarlos. No tenía dinero,
mierda.
Dejé mi bolsa encima de la mesa y fui a la nevera, buscando algo
para comer. Si me iba a morir quería que sea con el estómago
lleno y el corazón contento. Así que me di el lujo de pedir
comida, y no tardé en tener una caja de pizza sobre la mesa y
una Coca Cola en botella.
Buen provecho, futura muerta.
La última cena había estado riquísima, una delicia sacada de la
caja registradora de mi ex empleo y tenía ganas de comer frente
a Walter para demostrarle que estaba comiendo en horas de
trabajo. Vete a la mierda, Walter.
Ordené toda la casa, con cierta melancolía y tuve la intensión de
dejar todo impecable (aunque todo fuese un asco) para que

LURU
LURU

cuando me encontrarán muerta, la casa estuviera en


condiciones.
Arreglé mi cama, lavé los platos sucios, barrí el suelo y
finalmente me di una ducha. Depilé mis axilas, y toda la parte del
cuerpo que tuviera un vello que me molestará.
Si iba a morir, también quería que sea depilada y con la piel
suave.
Salí con una toalla rodeándome el cuerpo y largué un largo
suspiro al ver qué ya tenía preparado el cinto sobre el colchón de
la cama. Me puse una ropa bastante cómoda y traje un banquillo
a la habitación en el cual subiría para poder atar el cinto sobre
uno de los caños gruesos que había en el techo. Un caño
bastante molesto ya que no sabía con exactitud qué es lo que
transportaba.
Todas las noches lo miraba y me preguntaba si resistiría mi peso
el día en el que colgará. Y aquella noche lo estaba por
comprobar.
Averiguando si tenía algo más que hacer en aquel mundo que no
me había dado nada, así que decidí subirme aquel banco (que
rogaba que no se rompiera) y me obligué a mí misma observar el
anochecer por última vez. La luz de la luna me brindaba aquella
caricia que nunca nadie me había dado y con un nudo en la
garganta quise echarme a llorar.
Supongo que así finalizaba la corta vida de una joven llamada
Ada Gray.
Rodeé con el cinturón mi cuello, sintiendo el cuero incómodo
sobre mi piel. Dios, que difícil era todo aquello. Cerré los ojos y
con un último suspiro, pateé el banco y al instante me colgué,
sintiendo como empezaba a cortarme la respiración y el cinturón
empezaba a rasparme el cuello.

LURU
LURU

Algo en mi quería desesperadamente salvarme y las arcadas


desesperadas, mis manos sudorosas tratando de sacarme el
cinturón, fueron una lucha desesperada. Quizás el cuerpo
humano quería sobrevivir, pero mi alma no.
Antes de que pudiera perder por completo la conciencia,
escuché que alguien pateó la puerta de la entrada con tal
escándalo que abrí los ojos de par en par, observando mis pies
descalzos que eran sacudidos por mí misma.
—¡Mierda!
El cinturón me hizo girar el cuerpo y cuando estaba a punto de
ser arrastrada por la muerte misma, un hombre que no pude ni
siquiera ver, pero si escuchar. Me levantó en el aire y me sacó
con desesperación el cinturón del cuello, con dedos nerviosos
acariciándolo.
Me desmayé por falta de oxígeno.

LURU
LURU

Capítulo 2
Mis sentidos comenzaron, de cierta forma, a activarse. Mis
manos entumecidas y el cuello ardiéndome de una manera tan
intensa que me hicieron pensar al instante que yo no estaba
muerta.
Una creencia mía consistía en que cuándo uno estaba muerto, la
existencia de un alma era errónea. Ya que los sentidos estaban
ligados al cuerpo y no al alma.
Eso me había hecho creer que no había logrado suicidarme. Y
poco a poco había empezado a recordar qué me había impedido
hacerlo.
Mis ojos se abrieron con lentitud y comencé a escuchar extraños
pasos por la casa, ruidos provenientes de la cocina. El choque de
utensilios, algo cocinándose en su propio jugo y el ruido del agua
correr de la canilla me hizo poner en estado de alerta.
Había alguien en la casa.
Me obligué a levantarme, aunque a la fatiga le importaba un
bledo que hubiera un asesino serial y tomé un paraguas cerrado
que estaba en la esquina de mi habitación. Mis ojos cayeron
sobre el techo en donde el cinto seguía colgado, demostrando mi
fracaso.
Me había dado cuenta que había amanecido y no me tomé la
molestia en averiguar qué hora era.
Con el paraguas en mi mano para apuñalar con la punta a
cualquiera, abrí la puerta despacio y la muy hija de perra me
delató por la falta de aceite en los tornillos de la misma, soltando
un rechinido tan horrible que quise patearla por ser tan
traicionera en aquella situación.

LURU
LURU

Salí al pasillo y cuando llegué a la entrada de la cocina, había un


hombre de espaldas a mí, cocinando en la sartén. Tenía una
sudadera con capucha oscura apretada a su cuerpo, haciendo
que sus músculos se aferraran a ella. Era enorme. Incluso tenía
unos pantalones de algodón grises, que le daban un
aspecto demasiado cómodo.
¿Cómo se suponía que podría pelear contra ese hombre tan
gigante?
—¡¿Quién eres y qué haces en mi cocina?!—grité a todo
pulmón.
Con mi paraguas en posición de darle un golpe en la nuca. El
hombre se dio la vuelta, dejándome ver su inmaculada belleza.
Hijo de la gran…era precioso.
—Oye, tranquila. No he venido a hacerte daño—soltó,
levantando las manos en son de paz y en una de ellas tenía una
espátula negra.
Una espátula que no era mía.
Lo miré de arriba abajo, observándolo atentamente y sin salir de
mi estado de alerta. Alto, cabello pelirrojo oscuro, y unos ojos
color caramelo fascinante, que tenían su propio brillo. Labios
finos, nariz chata y con cara de susto por atraparlo.
—¡Me estaba por suicidar y tú arruinaste todo! —carraspeé,
recordando que por culpa de él no estaba muerta.
—Te vi desde el otro lado del edificio. Mi ventana daba
exactamente a la tuya ¿Qué suponías que hiciera? ¿Ver cómo te
colgabas y dejarte morir? Dios, no.
Me fulminó con la mirada mientras le daba vuelta a las tiras de
tocino.

LURU
LURU

—Ahora si me disculpas, debes comer algo. Estás


extremadamente delgada, y cuando dormías te rugía el
estómago. Si no comes morirás, pero de hambre.
Parpadeé un par de veces, estupefacta.
—No sólo invades mi maldita privacidad, sino que, te tomas la
molestia de cocinar algo que no estaba en mi heladera y que
nunca podría comer por el maldito salario que tengo. Vete.
—No. No voy a permitir que te suicides y que yo cargue la culpa
de no poder salvarte.
—¡Eres un…!¡Tú no vas a decidir si voy a morir o no! No sabes
por todo lo que estoy…
Mi estómago rugiendo interrumpió mis palabras de una forma
tan brusca e inesperada qué ambos lo miramos y desee que me
tragara la tierra.
—Come y luego suicídate si quieres—carraspeó aquel hombre
que parecía estar cada vez más cerca de los veintisiete o treinta.
Dirigí la mirada hacia la puerta y grité un rotundo ¡No! Al ver qué
la cerradura se encontraba destrozada por la patada que él
mismo había pegado anoche.
—¡Me destrozaste la puerta! —chillé, al borde de las lágrimas—
No tengo dinero para repararla, ahora por tu culpa me echarán
del edificio.
Las ganas de llorar que tenía en aquel momento eran inmensas.
—Oh sí, porque creo que una mejor opción hubiera sido tocar y
decir: vecina, veo que se está por suicidar ¿me permite pasar por
favor para impedir ese acto horrible? —puso los ojos en blanco
mientras servía de forma calmada los tocinos y los huevos sobre
mis platos de plástico barato—. Siéntate.

LURU
LURU

De mala gana y sintiendo que aquella batalla la había ganado el


hambre, me senté de mala manera en la silla, mientras aquel
desconocido se encargaba de colocarme el desayuno frente a
mis narices. Él se sentó frente a mí, y no tardó en empezar a
desayunar, en silencio.
Debía admitir que era la primera vez que veía a un hombre tan
apuesto, en mi casa y haciéndome el desayuno.
—¿Cómo es tu nombre? —me preguntó, llevándose el vaso del
jugo de naranja a los labios y mirándome, curioso.
—Ada Grey.
Otra persona a la cual invitar a mi funeral, genial. Más personas
para que aquel entierro no se sienta tan solitario.
Él no podía protegerme por siempre, tarde o temprano se
marcharía de la casa y así podría llevar a cabo mi final.
—Nunca había oído un nombre como el tuyo. Interesante.
Voz gruesa y calma, todo lo que una chica desearía escuchar en
un susurro mientras te follan.
Asentí, sin darle demasiada importancia a su comentario
positivo. Le daba interés a algo ordinario como mi maldito
nombre. Seguro era psicólogo.
No tardé en empezar a desayunar y devorarme todo lo que él
había hecho por una imbécil como yo. Estaba tan hambrienta.
Disfrutando de mí desayuno, se escapó de lo más profundo de mi
garganta un gemido tan intenso que el hombre levantó la mirada
con los ojos bien abiertos y sorprendido. Tragando su desayuno a
la fuerza.
—Lo siento—me disculpé, sintiendo como mis mejillas se sentían
acaloradas.

LURU
LURU

—¿Hace cuánto que no comes, Ada? —me preguntó, entre


sorprendido y a la vez con un rostro que irradiaba lástima
dirigida a mí.
—Desde ayer a la mañana.
—Por todos los cielos—masculló, soltando la servilleta de papel
sobre la mesa y frotándose la frente, consternado—. No puedes
pasar tanto tiempo sin comer. Ahora entiendo porque estás tan
delgada, tus brazos están delgadísimos y tienes unas
ojeras horribles.
—Eso es asunto mío. No te he echado sólo por el simple hecho
de que estoy comiendo—murmuré, preguntándome a mí
misma por qué él seguía en la casa—. Al menos dime tu nombre.
Interrumpes mí suicidio y me preparas el desayuno como si nada
hubiera pasado, creo que merezco saberlo.
Sonrió a través de su servilleta, mientras se limpiaba las migas de
pan en la comisura de sus labios.
—Me llamo Max. Un gusto haberte salvado la vida, Ada Gray.
Puso la mano frente a mí, con la intención de esperar a ser
estrechada. Puse los ojos en blanco, correspondiéndole el
saludo.
—No quería ser salvada.
—Hubieras cerrado las cortinas.
—¿Disculpa?
—Si querías suicidarte sin llamar la atención de los
vecinos hubieras cerrado las cortinas.
—Detalle importante que se me ha escapado—carraspeé.
Tenía razón, él la tenía sin ninguna duda. Maldición.
—¿Por qué querías suicidarte?

LURU
LURU

Su pregunta tan íntima me tomó por sorpresa. Casi me ahogo


con un pedazo de tocino.
—No voy a responder a eso.
—Bueno, cómo no vas a responder, me veo obligado a tenerte
vigilada para que no vuelvas a atentar contra tu vida—apretó los
labios y se encogió de hombros.
Aquella situación se me estaba saliendo de las manos, terminé
mi desayuno en silencio y llevé los trastes al lavadero mientras
aún él seguía desayunando como si tuviera todo el tiempo del
mundo.
Me apoyé contra el lavabo, me crucé de brazos y lo miré con
mala cara.
—Tu cara no me va a sacar de la casa—soltó, con aire distraído y
sin mirarme, mientras continuaba comiendo.
—Debería, o creo que la policía sí lo hará.
—No si me encargo de llamar a personas que sean especialistas
en suicidio y decidan internarte.
—No tienes pruebas de que eso me ha ocurrido.
—Tu cuello rojo y marcado es prueba suficiente. —contratacó,
señalando con un gesto mi cuello.
Tragué saliva, dándome por vencida. Solté un suspiro, pensando
qué hacer con ese tal Max que había aparecido en mi vida
cuando menos me lo esperaba.
Como respuesta, el hombre me sonrió y tomó un último vaso de
jugo antes de llevar los trastes sucios al lavabo. Tuve que
apartarme antes de que nuestros brazos rosaran.
—¿Tienes empleo? ¿amigos? ¿Familia a la cual llamar en caso de
que yo no pueda quedarme contigo?

LURU
LURU

—No es necesario que te preocupes por mí. No lo necesito.


No iba a darle información personal a un extraño.
—Un acto suicida es el acto más enorme de ayuda. Créeme, me
necesitas. Perdón, quise decir, necesitas de alguien y creo que
haberte visto por la ventana ayer a la noche no fue casualidad.
—Maldición ¿ahora dirás qué fue el destino o alguna estupidez
como esa?
—Creo en todo lo que vea, y lo que vi ayer fue la casualidad, no
el destino.
Me quedó mirando un instante, como si intentara de descifrar
qué estaría pasando por mi cabeza.
—¿De dónde has salido, Max?
Sonrió nuevamente y se mordió el labio inferior.
—He salido del otro edificio para salvarte la vida, Ada Gray.
Max se encargó de limpiar mi hogar, tender mi cama y sacar el
cinturón de la cañería para que no intentara suicidarme otra vez.
Tuvo el descaro de esconder los cuchillos y todo lo que atentara
contra mi vida. Apenas me dirigía la palabra, ya que la mayoría
de las veces tenía el celular pegado a la oreja, hablando con
alguien sobre negocios y futuras inversiones. Me sorprendió
mucho que una persona como él, que aparentaba ser tan fresco
y tan peculiar, pareciera ser importante, ya que la mayoría de las
veces sonaba autoritaria, frio, distante.
Como si tuviera la obligación de dar órdenes a otras personas.
Parecía trabajar por teléfono.
Mientras yo permanecía acostada en la cama, mirando por la
ventana el cielo azul que ofrecía el día, Max merodeaba por la
casa, parloteando con otra persona detrás del celular. No sabía

LURU
LURU

por qué seguía aquí ¿acaso no tenía otra cosa mejor que hacer
que estar limpiando mi casa y procurando que coma?
Al rato, tocó la puerta y le permití el paso.
—Te he preparado un baño caliente. He venido por un par de
toallas para ti y ropa para cuando salgas de la ducha. —me dijo,
desde la puerta.
—¿Ya te he dicho que esto no es necesario? Estoy bien.
—No estás bien, no seas negadora con tu estado de ánimo.
—Me sentiría mejor si te marcharas de mi casa.
Max se echó a reír como si hubiera contado un chiste. Un chiste
que no parecía haber soltado. Fue directo hacia la única cajonera
que tenía en la habitación y comenzó a revisarla. Cuando vi que
llegó al cajón de mi ropa interior y tomó una braga color piel,
chillé.
—¡Hey, no toques eso!
Me levanté de un salto de la cama y le saqué de un tirón la
prenda, descolocada por ser tan confianzudo.
—No es algo que no haya visto antes. Es más, creo que le he
visto la misma braga a una chica con la que me acosté hace tres
días atrás —sonrió, sin importarle a mi perplejidad.
—Así que vas por ahí, recordando el color de las bragas que van
pasando por tu vida. Que interesante resultaste ser, Max.
—Puedo ser más interesante de lo que crees.
—Dime que no deje entrar a mi casa a un pervertido —temí.
—Para nada. No pretendo acosar a un ciervo asustado.
—¿Ciervo asustado?

LURU
LURU

—Tienes los ojos más enormes y delicados que he visto en mi


vida. Nunca he visto un color semejante al tuyo ¿son grises Ada?
Incluso si le presto más atención, puedo ver un color avellana en
su interior.
Lo miré, anonadada y vi cómo su rostro estaba a
escasos centímetros del mío, perdiéndome completamente.
Entonces, me di cuenta que...
—¡Estás usando tu táctica de conquistar mujeres conmigo! —
adiviné, entre una sonrisa y a la vez algo ofendida.
—Soy genial. El secreto está en mirarlas a los ojos y recorrérselos
con la mirada, hasta pasar directo a sus labios. Sencillo, pero
funciona.
Me eché a reír, asombrada.
Volvió a sacarme la braga de la mano, tomó un par de toallas y
escogió la ropa que creyó adecuada que usara. Ropa cómoda
gracias a Dios, me sacó de la habitación hasta dejarme en el
cuarto de baño.
—Báñate, y cuando salgas una deliciosa comida te estará
esperando. Te sorprenderá lo que pueden hacer estas manos.
Y sin que me permitiera protestar, me vi obligada a meterme a la
tina blanca y pequeña, comenzando a enjabonarme el cuerpo
con gran pesar. Seguía teniendo un enorme malestar en el
pecho, de esos que me decían que si seguía viviendo la estaría
pasando peor.
Si no hubiera sido por mi vecino, la policía estaría intentado
ingresar a la casa o quizás pasarían días cuando decidan ver qué
ocurre que no he salido del apartamento y por qué hay un olor a
putrefacción que invadía todo el pasillo del edificio y se
intensificaba cuando se pasaba por mi puerta.

LURU
LURU

Me hubiese gustado estar muerta, pero estaba disfrutando de la


compañía de una persona cuya intención era ayudarme. No sabía
exactamente qué ocurriría si él se marchaba luego, si volvería a
tener pensamientos negativos dominando mi mente.
Con el agua llegándome por la mitad de los pechos, atraje mis
piernas hacia ellos y me abracé las piernas, dejando caer
mi mentón en las rodillas.
No quería depender de nadie, ese era mi punto. Si lo hacía,
estaba sentenciada al fracaso, al cual siempre había estado
destinada.
—Ada ¿todo marcha bien?
La pregunta detrás de la puerta de Max me
sobresaltó, dándome cuenta de que ya había estado demasiado
tiempo en la tina.
—Sí, en seguida salgo.
Me lavé el cabello, lo enjuagué y salí, envolviéndome en las
toallas que Max había escogido. Me miré al espejo, tratando de
entender qué haría con mi vida si no tenía trabajo, estabilidad
económica y un sueño al cual perseguir, ya que tampoco tenía
motivaciones. Me sentía perdida.
Sequé mi cabello corto con la toalla, cada mechón blanco que
había en él. Había nacido con el cabello tan rubio que parecía
tener canas, un par de veces me había dado el gusto de poder
oscurecerlo para no parecer calva. El cabello me llegaba un poco
por arriba de los hombros y estaba tan pálida que daba
escalofríos.
Que hermoso era estar muerta en vida.

LURU
LURU

Me puse un pantalón de algodón gris, la braga y una remera de


tiras en los hombros oscura, tratando de evadir el sostén a toda
costa. Pretendía estar cómoda.
Observé mi reflejo por última vez antes de salir al pasillo y las
palabras “todo estará bien”, vinieron a mi mente. El peor
sentimiento era no saber si continuar o rendirse.
Max había pensado en todo, carne horneada con papas
rebajadas y fritas, con una ensalada de tomate y lechuga.
—¿En qué momento de la mañana fuiste a comprar todo esto?
—fue lo primero que le pregunté al ver lo que había preparado
—. No tengo dinero como para devolverte todo lo que gastaste.
Él se encontraba colocando los cubiertos a cada costado de los
platos y levantó la vista, al verme entrar.
—Cuando dormías. Aproveché ese instante para comprar todo lo
que sea necesario. No pretendo que me devuelvas el dinero, has
de cuenta que te he sacado a comer.
—¿Eso sería una cita? Interesante.
—No, Ada. Sólo he cocinado lo que hacen las casas de comida,
pero hacerlo es más barato. Siéntate ¿tomas vino? Porque yo sí.
Sirvió dos copas de vino y dejó la botella sobre la mesa mientras
me sentaba, observando todo lo que estaba haciendo por mí.
Otra vez nos quedamos frente a frente y comíamos en silencio.
Cada tanto le echaba un breve vistazo y lo
encontraba mirándome, pero cuando nuestras miradas se
encontraban, la evadíamos al instante.
—¿Cuántos años tienes? —me atreví a preguntarle.
—Treinta y cinco años.
Abrí los ojos, sorprendida.

LURU
LURU

—Creí que tu edad rodaba por debajo de los treinta.


—Gracias, lo tomaré cómo un alago. La vida siempre pasa
volando, un día tienes veintisiete, éxito y chicas y a los pocos
años estás buscando algo significativo para seguir viviendo. A
veces, jugar a ser una persona fuerte ya no resulta algo divertido
—soltó sin más, jugueteando con la comida con el tenedor —
¿Cuántos años tienes, Ada?
—Diecinueve años.
No fui la única en que se sorprendió por los números
mencionados. Él me miró como si yo le hubiera dicho algo peor
que mi edad.
—Demonios, no creí que fueras tan pequeña.
Se puso tan incomodo que tuve que calmarlo.
—Soy mayor de edad, no soy pequeña. No te preocupes.
—Ahora comprendo por qué creías que era un degenerado.
Siento mucho si te estoy incomodando estando aquí, mi
intención es ayudarte. —aclaró rápidamente, y veía como su
cuello comenzaba a ponerse rojo al igual que su rostro y se
removía en la silla.
Apoyé mi mano en la suya por encima de la mesa. Él se llevó la
sorpresa de aquel contacto físico y me miró, dejándolo quieto un
instante.
—Hiciste en pocas horas algo que nunca había hecho algo por
mí—le dije, con tanta sinceridad que se me quebró la voz. Retiré
mi mano y me llevé la comida a la boca, saboreando con gran
disfrute—Déjame decirte que esto está delicioso, Max.
Él se relajó y me sonrió, volviendo a tomar sus cubiertos para
retomar su comida.

LURU
LURU

Entonces, su teléfono sonó nuevamente y atendió, algo


frustrado.
—Felipe ¿cómo estás? No, ¿qué? ¿Era hoy? ...no, no tenía idea.
Sí, no sé...mi padre pretende que lo haga, pero yo sigo en modo
desconfianza... ¿en serio? Puede que invite a alguien... ¿sí?
Luego confirmaré mi presencia, es muy temprano aún. Sí,
...adiós.
Colgó la llamada y me miró, con gesto dudoso.
—Esa fue una llamada bastante corta. —le dije.
—No fue la llamada, sino el tema de conversación de la misma.
—¿A qué te refieres?
Tragó saliva antes de responder:
—¿Cuánto dinero puedo ofrecerte para que seas sólo por esta
noche, mi Sugar baby?
Fue inevitable que la comida resbalara de mi boca al plato.

LURU
LURU

Capítulo 3
No sabía exactamente qué decir, qué responder y qué pensar
sobre dicha propuesta que no sabía dónde iba.
—¿Qué es una Sugar baby? —Le pregunté, algo consternada por
dicho título puesto.
El rostro se le descompuso, echándose hacia atrás
inmediatamente con la propuesta.
—Mierda, lo siento. ¿Sabes qué? Mejor olvídalo, no debí
proponértelo.
Al principio creí que fingía arrepentimiento, pero estaba siendo
más sincero de lo que pensé.
—Si hay dinero de por medio, puedo ser incluso un perro. Puedo
ser lo que desees —insistí, sin ningún tipo de gracia en mi voz.
Max me miró a los ojos, rendido. Lanzó un largo suspiro y dijo:
—Una Sugar baby es una persona en una relación que recibe
mentoría, apoyo monetario, así como obsequios u otros
beneficios (o recursos) por participar en una relación. Puede
incluirse el contacto carnal o no, eso lo lleva a cabo la pareja en
ambas partes. Algunas personas incluyen en la relación follar o
...
Levanté la mano con la intención de que parara la
explicación. Asentí pausadamente, mirándolo con atención.
—¿Quieres que sea tu Sugar baby, Max?
—Sólo por esta noche. Habrá una fiesta importante organizada
por mis padres, entre amigos de ellos y los míos, creo. No sé muy
bien de qué se trata.
—¿Estás seguro que quieres llevar a una chica con poca
autoestima y pensamientos negativos que puede intentar

LURU
LURU

suicidarse nuevamente? —le pregunté, tratando de comprender


por qué me quería a mí.
—Es por eso que pensé en ti para poder llevarte. Podré
mantenerte vigilada, podrás salir a despejarte un poco, ventilar
tu mente de tus problemas y recibirás dinero por este enorme
favor, Ada.
—Si te sirve para obtener la calma, utilizaré parte del dinero para
ir a un psicólogo. Te haré un favor a ti y me harás un favor a mí.
Me miró, con su rostro lleno de sorpresa y se inclinó sobre la
mesa, tomando mis manos.
—Es un gran paso lo que acabas de decir, Ada. Estoy admirado.
Voy a conseguirte al mejor psicólogo de la ciudad, y yo me
ocuparé de costearlo, te ayudaran los mejores profesionales.
Su entusiasmo era contagioso. Me di cuenta tarde de que mis
ojos se habían llenado de lágrimas, borroneándome la vista.
—Hey, no llores por favor. —me dijo él rápidamente, con la voz
rota, arrastrando la silla a mi lado y con la intención de
abrazarme.
Me vi sacudida por las lágrimas y la sensación de vacío en mi
pecho volvió a resurgir, aunque el alivio por paz mental estaba a
la vuelta de la esquina.
Max pasó su brazo por mi hombro, con la intención de
abrazarme. Me resultó tan cálido tenerlo a mi lado, era extraño
sentir el contacto de un hombre tan gentil y amigable cómo él y
de cierta manera, se sentía bien. Max era reconfortante.
—No tenía dinero para pagarme un psicólogo y buscar ayuda—
confesé en un susurro, partida en dos.

LURU
LURU

—No estás sola y no volverás a estarlo, Ada. Eres y serás mi


amiga, yo estoy aquí para sacarte de la oscuridad, saldremos
adelante juntos. Te lo prometo.
Aunque sonara algo tonto o absurdo, aquella persona que tenía
a mi lado era la única con la que podía contar.
Me encargué de lavar las cosas que él había ensuciado para
cocinar, había utensilios que no eran míos y que claramente los
había traído de su apartamento. Yo no podría costear nunca las
ollas, los cubiertos y las copas que él había utilizado para
prepararme algo de comer.
Max realmente me había sorprendido.
¿Qué había sido ese momento tan melancólico? Seguro lo asusté
y pensaba que estaba tratando con una loca. No quería
atemorizarlo con lo que me estaba sucediendo por dentro, no
tenía la intención de que pensara mal de mí.
Max había sido muy agradable conmigo, no pretendía alejarlo.
—Haremos lo siguiente—me dijo él, posándose a mi lado
mientras lavaba los platos—. Esta noche se trata de una muy
especial, habrá personas muy importantes e incluso
inversionistas interesados en las acciones de mis padres. Habrá
comida gratis y bebidas por donde mires. Tendremos que ir de la
forma más presentables posibles, pero tú debes destacar, Ada
Gray.
—Haré lo mejor posible para que te sientas orgulloso de mí.
Compraré un vestido para no avergonzarte. Tengo algo de dinero
de mi ex empleo, me tomé la molestia de sacarlo yo misma de la
caja registradora—confesé, recordando la cara de Walter al
verme agarrar los billetes que me correspondían.

LURU
LURU

—¿Ese es el motivo por el cual querías suicidarte? —se


escandalizó Max—¿Por perder tu empleo? Ada puedo
conseguirte uno si quieres…
—No, tengo problemas más profundos que ese. Renunciar a mi
ex empleo fue la mejor opción que tuve. Es una casa de comidas
que se encuentra a un autobús de aquí. Mi jefe tenía la
costumbre de humillarte, acosarme y explotarme laboralmente.
Decidí renunciar, y ahora tendré que buscar uno ya que, querer
suicidarme, no ha funcionado—apreté los labios, algo enfadada
con la situación de rescate.
Percibí de reojo que él ponía mala cara cuando se lo conté,
incluso percibí como sus puños se apretaban e intentaba ocultar
su enojo hacía Walter. Era bonito saber que podíamos odiar a la
misma persona.
—Creo que hiciste muy bien en marcharte de un lugar donde no
se te respetaba.
—A veces hay que irse de ciertos lugares para lograr sanar—le
respondí, encogiéndome de hombros.
Enjuagué el último plato y él lo secó, guardándolo en una bolsa
de papel en donde lo había traído junto las demás cosas de
cocina.
—Yo me ocuparé del vestido y te compraré unos zapatos de
infierno—me dijo, entusiasmado y hasta creí que me estaba
imaginando en aquella mente tan divertida.
—¿Estás seguro que puedes comprar esas cosas?
—Ada, el dinero para mí es lo de menos. No te preocupes. No
sabes el enorme favor que me estás haciendo.
—Me alegra saber que sirvo para algo.

LURU
LURU

Me levantó el mentón y me obligó a mirarlo. El roce de su dedo


con mi piel me hizo estremecer de cierta forma. Nuestros ojos se
encontraron de una manera tan cálida.
—Tú eres más importante de lo que crees y muy valiosa. —me
dijo, con su voz tan suave y gruesa que me hacía sentir pequeña.
Sus palabras hicieron florecer una sonrisa en mis labios.
—Continúa diciéndome esas cosas y me las terminaré
creyendo, Max—me reí, apartando mi rostro de su dedo.
—De verdad, voy a demostrarte que eres valiosa y sensacional,
Ada Gray —me aseguró con un guiño de ojo y tomando sus
cosas—. Iré a trabajar, compraré ese vestido y esos zapatos que
tan bien te quedarán esta noche —Sonrió, tomando lo que le
pertenecía para marcharse y se paró en seco cuando llegó a la
puerta, poniendo mala cara—. También me ocuparé de arreglar
esta puerta—añadió.
—¡Deja de preocuparte por mí y vete a trabajar!
—Cómo usted ordene, señorita Gray. —con un gesto de saludo
militar donde sus dedos se posaban sobre su frente y luego los
despegaba de esta, se marchó.
Antes de que él cerrará torpemente la puerta que claramente no
cerraba, le grité:
—¡Espera! —él se detuvo, extrañado y esperando a que dijera
algo—. Gracias por todo lo que estás haciendo por mí.
Él me sonrió, con gesto tierno al verme y eso me hizo ruborizar.
—Gracias a ti por dejarme salvarte, amiga. Pasaré a las siete por
ti.
Sentí cierta satisfacción al poder lograr hacer un amigo. Era
bonito tener uno.

LURU
LURU

Eran las siete y punto, alguien tocó a la puerta. Tuve que retirar
la silla que estaba pegada a la puerta para que esta no se abriera
debido a que Max le había roto la cerradura y esta se abría sola.
—Sorpresa. —abrió los brazos de par en par, para que pudiera
contemplar su vestimenta y con un par de bolsas en sus manos.
No lo reconocí. Max llevaba el cabello pelirrojo arreglado, con un
pequeño hopo en la frente con gel y a los costados lo tenía bien
corto. Se había cortado el cabello y le quedaba genial. Sus ojos
caramelo irradiaban entusiasmo, tenía puesto un esmoquin
oscuro ajustado al cuerpo, haciendo lucir su cuerpo atlético, alto
y brazos musculosos. Era todo un muñeco mi nuevo amigo. Lo
que más me fascinaba era su rostro salpicado de pecas.
Sentí pena al instante al darme cuenta que no estaba tan
arreglada como él, sino que tenía la misma ropa puesta que
llevaba hoy a la mañana.
—Tú tan perfecto y yo sin arreglarme. Siento mucho que me
encuentres así. —admití, apenada.
—Eres belleza por naturaleza, Ada. Si eres fascinante sin
maquillaje o ropa elegante, puedo asegurar que verte con la ropa
que te he traído será una experiencia única, amiga mía.
—Hablas de una manera tan hermosa y extraña. Creo que
empiezo a sospechar que no naciste aquí, Max. —le dije,
permitiéndole el paso a mi horrible hogar.
Claramente él no encajaba en el mismo mundo que yo.
—Nací en Argentina y me mudé a New York junto con mi familia
a los trece años. Así que aprendí hablar de manera no tan fluida
aquí. Me queda mucho, mucho por aprender.
—¡Wow, Argentina! Que hermoso lo que me cuentas.

LURU
LURU

—Más hermoso es lo que te traje para esta noche, bella Ada —


dejó las bolsas con diferentes logotipos encima de la mesa
pequeña de la cocina y me miró, con una enorme sonrisa.
—¿Cuánto dinero gastaste, Max? —le pregunté, hundiendo mi
rostro en mis manos ya que reconocía las marcas de las bolsas y
sabía que cada cosa podría costar una fortuna.
—¿Puedes dejar de pensar en el monto de cada cosa que consigo
para ti? Relájate, amiga.
Me reí al escuchar otra vez la palabra “amiga” de su boca. Quizás
lo hacía para no hacerme sentir sola, para hacerme sentir
acompañada.
—Te daré privacidad para que puedas cambiarte, maquillarte y
hacer de ti una diosa—me dio las bolsas que torpemente tomé y
las pegué contra mi pecho, con los ojos bien abiertos—, muero
por verte con eso puesto.
Había intensidad en sus ojos, cierta curiosidad que me hacía
sentir extraña. Max era muy apuesto e intrigante.
—Haré lo posible para no decepcionarte. —susurré, y me marché
a mi habitación con tanta curiosidad por saber qué había elegido
para mí.
Cerré la puerta y dejé las bolsas sobre el colchón. Apreté los
labios, preguntándome cuál abriría primero. Opté por la bolsa
de Victoria’s Secret y me ruboricé, al borde de dejarla para otra
ocasión.
—¡¿Por qué me compraste ropa interior?! —le grité desde la
habitación.
Tardó en responder, y eso me intrigó.

LURU
LURU

—¡Por que daba la casualidad que justo pasaba por la tienda! No


te asustes, no tengo intenciones de llevar a la cama a mis amigas,
tómalo como un pequeño obsequio —respondió desde la sala.
—¡No quiero este tipo de regalos, Max! Es algo demasiado
íntimo.
—¡Anotado, lo siento!
No me permití abrirla, así que opté por otra bolsa, en la cual
encontré un precioso vestido que me dejó anonadada. Dios,
aquello era demasiado.
Se trataba de un vestido rojo, con un estilo corazón que
sostenían los pechos y de tiras muy finas del mismo color que se
lucían en los hombros. El vestido era tan largo que seguro me
llegaban a los pies, quizás con la intención de cubrir los zapatos.
Era tan hermoso y tan sencillo que era una mezcla perfecta de
elegancia.
Dejé cuidadosamente el vestido sobre la cama y me dediqué a
abrir la bolsa que contenía la caja de zapatos más hermosa del
mundo. Incluso la caja era hermosa, no podía imaginarme el
contenido.
Lo que imaginaba, zapatos rojos fuego con una tira que podría
ayudar a mantenerlos en mis pies y no caer. Agradecí con todo
mi corazón que no se tratara de unos zapatos de taco aguja, ya
que no sabía caminar con ellos.
Las otras bolsas contenían aretes colgantes color plata, collares
para elegir y puro maquillaje, como sombras de ojos, mascarillas
para las pestañas, labiales, delineadores...tantas cosas que me
sobrepasaron.
Max tocó la puerta, haciendo que me sobresaltara porque estaba
demasiado cautivada con todo lo que me había obsequiado.

LURU
LURU

—Me preocupa que estés demasiado callada, da señales de vida


por favor —mierda, sonaba preocupado.
—No me he suicidado, Max.
—¿Me dejas pasar?
—Sí.
Abrió la puerta despacio e ingresó, con una sonrisa y con sus
manos metidas en sus pantalones carísimos.
—¿Y? ¿Qué te ha parecido todo? —me preguntó—. Espero que
te haya gustado.
—Te pasaste, todo esto es...mucho para mí —confesé, haciendo
un gesto con la mano apuntando hacia las bolsas y la magnitud
que tenía todo aquello para mí.
—Bueno, hoy serás una Sugar baby para mí. De eso se trata este
“trabajo”, obtener obsequios por compañía —dijo, inquiriendo
esa palabra con comillas imaginarias realizadas con sus dedos —.
He llamado a uno de los mejores psicólogos de la ciudad, el
señor Fausto. Tienes cita el viernes, estamos a miércoles. La idea
es que el jueves descanses, esta noche puede ser que llegue a su
fin muy tarde. Yo pasaré a recogerte con mi chofer para llevarte.
—Espera ¿tienes chofer? Dios mío—me escandalicé—. Gracias
por localizar a un psicólogo, Max y pagarlo. Jamás me cansaré de
agradecértelo.
Y sin que él lo esperara, solté algunos maquillajes que tenía en
mis manos sobre el colchón y lo abracé, rodeándolo con mis
brazos alrededor de su cuello, haciendo puntas de pie y
hundiendo mi rostro en su pecho.
Eso lo tomó por sorpresa, lo supe porque su cuerpo se había
vuelto tenso, pero no tardó en corresponderme el
abrazo. Haciéndome sentir sus enormes manos sobre mi

LURU
LURU

pequeña espalda y apoyó íntimamente su mentón sobre mi


hombro, quedándonos así un instante.
Un abrazo podía ser tan reconfortante en los momentos difíciles.
Es como si el mismísimo Olimpo me hubiese enviado un hombro
en el cual llorar.
—Cámbiate, y sorpréndeme con tu belleza, Ada. —me soltó
como si fuese frágil y con una última sonrisa se marchó de la
habitación.
Listo, había terminado de prepararme y sólo había tardado una
hora y media. Me había dejado el cabello suelto, ya que lo tenía
liso, lamentablemente sin movimiento como tanto me gustaba
pero que nunca tuve.
Mirándome al espejo todo que tenía colgado en la pared de mi
habitación y que había encontrado en la calle, me observé a mí
misma, intentando reconocerme. Mi rostro, maquillado,
destacando con simpleza y el vestido que dejaba al descubierto
el escote de mis senos. No me reconocí, buscaba a Ada y no la
hallaba.
La noche quería asomarse en la ciudad y me hacía verla desde mi
ventana. Seguro a mi cuerpo le estarían haciendo pericias y
toqueteándolo, muerto, si me hubiese suicidado.
Tomé mi bolso de mano, que contenía mi celular y las llaves del
apartamento, y algunos maquillajes por si necesitaba retocar mi
rostro.
—Madre mía.
Fueron las palabras provenientes de los labios de Max. Me miró
de arriba abajo, haciéndome sentir que toda ternura proveniente
de su rostro había desaparecido, suplantándolo por lo que
parecía el deseo de un hombre. No debía olvidarme que Max

LURU
LURU

tenía treinta y cinco años, era demasiado mayor para una chica
de diecinueve.
Aunque, a decir verdad, parecía más joven de lo que gritaba su
edad.
—Estás bellísima, Ada Gray —soltó, con aire admirado.
—No, lo que me has regalado me ha vuelto guapa, Max.
Tomó mi mano y me hizo dar una vuelta, dicho acto me hizo
ruborizar.
—Trataré de sacar a flote tu belleza lo que más pueda. Me
declaro un gran admirador tuyo, amiga mía—me dijo, cuando
nuestros rostros quedaron finalmente frente a frente.
—¿Realmente crees que soy bonita?
Como respuesta, me dio un casto beso en la frente. Dicho gesto
me tomó por sorpresa.
—Que se congelé el infierno si miento—me susurró al
oído, provocándome un fuerte escalofrío que recorría
inmediatamente mi cuerpo. Le sonreí como respuesta—.
Estamos listos ¿no?
—Más que listos, amigo mío.
Cuando llegamos a la entrada de mi edificio, me paré en seco y él
me miró, con el entrecejo fruncido.
—Sabes que estoy depositando toda mi confianza en ti ¿no es
verdad? —le pregunté, algo temerosa—. Literalmente me estoy
marchando con un desconocido, a una fiesta rodeada de gente
que no conozco. Tampoco sé si realmente vamos a una fiesta y
no a un callejón.
Siempre llevaba una navaja conmigo a todos lados, en caso de
que necesitará defenderme de algún imbécil que decidiera

LURU
LURU

acosarme. Sociedad patriarcal que no hace nada por defender a


una mujer.
—Te juro que no pretendo ponerte en una situación arriesgada,
Ada. Puedes confiar en mí, prometo no defraudarte. Aunque
suene extraño, te estoy llevando a conocer a mi familia. Nunca
les he presentado a nadie.
Una confesión inesperada. Arqueé una ceja.
—¿En serio crees que voy a tragarme eso, Max?
Se llevó una mano al pecho y levantó el mentón, con una
agradable sonrisa.
—Trágatelo porque es verdad. No suelo llevar a mujeres a la casa
de mis padres.
Posó una mano en mí espalda y ambos salimos del edificio. Una
camioneta negra nos estaba esperando fuera, con la luz de la
luna ya iluminándonos. El clima era agradablemente cálido.
—¿Y por qué llevas a una Sugar baby a la casa de tus padres?
Max abrió la puerta trasera del coche, ayudándome a subir. Por
lo que pude ver, alguien se encargaba de manejarlo y no él.
—Ahora te lo explico.
En cuanto me metí, cerró la puerta. Unos minutos a solas dentro
del auto me hicieron pensar que aquella oferta de ser
una Sugar baby era muy tentadora. Quizás así podría saldar mi
universidad y tener una profesión a la cual dedicarme. El oscuro
coche me hizo sentir algo incómoda, y no paraba de respirar
aquel olor a cuero.
Max rodeó el coche y subió, ya que primero le dijo algo al chófer
que no pude oír. Cerró la puerta y me miró, volviendo a poner su
atención en mí.

LURU
LURU

—Aunque te suene loco, tanto mi padre como mi madre tienen a


su Sugar. Ambos manifestaron que se aman, pero a veces
necesitan salir con otras personas, conocer gente nueva. Los dos
me han dicho que tener un Sugar cada uno los ha ayudado como
pareja. Así que, esta noche se hará una reunión especial para
conocerlos.
No sabía si tomar eso como una relación sana o algo más
terrorífico.
—¿Y tus padres te obligan a llevar a una Sugar baby?
Se le endureció el gesto y apartó la mirada. El coche arrancó y se
puso en marcha.
—Mi padre insistió tanto en este tema que me ha vuelto loco. Es
horrible recibir llamadas telefónicas de tus padres a las tres de la
mañana y que te comenten todo el tiempo lo fantástico que es
tener una relación así—soltó, en seco—. Me faltan cinco años
para ser un verdadero Sugar Daddy, es por eso que insisten a qué
pruebe este tipo de relaciones.
—¿No puedes simplemente ignorarlos y ya?
—No, es por eso que esta noche te haré pasar por
una Sugar baby para que crean que realmente tengo este tipo de
relación.
—Me resulta extraño que recurras a mí y no a tus conocidas.
Me miró de hito en hito, cómo si hubiera dicho algo fuera de
lugar.
—¿Y que se peguen a mi cómo chicle? Si yo les digo que
es sólo por una noche, continuarán insistiendo en querer ser
una por el resto de sus vidas. Son capaz de arruinarme
monetariamente, cuando te metes en un círculo así, debes saber
en quién confiar. Cualquiera puede decirte que es

LURU
LURU

un Sugar Daddy y quizás su intención es explotarte


sexualmente.
Entonces era más arriesgado de lo que pensaba.
—Pero eso no explica por qué a mí.
—Favor por favor.
—Eso ya me ha quedado en claro —rodé los ojos —. Pero eso no
te asegura nada. Quizás puedo ser el peor chicle que se te puede
pegar por el resto de tu vida.
Me fulminó con la mirada.
—Espero que estés bromeando.
Me eché a reír, pero me di cuenta que aquel comentario no le
había hecho gracia. Público difícil el de aquella noche, señores.
—No quiero tu dinero, Max ¡No soy esa clase de persona, lo
acepto sólo porque lo tomo como un trabajo! Favor por favor—
exclamé al instante, cruzándome de brazos.
—Ya, lo sé, lo pillo. Pero no puedes negarme que ser
una Sugar baby no es algo tentador.
—Sí, lo es —admití, sacando una pelusa imaginaria en el vestido
con mis torpes dedos.
Me miró fijamente a los ojos, llenos de frialdad y tomó mi mano
que había posado recientemente encima del asiento del auto.
—Ada, si esta noche uno de los señores o señoras te ofrecen este
tipo de relación. No aceptes, tú no sabes quiénes son y qué
quieren de ti. Prefiero ser yo el que te escoja un buen candidato
que cumpla tus términos y no el de ellos. Esto no es una broma.
Su voz distante y seca me había hecho entender que hablaba
muy en serio, me hizo estremecer.

LURU
LURU

—No haré nada que te haga enfadar —le susurré.


Asintió y volvió la vista hacia la ventana. Yo lo imité. Era gracioso
pensar que, aunque ambos estuviéramos merodeando en
nuestros pensamientos, nuestras manos continuaban uno
encima de la otra.
Decidí mandarle un mensaje de texto a Hardy, mi vecino, para
ver si todo marchaba bien en mi apartamento. Debido a la fuerte
patada que Max lanzó contra ella para ingresar, la puerta
parecía giratoria así que no tuve más remedio a qué alguien
vigilara el apartamento hasta que yo regresará y así, podría
contratar a alguien que arreglará la cerradura.
Cuando me di cuenta, el coche aparcó frente un portón alto y
oscuro, que hacía la unión entre dos muros de ligustrina. Las
luces de la calle iluminaban su camino, haciéndome comprender
que el terreno era inmenso y se perdía en algún punto de la
calle.
Luego de un momento, el portón se abrió de par en par y el auto
accedió con lentitud. No pude ver demasiado detalles sobre el
gigantesco jardín delantero ya que, el vidrio del coche estaba
polarizo.
Me sentía algo nerviosa, tímida y no sabía exactamente dónde
me estaba metiendo. El auto aparcó junto a otros que ya se
encontraban estacionados.
—Permíteme, te ayudaré a bajar—me dijo Max, tan atento como
siempre.
Abrió la puerta, rodeó el coche y abrió la mía, mientras yo
tomaba mi bolso, en silencio.
—Demasiado callada. Seguro sigues sin confiar en mí, ciervito.
—El termino ciervito comienza a irritarme.

LURU
LURU

—Me alegra saber que te afecto en algo y que aún no saliste


corriendo. —se rió, ofreciéndome su brazo para sujetarme de él.
Le sonreí y ambos comenzamos a caminar en dirección a la
enorme e inmaculada mansión que tenía frente a mis ojos. Tuve
que impedir que mi boca se abriera para disimular lo
impresionante que era. Las luces ahora iluminaban el jardín, el
camino de piedras blancas que llegaban hasta las escaleras de la
entrada de incontables escalones blancos (toda la casa era de
ese tono) y había tantas ventanas que perdí la cuenta al
instante.
Vi cómo Max desbloqueaba su celular y le mandaba un mensaje
a alguien. Aparté la mirada al instante, no quería que pensara
que me gustaba meter la nariz dónde no correspondía.
—Les estoy avisando a mis padres que abran la puerta antes de
llegar a ella, ya que son algo mayores y podrían tardar en
abrirnos. —me explicó sin que le preguntara.
—De acuerdo.
Cuando llegamos a la puerta, me miró de arriba abajo y me
sonrió, con los ojos chispeantes.
—Estás tan hermosa—me dijo y yo sentí cosquillas en el
estómago.
—Todo por ti, amigo.
Sus ojos viajaron a mis labios y luego subieron a los míos
nuevamente. Mis mejillas se ruborizaron y aparté la mirada de la
intensidad de la suya. Parecía que estaba por decir algo, pero la
puerta se abrió.
Una mujer de cabello canoso y largo, con un precioso collar que
destacaba más que ella, se hizo presenten. Una sonrisa se
expandió en su rostro apenas vio al hombre que tenía en frente.

LURU
LURU

—¡Hola Maximiliano! —lo saludó ella, abrazándolo y él


permanecía tenso en su lugar, con sus
labios apretados y mirándome mientras se encogía de
hombros—. Me alegra verte, hijo.
La mujer puso su atención en mí y su rostro pasó de ser alegría
a extrañeza.
—Ella es Ada Gray, amiga mía, madre.
La mujer me saludó con dos escasos besos en cada mejilla, sin
decir una palabra.
—Ella es…—le dijo en voz baja a él, como si yo no la escuchará.
—Ella es lo que querían que trajera esta noche. Veo que tu
rostro no demuestra entusiasmo, mamá.
—Un gusto conocerla. —le dije a la madre de Max, tratando de
salvar aquella situación tan incómoda y confusa que se había
instalado entre los tres.
La mujer me miró de arriba abajo, como si fuera basura pura.
Mierda. Quería darle una bofetada por ser tan arrogante. Mi
ánimo y mis expectativas empezaron a bajar.
—La idea de esta noche era conocer el futuro gasto monetario
de nuestro hijo. Por lo menos conseguiste a una joven con rostro
de muñeca y cuerpo de universitaria—espetó ella, con cierto
recelo.
Max se puso a la defensiva al instante.
—¡Mamá, por todos los cielos! —exclamó, consternado—. Tú y
papá querían conocerla. Te la presento y la miras de una forma
tan asquerosa que me ofende.
Quería que me tragara la tierra. Sino me pagarán por ello, ya me
hubiera marchado con la dignidad entre mis brazos.

LURU
LURU

—Qué más da. Pasen—carraspeó ella, permitiéndonos el paso.


—Por favor, no huyas. Es sólo por esta noche—me susurró Max
tan bajito que apenas logré oírlo.
—Deberás aumentarme el sueldo—bromeé.
Tomó mi mano y evadió una sonrisa, ocultándolo detrás de su
otro puño.
Aquella sería la noche más larga de mi vida.
La casa de los padres de Max era tan elegante que me recordé a
mí misma que estaba presentable para la ocasión y no con la
ropa de telas desgastadas que tenía hace pocas horas en el
apartamento. Candelabros hermosos, pisos inmaculados y
encerados, personas vestidas con tanta elegancia que brillaban
por sí solas, con copas en sus manos y risas seguramente falsas,
invadían el lugar.
Max saludaba a su paso a cada una, con un gesto de cabeza y
levantando su mano, manteniendo la distancia.
—Ejecutivos, jueces y juezas, dueños de algunas empresas
importante. Cualquiera de aquí tiene dinero suficiente como
para ofrecerte ser su Sugar baby. Algunas de estas personas me
dan asco—me comentó Max, mientras íbamos a algún sitio.
—¿Tanto miedo tienes de perderme? —le dije, con gracia en mi
voz.
—Mi miedo es que recibas una oferta tan tentadora que te
ponga en peligro—soltó, en seco.
—No soy estúpida, Max—le respondí con el mismo tono de
voz—. De todas las personas que están aquí, te obedezco a ti.
—Ven, te presentaré a mi padre.

LURU
LURU

Nos acercamos a un señor de traje oscuro, algo regordete y de


baja estatura, que estaba de espalda a nosotros, hablaba
animadamente con otras personas.
—¿Papá?
El hombre se dio vuelta y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Las
piernas comenzaron a temblarme, sintiendo como estas se
volvían gelatina, la respiración se volvió una gran dificultar y el
mundo se había caído sobre mis pies.
El padre de Max era Walter, mi ex jefe.

LURU
LURU

Capítulo 4
—¡Tú! ¡¿Cómo te atreves a presentarte con esos harapos y junto
a mi hijo?!
Sus ojos color mierda me desvistieron con la mirada y la sorpresa
de su rostro fue grato de grabarla y pasarla en una pantalla
grande. La furia lo dominó y su asqueroso rostro que tanto
recordaba y me daba pesadillas por la noche, me hicieron sentir
pequeña. Lo miré a Max y luego a él, levanté mi vestido rojo y
salí de allí, con el corazón congelado, aterrado.
—¡Ada! —Escuché gritar a Max, detrás de mí.
Tomé a las voladas de una bandeja una copa de algo que rogaba
que tuviera alcohol y comencé a ingerirla descaradamente,
mientras me abría paso entre la gente ricachona.
Subí las escaleras que se abrían en dos pasillos, tomando el
pasillo número uno, en busca de un baño en el cual
refugiarme. Encontré lo que parecía uno y abrí la puerta de
madera oscura, encontrándome una escena tan intensa que me
dejó los pelos de punta.
La madre de Max estaba con las manos sobre el lava manos,
separadas mientras su frente estaba pegada contra el espejo,
ahogando gemidos mientras un joven de unos veinticinco años,
moreno y de gran contextura física, le levantaba el vestido
plateado para penetrarla salvajemente mientras los pechos
descubiertos de ella rebotaban con gran intensidad.
Ambos levantaron la mirada hacía mí, con los ojos bien abiertos.
—Oh mi Dios ¡cómo lo siento! —exclamé, con las
mejillas ardiéndome y cerrando rápidamente la puerta.
—¡Maldi...! —fue lo único que le escuché decir a la madre de
Max antes de cerrar la puerta.

LURU
LURU

Mierda, mierda, mierda. Desesperada, busqué otra habitación en


la cual refugiarme y así poder calmarme. Piensa en mariposas y
no en la vieja en la que están follando, piensa en mariposas y no
en la vieja a la que están follando.
Fui hacia la última puerta del pasillo y gracias a Dios, toqué la
puerta antes de entrar, segura de que no había nadie. Me topé
con el cuarto de limpieza que era mucho más grande que mi
cocina. Prendí la luz y cerré la puerta, apoyando mi espalda
contra la puerta. Situación que no merecía apreciar, mierda.
—Dios, preferiría estar muerta —sentencié en voz alta, cerrando
los ojos y sintiendo como mi cabello se pegaba a mi frente por el
sudor de la adrenalina y los nervios.
—¿Ada? ¿Estás ahí?
La voz de Max detrás de la puerta retumbó en mis oídos.
—¡No!
Escuché un suspiro, supuse que estaba aliviado por
encontrarme.
—Vamos, abre la puerta.
—Necesito estar a solas un momento, Max —
inquirí, llevándome las manos a la cara, superada por la
situación.
No le importaron mis palabras, ya que volteó la manija de la
puerta y la abrió, haciendo que me apartara bruscamente de
ella.
—¿Qué demonios ha sido lo de allí abajo? ¿Por qué saliste
corriendo como si hubieras visto un fantasma?
Parecía sacado de quicio, incluso su pajarita estaba chueca.

LURU
LURU

—Tu padre era mi jefe en el sitio de comida rápida ubicado en


una de las calles más prestigiadas de New York, del cual
renuncié. Es el que me maltrataba psicológicamente y gracias a
dios no llegó a ser algo físico.
El rostro se le desfiguró, apoyando su cuerpo en el estante más
cercano y mirándome, perplejo.
—¿Tú eras la chica que salió en el periódico por humillarlo y que
casi recibe una demanda? —la voz fría y distante fue lo que me
partió el corazón.
—¿Humillarlo?¡Él fue el maldito que desbordó el vaso para que
yo tomara la decisión de suicidarme, Max! —grité, con la voz
temblorosa y al borde de las lágrimas— Se te mete en la cabeza
con sus crueles palabras, ¡tanto que llegas a creértelas y te
desgarra!¡Él es un hijo de la mierda que destruye hasta lo más
hermoso! —confesé, sintiendo la colera superarme.
Se quedó en silencio, con la boca algo entreabierta y sin saber
qué decir. Me temblaba el cuerpo como si hiciera frio, el sudor
en mí había bajado la temperatura.
Lo miré, destrozada.
—Entenderé si ya no quieres hablar conmigo o verme. Siempre
los hijos se ponen del lado de su padre por más situación horrible
que ellos hicieran —dije, sin ánimos de nada.
Felicitaciones Ada, tu única oportunidad de tener una vida mejor
había sido eliminada por tu cobardía y la desconfianza que te
tienes ti misma.
—Mi padre solía golpearme con su puño cerrado en el rostro —
comenzó a decir, con un gran rencor saboreando su boca y
desviando la mirada hacia algún punto del cuarto—, y una vez
fue tan fuerte el golpe que caí por las escaleras que acabas de
subir. Mi madre no estaba, cuando regresó le pidió una

LURU
LURU

explicación y este culpó a la niñera, a quien despidieron de


inmediato. Yo tenía trece años. Los traumas me los ha generado.
Me quedé sin algo que decir. Había soltado eso con tanto pesar y
como si le hubiese costado hacerlo. No podía imaginarme cómo
Walter podía herir a alguien como Max, quien me había
demostrado que no tenía maldad pura hacía mí persona.
Volví abrazarlo, en silencio. Era extraño estar allí, en esa
habitación que apenas era iluminada y que olía a diversos
aromatizantes para suelo.
—Ahora entiendo por qué reaccionó así cuando te vio, Ada. Creo
que no te enteraste, pero quiero avisarte que cerraron su local
en esa calle, ya que todos los empleados renunciaron y ahora él
está mal visto. Tiene en su totalidad cinco comercios de comida
rápido, luego tiene otras empresas a su nombre con el cual
factura buen dinero. Yo soy jefe de una de ellas.
Imaginándome a Walter siendo un fracaso, era la mejor
sensación de satisfacción que alguien me hubiese dado. Sonreí y
reí a carcajadas por dentro. Era fantástico.
—¿A qué te dedicas exactamente, Max? —le
pregunté, apartándome y cambiando de tema.
No quería que supiera que era tan cariñosa y apegada cuando
solía tener amigos.
—¿Y si mejor no hablamos de trabajo y nos concentramos en
emborracharnos? —propuso.
—Ahora sí nos vamos entendiendo, Max.
Me dio un beso en la mejilla y su barba muy poco rasurada me
pinchó, provocándome una leve cosquilla en la piel. Me tomó de
la mano y salimos del cuarto. Al mismo tiempo, la madre de Max
salía del baño, pero sin el joven que cochinamente la

LURU
LURU

acompañaba. Fue de lo más incómodo cruzar mirada con ella.


Me miró mal y luego dirigió su atención a su hijo.
—Follar en el cuarto de limpieza es de lo más antiguo que se ha
visto. La próxima busquen un lugar mejor—le espetó ella.
Max soltó el aliento, claramente fastidiado por su comentario
tan fuera de lugar que incluso a mí me sorprendió.
—¿Qué?¡Nosotros…!
—Créame que follar allí nunca pasa de moda, señora—lo
interrumpí, entrelazando mi mano con la de él, con la intención
de seguir caminando.
Ella se nos puso en frente, atrasándonos el paso, molesta.
—No la quiero a ella como tu Sugar baby, Maximiliano—le dijo a
su hijo, en modo de protesta—. No luego de lo que me ha
contado tu padre. Por culpa de esta mosca muerta, perdimos
una de las sucursales más transitada de New York.
Mierda, no sabía que fuera tan sincera frente a mis narices. Esas
cosas se hablaban a puertas cerradas, sin embargo, había
logrado que todo mi enojo floreciera y me dieran ganas de
escupirle en la cara.
—¡Ella tuvo sus motivos para hacer semejante escándalo,
mamá!
—¡No la quiero aquí! —le gritó la vieja, hecha una furia.
—Me iré y no volverá a verme la cara. Tampoco tengo ganas de
estar aquí. —escupí, soltando la mano de Max para aferrar
las manos a mi vestido y así irme más rápido.
Maldita casa de locos.
—¡Siempre arruinas todo, madura! —escuché que le dijo
Max, furioso—Querían que traiga a una Sugar baby, insistieron

LURU
LURU

como bestias ¿Y ahora te rehúsas a aceptarla? Eres exasperante,


mamá.
Bajé las escaleras, tomando otra copa con champagne de un
mesero que pasaba ofreciéndolas y así humedecer mi boca. Las
personas continuaban ajenas al asunto, disfrutando de la música
clásica que sonaba, charlas falsas y sonrisas modestias. Llegué al
final de la escalera y dejé la copa vacía en una de las bandejas
de plata a mi alcance.
Me fui a la mesa de comida porque ya estaba
hambrienta, importándome un bledo que la gente se me
quedara mirando, ya que se daban cuenta que yo no era parte
de su estúpida comunidad.
—Tienes incluso el descaro de presentarte aquí y comer de mi
comida.
Me di la vuelta, encontrándome con mí peor pesadilla.
—Nos volvemos a ver, querido Walter —musité, tomando otra
copa para bajar el bocadillo atorado en mi garganta.
Se acercó a mí y acercó sus asquerosos labios a mi oído,
haciéndome sentir su perfume agrio, asqueroso. Quise
retroceder, pero la mesa que tenía detrás me detenía.
—Pedazo de puta, eso es lo que eres. Nunca llegarás a
nada, arrastrada y caza fortunas, te voy a hacer chuparme la
polla…
Sin pensarlo dos veces le lancé el champagne en el pecho,
empapando con el contenido el estúpido esmoquin.
—¡Ojalá te mueras, hijo de la mierda! —lloré, con la
boca temblorosa.
La música se detuvo y exclamaciones y ahogos de asombro
predominaron el lugar. Walter se quedó helado, mirando su

LURU
LURU

pecho empapando y el enfado lo invadió de tal manera que


cuando vi que estuvo por levantar la mano para
abofetearme, Max se interpuso al instante, atajando su brazo
con su enorme mano.
Max era el triple de grande que él.
—Ni se te ocurra, papá —masculló Max, con los dientes
apretados y con las venas marcándole el cuello.
Walter zafó del agarre de su hijo y lo miró, enfurecido, sin decir
nada.
—Vámonos, Ada—sentenció Max, tomando una bandeja de
bocadillos al paso y una botella cerrada de vino blanco que había
sobre la mesa.
¿Llevarse la comida era necesario, Max? Ay Dios mío.
Miré a Walter por última vez, con la barbilla levantada y con una
ceja arqueada, disfrutando de aquel momento que, para mí, era
triunfo puro.

LURU
LURU

Capítulo 5
El mismo auto oscuro nos llevó de nuevo a mi apartamento. Max
prefirió optar por el silencio absoluto, sumido en sus
pensamientos y aquella actitud rara se me hizo extraña, pero era
justificable. Luego de presenciar una grata pelea con su madre y
su padre debido a mi presencia, era más que claro que ya no
quería dirigirme la palabra. Presencié como a cada minuto le
llegaba un mensaje de alguien que no logré ver. Seguro prefería
hablar con sus conocidos que conmigo.
La idea del suicidio continuaba siendo una buena idea; siempre
fastidiaba al resto y arruinaba todo.
El auto estacionó frente a mi edificio y las luces del interior se
encendieron. La oscuridad del coche ya no estaba, dejándome
ver a Max finalmente.
—Mañana te enviaré el dinero por el trabajo de esta noche en
efectivo dentro de un sobre junto a la dirección del psicólogo. No
es muy lejos — dijo finalmente rompiendo el silencio tenso.
Me dolió su tono frío. Daba por hecho que no quería volver a
verme. Quería recordarle que él iba a acompañarme, pero
aquello iba a sonar tan idiota de mi parte que preferí callarme.
—Gracias — solté en su mismo tono—, buenas noches.
Abrí la puerta, tomando la cartera de mano y bajé del coche. Me
gusta que me hubiera saludado a último momento, pero al ver
qué no había tenido esa intención, cerré la puerta.
El coche se puso en marcha y lo vi alejarse, con un nudo en el
pecho. Lo que más me extrañó fue que no se marchaba directo al
lujoso edificio que daba a la calle de enfrente y en el cual, vivía.
¿Dónde iba a esas horas de la noche? Me dije rápidamente que
eso no era asunto mío.

LURU
LURU

—¿No te cansas nunca de arruinarlo todo? —me pregunté a mí


misma, con el ánimo por el piso.
Subí las escaleras con gran pesar, con los
zapatos lastimándome con cada paso que daba. Dios, que noche
tan asquerosa. No merecía pasar por todo aquello.
Las lágrimas caían mientras me adentraba en el edificio, parecían
ser ya las once de la noche. Solo las luces de los pasillos estaban
encendidas y las personas de administración ya se habían
marchado.
Llegué a mi piso, prácticamente arrastrando los zapatos y cuando
llegué al pasillo, mi vecino Hardy estaba justo abriendo su
puerta, asomando la cabeza.
—¿Noche difícil? —me preguntó con un ánimo contagioso
apenas me vio.
—¿Quieres follar? —le contesté con otra pregunta, llegando a mi
puerta con gran cansancio y pesar.
Hardy era tan apuesto. Su piel era morena cubierta por tatuajes,
ojos verdes y labios gruesos. No recordaba si tenía veintiocho o
veinticinco años.
Me miró sorprendido, pero con una sonrisa picarona.
—Hace mucho que no me lo pides, Ada—me dijo, abriendo su
puerta para salir al pasillo.
—No estuve bien últimamente, pero eso se ha terminado hoy—
me excusé.
—Veo que tuviste una mala noche. Tienes el maquillaje de tus
ojos corrido, pareces un pequeño mapache.
¿Qué demonios tenían los hombres en la cabeza para
compararme con animales pequeños?

LURU
LURU

—Este pequeño mapache te pide que lo folles.


Rió entre dientes, dispuesto a ofrecerme una noche que logrará
calmarme y hacerme olvidar de todo.
Abrí la puerta sin tomarme la molestia de ponerle llave ya que
estaba rota y encendí la luz.
—Gracias por vigilar el apartamento mientras yo no estaba—le
agradecí—. Bájame el cierre de del vestido por favor. Me está
apretando mucho y es insoportable.
Hardy cerró la puerta, colocando una de las sillas pesadas que
tenía contra ella y procedió a bajar el cierre del
vestido, haciéndome sentir su calor corporal detrás de mi
espalda.
—Eres una hermosura, maldita sea—me decía, mientras bajaba
el cierre y llenaba de besos mi delicado cuello—, no sé dónde has
ido, pero estoy seguro que infartaste con ese trasero que tienes
a más de uno.
Ojalá hubiera sido una magnifica noche como él tanto imaginaba.
El vestido rojo cayó al suelo, dejándome únicamente con mis
bragas y medias de encaje negras y los zapatos.
Cuando estaba a punto de quitarme las bragas, Hardy me paró
en seco.
—No, quédate así. Quiero follarte así—me
susurró, mordiéndome el lóbulo de la oreja y pegando su
enorme erección contra mi trasero.
—Mierda, como te he extrañado—logré decir apenas, ya que me
faltaba el aliento.
Hace cuanto tiempo no tenía contacto carnal...
—Y yo a ti, Ada.

