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Siete años de frustración desde el estallido de la

‘primavera árabe’
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Juan Carlos Sanz 19 de diciembre de


2017

Siete años después del estallido que despertó la ola revolucionaria en el mundo
musulmán, tan solo Túnez ha consolidado apenas su proceso democrático en el norte de
África y Oriente Próximo. Precisamente en el menor de los países de Magreb prendió la
llama de la insurrección regional conocida como ‘primavera árabe’, tras la acción
desesperada de un joven vendedor de fruta que se quemó a lo bonzo contra la opresión.
La inmolación de Mohamed Buazizi, a quien la policía había confiscado el 17 de
diciembre de 2011 la carretilla y su mercancía en Sidi Buzid, localidad del interior
tunecino, desencadenó una revuelta popular que forzó la huida del país del dictador Zin
el Abidin Ben Ali. Fue la primera de una ola revolucionaria que barrió una docena de
naciones, pero el resto de ellas siguen siendo autocracias más o menos estrictas, como
Egipto; o o se han transformado en Estados fallidos, como Yemen y Libia, o convertido
en sangrientos campos de batalla, como Siria.

Los dos Estados hegemónicos que encarnan las dos grandes corrientes del islam —la
Arabia Saudí suní y el Irán chií— han movido los hilos de algunas de estas revueltas, que
las potencias globales han aprovechado también para marcar su presencia en un arco
musulmán que va desde el Atlántico hasta el golfo Pérsico. La ‘primavera árabe’,
concepto que sirve para fijar la mirada en un periodo de mutaciones, ha desembocado
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en una nueva guerra de religión en el orbe islámico, escenificada como guerra mundial
de baja intensidad en Siria. Aunque la corriente revolucionaria ha fracasado y casi todos
sus brotes se han marchitado, ha introducido algunas transformaciones en la vida
cotidiana de los jóvenes y las mujeres que han venido para quedarse, y sobre todo ha
abierto el ventanal de la comunicación a través de las redes sociales

TÚNEZ / La cara de la rebelión


Durante los primeros compases de la ‘primavera árabe’, Túnez y Egipto se desarrollaron
como almas gemelas. Sus ciudadanos derrocaron a través de una revuelta pacífica a sus
respectivos tiranos, el egipcio Hosni Mubarak y el tunecino Ben Alí, poniendo en marcha
sendos procesos de transición a la democracia que llevaron al poder a los islamistas en
un primer momento.

Túnez es percibido por la comunidad internacional como el único caso de éxito de las
revueltas árabes. Las tensiones entre fuerzas islamistas y anti-islamistas de 2013 no
desembocaron en una confrontación civil gracias al papel de mediador de la sociedad
civil, que en 2015 obtuvo por ello el Nobel de la Paz. De las elecciones del año siguiente
surgió un gran Gobierno de coalición entre antiguos adversarios que ha servido para
apaciguar los ánimos.

Si bien es cierto que la transición democrática ha culminado sus principales etapas, el


proceso parece bloqueado, e incluso algunos analistas alertan de una posible regresión.
Ciertamente, los tunecinos se han ganado su derecho a la libertad de expresión, pero no
ha menguado la corrupción que carcomía el Estado durante la era Ben Alí, ni tampoco
desaparecieron del todo los abusos policiales. Y la economía, aunque no ha sufrido un
colapso, no ha traído la prosperidad que se auguraba hace siete años. De ahí que
muchos tunecinos se sientan decepcionados con una revolución que no trajo tantos
cambios como había prometido.

EGIPTO/ La cruz de la revuelta


En Egipto, en cambio, el Ejército provocó un viraje radical en el panorama político con su
golpe de Estado en 2013, y desde entonces, la evolución de los dos países norteafricanos
ha trazado sendas diametralmente opuestas. Los observadores independientes
coinciden en describir el régimen liderado por el mariscal Abdelfatá al Sisi como todavía
más brutal y autoritario que el de Mubarak. No en vano, se calcula que en los últimos
cuatro años hasta 60.000 personas han sido arrestadas por razones políticas o por hacer
uso de sus libertades individuales, y la tortura es moneda corriente en los calabozos. En
el Egipto actual, apenas hay espacio para cualquier tipo de disidencia.

