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La elaboración de la imagen

Composición en Fotografía Parte I:


Los elementos formales.
Rosa Isabel Vázquez

El dominio de la composición es fundamental para conseguir captar imágenes de verdadera calidad que proporcionen al
fotógrafo una vía de expresión y que, al mismo tiempo, sean capaces de ofrecer un mensaje claro al que las visualiza.

De la mano de Rosa Isabel Vázquez, nos vamos a adentrar en el fascinante mundo de la elaboración de la imagen a través de
una serie de artículos en los que aprenderemos, de forma clara y sencilla, cómo funciona el lenguaje fotográfico y su aplicación
para mejorar nuestras composiciones.

Rosa Isabel Vázquez (www.rosavazquez.com) es una destacada fotógrafa profesional, especializada en la fotografía de
paisaje, profunda conocedora de un tema tan interesante y necesario para el fotógrafo como es la composición. Formada en la
prestigiosa escuela de fotografía EFTI, en la que realizó un Curso profesional y, posteriormente, un Master Internacional (Madrid,
2002), actualmente co-dirige el estudio de fotografía Imagenat y desarrolla una importante labor formativa a través de su escuela,
Aulaimagenat (www.aulaimagenat.com), realizando también cursos de fotografía para otras muchas entidades. Entre otras
temáticas, imparte un curso de composición que está reconocido como uno de los más completos e interesantes del mercado. Su
obra de autora se distribuye a través de dos galerías de arte (España y Japón) y ha recibido numerosos reconocimientos a nivel
nacional e internacional.

Esperamos que estos artículos os resulten de gran interés.

Cuando comenzamos a fotografiar, todo nuestro esfuerzo se dirige a captar aquello que nos llama la atención, buscamos
transmitir nuestro particular punto de vista, dejándonos guiar por nuestro instinto. A pesar de la ilusión y el entusiasmo,
normalmente, no conseguimos nuestro propósito y, muy pronto, llegamos a la conclusión de que nos hace falta dominar la técnica
para poder plasmar aquello que tenemos en mente.

En esta segunda fase, la del aprendizaje, compramos libros, asistimos a cursos, consultamos Internet, preguntamos a
amigos... hasta que conseguimos unos conocimientos técnicos que nos permiten manejarnos con soltura en la fotografía y realizar
las imágenes con corrección.

Es en este momento cuando notamos que, a pesar de todo, todavía no conseguimos imágenes que representan aquello que
estábamos viendo o, más bien, transmitir aquello que estábamos sintiendo. ¿Qué nos falta?

La técnica no deja de ser una herramienta y, aunque necesaria, en ningún caso debe convertirse en la razón de ser de una
fotografía. M. C. Escher, famoso dibujante, dedicó 13 años a desarrollar su técnica. Él afirmaba que todas las ilustraciones realizadas
durante ese periodo tenían escaso valor pues sólo eran el fruto de la puesta en práctica de dicha técnica. Posteriormente, se
concentró en la tarea de transmitir ciertas ideas personales, utilizando ahora la técnica como una herramienta en lugar de una
razón de ser. Son estas imágenes las más valoradas por el propio autor.

El siguiente paso sería, entonces, adentrarnos en el campo de la elaboración de la imagen, donde una serie de pautas
compositivas nos ayudarán a entender cómo funciona el lenguaje de la fotografía y cómo utilizar sus elementos y cualidades.

Es importante tener en cuenta que no basta con saber manejar los elementos compositivos y conseguir imágenes efectivas,
simplemente estéticas. El fotógrafo debe tener un propósito a la hora de realizar una fotografía y, además, alcanzarlo con un
estilo propio. Se trata, en realidad, de poner estos conocimientos compositivos al servicio de nuestro punto de vista personal para
lograr la difícil tarea de transmitir algo a los demás. Cuando conseguimos esto, hemos logrado nuestro objetivo.

A través de una serie de artículos, vamos a describir los distintos componentes del lenguaje fotográfico así como diferentes
pautas que nos guiarán en el proceso de la composición, estableciendo las bases que nos van a permitir desarrollar un estilo
personal propio con el que perseguir esa complicada meta que es conmover a los demás a través de nuestras fotografías.

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EL LENGUAJE FOTOGRÁFICO

Desde el principio de la fotografía, a mediados del siglo XIX, la composición ha sido una de las principales preocupaciones de
los fotógrafos.

Todas las disciplinas artísticas poseen su propio lenguaje y, puesto que la imagen fotográfica traslada un mundo
tridimensional a sólo dos dimensiones, inicialmente, muchos de los principios de la composición pictórica se intentaron trasladar a la
fotografía. Los fotógrafos pictorialistas apoyaban esta idea pues buscaban una vía fácil para que la fotografía fuese reconocida en el
mundo artístico. Pero, ante esta imposición, muchos fotógrafos se rebelaron, afirmando que la fotografía era algo único ya que,
mientras un pintor podía “inventar” y componer a su antojo, un fotógrafo debía seleccionar una parte de lo que veía, sin la
posibilidad de eliminar o situar sus elementos libremente.

La fotografía, por tanto, posee un lenguaje muy particular y el aprendizaje de su funcionamiento va a facilitar la fluidez a la
hora de transmitir nuestras ideas.

Será necesario, entonces, conocer no sólo los elementos formales, que corresponderían al vocabulario en la escritura, sino
también su gramática; en este caso, la composición fotográfica, para después lograr construir discursos completos propios que
comuniquen de una manera convincente y original.

Por supuesto, estas pautas son flexibles y siempre tenemos la opción de romperlas o adaptarlas a nuestro estilo pero, para
poder hacerlo, primero, deberemos conocerlas.

LOS ELEMENTOS FORMALES

Son los ingredientes básicos de una fotografía. Elaborar una imagen se basa en escoger y organizar estos elementos (o elegir
el instante en que se recogen) para conseguir una propuesta visual que se ajuste a nuestros propósitos de comunicación.

Cada elemento tiene significado por sí mismo, como si de una nota musical se tratara. Pero el verdadero sentido de la imagen
se conseguirá a través de todo el conjunto, igual que una pieza musical lo hace a través de su partitura, en la que cada nota ocupa su
lugar y, todas juntas, conforman, por ejemplo, la melodía.

Por ello, debemos entender que el uso de los elementos formales no es individual sino que lo habitual es encontrar una
combinación de ellos pero su estudio se hace por separado para facilitar su compresión.

En fotografía, los elementos formales son: el punto, la línea, la forma, el volumen, la textura, el tono, el contraste y el
color. Veamos cada uno de ellos:

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El punto

Es el elemento más básico. Debe ocupar una parte pequeña de la imagen pero, para que sea significativo, tiene que
contrastar con su entorno. Su posición es crucial para la estética de la fotografía; sobre todo, a la hora de aportar el equilibrio o
interés deseado.

Tiene una gran fuerza visual de atracción sobre la mirada. Además, las imágenes que contienen un solo punto suelen
transmitir aislamiento y soledad.

