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202021949
Primer informe
Tropismos: una nueva forma de novela
Leer a Sarraute después de haber leído a Balzac, Flaubert y Stendhal, realistas que
de aprender sino también, y más difícil aun, de desaprender. El lector cuyo padre literario es
Balzac se enfrenta entonces a las dificultades de una narrativa marcada por el silencio, por
la nada que tiene cosas por decir, por la imprecisión y por la ambigüedad de una voz
narrativa que se da una vez es leída. Tropismos (1939) es una novela que se construye a
medida que se destruye y que quita y pone al lector, logrando así un juego en el que no
existe tal cosa como un ganador predilecto. Esta obra es la definición de una novela
antirealista cuyo desarrollo está imposibilitado, pues esa sensación explorada que permea
cada una de las páginas que compone a esta novela, no puede ser completamente articulada.
Poco o nada se sabe sobre los personajes de esta novela, pues al final, esta obra es una
poética sobre el silencio y sobre el arte de señalar en vez de contar, sobre todo cuando se
trata del malestar que rige al individuo en su cotidianidad y en ese lugar común que habita
desde un lenguaje libre de palabras, pues la voz narrativa de esta novela escoge de manera
deliberada no decir lo que sabe sobre sus personajes, pues no pretende ni desea caer en la
personajes de esta novela se conoce a partir de los objetos y “cosas” que los rodean, objetos
que surgen en una atmosfera que no es creada desde la elaboración de frases precisas y
un malestar que surge desde lo femenino, pues, en definitiva, hay en esta novela un vacío
existencial y un reclamo por parte del personaje femenino sobre la posibilidad de tener una
vida intelectual y una agencia que surja más allá de los objetos y el cristal.
No sería erróneo pensar a esta novela como una historia sociológica sobre la vida de
las mujeres en el siglo XX, donde la vida parecía ser una masa insípida y sin forma
moldeada por un cuerpo sin manos y sin extremidades y donde el quehacer de las figuras
femeninas era vigilado de forma constante por una especie de entidad invisible que
permeaba sus palabras, acciones y voz: “Ellas, ellas, ellas…siempre ellas, voraces, piantes
y delicadas. Sus rostros estaban como tirantes por una suerte de tensión interior, sus ojos
una frescura sin vida.” (Sarraute 66) A la luz de este pasaje es interesante mencionar los
verbos empleados para describir las cosas en la vida de una mujer, donde el brillo no es
sinónimo de vida, sino todo lo contrario, sinónimo de una nada que no se puede habitar. Esa
voz narrativa señala desde el campo semántico y de una manera absolutamente audaz lo
que quiere que nosotros, sus lectores, captemos. La importancia de la narración de esta
novela no yace en el contenido sino en la forma, donde a pesar de los vacíos y las
ambigüedades sobre esos personajes que se llegan a conocer hasta donde la voz narrativa
nos permita, hay claridad de una sola cosa: la trama yace en el silencio del lugar común,
bastan un par de verbos para que el lector sea parte de ese salón de té donde no pasa nada,
Obras citadas: