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por qué, y especialmente el para qué y por quién hacemos lo que hacemos,
sentimos lo que sentimos, creemos lo que creemos y, en definitiva, vivimos lo
que vivimos, demuestra que la vida es tan sumamente importante que no la
podemos “utilizar” de cualquier manera. El hombre necio que describe la
Sagrada Escritura es aquel que no reflexiona, que no discierne y, como
consecuencia, no se conoce a sí mismo.
Escuché a un sacerdote que explicó muy bien cómo, después de muchos años,
había descubierto, el porqué de muchas dudas, cuestiones que se planteaba en
cuanto a Dios y la fe, etc. Nos decía que nuestra personalidad está conformada
por un bagaje de experiencias vividas la mayoría de las veces “a nuestra sola
capacidad”, según nuestra sensibilidad, nuestro carácter, el ambiente familiar en
el que hemos nacido y crecido, relaciones de amistad, etc…., y un sinfín de
situaciones que van “fabricando” por así decirlo, una forma de ver la vida que
muchas veces no es real, porque actúa en nosotros a modo de un “colador”, por
donde pasa todo: nuestros pensamientos, deseos, sentimientos, acciones, relación
con nosotros mismos, con los demás, y también con Dios.
Te puede ayudar orar con este texto del P. Tadeusz Dajczer, polaco, extraído del
libro “El misterio de la fe” (Meditaciones sobre la Eucaristía).
Jesús, me amas de tal manera que pareces decir: ¡Te doy todo! ¡De hecho, eres
mi más preciada posesión! Quiero aceptar eso. Aceptarlo en el silencio del
corazón. Tengo que honrar a Dios en lo que me da: Tú me das el poder escribir,
mover la mano o la pierna. Es gracias a tu amor que puedo levantarme por la
mañana. Eres tú quien da la contrición y la gracia del perdón y el dolor cuando
me alejo de ti, para que quiera regresar. Y la gracia de sacudirme de todas las
tentaciones de desaliento, tristeza, apatía. Y tal vez llegue a creer en esto después
de diferentes rodeos y dificultades, porque los caminos humanos no son
sencillos. Pero en esos rodeos -marcados por extraordinarias victorias de la
gracia, pero también a menudo por mi dramático rechazo-, nunca deja de decirme
que en Él arde el hambre por mí, su permanente susurro: “Soy para ti, soy para
ti… Eres tan valioso para mí que al ocuparme plenamente del mundo, al mismo
tiempo puedo decirte que sólo te tengo a ti”.
Y termino con palabras de San Juan de Ávila, nuestro querido Doctor y Maestro
de Santos: “Y todo esto se alcanza con oración humilde y cuidado perseverante.
Más recibe el alma que hace el alma. Y por tanto, quitemos nosotros los
impedimentos y soseguemos nuestro corazón dentro de nosotros; esperemos allí a
Cristo, que entra, estando cerradas las puertas, a visitar y a alegrar a sus
discípulos (Cf. Jn 20,26). Y pues es Cristo el que principalmente ha de obrar esto
en nosotros, no tenemos por qué desconfiar; mas fuertes en la fe de tal guía,
comencemos con fervor esta carrera que lleva hasta alcanzar a Dios.