En la foto del ejemplo "El punto", tomada en Noruega junto al fotógrafo José Antonio Fernández, buscamos un elemento con
mucha fuerza que compensara el gran protagonismo de la tormenta. Esa pequeña isla actuó como un punto al que, aún sin quererlo,
se dirige inevitablemente nuestra mirada. La magia duró un instante ya que, rápidamente, la fuerte tormenta nos alcanzó y tuvimos
que ponernos a cubierto.

La línea

En la foto del ejemplo "La línea", una imagen compuesta por líneas curvas cuya textura y color le aportan un aire especial. Las
nubes del cielo, que parecen casi converger con los flysch, terminan de fortalecer la composición de una fotografía que me ha
proporcionado muchas satisfacciones.

Cuando nuestra imagen contiene más de un punto, nuestra mente tiende a conectarlos a través de una línea óptica.

En una fotografía, las líneas suelen guiar nuestra mirada por lo que debemos utilizarlas para reforzar nuestra intención
compositiva. Podemos emplearlas para hacer penetrar nuestra visión en la fotografía, llevándonos por la imagen hasta el centro

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de interés (en este caso se consiguen fotografías de enorme fuerza). O, también, podemos hacer salir nuestra mirada de la foto lo
más suavemente posible ya que si el recorrido de una línea nos lleva fuera de la imagen de forma inmediata, la fotografía puede
perder gran parte de su interés.

Podemos encontrar líneas que sean reales o creadas virtualmente por nuestra mirada, pueden estar presentes o adivinarse
uniendo una serie de puntos que aparezcan en la imagen. Además, las podemos encontrar rectas (horizontales, verticales o
diagonales) o curvas.

Las líneas tienen diferente capacidad de expresión según su forma y esto podemos utilizarlo para transmitir ciertas
sensaciones en nuestras composiciones.

- Las líneas horizontales expresan estabilidad, calma y descanso. También sugieren distancia y amplitud.

- Las líneas verticales representan un equilibrio de fuerzas estático. Son estables y su dirección es la misma que la fuerza de
la gravedad.

- Las líneas diagonales transmiten dinamismo pues representan una tensión no resuelta. Crean una sensación de
expectación, de movimiento y de inquietud. La diagonal conduce la vista más que ningún otro tipo de línea por lo que es muy útil
como recurso para dirigir la atención.

- Las líneas curvas pueden tener dinamismo pero de una forma más calmada y lenta. La progresión de la curva le
proporciona ese ritmo del que carecen las líneas rectas. Por su asociación con las curvas del cuerpo humano, se relacionan con la
belleza y la sensualidad.

La forma

En la foto del ejemplo "La forma", un día de niebla, fotografiando en la costa, descubrí esta roca, de forma muy peculiar, que
desató mi imaginación: parecía observarme con desaprobación y un cierto aire amenazante.

Las líneas pueden perfilar una forma y, a veces, ésta se convierte en el aspecto más importante de una fotografía.

Es más interesante insinuar la forma que representarla completamente. Y cuando se trata de una forma conocida, puede
bastarnos su silueta o perfil para reconocerla.

A nuestra mente le gusta jugar de forma incansable por lo que siempre va a buscar formas reconocibles en todo aquello que
visualicemos. Podemos utilizar esta característica tan peculiar de nuestro pensamiento para sorprender e, incluso, para enviar

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mensajes a través de nuestras imágenes, incluyendo en ellas formas determinadas que, automáticamente, nos lleven a relacionarlas,
por su similitud, con algo que en realidad no está presente.

Si el aspecto más interesante de nuestra composición es una forma, podemos enfatizarla siguiendo estas
recomendaciones:

- Eliminar los detalles del sujeto principal, de manera que sólo percibamos su forma; por ejemplo, utilizando un contraluz
que sólo destaque su silueta.

- Una gran diferencia de tono o de color entre la forma principal y el fondo nos va a ayudar a que no se confundan.

- Asegurarnos un fondo homogéneo que no distraiga.

- Realizar la foto situándonos muy próximos al motivo para conseguir aislarlo.

El volumen

En la foto de ejemplo "El volumen", vale la pena madrugar si duermes en el desierto del Sahara pues, cuando el sol aparece
sobre un horizonte despejado y lo baña con su luz rasante y dura, parece cobrar vida, adquiriendo sus dunas un volumen
espectacular. La magia dura poco pues el sol se eleva rápidamente, las sombras desaparecen y el desierto parece perder su
magnitud.

Para conseguir transmitir sensación de volumen en un formato bidimensional, necesitaremos captar el sombreado del
sujeto o de la escena. Por tanto, van a ser las sombras las que permitan ese efecto de tercera dimensión.

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Si queremos resaltar esta cualidad de volumen, lo conseguiremos utilizando una luz oblicua. La luz frontal y la difusa nos dará
como resultado, por el contrario, imágenes mucho más planas.

La textura

En la foto del ejemplo "la textura", fotografiando en San Juan de Gaztelugatxe, en Vizcaya, decidí establecer como primer
término una roca con un curioso hueco. Me llamó la atención su textura pero la luz suave de un sol que ya se había puesto no la
resaltaba. Con un flash de mano, aporté la luz lateral que necesitaba.

Es la estructura de la capa superficial de los objetos y, cuando es muy marcada, logra conferir realismo a la imagen ya que
estimula nuestro sentido del tacto.

Podemos exagerar esta textura para provocar ciertas emociones o bien podemos optar por todo lo contrario, buscando
producir un efecto suave o envolvente.Al igual que con el volumen, la iluminación va a ser primordial a la hora de resaltarla, con una
luz lateral, o reducirla, con una luz frontal o suave.

No siempre hablaremos de una textura real, también podemos despertar nuestro sentido del tacto con una imagen de
características más amplias como, por ejemplo, una vista general de un campo de cultivo.

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El tono

En la foto del ejemplo "El tono", en la Isla de la Palma, un amanecer tomentoso me dio la oportunidad de captar imágenes
bastante monocromáticas. Este es, además, un buen ejemplo de fotografía con una extensa gama tonal.

Si nos imaginamos nuestra escena sin color, el blanco, el negro y toda la gama de grises constituiría su gama tonal.

La diferencia entre estos tonos va a ser fundamental, ya que nos proporcionará la información sobre el volumen y la textura
presentes en nuestra imagen. Por eso está tan relacionado con el contraste, que es el que nos va a determinar la relación entre los
tonos de una fotografía.

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El contraste

Se trata de la diferencia de tonos que hay entre las distintas zonas de la imagen. Una imagen resulta visible gracias a su
diferencia de contraste respecto a los valores de los tonos que la rodean.

Imágenes muy contrastadas pueden transmitir una gran fuerza y ser muy llamativas, simplificando las formas y enfatizando
volúmenes y texturas. Pero contrastes más bajos suavizan la escena y pueden crear una atmósfera llena de sensaciones.

En la foto del ejemplo "El contraste", los paisajes con niebla nos permiten obtener imágenes con bajo contraste, capaces de
sugerir ambientes muy delicados.