En el ámbito económico, la situación tampoco es mejor. A causa del aumento del


terrorismo y la inestabilidad política, se desplomaron las inversiones extranjeras y las
llegadas de turistas, lo que llevó al Gobierno a tomar una medida drástica: la flotación de
la libra egipcia respecto al dólar. En cuestión de días, la moneda del país perdió la mitad

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de su valor, disparando la inflación alrededor del 30%, y empobreciendo a la atribulada
clase media. Así pues, pocos celebran ya el aniversario de aquel 25 de enero que lo
empezó a cambiar todo.

LIBIA / Vacío de poder


En Libia, el principal cambio que sobrevino tras el asesinato de Muamar el Gadafi, fue el
aire de libertad. Las calles se poblaron de banderas, de cánticos, diarios y discusiones
impensables un año antes. Pero en seguida quedó en evidencia que nadie había
pensado en cómo construir la paz. Las luchas entre facciones, entre el Este y el Oeste del
país, crearon un vacío de poder del que se benefició el Estado Islámico, que se asentó en
Sirte, la ciudad natal de Gadafi, hasta que fue expulsado el año pasado. El expresidente
de Estados Unidos, Barack Obama, asumió en 2016 que el “peor error” de su mandato
fue “no planear el día después de lo que fue la decisión correcta de intervenir en Libia”.

Siete años de conversaciones con todo el apoyo de la comunidad no han servido para
sellar la paz entre el Este y el Oeste del país. El petróleo sigue siendo la principal fuente
de riqueza para los seis millones de libios. Pero la economía se ha resentido tras siete
años de enfrentamientos. En medio del vacío de poder surgieron las mafias de
traficantes para lucrarse a costa de los subsaharianos -y también magrebíes- que
intentan cruzar el Mediterráneo. La libertad se ha ido estrechando a medida que las
milicias acaparan más cotas de poder.

Una multitud celebra la caída del presidente egipcio, Hosni Mubarak, en el puente de Kasr al Nil sobre
el río Nilo, uno de los principales accesos a la plaza de la Liberación en el Cairo, Egipto. CLAUDIO
ÁLVAREZ

SIRIA / Una sociedad expulsada del futuro


Cerrando el séptimo año de guerra, las masivas protestas populares que estallaron en
Siria en marzo de 2011 han quedado atrás. La deriva armada, alimentada primero por la
represión estatal y más tarde por la injerencia de potencias regionales, ha transformado

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la contienda expulsando a los sirios de su propio futuro, hoy en manos de Turquía,
Arabia Saudí, Irán, Estados Unidos y Rusia.

El balance de la guerra es demoledor. Más de 340.000 personas han perdido la vida, un


tercio civiles. La mitad de la población ha abandonado sus hogares huyendo de los
combates: cinco millones se han refugiado en los países vecinos y otros 6,5 millones han
sido desplazados internamente. La factura económica de la reconstrucción supera los
200.000 millones de euros al tiempo que las dos principales fuentes de ingresos del país
—el crudo y la agricultura— se derrumban. Cerca de la mitad de los centros médicos y
escuelas sirias han sido destruidos por los combates.

Conforme las tropas de Bachar el Asad han ido recuperando las dos terceras partes del
país y los focos de la guerra se concentran. La vertiginosa depreciación de la libra siria ha
consumido los ahorros de la población. Los asedios, y los acuerdos de desplazamiento y
la volatilidad de los frentes han provocado drásticos cambios demográficos con un
masivo éxodo rural que ahoga y empobrece a las principales urbes.

De las proclamas que exigían las calles sirias en 2011, apenas han obtenido la libertad
que les confieren las redes sociales. Exhaustos, los sirios hoy claman seguridad, escuelas
para sus hijos y hospitales para sus padres. Regresar no es una opción para parte de los
refugiados y desplazados, convencidos de que a su retorno les espera la represión.

YEMEN / De la frustración a la guerra


Entre enero y febrero de 2011 la 'primavera árabe' llegó a Bahréin y Yemen. Inspirados
por la valentía de tunecinos y egipcios, los jóvenes de ambos países también se echaron
a la calle pidiendo democracia. Como aquellos, también lograron atraer a otros sectores
sociales mientras coreaban “El pueblo quiere la caída del régimen”, pero ahí se acabó la
similitud. La transición ejemplar que pareció haberse conseguido en Yemen ha
desembocado en una guerra civil atizada por las rivalidades de las potencias regionales.
En Bahréin, ni siquiera hubo un instante de esperanza: a la represión interna se ha
sumado el silencio internacional. Fueron dos revueltas muy distintas entre sí.

