Está en la página 1de 5

“Uno, busca lleno de esperanzas

El camino que los sueños


Prometieron a sus ansias…”
Uno (Enrique Santos Discépolo, 1943)

ENCUENTROS Y DESENCUENTROS

- Nos vemos a las cinco de la tarde – repitió Compadrito y se despidió.

Compadrito, así es como llamamos a don Jacinto Santoral en el barrio Obrero de Cali.
Llegó desde Buenos Aires para quedarse. El padre era carpintero y le enseñó a su hijo el
oficio, pero nunca lo practicó, después fue repartidor de pan y leche a domicilio. Siendo un
niño, escuchaba por radio y victrolas a Gardel, Del Carril y Corsini. El escuchar tangos le
despertó la curiosidad por ser bailarín. Pasaba tardes enteras mirando los ensayos en los
salones de baile y las academias. El viejo que era muy realista, por las épocas difíciles que
había transitado y conociendo las aspiraciones de su hijo, se oponía a que Compadrito
bailara, opinaba que los que bailan le hacen el quite al trabajo y si no se trabaja no se
come, así de simple. Sin embargo, su vocación por el baile era más fuerte, en cada
concurso se inscribía, por supuesto, con nombre falso. Su apodo se lo debió al padre, que
intranquilo cuando Compadrito era adolescente, por sus fugas, extravíos y aventuras
callejeras, se exhibía bailando tango en las esquinas, le gritaba: terminarás siendo un
compadrito. (*).

(*) Despectivamente y determinado por el prejuicio social, el término pasó al lenguaje


cotidiano para designar al hombre provocador, jactancioso y pendenciero.

El muchacho de barrio se convirtió en un galán nocturno, un bailarín mundano. Se hizo


famoso. Cada noche en que se armaba una milonga los asistentes estallaban en aplausos.
Era un gran seductor que convencía a cualquiera, desde Rogelio para un préstamo, hasta
don Pancracio para que le hiciera un traje, que terminaba pagando con clases de tango. En
sus largas reuniones nocturnas acompañadas de aguardiente, que se prolongaban hasta el

1
amanecer, reconocía una melodía, un compositor, una anécdota… Las muchachas
suspiraban por él. Recorría la noche tanguera sin más límites que los de su voluntad,
impregnado de la magia milonguera que nunca lo abandonaría y que haría que muchos años
después se convirtiera en un personaje entrañable en el barrio. Con el pasar de los años
continuaba luciéndose, como si las arrugas o el pelo blanco no hubieran podido derribar al
muchacho que surgió disputando un concurso de tango del barrio Obrero.

Hoy el barrio está de fiesta. Como todos los años, desde tempranas horas de la mañana,
queremos participar en la celebración del cumpleaños de Compadrito. Unos cuelgan
guirnaldas de esquina a esquina en las calles, otros adornan las puertas con festones
multicolores y los más tangueros colocamos a todo volumen las melodías preferidas de
Compadrito.

Compadrito se prepara. Con su pulso tembloroso y sus dedos deformes por la artritis revisa
minuciosamente cada uno de los detalles de su vestuario, lustra sus botines de charol negro,
teje sus gastadas medias de nylon, plancha el traje de gala de paño, cepilla el sombrero de
fieltro, y por último, escoge el pañuelo de seda que mejor le va. Sus manos sudan, se
siente ansioso, es la misma sensación cada 10 de abril, desde hace cuarenta años, cuando el
barrio decidió celebrarle su onomástico.

Deja lista la indumentaria sobre la cama. Lentamente mueve su cuerpo viejo y encorvado
hacia el espejo que cubre toda una pared, levanta sus brazos, con su mano derecha le rodea
la espalda a la mujer imaginaria, flexiona la mano izquierda en lo alto y toma la derecha de
la pareja. Ensaya cada uno de los pasos que interpretará hoy en la matiné del Salón del
Baile “La Matraca”: los boleos, la sacada, los ochos – atrás y adelante- y las corridas. De
pronto suspende la danza silenciosa y fascinado observa fijamente su reflejo en el espejo.
Esa imagen paralela lo transporta a los años treinta, cuando siendo un adolescente se colaba
en los salones de baile, sufría tratando de vencer su timidez al invitar a bailar a las
muchachas que trabajaban de “ficheras” (parejas de baile de alquiler para señores solos),

2
donde se reunía la clase trabajadora para largas tertulias, tomar café, beber aguardiente y
bailar.

Con acompasado andar, un día por fin se decidió invitar a bailar a Dolores - Lola, una
morena de mirada dulce y misteriosa y peinado tirante. Con el corazón palpitando en sus
manos y pies se dirige con ella a la pista. Envueltos en una filigrana de pasos se
convirtieron en compañeros inseparables. Ella le enseñó que el tango es una danza sensual
en el que la pareja abrazada propone una profunda relación emocional. Entre seducción y
coqueteo quedó atrapado en la magia del tango…

– Ay, mis viejos amigos, ¿dónde andarán? La tarde invita a conversar con sus recuerdos
que parecen pertenecer a una ilusión. Llegan a su memoria las voces del bandoneón, el
barullo de los clientes, la risa, el chocar de copas, el aire denso por el humo de cigarrillo y
el fuerte olor al anís del aguardiente que embriaga la atmósfera. Suspira y habla para sí,
Lola desde el recuerdo vuelvo a encontrarte. Fue en “La Matraca”, danzando en una
sincronía perfecta al son de un tango, donde empezó su apasionada relación de encuentros
y desencuentros. Encuentros, que significaron su espacio, sus secretos e intimidad, que se
fueron construyendo con cada paso. Desencuentros, que solo le dejaban un vacío en el
corazón y la ansiedad de una próxima cita.

