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ÍLIADA

A pesar de los que sugiere su nombre, la Ilíada no es el poema de la Guerra de Troya, sino el
poema de la cólera de Aquiles.

El tema de la cólera aparece ya, desde su planteamiento inicial, ligado al tema del designio de
Zeus y al de la venganza de Aquiles. En esa conjunción de los tres temas y en los lineamientos
generales de la acción radica la unidad de la Ilíada.

En el canto primero se exponen las causas de la cólera y sus consecuencias inmediatas; en el


resto del poema, sus consecuencias mediatas: ofendido en su honor por Agamenón, Aquiles se
restira del combate y obtiene la promesa de Zeus de que los aqueos serán derrotados.

La derrota de los aqueos determina la intervención de Patroclo en el combate; la muerte de


Patroclo transforma la cólera de Aquiles en un odio incontenible contra los troyanos; la pasión
de la venganza se sobrepone a la cólera; renuncia a esta y se reconcilia con Agamenón; da
muerte a Héctor, principal defensor de Troya, lo que permite presumir con absoluta
certidumbre la destrucción de la ciudad.

Los demás sucesos, en parte, son desarrollo de este tema central; en parte, simples acciones
episódicas que solo tienen una relación indirecta con la cólera.

Sin embargo, la ausencia de Aquiles en el combate permite destacarse a los demás héroes, que
van logrando sucesivamente su principalía.

La Guerra de Troya constituye el marco, el escenario en el que se desarrolla el drama épico de


la cólera y de la venganza de Aquiles.

Si bien la Ilíada es la gran epopeya guerrera, la narración de los combates no constituye lo


fundamental del poema. Más allá de los sucesos bélicos, de las incidencias de la narración, la
Ilíada nos ofrece una visión profunda del alma humana, una pintura vigorosa y palpitante de
intensas pasiones, el odio, el orgullo, el honor, la piedad.

El poema se inicia con una súplica, la de Crises a Agamenón, a que suceden la de Aquiles a
Tetis y la de esta a Zeus; y concluye con una súplica, la de Príamo a Aquiles.

La cólera de Aquiles contra Agamenón, después de la muerte de Patroclo, se transforma en


una incontenible sed de venganza; finalmente se aplaca para dar paso a la piedad. El poema
concluye con el apaciguamiento, que restablece el equilibrio en el alma humana, purificándola
de la pasión de la ira.

Junto a la exaltación del heroísmo, el poema expresa la más enérgica condenación de la


guerra, a la que califica de funesta, detestable, causante de dolor y lágrimas, devoradora de
hombres.

Contrastando con la violencia de los combates o de las disputas entre los héroes, encontramos
escenas de delicada ternura o de emocionante patetismo.

El amor a la vida, a pesar de la convicción de su efímera pequeñez; el amor a la gloria y a la


virtud, a pesar de la conciencia de que el hombre sufre injustamente el peso de su destino; la
tendencia a dominar y superar el pesimismo, constituyen los valores sustanciales del poema.

Es un verdadero acierto, que contribuye al mérito literario de la obra, el no haber pretendido


tratar toda la Guerra de Troya, sino simplemente uno de sus episodios, el que tiene relación
con la cólera de Aquiles. Se omite deliberadamente todo lo relativo a las causas de la guerra,
así como lo ocurrido en los nueve primeros años del sitio; no se narra la muerte de Aquiles ni
la destrucción de la ciudad, aunque se presuponen.

INFORMACIÓN PARA HOMERO

INTRODUCCIÓN

Los griegos, de origen indoeuropeo, llegaron a la península Balcánica en distintas corrientes


migratorias hacia comienzos del segundo milenio a. de C. Los

primeros fueron los aqueos (jonios y eolios). Los territorios que ocuparon progresivamente
estaban habitados por otros pueblos a quienes los griegos dieron el nombre de pelasgos. El
contacto con la cultura cretense o minoica que se hallaba en su apogeo, dio origen, hacia el
1500 a. de C., a la notable civilización micénica que tuvo como centro la ciudad de Micenas en
el Peloponeso y que se eclipsó alrededor del 1200 con la llegada de otra rama del pueblo
griego: los dorios. Ante la presión de los nuevos invasores, una parte de los jonios se replegó
en la pequeña península del Ática y en la vecina isla de Eubea, y otra cruzó el Egeo y se
estableció en Jonia, en la costa occidental del Asia Menor.