El color

El color añade una dimensión nueva a la composición de una fotografía. La interpretación del color es compleja y a menudo
se debe hacer relacionándolo con el resto de los recursos visuales, asumiendo que tiene una lectura tanto óptica como emocional.

Algunos colores poseen una fuerte atracción visual. Los colores saturados (puros) atraen la vista del observador y resultan
muy impactantes. Por eso, nos resulta tan excitante cuando fotografiamos un amanecer de colores rojizos muy intensos.

Los colores suaves, sin embargo, crean sensación de placidez, idealizan la situación y se asocian a la ensoñación. Son los más
adecuados para captar escenas mucho más sutiles.

Además, los colores tienen asociaciones psicológicas que, en muchas ocasiones, van a depender de las culturas. Mientras en
occidente el blanco se relaciona con la pureza, en países como India significa duelo, luto o muerte.
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En la cultura occidental, cada color tiene asociada una serie de cualidades. Por ejemplo, el rojo se relaciona con el calor, la
pasión e incluso el peligro. El amarillo, con el sol y el calor y puede resultar alegre pero también agresivo. Sin embargo, el azul
transmite frialdad pero también tranquilidad, frescor o humedad. El verde (que es opuesto al rojo) es el color de la esperanza, de la
primavera y de la vida en la naturaleza, aunque puede sugerir enfermedad y descomposición. El violeta (opuesto al amarillo) resulta
difícil de interpretar, a menudo se le asocia con el misterio y a veces se confunde con el púrpura, que tiene connotaciones religiosas.
El naranja (opuesto al azul) mezcla la lectura del rojo y del amarillo, transmite calidez y se asocia a la festividad.

Debemos tratar los colores como entidades relacionadas que se percibirán de diferente manera según los colores que
tengan cerca. Por ejemplo, la combinación de colores complementarios (opuestos en el círculo cromático), siempre resulta muy
llamativa. Aplicado a la fotografía de paisaje, es bastante clásica la unión del naranja y el azul (dunas bajo un cielo despejado, por
ejemplo) para lograr imágenes que resulten atractivas. El combinar, sin embargo, colores muy próximos en el círculo cromático nos
dará un resultado mucho más armonioso.

En la foto del ejemplo "El color", El Pacific Crest Trail es una ruta de senderismo que cruza Estados Unidos de norte a sur. Esta
diapositiva fue tomada un día de fuerte lluvia en una de sus partes más espectaculares y remotas, la que discurre por las montañas
Cascades. Los suaves colores de la laguna creaban una atmósfera muy especial que transmitía tranquilidad.

Cuando comenzamos a estudiar inglés, primero aprendemos un vocabulario básico (casa, perro, gato…), pero ¿qué hacemos
después con todas esas palabras? No seremos capaces de hablar este nuevo idioma mientras no sepamos cómo utilizar esos
términos, cómo organizarlos, por lo que tendremos que aprender el funcionamiento de esa nueva lengua para poder expresarnos a
través de ella. De la misma manera, ahora que ya conocemos la naturaleza de los diferentes elementos formales, el siguiente paso
será, entonces, estudiar cómo trabajar con ellos a la hora de elaborar una imagen.

En el próximo artículo, abordaremos la organización y la estructura del espacio a través de ejemplos prácticos que harán
más sencilla la compresión de los distintos conceptos compositivos. Todo este conjunto nos ayudará a descubrir, para después
dominar, el lenguaje de la comunicación visual.

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La elaboración de la imagen II

Composición en Fotografía Parte II:


La organización del espacio (I).

En el artículo anterior aprendimos a identificar los elementos básicos que podemos encontrar en una imagen, lo que
equivaldría, como comentamos, a conocer el vocabulario de una nueva lengua. Pero, para que estas palabras sueltas puedan tener
sentido, tendremos que aprender también a construir oraciones en ese nuevo lenguaje. De igual manera, en fotografía, vamos a
estudiar cómo organizar esos elementos formales dentro nuestra imagen para, después, elegir la opción que más nos acerque a
nuestros propósitos de comunicación.

Cuando vamos a tomar una fotografía, encontramos muchos motivos por escoger y una gran variedad de valores con los que
jugar. Aunque en general no podamos cambiar las condiciones de la toma (muchas veces nos enfrentamos a momentos únicos o a
condiciones meteorológicas muy particulares), sí que tendremos la posibilidad de tomar una gran cantidad de decisiones
compositivas que nos van a permitir obtener el resultado deseado.

La cámara sólo puede captar una parte de todo lo que tenemos ante nosotros, por lo que debemos decidir con criterio qué
incluimos en la foto y qué descartamos. Cuando somos fotógrafos principiantes y nos encontramos en un lugar lleno de cosas
interesantes, normalmente, nos empeñamos en que salga “todo” en una única captura. Si subimos al monte, es posible que
intentemos tomar una foto que incluya el prado, los árboles, el río, las flores, el refugio, el pico con nieve… El resultado siempre es
una imagen en la que, en realidad, no se aprecia “nada” concreto. Seguramente, contendrá una enorme mancha verde (nuestra
fragante pradera) y el resto de elementos apenas serán anecdóticos.

Por ello, simplificar resulta una parte esencial en la composición, enfatizar nuestro motivo principal y eliminar los
elementos visuales que recargan la imagen va a permitir que el mensaje sea más fácil de percibir para la persona que lo observa.
Si decidimos tomar una foto que incluya el río y los árboles, otra con las flores y la pradera, otra del pico nevado y otra del refugio,
por ejemplo, sí estaremos describiendo de una manera clara y sencilla cómo es ese precioso lugar que tanta impresión nos ha
causado.

Pero hay otras decisiones que tomar respecto a los elementos que incluiremos en nuestra fotografía: la ubicación y tamaño
del motivo seleccionado, el equilibrio entre sus elementos formales, el papel del fondo, destacar unos sujetos y quitar importancia a
otros... en definitiva, cómo organizar el espacio de nuestra imagen, que es precisamente en lo que va a consistir la composición.

Todo ello será analizado a lo largo de este artículo y del siguiente, su segunda parte, en el que estudiaremos las reglas
compositivas, así como el equilibrio y las distintas implicaciones de los elementos, según su situación.

EL ENCUADRE

Si pensamos en nuestra foto como si de un cuadro se tratase, imaginando que un marco nos la delimita, estaremos hablando
de su encuadre.

Cada vez que miramos por el visor, aparecen varias fotografías posibles y, de nuevo, es el fotógrafo quien debe seleccionar la
opción que mejor refleja aquello que quiere contar. El encuadre establece nuestra visión, nuestro punto de vista y nuestra reacción
ante él.

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En ocasiones, podemos utilizar algún elemento para enmarcar nuestro encuadre. En esta ocasión, aproveché una pequeña
cueva, que servía de paso entre dos playas cuando la marea estaba baja, para poner marco a la imagen. Tuve que esperar a que
la marea subiera lo suficiente para poder captar al mar entrando en la cueva sin que resultara demasiado peligroso.

El formato

Las proporciones y la orientación del encuadre (horizontal o vertical) van a ser los que dicten cómo va a continuar el proceso
de la composición. Cada formato va a necesitar un tratamiento diferente en función de la ubicación del motivo.