LURU
LURU

Hardy y yo solíamos follar mucho, pero las cosas se habían


nublado cuando comencé a perderme en mis negativos
pensamientos, aislándome yo misma de las personas.
Cuando me di cuenta me había levantado del suelo y me lanzó
delicadamente a la cama, que no tardó en rechinar por mi peso.
Era una cama barata que por cada movimiento hacia un ruido
distinto e incómodo.
Desnuda bajo el cuerpo de Hardy, no tardó en empezar a
penetrarme con delicadeza luego de colocarse el último condón
que quedaba en mi mesa de noche. Su rostro lleno de placer era
todo lo que necesitaba ver, y cerré los ojos tras suprimir un
gemido. No sé por qué quería ver el rostro de Max y no él
de Hardy.
¿Qué demonios me estaba ocurriendo?
Cada embestida era algo brusca, algo incómoda y cada tanto le
decía que fuera un poco más considerable ya que no era una
maldita muñeca inflable. Demonios, Hardy.
Apretando uno de mis muslos con sus manos y la otra uno de
mis senos, estaba listo para acabar. La respiración de él comenzó
a aumentar, a contraerse, empezar a maldecir. Sabía que
cuando Hardy hacía eso …
—Mierda, Ada—masculló, transpirado y dejando caer su cuerpo
al costado del mío, agitado y sin tomarse la molestia de retirarse
el condón.
¿Tan rápido acabó?
—Yo no acabé—le recordé, en seco.
Me miró, encogiéndose de hombros.

LURU
LURU

—¿Tengo que pedirte disculpas por ello? Follar es cómo una


carrera, Ada; el que acaba primero gana. Tú debiste esforzarte
por acabar.
Lo que me faltaba...
—¿Pero qué demonios estás diciendo, Hardy? ¿Me tomas el
pelo?¡Ni siquiera estimulaste mi clítoris!
Me miró como si estuviera loca, sin entender por qué estaba
reaccionando así.
—¡Pero si te he penetrado ahí!
Si hubiera tenido café en mi boca lo hubiera escupido.
—¡Toma clases de educación sexual y luego podremos
acostarnos!¡Dios mío! —me escandalicé, sin poder creer lo que
había dicho.
—Ada ¿qué te pasa?¡Siempre la pasamos bien juntos y ahora te
la das de exigente!
Caminé hacia mi pequeña cajonera para buscar uno de
mis jerséis largos que no tardé en colocarme encima para tapar
mi desnudes.
—¿En serio no sabes dónde demonios está el clítoris, Hardy?
Bufó con aire de ironía, rodando los ojos y mirándome cómo si le
negara que dos más dos es cuatro. Luego, su orgullo varonil
desapareció bruscamente y negó con la cabeza, sin ni siquiera
mirarme.
Solté el aliento, comprendiendo tarde que estaba siendo
demasiado exigente con él.
—El orgasmo femenino también es importante, Hardy.
—Ahora comprendo por qué Beth me dejó.

LURU
LURU

Me senté a su lado, extrañada por su confesión.


—También se quejaba cuando follábamos, me decía que era
bruto y que no entendía lo que ella quería —prosiguió—. Beth se
cansó y me dejó, hace un par de días se ha ido de apartamento,
con su gato y sus maletas. El sexo fue aquello que desbordó el
vaso. Aunque hace dos días le he enviado un mensaje para ver si
podíamos hablar de lo nuestro y accedió, mañana a la noche nos
veremos.
—Práctica conmigo.
Me miró, con las cejas levantadas.
—¿Qué?
—Práctica el sexo conmigo para recuperar a Beth—le repetí.
—A veces creo que estás loca, Ada.
Tomé mi celular y busqué la imagen de una vagina dibujada. Lo
encontré y se lo mostré haciéndole zoom en ella.
—Lo que aquí ves es el clítoris, ese punto diminuto necesita
estimulación para que la mujer llegue al orgasmo. Puedes
hacerlo si mojas tus dedos y lo acaricias haciendo formas
circulares en él o puedes hacerlo con la lengua. Debes abrir
ambos labios para llegar a él, no penetrar a la bestia, Hardy —
miró la imagen atentamente, como si lo viera por primera vez—.
Una cosa que te aconsejo: cuándo la penetres, acaríciale a la vez
la zona, veras como llega al orgasmo más pronto de lo que
crees.
Me puso la mano en la pierna y me miró a los ojos.
—¿Podemos practicar?
Algo en mí me dijo que retrocediera, ya que ahora no me
encontraba segura de que fuera algo indicado si intentaba
recuperar a una mujer.

LURU
LURU

—Mejor práctica con ella, creo que con lo que te he indicado te


servirá para que ambos puedan descubrirlo juntos.
Me miró con una media sonrisa en sus labios y me atrajo hacia él
en un abrazo.
Le devolví la sonrisa y no sé por qué se me dio por mirar la
ventana que daba al apartamento de en frente, la de Max. Para
mi sorpresa, la luz de su habitación estaba encendida y no estaba
sólo, si no con una chica con la cual compartían una copa de vino
cada uno.
La luz de mi habitación también estaba encendida, así que
supongo que fue algo del momento que se nos cruzaran las
miradas. Max me miraba a la distancia, y cuando su compañía vio
que algo había captado su atención, decidió mirar a dónde él
tenía puesto los ojos, pero se lo impidió, tomando su mejilla con
la palma de su mano. Besó a la chica que parecía tener el cabello
castaño claro y un vestido negro ajustado.
Me quedé helada, literalmente la estaba besando
apasionadamente mientras me miraba. Tragué con fuerza,
sintiendo mis mejillas acaloradas.
—¿Puedes hacerme un último favor? —le pregunté a Hardy,
sabiendo perfectamente que yo no estaba orgullosa por lo que
estaba a punto de soltarle.
—Dime.
—¿Tú estás completamente separado de Beth?
—Sí, estoy soltero.
—Fóllame de nuevo, entonces.
Fui yo esta vez quien enlazó mis manos detrás de la enorme nuca
de Hardy, para traerlo hacia mis labios y así. Mientras lo besaba,

LURU
LURU

miraba a Max, quién ahora tenía el rostro desfigurado y noté que


estaba besando con más intensidad a la chica.
Yo lo imité. Me subí a horcajadas de Hardy, sentándome entre
sus piernas mientras rosaba mi sexo con su enorme erección.
Max, por su parte, había destapado los senos de la chica, quien
parecía gozar mientras él le pasaba la lengua por los pezones sin
apartar sus ojos de los míos.
Hijo de...
—Ada, nos quedamos sin condones —susurró Hardy de manera
lenta, ya que parecía lo bastante excitado.
—No, nos quedamos sin condones, tengo otro más en el cajón —
le dije.
—¿Por qué me mentiste diciéndome que sólo te quedaba uno?
—Porque me estabas follando horrible, Hardy —rodé los ojos.
Saqué un condón de la mesa de noche, sin dejar de mirar a Max
con cierta arrogancia. Él, mientras tanto, tenía contra una pared
a la chica, quien parecía estar gimiendo mientras la lengua de
Max le hacía sexo oral. Mis piernas se contrajeron ante
ese espectáculo y sentí como mi deseo empezaba a aumentar.
Estaba entre enojada y excitada.
No tardé en ponerle el condón a Hardy y meter su miembro
erecto en mi interior. Solté el aliento y cerré los ojos, sintiendo
cómo él comenzaba a moverlo y yo empezaba a subir y bajar de
manera cuidadosa hasta que este se acomodara.
Para mi sorpresa, Max se estaba follando a la chica de cabello
castaño, luego de levantarle el vestido a la altura de la espalda.
Esta se aferraba a la pared mientras él la penetraba por detrás,
tomando con sus manos cada costado de sus caderas. El muy

LURU
LURU

imbécil me seguía mirando, con su cuerpo tenso y claramente


soltando ruidos roncos, disfrutando el momento.
Comencé a moverme más rápido arriba de Hardy. Lo
abracé, aferrándome a él mientras la intensidad aumentaba al
igual que mis gemidos. Max penetraba cada vez más fuerte a la
chica al verme de esa forma.
Cómo forma de castigo, me saqué la camiseta larga, dejando mis
pechos al descubierto. Max paró bruscamente de follar y abrió
levemente sus labios, mirándome anonadado y sin dar crédito de
lo que veía.
Arqueé una ceja, sonreí, maliciosa y le saqué el dedo del
medio. Hardy no se dio cuenta, estaba demasiado
concentrado penetrándome.
Max soltó a la chica, furioso, cerró la cremallera de su pantalón y
cerró la cortina, dejándome consternada por su reacción, pero
bastante orgullosa de que había logrado afectarlo.
Hardy acabó, dejándose caer de espaldas a la cama y con los
brazos abiertos. Yo me quedé allí, arriba de él, algo confundida
por lo que acababa de pasar.
¿Por qué habíamos hecho eso? ¿Con qué intención? ¿Qué
demonios con Max? No comprendía nada, ¿fue para herirnos
mutuamente o simplemente disfrutábamos ver al otro en aquella
situación tan intima? No sabía cómo definir los sentimientos por
los cuales estaba atravesando, estaba helada.
—¿Te hice acabar? —me preguntó Hardy, regresándome a la
realidad, mientras él trataba de recuperar el aliento.
—No, pero no estuviste nada mal, Hardy.
—¿Puedo dormir aquí? Estoy desnudo y me da pereza regresar a
mi apartamento.

LURU
LURU

Asentí con una sonrisa, apartándome algunos mechones de pelo


pegados a la cara.
No sabía que estaba tan agotada hasta que puse mi cara en la
almohada y me dormí al instante, soñando que Max me follaba a
mí.

LURU
LURU

Capítulo 6
Los rayos del sol fueron los que no me dejaban dormir y me daba
pereza levantarme a cerrar las cortinas. Por el peso de la cama,
supe que Hardy seguía durmiendo en ella y cada tanto lo
escuchaba hablar dormido. El nombre de Beth seguía presente
hasta en sus sueños y eso me causaba algo de escalofríos ya que,
el amor que le tenía a ella podía ser tan evidente como
asustadizo. Eso también me causaba ternura.
El amor no me daba buena espina, aunque a veces necesitaba
ser amada y amar. No quería ponerme a pensar en el amor en
plena mañana. Me senté en la cama, refregándome los ojos
y preguntándome si debía despertar a Hardy, quien dormía boca
abajo, con la cara pegada a una almohada que había llenado de
saliva. Maldición, Hardy.
Eso me hizo reír en silencio.
Colocándome el jersey gris que llevaba puesto la noche anterior
y que me llegaba hasta por arriba de las rodillas, me dirigí hacia
la ventana y se me dio por mirar la ventana de Max, quien aún se
encontraba cerrada. Seguro estaba molesto conmigo.
Alguien golpeó la puerta, haciéndome sobresaltar.
Fui directo a la puerta, retirando la silla que cumplía la función
de barra para que nadie se atreviera a pasar. La misma rechinaría
si eso pasara.
Abrí la puerta, echándole un vistazo a mi cabello, que se
encontraba aplastado cómo si un caballo le hubiera dado un
lengüetazo.
Un joven de rulos rubios y bajito estaba parado frente a mí, con
un sobre en las manos y con una sonrisa risueña.
—¿Usted es la señorita Gray?

LURU
LURU

—Sí.
—Esto se lo envía el señor Voelklein —me dijo, tendiéndome el
sobre que parecía ser bastante grueso y algo grande.
—¿Voelklein es el apellido de Max?
—Sí, muy particular ¿no cree?
El mensajero era simpático, pero parecía algo sudoroso y
agotado.
—Por favor, permítame darle un vaso con agua —le dije,
abriendo la puerta y dejándolo pasar.
—Muchas gracias señorita, usted es muy amable.
Como toda persona nueva ingresando a mi apartamento, pareció
algo asqueado en el lugar en el que vivía, pero estaba
acostumbrada a ese tipo de miradas. Le serví un vaso de agua y
se lo tendí. Bebió, sediento y largó un suspiro cuando se detuvo.
—El trabajo me está matando, necesito vacaciones —me dijo,
cansado y retirándose el sudor de la frente con el dorso de la
mano.
—Todo el esfuerzo que hagas siempre se te va a multiplicar, no
te preocupes.
Me sonrió, cómo si aquello lo hubiese puesto de buen humor y
se marchó.
Mi atención ahora había recaído sobre el sobre marrón que tenía
en mis manos y que estaba medio pesado. Tomé la decisión de ir
al baño para abrirlo y ver qué me había enviado Max, ya que me
daba algo de desconfianza abrirlo en la cocina y que
justo Hardy se levantara y me preguntara sobre el dinero
enviado.

LURU
LURU

Me encerré en el baño, cerré la tapa del inodoro y me senté. Abrí


el sobre y lo que vi me hizo temblar las manos, literalmente;
había un enorme fajo de billetes verdes frente a mis narices y no
me atreví a sacarle la goma que los unía porque sentía que todos
se iban a caer.
—Madre mía —musité, con los ojos bien abiertos.
Tragué saliva, imaginándome la cantidad de cosas que podía
llegar a comprarme con aquellos billetes. Incluso me imaginé
comprando un filete o marcas destacadas de comida. Dios mío.
Miré y adentro del sobre había más cosas. Saqué una carta
pequeña y comencé a leer:
“Señorita Gray, espero que haya recibido su pago de una manera
rápida y cómoda. Usted ha recibido por su compañía solicitada
por una noche, un total de mil dólares. He aumentado el monto
debido a la situación incómoda en la que la he expuesto por
culpa de mis padres. Quería pedirle disculpas por hacerla pasar
una noche tan tensa. Por otro lado, quería comentarle que
dentro del sobre encontrará a tres postulantes que se
encuentran interesados en que usted sea su Sugar baby. Los he
seleccionado con delicadeza para no generarle problemas.
También encontrara la dirección del psicólogo y el horario de la
cita junto a su fecha (no se preocupe, yo mismo he costeado la
cita y me haré cargo de todas las que sea necesaria para su
recuperación mental. En fin, deseo que usted sepa elegir a sus
candidatos y cualquier duda le dejo mi número de celular. Que
tenga una fantástica vida y llena de felicidad. Con cariño, su
querido amigo, Max”.
Me quedé helada y con una sensación horrible en el pecho. Me
había golpeado de una forma tan inesperada que no sabía en
qué pensar. Lo sentía como una despedida, seguramente estaba
enojado por lo de anoche, pero ¿por qué demonios se enojaría u

LURU
LURU

ofendería si ambos practicábamos el sexo y no nos unía nada?


Seguro se había ofendido cuando le había mostrado los
pechos, cegándome claramente la excitación.
Acuné en mis manos el rostro, algo confusa. Era una tonta. Me
sentía una tonta.
En el sobre estaba también la tarjeta gruesa del consultorio del
psicólogo con la información necesaria para asistir y una tarjeta
del mismo grosor que contenían los famosos tres nombres de
aquellas personas que me proponían ser una Sugar baby.
Que locura aquella.
Comencé a leer los nombres y sus números de
teléfono: John David (cuarenta y cinco años) Penélope Yang
(cuarenta y seis). Fruncí el entrecejo, ¿una mujer me quería
como su Sugar baby? ¿Qué demonios? Imposible, a mí me
gustaban los hombres
Y.…el último nombre me dejó consternada, ya que no esperaba
tenerlo en la lista. Era el nombre de Max.
Max Voelklein se ofrecía como mi Sugar Daddy, y junto a su
nombre estaba su número de teléfono. No podía dar crédito a lo
que veía.
Pasé la yema de mi dedo sobre su nombre resaltada en letras
negra. Sonreí que sólo su nombre resaltaba y no el de los
demás.
Escuché cómo la cama rechinaba desde el baño. Hardy se había
levantado.
—¿Ada? ¿Dónde estás? —preguntó, con voz ronca
—Estoy en el baño —le avisé, guardando cuidadosamente el
dinero y todo su contenido en el sobre. No quería que él se
enterara de la cantidad que poseía.

LURU
LURU

—Me voy a casa, necesito pegarme una ducha.


—Suerte con Beth —lo saludé en un grito.
—Gracias, mapache —sabía que había embozado una sonrisa.
Oí como la silla era arrastrada y luego la puerta se cerraba. Una
vez sola, me atreví a salir del baño, con una propuesta en el
sobre y con tanto dinero que la emoción y la adrenalina la tenía
por las nubes. Sonreí con cierta melancolía al ver que podría
comer ese día lo que yo quisiera.
Finalizada la charla con el psicólogo que Max me había dicho que
visitara, salí de allí. La cita había sido algo extraña, pero fue la
típica rutina de presentación: datos personales y cómo me
sentía.
Pero cuando llegué al tema de por qué había intentado
suicidarme, comencé a llorar, me quebré ante el psicólogo quien
asentía frente a sus lentes mientras hacía anotaciones en una
libreta. Supuse que ya estaba acostumbrada a ese tipo de
reacción con sus pacientes. Por suerte llevaba un pañuelo en mi
pequeño bolso en donde depositar mis mocos.
Al ver que eran las diez y media de la mañana, opté por beber un
café con un tostado relleno de queso en una cafetería que
estaba en pleno centro de New York. Cuando tuve mi pedido,
subí con la bandeja a la segunda planta, donde me senté junto a
una ventana que daba la vista al resto de los edificios.
Mientras le daba un sorbo a mi café, saqué la tarjeta con los tres
nombres que me ofrecían aquel trabajo tan peculiar (le decía
trabajo porque no sabía exactamente cómo llamarlo) y me
pregunté qué hacer. El dinero era tan adictivo que debía
ponerme un límite.
Tenía la tentación de elegir a Max porque lo conocía, me había
ayudado cómo nunca antes lo había hecho alguien, pero... ¿no

LURU
LURU

éramos únicamente amigos? No sabía que ocurriría con nosotros


en caso de que lo eligiera a él. No sabía si aquello implicaba
follar.
Al instante imágenes de la noche anterior vinieron a mi mente y
un leve cosquilleo sentí en mi entrepierna, ruborizada al
instante.
Marqué el número de Max, sintiéndome algo nerviosa por lo de
anoche y tenía miedo de que estuviera ocupado. Atendió.
—Hola.
Voz gruesa, fría y directa, así era él.
—Hola Max, soy Ada—maldición, había sonado tan tímida.
Un breve silencio se estableció entre los dos. Lo oí suspirar
—No esperaba tu llamado.
—Yo tampoco esperaba llamarte.
—Bueno, iniciamos el día con algo inesperado ¿no crees, Gray?
—Lo más inesperado fue que tu nombre estuviera en la tarjeta,
Max —repuse, algo incomoda.
—Luego de lo que vi anoche a través de mi ventana, no he
podido evitar colocar mi nombre en la tarjeta.
Me mordí el labio inferior, suprimiendo una sonrisa. Dios mío.
—No esperaba a que me vieras —me sinceré.
—Yo tampoco esperaba que te enrollaras con tu vecino.
—¿Cómo sabes que es mi vecino? —le pregunté, extrañada.
—Lo vi pasar por el pasillo de tu apartamento, no es muy
complicado saberlo, Gray.

LURU
LURU

—Entonces si eres muy inteligente, seguro sabías que me


enrollaba con mi vecino, no es mi complicado saberlo.
—¿Por qué me atacas? —preguntó, consternado.
—¿Y por qué no hacerlo? Luego del enfrentamiento que vivimos
con tu padre te volviste distante y no me hablaste en todo el
viaje a mi casa —espeté, mientras comía mi tostada rellena.
—¿No crees que estaba demasiado enojado con mi padre cómo
para hablar?
—Estabas furioso con tu padre, no conmigo, Max.
—Lo siento.
Largué el aliento que no sabía que estaba conteniendo. Por lo
menos lo lamentaba y había sonado sincero.
—¿Dónde estás? —me preguntó, algo más tranquilo —¿Fuiste a
la cita con el psicólogo? ¿Cómo ha ido?
No quería contarle por teléfono que si seguía con pensamientos
suicidas sería derivada a un psiquiatra automáticamente. No
quería llegar a ese extremo, así que haría lo posible por estar
bien.
—Sí, y me ha hecho muy bien, lo necesitaba más de lo que
pensaba. Con respecto a tu primera pregunta, estoy en la
cafetería Tiffany, que está ubicada en la calle...
—Sé cuál es. No te muevas de allí, voy para allá.
Dicho eso, me colgó, tomándome por sorpresa.

LURU
LURU

Capítulo 7
Demonios, no sabía si me fueron con la pinta correcta. El día
anterior me había comprado una falda a cuadros amarillos y
negro, con una camiseta blanca y unas converse. Aunque sea
para salir a pasear por la ciudad y aquella mañana era lo que
llevaba puesto. No me arrepentía.
Activé la cámara delantera del celular para lograr obtener una
imagen actual mía y usarlo como espejo. Puse varios mechones
rebeldes por detrás de mi oreja y retoqué mi labial rosa.
Quizás si él llegaba, hablaríamos acerca de su inesperada
propuesta. No sabía si aceptar o no ser su Sugar baby. Sentía
nervios, muchos.
Pasaron treinta minutos cuando lo vi subir las escaleras, con una
bandeja en sus manos con un desayuno.
Me miró. Lo miré. Una sonrisa floreció de sus labios y eso fue
contagioso, haciendo que yo sonría también. Fue cómo si la
situación de la noche anterior no hubo pasado jamás y
volviéramos a estar cómo antes.
Había conocido a Max con ropa que solo la gente solía usar en su
casa, cómoda y fresca, pero ahora debería verlo con una
apariencia que involucraba trajes costosos y que le quedaban tan
bien. Dios mío, que guapo era. Lo que más me atraía era su
cabello pelirrojo y su rostro salpicado de pecas.
Se acercó a mi mesa, dejando la bandeja sobre ella.
—Salí un momento de mi trabajo para desayunar contigo —fue
lo primero que dijo, sentándose —. Te sienta muy bien los
labiales rosas.
—Gracias —murmuré, algo vergonzosa por su comentario.

LURU
LURU

—No tengo demasiado tiempo, así que iré al grano—dijo,


poniéndose serio—. Tengo la ventaja de estar frente a frente
contigo en vez de las personas que se han interesado también en
ti. Así que seré claro, Ada. Te propongo que seas mi Sugar baby.
Se me fue el apetito al ver sus intensos ojos color caramelo
mirando a los míos, se inclinó sobre la mesa apoyando sus
preciosos labios contra su puño cerrado, esperando a que diga
algo.
—Toda buena propuesta tiene sus lados malos… ¿cuáles son los
tuyos, Max?
Se aclaró la garganta, apartando la mirada.
—La exclusividad de tu compañía.
—¿Tú tendrás exclusividad conmigo?
—¿Perdona?
—Tengo el mismo derecho que tú a follar con quién se me antoje
¿no crees?
La situación se había puesto más tensa de lo que parecía, ahora
se trataba de una negociación que dependía de mi futuro.
—No creí que fueras tan imposible ante estos términos—se
sinceró, ocultando su sorpresa—. Mi respuesta es no.
—Veré otras ofertas entonces, gracias. Me sorprende que elijas
este estilo de vida sólo porque tus padres lo han elegido.
Tomé mi bolso con la intención de marcharme. Pero en cuanto
apoyé la mano en la mesa en un descuido, Max la tomó con
delicadeza, haciendo que cada parte de mi cuerpo se sintiera
cómo gelatina.
—Pídeme otra cosa, porque no sé si seré capaz de controlar mi
estado sentimental. Soy soltero, tengo la suerte de tener a las

LURU
LURU

chicas que yo quiera y tú me lo estás siendo muy difícil, Gray —


espetó, disgustado —. Con respecto a las elecciones familiares,
no pretendo que profundicemos sobre ello, yo puedo hacer lo
que quiera, cuando quiera y sin darles explicaciones a nadie.
—Me parece perfecto, Max. Aunque hay algo que sí tengo en
claro, es que yo también soy capaz de tener en la palma de mi
mano a cualquier hombre que deseé—le dije, con una arrogancia
que no era propia de mí.
Se le tensó la mandíbula y me fulminó con la mirada.
—Bien—masculló—. Nada de exclusividad, pero debo tener el
tiempo que yo desee con relación a tu compañía.
Sonreí con malicia. Nos estábamos entendiendo. Si Max podía
acostarse con las mujeres que él desee, yo también.
Había leído por internet que algunas Sugar baby podían tener
más de un Sugar Daddy.
—Eres mi primera Sugar baby, así que eres prácticamente un
conejillo de indias para mí—me dijo, con desdén.
—Eres mi primer Sugar Daddy, así que algo tenemos en común
—le dije, haciendo el mismo gesto que él con la mano.
—¿Realmente te interesa meterte en este mundo, Ada? —se
escandalizó.
—Cuando se trata de mi futuro y de poder seguir adelante,
siempre me interesara—le dije—. Busco que alguien costee una
universidad para mí, ya que sólo quiero hacer eso, estudiar y salir
adelante como una profesional.
Me miró, impactado y luego de un rato, asintió con lentitud.
—Te propongo una cosa—su semblante se puso serio
nuevamente, esperando a que lo soltara de una vez.

LURU
LURU

—Soy toda oídos.


—Costearé la universidad que tú escojas. La que sea, pero tú
deberás darme la exclusividad que yo decida durante un año. No
follaras con nadie.
Lo miré, pensativa.
—Lo que sea con total de ser alguien en la vida—acepté
finalmente.
Una sonrisa pícara floreció de sus labios y me guiñó un ojo,
satisfecho.
—¿Qué pasaría si yo follo con alguien? —me atreví a preguntar.
Su felicidad duró poco, ya que su gesto se volvió a oscurecer.
—Se romperá todo tipo de vínculo—soltó, fríamente.
Me gustaba hacer parecer que era una chica deseada por otros
hombres con total de verle la cara de enfado. Debía admitir que
ni las moscas se atrevían a tocarme, pero eso sólo lo dejaría para
mí.
—La exclusividad sólo contará para ti y no para mí—recalcó.
—Me importa un bledo tu vida sexual, Max—puse los ojos en
blanco.
—Por algo planteaste que querías que cortará toda relación con
las mujeres—soltó, mordaz.
Lo miré con mala cara.
—Prefiero la igualdad, no tu estupidez. Pero si es por un año lo
soportaré. Mejor dicho, te soportaré.
Se inclinó sobre la mesa, acercando sus labios a mi oreja y
provocando que un fuerte escalofrío recorra mi cuello. Y sin que
lo esperara, me susurró:

LURU
LURU

—Voy a ocuparme de que no pienses en ningún otro hombre


que no sea yo.

LURU
LURU

Capítulo 8
Era tan sencillo caer en las tentadoras propuestas de Max y tan
difícil salir de ellas.
Lo único en lo que pensaba era que aquello me podría catapultar
al éxito en cualquier universidad que eligiera, él tenía mi futuro
en sus manos y yo me ocuparía de utilizarlas a mi favor.
—No pretendo ningún tipo de relación personal y no pretendo
tampoco llegar a sentimientos profundos. Si eso ocurre, te
desearía buena vida, Ada — me dijo él, revolviendo su café y así
llevárselo a la boca, sosteniéndome la mirada.
—Creí que éramos amigos — le recordé, extrañada.
—Pasamos a un nivel más alto que eso Ada ¿no crees?
Asentí con lentitud, en silencio.
—Este tipo de relación… ¿implicará follar?
Por poco se ahoga con el café, y se recuperó rápidamente,
mirándome con sorpresa. Me dio gracia aquella reacción por mi
culpa.
—Debo admitir que esa palabra saliendo de tu boca suena tan
dulce y delicada que podría escucharla todo el día—
soltó, sonriéndome.
—Si decir follar suena bien saliendo de mi boca como tú dices,
imagínate lo que puedo hacer con ella—me atreví a decir,
cuando levanté la mirada, parecía embobado con lo que acababa
de soltar.
Se levantó de golpe y eso me asustó. Temí que se hubiera
enfadado por ser tan directa.
—Ven.

LURU
LURU

Me tomó de la mano, sin darme tiempo siquiera para tomar mi


bolso. Por suerte logré alcanzarlo, pegándolo contra mi pecho.
—Apenas tocaste tu desayuno.
—¿Crees que el puñetero desayuno me importa luego de lo que
me acabas de decir? Lo que voy a tocar es otra cosa, Gray.
Sus ojos se oscurecieron y me miró con tanta intensidad que mis
piernas se sintieron como gelatina. No sé a qué demonios estaba
jugando, pero cuando me di cuenta, ya estaba participando.
Me arrastró lo que parecía el baño de damas, frente a la puerta
de ella.
—Ingresa para ver si hay alguien adentro —me ordenó, serio.
Fruncí el entrecejo, e hice lo que me pidió. Ingresé al pequeño
baño de damas que sólo era para una sola persona, así que no
habría personas dentro.
—Es sólo para una persona —le informé, con un pitido de voz.
Max miró a las esquinas de cada pared que daba al baño, con
cierta mirada ágil y me adentró al baño de la cafetería Tiffany sin
que nadie se enterara ya que había una pared que funcionaba
como barrera para no ver quienes ingresaban al cuarto de baño.
—No hay cámaras en las paredes que den al baño, eso nos da
ventaja.
Apenas nos adentramos en el baño, cerró la puerta y me acorraló
a la pared más cercana. Mi respiración se contuvo, ya que estaba
demasiado cerca de mí.
Sus ojos caramelo miraron a los míos, pegando la punta de su
nariz contra la mía y prácticamente rosando mis labios con los
suyos. Pegó su frente con la mía. Tomó mis muñecas, pegándolas
contra la fría pared blanca.

LURU
LURU

Que hermoso era, y lo odiaba por eso, ya que eso le daba


demasiados puntos a favor.
—Dame el privilegio de besar tus labios —susurró, con su cálido
aliento pegando en mi rostro, provocando que lo desee aún
más.
—Bésame de una jodida vez, Max.
Entonces, lo que tanto quería de él, vino al instante. Max me
besó de una forma tan sofocante que creí prenderme fuego, abrí
mi boca para darle paso a su lengua que no tardó en entrelazarse
con la mía. Sentía sus manos recorrer mi cuerpo, pegando el
suyo contra el mío, presionándome contra la pared.
Sentí una de sus manos acariciar mi muslo y no tardó en meterse
debajo de mi falda amarilla, llegando fácilmente a mis partes
íntimas, arrebatándome el aliento. Uno de sus fuertes dedos
comenzó acariciarme.
Por parte mía, los besos se habían detenido ya que mis labios se
encontraban entre abiertos y cerré los ojos, disfrutando de su
atrevido contacto.
—Tus pezones están tiesos, creo que lo estoy haciendo bien —
soltó, y percibí que había embozado una sonrisa.
Estaba a punto de responder, pero uno de sus dedos acariciando
aquel punto en donde toda chica desea ser tocada
consentidamente y con leves movimientos circulares,
provocaron que acallara.
Sentí cómo uno de sus dedos corría traviesamente mi braga
blanca para introducirlo en mi interior. Max rápidamente me
tapó la boca al ver que estaba a punto de gemir.
—Escucharte sería música para mis oídos, pero no aquí ¿oíste?
—masculló con sus labios pegados a mi barbilla.

LURU
LURU

—¿Qué pasaría si grito aquí mismo? —lo desafié, con una sonrisa
y apenas podía hablar, ya que estaba demasiado ocupada
sintiendo uno de sus dedos en mi interior.
—NO —metió el dedo aún más adentro —, ME —otra embestida
— DESA... —más rápido que deseaba que fuera él el que
estuviera en mi interior — …FÍES, GRAY.
Entonces, con su otra mano empezó acariciar mi clítoris mientras
que con la otra metía ahora dos dedos. Mis piernas se sentían
débiles, quería gritar, estallar. Demonios, que bien lo hacía. Lo
hacía bien, maldita sea, lo hacía cómo a mí me gustaba y eso era
peligroso. Su erección era cada vez más grande, lo sentía contra
mi puente de venus.
Estaba demasiado húmeda, tanto que mi braga ya estaba toda
empapada. Él sonrió al notarlo. Me obligó a separar más las
piernas, empujando con cuidado mis talones con sus pies.
Max jugó insaciablemente con mis labios, hinchando mi clítoris,
dibujando insistentes círculos alrededor, estimulándolo con una
velocidad que cada vez aumentaba más. Si el pecado
se personificara, Max lo sería sin lugar a duda. Un hombre adulto
que podría darme incluso el mundo si lo quisiera, él ya me tenía
completa y yo era dueña y provocadora de aquel miembro
erecto que amenazaba con romper sus pantalones. Eso me hacía
sentir deseada, superior a él, siendo jefa de su placer.
Tiene el vil descaro de rosar con la punta de su lengua mis
pezones cubiertos por mi camiseta
blanca, haciéndome estremecer. Aguardar silencio era lo más
difícil que podría pedirme en esa situación. Humedece mi ropa,
estremece mí interior y siento que estoy a punto de perder el
control, queriendo llegar con mucha ansiedad al clímax que él
quiere provocar tapando mis gemidos con su mano.

LURU
LURU

Entonces, cortando con todo aquel rollo, alguien toca la


puerta, despertándome de la ensoñación
y golpeándome cruelmente con la realidad. Pero Max no para,
no se detiene, continúa masturbándome.
—¿Está ocupado? —pregunta una señora por detrás de la
puerta.
Tengo el instinto de querer sacar a Max, pero no quiero que
pare.
—Sí—logré decir, con toda la voluntad posible por sonar normal.
—Oh, lo siento muchacha.
Y sin decir nada, escuché los pasos alejándose. Max se detiene
bruscamente y me levanta en el aire, para sentarme en el lava
manos.
—Quiero hacerte acabar con la lengua—me dijo, serio y con la
voz ronca.
Sin que lo esperara, abrió mis piernas de par en par con agilidad
y su rostro se hundió en mi sexo. Apreté mis labios para no gemir
al sentir como pasaba su lengua como si estuviera chupando un
maldito helado.
—Oh mi Dios.
Me precipité a la sensación de un orgasmo que estaba cerca,
creado por el roce de sus manos inquietas y su lengua
juguetona.
Max para, poniéndose de pie y mirándome con un rotundo
deseo y yo allí, abierta de piernas ante él, mirándolo con la
respiración trabajosa y sin poder creer lo que acababa de ocurrir.
Me frustró demasiado que parara.
—No voy a hacerte acabar en un baño público—
sentenció, dándome un casto beso en la frente—. Esta noche, a

LURU
LURU

las diez, te espero en mi apartamento. Si te ausentas, quedas


despedida ¿entendido?
Asentí, en silencio y mirándolo con mis ojos empañados debido a
la excitación.
Entonces, Max se marchó, dejándome sin aliento, con la
entrepierna empapada y con el corazón latiendo con fuerza.
No le faltaba demasiado para hacerme acabar así que completé
el trabajo yo misma utilizando mis propios dedos.
Agendé el número de celular de Max en el mío, pensando si
enviarle un mensaje o no luego de lo sucedido.
No podía parar de pensar en sus manos recorriendo mi cuerpo
con desesperación y sus besos adictivos. Nadie me había besado
de aquella forma, nadie había logrado averiguar por si solo
dónde me gustaba ser tocada.
Llegué a mi apartamento y me topé con una persona instalando
una nueva puerta en mi apartamento.
Pero qué demonios…
—¿Qué está haciendo? Yo no he llamado a ninguna persona para
instalar una puerta—me escandalicé, consternada.
El hombre barbudo y de sonrisa risueña me miró al instante, sin
perder su ánimo y levantándose del suelo. Le estaba dando unos
últimos retoques a la nueva puerta que era demasiado similar a
la vieja; madera oscura y con el número dorado en el centro.
—El señor Maximiliano Voelklein me ha contratado para hacerle
la instalación, señorita—me informó de lo más tranquilo.
Así que Max…mierda. Creo que ya me estaba asustando que se
preocupara tanto por mí, pero a la vez algo me decía que lo
dejara pasar y me centrara en cosas más importantes cómo
escoger una universidad.

LURU
LURU

—Lista para usar, señorita—me dijo el hombre, de uniforme de


trabajo azul y en donde en su placa figuraba el nombre Jerry.
—¿Y la vieja puerta?
—La llevamos a la administración del edificio para que la
arreglen.
—Muchas gracias.
—Que tenga un bonito día, señorita Gray.
Y dicho eso, tomó su caja de herramientas y se marchó.
Me detuve frente a la puerta, con el entrecejo fruncido y pasé mi
mano sobre ella.
—¿Qué haría sin ti, Max? —pensé en voz alta, en un susurro.
Me duché, me preparé el almuerzo, y finalmente me senté en el
horrible sofá verde vómito para buscar una universidad en la cual
estudiar. La universidad privada de New York fue una de las que
captó mí atención en el buscador de Google.
Me quedé fascinada por el rústico edificio y fue allí donde algo
en mí me pidió a los gritos que estudie allí, quedaba cerca de mi
apartamento y solo tenía un bus de distancia.
La ansiedad me atacó y la emoción por empezar me decía que lo
haga, que estudie allí y salga adelante como tanto había soñado.
Walter se podía ir al demonio, iba a mostrarle mi título
universitario, sería una gran, prestigiada y envidiada ginecóloga.
Con mi propio consultorio, atendería a estrellas de cine, sería
fantástico. Daría entrevistas, saldría en la televisión para
consultas sería…
Alguien tocó la puerta, interrumpiendo de forma brusca mis
pensamientos.
Fui hacia ella y no tardé en reconocerla.

LURU
LURU

—¿Rose? ¿Qué demonios haces aquí? —fue lo primero que


solté, consternada.
Cabello rojo teñido recientemente y ojos
azules hipnotizantes cayeron sobre mis ojos grises. Llevaba un
saco color marrón claro, unos shorts azules que parecían
rasgados y unas botas cortas.
—Tanto tiempo sin vernos, hermanita—soltó, con una sonrisa
falta y mascado chicle ruidosamente.
Tuvo la intención de entrar, pero no sé lo permití.
—No eres mi hermana ¿Qué haces aquí?
—Mi padrastro te crío, vivimos una infancia juntas ¿no crees que
tengo derecho a llamarte así?
Ahora comprendía por qué traía una maldita maleta a su lado.
Desee colgarme aquel día si sabía que ella aparecería
nuevamente en mi vida.
—Rose ¿qué demonios haces aquí? —insistí, ignorando lo que
acababa de decir.
—No tengo dinero, el idiota de mi padre me ha echado de mi
casa. Discutimos, feo, al borde de que sus asquerosas manos me
arrancaran los cabellos. Vamos, Ada, sálvame de esta.
Mirándome a los ojos, con gran desesperación y con un corazón
tan horrible que me daban ganas de vomitar, así era Rose, una
persona que despreciaba ver por múltiples motivos. Ella no era
una buena persona.
—Dos semanas y te largas —sentencié, con muy mal humor.
Una sonrisa floreció de sus labios pintados de rojos y no tardó en
darme un falso abrazo. Le permití el paso en silencio,
escuchando solo las rueditas de su maleta que hacían un
espantoso ruido.

LURU
LURU

—Qué asco tu apartamento, chica —soltó, con descaro y


arrugando la nariz mientras sus ojos se paseaban por toda la
casa.
—Cállate Rose, agradece que te estoy ofreciendo un techo.
—Soy sincera, no te lo tomes a mal —dijo, llevándose una mano
al pecho mientras masticaba horriblemente su chicle.
Dos semanas con ella ¿por qué mejor un tiro en la cabeza para
mí?
—Dormirás en el sofá.
Me miró como si le hubiese vomitado encima de su abrigo.
—¡No voy a dormir en ese asqueroso sofá, desde aquí veo las
cucarachas!
—No tiene cucarachas —sí tenía, pero no en el sofá, casa tanto
veía a alguna pasear por aquí como si nada. Abrí la puerta
nuevamente —. Duerme en el sofá o lárgate, Rose.
—Siempre tan fastidiosa, te pareces a la zorra de tu madre.
Sin pensarlo demasiado le propiné una bofetada, sacando lo
peor de mí. Rose cayó de espalda contra la pared más cercana,
con su mano en la mejilla y con varios mechones en su cabello.
—¿Quieres empezar una pelea que no puedas terminar, pedazo
de mierda?¡No me hagas echarte a la calle! —le grité, con los
nervios de punta.
Rose, furiosa, tomó la manija de valija y se fue dando un portazo
de muerte. Intenté normalizar mi respiración, pero me fue
imposible, tenía la mirada sobre la puerta y mi corazón
desembocado. No sabía qué demonios acababa de ocurrir, pero
de lo que sí me había dado cuenta es que Rose era mi pesadilla.

LURU
LURU

Faltaba una hora para las diez de la noche, así que ya estaba
maquillándome, con la lencería que él me había regalado unos
días atrás que estaba en una bolsa que no deseaba abrir. Era
color blanco, de tejidos finos y transparente, tenía unas lijas
sujetando mis muslos y varios detalles de infarto que irradiaban
elegancia. No podía imaginarme a Max eligiendo algo así para
mí.
Repasé mi labial rojo, poniendo la boca en forma de O. Volví a
pasar rímel por mis pestañas y un poco de rubor rosa sobre mis
mejillas. Dejé mi cabello corto suelto y no me tomé la molestia
de alisarlo, ya que tenía miedo de quemarlo al no tener un
protector. Lo añadí a la lista de compras.
Me coloqué unos vaqueros azules ajustado, con la idea que
marcar bien mi trasero, unas botas negras que me llegaban por
debajo de mis rodillas y que tenían una plataforma bastante
cómoda (gran decisión cuando las compré)
Colocándome una blusa oscura y una campera de jeans clara,
tomé mi bolso, lista para salir.
A las nueve y cincuenta ya estaba cruzando la calle, e ingresando
al lujoso edificio en donde Max vivía. Fui directo a recepción,
donde un hombre de cabello castaño y ojos oscuros estaba
detrás del mostrador, con la mirada perdida en su monitor.
—Hola, tengo una cita con el señor Maxiliano Voelklein, pero no
sé qué número de apartamento tiene ¿usted podría ayudarme?
El joven, que por cierto era muy apuesto, me sonrió tras levantar
la mirada hacía mí.
—Su apartamento es el número siete B, se encuentra en la
planta cinco ¿desea que le avise su presencia?
—No, está bien.

LURU
LURU

Con un saludo de mano, sentí como sus ojos se posaron


descaradamente sobre mi cuerpo. Le enseñé el dedo del medio
para que lo mirara también.
Tomé el elevador hasta el piso cinco y un enorme pasillo con
luces blancas se hicieron presente ante mí. Las paredes eran de
un color salmón y el techo era altísimo. Había varias mesitas con
flores y obras de arte colgadas. Había varias puertas, pero la de
Max estaba al final del pasillo.
Le envié un mensaje en vez de tocar: “estoy ante tu puerta
¿piensas abrirme o cambiaste de idea?”
Entonces antes de que apretara Enviar, la puerta se abrió de par
en par y lo que salió del apartamento me dejó sin aliento.
—Hasta la próxima Max, eres lo grandioso—lo saludó
Rose, dándole un descarado beso cerca de la comisura de sus
labios y haciendo puntas de pie para llegar a ellos.
Max tenía su mano en la espalda de ella y la otra en la manija de
la puerta. En cuanto los dos se dieron cuenta de mi presencia,
quise echarme a correr, pero sin embargo me quedé helada.
Rose me ignoró completamente, pasando por mi lado tras darme
un empujón de hombros y con una amplia sonrisa en la cara,
mientras que Max veía como se marchaba. Tuve que obligarme a
mí misma a no abrir la boca por la sorpresa que me había
encontrado. Múltiples escenas sexuales sobre ellos dos se me
cruzaron por la mente. Y eso, aunque quise negarlo, me dolió
bastante.
¿Por qué con todas las chicas que seguro estaban en su entorno,
debía chocar con Rose? ¿Cómo demonios terminó ella en su
apartamento?

LURU
LURU

—No te bastó con meterme los dedos a mí, sino que también lo
hiciste con mi hermanastra. Grandioso Max, veo que no pierdes
el tiempo —se me escapó decir, sin filtro alguno.
Abrió los ojos, sorprendido.
—¿Qué? ¿Rose es tu hermanastra? Acabo de contratarla como
mi nueva secretaria.

LURU
LURU

Capítulo 9
Digamos que cuando soltó eso me hubiera gustado reaccionar de
una forma más madura y calmada posible, pero esa noche no fue
la excepción. Entré dando pasos agigantados a su maldito lujoso
apartamento, con los brazos en jarra y lanzarle lo primero que
tenía sobre su cabeza.

No, eso sería violencia y yo no era alguien violen… retiré la idea


al recordar la bofetada merecida que le di a Rose aquella tarde
cuando la muy descarada se presentó en la puerta de mi
casa. Intenté pensar en otra cosa, como la decoración del
apartamento.
Demonios, que bonito era el apartamento de Max: ventanales
con una vista fascinante de la noche que prometía lluvia, piso de
madera con barniz, sillones oscuros alrededor de una mesa de
living pequeña, el último televisor colgado. Una isla de fondo que
dividía la cocina lujosa y música tranquila sonando de fondo.
—Es la primera y última vez que te preguntaré esto ¿te follaste a
mi hermanastra? —Le pregunté, de hito en hito.
Max cerró la puerta y me miró con una ceja arqueada.
—Una Sugar baby no tiene el derecho de saber con qué otras
mujeres se acuesta su Sugar Daddy. Digo, por si eso exactamente
no lo encontraste en Google.
Sus palabras fueron como una bofetada, paso al lado mío y fue
directo a la barra a servir dos copas de vino. Parecía de mal
humor, tajante.
—Siéntate, Gray — me dijo, autoritario y dándole un gesto al
sofá con la cabeza.

LURU
LURU

Solté el aliento e hice lo que me pidió. Llegó con una copa para
mí y con otra en mano. La tomé con delicadeza entre mis manos
y la observé un instante.
—Si te propuse que seas mí Sugar baby fue porque te vi
demasiado madura para tu edad. Estar con una joven de
diecinueve años quizás no sea lo más fácil del mundo, pero no
me hagas perder los estribos con tus actitudes baratas.
Perfecto, su carácter ahora me demostraba que podía ser un
hombre serio cuando él lo desee, así que yo podía tomar ese
carácter también.
—Me pondré a la altura que desees cuando me respondas si te
has follado a Rose y si contestas de dónde la conoces—
contrataqué, mojando mis labios con el vino y mirándolo con
mala cara.
—¿Cambiara algo si decido no responder eso?
Su rodilla rosaba con la mía, ya que él había subido su pierna que
estaba por encima de la otra. Tenía su brazo en el respaldo y su
mano estaba a la altura de mi hombro. Tenía una camisa blanca
desabrochada a la altura del cuello y el cabello algo revuelto.
No se tomaba la molestia siquiera de arreglarse y aun así se veía
guapísimo. Y yo toda maquillada, con tacones y con horas
perdidas en arreglarme. Me pregunté a mí misma si valía la
pena.
—Dime, aunque sea de dónde la conoces, Max.
Me miró y al ver qué no me daría por vencida, resopló, bajando
la guardia.
—La conocí hoy en un café, tenía mí receso laboral cuando la vi
llorando desconsoladamente mientras comía algo. Me acerqué a
ella para ver si estaba todo bien y nos quedamos platicando. Me

LURU
LURU

dijo que necesitaba trabajo, que eso la tenía mal, así que como
yo necesito una secretaria, la contraté. Le di un adelanto de
sueldo, hice varias llamadas y ahora sé qué no dormirá en la
calle. Lo que no entiendo es por qué le diste una bofetada y la
sacaste a patadas de tu apartamento. Eso fue lo que me dijo
sobre lo que le había hecho su propia hermana.
Hija de …
—Típico de Rose, manipular a las personas hasta conseguir lo
que ella quiere—pensé en voz alta—. Le di una bofetada porque
se lo merecía luego de insultar a mi madre. El término zorra no
está mal visto actualmente, pero por cómo ella lo dijo fue un
insulto que me sacó de casillas. Le ofrecí un techo, pero lo único
que hizo apenas pasó un minuto en mi apartamento, fue un
bicho desagradecido.
Me miró, sorprendido por haber conocer el otro lado de la
historia. Bebió su sorbo de vino, pensativo.
—¿Crees que hice bien en contratarla? ¿Es una persona de fiar?
Su pregunta me resultó atractiva, porque sentía que estaba
poniendo sobre la palma de mi mano el futuro de Rose. En aquel
sentí a un diablo y a un ángel posarse sobre cada hombro.
—No soy quién para juzgar —sentencié, agotada sobre el tema
—. Pero lo único que tengo para decirte es que le tengas los ojos
en encima. Puede tener unos veinticinco años, pero tiene la
mentalidad de una niña de catorce.
—Anotado, y tú ¿qué mentalidad crees que tienes, Gray? No
quiero hondar sobre tus asuntos familiares, después de todo, no
es el tipo de relación afectiva que quiero tener contigo.
Supe que ahora la atención estaba puesta sobre mí, y eso me
trajo cierta tranquilidad. Tenía miedo de que, Rose ocupara mi
lugar y que yo me quedara sin el cupo en la universidad.

LURU
LURU

Apreciaba a Max y no estaba dispuesta a perderlo por


la imbécil de Rose.
—No sé, eso no se supone que debe averiguarlo la otra persona
¿no crees?
Me sonrió, divertido y negando con la cabeza. Que sonrisa bonita
tenía, me gustaría besarla nuevamente.
—¿Es mucho pedir si te pido que me muestres la lencería que
llevas puesta esta noche?
—su pregunta me tomó por sorpresa —. Tengo el
presentimiento de que llevas la que te he regalado el primer día
en que te conocí.
Mientras el costearía mi futuro, me daba igual si debía mostrarle
incluso un pecho. No tenía vergüenza o pavor alguna con
hacerlo. Él me atraía y mucho.
—Lo que usted me pida, señor Voelklein.
Dejé la copa de vino sobre la mesa ratona de vidrio y me puse de
pie. Me resultaba algo loco, gracioso, y un poco turbio que
nuestra relación se desviara por completo para que sea sólo suya
por un año.
Me gustaba su compañía, me sentía segura, era todo un
caballero y me sentía bajo su protección. Nada mejor que estar
con alguien que podría brindarte confianza.
¿Ya había dicho que aquello me estaba pagando la universidad?
Me saqué mi campera de jeans y se la lancé, él se puso más
cómodo sin dejar de mirar con una sonrisa en sus preciosos
labios, expectante a lo que estuviera a punto de hacer.
—Espera —me interrumpió cuando estuve a punto de sacarme la
blusa por la cabeza —, ve al baño, desvístete y sólo déjate la
lencería con las botas largas que llevas puestas. Quiero verte

LURU
LURU

venir hacía mí así. Y antes de que preguntes, es al fondo a


la izquierda, en la puerta corrediza blanca.
Asentí, le di un guiño de ojo y me marché para cumplir su
capricho.
En cuanto llegué al baño que parecía inmaculado, por las
paredes blancas, un espejo grandísimo y un tocador de muerte,
me desvestí. Me revolví un poco mi cabello rubio y me miré al
espejo, pero en cuanto estuve lista, vi una pequeña adhesiva
rosa pegada en él con algo escrito.
“Ojalá follemos más seguido, futuro jefe. Con cariño, Rose, su
hermosa pelirroja”
Retiré el adhesivo de un tirón. Tragué con fuerza. Cálmate Ada,
cálmate. Max no es tu novio, ni tu marido ni nada cómo para
reclamarle. Tú no eres su dueña de nadie y tampoco él es tu
dueño. Cálmate, cálmate por favor, no hagas un escándalo al
estilo Ada.
Me llevó los dedos al entrecejo y cerré los ojos. No, no llores, no
seas así, seguro sólo fue un rollo, Rose no arruinará tu
oportunidad de salir a flote. Dios te dio una maldita oportunidad,
no lo arruines como sueles hacerlo.
Siempre arruinas todo Ada, sal allí afuera y complácelo, lo que él
haga con otras mujeres no es asunto tuyo, pero... ¡¿Por qué con
ella maldita sea?!¡¿Por qué demonios con ella?! Múltiples
escenas en donde ellos estaban juntos en distintas posiciones
pasaron por mi mente. No, no llores maldita sea. Sal de aquel
maldito baño con la frente en alto y fóllalo para que no tenga
ganas de salir tras ella.
Demuéstrale que tú eres más que cualquiera y si no lo satisfaces,
mándalo a la mierda y búscate otro Sugar Daddy.

LURU
LURU

Con la lencería puesta, observando mis


pechos, levantándolos con mi mano y acomodándome las ligas
de las bragas, me dije a mi misma que Rose podía irse a la
mierda, porque Max sería mío costara lo que costara, no iba a
perderlo.
Deslicé la puerta y salí al pasillo, en donde comencé a caminar
hacia él, quien se encontraba en el sillón, con la copa de vino en
su mano y esperándome, insaciable.
Su rostro se desfiguró, sus pupilas se delataron y su boca se
volvió una O. De fondo sonaba mi canción favorita
titulada Ex’s y Oh’s de Elle King, sabía que no era una simple
casualidad y que todo el Olimpo me estaba haciendo ese favor.
—Por todos los cielos —lo escuché decir en un susurro, con los
brazos apoyados en el sofá y pestañando más de una vez, sin
sacarme los ojos de encima.
Sonreí con malicia y me quedé parada frente a él, con las manos
en mi cintura y dando una vuelta para que pudiera apreciar todo
lo que era necesario ver.
Por algo me llamaban la hija de la mismísima Afrodita,
detalle importantísimo. Muchas mujeres solían odiar a mi madre
por meterse con hombres casados, pero no quería entrar en
aquel detalle aquel momento.
Lo único que me importaba era seducir a Max.
Se puso de pie, en silencio, mientras la música nos envolvía.
Todo era perfecto.
Sentí como un enorme escalofrió recorrió mi cuerpo en cuanto
sus manos sujetaron cada lado de mis caderas. Posó sus labios
contra mi frente y sentí como su respiración agitada golpeaba
contra mi piel, haciéndome entender que ya lo había puesto más

LURU
LURU

caliente de lo que pretendía. Vi cómo su erección aumentaba por


debajo de su pantalón y eso me prendió aún más.
—Con el tremendo desfile privado que acabas de hacer, dudo
que no pueda follarte de la manera más lenta posible —susurró,
con la voz entrecortada y como si tratara de controlarse.
—No sabía que una chica de diecinueve años podía calentarlo de
esta forma, señor Voelklein —le dije, con aire elegante.
—Eres más que una chica, eres una jodida diosa.
Lo sé.
—Aceptaré ese cumplido por esta noche.
Levantó mi barbilla, obligándome a que lo mirara.
—No fue un cumplido, fue un hecho y no quiero que tomes cada
cosa que suelto de mi boca como un cumplido. Tú eres más que
eso, Ada.
Sí claro, y la idiota de Rose también lo era. Seguro. Me quedé
callada, sin decirle nada. Mientras yo hervía por dentro, por no
poder evitar sacar de mi mente aquellos dos follando, Max
estaba en la mismísima nube de excitación por mi presencia.
—¿Te encuentras bien o.…?
Acallé su pregunta con un brusco beso. Entonces, conocí ese lado
oscuro de Max, un oscuro que sonaba malditamente bien.
Me levantó del suelo, haciendo que rodeara con mis piernas su
cintura y apretando su erección contra mis partes íntimas.
Aquello fue lo que necesitaba más que nunca. Él era tan adictivo
como peligroso.
Si lo que él me había demostrado en el baño de la cafetería de
Tiffany era un tráiler, sabía que aquella noche tendría ante mis
ojos el placer de ver la película completa.

LURU
LURU

Capítulo 10
Mi corazón latía de una forma desembocada que tenía miedo de
que él lo sintiera también. Su cuerpo irradiaba un calor anormal
pero excitante que no tardó en pegarse al mío al instante.
Sus dedos enredados en mi cabello, besándome todo el rostro y
yo lo imitaba, tratando de satisfacer la sed del otro. Era un
momento que deseaba que durara para siempre. Sus labios me
estaban lanzando a un trance del que seguro no saldría nunca
mientras la música era lejana pero fiel compañera.
Mi vista se nubló, sólo me dejaba llevar por los sentidos. Cuando
me di cuenta, me había llevado a su habitación y lanzada creo
que sobre su cama de finas sabanas que no tardaron en erizarme
la piel.
Lo vi, al pie de la cama, desabrochando su camisa de una forma
eterna. Cada segundo era una eternidad, lo único que deseaba
era tenerlo dentro mío. Entonces, ante mi quedó aquel vientre y
pecho inflado salpicado de pecas. Un verdadero hombre ante
mis ojos, y bendecida por tener el deber de complacerlo.
Complacer a Max era uno de mis grandes deseos ocultos. Dios,
que sexy era.
—¿Ansiosa, Grey? —Me preguntó en un susurro, sin despegar
sus ojos caramelo de mí.
Abrí mis piernas de par en par, dispuesto a recibir lo que sea de
él.
—No lo dude, Sugar —musité, con una ceja arqueada y con una
media sonrisa en mis labios.
Una sonrisa traviesa floreció de los suyos, que no tardó en
morder para ocultarla.

LURU
LURU

—Eres jodidamente preciosa, Ada. Desee hacer esto todo el


día. Aquí termina mi delicadeza contigo.
Entonces sus labios fueron directo hacia mis partes íntimas, sin
más rodeo. Max tomó con sus fuertes manos mis pechos, que no
tardó en acunarlas con ellas y apretarlos. Gemí.
Pasaba su lengua sobre mi braga, haciendo que el contacto entre
la tela y ella fuera un verdadero espectáculo de sensaciones.
—Max —gemí, cerrando los ojos con fuerza y dejándome llevar.
Max me devoraba completa, hundiendo su rostro en mí y
pasando su lengua por lugares tan complacientes como
inimaginables. Dios mío, aquel hombre sabía lo que hacía. Mi
vientre cosquilleaba, mi corazón golpeteaba contra mi pecho.
La opresión y el palpitar de mi sexo me pedía a gritos que él
fuera mío. Dios santo.
Cada estremecimiento era un triunfo para él, lo sabía.
Jugueteaba, haciéndolo bien.
Antes de que pudiera llegar al orgasmo, otra vez se había
detenido, ya que se había parado nuevamente, haciéndome ver
perfectamente su bulto amenazante con romper su pantalón.
—¿Quieres que te folle, no es así? —me preguntó, con una
sonrisa burlesca al ver que mis ojos estaban puestos en su erecto
miembro.
Se agachó y me tomó levemente del cabello, a la altura de la
nuca, tirando mi cabeza hacia atrás.
—Dilo —me ordenó, con los dientes apretados —. He deseado tu
deslumbrante cuerpo desde el día en que te conocí, Gray. Tienes
unos pechos tan perfectos que pagaría millones por sólo
observarlos, una cintura de muerte. La lista podría seguir, pero
estoy demasiado ansioso por hacerte jodidamente mía.

LURU
LURU

Aquella noche había entendido que Max en la cama era otra


persona. Dominante, sexy, burlón y, sobre todo, una persona
que se tomaba enserio cada caricia sobre la piel de una mujer. Su
mirada estaba oscurecida,
Tomé con una de mis manos su cuello, tomándolo por sorpresa.
Me gustara que me dominaran en la cama, pero cuando mi
deseo sobrepasaba los límites, la que solía dominar era yo. Abrió
los ojos, sorprendido. Mi cuerpo se estaba incendiando.
—Fóllame ¿o tienes miedo de que sea tu perdición, Voelklein?
Me devoró la boca de un beso, teniendo el descaro de morder mi
labio inferior con fuerza. Me sacó la ropa interior con ansiedad,
dejándome desnuda y sólo me había dejado las botas. Me abrió
las piernas de par en par, y no tardó en penetrarme, haciéndome
gritar.
Su respiración se mezclaba con la mía, cada embestida era una
sensación tanto dolorosa como placentera. Su miembro era más
enorme de lo que había mentalizado cuando me duchaba.
Jadeaba sobre sus labios, sus movimientos eran rítmicos,
excitantes. Entrelacé mis piernas sobre su espalda, con la
intención de que no se apartara de mí en ningún momento.
Gruñó, hundiendo su rostro mi cuello, besando, mordisqueando.
Marcándome, insaciable.
El ritmo aumenta, perdiéndome en su vaivén de sus
embestidas.
Me retuerzo bajo su enorme cuerpo, apretando mis manos
contra sus gigantescos brazos ejercitados y bien marcados.
Estaba a un paso de llegar al orgasmo.
Sin esperarlo, Max comenzó a tocarme el clítoris mientras me
penetraba.

LURU
LURU

—Dios mío, Max —carraspeé, perdida en sus dedos.


—Eso es mi bella Ada, córrete para mí. Acaba para mí. Estás
empapada y eso me está volviendo loco —gruñó, mordiendo el
lóbulo de mi oreja —. Libérate para mí, perfecta diosa.
El cuerpo me ardió de una forma inexplicable, de una forma que
no fue capaz de describir. Los espasmos se fueron dividiendo,
entre lo más bajo a lo más alto, placenteros bajo el cuerpo de
Max, quien no dejaba de tocarme y penetrarme.
Llegué al orgasmo tras lanzar un gemido que había florecido de
lo más profundo de mi garganta, cerrando mis ojos con fuerza.
Mi cuerpo, en su máxima debilidad, seguía siendo penetrado por
Max, quien intentaba llegar al clímax con sus propios
movimientos, mientras que yo aún me encontraba en la calma
de mi propio orgasmo.
Se derrumbó finalmente encima de mi cuerpo, sudado. Me
abrazó, cosa que me sorprendió. Se dio la vuelta y me tumbó
contra su cuerpo, recostándome contra su pecho.
El silencio era interrumpido por nuestras respiraciones agitadas
que trataban de tranquilizarse. Pero mi boca no tardó en soltar:
—Rose te dejó una nota en el baño.
Al ver que no respondía, levanté la mirada para ver por qué no
me había contestado.
Para mi sorpresa, Max se había quedado profundamente
dormido.
Se le había relajado el gesto. Sus ojos cerrados me dejaban ver
sus pestañas pelirrojas, tenía el cabello revuelto y lo único que
me trasmitía era su belleza en plena paz. Su respiración había
pasado de agitada a tranquila.

LURU
LURU

Seguro follar más de una vez en el día te dejaba agotado. Me


ocupé de quitarle el condón con delicadeza de no derramar su
semen en sus sabanas oscuras, lo tiré en el cesto del cuarto de
baño que estaba dentro de su misma habitación y lo arropé por
si en la madrugada refrescaba. Antes de hacer lo último me
quedé apreciando su hermoso cuerpo desnudo, sus mechones
anaranjados se espacian contra su almohada y me quedé
maravillada con la cantidad de pecas que tenía.
Max era una obra digna de ser admirada y más me sorprendía
que a la edad de sus treinta y cinco años, se mantenga tan bien.
Él era cómo el vino, mientras más años pasaran mejor se ponía,
de eso estaba segura.
Me puse la ropa interior, sin antes secarme con papel mis partes
íntimas y lavarlas en su baño. Me vestí y vi que en mi celular
marcaban la una y treinta de la madrugada.
Le di un casto beso en la frente en forma de despedida, mientras
a él lo consumía un profundo sueño y echándole un último
vistazo desde el umbral de la puerta de su habitación, me
marché, ya que mi trabajo había finalizado.
A la mañana siguiente me desperté con el sol en la cara, me
había olvidado nuevamente de cerrar las cortinas y me odié a mí
misma. Me puse la almohada en el rostro para tratar de evadir
los rayos del sol, pero no había caso, esa cosa en el cielo me
estaba ganando.
Si me hubiera quedado en casa de Max seguro tendría las
cortinas cerradas. Yo y mi maldita costumbre de sabotearme los
días.
Me levanté de mala gana, y cerré la cortina de golpe, cuando me
di la vuelta en dirección a mi cama, pegué un grito de
muerte, llevándome una mano al pecho.

LURU
LURU

Max estaba acostado en mí cama, observándome claramente


enojado, con el torso desnudo y envuelto en mis sábanas.
—¡Demonios, Max! —grité, pegando la espalda contra la pared.
—¿Se puede saber por qué demonios te fuiste anoche? —me
preguntó, con frialdad, ignorando mi espanto por su culpa.
Pestañeé más de la cuenta, sin saber qué decir. Era temprano,
muy y él estaba de la misma forma en lo que yo lo había
dejado, desnudo. Que buena vista.
—¿Te me vas a quedar mirando el paquete o vas a responder?
Sentí mis mejillas ruborizarse.
—Excusa genérica.
—¡¿Acabas de decir excusa genérica?!
Mierda, pensar en voz alta se me hacía cada vez más
involuntario.
—No creí que fuera correcto quedarme. Creo que dormir en tu
cama sería forzar un vínculo que no pretendo generar—le
respondí, avergonzada—¿Cómo demonios entraste? Dime por
favor que no tiraste la puerta abajo otra vez, Max—froté mi
frente, aterrada con esa idea.
—No pretendo generar un vínculo entre los dos
que provoque una relación más allá de la que tenemos, Ada.
Pero te hubieras quedado en mi casa, así por lo menos te tendría
vigilada—me dijo, con arrogancia y pasando sus manos por
detrás de su cabeza—. No, no tire la puerta abajo. Tuve el
atrevimiento de hacerle una copia a la llave, con
eso procurare no tirarla abajo en caso de que intentes suicidarte
otra vez.
—No voy a suicidarme, Max.