Se ha llamado Edad Oscura al período comprendido entre la llegada de los dorios y el siglo VIII
a. de C., época en que se consolidan las ciudades-estados (polis) y los griegos inician, con la
colonización, su expansión económica y cultural.

La antigua Grecia comprendía numerosos estados independientes diseminados por la


península Balcánica, el oeste de Asia Menor, el sur de Italia y las islas del Egeo, separadas entre
sí por las fronteras naturales del mar o la montaña.

Las ciudades-estados (polis) eran autónomas y autárquicas, y su territorio pequeño. Muchas


veces se suscitaron guerras entre las distintas polis y también se concertaban alianzas. La polis
era tan natural para los griegos, que la unificación de la Hélade solo fue posible merced a la
intervención de una potencia extranjera: Macedonia.

El período de cuatro siglos en que se produce lo más original de la cultura griega, es el mismo
que va desde los comienzos de la polis hasta su decadencia (siglos VIII a V a. de C.).

Aunque Grecia era un mosaico de ciudades-estados con sus localismos, diferencias dialectales
y formas diversas de organización, los griegos tenían plena conciencia de su unidad como
pueblo, por su origen común, por hablar la misma lengua y por creer en los mismos dioses.

DIALECTOS

La Hélade comprendía a todos aquellos que hablaban griego, ya vivieran en Grecia, Asia, o el
sur de Italia. Cada ciudad tenía su propio dialecto, pero por encima de los innumerables
matices existían tres grandes grupos dialectales: el jónico-ático, el dorio y el eolio, que se
diferenciaban por el vocabulario, la pronunciación y las formas e inflexiones de las palabras.

El jonio, dialecto de Homero, se hablaba en las ciudades jonias del Asia Menor y en la mayoría
de las islas del Egeo. Una rama del jonio era el ático, dialecto que predominó temporariamente
en el siglo IV a. de C. merced al esplendor cultural de Atenas, y que fue la base de la koiné[1].

El dorio se hablaba, entre otros lugares, en Corinto, Laconia y Creta, y en muchas colonias del
sur de Italia. Los poetas trágicos lo emplearon en la composición de las partes corales.
El eolio se hablaba en la Eólida (Asia Menor), en Lesbos, en el norte de Tesalia y en Beocia.

Los griegos comprendían sin mayores dificultades los distintos dialectos y era bastante común
el hecho de que diferentes formas dialectales convivieran en una misma obra literaria.

RELIGIÓN

En la religión de los griegos, antropomórfica y politeísta, se combinaron cultos y creencias de


las viejas culturas mediterráneas con las de origen indoeuropeo. Como cada ciudad-estado
poseía sus cultos y rituales, son notables las variantes de los mitos. La importancia de cada una
de las divinidades y las relaciones entre ellas variaban no solo en el tiempo y en el espacio, sino
también en las manifestaciones religiosas de las distintas capas sociales.

En el panteón griego había doce divinidades principales, secundadas por dioses menores.
Aparte de los dioses olímpicos, eran numerosísimas las divinidades locales y los semidioses o
héroes deificados.

Por encima de la pluralidad de cultos y creencias, ciertas circunstancias, como los festivales
religiosos a los que acudían griegos de toda la Hélade, contribuían a reafirmar la unidad
espiritual. Gran importancia tuvieron en tal sentido los oráculos, en particular el de Delfos, a
donde se iba a consultar al dios Apolo acerca del futuro.

