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La convivencia en la Europa del siglo XXI

Javier SolanaEmma BoninoJoschka Fischer


07 may 2011 - 07:00 CEST

La diversidad cultural ha sido una característica constante de la historia europea. Ha sido la


fuente de muchos de los mayores logros de nuestro continente, sin embargo, cuando se ha
gestionado de forma inapropiada, también ha desempeñado un papel en algunas de sus mayores
tragedias.

La diversidad ha aumentado en las últimas décadas, debido a las nuevas olas de inmigración, y
seguirá haciéndolo, al menos por dos motivos.

En primer lugar, la mayoría de aquellos que han llegado a Europa en las últimas décadas, y sus
descendientes, tienen la intención de quedarse. Muchos siguen apegados a la herencia cultural de
sus países de origen. ¿Qué tiene esto de malo? Siempre y cuando cumplan la ley, no debería
esperarse que las personas que se establecen en un nuevo país dejen tras de sí su fe, su cultura o
su identidad. Esta diversidad puede contribuir a la creatividad que Europa tanto necesita, ahora
más que nunca.

El Consejo de Europa y la UE deben formular una política de inmigración de gran alcance

En segundo lugar, Europa está envejeciendo, lo que significa que se necesitan más inmigrantes.
Sin ellos, la Comisión Europea estima que solo en la UE, en los próximos 50 años, la fuerza de
trabajo se reducirá prácticamente en 100 millones de personas aun cuando la población en su
conjunto siga aumentando. Se trata de una fórmula que lleva a la decadencia.

Por lo tanto, la diversidad es el destino de Europa. Está forjando nuestro futuro en un mundo que
evoluciona rápidamente, y seguirá haciéndolo. Así pues, es de vital importancia que los europeos
encaren sus desafíos con más eficacia y determinación -y, para ser francos-, mucho mejor de lo
que lo están haciendo en la actualidad. Esta vez no pueden permitirse equivocarse en cómo hacer
frente a la situación. Por desgracia, hay indicios de que corren el peligro de estar haciendo
precisamente esto.

Estos indicios son evidentes: una intolerancia creciente, un mayor apoyo a los partidos
xenófobos y populistas, la discriminación, la presencia de una población de migrantes no
documentados que prácticamente no tienen derechos, comunidades "paralelas" cuyos miembros
apenas interactúan con la sociedad que les rodea, el extremismo islámico, la pérdida de libertades
democráticas, e intentos de restringir la libertad de expresión con el presunto interés de defender
la libertad de religión.

Bajo estos indicios subyacen una inseguridad profundamente arraigada (consecuencia de las
dificultades económicas de Europa y de un sentido de decadencia relativa); el fenómeno de la
inmigración a gran escala (tanto como la experimentada realmente como la percibida); imágenes
deformadas y estereotipos nocivos de las minorías en los medios de comunicación y laopinión
pública, y la escasez de dirigentes que puedan inspirar confianza articulando una visión clara del
destino de Europa.

Nuestro informe -que será publicado el 11 de mayo- Living Together: Combining Diversity and
Freedom in 21st Century Europe (La convivencia: combinar la diversidad y la libertad en la
Europa del siglo XXI) ofrece una respuesta asentada en los valores fundamentales de Europa: un
programa para una Europa con mayor confianza en sí misma, que acogerá la diversidad en lugar
de rechazarla, y aceptará asimismo que la existencia de identidades múltiples no es en absoluto
negativa. Si se puede ser afroamericano o italoamericano, ¿por qué no un europeo "con guiones"
turco-alemán, norafricano-francés o asiático-británico?

Estamos convencidos de que podemos ser esa Europa, pero solo si todos los residentes a largo
plazo de los países europeos son aceptados como ciudadanos de pleno derecho, y si todos, con
independencia de su credo, cultura o etnicidad, son tratados por igual por la legislación, las
autoridades y sus conciudadanos. Al igual que todos los demás ciudadanos de una democracia,
deberían participar en la elaboración de las leyes, pero ni la religión ni la cultura pueden ser una
excusa para vulnerarlas.

Proponemos 17 principios rectores, y confiamos en que los legisladores, los formadores de


opinión y los activistas de la sociedad civil puedan utilizarlos como un manual para la
diversidad.

Como mínimo, es necesario que exista un acuerdo de que la ley debe acatarse, y alcanzar un
entendimiento común de lo que es la ley y de cómo puede cambiarse. Siempre que respeten la
ley, no se debería esperar que los inmigrantes renuncien a su credo, cultura o identidad. Es
preciso adoptar medidas especiales para que los miembros de los grupos desfavorecidos o
marginados gocen de una verdadera igualdad de oportunidades, y también deben desplegarse
esfuerzos para que los miembros de diferentes grupos religiones, culturales o étnicos se conozcan
entre sí y aúnen esfuerzos como miembros de asociaciones voluntarias. Por último, defendemos
firmemente el derecho a la libertad de expresión, que no debe restringirse, ni en la legislación ni
en la práctica, para aplacar la intimidación violenta. Al mismo tiempo, creemos que no se puede
dejar de responder a las declaraciones públicas que tienden a construir o a reforzar los prejuicios
públicos contra los miembros de cualquier grupo, en particular miembros de minorías,
inmigrantes o personas de origen migrante reciente. Un mensaje central de nuestro informe es
"reducir al mínimo las exigencias establecidas legalmente y potenciar al máximo la persuasión".

Con objeto de aplicar estos principios en la práctica, instamos a los Estados a extender estos
derechos y obligaciones de la ciudadanía, incluido el derecho de voto, al mayor número posible
de miembros de la población residente y -como medida provisional- a conceder a todos los
residentes extranjeros el derecho a votar en las elecciones locales. También les instamos a
corregir toda información que pudiera malinterpretarse y los estereotipos sobre la migración, y a
ofrecer a sus ciudadanos una imagen más realista de la situación de los migrantes y de las
necesidades actuales y futuras de Europa. Reconocemos su derecho y su deber de controlar la
inmigración, pero también instamos a todos los europeos a tratar a los solicitantes de asilo y a los
migrantes que llegan a Europa de una manera justa y humana, mostrando la solidaridad
apropiada y repartiéndose la carga entre los Estados miembros. Pedimos al Consejo de Europa y
a la UE que trabajen juntos para formular una política de inmigración de gran alcance, coherente
y transparente para toda Europa y, al mismo tiempo, que tiendan una mano a nuestros vecinos de
Oriente Próximo y África del Norte, brindándoles la oportunidad de participar, con un estatus
apropiado, en las instituciones y convenios europeos.

Si se sigue este camino, estamos plenamente convencidos de que Europa puede ser un lugar
mejor y más esperanzador de lo que es en la actualidad.

Firman este artículo Javier Solana, Emma Bonino, Joschka Fischer, Timothy Garton Ash,
Martin Hirsch, Danuta Hübner, Ayse Kadioglu, Sonja Licht y Vladimir Lukin. Los autores
son los miembros del Grupo de Personas Eminentes creado por Thorbjørn Jagland, secretario
general del Consejo de Europa, para preparar un informe sobre la convivencia en Europa. Su
informe podrá consultarse en www.coe.int a partir del 11 de mayo.

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