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NÚCLEO DE SUCRE
DOCTORADO EN ESTUDIOS SOCIALES.
SEMINARIO:
Construcción histórica de la identidad en el marco familiar.
Autora: MSc. Marybel Morales S.
V-15.514.579
Docente: Dr. Luis Peñalver
Resumen.
Este ensayo tiene como propósito describir el contexto diverso, singular y conflictivo que representa
el entramado socio-cultural en el cual se construyen las relaciones inter subjetivas que constituyen
el colectivo como sustrato de la realidad humana. Toma como referente a autores clásicos como
Aristóteles y Platón; así como la visión contemporánea de la propuesta de Charles Taylor (2006),
respecto a la construcción y apropiación de la identidad del sujeto en las sociedades modernas
contemporáneas. Está estructurado en tres subtítulos y utiliza como método la investigación
documental, la unidad de análisis son los textos citados y utiliza como técnica el análisis de
contenido de acuerdo a las categorías establecidas. Concluye que toda práctica socio-cultural
implica formas de racionalidad que definen los referentes y perspectivas desde los cuales los sujetos
asumen, valoran y orientan sus proyectos de vida que vienen mediados por su entorno familiar; y
que la Universidad no sólo es un espacio de creación de conocimientos, de formación y de inserción
social, sino también de reflexión como acto que involucra el crear y dar sentidos a lo que se piensa,
se dice y se hace para el pleno florecimiento de las potencias humanas, individuales y sociales.
Palabras claves: Crisis Histórica de la Identidad; Entramado socio-cultural; Identidad; Proyecto de
Vida; Realización Humana.
A manera de introducción…En contraposición a la consideración de la identidad
como una afirmación y una expresión de la libertad plena del sujeto para autodeterminarse,
tal como lo proponen los exponentes más reconocidos de la filosofía política liberal desde
John Locke hasta John Rawls y Amartya Sen, este trabajo se orienta desde una visión
contraria, basándonos en un recorrido histórico que toma como referencia a autores
clásicos como Aristóteles y Platón; así como la visión contemporánea de la propuesta de
Charles Taylor (2006), respecto a la construcción y apropiación de la identidad del sujeto
en las sociedades modernas contemporáneas. En este sentido Taylor se centra más en el
carácter fundamentalmente constructivo, narrativo y dialógico de la identidad que en la
pérdida de la libertad y la mera aceptación acrítica de la identidad asumida. Taylor enfoca
su análisis, reflexión y discusión acerca de la identidad moderna en términos de una
construcción social desde los vínculos con las otras personas y a partir de una narración que
hacemos de lo que somos y de quiénes somos. De aquí que podríamos considerar la
identidad como una narración social, en la que Taylor coincide con otras posturas
filosóficas como la de MacIntyre (1994).
En este orden de ideas, Aristóteles escribió en su libro Ética a Nicómaco que la ética
se ocupa del bien y que el fin supremo del hombre no es otro que la felicidad, entendida
como un estado de eudaimonia, es decir, un estado de pleno florecimiento de las potencias
del ser humano. A decir de este gran filósofo griego, la ética no estudia sólo qué es la
felicidad, sino principalmente cómo ésta se alcanza: se alcanza mediante la acción
consciente, es decir, mediante la praxis. De igual manera, desde Platón se pueden rastrear
algunas de las bases filosóficas de la identidad como una cuestión que surge del sujeto
mismo. La teoría de la identidad personal desde Taylor sustenta que el sujeto no decide o
no elige las fuentes de su identidad, sino que la construye a partir de la relación social y
política con los otros significantes, este principio consiste en que toda acción humana debe
estar orientada al desarrollo de las potencias del hombre. Y como quiera que el hombre y la
mujer son sujetos sociales, la praxis debe estar dirigida a lograr la plenitud de la vida social.
Así pues, todas las elecciones (decisiones) deben ser pensadas y orientadas por una razón
recta, para que la elección sea buena y permita lograr la plenitud de la vida propia y la de
todos. Por eso, tomar decisiones correctas presupone necesariamente que la reflexión se
convierta en un hábito moral e inclusive, en un fin en sí mismo.
La indivisibilidad de la reflexión que orienta y se despliega en la acción práctica, es
decir, la unidad entre pensar y ser, surge como principio de la vida buena. Así, las virtudes
intelectuales orientan las virtudes morales, y ambas forman el carácter. Podríamos decir
entonces que en nuestra identidad están entretejidas, en una misma narración, el lenguaje, la
historia personal, la relación con los otros y el entorno social. Por ello, nuestra identidad es
la narración que hacemos de nosotros mismos, en la que damos cuenta de lo que somos, y
es también la historia de nuestra relación personal con los otros. Así, nuestra historia, lo que
somos y lo que nos define, se vuelve una narración social. La identidad como narración
social define y delimita lo que soy, lo que puedo ser, elegir, hacer y esperar de la vida, así
como el sentido que hay en ella. La identidad como narración social tiene el propósito de
articular el sentido lo que soy o somos con el sentido de la vida y el reconocimiento en un
marco cultural de relaciones validadas socialmente (Taylor, 1996, p. 14).
