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María de Nazaret y del Cenáculo, mujer llena del Espíritu Santo.

P. Luis L. Luján omi

Lecturas sugeridas:

Hechos 1, 12-14 "Y así que entraron, subieron a la habitación de arriba, donde se alojaban
habitualmente. Eran Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago
el de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas el de Santiago. Todos perseveraban unánimes en la oración con
algunas mujeres, con María la madre de Jesús”.

Hechos 2, 1-4 "Al llegar el día de pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. "De repente
un ruido del cielo, como de viento impetuoso, llenó toda la casa donde estaban "Se les aparecieron
como lenguas de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. "Todos quedaron
llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que
se expresaran."

Contemplamos la primera comunidad reunida en oración y a la espera del Espíritu que Jesús le
había prometido. Según el libro de los Hechos están presentes los apóstoles, con ellos otros
discípulos y varias mujeres, de la que resalta la figura de María, la Madre de Jesús.

Nos recordaba el papa León XIII en 1897: «La súplica de la misma Virgen tuvo ciertamente gran
peso ya en el misterio de la Encarnación, ya en la venida del mismo Paráclito sobre los Apóstoles
reunidos»1

Allí está Ella, presente, en medio de la comunidad, acompañando como Madre que continúa
animando la obra de su Hijo Jesús. Ella, que dijo “Yo soy la esclava del Señor” (Lc 1,38), continúa
ahora junto a la comunidad, cantando como en aquel Magnificat “la grandeza del Señor” (Lc 1,46)
su figura silenciosa entre los Apóstoles, nos enseña que todo silencio se vuelve canto, lenguaje
nuevo, alegría profunda cuando perseverando en la oración, se espera del Espíritu Santo.

María, es la servidora fiel, desde su “Sí” en el anuncio del Ángel, permanece guardando la Palabra,
saliendo a servir a su prima Isabel. Peregrina del Reino de Dios se convierte en discípula de su Hijo
siguiéndolo en su vida pública. Ella está ahora acompañando a una comunidad vacilante a un grupo
de hombre y mujeres, que entre la dispersión, el desaliento, las dudas y el miedo, comienzan a creer
y comprender que Jesús ha resucitado, que desde el cielo ahora les enviará el Espíritu Santo, para
consolarlos y animarlos a que continúen la obra de la salvación. Está acompañando a los discípulos
de su Hijo, y nos sigue acompañando hoy en el nuevo pentecostés.

En el evangelio de san Lucas y en el libro de los Hechos, podemos encontrar los argumentos bíblicos
más importantes para hablar de María en relación al Espíritu Santo. En ella, y sólo en ella, el
Espíritu Santo desciende primero para engendrar al Hijos de Dios, y después en el momento de
pentecostés. El Espíritu que colmó a María es el mismo Espíritu que ahora desciende en la Iglesia
1
Divinum illud Carta encíclica de Ss. León XIII, Sobre la presencia y Virtud admirable del Espíritu Santo Nº 17. del 9 de
mayo de 1897.

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naciente, como lenguas de fuego para que la Iglesia anunciara el evangelio, allí junto con María, los
Apóstoles son confirmados, ungidos, enviados. María es testigo de dos nacimientos, el de Jesús
Salvador y el de la Iglesia.

Podemos entonces hablar con toda certeza, que María es la Mujer habitada por el Espíritu de Dios,
y que nos enseña a recibir ese Espíritu para generar la vida de Jesús en el mundo. Para
comprendernos más allá de la diversidad de pensamientos o lenguajes y vivir la unidad en el Espíritu
anunciando con alegría a Cristo Resucitado, para formar cada día la comunidad, la iglesia.

No se pude separar la vida de María y su estrecha relación entre el momento de la encarnación del
Verbo y el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés, en ambos momentos la figura de María es
resaltada por el autor del evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles. La persona que une
estos dos momentos es María: “María en Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalén. En ambos
casos su presencia discreta, pero esencial, indica el camino del "nacimiento del Espíritu" 2.

