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Este trabajo surge a partir de la lectura de los poemas homéricos Ilíada y Odisea y del
poema cosmogónico de Hesíodo Teogonía.
Es significativa en estos textos la presencia de las Musas –hijas de Zeus y de
Mnemosyne- como diosas que inspiran al poeta un canto “divino”. Así, el aeda se erige como
el hermeneus (intérprete) y portavoz de las Musas y asume una función social y formativa
paideia: trasmitir a los hombres a través del canto la aletheia. Esta verdad, en tanto palabra de
las diosas, se constituye, entonces, en aquello que no puede ni debe ser olvidado: la
supremacía de Grecia sobre el Asia, la legitimación de un sistema de creencias.
Mi objetivo se centra en estudiar (ambiciosa palabra en esta primera aproximación) la
importancia del poeta, del canto en el mundo griego arcaico en tanto que éste permite la
conservación del saber a través del no-olvido y analizar cómo se construye mediante el
discurso el concepto de alétheia (verdad) en tanto memoria. Para esto me centraré en
fragmentos significativos de las obras mencionadas.
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Sabemos que la actividad poética en Grecia estuvo amparada por las nueve Musas,
hijas de Zeus y Mnemosyne, la Memoria. Ellas son, en palabras de Homero (Ilíada II, 485)
ὑμεῖς γὰρ θεαί ἐστε πάρεστέ τε ἴστέ τε πάντα, “vosotras sois diosas, estáis presentes y
sabéis todas las cosas”; y como dice Hesíodo: Ellas están ἵνα κλείοιμι τά τ' ἐσσόμενα
πρό τ' ἐόντα. “para cantar lo que será y lo que fue antes” (33).
En este sentido se convierten en transmisoras de un saber que los hombres desconocen
ἡμεῖς δὲ κλέος οἶον ἀκούομεν οὐδέ τι ἴδμεν· [“nosotros oímos sólo la fama y nada
conocemos”, (Il II, 487)], por lo tanto, su labor es la de enseñar (didaskein) a los hombres a
través del poeta aquellas cosas que saben (ἴδμεν, dicen las Musas en Ilíada, con lo que queda
claro que su actividad del conocimiento se manifiesta tanto en el campo intelictivo “saben”,
como en el campo sensorial “ven”).
Ahora bien, las Musas se han manifestado al poeta y lo han elegido, otorgándole el
símbolo del poder: un cetro y una corona de laurel, a la vez que lo han hecho merecedor del
sagrado don: el del canto. Esta epifanía ha convertido a un pastor de Ascra, a un ciego de
Quíos en un hermeneus, en un intérprete divino, en el mediador entre dioses y hombres. Es el
aeda el inspirado por las Musas para cantar “el origen sagrado de los inmortales y las heroicas
hazañas de los hombres”. Es el aeda el amado por las Musas y, por lo tanto, es digno del
respeto de la comunidad, tal lo muestra Homero a través de la figura de Demódoco, el cantor
feacio:
¿Quién puede ser indiferente a la voz de los dioses que se manifiesta a través del canto
del poeta?
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Ahora bien, este canto tiene sus rasgos distintivos. En un primer momento, celebra
(π) a dioses y héroes, deleita () a los hombres. Todos festejan y se alegran en
Ítaca o en Esqueria con los magníficos relatos de Femio y Demódoco.
Sin embargo, el canto también es seducción y hechizo (y¡lgousin), y su atractivo es
tan irresistible que es difícil sustraerse a él. Ya Hesíodo lo afirma: conjuntamente con las
Musas viven las Cárites e Hímero, el deseo, por lo tanto el canto “amable, encantador” es
“ἐρατὴν ὄσσαν”. En este ámbito podemos encuadrar el canto de las sirenas relatado por
Homero en el canto XII de Odisea: Las sirenas cantan y su canto tienta al hombre a desear
aquello que no posee: el conocimiento de lo que fue y de lo que será, le promete el goce que
sólo puede ser experimentado a través de la conquista del conocimiento: el saber y el poder.