El formato rectangular es el más común y suele seguir la proporción 3:2 en las SLR digitales, herencia de las cámaras de 35
mm. Las cámaras compactas, sin embargo, han adoptado la proporción 4:3, menos alargada y que encajaba mejor en las pantallas
de los ordenadores (hoy día hay una tendencia a las pantallas panorámicas).

Las tomas horizontales favorecen la lectura de izquierda a derecha. Esto produce una sensación de amplitud, de “espacio
abierto” y proporciona tranquilidad y naturalidad.

Generalmente, cuando empezamos a fotografiar, realizamos casi todas nuestras imágenes en formato horizontal. Esto es
debido, por un lado, a la ergonomía de la cámara, que resulta más cómoda y natural de utilizar de forma apaisada y, por otro, y más
importante, a que nuestra visión binocular nos hace ver de forma horizontal.

Las tomas verticales potencian un mayor sentido de profundidad. La lectura normal de este tipo de formato es desde el
primer término hacia atrás y hacia arriba. Son imágenes en las que suele ser más fácil sintetizar sus elementos y por tanto conseguir
composiciones con mayor fuerza.

Una vez que el fotógrafo “descubre” el formato vertical, suele pasar por una etapa en la que casi todas sus imágenes son
verticales, pues resulta más sencillo conseguir una buena composición de esta forma, al ser más fácil sintetizar. Normalmente se
trata sólo de una fase y, con el tiempo, recupera de nuevo el uso de ambos formatos.

La representación vertical u horizontal del motivo fotográfico se apoya, a menudo, en la proporcionalidad que se produce
entre las dimensiones y forma del motivo y el propio marco fotográfico.

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Dos visiones diferentes de un intenso amanecer en la Isla de la Palma. A menudo, vale la pena trabajar ambos formatos en
busca del que mejor represente nuestra intencionalidad. Después, siempre podremos elegir.

El formato cuadrado tiene su origen en ciertas cámaras de medio formato. Resulta perfecto para escenas sencillas y
minimalistas. También es adecuado para fotografiar motivos y texturas. Transmite sensación de estabilidad pero también de
formalidad, por lo que resulta poco dinámico. Es un formato que puede resultar complicado para trabajar pues, debido a su
equilibrio perfecto, la mayoría de los sujetos no se adaptan bien a su organización cuadrada.

Los formatos panorámicos invitan al observador a explorar y descubrir su propio punto de vista dentro de la imagen. Crean
una sensación envolvente y resulta amplia a la vez que llena de detalles.

Gracias a la era digital, este formato está viviendo un momento de auge, pues ahora se encuentra al alcance de todos. Antes
era necesario disponer de una cámara especial para poder realizar este tipo de fotografías; ahora, es suficiente con realizar una serie
de fotografías y ensamblarlas con el software adecuado.

Además, actualmente se está desarrollando un tipo de panorámicas, pensadas para ser vistas en el ordenador, que cubren
360 grados. Si, además, muestra también 360º en vertical, estaremos hablando de fotografía esférica, en la que el espectador se
encuentra totalmente inmerso en la imagen y es capaz de navegar por ella. Es el formato que genera más implicación al observador.

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Ángulo de toma

Dado que la imagen en fotografía está formada por un sistema óptico, la elección de la lente va a ser esencial en el proceso
del diseño.

La longitud focal va a determinar el ángulo de visión (cantidad de escena que se abarca con un objetivo). Pero no sólo eso.
Además, determinará en gran medida la geometría de la escena y también puede afectar profundamente su carácter. Diferentes
objetivos ofrecerán distintos efectos en la estructura lineal de la imagen, en la percepción de la profundidad, en las relaciones de
tamaño y en las cualidades más expresivas.

La lente normal es aquella que abarca un ángulo aproximado de 45º y es la que se corresponde con la visión humana.

El uso de una lente angular me permitió captar el ambiente de este río asturiano. Los diferentes planos y las líneas
convergentes, representadas por ambas orillas, me proporcionaron una imagen de gran profundidad, en la que el cauce parece
perderse en el interior del hayedo.

La lente angular (>45º) exagera la perspectiva, realzando el primer plano y alejando el fondo.

Estas focales permiten captar imágenes de una gran profundidad, con múltiples y diferentes planos. Como tienen tendencia a
producir diagonales, también crean cierta tensión dinámica. Además, al enfatizar la perspectiva, suelen implicar al espectador.

Cuando se trabaja con una lente angular, sobre todo en formato horizontal, hay que ser muy cuidadoso con los elementos
que se encuentran cerca de los extremos, pues es fácil incluir algún sujeto no previsto ni deseable, que puede aparecer en su
totalidad o, peor aún, sólo en parte. Un ejercicio muy positivo, después de realizar una toma, es repasar los bordes de la imagen
para asegurarnos de que no contiene ningún elemento no deseado, pues además, en muchas cámaras, lo que contemplamos a
través del visor no se corresponde exactamente con nuestra captura.

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Ciertas lentes angulares permiten obtener encuadres muy extremos pero también suelen introducir cierta distorsión,
deformando la imagen. A veces podemos utilizar esta característica para conferir mayor espectacularidad a nuestra fotografía pero,
como en todo, conviene no abusar.

Los teleobjetivos (<45º) nos acercan al sujeto y comprimen la perspectiva.

Son focales que permiten sintetizar los elementos más fácilmente y, además, pueden lograr una aparente relación entre
objetos que en realidad están bastante separados entre sí. Proporcionan una vista selectiva, simplifican la estructura lineal de la
imagen y tienden a distanciar al espectador de la escena. Conservan los ángulos rectos y dan como resultado imágenes más
estáticas.

La caldera de Taburiente se ocultaba tras la niebla, apareciendo de cuando en cuando con un aire casi místico. Deseaba
captar esa magia en una imagen sencilla, a la vez que concreta, por lo que utilicé un teleobjetivo para realizar la captura.

Punto de vista

La posición de la cámara puede modificar el interés de la fotografía y dar como resultado imágenes muy diferentes.

Al realizar una toma desde abajo, magnificamos el motivo del primer plano. De esa manera podemos enfatizar el interés del
sujeto elegido y darle un mayor protagonismo dentro de la escena.

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Deseaba una imagen algo diferente de esta espectacular cascada así que la rodeé y me situé detrás de ella para captar su
caída. El único problema, la continua y fina lluvia que me obligaba a limpiar la lente en cada toma.

Una toma alta, sin embargo, nos va a permitir separar los planos entre sí, ayudándonos a obtener imágenes más claras y
limpias, donde los elementos no se superpongan entre sí.

Buscar un punto de vista diferente a través de tomas frontales, laterales, posteriores… nos va a permitir mostrar nuestra
mirada más original.

La perspectiva.

La perspectiva es la representación de una realidad tridimensional en una superficie bidimensional.

