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Universidad Nacional Autónoma de México.

Facultad de Economía.

Historia económica general.


Grupo 104

Salcedo Sánchez Iván Adrián.


(No. Cuenta 421085046)

El surgimiento del capital industrial


El desarrollo del capitalismo
-Maurice Dobb.
Capítulo 5: ACUMULACIÓN DE CAPITAL Y MERCANTILISMO.
I
Señalar un proceso de acumulación de capital como etapa esencial en la génesis del
capitalismo pudiera parecer una afirmación elemental que nadie discutiría. Pero cuando
empezamos a indagar la naturaleza exacta del proceso que pudo conducir a esta reunión de
capital, aquella afirmación se muestra menos elemental. Fue una etapa separada en el tiempo
y anterior al desarrollo de la propia industria capitalista.
No contamos con ningún caso de mercader-portuario que acumulase material y fortuna hasta
un punto concreto en el que empezara a emplearlo en la explotación y producción al por
mayor, hemos de considerar que cuando hablamos de acumulación originaria nos estamos
refiriendo a la concentración de propiedad de patrimonios y a una transferencia de
propiedad, no a instrumentos tangibles de producción.
Primer modo de acumular capital: la nueva clase burguesa, receptora de la herencia de la
antigua clase dominante, empleará sus fortunas en “la doble transacción”, es decir, compran
hoy para vender mañana, con la esperanza de ganar mucho dinero en el proceso gracias al
posible aumento del costo que dicte los procesos al alza de la economía. Para ello se han de
dar una circunstancia socio-política muy especial, en este caso revoluciones sociales, pues en
condiciones de libre competencia no es posible una venta a la baja de las propiedades
campesinas.
Segundo modo de acumular capital: El capital no se debía guardar, sino emplearlo con
brevedad, y rebajar el consumo por bajo del nivel de ingresos, con tal de obtener un
“ahorro”.
Si la desintegración del feudalismo debía ser la palanca histórica que desencadenara el
proceso de acumulación de capital, entonces el desarrollo de la producción capitalista no
podía constituir, por sí mismo el vehículo principal de aquella desintegración. En fin, la
nueva sociedad debía “nutrirse” de la crisis y la decadencia del orden antiguo, situación que
trajo la tendencia a vender terrenos a bajo precio. Las fortunas de grandes terratenientes y
señores quedaron tan mermadas que se vieron obligados a vender todo a cualquier precio.
Ejemplos de “doble transacción” y “adquisición de tierras y derechos a bajo precio” son la
desamortización eclesiástica de los Tudor, la venta de propiedades bajo la Commonwealth,
el comercio de ultramar y, sobre todo, el comercio colonial. A todo ello hay que sumar un
hecho trascendental señalado por Marx, “la afluencia cada vez mayor de metales preciosos a
partir del siglo XVI, que fue algo esencial para la circulación y el atesoramiento”.
En los siglos anteriores la inversión en la industria estuvo evidentemente frenada, no sólo por
la escasez de mano de obra, sino por el mal desarrollo de la técnica productiva de los
mercados, por la supervivencia del régimen de regulaciones de los gremios urbanos y la
hegemonía de las grandes corporaciones de mercaderes, como la Hansa o las Compañías
inglesas. La paulatina disolución de estos factores motivó la aparición de una industria
capitalista.
La primera fase de la acumulación, la creciente concentración de la propiedad, constituyó un
mecanismo esencial para crear condiciones favorables a la segunda –la dinamización del
capital- y puesto que debía transcurrir un intervalo para que la primera cumpliera su función
histórica, ambas fases deben ser consideradas distintas en el tiempo.
II
La deuda pública y la colonización interna
Hablando de los apuros económicos que padecieron los estamentos nobiliarios, hemos de
hacer referencia obligada a la Guerra de las Dos Rosas, que llevó a muchas grandes familias,
como los Huntingdon y los Berkeleys, a endeudarse en gran manera. De ahí que vendiesen a
bajo precio muchos señoríos y propiedades con tal de obtener “dinero fácil”. Los
compradores, por lo general, era gente de potencial medio, sin más apellido ni propiedades
que destacar.
Entre los factores más poderosos que promovieron la acumulación burguesa se contaban el
desarrollo de instituciones bancarias, que se enriquecieron con las transacciones de cambio y
el arriendo de impuestos, y el crecimiento de los empréstitos de la Corona y la deuda del
Estado. Banqueros genoveses, como la Casa di S. Giorgo, los Fuggers y los mercaderes de la
Staple son algunos ejemplos.
Decía Marx, “la deuda pública se convierte en una de las más poderosas palancas de la
acumulación originaria, es como una barita mágica que infunde virtud procreadora al dinero
improductivo y lo convierte en capital”.
El reinado del último Tudor fue, en lo esencial, un período de transición; y ya antes de
expirar el reinado de la Reina Isabel la corriente había empezado a fluir hacia la inversión
industrial. Sólo las enormes ganancias del comercio exterior supusieron un obstáculo para
que la aristocracia burguesa del período Tudor prestara atención al desarrollo de la industria.
No obstante, todo inconveniente tiene su ventaja: el hecho de que pocas personas pudieran
invertir en el mercado externo, ya que estaba monopolizado aún, supuso una concentración
de fuerzas más pequeñas en la manufactura del comercio interno.
Posteriormente, el capital obtenido por algunos de estos aventureros coloniales sirvió como
palanca a la actividad industrial interior. Tanto es así que en el occidente europeo, en países
como Alemania, Francia y, más tarde, Rusia, así como en los EE.UU., el capitalismo apuntó
en dirección a lo que puede denominarse “política colonial interna” del capital industrial con
respecto a la agricultura durante toda su primera fase, antes de que despertara totalmente el
interés por el mercado de exportación de productos industriales.
El capitalismo, en Inglaterra y Rusia, al desarrollarse, contribuyó a desarrollar su propio
mercado. Ello de dos maneras: a través de los beneficios que engendraba y de la ocupación
de puestos que proporcionaba; también a través de su tendencia a quebrantar la
autosuficiencia de unidades económicas de tipo más antiguo, como la aldea feudal, así como
a atraer, de este modo, una mayor proporción de la población y sus necesidades dentro de la
órbita del intercambio de mercancías.
-Antes de la nueva era mecánica, los burgueses debían procurar regulaciones comerciales y
privilegios políticos para asegurar la rentabilidad de sus empresas.