Así entre coqueteos, tangos y milongas pasaron los años. Lola con un cigarrillo encendido
entre sus dedos y protegida por la penumbra, lo esperó cada tarde en el salón de baile. Para
Compadrito era suficiente contar con el amor de ella y bailar hasta el cansancio. Lola, en
cambio, sufría en silencio, el tiempo pasaba y sus fantasías no se cumplían. Todas las
noches antes de dormir una lágrima resbalaba por sus mejillas. Soñaba que él daba el paso
más importante de sus vidas: la llevaba al altar y despertaba junto a él cada mañana en la
tibieza de un hogar. Su mayor ilusión era sentirse protegida en su nidito de amor.
Compadrito nunca le dijo que la amaba y ella solo esperaba callada una demostración de
amor. Desesperada Lola, y al no poder soportar la incertidumbre, decidió dejar a
Compadrito. En su último encuentro con voz temblorosa le dijo: – necesito que me
3
escuches, tengo que partir, salgo de gira mañana por Latinoamérica con una compañía de
baile. Compadrito mudo no pudo creer lo que pasaba. Tarde descubría que el amor había
perdido su oportunidad…

Compadrito en soledad susurraba. Vida mía, lejos más te quiero, quisiera llevarte a mi lado
y así ahogar mi soledad, Ay! la pena del tango! Lola no está, Lola se fue. El desamor y la
añoranza lo convirtieron en un nostálgico. Continuó con su vida bohemia, pero no hay
baile sin memoria y en cada paso revivía el pasado. Se aferró al alcohol, buscó la noche
para aturdirse y enmascarar sus delirios. Lo vimos cómo se hundía en un abismo de dolor.
En sus farras le rogaba al guitarrista del bar que cantara una y otra vez la misma melodía
“Quiero verte una vez más, amada mía, y extasiarme en el mirar de tus pupilas; quiero verte
una vez más... aunque me digas que ya todo termino...”. Trasnochado miraba
constantemente hacia la puerta del bar con la secreta esperanza de que volviera.

Antonio, su vecino, toca la puerta y le grita, Compradito son las cuatro y media de la tarde.
Hace calor aunque una suave brisa ha empezado a levantar las faldas de las muchachas.
Compadrito se refresca con agua de colonia, de nuevo peina su cabello con gomina, revisa
su traje en el espejo, hace un guiño y sale de su casa.

Desde la puerta divisa “La Matraca”, ubicada en la equina sur del Barrio Obrero. Los
vendedores ambulantes ya han montado sus puestos en las aceras, la brisa trae el olor a
choclo asado, a empanada y aguardiente… se emociona. La gente se apretuja en la entrada,
él sonríe al escuchar al fondo una melodía de Carlos Gardel, inmediatamente la identifica
“UNO”, tal vez el tango que más lo conmueve. Caminando muy despacio y tomado de la
mano de Antonio, inicia el recorrido de la cuadra y media que lo separa de “La Matraca”,
sus huesos están adoloridos, la respiración difícil, la esperanza de volver a tener a Lola
entre sus brazos acompaña su mente insegura. Los recuerdos le dan la fuerza que necesita.

4
Compadrito llega al salón de baile, los asiduos y curiosos lo saludan. Leyda, propietaria del
lugar, lo ayuda a subir los escalones de la entrada, pide un aguardiente que se despacha
entre pecho y espalda con una chupada al casco de limón. Lentamente se dirige al centro de
la pista, las luces lo encandilan, con una leve inclinación de cabeza y una semisonrisa invita
a bailar a cada una de las mujeres. De vez en cuando mira con nostalgia hacia aquel rincón.
De pronto descubre que la mesa no está vacía, el reloj se detiene, la mira fijamente. Ruega
para que su visión borrosa no le esté jugando una mala pasada ¡Es ella! Descubre en su
rostro envejecido la mirada dulce que un día lo cautivó. Ella sin titubear se levanta y lo
sigue. En un segundo los dos cuerpos de cabellos plateados y piel surcada de experiencias,
se encuentran en un abrazo íntimo y cerrado. Ella obediente al destino inexorable se
abandona en sus brazos, Compadrito con el corazón palpitante la va envolviendo en un
ambiente de embrujo hasta que se pierden en la música. Será el mejor tango de sus vidas.
Descubren que la soledad y la nostalgia han quedado atrás, en el preciso momento en que
sus corazones han llegado a alguna parte.

“El tango es un pensamiento triste que se baila”

Enrique Santos Discépolo


---000---

RUISEÑOR
C.C. 31.256.601

También podría gustarte