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El desarrollo de la guerra siria

El 6 de marzo de 2011 un grupo de adolescentes fueron arrestados en la ciudad de Deraa, al


suroeste de Siria, por pintar un grafiti contra el régimen de Al-Assad. En aquel momento, en varios
países de Oriente Medio y Norte de África ya se había iniciado la Primavera Árabe: una serie de
movilizaciones que reclamaban más derechos democráticos en Túnez, Libia, Egipto o Yemen.

La indignación por las torturas a las que fueron sometidos los jóvenes de Deraa encendió la chispa
de la revolución y las protestas se extendieron a las principales ciudades de Siria, como Homs, Alepo
y Damasco, la capital del país. El régimen de Al-Assad reaccionó con una fuerte represión, arrestando
y asesinando a centenares de personas.

La Primavera Árabe había llegado a Siria, pero pronto se convertiría en una de las guerras más
complejas y sangrientas del mundo. Tras 10 años de conflicto, Siria se encuentra sumida en una
grave crisis económica, con una sociedad dividida y más de 12 millones de personas forzadas a dejar
sus hogares y desplazarse dentro o fuera del país, según datos de la Agencia de Naciones Unidas
para los Refugiados

Tras los primeros enfrentamientos en 2011, la oposición a Al-Assad se fue dividiendo y radicalizando,
dando lugar a una multitud de grupos rebeldes que luchaban contra el régimen, pero también entre
ellos. En este contexto, creció la influencia de grupos islamistas radicales, que a menudo contaban
con financiación y armas provenientes de las ricas monarquías del Golfo Pérsico, como Arabia Saudí
o Qatar.

Al principio de la guerra, tanto estos países árabes como la comunidad internacional (en particular la
Unión Europea, Estados Unidos y Turquía) se posicionaron a favor de los rebeldes y en contra del
régimen de Al-Assad, aunque sin intervenir directamente en el conflicto. Sin embargo, la
radicalización de algunos grupos opositores hizo que estos países moderaran su apoyo a los
rebeldes, sobre todo a partir de 2013, con la irrupción en el conflicto del (Daesh, en árabe).

El Estado Islámico llegó a controlar grandes partes de Siria e Iraq entre los años 2014 y 2017, y atrajo
a miles de combatientes de todo el mundo (sobre todo de Rusia, Europa y otros países de Oriente
Medio y Norte de África) que se unieron a su causa en la guerra siria.

Durante su expansión, Daesh arrasó centenares de poblaciones y monumentos históricos de la


época pre-islámica y trató de eliminar a grupos étnico-religiosos que consideraba herejes, como los
yazidís. El Estado Islámico también perpetró numerosos ataques terroristas en países de todo el
mundo, incluyendo ciudades europeas como París, Bruselas o Londres.

El miedo a que el Estado Islámico se hiciera con el control de Siria hizo que Estados Unidos y algunos
países europeos, como Francia y Reino Unido, intervinieran en el conflicto a partir de 2014. Estos
países empezaron a bombardear al Daesh mientras daban apoyo a grupos rebeldes moderados
como las milicias kurdas, que también luchaban contra el Estado Islámico.

Esto provocó que Rusia e Irán, aliados internacionales de Al-Assad, intervinieran en el conflicto para
apoyar al régimen. Como consecuencia, Siria se convirtió en el tablero de juego de la geopolítica
global.

A partir de 2016, el régimen fue recuperando territorio y los grupos rebeldes se fueron debilitando
debido a sus divisiones internas. Los kurdos, con el apoyo de Estados Unidos, combatieron al Estado
Islámico hasta dejarlo sin territorios en 2019. Por su parte, Turquía empezó a lanzar una serie de
operaciones militares para apoyar a los rebeldes, aunque su motivación real era reducir la influencia
de los kurdos, con quienes mantiene un conflicto desde hace décadas.

En los últimos años, la Guerra de Siria ha entrado en una fase de estancamiento. El régimen de Al-
Assad controla la mayor parte del país y cada cierto tiempo lanza ofensivas contra los rebeldes, que
se han visto reducidos a la región de Idlib, en el extremo occidental de la frontera con Turquía.

La Guerra de Siria ha demostrado ser muy compleja porque se entremezclan tensiones sociales,
económicas, políticas, étnicas y religiosas. Todas las iniciativas de paz lideradas por la ONU, Estados
Unidos y la Unión Europea han fracasado. En cambio, la guerra ha supuesto una oportunidad para
que países como Turquía, Rusia e Irán aumenten su influencia en Oriente Medio y en la política
internacional.

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