III
La acumulación de moneda y el sistema de comercio colonial: El mercantilismo
Adam Smith y sus sucesores consideraron que la expansión de mercados era la precondición
para el crecimiento de producción e inversión. Pero sin regulaciones que limitaran el
número de competidores y protegieran los márgenes de precios de compra y venta, el capital
comercial podría gozar de ganancias espasmódicas, pero no contar con una fuente de
ingresos perdurable.
La cuestión de la abundante posesión de moneda como elemento necesario en la dinámica
capitalista fue cuestión debatida por múltiples teóricos a lo largo del siglo XVIII. Locke dejó
bien en claro que éste era, para él, el eje de la cuestión: poseer menos moneda que otras
naciones conllevaba para un país que “las mercancías nativas se volverán muy baratas” y
“todas las mercancías extranjeras, muy caras”. Es decir, como afirmaba Hales, lo que más
interesaba no era la cantidad de exportaciones, sino la relación de precios entre los
movimientos del mercado exterior.
El sistema de comercio colonial sirvió a ciertos países como un modo de canalizar el
excedente a cambio de, esencialmente, materias primas, que era el producto del que más
podían nutrir los territorios de ultramar. Que Inglaterra tuviese menos moneda les llevó a
adoptar este modelo, en el cual dejaba de importarse el producto manufacturado, para sólo
comprar la materia prima. Además de esto, entre 1699 y 1742, Inglaterra prohibió a sus
colonias todo trato y venta de manufacturas con el comercio exterior de no ser a través de
Londres (con tal de evitar que la competencia estuviese en casa.
Podemos concluir, basándonos en el profesor Hecksher que el pensamiento mercantilista
busca “beneficiarse a gracias a la pérdida de otros”. Alfred Marshall dice que “plata y azúcar
raras veces llegaron a Europa sin manchas de sangre”, pues la política colonial de los siglos
XVII y XVIII difirió poco, en cuanto a métodos de saqueo y de rapiña, de los empleados en
siglos anteriores por los cruzados y los mercaderes armados de las ciudades italianas. El
mercantilismo inglés y holandés, al fin y al cabo, se puede caracterizar como una empresa de
conquista semiguerrera, a que se había concedido derechos de soberanía, respaldados por las
fuerzas del Estado”. Fue, al fin y al cabo, la política económica de un período de
acumulación primitiva.