LURU
LURU

—No voy a creerlo hasta que el psicólogo te dé el alta.


—¿A estas alturas no vas a confiar en mí? No puedes estar las
veinticuatro horas del día conmigo—bufé, cruzándome de
brazos.
—¿Por qué no? —preguntó, en un bobo intento de provocarme.
—No eres mi novio, ni mí esposo ni nada. Sólo soy tu primer
intento de Sugar baby y tu intento por meterte en este mundo
en el que solo derrocharas tu dinero por mi compañía.
Arqueó una ceja y mordió su labio inferior, tratando de evadir
una atractiva sonrisa.
—Desnúdate y métete a la cama.
—Yo no…
—Ahora—espetó, en seco y completamente autoritario.
Quería golpearlo por ser tan mandón.
—¿No deberías trabajar?
—Me tomé el día ¿me estás echando, amor?
Abrí los ojos como platos. Una palabra nueva.
—¿Amor? —me eché a reír—. Diablos Max, que original.
Aunque debía admitir que la palabra “amor” saliendo de su boca
y que fuera dirigida a mí, me había provocado cierto cosquilleo
en el estomago que no pude comprender. Me obligué a mí
misma a olvidar todo signo de cariño que proviniera de él. Nada
de aferrarse, Ada.
Fui a la cama con él, y de rodillas encima del colchón, me saqué
por la cabeza la sudadera grande que tenía como pijama. Al
instante mis pechos se sintieron en libertad y al contacto con el
aire provocó que mis pezones se pararan.

LURU
LURU

—Rostro de porcelana y cuerpo de diosa. Combinación perfecta


ante mis ojos—sus palabras salieron de sus labios como una
caricia.
—Lo que sea por ti, mi Sugar.
Me recosté sobre su pecho firme, suave, cálido y salpicado de
pecas. Pero su iPhone sonó en cuanto creí que la paz sería
nuestra aquella mañana. Atendió.
—Rose, me alegra que llamaras—saludó a través del teléfono,
con entusiasmo.
A mí se me bajaron los ánimos. Quise echarlo a patadas de la
casa, pero quería comportarme como si pudiera soportarlo,
como si no me importará. Quería enseñarle que podía manejar
cualquier tipo de situación. Pero aquello me superaba porque se
trataba de Rose.
—…me alegra saber que en la empresa te ha ido bien. No olvides
de recibir todas mis llamadas, anotar citas y horarios. Espero el
llamado de uno de los representantes de otros restaurantes
para lanzar las ofertas de este mes en conjunto…si…estupendo.
Saludos.
Cortó la llamada y me dio un beso en la coronilla de la cabeza.
—¿Todo marcha bien? —le pregunté, con un nudo en la
garganta.
—Sí, sólo que mi padre me ha pedido que me ocupe de manejar
dos restaurantes nuestros aquí en New York ya que él está
demasiado viejo y necesita un descanso. Luego del escrache
público que se ha producido entre él y tú cuando renunciaste, le
ha afectado la salud así que ha decidido descansar y solo
enfocarse en los restaurantes que posee en Argentina.

LURU
LURU

Pobrecito, pensé de mala gana. Que se vaya al infierno si fuera


por mí.
—¿Se marchará a Argentina?
—Yo iré junto con él dos semanas, luego regresaré. Lo ayudaré a
acomodarse y regresaré a Estados Unidos.
Tragué saliva con fuerza. Sin ver a Max por dos semanas.
—¿Te vas dos semanas? —lo miré rápidamente, sorprendida.
Él frunció el entrecejo y me acarició la mejilla con la yema de sus
dedos.
—Sí ¿me vas a extrañar? —me preguntó con voz ronca, sexy.
—Puede ser—me encogí de hombros, fingiendo que aquello no
me había afectado un poco.
—Mientras yo lo ayudo a instalarse en Argentina, tú te irás a vivir
a la universidad que desees. Las dos semanas se pasarán volando
¿Ya elegiste universidad, Ada?
—Sí, voy a elegir la de aquí. La universidad privada de New York,
yo no creo que sea necesario que me instale en otro lado cuando
no me queda muy lejos de aquí, Max.
—¿Y dejarte sola dos semanas? Ni loco—su voz se elevó a una
octava—. Prefiero que estés con una compañera de cuarto a qué
estés sola aquí y decidas colgarte de nuevo. No, tú te mudaras.
Me recompuse, sentándome a su lado, haciéndole frente a la
situación.
—O eliminas ese lado controlador tuyo o te vas de
mi apartamento.
Se echó a reír, pero su risa fue disminuyendo al ver que estaba
hablando enserio. Me empujó la espalda contra el colchón, chillé

LURU
LURU

y se subió arriba mío, sentándose a la altura de mis caderas. Me


sujetó las muñecas, a cada lado del rostro.
—O te mudas o te follo hasta que no puedas levantarte, Gray.
Claramente perdí, porque preferí que me follara y mudarme no
fue tan mala idea.
Tanto Max como yo, habíamos ganado sin lugar a duda.

LURU
LURU

Capítulo 11
Max tenía contactos que estaban relacionados con la
administración de la universidad más prestigiosa de Nueva York,
es por eso que instalarme fue tan sencillo como chasquear los
dedos.
El dinero no era lo más importante del mundo, pero si podías
hacer cosas maravillosas con él. Sabía que pedirle a Max que
costeara la universidad sería algo descarado de mi parte, pero
necesitar avanzar y él era el último escalón que necesitaba para
llegar a mi sueño.
Le estaría agradecida toda la vida, eso no se discutiría jamás.
Llenar papeleos, mudarme e instalarme y comprar algunos libros
para empezar a estudiar antes de tener mi primer día me llevó
exactamente dos semanas y el comienzo de una tercera.
Las citas con el psicólogo me ayudaban y me vio bastante
entusiasmada, eso era alentador tanto para mí como para
él. Quizás aferrarme a aquella nueva oportunidad era lo que
necesita, aunque ahogarme en ella era lo que temía.
Coloqué el último libro en un estante particular y sonreí,
orgullosa. En mi habitación había dos camas separadas, con una
mesa de luz y un enorme ventanal en el medio que daba vista al
campus.
Lo bueno es que había ingresado a tiempo para empezar a
realizar la carrera. Era como si el destino me estaba sonriendo.
Tenía mi ropa organizada y colgada en perchas. Mi compañera
de habitación ingresó con su última caja de mudanza que le
había quedado pendiente y me sonrió.
—Listo, finalmente me he mudado a la universidad y con un
cansancio inexplicable —me dijo, animadamente, colocando la

LURU
LURU

caja encima de su cama y pasándose la mano por la frente a


pesar de que no tenía ni una gota de sudor.
Su nombre era Amanda, tenía dieciocho años y había elegido
estudiar la carrera de psicología al igual que yo, así que tenía una
compañera de estudio asegurada. Tenía el cabello negro y unos
preciosos ojos azules, era algo regordeta, pero tenía una silueta
de muerte. Ella era preciosa en todos los sentidos.
—Me acaban de avisar en dos semanas iniciamos en los cursos
introductorios ¿no te mueres por arrancar ya? —le dije,
tirándome de espaldas a la cama y con una sonrisa en el rostro.
—Estoy más ansiosa de lo que crees, me han recomendado
dormir mucho y que descanse todo lo que pueda, porque nos
van a matar con todo el material teórico que nos darán —me
aconsejó, cerrando la puerta y acostándose en su cama —. Así
que tú y yo podemos ir a beber algo mientras estamos aquí.
Su ofrecimiento fue tan tentador que no tardé en decirle que sí.
Mientras ella se duchaba para luego salir conmigo, me atreví a
enviarle un mensaje a Max, del que no sabía nada desde hace
dos semanas. Le había dejado mensajes, pero no me había
respondido ni uno solo.
Eso me había hecho entender que quizás lo molestaba y que
debía dejarlo en paz hasta que él deseara mi compañía. Debía
pensar en frio cuando se trataba de él.
“Creo que tengo una nueva amiga, es amable y graciosa. Me ha
invitado a tomar algo en un bar que está ubicado en frente el
campus. Espero que tu visita a Argentina sea de la más
agradable, te doy a la distancia un beso imaginario en tu mejilla.
Gracias por todo lo que estás haciendo por mí”
Mirando la pantalla de mi celular, vi que su última conexión
en WhatsApp era a las siete p.m. y eso me dejó algo

LURU
LURU

descolocada. No había tilde azul en mis mensajes, pero si le


habían llegado. Ni siquiera los había visto.
En dos semanas de ausencia, sólo le había enviado cuatro
mensajes ya que no quería bombardearlo con todo lo que me
estaba sucediendo.
¿Ya no quería ser mi Sugar Daddy? Me obligué a sacar todo
pensamiento negativo de mi mente, no me hacía bien tomar ese
camino, debía concentrarme sólo en lo positivo.
Amanda salió del baño con una toalla morada rodeándole el
cuerpo y el vapor por detrás de ella.
—Veo que te preparaste rápido, esa blusa te queda fantástica —
me dijo, sonriéndome y buscando qué ponerse en su pequeño
ropero de pared.
—Lo siento, es que realmente me apetece beber algo con
alguien. Es bonito poder despejarse —contesté, algo
avergonzada por mi comportamiento tan entusiasta.
Cálmate Ada o la asustaras con tu falta de amistades y tu falta de
amor.
Ella me sonrió con una amplia sonrisa y sacó una percha del cual
colgaba un vestido rojo que tenía pinta de ser muy corto.
—¿Crees que con esto consiga capturar la atención de alguien
para follar esta noche? Porque me apetece hacerlo —me dijo,
desafiante.
—Sin lugar alguno, Amanda.
La cantidad de personas que compartían una tarde (casi noche)
bebiendo y charlando a carcajadas en sus respectivas mesas y en
la barra. El bar estaba rodeado de música y risas, formando un
ambiente entusiasta que era contagioso.

LURU
LURU

Amanda me tenía tomada de la mano, arrastrándome a


cualquier lugar que estuviera desocupado y por suerte
encontramos dos altos asientos de terciopelo rojo que estaban
juntos.
Nos sentamos y pedimos dos botellas de cerveza que no
tardamos en chocar.
—¡Por un año repleto de aprobados en nuestros exámenes! —
me dijo a través del griterío de las personas, sonriendo y
dándome un empujón en el hombro.
—¡Salud!
Me llevé el pico de botella a la boca y mis ojos cayeron sobre el
espejo que tenía frente a mí. Mi rostro tenía un gran color, no
parecía tan agotada y descuidada como semanas atrás. Creo que
algo en mí estaba mejorando y quería besar en la frente a la Ada
de hace años que pasó sus peores tormentos para decirle que la
calma iba a llegar tarde o temprano.
Mientras Amanda estaba demasiado distraída revisando su
Instagram, levanté la botella disimuladamente hacia mi reflejo y
me sonreí a mí misma. Todo marchaba bien.
Miré a Amanda y por lo que vi le estaba haciendo ojitos a un
chico bastante apuesto de cabello oscuro que estaba a un par de
mesas de la barra.
—Ve a su mesa—le dije, animándola.
Ella me miró y me sonrió.
—No tardaré —me dijo, me apretó la mejilla y se fue saltando de
su asiento, con su botella.
Amanda era muy guapa y claramente los hombres caían
estúpidamente a sus pies. Disfrute un instante de mi breve

LURU
LURU

soledad mientras recorría el lugar con la mirada en busca de


alguien conocido.
Debía admitir que la mayoría de los muchachos que parecían
estar solteros era tan atractiva cómo para follarlos hasta que las
piernas no me dieran abasto. Pero mis ojos recayeron sobre un
hombre en particular.
Un hombre que estaba charlando con semblante serio con una
pelirroja de bucles definidos, de un escote impresionante que
lucía con sus pantalones y chaqueta elegante.
¡Un hombre al cual había estado enviándole mensajes durante
dos semanas y no había sido capaz de responder ni uno solo!¡Ni
siquiera un maldito emoji!
Max estaba con Rose bebiendo lo que parecía un café y
charlando de algo que les causaba gracia a los dos. Mientras que
yo, sólo era una observadora que se estaba dejando consumir
por la rabia que sentía.
Maldito millonario pelirrojo y de pene enorme lleno de pecas.
Tenía ganas de patearle hasta las pecas del culo.
No sabía que había bebido toda mi cerveza hasta que vi que ya
no caía ninguna gota dentro de mi boca. Pagué otra y comencé a
beber.
¿Por qué con ella? ¡Quería echarme a llorar! No quería que me
viera, pero la estúpida, o sea yo, lo había mirado otra vez y como
si fuese cosa del destino, me vio.
Me hubiese gustado grabar el momento en el que me vio, su
rostro relajado, sonriente y cómodo sobre su silla, como si
estuviera disfrutando de la compañía de su secretaria idiota,
cambió radicalmente. Se aflojó la corbata anudada a su cuello,
abrió los ojos como platos y me dio una sonrisa inocente
diciéndome “oh mierda”.

LURU
LURU

Rose parecía estar en su mundo ya que no se había percatado de


que su acompañante ya no le estaba prestando atención, porque
la misma estaba centrada en mi cuerpo, que Max no dejaba de
ver de arriba a abajo.
Veo que Rose toma su abrigo, sonriente, le dice algo que no
logro escuchar y se marcha sin evitar darle un beso en la mejilla.
Desde aquí veía la marca roja de la pinta labios en la mejilla de
Max. Que se vaya al demonio si prefiere la compañía de Rose.
Deje de mirar.
Siento su presencia a mi lado, su calor corporal y su perfume
masculino que inunda mis narices.
—Antes de que pienses que soy un cretino por no haberte
llamado para avisarte que me encontraba en New York, déjame
invitarte otra cerveza—me ofreció, tratando de sonar lo más
tranquilo posible.
Una sonrisa de sorna salió de mis labios. Por el amor de Dios,
ahora quería darme alcohol, genial. Lo miré, me miró y sus
malditos ojos caramelo fueron todo aquello que extrañé en su
ausencia.
—No debes darme explicaciones, porque tú y yo no somos nada.
Soy tu Sugar baby, recuérdalo Max—solté, en seco—. Cómo
verás, ya estoy bebiendo. Gracias.
Le dije, bebiendo tranquilamente mi cerveza.
Se pasó los dedos sobre su mentón tenso, negando lentamente
con la cabeza mientras miraba de manera distraída algún punto
del bar. Claramente estaba cabreado por mi actitud tan tajante.
—¿En serio te vas a comportas de esta manera tan inmadura,
Ada? —me preguntó, mirándome serio y con una ceja arqueada.

LURU
LURU

—¿Qué esperas de una chica de diecinueve años? ¿Madurez de


tu edad? Conmigo no fue la excepción. Si algo me enoja lo
demuestro y no lo oculto para fingir madurez ¡El simple hecho de
que te relaciones con Rose me enoja muchísimo!
No sabía que había elevado tanto la voz hasta que vi que la gente
de mi entorno me había quedado mirando de manera rara.
Entonces, como respuesta inesperada, Max se echó a reír.
Maldita risa hermosa que tenía aquel tipo. Me daban ganas de
chuparle el paquete. Mierda, creo que estaba borracha.
—¿Qué demonios te cuesta decir que estás celosa? —me
preguntó, con aire arrogante—. Te enoja verme con Rose y no
sabes lo sexy que te ves cuando ocultas los celos.
Parecía estar divirtiéndose con mi enojo, quería partirle la botella
por la cabeza. Se acercó a la altura de mi oído, y su aliento chocó
contra mi cuello, provocándome un cosquilleo en la piel.
—Verte enojada me dan ganas de azotarte ese hermoso culo que
tienes y hacerte cosas que no puedo describir en palabras,
Gray—me dijo, seductoramente con una sonrisa plantada en los
labios.
—Viejito, aléjate de mí amiga. Podrías ser su padre, asqueroso.
La voz escandalizada de Amanda nos sobresaltó a los dos. Max se
asustó y la miró, consternado y luego me miró a mí.
—Gracias señor, pero esta noche no se me apetece follar—le dije
a Max con una falsa sonrisa.
Él puso los ojos en blanco y se bajó del taburete, fulminando con
la mirada a Amanda sin decir nada y sin intención de defenderse.
Antes de que Max decidiera irse, posó su mano en mi cadera y
me susurró al oído.

LURU
LURU

—Si no estás en una hora en mi Audi negro que está estacionado


en la esquina, te follaré en el baño de damas sin importar el
escándalo que arme.
Me quedé mirándolo con la boca abierta mientras se marchaba,
abriendo su paso entre las personas y la cantidad de mujeres que
lo desnudaban con la mirada.
Y yo estaba sorprendida, sin poder creer lo que acaba de
decirme.
—Malditos hombres que pueden hacer contigo lo que deseen y
la sociedad los apaña—la voz de Amanda me sacó de mis
pensamientos.
—No te preocupes, es el hombre que se está ocupando de
pagarme la universidad—le conté, para darle calma
Me miró, sorprendida.
—Demonios, cuánto lo siento Ada. No sabía que lo conocías ¿Es
amigo tuyo o algo así? Digo, porque un familiar no era. Por cómo
te estaba mirando—aclaró.
—Sí, digamos que es un amigo con beneficios que costea mis
gastos—le dije, tratando de camuflar el término adecuado.
—¡No inventes! —pegó el grito en el cielo y se inclinó hacía mí—
¿Es tu Sugar Daddy? Ay amiga eres más interesante de lo
que creía.
—Dios mío, Amanda. No hables tan alto, no todas las personas
son de mente abierta.
—Consígueme un Sugar. Quiero uno. Lo necesito.
—¿Qué?

LURU
LURU

—Quiero un Sugar Daddy—insistió, aferrándose a mi brazo—.


Quiero alguien que sea capaz de contentarme con sexo y
dinero.
—No es tan sencillo como parece. Yo conocí a Max de
casualidad, Amanda.
—Vamos, seguro tiene un par de amigos a los cuales
presentarme. No te los dejes para ti.
—En este ámbito no es todo color de rosa, Amanda—le advertí.
Parecía tan inocente, tan débil que tenía miedo en dejarla con
cualquier hombre equivocado y que le hiciera daño.
—Te lo follas a cambio de dinero, realmente te admiro—me
halagó, contenta por mí.
Me estaba viendo como si fuera una especie de celebridad. Eso
me causó gracia.
—Me costea la universidad, me paga el psicólogo y
cualquier cosa que le pida me lo da a cambio de mi tiempo.
—¡Wow! ¡Quiero, quiero, quiero!
—Pero he leído casos por internet en donde debes encontrar al
indicado para este tipo de cosas, porque a veces puedes
conseguir a hombres que se obsesionan contigo y eso puede
ponerte en peligro.
—Ya veo…—me miró, pensativa—. Max no tiene pinta de ser
alguien muy mayor. Si, parece demasiado grande para ti, que
pareces una muñequita a su lado. Pero, no tiene pinta de ser
un Sugar. Aunque, es demasiado guapo, no lo dejes ir.
—Es que soy su intento de Sugar baby—le conté—. Su padre le
insistió para que se metiera en este mundo, que pruebe de él un
poco. Tiene treinta y cinco años, yo creo que a los cuarenta y
cinco será sin duda un profesional en este mundo. Y si, es muy

LURU
LURU

guapo, tanto que asusta. Es tan seguro de sí mismo, tan serio y


tan…no sé, Max es irresistible.
—¿Tienes miedo de enamorarte de él?
La miré un instante, pensando seriamente lo que acababa de
soltar.
—El más mínimo sentimiento que sienta hacía él—miré hacía la
puerta, algo preocupada por mis celos que no había parado
de manifestar—, puede echarlo todo a perder.
Me despedí de Amanda con un abrazo, quien no paraba
de enviarse mensajes con el chico que había conocido en el bar.
Por lo que me había dicho, él tuvo que irse de urgencia y por eso
mismo no se habían quedado charlando con ella. La vi marcharse
hacía en campus y yo me dirigí al auto de Max, quien me estaba
esperando impaciente.
Empezó a tocar bocina apenas me vio, insistente. Yo rodeé los
ojos, abrazándome a mí misma porque ya empezaba hacer frío.
Bajó la ventanilla del conductor, y su hermoso rostro apareció.
—Puntual, Gray. Felicidades —soltó, molesto y con aire
sarcástico.
¿Qué? ¿Por qué demonios estaba de mal humor? Deseaba que
no fuera por mí culpa, aunque tenía mis razones para partirle
una silla por la cabeza.
Apoyé mis codos sobre la ventanilla del putazo de coche que
tenía y me incliné hacía él para quedar a la misma altura.
—¿Por qué me diste una hora para vernos? —le pregunté.
—Quería que Rose llegará bien a su casa así que la alcancé hasta
allí y luego vine a buscarte.

LURU
LURU

No sé si lo habrá escuchado, pero literalmente mi corazón se


había pinchado. Traté de disimular mi disgusto con una sonrisa
falsa.
—A veces eres tan generoso—le dije, en seco y sin ninguna pizca
de gracia.
—Sube al coche, Ada. Hoy no estoy para comentarios ¿acaso
tengo que pedirte permiso para llevar a tu hermanastra a su
casa?
Reprimí las ganas de volver al campus. Parecía estar tan molesto
que obedecí, rodeé el coche, me subí al asiento del
acompañante y me puse el cinturón de seguridad. El olor a auto
nuevo inundó mi nariz, esa cosa parecía una nave recién salida
de la concesionaria. Asientos oscuros, pantalla digitalizada, todo
era impecable. No podía creer que estaba dentro de un auto
como ese.
—¿Te gusta? —me preguntó, al ver que estaba maravillada.
Asentí, con una sonrisa, mientras pasaba mis dedos sobre el
tablero.
—Es precioso—le dije, con un hilo de voz.
Él me recorrió el rostro con la mirada y sus ojos recayeron sobre
mis labios. Se inclinó hacía mí con una sonrisa y me dio un
dulce beso que apenas rozó mis labios.
Lo miré un instante, sorprendiéndome por su cambio de humor.
—He tenido un día de mierda, pero cada vez que te veo es como
si nada me hubiera pasado y todo estuviese bien —me susurró,
con aire sincero.
Las luces de la calle le iluminaban el rostro de una forma muy
apagada. Eran tan enorme que no sabía cómo cabía en el

LURU
LURU

coche. Que hombre tan hermoso. Aquellas palabras habían


esfumado todo enojo de mi ser.
—¿Por qué no me avisaste que ya estabas en la ciudad? —me
atreví a preguntarle.
—¿Te parece si te llevo a cenar y te cuento cómo me ha ido?
Después de todo, estás tan hermosa con lo que llevas puesto
que no quiero que tu atuendo sea solo visto en un bar—me
propuso, con voz seductora y mientras acariciaba mi hombro
desnudo.
Sentí cosquilleos en mis partes bajas. Cada vez que había un
contacto con él se me erizaba también la piel. Quería comerlo a
besos.
—Acepto—le dije, con una sonrisa.
Él me devolvió el gesto con un beso en la mejilla y encendió el
coche. Aquella noche parecía prometer algo más que una cena.
De repente, mi celular suena de golpe. Era una llamada
entrante de...mi ánimo se apagó y mi corazón comenzó a latir
con fuerza, sintiendo los nervios invadirme de una forma
alarmante.
Mientras Max conducía, me echó un vistazo y frunció el
entrecejo, volviendo la mirada hacia la calle.
—¿Quién es y por qué te pusiste así? —me preguntó, alerta.
Me temblaba la voz cuando le dije:
—Es mi madre.

LURU
LURU

Capítulo 12
—¿Vas a atender o te vas a mirar mirando la pantalla?
La pregunta de Max me sacó de aquel transe en el que estaba
sometida. No sabía qué hacer, el pánico aumentaba a grandes
pasos y yo lo único que quería era que me dejara en paz.
No la tenía agendada, pero algo me decía que era ella. Nadie me
llamaba, no tenía amigos, solo hoy había agendado a Amanda,
mi vecino Hardy y a Max.
Sabía que era ella, sabía que era mi madre. Le tenía miedo,
porque desobedecerla era lo peor que podía hacer.
Apreté el botón táctil rojo para cancelar la llamada. No quería
atenderla, aunque la culpa me iba a torturar de por vida.
—Veo que tú y tu madre no se llevan bien — comentó Max, y
luego apretó los labios.
-No. Ella no debe ser dónde estoy. La perra de Rose le habrá
dicho — carraspeé, llevándome las manos al rostro.
Quería chillar.
—¿Qué lío familiar escondes, Grey? —Sonrió, confuso.
—Uno que es imposible de creer.
Otra llamada entrante me sobresaltó del susto. El mismo
número haciendo vibrar mi celular que estaba encima de mis
muslos. Si atendía registraría la ubicación y me encontraría en un
abrir y cerrar de ojos.
Ay no.
—Me quiero morir —mascullé, molesta.
—No digas eso porque sabes que esas palabras saliendo de tus
labios no suena cómo un decir—me reprochó, molesto.

LURU
LURU

—Es que no sabes cómo es mi madre, Max. Ella es…


Otra llamada entrante retumbó en mis oídos. Sacada
de quicio, apagué el móvil.
—Púdrete mamá.
Pegué mí cabeza contra el asiento, frustrada. No la quería en mí
vida de nuevo, no cuando me estaba impidiendo ser lo que
alguna vez quise ser, a pesar de que tuve que pasar por una
situación tan extrema como querer suicidarme.
El teléfono de Max empezó a sonar y la llamada se reflejó en el
tablero digital. El nombre de Rose figuraba en él. Miré hacía la
ventanilla, tratando de que no se me notara el enfado en mi
rostro.
Max atendió, relajado. Supuse que no tendría nada que
esconderme, sino la hubiera atendido por privado.
—Hola Rose ¿ocurrió algo en relación con la oficina? Recuerda
que a esta hora no recibo llamadas de nadie.
—Hola Max ¿está contigo Ada? Sólo quiero saber eso, no volveré
a molestarte, precioso—su voz chillona me taladró la cabeza,
pero no me centré en eso, sino en que había preguntado por mí.
Precioso, ella le decía precioso. Maldito Gollum.
Max me miró, sin decir una palabra ya que su gesto fue: ¿Le digo
que estás conmigo o no? Rodeé los ojos, sintiendo que aquella
noche prometía ser la peor.
—Y vuelves a joderme y a tocarme las pelotas, Rose —le dije,
finalmente.
—Vete al diablo. La zorra de tu madre no ha parado de
llamarme, quiere hablar contigo—soltó, en seco.

LURU
LURU

—¿No te he pegado una cachetada por llamarla zorra? ¿Es que


no aprenderás nunca? No le hagas caso y ya. Si me entero que le
pasarás información mía…
—Yo que tú me comunico con ella porque está más que
enfadada y sabes lo que ocurre cuando está enfadada tu madre.
Ha vuelto loco a mi estúpido padre con ese carácter suyo —
insistió ella, en tono de advertencia.
—Eso no pasara.
Corté la llamada apretando el botón rojo táctil del tablero de
Max, resoplando. Si mi madre estaba ansiosa por encontrarme,
debía hacerlo ella, yo no iba a mover ni un pelo.
—Siento que tuvieras que presenciar todo lo que rodea a
mi ámbito familiar —le dije a Max, avergonzada.
Tomó mi mano por encima de mi muslo mientras
manejaba, dándole un ligero y delicado apretón.
—Todos tenemos familiares que nos amargan la vida, no te
preocupes. Ahora ¿qué tal si abres la cajuela del coche? Seguro
con eso te olvidaras de todo—me preguntó, con una sonrisa
pícara en los labios, manteniendo su buen humor.
Fruncí el entrecejo. Sin decir nada, abrí la cajuela pequeña y me
encontré con unas llaves de lo que parecía una moto...ya que
suelen ser distintas a las de un coche. Lo miré a él y luego volví a
mirar las llaves.
—¿Qué significa esto, Max? —le pregunté, en su susurro.
—Espero que sepas manejar una moto porque si no es de ser así,
tendré que ser tu profesor particular y no me molestaría serlo en
absoluto. Es más —se inclinó a mi oído —, sería un placer ser tu
profesor, Gray.

LURU
LURU

Me quedé hecha una piedra, no sabía que decir. Estaba en shock.


Me llevé las manos a los labios, y chillé de felicidad. Me reí con
fuerza, sin salir de mi asombro. Ay por Dios. No podía dejar de
ver la llave, que tenía un llavero en forma de pompón rosa.
—¡Ay Max, no sé qué decir! —exclamé, extasiada —¡Quiero
abrazarte, pero estás manejando, no quiero provocar un
accidente!
Le llené de besos la mejilla más cercana, acunando en mi mano
en su firme mandíbula. Su perfume era tan adictivo, olía tan bien
y tenía el rostro tan suave que podría besarlo hasta la eternidad.
—¡Demonios! —carraspeó él, borrándose todo rastro de carisma
y con los ojos bien abiertos.
Entonces, todo sucedió demasiado rápido, Max pegó un
volantazo contra la izquierda, esquivando un camión que venía
por el camino contrario. Aquel volantazo provocó que nos
subamos a una acera por suerte vacía y frenáramos de golpe.
Escuché el ruido de las llantas contra el cemento y como mi
cuerpo se embistió contra el asiento de un golpe.
Max apagó el coche. Nuestros cuerpos se encontraban inmóviles,
con nuestra respiración agitada. No podía entrar en razón, pero
algo me dijo que revisara a Max, quién no tardó en
desabrocharse el cinturón, revisándome.
—¿Estás bien? Dios mío, Ada —me preguntó, desgarrado, con
mucha intensidad en su voz y recorriendo mi rostro con sus
manos.
—Sí, sí ¿y tú? —le pregunté, con un hilo de voz y con un enorme
nudo en la garganta que me impedía hablar.
Lo miré, y asentí, aún espantada por lo que acababa de pasar.
Por primera vez... le temí a la muerte, aunque sentía que la

LURU
LURU

misma podría estar a la vuelta de la esquina. De una forma


inesperada.
Max encendió el coche, maldiciendo por lo bajo a aquel
conductor que casi nos mata y paró en la primera gasolinera que
encontró, quizás sólo para tratar de recuperarnos por lo
ocurrido.
—¿Ya no quieres ir a comer? Porque se me fue el apetito —le
dije, acariciándole el cabello en un intento tonto de consuelo.
Él tenía la mirada al frente, serio y no fue capaz de mirarme. El
color de la cara se le había ido. Eso me preocupó.
—A mí también se me fue el apetito —susurró, como si le
costara hablar.
—Voy al tocador del autoservicio.
Esperé unos segundos con la espera de que me dijera algo, pero
el silencio se adueñó de él, estaba en su mundo. El susto lo tenía
acorralado aún. Bajé del coche y fui al baño, con la intención de
lavarme un poco el rostro y tratar de refrescarme un poco.
No había nadie, eso me dio la ventaja de estar un momento a
solas conmigo misma.
Llegué al lavabo y me miré un instante al espejo, apoyando mis
manos sobre el frio mármol, reprimiendo las ganas de llorar. Si
Max no hubiese doblado a tiempo, nosotros hubiésemos
terminado bajo del camión, aplastados...Dios mío.
Me agaché un poco en dirección a la canilla para sentir el agua
refrescarme la piel, cerré los ojos para que no me entrara agua.
Cuando volví a la postura normal, tanteé con mi mano en busca
de algún papel para secarme el rostro.
—Aquí tienes.

LURU
LURU

—Gracias —dije como si nada mientras lo tomaba y me secaba la


cara.
Un momento, yo estaba sola. Abrí los ojos bruscamente y el
rostro frio de mi madre no tardó en aparecer frente a mí. Pegué
un grito de muerte, retrocediendo, con la mano en mi pecho.
Me miró con un gesto tan enojado que le tuve miedo.
—¿Cómo me encontraste? ¿Cómo sabía que iba a estar aquí? —
tartamudeé, sin dejar de mirarla y queriendo huir.
Ay no ¡¿por qué a mí?!
Su melena rubia le llegaba hasta la cintura, tenía el cabello
ondulado. Llevaba un vestido blanco que le destacaba la figura,
pegado al cuerpo y unos zapatos de tacón que le hacían juego al
igual que la cartera de mano. Su belleza era inexplicable, casi
incandescente.
Se me cruzó por la mente qué pasaría si Max se cruzara con ella.
Era como verme a mí, pero ella claramente aparentaba ser más
joven a pesar de su edad.
—¿Creíste que no iba a encontrarte, Ada? —me preguntó, seria
y cruzándose de brazos —Te creía más inteligente, pero veo que
eres capaz de comprender hasta dónde puedo llegar cuando se
trata de ti.
Me clavó sus ojos grises, furiosa.
—No voy a regresar, no quiero hacerlo ¡tú no puedes obligarme
a volver!
—¿Por qué demonios te niegas a regresar a tu hogar?¡Lo tenías
todo!¡Tu decisión fue absurda! —me gritó, con aquella voz que a
veces me causaba pesadillas.

LURU
LURU

—No voy a regresar allí, yo estoy bien, he conocido a alguien,


mamá —espeté, haciéndole frente y con la voz firme.
—Sí, Rose me lo ha contado.
Hija de...
—¡Esa chica debe meterse en sus asuntos y no en mí vida!¡¿Qué
demonios hace en New York?! —grité, sacada de quicio —¡No
voy a regresar contigo ni con nadie!
—¡Bájale el tono a tu madre! —gritó aún más fuerte, cuando yo
estaba dispuesta a salir del baño —¡Y regresa al lugar que
perteneces, Ada! Ellas nos quieren a las dos.
De espaldas hacia ella, me paré en seco. Cómo se atrevía...
—¡No, mamá!¡No!
—Vanidosa como tu madre, siempre supliqué que no te volvieras
en alguien así —me reprochó, entre dientes.
—Lo hubieras pensado antes de que te acostaras con un humano
—carraspeé.
Su respuesta fue una bofetada descarada, quien me hizo
tambalear contra la pared más cercana. Me tomé la
mejilla, mirándola, desconcertada.
—Sé con quién andas —me dijo, acercándose a mí a paso lento y
apuntándome con el dedo acusador—, sé con quién te revuelcas
y sé cómo terminara todo esto. Sólo pretendo evitar el desastre,
Ada.
—No sé de qué me estás hablando, mamá.
—Max no es lo que piensas. Y cómo sé que eres tan inteligente,
lo averiguaras tú solita, niñita.

LURU
LURU

—¡No te tengo miedo, mamá! —le exclamé, a la defensiva —


¡Procura brindar amor en el mundo, fóllate al dios de la guerra, a
tus amantes, a los que quieras, pero déjame en paz!
Se echó a reír, de una forma tormentosa.
—¿Dejarte en paz implica que quieras suicidarte y que termines
en el mismísimo inframundo?¡Por qué demonios querías
terminar allí!¡¿Por qué Ada?!¡Puedes tener la paz en otro lado,
no aquí, hija!
Me eché a llorar, no la soportaba, no podía estar así, me tenía
contra la espada y la pared.
—Por favor Afrodita—supliqué en un susurro —, déjame en paz.
Antes de que saliera por la puerta me advirtió:
—Ten cuidado con quien te “revuelcas”, porque puede ser que
estés más cerca del inframundo de lo que crees, cariño —me
dijo, con calma, pero con tanta seriedad que me congeló la piel.
La miré atentamente, con lágrimas en mis ojos y la ira
carcomiéndome, y me fui, deseando no volver a verla nunca
más.
Me encontré a Max llevándose un cigarro a los labios e inhalando
el humo que no tardó en expulsar, estaba fuera del coche,
apoyado en él.
—No sabía que fumabas —le dije cuando aparecí, tratando de
borrar con el dorso de mi mano toda lagrima rebelde.
Aquel aspecto suyo me había sorprendido. Me miró y me sonrió
levemente.
—Fumo cuando me encuentro nervioso, no es muy recurrente
en mí —me dijo, con voz gruesa y encogiéndose de hombros —
¿Cómo te encuentras, belleza?

LURU
LURU

Me puse a su lado, abrazándome a mí misma, mirando los


coches pasar en aquella noche tan miserable. La casi muerte, la
visita inesperada de mi madre y el hecho de existir, ya me
daba pánico.
—Estoy bien —mentí, pero no quería profundizar en mi drama.
Afrodita era la diosa de la belleza y del amor sexual. Había nacido
del mar y su belleza era superior a la de cualquier criatura. Todos
los que la veían, dioses y mortales, quedaban prendados de su
hermosura y ella lo sabía. Tan superior que cualquier ser
humano caía ante sus pies...un día se enamoró
incondicionalmente de uno y de aquel fruto nací yo...una tal Ada
Gray.
No quería pensar en los dioses ni en el mar, ni en la belleza, por
más que estuviera culminada en ella.
Miré a Max, quién estaba sumergido en su mundo,
observando algún punto de la carretera, fumando, pensante,
misterioso.
Me pregunté por qué mi madre tenía miedo de que me
relacionara con él... ¿qué ocultaba Maximiliano Voelklein?
Estaba aterrada por descubrirlo, aunque la tentación por
saberlo...me estaba carcomiendo la cabeza.
Lo tomé de la mano, tirando de él y sacándole el cigarro de la
boca.
—¿Qué haces? —me preguntó, confundido y serio.
Lancé el cigarrillo al suelo, y lo pisé con mi zapato para apagar el
fuego. Al ver que no había nadie, lo guie hasta el baño de
hombres, él no decía nada, seguía hipnotizado debido a mis
ojos.

LURU
LURU

Abrí la puerta del cubículo más cercano, y agradecí que no


hubiera nadie. El único ruido que había era el de la luz tenue que
daba la lamparita que parecía estar en corto. Eso no me
preocupó, ya que sólo tenía la atención puesta en Max. Quien
me estaba mirando de una forma atontada y no paraba de
morderse el labio inferior, curioso por lo que haría con él.
Me encerré con él, en aquel espacio tan diminuto y me agaché, a
la altura del cinto de su pantalón, el cual no tardé en
desabrochar. Él soltó el aliento, deseoso, suponiendo lo que
estaría a punto de hacer.
—Eres tan impredecible, Gray...
Cuando dejé a la vista la tira de su bóxer, vi algo que capturó
toda mi atención. Sentí que toda intención de hacer que la noche
mejorara, se había desvanecido. El nudo en la garganta había
vuelto aparecer.
—Veo que alguien ya te ha entretenido hoy —solté en
seco, levantándome nuevamente al ver marcas de pintalabios en
su abdomen marcado cuando saqué la camisa de adentro de
su pantalón.
—¿De qué demonios estás...? —miró el camino de besos rojos se
perdía por debajo de su bóxer, entendiendo por qué me ponía
así — Carajo, Rose. —pensó en voz alta.
Lo sentí como una bofetada. Él se había percato tarde de sus
palabras.
—No sé por qué demonios continuo esta relación contigo,
cuando no soy suficiente para satisfacerte—le dije, abriendo la
puerta del cubículo hecha una furia y saliendo de allí, con la
intención de pedir un taxi.
—¡¿Qué?!¡Ada, por todos los cielos!¡Deja esos celos
estúpidos!¡Creí que eras lo suficiente madura como para tener

LURU
LURU

este tipo de relación! —gritó Max detrás de mí, tratando de


alcanzarme.
—¡Vete con Rose, seguro ella es mejor Sugar baby que yo,
maldita sea! —le grité, furiosa.
Sentí su presencia cada vez más cerca de mí y Max me agarró del
brazo, impidiendo que me vaya. Lo miré con la peor cara.
—¿Y qué problema habría si la quiero a ella también cómo
mi Sugar baby? —espetó, enojado —Tú y yo tuvimos un acuerdo,
eso no lo olvides, Ada. Yo puedo acostarme con quien yo quiera,
no tengo dueña.
Me quedé helada ante su confesión, fue como si mi corazón se
hubiese hecho añicos ante lo dicho. Me zafé de su agarre, sin
dejar de mirarlo, rota. Es como si hubiera bajado la temperatura,
no sabía qué hora era, pero sabía que era tarde y estaba con un
hombre al que no le estaba dando suficiente placer como para
que se contentara solo conmigo.
—Me estoy arrepintiendo de ese acuerdo, Max —sentencié, con
la voz rota y mirándolo de pies a cabeza —. Y quiero que también
algo te quede claro; yo tampoco tengo dueño y esta noche voy a
encontrar a cualquier imbécil al que desee follar conmigo y que
sólo tenga ojos para mí.
Él me apretó bruscamente contra una de las puertas del coche y
pegó su nariz contra la mía, sujetándome por las muñecas. Su
aliento golpeteaba contra mi rostro, su enorme cuerpo me tenía
acorralada.
—Yo quiero ser ese imbécil que te folle.

LURU
LURU

Capítulo 13
Fui la primera en despertar. Amanda, mi compañera de cuarto,
seguía durmiendo plácidamente y cada tanto la veía sonreír
debido a algún sueño que yo desconocía.
El sol del amanecer ingresaba por la ventana, y las imágenes de
la noche anterior con Max comenzaron a golpearme a medida
que iba despertándome.
Eran las ocho de la mañana, me sorprendí, ya que no era
habitual en mí despertarme tan temprano. Fui al baño,
me lavé el rostro, cepillé mis dientes y me di una ducha larga.
Con la toalla en mi cabeza, me puse unos vaqueros azules
ajustados y una camiseta blanca de manga corta. Cepillé mi
cabello mientras me miraba al espejo.
El cuarto de baño de la habitación era pequeño, sin demasiado
detalle y sencilla. Ducha, inodoro, etc.
Tomé uno de mis libros del curso de ingreso para adelantar algo,
mis plumones y me encaminé hacia la biblioteca que quedaba en
la última planta.
Antes de subir, cuando estaba a punto de subir un escalón,
pensé que aún no había desayunado, así que fui a la primera
planta y me compré un café junto unos panecillos rellenos. El día
era maravilloso con su cielo azul y sentía todo a mí alrededor se
irradiaba de buen humor, había varios estudiantes en varias
mesas en el enorme predio de la universidad, puestos de
comidas internos y varias personas ya se encontraban
estudiando con sus grupos de amigos.
Me sentí culpable por lo de anoche al instante, Max me había
dado tantas cosas y yo me estaba comportando como una
imbécil. Pero la idea de saber que alguien más quería mi puesto

LURU
LURU

como Sugar baby me estaba carcomiendo la cabeza. Quería que


Rose desapareciera, quería que…
—¡Hermanita, que gusto verte!
Me sobresalté cuando el vendedor me estaba dando mi
desayuno en su pequeño puesto. Me di la vuelta al escuchar su
voz horrible y la vi allí, con un atuendo espectacular, pollera de
tubo gris, zapatos altos y una camisa blanca. Su melena roja y
llena de rulos que le llegaba hasta por debajo de sus enormes
pechos me hizo reconocerla enseguida. Tenía unas carpetas
abrazadas a ella y un pequeño bolso colgando en su brazo.
Ver a Rose me hizo temer lo peor. Era como si la hubiera
invocado con mis pensamientos y me sentí la responsable de eso
al instante.
—Dime por favor que eres una pesadilla de la que deseo
despertar. Vete—bufé, pasando a su lado, con la intención de
alejarme de ella.
—Tú también eres una pesadilla chillona y enana que me
atormenta —coincidió, siguiéndome—, pero a partir de ahora
tendremos que vernos la cara todos los días.
Me paré en seco al escucharla. Me di la vuelta para enfrentarla.
—¿A qué te refieres con eso, Rose? —palidecí.
—Max me consiguió una beca aquí para estudiar abogacía ¿No
es genial? —se inclinó a mi oído, con una sonrisa—Tener
un Sugar Daddy no es tan malo como creía. Él me ha contado
que tú eres su Sugar. Creo que a partir de ahora compartiremos
pene.
Mi libro resbaló de mí mano y por poco suelto el café. La miré,
espantada. Tomé el libro del suelo, nerviosa y la miré a ella,

LURU
LURU

quien me estaba mirando como si estuviera disfrutando mi


nerviosismo.
—Típico de ti, sacando todo lo bueno que hay en mi vida.
Felicidades, Rose. Lo lograste—carraspeé, empujándola y
marchándome lo más lejos posible.
La ira me carcomía por dentro y sentía que detrás de mí, ella
permanecía radiante y con un rostro que demostraba el triunfo
mismo.
Su existencia era una molestia para mí.
Subía las escaleras del edificio con lágrimas en mis ojos. Cuando
estaba enojada lo demostraba llorando, y no me gustaba
hacerlo. Lloraba del enojo que me superaba de una forma
inexplicable, demostrándome que detrás de la fragilidad se
escondía la ira.
Sentía inconscientemente que Rose era mi competencia. Me
daba igual si Max se acostaba con todas las chicas del mundo…y
mi pregunta siempre era desde que lo conocí: ¡¿Por qué con
ella?!¡¿Por qué con alguien que me complicaba la existencia?
A Rose la tenía entre ceja y ceja y todo tenía una explicación,
tenía un motivo y su situación, que no me importaba pensar.
Me adentré en la silenciosa biblioteca, que más que una parecía
una iglesia de tanto silencio. Era inmensa, los enormes estantes
con libros de tomos gigantes, había variedades de lecturas al
alcance de mi mano. En la entrada estaba una recepcionista que
me pidió el carnet de estudiante, que no tarde en darle y me
recibió con un buen día que tanto necesitaba.
Me senté en una de las mesas de madera oscura que estaba
frente a la ventana que me brindaba una hermosa vista la
ciudad, tanto que me obligaba a concentrarme en mis estudios y
no en la preciosa postal.

LURU
LURU

Había varios estudiantes dispersos, un grupo de chicas que


hablan muy bajito, estudiando y alguno que otro chico en alguna
mesa, enfocados en sus lecturas. Era un hermoso sitio para
encontrar la paz que necesitaba en aquella mañana horrible.
Mientras desayunaba, y tenía el libro abierto en la página donde
había quedado mi última lectura, pude percibir que alguien
tenía los ojos puestos en mí.
Levanté la vista un poco, y en la distancia, encontré a unos
intensos ojos oscuros posados en mí detrás de sus lentes de
lectura. Tenía el cabello como la noche, unos brazos enormes,
debajo de una camiseta de manga larga gris. Sujetaban un libro y
tenía a su lado un café, humeante. La luz del sol le pegaba a un
costado del rostro.
Se me fue el aliento apenas lo vi y me sentí nerviosa al instante.
Dios mío, que guapo era, era tan atractivo...tan...
Entonces me sonrió y yo por poco me desmayo, era una sonrisa
tan perfecta como tan inexplicable y parecía pasar su tiempo
libre en el gimnasio.
Si Max podía follarse a mi hermanastra...
Aparté la mirada del chico y busqué el número de Max en mi
celular, el cual no tardé en llamar.
—Ad...
—Hola, Max. Me he topado con Rose y no ha tardado en
escupirme en la cara que ella es tu nueva Sugar baby —lo
interrumpí en seco, sin dejar que me saludara —. Me encanta
saber cómo te importa mi odio hacia ella. Tanto que no te das
cuenta que me estás lastimando de una forma horrible.

LURU
LURU

—Ada ¿por qué me llamas a esta hora? Es temprano y es mi día


libre —soltó, enojado y con aquella voz tan atractiva que un
hombre tiene cuando se despierta, ronca y gruesa.
Supuse que seguía en la cama.
—Te importo tanto que decides follártela, sabiendo que te he
prohibido que lo hagas. Y no sólo eso, sino que la amparas
eligiéndola como tu segunda Sugar baby —proseguí, en voz baja
y haciéndome ojitos con el chico de la biblioteca que no paraba
de mirarme —. Max, si a ti no te importa lo que me molesta,
supongo que a mí tampoco deba importarme lo que a ti te
molesta ¿no crees?
Su aliento golpeteó contra mi oreja y lo escuché maldecir por lo
bajo.
—Ahora veo por qué odias a Rose, porque no cierra la boca —
masculló, fríamente —. No quería que te enteraras por ella, sino
por mí ¿podemos hablar personalmente o continuaras
evadiéndome, Ada?¡Por Dios, madura!
—Cuando dejes de acostarte con mi hermanastra,
hablamos. Adiós, amor.
—¡Espera, Ada...!
Corté la llamada, sin dejar de ver al chico que me estaba
comiendo con los ojos. Si había algo que había aprendido de mi
madre, era que cuando un hombre caía bajo los hechizos de la
belleza...era una persona perdida para siempre.
Le hice una señal de que saliera afuera con la cabeza. Él lo captó
al instante.
En un abrir y cerrar de ojo terminamos teniendo relaciones en
uno de los baños que sólo estaba habilitado en caso de
emergencias y que gracias a Dios estaba sin llave alguna. No

LURU
LURU

tardó en quitarme la camiseta y yo la suya, besarme el cuerpo de


una forma desenfrenada y yo de comer a besos su cuerpo tan
ejercitado que me provocaba una gran excitación.
Me pegó la mejilla y las manos contra la pared, con toda mi parte
intima humedecida. Se metió en mi interior, y si no fuera porque
su mano tapó mi boca, hubiera largado un fuerte gemido. Cada
embestida se sentía la gloria, apretaba mis pechos, me pasaba la
lengua por la espalda desnuda y jalaba mi cabello corto y rubio
mientras mordía mi oreja, haciéndome sentir deseada.
Me agradezco a mí misma cada vez que llevo un condón en mi
bolso. Mejor condón en mano que nueve meses y un enano.
Me apretaba el culo, haciendo que entrara aún más.
—Dime tu nombre —me dijo, entre jadeos y embestidas—. Dios,
eres tan hermosa ¿de dónde saliste? Pareces un ángel.
Logré embozar una sonrisa a pesar de mi boca pegada contra
la fría pared con cerámicas blancas e inmaculadas.
—Ada —dije, en un murmuro fugaz mientras ahogaba un grito.
—Las personas de aquí tienen razón, eres considerada una de las
chicas más deseadas de la universidad —confesó, casi sin
aliento.
Mmmm era bastante hablador y eso no me gustaba. Méteme el
pito y calla el hocico, chico guapo.
—¿Ah sí? Que bien —fingí interés, mientras me metía los dedos
en la boca y así, tocarme el clítoris para llegar al orgasmo.
—Dime que después de esto me aceptaras una cita —siguió
hablando, apretando prácticamente los labios y dándome una
descarada nalgada en el trasero.
Aquello me desconcertó.

LURU
LURU

—¡Hey! —me quejé, enojada y apartándome en seco, sacando


toda excitación de golpe—¡No puedes hacerle eso a alguien que
apenas conoces, es de muy mala educación!
Se apartó, sorprendido, con su miembro erecto y los pantalones
bajos al igual que su bóxer. Su cabello estaba despeinado y le
daba un aire sexy.
—Lo siento, yo no...perdón —empezó a hablar tan deprisa y
nerviosamente que apenas logré entenderlo—, es que eres la
primera chica con la que estoy y en los videos triple X suelen dar
nalgadas...lo siento...
Mi enojo se esfumó y mis hombros se relajaron, le sonreí para
que la situación no fuera incomoda. Puse mis manos encima de
sus brazos y lo miré.
—Tranquilo —le dije, con calma—. No es bueno que hagas eso,
podrías asustar a la chica con la que desees estar, espera a dos o
tres encuentros con ella para hacerlo. Realmente puedes
espantarla y puede salir corriendo. Repito, no más nalgadas en
encuentros casuales ¿entendido?
Me miró, arrepentido y asintió, apenado. Su expresión era
similar a la de un perrito triste.
—Gracias por no salir corriendo, Ada. O mandarme a la mierda—
me dijo, tímido.
Me reí. Aquel chico que me caía bien.
—No te preocupes, suele suceder —le contesté, subiéndome las
bragas y el pantalón, el cual no tardé en abrocharme.
—¿Puedo invitarte a tomar un café para compensar esto? —
insistió, con una sonrisa nerviosa de oreja a oreja.

LURU
LURU

Solté el aliento y le sonreí. Cuando estaba a punto de aceptar, el


rostro de Max se me vino a la mente y todo rastro de buen
ánimo se esfumó.
—Lo siento, pero debo estudiar. En otra oportunidad, puede ser
—le dije, lamentándolo, realmente me caía bien.
Pero Max...Dios, no era fácil apartar de mi cabeza a ese hombre.
El chico pareció querer seguir insistiendo, pero sólo lo aceptó. Lo
miré nuevamente cuando me terminé de vestir y fruncí el
entrecejo.
—¿Tú y yo no nos conocemos de otro sitio? —le pregunté,
mientras le se colocaba la sudadera por encima de la cabeza.
—No lo sé, yo también tengo ese presentimiento —me dijo,
cauteloso —. Por cierto, mi nombre es Adam.
Después de toda la situación cochina que acabábamos de hacer,
tenía la intención de estrecharme la mano. Aquel gesto suyo me
hizo reír. Lo correspondí al instante.
—Un gusto conocerte, Adam —le dije, sin perder el buen
humor.
Me regaló una sonrisa carismática que me derritió el corazón,
me dio un beso en la mejilla con la intención de marcharse luego
de mirar la hora en su reloj de muñeca.
—Debo irme, tengo que ir a comprar algunas cosas con mi
madre. Insiste en comprarme ropa, pero yo me siento a gusto
con la que tengo —me contó, colocando su mochila por encima
del hombro.
—Lo hace porque te quiere, debes agradecerle todo lo que hace
por ti —lo imité, tomando mi bolso.
Él abrió la puerta con cautela para no levantar sospechas y el
pasillo estaba vacío.

LURU
LURU

—Márchate primero tú, que yo salgo en un par de segundos —le


dije.
Él asintió, y con un saludo de mano y una sonrisa nerviosa salió
hacia el pasillo y se marchó a paso trote. Si nos
pescaban estábamos muertos.
Unos minutos después salí yo, por el pasillo a oscuras que daban
a una escalera en la planta alta y así salir al corredor principal de
la universidad. Pero, una sombra apoyada contra la pared me
hizo parar en seco, sujetando mi bolso y libros con fuerza.
Tragué saliva al ver que Max estaba apoyado contra una pared,
en posición relajada y cruzado de brazos, fumando un cigarro. El
humo saliendo de su boca se perdió en el aire. Me sentí nerviosa
al instante, el corazón me latía con fuerza mientras me clavaba
sus ojos caramelo. Era lo único que podía rescatar de su silueta
negra debido a la falta de luz.
—Follar a la mañana es una delicia —soltó, en seco y con aire
elegante. Mierda, estaba enojado, pero lo mantenía con calma
—. Pero se vuelve algo exótico cuando se trata de follar con Ada
Gray. Digamos que es un privilegio tener ese placer.
Agaché la mirada, sin decir nada. No era capaz de decir algo, no
era capaz de musitar palabra alguna. Entonces, apagó el cigarro
contra la pared y tiró la colilla en un tacho oscuro y alto más
cercano. Dios, estaba tan nerviosa. Su presencia era intimidante.
—Un privilegio que esta mañana me han arrebatado —continuó
diciendo, acercándose a mí con paso lento al borde de
acorralarme contra una pared—. Un privilegio que me estoy
perdiendo por ser un imbécil ¿Qué quieres de mí, Ada?
¿volverme loco? Aunque debo admitir que me lo merezco por
follarme a tu hermana.

LURU
LURU

—Corrección, hermanastra —fui capaz de decir, en un pitido de


voz y con el dedo levantado.
—Qué más da —dijo, con voz ronca —. No sé qué quieres de mí,
acordamos follar y que yo te ponga en un pedestal con lujos que
mereces. No esta novela mexicana.
—Pero te metiste con la persona que más detesto en este
mundo y todo se fue a la mismísima mierda ¿no crees, Max? Si tú
me jodes yo te jodo.
Pegó su frente contra la mía, inclinándose un poco y apoyando
sus manos a cada lado de mi cabeza contra la pared. Soltó el
aliento.
—¿Por qué odias a Rose? Parece ser buena persona, es algo
torpe, chillona, pero creo que merece una oportunidad para salir
adelante y ser alguien en la vida —insistió, mientras me miraba y
acariciaba la mejilla.
Tragué con fuerza, supuse que debía decirle la verdad.
—Rose está enamorada de mí, Max —le confesé, finalmente.

LURU
LURU

Capítulo 14
—Rose se obsesionó conmigo apenas me conoció en la
adolescencia. Antes éramos buenas amigas, hasta que sus
sentimientos hacia mí cambiaron. Recibía suyas por debajo de la
puerta de mi habitación, me esperaba una salida de la escuela y
comencé a alejar a los chicos que me gustaban sólo porque
quería tener para ella —le conté, con un nudo en la garganta—
. Literalmente se ocupaba de alejarme de las personas que
quería, incluso de mis amigas de la escuela. Viví con ella y su
padrastro durante un tiempo, mi madre se había enamorado de
él. Creo que fueron los tatuajes lo que decía captado su atención,
él no era muy lindo que digamos. Mamá se iba por semanas,
meses y me dejaba con ellos dos. Él me trataba como si fuera
mierda en el zapato, mientras que Rose pisaba mis talones con
su estúpida obsesión. Fue un calvario el cual no quiero
recordar. Más de una noche encuentran a Rose oliéndome el
cabello o mirándome dormir. Tuve que empezar a cerrar la
puerta con llave.
Max se apartó, sorprendido y sin dejar de prestarme atención.
—Todo se fue a la mierda cuando una noche me olvidé de cerrar
la puerta con llave, y me desperté al ver que estaba
manoseándome los pechos —recordé, mirando algún punto del
pasillo a oscuras—. No tardé en huir de aquella casa. Una viejita
me dio hospedaje en su apartamento antiguo una tarde en el
que me encontró revolviendo su basura. Pocos años después, la
anciana murió sola, sin hijos y yo terminé viviendo allí, donde
deseé colgarme una vez. Mi vida iba en decadencia ...
—No creí que la historia entre ustedes fuera alto tan turbio, Ada
—admitió él, con voz queda—. Lo que te hizo ella fue acoso
agravado, te estaba tocando sin tu consentimiento ... voy a
encargarme de ella, la voy a alejar de ti cuanto antes.

LURU
LURU

Parecía enojado realmente con lo que acaba de confesarle, pero


jamás creí que contarlo fuera tan liberador. Rose podía ser una
gran pesadilla para mí.
—Es por eso que tuve temor a que te alejara de mí...ella es muy
persistente...seguro me estuvo viendo contigo, espiándome
desde algún punto de la ciudad y no tardó en encontrarte para
tenerte sólo para ella y hacer que te alejes de mí —continué,
ahora un poco desesperada —. Me da mala espina, no quiero
tenerla cerca de ti.
Max me miró a los ojos, de una forma tan dulcificada que me
temblaron las piernas y se me ablandó el corazón.
—No hay nada ni nadie que me aleje de ti, mi bella Ada —
susurró, inclinándose a escasos centímetros de mis labios.
Su aliento revotaba en mi piel y quería besarlo, y hacerlo mío
como tanto esperaba cuando lo veía. En su presencia, yo era
debilidad y deseo. Le sonreí, tímida y relajada, sabiendo que sí él
me creía, todo estaría bien.
—Cada vez que te veo sonreír, no sé quién de los dos podría ser
el más feliz en este pasillo —me dijo, mientras la yema de sus
dedos acariciaba mis mejillas.
No aguanté más y lo besé, de una manera tan suave y tranquila
que fue paz en mi alma inquieta. Él me correspondió el beso,
pasando su mano por detrás de mi nuca, provocándome un
intenso escalofrió que recorrió mi espalda.
Los besos de Max era una mezcla de intensidad y delicadeza, un
equilibrio exacto para causarme la sensación más cercana al
amor. Y por más que no nos atara a nada, sentía que podía ser
mío algún día y yo, no dudaría en ser suya para siempre.
Separó sus labios de los míos, y lo odié por eso.

LURU
LURU

—Voy mudar a Rose a otro lugar, a Oregón si es necesario. Haré


que continúe sus estudios en otro sitio, no volverás a verla y
nada ni nadie volverá a molestarte. Lo que tú necesitas es
tranquilidad y con un chasquido de dedos voy a darte lo que
necesitas —me prometió, dulcemente —. No quiero que nadie
corrompa tu salud mental.
—Max, literalmente me salvaste la vida. No sé qué haría sin ti—
tenía ganas de echarme a llorar.
—Tú harías mucho sin mi —me dijo, riéndose, jovial —. Recuerda
tener dependencia emocional, Gray —me regañó.
—Sí, eso me ha dicho el psicólogo —rodé los ojos.
—Así que... te follaste al hijo de la rectora de la universidad.
Excelente elección, Ada.
La conversación se dio vuelta radicalmente, haciéndome acordar
lo que había hecho minutos antes de encontrármelo a él.
Mierda.
—Lo vi marcharse —me dijo, manteniéndose calmo —. Pero esto
lo dejare pasar, porque sé que el enfado te cegó y tomaste la
primera oportunidad para poder captar mi atención. Y lo
lograste, que no se vuelva a repetir ¿oíste? Esos pechos y ese
cuerpo son míos por un año.
Pegó mis muñecas contra la pared y sus ojos se volvieron llamas
ante la intensidad. Sabía que estaba hablando enserio...
—Sí, Sugar —susurré, aceptando lo que me había dicho —.
Usted, mientras tanto, procure no merodear e intentar follarse a
ninguna persona que esté relacionada a mí.
Sonrió, asintiendo con lentitud y mordiéndose el labio inferior.
—No sé de qué te ríes, te estoy hablando enserio, Max —le dije,
muy seria.

LURU
LURU

—Sí, señora. Nada de follarme a tus familiares. Oye ¿tu padrastro


está guapo? —bromeó entre risas, llevándome la contraria.
Como respuesta, le pegué en el hombro y él atajó mi mano,
entrelazándola con la suya en un movimiento rápida y
llevándosela a los labios para darle un casto beso.
—Te invito a desayunar, tengo muchas que contarte, mi
pequeña Sugar—me ofreció, con un beso en la frente —.
También, esta tarde te traerán tu nueva motocicleta.
Dios mío, mi primera motocicleta... este hombre no se cansaba
nunca de darme regalos.
—Con gusto acepto su invitación, Sugar Daddy —le dije,
riéndome — ¿Cree que pueda enseñarme andar en ese regalo
tan inesperado suyo?
—Sí, por supuesto.
Entonces me incliné para susurrarle al oído.
—Estoy emocionada porque lo haga mientras estoy desnuda.
Mis palabras provocaron que Max me estampara contra la pared
para devorarme la boca de un beso apasionado, de esos que no
quieres acabar nunca, de esos que son tibios y suaves, pero sin
perder la intensidad. Así, eran los besos de Max.
Terminamos yendo a un Starbucks, en la segunda planta con una
vista preciosa que brindaba el ventanal. Max había pedido café
con pan tostado relleno al igual que yo, estaba sentando frente a
mí, con la espalda contra el respaldo, con su rostro mirando
hacia el costado, haciéndome ver su perfil perfecto de modelo.
Podría estar mirando sus rasgos pelirrojos todo el día, de la
noche a la mañana, lo que quedaba de mi vida, podría mirarlo a
él.
Entonces, me miró nuevamente y me encontró mirándolo.

LURU
LURU

—Puedo darte una foto, si quieres —soltó con sarcasmo


mientras se reía.
Arrogante...típico de chicos guapos.
—Tienes un rostro bellísimo y tan juvenil que podría darte de
unos veintisiete años —confesé, apoyando mi mentón encima de
mi mano mientras que con la otra me llevaba un sorbo de café a
la boca.
—Ada, yo te doy toda la noche —me dijo sin importante que
hubiera gente a su alrededor, hechizante y regalándome un
guiño de ojo.
Me ruboricé al instante, evadiendo una risa.
—¿Qué es lo que tanto quieres contarme, Max?
Cambió su postura, entrelazando sus manos por encima de la
mesa y me miró.
—Mi padre me ha puesto a cargo de dos restaurants de comida
rápida de aquí de la ciudad. Tengo una oficina de marketing para
publicitarla en varios países del mundo, ya que, él piensa
expandirla a los países que fuera posible. Y han cambiado el
nombre de la marca por algo más exótico, ya que el restaurant
fue manchado debido a...
—Lo sé y me vale madres —le dije, siendo muy sincera —. Sabes
lo que pienso de tu padre, por algo estoy visitando a un
psicólogo. Yo sé que tú serás mejor jefe que él, Max.
Apretó los labios y desvió la mirada, pensativo.
—Ese es mi temor, Ada —admitió, serio—. Tengo miedo de no
poder dirigir bien los restaurantes con eficacia, y quiero que tú
me ayudes en eso. Tú fuiste empleada de una de las sucursales
así que... ¿podrías decirme qué crees que necesitan los

LURU
LURU

empleados para sentirse más cómodos? —había sacado su


IPhone, dispuesto a anotar lo que yo le dijera.
—Necesitan: aumento de sueldo, ofrecerles obra sociales y
beneficios en hospitales (la mayoría tienen hijos), menos horas
de trabajo (doce horas es una maldita esclavitud, Max) y que
tengas dos días libres a la semana. Y aunque sea, una hora de
descanso por día, el cual el restaurante le ofrezca una vianda de
la cual comer y que sea una comida variada.
Él me miró y asintió, con sus agiles dedos iba anotando lo que le
decía.
—Excelente, te agradezco por el aporte, Ada —me dijo, aliviado y
guardando su celular en el bolsillo de su chaqueta.
—Lo que sea porque ese lugar cambie y sea un ambiente más
sano.
Max tomó mi mano por encima de la mesa y me miró a los ojos.
Cada vez que me miraba tenía ganas de llenarle la cara de besos.
—Nunca voy a perdonar a mi padre por lo que hizo. Créeme que
tú eres la inspiración que necesito para que los restaurantes
mejoren.
—Puedes contar conmigo para lo que necesites, Max. Eso ya lo
sabes. Y ahora ¿qué nombre tiene los restaurantes? —le
pregunté, curiosa.
—Te parecerá absurdo —respondió, riéndose—, pero el nombre
lo eligió mi padre. Se llamarán Afrodita. Es algo exótico, llamativo
y tiene buena pinta.
Escuchar el nombre de mi madre me hizo toser tan fuerte que
por poco me ahogo con el tostado que se atoró en mi garganta.
Max se levantó al instante, para darme palmaditas en la espalda
e indiqué que parara con un movimiento de mano.

