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Desde nales del siglo XV, y sobre todo durante los siglos XVI y XVII, los términos
empresa y empresario empiezan a vincularse a un sistema de valores nuevo. Se
evoluciona desde un sistema basado en la propiedad de la tierra a otro
fundamentado en el comercio, el valor del dinero y el crédito. Si bien esta evolución
es lenta y paulatina, no afecta por igual a todos los ámbitos geográ cos y, por
supuesto, es un fenómeno eminentemente urbano. En cualquier caso, hay un
consenso generalizado entre los historiadores en considerar que a partir del siglo
XVI, por mucho que el contexto general sea el del feudalismo, se evoluciona hacia
una economía de mercado y progresivamente se consolida (siempre dentro del
marco feudal y del predominio de la agricultura como actividad principal) el
CAPITALISMO MERCANTIL. Este sistema económico está muy relacionado con los
grandes descubrimientos geográ cos y muy vinculado a los negocios mercantiles,
la banca y las nanzas; aunque paulatinamente se va extendiendo a las
manufacturas y, muy lentamente, a la agricultura. En cualquier caso, a grandes
rasgos, y a diferencia de lo que sucederá a partir de la Revolución Industrial, la
mayoría de negocios están sobre todo vinculados a la esfera de la circulación
(comercio) y no al sector productivo. Así pues, desde el punto de vista empresarial,
en la época del capitalismo mercantil, la ganancia o el bene cio se origina,
fundamentalmente, en el diferencial entre los precios de compra y de venta de los
productos y no en la introducción generalizada de mejoras tecnológicas o de
cualquier otro tipo (organizativas, por ejemplo) dirigidas a incrementar la
productividad y a reducir el coste por producto unitario. Una forma de proceder, en
de nitiva, que se explica por la baja presión de la demanda propia del período y por
las di cultades de los empresarios para “recuperar” o rentabilizar las inversiones
introducidas. Y ello debido a las di cultades (por restricciones de todo tipo) de
ensanchar los consumidores potenciales; la mayoría ligados a los sectores
privilegiados de la sociedad.
Así pues, por mucho que progresivamente se abran paso los negocios de tipo
mercantil, interesa no perder de vista que la estructura social continúa estando
fuertemente jerarquizada. Los procesos de movilidad social ascendente son
escasos, pues el orden social se fundamenta en privilegios que son concedidos por
el rey de forma totalmente piramidal. El rey controla el poder por “derecho divino”,
apoyado por grupos privilegiados que lo auxilian en el gobierno y en cuestiones
bélicas a cambio de recibir prebendas y la cesión de algunos monopolios.
Generalmente en detrimento de los mercaderes y, por supuesto, del “pueblo llano”
(campesinos, artesanos, grupos marginales, etc.) que se ve sometido a la tiranía de
los señores feudales, al pago de cuantiosas rentas señoriales y de impuestos reales
que se destinan sobre todo a sufragar guerras, a los intereses particulares del
monarca y, muy raramente, a mejorar las condiciones de vida de la población en
general.
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En cualquier caso, no es menos cierto que a partir del siglo XVI, generalmente por
los intereses de las propias monarquías de fortalecer sus dominios frente al exterior,
“limitar” el poder de la nobleza feudal y ganarse de algún modo el favor de sus
súbditos, se inicia en prácticamente toda Europa un cambio institucional. Este
cambio es auspiciado por el poder real en concomitancia con los mercaderes,
banqueros y en general con los representantes del capital mercantil,
tradicionalmente con una menor consideración social. Culminará con el
fortalecimiento de las monarquías (de ahí el concepto de monarquía absoluta), el
surgimiento de las naciones-estado, la progresiva separación (aunque lenta) de los
interés particulares del rey de su funciones gubernamentales y representativas, etc.
De ahí, que paralelamente a la consolidación del capitalismo mercantil, pueda
hablarse de la asunción de un nuevo orden político por parte de la monarquía con el
objetivo prioritario de asentar su poder en el interior de sus respectivos dominios.
Ello in uirá en la mejora progresiva del “bienestar” de un número cada vez mayor de
población, en la marcha de determinados negocios y, en general, en la mitigación
del riesgo y la incertidumbre. Del mismo modo que fomentará las oportunidades de
negocio entre los particulares (en solitario o en colaboración con los poderes
públicos) para intentar mitigar los desórdenes públicos y fomentar la puesta en
marcha de determinados servicios. Destacan, por ejemplo, los esfuerzos para
asumir el control y la prevención de los desastres naturales, el aprovisionamiento de
las ciudades (sobre todo para evitar motines), la realización de infraestructuras
básicas, la puesta en marcha del crédito público, la gestión de los monopolios y en
algunos países, incluso, la publicación de leyes destinadas a mitigar el poder de la
nobleza feudal en general y a reducir la propiedad eclesiástica en particular.
A partir de los siglos XVI y XVII, los negocios destinados al intercambio (ya fuera de
mercancías, personas, numerario, etc.) fueron las más frecuentes. Asimismo, dado
que en dicha etapa el Estado se encuentra “en construcción” y las monarquías
absolutas todavía no han estructurado el aparato administrativo del Estado, resulta
también comprensible que fueran los mercaderes (dado que eran prácticamente los
únicos que poseían liquidez) los que generalmente (previa subasta de un servicio y/
o cesión de un monopolio real) tuvieran a su cargo determinados servicios: correos,
avituallamiento de ciudades, recaudación de impuestos, etc. Predominaron las
empresas de tipo familiar, aunque fueron también frecuentes las empresas
colectivas (“precedente” de las sociedades mercantiles capitalistas) conocidas con
el nombre de compañías. Implicaban (con un distinto grado de responsabilidad) a
diversos socios en un mismo negocio con el objetivo de disponer de una cantidad
de capital superior al que normalmente podía conseguir una sola familia o individuo.