IV
El movimiento circular del dinero. La liberación del comercio exterior. Los Estuardo.
La insistencia en las ventajas de incrementar la exportación resultaría del surgimiento de un
poderoso interés industrial, distinto del comercial: beneficiaba al fabricante que el mercado
para su producto fuese lo más vasto posible y sus ganancias aumentaban si se restringía la
importación de artículos competitivos. Ya en 1611 Jacobo I, en el Libro de Tasas, Book of
Rates, anunciaba una política “de exceptuar y liberar todas las mercancías introducidas que
contribuyen a proporcionar trabajo a la gente de nuestro reino (como algodón en rama, hilo
de algodón, seda, y cáñamo en bruto)”, al mismo tiempo que se reducían los derechos para
la exportación de manufacturas nativas manteniendo, a la vez, la prohibición de exportar
ciertas materias primas.
Poco a poco el comercio inglés se fue abriendo. El argumento esencial fue que las
importaciones, para cuyo pago era preciso exportar metálico, podían ser beneficiosas si
consistían en materias primas que, al fomentar la industria interna, provocarían un aumento
de producto para exportar y, llegado el caso, atraerían más tesoro al reino. Es decir, enviar
dinero al exterior no tendría por qué ser negativo, pues la estabilización de buenas relaciones
internacionales provocaría un efecto “boomerang” en el dinero: tanto inviertas, tanto o más
puede que obtengas. Esta ideología se disfrazó bajo el principio de que el comercio debe
estar subordinado a los intereses generales del Estado y, puesto que el poder soberano se
personalizaba en la Corona, pareció razonable aplicar a los tratos económicos del Soberano
la analogía del comerciante individual.
El tema de la usura y la urgente necesidad de acumular dinero fue tratado por algunos
autores de la época que vieron una relación directa entre la abundancia de dinero y bajas
tasas de interés; siempre y cuando identifiquemos capital y dinero. Hume y otros teóricos
creyeron en el incremento de stock como la vía más segura para abaratar los préstamos.
La principal y más grande diferencia entre el período mercantilista y el sistema colonial del
imperialismo moderno era la exportación de capital, la cual no había cobrado entonces
dimensiones considerables y no ocupaba el centro del escenario. Parte de las ganancias que
arrojaba el comercio exterior no derivaban sólo del capital en giro, sino del capital fijo
invertido en el equipamiento y fortificación de factores comerciales en el exterior.
La inversión en producir excedente o stock para la exportación trae consigo la entrada de
capital extranjero. La materia prima que Inglaterra tenía en abundancia se encarecía al ser
trabajada, proceso en el que obtenían un rotundo beneficio. Debido a la teoría del
“movimiento circular del dinero”, ya citada, y al mayor número de puestos de trabajo que
supondría la creación del excedente, empezó a verse como buena la exportación. Se fue
abandonando el proteccionismo del capital inglés y se diluyeron los monopolios mercantiles,
los cuales servían para estrangular toda expansión del mercado.
Que la fuerza económica y un pilar esencial del mercado, apoyándose en la nueva filosofía
de mercado, fuese la masa de trabajadores, llevó a muchos nuevos capitalistas a invertir
directamente en la industria. Esto conllevaría cambios importantísimos: indicios de que la
época del proletariado estaba próxima.

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