Los dioses griegos, si bien se diferencian de los mortales por el poder y la inmortalidad, tienen
las mismas debilidades que estos pues están sujetos a las pasiones humanas. A menudo se
mezclan en los asuntos de los humanos y suelen mantener con ellos relaciones amorosas.

Además de estas divinidades olímpicas, es preciso mencionar a algunas de aquellas que


representaban fuerzas morales como Temis (la Justicia), Némesis (Asignadora) que velaba por
los justos límites y perseguía, implacable, los excesos y las ofensas, y Ate (Fatalidad) que
empujaba a los hombres a su ruina.

El Destino estaba representado por las Moiras o Parcas (más frecuentemente se usa el singular
Moira), que en Homero son más poderosas que los dioses y que posteriormente fueron las
ejecutoras de la voluntad de Zeus: Cloto hilaba la hebra de la vida, Laquesis la sostenía y
cuidaba, y Atropos la cortaba.

LA POESÍA ÉPICA

La poesía épica se caracteriza por la narración y la objetividad. Es una poesía impersonal, el


autor desaparece. Utiliza el verso, trata leyendas y mitos, a los que se incorporan las
creaciones imaginativas del autor.

La epopeya es una narración poética y versificada de considerable extensión, cuyo asunto se


refiere a una acción grandiosa y extraordinaria, en la que interviene lo maravilloso. Por su
grandeza, la epopeya tiene interés universal y generalmente tiene carácter nacional, porque
refleja las creencias e ideas fundamentales de un pueblo o de una civilización.

El metro usado fue el hexámetro que, como todos los metros griegos, se medía por el número
de sílabas largas y breves que se iban alternando (se consideraba que una sílaba larga equivalía
a dos breves).

Aedos y rapsodas – Los aedos cantaban las hazañas de los héroes. Existían desde tiempos
remotísimos. En la Ilíada no aparece el aedo profesional; en cambio, en la Odisea sí: Femio en
Ítaca y Demódoco en el País de los Feacios. La Ilíada y la Odisea comienzan con una invocación
como si en realidad fueran los dioses o las musas quienes cantaran por boca del poeta. Por ese
motivo los aedos eran considerados como personas sagradas, inspiradas por los dioses.

Pero además de la inspiración, el arte de los aedos es producto de la escuela: conocimiento de


los mitos y leyendas, de la técnica del verso, de la música y de la declamación.

Existían familias de aedos que transmitían de padres a hijos el conocimiento técnico de la


composición y de la ejecución. No siempre los integrantes de esas familias de aedos estaban
unidos por vínculos de parentesco; muchas veces era grupos de poetas que formaban una
escuela para aprendizaje y trasmisión de su arte.

En una época posterior, aparecen los rapsodas[4], de origen jónico, que difundieron la poesía
épica de los jonios por toda Gracia. Los rapsodas recitaban, sin acompañamiento musical,
poemas ajenos, los armonizaban y los repetían introduciendo algunas modificaciones;
generalmente intervenían en las fiestas religiosas, y se presentaban llevando en la mano una
rama de laurel, símbolo de su condición.

Ordenando lo expuesto, podemos precisar tres diferencias fundamentales entre aedos y


rapsodas:

1. Del punto de vista cronológico los aedos son anteriores a los rapsodas.
2. Del punto de vista de la composición y originalidad, los aedos recitaban sus propias
canciones, frecuentemente improvisadas. Los rapsodas, en cambio, recitaban poemas
ajenos.
3. Del punto de vista de la ejecución, los aedos recitaban acompañados de un instrumento
musical, la cítara o “forminx”; los rapsodas, en cambio, recitaban simplemente, es decir,
sin acompañamiento de música, llevando en la mano una rama de laurel.

Formas de la poesía épica – Dentro de la épica griega encontramos tres formas de epopeya:
heroica, didáctica y burlesca.

1°) Epopeya heroica: poemas homéricos y cíclicos. - Los poemas homéricos, Ilíada y Odisea,
constituyen los monumentos literarios más antiguos de Grecia. Son las únicas epopeyas
heroicas que se conservan íntegramente y, según la tradición fueron las de mayor mérito
artístico.