LURU
LURU

—Mierda, lo siento —me disculpé, cuando recuperé el aliento.


—¿No te gustó el nombre? ¿Por eso reaccionaste así? —me
preguntó Max, en estado de alerta.
—¿Qué?¡No! —dije rápidamente para tranquilizarlo—. Es que le
han puesto el nombre de mi madre. Ella se llama Afrodita. No te
burles.
Me miró, sorprendido.
—Vaya, que nombre tan…peculiar que no creo que cualquier
mujer pueda caber en él. Seguro tu madre es una mujer muy
preciosa, digo, eso justificaría tu belleza —repuso rápidamente,
con seducción.
—¿Te quieres follar a mi madre? —le pregunté en seco,
arqueando una ceja.
Ahora él por poco escupía el café y eso me hizo reír.
—¡¿Qué?! ¡No! Por todos los cielos, Ada ¿Por quién me tomas?
—soltó, herido.
Cuando estaba a punto de responderle, su celular sonó. Le había
llegado un mensaje. Terminó de leer y me miró, serio.
Los cambios bruscos que tenía de humor eran tan notorios como
preocupantes.
—Esta noche harán una fiesta en un barco, habrá colegas de mi
padre en él. Gente mayor y con dinero, supongo que irán
acompañados con mujeres que claramente no son sus esposas.
—Iré.
Me sonrió, con cierto orgullo en sus ojos.
—La fiesta la organizará un hombre muy importante, eso es lo
que a mí me interesa—continuó diciendo, mientras acariciaba

LURU
LURU

mis piernas por debajo de la mesa—. Un hombre que puede


invertir mucho dinero en los restaurantes que manejaré.
Casé su mano traviesa y la entrelacé con la mía.
—¿Cómo es su nombre?
—Es gracioso, pero su nombre es Príapo. Nombre muy extraño.
Contuve mi enojo un instante y lo reemplacé por
una sonrisa tensa.
—¿El hijo de Dionisio French? —inquirí.
Carajo.
—Si… ¿lo conoces? —me preguntó, fríamente.
—Si te digo que es mi medio hermano ¿me creerías?
—Ada ¿cuántos hermanos tienes? —soltó, anonadado.
Me incliné sobre la mesa y lo miré a los ojos.
—Los dedos de tus manos no alcanzarían para contarlos, Max.
Príapo era hijo de un tal Dionisio, el Dios del vino y el éxtasis. Mi
madre tuvo un amorío con él. Cuando no mi madre dejando hijos
por allí…
Príapo se solía representar con un enorme falo en perpetua
erección o en posición fálica, símbolo de la fuerza fecundadora
de la naturaleza. Los romanos solían colocar en sus jardines
estatuas de Príapo, normalmente con la forma de toscas hermas
de madera de higuera, manchadas de bermellón (de aquí que el
dios fuese llamado Ruber o rubicundos), con un enorme falo
erecto, llevando fruta en su ropa y una hoz o una cornucopia en
la mano. Su función era la de garantizar una abundante cosecha.
Príapo alejaba el mal de ojo y su estatua protegía las huertas de
los ladrones. Como otras divinidades protectoras de las artes

LURU
LURU

agrícolas, se le creía poseedor de poderes proféticos, y a veces se


le menciona en plural.
Entonces, conocían al imbécil de mí hermano como el del pito
grande. Cosa que me daba pudor pensar e incluso era incómodo
decirlo.
Mamá me había nombrado a todos mis hermanos, por si algún
día me los cruzaba en la tierra. Ya que ellos solían merodear por
lo terrenal…por pura diversión. Conociendo la reputación de mi
medio hermano Príapo, podía esperarme cualquier cosa si se
trataba de una fiesta de él. El sexo estaría presente en cada
esquina del barco, podría jurarlo sin ni siquiera asistir.
Sabía que Príapo había tenido suerte, era multimillonario, tenía
negocios por todo el mundo y las mujeres no le faltaban, estaba
segura de que él me había llenado de sobrinos. En cambio,
yo…no tendría nada si no fuese por Max.
Ir formar no era una opción. Max me brindó la comodidad de ir
como yo quisiera. Él debía ir a visitar las sucursales que ya
estaban en su poder, por ende, no podría ir a buscarme para
llevarme a la fiesta.
La única petición fue: —Ve sexy, aunque eso para ti no es
problema, Gray.
Debía ir por mi propia cuenta y una motocicleta me estaba
esperando en la plaza para ponerla en marcha. Por supuesto que
sabía manejar una, el padrastro de Rose solía comprar y vender
varias, vivía de eso. Cada tanto lo veía encenderlas
y montarse en ellas, manejarlas a la perfección. Por la noche, me
subía a escondidas en ellas y fingía que tenía el poder
sobre algo.

LURU
LURU

Sujeté mi cabello en una cola alta y me di cuenta que ya estaba


creciendo bastante, eso me puso de buen humor. El pelo corto
ya me estaba aburriendo.
Le pregunté a Max por mensaje de texto qué llevaría puesto él,
pero no contestó. Eso me molestó.
Que le den. Me compré una campera de cuero muy oscura, unos
zapatos de tacón y unos jeans del mismo tono con una camiseta
blanca de tiras debajo de la chaqueta, que era tan ajustada que
levantaba mis pechos, pronunciando mi escote. El jean también
me levantaba el trasero y eso me encantó. No era un atuendo
para una fiesta en el barco, pero, Max quería que no vaya
formal.
—Mamasiiita ¿Dónde vas tan preciosa? Pareces una chica mala—
me dijo Amanda, apenas ingresó a nuestra habitación.
Su comentario me hizo reír mientras me aplicaba rímel en las
pestañas frente al espejo.
—¿Parezco? ¿Crees que no puedo ser una? —inquirí, sonriendo.
Amanda se acercó al marco de la puerta del baño y se apoyó en
ella.
—Ada, tienes una carita tan angelical que nadie sospecharía que
eres mala—soltó, mientras mascaba un chicle—. Quiero saber
dónde estás y si hay viejitos con dinero.
—Los hay, pero no irás conmigo.
—Vamos, soy un año menor que tú—insistió, haciendo carita de
perrito mojado.
—Ser un año menor que yo implica que estarás a mí cargo,
Amanda—le recordé.
—Oye, puedo cuidarme sola.

LURU
LURU

Resoplé, al ver qué que era una persona bastante constante


cuando quería algo. La miré un instante y había pasado de la
lástima al enojo. Chasqueé la lengua. Ella parecía más grande
que su edad y tenía pinta de ser una chica responsable.
—Qué más da, salgamos juntas y tengamos una noche divertida.
—me rendí, con una sonrisa.
—¡Si, si, si! —ella dio bronquitos en el lugar y me dio un beso
fugaz en la mejilla.
Ya vestidas, de una forma bastante sexy y con la belleza hasta
arriba, ambas montamos la motocicleta. Amanda, para mi
sorpresa, sabía conducir, así que, si yo me cansaba, ella lo
retomaba. Le di mi casco a ella para cuidarla, mientras que yo no
tenía ninguno, ya que Max me había regalado solo uno. Mientras
yo manejaba, Amanda me abrazaba por la espalda, entrelazado
sus manos contra mi vientre.
Tuve que estar atenta para no encontrarme con algún policía que
me pidiera una licencia de conducir o algo que justificara por qué
manejaba, ya que no tenía nada.
Seguí la dirección de las calles que Max me había anotado, hasta
el muelle más destacable de New York. Fui disminuyendo la
velocidad cuando vi que ya estaba llegando a un enorme barco,
con luces de colores y con música que provenía de él.
Estacioné la motocicleta junto con unos autos y un guardia de
seguridad se acercó a nosotras.
—¿De parte de quién vienen? —nos preguntó, autoritario.
—Del señor Voelklein —le respondí, mientras peinaba la coleta
alta entre mis dedos ya que el viento lo había arruinado un poco
al peinado.
Su gesto duro cambió a uno más relajado.

LURU
LURU

—¿Tiene identificación, señorita Ada Gray? —me preguntó.


Saqué mi identificación de mi bolso y se lo di. Él lo miró un
instante y me la dio nuevamente.
—El señor Voelklein la estará esperando dentro.
—Gracias —le agradecí, mientras entrelazaba mi mano con
Amanda para ir juntas.
La noche era tan perfecta que no hacía frio a pesar de estar cerca
del agua. Me daba algo de miedo el agua del muelle de noche, ya
que no sabía que tan profundo estaba y qué clase de bichos
habría en ella.
Cuando nos alejamos del guardia, Amanda me dijo:
—Si el guardia de seguridad era un papucho, imagínate los
invitados —me comentó, por lo bajo y coqueta.
—Por favor, si te vas a follar a esta noche a alguien, avísame para
no asustarme si desapareces. Es lo único que te voy a pedir ¿ok?
—Sí, Ada —puso los ojos en blanco —. Te pareces a mi madre.
—Sólo te estoy cuidando, hay muchos degenerados en la vida.
Ambas atravesamos el puente que daba cuesta arriba al barco,
que nos esperaba con unas escaleras algo altas y un par de
muchachos nos ayudaron a ingresar. Amanda no paraba de
hacerle ojitos y ellos no se quedaron atrás.
Ya encubierta, la elegancia atravesó mis ojos. Sofás blancos con
sus cojines caros, luces de colores que mareaban un poco y
personas bailando sin pudor alguno contra el cuerpo de otras.
Hombres ricos en los sofás, charlando animadamente y echando
miradas a cualquier chica que estuviera cerca. La música
era electrónica y ensordecedora. Una fiesta con todas las letras.

LURU
LURU

Olor a tabaco, el humo enredándonos el cuerpo a Amanda y a


mí, y sintiéndonos algo perdidas ya que las luces nos cegaban
algo y apenas podíamos ver con claridad. Fuimos contra la pared
más cercana. Era imposible ver a Max entre tantas personas.
—Voy a mandarle un mensaje a Max para ver dónde está —le
avisé a mi amiga, a los gritos ya que la música estaba muy alta.
Ella me levantó el dedo pulgar en forma de aprobación mientras
recorría con la mirada el sitio y bailaba en su lugar.
“¿Dónde estás, zanahoria?” le pregunté.
Al instante me llegó un mensaje de él.
“¿Ya estás aquí, ciervito? Si ingresaste, acércate a la barra. Estoy
sentado en un taburete, fumando”
Hice puntas de pie para ver entre las personas, levantando la
cabeza y vi que a la distancia se encontraba una enorme barra
con sus respectivos bármanes haciendo tragos.
—¡Ya vi a Max, sígueme! —le dije a Amanda, quien no tardó en
darme la mano para adentrarnos entre las personas.
Apenas llegamos a la barra, contagiadas por la música que no
paraba de explotarme los oídos, vi a Max, sentado y dándole una
calada a su cigarro. Tenía dos chicas alrededor suyo apoyadas en
sus enormes brazos, que le estaban parloteando al oído y él no
parecía interesa.
Tenía una chaqueta de cuero negra, cosa que me sorprendió ya
que yo llevaba una y tenía debajo de él una camiseta blanca al
igual que yo que le marcaba su firme pecho. Parecía un chico
malo pelirrojo y con gesto soberbio, y no un hombre rico.
Levantó la mirada, que recayó sobre mí apenas me acerqué a él.
Las dos chicas, una morena y otra rubia que tenían pinta de ser

LURU
LURU

universitarias, me miraron como si me odiaran. Les devolví la


mirada.
—Vayan a bailar a otro sitio ¿no ven que mi chica ha llegado?
Largo—les dijo él, serio y sin ninguna pizca de gracia.
Se me paró el corazón cuando me dijo “mi chica”.
Las chicas pusieron mala cara y se marcharon, perdiéndose entre
los cuerpos que bailaban.
Un par de chicos estaban sentado en dos taburetes junto a él y
Max les indicó con un movimiento de cabeza que se largaran
para que Amanda y yo nos sentáramos. Estos ni se quejaron y se
fueron. Vaya...que mandón.
—¿Te descuido dos segundos y ya estás conquistando mujeres?
—le pregunté, con aire gracioso.
Él me recibió dándome un beso en los labios que por poco se
vuelve apasionado sino fuera por mí. Ya que detuve esa
intención suya porque no me encontraba sola. Amanda lo saludó
con un beso en la mejilla.
—¡Hola señor Voelklein! —lo saludó ella a través de la música —
¡Quiero ofrecerle disculpas por llamarlo viejito la otra vez en el
bar!
—¡No hay nada que perdonar, niña! —le respondió Max en seco
y se acercó a mi oído para decirme algo —. Yo no te he dicho que
traigas a tu amiga, Gray.
Mierda.
—No será un problema esta noche—le
aseguré, sintiéndome regañada.
Él me miró con mala cara, no muy convencido y se dirigió al
barman.

LURU
LURU

—¡Dos gaseosas frías con hielo! —le pidió Max, mientras él ya


tenía un vaso de whisky en su mano.
—Enseguida, señor Voelklein —le respondió el barman.
Amanda y yo nos miramos y luego miramos a Max, confusas.
—¿Dos gaseosas con hielo? Es una lástima que no me dejes
emborracharme esta noche —me quejé.
Él parecía distante, cómo si estuviera enojado con algo en
particular.
—Tu hermano Príapo no parece convencido con mi propuesta de
marketing para promocionar los restaurantes —soltó ignorando
mi queja, en una mezcla de decepción y voz decaída mientras
miraba el contenido de su vaso—. Si tengo una inversión de su
parte sería un gran triunfo para mí y mi negocio.
Mamá una vez me había dicho que Príapo tenía más ego que
otra cosa, era alguien estratégico y si algo no lo convencía, no lo
tomaba. Por algo tenía negocios millonarios y no era una
persona fácil de convencer.
—¿Dónde está? —le pregunté.
—¿De qué te sirve saberlo? —me preguntó Max, terco.
—Creo que debo hacerle una visita familiar... ¿no crees?
Si Max no convencía a Príapo... yo sí lo haría.

LURU
LURU

Capítulo 15
Antes de que Max apareciera en mi vida, no me había imaginado
nunca encontrarme en esa situación. Me sentía algo emocionada
por conocer a un hijo de mi madre, ya que no recordaba haber
tenido una oportunidad así.
Digamos que conocer a uno era un privilegio y no sabía si
generar expectativas sobre dicho encuentro era algo bueno para
mí, así que intentaba tomarlo con calma.
Yo no sólo era mitad humana y mitad diosa, mi madre se había
relacionado con un hombre al cual nunca conocí y tampoco me
interesó conocer por miedo a que me rechazara. Era de
esperarse que mi emoción aumentara a medida que me
acercaba al sitio donde se encontró Príapo.
Subía hacía el segundo piso del barco, donde las paredes del
pasillo de las escaleras eran tan estrechas que por poco me
rozaba los brazos. Olía a una mezcla de tabaco, ambientador de
flores y madera. Las luces del techo eran amarillentas, tanto que
me cansaban la vista.
Llegué a una puerta de madera clara que estaba ubicada en el
último escalón y toqué el botón de un pequeño timbrecito, ya
que golpear con el puño no me ayudaría de nada por la música
tan alta.
No tardó en aparecer un hombre enorme y canoso de traje, con
pinta de pertenecer al equipo de seguridad de Príapo cuando se
abrió tan sólo un poco la puerta.
—¿Y tú quién eres? —Fue lo primero que me preguntó el
guardia, mirándome de arriba abajo y con desconfianza.
—Hermana de Príapo. Soy Ada Grey — contesté, sería.
-Mmmm…

LURU
LURU

Volvió a rebajarme con la mirada y cerró la puerta bruscamente.


Me crucé de brazos y apoyé la espalda contra la pared,
esperando a que volviera abrir.
No sé cuánto esperé, pero se sintió como una maldita eternidad.
La puerta se abrió y me sobresalté.
—Príapo dice que pases—me avisó el matón, quien ahora abrió
la puerta sin desconfianza alguna.
—Gracias, grandullote.
El segundo piso me sorprendió. Parecía el sector Vip de la fiesta.
A un costado del enorme salón había un bar con varios señores
sentados en él, había personas charlando de pie, tanto hombres
como mujeres que estaban demasiado elegantes con sus ropas
caras. Cuadros y paredes lujosas, y una vista al mar digna de ser
fotografiada y subirla a Instagram.
Pero a pesar de ser un ambiente elegante y que irradiaba dinero
puro, lo que capturó mí atención fue el pequeño escenario
donde dos mujeres bailaban con el torso desnudo, con enormes
pechos y unas bragas que se perdían en su trasero y con dos
pelucas oscuras.
Aparté la mirada, sintiéndome avergonzada por algún motivo.
Frente al escenario, estaba sentado Príapo, sentado en un sofá
digno de un rey con detalles de oro y tela roja cara.
Me acerqué a él, cruzándome de brazos y mirando el baile
sensual de las bailarinas contra el caño.
—Un show imperdible ¿no? —comenté, sarcástica.
Príapo me miró, y me sonrió, mostrándome su dentadura
inmaculada que incluía un diente de oro. Tenía la apariencia de
un hombre de veintisiete años, cabello rubio y unos ojos azules
hipnotizantes. Tenía un gran parentesco a mi madre.

LURU
LURU

Se levantó del sofá y me embistió dándome un fuerte abrazo que


me arrebató el aire. Lo que atrajo mi atención fue que alrededor
de su cintura lo rodeaba una gruesa manta roja...quizás para
cubrir su...enorme cosita.
—¡La belleza de Afrodita personificada! —me dijo, con una
gran energía—. Si no fueras mi hermana te follaría y te ofrecería
tomar una copa de vino desnudos—se echó a reír con gran
estruendo.
Me horroricé. Este tipo estaba loco.
—Demonios, que directo eres.
—Mira tu pelo...tus ojos...cuanta belleza digna de ser
contemplada —me dijo, tocando mi cola de caballo y acercando
su rostro al mío para ver mis ojos. Que alto era—. Sí, eres una
hermana mía, sin lugar a duda. Tienes la cara de mi mamita.
Siéntate a mi lado. —confirmó, mientras le hacía señas a alguien
para que me trajeran un asiento.
Fruncí el entrecejo, apartado la mirada mientras mis mejillas se
sentían acaloradas. Me senté finalmente a su lado, intentando
no mirar el espectáculo de las chicas desnudas que no dejaban
de bailar contra el caño. Príapo seguía maravillado, con los ojos
brillosos centrados en el baile del escenario.
—Es la primera vez que conozco a un hermano mío —le confesé,
nerviosa.
—¿En serio? —me miró, desconcertado —. Yo conozco a todos
mis hermanos y a ti no te había conocido nunca ¿hija de quién
eres en realidad?
—Soy hija de Afrodita y un humano que no conozco—respondí,
temerosa a que me discriminara por eso.

LURU
LURU

Apoyó su codo en el respaldo de la silla y me miró, pensativo,


con sus dedos en su pálido labio.
—Sabes que tendría que echarte a patadas en el culo de aquí por
no ser una diosa en su totalidad ¿no es cierto? —me dijo,
arqueando una ceja y con un tono de advertencia en su voz.
Cuando estaba a punto de responderle, él prosiguió —. Afrodita
tuvo muchos hijos, con millones de hombres humanos, es por
eso que sólo considero a mis hermanos que sólo provienen
únicamente de dioses. Pero... tú me caes bien, Abba.
—Mi nombre es Ada —le corregí, con cuidado a que no se
enojada—. Y siento mucho si te estoy molestando yo...
Levantó el dedo en señal a que me callara.
—Voy a considerarte cómo una hermana sólo por el simple
hecho de que eres la primera hija de mi madre que conozco que
es mitad diosa —me dijo, serio —. Y quizás, considere en unirte
al grupo de WhatsApp que tenemos con nuestros hermanos.
—¿Tienen un grupo de WhatsApp? —abrí los ojos como platos.
—Por supuesto, aunque te voy a contar un secretito—se inclinó
en mi oído —. Lo tengo silenciado porque son muy parlanchines.
No se lo cuentes a Cupido.
Su comentario me hizo sonreír. Aquel sujeto me caía bien.
Cupido. Él conocía a Cupido...
—¿Qué es lo que te trae por aquí, hermana? —me preguntó
finalmente.
Un par de señores nos ofrecieron una copa de vino la cual no
tardamos en tomar y beber, luego de hacerlas chocar.
—En primer lugar, deseaba conocerte. Es la primera vez que
conozco a un hijo de mi madre y déjame decirte que es un honor
para mí que me hayas aceptado. Y en segundo lugar...quiero

LURU
LURU

pedirte que le des una oportunidad al negocio de


Maximiliano Voelklein con sus restaurantes —solté, temerosa al
rechazo.
—¿Tú eres la novia de Max? —me preguntó, escandalizado.
—Emmm, no. No soy su novia, sólo soy su..., es complicado —
confesé, extrañada.
—Tú no puedes estar relacionada con un Voelklein, Ada —me
dijo, furioso.
—¿Qué?¡¿Por qué?!
Cuando estaba a punto de hablar, se calló de repente, como si se
hubiera arrepentido de golpe mientras meneaba con la cabeza.
—Información mundana sólo la da un mundano o tu progenitor.
Pero tú y Max no pueden estar juntos y yo no voy a darte esa
información—soltó, en seco y enojado.
Me quedé helada... no sabía qué pensar a lo que me decía.
Afrodita me lo había advertido...y ahora él.
Me era difícil aceptar que no quería ni tenía la intención de
apartarme de Max, él lo había dado todo por mí y yo no tenía
intenciones de dejarlo ir por el enorme cariño que tenía.
—Lo siento, pero yo no haré ningún trato
con ningún Voelklein por más tentador que sea —sentenció
Príapo.
—Mamá me dijo que me alejara de él...pero yo no tengo
intenciones de hacer eso —le dije, firmemente.
—Si tú escuchas a una diosa decirte que NO es porque tiene toda
la razón. Yo que tú obedezco a mamá, Ada. Por algo te estamos
advirtiendo que te alejes de él —insistió, con voz firme —. Al
menos que..., tú me hagas un favor si quieres que acepte ese
trato.

LURU
LURU

Tragué saliva, sin saber con qué saldría ahora


—¿Qué estás dispuesta hacer por amor, Ada Gray? —me
preguntó, sonriente y pícaro —. Sé que no viniste sola y que una
amiga tuya te acompaña...las necesitaré a las dos para
proponerte algo que me ayudará a mí a obtener otros negocios y
que, sin duda a ti, te servirá.

LURU
LURU

Capítulo 16
-No. Definitivamente no.
La voz autoritaria de Max fue cortante y parecía no permitir una
contradicción, eso nos alteró a mí ya Amanda. Estábamos fuera
de la fiesta, contra el barandal del barco que navegaba
pacíficamente y me demostraba lo tenebroso que podía verse el
agua a oscuras en plena noche. Traté de no mirar a mi alrededor
y centrar mi rostro en el refunfuñón de mi Sugar Daddy.
—¿Quieres ese maldito negocio o no? —Le espeté, insistente.
—¡Sí, pero no exponiéndote ante pervertidos millonarios! —
Exclamó, furioso—. Discúlpame por lo que voy a decir, Ada, pero
tu hermano Príapo es un imbécil —volvió a darle otra calada al
cigarrillo, mientras se movía nervioso, de un lado a otro.
—Ya me he expuesto con un pervertido millonario y no me ha
salido nada mal —comenté por lo bajo, mientras le daba un
sorbo a mi soda.
Max me fulminó con la mirada.
—¡¿Crees que soy un maldito pervertido, Ada?! —me gritó,
consternado.
—Te falto lo millonario —le recordé, rodando los ojos—. Sólo
pretendo devolverte el favor con algo tan simple como bailar por
unos minutos y listo. Tú ganas el negocio y me ayudas a
agradecerte por todo lo que estás haciendo por mí.
—Yo no tengo problema en bailar contra un caño junto a mi
compañera de cuarto sexy —soltó Amanda, tratando de no reírse
para no enfurecer más a Max —. Sólo verán un par de pechos
míos, nada más. No es la gran cosa.
—¿Qué?¡Tú no bailaras, Amanda! Jamás te pediría una cosa así,
sólo iré yo —le dije, en tono serio.

LURU
LURU

Exponerla de esa forma no me lo permitiría jamás.


—¿Saben qué? Mejor me voy a emborrachar —me dijo, molesta.
La tomé del brazo antes de que se adentrara en la fiesta otra vez.
—Si tú viniste conmigo, te quedas conmigo y te iras conmigo —le
recalqué.
Amanda se zafó de mi agarre de un empujón y me miró,
horrorizada.
—¿Quién demonios te crees?¡No eres mi madre! —me gritó,
furiosa —Voy a beber algo en la barra hasta que termines tu
show de mierda, quizás con eso se te pase un poco lo
sobreprotectora.
—¡Aman...!
Me miró con mala cara y se adentró en la fiesta, sin siquiera
escucharme, ignorándome por completo. La vi marcharse, con mi
boca abierta y sin saber qué acababa de ocurrir.
Muy mala idea traerla conmigo. Muy mala.
—Es una niña que acaba de salir de la escuela secundaria, Ada
¿qué esperabas? ¿Qué te obedeciera? —se burló Max con una
media sonrisa, apoyando los codos contra el barandal y mirando
a la distancia —. No te preocupes, no va a estar sola porque traje
a uno de mis guardas de seguridad que no le sacara los ojos de
encima.
—Tengo miedo que le metan algo en la bebida o que algún
extraño se le acerque sin que tu guardia se dé cuenta—le dije,
preocupada.
—El mismo sentimiento tengo hacía ti—espetó, cambió su
postura y me miró —. Es por eso que deseo largarme de aquí
cuanto antes.

LURU
LURU

—¿Tan temprano?
Max y yo nos volteamos a ver a Príapo, quien se había acercado
con dos matones que lo acompañaban con gesto duro y con
mirada soberbia.
Un leve escalofrió recorrió mi cuerpo y no sé por qué, en vez de
sentir calma, estaba inquieta por la presencia de mi hermano.
—Sí, nos vamos. Gracias, fue una linda fiesta —soltó Max, quien
parecía algo molesto por su presencia.
Max se puso frente a mí, creando una especie de barrera entre
Príapo y yo. Maldición, aquel encuentro no me daba buena
espina.
—Pero si acaban de llegar ¿qué apuro hay? —soltó mi hermano,
con aire relajado y fingiendo tristeza—. Veo que no te ha
convencido mi propuesta, bella Ada. Así que puedo proponerte
algo mejor.
—He dicho que no —le dijo Max con voz firme y a la defensiva,
dando un paso hacia delante —. La señorita Ada se ira conmigo y
rechaza todo tipo de propuesta que provenga de usted.
Príapo se echó a reír y sus matones lo imitaron, como si no le
tuvieran miedo.
—Oh tranquilo pelirrojo, que mi propuesta te involucra a ti
también. Quiero que tú y Ada bailen para mí.
Max y yo cruzamos miradas, algo atónitos.
—¿Qué? —soltamos con Max al unisonó.
—Creo que la belleza de ambos representa al infierno y a la
divinidad, quiero ver ese espectáculo con una copa de vino en mi
mano—nos respondió él, manteniendo su humor en la cima y
como si disfrutara de nuestras emociones.

LURU
LURU

No podía creer lo que nos estaba proponiendo. Príapo estaba


demasiado chiflado como para pedirnos una cosa así.
—¿Estás enfermo? Es tu hermana y quieres verle los pechos —
soltó Max, asqueado mientras entrelazaba su mano con la mía,
dispuesto a sacarme de allí.
Príapo tomó un bastón oscuro y con un dragón dorado en la
punta que le pertenecía a uno de los matones y se lo apoyó en el
pecho a Max, impidiéndole el paso.
—Te ofreceré una numerosa cantidad de dinero que nadie
podría rechazar —le indicó Príapo a Max, clavándole los ojos.
—¡Ada no tiene un costo!
—Pero sé qué tu padre no la está pasando bien económicamente
ya que muchos inversionistas se han rehusado invertir en los
restaurantes luego de la explotación laboral que ha florecido en
Afrodita y nadie quiere manchar su marca ofreciéndoles dinero
—contraatacó Príapo, como si sus palabras fueran una clara bala
directo a la firme postura de Max.
La mandíbula de él se tensó y lo quiso comer vivo luego de
soltarle eso. Max casi se le tira encima sino fuera por mí, que se
lo impidió, sujetándolo del brazo y recordándole que no estaba
solo.
Aquella confesión de Príapo me había llevado por sorpresa, no
sabía que las cosas estaban tan mal para la familia Voelklein.
—Bailaremos, pero con una condición —espeté, posicionándome
frente a Príapo, quien parecía divertirse por la situación —. No
voy a mostrarte mis pechos porque sé que a mami no le va a
gustar que seas un maldito degenerado conmigo ¿me
escuchaste?

LURU
LURU

—Hecho —Príapo me ofreció su mano al que no tardé en


estrechar —. En el baño privado encontraran los atuendos que
deberán usar y espero que sepan bailar, porque lo que necesito
es una obra de arte ¿oyeron? Y si eso no ocurre, no habrá trato.
Príapo me sonrió a mí y le echó una mirada punzante a Max,
antes de irse dentro nuevamente.
—Chiflado de mierda—masculló Max, tras darle un puñetazo a la
pared con la intención de desahogarse y luego, apoyó su frente
contra ella, con los ojos cerrados.
Lo abracé por detrás, con mi rostro pegado en su enorme y dura
espalda, sintiendo su helada chaqueta de cuero contra mi piel.
Deseaba que todo aquello saliera bien, porque lo único que me
importaba, era el bienestar de Max y nada más.

El baño privado de Príapo era algo pequeño y no tenía un
cuartito especial dentro como para cambiarnos de una forma
más privada Max y yo.
Cuando ingresamos, había un espejo de pared y un lavamanos
lujosamente de mármol blanco. Luego había un retrete y una
ducha. Cuando finalmente nos encerramos allí para colocarnos el
atuendo que Príapo quería que usáramos, el aire entre Max y yo
se sentía tan cortante e incómoda que ninguno de los dos se
atrevía a hablar.
Quería decirle algo, quería calmarlo, quería abrazarlo un poco
más, pero sentía que, si lo hacía, podía molestarlo e irritarlo más.
Max era demasiado impredecible.
Apoyó sus manos contra el mármol y se miró al espejo, mirando
seriamente su reflejo.

LURU
LURU

—Si no quieres volver a verme luego de todo este lio que se ha


hecho entre los dos, lo entenderé. Siempre termino
arriesgándote, cuando es lo que menos quiero —me dijo, en voz
baja y sin mirarme.
Me posé a su lado y lo miré a través del espejo.
—Créeme que no hay cosa que me haga alejarme de ti, Max.
Me miró esta vez, con una media sonrisa en sus labios y con los
ojos entrecerrados. Por lo menos le había arrebatado una
sonrisa.
—Estás tan preciosa —sus ojos me miraron de arriba abajo y se
mordió el labio inferior— ...como me gustaría verte bailar sólo
para mí, Gray —me susurró, poniéndose frente a mí y
acorralándome contra el lavamanos con sus brazos usándolos
como barrera para que no saliera fácilmente.
Tenía que elevar la cabeza para que nuestros ojos se
encontraran. Sus ojos color caramelo me miraban pensativo y no
tardó en acariciarme la mejilla.
—Pase lo que pase allá fuera, quiero que sepas que voy a
pagarte por esto—su voz había sonado baja y lo tenía tan cerca
que me ponía nerviosa.
—Sé cómo quiero que me pagues.
Sus labios estaban a unos centímetros de los míos, y tenía miedo
de que oyera a mí corazón latir con fuerza.
—¿Cómo? —se acercó a un más, pegando su abdomen contra mí
cuerpo.
Quería besarlo, tocarlo. Hacer de cuenta de que sólo existíamos
nosotros dos y nadie más.
Tocaron la puerta, haciendo que los dos nos sobresaltáramos.

LURU
LURU

—¡Cambio de planes!¡Los que bailarán son la amiga de Ada y


Voelklein! —lo escuchamos gritar a Príapo por detrás de la
puerta.
—¡¿Qué?!—otra vez nuestro reclamo volvió a coincidir al
unísono.
No sé cómo terminaron aceptando los dos, sólo sé qué
simplemente sucedió y estaba observando cómo se subían al
escenario Max y Amanda, cada uno desde un extremo distinto.
La única luz que iluminaba aquel sector privado de Príapo eran
los focos del escenario y la luz de la luna que ingresaba por los
enormes ventanales del barco.
Me sentía realmente agotada, lo único que quería era regresar a
mí habitación de la universidad y dormir por horas.
Sin embargo, tenía que presenciar uno de los castigos de mí
hermano, quien me había obligado a ver dicho espectáculo sin
darme una explicación de por qué prefería ver bailar a Amanda y
no a mí. Max y yo teníamos química.
Ella había aceptado sólo para hacerme la contra a mí y hacerme
entender que nada ni nadie le daba órdenes. Mientras tanto
Max, estaba siendo humillado para salvar los negocios de su
padre. Desde mí lugar podía ver cómo la ira y la vergüenza lo
estaba consumiendo. Pero…creo que encontraba el alivio
mirándome, ya que no me sacaba los ojos de encima.
Pedí una botella de cerveza y me senté en una de las butacas de
terciopelo rojo del pequeño bar privado, mientras el público
esperaba ansioso por el espectáculo. Príapo les permitió a las
personas de la fiesta del primer piso presenciarlo de forma
gratuita, así que estaba colmado de gente.
Max estaba con el torso desnudo, unos pantalones de jeans
azules rasgados, y los pies descalzos. Tenía un físico tan

LURU
LURU

sorprendente que era imposible dejar de mirarlo. Tuve que


contenerme para no abrir la boca con cada paso o movimiento
que hacía, porque sus músculos se tensaban.
Amanda, por su parte, tenía un baby doll de encaje oscuro, el
cual sus pechos se veían de manera tan traslúcida que no le
importó y que tampoco le incomodaba usar. Debía admitir que
tenía un cuerpo muy atractivo y que hasta a mí me había
cautivado.
Tenía miedo de que en su cabeza continuara la idea de conseguir
su propio Sugar Daddy y estuviera tan desesperada que la codicia
la cegara y no viera al candidato correcto.
Y en parte me sentía culpable por meterme en su vida y
exponerla a toda esta mierda. Me sentía una pésima amiga.
Aunque encontraba consuelo diciéndome que ella solita había
decidido acompañarme.
¿Fue entonces cuando el show arranco y no sabía que baile
harían hasta que empezó a sonar la canción Is it just me?
provocándome un escalofrió justificable. Esa canción la conocía a
la perfección, incluso la bailaba sola cuando vivía en mi viejo
apartamento.
La música es el detonante para que Max y Amanda inicien el
baile. Él se dirige hacia ella con pasos lentos y la toma de la
cintura. Amanda entrelaza sus manos por detrás de la nuca de él
y este la levanta en el aire, tras dar una vuelta, la deposita en el
suelo del escenario otra vez. Ambos se acarician el rostro, se
toquetean y danzan como si fuese una profesión de toda su vida
que conocen a la perfección. Él le besa el cuello por detrás,
mientras ella apoya su cabeza en su hombro. Max la hace girar, y
ella se deja llevar por la música.
Entonces el estribillo, donde los violines son ese cosquilleo que
te hace poner la piel de gallina. Max y Amanda se encuentran

LURU
LURU

nuevamente y se abrazan, entonces ella se deja llevar por aquel


abrazo y lo toma por las mejillas. La música, la música, la música.
Es la que se encarga de incorporarle los pasos de un baile
sensual, un baile cautivador.
No, no podía ser ¿estaba pensando mal o lo que estaba a punto
de hacer ella era...? Veo una resistencia por parte de Max
cuando Amanda pretende besarlo, ella le susurra algo y
finalmente...lo besa. Aparté la mirada, para no torturarme de esa
forma, para no presenciar dicho acto que me tenía congelada en
el tiempo.
Fue un gran nudo el que se instaló en mi estómago. Bebí de mi
cerveza, como si aquello pudiera desarmarlo, pero ayudaba,
mucho. Con la mirada en la luna y los aplausos ruidosos me
indicaron que el baile había finalizado, así que ya podía mirar.
Príamo estaba de pie, aplaudiendo maravillado y la gente parecía
enloquecida.
—Veo que el chico que está en el escenario es su novio ¿o me
equivoco?
Miró hacia mi derecha, de donde proviene la pregunta y me
encontré a una señora de cabello rubio y largo hasta la cintura,
de un atuendo que consistía en un saco y unos pantalones caros
de color celeste, que hacía juego con su collar de perlas blancas.
Me miró con intriga mientras bebía de su Martini clásico. Su
rostro tenía rasgos asiáticos y aparentaba unos cuarenta y pico
de años.
—No, no es mi novio —le respondí, en seco.
—Oh, lo siento. Es que vi como apartaba la mirada cuando él
besó con mucha pasión a la jovencita que lo acompaña —señaló,
con una sonrisa.

LURU
LURU

Cuando estaba a punto de responderle, me ofreció su mano para


estrecharla.
—Que gusto es encontrarte nuevamente, Ada Gray. Mi nombre
es Penélope Yang.
Le estreché su mano, mientras pensaba dónde había oído ese
nombre antes o si lo había leído en algún sitio ya que me era
muy familiar..., Yang...Penélope...
—Un momento —dije finalmente, con voz queda —, usted es...
Ella me sonrió, con una gran elegancia mientras le daba otro
sorbo a su Martini.
—Sí, yo soy una de las postulantes para tenerte como mi Sugar
baby —se inclinó hacia mi oído, haciéndome sentir una mezcla
de su colonia femenina y alcohol —. A la distancia no podía
apreciar muy bien tu belleza, pero ahora que te tengo cerca, eres
perfecta en todos los sentidos. Veo también, que Maximiliano se
ha sacado la lotería contigo.
—¿Mamá? ¿Qué haces aquí? —Amanda se había acercado a
paso trote con una bata rosa puesta y una botella de agua en la
mano y con una tremenda cara de susto —¡Puedo explicarlo
antes de que empieces a regañarme! —dijo mi amiga, quien
ahora se le había llenado los ojos de lágrimas al ver que su madre
se le había transformado la cara al verla.
¿Penélope Yang era la madre de Amanda? Dios mío.

LURU
LURU

Capítulo 17
Fue algo brusco ver cómo Penélope le propinaba una bofetada a
su hija Amanda, quien se había quedado descolocada por la
reacción de su madre. Yo tragué con fuerza y no sabía si
marcharme para darle privacidad, aunque ver a Max a la
distancia fue lo que necesita para alejarme de ellas y dejarlas
sola mientras discutían. Las personas estaban demasiado
ocupadas bailando y bebiendo como para percatarse de la
discusión entre madre e hija.
Cuando me estaba por alejar de ellas, Penélope me sujetó del
brazo, tomándome por sorpresa.
—Tú y yo tenemos una charla pendiente, no lo olvides —me dijo
ella, como recordatorio.
Le estaba por responder que ella y yo no teníamos nada que
hablar, pero quería alejarme de ambas así que, sólo asentí y me
fui a buscar a Max.
Tuve la intuición de que se vieron en el baño privado de Príapo,
donde antes él y yo nos encontrábamos, pero al ver que la
puerta estaba algo entreabierta, me atreví a mirar por aquel
espacio que se me permitía. La idea era comprobar si Max estaba
allí, pero lo que vi me dejó atónita. No estaba solo ... Rose estaba
con él, discutiendo.
¿What?
Se me encogió el corazón cuando vi que Rose lo embistió con un
beso y los ojos de Max, abiertos, se encontraron con los míos. Él
la empujó, alejándola al instante y como reacción.
—¡Ada!
Lo escuché gritar con voz potente, llamándome, pero yo ya no
quería saber más nada. Dos besos en una noche con dos

LURU
LURU

personas que no imaginé que ocurriría. Max Voelklein se había


llevado el título de gilipollas.
Gracias a Dios el barco ya se encontraba en el muelle y estaba
amaneciendo, así que fue rápido escapar de Max y de toda su
gente con mi motocicleta. Sabía que Amanda regresaría con su
madre, así que no me preocupe por ella, como tanto quería. Ya
había entendido el mensaje, amiga mía.
No sé por qué mientras manejaba estaba llorando cómo una
imbécil y sentía un enorme vacío en mi pecho. Mi psicólogo me
había dicho que a veces hay cosas que no podíamos manejar,
que a veces había cosas que no se encontraban en nuestras
manos y que sólo dependía de nosotros qué tanto podía
afectarnos la acción de otros.
Y lo que había concluido era que las acciones de Max con otras
mujeres o las acciones de otras mujeres con Max me afectaba,
por más que intentara negarlo.
Llegué a mi habitación de la universidad con el ánimo por el piso
y con el maquillaje de mis ojos corrido, como aquel pequeño
mapache que Hardy había visto una vez. Acordarme de él me
había arrebatado una sonrisa.
Me duché de una forma rápida y me metí a la cama, sintiendo los
parpados pesados. No tardé en quedarme dormida.
Cuando me desperté, sentía el cuerpo algo entumecido y con
gran dolor de cabeza. Seguro por la música tan fuerte de la fiesta
de la noche anterior. Me removí, incomoda, tratando de
encontrar una posición correcta para continuar durmiendo. No
pretendía salir de la habitación en todo el día, debía adelantar
lecturas del primer día de clases que ya estaba cada vez más
cerca. Quería estar lista para la clase introductoria.
—Vamos ¿acaso vas a estar todo el día en la cama?

LURU
LURU

La voz de Max me sobresaltó y por poco me caigo de la cama por


el susto que me había provocado. Me senté, mirándolo
espantada.
Estaba sentado en la cama de Amanda, con los codos apoyados
en sus rodillas y mirándome. Tenía una playera oscura ajustada
al cuerpo y unos jeans color agua que le quedaba perfección. Era
un maldito modelo de revista y estaba en la misma habitación
que yo. Maldito pelirrojo que me hacía llorar y que solía besarse
con todo New York.
Imágenes de la noche anterior vinieron a mi cabeza y eso me
provocó un enorme mal humor.
—¿Qué haces aquí? ¿Cuánto tiempo llevas mirándome dormir?
—mi voz sonó algo ronca, ya que eran mis primeras palabras del
día.
¿Cómo demonios había entra...? Yo y mi maldita costumbre de
no cerrar la puerta con llave. Aunque también la había dejado
abierta por si Amanda regresaba y no traía la copia de la llave
con ella.
—Las necesarias como para saber que te ves muy hermosa
cuando duermes.
—Eso es mentira, estoy toda despeinada y... —sequé la comisura
de mi labio con el dorso de mi mano, ya que se encontraba algo
mojada—, babeó cuando duermo.
Max se echó a reír.
—Eres difícil de halagar, Gray—confirmó —. Veo que estás de
mal humor.
—Veo que te gusta repartir besos —contraataque, molesta.
Su buen humor desapareció y lo reemplazó la incomodidad entre
los dos.

LURU
LURU

—No me dejaste explicarte lo que sucedió anoche, simplemente


te fuiste —soltó, con un movimiento de mano y atónito.
—Max...ya no quiero que me expliques más nada —le respondí,
desanimada y con un nudo en la garganta—. Acordamos que
nada sentimental nos uniría así que, haz lo que quieras, bésate a
quien se te dé la gana. Tú y yo no somos nada. Bésate a Rose,
bésate a Amanda, bésate a quien tú quieras. Sólo llámame para
follar o si necesitas compañía. Nada más.
Los labios de Max se separaron para decir algo, pero no fue
capaz de formular palabra alguna y eso sí que lastimó un poco.
—Así que no creo que quieras mi compañía a las... —miré la hora
del reloj de mi mesa de noche antes de proseguir—¡Siete de la
mañana!¡¿Tú viste la hora, Max?! —lo miré de nuevo, sin poder
creer que se presentara a esa hora.
—Hay días que me cuesta conciliar el sueño así que, por eso
estoy aquí, deseando que me permitas pasar la mañana contigo
en la cama —me dijo, con un tono cansado y cara tan cansada
que me daba algo de cosita que se marchara —. Siento mucho lo
que viste ayer, pero tu hermanastra se piensa que tiene un tipo
de poder sobre mí. Dios, si sabía que era así de...
—¿Irritante? ¿Infantil? La lista puede seguir —le dije, tras lanzar
un suspiro —¿Por qué fue a verte?
—¿No acabas de decirme que no ibas a hacerme más preguntas?
Que fácil cambia tu humor cuando estoy cerca. —contraatacó,
curioso.
Jaque mate. Maldito arrogante.
—Te juro que será la última. Responde.

LURU
LURU

—Quería que le diera una explicación de por qué la mandaba a


Chicago a estudiar su carrera y por qué la despedía de su trabajo
como mi secretaria.
Dios mío. Creí que la mandaría a Oregón. Chicago era una buena
opción, aunque sólo quedaba a dos horas en avión de New York
hasta allí.
—¿Despediste a Rose? —una sonrisa ancha y triunfal floreció de
mis labios y traté de ocultarla para no parecer una tonta.
—No la despedí por ti, Ada —auch, eso dolió—. La chica era mala
y me hizo perder horarios de juntas importantes por estar con la
cara pegada en las redes sociales. No tolero esa falta de respeto.
—Ya veo...ojalá encuentres una secretaria mejor —fingí
lamentarme, aunque estaba feliz por dentro.
Adiós Rose.
Max se levantó con gran pesar de la cama de Amanda y se sentó
en los pies de la mía, buscando mis ojos y con los labios
apretados. Ojalá me viera perfecta ante sus ojos, porque verme
por las mañanas era una abominación bajo mi punto de vista.
—Déjame acostarme a tu lado—susurró, con los ojitos tristes y
yo me imaginé estampándome contra la pared para darle todo el
lugar posible—. Por favor.
—Cómo decirle que no a esos ojitos caramelo...
—¿Qué dijiste?
—Nada —sonreí nerviosa, al ver que había pensado en voz alta
—. Ven a la cama, zanahoria —di palmaditas sobre el colchón
para que se tumbara a mi lado.
Me miró con el ceño fruncido y se sacó las zapatillas Nike, para
guardarlos debajo de la cama. No tardó en acostarse a mi lado,
metiéndose bajo las frazadas conmigo para abrazarme.

LURU
LURU

Tenía mi cabeza apoyada su pecho que bajaba y subía de manera


relajada. Mi brazo lo abrazaba por encima de su estómago. Max
me acariciaba el cabello, con sus dedos suaves y estábamos los
más pegados posibles porque mi cama no era muy grande.
Ambos mirábamos al techo, en silencio. Sentía que las palabras
estaban de más y que se sentía extraño estar con un hombre que
sólo deseaba mi compañía y no algo sentimental. Me pregunté
qué tan jodidos estábamos si alguno de los dos se le pasaba por
la cabeza enamorarse del otro.
Y qué tan jodido sería para mi madre si veía a su hija enamorarse
de alguien a quien ella no quería.
—Tengo el presentimiento de que estamos haciendo algo mal,
Max —le dije, en un susurro y con una sensación de angustia en
mi pecho.
—No eres la única que siente eso—me dijo luego de un rato, ya
que había permanecido en silencio por un largo rato.
Esas fueron sus últimas palabras antes de quedarnos dormidos.

El despertador sonó a las 10:00 a.m. con música de la radio. Me
estiré un poco por arriba del cuerpo dormido de Max para
alcanzar el botón y así, apagarla. Pero sentí que alguien me
mordió un pecho apenas no lo hice. Pero qué demonios...
—¡Auch! —grité,
—Me pusiste los pechos en el rostro ¿qué pretendías que
hiciera? ¿Darles un beso como buen día? Yo te incoó los dientes,
mamacita—soltó, somnoliento y atrapándome en un abrazo,
mientras me llenaba de besos en el rostro con los ojos cerrados
—. Buenos días, ciervito.

LURU
LURU

Aquel ataque de ternura me tomó desprevenida ¿qué le habían


hecho a mí Max y por qué me trataba con tanta delicadeza?
Nuestros rostros estaban a una corta distancia y él unió su nariz
con la mía, sin sacarme los ojos de encima.
—Creo que... —tragué con fuerza, mientras uno de mis dedos
empezaba a bajar por un abdomen hasta llegar a la hebilla de su
cinturón —yo debería devolverte la mordida, pero en otro sitio
¿no cree, Sugar?
Presencie su respiración entrecortada y como me miraba con
cierta curiosidad que me puso algo subida de tono. Una tensión
se instaló entre los dos, una tensión familiar que no éramos
capaces de controlar y lo sabía, por cómo me miraba.
Desabroché su cinturón y el botón de su pantalón con mis agiles
dedos. Los labios de Max se separaron un poco cuando empecé a
bajar su bragueta, sintiendo el palpito de su miembro que
aumentaba con el pasar de los segundos.
—Creo que debes conocer cómo a mí me gusta dar los buenos
días —le dije en un susurro, con mis labios acariciando los suyos.
Fue entonces cuando comencé acariciar su miembro por encima
de la tela de su bóxer azul oscuro. Subía y bajaba con la yema de
mis dedos, como una danza. Max entrecerró los ojos, dejando
caer su cabeza sobre la almohada y soltando un leve suspiro de
lo más profundo de su garganta.
Cuando vi que ya estaba lo suficientemente dura, me subí arriba
suyo e hice un camino de besos que fueron desde su cálido
cuello hasta el último centímetro de piel que luego se perdía por
debajo del bóxer. Él, mientras tanto, me acariciaba el cabello.
Corrí el bóxer y dejé escapar su enorme miembro erecto que no
tardé en encerrar con una de mis manos.

LURU
LURU

Él me miró a los ojos, con las pupilas dilatadas y yo sonreí, con


malicia, pronosticándole con aquel gesto lo que sucedería. Verlo
allí, así, con su carne en mi mano me estaba dejando
completamente excitada. Besé la punta, con un casto beso que le
arrancó el aliento y eso fue suficiente para mí para empezar a
mamar su miembro, cabeceando con voracidad, sin darle tiempo
a respirar. Acaricie cada centímetro de sus partes íntimas,
lamiendo cada longitud que me lo permitía, humedeciéndolo.
Max gruñía, presionando mi boca contra su miembro, haciendo
una coleta con sus manos para que ningún mechón de cabello
interrumpiera aquel frenesí de sensaciones que seguro le estaba
causando.
—Mi paleta favorita eres tú —le dije, mientras pasaba la lengua
de punta en punta y sin apartar los ojos de los suyos.
Eso fue su perdición.
—Dios mío, Ada—carraspeó, entre dientes mientras su cuerpo se
tensaba debido a mi contacto.
Sus piernas se entumecieron, y aquello fue lo que me dijo que
estaba por llegar al orgasmo así que empecé a chupar su pene
aún más fuerte, más rápido, para ayudar a mi Sugar a tocar el
cielo con las manos. A llevarlo a la plenitud.
Max quiso apartarme para no acabar en mi boca, pero yo se lo
impedí ya que quería que lo haga. Eso lo tomó por sorpresa,
mirándome algo descolocado. Entonces, acabó y sentí el sabor
de su semen manchándome los labios. Lo tragué sin pudor y con
una sonrisa.
—Demonios, Ada —logró decir, mientras trataba de recuperar el
aliento luego del orgasmo.
Limpié los restos de salpicaduras de semen que habían quedado
alrededor de mi labio con la yema de mis dedos.

LURU
LURU

Max se levantó de golpe y me sacó con desesperación la


sudadera verde con el logo de la universidad que llevaba puesto
como pijama. Sólo tenía eso y mi braga oscura, ya que no me
gustaba dormir con sujetador, así que mis pechos desnudos
quedaron frente a él.
Max me miró con tanto deseo en su mirada que soltó, con
aquella voz ronca suya cuando se encontraba excitado:
—Eres mía, Gray.
Y sin darme tiempo a procesar, tomó un condón dentro de mi
mesa de luz (él me pidió que guardara una caja en caso de que
no llevara consigo alguno) y no tardó en ponérselo. Yo me quedé
hipnotizada, deseando llevarme su miembro a la boca otra vez
mientras lo miraba.
Max me levantó de una forma en la que terminé en cuatro, con
mi rostro y mis manos en la almohada y mis piernas arrodilladas
contra el colchón, provocando que un gemido floreciera de mi
interior.
Grité con el rostro hundido en la almohada cuando tomó con sus
manos cada lado de mi trasero y me penetró con fuerza,
aprovechándose de que estaba lubricada.
Su miembro lo sentía aún más grande e hinchado dentro de mí,
mucho más de cuando me lo metí a la boca. Movía sus caderas
para poder penetrarme mejor, y yo gritaba, sintiendo como mis
ojos se empañaban. Max carraspeaba entre jadeos.
—Mia, eres mía—lo escuchaba decir, con sus dientes apretados y
con su mirada en mi culo.
No tardó en tomarme del cabello por detrás y tirar de mi cabeza
hacia atrás, jalando, penetrándome aún más fuerte. Dios mío,
amaba como lo hacía. Sudar junto a él, verlo así, expuesto en la

LURU
LURU

intimidad. Max era un hombre tan oscuro es estás situaciones


que su imagen de hombre solidario se distorsionaba.
Con una última embestida, llegó al orgasmo, evadiendo un
insulto que oí como si me lo hubiera susurrado al oído. Largué el
aliento que no sabía que estaba conteniendo cuando salió de mí
interior y tiró el condón a la basura.
—Voy a lavarme—me dijo, antes de entrar al baño y cerrar la
puerta.
Me dejé caer en la cama, tratando de recuperar aquella
respiración normal que no parecía recordar en aquel momento.
Después de un momento de oír el grifo correr del lavabo,
escuché el sonido del agua de la ducha y fruncí el entrecejo,
curiosa. Para responder a mí duda, Max abrió la puerta del baño
y se asomó por ella, con una sonrisa pícara. Noté que se había
sacado la playera y eso me prendió mucho.
—¿Quieres meterte en la ducha conmigo? —me preguntó, con
voz seductora.
¿Cómo negarme a esa pregunta?
Cuando Max se marchó, comencé a estudiar en la cama,
resumiendo páginas de libros de Biología que entraban en el
examen (me gustaba adelantar antes de tener mi primera clase)
Había regresado del almuerzo en el comedor universitario y
ahora sólo me centraba en preparar apuntes con títulos
extravagantes para hacerlo más interesantes a la hora de leerlos
y estudiarlos.
Era imposible sacarme de la cabeza lo que Max y yo habíamos
hecho sobre aquellas sábanas dónde me encontraba sentada.
Sonreí, pensando lo dominante que era en la cama y lo dócil que
era fuera de ella. Lo que no me había dicho era por qué él y

LURU
LURU

Amanda habían recurrido a un beso en el baile que Príapo había


pedido para invertir en los restaurantes de Max.
Seguro se había tomado en serio cuando le dije que no me
interesaba lo que hiciera con otras mujeres y me sentía extraño
que se haya metido con Amanda, sabiendo que ella era mi
compañera de cuarto y que solía verla mucho más que él.
¿Y si Max le pedía a ella que fuera su Sugar baby? Me puse
nerviosa con pensar tan solo en eso. Amanda era una joven muy
atractiva, con una melena oscura, tés pálida y unos ojos azules
hipnotizantes. Ni hablar de su figura. Podría ser hija de mi madre
tranquilamente. Pero no lo era, y aún era bella, así que eso me
tenía inquieta. Nunca dudé de mi belleza
Vamos, era la hija de Afrodita, podía con eso. Lamentablemente
había heredado lo humano de mi padre y eso no me hacía una
diosa en su totalidad. Los errores eran de humano, y yo era uno y
por eso me equivocaba tanto.
No quería pensar en mi padre biológico porque seguro él no me
buscaba. Digamos que tampoco me interesaba hacerlo.
Mi madre nunca lo había mencionado. Príapo sabía quién era el
suyo, Dionisio. Y seguro que el resto de mis hermanos lo sabían,
en cambio yo, no tenía esa información.
Gracias mamá, gracias por demostrar que no te importaba.
Alguien tocó la puerta y si se hubiera tratado de Amanda, ella ya
estaría dentro de la habitación porque tenía una llave.
Salí de la cama y abrí la puerta.
—Hola, soy el chófer de la señorita Michel.
—¿Michel? ¿Usted se refiere a Amanda Michel?

LURU
LURU

—Sí—asintió energéticamente—, la señorita Michel me ha


pedido que venga a recoger sus cosas. Ella se mudará a otra
universidad.
—¿Qué? —mi voz apenas fue audible.
No podía creer lo que estaba ocurriendo. Varios muchachos de
mudanza se ocuparon de dejar la habitación vacía. Todo lo que le
pertenecía a Amanda ya estaba puesto en una caja, su ropa, sus
libros, sus cremas, todo.
—Dígame por favor por qué ella ha decido marcharse—le insistí
al chófer, quien ya estaba por cruzar la puerta para irse con una
última caja en sus brazos.
Él apretó los labios, dudando si decirme algo o no. Entonces,
finalmente dijo:
—Por lo que escuché, mientras ellas discutían en el coche, la
señora Penélope Yang vio besando a su hija a un hombre de casi
cuarenta años. Así que ha decidido mandarla a estudiar a
Francia.

LURU
LURU

Capítulo 18
Hace siglos atrás, un grupo de mujeres organizó un encuentro en
un bosque aprovechando que sus hombres se encontraban
sumergidos en una guerra de la que quizás, no regresaría la
mayoría.
El objetivo que tenían ellas era reunirse para debatir qué harían
con Afrodita. Estaban hartas de aquella diosa que se metía con
hombres casados, que se enamoraban, que se perdían en ella
con gran fascinación por la belleza que poseía.
Cegadas por los celos, por sentir aquella sensación de que
estaban perdiendo a sus hombres por culpa de esa diosa, las
mujeres decidieron invocar a la diosa relacionada con la
venganza de nombre Némesis.
Es conocida en la mitología como envidia, ya la cual se le
considera como la diosa de la justicia, la solidaridad, la venganza,
el equilibrio y la fortuna. La función de la diosa Némesis o
Envidia, es la de castigar a todos aquellos que no cumplan las
órdenes de las personas a las que deban obedecer.
También intenta que exista un equilibrio en la vida de las
personas entre lo que podríamos considerar la buena o mala
suerte, o los buenos y los malos momentos. Pero sobre todo es
famosa por castigar con dureza la infidelidad en las relaciones de
amor. Solía ser representada en las obras de arte como una
mujer con alas de ángel, que a veces lleva una corona y otras
veces un velo cubriéndole la cabeza, además también se la suele
representar con una rama de manzano en una mano y una rueda
de carro en la otra.
En esa oportunidad, Némesis se presentó ante la insistencia y el
ritual de las mujeres. Bajó con sus alas desde algún punto del
cielo azul y aterrizó en las hojas descompuestas del otoño.

LURU
LURU

Eran alrededor de veinticinco mujeres, deseosas por saber si


Némesis podría ayudarlas a vengarse de Afrodita.
Claramente aquella época era lo suficiente machista como para
culpar a una mujer por la infidelidad de los hombres, pero
Afrodita tenía una fuerte fe en el amor…, en el amor de los
hombres ajenos.
Némesis, en aquella oportunidad, se había presentado antes las
mujeres con un manto negro en la cabeza y con unas enormes
alas blanca de ángel. Las plumas de la misma media igual que un
brazo, para que puedan saber lo enorme que eran sus alas.
—¿En qué puedo serles útil? —le preguntó Némesis al grupo de
mujeres.
Una de las mujeres dio un paso al frente para representarlas a
todas.
—La diosa Afrodita está enamorando a nuestros hombres,
haciendo actos de infidelidad con ellos.
—¿Desean que la castigue por dicho acto?
—Sí.
—¿Cómo?
—Sabemos que la diosa es inmune a cualquier castigo divino que
no provenga de Zeus, así que entre todas deseamos que se
enamore de un hombre del cual tenga prohibido enamorarse,
pero que rompa con esa ley sin que ella se dé cuenta.
Némesis las observó y ellas se sintieron algo inquietas e
intimidadas por su silencio. Luego de varios minutos que
parecieron eternidad, Némesis sentenció con voz firme:
—La astucia, la inocencia y la belleza se enamorará
perdidamente de lo oscuro, de lo prohibido y de aquel fruto
nacerá la copia exacta de la seducción y el juego. La copia exacta

LURU
LURU

de la perfección. La cual pagará el karma de la que ustedes hoy


odian.
—————
Marqué su número, esperando mí a que me atendiera.
Esperando escuchar su voz para poder saber cómo estaba y si
necesitaba desahogarse. Yo tenía la espalda contra la puerta de
la entrada de la habitación y con el celular pegado a mi oreja.
—Ada, hola—dijo finalmente Amanda, con una voz tan apagada
que no era propia de ella.
—Te fuiste y todo por la culpa de tu madre. El chófer me lo ha
contado todo—fue lo primero que solté—. Lo siento mucho.
—No sabía que mi madre era amiga de Príapo y que asistiría a la
fiesta sólo para cruzar un par de palabras con él y beber un
poco—se sinceró, con un claro nudo en su garganta—. Jamás lo
vi venir. O sea, nadie de mi edad piensa en que pueda cruzarse a
sus padres en una fiesta ¿Qué demonios iba a saber yo que ella
estaría allí? Si lo hubiera sabido, no hubiera asistido—su voz
subió una octava.
—Nadie se lo esperaba, Amanda.
—Max besa bien, eres una chica con suerte, Ada—me dijo, y
sabía que estaba embozando una sonrisa a través del celular.
—¿Por qué lo besaste? —me atreví a preguntarle, algo nerviosa.
—¿En serio me lo estás preguntando?
—Sí.
—Ada, Príapo quería un show sexual para que acepte el negocio
de Max. Debes agradecer que no me lo folle ante el público. Lo
hice con esa intención, amiga—me dijo, con voz sincera—.
Espero que no hayas pensado lo peor de mí porque no pretendo
quitarte a tu Sugar.

LURU
LURU

—Gracias por contarme la verdad—le dije, tras lanzar el aliento,


más aliviada.
—Sé qué encontraré mi propio Sugar Daddy en Francia. Mi
madre no va a poder vigilarme allí—soltó, con un tono divertido.
—Amanda, por favor ten cuidado con quién te relacionas. Hay
gente horrible en este mundo que puede aparentar ser buena
persona y en realidad no lo es.
—Lo sé, es por eso que le pedí a Max que me recomiende a
alguien para no estar perseguida.
—¿Qué?
—¿Acaso crees que Max no conoce a otros Sugar Daddy? —
soltó, incrédula—. Tu chico está lleno de contactos, sé qué me ha
indicado a alguien con el que puedo estar tranquila y sin
preocuparme porque se trate de un psicópata.
—¿Es de Francia?
—No, es de Oregón, pero viaja mucho así que podré ser su sexo
asegurado en Francia.
—Te extrañaré muchísimo, Amanda.
Tenía que admitir que extrañaría su locura y si compañía.
—Y yo a ti Gray, nunca te olvides de sonreír. Y por favor, que
esto no se corte, quiero seguir en comunicación contigo hasta
que seamos viejitas.
—Esto no se cortará en absoluto. Te echaré de menos.
El primer día de clases llegó y cuando esta finalizó, me quedé
fascinada. Debía estudiar más, esforzarme más, ya que las fechas
de exámenes parecían distantes, pero sabía que aquel
cuatrimestre del año sería una masacre. Lo único que tenía en

LURU
LURU

mente era regresar a mi habitación y ponerme al día, desgravar


la clase y hacer bonitos apuntes con resaltadores en tono pastel.
Pero tener en mente que iba a estar sola, ya que no contaba con
compañera de habitación, fue descartada cuando vi que aquel
chico con el que había follado días atrás para vengarme de Max
estaba ingresando (con una chica y un chico) cajas en mi
habitación. Habían abierto la puerta y estaban acomodando sus
cosas.
No. Puede. Ser.
¿Cómo se llamaba? No recordaba su nombre.
La chica de cabello de rulos castaños y tés morena me miró
apenas me vio en el pasillo.
—Demonios, eres más hermosa de cerca—fue lo primero que
soltó con una sonrisa cuando me vio.
—¿Disculpa?
—Soy Ana—se presentó, dándome dos besos en ambas mejillas.
Aquel contacto me sorprendió, ya que la mayoría se saludaba
con la mano. Me cayó bien de inmediato.
—Soy Ada ¿tú eres mi nueva compañera de habitación? —le
pregunté, mientras veía como aquel chico con el que había
follado ingresaba una última caja y no se había percatado de mi
presencia.
—¿Yo? Ojalá eso fuera así —me sonrió, coqueta—. Adam es tu
nuevo compañero de habitación—me informó, señalando al que
no quería que señalara.
Maldición. Eso me pasa por follarme al primer chico que se
cruzara por mis ojos. A Max no le iba a gustar eso, sentía que
aquel era el principio del caos.

LURU
LURU

Adam finalmente me vio y se quedó perplejo. Se puso nervioso,


ya que varios libros resbalaron de sus manos apenas entró en
contacto visual conmigo.
Lo saludé con la mano, con una sonrisita tímida y él parecía estar
viendo a un fantasma.
—Tú…tú ¿Esta es tu habitación? —me preguntó, como si
estuviera a punto de darle un infarto.
Sin desaparecer mi sonrisa, asentí con lentitud.
—¡Ay por todos los cielos! —exclamó, atónito.
—¡Te cambio de compañera!¡Te la cambio ahora mismo, Adam!
—le dijo su amigo, quien parecía desesperado por tener una
respuesta afirmativa.
Su amigo llevaba una sudadera con unos cascos en su cuello y
era de tes morena con anteojos de lentes gruesos.
—¡¿Estás enfermo?! Ni que estuviera loco—le respondió Adam,
quien no paraba de mirarme.
—Hermano, sí que tienes suerte—le contestó a él, quien tenía el
descaro de seguir mirándome.
—Voy a hacer de cuenta que yo no oí esta conversación—les
dije, ingresando a la habitación para poner mis libros de clase en
mi pequeña biblioteca de madera oscura.
Sentía sus miradas sobre mí y eso me hizo me provocó tanta
incomodidad que cambie de idea. Tomé mi libro de Biología
nuevamente y lo guardé en mi bolso. También, abrí el cajón de
mi mesa de noche y tomé algo de dinero para el almuerzo.
—Voy a dejarte solo para que te instales y para que no te
estorbe con mi presencia—le dije a Adam, quien seguía atónito
por la noticia.

LURU
LURU


Llegó la noche y con ella mis ganas de dormir. Max no me había
enviado ningún mensaje, así que supuse dos opciones: se estaba
acostando con mujeres o tenía mucho trabajo como para
hablarme.
Me costaba admitir que lo extrañaba un poco pero también tenía
que limitar mis sentimientos hacia él porque podría ser
catastrófico para mi corazón y bienestar. El psicólogo me dijo
una vez que lo que niegas te somete y lo que aceptas te
transforma.
¿Eso implicaba admitir que extrañaba a Max y deseaba dormir
acurrucada a su lado? ¿Eso me transformaría? Tenía motivos
para hacer una mezcla de amor y odio hacia su persona. Digamos
que había un cincuenta-cincuenta con él.
Él me follaba como los dioses, me provocaba fuegos artificiales
en mí interior.
Personas con las cuales había fallado nunca me hicieron sentir de
esa forma. Así que, Max era único e inigualable en la cama. Eso
no se discutía.
Agotada, abrí la puerta de mi habitación y me encontré con
Adam, quién se encontraba leyendo un libro en su cama con los
lentes de lectura puestos y parecía bastante concentrado en su
lectura. La única luz que se encontraba encendida era la del
velador de la mesa de noche que compartíamos. Cada quien
tenía su cajón para guardar sus cosas. La habitación parecía en
calma y con una temperatura agradable.
Adam levantó la vista apenas cerré la puerta y me apoyé en ella,
mirándolo, pensativa.

LURU
LURU

—¿Estás enfadada conmigo por mudarme aquí? Es la única


habitación disponible del campus—me dijo, temeroso a lo que le
solitaria.
—Me alegra saber que ya te conozco a la perfección cómo para
tener una charla banal de presentación.
Adam relajó el gesto y me dio una sonrisa breve, pero
tranquilizadora.
—Lo único que tengo para decirte es que lo que pasó una vez
entre los dos en un baño, no volverá a repetirse—le advertí,
sería.
Adam tragó con fuerza, estaba a punto de decir algo, pero de su
boca no salió nada. Simplemente se confirmó con asentir con
cierta frenesí.
—Sí, no te preocupes ¿tú y yo? ¿Volver a follar? Puf, es lo que
menos quiero—soltó el, titubeante. Su nerviosismo me hizo
reír—. Es porque tienes novio ¿no es así?
No sabía qué responderle, así que opté por el camino más fácil:
—Es complicado.
—¿Complicado por qué razón?
—Digamos que él y yo no tenemos una relación típica. Es una
relación de ¿intercambio?
—¿Qué? ¿Quién demonios no te querría como novia? —soltó,
aturdido. Se aclaró la garganta—. Lo siento, yo no pretendía
decir eso, sino que me parece una locura que lleves un tipo de
relación así.
Caminé hacia mi pequeño vestidor para preparar un pijama y las
cosas necesarias para llevarme a la ducha.

LURU
LURU

—No es tan complicado de comprender, Adam. Debido a un


acuerdo no puedo follarme a nadie, sólo a él.
¿Por qué le estaba contando eso a un desconocido?
—¿Por qué? —insistió, incrédulo.
—Creo que fueron suficientes preguntas para una sola noche—
sentencie con una sonrisa tensa.
Me metí en el baño antes de que Adam siguiera atacándome con
sus preguntas.

LURU
LURU

Capítulo 19
Cuando salí de la ducha, Adam se vieron ya acostado y apunto de
dormir. El silencio del campus era tan relajante como
inquietante. Apenas me vio me clavó los ojos y yo me sentí
incómoda. Así que hice de cuenta no haberlo visto y me acosté
en mi cama.
—A veces puedes follar con una persona fija sin estar en una
relación formal — le dije, porque sabía que tenía la intención de
seguir husmeando en mi vida.
—Sí, yo también suelo follar con mujeres muy seguido y no tengo
nada con ellas.
—Me mentiste — le dije, mientras acomodaba mi almohada para
luego colocarla detrás de mi cabeza.
—¿Eh?
—Me mentiste — le repetí—, me dijiste que yo fui la primera
mujer con la que estuviste.
Adam humedeció sus labios y su rostro se puso como el de un
tomate.
—Pude haberme acostado con otras mujeres después de ti ¿no
crees?
—Por supuesto que lo creo. Eres un chico muy apuesto.
—¿De verdad lo crees, Ada?
Asentí con una pequeña sonrisa y él pareció sentirse orgulloso
por mí comentario.
—Que una chica como tú me lo diga, es muy reconfortante—me
dijo, con aire tranquilo.
—¿Y cómo es una chica como yo?

LURU
LURU

—No hace falta decir que eres muy pero muy guapa y aparentas
ser una persona fría pero muy interesante. Eres preciosa en
varios sentidos y eso es lo que tú eres, perfección. Y me cuesta
entender que un hombre no te pida para salir, para ser algo más
y no solo para follar.
Sus palabras me hicieron sentir bien y a la vez, me hicieron
pensar en la relación que yo y Max teníamos. Él solía ser un galán
con muchas mujeres, cuando íbamos a comer juntos, las chicas
lo devoraban con la mirada y sabía que tenía varias mujeres
agendadas en su celular. Mujeres no le sobraban. Un mujeriego
con todas las letras y yo sin saber qué hacer con él.
—¿Por qué atarme a un hombre solo para follar, cuando puedo
hacerlo con más de uno? —le dije a Adam.
—Me parece que esa pregunta fue más para ti…que para mí.
Él quiere solo una relación así ¿Quién soy yo para pedirle más?
¿Con todo lo que me ha dado? Si no sale de él, pues yo no sé lo
pediré. Ya estaba harta de pedirle cosas a Max. Era hora de que
él me rogara a mí. Si tanto él me decía en la cama que era suya,
necesitaba pruebas suficientes como para creerlo.
Septiembre es uno de los meses favoritos en Nueva York.
Mientras el calor se evapora poco a poco, todo el mundo parece
dispuesto a disfrutar de los últimos coletazos del verano y de la
vida al aire libre.
Se hicieron las doce y el 25 de septiembre llegó con otro año más
de vida. Mi cumpleaños número veinte me recibió con una lluvia
torrencial a las 00:00 horas. Miraba las gotas golpear en mi
ventana, con los brazos cruzados y sin saber qué hacer conmigo
misma. La única luz encendida era la del velador.
—Feliz cumpleaños a mí —me dije, mientras sostenía un
pequeño muffin con una vela encendida.

LURU
LURU

Cerré los ojos, y luego de pedir tres deseos, soplé la diminuta


llama.
Max tenía mucho trabajo, así que no podía contar con él para
pasarla acompañada. Aunque tampoco era su obligación estar
conmigo todo el tiempo, nosotros teníamos un tipo de relación
que no involucraba afecto emocional así que me aferraba a eso.
Mientras todo sea consensuado, todo marcharía bien. Éramos
nuevos en esto, él quería intentar estar en aquel mundo al igual
que yo, pero sinceramente ya me daba lo mismo.
A veces, inconscientemente, me decía que esto se trataba de
prostitución decorada, tenía miedo de que se tratara de eso.
Estaba muy mal visto ser una Sugar baby. Para muchos se trata
nada menos que de una forma de prostitución, mientras que
otros consideraban que es una nueva interacción en los entornos
digitales, en donde no deberían existir juicios morales. Cualquier
tipo de relación termina siendo en algún sentido instrumental
porque siempre se recibe algo a cambio. Si eso que se espera no
se recibe, se termina la relación. En otras palabras, estaba con
Max porque YO quería estarlo.
Ojalá Amanda supiera lo que estaba haciendo y que estuviera
con un hombre que la respetara.
Max me había pagado la universidad, el psicólogo y todo lo que
necesitaba. Incluso una motocicleta. Y todo solo por dos o tres
encuentros sexuales que yo ansiaba tener. Amaba el sexo con él
y tenía miedo de enamorarme de alguien que no estaba
interesado en hacerlo. Así que debía mantenerme lo más fría
posible sobre el asunto, aunque me costara. La pregunta aquí era
entonces ¿insistir era molestar o demostrar?
Adam ingresó al dormitorio, con la mirada fija en su celular y
luego me miró a mí y al muffin. Aquello se repitió tres veces.

LURU
LURU

—¿Es tu cumpleaños? —me preguntó, con una sonrisa que iba


en aumento.
—Según el calendario, sí.
—Por todos los cielos ¿por qué no me dijiste? —soltó, tomando
rápidamente las llaves que estaban encima de la mesa de luz y
buscando una chaqueta en su estante.
—¿Qué haces? —la velocidad con que tomaba sus pertenencias
me había hecho reír.
—Tu cumpleaños cae viernes por la noche, mañana no tenemos
clases y aunque el clima esté horrible ¿por qué mejor no
ahogarnos con cerveza y celebrar? Puedo invitar a Ana y George,
mis amigos de aquí, así no te sientes incómoda por estar solo
nosotros dos.
Me eché a reír. Cualquier plan sonaba bien. Tenía el cabello
oscuro despeinado y sus ojos color noche irradiaban simpatía. Su
sonrisa formaba hoyuelos en sus mejillas y su entusiasmo era
contagioso.
—Me encanta ese plan, Adam.
Ana no paraba de mover sus caderas y reírse a más no poder de
los comentarios que George, su amigo, le hacía. Ambos se
encontraban bailando en el bar, mientras Adam y yo veníamos
una botella de cerveza cada uno. El bar estaba lleno de personas.
Habían corrido las mesas y se había formado una especie de
antro con risas, bailes y bebidas por donde mires.
—Salud por la cumpleañera—me dijo Adam, levantando la
botella en mi dirección.
Las chocamos y le sonreí, a gusto.
—Gracias por sacarme de mi habitación—le agradecí.

LURU
LURU

—¿Y dejarte sola con un muffin en la mano y mirando la lluvia


con tu pijama de Bon Esponja? Jamás—se río entre dientes.
—Para tu información, ese pijama es súper cómodo.
—¿Sabes lo que es más cómodo?
—A ver, dime.
—Dormir sin playera—soltó, orgulloso—. Eso es cómodo.
—Tenía ese privilegio hasta que te asignaron mi dormitorio. Una
lástima.
Adam se ahogó con la cerveza apenas me oyó y parte del líquido
ingerido había sido expulsado de su boca. Comencé a darle
palmadas en la espalda para ayudarlo a recomponerse. Tanteó
sobre la barra para buscar una servilleta de papel que no tardó
en encontrar y limpiarse.
—No vuelvas a decirme algo así, por poco me matas—soltó,
mientras recuperaba su respiración y sonriendo con nerviosismo.
—No sabía que reaccionarias de aquella forma —inquirí,
riéndome.
—Eres guapísima y esperas a que no reaccione así.
—Deja de decirme eso, ya empiezo a ponerme nerviosa —lo
miré con mala cara y le di un sorbo a mi cerveza.
—Mmmm bueno, pero nunca dudes de lo maravillosa que eres.
Creo que tú y yo podríamos ser muy buenos amigos, Ada —me
sonrió.
—De eso es lo único que no dudo.
Bebidas van, bebidas vienen y el resultado de ello es que mi
ánimo aumentara y que me sintiera más libre que estando
sobria. Me reía más de la cuenta y Adam también. Tenía el

LURU
LURU

cabello desprolijo y el rostro algo rojo por el alcohol. Dios, que


divertido era, me dolía el estómago de tanto reír junto a él.
—Ven, vamos a bailar —me invitó él, mientras trataba de
ponerse de pie hasta que lo logró y nos adentramos en la pista.
Apagaron las luces blancas y fueron reemplazadas por luces de
colores, música fuerte y pegadiza que hacía vibrar mi corazón.
Mi celular comenzó a vibrar en el bolsillo trasero de mi pantalón,
lo saqué y vi la pantalla. Era una llamada entrante de Max.
Maxito Voelkleiiiiin. Mi zanahoria mujeriega.
—¡Voy al baño! —le avisé a Adam a gritos, quien se encontraba
demasiado concentrado tratando de sacar unos pasos
prohibidos.
Me daba ternura que bailara pésimo. Ana y George lo miraban
con un gesto extraño.
—¡¿Quieres que te acompañe?! —me preguntó.
—¡No, está bien!
Me adentré entre las personas y atendí a tiempo cuando me
encerré en uno de los cubículos del baño público.
—¡Mi zanahoria sexual! —contesté alegremente y sin poder
evitar arrastrar las palabras.
—¿Ada? No me digas que bebiste y ahora estás borracha —
rechistó, molesto.
—¿Y a ti que te importa si he bebido o no? —los ojos se me
humedecieron —¡Tú y yo no somos nada!
—¿Dónde estás? Escucho música de fondo—ignoró mis palabras
con su tono cortante y la colera se presentó en mí —. Estás en el
bar frente a la universidad ¿no es así?

LURU
LURU

¿Por qué tenía tantas ganas de llorar cuando oía su voz? Dios,
Max me estaba afectando demasiado.
—¿Por qué me llamaste? —le pregunté, apoyando mi cabeza
contra la puerta del cubículo y con mis ojos cerrados.
—Feliz cumpleaños amor —murmuró, con voz sensible.
Se me detuvo el corazón y las lágrimas y la angustia pareció
aumentar en mi interior. Aquel nudo en la garganta quería
quedarse atorado, no quería irse. Yo no podía seguir con ello, yo
no podía seguir con el corazón latiendo por él cuando sabía que
su intención era otra.
—Max...
—¿Sí?
—Yo ya no quiero ser tu Sugar baby.
—Repítelo de nuevo —percibí un temblor en su voz.
—¡Yo no puedo y no quiero ser lo más!¡No vuelvas a buscarme!
Colgué la llamada antes de que él quisiera insistir. Me eché a
llorar.
(Max)
Tuve que obligarla a repetirlo porque no podía darle crédito a lo
que había escuchado de su boca. De su dulce e inmaculada boca.
Me encontraba en mi apartamento, en la soledad de este y sólo
su voz, su preciosa voz, podía darme esa paz que yo necesitaba
en mis días sofocados de labor y estrés.
Ada Valentina Gray, ese era su nombre, un nombre que a mi
parecer irradiaba valentía, decisión y seducción. Desde muy
pequeño analizaba los nombres de cualquier persona que
conociera y el de ella era mi preferido.

LURU
LURU

Me dejé caer de manera pesada en mi sofá, con la vista en algún


punto del ventanal de la ciudad. Sentía que estaba viviendo un
mal sueño. La perdí, la perdí por ser tan imbécil. La perdí por no
darle la suficiente atención, la perdí por comportarme como un
idiota. Yo y mi estupidez con meterla en un mundo fingido, sólo
para tenerla conmigo, sólo para tenerla cerca de mí y cuidarla.
Quise ahogarme en los besos horribles de Rose sólo para
sacármela de la cabeza, sólo para no unirme tanto a ella. Pero
claro, no funcionó, la enfurecí más.
¿Ella ya no quería estar a mi lado? Yo no quería que se acabara lo
que alguna vez comenzó sin querer. Seguro la aburrí. No quería
sofocarla y perseguirla, no pretendía incomodarla. Si tan sólo me
hubiera escuchado antes de cortar la llamada. Si tan sólo me
hubiera escuchado cuando estaba a punto de pedirle que fuera
mi novia. Acostarme con Rose había sido una equivocación
grande. Quería aparentar ser frío, aparentar que no quería nada
serio con Ada para que no salga corriendo porque un hombre
mayor le gustaba. Una gran edad nos separaba. Yo y mi estúpida
manera de ser. Lo siento amor, lo siento tanto.
Saqué de mi bolsillo una pequeña pulsera de oro con una frase
grabada, una frase que la primera vez que la oí, vino su rostro a
mi mente: “Que lo que tenga que pasar, pase contigo”.
Otro cigarrillo se calcinaba en mis dedos y su humo no tardaba
en ser expulsado de mi boca y nariz. Necesitaba pensar cómo
tenerla a mi lado de nuevo. Los ojos se me llenaron de lágrimas
por la frustración de haberlo perdido todo.
¿Qué me costaba mantener la relación de amigos y luego dar
aquel paso importante para pedirle que lo intentáramos? Todo
me estaba saliendo mal. Aunque gracias a Ada, Príapo había
aceptado invertir en mis restaurantes y promocionarlos, sentía
que no podía manejar ambos restaurantes. Mi padre me los

LURU
LURU

había dado y ya, manéjate. Tanta responsabilidad me estaba


consumiendo y alejando de lo que yo deseaba.
Maqué el número de celular de mi amigo Peter, el cual no tardó
en contestar.
—¿Hola? —su voz somnolienta me indicó que estaba durmiendo.
—¿Qué tan cansado estás cómo para abrir el galpón y pelear un
rato?
Peter tenía un galpón donde solían armarse peleas clandestinas.
Se veía dinero toda la noche, tragos y sobre todo peleas que a
veces terminaban mal. Volver a aquel pasado por una noche para
olvidarme de Ada un instante, parecía ser la mejor opción.

LURU
LURU

Capítulo 20
Había invocado a mi madre un día antes de mi
cumpleaños. Tenía la obligación de visitarme por cumplir un año
más en la tierra y aproveché su presencia cuando la tuve en mi
habitación. Así que solicite su visita antes. La belleza de Afrodita
era tan incandescente como frustrante, ya que cada movimiento
de mano que hacía al hablar, le da un toque exagerado pero que
combinaba con su personalidad.
Tenía la costumbre de aparecer con prendas blancas. Aquella
tarde apareció ante mí con un vestido largo que le cubría los pies
y con un escote prenunciado. Una hebilla de oro rodeaba su
cintura y su cabello rubio y ondulado le llegaba a las caderas.
Vino hacia mí y me abrazó. Había cerrado la puerta con llave por
si Adam la abría de golpe.
—Nunca me llamas antes para que te salude para tu cumpleaños
— me dijo, con su voz peculiar y cantarina.
—Necesito un favor, mamá.
—Y cómo siempre necesitas algo — replicó, poniendo los ojos en
blanco y cruzándose de brazos.
Su comentario pudo provocar un grito en el cielo por parte
mía. Pero opté por mantener mi compostura.
—Solo te veo en mis cumpleaños y cuando necesites decirme
algo. Creo que puedo pedirte algo, me trajiste a este mundo sin
nada — espeté.
—¿Y qué es lo que necesita mi bella hija?
—Necesito saber cómo encontrar a Cupido.
Afrodita frunció el entrecejo y me miró de arriba abajo. Carajo.
—Yo no puedo hacer eso hija.

LURU
LURU

—¡¿Por qué no?!


—Porque tú no eres una diosa en su totalidad, pero…puedo
contactarte con tu sobrina. Es mitad diosa y mitad humana.
Como tú—me ofreció.
—¿Mi…qué?
Una sobrina, que extraño.
—Príapo me ha contado que tú fuiste a verlo. No quise saber
para qué, pero…trata de apartarte del mundo de los dioses. Ellos
suelen burlarse de los humanos por no ser perfectos.
Tragué saliva, ahora sabía por qué Príapo había humillado a Max
y a Amanda. Si con esa experiencia eso no me quedaba en claro,
sería una estúpida.
—¿La sobrina de mi hermano o hermana Cupido podrá
ayudarme a enamorar a alguien? No sé cuál es el sexo.
—Cupido es mujer—me aclaró, con una sonrisa—. Tampoco
quiero enterarme nada sentimental por parte tuya cariño,
pero…voy a ayudarte para que puedas encontrarla. Tienes la
suerte de que se encuentra en la ciudad ¿necesitas algo más?
Mi ánimo cayó un poco y la miré, melancólica.
—Que me abraces otra vez—le dije y la embestí con uno—. No
sabes cuánto te necesito a veces, mamá.
Quisiera que su figura materna estuviera siempre conmigo, pero
Afrodita tenía la costumbre de ser fría con hijos que proviniera
de un humano. Yo podría decirlo porque lo vivía día a día. Jamás
sentí el calor de una madre y tampoco en aquel momento, ya
que luego de darme una dirección, se esfumó sin decir adiós. Ni
siquiera un feliz cumpleaños.
Gracias, por ser la peor madre, Afrodita.

LURU
LURU

Con mi motocicleta me dirigí a la dirección que ella me había


dicho, fui por las calles menos transitadas para que ningún oficial
me pidiera los papeles. Debía hacerme el permiso para conducir
una motocicleta cuanto antes. No se encontraba tan lejos de uno
de los edificios más destacados de la gran ciudad Empire State
Building. Fue el edificio más alto del mundo desde 1931 hasta
que se construyó el One World Trade Center en 1972, volvió a
serlo cuando cayeron las Torres en el 2001 hasta el 2014. Es el
ícono de la ciudad, el más famoso de todos. Su mirador es un
imperdible según Adam, quien lo ha recorrido.
Pero aquella ubicación no era mi destino, sino una casita que se
encontraba a una calle de ahí, me había equivocado. Eran casas
pegadas a la otra con ladrillo oscuros a la vista. Estacioné la
motocicleta en la casa que tenía el número 393. Hacía frio,
mucho y la chaqueta de cuero negra que llevaba puesta no me
abrigaba lo suficiente. Rondaban las once de la mañana.
Subí los escalones de la entrada y toqué el diminuto timbre.
Ojalá se encontrará en casa. Pasos que se acercaban a la puerta
se escucharon y no sé por qué, pero me sentí nerviosa. Otro
familiar al que me tocaba conocer. El seguro fue retirado, lo
sabía por el pequeño sonido de la cadena.
La puerta se abrió y mis manos se entrelazaron, algo sudorosas.
Dios. Una joven de cabello castaño recogido en una cola de
caballo y ojos avellanas me miró, era de baja estatura, pero tenía
un rostro que rondaban los veinte. Todas las personas que solía
conocer rondaban esa edad. Tenía una bata rosa puesta y unas
pantuflas de peluche azul.
—¿Sí? —me preguntó, analizando mi rostro para saber si me
conocía del algún sitio.
—Hola, mi nombre es Ada y soy tu tía...bueno, no sé si eso sea
verdad. Tampoco sé tu nombre para comprobarlo, pero —di un

LURU
LURU

paso al frente con la intención de no ser escuchada por alguien


más —, me han dicho que tú eres la hija de Cupido.
La chica abrió los ojos como plato y pareció tragar saliva. Me
miró de arriba a abajo y se llevó una mano al pecho.
—¿Cómo sabes eso? —me preguntó, como si estuviera a punto
de darle un paro cardiaco.
—Mi madre Afrodita me lo dijo.
Por favor que no piense que soy una loca. Que no piense que soy
una loca.
—¿Afrodita? Oh mi Dios ¿la conoces?¡¿Es tu madre?!¡Pasa, pasa!
—me dijo, abriendo la puerta aún más para permitirme el
ingreso.
El aroma a limón inundó mi nariz. Era una casa muy pequeña.
Apenas ingresabas te topabas con la escalera de la segunda
planta, ya podía ver la entrada de la cocina y un diminuto living
con un sofá verde vomito, una mesa ratona de madera clara y un
televisor muy viejo encendido en el canal de música. Las paredes
estaban pintadas de verde y el techo era blanco con manchas de
humedad.
Me saqué la chaqueta de cuero ya que estaba prendido el
calefactor y la chica se ofreció a colgarlo en la puerta.
—Es la primera vez que conozco a un familiar mío y se siente
muy pero MUY emocionante —me dijo la chica, entusiasmada —
. Dime por favor que no eres una psicópata mentirosa que está
por robarme.
—Te juro que no vengo a quitarte nada —le dije rápidamente
antes de que tuviera intención de echarme a patadas.
—¿Quieres un té? —me ofreció.
—Sí, por favor.

LURU
LURU

La chica desapareció en la cocina y yo me senté en el sofá más


cercano mientras sonaba de fondo un cover de la canción Thank
U. Esta versión la cantaba Aurora y sonaba muy bonita.
—Mi nombre es Miranda —me dijo la hija de Cupido, quien
ingresaba al living con una bandeja de plata con una tetera, dos
tazas color rosa pastel, un tarrito de azúcar y varios sacos de té
—. Vivo sola porque mi madre no es capaz de visitarme —soltó,
molesta.
Dejó la bandeja sobre la mesa ratona y comenzó a servir el té
con el saquito de menta que yo había elegido.
—Veo que no eres la única que es abandonada por su madre y
solo aparece cuando se le da la gana —solté, mientras le ponía
azúcar a mi té.
Miranda tomó su taza y se sentó, haciéndose un bollito en su
sofá que estaba ubicado frente a mí.
—Cupido sólo aparece en mi cumpleaños y cuando solo tiene
algo importante para decirme. Aunque—se tomó un momento
para pensar—, no recuerdo la última vez que me haya dicho algo
importante.
—Yo invoqué a mi madre hoy—le conté —. Mañana es mi
cumpleaños así que necesite su visita un día antes para que me
diga cómo encontrar a Cupido. Cómo sabrás, no nos permiten
hablar con otros dioses porque no somos “dignas", así que
tenemos sólo el derecho de visitar a semidioses, como nosotras,
por ejemplo.
—Sí, eso mi madre me lo ha dejado en claro —inquirió, molesta
—¿Es verdad que Afrodita es tan bonita cómo lo dice la
mitología? Porque si tú eres hermosa, no puedo imaginarme
como será tu madre. Por cierto, tienes un rostro muy precioso y
el maquillaje te sienta muy bien.

LURU
LURU

—No estoy usando maquillaje, recién me despierto y estoy a cara


lavada.
Miranda me miró con la boca abierta.
—¡Por todos los cielos! ¿Estás hablando en serio? Dios mío, eres
perfecta.
Sí, claro.
—Mi madre y yo poseemos el mismo rostro, sólo que ella tiene
ojos azules y yo grises—le conté, algo avergonzada.
—¡No puedo creer que la hija de Afrodita esté sentada en mi
sofá! —chilló, asombrada—¡Si hubiera sabido que vendrías
hubiera limpiado la casa!¡Me declaro tu sobrina favorita!
Me eché a reír. Era demasiado simpática, y me agradaba mucho
la gente que era así, espontánea y graciosa.
—Me caes muy bien —le dije, sincera y con una sonrisa —¿Vives
hace mucho en New York?
—Fui adoptada por la señora Margaret Paige, pero falleció hace
ya...
—Tres años —completé la frase, sorprendida —¿Era una señora
canosa, regordeta y que siempre llevaba vestidos floreados?
—¿Y ciega de un ojo? —agregó ella, anonadada.
—¡Sí! —le dije rápidamente —. Ambas fuimos adoptadas por esa
señora —concluí, sin salir de mi asombro.
—Dios mío... —me dijo ella, casi en un murmuro —. Entonces
nuestras madres no nos dejaron tan solas como creíamos, Ada.
Sus palabras me hicieron pensar más de la cuenta. No había
pensado jamás en ello, quizás mi madre si me había protegido
después de todo. Recuerdo muy bien cuando la señorita
Margaret me encontró y me acogió en su precaria casa, me hacia

LURU
LURU

la comida y siempre veíamos televisión juntas. Hasta que un día


la encontraron muerta en la calle. Le había dado un infarto
cuando hacia las compras.
—¿Este era el apartamento de la señora Margaret? No sabía que
tenía otro, ella no tenía mucho dinero y jamás hubiese pensado
que tenía otra casa —le pregunté, echándole una mirada más
profunda al apartamento.
—Sí, ella fue alguien muy especial para mí —me dijo Miranda,
con cierta nostalgia que no pudo ocultar y con su mirada en el té
—. Supongo que cuando se ausentaba por días era porque se
quedaba contigo.
—Sí, a veces se ausentaba una semana entera, pero me dejaba
comida congelada —le dije, con una sonrisa melancólica—. Ella
era una gran mujer.
—Brindemos por su memoria —levantó su taza y el mentón—.
Salud por Margaret Paige, nuestra protectora.
—Salud por Margaret —repetí aquella acción con un nudo en la
garganta.
Después de un largo silencio entre las dos y con la música de
fondo, Miranda volvió a hablarme.
—¿Por qué viniste a buscarme, Ada? —me preguntó finalmente,
luego de darle un sorbo a su té.
La hora de la verdad había llegado y con ella los nervios.
—Como sabrás...tengo la habilidad de enamorar a los hombres,
encantarles y seducirlos a mi manera. Digamos que solía
divertirme en la secundaria con ellos, fue una época en la que
necesitaba despejarme y ellos me complacían con ya
sabes...follar —le conté, algo tímida—. Pero ahora me he topado
con un hombre bueno, hermoso y sobre todo muy atractivo.

LURU
LURU

Tiene una belleza adictiva, fascinante y su personalidad es


tan...no sé cómo describirlo, pero él es único, Miranda. Es la
perfecta combinación de la seducción y la diversión. Él puede
estar lejos de mis ojos, pero no de mis pensamientos.
—Por cómo lo describes y por el brillo de tus ojos al pensar en él,
me dice que estás muy enamorada, Ada. Desde aquí siento el
palpitar de tu corazón y el nerviosismo de tu voz—me respondió
la hija de Cupido.
La miré, sin saber qué decir. Entonces... ¿así era sentir amor por
alguien? Tragué saliva, sentí miedo porque era la primera vez
que me ocurría algo así. Yo no..., yo no sabía lo que era amar
hasta que conocí a Max Voelklein.
—Pero...él no lo está de mí —le dije, con la voz rota —. He hecho
lo que hago siempre para encantar a los mortales y tenerlos sólo
para mí: acostarme con ellos, utilizar mi cuerpo como arma
mortal. Afrodita tiene la gracia, el encanto. Yo tengo la mitad de
ello, así que lo complemento con el cuerpo para llevarlos al
trance que necesito para sentirme deseada.
—¿Es que no lo ves? Tu ego es más fuerte que el amor que le
tienes, Ada —respondió la hija de Cupido —. Estás tan
desesperada de que te ame, que lo estás alejando con tus
pensamientos egocéntricos ¿acaso le demuestras que lo quieres?
Hay personas que necesitan amor para brindarlo —sugirió.
—¡Pero soy la hija de Afrodita, él debe amarme! —elevé la voz,
lo cual no pretendía hacer y Miranda levantó las cejas—. Lo
siento —dije rápidamente, ya frustrada —, es que esta situación
me desespera.
No quería llorar, no delante de ella, pero era tan difícil afrontar
esa sensación que tomé un largo trago de té.

LURU
LURU

—Siento celos cuando se le acerca a otras chicas, se acostó con


mi hermanastra y besó a mi compañera de cuarto —le conté, con
la mirada agachada y con cierta ironía en mi voz.
—Los celos no son una demostración de afecto, es un acto
egoísta —me dijo —. Pero tienes la razón por sentirte así, se
metió con mujeres de tu entorno y eso le da el título de gilipollas
¿qué mierda estaba pensando cuando se metió con tu
hermanastra?
La miré, repensando lo que me dijo. Si Amanda decidía estudiar
psicología, sería una gran psicóloga.
—Y me demostró no sólo eso —agregué—, sino que le interesa
cualquier mujer, menos yo. Me ve como una simple mortal —me
desanimé.
—¿Y tú deseas enamorarlo?
Levanté la mirada hacia sus ojos avellana, seria.
—Más que a nada en el mundo.
—Yo te ayudaré, tía Ada ¿quieres otro té?
—Sí, por favor.

Miranda corrió la bandeja de té y colocó una caja de madera
encima de la mesa ratona. Parecía antigua. Tenía tallada un
corazón humano atravesado por una flecha que aparentaba ser
filosa.
—Mi madre me regaló está caja cuando nací, siempre la he
llevado conmigo y la he ocultado de las niñas del orfanato que
siempre han querido toquetearla. Nunca se los permití. Ellas
tenían sus osos de peluches y muñecas. Yo tenía la caja de té de
Cupido.

LURU
LURU

—¿El té que bebí...?


—¿Qué?¡No, ese era un té de menta común y corriente! —se
echó a reír de inmediato y me relajé.
Miranda abrió la caja y varios sacos de té se encontraban en ella,
divididos por tiras de madera. Los sobres eran de diversos
colores y poseían algo de polvo sobre ellos.
—Mamá se reunió conmigo una vez, cuando era niña y me dijo
que estos sobres eran tan poderosos como la legitima flecha de
ella. Tenían una gran eficacia sobre los humanos.
—¿Debo prepararle a Max un té para enamorarlo? —inquirí en
una pregunta.
—No, tía. El té debes beberlo tú —me comentó, extrañada—.
Me resulta extraño que una hija de Afrodita no pueda enamorar
a un simple humano. Es un caso único en el mundo.
—Eso es lo que lo hace único, Miranda.
Ahora yo veía por qué estaba tan desesperada en enamorar a
Max. Era tan difícil de entender como de explicar.
Miranda tomó de la cocina una taza de café pequeña y blanca,
metió un saquito de Cupido y preparó el té con el agua caliente
de la tetera de porcelana. El agua té tomó el color de un rosa
flúor al instante y de él salía pequeños hilos de vapor.
—Toma la taza entre tus manos y nombra a tu amado cinco
veces en tu mente —me indicó Miranda, quien se estaba
abrazando a sí misma.
Hice lo que me pidió y levanté la taza con mis manos, como si
fuera frágil. No quería volcar nada sobre la alfombra.
Cerré los ojos y lo nombre: Maximiliano Voelklein, Maximiliano
Voelklein, Maximiliano Voelklein, Maximiliano...

LURU
LURU

—¡Ada abre los ojos! —me gritó Miranda y yo la obedecí,


asustada.
Miranda había dado varios pasos hacia atrás, con una mano
tapando su boca y mirando horrorizada la taza que estaba
sosteniendo. Bajé la mirada hacia el té y sentí un enorme
escalofrió recorrer mi cuerpo.
El rosa se había ido y había sido remplazado por un líquido
oscuro como la noche, igual al color del petróleo y burbujeaba
horrible.
Dejé la taza sobre la mesa rápidamente, espantada. La miré a
ella, tratando de que me diera alguna explicación coherente, ya
que supuse que ese color no debía tomar el té. Mi cuerpo
temblaba, sentía un enorme terror en mi interior.
—¡Lo que amas está prohibido, él no es humano! —gritó
Miranda, asustada —¡Por favor, vete de mi casa, tía!

LURU
LURU

Capítulo 21
—¡Por favor, no puedes echarme sin darme una explicación! —
Lloriqueé, mientras Miranda me empujaba hacia la puerta,
enfurecida.
—¡No voy a meterme, ese secreto no me corresponde revelarte
lo a ti!
- ¡Por favor! —Le supliqué, desesperada antes de que abra la
puerta de la entrada — ¡Dime quién es Max!
—¡Lo único que tengo para decirte es que debes olvidar a esa
cosa!
¿Cosa? Tomó mi abrigo de mala manera y me lo lanzó, y yo lo
atajé rápidamente con mis manos.
—¡Puedo darte dinero para que me des información! —Le grité,
insistente.
—¡Ni todo el puñetero dinero del mundo me salvaría del
inframundo!
—¿Cosa? ¿Inframundo? ¡¿Max no es humano?! - le pregunté,
mientras lograba con la fuerza de sus manos sacarme fuera.
Abrió la puerta y me sacó a la entrada.
—¡No regreses hasta que te olvides de él!
Y con un azote de puerta, Miranda me hizo entender que
quedaba afuera de todo aquello. Si la hija de Cupido no podía
ayudarme a enamorarlo de mí… ¿qué era Max?
Había algo que tres personas relacionadas con la divinidad me
han pedido a gritos: Aléjate de Max.
Presente.

LURU
LURU

Llorar en el baño público de un bar no resultaba ser lo más


satisfactorio. Estaba destrozada. No sabía si había hecho bien.
No sabía si estaba encaminada a lo que era considerado bueno.
Yo quería a Max y ahora estaba allí, llorando cómo una imbécil
por un hombre que sólo me quería para su compañía. Un
hombre al que no podía enamorar por alguna extraña razón. La
divinidad ahora venía a decirme a gritos que no me metiera con
él. El peligro era de lo que siempre trataba de escapar luego de
intentar suicidarme. Pero Max…que difícil era alejarme de Max.
Temía que él estuviera ligado al inframundo. No quería
aceptarlo. Pensé en otra cosa. Pensé en mi corazón roto y el
llanto en el baño de un bar. Sentía las lágrimas saladas sobre mis
labios y cómo estás se deslizaban por la nariz. Alguien tocó la
puerta del cubículo en donde estaba, provocándome un
sobresalto espantoso.
—¿Ada? ¿Estás allí o te ha agarrado la cargadera? —bromeó
Ana, con tan buen ánimo que sentí envidia.
—No. Ya salgo.
Con el dorso de mi mano me sequé las lágrimas con rapidez.
Respiré hondo, sintiendo algo tapada la nariz. Vamos, Ada. Que
los sentimientos por alguien que no los valora, no arruinen tu
noche de cumpleaños. Oh Dios mío, se me había olvidado de que
era mi cumpleaños.
Salí del cubículo y Ana estaba apoyada en la pared de en frente.
Tenía un vestido rojo con brillo que le llegaba por los muslos
tonificados y su cabello rubio era una increíble melena.
—Maquillaje corrido, un celular en la mano y una cara triste—me
dijo a penas me vio—. Recuerda amiga que alejarse de una
persona que te lástima, también es un acto de amor propio.

LURU
LURU

—¡Que hermosas palabras! —estallé en llanto apenas la


escuché.
Diez puntos para Ana. Vino hacia a mí y me abrazó para
consolarme. Apoyé mi mentón en su hombro. Su perfume olía
tan bien, cómo a fresas.
—¿Quién te está haciendo llorar de esta forma? —me pregunto,
acunando mi rostro entre sus manos.
—Un imbécil—mascullé, rencorosa.
Max no había vuelto a llamar y eso me destrozó. Me hubiese
gustado que tuviera la intención de pedirme una explicación de
por qué deseaba dejar de ser su Sugar baby.
—¿Quieres hablar sobre ello? —me preguntó Ana con
delicadeza.
Negué con la cabeza mientras me posicionaba frente al espejo
del bar. Casi grito al ver mis mejillas manchadas con rímel oscuro
y el labial algo corrido en la comisura de mis labios.
—Diablos—solté, al verme.
Ana sacó de su bolso una porta cosméticos y me lo ofreció con
una sonrisa. Comencé a limpiarme y a retocar nuevamente el
maquillaje.
—Aquí no pasó nada—me susurré a mí misma.
Esa horrible sensación de “ya nada será como antes” se instaló
en mi pecho.
Ebria por los pasillos del edificio donde residían los estudiantes
de la universidad privada de New York. Mi visión era algo borrosa
y tratábamos de evadir las risas involuntarias y nos callábamos
entre nosotros para que no nos sanciones. Aunque, nadie podría
decirnos nada porque ya estábamos ingresando al fin de semana
y sólo los estudiantes y algunos tutores seguían en el edificio.

LURU
LURU

Ana y George se habían despedido de nosotros ya que vivían en


el piso continuo al nuestro, así que Adam y yo nos fuimos a
nuestra habitación.
—Nos regañarían si fuera un día de semana y nos encontraran
así, tambaleándonos y caminando como tontos—me dijo él,
quien tenía la camisa blanca desabrochada hasta el pecho y el
cabello oscuro revuelto.
Llegar a la puerta parecía imposible, pero lo logramos. Mierda,
ahora faltaba introducir la llave en la cerradura. Algo tan sencillo
parecía ser algo difícil en aquel estado.
—¡No puedo hacerlo! —me quejé, muerta de risa.
Adam comenzó a reír mientras se llevaba un dedo a los labios
para indicarme silencio. Aunque eso hasta le era imposible a él.
—Déjame salvar a la dama en apuros —me dijo, mientras me
quitaba la llave y lo intentaba él.
Adam logró abrir la puerta y ambos dimos saltitos de victoria con
palmadas incluidas. Qué momento tan hermoso. Aunque el dolor
en mi pecho seguía teniendo un nombre y era el de Max. Adam
encendió la luz del dormitorio y lo primero que hizo fue arrojarse
a su cama boca abajo y soltando un gran quejido.
—No volveré a beber cerveza en mi vida —me dijo él, asqueado
—. Pero tu cumpleaños lo vale.
—¿Estás culpando a mi fecha de nacimiento por tu borrachera?
—le pregunté, mientras me sentaba en la cama con la intención
de sacarme los zapatos que me estaban matando los pies.
Como deseo de cumpleaños quería que los zapatos de mujer
sean tan cómodos como hermosos.
—Sí —asintió Adam con la cara en la almohada y provocando
que su voz sonara rara.

LURU
LURU

—Gracias por hacerme pasar una enorme noche a pesar de...


Mi voz se apagó y la melancolía me invadió. Adam me miró, con
los ojos abiertos y confundido por mi cambio de ánimo.
Entonces, sin que yo pudiera evitarlo, comencé a llorar.
—Max no me volvió a llamar —rompí en llanto y oculté mi rostro
en las palmas de mis manos —. Se acabó todo.
Me sentía horrible, la borrachera me ponía peor y lo único que
quería era ver a la persona que me tenía enamorada y a la cual,
no podía enamorar ¡Ni siquiera la hija de Cupido había podido
lograrlo! Quería gritar ¿por qué demonios no me había fijado en
alguien más? Estaba demasiado frustrada, lo único que quería
era amor...sólo amor.
Buscar amor y refugiarme en él, posible pero inalcanzable.
—¿Me estás diciendo que ese tal Max...? Lo siento mucho, Ada.
Se levantó como pudo de la cama, mientras trataba de sujetarse
a la mesa de luz para no caer al suelo. Adam estaba tratando de
llegar a mí, algo que Max nunca había intentado demostrar.
Adam estaba haciendo lo posible por atravesar aquel desafío que
consistía en llegar a mi cama...algo que Max lo había hecho con
facilidad.
Y Adam llegó, como pudo, se sentó a mi lado y me abrazó, con
sus fuertes brazos cálidos. Apoyé mi cabeza sobre el hueco de su
cuello y cerré los ojos, llorando en silencio mientras los
sentimientos me consumían.
No sé en qué momento ocurrió, pero llegó un instante en donde
Adam y yo nos miramos, rozando nuestras narices. Él, como si yo
fuera frágil se acercó lentamente a mis labios y…me besó.
Me sentía mareada, cansada...

LURU
LURU

—Adam —me aparté de él, confundida y con los ojos algo


entrecerrados —. Yo no...
No pude terminar de hablar que volteé la mirada al suelo y
vomité, vaciando todo el contenido de mi estómago. Dios mío,
que asco. Me limpié con el dorso de la mano, tratando de calmar
mi respiración trabajosa. No me sentía nada bien.
—No te levantes, yo lo limpio. Iré por un trapo —me
dijo rápidamente Ada, quien fue tambaleándose hasta el baño
como pudo, pero él tampoco lo soportó y vomitó en la entrada
del mismo.
Una noche con olor a vomito, que rico.
Lo último que recuerdo fue la ducha que me había dado antes de
ir a dormir. No sé cómo mi cuerpo coordinó a la perfección el
poder asearme y no matarme en el intento. Luego, terminé en
mi cama...con Adam.
Los pájaros me taladraron la cabeza desde temprano y abrir los
ojos me era imposible. Lo único que percibí era que tenía
acostada la cabeza de alguien sobre mi estómago y que incluso,
me estaba abrazando. Tenía solo puesta mi ropa interior oscura,
y es por eso que sentía como su cabello me hacía cosquillas en la
piel.
¿Adam se había quedado dormido sobre mi estomago? No era
capaz de abrir los ojos cómo para comprobarlo. Mis sentidos
comenzaron a despertarse y el sabor a pasta dental excesivo en
mi boca no tardó en aparecer. Estaba tan asqueada anoche que
no dude en cepillarme los dientes más de una vez.
Poniendo toda la voluntad, abrí los ojos con gran pesar. Dios,
maldito dolor de cabeza. Algo en mí se quebró al ver que el
cabello que yo esperaba que fuera oscuro, era en realidad
mechones anaranjados.

LURU
LURU

Se me paralizó el corazón al ver que el que estaba durmiendo


sobre mi vientre era Max y no Adam.
Dormía plácidamente, como si estuviera demasiado cansado
como para despertarse. Tan sereno, tan relajado... ¿qué hacía
aquí? Tenía ganas de echarme a llorar. La luz que ingresaba por
la ventana le pegaba justo en el rostro lleno de pecas.
Un montón de sentimientos me abrumaron, y no sabía qué
hacer: si despertarlo a los gritos o dejarlo dormir, porque así
se veía hermoso.
—Hace como dos horas vino aquí —me avisó Adam, en un
susurro, desde su cama y con los ojos cerrados.
Se ve que me había escuchado despertarme.
—¿Lo dejaste entrar? —le pregunté, escandalizada y con la voz
apenas audible.
—¿No era lo que querías? ¿Qué él viniera a pedirte una
explicación?
—Sí, pero... —miré a Max dormir y luego lo miré a Adam, sin
saber qué hacer —Está durmiendo como si no hubiera ocurrido
nada entre nosotros.
—¿No crees que un hombre mucho más grande que tú no sabe
lo que quiere? —inquirió Adam —No sabía que te gustaba
hombres más grandes.
—Yo tampoco lo sabía hasta que lo conocí a él.
—Qué bonito es el amor. Déjame dormir —carraspeó Adam, que
aun continuaba babeando sobre su almohada color celeste.
Ahora que lograba verlo mejor porque estaba más despierta,
Max no llevaba camisa y tenía el torso desnudo, el cual se perdía
entre las sabanas de mi cama cuando estas llegaban a su cadera.

LURU
LURU

Tenía a dos chicos durmiendo en mi habitación completamente


hermosos. El silencio de la habitación era tan inquietante como
sereno. Me quedé dormida otra vez, con lágrimas cayendo sobre
mis mejillas y acariciando el cabello de Max. Cómo resultado, él
me abrazó aún más, sonriendo entre sueños.
El despertador sonó a las diez de la mañana, me había olvidado
de apagarlo durante el fin de semana. La radio se encendió y
sonaba la canción Chasing Cars, pero lo cantaba una mujer. Me
estiré sobre mi cama, arqueando la espalda y estirando brazos y
pies. Pero...no sentí la cabeza de Max sobre mi vientre, lo que
me hizo sobresaltar.
Se había ido. Ya no estaba. Incluso Adam no estaba, su cama
estaba revuelta. Empezar mi cumpleaños así me puso triste, sin
la presencia de Max, como esperaba. Ni siquiera lo
había oído marcharse. A ninguno de los dos.
¿Por qué se había ido? Como pude, me refregué los ojos y
bostecé.
—Feliz cumpleaños a mí —me dije otra vez, ya que aún
continuaba siéndolo.
Cuando me despabilé, me puse algo de ropa y me lavé el rostro y
los dientes, busqué el número de Max en mi celular y lo llamé.
Me sentía nerviosa, así que, con el celular pegado entre mi
hombro y mi oreja, comencé a tender tanto mi cama como la de
Adam.
—Hola —me contestó Max, con voz acariciante.
—Hola —le respondí, con voz suave.
—Así que ahora tienes compañero de cuarto —me dijo, sin
gracia alguna.

LURU
LURU

—Me lo asignaron hace un par de días, fue también una sorpresa


para mí.
—Y es el chico con el que follaste casualmente en un baño de la
universidad —me recordó, arisco —. El destino a veces es una
mierda.
—No ha pasado nada entre los dos —puse los ojos en blanco,
sabía por dónde iría la conversación—. Si eso es lo que crees,
pero ¿por qué te estoy dando explicaciones sobre esto cuando
no te las mereces?
Max soltó un suspiro inquietante.
—Estoy furioso porque ese chico te tiene las veinticuatro horas
del día —se sinceró, molesto —. Fui a la madrugada para verte,
pero me quedé petrificado cuando vi que el que había abierto la
puerta de tu habitación era un chico con solo un bóxer puesto y
todo despeinado. Antes de enloquecer y golpearlo hasta verlo
sangrar, tomé aire y entré sin decirle ni una sola palabra. Él me
permitió el paso sin impedimento y volvió acostarse, pero en su
cama (eso me generó cierto alivio). Me saqué la playera sin darle
explicaciones y me acosté en tu cama para que vea que tú ya
estás con alguien.
Me quedé helada ¿había oído bien? Dejé de ordenar la cama de
Adam. Me imaginé la cara de WTF cuando Adam lo
vio sacándose la playera solo para marcar territorio. Faltaba que
los dos me mearan.
Ya estaba empezando a delirar. Necesitaba calmarme.
—¿Así que estoy con alguien? —le pregunté, con tono
sarcástico—Ni yo lo sabía. Vienes a mi cama, te acuestas en ella
sin decir una palabra y te marchas. A veces no te entiendo, Max.
—No quiero que lo nuestro termine, Ada ¿por qué quieres dejar
de estar a mi lado? ¿Qué puedo hacer para que todo mejore? Te

LURU
LURU

extraño —soltó, con la voz partida —Verte dormida me ha hecho


entender que te quiero para toda la vida.
Me dejé caer en cama cuando lo escuché decir eso. Un nudo en
la garganta se instaló en ella.
—¿Qué estás queriendo decir? —le dije, en un murmuro.
—Te lo diré si vienes a una fiesta conmigo. Pasaré a recogerte en
dos horas.
—¡¿Dos horas?! —el pánico me invadió.
No estaba en condiciones para planificar un outfit con resaca y
malestar estomacal. Quería matarlo.
—Es una fiesta al aire libre, se casa mi hermana.
¿Eh?
—No sabía que tenías una hermana —le dije, sorprendida —Tú y
tu maldita costumbre de avisarme todo sin anticipación.
Recuérdame que te mate —no podía dejar de frotarme los ojos,
dios mío, ni siquiera sabía que ponerme.
—Mátame, pero a besos —me dijo, en tono seductor y sabía que
había embozado una sonrisa—. Ya deseo verte.

LURU
LURU

Capítulo 22
Me observé en el espejo. Me recogí el cabello en un moño flojo
que caía con bucles en las puntas sobre mi hombro. Opté por un
vestido color pastel que compré en una tienda que no estaba
demasiado lejos del campus. La universidad no estaba tan lejos
del centro de New York, y eso era favorable porque cada vez que
se necesita algo para una ocasión, las tiendas estaban abiertas a
la mañana.
Por lo que calculaba, Max pasaría a recogerme a la una de la
tarde, así que sólo me quedaba una hora para alistarme. Si
lograba hacerlo, marcaria mi propio récord. Entre el maquillaje,
el peinado y colocarme los zapatos, terminé a tiempo.
El vestido color rosa pastel tenía tirantes finos, un delicado
escote en V, un cinturón de oro que rodeaba mi cintura y la parte
baja tenía volados muy bonitos. Apenas lo vi en la vidriera me
enamoré perdidamente de él.
Me puse un collar de piedras falsas y unos aretes de perla, más
unos zapatos de tacón blanco que ya lograba dominar. Solté un
suspiro frente al espejo del baño, con el ánimo confundido. Tenía
tantas cosas en qué pensar sobre Max.
Quería saber su identidad, quería saber quién era y por qué era
tan atroz relacionarme con él. Ya iban tres personas
advirtiéndome sobre él y tenía miedo de estar equivocándome.
Pero ... no quería y no podía apartarme de él. No podía sacarme
de la cabeza sus palabras “Verte dormida me ha hecho entender
que te quiero para toda la vida”.
Max, hablándome de la eternidad, me resultaba algo shockeante
¿sus palabras eran ciertas? En ningún momento me había pedido
que vuelva a hacer su Sugar baby, no de una forma literal. Sino

LURU
LURU

que simplemente, quería continuar a mi lado, no quería dejar de


tener contacto conmigo.
¿Y si buscaba sólo una amistad? Temía que esa fuera su
intención. Después de todo, habíamos comenzado siendo amigos
y después nuestra relación se fue de una punta a otra. De un
extremo a otro.
No sé qué quería Max conmigo, pero, estaba dispuesta
averiguarlo. El lado romántico de las cosas debía averiguarlo por
mi cuenta, en cambio, tenía en contra todo aquello que me había
soltado la divinidad sobre Max. Según Miranda debía dejar de
amarlo y y olvidarlo para siempre porque no era humano y ella
misma no había podido ayudarme. Mi madre también me había
advertido sobre su presencia y Príapo me había exigido que dejé
de verlo.
Dicen que la curiosidad mató al gato, pero, por lo menos, murió
sabiendo ¿no? Cuando estaba cerrando la puerta del baño,
tomar mis cosas e irme, Adam ingreso a la habitación y me
quedó mirando un instante sorprendido y sin dar crédito de lo
que miraba.
—No sé dónde demonios vas, pero por favor llévame contigo—
me suplicó, embobado—. Quiero verte con ese vestido todo el
día Estás preciosa, Ada.
Me ruboricé ante su comentario y solté una risita tonta
que cubrí rápidamente con mis dedos. Adam sabía cómo halagar
a una mujer y hacerla sentir bonita.
—Eres tan bueno con los halagos que te traeré un pedazo de
pastel. Si es que me lo permiten en la boda—le dije, con buen
ánimo.
—¿Cuál boda?

LURU
LURU

—La hermana de Max se casa. Sí tiene una hermana y yo no lo


sabía hasta el día de hoy. Hermosa sorpresa ¿no crees? —le
comenté.
—¿Eso quiere decir que te arreglaste con Max? ¿Él y tú están de
nuevo juntos? —me preguntó con voz apenada, como si la
noticia lo hubiera decepcionado.
—No lo sé —admití—. La idea es charlar con él en la fiesta
rodeada de elegancia y bebidas alcohólicas, a las cuales tengo
asco por la borrachera de anoche. Dudo que algo de eso me
distraiga, así que mi atención estará centrada en Max y en
analizar bien qué es lo que quiere de mí.
—¿Y tú que quieres de él, Ada?
—Espero que en esa fiesta sea sincero y que no me dé más
vueltas. Estoy interesada en saber qué es lo que siente por mí y
si es que me quiere para algo serio o simplemente para una
relación de Sugar baby con un Sugar Daddy.
Entonces me di cuenta que hablé de más. Solamente había
comentado con Amanda ese tipo de relación que llevaba y no
con otra persona que no fuera ella. Ahora resulta que le estaba
confesando a Adam qué tipo de relación tenía con Max. Mierda.
—¡¿Qué eres qué?!—pegó el grito en el cielo y yo me sentí
consternada por su reacción.
Sabía que era bienvenido el debate si estaba bien ser
una Sugar baby o no, pero ahora no tenía tiempo de defender
mi postura ya que tenía una boda a la que asistir.
—Debo irme.
Le di un beso fugaz en la mejilla a Adam, quien seguía
procesando la información que acababa de soltarle, y me fui,
dispuesta a saber qué quería Max de mí.

LURU
LURU

...
Una 4x4 oscura estacionó frente a mí y bajó la ventanilla de la
parte del conductor. El auto era tan negro y alto que me
sorprendió por su monstruosidad. Tan reluciente e impecable...
—¿Subes o te vas a quedar mirando el coche? —se burló Max,
mostrándome su encantadora sonrisa.
—Es extraño no verte con chofer —le dije.
—Quiero ser digno de llevarte yo esta vez—coqueteó, tras
darme un guiño de ojo. Apretó algo de la puerta y esta se abrió
ante mí —. Sube, preciosa.
Tuve que subirme con cuidado al coche para que no se me viera
nada debajo del vestido en plena entrada de la universidad. El
día estaba espectacular y claramente el clima ayudaba al festejo
de una boda de la hermana desconocida de Max.
Era normal en mí tomarme todo con calma y no enloquecer por
cada noticia que provenía de él. Aunque, algo en mí había
cambiado cuando lo miraba. Max era alto y viril, llevaba unos
pantalones de traje, con una camisa blanca y una corbata oscura.
Estaba tan guapo y acorde para la ocasión que me era imposible
no pensar en su cuerpo detrás de las telas. Tenía la barba
rebajada y el cabello perfectamente peinado.
Apenas me subí al coche y cerré la puerta, Max se detuvo su
mirada en mí para poder observarme. Sonrió por algún motivo
inexplicable y volvió a recorrerme el cuerpo, subiendo
finalmente hacia mi rostro.
—Soy un idiota si te dejo ir —sentenció, pensando en voz alta e
inclinó su rostro sobre el mío para comerme la boca de un beso.
No sé qué pensamientos estaban navegando por su mente, pero
sólo sé qué me estaba besando como si lo necesitara. Max se fue

LURU
LURU

tensando ante las caricias de mi boca y nos fuimos adentrando


en ese beso que no creía necesitar. Que no creía extrañar.
No me estaba besando con aquella lujuria y excitación que antes
había hecho en otras ocasiones. Esta vez, era distinto, nuestra
relación era distinta. Coloqué mis manos en su nuca, atrayéndolo
más a mí, como si no estuviera lo suficientemente cerca. Él
exploraba mi boca sin descanso, entrelazando nuestras lenguas,
felices de encontrarse luego de tanto tiempo lejos.
Max apoyó sus manos en mis caderas y juro que sentí como si
estuviera a punto de hacerme gelatina allí mismo. El besó
se intensificó aún más, pero él se apartó de inmediato cuando
eso estaba a punto de suceder.
Estábamos a escasos centímetros y sentía que la respiración de
ambos no era normal. Observé su rostro bañado de pecas, sus
ojos color caramelo. Que hermoso era Max. Sentí una extraña
sensación en el estómago con tan solo pensar que no se trataba
de un simple humano. Las palabras de mi sobrina, Miranda,
seguían allí, intactas en mi mente y no querían irse nunca.
¿Por qué no me decía la verdad? ¿Por qué no me decía que
pertenecíamos al mismo mundo y dejamos todo misterio de
lado? Temía la respuesta y no sabía si preguntarle.
—¿Estás bien? —me preguntó, con su mano suave en mi mejilla
e inspeccionándome el rostro, tratando de averiguar mi estado
por sí mismo—. Pareces asustada.
¿Qué decirle? ¿Qué mencionarle? No estaba lista. Tenía miedo
de arruinarlo todo. No podía creer que me estaba acobardando.
Eres una estúpida, Ada.
—Nada —me salió decir, con una sonrisa fingida y que rogaba
que se viera real —. Vamos a la fiesta.

LURU
LURU

—¿No quieres hablar de lo que nos sucedió? ¿De nosotros? —


insistió, confundido.
—No en un auto, Max.
Él apretó los labios y asintió unas cuantas veces, pensativo. Me
dio un beso en la frente y se dispuso a manejar, en silencio y con
las manos firmes sobre el volante. Fue allí cuando me di cuenta
que los nudillos de sus manos parecían estar lastimadas.
—¿Por qué tienes los nudillos lastimados? —le pregunté,
sorprendida.
Max dio una mirada fugaz a sus nudillos y me dio una sonrisa
tensa.
—Hay cosas que debo contarte algún día —se limitó a decir.
—¿Y por qué no ahora?
—Porque estamos en un auto —respondió, molesto y ahora
sabía lo idiota que había sonado con mi respuesta.
No respondí, lo único que hice fue apoyar mi mentón sobre la
palma de mi mano en todo el viaje. Lo que había parecido un
agradable y dulce encuentro, ahora era tenso y molesto.
Viajar en auto por las calles de New York era agradable. Pasamos
por uno de los lugares más visitados de la ciudad; el puente de
Manhattan alzándose entre las calles, y, en medio de uno de los
arcos, el Empire State Building en la distancia.
El calefactor creaba un gran ambiente en el auto, pero Max y yo
seguíamos en silencio. Hasta que decidí romperlo.
—Sabes que aceptar ir contigo como acompañante a la boda de
tu hermana, no significa que volveré a ser tu Sugar baby ¿no es
así?

LURU
LURU

Max me echó un breve vistazo y luego dirigió la mirada hacia la


carretera.
—No, eso se terminó —concordó, serio —. Pero voy a seguir
costeando tu universidad porque me interesa que te recibas en
la carrera que elegiste. No voy a dejarte sola, eso te lo prometí el
primer día en que te conocí ¿lo recuerdas?
Asentí, melancólica y en silencio. Max no dejaba de ser ese
hombre generoso que conocí alguna vez.
—De todas formas, trabajaré. Buscaré algún empleo de fin de
semana para tener otro ingreso y que no costees todo tú —le
dije, algo entusiasmada por esa idea.
—Ada, no lo tomes a mal, pero a mí me interesa que termines de
estudiar y que no trabajes. Quiero que tengas buenas
calificaciones y que no tengas distracciones laborales. Si quieres
un empleo, puedo ofrecerte que seas una de las encargadas de
algún restaurante a mi cargo, pero no creo que quieras volver a
un trabajo del que decidiste irte y en donde no la has pasado
nada bien. Aunque, he mejorado y cambiado muchas cosas —me
contó, con aire orgulloso.
—Maximiliano Voelklein ofreciéndome un empleo, no suena
nada mal.
—Por favor —insistió, con una sonrisa —. Estudia, dedícate a
eso, metete de lleno en eso. Haz amigos, diviértete, la
universidad es una experiencia que merece ser vivida y sé que tú
lo necesitaras. Mereces ser feliz luego de todo por lo que
pasaste, Ada —puso su mano en mi muslo mientras manejaba
con la otra, le dio un ligero apretón.
—El día en que me reciba, voy a dedicarte mi diploma y te haré
un discurso tan extenso que te quedaras dormido —le dije, con
buen humor y algo emocionada por su motivación.

LURU
LURU

Max tomó mi mano y le dio un beso.


—Dudo que me quede dormido —se río—, tu voz es mi canción
favorita —me susurró, clavándome sus ojos color caramelo.
Afrodita los vio pasar con el auto, observándolos desde la
distancia en una vereda transitada. Tenía un gesto preocupado,
estaba cruzada de brazos y tenía el corazón encogido. Siempre
protegía a su hija desde la distancia, sin hacerse visible para no
interferir en su vida, para no mortificarla. No sabía qué hacer,
estaba desesperada, sentía que ya no estaba en sus manos
tenerla a salvo, sino que dependía de Ada protegerse o no.
Su madre, su medio hermano e incluso su sobrina le suplicaron
que se aleje de Max. Que lo aleje de su vida para siempre, que
no lo vuelva a ver. Pero Ada no quería ver más allá, Ada estaba
enamorada de aquel hombre del que nunca debió enamorarse.
Ada estaba cegada por el amor, el sexo y el dinero. Aquel
triangulo le estaba impidiendo ver la realidad. Afrodita lloró en
silencio, una lagrima resbaló por su mejilla, angustiada.
Ni todos sus hijos juntos podían compararse con su hija Ada. Ella
era la copia exacta de Afrodita, el espejo.
Su hija favorita, su tesoro, su luz, estaba perdidamente
enamorada del hijo de Hades. Pero, ese no era el único secreto
que se guardaba, había uno peor. Uno que sólo podía informar el
padre biológico de Ada. Ese era uno de los castigos de Afrodita,
que no podía ayudar en su totalidad a su hija. No podía darle la
información que faltaba a su pequeña para que pudiera alejarse
completamente de Max.
—Zeus envió mujeres y varias distracciones para que Ada lo
dejara ir. El padre de los dioses y los hombres hizo lo que pudo—
le susurró un mensaje de Zeus, quien permanecía a su lado.