1 OJO: Léase al respecto el texto sobre Benet Capó (Lecturas tema 1).
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nancieros se mantendrá durante todo el período; a pesar de que a medida
que se avanza hacia los siglos XVI y XVII irán surgiendo empresas
especializadas. Una especial mención merece, en este contexto, la aparición
durante el siglo XVII de la banca pública. Inicialmente el Banco de Cambios de
Amsterdam (1609) y, posteriormente, el Banco de Inglaterra (1696), seguidos de
muchas otras iniciativas similares en las principales ciudades europeas. Estos
bancos surgen con una doble función: otorgar créditos a particulares y
negociar la deuda de sus respectivos Estados.
2 Dicho sistema por encargo se distingue del denominado putting-out-system en el que son las propias familias (sin
presencia de mercaderes intermediarios) las que se proveen de materia prima y colocan los productos manufacturados
en el mercado regional.
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les ha pagado un salario propiamente dicho por el tiempo trabajado porque,
en la práctica, en los hogares solo se dedican a la manufactura a tiempo
parcial; generalmente los días lluviosos, por la noche o en las épocas en que
las tareas agrícolas no requieren a todos los miembros de la familia.
9. ETC.
10. ETC.
El generalismo es, en síntesis, una de las principales estrategias de las que se sirven
las empresas de la época para reducir el riesgo y la incertidumbre. No obstante,
tanto por lo que respecta a las formas de gestión como a los instrumentos
desarrollados por los mercaderes, destacan otros aspectos característicos del
período que, aunque modi cados, han pervivido (y en algunos casos aún perviven)
hasta épocas más recientes. Por un lado, en los rasgos característicos de la
organización y la gestión de las empresas y, por otro, en algunos de los
instrumentos desarrollados por los mercaderes que, con el tiempo, fueron
adoptados por las empresas de otros sectores.
Por lo que respecta a los aspectos ORGANIZATIVOS, merecen una especial
mención los siguientes:
- La importancia otorgada a la familia en sentido extenso, a las relaciones de
parentesco, a la endogamia de grupo, a los códigos de conducta y a las
relaciones de vecindad. De tal modo, que los organigramas de estas
empresas, a diferencia de lo que sucede con las compañías mercantiles, se
fundamentan en la genealogía familiar. Asimismo, se da una coincidencia
entre el lugar de residencia de la familia (casa en sentido amplio) y la “sede
empresarial”.
- La imbricación entre propiedad y dirección fue prácticamente generalizada y
la contratación de personal asalariado ajeno a la familia una excepción. Pues,
en la época, no era bien visto incorporar a la empresa a personas “ajenas” a
la familia y las empresas de mayor tamaño (las compañías) que precisaban
de la contratación personal para su gestión no gozaban, precisamente, de
“buena reputación”. En general, la separación entre propiedad y dirección era
considerada como sinónimo de negocios mal llevados.
- La práctica más común consistía en implicar en el negocio a socios, factores
y comisionados de la con anza de la familia. De ahí el surgimiento de la
gura del comisionado que ha pervivido hasta nuestros días y de la que se ha
abusado y se continúa abusando en la actualidad en determinados negocios:
ventas de productos a comisión (electrodomésticos en los grandes
almacenes, coches en los concesionarios o todo tipo de seguros, etc.); por
citar solo algunos ejemplos relevantes.
Manufactura pre-industrial
Taller Fábrica
1. Propio de la época preindustrial, aunque en 1. Proliferan a par r de la primera revolución
la actualidad pervive en algunos sectores. industrial.
En este último cuadro comparamos las fábricas propiamente dichas, que proliferan
a partir de la revolución industrial, con una tipología de manufactura centralizada
propia del período preindustrial y cuya lógica productiva se fundamentaba en los
principios del mercantilismo. Un tipo de pensamiento según el cual el Estado ha de
ejercer un papel esencial en la promoción del desarrollo económico general y
manufacturero en particular de un para evitar la competencia extranjera. Las
Manufacturas o Fábricas Reales surgen por inspiración de la monarquía francesa
con el objetivo impulsar la producción nacional mediante la construcción de
fábricas destinadas a abastecer las necesidades de la corte, la hacienda real y las
clases altas. Están generalmente especializadas en la producción de bienes de lujo:
tapices, porcelana, cristal, etc. Su gran impulsor fue Colbert, ministro de Luis XIV)
pero tuvieron una gran difusión en toda Europa durante el siglo XVIII debido a la
in uencia del pensamiento ilustrado. En general ocuparon grandes edi cios
suntuosos que pretendían ser un símbolo del poder económico y político de sus
respectivos estados. Sin embargo, ni por sus dimensiones, ni por el grado de
mecanización, ni por el número de trabajadores ni por la forma como se organizaba
la producción pueden ser consideradas como el precedente inmediato de las
fábricas modernas. Dependían exclusivamente de los pedidos de las clases más
acomodadas, no introdujeron un nuevo sistema de trabajo y su centralización
respondía, sobre todo, a la necesidad de controlar la calidad del producto. No
perseguían el bene cio económico, se nutrían de los presupuestos de la Tesorería
General o de la Real Hacienda y la mayoría fueron de citarias y un lastre para las
economías de sus respectivos países.