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ADVIENTO

Significado del Adviento


La palabra latina "adventus" significa "venida". En el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Jesucristo. La liturgia de la Iglesia da el
nombre de Adviento a las cuatro semanas que preceden a la Navidad, como una oportunidad para prepararnos en la esperanza y en el
arrepentimiento para la llegada del Señor. El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa penitencia. El tiempo de Adviento
es un período privilegiado para los cristianos ya que nos invita a recordar el pasado, nos impulsa a vivir el presente y a preparar el futuro.

Esta es su triple finalidad:


- Recordar el pasado: Celebrar y contemplar el nacimiento de Jesús en Belén. El Señor ya vino y nació en Belén. Esta fue su venida en la
carne, lleno de humildad y pobreza. Vino como uno de nosotros, hombre entre los hombres. Esta fue su primera venida.

- Vivir el presente: Se trata de vivir en el presente de nuestra vida diaria la "presencia de Jesucristo" en nosotros y, por nosotros, en el
mundo. Vivir siempre vigilantes, caminando por los caminos del Señor, en la justicia y en el amor.

- Preparar el futuro: Se trata de prepararnos para la Parusía o segunda venida de Jesucristo en la "majestad de su gloria". Entonces
vendrá como Señor y como Juez de todas las naciones, y premiará con el Cielo a los que han creído en Él; vivido como hijos fieles del
Padre y hermanos buenos de los demás. Esperamos su venida gloriosa que nos traerá la salvación y la vida eterna sin sufrimientos.

María Inmaculada, modelo del Adviento

La Iglesia mira a María para contemplar en Ella lo que la Iglesia es en su Misterio

1. Un tiempo particularmente apto para el culto a la Madre del Señor

El Calendario Litúrgico Pastoral, citando la Marialis cultus (Exhortación Apostólica Mariológica del Papa Pablo VI), explica brevemente el
sentido de la Solemnidad de la Inmaculada, que se conmemora el 8 de Diciembre: "Se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción
de María, la preparación esperanzada a la venida del Salvador y el feliz comienzo de la Iglesia, hermosa, sin mancha ni arruga (Marialis
cultus, 3)".

La Inmaculada Virgen aparece, de este modo, vinculada a la venida del Salvador y al comienzo de la Iglesia. Al inicio del año litúrgico, en
este tiempo de Adviento, María, concebida sin pecado, se nos presenta como modelo de esperanza y como tipo de la Iglesia.

Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Mater, destacaba el carácter mariano del Adviento, al señalar que, en la liturgia de este tiempo,
se refleja cada año el "preceder" de Santa María a la venida de Cristo:

“[Ella] en la ´noche´ de la espera de adviento, comenzó a resplandecer como una verdadera ´estrella de la mañana´ (Stella matutina). En
efecto, igual que esta estrella junto con la ´aurora´ precede la salida del sol, así María desde su concepción inmaculada ha precedido la
venida del salvador, la salida del ´sol de justicia´ en la historia del género humano" (Redemptoris Mater, 3).