Sin embargo, este canto que hechiza, que seduce, lo hace para destruir, ellas son a la vez la
atracción del deseo de saber y de muerte.
Finalmente, en una sociedad oral, que camina a la escritura, el canto tiene que ver con
la conservación del saber. De ahí surge la importancia de Mnemosyne, la diosa de la
memoria, porque si bien son sus hijas las que inspiran al poeta, es ella la que le otorga el
privilegio de tender un lazo hacia el pasado que intentará rememorar a través de su canto.
“Cantar”, en este sentido, significa “recordar” lo que aconteció in illo tempore, es un modo de
reconstruir el saber y liberarlo, así, del cautiverio del olvido. El canto acciona la memoria, es
palabra verdadera (ἀλήθεια) que confiere existencia a las cosas y a los hechos.
Ahora bien, ἀλήθεια es verdad ¿pero cómo entender la verdad?. Dos son las
derivaciones que se han establecido para la palabra ἀλήθεια:
- la primera es del sustantivo λήθη que significa “olvido”. En este sentido la verdad debe ser
entendida como el no-olvido, es decir, la memoria, el recuerdo.
- la segunda es la del verbo lanθάνω que significa “ocultar”, por lo tanto la verdad sería
aquello que no está oculto, o mejor aún, aquello que se desoculta, que se hace presente, que se
manifiesta. Esta derivación considerada forzada por algunos filólogos, a mi modo de ver es
acertada, pues el verbo λανθάνω pertenece al grupo de los verbos con refuerzo en an en el
presente. Por lo tanto, no es en el presente en donde encontramos el tema puro, sino –como
verbo nasal- en el futuro. Este tema es ls (futuro) ly (perfecto). En el presente vemos
una apofonía cuantitativa de h por a. En el perfecto la s deviene dental aspirada por el
contacto con la k. Por lo tanto, estamos frente al tema de λανθάνω, que es, en definitiva, el
mismo que el de ἀλήθεια y de λήθη. Por otro lado, desde el punto de vista semántico significa
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desocultar pero también hacer olvidar. Si seguimos la derivación de λανθάνω, debemos decir
que ἀλήθεια es aquello que se desoculta para no ser olvidado.
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Para Platón ἀλήθεια es verdad. En efecto, el filósofo al establecer un horismós entre el mundo noetós y el
mundo atheitós, cambia el concepto de ἀλήθεια con respecto al de los arcaicos. Ya no va a ser descubrimiento
sino un recto ver “orthotes idein”. En este sentido, Platón, sienta las bases para una concepción de la verdad
como adequatio intellectus rei. La verdad ya no es la patentización de la cosa misma sino una facultad del
hombre. Desde la perspectiva platónica el “recto ver” debería apuntar los eide. Sin embargo, dado que la psyche
está encarnada, bien puede sufrir el reclamo de los apetitos sensibles y dirigir la mirada al mundo sensible. Esto
nos invita a pensar que hay un vínculo entre ἀλήθεια y ἐλευθερία. (obviamente no se trata del libre arbitrio, ni
de la libertad sartreana).
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Sin embargo, voy a permitirme una digresión indispensable para lo que me propongo.
¿cómo se entiende la Aletheia en el plano de la trama (mythos aristotélico) en Odisea. ¿qué
sucede con la verdad de Odiseo cuando ésta se conjuga con la metis? El canto revelará el
triunfo de la ἀλήθεια sobre el olvido. Conocemos la historia de los viajes de Odiseo, sin
embargo la lucha contra los lotófagos, contra el cíclope, el descenso al Hades, el canto de las
sirenas, no constituyen otra cosa más que la lucha del héroe contra el olvido de su patria, de
sus dioses, de su familia, de su propio nombre. Finalmente, la victoria del héroe sobre los
dioses alados: amor, muerte y sueño le devuelven el sí mismo oculto tras un disfraz o tras un
nombre vacío: Nadie ha devenido, y tras veinte años de ausencia, Odiseo, el de variado
ingenio, el Laertíada, el rey de Ítaca. Pero la verdad está al servicio de la autoconservación de
Odiseo y se vale de cualquier artimaña, simulación para lograrlo. Me pregunto simplemente
¿ya en Odisea de Homero hay algún indicio de la verdad como simulación, fraude, engaño?
