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DOMINGO VI Tiempo Ordinario

(Ciclo C)
Jer 17, 5-8
Sal 1,1-2.3.4.6
1 Cor 15, 12.16-20
Lc 6, 17.20-26

Bienaventurados los que confían en el Señor


Dichosos, bienaventurados, felices… Todos desearíamos que nos describiesen así,
¿verdad?: “mira que feliz es”, “da gusto ver lo dichosos que son en esta comunidad”.
Sin embargo, el ritmo de la vida no siempre nos pone fácil vivir esa felicidad, la
queremos, pero muchas veces se nos escapa entre los dedos: el ambiente de pesimismo
que nos rodea, los problemas de nuestras familias, nuestras debilidades y
enfermedades… tantos y tantos pesos que cada uno sabemos que llevamos en el
corazón. Entonces, ¿qué podemos hacer para experimentar de verdad que somos
bienaventurados, bendecidos y felices en Dios?
Las lecturas de hoy nos invitan a una actitud fundamental como primer paso para
alcanzar la felicidad: la confianza en Dios. La confianza es una actitud fundamental en
nuestra vida: abrimos las puertas de nuestra casa porque confiamos en que nuestros
invitados no nos harán daño, cuidamos una planta porque confiamos en que si hacemos
las cosas bien dará fruto, educamos a los niños porque confiamos en que así se harán
personas de bien. Ninguna de estas cosas nos garantiza que las cosas salgan bien, pero
confiamos en que las cosas con entrega y cariño den sus frutos, tenemos fe en que
poniendo lo mejor de nosotros saldrán bien las cosas. Pues precisamente, a eso nos
invita hoy Dios, a confiar en él para que nuestra vida sea verdaderamente feliz.
“Confía en Dios” así dicho puede parecer una frase hecha, sin embargo, confiar en Dios
no es ser un iluso o una coletilla para calmar nuestra tristeza. Confiar en Dios es un acto
de libertad que poco a poco va transformando nuestra vida. Confiar en Dios supone:
sabernos necesitados, buscar superar las dificultades y sobre todo fiarse de que la fuerza
de la palabra de Jesús que nos llama a ser bienaventurados. Necesidad, búsqueda y fe,
tres pasos para descubrir el camino a la felicidad.
Necesidad
Vivimos en un tiempo que a todos se nos pide ser autosuficientes, capaces de hacer todo
y cuanto menos necesites de los demás mejor, menos aún de Dios. Esto no es ninguna
novedad, pero en nuestra época a veces se vuelve especialmente doloroso, ¿cuántos
jóvenes no pueden afrontar el peso de la vida por no saber pedir ayuda? ¿cuántas huidas
hacia adelante por no atrevernos a decir “no puedo”?
El profeta Jeremías lo explica mirando a la naturaleza, hay dos tipos de personas: los
autosuficientes, que como el cardo no necesitan de nada ni de nadie y acaba solo, seco,
sin fruto alguno. ¿Cuántos cardos conocemos? Personas que se sostienen en lo que son
y en lo que tienen, no necesitan de nada, todo lo pueden conseguir con dinero o poder, o
al menos eso hacen creer… sin embargo, ¿podemos comprar el amor? ¿podemos darnos
a nosotros mismos el consuelo en una situación de dolor? ¿podemos comprar la
felicidad? ¿pueden darnos la felicidad las cosas?
Por eso, el profeta Jeremías dice que, en cambio, los que confían en Dios, los que se
saben incapaces de darse a sí mismos las cosas fundamentales de la vida, son como un
árbol plantado junto a la fuente de agua. A diferencia del cardo que se basta a sí mismo,
el árbol frutal necesita de una fuente de agua que le renueve cada día, que lo llene de
vida, que le permita abastecerse para hacer que sus frutos crezcan. ¿Qué diferencia al
cardo del árbol? El cardo no necesita del agua, el árbol sí. Nosotros, ¿aceptamos que
necesitamos agua, que necesitamos una fuente de vida más allá de nosotros mismos?
¿Aceptamos que somos pobres y necesitados?
Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios, así comienza Jesús las
bienaventuranzas, felices los pobres, es decir, los que saben que no tienen todo, que
están necesitados, que necesitan que Dios les cuide porque ni ellos pueden darse todo lo
que necesitan ni tampoco los que les rodean y miran para otro lado. Jesús dice esto
mirando a una muchedumbre que venía de todos los lugares buscando escucharle y ser
curados, venían buscando, como el árbol, una fuente en la que llenar su alma y su
cuerpo. Por eso el primer paso para la felicidad es saber que no podemos dárnosla
nosotros, que estamos necesitados, pero no basta con saberlo, el segundo paso es desear
esa felicidad, es buscarla para nosotros y para los demás.
Búsqueda
Bienaventurados los que tenéis hambre, los que lloráis, los que sufrís por causa del