LURU
LURU

Este era bajito y tenía un traje blanco, cabello dorado y mejillas


sonrojadas.
—Lo sé. La idea de cruzar a Rose en la vida de Max casi funciona
como para que Ada se aleje de él, pero, no funcionó—se lamentó
Afrodita, con un nudo en la garganta—. Incluso Príapo intentó
ayudar haciendo que Max se besara con Amanda, la ex
compañera de cuarto de Ada. Pero, ella sigue queriendo estar
con él a pesar de eso.
—No es la culpa de Ada, señorita Afrodita —le dijo el mensajero,
con la intención de tranquilizarla —. Es la maldición de Némesis.
La copia exacta de la perfección y el juego pagará el karma de las
que ustedes hoy odian —le repitió él —. Incluso Zeus intentó
ayudarte porque Némesis se resistió a tener un encuentro con él
en algún pasado.
—Zeus cuando es rencoroso, suele ayudar mucho a varios dioses.
Aunque...siempre ha tenido el descaro de follarse a todo lo que
pueda ver y tocar—la reputación de Zeus la hizo reírse un poco,
pero no duró mucho aquel animo—. Todavía recuerdo cuando
me casó con un hombre horrible sólo porque me rehusé a
acostarme con él y estaba haciendo demasiado lio con otros
hombres. Los celos de Zeus me condenaron, de cierta forma.
—Pero intentó ayudarte con tu hija —le recordó el mensaje, con
voz tranquila.
—La frase de Némesis es más profunda de lo que parece, porque
no sólo me ha condenado a mí, sino que a dos personas más —
dijo Afrodita, con los ojos cristalinos.
—Esto me hace recordar a la historia de Hades y Perséfone—le
comentó el mensajero.
—Ni me lo recuerdes.

LURU
LURU

La venganza de Némesis, iba más allá de lo que se creía y


Afrodita no estaba preparada para ver el final cuando esta se
llevara a cabo.

LURU
LURU

Capítulo 23
Una enorme carpa blanca estaba en el medio de un jardín
impresionante. La fiesta era en un enorme salón al aire libre y
elegido como sitio el alrededor de las plantas, árboles y flores de
colores que pronto estarían por morir por el comienzo del
otoño.
Había un montón de globos con tonos claros en la entrada del
jardín, mesas redondas de vidrio con decoración floral en el
centro. Había muchos camareros que se movían de aquí a allá,
con sus vestimentas de pingüino. En el centro del jardín había
una gran alfombra roja hasta un precioso altar con una preciosa
mesa larga de mantel blanco y un arco con flores artificiales. En
un extremo del espacio había una barra donde se servían
bebidas y había varias mesas con diversas comidas e incluso una
cascada de chocolate.
Los invitados iban llegando de a poco, con sus regalos y trajes y
vestidos de etiqueta. La elegancia y la riqueza estaban ante mis
ojos, me sentí intimidada por eso.
Sujetaba el brazo musculoso de Max mientras nos
encaminábamos a nuestra mesa asignada. Las sillas estaban
cubiertas por una tela blanca y una cinta dorada con un moño
detrás del respaldo. Sobre la mesa había platos carísimos,
cubiertos por montones y ni hablar de las diversas copas de
tamaños distintos.
—Sigo enojada contigo por no decirme que tenías una hermana
—lo regañé en un murmuro, molesta.
—Emilia no es mi hermana de sangre —aclaró -. Mis padres y sus
padres son amigos de toda la vida, así que crecimos juntos en
Argentina. Luego, yo me mudé a Estados Unidos y varios años
después ella también. Estudió periodismo deportivo en Chicago y

LURU
LURU

luego se mudó a New York y conoció a su actual pareja con la


que se casara. Es tan cercana a mí que ambos nos consideramos
hermanos de vida.
—Me alegra saber que me tuviste en cuenta para que asistiera a
la boda contigo—le dije, con una sonrisa.
Se inclinó hacia mi oído, haciéndome sentir el calor de su aliento
apenas se acercó. De fondo sonaba una de mis canciones
favoritas I see you de Missio. Cuando estaba deprimida
escuchaba música para escapar de la realidad tan sólo un
instante.
—Te llevaría conmigo a donde sea, Ada Gray —me
susurró, pícaro.
—Iré a donde tú me permitas estar —le contesté.
—Yo te permitiré todo lo que esté a mi alcance y darte un beso
en París.
—¿Qué?
No tardó en darme un beso en la mejilla y hacerme sentir
cosquillas en el estómago. Cada vez que estaba cerca mío me
ponía nerviosa, era tan apuesto, tan firme y duro que era tan
tentador en querer arrojarme a sus brazos para que me haga
suya. Y quedarme así, toda la vida.
—¿No quieres ser besada en París? —me preguntó, curioso —
Una vez encontré una nota en tu apartamento viejo que decía
que uno de tus deseos era ser besada en París.
Tragué saliva.
—¿En qué momento encontraste eso? —le pregunté, nerviosa.
—Cuando limpiaba tu apartamento mientras dormías. Lo
encontré accidentalmente —me aclaró al instante.

LURU
LURU

—Suelo escribir notas con lo que a veces deseo —le conté,


soltando el aliento, me sentía avergonzada de que haya
encontrado algo mío tan patético.
Ser hija de Afrodita me ponía melosa y romántica, a veces.
Invitados que no conocían ya comenzaban a sentarse en sus
mesas asignadas y algunos venían a la nuestra. No conocía a
ninguno. Max y yo los saludábamos con un gesto de cabeza y una
sonrisa educada.
—Y me parece precioso que lo hagas —me dijo Max, sin mirarme
—. Así que cuando tengas vacaciones te raptaré y te llevaré a
Paris conmigo.
—Estás bromeando.
Max me clavó sus ojos color caramelo.
—Yo no bromeo, Gray —volvió a inclinarse en mi oído—. Feliz
cumpleaños, bonita—me susurró, con una amplia sonrisa de
orgullo y parecía fascinado por mi gesto de petrificación.
—No sé qué decir —musité, sin caer en lo que me decía —. Pero
no sigo siendo tu Sugar baby —le repetí.
—Lo sé, pero ¿no puedo hacerle ese regalo a una amiga? —Max
estaba tan divertido con la conversación que era imposible estar
molesta con él por sus locos regalos.
—Me conformaba con un abrazo —inquirí, arqueando una ceja.
—Yo creo que no.
—¡Yo creo que sí!
—En un viaje para nosotros solos te puedo dar más que un
abrazo —me dijo, encogiéndose de hombros —. Te daré un
abrazo en Paris.

LURU
LURU

Me hizo reír y apoyé mi cabeza contra su hombro. Aquel gesto


mío lo tomó por sorpresa, ya que se puso tenso un instante, pero
luego se regaló y apoyó su mejilla en la coronilla de mi cabeza.
Cerré los ojos, relajada por su cercanía. Lo había echado mucho
de menos. Max no paraba de acariciarme la
mejilla, acunándola en su meno y acariciándola con la yema de
sus dedos. Era tan malditamente tierno.
—Lo que faltaba, que la traigas a la fiesta.
Ambos levantamos la vista hacia la voz áspera femenina que nos
había dirigido la palabra. Mierda. La madre de Max estaba
tomando asiento en las dos sillas vacías que faltaban para
completar la mesa. Llevaba un vestido blanco ajustado al cuerpo,
con un interesante escote corazón, el cabello cenizo recogido en
una cola alta y un precioso collar de diamantes rodeándole el
cuello. Estaba tan bien maquillada que no aparentaba lo anciana
que la recordaba alguna vez.
Pero no venía sola, estaba acompañada por un hombre que no
era su esposo. Era corpulento, de tes morena, labios carnosos y
ojos verde. Era pelado y tenía en una oreja un aro diminuto.
Al instante recordé aquella imagen en donde alguna vez, los
encontré a ambos por accidente follando de la mansión. Ay no,
que cochinada acababa de recordar. Me serví agua en una de las
copas y me la llevé a los labios, bebiendo. Como si eso pudiera
evadir las imágenes sexuales de la vieja y su Sugar.
—También me da gusto verte, mamá —masculló Max, molesto
por el comentario de su madre.
Yo no dije nada. No tenía intenciones de dirigirle la palabra a una
señora que solía agredirme en cada encuentro. Si tan solo
estuviéramos solas..., así sí le daría una revolcada por el suelo.

LURU
LURU

—Así que sigues acostándote con mi hijo —me dijo la señora,


entrelazando sus manos por encima de la mesa y apoyando su
arrugado mentón en ellas.
No sé qué fue más incómodo, ver la cara de los invitados de
nuestra mesa sorprendidos y aclarándose la garganta. El fruncido
de ceño de su Sugar o Max, tratando de ocultar su rostro entre
sus manos. Él tomó una copa con agua y se la llevó a la boca,
bebiendo con gran incomodidad.
—Sí, y que rico lo hace —le devolví el golpe a su madre, sin pelos
en la lengua y con una sonrisa angelical.
Si algo había heredado de Afrodita era su manera tan educada
de responder cuando alguien pretendía atacarla de forma verbal.
Mi madre había soportado tantos insultos a lo largo de la
historia.
—Ada, por favor —carraspeó Max, apenas moviendo los labios.
—Déjala Max, con sus respuestas veo claramente el nivel que
tiene. Y no es muy bueno que digamos —le dijo su madre, fría y
sin importarle mi presencia. Luego se dirigió a los tres invitados
que se encontraban en la mesa—. Hay tres sillas vacías en la
cuarta mesa ¿podrían darnos más intimidad por favor?
—Mamá, las sillas están contadas y seleccionadas para cada
invitado. Emilia se enfadará si decides echarlos. Esta no es tu
fiesta —le recordó su hijo, con voz tranquila pero potente,
claramente molesto.
¡Pégale con la silla!, pensé.
Las tres personas que estaban sentadas con nosotros se
marcharon, disgustadas y murmurando cosas que no logré oír.

LURU
LURU

—A Emilia no le molestara, ella y yo tenemos una agradable


relación. Comprenderá mis acciones. Esa jovencita es un sol, a
veces me pregunto por qué no se casó contigo.
Miré a Max, con una ceja arqueada y teniendo un desagradable
sabor en la boca. Lo que me faltaba.
—Porque somos amigos, mamá. Por todos los cielos —a Max se
le estaba acabando la paciencia y se le notaba.
—Si eran tan amigos ¿por qué se metían a tu habitación cada vez
que podían y se escuchaban ruidos extraños? Eso no hacen los
amigos, hijo —insistió su madre, apenada.
Listo, mi paciencia se agotó. No quería escuchar más nada.
—Iré al tocador —le avisé a Max, con voz tajante.
Él tomó mi mano para verme el rostro, pero yo se la solté de
inmediato. No quería escuchar a la insoportable de su madre
hablando del pasado de Max.
—Los novios están por llegar. Permanezcan en sus asientos, por
favor —avisó un señor con un micrófono pegado a la boca.
Parecía ser el organizador del evento.
Puse los ojos en blanco y me volví a sentar.
Por fin la vieja se calló cuando vimos que el novio ya estaba
atravesando por la alfombra roja para llegar al altar y así, esperar
a la novia. Luego de un rato, la novia ya se encontraba lista en el
comienzo de la alfombra y tenía a un hombre que parecía ser su
padre aferrada a su brazo.
La famosa Emilia que tanto deseaba la madre de Max tener
como nuera, tenía el cabello negro ondulado que le caía como
cascada sobre los hombros junto con un velo precioso. Su
vestido era tan soñado que más de una vez tuve que obligarme a
cerrar la boca, ya que quería permanecer abierta. Era un vestido

LURU
LURU

de princesa, blanco, con detalles que parecían de cristal y tan


caro. Emilia era hermosa y sentí una punzada en el pecho al
pensar en que Max había estado con ella.
—Es más bonita que tú —me susurró la madre de Max, con una
sonrisa maléfica.
—Y que usted —le murmuré, sin dejar de mirar a la novia.
La vieja se removió en el asiento, ofendida por mi comentario.
Por lo menos la hice callar un rato. Dirigí la mirada hacia Max, a
quién lo encontré mirándome con cierto brillo en sus ojos.
—¿Qué pasa? —le pregunté, curiosa.
—Nada —respondió, soltando el aliento —. Sólo pensaba en lo
hermosa que te verías con un vestido de novia.
—Me vería mejor con un baby doll blanco —le dije, y le di un
guiño de ojo.
Sus mejillas se ruborizaron y evadió una sonrisa, mordiéndose el
labio inferior.
—Eres una loquilla, Ada Gray. Deja de intentar corromper mi
alma pura —se río, pasando su brazo por el respaldo de mi silla y
depositando un beso en mi frente.
Cuando los novios soltaron el famoso “si quiero”, se besaron y
los invitados recibieron esa unión con aplausos, chiflidos y alegría
contagiosa. La comida llegó a la mesa, comimos en silencio y
cada tanto veía a la vieja mirarme y refunfuñar para sus
adentros. Que insoportable que era, por el amor de Dios.
Me pareció muy extraño que Walter, el padre de Max, no
asistiera a la boda. Luego recordé que se encontraba en
Argentina y me olvidé de él. Hubiera sido un golpe horrible verlo
de nuevo, no quería cruzármelo, aquel hombre me había

LURU
LURU

marcado tanto que cada vez que lo recordaba, me entraban


ganas de llorar.
—Voy al tocador —le avisé a Max, finalmente cuando todo
estaba tranquilo y tomando mi bolso de mano.
—Bueno, amor.
Amor, sonaba tan bien saliendo de sus labios.
Encontré el baño de pura suerte. Era público y gracias a Dios no
había nadie. Me miré en el espejo, me sentía tan incomoda en
aquella fiesta que tenía ganas de marcharme, pero aquello lo
hacía por Max. Sólo para estar con él y tenía la intención de
escuchar qué intenciones tenía conmigo. Hasta el momento no
había dejado de soltar cosas bonitas y de endulzarme el oído. No
podía dejar de sonreír cuando pensaba en eso. Era una sensación
tan bella, tan inexplicable.
Puse los ojos en blanco al ver que la madre de Max había
ingresado al baño y se ponía a mi lado con la intención de
retocarse el labial rojo que lucía. Yo también había venido con
esa intención.
—Mi hijo sólo está contigo para mantenerte controlada. Eso
debes saberlo ¿no? —me habló la señora —Una joven que se
cree lista como tú, debe saber las intenciones que tiene un
hombre.
—¿A qué se refiere? —le pregunté, con un hilo de voz.
Algo me decía que ella no estaba enterada de mi intento de
suicidio y que había algo más. Su voz inquiría eso.
—Walter, mi esposo, le ofreció a nuestro hijo que sea el
encargado de dos restaurantes nuestros con una sola condición:
que te mantenga controlada y vigilada para que no tengas
intenciones de levantar acciones legales contra Afrodita

LURU
LURU

Restaurante —contestó, con soberbia pasando el labial por su


labio inferior y se detuvo para mirarme—. Luego del escándalo
con la prensa y la reputación que se ha hecho por tu manifiesto
público con clientes en el lugar hace unos meses atrás, nos ha
sorprendido que no tomaras acciones legales contra nosotros.
Así que, Walter, cuando se enteró que andabas con nuestro hijo
le ofreció ese puesto. Max necesitaba dinero e independencia
del todo, así que, ¿cómo rechazar algo tan sencillo como meterte
el pito en la boca para hacerte callar y así, ganar dinero? Todos
ganábamos, piénsalo—sonrió, angelicalmente —. Max obtendría
lo que tanto había querido: una buena relación con su padre,
incluyendo su aceptación, mucho dinero, y una zorra a la cual
contentar con carita de porcelana, pobre y que su ambición es
que le llenen los bolsillos de billetes.
Sus palabras me dolieron con tal magnitud que con tanta
información recibida se me habían llenado los ojos de lágrimas y
mis labios no paraban de temblar.
—Eso no es verdad —mi voz se quebró.
La madre de Max sonrió aún más al ver mi estado.
—No lo digo para mortificarte —mintió, encogiéndose de
hombros —. Era hora de que alguien te sacara la venda de los
ojos —metió su labial en la cartera, y se dirigió hacia la puerta,
con intención de marcharse. Pero antes, se dio la vuelta y me
miró —. Max haría lo que fuera por salvar la reputación familiar.
La familia siempre es primero. Pero ¿qué vas a saber tú si no
tienes familia?

LURU
LURU

Capítulo 24
Tiempo atrás ...
Zeus, Poseidón y Hades, echaron a suertes el gobierno del
universo. Hades se llevó la peor parte, el oscuro inframundo. No
solo porque era el reino de las sombras y los muertos, sino
también porque debería vivir allí, y no en el Olimpo. De hecho, se
cree que su nombre deriva de Aidoneo, el “no visto”. Por otro
lado, la casa de Hades, conocida posteriormente como el Hades
a secas, no era un infierno a la manera cristiana, es decir, un
presidio para castigar a los mortales “malos”, sino simplemente
la morada de todas las almas.
Desde hace siglos, las cuatro estaciones han ido articulando el
calendario. Ahora ya sabemos que vienen determinados por las
posiciones de la órbita terrestre en relación al Sol, dando lugar a
los solsticios y los equinoccios: solsticio de invierno y de verano,
y equinoccio de primavera y otoño. Pero desde la mitología
griega ya se buscó una explicación al fenómeno que produjo los
cambios meteorológicos. El mito del rapto de Perséfone es lo
que da origen a las cuatro estaciones.
Perséfone era la hija de Zeus, dios del Olimpo y de Deméter,
diosa de la agricultura. Hades, hermano de Zeus y señor del
inframundo se encaprichó de ella. El relato mitológico recrea
como un día que Perséfone se fueron recogiendo flores con unas
ninfas fue raptada por Hades.
Estaban destinados a permanecer alejados, pero amarse en
secreto. Nunca se hubiera imaginado que la diosa de la belleza y
el amor, cayera en las redes de Hades, el dios del inframundo.
Aunque
Cuentan que Deméter cayó en una profunda depresión, dejando
de cumplir sus obligaciones divinas, consistentes en el cultivo de

LURU
LURU

la tierra. Se dedicó a buscar a su hija, vagando por el mundo con


el aspecto de una anciana. Zeus advirtió que la vida de los
habitantes de la tierra estaba en peligro por una tierra infértil,
decidió mediar con su hermano para que liberase a Perséfone.
Éste accedió, pero se guardó una última trampa. Puso la
condición de que Perséfone no debía consumir alimento alguno
hasta que abandonase el inframundo.
El día en que Deméter bajó al inframundo a recoger a su hija,
Hades sembró de granadillas el camino de regreso. Perséfone
cayó en la tentación de consumir hasta seis de ellas, violando las
leyes del inframundo que penaban con la estancia en él a todo el
que consumiese sus productos. Así, consiguió que Perséfone
pásese seis meses, uno por cada granadilla consumida, con él en
el Averno.
Así se explica el origen de las estaciones. Durante el tiempo que
Perséfone pasaba con hades, la pena de Deméter sumía al
mundo en el frío y la oscuridad, una época en la que los árboles
no florecían, Mientras, cuando Deméter estaba con su hija, todo
volvía a florecer dando lugar al caluroso verano y la floreciente
primavera.
Pero antes de que todo eso ocurriera, Afrodita ya estaba perdida
por la belleza de Hades y de su oscuridad.
Hades le pidió a Zeus ayuda para calmar a las almas inquietas
con un baile de la diosa Afrodita. El dios del olimpo no le quedó
otra que aceptar, ya que le habían dado la peor parte de la tierra
a su hermano para gobernar y quizás con eso, podría traer la paz
y no el enojo de Hades. También, a Zeus le servía mantener en
otro mundo a Afrodita ya que estaba causando demasiadas
infidelidades.
Ella, algo temerosa, aceptó y bajó al inframundo con ayuda de un
sacrificio que consistía en la muerte de un animal. Cuando se

LURU
LURU

encontró con el perro de tres cabezas de Hades llamado Cerbero,


se quedó quieto mientras la observaba ingresar a las tinieblas de
las almas. Los espíritus eran asignados a uno de estos tres reinos:
Elíseos para los bendecidos, el Tártaro para los condenados, y el
Hades para el resto. Además, creían en la reencarnación y la
transmigración de las almas.
Afrodita visitó el lugar de los bendecidos, sin antes encontrarse
con Hades. Jamás se hubiera imaginado que ver tan atractivo al
hermano de Zeus. Pero en vez de visitar a las almas como estaba
previsto, decidió hacerle un baile privado a Hades, quien quedó
fascinado por la belleza de la diosa.
Hades tenía un gran atractivo para los ojos de la diosa griega. Era
lo contrario a ella y eso la tentaba a probar de su deliciosa
oscuridad y tenerlo como un premio mayor. Hades era
considerado cruel, despiadado y sin piedad. Y a Afrodita le
gustaba todo lo que no podía conquistar...
Hades le fascinó el baile de Afrodita y no tardaron en ser
consumidos por la pasión, el juego y la seducción, pasando una
noche que, para ella, fue un deseo cumplido. Pero que, para él,
fue algo más.
Afrodita se sacó las ganas de tener ese encuentro tan inesperado
para ambos. Hades le confesó su amor y su fidelidad, pero ella
simplemente lo rechazó y le aseguró que jamás volvería a verlo,
porque si él llegaba a hablar de lo que sucedió, ella le contaría a
Zeus y él no permitiría que otro dios bajara el Inframundo. Los
dioses eran vengativos y rencorosos.
Pero de ese encuentro, surgieron tres semillas que Afrodita no
esperaba y que algún día, florecerían en el mundo.
Némesis, por su parte, vio con orgullo cómo Afrodita salía del
inframundo. Sin saber, que parte de su venganza y el caos sería
el final de la diosa.

LURU
LURU

Sólo era cuestión de esperar…


----------------
Decir que estaba destrozada era poco. Me había quedado
helada, mi cuerpo temblaba y mi respiración era trabajosa. No
quería creerlo, él no me haría una cosa así, no después de todo
lo que habíamos vivido. No quería creer que Max me lastimara
de esa forma. No con mi estado mental en juego. No así, por
favor.
El rímel se había corrido por debajo de mis ojos, como una lluvia
negra que manchaba mi rostro hasta la mitad de mis mejillas.
Mis ojos, rojizos por el llanto y mi corazón, terminado de ser
destruido. La ira, carcomiéndome las ideas para que pase por
alto lo ético y lo moral y vaya hasta la mesa donde Max está
sentado y darle la bofetada de su vida.
Todo se sentía como un plan bien hecho, bien calculado y yo
como idiota no había logrado ver la película completa. Abrí la
llave del lavamanos y me inclinó para lavarme el rostro más de la
cuenta, con la intención de que el agua me calme, que me
refresque. Pero el llanto se hacía cada vez más fuerte, imposible
de ocultarlo. No quería salir así, no quería verlo nunca más.
Lloraba, haciendo ruido inevitable con mi garganta. Me pesaba el
pecho.
Las palabras de aquella señora me habían atravesado de una
forma tan cruel y despiadada que se habían sentido cómo balas
atravesadas en cada parte sensible de mi cuerpo. El agua
mojando el inicio de mi vestido. No me importó. Ya nada me
importaba.
Me sentía utilizada, no solo por Max, sino por Walter. El hombre
que me había causado pesadillas había vuelto pero aquella vez
más fuerte, porque había sentimientos involucrados. Había
sentimientos que no querían irse y que me pedían a gritos que

LURU
LURU

insistiera por una explicación. Mi corazón continuaba latiendo,


desbocado en mi pecho y cada nervio de mi cuerpo parecía estar
paralizado, ya que no era capaz de moverme.
Pero nada podía esperarme si se trataba del hijo de mi peor
enemigo. De mi peor castigo terrenal.
Quería golpear todo, quería golpear cualquier cosa, desquitarme.
Era tan grande el enojo que sólo lloraba en vez de pensar en frio
y planificar algo que lastimara a Max. Sólo por obedecer a su
padre.
Sólo por eso, sólo por escucharlo.
Alguien tocó la puerta, provocándome un sobresalto. Busqué la
toalla de mano rápidamente para secarme el
rostro, dándome palmadas en él con la delicada tela azul.
—¿Ada? ¿Te encuentras bien? —la voz de Max me apretujó el
pecho de una forma insoportable.
Tomé fuerza de dónde no sabía y abrí la puerta, con una amplia
sonrisa, con el maquillaje listo y como si nada hubiera pasado.
—Lo siento amor, Amanda me ha llamado desde Francia —le
dije, con una sonrisa amplia y un ánimo renovado, salí del baño y
cerré la puerta —. Sabes cómo es ella, habla hasta por los codos
—me re, fingiendo que todo marchaba bien.
Max me miró, con una sonrisa extrañada en sus hermosos y
malditos labios, y con el entrecejo fruncido. Era increíble como
unas facciones que parecían rudas y perfectas podían ocultar una
verdad tan horrible.
Puse mis manos en sus caderas y me acerqué a él.
—¿Qué te parece si vamos a un lugar donde ambos podamos
estar más tranquilos y así charlar? —le pregunté, con voz suave y
dulce —Porque eso es lo que me debes Max: una charla.

LURU
LURU

—Pero Ada, no hace mucho inició el casamiento —me respondió,


confundido —¿Ya quieres marcharte?
Con mis manos sobre su cintura, lo empujé contra una de las
paredes del pasillo de la casona y echándole una mirada al lugar
para procurar que no me viera nadie, apreté su entrepierna y le
di un mordiscón a su firme cuello. A Max un gemido se le escapa.
Estaba sorprendido y con las pupilas dilatadas.
—Ya entendí el mensaje —me respondió, apretando mi cuerpo
contra el suyo y con la respiración dificultosa.

LURU
LURU

Capítulo 25
Max Voelklein me llevó a su apartamento que era igual de
grande que un piso del edificio del campus. Abrió la puerta con
desesperación, conmigo en brazos con mis piernas rodeándole la
cintura, buscando el picaporte con sus manos y logró hacerlo.
Aunque él me sonreía, alegre y con la punta de su nariz pegada a
la mía. Yo fingía que todo estaba bien y que no se me partía el
corazón verlo de aquella forma. Tenía mis manos acunando su
rostro perfecto, sosteniéndolo a cada lado de su
mejilla. Mientras tanto él, buscaba mis labios con
desesperación. Recorría sus manos en mi espalda y me llevaba
algún sitio de la casa. Besaba mi rostro, devoraba mi cuello,
provocándome un inexplicable cosquilleo tan intenso como
delicado.
—Te necesito —jadeó, besándome el mentón y dándole un
ligero mordisco que me hizo soltar la respiración -. Te necesito
siempre, hermosa mía. Mi reina, mi diosa. Mi todo.
Un nudo en mi garganta se instaló en ella. Mi dolor era grande
que aún seguía muda, distante pero dispuesta a pasar un último
día con él. Pegó mi espalda contra la pared más cercana, sin
dejar de besarme y buscando el cierre de atrás del
vestido. Sentía su erección muy por debajo de mi abdomen,
llegando a mi puente de venus y el deseo en mi interior comenzó
a aumentar con aquel roce suyo.
Entonces, con la respiración trabajosa, ambos nos detuvimos y
nos miramos, buscando los ojos del otro.
—Ada, te siento distante ¿estás bien? —Me preguntó,
preocupado y acariciándome la mejilla con su dedo pulgar.
¿Qué decirle? ¿Qué explicarle? Estaba tan perpleja por todo lo
que me había enterado que no era capaz de soltar palabra.

LURU
LURU

Asentí con rapidez, tragando con fuerza y dedicándole una


sonrisa sin dientes.
Busqué sus labios, quebrada y él me correspondió, titubeante. Su
respuesta es inmediata, y vuelve a besarme con brusquedad, con
intensidad y sin intenciones de dejarme ir. Y yo no quiero que lo
haga, no quiero que me suelte, no quiero que me deje ir, pero la
línea entre amarlo y odiarlo con todas mis fuerzas era tan
delgada que estaba a punto de romperse.
Me dejé llevar, jurándome a mí misma que aquel encuentro con
Max, sería la última vez. Sus besos son suaves, húmedos y su
lengua no para de entrelazarse con la mía, creando un ritmo
perfecto y llevadero. Adictivo.
Lo amaba y dolía. Mucho.
Me lleva hasta el baño, con el vestido flojo y no tarda en
depositarme en el suelo para bajarme la prenda y yo me deshago
de la corbata que es lanzada a una parte del suelo del baño y le
desabrocho la camisa con gran desesperación.
Tocó su pecho firme, desnudo y se sintió tan bien sobre mis
dedos que no pude evitar llenarlo de besos. Él soltó un suspiro,
disfrutando de mi contacto. Mientras yo lo besaba, prendió la
ducha y el baño se llenó de vapor.
La última vez, me dije a mi misma, la última e iré sin volver atrás.
Ofreciéndome su mano y con una sonrisa de oreja a oreja, me
invitó adentrarme en nuestra pequeña lluvia. Yo acepté, con un
nudo en mi pecho.
Cuando creí que me haría el amor como pensé que lo haría, nos
metimos en la ducha y nos quedamos abrazados. Yo con mi
rostro pegado en su pecho mojado y él lavándome el cabello
con champú.

LURU
LURU

Aquel afecto suyo, aquel detalle me hizo romper en lágrimas y


comencé a llorar, quebrándome de inmediato.
—Hey ¿qué ocurre? —me preguntó, completamente anonadado
y con un pitido de voz.
Me obligó a mirarlo, mientras yo lloraba sin poder parar. No
aguantaba más.
—Estás conmigo porque tu padre te obliga —mi voz era queda,
llorosa, distante y no podía ni siquiera mirarlo a los ojos como él
tanto quería —¡Estás conmigo para que no denuncie a tu padre y
arruine la reputación de las cadenas de restaurantes, Max!
¿Acaso pensabas que no me daría cuenta o enteraría?¡¿Tan
estúpida crees que soy!?
Max se quedó helado y en vez de apartarme para poder mirarlo
mejor, lo único que hizo fue atraerme hacia él y pegarme contra
su pecho, con su mano en mi cabeza, envolviéndome en un
abrazo tan fuerte que no creía necesitar.
—No sé qué ocurrió cuando estuviste ausente en el casamiento,
no sé qué mierdas te soltó mi madre —masculló, con gran rencor
—. Pero lo que te hayan dicho no es cierto —me obligó a mirarlo
y repitió —. No es cierto, Ada —sus palabras fueron firmes y
pausadas.
Las gotas de la ducha aplanaban su cabello anaranjado contra su
frente y oreja, creando pequeñas gotitas que caían sobre mis
pechos desnudos. Los mechones se tornaban más oscuro por los
mojados que se encontraban. Estábamos pegados el uno al otro,
mirándonos a la cara y como si el tiempo se hubiera detenido.
Había sonado tan sincero y parecía tan lastimado que me sentí
peor. Quería escabullirme, hacerme pequeña. Estaba tan cerca
mío que podía ver la profundidad de sus ojos.

LURU
LURU

Me quedé hecha piedra cuando sus ojos se empañaron y me


susurró, sin dejar de sostenerme el rostro con las manos:
—Yo te amo, Ada.
La luz del apartamento se fue.

LURU
LURU

Capítulo 26
Miré a Max, perpleja. Palidecí y titubeé varias veces, no siendo
capaz de formular palabra por más que lo intentara. Intentaba
buscar las palabras correctas, las palabras exactas para aquel
momento, pero no era posible.
Max, sin embargo, esperaba oír una respuesta que escapara de
mis labios sonrosados. Ambos estábamos en las penumbras y la
luz de emergencia azulada se había encendido de golpe, creando
un ambiente algo apagado que no nos importó en absoluto ya
que estábamos en nuestro propio mundo.
El agua de la ducha seguía corriendo, ruidosa y tibia sobre
nuestros cuerpos. Max se apartó y pegó su espalda contra la
pared, con el cuerpo desnudo, mirándome, esperando una
respuesta. Tuve que concentrarme carbonatado en su rostro y
no desviar la mirada hacia sus partes íntimas. Parecía no
importarle estar desnudo frente a mí. Saliva tragué.
—¿No me amas? ¿Por eso no responde? —Apretó los labios y se
echó el cabello mojado hacia atrás con ambas manos, frustrado.
—Te amé desde el primer día —le confesé, con lágrimas
brotando de mis ojos y con una sonrisa fugaz, tonta.
Rápidamente me miró, sin poder dar crédito de lo que había oído
y vi como una sonrisa iba naciendo lentamente de sus labios.
—Dime que no es un sueño y que soy correspondido —volvió a
acercarse a mí, tomándome de los brazos y buscándome los
ojos—. Dilo de nuevo.
—Te amo, Max — sonreí, tonta y sintiendo que estaba en un
sueño hermoso del que no quería despertar.
Me dolía el rostro de tanto sonreír, ese imbécil me tenía
enamorada y no podía creer que las cosas se hubieran

LURU
LURU

aclarado un poco, porque aún faltaba mucho por hablar.


Pero, aun así, ante él, desnuda, mojada y sin importarme las
personas que pretendían separarnos, decidí que quería
quedarme a su lado.
Max Voelklein era la perdición y yo quería ser consumida por él.
No de manera sumisa, pero sí de forma sentimental. Y era una
sensación inexplicable ser correspondida.
—Te confieso mi amor y se corta la luz en el edificio—se echa a
reír, divertido—. Agradezco que estén las luces de emergencias
instaladas, porque sino no podría ver tu cuerpo tan perfecto e
inmaculado.
—No exageres—me rio, sonrojada.
—Voy a pasarte el jabón por el cuerpo y no quiero escuchar un
no como respuesta— dijo, con su boca empapada pegada a mí
oído y haciéndome cosquillas en el cuello—. Y esto—
me aprieta el trasero con ambas manos y me estampa contra la
pared—, es mío y de nadie más.
Todos los sentidos se aceleran y se me entrecorta la respiración.
—Tuya.
—Así me gusta, señorita Gray—jadea, me mordiéndome el labio
inferior, dándole un mordisco intenso.
Me levanta del suelo y hace que rodeé las piernas por encima de
su trasero desnudo mientras me besa desenfrenadamente.
Chocamos los dientes un instante, por la desesperación, pero
luego alcanzamos aquel beso perfecto. Cómo aquellos que te
dejan sin aliento.
Siento su miembro erecto sobre mis partes íntimas y la
temperatura me recorre la piel, deseando tenerlo adentro mío.
Max suelta un gemido escondido en lo más profundo de su

LURU
LURU

garganta cuando le rasguño la espalda con mis uñas, provocando


que me apreté más contra la pared.
—¿Quieres que te la meta? ¿No es así? —me pregunta, entre
besos y como si le divirtiera mi desesperación.
—¡Sí! —jadeo, excitada.
—Ruégamelo.
Dios.
—¡Por favor! —supliqué, sin aliento.
Me cazó del cabello empapado con su enorme mano y me echó
la cabeza hacia atrás, y con un rápido movimiento me metió la
punta de su miembro en mí interior con
brusquedad, haciéndome gritar.
Él, cómo respuesta, abrió su boca contra mí cuello. Dios mío, sus
labios sobre los míos son una delicia y cada penetración se siente
como tocar el cielo con las manos.
—¡Ay Max! —gimo, con los ojos cerrados, extasiada por cada
embestida.
Jalo su cabello mientras me la mete con gran insistencia y puedo
oír cómo gruñe contra mi cuello húmedo. Su respiración
contraída me excita más y mí insistencia porque me la meta más
adentro no tarda en aparecer.
—Así me gusta, que estés completamente mojada para mí y que
yo provoque toda sensación gloriosa para ti —carraspea,
posesivo, mientras me aprieta más los muslos y con gran
esfuerzo me la mete más adentro.
Grito, excitada y mi cuerpo se contrae. Cómo castigo, con uno de
sus dedos comienza acariciarme la punta del clítoris y aquello me
vuelve loca, sin importarme que se me escapen algunos gritos
contra su oreja. Le clavo los dientes sobre el hombro, quiero

LURU
LURU

todo de él. Quiero que aquello no termine, pero ya estoy


sintiendo que estoy a punto de llegar al orgasmo por sus
insistentes caricias sobre mis partes íntimas, humedeciéndome
más, lubricándome más y queriendo de todo de él.
Me empieza a penetrar más fuerte, más duro y cada embestida
hace ruido por el choque de nuestras pieles mojadas. El agua de
la ducha nos calienta más.
—Acaba conmigo, babé.
—¡Sí, Sugar! —gimo contra su oreja, con mis brazos rodeando su
cuello y apretándolo contra mí.
Me derrito completa cuando sus dientes hincan sobre uno de mis
pezones y los muerde con insistencia. Ay mi Dios.
—¡Vamos bebé! —exclama Max, entre dientes y aumentando el
ritmo.
Mi estómago y mis partes parecen prenderse fuego cuando en
mi interior gana el placer y estallo, alcanzando el clímax y
soltando un corto y sonoro gemido.
Max alcanza el orgasmo y retira su miembro rápidamente con la
intención de no acabar adentro mío.
Antes de que él pretenda limpiarse con el agua de la ducha. Lo
detengo con una mano en el pecho y me agacho a la altura de su
pene.
—Dios mío—jadea cuando me meto el miembro en la boca para
succionarlo y limpiar el semen con mi lengua.
Le sonrió, picara y él me mira con lujuria.
—No puedes hacerme esto, me volverás loco y te burlas de mí
con una sonrisa—me dice, agitado, enredando sus dedos en mi
cabello y apretándolo.

LURU
LURU

Chupo su miembro cómo si se tratara de una paleta mientras lo


miro desde abajo, con mis ojos pegados a los suyos. Lo saco de
mi boca.
—Ya que estás allí, lávame el cabello—le ordeno.
Con las piernas temblándole y con los labios separados, asiente,
embobado. Toma el pomo del acondicionador, coloca un poco
del contenido blanco en su mano y luego comienza a pasarlo en
las puntas de mi cabello que ya pasa los hombros, con tanta
suavidad que me relaja. Y así está un buen rato.
—Eso es—lo felicito, con una sonrisa a medias y con una ceja
arqueada.
—Por ti mi reina, lo que sea.
Cuando quiero seguir chupándosela, me agarra por los hombros
y me levanta con cuidado de que no me resbale.
—Te amo—me susurra, con los labios rosando los míos.
Era tanto lo que sentía por él que no podía creer que era
correspondida. Pelirrojo, musculoso y absolutamente guapo.
Rostro malditamente precioso.
—Te amo —le dijo en voz baja, y me atrevo a unir mis labios con
los suyos, sellando aquel beso que nunca se repetía, porque
siempre era único.
El apagón de la ciudad duró hasta las ocho de la noche. Max y yo
estábamos demasiado ocupados cómo para preocuparnos por
ello, ya que pasamos la tarde amándonos de una forma tan
gloriosa como mi identidad.
La intensidad del sexo fue variando, lo hacíamos con cuidado,
con amor y luego nos dominaba la bestia y el salvajismo que
ocultábamos en lo más profundo de nuestro ser. Hacer el amor
con la persona que amas va más allá que sólo follar. Cuando los

LURU
LURU

sentimientos están echados sobre la mesa, nadie ni nada puede


detenerte. Lo sabía y quería apostar por ello.
Quería apostar por nosotros y deseaba que Max, en lo más
profundo de su corazón, también lo hiciera. Si es que me amaba
cómo él me repitió incontables veces en el día.
Estábamos en su cama, acostados y envueltos en la sabana de
seda verde, cubriéndonos la piel como si antes no la hubiéramos
visto en cada resplandor suyo. Teníamos la mirada sobre el
techo, mirando algún punto insignificante de la oscuridad, cada
quien sumido en su pensamiento. Max tenía las manos por
detrás de la cabeza, generando que los músculos de sus brazos
se tensaran y se ensancharan aún más.
—Sé mí novia —soltó Max, sin mirarme y como si se le hubiera
ocurrido en el momento.
Giré la cabeza para mirarlo, perpleja.
—¿Qué dijiste?
—Me oíste —giró la cabeza para mirarme con una sonrisa
plantada en los labios.
Me senté en el colchón, tratando de no sonreírle y lanzar un
chillido de niña chiquita.
—¿Sabes lo que significa tenerme de novia?
—No ¿qué? —frunce el entrecejo.
—Dejar de follar con otras chicas y sólo conmigo.
Se sentó y apoyó la espalda completa sobre sus almohadas.
—¿Crees que a mí sólo me importa follar, Ada? —me preguntó,
serio.
Mierda. No pretendía herirlo.

LURU
LURU

—Yo...
—No todo es follar en mi vida, no voy por ahí y me tiro a
cualquier chica que veo o le endulzo la oreja para que lo haga —
me aclaró, con voz dura —. Tengo sentimientos, soy maduro si
me lo propongo, no un maldito fuckboy.
Tragué saliva, y ahora me sentía culpable. Mis manos se
entrelazaron y agaché la vista, sintiéndome tonta.
Max se acercó a mí y me levantó el mentón con dos de sus dedos
para obligarme a mirarlo a los ojos.
—Yo sé cuándo y cómo sentar cabeza. Y lo quiero hacer contigo
porque a lo largo de mis treinta y cinco años no he encontrado a
ninguna mujer cómo tú, mi Ada —su voz era suave y cálida —.
Nadie te llega a los talones. Eres lista, super inteligente y tienes
una belleza inigualable. Sería un idiota si te pierdo. Quiero
ponerte en un pedestal y darte el mundo, amor mío.
Los ojos se me empañaron y un nudo gigante se instaló en mi
garganta. Cerré los ojos tan sólo un instante, soltando una
lagrima que cayó sobre las sabanas de Max.
—Si tanto me amas como dices ¿serías capaz de responder una
pregunta?
—Lo que sea.
—Pero me dirás la verdad ¿no?
—Dilo.
Tomé todo el valor de mundo y finalmente lo solté con todo el
dolor del mundo.
—¿Eres humano?

LURU
LURU

Frunció el entrecejo y su sonrisa se desvaneció al ver que iba en


serio y que mi pregunta dependía de mi respuesta a si quería ser
su novia.
—No te entiendo, Ada —se echó hacia atrás, tomando una
distancia prudente de mí.
Eso me extrañó.
—Max, lo volveré a preguntar y tú responderás con la verdad
¿está bien? —aclaré la garganta, sintiendo como empieza a
preocuparme al ver que me estaba mirando como si fuese una
desconocida —¿Eres humano?
Max salió de la cama y se puso el bóxer de una forma veloz. Paso
seguido, empezó a caminar por la habitación, inquieto y con un
el puño cerrado apoyado en los labios. Se detuvo a la altura de
los pies de la cama y me miró. Su rostro era la mezcla entre el
enojo y la perplejidad.
—¿Quién te lo dijo? —preguntó, bruscamente y sacado de sí.
Lo desconocí. No pude formular palabra alguna y por alguna
extraña razón su enojo me asustó tanto que pegué mis piernas
contra mis pechos y pegué mi espalda contra el respaldar de la
cama.
—¡Responde maldita sea! —me gritó, golpeando con los puños
cerrados el colchón.
Me asusté, simplemente me asusté, salí de la cama de un salto y
él se apresuró con pasos rápidos a cerrar la puerta antes de que
yo llegué a ella.
—¡Déjame salir! —le grité, pálida.
Caminó hacía mí hasta acorralarme contra la helada pared.
—Dilo y te dejaré ir —carraspeó, entre dientes.

LURU
LURU

Jamás lo había visto así, enfurecido y con el rostro tan rojizo. Yo


estaba temblando de pies a cabeza. Estar desnuda frente a él
tampoco me servía de mucho. Cubrí mis pechos con mis brazos
cruzados.
—¡Yo tampoco lo soy, Max! —hablé rápidamente, sin ni siquiera
pensar las palabras y algo acongojada por toda la situación.
—¿Qué? —retrocedió, pálido. Volvió a ponerse firme y me
apuntó con su dedo acusador —¡No, tú me estás mintiendo!
—¡¿Qué?!¡No! ¡Yo...yo no sé si tú me creerías cuando te diga mi
verdadera identidad!¡No se lo dije nunca a nadie y no pienso
decirlo!
Max se dirigió a la puerta nuevamente y esta vez la cerró con
llave, eso me paralizó.
—Nadie. Absolutamente nadie saldrá de esta maldita habitación
hasta que tú confieses quién eres y qué quieres de mí ¡Quieres
mandarme al maldito inframundo! —me gritó, con ira.

LURU
LURU

Capítulo 26
Miré a Max, perpleja. Palidecí y titubeé varias veces, no siendo
capaz de formular palabra por más que lo intentara. Intentaba
buscar las palabras correctas, las palabras exactas para aquel
momento, pero no era posible.
Max, sin embargo, esperaba oír una respuesta que escapara de
mis labios sonrosados. Ambos estábamos en las penumbras y la
luz de emergencia azulada se había encendido de golpe, creando
un ambiente algo apagado que no nos importó en absoluto ya
que estábamos en nuestro propio mundo.
El agua de la ducha seguía corriendo, ruidosa y tibia sobre
nuestros cuerpos. Max se apartó y pegó su espalda contra la
pared, con el cuerpo desnudo, mirándome, esperando una
respuesta. Tuve que concentrarme carbonatado en su rostro y
no desviar la mirada hacia sus partes íntimas. Parecía no
importarle estar desnudo frente a mí. Saliva tragué.
—¿No me amas? ¿Por eso no responde? —Apretó los labios y se
echó el cabello mojado hacia atrás con ambas manos, frustrado.
—Te amé desde el primer día —le confesé, con lágrimas
brotando de mis ojos y con una sonrisa fugaz, tonta.
Rápidamente me miró, sin poder dar crédito de lo que había oído
y vi como una sonrisa iba naciendo lentamente de sus labios.
—Dime que no es un sueño y que soy correspondido —volvió a
acercarse a mí, tomándome de los brazos y buscándome los
ojos—. Dilo de nuevo.
—Te amo, Max—sonreí, tonta y sintiendo que estaba en un
sueño hermoso del que no quería despertar.
Me dolía el rostro de tanto sonreír, ese imbécil me tenía
enamorada y no podía creer que las cosas se hubieran

LURU
LURU

aclarado un poco, porque aún faltaba mucho por hablar.


Pero, aun así, ante él, desnuda, mojada y sin importarme las
personas que pretendían separarnos, decidí que quería
quedarme a su lado.
Max Voelklein era la perdición y yo quería ser consumida por él.
No de manera sumisa, pero sí de forma sentimental. Y era una
sensación inexplicable ser correspondida.
—Te confieso mi amor y se corta la luz en el edificio—se echa a
reír, divertido—. Agradezco que estén las luces de emergencias
instaladas, porque sino no podría ver tu cuerpo tan perfecto e
inmaculado.
—No exageres—me rio, sonrojada.
—Voy a pasarte el jabón por el cuerpo y no quiero escuchar un
no como respuesta— dijo, con su boca empapada pegada a mí
oído y haciéndome cosquillas en el cuello—. Y esto—
me aprieta el trasero con ambas manos y me estampa contra la
pared—, es mío y de nadie más.
Todos los sentidos se aceleran y se me entrecorta la respiración.
—Tuya.
—Así me gusta, señorita Gray—jadea, me mordiéndome el labio
inferior, dándole un mordisco intenso.
Me levanta del suelo y hace que rodeé las piernas por encima de
su trasero desnudo mientras me besa desenfrenadamente.
Chocamos los dientes un instante, por la desesperación, pero
luego alcanzamos aquel beso perfecto. Cómo aquellos que te
dejan sin aliento.
Siento su miembro erecto sobre mis partes íntimas y la
temperatura me recorre la piel, deseando tenerlo adentro mío.
Max suelta un gemido escondido en lo más profundo de su

LURU
LURU

garganta cuando le rasguño la espalda con mis uñas, provocando


que me apreté más contra la pared.
—¿Quieres que te la meta? ¿No es así? —me pregunta, entre
besos y como si le divirtiera mi desesperación.
—¡Sí! —jadeo, excitada.
—Ruégamelo.
Dios.
—¡Por favor! —supliqué, sin aliento.
Me cazó del cabello empapado con su enorme mano y me echó
la cabeza hacia atrás, y con un rápido movimiento me metió la
punta de su miembro en mí interior con
brusquedad, haciéndome gritar.
Él, cómo respuesta, abrió su boca contra mí cuello. Dios mío, sus
labios sobre los míos son una delicia y cada penetración se siente
como tocar el cielo con las manos.
—¡Ay Max! —gimo, con los ojos cerrados, extasiada por cada
embestida.
Jalo su cabello mientras me la mete con gran insistencia y puedo
oír cómo gruñe contra mi cuello húmedo. Su respiración
contraída me excita más y mí insistencia porque me la meta más
adentro no tarda en aparecer.
—Así me gusta, que estés completamente mojada para mí y que
yo provoque toda sensación gloriosa para ti —carraspea,
posesivo, mientras me aprieta más los muslos y con gran
esfuerzo me la mete más adentro.
Grito, excitada y mi cuerpo se contrae. Cómo castigo, con uno de
sus dedos comienza acariciarme la punta del clítoris y aquello me
vuelve loca, sin importarme que se me escapen algunos gritos
contra su oreja. Le clavo los dientes sobre el hombro, quiero

LURU
LURU

todo de él. Quiero que aquello no termine, pero ya estoy


sintiendo que estoy a punto de llegar al orgasmo por sus
insistentes caricias sobre mis partes íntimas, humedeciéndome
más, lubricándome más y queriendo de todo de él.
Me empieza a penetrar más fuerte, más duro y cada embestida
hace ruido por el choque de nuestras pieles mojadas. El agua de
la ducha nos calienta más.
—Acaba conmigo, babé.
—¡Sí, Sugar! —gimo contra su oreja, con mis brazos rodeando su
cuello y apretándolo contra mí.
Me derrito completa cuando sus dientes hincan sobre uno de mis
pezones y los muerde con insistencia. Ay mi Dios.
—¡Vamos bebé! —exclama Max, entre dientes y aumentando el
ritmo.
Mi estómago y mis partes parecen prenderse fuego cuando en
mi interior gana el placer y estallo, alcanzando el clímax y
soltando un corto y sonoro gemido.
Max alcanza el orgasmo y retira su miembro rápidamente con la
intención de no acabar adentro mío.
Antes de que él pretenda limpiarse con el agua de la ducha. Lo
detengo con una mano en el pecho y me agacho a la altura de su
pene.
—Dios mío—jadea cuando me meto el miembro en la boca para
succionarlo y limpiar el semen con mi lengua.
Le sonrío, picara y él me mira con lujuria.
—No puedes hacerme esto, me volverás loco y te burlas de mí
con una sonrisa—me dice, agitado, enredando sus dedos en mi
cabello y apretándolo.

LURU
LURU

Chupo su miembro cómo si se tratara de una paleta mientras lo


miro desde abajo, con mis ojos pegados a los suyos. Lo saco de
mi boca.
—Ya que estás allí, lávame el cabello—le ordeno.
Con las piernas temblándole y con los labios separados, asiente,
embobado. Toma el pomo del acondicionador, coloca un poco
del contenido blanco en su mano y luego comienza a pasarlo en
las puntas de mi cabello que ya pasa los hombros, con tanta
suavidad que me relaja. Y así está un buen rato.
—Eso es—lo felicito, con una sonrisa a medias y con una ceja
arqueada.
—Por ti mi reina, lo que sea.
Cuando quiero seguir chupándosela, me agarra por los hombros
y me levanta con cuidado de que no me resbale.
—Te amo—me susurra, con los labios rosando los míos.
Era tanto lo que sentía por él que no podía creer que era
correspondida. Pelirrojo, musculoso y absolutamente guapo.
Rostro malditamente precioso.
—Te amo —le dijo en voz baja, y me atrevo a unir mis labios con
los suyos, sellando aquel beso que nunca se repetía, porque
siempre era único.
El apagón de la ciudad duró hasta las ocho de la noche. Max y yo
estábamos demasiado ocupados cómo para preocuparnos por
ello, ya que pasamos la tarde amándonos de una forma tan
gloriosa como mi identidad.
La intensidad del sexo fue variando, lo hacíamos con cuidado,
con amor y luego nos dominaba la bestia y el salvajismo que
ocultábamos en lo más profundo de nuestro ser. Hacer el amor
con la persona que amas va más allá que sólo follar. Cuando los

LURU
LURU

sentimientos están echados sobre la mesa, nadie ni nada puede


detenerte. Lo sabía y quería apostar por ello.
Quería apostar por nosotros y deseaba que Max, en lo más
profundo de su corazón, también lo hiciera. Si es que me amaba
cómo él me repitió incontables veces en el día.
Estábamos en su cama, acostados y envueltos en la sabana de
seda verde, cubriéndonos la piel como si antes no la hubiéramos
visto en cada resplandor suyo. Teníamos la mirada sobre el
techo, mirando algún punto insignificante de la oscuridad, cada
quien sumido en su pensamiento. Max tenía las manos por
detrás de la cabeza, generando que los músculos de sus brazos
se tensaran y se ensancharan aún más.
—Sé mí novia —soltó Max, sin mirarme y como si se le hubiera
ocurrido en el momento.
Giré la cabeza para mirarlo, perpleja.
—¿Qué dijiste?
—Me oíste —giró la cabeza para mirarme con una sonrisa
plantada en los labios.
Me senté en el colchón, tratando de no sonreírle y lanzar un
chillido de niña chiquita.
—¿Sabes lo que significa tenerme de novia?
—No ¿qué? —frunce el entrecejo.
—Dejar de follar con otras chicas y sólo conmigo.
Se sentó y apoyó la espalda completa sobre sus almohadas.
—¿Crees que a mí sólo me importa follar, Ada? —me preguntó,
serio.
Mierda. No pretendía herirlo.

LURU
LURU

—Yo...
—No todo es follar en mi vida, no voy por ahí y me tiro a
cualquier chica que veo o le endulzo la oreja para que lo haga —
me aclaró, con voz dura —. Tengo sentimientos, soy maduro si
me lo propongo, no un maldito fuckboy.
Tragué saliva, y ahora me sentía culpable. Mis manos se
entrelazaron y agaché la vista, sintiéndome tonta.
Max se acercó a mí y me levantó el mentón con dos de sus dedos
para obligarme a mirarlo a los ojos.
—Yo sé cuándo y cómo sentar cabeza. Y lo quiero hacer contigo
porque a lo largo de mis treinta y cinco años no he encontrado a
ninguna mujer cómo tú, mi Ada —su voz era suave y cálida —.
Nadie te llega a los talones. Eres lista, super inteligente y tienes
una belleza inigualable. Sería un idiota si te pierdo. Quiero
ponerte en un pedestal y darte el mundo, amor mío.
Los ojos se me empañaron y un nudo gigante se instaló en mi
garganta. Cerré los ojos tan sólo un instante, soltando una
lagrima que cayó sobre las sabanas de Max.
—Si tanto me amas como dices ¿serías capaz de responder una
pregunta?
—Lo que sea.
—Pero me dirás la verdad ¿no?
—Dilo.
Tomé todo el valor de mundo y finalmente lo solté con todo el
dolor del mundo.
—¿Eres humano?

LURU
LURU

Frunció el entrecejo y su sonrisa se desvaneció al ver que iba en


serio y que mi pregunta dependía de mi respuesta a si quería ser
su novia.
—No te entiendo, Ada —se echó hacia atrás, tomando una
distancia prudente de mí.
Eso me extrañó.
—Max, lo volveré a preguntar y tú responderás con la verdad
¿está bien? —aclaré la garganta, sintiendo como empieza a
preocuparme al ver que me estaba mirando como si fuese una
desconocida —¿Eres humano?
Max salió de la cama y se puso el bóxer de una forma veloz. Paso
seguido, empezó a caminar por la habitación, inquieto y con un
el puño cerrado apoyado en los labios. Se detuvo a la altura de
los pies de la cama y me miró. Su rostro era la mezcla entre el
enojo y la perplejidad.
—¿Quién te lo dijo? —preguntó, bruscamente y sacado de sí.
Lo desconocí. No pude formular palabra alguna y por alguna
extraña razón su enojo me asustó tanto que pegué mis piernas
contra mis pechos y pegué mi espalda contra el respaldar de la
cama.
—¡Responde maldita sea! —me gritó, golpeando con los puños
cerrados el colchón.
Me asusté, simplemente me asusté, salí de la cama de un salto y
él se apresuró con pasos rápidos a cerrar la puerta antes de que
yo llegué a ella.
—¡Déjame salir! —le grité, pálida.
Caminó hacía mí hasta acorralarme contra la helada pared.
—Dilo y te dejaré ir —carraspeó, entre dientes.

LURU
LURU

Jamás lo había visto así, enfurecido y con el rostro tan rojizo. Yo


estaba temblando de pies a cabeza. Estar desnuda frente a él
tampoco me servía de mucho. Cubrí mis pechos con mis brazos
cruzados.
—¡Yo tampoco lo soy, Max! —hablé rápidamente, sin ni siquiera
pensar las palabras y algo acongojada por toda la situación.
—¿Qué? —retrocedió, pálido. Volvió a ponerse firme y me
apuntó con su dedo acusador —¡No, tú me estás mintiendo!
—¡¿Qué?!¡No! ¡Yo...yo no sé si tú me creerías cuando te diga mi
verdadera identidad!¡No se lo dije nunca a nadie y no pienso
decirlo!
Max se dirigió a la puerta nuevamente y esta vez la cerró con
llave, eso me paralizó.
—Nadie. Absolutamente nadie saldrá de esta maldita habitación
hasta que tú confieses quién eres y qué quieres de mí ¡Quieres
mandarme al maldito inframundo! —me gritó, con ira.

LURU
LURU

Capítulo 27
Éramos dos personas adultas encerradas en una habitación sólo
porque a una se le había ocurrido. Max estaba mirándome fijo,
cómo si tratara de leerme los pensamientos. Ja, ojalá pudiera
hacerlo así terminábamos con todo aquello de una maldita
vez. Sabía perfectamente que aquel intento de relación
cambiaría para siempre si le decía la verdad. Yo creo que solía
saber quién era él, de quién se trataba, pero dependía
únicamente de que me lo confirmará o no.
—¡¿Vas a quedarte ahí sin darme explicaciones?! - me gritó,
furioso.
—¡Me bajas el maldita tono, Max! —Le grité aún más fuerte,
abriendo uno de sus cajones para buscar una de sus remeras
negras que me llegaban hasta las rodillas — ¡Te diré la verdad
cuando estés malditamente calmado!
—¡Estoy calmado!
—Si claro, eso es estar calmado para ti.
Encontré una y no tardé en ponérmela. Cerré el cajón con fuerza,
enojada.
No sé quién eres y qué quieres de mí, pero si esto es un maldito
juego para arrastrarme al Inframundo…
—¿Qué? ¡Entonces lo confirmas, eres el hijo de Hades! —Me
calcé los zapatos que había llevado al casamiento.
Que gran combinación la mía. Pero no era momento de fijarme
en mi atuendo, sino en la maldita revelación que Max me estaba
soltando en la cara, luego de hacer el amor.
No sabía cómo me sentía exactamente en aquel momento, lo
único que quería hacer era irme de allí. Quería escapar por

LURU
LURU

alguna extraña razón. Entonces pase de amarlo a odiarlo por


alguna extraña razón.
—¡Vamos, ahora dime tú quién eres! —Insistió, sin saber qué
hacer para que hablara.
—¡¿Mi belleza no te indica nada?! - bufé, molesta.
—¿Eh? —soltó, desentendido.
Me puse frente a él, cara a cara y sin dudarlo, le dije:
—Felicidades Max, te enamoraste de la hija de Afrodita—
carraspeé.
Pasé por su lado empujándole el hombro y giré la llave de la
puerta, dispuesta a marcharme. Un largo silencio se estableció
en la habitación, de aquellos que puedes percibir la tensión, pero
no estás listo para afrontar. No sabía que desastre ocasionaría mi
verdad, pero que sanador se sentía.
—No fuiste capaz de decírmelo—acusó, dándome la espalda.
Tomé el pomo de la puerta y me quedé allí, observándolo.
—Créeme que la decepción que tú sientes, es igual a lo que
siento yo ahora. Tú tampoco me dijiste nada, Max. Recuerda
eso.
Max se dio vuelta, se cruzó de brazos contra el estómago,
mirándome sin expresión alguna.
—Creo nunca llegamos a esa confianza que ambos
necesitábamos como para decirlo—su voz era tan fría y distante
que tenía miedo de que volviera a soltar algo tan triste como
eso.
—¿Qué quieres decir? —le pregunté, con un hilo de voz.
Otro silencio incomodo, genial. Max me estaba dando con aquel
silencio tantas respuestas formuladas en mi cabeza.

LURU
LURU

—No puedo estar con una diosa. Lo siento yo no puedo estar…—


ni siquiera fue capaz de terminar la oración, que ya había
desviado la vista hacia otro lado, evadiendo mi rostro
descompuesto.
Ay no. Un nudo se instaló en mi estómago.
—¡No! —grité, tratando de evadir un puchero— ¡No puedes
terminar algo que nunca comenzó!
Abrí la puerta finalmente y de una forma tan brusca que se
golpeó contra la pared. Tomé mi bolso, mi vestido y todo lo que
me pertenecía. No, no llores Ada. No le demuestres que te ha
lastimado.
—¡Espera Ada! —gritó Max, desesperado, detrás de mí.
Sentí sus pasos acercándose y llegué a la puerta de salida. Me di
vuelta para mirarlo.
—¡La que te deja soy yo, Max!¡Ni siquiera sé por qué demonios
no quieres estar a mí lado, pero yo no voy a estar con alguien
que se acobarda a la primera! —mi voz se quebró—¡Yo sabía
perfectamente que nosotros no podíamos estar juntos y aun así
me aferré a ti!
—¡Y sigues ocultándome cosas! —masculló, muy indignado—¡No
me dijiste absolutamente nada!¡Siempre escapas cuando se te
presenta un problema!¡Decides irte, marcharte, en vez de
enfrentar las cosas! ¿¡Por qué no me has dicho nada, Ada?!
—En primer lugar: ¡Jódete por meterte con una maldita suicida,
Max! —las lágrimas no paraban de brotar por mis ojos.
—¡No!¡Maldición no quise decir…! —se acercó a mí a paso veloz
mientras la culpa lo carcomía.
—¡No! —lo frené levantando una palma de mi mano a la altura
de su pecho antes de que se acercara otro paso más a mí—¡Y, en

LURU
LURU

segundo lugar, no te dije nada porque tenía miedo de


encontrarme con una verdad que no quería escuchar!
—¡Eres una diosa! —insistió, desesperado—¡Deberías saber que
es muy peligroso una relación entre diosa del Olimpo y un dios
del Inframundo!¡Créeme que esto me duele más de lo que
aparenta, hoy te confesé mi amor y te he pedido para que seas
mi novia!
—¡¿Crees que en lo más profundo de mi corazón no sabía que
esto estaba mal, Max?! —le dije, con una mano en mi pecho —
¡Pero me pesó más el amor que el peligro!
Comencé a llorar más fuerte, acunando mi rostro entre mis
manos y sollozando contra ellas. El calor corporal de Max se hizo
presente ante mí y sus fuertes brazos me abrazaron con fuerza.
Su mentón se pegó a la coronilla de mi cabeza y luego sentí cómo
depositaba un beso en ella, uno sostenido y doloroso.
Me aparté unos cuantos pasos de él y lo miré, con el rostro
empapado de lágrimas y los ojos de él estaban tan cristalinos que
se habían tornado claros.
—Ya veo que sólo prefieres satisfacer el capricho de los dioses y
no la aferrarte a la persona que llamaste amor hace un par de
horas —asumí en un susurro.
Su silencio me dolió. Max permaneció allí, parado, helado y
pálido, mirándome con tanta confusión que quise volver a
explicarle en otras palabras sencillas que todo
había terminado, pero estaba segura de que por más que me
atravesara el corazón, él ya había comprendido el mensaje.
Apreté mis pertenencias contra mi pecho, tomando
una última fotografía mental de él, con los ojos vidriosos. Crucé
la puerta de la salida sin decir más nada, todas las cartas estaban

LURU
LURU

sobre la mesa y él se había levantado, dejando que yo jugara


sola.
¿Saben lo que me destrozó? Qué él no me detuvo, sentenciado
aquello que jamás empezó.
TRES MESES DESPUES...
La época decembrina llegó, la nieve en New York era tan
hermosa que podía mirarla caer por horas. La universidad nos
había dado un receso a todos los estudiantes y eso me tenía algo
contenta porque regresaría al apartamento en el que vivía antes.
Con ayuda de Adam y sus amigos habíamos logrado remodelar y
acomodar un poco el apartamento. Reemplazamos el sofá que
tenía por uno nuevo y moderno, colgamos un televisor de
pantalla plana en la pared y pintamos cada rincón de mi hogar.
Compré platos, cambié el viejo colchón en el cual dormía con la
señora Paige, compré una cama nueva con respaldo blanco y que
tenía botones muy bonitos cómo decoración y cambié el piso por
uno de madera oscura, reemplazando la cerámica que tenía un
aspecto sucio por más que se limpiara incontables veces.
Fueron los tres meses más difíciles, la ausencia de la persona a la
cual no quería ni siquiera pensar ni nombrar, me había afectado
tanto que estuve muchos días en cama, mientras
veía películas en mi celular, bebía alcohol cada vez que tenía la
oportunidad.
No sé por qué, pero también mi playlist se había llenado de
música triste. Lloraba en la ducha, lloraba mientras intentaba
estudiar e incluso había noches en donde Adam me abrazaba en
forma de consuelo hasta que nos quedábamos dormidos en la
misma cama.
Lo más doloroso fue aceptar que a mis vacaciones las pasaría en
el apartamento que daba al de él. Así que Adam tuvo la

LURU
LURU

maravillosa idea de tapear la ventana con varios tablones de


madera para no cruzarlo y así, transitar mi despego total de él. El
maldito él.
Sabía que la idea de Adam era algo loca, pero me fue de gran
ayuda para intentar superarlo, quizás algún día sacaría las
maderas cuando estuviera lista. Pero sabía que para eso faltaba
mucho.
Había quedado una franja larga en lo más alto de la ventana,
para que la luz del sol ingresara y así, la habitación podría
ventilarse y no quedarse en la penumbra total.
Por suerte era lo suficientemente pequeñita de estatura cómo
para no alcanzarla y así ver a través de ella. Había días donde
estaba la tentación de hacerlo colocando una silla para
ayudarme, pero me aferraba al dolor que él me había causado y
ya no quería hacerlo.
—Mis padres quieren que pase la navidad con ellos —me
comentó Adam, sentándose en el sofá con un plato de palomitas
de maíz sobre su regazo y llevándose un puñado de ellas a la
boca.
Tenía en mi mano el control del televisor mientras hacía zapping,
los pies encima del sofá y mi atención por las nubes hasta que él
me habló.
—¿Y no quieres ir? —le pregunté, con el entrecejo fruncido.
—La navidad en casa siempre es asombrosa —contradijo —
. Así que quiero que vengas conmigo a Chicago.
Lo miré, soltando el control a mi lado.
—Adam, no es necesario que me lleves contigo a todos lados —
lo tranquilicé, con una sonrisa —. Siempre he estado sola y
nunca me ha afectado. Estaré bien.

