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¿SABEMOS VALORAR LO QUE

TENEMOS?
Haga la prueba y deje de respirar por un minuto. Al intentarlo, habrá recordado que no podemos vivir
sin respirar. Y es que la respiración es indispensable para nuestra vida, pero rara vez tomamos
conciencia de su importancia hasta que la perdemos. Lo mismo ocurre en la empresa, cuando no
valoramos a nuestro personal, o a nuestra organización, hasta que los perdemos.
Una persona le pidió al rabino de su comunidad que lo ayudara, porque ya no soportaba la estrechez
de la habitación que ocupaban él, su mujer y sus tres hijos. El rabino prometió ayudarlo, pero primero
le preguntó: “¿Cuántos animales tienes?”. El hombre respondió: “Una vaca, una cabra y seis gallinas”.
El rabino le pidió que, durante una semana, hiciera a los animales entrar en el cuarto. A la semana
regresó la persona, desesperada, contándole que su casa era un caos, que no había espacio, que los
animales ensuciaban todo. El rabino le dijo que sacara a los animales y que volviera al día siguiente. Así
lo hizo, y el rabino le preguntó entonces cómo estaba su casa. El hombre respondió: “¡Me encanta!, es
limpia, maravillosa y muy espaciosa”.
Esta historia recalca la importancia de valorar lo que tenemos, ya que con frecuencia no lo hacemos.
Cuando trabajamos en una empresa, en ocasiones no valoramos el puesto que ocupamos ni la
organización dentro de la misma. Muchas veces nos quejamos del trabajo, del estrés, del estilo del jefe,
de las políticas de la institución, y soñamos con encontrar un puesto mejor en remuneración y
prestigio. Lo mismo ocurre cuando tenemos un subordinado que no nos convence y quisiéramos
encontrar una persona más eficiente y capaz. O cuando tenemos una pareja y vemos sólo sus defectos:
nos concentramos en lo negativo y soñamos con encontrar a la persona ideal.
Una de las principales causas por las que no valoramos lo que tenemos es nuestra falta de autoestima.
Cuando una persona no se siente competente o valorada, busca permanentemente lo negativo en los
demás y en su entorno. Anda por la vida con “lentes para eclipse”, lentes opacos que hacen que vea su
realidad totalmente oscura. Al “oscurecer” a las personas y el entorno, se “realza” a sí mismo y se
siente temporalmente superior.
Si nuestra autoestima es baja, sentimos que nada es suficiente para nosotros, que nos merecemos
mucho más; cuando, en el fondo, lo que hacemos es ocultar nuestra propia inseguridad. No está mal
querer crecer profesionalmente. El problema surge cuando sólo vemos la parte negativa de la realidad
y sobre esa base decidimos nuestro futuro. Lo mismo ocurre cuando permanentemente encontramos
defectos y rasgos deficientes en nuestros subordinados. Necesitamos sentir que somos mejores que
ellos, para así ocultar que nos sentimos poco competentes. Todas las personas tenemos defectos, pero
también virtudes. Cuando vemos la realidad con nuestros “lentes de eclipse”, únicamente vemos lo
negativo y perdemos información valiosa para la toma de decisiones.
Cuentan que en una organización un gerente general tenía a su cargo a un gerente de marketing.
Estaba tan cansado de su desorden e incumplimiento de plazos que lo único que hacía era
enfatizárselo. Esta persona, desmotivada, terminó renunciando a la organización. Sólo cuando se
marchó se dio cuenta de sus virtudes y del valor que tenía para la Institución. Este gerente general
estaba “apegado” a la imagen de un gerente de marketing perfecto, que obviamente no existe.
Cuentan que una pareja le puso Increíble de nombre a su hijo, pues tenían la certeza de que haría
cosas increíbles en la vida. Sin embargo, Increíble tuvo una vida tranquila, se casó y vivió fiel a su
esposa durante sesenta años. Sus amigos lo fastidiaban porque su vida no concordaba con su nombre.
Antes de morir, Increíble le pidió a su esposa que no colocara su nombre en su lápida, ya que no quería
escuchar las burlas de sus amigos desde el cielo. Cuando murió, su mujer, obedeciendo el pedido de su
esposo, únicamente puso en su lápida: “Aquí yace un hombre que le fue fiel a su esposa durante
sesenta años”. Paradójicamente, cuando la gente pasaba por el cementerio y leía la lápida, exclamaba:
“¡Increíble!”.
Frecuentemente no vemos lo increíble, aun cuando está enfrente nuestro. Aprendamos a verlo en las
organizaciones y en las personas con las que trabajamos a diario, brindándoles los recursos que sean
necesarios para optimizar su labor, y no esperemos hasta perder lo que tenemos para sólo entonces
descubrir su verdadero valor.

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