No se sabe con certeza la época de su composición; se remontan aproximadamente al siglo IX


a. de C. Se supone que la Ilíada es anterior a la Odisea.

Además de los poemas homéricos, están las epopeyas cíclicas, que son algo posteriores, y si
bien se supone que no eran tan perfectas, tuvieron, en cambio, gran importancia histórica,
porque los grandes trágicos sacaron sus asuntos de sus tragedias principalmente de estas
obras. Estas epopeyas se han perdido, solo se conservan algunos fragmentos. Las epopeyas
cíclicas se denominan así porque en su conjunto desarrollan el ciclo legendario completo que
va desde el origen del mundo y de los dioses hasta el fin de la época de los héroes.

La palabra ciclo tiene un sentido más estricto: conjunto de epopeyas relativas a un asunto
determinado. Los más importantes eran el ciclo tebano y el ciclo troyano, relativos a las
guerras de Tebas y de Troya.

2°) Epopeya didáctica: poemas hesiódicos. - Junto a las epopeyas cíclicas existen los poemas
hesiódicos. El centro de esta poesía es la propia Grecia continental.
Esta poesía se refiere a la vida de tierra firme, laboriosa, rústica, más en contacto con la
naturaleza, más realista. Es una poesía de menos imaginación, más utilitaria y educativa.

La belleza, fin principal de los poemas homéricos, aparece subordinada al fin didáctico.
Hesíodo pertenece al siglo VIII, es posterior a Homero; es el poeta de la paz.

3°) Poemas épico-burlescos: - La epopeya burlesca está representada por La


Batracomiomaquia y por El Margites.

HOMERO

¿Existió Homero? Esta pregunta que suscitó las más encontradas opiniones y teorías en los
tiempos modernos, configurando lo que se conoció como la Cuestión Homérica[5], no
preocupaba, al parecer, a los antiguos, que daban por sentada la existencia del poeta de la
Ilíada y la Odisea. A lo sumo se discutía acerca de dónde había nacido (siete ciudades se
disputaban ese honor), y en qué época.

Se conservan ocho biografías homéricas, que han llegado a nosotros en versiones tardías y
cuyo contenido se reputa generalmente como legendario.

En cuanto a la época de composición de los poemas, existen grandes discrepancias entre los
testimonios de los antiguos. Algunos consideraban al poeta contemporáneo de la Guerra de
Troya, otros posterior en uno o varios siglos.

Para los griegos, ambos poemas eran la base de la educación. Desde la infancia, el antiguo
griego se familiarizaba con Homero: se lo estudiaba en la escuela; en el teatro era frecuente
encontrarse con personajes y temas tomados de sus epopeyas; políticos y oradores lo citaba a
menudo; artistas y poetas hallaban en él inagotable fuente de inspiración.

LA ILÍADA Y LA ODISEA

Ambos poemas tienen que ver con la Guerra de Troya (Ilión), aunque ninguno trata en su
totalidad la expedición aquea contra aquella ciudad del Asia Menor[6].

La Ilíada se refiere a algunos episodios del año décimo de la contienda, que no abarcan más de
cincuenta días. La Odisea canta el regreso de Odiseo a su patria tras diez años de andar errante
después de la caída de Troya.

El tema principal de la Ilíada es la cólera de Aquiles. A este motivo central aparecen asociados
muchos otros: las escenas en Troya, los sucesos evocados por distintos personajes, los
combates singulares y las frecuentes intervenciones de los dioses en los asuntos humanos, ya
sea mezclándose entre los hombres, ya deliberando en el Olimpo. De todos modos, Aquiles es
la figura central, y su larga ausencia gravita de modo decisivo en los acontecimientos.

La Ilíada comienza in media res[7]. El poeta no nos informa del estado de cosas en la contienda
aqueo-troyana al iniciarse el relato. El final es trunco, si bien se presiente la pronta destrucción
de la ciudad de Ilión.