En Yemen, uno de los países más pobres del mundo, la Revolución, como la llamaban
sus promotores, sirvió de paraguas para que las distintas fuerzas centrípetas del país
trataran de avanzar sus intereses. Aquella alianza imposible de universitarios idealistas,
secesionistas del Sur, rebeldes Huthi del Norte, desprestigiados partidos políticos, e
islamistas tratando de pescar en río revuelto, nunca tuvo otro objetivo común que
plantar cara a las tres décadas de poder de Ali Abdalá Saleh.

Pero su salida del poder en 2012 (más por la presión internacional que de la calle) le dejó
la inmunidad y la capacidad de maniobra que permitió el golpe Huthi, desatando la
intervención militar saudí. Hoy, la pobreza se ha convertido en miseria, siete de sus 26
millones de habitantes pasan hambre, un millón ha sido afectado por el cólera y se ha
abierto una brecha sectaria que no existía (entre los zaydíes, un 40% de la población que

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sigue una rama del islam próxima al chiísmo y cuya defensa se arrogan los Huthi), y el
resto (suníes). La situación se ha deteriorado tanto que hasta se ha lamentado la muerte
de Saleh a manos Huthi a principios de este mes.

BAHRÉIN / La represión sectaria


En Bahréin, un país rico por comparación, la petición de mayor representatividad política
estuvo alentada por diferencias comunitarias. El peso de los chiíes, que suponen dos
tercios de los 750.000 bahreiníes y llevan décadas quejándose de discriminación , dio un
tinte sectario a las protestas que la familia gobernante, los Al Khalifa (suní), reprimió sin
contemplaciones y con la ayuda de tropas saudíes y emiratíes. El rechazo a dialogar,
reflejado en la destrucción de la plaza de la Perla (donde se instalaron los indignados),
radicalizó a los manifestantes que de pedir una monarquía constitucional, pasaron a
reclamar la muerte del rey.

Desde entonces, la revuelta se ha convertido en un conflicto de baja intensidad, mientras


el Estado ha encarcelado a decenas de activistas pacíficos, y cercenado derechos y
libertades, ante el silencio cómplice de la comunidad internacional. No queriendo poner
en peligro la base naval de que disfrutan en Manama, EE UU (que tiene allí el Mando
Central de sus Fuerzas Navales) y en menor medida la UE, han cerrado los ojos a la falta
de consecuencias del informe de la Comisión Independiente de Investigación con la que
el monarca quiso lavar su imagen.

ARGELIA / Resignación ante el espejo de Siria y Libia


El presidente Abelaziz Buteflika, que llevaba 12 años en el poder, consiguió vadear la ola
de manifestaciones sin emprender grandes cambios. “Se ha revisado la Constitución en
2016”, señala el director del sitio digital TSA, Lounes Guemache, “pero sin que haya una
evolución democrática ni un proceso de apertura”. “Prueba de ello”, añade, “es que en
las próximas presidenciales, que se celebrarán en 2019, solo caben dos opciones: o se
presenta Buteflika en un quinto mandato (a pesar de que no se dirige directamente a la
nación desde 2012) o saldrá designado el hombre al que el llamado “poder” designe
como candidato.

Sin embargo, el impacto de la ‘primavera árabe’ tuvo una consecuencia económica


evidente. “El Gobierno”, añade Guemache, “autorizó a partir de 2012 una importante
subida de salario. Como consecuencia, aumentó el consumo y también las
importaciones. También se produjo una política muy generosa en materia de viviendas y
de créditos para que los jóvenes fundaran empresas”. Los críticos consideran que
Buteflika consiguió sostenerse comprando a la juventud.

Finalmente, la gente se miró en el espejo de Siria y Libia y decidió resignarse. “Incluso los
que desean un cambio político tienen miedo del caso. Quieren un cambio, pero en
calma”, concluye Guemache.