El grupo tiene una identidad que es colectiva, con base en la cantidad de personas que la
comparten. Esta identidad de grupo en el tiempo se vuelve una historia, es decir, una
identidad histórica, del mismo modo como la historia de cada una de las personas que
conforman tal grupo, una historia que es una identidad narrada. Los grupos y las personas
aspiran a permanecer, aun evolucionando, y constituyen su identidad con la intención de
diferenciarse, de permanecer y para tener proyectos comunes.
Sin embargo, para fines de la reflexión que se presenta en este ensayo solo nos
centraremos en que, desde la perspectiva de Taylor, la comprensión de la vida de las
personas en las sociedades contemporáneas y a partir de la definición de la identidad como
una forma de narración social, con base en el lenguaje, se fundamenta en dos aspectos: 1)
En la tesis de que el sujeto no decide o no elige las fuentes de su identidad, sino que la
construye a partir de la relación social en el marco de la comunidad con los otros
significantes, y 2) que la identidad, a partir de la comunidad definidora asumida como una
comunidad lingüística, se vuelve una narración de lo que somos y de quiénes somos
mediadas por el contexto socio histórico. En este orden de ideas el ensayo está estructurado
en tres subtítulos que se entretejen para el abordaje teórico de la crisis histórica de la
identidad, para dar paso al florecimiento de las potencias humanas, individuales y sociales.
.
1- La Identidad como entramado sociocultural. Taylor (2006, óp. cit.) enfoca su
análisis, reflexión y discusión acerca de la identidad moderna en términos de una
construcción social desde los vínculos con las otras personas y a partir de una narración que
hacemos de lo que somos y de quiénes somos. Desde el punto de vista filosófico, social,
político y ético, la identidad personal es un tema que emerge en el pensamiento moderno,
aunque, de acuerdo con Appiah (2007), las cuestiones sobre la identidad, como muchos
otros temas de la vida humana moderna, son rastreables en el tiempo y épocas pasadas. Así,
temas como la identidad, la libertad, la igualdad o la autonomía son relevantes e
irrenunciables como ganancias de las sociedades modernas, que han tenido distintas
expresiones conceptuales de acuerdo con diferentes épocas históricas.
En este orden de ideas, quizás la más importante lección del mundo griego antiguo
sea la reflexión sobre el sentido de la vida de la cual se forma la identidad individual y
colectiva. Aunque la Grecia clásica fue una sociedad estratificada que admitía la esclavitud
como un hecho natural, los griegos reflexionaron sobre el sentido de la existencia y unieron
indivisiblemente ética y política, orientándolas a la plenitud del desarrollo humano.
Aristóteles escribió en su libro Ética a Nicómaco que la ética se ocupa del bien y que el fin
supremo del hombre no es otro que la felicidad, entendida como un estado de eudaimonia,
es decir, un estado de pleno florecimiento de las potencias del ser humano. A decir de este
gran filósofo griego, la ética no estudia sólo qué es la felicidad, sino principalmente cómo
ésta se alcanza: se alcanza mediante la acción consciente, es decir, mediante la praxis.
Por lo tanto, la identidad del sujeto, desde una consideración de agente en las
sociedades modernas, es un tema importante en el discurso político, social y ético actual. Es
en este sentido que la propuesta teórica de Charles Taylor respecto a la construcción de la
identidad del sujeto moderno es relevante, porque trata de ligar y articular la genealogía o
construcción de la identidad personal con las formas de vida de las sociedades
contemporáneas, de tal modo que es un hecho que en las sociedades contemporáneas es el
sujeto mismo el que debe plantearse y responderse la pregunta ¿qué o quién soy yo?
Aunque la pregunta acerca de quién soy o quiénes somos también incluye la antigua
pregunta de qué somos. La pregunta acerca de quiénes somos sugiere y refiere a un sujeto,
mientras que la pregunta de qué somos refiere a un algo que apela a la existencia de alguna
naturaleza humana ontológica (Appiah, 2007, p. 207).
A la luz de esta teoría del conocimiento, nos es necesario luchar por recuperar y
fundamentar una ética, como teoría de la moral, basada en la defensa radical de la vida
humana, o para decirlo con palabras de Enrique Dussel, fundador de una ética de la
liberación, para fundamentar una teoría de la moral que sólo considera como ético aquel
acto dirigido a la producción, reproducción y desarrollo de la vida humana plena, vital y
gratificante del sujeto ético en comunidad, con lo cual se confronta esa falsedad de que
puede existir una ética del capital, del empresario o del comercio.
Aceptar esto último, es aceptar que explotar y expropiar el trabajo humano puede
ser un acto ético. Por eso es necesario prestar especial atención a una ética del trabajo,
como condición de vida del sujeto social. Debemos luchar por el desarrollo de una teoría y
práctica de una estética revolucionaria, es decir, una teoría revolucionaria de la belleza en
correspondencia con una epistemología y éticas revolucionarias y en unidad con ellas,
orientada por el principio aristotélico de que sólo lo verdadero puede ser justo y sólo lo
justo puede ser bello. Se trata de confrontar la idea burguesa de que pueden separarse
epistemología, ética y estética para justificar una ética sin un profundo conocimiento
humanista, solidario y crítico, o que es posible una estética sin un sentido y sensibilidad
también profundamente solidario y humanista.
