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¿Qué cosa “es”? ¿Qué cosa “existe”? ¿La que se dice, la que es dicha?
¿Cómo es dicha, a través de qué? ¿Cuál es el juego constante y en donde o hacia
dónde rebotan, contra qué rebotan nuestras preguntas?
Desde la propuesta de escribir un ensayo que reflexione sobre los tópicos
que atañen al arte contemporáneo y el diseño transmedia desde una primera
mirada sobre lo curatorial, y todo lo que contiene-rodea-atraviesa nuestra
contemporaneidad, surgieron en mi caóticas, y al mismo tiempo exhilarantes
decenas de preguntas, dudas, cuestionamientos e ideas muy desordenadas -
alimentadas, a su vez, por las lecturas guiadas, las visitas y las exposiciones
teóricas de la cátedra. Mi cerebro entra en un laberinto de pensamientos fractales
sobre las diferentes relaciones entre las nuevas nociones presentadas que van
mezclándose con los recuerdos de experiencias propias tanto como diseñadora
como persona común que habita el s. XXI y terminan en un encadenamiento de
una tríada muy definitoria y particular de nuestra era: tecnología - realidad
identitaria - espacio virtual. Tríada que funciona como cadena genética para dar
forma a esta otra relación “escherística” multiangular de escaleras que
comienzan y terminan -no se saben bien cómo y entre qué límites- entre lo
público-privado / intimidad-sobreexposición que, además, juntas se transforman
en una especie de materia amorfa y en constante cambio y movimiento. Este
movimiento de materia amorfa que va conformando nuestra nueva realidad está
indiscutiblemente atravesado por el arte que es, en definitiva, la manera que
tenemos los seres humanos de pensarnos y crearnos, decirnos quiénes somos -
ser totalmente humanos.
Nos interesa el texto de Vázquez Rocca El vértigo de la
sobremodernidad: No lugares, espacios públicos y figuras del anonimato
porque describe la conjunción de relaciones que propicia el llano para tomar el
ámbito público como “escenario (plataforma para entrar en escena) de la
virtualidad” - vía de expresión de identidades (debido a la incapacidad del
individuo por crear vínculo real con los espacios y personas) mediante la
suplantación o simulacro que se une con la “oferta de experiencias” ofrecida por
el entramado institucional público que presenta Zunzunegui en la descripción del
cambio en el museo moderno en el texto Del ‘marco’ al ‘margen’: el Museo
Moderno. Esto nos muestra una desdibujada antigua relación “público-privado”-
entendiéndose desde la perspectiva del sujeto hablamos de privado como lo
íntimo del individuo- para dar forma a una nueva interacción a través de un
sujeto que es forzado, cada vez más, a correrse al estatuto de objeto y tensiona
con esa violencia dibujando nuevos límites por vías de expresión sobre su
individualidad como sujeto -si se quiere, hoy, sobreexpuesta y exacerbada
mediante un narcisismo consumista.
Ese sujeto vacío y anónimo de la ciudad cada vez más hipervigilada, pero
también acechante por su desolación y extrañamiento, se conforma en la
circulación, “se nihiliza, se convierte en una nada ambulante e inestable” dice
VR. Luego une esta idea de conformación identitaria junto a lo que él llama los
“no lugares” y su lógica: “(…) los no lugares mediatizan la relación del
individuo con el espacio al crear una contractualidad solitaria; los no
lugares se definen por las palabras o los textos que nos proponen para que
podamos establecer una relación con ellos”. Esto define un lugar en tiempo y
espacio sin tiempo ni espacio, una identidad, una cultura que se traduce en que
ocurre en las instituciones público/privadas de la Ciudad de Buenos Aires
también. En particular, nos proponemos analizar algunos de estos rasgos
mediadores y conformadores de la Colección Amalita y el Parque de la
Memoria.
Paredes blancas, limpias, largas, mudas. Espacios con mucho aire y sin
guías hacen del diseño expositivo engranaje que se suma a la concepción
moderna del museo. Tanto el espacio de la Colección Fortabat como la Sala
PAyS en el Espacio de la Memoria poseen una estructura arquitectónica
correspondiente a la concepción moderna ascética, universal, que intenta
expresar un carácter ideal de permanencia que realce lo expuesto más que el
contenedor a través de un espacio interior conformado por “un gran cubo”, un
gran espacio único que permita la máxima flexibilidad.
La propuesta hacia el espectador es un ojo activo y partícipe, requiere de
un público involucrado, para lo cual es necesario, como nos explica Zunzunegui
“una transparencia espacial capaz de permitir la confrontanción directa del
espectador con las obras sin la mediación (que se vive como limitadora de la
libertad de elección) del dispositivo museográfico. De esta manera se hace
patenten en el espacio museístico una teoría de la visión (Bryson, 1988) anclada
en la veracidad de la experiencia retiniana (…)”.
