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George y yo jamás pensábamos que algo así pudiera suceder.

El verano de
1989 había sido el mejor de nuestras vidas. Los campos secos pero
florecientes de Texas habían guiado nuestras aventuras y persecuciones en
busca de algo nuevo que pudiera llenar ese vacío juvenil de cambio, y la
necesidad del experimento continuo. Esas hogueras que nos miraban con
resplandecientes ojos abrasantes, tan intensos que con una sola mirada te
podrían ahogar en su eterno fuego, nos bailaron con sus llamas danzas
mitológicas, mientras Georgie y yo observábamos las amigables estrellas que
nos miraban desde el cielo, esperando a que nuestra boca pronunciara una
sola palabra para perderse en ese manto de terciopelo, traviesa, y que nos
pasáramos horas buscándola de nuevo, sólo para saludar con un guiño
resplandeciente. El viejo Poe... que nos llevaba en su antiguo y desconchado
bote mientras tarareaba con su lengua y con su banyo las clásicas canciones
western, para intentar pescar. Casi siempre sin éxito, pero siempre con el
agradable sabor de boca de sentir el confortable brillo sutil de las luciérnagas
en la oscuridad envolvente de la noche. Volver a su casa y ver en la
destartalada televisión las noticias, que el viejo Poe ya había leído en el
periódico, mientras despotricaba sobre algo o alguien que ya insultó esa
mañana. Irse a la cama y ver los posters de Iron Maiden y Nirvana, que a
regañadientes nos dejó pegar, pero de los cuales llegó a disfrutar al mirar en
sus últimos años.
El viejo Poe no daba la sensación que parece al leer esto, pero puedo decir
con seguridad que era un gran hombre. Era bastante difícil de querer, lo que
supongo fue que alejó a mi madre de su lado. Tenía rabietas infantiles, y era
un hombre muy anticuado, siempre con su sombrero de paja ladeado y un
tallo de zanahoria en la boca. Detestaba los cigarros, sólo le gustaba el tabaco
de mascar, y odiaba a la gente muy habladora, a no ser que fuera de los
temas que le interesaban, como los peces o las cañas, o los cebos... Tenía un
gran afán por la pesca y tenía peces disecados, y libros de peces, y colecciones
de escamas brillantes, incluso uno de esos peces falsos que se presionan, y
emanan una música que parecen cantar. Este rebuznaba “The river”, de
Bruce Springsteen a todo volumen. Odiaba la política y a todos los políticos.
Pero lo que más le gustaba a Poe era la música. Nos despertaba y dormía con
ella, y la cantaba entre dientes todo el tiempo, así que supongo que era un
hombre romántico muy, muy en el fondo. Sobre todo, le gustaba la de los 50 y
60, y nos contaba historias de su juventud y de su banda, los NTC, o North
Texas Racoons.
Así que cuando, en junio de 1990 nos llegó la noticia de su repentina muerte,
no supimos exactamente qué decir. Mamá lloró en muchos años, lo que
significaba que se arrepentía profundamente de no haberlo visitado. George y
yo no lloramos, al menos juntos, pero no negaré que yo lloré en soledad.
El 23 de junio de 1990 el ataúd de Poe fue levantado en su pequeño
pueblucho. Toda la gente lloraba y me sentí indignada. Nunca le iban a
visitar, y ni siquiera se hablaba bien de él en el pueblo, puesto que no era
demasiado sociable, y muy cortante. Me encendí un cigarrillo mientras
miraba la procesión pasar, sentada en un banco. Tenía a mi lado a George,
que miraba con expresión completamente vidriosa a la gente. Sentí una
lágrima discreta pero inesperada caer rodando por mi mejilla. Miré los bares,
con de los únicos jóvenes del pueblo sentados, bebiendo whisky y brindando
por el alma de Poe.
Ya no pude más con la música triste y el ambiente cargado de falsa y cortés
tristeza, así que me levanté, tiré el cigarrillo al suelo, lo apagué con mi
zapato, y me situé en medio de la procesión a base de empujones y murmullos
ofensivos. Hice silencio con un fuerte grito y aspiré tras mi boca una gran
bocanada de aire antes de marcar un ritmo característico con el pie.
-The Day, the music.... Died. - Me miraron con curiosidad y anhelo de algo
emocionante.
A mi parecer, fue patético, pero, marcando de nuevo el ritmo lento y
melancólico, hice como si sujetara un banyo, y comencé a cantar.
-And they were singing, bye.. Bye.. Miss american pie...- canté con una voz
completamente ridícula. Tengo que admitir que costaba cantar así, gritando
para que todos me escucharan. Seguí así toda la canción, con la voz
temblorosa e inundada del agua de mis lágrimas, y cada cortos períodos de
tiempo, me llevaba la manga a la boca para limpiar mi saliva.
Me senté de nuevo y lloré en silencio, mientras George y mi madre me
miraban con una cara extraña.
Ese fue el momento más extraño y liberador de mi vida, y desde luego la
forma más extraña de desahogarse que he visto nunca, pero me ayudó a
comprender que la muerte no es algo horrible al final del todo que es la vida.
Nunca más fumé.

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