Pero este legado fue traicionado por la corriente del pensamiento que se hizo dominante
en la modernidad capitalista, separando la ética de la política; el sujeto de la comunidad; el
bien individual del bien colectivo; la reflexión ética del conocimiento; la filosofía de la
economía; la pasión, los afectos y la intuición de la razón. ¿Cuál es el resultado de este
proceso? Que el conocimiento como producto del pensar, como reflexión ética sobre el
sentido de la vida, fue sustituido por el conocimiento como simple información. Se nos
repite incesantemente que estamos en la llamada “sociedad del conocimiento y la
información”. Pero este conocimiento ya no se nutre de la vida humana, la virtud, la verdad
o la justicia. La sociedad capitalista jerarquiza la información rentable y desecha cualquier
otra forma de conocimiento o saber, especialmente aquel de carácter crítico y alternativo,
brutalmente estigmatizado. ¿Qué implicación tiene esto? Que el conocimiento ya no está
conectado con los problemas de la vida. Sólo interesa el conocimiento que, por un lado,
produce un beneficio inmediato, que produce cosas, que es rentable. Por otro lado, aquel
que tiende a legitimar el régimen social capitalista. El mundo humano no se confronta
entonces con la propia vida humana, ni con la verdad, ni la con la virtud, ni con la belleza,
dentro de una perspectiva de largo alcance.
Por el contrario, el mundo humano se confronta con cosas, las cuales dejaron de ser una
mediación para la vida y se convirtieron en un fin en sí mismo. Llegamos así a una
sociedad donde domina el conocimiento sin valores, el conocimiento abstracto y desligado
de los procesos sociales y las vivencias humanas. La principal consecuencia de la
separación de los conocimientos y los valores, o como se diría en lenguaje académico, de
separar epistemología de axiología, es el oportunismo ético. Por ejemplo, todos sabemos
que el desarrollo científico y tecnológico está determinado por la rentabilidad y la ganancia.
Innumerables desarrollos científicos que ahorrarían indecibles sufrimientos al ser humano,
son sacrificados a la rentabilidad, postergados o “engavetados”.
A pesar de las posibilidades casi infinitas de la ciencia, sólo se desarrollan aquellos
inventos e innovaciones que reducen sustancialmente la estructura de costos y aumentan las
ganancias. Y si la ciencia se separa de una escala de valores solidaria y humana, entonces
se separa de la vida. La verdad científica se separa de la verdad humana, tal como
denunciaron Nietzche y Marx. Todo esto lleva a que el sujeto se refugie en su interioridad y
su egoísmo, de espaldas a cualquier proyecto de transformación social que nos saque de
esta neurosis colectiva. Nos enfrentamos a una sociedad que trastocó el pensar y reflexionar
sobre la vida por el conocer y saber cómo forma de tener cosas, sociedad en la que además
se desea lo que no se necesita y se necesita lo que no se desea. Pensar implica reflexionar
sobre sí mismo para construirnos como sujetos, construir nuestra propia conciencia. Implica
pensar por el sentido de la existencia, tanto individual como socialmente.
Ello obliga a que necesariamente el reflexionar se articule sobre una escala de valores
nobles, pues no puede pensarse la vida sin otorgarle un sentido y un valor a la misma. Vivir
plena, digna y vitalmente, implica una decisión ética. En cambio, conocer en el sentido de
tener información, no requiere necesariamente este basamento ético. Puedo tener mucho
conocimiento, puedo “saber muchas cosas”, sin tener que comprometerme éticamente, sin
que tener que valorar si este conocimiento contribuye al desarrollo pleno de la vida humana
o si más bien la aniquila. Justamente, una característica de los conocimientos
instrumentales es el abandono de cualquier consideración ética, de cualquier valor o virtud.
Sólo los conocimientos que pueden tasarse en dinero tienen validez. De allí que por
ejemplo algunos pueden hablar de que 80% de la población mundial vive en la pobreza sin
inmutarse. Una cifra abstracta que sólo nos habla de una magnitud.
Ambos aspectos, son dos caras de una misma moneda. Una sociedad como la actual,
que desfalca al hombre en su condición humana, no puede ser una sociedad democrática, ni
libre, ni igual, ni justa. Esta injusticia social se pone de manifiesto con mayor fuerza cuando
consideramos las potencialidades que se han desatado y que bien podrían garantizar el
bienestar de todos. Esto implica que la persona está situada dentro de un marco referencial
u horizonte de significado que define precisamente su identidad. Un marco referencial o de
significado es aquello en virtud de lo cual encontramos el sentido de nuestra vida y nuestra
existencia porque provee los puntos de referencia inteligibles para elegir lo que
consideramos mejor o bueno para nuestra vida. Si las personas nos definimos a través de la
orientación hacia una idea de bien o de diversidad de bienes, los bienes están contenidos
dentro del horizonte cultural o de significado en el que nos encontramos por pertenecer a
una comunidad.