Al no ser algo real, será necesario simularla. Podemos reforzarla de muchas formas: eligiendo un punto de vista que muestre
diferentes distancias, utilizando un gran angular, incluyendo sujetos cálidos contra fondos fríos, empleando una iluminación directa,
no difusa, situando los tonos brillantes en primer plano y los oscuros detrás, incluyendo objetos de tamaño conocido a diferentes
distancias para proporcionar una escala reconocible o, incluso, con un desenfoque de la escena que aumente con la distancia.

Según la manera que elijamos para representarla, encontraremos diferentes tipos de perspectiva:

Perspectiva lineal

Se simula logrando la convergencia aparente de líneas paralelas a medida que se alejan del punto de vista.

La costa quebrada es un paraje magnífico en el que capturar paisajes de gran profundidad. Las líneas convergentes
simulan una perspectiva lineal que, en este caso, se reforzó con el uso de una lente gran angular extrema.

Perspectiva decreciente

Se simula con el tamaño relativo de los objetos, más pequeños cuanto más alejados se encuentran de nosotros.

Perspectiva aérea

Se simula con la calima o la neblina que reduce el contraste de las zonas más distantes.

Perspectiva tonal

Se simula con los tonos, pues los tonos claros parecen avanzar y los tonos oscuros retroceder.

Un sujeto claro sobre un fondo oscuro destaca con un marcado efecto de profundidad.

Perspectiva cromática

Se simula con los colores, pues los colores cálidos parecen avanzar y los colores fríos retroceder.

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A mayor intensidad de los colores, mayor efecto.

Nitidez

La diferencia de nitidez en los distintos planos de la imagen da sensación de profundidad.

Se puede lograr a través de un desenfoque selectivo.

La escala

La escala es la proporción entre el tamaño del motivo y su imagen.

Con ella se transmite la sensación de las medidas reales de los elementos en relación con un elemento de tamaño conocido
por el espectador. Muchas veces es el hombre.

Pero a veces querremos jugar precisamente a lo contrario, a evitar cualquier punto de referencia para confundir de forma
deliberada al espectador. Esta ausencia de escala puede ofrecernos multitud de oportunidades creativas.

En esta imagen, es la figura humana la que nos proporciona la información sobre las dimensiones reales de las rocas de
esta playa. Sin ella, la imagen perdería la referencia a su escala y transmitiría una sensación muy diferente.

El ritmo

Es el resultado de la repetición de líneas, formas, volúmenes, tonos o colores.

La repetición de un motivo aumenta la armonía de una escena. El ritmo permite, además, unir los diferentes elementos de la
escena para conferirles unidad y fluidez. Y transmite sensación de continuidad.

Las composiciones con ritmo excesivamente rígido como las olas, campos de dunas, terrenos de cultivo, etc., se pueden
romper con algún pequeño objeto discordante que atenúe su rigidez y proporcione un centro de interés

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Cuando realizamos una toma en un hayedo, no estamos fotografiando árboles como entidades individuales sino la unidad
que todos ellos forman: el bosque.

Por eso, en muchas ocasiones vemos fotografías en las que aparece, por ejemplo, la duna de una playa pero que incluyen un
pequeño elemento que se convierte en el centro de interés, como una concha o la huella de una pisada.

Una vez determinadas las características posibles del encuadre y conocidas las diferentes decisiones que podremos tomar a la
hora de fotografiar (¿qué formato utilizo? ¿vertical u horizontal? ¿qué lente es la más apropiada? ¿dónde sitúo mi punto de vista?
¿deseo simular una marcada perspectiva o prefiero una imagen más plana? ¿incluyo elementos que indiquen la escala de mi sujeto
o prefiero que resulte ambiguo? ¿le confiero ritmo a mi escena?), el siguiente paso será analizar la forma de organizar los espacios,
emplazar los diferentes elementos y situar el punto de interés para lograr nuestros propósitos compositivos. Todas estas cuestiones
serán abordadas en el próximo artículo: “La organización del espacio (II)”.

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La elaboración de la imagen

Composición en Fotografía Parte III:


La organización del espacio (II).

En la anterior entrega de "La elaboración de la imagen", estudiamos las diferentes posibilidades compositivas a las que
podemos optar a través de la elección del formato, la lente, el punto de vista, la perspectiva, la escala o el ritmo. Nuestras decisiones
fotográficas a este respecto marcarán el sentido y propósito de nuestras imágenes. Pero hay otra parte muy importante a la hora de
organizar el contenido del encuadre que aún debemos abordar: la división de los espacios y la situación de los elementos y su
equilibrio. En este artículo, analizaremos estos conceptos y su funcionamiento y facilitaremos pautas para hacer un uso coherente
de las reglas compositivas.

LAS REGLAS COMPOSITIVAS

Curiosamente, la primera regla de composición es que, en realidad, no hay reglas. Mientras la técnica fotográfica se basa en
unos principios claros y objetivos, la composición no se limita a una lista de indicaciones sino que requiere un método subjetivo
que precisa de criterio y de la aplicación del gusto personal.

Por tanto, las reglas compositivas nos van a ayudar a mejorar nuestras composiciones, aunque van a necesitar de nuestra
propia interpretación para ponerlas así al servicio de nuestro estilo particular.

Las reglas compositivas aúnan una serie de normas que pueden ser de gran utilidad al fotógrafo, al proporcionarle un
principio de organización basado en un análisis de lo que se ha considerado tradicionalmente imágenes eficaces. Estas reglas no son
principios matemáticos pero, si las empleamos, notaremos cómo la imagen obtenida provoca, cuando la observamos, sensaciones
de mayor intensidad.

La proporción áurea o divina

Para hablar de distribución del espacio en las reglas compositivas, nos tenemos que remontar a un concepto tan antiguo y,
al mismo tiempo, tan actual como es la proporción áurea.

Matemáticamente, es la división armónica de un segmento en media y extrema razón. Esto es, es aquella proporción en la
que el segmento menor es al segmento mayor, como éste es a la suma de ambos.

La organización de los elementos (en este caso, las rocas) de esta imagen nocturna de una playa asturiana, sigue la espiral
de Durero.

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Y ¿qué hace tan especial a esta proporción? Su principal peculiaridad es que resulta grata al ser humano. Además, partiendo
de un segmento áureo, podemos construir diferentes figuras áureas que nos van permitir organizar nuestro espacio de una
manera eficaz pues la proporción áurea se puede utilizar como método para situar el elemento principal en una imagen o bien para
dividir una composición en proporciones agradables.

Convive con la humanidad porque aparece en la naturaleza como, por ejemplo en el crecimiento de las plantas, las piñas, la
distribución de las hojas en un tallo, los pétalos de las flores, dimensiones de insectos y pájaros e incluso en el ser humano. Y, desde
la época griega hasta nuestros días, también la encontramos en el arte, la arquitectura y el diseño. Existen innumerables ejemplos
de obras que cumplen la proporción áurea, como la Mona Lisa, La Venus de Milo o el Partenón.

Una figura áurea muy interesante a la hora de componer es la espiral de Durero, formada a partir de rectángulos áureos.
Representa el crecimiento continuo en la naturaleza y resulta sorprendente por su similitud con la concha de un molusco, el
Nautilus.