La Odisea, por su parte, ofrece una estructura distinta. Revela mayor unidad de composición
con sus tres partes bien diferenciadas: 1) El viaje de Telémaco, que sale en busca de su padre,
luego de veinte años de ausencia; 2) Los relatos de Odiseo en el País de los Feacios, a donde
llega después de liberado del cautiverio de la ninfa Calipso, y 3) La llegada de Odiseo a su
reino, Ítaca. El relato resulta más equilibrado que la Ilíada y, a la vez, más novelesco. Los
acontecimientos, centrados en torno a la figura de Odiseo, conducen a feliz término.
La Ilíada no es un simple relato de batallas entre bandos contrarios. La guerra es más que
nada, una circunstancia en la que se juega, con toda intensidad, el drama del hombre
enfrentado a su destino. Y esa circunstancia es a veces deplorada por el propio héroe que
suele meditar sobre el sinsentido de la guerra a la que acudió en procura de gloria, fama y
riquezas.

A los héroes no les basta la fama obtenida en la acción guerrera, necesitan que su gloria
(kydos) sea visible, y esto se logra mediante la posesión de riquezas. La abundancia de las
mismas acrecienta la gloria. Por eso se muestran tan celosos en el reparto del botín. La cólera
de Aquiles está motivada por el hecho de que el héroe ha sido despojado de una parte de la
recompensa recibida.

Según el modelo homérico, el héroe, además de rico, debe ser valiente, hermoso, astuto,
inteligente, capaz de sofrenar sus impulsos; este conjunto de virtudes está comprendido
dentro del concepto griego de areté. La areté de la mujer comprende la castidad, el pudor, el
amor a la verdad y, naturalmente, la belleza. Es preciso señalar que en la areté no existen
fronteras entre lo que nosotros llamamos virtudes morales y destreza física. La belleza
corporal es tan importante que puede un héroe incurrir en graves faltas morales sin
menoscabo total de su condición, pero resulta inimaginable el más mínimo rasgo de fealdad
física. De todos modos, la areté supone un ideal equilibrio entre lo físico y lo moral, que se
rompe cuando el hombre comete pecado de exceso (hybris) o bien se destruye con la muerte.

La sofrosine o moderación, que atempera las pasiones e impide que el hombre se exceda y
peque, excitando el enojo de los dioses, es una virtud que se manifiesta con más frecuencia en
los ancianos que en los jóvenes guerreros con ánimo fogoso. Pero que el hombre pueda o no
alcanzar el equilibrio, la realización plena de su areté, no depende de su voluntad, sino de la
Moira (destino) que se cumple inexorablemente. El hombre es un juguete del destino y de los
dioses.

El heroísmo no se exterioriza solo en la guerra, sino en todas las circunstancias de la vida. En la


Odisea la Guerra de Troya aparece como un acontecimiento lejano. El relato se centra en
Odiseo quien debe afrontar las más duras vicisitudes antes de poder regresar a su patria tras
dos décadas de ausencia.

LA CULTURA HOMÉRICA - EL IDEAL HEROICO

Humanismo – En el centro de la cultura evocada en los poemas homéricos encontramos un


elemento alrededor del que se disponen los demás: el hombre. Enlazados y vinculados a este
encontramos a los dioses y a la naturaleza. Se tiene del hombre, pues, un concepto muy
elevado, delineándose claramente el individualismo. No obstante, el hombre está sujeto a
ciertas normas éticas comunes y reconoce la noción de justicia.

Nobleza y areté – Los poemas homéricos nos presentan la vida e ideales de una determinada
clase social: la nobleza. Es por ello que los poemas tienen un carácter eminentemente
aristocrático. Los personajes que intervienen son todos hombres ilustres, héroes y dioses. El
abolengo es uno de los elementos que determinan la superioridad de la nobleza sobre los
demás mortales. Algunos héroes, como Aquiles y Odiseo, hacen remontar su ascendencia
hasta los mismos dioses.