En el Parque de la Memoria podemos constatarlo a través de su recorrido y
descubrimiento de las distintas obras colocadas en espacios y de forma no
tradicionales, un site specific conmovedor como es la Reconstrucción del
Retrato de Pablo Míguez de la artista Claudia Fontes emplazado sobre el río y de
espaldas a la mirada de todos o la obra de 30.000 de Nicolás Guagnini también,
muy sensible, que utiliza el entorno (el río, la rambla, las paredes de piedra, las
paredes lápida, el fondo más allá de los edificios de una ciudad lejana que se
divisa distante) para emplazar esa cara que se divisa pero no termina de
dibujarse.
Esa idea sobre los espacios como margen ya no como marco se extienden
hacia todos los espacio público de la ciudad, en general. La idea de escenario sin
marco, sino solo margen, un papel blanco sobre el cual vivir la experiencia que
se desee. Más adelante, me explayaré sobre esta idea del cambio de relaciones
con lo público pero, antes, encuentro algo muy curioso que quisiera destacar:¿no
aparece evidente que estas relaciones-ideas fueron/son, entre otras cuestiones
que atañen a su coyuntura, fuertemente influenciadas por la mediatización del
momento en que surgieron, primero, el cine, el cine con sonido y luego, más
principalmente, la televisión -fenómeno masivo que impactó durante y luego de
la segunda guerra mundial- tecnologías que afectan nuestros sentidos, procesos
emocionales y racionales y, por lo tanto, experiencias y que por lo tanto marcan
un cambio de paradigma cultural (y así como esas tecnologías y la mediatización
afectaron ese momento histórico hoy nos vemos de la misma manera
influenciados) hoy en particular regidos por las pantallas? En el caso del
televisor, una caja de la que emanan estímulos, y donde se realza el contenido
por sobre cualquier otra cosa. Eso que “es”. Recuerdo que de nena pensaba que
esos personajitos que veía en la TV, al apagarla, en algún momento saldrían,
deambulando por mi casa, así chiquititos y aventurándose a recorrer el mundo
real – esa idea de que lo que aparece en TV es real y no solo que es real: aparece
en TV, entonces, existe, es decir, tal vez, es “más real” que la realidad…
Luego, tenemos por otro lado, a la Colección Amalita que está emplazada
en el último nuevo barrio diseñado de la ciudad de Buenos Aires, Puerto
Madero. Ambos espacios comparten algo en común: fueron cimentados sobre
espacio ganado al río pero, sin embargo, son tan distintos.
Puerto Madero es símbolo de modernidad argentina de los 90s, y es el
barrio más costoso en valor por m2. Es un espacio que alberga edificios de
empresas nacionales y multinacionales, muchas veces en forma de torres, que
contrastan con el paisaje del casco histórico inicial - del cual se conserva
edificios más bajos que supieron ser silos y depósitos y hoy alojan entre otras
cosas, la oferta de consumo gastronómico para las oficinas, turistas y afines.
Algo muy particular de este nuevo barrio, es que está vigilado por la
gendarmería y a esto se suma otra cosa no menos particular que es que desde sus
inicios fines de los años 90s y principios de los 2000, cuando todavía los límites
en la intromisión de la vida privada era resguardada celosamente por estos lares,
poseen todo un sistema de videovigilancia monitoreado desde el centro de
monitoreo urbano, en pos de la seguridad siendo pioneros en este área.
Estas cámaras son visibles en cada esquina de un lado y otro, su presencia
se divisa por doquier en una conjunción entre vigilancia pública y privada con
dispositivos metálicos con lentes y semióvalos dispuestos en cielorrasos, paredes
y postes que conforman un detalle más del paisaje barrial. La experiencia de
ingreso-egreso es bastante particular, también, ya que el acceso es vía avenidas
específicas. En el Parque de la Memoria el acceso tampoco es rápido o sencillo
ya que se encuentra en un punto alejado del centro de la ciudad pero esta
característica, también, aunque comparte este rasgo junto con el barrio de la
Colección Amalita, tiene otra connotación ya que está muy fuertemente ligada a
la idea de espacio de reflexión y memoria, la instrospección y el silencio que
requiere ese lugar apartado.
Vivimos en una era digital atravesada por medios maquínicos que se van
regenerando y multiplicando frenéticamente. Este contexto hipermediático e
hipertextual, genera reconfiguraciones continuas sobre la realidad y nuestras
identidades en una nueva concepción de un lenguaje conformado
prioritariamente desde lo virtual e inmaterial. Lo que es, a su vez, acompañado
por una realidad también cada vez más vertiginosa en cuanto a los límites sobre
definiciones del nuevo mundo-lógicas, mientras “la computadora constituye un
universo paralelo generado en la misma máquina; ya no la captura de la realidad
sino su creación algorítmica” (Kim-Szlifman). En este universo paralelo
determinado por lo maquínico y virtual se genera una extensión de la identidad
cultural del público y de lo público.