Existe un vínculo profundo entre María, el Espíritu Santo y la Iglesia naciente. Su presencia en
Pentecostés, podía pasar desapercibida ya que la figura que resalta como cabeza del grupo es la de
Pedro, pero el autor del Libro de los Hechos, no deja de lado la figura de María. Podemos deducir
que el narrador de los Hechos tenía pleno conocimiento de lo que también el Concilio Vaticano II
dirá de ella: “Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo…
es, verdadera madre de los miembros de Cristo”3

María, que conservaba en su corazón todos los acontecimientos desde que entró a formar parte en
el plan de Dios, ahora está: “implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había
cubierto con su sombra en la anunciación”4.

Así, convertida en Madre de los discípulos al pié de la cruz, es también Madre de la Iglesia, porque
en ella se vuelve a derramar el Espíritu Santo. No hay por tanto Iglesia sin Pentecostés. Y no hay
Pentecostés sin la Virgen María5. Ella, sin duda habrá desempeñado un rol fundamental en
mantener la unidad de los discípulos mientras esperaban la venida del Espíritu, Peregrina junto a su
Hijo, ahora es también peregrina junto a los que él eligió, a quienes seguramente compartió sus
experiencias, guardadas en el corazón (Lc 2,51) “En la Iglesia que nace, Ella entrega a los
discípulos, como tesoro inestimable, sus recuerdos sobre la Encarnación, sobre la infancia, sobre
la vida oculta y sobre la misión de su Hijo divino, contribuyendo a darlo a conocer y a fortalecer la
fe de los creyentes“6.

2
Redemptoris Mater, Carta Encíclica de Ss. Juan Pablo II Sobre la Bienaventurada Virgen María Nº 24 del 25 de Marzo
de 1987
3
Lumen Gentium, Constitución Dogmática sobre la Iglesia Nº53 del Concilio Vaticano II, Noviembre 1964
4
Redemptoris Mater Nº24
5
Benedicto XVI – Durante el Rezo del Regina Caeli del 23 de mayo de 2010
6
SS. Juan Pablo II Audiencia general del 28 de Mayo de 1997

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Ella que es verdaderamente Madre de la Iglesia, nos enseña el valor de la espera en oración, en
unidad para recibir el Espíritu Santo y salir al mundo a llevar la Buena Noticia de Jesús a los más
abandonados, a quienes necesitan su fuerza y consuelo.

La que en el Magníficat Proclamo al Dios que “hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios
de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma
de bienes y a los ricos los despide vacíos. la libertad de los cautivos” (Lc 1, 51-53) nos invita a
“Dejémonos llevar, de la mano del Espíritu e ir en medio del corazón de la ciudad para escuchar su
grito, su gemido”7.

Junto a la Virgen nuestra Madre, imploremos la venida del Espíritu Santo, para que reavive en
nosotros el don de la alegría y nos ayude a perder el miedo para llevar la buena Noticia a los Pobres
y anunciar el año de Gracia del Señor. (Lc 4) para hacer presente a Cristo y su reino, en las periferias
existenciales, entre los nuevos pobres que claman al Cielo. Allí, con el fuego del Espíritu “se nos
abre un inmenso campo, una noble y santa misión” (San Eugenio de Mazenod) entre las realidades
deshumanizantes y confusas del mundo, tenemos una gracia para hacerle bien a los pobres. Es la
gracia del Espíritu que nos hace proclamar como María la grandeza del Señor que en su misericordia
se acuerda de su pueblo.

Como en Nazaret y en el Cenáculo, el cristiano en la iglesia, solo puede dar la vida de Jesús al
mundo si como María recibe la fuerza de lo alto, el Espíritu Santo, que nos hace llamar a Dios
“¡Abbá!, es decir, ¡Padre!” (Gal 4,6). Solo si tratamos con Dios como un Padre de amor, podremos
vivir como hermanos. Así animados por su presencia, podremos abrir las puertas que nos han
encerrado para salir al mundo, no movidos por nuestras propias fuerzas sino por la gracia del
Espíritu. María, movida por el Espíritu, vivió una relación de confianza, amor y libertad "Y ustedes no
han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor. "(Romanos 8:15). Recibir al
Espíritu Santo, el don del Resucitado, nos lleva a vivir con esperanza desde una relación de profunda
confianza con el Dios Padre de la vida, para anunciar con alegría el evangelio hasta los confines del
mundo.

7
Ss. Francisco, Homilia de la Vigilia de Pentecostés del 8 de Junio de 2019

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