Mientras realizaba la fotografía nocturna del ejemplo, no estaba pensando en la proporción áurea o en la espiral de Durero;
fue posteriormente cuando, al examinar la imagen, descubrí que estaba compuesta según esta espiral.

Estudiamos composición para interiorizar sus principios de forma que, más tarde, ese conocimiento pueda fluir, de forma
inconsciente, a través de nuestras imágenes. El momento de la captura fotográfica es un instante único en el que debemos dejar
paso a la inspiración y olvidarnos de las matemáticas o de cualquier otro tipo de atadura. Si no lo hacemos así, nuestras imágenes
resultarán frías, mecánicas, y dirán muy poco de nosotros mismos.

Es después, al analizar las imágenes realizadas, cuando podremos comprobar en qué medida nos han calado todos esos
conceptos que hemos aprendido y de qué manera nos han ayudado a mejorar nuestros trabajos, casi sin darnos cuenta.

Un atardecer casi monocromático en Cabo de Gata en el que situé las rocas cercanas a la orilla y el horizonte conforme a la
regla de los tercios. Emplear esta norma nos ayudará a conseguir imágenes efectivas, agradables y bien compuestas, aunque
conviene no abusar de su uso para evitar que nuestro trabajo pueda resultar monótono.

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LA REGLA DE LOS TERCIOS

Es la norma más clásica en la composición, tanto en pintura como en fotografía. Se trata de una simplificación de las
proporciones de la sección áurea y se basa en dividir el formato rectangular en tres bandas iguales, tanto vertical como
horizontalmente.

Las dos líneas verticales u horizontales con que imaginariamente dividimos el encuadre, determinan la posición principal
de los elementos alargados (horizonte, edificios, etc.) y en los cuatro puntos de intersección de estas líneas se encuentran los
puntos de interés de la imagen. Si situamos el elemento principal sobre alguno de estos puntos, la imagen resultará efectiva y se
considerará bien compuesta.

De esta regla se desprende el conocido consejo en fotografía de paisaje de no situar el horizonte en el centro del fotograma.
Aunque, por supuesto, hay fotografías maravillosas que rompen este principio.

La simetría dinámica encierra el atractivo de contribuir a crear imágenes bien compuestas pero sin esa sensación estática
que transmiten los ejes horizontales y verticales de la regla de los tercios.

La simetría dinámica.

Se basa también en las proporciones de la sección áurea pero utilizando diagonales para situar los puntos de interés en lugar
de ejes horizontales y verticales.

Se traza una diagonal de un extremo a otro y después se imagina una perpendicular a ésta desde el vértice opuesto. De
esta forma, trazando las cuatro diagonales, se obtienen los puntos de interés pero con una composición más dinámica y llamativa
que siguiendo la regla de los tercios.

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EL EQUILIBRIO

Podemos definir el equilibrio como la apreciación subjetiva de que los elementos que conforman nuestra imagen se
encuentran posicionados de manera estable.

Una fotografía resulta más agradable cuanto más equilibrada es la situación de los elementos que la componen. Una imagen
desequilibrada, por el contrario, produce intranquilidad.

El equilibrio se basa en la resolución de la tensión, de unas fuerzas opuestas que se igualan para producir sensación de
armonía. Para conseguir este equilibrio, la distribución de los elementos ha de hacerse posicionando los objetos según su "peso
visual" o, lo que es lo mismo, según su nivel de presencia en la imagen. Si los pesos quedan compensados, la imagen estará
equilibrada.

El "peso visual" se puede entender en el sentido de masa pero también como el volumen y el peso que intuitivamente
asociamos a cada elemento. El concepto de equilibrio va unido a nuestra propia percepción del mundo, a aquello a lo que estamos
habituados a ver.

En las composiciones verticales, la imagen nos resulta más natural si situamos los objetos más pesados en la parte inferior
y los más ligeros en la superior. Así sucede en este ejemplo en el que los elementos con mayor peso visual (tanto por volumen y
densidad como por color) se encuentran en la parte baja de la imagen, lo que le confiere una mayor estabilidad.

El tono también tiene gran importancia en el equilibrio compositivo. Si un tono claro u oscuro se concentra en una parte de la
imagen, va a producir cierto desequilibrio. Lo mismo sucede con el color.

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La fuerza de los elementos con los que se alcanza el equilibrio va a conferir carácter a las imágenes. Si éstos son pequeños o
débiles, la composición resulta más estática. Pero cuando conseguimos equilibrar nuestra imagen utilizando elementos grandes o
fuertes, el resultado es mucho más dinámico y las sensaciones que ofrece, bastante más intensas.

Regresé en diferentes ocasiones a esta playa portuguesa hasta que logré captar la atmósfera que buscaba. Las enormes
rocas cercanas a la orilla me producían una gran turbación así que busqué realizar una composición en la que aparecieran como
elementos muy potentes, para transmitir sensaciones de mayor fuerza.

El desequilibrio produce inquietud pero también sugiere e impacta. A veces buscaremos deliberadamente esa ruptura del
equilibrio en nuestras imágenes para sorprender o desconcertar.

Equilibrio simétrico y asimétrico

Existen dos tipos de equilibrio: el simétrico y el asimétrico.

Cuando dividimos nuestra imagen en dos y obtenemos igualdad de peso y tono en ambos lados, tenemos un equilibrio
simétrico.

Es el tipo de equilibrio que encontramos en las clásicas fotografías de reflejos, donde los contenidos se repiten como en un
espejo. Las imágenes pueden resultar muy llamativas y suelen ser sencillas y formales pero también producen sensaciones frías al
ser demasiado mecánicas y previsibles.

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Si un grupo de fotógrafos hubiéramos coincidido en este mismo momento y lugar, es muy probable que todos hubiéramos
captado una imagen muy similar a la de este ejemplo. Por ello, las composiciones con equilibrio simétrico dicen tan poco de
nosotros mismos y suelen resultar bastante impersonales.

El equilibrio asimétrico, sin embargo, es aquel en que, al dividir la composición en dos, no existen las mismas dimensiones
(ya sea de tamaño, color, etc.) en ambos lados pero, aún así, existe equilibrio entre los elementos. Éste se consigue contraponiendo
y contrastando los pesos visuales, de forma que armonicen dentro de la composición.

Resulta mucho más interesante pues aporta individualidad y singularidad y va a reflejar mucho mejor la personalidad del
fotógrafo y su punto de vista particular.

Una imagen de una piscina natural, un día de temporal, con un equilibrio asimétrico. En el instante de fotografiar, nunca
pienso en realizar composiciones equilibradas; lo que sucede es que mi mente las busca de forma inconsciente. La mirada se
ejercita con la práctica y cada vez resulta más fácil encontrar encuadres que nos gusten, respetando ese punto intuitivo que es tan
importante en la fotografía personal.

EL CENTRO DE INTERÉS

Antes de realizar una fotografía, deberíamos preguntarnos qué es lo que pretendemos captar, cual es nuestra intención. En la
mayoría de las escenas, siempre existe un elemento que atrae más intensamente nuestra atención y que constituye el centro de
interés y en torno a él ha de basarse todo intento de composición.