LURU
LURU

—¿Y por qué no quieres aferrarte a una navidad distinta? —me


ofreció palomitas tendiéndome el plato con una de sus manos y
agarré un puñado —. Será divertido y habrá mucha comida. Mis
padres, por otra parte, hacen las mejores fiestas y son personas
muy agradables.
Adam me estaba sonriendo, animado y eso me hizo entender
que quizás, no sería mala idea pasar una navidad con mi amigo y
su familia.
—Iré por la comida —le advertí, sonriendo.
Él se echó a reír y me dio un breve apretón de hombro. Ambos
decidimos mirar El Grinch aquella tarde.
---
Estaba nerviosa, sería la primera vez que viajaría en avión y
Adam no paraba de reírse por mi estado. Me decía que le
causaba ternura verme tan inquieta y mordiéndome las uñas.
Otra persona que me comparaba con algún animal. Ante los ojos
de mi amigo era un castor temeroso y mis uñas madera. Que
agradable sujeto era Adam con sus comparaciones extrañas.
El aeropuerto estaba repleto de personas que esperaban su
vuelo o que regresaban a New York. Era bonito ver la decoración
de la misma con sus guirnaldas, medias navideñas colgando en
cada pared, árboles de navidad por doquier tanto artificiales
como dibujos pegados en las vidrieras de los sectores
comerciales.
Nuestro vuelo salía a las 20:45 p.m., así que estábamos allí desde
las 18:30 para hacer papeleos y todo lo que fuera necesario para
poder viajar. Gracias a Dios tenía pasaporte y mis papeles al día.
Nos sentamos en uno de los asientos con vista a los aviones con
Adam, mientras tomábamos café de Starbucks. Jamás pensé que
estar acurrucada con él sería tan reconfortante. Tenía mi cabeza

LURU
LURU

apoyada sobre su hombro mientras él tenía su brazo en el


respaldo de mi silla y una manta gris que nos tapaba las piernas.
—Gracias —le susurré, con vista al gran ventanal.
—¿Por qué?
—Por aparecer en mi vida cuando más lo necesitaba.
Su mano que estaba en el respaldo de la silla viajó hacia mi
cabeza y comenzó a acariciarme el cabello tiernamente.
—Supongo que esto hacen los amigos ¿no? —pude jurar que, sin
verlo, había embozado una leve sonrisa —: Siempre están
cuando uno tiene el corazón roto.
—Y hecho añicos —agregué, tragando con fuerza.
—¿Sigues pensando en Max?
Me removí, de forma involuntaria, volviendo a pegar mi espalda
completa contra mi asiento.
—Lo único que puedo decir es que cada día que pasa, duele
menos —murmuré, con la vista en el café humeante. Lo miré —.
Me siento como si estuviera esperando algo que no va a
suceder.
—Si algo aprendí en la vida es que la misma persona que lastimó
y te hirió, no puede ser la misma persona que te cure, Ada—me
dijo Adam, con voz suave —. Sé qué una ruptura es horrible,
pero yo sé que podrás salir adelante con o sin él.
—Lo más gracioso de toda esta situación es que él y yo no nunca
fuimos nada —solté, sintiéndome una imbécil.
—Pero la vida pone a cada quien en su lugar y si él y tú están
como están, es por algo ¿no lo crees?
Según el folleto que se encontraba en mi asiento del avión,
Chicago era conocida como la Ciudad de los Vientos, ya que su

LURU
LURU

proximidad con el lago Míchigan le daba un clima ventoso con


inviernos y veranos extremos. Pero Chicago también es célebre
por sus rascacielos. De hecho, tiene el honor de ser el primer
lugar donde se construyó uno de ellos. Durante mucho
tiempo, su industrialización le dio el título de la Segunda Ciudad
de Estados Unidos. Actualmente, es la tercera con más
población después de Nueva York y Los Ángeles, así como la más
poblada en el estado de Illinois.
Me gustaba informarme sobre la ciudad a la que iría por primera
vez ya que eso calmaba mis nervios y expectativas. Era gracioso
ver a las tiernas azafatas con un sombrerito navideño cada vez
que nos atendían.
Fue un viaje de dos horas. Con Adam comimos,
charlamos, reímos e incluso nos quedamos dormidos, pero
llegamos vivos.
Bajar del avión con nuestras maletas fue algo agotador ya que
continuábamos con sueño, pero conseguimos un taxi
rápidamente al que Adam no tardó en decirle la dirección de su
casa.
Eran la una de la madrugada cuando el taxista se adentró en un
barrio privado con excesiva decoración navideña. Yo miraba
fascinada desde la ventanilla, como si el sueño se hubiera
disipado por tan sólo un rato. No sabía con qué casona
quedarme ya que a medida que avanzábamos una era mejor que
otra.
—Mis padres tienen una casa aquí y en otras ciudades —me
contó Adam —. Prefieren pasar las fiestas aquí porque la
decoración es tan única que les encanta.
—Y como los entiendo —le sonreí, animada —. Gracias por
traerme contigo, Adam.

LURU
LURU

Mi mano estaba encima del asiento del coche y sentí como una
de las suyas se acostaba en ella, para darle un leve apretón. Lo
miré, sin expresión alguna.
—¿Qué tan mayor debo ser para pedirte que seas
mi Sugar baby? —se río.
Gracias a Dios estaba bromeando porque si no le hubiera dado
un puñetazo en el rostro.
—Eres pequeño para esas cosas —le recordé, considerando qué
edad debía tener un Sugar Daddy.
—Sé que tú eres un año mayor que yo, pero de estatura...
—¿Te estás burlando de mi estatura? —me reí, sorprendida.
—Eres un elfo, Ada y yo soy mucho más alto que tú —una
sonrisa burlona floreció de sus encantadores labios.
El auto estacionó justo a tiempo como para que yo abriera la
puerta del coche, tomando por sorpresa a Adam. La nieve estaba
hasta el tope y no tardé en abrirme de brazos y mirándolo.
—¡Esta elfa te puede partir el culo! —le
grité, incitando claramente una pelea.
—¡Quiero ver eso! —no tardó en salir del coche a mi encuentro.
Antes de que se me abalanzara hice con mis manos una bola de
nieve considerable que no tardé en estamparle en el rostro con
un gran lanzamiento. Adam se quedó tieso y se cayó hacia atrás
contra la nieve.
—¡Ay no, dime que no tenía una piedra en la bola y que te he
matado! —exclamé, muerta de miedo.
Me acerqué a él rápidamente para ver si estaba bien y una fugaz
mano acorraló la mía y me lanzó contra el suelo. Chillé. Adam
había tirado de mí, cayendo encima suyo.

LURU
LURU

—¿Crees que la nieve puede lastimarme? Te falta demasiado por


aprender, elfa —se burló.
Ambos nos echamos a reír. Su rostro y el mío estaban a escasos
centímetros. Las risas cesaron poco a poco y nuestra respiración
se fue mezclando, creando un efecto de humo por el frio.
Sabía que Adam era un chico muy pero muy atractivo, pero en
aquella oportunidad, lo estaba viendo con unos ojos distintos de
lo que yo pretendía. Tenía sus brazos a mi alrededor, que me
habían capturado con facilidad.
—Eres preciosa, Ada Gray —me susurró.
Aquello me tomó desprevenida. No sabía qué pensar, sabía que
teníamos una fuerte conexión, pero llevarlo a otro nivel.
¿Qué estábamos haciendo? ¿Adam y yo podríamos ser más que
amigos? Tenía miedo de intentar algo nuevo, tenía miedo de
empezar de cero y terminar lastimada.
Aún no podía sacarme de la cabeza a Max, su sonrisa, su risa, su
cabello anaranjado, su rostro salpicado de pecas. Sus ojos color
caramelos que me carcomían cada vez que me encontraba cerca
de él.
Max Voelklein me había marcado de tal manera que temía no
volver a sentir lo mismo que sentí por él, pero con otra persona.
¿Qué me hiciste Max? ¿Por qué nuestro amor era tan prohibido
como para intentar esconderlo y ser lo que alguna vez fuimos?
Los ojos se me llenaron de lágrimas y me levanté del suelo, sin
decirle nada a Adam, quien continuaba tirado sobre la nieve
como si esperara una respuesta.
No era capaz de formular palabra alguna, no con lo lastimada
que me sentía. Ojalá esa sensación de vacío se marchará de una
vez por todas y me dejara vivir en paz.

LURU
LURU

Ojalá hubiera una manera de olvidarme de Max para seguir


adelante.
—¡Yo también soy precioso y nadie me paga por eso! —gritó el
taxista desde el coche —¿Van a pagarme o qué?

LURU
LURU

Capítulo 28
Estaba lavando los platos en la cocina. Era una noche de sábado
agitada y estábamos repleto de clientes. Dios, eso era lo malo de
que el restaurante estaba ubicado en pleno centro de New
York. Las personas ingresaban, comían y se marchaban, para que
luego otros ocuparan el mismo asiento. Había intercambiado con
mi compañera April los roles, ahora ella estaba atendiendo las
mesas mientras yo lavaba los platos y los cubiertos.
Walter andaba merodeando por el lugar. Cada vez que podía caía
de sorpresa en el restaurante y observaba si todo marchaba
bien. Eso me tenía inquieta, ya que su presencia era lo más
grotesco que podía vivir. Apenas me enteraba que Walter ya
estaba aquí, sabía que un mal día se presentaría y que en
aquellas veinticuatro horas podría ocurrir cualquier cosa que
pudiera herirme.
No faltaba demasiado para cerrar, así que los platos no se
apilaban con tanta frecuencia. Entonces, Walter ingresó a la
cocina y mi corazón comenzó a latir con fuerza, mis piernas se
debilitaron y centré toda mi atención en el ciclo de enjuague con
mis manos espumosas y con olor a detergente.
—¿Te mandaron a lavar los platos, Cenicienta?
La voz rasposa y asquerosa de aquel tipo me provocó nauseas. Se
puso a mi lado, pero no lo miré, sólo me dediqué a centrar mi
atención en mi trabajo de porquería.
—Sí, señor —asentí, le dediqué una breve mirada con una
sonrisa que era más que una apretada de labios y volví mi
atención a los platos sucios.
Vi por el rabillo de mi ojo cómo uno de los encargados de la
cocina salió por la puerta trasera del restaurante para sacar la
bolsa de basura y entré en pánico cuando me di cuenta que

LURU
LURU

Walter y yo nos habíamos quedado a solas. Se me secó la boca


cuando él no perdió la oportunidad en enredar uno de sus dedos
que parecían salchichas en uno de mis mechones rubios y largos.
La mezcla entre aroma de cigarrillo y a colonia inundo mis fosas
nasales.
—¿Te he dicho que tu cabello es igual al de Rapunzel? —
mencionó, con voz grave y con una pizca de diversión.
—No señor.
—Voy a ayudarte con eso.
Me quedé quieta y tensa al ver que Walter se había posicionado
detrás de mí, haciéndome sentir su cuerpo contra mi espalda.
Sus manos se aferraban contra la mía para poder lavar los platos
él, simulando una clara “ayuda” de su parte. Congelada, con su
áspera piel rosando mis dedos, vi cómo sus anillos de oro me
raspaban las palmas con cada movimiento de la esponja contra
el plato.
Quería sacármelo de encima, el pánico me invadió al sentir su
erección contra la parte trasera de mi pantalón. Se me llenaron
los ojos de lágrimas y sentía que no podía respirar por el pánico.
No, por favor no. Que alguien me lo saque de encima, que
alguien lo mate, por favor. Por favor que se vaya. Por favor.
Cerré los ojos, tras dar un respingo al ver que me tenía
presionada más contra la bacha de cocina, la cual me estaba
lastimando el estómago por la presión. Las náuseas aumentaron
y el temblor de mi cuerpo ya se notaba.
—A mí me gusta que se queden calladas, sumisas ante mí —
murmuró él, con su boca pegada a mi oído.
Se me resbaló el plato en lo más profundo del agua, ya que mis
manos se habían quedado heladas. Walter lo agarró

LURU
LURU

rápidamente y lo escuché reír. Quería salir corriendo, pero las


piernas no me respondían.
Walter se apartó a una gran distancia de mí al ver que el
encargado había regresado.
—¡Eres incluso un asco lavando!¡Me tienes tan cansado que tus
días aquí están contados! —me gritó, provocándome otro
sobresalto, no era capaz de responder, seguía en shock por lo
que acababa de pasar.
¡Tan sólo tenía dieciocho años, por favor que se vaya, por favor!
Cuando cruzó la puerta de salida apoyé mis manos contra
la bacha, dejando caer mi peso corporal sobre ellas y me eché a
llorar en silencio. Mis lagrimas se hundían y mezclaban con el
agua de la misma.
Aquella noche tomé la tijera, me corté el cabello a la altura de los
hombros y no pude dormir.
_____
El barrio privado donde pasaban las fiestas navideñas la familia
de Adam, eran tan lujosas y era imposible abrir la boca cada vez
que veía una.
La puerta se abrió de par en par y dos personas de alrededor de
unos cincuenta años aparecieron ante nosotros con una sonrisa
tan amplia que me resultó contagiosa. Ambos tenían pijamas de
seda y, aun así, nos habían recibido con tanta felicidad que me
sentí cómoda al instante.
La casa de Adam resultó ser mi favorita, era de color pastel con
tejados altos de un color un tono más bajo. Calculaba de uno dos
pisos y estaba llena de ventanas y terrazas cubiertas de nieve. Sin
duda ante mis ojos, tenía una de las casa más hermosas que
había visto en mi vida.

LURU
LURU

—¡Bienvenidos, niños!¡Hola hijo! —nos saludó su madre con un


fuerte abrazo, primero a Adam y luego a mí.
—¡Hola niños, espero que hayan viajado bien! —agregó su
padre, de manera amigable.
Me hizo gracia el termino niños, pero me sentía tan a gusto que
me pareció adorable.
Ella me sorprendió con dos besos, uno en cada mejilla y el padre
de Adam me estrechó la mano. Nos hicieron pasar,
preguntándonos cómo había ido nuestro viaje y si teníamos
hambre. Pero ambos optamos por marcharnos a dormir, ya que
era muy tarde y nuestros ojos ya querían cerrarse.
Lo que me había dejado boquiabierta era la casa enorme de los
padres de mi amigo y su interior era tan elegante como
admirable. Las luces de la vivienda estaban encendidas, eso me
permitió ver cada detalle. Los techos eran altísimos y blancos,
inmaculados. Una gran escalera se encontraba en el centro del
salón que bifurcaba hacia ambos lados del piso superior.
No sabía cuántas personas asistirían a la fiesta navideña, pero
estaba segura de que ingresarían más de cien personas.
La señora Coleman me guio hasta la habitación de invitados
mientras charlábamos animadamente. Era pequeñita, tenía
anteojos redondos, ojos oscuros y un cabello negro y sedoso tan
largo que me pregunté qué productos usaba para mantenerlo
tan sano cómo aparentaba.
—Es muy raro ver a mi hijo con amigas ¿estás segura de que no
eres su novia y no me lo dices por vergüenza? —me preguntó,
curiosa —Soy una suegra grandiosa.
Me eché a reír. Por supuesto que ella sería única.

LURU
LURU

—No señora, soy sólo su amiga. Adam es grandioso y siempre


estamos juntos —nos detuvimos frente a la puerta de la que
sería mi habitación por unos días.
—Mi Adam ha sido criado cómo un caballero y me hace muy feliz
saber que la educación que le hemos dado su padre y yo, de
fruto —me sonrió, colocando una mano —. Te deseo buenas
noches, Ada. Cualquier cosa que necesites me avisas, querida.
—Gracias, de verdad —le agradecí, sincera.
Me dio un sorpresivo beso en la mejilla y la señora se fue por
poco dando brinquitos por lo feliz que estaba de verme. Me
quedé quieta, tratando de procesar lo que acaba de pasar. No
solía recibir tanto afecto desde que la señora Paige murió y me
sentí contenta al saber que a pesar de todo el mal que había en
el mundo, varias personas estaban alegres por mi presencia.
Abrí la puerta de la habitación de invitados y encendí la luz. Era
preciosa. Había una cama de dos plazas en el centro y un gran
ventanal que daba a la terraza. Había un pequeño baño con todo
lo necesario, espejo circular, paredes con cerámicas blancas y
una tina de porcelana.
Mi celular vibró en el bolsillo de mi chaqueta de cuero negra. Era
un WhatsApp de Adam.
“Espero que mi madre no te haya hecho sentir incomoda, me
hubiese gustado yo llevarte a la habitación de invitados, pero mi
padre es muy charlatán cuando se lo propone”
Sonreírle a una pantalla era habitual en mí, y más si se trataba de
un mensaje de Adam.
“Para nada, tu madre es asombrosa”, le respondí y le agregué un
corazón.
“¿Segura? Lo que menos quiero es que estés incomoda”

LURU
LURU

“Jamás estuve tan cómoda, Adam, no te preocupes” y al final del


mensaje le agregué un emoji que lanzaba un besito.
Busqué en mi galería de fotos una en la que estaba con Adam. En
la que estábamos muy cómodos en el sillón comiendo palomitas,
él tiraba un beso hacia la cámara y yo tenía cara de sorprendida
con palomitas en mi boca.
La subí en el estado de WhatsApp y puse cómo pie: Gracias por
ser cómo eres, te quiero mucho.
Lo que me golpeó fue ver la visualización de Max en mi estado.
Tragué saliva. Era la primera vez en tres meses que subía un
estado a mi WhatsApp y me había olvidado de bloquear a Max.
Mierda.
Ay no, me llegó un mensaje de él y no sabía si abrirlo o no.
Mierda. Gracias a Dios noté que la oración completa era corta y
podía verse sin abrirse el mensaje.
“Me alegro que estés bien en tu casa”
¿Eh? Claro, la foto tenía sus días y seguro creyó que continuaba
en mi apartamento. ¿Después de tres largo meses se dignaba a
mensajearme? ¿Después de llorar, gritar y tratar de entender por
qué me había dejado por una decisión y normativa estúpida de
los dioses? Mi orgullo y mis sentimientos estaban heridos como
para responderle.
Me dolía recordarlo, pensarlo y extrañarlo. Su vientre tallado, su
espalda que con cada movimiento que hacía era algo increíble y
digno de presenciar. Tenía un rostro tan angelical como oscuro,
como si ocultar aquello que no quería decirme pero que ya
escuché. No me daba miedo, no me daba impresión que
estuviera frente a mí el hijo de Hades. Mi tentación por él era
más grande de lo que parecía. De lo que yo podía aceptar pero
que estaba dispuesta a enfrentar.

LURU
LURU

Meterme en la cama con el hijo de Hades fue una de las


experiencias que moría por vivir una y otra vez, y me aferraba a
que él regresaría, de rodillas a suplicarme un perdón y yo
disfrutaría de ese poder de tenerlo ante mí. Era algo que
fantaseaba hace tres meses y que era sólo eso, una fantasía que
no tenía pinta de que ocurriría.
Pero que aparezca de la nada, con aquel estúpida mensaje me
puso de los pelos.
Me saqué el gorro de lana gris de un tirón y lo lancé a la cama
desde la distancia en la que me encontraba de ella, frustrada. Me
di una larga ducha y luego me metí en la cama, somnolienta y sin
dejar de pensar en el idiota de Max. En la estúpida zanahoria que
me tenía enamorada.
Vi el mensaje otra vez, claramente sin abrir, pero la ansiedad me
ganó y lo hice de todas formas.
“No estoy en casa”
Ni siquiera sabía por qué le había dicho eso. Fue lo primero que
se me ocurrió. No quería darle información de lo que hacía, él y
yo no teníamos nada. Yo había terminado con todo aquel rollo
luego de lo cruel que había sido conmigo.
¿Qué le costaba arriesgar todo? ¿Acaso no me amaba lo
suficiente como para hacerlo? Debí escuchar a las voces divinas
(mi madre, medio hermano y mi sobrina Miranda) Si lo hubiera
hecho, toda esta mierda hubiera terminado hace rato
y dolería menos. Mucho menos.
Automáticamente apareció su “en línea” y eso me puso nerviosa.
Las tildes azules aparecieron sobre mi mensaje y yo salí del chat
antes de que viera que estaba dentro. Eso estuvo cerca.

LURU
LURU

Ahora él estaba escribiendo, el nerviosismo aumentó. La cama


era tan cómoda que era imposible no tratar de quedarse
dormida en ella.
Mientras Max escribía, Adam me había enviado otro mensaje.
“Duérmete, chica en línea :p"
Llegó un mensaje de Max.
“¿Puedo saber dónde estás? Pregunto para saber si estás bien,
no me ataques por favor”
¡¿No me ataques por favor?!¡Ay por todos los cielos, lo que
quería hacer era matarlo!
No tardé en escribir con velocidad en mi teclado y con cara de
“¿qué demonios te pasa?” en el rostro.
“¿Tú me alejaste y ahora pretendes saber dónde estoy? Búscate
a una humana 100% y olvídame”
Y sin más preámbulos en el asunto, lo bloquee. Un segundo
mensaje me llegó al chat de Adam.
“Si no te duermes iré a tu habitación”
No sé si lo hice en plan de enojo o qué, pero ni siquiera pensé
cuando le puse a Adam:
“Sólo si traes condones serás bienvenido”
No tardó en tocar a mi puerta.

LURU
LURU

Capítulo 29
(Máx.)
Lo único que hacía para soportar el dolor de perderla, era beber,
beber y fumar cómo un maniático sin control. Cómo si un estado
de ebriedad pudiera evadir mis ganas de ir a buscarla y hacerla
mía otra vez. Carajo. Tres meses sin ella, sin sus labios rosados,
delicados y sus preciosos ojos grises que me hacían temblar cada
vez que me los clavaba. Mis manos extrañaban el contacto con
su cuerpo, con su rostro de porcelana y que quizás, les faltaban
días de sol.
Pero lo que tenía cómo favorito eran sus enormes ojos intensos y
enmarcados por las pestanas más largas y naturales que podía
poseer una mujer sin maquillaje. Me sentí descolocado cada vez
que la veía, cada vez que besaba su cuerpo y ella se estremecía
bajo mi contacto. Aún sigue vigente tu rostro en mi cabeza. Ada
Gray tenía una belleza que ahora sí, tenía una explicación: nariz
respingona, pómulos marcados y su piel tan suave cómo una
pluma.
Bebo otro sorbo de mi wiski y lo apoyó en la barra del bar.
La extraño tanto. Se me llenan los ojos de lágrimas. Aún no
puedo creer todo lo que hemos vivido juntos y que las cosas
hayan terminado así, de aquella forma tan brusca. Si tan sólo
hubiera sabido que ella era la hija de Afrodita ...
Si tan sólo fuera una simple humana ...
Bebo otro sorbo. La música del fondo retumba sobre mi pecho.
Necesitaba un trago y quizás, a alguien que me hiciera olvidarla.
A alguien con quién follar porque sabía que aquella noche no
dormiría. No duermo desde su partida.

LURU
LURU

Trabajar, eso es lo que había hecho todo el día, estaba rodeado


de personas que trabajaban en los restaurantes, con la intención
de ver si todo marchaba bien. Pero la soledad me golpeaba por
las noches y su recuerdo me torturaba de una forma tan intensa
que aquel vacío en mi pecho se abría y no pretendía cerrarse.
Todo lo relacionado con lo laboral marchaba bien, los empleados
estaban conformes con los pagos, los horarios y los veía
contentos, satisfechos, luego de hacer las mejoras que Ada me
había indicado y que había seguido al pie de la letra.
Todo gracias a ella. Todo me recordaba a ella.
Maldita sea la hora en la que me enteré que era hijo de Hades.
Desde supe la historia del rapto de Perséfone, tuve la sensación
de que lo nuestro podía llegar a funcionar. Obviamente que la
mujer fue raptada contra su voluntad por mi padre (el cual nunca
había visto en mi vida, pero sabía de sus intenciones). Yo no iba a
secuestrar a Ada y llevarla al Inframundo, lo que menos quería
era eso.
Incluso temblé cuando Ada me mencionó que yo no era humano.
Tuve terror, incertidumbre y no sabía cómo afrontar aquello. Esa
noche me había vuelto loco y la había dejado ir. Cómo un
imbécil.
Obviamente que ella no sería capaz de arrastrarme al
Inframundo. Yo no quería estar allí y Ada no sería capaz de eso
¿o sí? Bebí otro trago, inquieto.
Pero, un mensajero de mi padre se me apareció a la edad de
quince años y me mencionó una profecía que, hasta el día de
hoy, no podía descifrar: “La astucia, la inocencia y la belleza se
enamoraran perdidamente de lo oscuro, de lo prohibido y de
aquel fruto nacerá la copia exacta de la seducción y el juego. La
copia exacta de la perfección. La cual pagará el karma de las que
ustedes hoy odian”.

LURU
LURU

Años que intentaba descifrar a qué hacía relación aquella frase y


continuaba perdido cómo aquel día que la escuché.
Y ahora que aparecía la hija de Afrodita, tenía miedo de que ella
estuviera relacionada con aquella profecía y que todo aquello
terminara en tragedia. El termino tragedia estaba relacionada a
nuestra rama familiar de dioses y semidioses.
Era la primera vez que me relacionaba con una diosa, era la
primera vez que tenía miedo de que Ada le sucediera algo malo.
—Mi intención simplemente es protegerla —mi voz suena
profunda y mis pensamientos me juegan una mala pasada ya que
había pensado en voz alta.
¿Por qué me enamoré de la hija de Afrodita? ¿Cómo permití que
eso sucediera? Mierda. Le doy otro trago a mi bebida y paseo la
vista por el bar. Hay algunas mujeres solitarias que me echan el
ojo, pero yo no les hago caso. Hoy no. Hoy sólo muero por ella y
su ausencia que me está destrozando.
—No me sorprende que Max Voelklein beba en un bar a estas
horas de la noche.
Giró la cabeza en dirección hacia la voz y me quedó quieto al ver
que Rose estaba sentándose a mi lado. Maldición.
Su cabello rojo fuego caía cómo cascada sobre sus hombros y
tenía un abrigo de piel que le llegaba hasta las rodillas de un
tono oscuro. Unos aretes resplandecientes y sus labios del
mismo color de su cabello.
—Tendrías que ver tu cara. Es como si estuvieras viendo a un
fantasma —se ríe por mi reacción y llama al barman levantando
un dedo —. Un Sex on the beach, por favor —le pide y luego
vuelve su atención a mí —¿Cómo has estado, Max?

LURU
LURU

Pestañeo un par de veces hasta que logro adentrarme en la


conversación.
—Creí que estarías en Chicago —le digo, tratando de ocultar un
poco mi frialdad.
—La universidad me ha dado vacaciones.
Por supuesto, que imbécil soy.
—Así que he regresado a New York porque un par de amigos me
han invitado a pasar la navidad con ellos —me contó, como si
saber de su vida me interesara —. Pasaré Año Nuevo con mi
padre, así que estaré un tiempo largo por esta ciudad.
—Me alegra —solté, tajante.
—¿Sigues estando con mi hermanastra? —me preguntó con
desgano, recibiendo su bebida y llevándose la pajita a los labios
mientras esperaba mi respuesta.
Su pregunta abrió aún más mi herida.
—No. —espeté, con una sonrisa tensa.
Carajo, ahora la tenía más pegada a mí.
—Me alegra, esa chica es un caso perdido.
—Si tanto caso perdido es Ada ¿por qué estás enamorada ella?
Por poco escupe su bebida, ahogándose. Puse los ojos en blanco,
fastidiado y no me quedó remedio que darle leves palmadas en
la espalda.
—¡Veo que ella y tú hablaron demasiado! —exclamó,
escandalizada —Te lo ha dicho. Maldita perra.
—No te permito que llames así a Ada —carraspeé,
desconcertado.

LURU
LURU

—Es que —se quedó muda, tratando de buscar las palabras


correctas —. Cómo demonios no enamorarse de ella si es
tan...tan...Dios —ocultó su rostro en una de sus manos, tras
lanzar un largo suspiro.
Me quedé mirándola, sin saber qué le pasaba.
—¿Sigues enamorada de ella? —pregunté, incrédulo.
—¿Qué si sigo enamorada?¡Es mucho más que eso! Ella es mi
maldito amor no correspondido y siempre trato de acercarme y
se aleja. Es imposible llegar a Ada, Max.
—Es imposible porque la acosas constantemente y de ella ya has
oído un no —le recordé, molesto.
—Yo sé que le atraigo.
Me eché a reír involuntariamente. Su rostro fulminándome fue lo
que me hizo calmarme.
—Rose, déjala ir —le dije, serio —. Ya escuchaste un no de su
boca ¿por qué seguir insistiendo? Hay muchas chicas que seguro
mueren por estar contigo.
No sé qué estaba tratando de hacer yo: si intentar alejar a Rose
de Ada para que dejara de acosarla o tratar de eliminar a la
competencia de la chica que amaba.
—¿No crees que ese consejo va más para ti que para mí? —soltó
ella, en tono burlón
—A ella no le gustan las mujeres.
—Lo sé —aclaró, molesta —. Sólo le gustan los pitos.
—Le gusta mi zanahoria —musité en voz baja.
—¿Qué dijiste?
—Nada.

LURU
LURU

Mientras ella bebía y me hablaba de la vida que llevaba en


Chicago. Saqué mi celular del bolsillo de la cazadora negra y no
sé por qué demonios se me dio por ingresar a ver los estados de
WhatsApp. La curiosidad mato al gato, y lo supe aquella noche.
Sentí una oleada de celos al ver que después de tres largos
meses, Ada había subido una fotografía. Pero no estaba sola,
sino con el idiota de Adam. Parecían alegres, comiendo
palomitas y riendo. Riendo.
Me era más preocupante que estuviera riéndose con él que
follando. Aunque lo último dolía el triple. Por impulso le envié un
mensaje, pero no sé por qué terminó bloqueándome.
¡Ada Gray me bloqueó en WhatsApp! ¡Seguro estaría con él,
follando y yo cómo imbécil pensando en ella!¡Mierda, mierda,
mierda!
—¡Maldición! —carraspeé, pegando el vaso de vidrio contra la
barra, furioso.
—¿Qué te pasa? —se sobresaltó Rose.
La miré a ella, en seco y no tardé en preguntarle sin pensarlo dos
veces:
—¿Quieres follar?
———
La velocidad con la entró a mi habitación fue apasionante. Adam
me lanzó a la cama sin decir palabra alguna. Estaba tan excitado,
y no solo lo había notado por su respiración trabajosa, sino por el
bulto que estaban escondiendo su pantalón gris de algodón. Me
quedé tendida, en la cama, esperando a que se sacará la playera
gris que combinaban con sus pantalones. No tardó en subirse
arriba mío, apoyándose sobre sus manos que estaban a cada
costado de mi cabeza. Que hermoso rostro tenía Adam. Cabello

LURU
LURU

oscuro despeinado, ojos penetrantes y hoyuelos se formaban


cada vez que sonreía. Cómo ahora.
—¿Así que somos unos Follamigos? —me preguntó él con vos
profunda y juguetona.
—No hay por qué ponerle título a lo que haremos—tomé su
cuello entre mis manos y lo atraje a mí para besarlo.
Adam no puso resistencia alguna. Su miembro apretaba sin
pudor alguno contra mi sexo y eso me prendió mucho. Solía
dormir siempre en ropa interior, me resultaba cómodo rosar mí
piel contra las sábanas. Y agradecí estar con un conjunto cómodo
de Victoria’s Secret de color turquesa que había elegido por pura
coincidencia. Cuando me acostaba con alguien planificaba lo que
llevaría puesto, pero aquello me tomó desprevenida. Los
impulsos siempre eran más excitantes que la planificación.
Adam enterró su rostro en mi cuello, al cual no dejaba de
mordisquear, besar mientras hacía movimientos con sus caderas.
Rozándonos, provocándome una horrible tortura.
Mi cuerpo estaba listo para que estuviera dentro, pero él seguía
refregándose contra mí y apretando mis pechos con devoción.
Cerré los ojos, al sentir como con sus dedos curiosos liberaban
uno de mis pechos y se los metía a la boca. El contacto de su
lengua me estremeció. Con su mano libre comenzó acariciar mis
partes íntimas por encima de la tela.
—Ay mi Dios—musité, extasiada.
Adam sonrió contra mi pecho y continúo jugando con él.
—Por favor, fóllame—le susurré, con un hilo de voz.
—Será un placer.
Metió su mano en el bolsillo de su pantalón. No tardó en
escabullir sus dedos sobre mi sexo y empezar a penetrarme

LURU
LURU

primero con sus dedos y luego con su miembro viril. Adam


comenzó a penetrarme mientras buscaba mis labios paga
besarme, pero yo lo esquivaba como podía, ya que no quería ser
besada aún. Sólo quería follar.
Cada embestida me tenía más cerca del orgasmo y lo único en
que pensaba era qué bien se sentía concentrarse en eso y no en
mí corazón roto por culpa de Max.
Max.
Reprimí cualquier pensamiento que me llevara a pensar que él
me estaba follando y no Adam. Aunque debía admitir que aquel
chico tenía lo suyo. Era fuerte, musculoso y sus movimientos
eran tan esquicitos que me encandilaban. Dios mío, que bien
follaba.
Adam y Ada.
Max y Ada.
No sabía qué sonaba mejor.
A la mañana siguiente me desperté sin necesidad de
despertador. Adam continuaba en mi cama, durmiendo boca
abajo y con la cara pegada a la almohada. Tuve la tentación de
acariciarle el cabello, pero reprimí ese deseo por miedo a
despertarlo. La luz del sol ingresaba por la ventaba, aunque
continuara nevando y los árboles se tiñeran de blanco. Miré el
reloj de mi celular y eran las nueve y media de la mañana. Para
mí, al estar de vacaciones, era temprano. Me senté y pegué mi
espalda contra el respaldo de la cama, tapando mi pecho
desnudo con las sábanas blancas.
Miré a Adam dormir, aun sintiendo mis ojos pesados. Le toqué el
hombro y al ver que aún seguía durmiendo, me acosté encima de
su espalda. Lo sentí removerse debajo mío.

LURU
LURU

—Dime que lo que siento en mi espalda son tus pechos contra mí


y que no es un sueño —balbuceó, con los ojos aún cerrados y
apenas separando los labios.
Acerqué mis labios a su oreja.
—No es un sueño —le aseguré en un susurro, sin poder evitar
embozar una sonrisa pícara.
Se dio vuelta rápidamente sin bajarme y me quedé encima de su
pecho. No sé si era la única que lo notaba, pero me fascinaba la
voz ronca que tenían los hombres apenas se despertaban. Era
como algo irresistible para mí.
—¿Qué hice para merecer semejante mujer en una misma
cama? —me sonrió y me dio un beso fugaz en la punta de la
nariz.
—Aprobar los exámenes del cuatrimestre —le recordé, con mi
mentón apoyada contra mis manos sobre su pecho—. Perdón,
ambos aprobamos.
—¿Quieres festejar con sexo duro?
—No veo por qué no.
…..
—Invitamos a muchas personas para esta noche, pero nos faltó
alguien en particular —nos comentó la señora Coleman,
mientras desayunábamos animadamente en uno enorme
comedor de la casa.
—Varios invertirán en la universidad privada a la que asisten
ambos y es por eso la insistencia de que todo salga perfecto —
agregó su esposo, quien estaba sentado en la punta de la mesa.
—¿Y quién faltó en invitar, mamá? —le preguntó Adam.
—A Maximiliano Voelklein.

LURU
LURU

Mi respiración se detuvo.
¿Había oído bien? Adam y yo intercambiamos miradas,
preocupados.
—La familia Voelklein siempre ha invertido en educación y al ver
que el señor Walter Voelklein se encuentra en Argentina, hemos
decidido invitar a su hijo.
Se me cortó el hambre, dejando los cubiertos sobre la mesa y sin
poder dar crédito de lo que había oído. Si tanto los dioses
querían alejarnos ¿por qué estábamos predestinados a
encontrarnos?
La mano de Adam tomó la mía por encima de mi regazo y le dio
un ligero apretón.
—He perdido el contacto de Maximiliano y me han comentado
que tú lo conoces, Ada —la señora Coleman se dirigió a mí y yo
levanté la vista rápidamente —¿Tú tienes su número de celular?
No quiero molestar a la señora Voelklein con aquella pregunta,
debe estar ocupada —se echó a reír.
Follando con su Sugar, seguramente, pensé. Creí que sería una
fiesta distinta, una despreocupada, pero al saber que la
presencia de Max estaría aquella noche, comenzaba a ponerme
nerviosa. No sabía cuándo se me presentaría la oportunidad de
verlo de nuevo. Jamás que creí que se tratara de aquella noche.
Tan sólo pensar en qué Max asistiría me dejaba con la
boquiabierta. Me daba cosa negarme a la petición de la señora
Coleman, quién era una de las cabezas importantes de la
universidad.
—Si, tengo su número de celular—le respondí, con una sonrisa
tensa.

LURU
LURU

—Oh, maravilloso. Él estaba al tanto de la fiesta, pero seguro


esperara una confirmación. Ojalá puedas convencerlo de venir.
—Si, no se preocupe. Me ocuparé de avisarle y que asista, señora
Coleman.
—Llámame Magda—me corrigió, tras darme un guiño de ojo.
Encerrarme en uno de los baños para desbloquear a Max,
apoyada contra la puerta con el móvil en mí oreja y con mí otra
mano libre apoyada sobre mi frente, no era parte del plan. Cerré
los ojos, deseando que no respondiera.
—Ada Gray, que hermoso es oír tu voz.
Abrí los ojos como platos al escuchar su voz. Una voz que creí
que jamás volvería a oír.
—¿Rose? ¿Qué haces con el móvil de Max? —puse toda mi
voluntad para que mi voz no flaqueara.
—Lo encontré en un bar, bebimos un par de copas y ya sabes
cómo terminan esas cosas—se echó a reír—. Pero, no te
preocupes, lo he cuidado.
Mis labios formaron un puchero que me negué tener. Se me
había secado la boca. No merecía enterarme qué él estaba
rehaciendo su vida rápido. No así. No con ella.
—Veo que han follado—mencioné, fingiendo desinterés y
sintiéndome descompuesta.
—¿Qué?¡No! —soltó rápidamente—La idea era eso cuando
llegamos a su apartamento, pero el niño estuvo toda la noche
borracho, llorando por ti, gritando tu nombre y lo único que me
decía era cuánto te amaba ¿Sabes lo frustrante que es tratar de
hacerle chocolate caliente a un hombre de treinta y cinco años?
Hacerle cinco más y que no se duerma. Dios, tu hombre es
frustrante.

LURU
LURU

¿Eh? No sabía si confiar en Rose con lo que acababa de soltarme.


Pero estaba segura de que, si algo hubiera pasado entre Max y
ella, me lo hubiera refregado en la cara sin pensarlo dos veces.
—Ada, él te ama.
—No lo sé—conseguí decir, con la voz rota y al borde de las
lágrimas.
—Lo vi mal, destrozado y jamás vi llorar tanto a un hombre por
una mujer. Y eso que he visto llorar a mi padre cuando tu madre
lo dejó—reprochó.
—¿Por qué me estás contando todo esto, Rose?
—Porque si no puedo ser feliz contigo, quiero procurar tu
felicidad con otra persona.
Escuchar aquello de Rose me dejó petrificada.
—¿Qué le hiciste a la Rose que conozco?
—Maduró, supongo…—respondió, con una risilla—. Despertaré a
Max para pasarte con él.
—No no—me apresuré a decir—. Dile esta información por
favor, por parte de la familia Coleman.
Que Rose tuviera ese gesto tan memorable y tan bonito de tu
parte me hacía pensar que ella, quizás, había cambiado de
opinión a cómo debía tratarme y había logrado madurar como
me lo había demostrado en aquella conversación por teléfono.
Mi mente estaba imaginando cómo se encontraba Max la noche
anterior y oír que estaba destrozado no me trae alivio cómo
pensé que lo haría sino más bien preocupación. Él no lloraba, era
frío, y no solía demostrar sus sentimientos a la primera, Pero
quizás el alcohol ayuda a sacar esas emociones que tenía ocultas
y así desahogarse. Cosa que no había hecho conmigo durante
aquellos largos meses.

LURU
LURU

Pensar que Max estaría en aquella fiesta me ponía de buen


humor y ansiaba con comprar un hermoso vestido para destacar.
No sabía por dónde empezar, ya que verlo luego de tres largos e
interminables meses, me tenía emocionada.
Cualquier expectativa era bienvenida.

LURU
LURU

Capítulo 30
Fue extraño ingresar al local de ropa del centro comercial y que
sonara la canción de Becky G “Mayores”.
Me sentí extraña, aunque ya la había oído y la declaraba una de
mis favoritas. Aunque Max y yo nos llevábamos más de diez
años, no lo consideraba como una persona bastante grande para
mí. Sólo que salía del rango de edad con los que solía estar. Yo y
mi maldita costumbre de acordarme de él o intentar relacionarlo
con cualquier canción que escuchara. Que conste que me estaba
torturándome a mí misma.
Mientras buscaba algún vestido colgado que me llamara la
atención para la fiesta de aquella noche, miré por alguna extraña
razón hacia mi derecha y vi a la persona que menos esperaba
encontrarme.
—¿Miranda?
Apenas pregunté, ella me miró un segundo con rostro serio hasta
que sus ojos se volvieron tan grandes como platos. Estaba
mirando vestidos al igual que yo, pero en las mesas de
liquidaciones.
—Carajo —la escuché mascullar y empezó a escabullirse entre
otras clientas.
Oh no, esta vez no se me iba a escapar.
Mientras pedía permiso para poder alcanzarla, vi que pretendía
meterse en los probadores, pero la casé justo del brazo antes de
que lo hiciera.
—Oh tía. Que agradable sorpresa —me dijo, con voz falsa y
fastidiada por mi presencia.

LURU
LURU

Todavía recordaba cómo me había echado a patadas de su casa


sólo por pedirle que me enamorara de un demonio. Yo también
hubiera reaccionado así ante esa GRANDE petición.
Ella se zafó de mi agarre y me miró, con los brazos
cruzados. Odiándome, claramente.
—Tenías razón —fue lo primero que le dije —. Max resultó ser el
hijo de Hades.
—¡¿Qué?! —se escandalizó, pestañeando más de lo normal.
—Si te invito un café ¿lo aceptarías?
Se quedó pensando un rato largo, hasta que lanzó un largo
suspiro de rendición.
—No sin antes elegir un vestido —me respondió, aflojando los
brazos —. He viajado a Chicago porque la familia de mi mejor
amiga tiene una fiesta navideña importante en un barrio privado
y cómo ya sabes, estamos más solas que un perro y no tenemos
con quién pasarla. Así que acepté hacerlo y pasaré la navidad y
año nuevo en la ciudad—me explicó, sin ánimos en su voz.
—¿La familia que hará la fiesta es la familia Coleman?
—Sí —frunció el entrecejo —¿Los conoces?
Wow.
—¡Sí! Pasaré navidad con ellos porque son la familia de Adam, mi
amigo.
—Sabes que esto no es una coincidencia ¿no? —me aclaró, seria
—. Veo que nuestras madres nos quieren juntas y que al menos,
no pasemos las fiestas solas. No tengo dudas ni sospechas.
Pasé mi brazo por el suyo y la miré.
—¿Por qué negarnos al pedido de las diosas, entonces? —le
sonreí, contenta.

LURU
LURU

El vestido que elegí me encantó, me pareció elegante y acorde a


la ocasión. Era un vestido de dos colores, negro y rojo. De manga
larga con los hombros descubiertos y negro, con detalle de
encaje en la bastilla. La parte de abajo era de color rojo hasta
más debajo de la mitad de los muslos y una bonita tela de encaje
como decoración en los bolados de la falda. También compré
unas medias largas y transparentes. Tenía unos zapatos que
hacían juego y que había traído en el viaje.
Gracias a Dios, tenía suficiente dinero como para poder costearlo
y que mi antiguo Sugar se había encargado de depositar. Gracias
Max, pero no era decisión tuya si tomaba un empleo de invierno
o no. Me gustaba el dinero fácil, eso no lo discutía, pero más me
gustaba ganarlo por mi propia cuenta.
—Así que Max resultó ser el hijo de Hades —fue lo primero que
me dijo Miranda apenas nos sentamos en la mesa de
un Starbucks con vista al pasillo del centro comercial.
Pedimos un café con tostadas rellenas de jamón y queso, el cual
comenzaba a derretirse en nuestros platos.
—Sí —confirmé, mirando y pasando mi dedo pulgar sobre mi
nombre en el vaso descartable.
—¿Y continuar enamorada de él o esa noticia te asqueó tanto
que decidiste alejarte cuanto antes? —me preguntó, curiosa—.
Dime por favor que es la última opción.
Mi silencio fue la respuesta que ella necesitaba cómo para que
hundiera su rostro entre sus manos y lanzara un gruñido.
—¡Ada supéralo, está prohibido que te enamores de alguien que
pertenece al MALDITO INFRAMUNDO!
—¡Lo sé! —exclamé, intentando bajar la voz para no llamar la
atención de nuestro entorno.

LURU
LURU

—Por favor, olvídate de Max, tengo un mal presentimiento y no


he parado de pensar en la taza y su contenido negro desde la
otra vez que viniste a mi casa —insistió.
—Es fácil pedírmelo, pero más complicado es cumplir lo que me
dices, Miranda —le dije, tratando de calmarla con todo aquel
rollo —. Max, de todas formas, se ha enamorado de mí. Él me lo
confesó.
—Ada, te amo y quiero pasar el resto de mi vida contigo.
—¿Eh?
—¿Ves lo fácil que es decirlo? —soltó, con tostado en su boca—.
Puedes escuchar y leer las palabras, pero es muy difícil saber si
es lo que realmente siente.
—No me está gustando el camino que está tomando esta
conversación, Miranda.
—Y a mí no me gustaría verte sufrir, tía Ada —relajó el gesto y
me miró, apenada —. Deja de ser tan confiada y por favor, se
más precavida.
La miré, algo triste. Sabía que podía llegar a tener razón,
pero...estaba muy aferrada a Max y aquellos tres meses me
habían golpeado tanto que no pensé jamás necesitar tanto a
alguien.
Y mi único propósito en aquella fiesta era demostrarle lo que se
había perdido. Si es que asistía.
Mientras continuábamos charlando con Miranda, me llegó una
video llamada a mi celular de Adam.
—Discúlpame un momento —la interrumpí a ella.
Atendí, aún sentada en mi lugar. El rostro de Adam apareció en
mi pantalla.

LURU
LURU

—¡Hola, Adam! —lo saludé, con una sonrisa—. Estoy aquí con
una amiga, me la he encontrado aquí, en el centro comercial—
desvié la cámara hacia Miranda para mostrársela, quién primero
sonrió con timidez, pero luego se acercó más a la pantalla con los
ojos como platos.
—¡Dios mío, que guapo eres! —exclamó mudamente, cuando
yo volvía la cámara hacia mi rostro.
—¡Hola chicas! —saludó Adam, agitando su mano —Ada, tengo
dudas sobre lo que me pondré esta noche ¿crees que se me verá
bien en esmoquin con una pajarita roja? Quiero que se entienda
bien la temática navideña —se echó a reír.
—¡Por supuesto que sí! Un moño rojo se te vería fantástico y
seguro a tus padres les gustara. Buena elección. Yo también opté
por detalles rojos en mi vestido.
—Él se vería mejor en mi cama —murmuró Miranda, bebiendo
un sorbo de café y hundiéndose en su asiento con los ojos
desviados hacia un costado.
—Mi amiga me pregunta por aquí si estás soltero —le pregunté a
Adam, sin miedo a que Miranda me matara por ello.
—¿Qué? ¿Una amiga tuya está interesada en mí? —preguntó
Adam, avergonzado y con voz nerviosa. Desde la pantalla del
móvil se veía que estaba ruborizado.
Le di el celular a Miranda, quién lo tomó con perplejidad y con
las manos temblorosas.
—Hola —lo saludó miranda, acomodando disimuladamente su
cabello con su mano libre y con una sonrisa nerviosa.
—Hola... ¿te gustaría ir por un café algún día? —le preguntó
Adam sin rodeo alguno y con voz exageradamente seductora y
profunda.

LURU
LURU

—¡Sí! —se aclaró la garganta y puso la voz más seria en vez de su


pitido que la definía —. Digo, sí. No veo por qué no ¿Quieres mi
número?
Luego de escucharlos despedirse, Miranda me devolvió mi
celular y parecía demasiado contenta. Eso resultó contagioso, ya
que no podía parar de sonreír por verla así.
—Dios mío, estoy fascinada con su sonrisa. Es muy guapo —me
dijo Miranda, fascinada.
—Esta noche lo veras en la fiesta —le conté, apoyando
mi mentón en la palma de mi mano.
—¿Ustedes dos tuvieron algo? —me
preguntó, mirándome pensativa —Siento una gran conexión
entre ustedes dos, pero...más él que tú.
Tragué saliva.
—Hemos follado unas tres veces —le conté, avergonzada —.
Pero ha sido algo pasajero.
—No pretendo ofenderte con lo que te diré, Ada, pero...Adam
busca algo más que sólo un Follamigo.
—No, imposible —le aclaré rápidamente y me incliné sobre la
mesa —. Somos amigos y hemos tenidos encuentros, nada más.
Él lo sabe.
—No te asustes, él no está enamorado de ti, pero sí se siente
muy atraído. Es justificable ¿quién podría competir con la hija de
la mismísima Afrodita?
—Si tú estás interesada en Adam, me haré a un lado sin dudarlo
—le dije, con la intención de tranquilizarla.
Me miró, pensativa.
—¿De verdad?

LURU
LURU

—Sin lugar a duda.


—Bueno, eso me pone contenta y me alegra saber que quizás, la
hija de Cupido se anime a enamorarse de una vez por todas —
sonrió para sus adentros —. Pero por favor, deja de pensar en
tener un trio con Max y él.
Por poco escupo el café apenas la oí. Ay por Dios.
—¿Qué? —un calor inmanente subió a mi rostro —¿Cómo sabes
eso? Yo...
—Puedo sentir desde aquí tus deseos más ocultos —me sonrió,
maliciosa —. Sé que anoche has soñado cómo sería tener un trio
con Max y Adam, pero no sé el contenido del mismo. Tampoco
me interesa saberlo.
Por el amor de Dios, estaba completamente ruborizada.
—Recuérdame no volver a hablar contigo, Miranda.
—Eres una loquilla, Ada Gray. Igual que tu madre.
Regresé en taxi a la casa de Adam alrededor de las doce
del mediodía. En todo el viaje pensé la charla con Miranda, la
conversación por celular con Rose, mi no relación con Adam y la
imagen de Max llorando por mí en la cabeza.
Quise aferrarme a la idea de que Max se había arrepentido, que
había analizado la situación y que por fin dejaría de ser tan
cobarde como para estar conmigo. Me resultaba tentador estar
enamorada del mismísimo hijo de Hades.
Quizás por eso me había sentido tan atraída a la primera, porque
amarlo para mí era un desafío y una barrera que quería romper.
Si Hades y Perséfone habían logrado estar juntos... (no quiero
justificar el maldito rapto), quizás nosotros seríamos la pareja
después de ellos.
Tan sólo pensarlo me prendía fuego.

LURU
LURU

Y sí, mi mente me jugó una mala pasada y terminé teniendo un


sueño bastante picante. Cosa que no quería recordar porque
cada vez que lo hacía me ruborizaba y sentía un leve cosquilleo
en mis partes íntimas. Dios mío, basta Ada.
Las nueve de la noche finalmente llegó, y con ese horario se le
dio comienzo a la fiesta de la familia Coleman. Desde la planta
alta podía oírse el vibrar de las canciones a medida que se
reproducían. Un vibrar que atravesaba mi pecho.
Con mi vestido puesto, unos zapatos de infierno y un escote
pronunciado, me puse el segundo arete en mi oreja derecha.
Estaba lista, aunque, a último momento, elegí ponerme un labial
rojo fuego.
Mis pestañas largas hacían más grande mis ojos grises.
—Listo —finalicé, dedicándole una sonrisa a mi reflejo.
—Idéntica a tu madre.
Pegué un grito de muerte al cual callé colocándome las manos
sobre la boca cuando vi la presencia de Rose detrás de mí
a través del reflejo del espejo.
—¿Qué haces aquí?¡¿Cómo entraste?! —grité,
aterrada, echándole una mirada fugaz hacia la puerta y cualquier
abertura en la que pudiera ingresar con facilidad.
Rose tenía un vestido blanco hasta los pies, corte en V a la altura
del escote y que le hacia una notable figura. Se sentó sobre la
cama, cruzándose de piernas y apoyando sus manos sobre el
colchón. El pánico me invadió.
—¿Sentiste alguna vez la presión horrible de guardan un secreto
y no poder contárselo a nadie, Ada? —me preguntó, con un
movimiento de cabeza, con gesto incrédulo.

LURU
LURU

—Rose, no te lo volveré a preguntar ¿cómo entraste? —me


faltaba el aire.
¿Dónde estaba mi celular para mandarle un pitido de alerta a
Adam? Dios mío. Cálmate Ada, intranquila no puedes pensar.
Dios, mi maldito móvil.
—¿Y cómo tú puedes desatar la tristeza de Afrodita si llegas a
pronuncias palabra alguna de aquel secreto? —continuó
diciendo, ignorándome.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué sabes de ella? —la voz se me
quebró.
—No nos han presentado como me hubiese gustado y también
me detesto a mí misma por caer ante la belleza de la hija de
Afrodita —sonrió sin mostrar los dientes.
—¿Qué?
Rose se puso de pie y retrocedí como reflejo.
—Un gusto Ada Gray, soy la hija de Atenea.

LURU
LURU

Capítulo 31
En la mitología griega, Atenea era una diosa guerrera, se lo
conferían los dones de la estrategia, ciencias y la
habilidad. Nacida de Zeus, las historias sobre su nacimiento
señalan que surgió de la cabeza de este, ya adulta y
completamente armada. La historia principal cuenta que Zeus se
tragó a su madre y luego Hefesto abriría su cabeza de la cual
brotó Atenea.
Atenea es una de las deidades más respetadas y adoradas de la
antigua Grecia ya que representaba las causas justas y la
sabiduría. Todo lo contrario, a su hermano Ares, quien
representaba la violencia y la barbarie. Jamás se casó o tuvo
amoríos en ninguna ocasión, manteniendo así una virginidad
perpetua.
Esta condición le confirió un papel importante de ser la
encargada de hacer cumplir la modestia sexual.
Por lo que yo sabía, hubo un conflicto entre Atenea y mi madre
que desconocía pero que, sabía que existía. Múltiples motivos
pasaron por mi cabeza y porque Rose se presentaba como tal.
—Es imposible, Atenea nunca tuvo hijos ¿quién eres? —Le
pregunté, tratando de atar hipótesis.
—Mi madre me oculta para tener su reputación intacta,
supongo. Pero eso no significa que haya dejado de darme cariño
en varias oportunidades —me dijo, con cierta tranquilidad que
me inquietó.
—¡¿Atenea estuvo con tu padre?
—¡Mi padre era todo un galán cuando era joven! —Se defendió,
al instante — Es por eso que sentí celos cuando mi madre se

LURU
LURU

marchó, me dejó a su cargo y luego llegó tu madre. Ya sabes la


historia completa. Estaba celosa de ti.
Estaba viendo a otra Rose, más tranquila, más calma y no su lado
insoportable y acosador. Tragué con fuerza al ver a una mujer
diferente ante mis ojos.
—Siento mucho que mi madre me haya dejado al cargo de tu
padre Bob —lamenté.
Realmente lo lamentaba.
—Como mensajera, vengo advertirte que el cumplimiento de
una profecía está cerca, Ada Gray y eso te involucra.
La miré, perpleja.
—¿Qué profecía?
—Si no quieres que se cumpla, aléjate de Max o tu madre será
tragada por la tristeza. La luz de Afrodita se apagará. Es lo único
que puedo decirte, tu padre biológico no tardará en decirte la
verdad.
Me quedé helada. No sabía si confiar o no en ella. La insistencia
de los dioses por alejarme de Max se hacía más potente y tenía
demasiado miedo porque, aunque mis sentimientos estuvieran
en juego.
—¿Por qué la tristeza de Afrodita aparecerá? —insistí.
—Porque tu muerte está cerca.
—¡¿Qué?!—grité, sin poder dar crédito a lo que acababa de
escuchar.
No pude evitar soltar una risa nerviosa que poco a poco se fue
apagando al ver qué Rose no tenía ni una pizca de gracia en su
rostro.

LURU
LURU

—Mi madre no me quiere demasiado como para morirse de


tristeza si me sucede algo—le respondí, con el dedo acusador
levantado hacía—¡Ella presenció mi casi suicidio y no hizo
nada!¡Ella presenció el acoso laboral que sufría por parte de
Walter y no hizo nada! —comencé a llorar—¿En serio crees que
morirá de tristeza si me sucede algo? —me eché a reír entre
lágrimas—. Mi psicólogo me matara por decir esto, pero, tengo
una gran dependencia emocional por Max porque él me ayudó a
salir del fondo depresivo en el que me encontraba y me amo
cuando más lo necesitaba ¡Mi madre no estuvo y nunca estará!
Fue imposible no apoyar la espalda contra la pared y cubrir mi
rostro con las palmas de mis manos mientras los sollozos me
consumían. Últimamente el llanto era habitual en mi vida y no
quería que eso pasara. No quería que estar así. No quería volver
a ese posó del que no creí que saldría.
Dios, no sabía procesar lo que Rose me estaba soltando en la
cara en plena noche buena.
—La que se murió de tristeza durando veinte años fui yo—
murmuré, más para mí que para ella—. Y si me voy a morir como
tanto está planificado si sigo con Max, lo haré. Pero moriré
sintiéndome amada. Lo haré feliz.
—Buena suerte entonces con eso, Ada—aceptó, sin más—. Que
conste que fuiste avisada nuevamente.
Cuando caminé tomando mi bolso hacía la puerta. Me detuve en
seco y la miré, con una pregunta golpeándome con brusquedad
—Si está prohibido relacionarse con los dioses del inframundo
por pertenecer al Olimpo ¿por qué demonios te acostaste con
Max?
Rose se ruborizó.

LURU
LURU

—La de la venganza de Némesis eres tú, no yo—respondió,


levantando una de sus manos para observar sus uñas.
Ya me estaba mareando. Me miró y puso los ojos en blanco.
—Encuentra a tu padre biológico, él te contara la verdad—soltó,
al ver mi estado confuso.
Llegó la hora de bajar y eso implicaba que estuviera presentable
y no con todo el maldito maquillaje corrido. Estaba tan
acostumbrada a las presencias divinas que no me sorprendió que
Rose fuera una. Lo increíble fue no sospechar de ella en ningún
momento de mi vida. No sabía que tenía frente a mis ojos a la
hija de Atenea. Se había mostrado tan distinta, tan… ¿tonta?
Bueno, yo tampoco era muy inteligente que digamos.
Salí de la habitación, con mí mano sosteniendo aún el picaporte y
con la mirada en algún punto en el pasillo, sin ánimos de nada y
como si me hubiese quedado tildada. Creo que entendía por qué
Max no quería tenerme a su lado.
¿Él sabía que moriría si eso llegaba a suceder? ¿Debía obedecer a
mi madre? ¿Salvarla? Estaba tan cegada por el amor que le tenía
a Max que no sabía qué hacer. Estaba enojada, furiosa.
—¿Ada?
La voz de Adam me sacó de mis pensamientos y levanté la vista
rápidamente. Él ya estaba perfectamente vestido con un lujoso
esmoquin y muy guapo con su cabello negro peinado hacia atrás
con gel.
—Dime que tu amiga vendrá—me dijo, algo nervioso—. Me he
afeitado las pelotas.
No pude decir absolutamente nada sin evitar romper en risa.

LURU
LURU

—¿Qué hiciste qué? —pregunté, entre risas—Veo que realmente


Miranda te ha impresionado como para que te peines y te afeites
las pelotas. Dios mío, Adam—me cubrí la boca al reír.
No estaba disimulando por más que el vacío en mí pecho parecía
crecer.
—¿Tú viste los ojos que tiene esa chica? Son tan bonitos.
—¿Estás realmente interesado en ella? —me abracé a su brazo y
empezábamos a caminar en dirección a las escaleras.
—Sí, es muy bonita y parece ser una agradable chica ¿crees que
esté interesada en mí?
—Sin duda, bello Adam—lo tranquilicé—. Aunque, ella pude
presentir que algo ocurrió entre los dos.
Se detuvo en seco y me miró.
—¿Qué? —frunció el entrecejo y me dio una media sonrisa—. Tú
y yo solo follamos, Ada.
Sentí como una gran mochila salía de mí espalda cuando lo
escuché decir eso.
—Tú amas a otro hombre. Sería un imbécil si me pongo a
esperarte—se aclaró la garganta—. Quiero decir, yo sé que, si me
enamoro de ti, perderé. Así que antes de salir lastimado, prefiero
retirarme como un caballero y ser tu fiel amigo.
Fue imposible no tomarlo de sorpresa con un abrazo tan fuerte
que él tardó en corresponder. No tardé en sentir sus manos
contra mi espalda y su rostro hundiéndose en mi cuello.
—Te quiero mucho—le susurré, casi sin voz.
Fue extraño ver desde lo más alto de las escaleras un precioso
árbol navideño en el centro del salón, que titilaba con sus luces

LURU
LURU

coloridas y las bolitas de diversos colores, con una majestuosa y


carísima estrella en la punta del árbol.
Por poco tocaba la araña de techo que estaba formadas por
lágrimas de cristal y daba una preciosa luz. Alrededor del árbol
había personas con copas en sus manos, charlando de manera
animada. Había tanta decoración navideña que era imposible no
entusiasmarse por el entorno en el que me encontraba. Por tan
sólo un minuto, tan sólo un instante, me olvidé de todos los
problemas.
Los Coleman habían puesto una alfombra roja en la escalera de
madera oscura barnizada y con ella bajé con mi brazo rodeando
al de Adam, quién me sostenía con fuerza por si los zapatos me
jugaban una mala pasada y me hacían caer. Creando el papelón
del año.
Entonces lo vi y mi cuerpo me frenó en el penúltimo escalón de
las escaleras.
Estaba charlando con los padres de Adam. Dios, que enorme era.
Tenía un traje negro ajustado al cuerpo, haciendo de él un
hombre fuerte, eminente y serio.
Gesto endurecido, charlaba seriamente, con una copa en su
mano y con la otra deslizada en el bolsillo delantero de su
pantalón. Al hablar movía la copa y cada tanto, por algún
comentario de los señores, mostraba una sonrisa que se
deslizaba hacía un costado fugazmente.
Su cabello anaranjado estaba perfectamente cortado y las luces
se lo aclaraban más. Al igual que su barba de tres días. Se la
había dejado crecer y me encantaba como le quedaba. Una
escena del pasado regresó a mí, cuando mis dedos se enredaban
en sus cabellos mientras él hundía su rostro en sexo.

LURU
LURU

Un escalofrío me recorrió el cuerpo, de esos que te dejan una


sensación entre extraña y excitante.
Si los dioses no nos querían juntos ¿Por qué mis ojos sobre él
causaron un encuentro accidental con los suyos? Ignoró,
callándose de repente en medio de la charla. Me miró, con los
ojos bien abiertos y los labios entreabiertos. Los Coleman
observando su distracción y buscaron aquello que sus ojos
miraron, hasta que vieron que Max, mi bello Max, me estaba
observando a mí.
El entorno en el que estaba se había vuelto borroso porque para
mí, se había detenido el tiempo y sólo mis ojos lo enfocaban a él.
(Max)
Verla a la distancia me provocó emociones que quizás, no estaba
acostumbrado cuando veía a otras mujeres. Otra vez, Ada Gray
me demostraba que era única e inigualable. Tenía esa
autenticidad tan majestuosa que brillaba por si sola en una fiesta
de caridad universitaria a la que estaba acostumbrado a asistir.
Verla allí, parada en las escaleras, mirándome como si eso le
rompiera el corazón, me hizo trisas. Que hermoso le quedaba el
cabello suelto y largo por detrás de los hombros. Dios, como le
había crecido el cabello. Seguro así sería más fácil de agarrarlo y
enredándolo en mi mano si tuviéramos sexo otra vez.
—Oh, veo que ha encontrado a la distancia a su amiga—me dijo
la señora Beatriz Coleman, con voz muy agradable.
—Es una chica preciosa—agregó el señor Rick Coleman.
No la miré, simplemente asentí con mis ojos puestos en la
belleza de Ada Gray. Ese vestido la favorecía tanto que sentí una
oleada de calor recorrer mi entrepierna. Mierda. Cálmate Max.