Llama la atención: Odiseo es el protosimulador de Occidente.
Después de este desvío necesario concluyo en que l®yeia es, entonces, en Homero
des-ocultamiento, pero ante todo no-olvido, memoria. Recordemos que estamos frente a un
poema épico que como tal legitima y justifica un determinado momento histórico, un tiempo
fundacional. En este sentido, los poemas homéricos transmiten la memoria de una cultura.
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Primero la mentira, luego las mentiras similares a verdades, finalmente la verdad. Esta
gradación que va de mentira a verdad es la que me interesa analizar. No comenzaré por el
concepto de mentira, sino por el de verdad, ya que definir verdad develará el sentido de
mentira.
Llama la atención la presencia de dos sustantivos casi utilizados como sinónimos y
ambos referentes a la verdad: ἐτύμοw y ἀληθέα. La pregunta surge inmediatamente ¿por
qué dos modos de decir verdad? ¿refieren acaso a mundos diferentes? ¿por qué hace ese uso
el poeta de ambos términos?
Hemos hablado anteriormente del término ἀληθέα, ahora nos referiremos a ἐτύμοw.
Este vocablo significa también verdad y es utilizado esta única vez –por lo tanto es un hapax
legomenon- por Hesíodo en Teogonía. Sin embargo, aparece también en los Erga en la forma
ἐτήτυμα, referido a verdad. Pero la verdad de Teogonía no es la misma que la de los Erga.
En Erga Hesíodo dice: ἐγὼ δέ κε, Πέρση, ἐτήτυμα μυθησαίμην [“yo diré, Perses,
verdades (10)]. Estas verdades tienen que ver con ¦rga y dik® (la areté del hombre
hesiódico). En este sentido advertimos más bien la interiorización ética del ἐτύμοw. Mientras
que en Teogonía, por tratarse de un poema fundacional de un sistema de creencias, refiere y,
tal vez, de una manera imprecisa a la esfera de “lo que es”, a la realidad y de su coincidencia
con la palabra "rememorante" (ἀληθέα) que nos remite al mundo divino de Zeus, que
legitima su reinado. Son las Musas quienes saben decir muchas verdades a través de la lengua
que evoca, que recuerda en tanto narración o celebración de lo que existe (τά τ' ἐόντα τά τ'
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Finalmente, el término ψεύδεα al que he traducido como mentira se resignifica en
este fragmento. Mentira es el antónimo de verdad. Definida la verdad como no-olvido, la
mentira es el olvido.
Había planteado en la introducción que mi objetivo era acercarme a partir del análisis
de la poesía épica y cosmogónica a la relevancia del canto divino en la época arcaica; a la
construcción discursiva de la figura del aeda como intérprete e inspirado por las Musas y a la
conceptualización de ἀληθέα como memoria. Sólo, y para finalizar, quiero rescatar algunas
ideas:
La ἀληθέα es recuerdo del pasado en tanto palabra rememorante, es decir, aquello
que se descubre es porque la palabra que nombra y evoca lo vuelve patente. Es canto que
legitima y celebración que instaura un sistema de creencias y un ethos determinado.
El aeda, el amado por las Musas, “es partícipe de la honra y del respeto” (Od. VIII
479-480) de todo un pueblo, pues es depositario de la memoria pero también es un profeta que
augura un porvenir. Por lo tanto su canto es la palabra que surge; para que aquello que “debe
ser recordado” no se olvide, para que aquello que “debe ser dicho”, no se silencie, pero y,
fundamentalmente, para que aquello que no debe ser olvidado, no debe ser dicho, se calle para
siempre.
Aún más, el aeda es quien instituye un principio de justificación que permite legitimar
un momento histórico, un sistema de creencias y así, portador de la palabra divina, edifica, en
nombre de los más altos valores, el panteón de dioses y héroes y condena al olvido a quienes
el poder no acepta.