Hijo del hombre, porque quedaréis saciados, reiréis, vuestra recompensa será grande.
Jesús no les dice a todos los que habían ido a buscarle, felices por estar sufriendo
porque eso es la felicidad. Al contrario, felices los que os entregáis buscando un mundo
más justo, un mundo conforme lo creó Dios, un mundo que mire a Jesús como modelo,
un mundo que se sabe necesitado del amor de Dios, porque todas las dificultades tienen
un sentido, Dios no se olvidará de ellas.
Bienaventurados los que tenéis hambre, es decir, los que sienten que no están llenos,
que no están saciados ¿Cómo comunidad podemos decir que no tenemos hambre
cuando los que viven a nuestro lado no tienen para comer? ¿Podemos decir que estamos
saciados cuando a nosotros y los nuestros muchas veces no tienen un motivo para
levantarse de la cama por las mañanas?
Bienaventurados los que lloran, es decir, los que sienten dolor por lo que les ocurren,
los que piden ayuda, los que necesitan de un hombro en el que desahogarse.
Bienaventurados los que lloran con y por otros, los que se conmueven, los que tienen un
corazón dispuesto a hacer suyas las dificultades de los demás, no para contemplarlas
sino para buscar soluciones, para vencer a la violencia, para construir la paz.
Bienaventurados por entregaros a la causa del Hijo del hombre, ¿cuál es la causa de
Jesús? Dar la vida por los hermanos y dar vida a los hermanos. Bienaventurados los que
buscan ser felices al modo de Jesús, dando la vida, entregándose a pesar de lo que
cueste, de las decepciones, de las dificultades, de las piedras en el camino, dar la vida
porque el mundo conozca a Jesús y descubra en él el verdadero camino a la felicidad.
Fe
¿Podemos seguir diciendo que Jesús es el verdadero camino a la felicidad? ¿Podemos
decir que realmente Dios va a vencer al mal? ¿Vencerá a la pobreza que se extiende
cada más, al hambre que hace imposible la vida de tantas familias? ¿Vencerá la tristeza
de una sociedad enferma y desesperanzada? ¿Vencerá los sufrimientos de los que
luchan sin gran éxito por el Reino de Dios?
Si dudamos, tal vez deberíamos hacernos la pregunta que hizo Pablo a los Corintios
¿Cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos? ¿Cómo
podemos decir que no hay esperanza si creemos en Jesús Resucitado? ¿Cómo no va a
vencer Dios el mal si es Dios? Si Jesús ha vencido a la muerte, si en su Resurrección
Dios nos demuestra que no hay ningún mal con el que no pueda, que no hay pobreza,
tristeza o sufrimiento que no pueda curar, ¿cómo no vamos a confiar en Él?
Por eso, podemos decir con el salmo bienaventurados los que confían en el Señor,
porque Él no nos ha abandonado, no nos abandona y no nos abandonará. Porque en Él sí
podemos sostener nuestra felicidad. Porque en él nos sabemos necesitados y deseosos
de buscarle, pero encontramos una fuerza en la que confiar, un amor en el sostenernos,
una paz en la que sostener nuestra esperanza. Creamos realmente en que la felicidad es
la meta de los que confían en el Señor.
La confianza en Dios nos hará aguantar las tormentas y vencer al desaliento. Esta
confianza nos sostiene y nos alienta hacia Dios. Por eso, tengamos confianza para
afrontar la vida, tengamos confianza para superar las dificultades, tengamos fe porque
Dios siempre cumple sus promesas. Sabemos que en la dificultad no es fácil
mantenernos en esa confianza, por eso resultan tan conmovedoras las palabras con las
que Benedicto XVI enfrenta la etapa final de su vida:
“Muy pronto me presentaré ante el juez definitivo de mi vida. Aunque pueda
tener muchos motivos de temor y miedo cuando miro hacia atrás en mi larga
vida, me siento sin embargo feliz porque creo firmemente que el Señor no sólo
es el juez justo, sino también el amigo y el hermano que ya padeció Él mismo
mis deficiencias y por eso, como juez, es también mi abogado (Paráclito). En
vista de la hora del juicio, la gracia de ser cristiano se hace evidente para mí. Ser
cristiano me da el conocimiento y, más aún, la amistad con el juez de mi vida y
me permite atravesar con confianza la oscura puerta de la muerte. A este
respecto, recuerdo constantemente lo que dice Juan al principio del Apocalipsis:
ve al Hijo del Hombre en toda su grandeza y cae a sus pies como muerto. Pero el
Señor, poniendo su mano derecha sobre él, le dice: «No temas: Soy yo...».
(cf. Ap 1,12-17).”
Que nosotros sepamos vivir confiando en Dios y un día escuchemos de su boca,
bienaventurado porque confiaste en mí, pasa y siéntate a mi mesa.

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