El significado de cada elemento presente en nuestra imagen va a variar según la ubicación, dimensión o protagonismo que le
asignemos; por ello, es fundamental la situación y tratamiento dado a cada uno de ellos en nuestra escena.

Es muy importante que nos aseguremos de que nuestro centro de interés es percibido como tal en nuestra composición. Si
pasa desapercibido para el espectador, habremos errado en nuestro intento de comunicación.

Imaginad que vamos a un bosque, encontramos una hermosa seta marrón y la elegimos como centro de interés de nuestra
fotografía. Al regresar y mostrarla a un amigo, ni siquiera repara en ella y percibimos, a pesar de sus esfuerzos por disimular, que no
parece muy entusiasmado con nuestra imagen. La seta es una anécdota, pequeña y confusa entre tanta hojarasca.

Heridos en nuestro amor propio, regresamos al día siguiente al mismo lugar, seguros de que, esta vez, reglas compositivas en
mano, conseguiremos darle a nuestra seta la importancia que se merece. ¿Qué podemos hacer para conseguir nuestro objetivo?
¿Cómo podemos establecer nuestro encuadre en función de nuestro centro de interés? Tenemos varias alternativas:

Situar nuestra seta utilizando los puntos de interés de la regla de los tercios va a ayudarnos a que ocupe un lugar
privilegiado de nuestra composición, en especial si elegimos el punto inferior izquierdo, que es el que resulta más efectivo. Si
evitamos situarla en el centro del encuadre, reforzamos la expresividad de la fotografía y el resto del espacio actuará como un factor
de equilibrio compositivo.

También es importante asegurarnos de que no existen otros elementos que puedan estar robando protagonismo a nuestro
sujeto. Advertimos la presencia de una enorme hoja amarilla que resulta muy llamativa y la retiramos de nuestro encuadre.

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Nuestra imagen ha mejorado bastante pero nuestra seta todavía se confunde con la hojarasca que la rodea y es muy
importante que el fondo de una escena no compita con el motivo principal.

Para este caso, disponemos de varios recursos. Podemos variar nuestro punto de vista para situar nuestro centro de interés
sobre un fondo de tonalidad opuesta a él (objetos claros sobre fondos oscuros y viceversa). También podemos buscar un fondo de
color complementario (por ejemplo, el cielo azul). Otra opción es desenfocar el fondo (abriendo el diafragma, utilizando una focal
más larga o acercándonos más a la seta) para darle homogeneidad y que así no distraiga. Finalmente, utilizando la iluminación
adecuada, podemos resaltar las zonas que nos interesen y lograr que otras pasen más desapercibidas.

Tras elegir la alternativa más adecuada según las condiciones de la escena, logramos captar una imagen en la que nuestra
seta se convierte en la absoluta protagonista. Por fin, podemos mostrar, con gran satisfacción, la fotografía a nuestro amigo, que
queda encantado.

En un día de espesa niebla en la Isla de la Palma, aproveché el fondo homogéneo que me proporcionaba la bruma para
resaltar mi centro de interés, un pequeño conjunto de árboles que, además, tenía un tono mucho más oscuro que el resto de la
escena.

Pero, además de estas herramientas, también podemos utilizar el movimiento para enfatizar el sujeto. Si nuestro objeto está
inmóvil sobre un fondo en movimiento, con la velocidad adecuada resaltará sobre un entorno movido. Por ejemplo, una roca
inmóvil en una cascada, donde el agua fluye constantemente. Si es el objeto el que está en movimiento, podemos seguirlo con
nuestra cámara para que aparezca nítido sobre un fondo movido (barrido).

Por supuesto, va a ser la propia creatividad del fotógrafo la que mejor va a determinar la situación del punto de interés en
función de su estilo, visión del mundo y forma de trabajar.

Con estos contenidos acerca de las reglas compositivas, el equilibrio y el centro de interés, cerramos el capítulo dedicado a la
organización del espacio, que espero os haya resultado esclarecedor y os facilite la tarea de estructurar vuestras imágenes de la
forma más adecuada para permitiros ofrecer así un discurso claro y libre de ambigüedades.

En el próximo artículo, nos adentraremos en el mundo de la percepción, iremos en busca del propósito y del desarrollo de un
estilo y, finalmente, compartiremos una serie de conclusiones sobre mi experiencia y estudio a lo largo del tiempo en este campo
tan interesante y vital como es la elaboración de la imagen y la composición.

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Composición en Fotografía Parte IV.

La mirada original. Reflexiones y conclusiones.

Llegamos ya a la cuarta y última entrega de esta serie de artículos sobre composición, a través de los cuales hemos definido los
elementos básicos que conforman las imágenes, su uso e interpretación en función de su distribución en el espacio y otros muchos
conceptos encaminados a analizar la construcción de un encuadre y su significado desde un punto de vista compositivo.

En esta ocasión, aportaremos ciertas pautas que nos ayudarán a definir un propósito y comprender cómo se desarrolla un estilo,
lo que nos servirá como base para reflexionar sobre la esencia de la composición y llegar a ciertas conclusiones, marcadas
también, de alguna manera, por mis experiencias personales.

EL PROPÓSITO

El proceso de la composición debe comenzar con una intención, con un propósito y, a partir de él, tomar todas las decisiones
pertinentes. Cuando comenzamos a fotografiar sin tener una idea concreta de lo que buscamos, sólo la casualidad nos va a
proporcionar resultados positivos. Por ello, resulta fundamental tener claro cuál es el resultado deseado y encaminar nuestros
esfuerzos a perseguirlo.

A veces no se tratará de un propósito concreto sino de una idea general de lo que queremos conseguir. Muchas veces, salimos a la
calle con nuestra cámara esperando encontrar motivos interesantes que nos sorprendan. Es imposible saber cuáles serán de
antemano pero sí podemos prever, en función de diferentes parámetros que habremos analizado previamente, el tipo de mensaje
que nos será posible captar.

Si nos resulta muy difícil concretar un objetivo determinado, nos puede servir de ayuda el conocer las diferentes alternativas en el
propósito y, de esa forma, acotar en lo posible nuestra búsqueda. Aunque describamos los conceptos extremos, nuestro propósito
puede ser intermedio o una mezcla de varias alternativas en diferentes proporciones.

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Primero, deberíamos plantearnos qué tipo de fotógrafo queremos ser: cazador o constructor. ¿Preferimos salir a la búsqueda de lo
inesperado, preparados para captar de forma instintiva y con rapidez aquello que suceda frente a nosotros o nos inclinamos por
planificar y preparar previamente el motivo a fotografiar?

Esta decisión ya va a marcar enormemente nuestras intenciones y va a ser un primer paso para definir nuestro trabajo.

Otra pregunta que podríamos hacernos es si deseamos que nuestras imágenes sean documentales, esto es, que muestren la
realidad de una forma auténtica pero algo inexpresiva o, por el contrario, nos decantamos por un estilo más creativo, en busca de
un enfoque diferente y original.