Ella ha precedido la salida del Sol de Justicia. De Ella debemos aprender, por consiguiente, a prepararnos para la Navidad y para la
segunda venida del Señor, al fin de los tiempos.
Ya el Papa Pablo VI, en la citada encíclica Marialis cultus, enseñaba que los fieles, al vivir con la liturgia el espíritu de Adviento, y al
considerar el "inefable amor" con que la Virgen esperó al Hijo (cf. Prefacio II de Adviento), "se sentirán animados a tomarla como modelo
y a prepararse, ´vigilantes en la oración y... jubilosos en la alabanza´ (Prefacio II de Adviento) para salir al encuentro del Salvador que
viene" (MC, 4).
El Adviento - sigue diciendo Pablo VI - "uniendo la espera mesiánica y la espera del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo de la
Madre" presenta un feliz equilibrio, al no separar el culto a la Virgen de su necesario punto de referencia, que es Cristo. De este modo, el
Adviento "debe ser considerado como un tiempo particularmente apto para el culto a la Madre del Señor..." (MC, 4).
2. La Inmaculada Concepción de María
El misterio de la Inmaculada está asociado a la "plenitud de los tiempos". En el plan providencial de la Santísima Trinidad, María ocupa
una posición de singular relieve. Ella aparece en la aurora de la salvación, "mientras se acercaba definitivamente la «plenitud de los
tiempos»" (RM, 3), como una creación de la Trinidad.
La Virgen María, "en su ser y en su función histórica, es toda ella un producto de la iniciativa salvífica del Padre" . Para ofrecer a su Hijo
"una digna morada" , el Padre la ha "bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1,3) y la ha elegido
"antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor" (Ef 1,4; cf CEC, 292).
El Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida, la plasmó como una criatura nueva (cf LG 56), preparándola con su gracia para ser Madre de
Aquel en quien "reside corporalmente toda la Plenitud de la divinidad" (Col 2,9).
En atención a los méritos de Cristo, "fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción"
(DS 2803), para que en Ella, como verdadera madre del Hijo de Dios, se realizase la unión de la divinidad con la humanidad en la única
persona del Salvador y para que, asociada a Jesucristo, cooperase "en forma enteramente impar" (LG 61) a su obra salvadora (CEC, 964).
La Inmaculada es el vértice de la obra redentora y santificadora de las misiones del Hijo y del Espíritu Santo: "María, la Santísima Madre
de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra [il capolavoro] de la misión del Hijo y del Espíritu Santo en la plenitud de los tiempos" (CEC,
721).
Según esta relevante aserción del Catecismo, María es el icono más perfecto y más acabado de la obra salvífica y santificadora de Cristo y
del Espíritu.
En la Inmaculada se realiza de la manera más perfecta el fin último de toda la economía divina: la entrada de las criaturas en la unidad de
la Bienaventurada Trinidad (CEC, 260). Y, por consiguiente, en ella se cumple plenamente la finalidad de la creación: la manifestación y la
comunicación de la bondad de Dios (cf CEC, 294) .El resultado del "admirable intercambio" que celebra con gozo la Liturgia de Navidad se
anticipa, en la aurora de la plenitud de los tiempos, en la Virgen Inmaculada. Ella, desde el primer instante de su concepción, "compartió
la vida divina de aquel que [hoy, en su Nacimiento] se dignó compartir con el hombre la condición humana" (Colecta del día de Navidad).
Esta profunda verdad de fe se expresa plásticamente en el arte; por ejemplo, en los frescos de la Capilla Sixtina. La Capilla está dedicada a
la Virgen - a la Asunción - aunque toda la temática de las pinturas de la Sixtina está relacionada con la disputa teológica sostenida entre
los franciscanos - Sixto IV, que manda decorar la capilla, era franciscano - y los dominicos - los "Magistri Sacri Palatii" - sobre la
Inmaculada.
El concepto de "Inmaculada" viene del Cantar de los Cantares, que habla de la Esposa Inmaculada: "Toda hermosa eres, amada mía, no
hay tacha en ti" (Ct 4, 7). Sólo una figura femenina puede ser imagen para una colectividad: la comunidad es la Esposa y Yahvé el Esposo.