Junto al abolengo y formando con él un todo inseparable, se encuentra la areté. Tenemos en la


areté dos aspectos: uno espiritual e intelectual (el ágora) y otro corporal y físico (el combate).
Los personajes homéricos, en su afán de mantener y aumentar su areté, rivalizan entre sí
continuamente: en la lucha, para manifestar su superioridad como guerreros, y en la paz, en
los juegos, para tratar de superarse unos a otros. La areté mantenida y aumentada merece la
honra y el elogio, el honor (aidós); el quebrantamiento de la areté provoca un sentimiento de
general reprobación (némesis). Por otra parte, el respeto de la areté ajena es un deber de la
propia areté y aquel que no respeta la de los demás pierde la suya propia.

Sentido del honor – El honor, pues, en la nobleza homérica, no es un sentimiento subjetivo,


resultado de la conciencia individual o del propio valer íntimo, sino que es el resultado de la
opinión exterior: tenía honor aquel que era elogiado por la sociedad.

Velar por su honor era deber de todo héroe; de ahí ese afán de figurar en primer plano, tanto
frente a sus enemigos como frente a sus compatriotas, en la guerra o en la paz. El honor está,
pues, íntimamente ligado a la areté, y cada héroe exige que los demás le tributen el honor que
esta pide. Así, por ejemplo, la actitud de Aquiles cuando Agamenón le quita a Briseida, era
comprensible y justificable para sus contemporáneos, ya que al quitarle lo que le era debido,
habría inferido una ofensa a su honor, desconociendo su areté. Zeus justifica la actitud de
Aquiles al acceder a las súplicas de Tetis, madre del héroe, que pide por él que los aqueos sean
derrotados mientras no reparen la ofensa.

La ofensa del honor tiene una inmensa importancia. La Guerra de Troya se produjo por la
ofensa inferida por Paris al honor de Menelao al raptar aquel la esposa de este. Es para
restablecer ese honor y para borrar la injuria que se organiza la expedición a Troya.

La gloria adquirida por el héroe no dura solo mientras vive, sino que se perpetúa después de la
muerte, en los cantos de los aedos, al extremo de que Alcínoo expresa que los dioses
decretaron la ruina de Troya y la muerte de tantos héroes para que estos temas sirvieran “a los
venideros de asunto para sus cantos” (Ilíada, canto VI, v. 358).

Cortesía y belleza física – La cortesía se manifiesta claramente en la vida social: en sus


maneras, los héroes homéricos son de una distinción y corrección irreprochables.

Por otra parte, a los personajes homéricos se les supone hermosos. No es necesario por ello
que se describa su belleza. La belleza física está íntimamente ligada al linaje del personaje.

Sentimiento patriótico – Los héroes, además de por la gloria individual, combaten por el amor
a su familia y a su patria.

La ofensa inferida al honor de Menelao aparece como una ofensa a la nación aquea. Por esto,
la Guerra de Troya sería una guerra justa para los griegos, puesto que van a reivindicar el
honor ultrajado, y también para los troyanos, puesto que defienden a su patria.

INSTITUCIONES POLÍTICAS Y SOCIALES

La ciudad. Sencillez del mundo homérico. – En los poemas homéricos está ausente la gran
ciudad, a pesar de que ya había aparecido en la época de su composición. La vida que se
desarrolla en los poemas es muy sencilla. En la escena de la embajada de Aquiles, este y su
amigo Patroclo preparan ellos mismos la comida de sus huéspedes (Ilíada, canto IX, v. 205).

Constitución de la familia. Posición de la mujer. – En los poemas homéricos la familia aquea es


monogámica. Por el contrario, entre los troyanos, la del rey Príamo es poligámica, es decir, que
tiene un serrallo donde se alojan sus muchas esposas. A pesar de ello, solo Hécuba es su mujer
legítima, y solo sus hijos pueden aspirar al trono. Estos, a su vez, no tienen varias esposas, sino
que, al igual que los aqueos, poseen una sola.