LURU
LURU

Cálmate, maldita sea. La acompañaba Adam. Mierda ¿por qué


sujetaba el brazo de mi chica? Quería matarlo.
Aparté por un momento la mirada y cuando volví a mirar en
dirección hacia las escaleras, ya no estaba. Mi desesperación me
ganó.
—En un momento los acompaño—me disculpé y agradecí que
ellos supieran entender—. Debo ir a saludarla.
—Pero no mucho eh—se echó a reír la señora Coleman,
observando de forma cómplice a su marido—. Mi hijo Adam está
muy interesada en ella, señor Voelklein.
Sentí un mal sabor en la boca que quise tapar con whisky y no
que el champagne que tenía en mi mano. Mierda.
—¿Disculpe? —le pregunté, deseando que me diera una
explicación muy pero muy amplia sobre lo que acababa de soltar.
—Hoy a la mañana la joven que se dedica a la limpieza de la casa
los ha visto salir juntos de la habitación de invitados en las que
reposaba Ada—respondió ella, cubriéndose los labios con sus
dedos para evadir una risilla—. Mi hijo heredó claramente los
encantos de su padre.
Tuve que hacer un gran esfuerzo como para sonreír con
tranquilidad y fingir que me causaba gracia al escuchar “la
travesura de jóvenes universitarios”. No dije nada, asentí con
una sonrisa que rogué que se viera genuina y volví a pedir
disculpas por ir a buscarla a ella.
A la hija de Afrodita que le gustaba follar con el resto del mundo
mientras el mío se caía a pedazos.
Ada Gray era así; solucionaba sus problemas y se desquitaba
conmigo follándose a otros hombres. Lo había hecho con su
vecino, lo había hecho con su amigo y a mí me tocaba pagar el

LURU
LURU

precio de lo que significaba el dolor de una traición. Aunque no


fuéramos nada, era imposible no sentir que ella era mía.
No como un objeto, sino en cuerpo y alma.
(Ada)
Estaba buscando en la mesa de aperitivos algo qué probar y no
había tardado en tomar una copa de la bandeja de un mesero
que pasaba por allí. Adam se despidió con brevedad de mí de
manera inmediata en cuanto vio ingresar a Miranda por la puerta
gigantesca de la entrada. Me encantaba el vestido que había
elegido, uno color azul oscuro ajustado al cuerpo sin escote y la
tela le llegaba hasta el cuello. “Voy a recibirla, ya regreso” me
dijo, acomodándose la pajarita y depositándome un beso en la
sien antes de marcharse como todo un caballero. Cuando estaba
a punto de llevarme el aperitivo a la boca, hubo una voz que
provocó que detuviera mi acción:
—Feliz noche buena, señorita Gray.
Me di la vuelta y allí estaba Max, mirándome sin expresión en su
rostro y acomodándose la manga del traje. Si estaba nerviosa
mirándolo desde lejos, ahora me encontraba el triple. Levanté la
barbilla y asentí por única vez, manteniendo su misma postura
distante.
—Feliz noche buena, señor Voelklein—le respondí, manteniendo
la calma y fingiendo que no me afectaba.
Pasó al lado mío, prácticamente rodeándome y tomó un
aperitivo con la punta de sus dedos. Me miró, llevándoselo a la
boca y me estremecí cuando se chupo los dedos, clavándome los
ojos. Me removí, incómoda.
—Es muy sorpresivo para mí volverla a ver—me dice, al
tragárselo e ingiriendo un poco del contenido de su copa.

LURU
LURU

Era imposible no bajar la vista a sus labios sin recordar los


millones de veces que nos habíamos besado.
—Los señores Coleman me pidieron si podía avisarte lo de la
fiesta de esta noche.
—Me hubiese gustado que avisarán con una semana de
anticipación, no hoy mismo—soltó, molesto—. No me gustan las
fiestas así, rodeadas de idiotas millonarios que lo único que
hacen es refregarte en el rostro cuánto dinero tienen en el
banco.
—Vienes de una familia con mucho dinero ¿cómo puedes decir
eso?
—Porque provengo de una de ellas, sé cómo es la cosa ¿no
crees? —inquirió, observando a la cantidad de personas que
habían asistido a la fiesta—. Mi padre está en Argentina y mi
madre demasiado ocupada con su Sugar en Miami cómo para
asistir a este tipo de fiestas benéficas.
—¿Fuiste adoptado en algún momento?
Me miró, con el entrecejo fruncido.
—¿Por qué me pregunta eso? —frialdad en su voz, eso era lo
único que tenía escuchar luego de unos largos tres meses.
—Necesito saberlo.
—No voy a responder a eso.
—Rose es hija de Atenea ¿lo sabías?
—Bueno, veo que estamos jugando al preguntas y respuestas—
río, mordaz—. Sí, lo sabía.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —su respuesta me indignó.
—¿Yo qué demonios iba a saber que tú eras la hija de Afrodita?
—carraspeó, en voz baja.

LURU
LURU

Me quedé en silencio, en mi mundo. Tantas preguntas y pocas


respuestas, eso era lo que me tocaba por revolcarme con el
maldito hijo de Hades.
Una canción lenta provocó que cada quien buscará a una pareja
para empezar a bailar. Aquello fue tan incómodo tanto para mí
como para Max que ambos intercambiamos miradas. Un
momento, yo conocía esa canción. Era Give Me Love del
cantante Ed Sheran.
Veía las gotas frías del mí copa empañada cuando vi la mano
tendida de él. Levanté la vista y me estaba esperando para que
aquel gesto tuviera respuesta. Max me estaba invitando a bailar
sin decir palabra alguna.
Tomé su cálida mano, dudosa, pero acepté. Él, sonrió, relajado.
Nos adentramos en la pista junto a las otras parejas. Cuando me
di cuenta ya tenía pegada una de mis manos a su fuerte pecho y
con la otra tomaba la suya. Su mano sobre mi espalda me causó
un leve escalofrío en el cuerpo. Pensar que esa mano había
recorrido cada centímetro de mi piel, me estremecía.
Empezamos a movernos lentamente, dando pasos a los
costados.
—Muchos meses fueron sin ti—me dijo, con la vista en algún
punto de la fiesta y sin dirigirme la mirada.
—Sí. Espero que hayas tenido unas lindas vacaciones sin mí—
bufé.
Tomándome por sorpresa, me dio una vuelta sobre mi lugar.
Max se inclinó sobre mí oído.
—Tengo vacaciones cuando estoy a tu lado—me susurró.
Sus ojos caramelo no tardaron en clavarse sobre los míos.

LURU
LURU

—Evita los comentarios empalagosos—le aclaré, amenazante—.


No me dulcifican, me lastiman.
—¿Te lastiman? —preguntó en tono burlón—. No creo que te
lastimen cuando Adam te folla.
Me detuve en seco.
—Lo que haga o no con él no es asunto tuyo, Max.
Él se encogió de hombros y siguió moviéndome al compás de la
música, como si mi comentario le hubiera hecho gracia.
—Es cierto—coincidió—. Total, la que me dejó fuiste tú.
Quería golpearlo. Lo estaba haciendo apropósito. Estaba
buscando qué me enfade y no sabía por qué. Si aquello era lo
que quería conseguir, perfecto. Lo estaba haciendo.
—De todas formas, se está ligando a una jovencita muy guapa,
por cierto—señaló con la cabeza a dónde estaban Adam y
Miranda.
—Es mi sobrina.
Me miró, sorprendido y con las cejas levantadas.
—Es la hija de Cupido, pero Adam no lo sabe.
—¿Crees que quiera un Sugar Daddy? —su tono fue burlón.
Le di un manotazo en el hombro y él se echó a reír como
respuesta. Patán.

LURU
LURU

Capítulo 32
Si morir significaba alejarme de él, yo ya estaba muerta desde
que lo conocí. Me fue sorpresivo encontrármelo de nuevo y no
hubiera imaginado nunca, luego de alejarnos, que terminaríamos
así; bailando bajo guirnaldas y decoración navideña en una casa
gigante ubicada en un barrio privado.
El dinero estaba por doquier, vestidos, trajes caros, relojes y
celular caros. Me era imposible entender cómo había llegado allí
luego de estar días sin comer y horas sin dormir.
Me sentí afortunada.
—¿Cómo has estado? —Me pregunta Max, con tono tranquilo
mientras la música nos lleva a un vals inesperado—. Tapeaste la
ventana de tu habitación. Así que, no sé sinceramente cómo has
estado — carraspeó, como si lo hubiera recordado.
Mi rostro se acaloró y no fui capaz de mirarlo ante ese
comentario.
—Estuve bien — mentí, con un hilo de voz—. Tapee las ventanas
por impulso, supongo.
—Te salía más barato comprar cortinas gruesas.
—Claro, y tener la tentación de correrlas por si las emociones
ganaban y quería verte ¿no? —Pensé, en voz alta.
—Deseaba cada mañana despertar y ver que esas maderas ya no
estaban —se sinceró, clavándome sus ojos.
Evadí las ganas de morder mi labio inferior. Suprimí un suspiro. El
cual él no hizo, soltando el aliento.
—La distancia no nos ha hecho nada bien, Gray — declaró.
—Tú tomaste la iniciativa de cortar todo vínculo — le recordé.

LURU
LURU

—Hice lo mejor que estuvo en mis manos — se excusó—. No


sabía que iba a enamorarme de la hija de Afrodita.
—Y yo del hijo del mismísimo demonio. Así que, estamos en el
mismo juego — contraataqué — ¿Cómo sigue esto, Max?
Me pegó más a su cuerpo y acercó su rostro al mío. Lo vi
humedecer sus labios, provocándome un cosquilleo en mis
partes íntimas. Dios. Max no podía ser más guapo porque no
tenía ganas ni tiempo.
—¿Me sigues amando? —me preguntó, buscando mis ojos.
Tragué con fuerza. No fui capaz de responder, así que
simplemente asentí. Me intimidaba tanto que era imposible
llevarle el ritmo.
¿Cómo demonios no iban a seguir amándolo?
Puso su mano en mí cabeza y la empujó suavemente la misma
contra su pecho, a la altura de su corazón. Cerré los ojos,
disfrutando del olor de su colonia y con los latidos retumbando
en mi oído izquierdo.
Reprimí las ganas de llorar. Estaba más sensible de lo que
esperaba. Él me ponía en ese estado. Él era el culpable de que
me sintiera tan perdida. Pero más culpable era yo por dejar que
me afectará.
Más que bailar, estábamos pegados, abrazados, disfrutando del
contacto cálido del otro.
—¿Qué haré contigo, Ada Gray? Porque sinceramente no sé
cómo sigue esto—suspiró, más para él que para mí.
La hora del brindis no estaba demasiado lejos de llegar, y con eso
la excitación de la gente y la ansiedad por recibir la navidad.
Busqué entre las personas a mi sobrina Miranda, aprovechando
que había perdido a Max ya que se había quedado hablando con

LURU
LURU

amistades viejas de su padre. Pobre de él. Digamos que lo


“abandoné” por un ratito.
La encontré tomando un sándwich de beicon y queso cuando
apenas lo sirvieron en la mesa de bocadillos.
—¡Hola!
—¡Hola tía!
Nos dimos un fuerte abrazo al saludarnos al unísono.
—Me alegro que vinieras—le dije, tomando otra copa de una
bandeja que pasaba por allí y remplazándola por la mía vacía.
—No me perdería un encuentro con tu amigo Adam—me dijo,
apoyando su mano en mi hombro y acercándose a mí—. Dios,
que guapo es, pero déjame decirte que el hijo de Hades es tan
caliente que no tendría miedo de quemarme un poco—soltó una
risita.
—¿Me quieres lejos de él y ahora te quieres enrollar con el hijo
de Hades? —arqueé una ceja—. Calma tus hormonas,
sobrina. Podría ser tu tío.
—Es tan…—miró a Max a la distancia quien parecía aburrido en
su charla con los amigos de su padre—. Ahora comprendo por
qué te enamoraste de él.
—Era hora de que lo comprendieras—musité—. Aunque es más
que sólo músculos y cara de modelo de revista. Él no es malo, es
bueno, es genial y me hace feliz estar cerca de él.
—Toma.
De su bolso de mano sacó un sobrecito de té y me lo dio como si
fuera droga, a escondidas y camuflada con una de sus manos. Yo
la tomé, confundida y la guardé antes de
—¿Por qué me la diste?

LURU
LURU

—Has estado llorando mucho estos últimos meses, un poco de


diversión no te vendría algo mal—me dijo, con un guiño de ojo
incluido—. De paso, ayudaré a Adam a olvidarte con una última
noche contigo.
Miré el interior de mi bolso abierto y la miré, espantada.
—¡Explícame! —exigí.
Refunfuñó al ver qué no conseguía captar lo que me decía.
—La hija de Afrodita tiene ganas de tener un trio y un trio
tendrá—se encogió de hombros—. Tengo la esperanza de que te
quites al bebote del hijo de Hades de la cabeza y quizás, un
trio pueda ayudarte a saciar tu sed de él. También quiero que
Adam te olvidé y se desahogue con un último encuentro contigo.
Me ha mirado a mí, pero cada tanto desviaba la mirada a tu culo
mientras bailabas.
¿Pero qué demonios...?
—¡¿Estás loca?!—no podía creer lo que me estaba diciendo—
¡No puedo creer lo que me estás diciendo!
—¡Oye, intento ayudar! —me regañó.
—¡Tu madre te matara si se entera que ayudaste en un
encuentro de la hija de Afrodita con el hijo de Hades!
Miranda comenzó a mirar a todos los lados posibles con cierta
exageración que me irritó. Sinceramente a veces me salía con
cada cosa que era imposible seguirle el juego. Llegaba a creer
que era demasiado impulsiva.
—¿Tú ves a mi madre aquí, cariño? Ve a la cocina, prepárate el té
y tu deseo más oculto y cochino se cumplirá. Lo hago por ti y
para que Adam te olvidé. Nada más—volvió a aclararme.
—¡No puedo creer que me ofrezcas que haga un trio con el chico
que quizás sea tu novio en un futuro! —froté mi frente,

LURU
LURU

deseando que fuese una broma suya —¡Con Max ni siquiera nos
hemos reconciliado y dudo que estemos cerca de eso!
Miranda se puso frente a mí, seria.
—Mi temor es que cometas una infidelidad a futuro si Adam y yo
estamos juntos —reveló finalmente.
Listo, ya me había ofendido.
—¡¿Qué?!¡¿Realmente crees que sería capaz de una cosa...? —
me callé por un instante, entiendo a lo que se refería —Porque
soy la hija de Afrodita ya me catalogan como una maldita
criatura que rompe parejas ¿no es así? —bufé, bebiendo un poco
más del contenido de la copa.
—No lo digo yo, lo dice tu instinto y tu ser —se encogió de
hombros —. Ve, cógete a Adam y así terminamos con esto de
una vez. Incluso tu madre es mi abuela y seguro me heredó
la putería a mí, aunque no lo considero defecto—comenzó a
empujarme levemente y hasta que me aparté de una vez.
—¡Que conste que lo hago por ti! —carraspeé.
Aceptaba por el simple hecho de que, no sabía si estaba en mis
manos la fidelidad luego de los instintos sexuales de mi madre.
Creo que muy en el fondo, sabía que Miranda tenía razón y que
podía lastimarla metiéndome con su hombre cuando
ellos, quizás, tuvieran algo.
Yo no sería capaz de hacer algo así, pero ¿quién era para jurar
algo que seguro no era capaz de cumplir por una simple
herencia?
Llegué a la cocina. Era moderna variaba en tonos oscuros. Tenía
una amplia isla de mármol blanco. Los faroles del techo casi
llegaban a ella.

LURU
LURU

El servicio de catering estaba en ella, a full, preparando platillos


para los invitados. El ambiente era agitado. Me sentí culpable al
instante. Tenía miedo de causar molestias si pedía una maldita
taza de té en aquel instante.
—¿Señorita la puedo ayudar en algo? —me preguntó un señor
de estatura muy alta y con sonrisa amigable, sacándome de mi
mente aturdida.
—Sí —dije, sobresaltada —¿Podría prepararme este té por
favor? —saqué el saquito de mi cartera y él lo tomó con
cuidado.
—Que extraño saquito —me comentó, mirando con atención el
sobre rojo.
No le dije nada, sólo me limité en sonreír. Luego de varios
minutos, ya tenía la taza de porcelana blanca entre mis manos y
estaba en el patio trasero de la inmensa casa de Adam. El líquido
era color rojo transparente. Parecía un té común y corriente. Un
momento, era común y corriente.
Busqué a Miranda entre las personas, desesperada. Tenía que
sacarme la duda si me habían dado el té correcto el cocinero.
Mierda. No tenía un buen presentimiento.
Ni siquiera fui capaz de preguntarle al cocinero, ya
que había tantas personas en la cocina que me fue imposible
encontrar al señor del té.
—¡Miranda! —le grité a penas la vi entre la gente.
Ella se dio vuelta y me sonrió, pero aquel gesto se esfumó
cuando vio mi cara llena de preocupación. Estaba en la mesa de
bocadillos, charlando con una chica de cabello castaño recogido
y de vestido blanco hasta los tobillos.
—¿Qué ocurre? —me preguntó, confundida.

LURU
LURU

—Hola, que tal, mi nombre es Ada —me presenté con la joven


que la acompañaba con un beso en la mejilla. Supuse que era la
amiga de Miranda. Me volví hacia mi sobrina, rápidamente —.
Miranda, creo que este té no es el que me diste. Parece uno de
los que compras en las tiendas.
—Ya regreso —le dijo ella a su amiga y nos apartamos unos
cuantos pasos de ella. Miranda miró el contenido de la taza y
luego a mí, abriendo los ojos de par en par—¡Ay no, no
es!¡Demonios, a quién mierda le dieron el té!
Fue demasiado tarde cuando vimos que el cocinero que le había
pedido prepararme el té, les estaba ofreciendo en una bandeja
de manera personal a Adam y Max tazas de porcelanas. Ambos
se llevaron
Demonios.
—Dime que estás viendo lo mismo que yo —solté, temerosa.
Miranda estaba tan perpleja que le costó formular palabra
alguna.
—Los dioses se enteraron de nuestro plan y lo desviaron hacia
ellos—supuso, aterrada.
—Mierda.
—Ahora las fantasías más ocultas de Max y Adam
se cumplirán —temió, nerviosa —. Voy a quitarle el saco de té al
cocinero y tú dedícate a vigilar a ambos.
Miranda se fue a toda prisa, desesperada.
No tardé en enterarme que ellos dos tenían una enorme fantasía
conmigo, cuando vi que ambos, al beber un largo sorbo, bajaron
la taza y me clavaron la mirada con una sonrisa torcida en el
rostro. Fue tan al unisonó aquella acción que me estremecí. Me
mordí el labio inferior.

LURU
LURU

Los dioses sabían de mis fantasías, pero lo que nunca imaginaron


fueron las fantasías de Adam y Max. Gran error.
Feliz navidad para mí.

LURU
LURU

Capítulo 33
Fue algo cómico ver cómo ambos se acercaron a mí como si
fueran amigos entre ellos de toda la vida. Max se puso a mi
derecha y Adam se puso a mi izquierda. Los dos con sus copas y
con un ánimo tan feliz que me resultó chistoso.
Me crucé de brazos, esperando a que alguno de los dos dijera
algo. Parecían drogados contentos. Maldición. Ojalá ese té me lo
hubiera bebido yo. Me llevé una mano a la boca, tratando de
ocultar una sonrisa estúpida por lo tentada que estaba de risa.
El primero en hablar fue Max.
—Algún día Tom se comerá a Jerry, Silvestre a Piolín y yo a ti —
me miró, guiñándome un hijo.
—Veo que la hora de los halagos ha llegado —sentencie, luego
de apretar los labios y menear con la cabeza.
—¿Eso es lo mejor que tienes, anciano? —Se burló Adam de Max
y luego dirigió su atención a mí—. Quiero olvidarte, Ada Grey,
pero sin el “olvi”.
Por poco escupo el champagne por la risa. Dios mío, ya me sentía
como un tomate por el rostro colorado que tenía. Tuve que
poner una mano sobre el pecho de Max para que no se
abalanzara sobre él y lo golpeara.
—¿Eso es todo lo que tienes, niñito? —Se río Max, entre dientes
y exageradamente. Me miró directo a los ojos—. Ada Gray, mi
cielo, ni bañándome se me quitó todo lo sucio que quiero
hacerte.
—No sé a quién golpear primero —me cubrí los ojos con un de
mis manos, meneando la cabeza y sin saber cuándo terminaría
todo aquello —Pero ninguno de los dos superara a este: Son

LURU
LURU

como las zapatillas de mi madre. Los veo venir y se me acelera el


corazón.
No tardé en soltar una risa sonora que incluía aplausos con mis
manos. La cual captó la atención de los invitados que nos
rodeaban. Pero me calmé al ver que ninguno de los dos se había
reído y sólo me habían mirado con cara cómo si estuviera loca.
Me calmé y me aclaré la garganta.
¿Cuánto tiempo iban a estar en ese estado? Carajo. Ni siquiera
podían comportarse como dos personas adultas. Ojalá las
personas no los vieran raros.
—Quieren tener sexo conmigo ¿verdad? Parecen un par de
adolescentes desesperados —los miré, con mala cara a los dos—.
Disimulen. Se los agradecería.
—Yo sí, y sólo lo tendrás conmigo —carraspeó Max, fulminando
con la mirada a Adam
—Ni que fuera de tu propiedad, naranja —masculló Adam,
cubriendo su boca con el borde de su copa mientras bebía y
desviaba la mirada.
—¿Por qué no me follan los dos y ya?
Ambos abrieron los ojos como platos ante mi propuesta tan
tranquila y serena. No era cosa de otro mundo tener sexo a la
vez con dos hombres. Todo era bueno si era consentido y todos
estábamos de acuerdo. Me estremecí al pensar que mi madre
pensaba así cuando hacia el amor con tantos hombres. Tenía que
admitir que ella era grandiosa en ese aspecto y lo decía en el
buen sentido. La sociedad tenía una visión negativa con las
mujeres que tenían sexo con muchos hombres. En mi opinión, las
admiraba.
Quien pudiera meter a dos hombres como Max y Adam en mi
cama.

LURU
LURU

—¿Estás hablando en serio? —preguntó Adam, tragando saliva.


—Sí, pero lo haremos cuando el efecto del té se vaya. Porque no
me sentiré cómoda al saber que ambos están drogados.
—¿De qué té hablas, Gray? —el gesto de Max se ensombreció —
. Yo me siento bien.
—¿A qué te refieres con eso, Ada? —me preguntó Adam,
confuso.
Los miré, tímida y le sonreí con nerviosismo. Ambos me
acorralaron contra la mesa de aperitivos.
—Nada, olvídenlo —respondí, con un hilo de voz y me aparté al
instante, alejándome de ellos un poco —. Si quieren lo que les
ofrezco los estaré esperando en mi habitación de invitados.
Adam te ayudará a encontrarla Max. Si no van y ya son las doce
de la noche, entenderé el no. Adiós.
Me fui rápidamente antes de que me invadieran con preguntas
que no quería responder. Gracias a Dios le había pedido el
número de celular a Miranda cuando estábamos en el centro
comercial.
“¿Están drogados? No quiero hacer nada que los llevé en contra
de su voluntad, Miranda”, le envié, nerviosa mientras subía las
escaleras con velocidad.
No tardó en responder.
“Entonces habrá trio? Oh mi Dios!!! No, no están drogados, tonta
¡El té les da el valor para cumplir esas fantasías que tienen, nada
más! Relaja la pelvis, hija de Afrodita. Disfruta a mi Adam por
una última noche. Me haces un favor”, me respondió.
“¡Te odio, Miranda! Estás loca”
Llegué a la habitación, dudando si lo que estaría a punto de
hacer era lo correcto. Si lo que estábamos por realizar era lo que

LURU
LURU

necesitábamos para seguir con nuestras vidas y olvidarnos de


todo lo que habíamos vivido. Por lo menos un instante quería
sentirme bien conmigo misma.
Llegué a la habitación, abrí la puerta y cerré con llave en cuanto
ingresé. Encendí la luz, sintiendo cómo el calor y la excitación del
momento ya comenzaba a recorrerme el cuerpo. Sentía una
extraña adrenalina de mi abdomen para abajo. No sé lo que
estaba haciendo con mi vida y no quería replanteármela en aquel
instante.
Empecé a caminar por la habitación, inquieta, mirando la hora de
mi celular. Marcaban las once y cuarenta y cinco de la noche.
Miraba la puerta, esperando, impaciente.
¿Se habían arrepentido? Ay dios mío, seguro quedé cómo una
idiota frente a ellos. Mi corazón latía demasiado fuerte. Palpitaba
como nunca. Dios.
Me detuve bruscamente en cuanto alguien tocó la puerta. Se me
aceleró el pulso.
Tranquilízate Ada, sé que estás nerviosa, pero eso es lo que
causan las nuevas experiencias. Esta es una nueva experiencia
que seguro te encantara y deseas con todas tus fuerzas que
cumpla tus expectativas y que sea similar al sueño que tuviste la
noche anterior.
Largué el aliento en cuanto abrí la puerta y vi que Max y Adam
estaban detrás de ella, con el gesto ensombrecido y con una
sonrisa traviesa en sus labios.
—Si la bella diosa quiere un trio. Un trio tendrá—me dijo Adam,
quién ahora parecía un fuckboy que el niño bueno y tierno que
había conocido.
La otra faceta de Adam me dejó tan sorprendida que sonreí para
mis adentros. Quizás, estar con ellos dos, no sería nada malo.

LURU
LURU

Tomé a Max de la corbata y a Adam de la pajarita, empujándolos


a la habitación con gran desesperación.
—Vengan aquí, bellezas—jadeé, consumida por el calor y las
altas expectativas.
No pusieron resistencia alguna. Es más, ellos no tardaron en
ingresar a la habitación. Adam cerró la puerta llave, logré verlo
antes de que Max se me pusiera en frente para tomar mi rostro
entre sus manos y devorarme la boca de un beso. No tardó en
meterme la lengua y yo no me quedé atrás.
Mientras lo hacía me fue empujando hasta que sentí por detrás
de mis piernas el colchón y me senté.
Digamos que aquella noche fue un frenesí de contactos físicos,
carnales y todo tipo de posición fue bienvenida sin algún tipo de
pudor alguno. Me vi cegada por la excitación, los múltiples
órganos y como ambos pudieron calmar mi sed, mi fantasía más
oscura que solo la hija de Cupido había logrado sacar a flote.
Mi parte preferida fue ver cómo ambos se peleaban entre ellos
por quién me practicaba sexo oral o me la metía primero. Dios,
fue tan inolvidable cómo placentero. Max y Adam me hicieron
sentir deseada y amada. Fue tan rico, tan delicioso que dudaba
que pudieran sacarme de la cabeza la noche en que nuestros
tabúes fueron sacados a la luz. Sudor entremezclado, lubricados
y sobre todo placer. Mucho placer.
Los tres caímos desplomados en el colchón tras lanzar suspiros,
intentando calmar nuestras respiraciones y con mirada en el
techo. Yo en el centro y ellos a cada costado mío.
—Dios mío—jadeé, tomando una bocanada de aire y sonriendo
como una estúpida.
—Eso estuvo…—Adam se calló de repente. Tenía una sonrisa
plantada en los labios.

LURU
LURU

—Nada que no hubiera hecho antes—soltó Max, sentándose y


buscando sus pantalones en alguna parte del suelo.
—¿Ya habías participado en uno? —le pregunté, deseando no oír
la respuesta.
—¿A poco no lo crees? —estaba malhumorado.
Encontró su pantalón y se sentó en la cama para pasarlo por sus
piernas. Adam y yo cruzamos miradas, sin decir nada.
—Mejor me voy—dijo Adam, incomodo.
Tomó sus cosas más rápido que Max y se fue. Quizás quería
marcharse a su habitación ya que no se encontraba lejos de allí y
podría cambiarse tranquilo sin tanta tensión en el ambiente.
Me cubrí el cuerpo desnudo con las sábanas y me incorporé
apoyándome sobre mis codos en el colchón, mientras miraba a
Max abrochándose los primeros botones de su camisa.
No comprendía que le pasaba si hace pocos segundos estábamos
bien.
—Un té de Cupido. Nada mal, Gray—carraspeó, mirándome.
Tragué saliva. No esperaba que estuviera al tanto de eso, pero
Max no era ningún estúpido y se daba cuenta de las cosas antes
de que se las cuente.
—Miranda me convenció—confesé, finalmente—. Quería que
me follara a Adam para evitar una infidelidad si ella y él
terminaban juntos. Teníamos miedo de que yo herede la
infidelidad de mi madre y arruine parejas—lamenté—. Miranda
también quería ayudarme a qué me olvidé de ti teniendo
relaciones contigo, pero, no sé, no sucedió.
Max se detuvo en el botón de su manga, con los dedos en ella y
me miró, irritado.

LURU
LURU

—¿Y dónde demonios entro yo aquí, Ada? —masculló—¡Sí, he


cumplido una de mis fantasías, pero me dolió muchísimo verte
haciéndole sexo oral a Adam!¡Estoy tan jodidamente enamorado
de ti que no puedo verte con otro hombre que no sea yo!
No pude más, no aguantaba más. Todas aquellas palabras que
alguna vez desee decirle querían estrellarse en su rostro. Tantos
meses sin él e imaginándome miles de situaciones en donde se
las decía sin filtro alguno. Algo se quebró en mí.
—¡Entonces por qué demonios me dejaste, Max! —grité,
explotando en lágrimas—¡Te amé tanto que no pude dormir en
meses, grité tu nombre y no he parado de pensarte en ningún
puto momento, intentando saber, intentando averiguar qué
había hecho mal! —golpeé mis puños contra el colchón—
¡Intentando saber si estabas bien, si pensabas en mí cómo yo
tanto pensaba en ti!¡Te odio por hacer que te amé!
Sollozando, pegué mis piernas contra mis pechos y me hice un
ovillo. Llorando sin poder parar las lágrimas.
Sentí el peso del cuerpo de Max a mí lado sentándose en el
colchón.
—Ada, mírame—me suplicó, en voz baja.
—¡No!
—Por favor.
Secando las lágrimas con mis manos, levanté la vista y pestañeé
un par de veces debido a los ojos empañados, mirándolo. Bajé la
mirada hacia sus manos y ahogué un grito en cuanto vi que Max
tenía una cajita abierta de terciopelo de un rojo oscuro entre sus
manos con un anillo en su interior.
—Max…—musité, con un enorme nudo en la garganta y
buscando una explicación en sus preciosos ojos caramelo.

LURU
LURU

—Viaje a Chicago con la única intención de proponerte


matrimonio porque no pienso perderte de nuevo, Ada Gray—me
dijo, con voz dulce—. Sólo quería estar seguro de que tu amor
por mí era genuino como para arriesgarme por ti. Arriesgarnos
juntos. Quiero pecar contigo para toda la vida amor mío y
demostrarles a los dioses que están lejos de separarnos. Esta es
mi fantasía más oculta: proponerte matrimonio.
Lo miré, anonadada. Separé mis labios incontable veces para
decir algo, pero no salía nada de ella. Muda, lo observé y una
sonrisa floreció de mis labios, la cual cubrí con mis manos.
Oh mi dios, oh mi dios.
—¡Sí, sí quiero! —grité, invadida de felicidad y lágrimas de
felicidad.
Me abalancé sobre él, riéndonos. Caímos sobre el colchón,
sumidos en besos y de amor. No podía creer lo que acababa de
suceder. Ser la señora Voelklein. Ser su esposa, saltándonos
todos los limites inesperados. Estaba feliz.
—Seremos el señor y la señora zanahoria —me dijo él,
abrazándome con fuerza y sin intención de dejarme
ir, llenándome de dulces besos el rostro.
Afrodita los observó desde la ventana del balcón de la
habitación, cruzada de brazos y sin poder creer lo que había
presenciado. Tenía que verlo con sus propios ojos. Tenía ira en su
rostro y no paraba de pensar en su hija y las múltiples decisiones
horribles que había tomado. Le agarró taquicardia. Estaba en
presencia de su peor pesadilla.
Había presenciado una tragedia por una decisión estúpida. Una
decisión tan indefendible que era horrible pensarla de nuevo y
asimilarla. Un trio y una propuesta de
matrimonio. Quería vomitar.

LURU
LURU

—¿Mamá? —la presencia de su hija que siempre la acompañaba,


apareció.
El amor de Cupido no tardó en abrazarla. Afrodita estaba en
silencio, ni siquiera podía aquel abrazo recomponerla. La madre
de Miranda era de tes morena y ojos oscuros. Tenía el cabello
lleno de risos
—Se acostó con sus dos hermanos y se casará con uno de ellos
—le contó Afrodita a Cupido con un hilo de voz.
Cupido abrió los ojos como platos apenas la escuchó, sintiendo
como aquello terminaría en tragedia pura. Miró la escena de los
dos hijos de Hades besándose, sonriendo y felices. Una escena
que no las conmovió en absoluto.
—Ada no me escuchó. No quiso hacerlo ¡He hecho todo lo
posible y fallé! —Afrodita se derrumbó contra el barandal de la
terraza, con su rostro escondido entre sus brazos y llorando
desconsoladamente.
—Una madre intenta siempre proteger a sus hijos, pero son ellos
tarde o temprano, toman la decisión que parece ser correcta —la
consoló Cupido, poniendo su mano en la espalda de Afrodita
para consolarla.
Cómo si el contacto físico guiara a Afrodita a la paz.
—Debo devolverle la memoria a Walter. El padre biológico de
Ada. Él debe decirle la verdad y terminar con todo esto de una
vez —Afrodita miró a Cupido, con sus ojos rojos y decretó: —
Némesis ganó.
Mnemosine, en la mitología griega, fue la diosa de la memoria.
Una Titánide nacida de Gea y Urano, que en su emparejamiento
con Zeus durante nueve noches consecutivas dio la vida a las
Nueve Musas, las diosas inspiradoras de las artes y las
ciencias. En su época se consideró una de las deidades más

LURU
LURU

poderosas pues la memoria, según la creencia de algunos, es el


don que nos diferencia de los otros seres vivientes. Es un don
que nos permite el raciocinio, para prever o anticipar los
resultados, y es la base de la civilización
Tiempo atrás, Afrodita recurrió a ella para eliminarle una parte
de la memoria a Hades, con la intención de salvar a su hija, la
copia exacta de la seducción y el juego. La copia exacta de
Afrodita. Ninguno de sus hijos había heredado lo que Afrodita
poseía, sólo Ada.
Ada, Max y Adam eran aquel fruto de una noche con Hades. Con
el que nunca debió estar.
En cuanto supo de Hades merodeaba por la tierra luego de dejar
a cargo a uno de sus fieles almas a cargo del inframundo,
Afrodita entró en pánico. Tenía miedo de que tarde o temprano,
Ada y Hades se reencontraran y este le hiciera daño, sin saber
que se tratara de su propia hija.
Pero el temor de Afrodita se cumplió y le pidió ayuda a Zeus para
evitar que ellos se encontraran. Zeus se negó, explicándole que
no gobernaría las dediciones de su hermano Hades, porque no le
convenia a nadie que ellos dos estuvieran enfrentados. El Olimpo
y el Inframundo debían tener la paz y no el caos.
Por ende, Afrodita estaba sola.
Cada semilla nació a su tiempo a pesar de que fueron concebidos
el mismo día. Max nació primero, en Argentina. Con un dolor en
su alma, Afrodita se lo dejó Hades, o mejor dicho Walter, en la
puerta de su enorme mansión. En una canasta de mimbre se
encontraba Max, con unos ojos dignos de ser apreciados, de un
color caramelo, cómo las llamas crecientes del inframundo con
una mezcla del color de cabello de Afrodita.

LURU
LURU

Walter no se enteró nunca que Afrodita había quedado


embarazada y cuando recibió aquel bebé supo enseguida que se
trataba del hijo de ambos. Recibió al bebé con rencor y odio,
pero no lo abandono. Lo crio como pudo, ya que le fue imposible
no pensar en Afrodita cada vez que lo miraba o platicaban.
Violencia, frialdad y dinero. Esa fue la crianza de Max. Pero él no
heredó la maldad de su padre, sino la bondad de Afrodita.
Siempre estaba dispuesto ayudar y todo lo que hacía era con
buena intención.
Luego, nació Ada Gray la cual crio y protegió hasta la
adolescencia. Afrodita la protegió tanto en cuanto supo de la
maldición de Némesis que la crio en el Olimpo junto a otras
diosas como Atenea, Hera (diosa de la familia y reina del olimpo),
Artemisa (diosa de la virginidad), Hebe (la diosa de la juventud) e
incluso Némesis estaba en el Olimpo. Pero en cuanto Afrodita se
enteró de la profecía de la misma, decidió alejarlas de todas ellas
y la mandó a la tierra, desesperada.
Hubo una gran discusión con Némesis y por poco provocan una
gran catástrofe. Para evitarlo, Atenea le consejo a Afrodita que
enviara a Ada a la tierra como tantos hijos de dioses habían sido
enviados para evitar conflictos.
Afrodita, con un gran profundo dolor en su pecho lo hizo,
dejándola con el mismo hombre que estaba criando a Rose, la
hija de Atenea. Ambas diosas se criaron juntas e incluso Rose
había empezado a sentir amor por Ada, la cual la
rechazó incontables veces.
Y finalmente, nació Adam. Un joven que había heredado el
cabello negro y unos ojos tan penetrantes como la noche misma
en medio de la oscuridad.

LURU
LURU

Afrodita sabía que sus hijos varones serían fuertes y podían


conseguir lo que ellos se propusieran, estaba tranquila. A la que
tenía que defender era a Ada, con uñas y dientes.
Max se enteró que era hijo del mismísimo Hades a los catorce
años. Un mensajero de Zeus se apareció en su habitación, en un
amanecer y le aseguró que él estaría vinculado a la futura
tragedia de Afrodita. De allí, nació el temor cuando Ada le
confesó a Max cuál era su identidad.
Todos se salió de control en cuanto los tres, por cosa del maldito
destino, se reencontraron. Afrodita jamás creyó que el
encuentro entre los hermanos se convirtiera en un triángulo
amoroso.
Pero lo que más desesperó a Afrodita fue ver cómo el amor entre
Max y Ada comenzaba acrecentar, a desarrollarse con el pasar de
los días. En cuanto Afrodita se dio cuenta de lo que estaba
ocurriendo, le propuso a Ada volver al Olimpo. La cual se negó.
Ya era tarde. Su hija, su hermosa hija, se había enamorado de su
hermano Max. Ambos eran dioses puros. Cosa que Afrodita
había evitado mencionar e incluso mentir para protegerlos.
La oscuridad de Hades y la luz de Afrodita eran la mezcla exacta
de la esencia de Ada y Max.
Como si la historia se volviera a repetir...

LURU
LURU

Capítulo 34
Viajé a New York en primera clase junto a Max Voelklein. Los
asientos eran tan cómodos y la comida era tan exquisita que me
tenía fascinada. Me despedí de Adam con un fuerte abrazo y lo
dejé en compañía de Miranda. Habían pegado tanta buena vibra
los dos que no paraban de estar juntos y hasta han acordado
pasar año nuevo pegados. Me fui contenta. Fue doloroso ver el
rostro de Adam con cierto dolor cuando le dije le propuesta de
Max, pero se alegró por mí.
—¿Más whisky señor Voelklein? —Le ofreció una azafata de tez
pálida y ojos verdes, quien no había parado de coquetearle
desde que se sentó en su asiento.
Había guardado silencio para no armar escándalo, pero ya era
insoportable. Max se había comportado de manera respetuosa y
distante con ella. Pero a la azafata no parecía importarle.
—No gracias —respondió Max, secamente. Me miró —¿Tú
quieres algo, cariño? —Me tomó de la mano por encima del
separador del asiento.
—No, gracias —contesté, mirando a la chica con mala cara—. La
señora Voelklein no desea nada.
A la azafata se le borró la sonrisa en cuanto vio mi gesto frio y
escuchó mi respuesta con una sonrisa falsa incluida. Cambió el
peso del cuerpo por el otro pie.
—Si me necesitan, estaré a su disposición, señores Voelklein
oferta, en voz baja y se alejó por el largo pasillo del avión.
Sonreí, orgullosa de mí misma.
—Aún no eres mi esposa y ya estás marcando territorio —me
dijo Max, inclinándose a mi oído—. Me gusta eso.
Lo miré, sonrojada.

LURU
LURU

—Tengo el presentimiento que los dioses están enojados con


nosotros y nos están colocando distracciones para que nos
separemos —temí, hundiéndome en el asiento.
—Hagan lo que hagan no funcionaran, amor —me levantó el
rostro con uno de sus dedos para que lo mire directo a los ojos
—. Te protegeré.
Me incliné y lo besé. Él reprimió un gemido inaudible en cuanto
introduje mi lengua y él no tardó en entrelazar la suya con la mía.
Max me tomó de las muñecas y me apartó con cuidado.
—Gray, si sigues así provocaras un muy visible accidente en mí—
bajó su mirada al bulto creciente por debajo de sus pantalones.
Me sentí acalorada al instante—. Quiero follarte. Ahora y lo voy a
hacer si sigues así de besucona—me advirtió, con voz profunda.
Juguetona, me acerqué al lóbulo de la oreja y le di un leve
mordisco, clavándole los dientes con delicadeza. Pegué mi
espalda contra el asiento otra vez.
—Si, Sugar—musité, dándole un guiño de ojo—. Me
comportaré—mentí.
Al ser navidad, sólo había una persona sentada a cuatro asientos
nuestros. Una señora mayor de cabello canoso y de estatura
baja. Luego, todos los asientos de la primera clase se
encontraban vacíos.
Max puso su mano en mi muslo y con su contacto vibró todo
mi cuerpo. Su mano fue deslizándose lentamente hacía mi
puente de Venus, el cual se prendió fuego en cuanto sus dedos
comenzaron a frotarlo por encima de mis jeans azul oscuro.
Me causaba ver cómo él se hacía el tonto, mirando por la
ventanilla del avión y con su mano haciendo caos en mi sistema
nervioso.

LURU
LURU

Me separó las piernas con sus dedos y comenzó a tocarme por


encima de la tela. Mis ojos se entrecerrados, odiándolo por
torturarme de aquella forma.
Max se levantó bruscamente y fue directo hacia una azafata. Le
dijo un par de cosas que no escuché y le dio un fajo de billetes
que ella no tardó en tomar. La vi asentir con frenesí y sonrió,
dándole un guiño de ojo.
Paso seguido, vino en mí dirección, me tomó de la mano y me
levantó de un tirón sin decir palabra alguna. No entendía nada.
Me obligó a ingresar al baño privado, con su rostro acalorado,
cerró la puerta con traba y me estampó contra la pared.
Nuestras respiraciones, agitadas y entremezcladas. Puso sus
manos a cada lado de mí cabeza, acorralándome y dejándome en
claro que no tenía intenciones de dejarme ir.
—Date la vuelta—me ordenó, en seco.
—Sí.
Hice lo que me pidió, algo aturdida pero encaminada con mis
pensamientos a lo que él quería.
Él me tomó el cabello y me susurró al oído:
—¿Si qué, Gray?
—Si, Sugar—jadeé.
Rodeó mi cintura con sus manos y desabrochó el botón de mi
jean, el cual no tardó en bajar hasta mis tobillos. Mis manos
estaban contra la pared, y se hicieron puño en cuento sus dedos
se metieron por debajo de mi ropa interior y apoyó su cuerpo
contra mi espalda. Su bulto bajo el pantalón no tardó en
apoyarse contra mi trasero.

LURU
LURU

Suprimí un gemido en cuanto metió un dedo. Apoyé mi cabeza


contra su pecho y él, detrás de mí, no paraba de besarme el
cuello y darle mordiscos.
—Tú y yo tenemos un orgasmo pendiente ¿no crees, bebé? —
carraspeó contra mi oído.
Sus dedos jugueteaban con mi sexo, tensándome el vientre y las
piernas temblorosas. Dios mío, que hombre. Maldito pelirrojo
que sabía cómo tocarme. Estaba húmeda, caliente y lo único que
quería era que se hundiera en mi interior. Y lo hizo.
Max me penetró con cuidado para no lastimarme. Giré mí cabeza
para mirarlo. Él tenía sus ojos puestos en los míos. Me hacía el
amor con tanta delicadeza que tuve ganas de derretirme contra
su piel.
—Te amo—me susurra, rosando sus labios contra los míos. Cada
movimiento es la gloria.
Pongo mi mano contra su nuca, acercándolo un poco más a mí.
—Te amo mi amor—le dije con el mismo tono de voz.
—Tengo la sensación de que estamos haciendo algo mal—me
dice, con un nudo en la garganta.
—Pecar contigo es lo que quiero.
Comienzo a embestirme un poco más fuerte y el ritmo aumenta.
Sus caderas golpean contra mi trasero. Gimo, enredando sus
manos en su cabello. Él hunde su rostro contra mi cuello. Sus
labios me rozan la piel, su calor corporal se siente contra mi
espalda. Jadea, su respiración se contrae y yo me pierdo en él.
Quiero perderme en él.
—¡Acaba conmigo, mi amor! —me pide entre jadeos y con los
dientes apretados.

LURU
LURU

Pero él acaba primero y yo lo sigo pocos segundos después,


llegando al orgasmo.
Entre el sudor y el cabello de pegado en nuestras frentes, nos
echamos a reír.
—No puedo creer que sobornaras a la azafata para follarme—le
dije, mientras me abrochaba el pantalón y él lanzaba el
condón al tacho de basura.
—¿Y estar horas sin follarte? —me arrinconó, con una sonrisa
juguetona—. Cariño, tú lo vales—depositó un beso en la punta
de mi nariz, tomándome de la mano—. Vamos, me muero de
hambre, futura señora Voelklein.
Ada y Max llegaron a New York. Pero, no fueron los únicos. El
señor Walter Voelklein, mejor conocido como Hades, estaba
viajando en esa dirección, con la única intención de separarlos
luego de la brusca visita de Afrodita.
Walter, observaba el paisaje a la distancia, disfrutando por largos
años de la vida terrenal. Pero la visita de la diosa lo había dejado
tan descolocado que seguía en estado de shock. Había bebido
más de la cuenta para tratar de asimilarlo.
No iba a permitir que sus dos hijos estuvieran juntos y lo dejaría
bien en claro, diciéndole la verdad a ambos.
Aquello, terminaría en masacre.
(Ada)
A la mañana siguiente me desperté en los brazos de Max,
acurrucada en su pecho y sin ánimos de levantarme. Verlo
dormir me encantaba. Tenía un rostro tan guapo que podía
apreciarlo mejor cuando se encontraba dormido, ya que me
dejaba ver cada detalle sin ser interrumpida o intimidada por sus
profundos ojos caramelo.

LURU
LURU

Acaricié su rostro de facciones perfectas y sin pensarlo dos veces,


deposité un beso en sus labios inmóviles.
Me levanté, me puse una de sus playeras rojas tiradas en el suelo
y me dirigí al baño, lanzando un gran bosteza y estirando los
brazos. Todo marchaba bien y mis energías estaban renovadas.
No podía dejar de mirar mi anillo. Tenía una piedra de diamante
blanco y tenía grabado mi nombre y el de Max. También, una
frase que se había vuelto mi favorita “pecar contigo toda la
vida”.
Era significativo tanto para mí como para él. Lo nuestro estaba
prohibido por el simple hecho de pertenecer a mundos
diferentes. Llegué al baño de invitados para no invadir el baño
del cuarto de Max y me lavé el rostro, inclinándome sobre el
lavamanos para lavar mi rostro, pero cuando me levanté, vi a
través del espejo del baño que no estaba sola. Ahogué un grito.
—Hola hija —me saludó Walter, con tranquilidad y con el gesto
impredecible.
—¡Max! —grité, dándome la vuelta y pegando mis caderas
contra el lavamanos, aferrándome a él. Las manos comenzaban a
dolerme por apretar tanto el fino mármol—¡¿Qué haces
aquí...?!¡¿Cómo entraste?!
Frenesí de emociones me golpearon y el pánico no me dejó ir a la
puerta para escapar. Empecé a sudar.
Lo miré de pies a cabeza. Tenía el cabello rapado
completamente, estatura baja, traje negro incluyendo su
pantalón y zapatos de punta y sostenía un bastón con ambas
manos que no dejaba de golpetear contra el suelo.
—Afrodita y todos los malditos dioses juntos, incluso mi
hermano Zeus, me han pedido a gritos que te diga la verdad —
carraspeó, molesto y con una paciencia fingida —. Recordé algo

LURU
LURU

primordial, Ada Gray y la memoria es lo que hace que tomemos


buenas decisiones en algún futuro ¿no crees? —soltó una risa
sonora —. Quién mierda iba a pensar que yo terminaría siendo
tu estúpido padre.
Empecé a negar con la cabeza de forma frenética, al borde que
mi cuello doliera con cada movimiento. Una sonrisa se instaló en
mis labios, como si se tratara de una broma que no sería capaz
de creer. Sonaba ridículo. Era ridículo.
—¡Me mientes!¡Me mientes, tú no eres mi padre Walter! —le
grité. Miré a la puerta otra vez —¡Max! ¡Max, por favor! —volví a
llamarlo con mis ojos empañados y a los gritos, deseando que
cruzara la puerta y me salvara.
—Soy Hades y no me da ningún gusto estar aquí con una zorra
caza fortuna —él estaba tranquilo y aquello me impacientaba
aún más —¿Por qué piensas que puedo aparecer en distintos
lugares cuando lo deseo? Me tomé la molestia de viajar en avión
para tener tiempo de pensar lo que te iba a decir y asimilar la
noticia tan asquerosa que nos han ocultado. A mi durante siglos
y a ti durante años.
Max, por favor ¡levántate!¡Despierta! Me faltaba el aire. Me
faltaba mucho. Puse mi mano contra mi pecho.
—Afrodita y yo tuvimos un pequeño encuentro en el inframundo
hace muchos, pero MUCHOS siglos atrás —continuó hablando,
sentándose en la tapa del inodoro y haciendo movimientos
extraños con sus manos mientras hablaba —. La diosa tuvo en su
totalidad tres hijos conmigo. Max, Adam y tú. Felicidades, son
trillizos nacidos en diferentes años —se alegró falsamente y su
gesto volvió a ensombrecerse.
—¡MAX DESPIERTA! —el llanto me invadió, acongojada.

LURU
LURU

Me quedé estupefacta. Mi boca se secó y me sentía desfallecer.


No, no por favor. Por favor que alguien lo mate, que alguien se lo
lleve que yo no puedo moverme, estaba congelada en mi lugar.
No por favor, que no sea verdad.
—¡Tuviste el descaro de acostarte con tus hermanos, pedazo de
mierda!¡Una zorra igual que tu madre!¡Deberías estar en el
infierno hija de puta! —me gritó Walter, tomándome
por sorpresa con un golpe en seco con el bastón en los tobillos
tan fuertes que caí al suelo, perdiendo el equilibrio. Solté un
quejido.
—¡MAX, AYUDAME POR FAVOR!
Walter se levantó rápidamente, con intenciones de golpearme
otra con el bastón, apuntando a la cabeza. Me cubrí la cabeza de
manera inmediata con los brazos, haciéndome un ovillo.
—¡HADES NO!
Los labios empezaron a temblarme en cuanto oí la voz de
Afrodita, mi madre. Jamás me alegré tanto de verla otra vez. El
alma me volvió al cuerpo. Su cabello rubio y ondulado hasta la
cintura, y su vestido blanco hasta los pies jamás me dieron tanta
paz como aquel momento. Mamá, mamá estaba allí cuando más
lo necesitaba, haciendo que todas las escenas de peligro que
había vivido con anterioridad no fueran nada a comparación que
esta.
—¡Aléjate de mi hija pedazo de mierda! —Afrodita lo arremetió
con una bofetada que le dio vuelta la cara —¡Años viendo como
la acosabas, la maltratabas y yo sin poder hacer nada, viéndola
sufrir!
Walter soltó un bufido de dolor, cayendo de espalda contra el
lavábamos y llevándose las manos al rostro, mirándola con tanta
ira que su rostro se tornó rojo.

LURU
LURU

La puerta de la entrada del baño se abrió bruscamente y no


tardé en sentir los fuertes brazos de Max levantándome.
—¡¿Qué mierda está sucediendo aquí?! —les gritó a todos,
incluyendo a mi madre que, en cuanto lo vio, se llevó las manos a
los labios, sorprendida.
Me puse de pie gracias a él y no tardé en abrazarme con fuerza a
su pecho, rodeando mis manos sobre su abdomen desnudo. Me
aferré a él con tanto pánico que no quería soltarlo. No quería
hacerlo. El llanto silencioso me estaba consumiendo.
—¡Genial, reunión familiar en el baño! —carraspeó Walter, con
sorna en su voz. Miró a su hijo —. Te estás follando a tu
hermana, felicidades, idiota. Hasta ahora me has demostrado lo
patético que puedes ser, siendo el único Voelklein imbécil de la
familia —lo miró de arriba abajo, mirándolo con asco —. Ni
siquiera mereces tener el apellido.
Max se quedó quieto, sin salir de su asombro, claramente no
entendía nada de lo que le estaba diciendo Walter, quien
continuaba aturdido por la bofetada de Afrodita.
—¿¡Qué demonios te sucede, papá!? —gritó Max, finalmente. Su
pecho retumbó contra mi mejilla.
Estaba en shock, sintiéndome pálida. Me veía pálida. No me
reconocía ante mi reflejo.
—Ada y tú son nuestros hijos —confesó finalmente Afrodita, con
la voz rota y sin poder mirarnos a la cara.
Fue tan doloroso e insoportable sentir como las manos que Max
tenía en mi espalda, aferradas con tanto apego...empezaron a
sentirse menos en mi piel. Sus manos ya no me estaban
abrazando, haciéndome sentir protegida. Se habían ido en
cámara lenta de aquel afecto que tanto necesitaba.

LURU
LURU

Aquello me destrozó por dentro. No Max, no me dejes de


abrazar por favor. No cuando más te necesito. Por favor mi
amor. No lo hagas, no me sueltes.
—Walter es Hades. Estuvieron frente a su padre biológico
durante todo este tiempo y yo no pude soltar palabra alguna por
una venganza estúpida que la misma diosa Némesis provocó. La
diosa de la venganza...
Afrodita empezó a hablar, detallando sin perderse nada cómo
durante años yo había sido protegida para mantenerme a salvo
de dicha desgracia que tarde o temprano me golpearía. Reveló
que Max y yo...no, no podía ni siquiera relacionarnos. No podían
hacernos esto. Incluso Adam era mi... ¡No! Fue extraño ver como
Max y yo nos habíamos despegado. De pasar de un abrazo que
nos volvía uno, a estar a varios pasos de distancia y sin
atrevernos a mirarnos a la cara.
La sensación de vergüenza me estaba deteriorando poco a poco.
El dolor del golpe de Hades no era tan terrible como lo que
sentía en aquel momento.
—Sabía que todo estaba perdido en cuanto supe que los tres
habían estado... —Afrodita se detuvo, como si quisiera encontrar
las palabras correctas, pero no terminó la oración, se quedó en
silencio, tapando su rostro con una de sus manos y meneando la
cabeza.
—Que la culpa los carcoma, mi trabajo aquí ha finalizado —
Walter se retiró por la puerta, empujando con el hombro a su
hijo que se quedó inmóvil, ya que era tan grande que no era
imposible inmovilizarlo con aquella acción.
No quería mirar a Max, no podía hacerlo. No quería. No podía. Ya
no más sufrimiento, por favor. Nos quedamos a solas con
Afrodita en el baño inmenso de Max. Un lugar que no nos
importaba estar después de la despiadada noticia.

LURU
LURU

—Por favor—suplicó ella, acongojada—, digan algo.


Pero nada salió de nuestras bocas. No fui capaz. Era
desesperante ver cómo el silencio de Max parecía
sentenciar algo. Pero ni eso, sólo observaba a Afrodita con el
semblante serio, mudo y con los ojos vidriosos.
Caí en la cuenta de que mi vida ya no tenía sentido alguno. Me
habían arrebatado lo más importante que había conocido. Lo
más importante se había marchitado. Un agujero negro se abrió
en mi pecho. Yo reconocí esa sensación, ese estado y sabía que
cuando se abría, no volvería a cerrarse otra vez. No tenía certeza
de que eso ocurriera.
Sin decirle nada a mi madre, asentí porque no podía hablar.
Asentí con la intención de que vea que había entendido aquel
mensaje que tanto había insistido en darme. Asentí para que me
viera y observará que ya está, que ya todo estaba perdido
para mí.
Me sentía asquerosa, me sentía sucia. Max, mi hermano. Adam,
mi hermano. Yo no podía vivir con algo así. Pensamientos
negativos nublaron mi mente, aquellos que había guardado en
un baúl bajo llave y que ahora estaba abierto. Quería escapar.
Abrí la puerta y salí del baño. Tomé mis cosas, sollozando y con la
vista en algún punto fijo mientras me dirigía hacía la puerta en
estado de shock. Ni siquiera mire atrás. No recuerdo cómo llegué
a mi apartamento ubicado frente al de Max, simplemente ya
estaba allí, frente al cajón de mi cómoda. Observando el cinturón
con el que alguna vez me había intentado suicidar. Pase mis
dedos sobre el cuero marrón claro y grueso. Lo tomé entre mis
dedos, observándolo más de la cuenta. Mis ojos observaron el
caño del techo lo suficientemente resistente como para soportar
mi peso.
Dejé el cinturón sobre el colchón.

LURU
LURU

Escribí una carta, una breve, para Max. Con mi mano


temblando sobre el papel y provocando que la pluma causará
algunos rayones involuntarios en las letras. Dejé la carta sobre mi
almohada. Mi mente estaba en blanco.
Paso seguido, empecé a retirar las maderas con las que había
tapeado la ventana de mi habitación. En cuanto la luz del sol
ingresó con totalidad, brindándome una última calidez sobre la
piel, busqué una silla, tomé el cinturón para rodearme el cuello y
el caño, sintiendo la presión del cuero contra mi garganta.
Cerré los ojos, deseando que fuera como la primera vez. Desea
que Max apareciera. Pero, lo único que llegué a ver fue él en el
ventanal de su apartamento, observándome a la distancia,
inmóvil y con perplejidad en su rostro. Pánico.
De ventana a ventana nuestros ojos se encontraron por última
vez.
Pateé la silla con mis ojos puestos sobre el anillo de un
compromiso que nunca sería. De un compromiso que no
existiría.
Max no llegó a tiempo.
Debí abrazarlo más la última vez que lo vi.
Max la vio ahorcarse desde el edificio de enfrente cuando entró
en sí y empezó a buscarla por todo el apartamento cuando
Afrodita se esfumó, con el corazón tranquilo sabiendo que él y
ella ya no podían estar juntos.
Tanta información, tanto que procesar. No le daba la cabeza.
Empezó a dolerle.
Estaba sudando, tratando de comprender qué mierda había sido
todo eso. Había estado tan petrificado que había tardado
minutos en reaccionar y entrar en sí. Pero, ya era tarde. El

LURU
LURU

palpitar de su pecho aumentó con brusquedad en cuanto vio que


el amor de su vida se había ahorcado frente a sus ojos.
—¡NO! —gritó Max, desgarrado —¡NO, POR FAVOR! ¡ADA!
No fue capaz de colocarse una sudadera por el frio que, hacia
afuera, con la nieve que no dejaba de caer y el sol iluminando
desde algún punto del cielo. Mientras corría, bajando las
escaleras. Marcó con los dedos sudorosos al 911 en su celular. En
cuanto lo atendieron, les dio información de la emergencia, con
voz desgarrada y con sollozos interrumpiéndolo cada vez que
hablaba. Cada vez que emitía sonido.
Cortó la llamada en cuanto le avisaron que estaban en camino.
Max subió los escalones a toda prisa del edificio de Ada. El
ascensor estaba lleno, eso lo irritó. Sentía que sus piernas no
eran lo suficientemente fuertes como para correr.
Llegó al piso y corrió hacia la puerta que, gracias a Dios, se
encontraba abierta. La abrió con brusquedad y se apresuró a
llegar a la habitación.
La imagen que encontró no fue la esperada. Esperaba ver a Ada
ahorcada, con los pies desnudos lejos del frio suelo. Sin embargo,
estaba tendida en los brazos de Afrodita, quien la acunaba
contra su pecho mientras se derrumbaba en llantos. El grito
desgarrado de la mujer penetró en su mente, como un enorme
sello.
El cabello de Afrodita era un manto sobre el cuerpo muerto de su
adorada hija. La cabeza de Ada estaba sobre el pecho de su
madre, quien la sujetaba con fuerza y era llenada de besos en el
rostro.
Ninguno de los dos había llegado a tiempo.

LURU
LURU

Max cayó de rodillas al suelo, derrumbándose por completo


frente a la cama. La mano pálida de su futura esposa estaba
sobre el colchón, él la tomó, llegando a ella arrastrándose por el
suelo, sin fuerzas.
Los dedos del joven tomaron los suyos, como una última caricia,
como un último adiós.
—¿Dónde ha viajado su alma? —a Max se le quebró la voz y
sus lágrimas nublaron sus ojos.
—¡Al Inframundo! —gritó entre lágrimas Afrodita, sin
intenciones de soltar a su pequeña.
—Buscaré su alma. La buscaré —susurró Max, besando la mano
inmóvil de Ada, hundiendo su rostro en sus dedos, besándola sin
intenciones de dejarla ir con facilidad.
Si no podían estar juntos en la gloria o en la tierra, la amaría
entre las llamas. La amaría en el pecado, la amaría en la
oscuridad y las tinieblas. Su amor era inquebrantable.
Hasta el día de hoy, no se sabe si el hijo de Hades encontró a su
amor o se perdió entre la infinidad de almas que habitaban el
Inframundo...

LURU
LURU

Epílogo
Mi amado Max:
Con un profundo dolor en mi alma rota y con mis sentimientos
deteriorados, te escribo a puño y letra, con mis ultimas fuerzas,
que yo sin ti no puedo seguir. No puedo avanzar, no hay
dirección a la cual aferrarme si no te tengo. Me siento como el
primer día, como aquella vez en la que estaba metida en un
profundo hoyo negro, buscando una soga a la cual sujetarme y
tú, me salvaste ¿lo recuerdas mi amor? Pero hoy, cariño mío, no
ocurrió.
Me llevaré conmigo la última sonrisa tuya, la última mirada y tu
carcajada que tanto me gustaba escuchar, mi bella zanahoria. Mi
bello amor.
Te amaré en alguna parte, en donde quiera que esté, te amaré y
besaré entre sueños, sin importar nuestro desenlace. Aquella
noticia que nos abatió no la soporté, no la quise oír, pero estaba
allí ¿Cómo vivir con algo así en mi mente? ¿Cómo lograr estar en
la tierra cuando deseo morirme al no poder tenerte como tanto
quise, amor mío?
Que el mundo sepa que peleamos hasta el final, que nos
sentimos indestructibles, pero aquello duró tan poco, que me
quedaré con nuestros recuerdos. Permíteme llevarlos conmigo
hacia donde quiera que vaya para que me acaricien cada vez que
lo necesite.
No te preocupes amor mío, ya tendremos otra vida para
volvernos a encontrar y quizás, deseo con lo más profundo de mi
ser, que funcione.
Con lágrimas en mis ojos, te digo adiós amor mío.

LURU
LURU

Te voy a amar hasta sentir los ojos pesados, hasta mi último


aliento.
Te amé hasta morir.
❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀
Tiempo después...
Las diosas estaban desesperadas por tratar de calmar el llanto de
Afrodita. En el Olimpo no todo era color de rosas y un paisaje
digno de fotografiar luego de la muerte de su hija. Todas las
diosas estaban intentando levantarle el ánimo.
Las infidelidades aumentaron en la tierra, el amor ya no era el
mismo, sólo el sexo era el único interés. Las personas preferían
dialogar entre ellas y no se animaban a enamorarse. Aquel
detonante tan catastrófico (la falta de amor en la tierra lo era),
era causado por el llanto y la melancolía de la diosa de la belleza,
quien estaba en un duelo permanente que no parecía tener fin.
Afrodita no salía de sus aposentos hace meses que ya se habían
vuelto incontables. Hasta que un día, uno de aquellos que se
habían vuelto ordinarios, las puertas doradas e inmaculadas de
su habitación se abrieron de par en par.
Las diosas que merodeaban por allí, incluyendo a Atenea y a
Hera, miraron rápidamente hacia la habitación de Afrodita. Esta
salió, con una sonrisa plantada en sus labios y con sus manos
entrelazadas contra su pecho. Entonces, la diosa de la belleza,
gritó a todo pulmón:
—¡Max la encontró!

FIN

LURU

También podría gustarte