María reasume como figura singular todo el Pueblo de Dios: Ella es la Inmaculada Concepción. Es concebida en la mente de Dios que
prevé una Esposa pura. Desde el momento de la concepción, María está limpia de pecado para poder ser Madre de Dios. Duns Escoto
aplicó, en este sentido, Proverbios 8, 22 a la Inmaculada: "Yahvé me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas".
Francesco della Rovere quiso introducir la fiesta de la Inmaculada Concepción, pero no pudo hacerlo por la oposición de los dominicos.
Introdujo, no obstante, la fiesta de la Concepción el 8 de Diciembre. Francesco della Rovere – Papa Sixto IV -, que escribió en 1458 un
sermón sobre la Inmaculada, pensaba que María debía ser inmaculada, porque si no Eva tendría una ventaja sobre ella, pues fue creada
sin pecado. Y, de hecho, la escena de la creación de Eva está en el centro de la bóveda de la Sixtina.
La Inmaculada Concepción se refiere a la concepción de María en el seno de Ana. Originariamente ha significado la concepción de María
como modelo de la Iglesia, la Esposa pura en la mente de Dios del Cantar de los Cantares.
La Inmaculada Concepción significa que lo que es la creatura no es cambiado por la misma creatura; que no se opone a lo que es de Dios,
a lo que viene de Dios (esta oposición a lo que viene de Dios es el aspecto negativo de la contracepción).
En la Inmaculada el proyecto de Dios no es obstaculizado. Esta concepción tiene un nivel biológico y espiritual. Para los dominicos nadie
estaba exento del pecado original que, según una escuela, se transmitía por generación. Duns Escoto piensa más en el individuo que en la
esencia genérica. Hay un individuo que es, desde la concepción, lo que Dios quiere, sin poner ningún obstáculo a su proyecto: éste ser
individual es la Inmaculada Concepción.
3. La preparación esperanzada a la venida del Salvador
En María, la Virgen Inmaculada, se realiza el Misterio de la Navidad, de la Encarnación del Verbo. Por eso, mientras nos disponemos
celebrar su venida, debemos aprender de ella a prepararla con esperanza.
La liturgia del Adviento subraya una serie de rasgos de esta "preparación esperanzada". Fijándonos en las oraciones propias de cada día,
podríamos destacar - entre otros - los siguientes: el deseo, la alerta o la vigilancia, el ánimo, la alegría, la fe, la humildad de corazón y la
actitud de súplica.
a) La primera actitud que caracteriza la preparación esperanzada para la venida del Salvador es el deseo: "Dios todopoderoso, aviva en
tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene", reza la oración del primer domingo de Adviento.
El deseo es un "movimiento enérgico de la voluntad hacia el conocimiento, posesión o disfrute de una cosa" (según el Diccionario de la
Real Academia Española). Avivar el deseo de salir al encuentro de Cristo supone anhelar vivamente (viernes III) la venida del Señor;
aspirar con vehemencia a conocerlo, y a encontrarnos con Él: "colma en tus siervos los deseos de llegar a conocer en plenitud el misterio
admirable de la encarnación de tu Hijo".
San Agustín, en un texto que recoge el Oficio de Lecturas del viernes de la III semana de Adviento, relaciona el deseo y la oración. El
deseo, nos dice, es una oración interior y continua:
"Tu deseo es tu oración: si el deseo es continuo, continua es también tu oración." Es una oración interior y continua... "Si no quieres dejar
de orar, no interrumpas el deseo". "La frialdad en el amor es el silencio del corazón; el fervor del amor es el clamor del corazón".
b) Junto al deseo, la Liturgia de este tiempo nos exhorta a mantener una actitud de alerta, de vela, de vigilante espera: concédenos,
Señor, "permanecer alerta a la venida de tu Hijo, para que cuando llegue y llame a la puerta nos encuentre velando en oración y
cantando su alabanza" (Lunes I). El Adviento es tiempo de preparación para la venida del Señor "en la humildad de nuestra carne", pero,
igualmente, es tiempo de vigilancia para aguardar su segunda venida "en la majestad de su gloria" (cf Prefacio I de Adviento).
c) El ánimo debe caracterizar la salida al encuentro de Cristo: "cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo" (domingo II). El ánimo es