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MARRUECOS / Un nuevo brote en el Rif
La presión de la ola de revueltas propulsó en Marruecos la aprobación mediante
referéndum en julio de 2011 de una nueva Constitución que sustituía a la de 1996. La
nueva Carta Magna transfería al jefe del Gobierno algunos poderes del monarca, pero
Mohamed VI seguía manteniendo incluso la capacidad de destituir al jefe de Gobierno.
Con el paso de los años, se fueron apagando las protestas y reafirmando el poder del
monarca. El Movimiento 20 de Febrero, que promovió las protestas, quedó casi
extinguido.

De repente, el 28 de octubre de 2016 en Alhucemas murió triturado en un camión de


basuras un vendedor de pescado que trataba de impedir que le confiscasen su
mercancía. Miles de jóvenes volvieron a salir a las calles reclamando mejoras sociales en
el Rif. Parecía que la “primavera” volvía a brotar de la misma forma que en 2011. Pero
tras ocho meses de protestas toleradas, el Estado optó por reprimirlas. Hoy en día, más
de 400 jóvenes se encuentran bajo custodia en estos momentos, según Amnistía
Internacional.

Para muchos activistas, el país ha sufrido una regresión en sus libertades en los últimos
siete años. Sin embargo, otros creen que aquella llama de la primavera no ardió en vano
y su efecto se hará notar tarde o temprano.

JORDANIA / Las reformas pendientes


Atrapada entre los conflictos de Siria e Irak, bajo la atenta mirada de Israel y Arabia
Saudí, Jordania se esfuerza en mantenerse como una isla de estabilidad en Oriente
Próximo. El complejo equilibrio demográfico del país entre clanes beduinos y población
de origen palestino se ha visto alterado desde 2011 por la llegada de un millón de
refugiados sirios, equivalente a un 10% de la población. Cientos de combatientes
jordanos que se alistado en las filas del yihadismo en Siria e Irak están regresando ahora
al reino.

Jordania se libró de los sobresaltos de la ‘primavera árabe’. Tras las primeras protestas,
el rey Abdalá II se comprometió a impulsar un proceso de reformas denominado Agenda
Nacional. El monarca intenta mantener dentro del tablero político a los Hermanos
Musulmanes, el principal grupo de oposición. Al contrario de lo ocurrido en Egipto tras el
golpe que derrocó en 2013 al presidente Mohamed Morsi, Amán no ha declarado
proscritos a los islamistas y tolera su actividad. La rama jordana de la Hermandad no
propugna la abolición de la monarquía, pero reclama que se recorten las amplias
atribuciones ejecutivas del rey.

Después de haber boicoteado los dos anteriores comicios, los islamistas presentaron
candidaturas en las legislativas de 2016, donde su coalición sumó 15 de los 130 escaños
en liza. El programa de los Hermanos Musulmanes insiste en la aplicación de las
reformas democráticas prometidas por el soberano hachemí tras el estallido de la
‘primavera árabe’, que aún siguen pendientes.
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LÍBANO / La primavera pasó de largo
El país levantino ha resultado ser una excepción en la cronología de la llamada
primavera árabe. En 2005, el magnicidio del ex primer ministro libanés, Rafik Hariri, ya
desencadenó la llamada Revolución de los Cedros, con masivas protestas que provocaron
la retirada de las tropas sirias tras 29 años de presencia en el país. El espectro político
libanés se dividió en dos bloques: el liderazgo chií de Hezbolá y el suní de Saad Hariri,
hijo del dirigente asesinado. Desligados de la tutela directa siria, la ‘primavera árabe’ que
sacudió la región en 2011 pasó de largo en Líbano.

La guerra siria dio al traste con las expectativas económicas, truncadas por la estampida
del turismo, la reducción de remesas y la acogida de 1.5 millones de refugiados sirios —
que representan un 25% de la población total— solapando las ya deficientes
infraestructuras del país. Los diferentes líderes han logrado fraguar un tácito consenso
para preservar a Líbano de la guerra civil y del yihadismo importado de Siria, sin por ello
disipar las tensiones que ahondan la grieta entre chiíes y suníes.

Con información de Ángeles Espinosa (DubáI), Ricard González (Túnez), Francisco


Peregil (Rabat) y Natalia Sancha (Beirut)

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