Los poemas homéricos sitúan a la mujer en un plano muy alto, especialmente en la Odisea.

Régimen político. Normas éticas y jurídicas – El régimen político, en los poemas homéricos, es
una monarquía limitada por una poderosa aristocracia.

En esta organización monárquico-aristocrática del estado homérico, hay ciertas normas que
regulan la conducta de los hombres más o menos satisfactoriamente: son las normas éticas y
las normas jurídicas.

El hombre homérico tiene íntimamente arraigadas las ideas del deber individual y de la justicia
distributiva, es decir, dar a cada uno lo que le corresponde.

La principal de las normas ético-jurídicas es la de la hospitalidad, norma violada por Paris al


raptar a Helena; la Guerra de Troya es, pues, una guerra vindicativa, que tiende a reparar la
violación de esa norma.

LO MARAVILLOSO - LA RELIGIÓN HOMÉRICA

Uno de los elementos esenciales en la epopeya es la intervención de lo sobrenatural y de lo


maravilloso, ya como concepción mitológica, ya como simple artificio poético.

Lo maravilloso, en los poemas homéricos, es una combinación indestructible de mitos y de


elementos poéticos, en forma tal, que es muy difícil distinguir las ideas religiosas del autor del
empleo de lo maravilloso como recurso poético destinado a embellecer la obra o como
máquina, procedimiento utilizado para cortar o resolver una trama que por medios naturales
no se puede desatar, o bien para solucionar una situación difícil, de la que el poeta no puede
salir, o para dar apariencia de verosimilitud a lo que es naturalmente inverosímil.

La intervención de los dioses en Homero es grande, siendo, en este sentido, las obras
homéricas intensamente religiosas. En efecto, no se concibe ningún acto del hombre de cierta
trascendencia sin la intervención de los dioses, que a veces aparecen mezclados hasta en los
hechos más triviales.

La religión homérica es politeísta, pues reconoce pluralidad de dioses, y antropomórfica,


porque concibe a los dioses a semejanza de los hombres, tanto física como espiritualmente.
Constituyen algo así como una aristocracia inmortal. Se distinguen de los hombres en que no
están sujetos a la muerte, aunque son vulnerables y sensibles al dolor. Así Diomedes, en el
canto V de la Ilíada, hiere en la muñeca a Afrodita, que huye lamentándose.

Desde el punto de vista moral, los dioses homéricos son despreciables; egoístas y caprichosos,
injustos y arbitrarios; aparecen dominados por las pasiones. En sus relaciones entre sí, no se
guardan lealtad alguna, y combaten los unos contra los otros.

Relaciones de los dioses con los hombres – No sienten ni piedad ni amor hacia los hombres.
Todo lo olvidan las deidades del Olimpo en el momento en que van a iniciar el banquete que
es, para ellos, su mayor satisfacción.

Los dioses conviven con los hombres, apareciéndoseles con frecuencia, ya sea adoptando una
figura o modo habitual, por el que se los reconoce de inmediato, ya sea haciendo sentir su
influencia sin tomar figura humana.
Aunque la influencia de los dioses sobre los mortales no anula para nada la libertad de estos,
los hombres les atribuyen sus triunfos y sus derrotas, sus virtudes y sus defectos, la felicidad o
la muerte. El hombre, pues, precisa del apoyo de los dioses y para lograrlo les ofrece sacrificios
y oblaciones.

Creencias sobre el alma y sobre la muerte – Dentro del hombre corporal existía, según
creencias homéricas, un “yo” interior, denominado thimós. Además del concepto de thimós,
encontramos en los poemas homéricos el de psyché. La psyché es algo confuso y vago,
semejante al alma, y que representa la vida. La muerte sería, pues, la separación del cuerpo y
la psyché.

No existe propiamente la creencia en la inmortalidad del alma. Las sombras de los muertos
vagan por el Hades como sombras o imágenes del cuerpo.