el valor, el esfuerzo y la energía, que se contrapone al acobardamiento. El que tiene ánimo no desfallece en la espera: "no permitas que
desfallezcamos en nuestra debilidad los que esperamos..." (miércoles II).
d) La alegría es, igualmente, característica del Adviento. Hemos de "esperar con alegría" (martes II), siguiendo el consejo-mandato de San
Pablo a los Filipenses: "Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra comprensión sea patente a todos los hombres. El
Señor está cerca" (Flp, 4, 4-5).
El motivo de la alegría es la venida del Salvador ("Haznos encontrar la alegría en la venida" - cf Jueves III - ). Así como nos alegramos con
el nacimiento de Jesús, pedimos a Dios que podamos alegrarnos con su segunda venida (21 Diciembre).
e) Esta alegría brota de la fe, porque se apoya en la fidelidad de Dios a su palabra. El Pueblo de Dios "espera con fe" el Nacimiento del
Mesías (domingo III) y se prepara a "proclamar con fe íntegra" y a celebrar "con piedad sincera" el misterio de la Navidad ("proclamemos
con fe íntegra y celebremos con piedad sincera", 19 Diciembre).
f) La actitud de fe exige como condición la humildad de corazón, a ejemplo de María (20 dic).
g) La súplica. El tiempo de Adviento es tiempo de súplica, de petición. Al sabernos pobres y necesitados, imploramos a Dios que "acoja
favorablemente nuestras súplicas..." (martes I). Suplicamos para que Dios Padre "prepare nuestros corazones con la fuerza de su Espíritu"
(miércoles I); para que los despierte y los mueva "a preparar los caminos de su Hijo" (jueves II); para que nos "socorra con su fuerza"
(jueves I) de modo "que su brazo liberador nos salve de los peligros" (viernes I).Es preciso rogar a Dios que nos conceda la libertad
verdadera (sábado I); la renovación de nuestra alma, para que la venida de Cristo "ahuyente las tinieblas del pecado y nos manifieste
como hijos de la luz" (sábado II). Sólo Dios puede "iluminar las tinieblas de nuestro espíritu" (lunes III) y "limpiarnos de las huellas de
nuestra antigua vida de pecado" (martes III), y así "reconfortarnos en esta vida y obtenernos la recompensa eterna" (miércoles
III).Pedimos a Dios que el "admirable intercambio" de la Navidad sea una realidad en nosotros: "que lleguemos a la gloria de la
resurrección" (domingo IV); "que se digne hacernos partícipe de su condición divina" (17 D); que nos conceda "ser liberados" (18 D) y
"participar de los bienes de la redención" (22 D); que "nos haga partícipes de la abundancia de su misericordia"( 23 D); que "consuele y
fortalezca a los que esperan todo de su amor" (24 D).
4. El feliz comienzo de la Iglesia
La Virgen Inmaculada, modelo de la espera del Salvador, es el "feliz exordio de la Iglesia". Ella es, verdaderamente, la Esposa Santa e
Inmaculada, la imagen y primicia de la Iglesia - Esposa del Cordero - que responde con el don del amor al don del esposo (Mulieris
Dignitatem, 27). María es el comienzo de la Iglesia, porque en Ella se realiza el "misterio" de la Iglesia: la unión de los hombres con Dios.
La Virgen Inmaculada "nos precede a todos en la santidad que es el Misterio de la Iglesia como la «Esposa sin tacha ni arruga» (Ef 5, 27)".
Por eso, "la dimensión mariana de la Iglesia - afirma el Catecismo de la Iglesia Católica en la estela Juan Pablo II y, últimamente, de von
Balthasar - precede a su dimensión petrina" (Cf CEC, 773). Es decir, el ministerio apostólico - de Pedro y de los otros apóstoles - , la
estructura de la Iglesia, se orienta y se finaliza en la formación de la Iglesia "en aquel ideal de santidad, que ya está presente y
prefigurado en María" (cf MD, 27). En Ella, en María, la Iglesia es ya la toda santa (cf CEC, 829). La Iglesia mira a María para contemplar en
Ella lo que la Iglesia es en su Misterio, en su peregrinación de la fe, y lo que será en la patria definitiva al término de su camino, donde la
aguarda, en la gloria de la Santísima e indivisible Trinidad, en la comunión de todos los santos, aquella a quien la Iglesia venera como
Madre de su Señor y como su propia Madre (cf CEC, 972).

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