Y, una vez decididos estos parámetros, las posibilidades respecto al estilo a aplicar, son muy variadas. Podemos realizar tomas de
corte minimalista en las que todo se reduce a lo esencial y en las que "menos es más" o buscar composiciones más complejas, ricas
en contenidos y detalles, en las que perderse recorriendo sus matices.

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Quizá queramos que nuestra fotografía sea muy directa y transmita su mensaje de forma instantánea, como esas imágenes de
gran fuerza tan valoradas en fotoperiodismo. Pero es posible que busquemos una imagen menos obvia y, por tanto, que implique
de mayor manera al espectador.

Finalmente, ¿nos inclinamos a romper las reglas, arriesgándonos a fallar en nuestro mensaje pero buscando el impactar a través de
la originalidad o a seguirlas, asegurando un resultado razonablemente bueno en una imagen carente de sorpresas?

Y, al hilo de esta última alternativa en el propósito, surge toda una reflexión. Sabemos que

la utilización de las reglas de composición nos va proporcionar resultados predecibles y, en principio, satisfactorios, pero,
¿significa esto que la imagen que siga estas normas va a ser mejor? La realidad es que no tiene porqué pues el que se corresponda
con el gusto general no la va a convertir en una propuesta más valiosa.

Igualmente, el realizar imágenes distintas tampoco nos va a garantizar un mejor resultado. Al movernos en un espacio desconocido
en el que carecemos de información sobre su funcionamiento, será fundamental valorar hasta qué punto podemos realizar una
apuesta arriesgada sin comprometer el sentido y significado de nuestra imagen. Si nuestra intención es hacer llegar un determinado
mensaje, debemos procurar que lo que funciona para nosotros lo haga también para el espectador. No debemos olvidar que detrás
de una imagen no convencional tiene que existir una buena razón; de hecho, como hemos visto a lo largo de estos artículos, siempre
debemos hallar un motivo tras la toma de cualquier decisión compositiva.

EL ESTILO PROPIO

Desarrollar un estilo personal es algo que a priori puede parecer complicado. Ser diferente, ser uno mismo, parece imposible en un
mundo tan invadido por millones de imágenes donde ideas y motivos se repiten una y otra vez. A pesar de todo, si nos mantenemos

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fieles a nosotros mismos, a la larga, nuestro estilo va a surgir irremediablemente a través de nuestros trabajos fotográficos. Pero,
¿cómo saber qué es ser fiel a nosotros mismos?, ¿cómo podemos hallar nuestra propia esencia?

Las reglas de composición nos van a proporcionar un valioso principio de organización pero también pueden actuar como una
camisa de fuerza que inhiba la creatividad y que nos lleve a captar imágenes estereotipadas. Por ello, dejarnos llevar por nuestra
intuición será la manera de desarrollar un estilo personal y descubrir cómo crear fotografías imaginativas que hagan reflexionar,
que conmuevan.

Pensad que, aunque realicemos fotografías de temas muy diferentes, todas van a tener algo fundamental en común: ¡nuestra
mirada! El tema de nuestros trabajos no va a ser, por ejemplo, "trabajadores del metal en la Europa del Este", sino "cómo vemos
nosotros a los trabajadores del metal en la Europa del Este". Igualmente, si realizamos un trabajo sobre "flora del Pirineo", de nuevo
tendremos un tema común "nuestra visión de la flora del Pirineo". El estilo personal, por tanto, no está relacionado con los sujetos
que fotografiemos, con la temática elegida o con la técnica empleada; en realidad, sólo va a depender de una cosa: de nuestra forma
de ver el mundo.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que el estilo del fotógrafo se encuentra, de alguna manera, enmarcado en el estilo general
adoptado en cada época, el cual cambia con el tiempo y con la moda. Por ello, es habitual que la obra del fotógrafo evolucione y
varíe a lo largo de su existencia, influenciada por la estética y las tendencias de las diferentes etapas históricas pero conservando
siempre tras ella esa mirada propia y especial.

No se consigue desarrollar un estilo personal cuando de forma consciente se pretende ser “diferente”. Tampoco imitando las ideas
de otros, aunque sean de otras disciplinas artísticas. El estilo personal es algo mucho más profundo, que va mucho más allá. Sólo a
través del estudio de la trayectoria personal de un fotógrafo a través del tiempo se puede llegar a apreciar su forma de ver el mundo
aunque su obra vaya variando y evolucionando a lo largo de su vida.

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REFLEXIONES Y CONCLUSIONES

El dominio de la composición, aunque innato en algunas personas, puede llegar a adquirirse estudiando sus normas y analizando
gran número de fotografías de calidad. Desarrollar este dominio y adaptarlo a nuestra forma de ver el mundo va a ser lo que, con el
tiempo, nos confiera nuestro estilo personal.

Es cierto que la utilización de las normas de composición requiere un serio esfuerzo al principio pero, con la práctica, acaba
interiorizándose y convirtiéndose en un ingrediente natural del proceso fotográfico. Aunque se puede pensar que estudiar
composición frena la espontaneidad, dejarlo todo en manos de la inspiración puede resultar arriesgado.

Igualmente, respetar las normas de composición no es garantía de lograr fotografías efectivas, sólo proporciona imágenes
correctas y académicas pero va a ser un inestimable punto de partida para mejorar nuestros trabajos. Podemos optar por crear
conflicto, tensión e inquietud a través de la ruptura de las reglas pero, para infringir estas normas, también es necesario conocerlas y
saberlas manejar.

La buena composición se logra a través del conocimiento, la experiencia y la costumbre pero también es necesaria una fuerte
componente emocional por parte del fotógrafo. Su honestidad ante el motivo será indispensable para lograr transmitir aquello que
le emociona. Sin ella, será muy difícil que sus imágenes tengan alma.

Podemos comparar nuestras fases de aprendizaje con los peldaños de una larga escalera. Nuestros primeros pasos se encaminarán a
dominar la técnica y, cuando lo hayamos logrado, ya habremos subido un primer escalón.

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Después, sentiremos inquietud respecto a la composición y también la estudiaremos; una vez aprendida, ascenderemos otro grado.
Practicar todos estos conocimientos nos permitirá elevarnos un poco más pero, cuando los interioricemos y comencemos a crear
nuestros propios criterios, habremos conseguido alzarnos varios escalones más. Y, sin embargo, en este punto, miraremos hacia
arriba y veremos que todavía queda casi toda la escalera por subir pues falta desarrollar toda nuestra capacidad a través de nuestros
conocimientos, experiencias y emociones presentes y futuras. Un precioso camino que conviene recorrer despacio y con la
convicción de que, afortunadamente, nunca veremos el final de esa escalera.

Espero que esta serie de artículos os hayan resultado útiles en vuestro aprendizaje y que su aplicación os permita mejorar vuestras
composiciones. Queda en vuestras manos ponerlo en práctica y, como siempre aconsejo a mis alumnos, de forma que vuestra
esencia se mantenga intacta y sin olvidar que el estudio de la composición sólo es el punto de partida de un largo viaje.

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