Esta elemental concepción de la vida de ultratumba no implica la idea de la existencia de


castigos y recompensas en el más allá.

PROCEDIMIENTOS ESTILÍSTICOS

El estilo homérico se caracteriza por una gran variedad; desde lo más sobrio y conciso se eleva
hasta lo más vehemente y sublime.

La realización de este estilo depende de una serie de procedimientos:

Narración – Podemos atribuir los siguientes caracteres a la narración homérica:

1°) Objetividad. - La narración se caracteriza, en primer término, por una objetividad casi
absoluta. El poeta se oculta detrás de los hechos que narra, por lo general sin que intervenga
con juicios en ellos. Raras veces el poeta escapa a esta regla. Tal es el caso de las
manifestaciones de simpatía y admiración hacia los héroes caídos en la lucha, que hace con
motivo de la muerte de Héctor.

2°) Ausencia de expectación. - El interés que despierta la lectura de la obra no se debe en


modo alguno al ficticio procedimiento de ocultar el desenlace, sino que, por el contrario, se
debe pura y exclusivamente al modo como se desarrollan los hechos. Así, el poeta nos anuncia
la muerte de Patroclo cuando este pide a Aquiles su armadura para entrar en combate. Dice el
poeta: “…el muy insensato, y con ello llamaba a la Parca y a la terrible muerte” (Ilíada, canto
XVI, v. 46). Sin embargo, nuestro interés por las escenas siguientes no disminuye.

3°) Serenidad y equilibrio en el curso de la narración. - La narración homérica oscila entre un


majestuoso sosiego y una extrema brevedad. Es sosegada, pero no por ellos pesada o lenta. Lo
que ocurre es que algunos pasajes, como la enumeración de las naves o la genealogía de los
héroes, no tienen para nosotros el interés que indudablemente tenían para los griegos
contemporáneos al poeta.

4°) Los sucesos importantes van precedidos por introducciones extensas y concluyen en
finales breves. - Así cuando Tetis va a pedir a Hefesto que haga nuevas armas para su hijo,
describe minuciosamente la recepción que se le tributa; pero, logradas las armas, Tetis se
retira sin despedirse siquiera (Ilíada, canto XVIII).

5°) Ausencia de estricta verosimilitud. - Por ejemplo, no nos dice el poeta cuál es la actitud de
Agamenón mientras Aquiles dialoga con Palas Atenea (Ilíada, canto I).
Descripción – Las descripciones de los personajes son verdaderamente escasas, ya que el
poeta, por lo general, prefiere que se les conozca por los efectos que producen en los demás.
Sentimos la belleza de Helena, pero no porque se la describa como bella, sino porque se relata
el asombro y la admiración de los ancianos ante ella (Ilíada, canto III, v. 156).

Relatos en primera persona – Este procedimiento consiste en poner en boca de un personaje


lo que el mismo poeta podría haber relatado. De esta manera consigue un doble efecto: acorta
el relato, que de otra manera resultaría demasiado largo y minucioso, y aumenta el interés del
auditorio, ya que interesa más una aventura contada por aquel que la vivió que por otro
cualquiera.

Diálogos y discursos – El dialogo tiene gran importancia en Homero.

El discurso es una exposición de cierta extensión, encaminada a persuadir. A diferencia de los


relatos en primera persona, los discursos no se refieren a hechos pasados, sino al momento en
que se desarrolla la acción; además, están dirigidos a un fin determinado: obtener una
resolución favorable en el ágora, alentar en los combates, etc.

Los discursos animan la narración de los combates y pintan claramente el carácter propio de
cada personaje. En la querella entre Agamenón y Aquiles, en el ágora del primer canto de la
Ilíada, el primero se muestra autoritario y orgulloso, mientras que el segundo se nos aparece
colérico, impetuoso e inflexible. En el coloquio entre Héctor y Andrómaca, del canto VI de la
Ilíada, vemos en el héroe troyano ternura, pero a la vez dignidad y honor.

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