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terminarían en una guerra civil. Influenciados por la Primavera Árabe, los sirios
pedían elecciones, mejoras en la calidad de vida y el fin de clan "Al-Assad". Un
apellido que ha estado al frente del poder desde 1971 con Háfez al-Assad hasta la
actualidad. Pero el reclamo derivó en un conflicto prolongado, en el que se
involucraron actores internacionales como Estados Unidos, Rusia y Turquía. La
guerra ha dejado una de las mayores crisis humanitarias del mundo.
Este conflicto involucra múltiples actores. Por un lado, se encuentra el Gobierno
sirio y su Ejército, liderado por el presidente Bashar al-Assad, quien reprimió las
manifestaciones pacíficas y se enfrentó a los rebeldes, el segundo actor
involucrado.
Por otro lado, está el autodenominado 'Estado Islámico' (EI) que aprovechó el caos
generado en el país para ganar terreno en su ansiado califato.
Turquía, país vecino de Siria, entró a ser parte del conflicto ante el avance de
milicias kurdas. Pretende evitar que lleguen a sus fronteras.
Entender el conflicto sirio no solo pasa por conocer las motivaciones políticas y
religiosas, sino también por comprender qué está suponiendo para millones de
ciudadanos, que viven en una situación de tensión constante, que deben
abandonar sus ciudades y pueblos por miedo a los ataques y que recorren miles de
kilómetros para intentar buscar un sitio donde quedarse mientras la situación en su
país no mejore y no se sientan seguros entre las fronteras que los vieron nacer.
Hace doce años, Siria entró en una guerra civil. En el contexto de la ola de
protestas que se extendió por todo Oriente Medio y el Magreb durante la
Primavera Árabe, el 15 de marzo de 2011, las fuerzas de seguridad sirias
reprimieron violentamente las protestas masivas y manifestaciones en
contra del autoritarismo del régimen, que pedían democracia en Alepo y
en Damasco. Muchos de los manifestantes recibieron disparos en una
jornada en la que comenzó el conflicto que continúa asolando al país árabe.
Durante la primera década del conflicto, más de 306.000 civiles han sido
asesinados en Siria, según datos de la Oficina de Derechos Humanos de la
ONU (OHCHR). Además, hasta agosto de 2022, la Red Siria para los
Derechos Humanosdeclaró que alrededor de 111.000 personas
continuaban desaparecidas, la mayoría de ellas en manos del gobierno
sirio.
Quienes regresan a Siria se enfrentan a detenciones arbitrarias, torturas,
desapariciones forzadas, abusos y otras violaciones de derechos humanos
por parte de las autoridades sirias, además de a la crisis económica, que ha
continuado agravándose. Solo el pasado año, al menos 14,6 millones de
sirios necesitaron ayuda humanitaria en el país, un aumento de 1,2
millones desde 2021, según indica la Oficina de Coordinación de Asuntos
Humanitarios de la ONU (UNOCHA). Human Rights Watch ha alertado,
además, de que el régimen sirio continúa imponiendo severas restricciones a
la entrega de ayuda humanitaria en las áreas controladas por el gobierno de
Damasco, así como en otras partes del país, “desviando la ayuda para
castigar a quienes expresan su disidencia”.
Bachar fue llamado a Siria por su padre y se embarcó en un lustro de preparación para eventualmente
tomar la batuta, al igual que había hecho el primogénito los años previos a su muerte, ganando experiencia
en las filas castrenses y peso en la vida pública.
El momento llegó en 2000 cuando Hafez al Asad falleció tras casi tres décadas en el poder, al que había
accedido por un golpe de Estado.
La primavera árabe
Enseguida se enmendó la Constitución para que Bachar cumpliese con los requisitos de edad y se celebró
un referéndum que respaldó su ascenso a la jefatura de Estado.
Después de 37 años de gobiernos del Partido Baaz, casi todos encabezados por su progenitor, Al Asad fue
visto inicialmente como una esperanza para el cambio y un probable instigador de reformas democráticas y
aperturistas.
Sin embargo, pronto llegaron las campañas de arrestos de activistas y opositores, y, una década más tarde,
la brutal represión de las protestas que estallaron en Siria en contra de su Gobierno en el marco de la
Primavera Árabe.
Al Asad, quien ante la presión de las calles accedió a implementar reformas e introducir el pluralismo
político en el país, es uno de los pocos dirigentes que continúan en el poder desde las revueltas que
estallaron en 2011 y tumbaron a los gobiernos de varios países de Oriente Medio y el Norte de África.
El presidente sirio también ha sobrevivido al conflicto armado en el que derivaron aquellas protestas,
logrando desde 2016 retomar militarmente la mayor parte del territorio sirio con ayuda de su aliada Rusia
y las milicias chiíes iraníes y libanesas que le apoyan.
Una década después de su inicio, la guerra da sus últimos coletazos en el último bastión opositor del país,
la provincia noroccidental de Idlib, dominada principalmente por el Organismo de Liberación del
Levante, en el que se incluye la exfilial siria de Al Qaeda antiguamente denominada Frente al Nusra.
Las fuerzas leales a Al Asad han intensificado recientemente sus ataques esporádicos en la región, donde
Ankara y Moscú pactaron en marzo de 2020 un cese de hostilidades que ha mantenido los frentes
prácticamente congelados.
Un país en ruinas
Al Asad inicia hoy su cuarta legislatura con un referéndum y tres victorias electorales en su haber, las dos
últimas – en 2014 y 2021 – las primeras en décadas con más de un candidato al amparo de la nueva
Constitución promulgada en 2012 a raíz de las revueltas.
Se enfrenta a un creciente descontento popular por la grave crisis económica y la escasez de productos
básicos, que ha llevado al 60 % de la población a sufrir inseguridad alimentaria y a más del 80 % de los
sirios a vivir por debajo del umbral de la pobreza, según datos de la ONU.
A ello se suman 6,2 millones de desplazados internos, millones más refugiados en otros países y todo un
proceso de reconstrucción por delante, que se plantea como casi imposible en medio del aislamiento
internacional al Gobierno y la última campaña de sanciones por parte de Estados Unidos. EFE (I)