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2021

LAS IDEAS DE JESÚS


LAS IDEAS DE JESÚS
(Basadas en lo expuesto por Ernest Renan en “Vida de Jesús”)

No pretende este trabajo más que definir del modo más claro posible qué ideas
defendió Jesús en su vida, y en su obra. No es tampoco un intento de definir el
Cristianismo como religión, sino exponer los puntos básicos que Jesús defendió,
en lo religioso y en lo moral, en la vida espiritual (religión) y en la vida terrenal
(moral).
No quiero ni de lejos sustituir a los Evangelios ni a la ortodoxia cristiana vigente
para elaborar otra, no, únicamente repasar sus conceptos básicos y
primordiales para exponer con claridad qué defendía, qué preconizaba, y qué
pretendía Jesús en su vida para establecer un paradigma, un método, y un
modo de vida acorde a lo que él defendió a lo largo de su vida pública.
Me limitaré, como digo, a la exposición de las ideas que defendió, promovió, y
expuso Jesús, no pienso hacer referencia alguna a los hechos ocurridos en su
vida terrenal.
RELIGIÓN: DIOS PADRE y EL REINO DE DIOS
Para empezar hay que decir que Jesús tuvo un alto concepto de la divinidad,
concepto que no debió al judaísmo, y que parece haber creado la grandeza de
su alma, fue en cierto modo el germen de todo su ser. No es que Jesús se
considerase Dios en sí mismo, sino que el mismo se cree en relación directa con
Dios. La conciencia más elevada que de Dios haya existido en la Humanidad ha
sido la de Jesús, es quién ha defendido mejor a Dios de todos los seres humanos
vivos sobre la Tierra.
Por tanto, y comenzando con sus ideas religiosas como dije, Jesús defiende a
Dios concebido inmediatamente como Padre; se puede resumir que ésta es
toda la teología de Jesús: Dios es Padre de todos nosotros. Desde sus primeros
pasos, Jesús se consideraba con respecto a Dios como un hijo se considera con
respecto a su padre: El Dios de Jesús es Nuestro Padre. La suprema consolación,
el recurso al Padre que cada uno tiene en el Cielo, donde está el verdadero
Reino de Dios que cada uno lleva en su corazón.
El nombre de “Reino de Dios” o de “reino de los cielos” fue el término favorito
de Jesús para expresar la revolución que inauguraba el mundo. No es que fuera
nuevo el concepto de “Reino de Dios”, procedía del Libro de Daniel, pero fue
Jesús quién lo divulgó como “meta”, como “objetivo” religioso.
El Jesús que fundó el verdadero Reino de Dios, el reino de los dulces y de los
humildes ha sido el Jesús de los primeros años de su vida con conciencia de
quién era y quería ser, días castos y sin mezcla en los que la voz de su Padre
resonaba con timbre puro en su interior.
Como todos los rabinos de su tiempo, Jesús, poco inclinado hacia los
razonamientos encadenados, encerraba su doctrina de aforismos concisos y de
una forma expresiva, a veces enigmática y extravagante. Algunas de aquellas
máximas procedían de los Libros del Antiguo Testamento como hemos dicho.
Otras, de pensamientos de sabios más modernos casi coetáneos suyos,
especialmente de Antígono de Soco; de Jesús (hijo de Sirach), y de Hillel. Todos
ellos sabios que difundieron ideas similares a las que defendió y promulgó
Jesús.
Era un culto puro, una religión sin sacerdotes y sin prácticas que reposaba
enteramente sobre los sentimientos del corazón, sobre la imitación de Dios,
como un hijo imita a su padre.
Nunca se ha sido menos sacerdote que lo fue Jesús, nunca más enemigo de las
formas que ahogan a la religión con el pretexto de protegerla. Poco se escribía
en aquélla época, los doctores judíos de aquel tiempo no componían libros:
todo transcurría en conversaciones y en lecciones públicas a las que se trataba
de dar un giro fácil de retener.
Jesús, por tanto, fue poderoso en palabras sobre todo, sus discursos son la base
de su religión, sin escritos. En ese sentido, Jesús no tiene igual en ninguna otra
religión de la historia, él no escribió nada que publicara ni dejó nada escrito
para la posteridad. Los Evangelios no los escribió él, no pretendió que su vida
estuviera registrada en libros, únicamente quiso que sus seguidores siguieran
su obra, nada más.
Por tanto, la idea fundamental de Jesús desde el primer día fue el
establecimiento del Reino de Dios. El Reino de Dios es el reino de las almas. Y
Jesús se propuso crear un nuevo estado de la humanidad, declarando que todo
hombre lleva en sí mismo el Reino de Dios y puede, si es digno, gozar de él, que
ese reino lo crea cada uno sin bullicio, gracias a la verdadera conversión del
corazón. Su reino de Dios era probablemente, sobre todo, el reino del alma,
creado por la libertad y por el sentimiento filial que el hombre virtuoso profesa
en el seno del Padre. Es la religión pura, sin prácticas, sin templo, sin sacerdote.
Si acaso, las prácticas, el templo, y el sacerdote es cada uno en su corazón.
El Reino de Dios es la necesidad que experimenta el alma de un destino
suplementario, de una compensación a la vida terrenal. Jesús admitía el dogma
de la resurrección de los muertos, por lo que el alma del hombre alcanzaría a
Dios, si se lo merecía.
Jesús no es un creador de dogmas ni un elaborador de símbolos; es el iniciador
de un nuevo espíritu en el mundo. En un principio, ser cristiano fue unirse a
Jesús esperando el Reino de Dios, creó el cielo de las almas puras donde se
encuentra lo que en vano se pide a la tierra, la completa nobleza de los hijos de
Dios, la total santidad, la total abstracción de las impurezas del mundo, la
libertad, en fin, excluida por la sociedad real como algo imposible. Él ha sido el
primero en proclamar la soberanía del espíritu: “Mi Reino no es de este
mundo”.
El soplo de Dios entre nosotros está encadenado con las ataduras de hierro de
una sociedad mezquina y condenada a una irremediable mediocridad. Si Jesús
volviera a este mundo entre nosotros, reconocería por discípulos no a quienes
pretenden encerrarlo por completo en algunas premisas del catecismo, sino a
quienes trabajan en la continuación de su obra, como dijo a sus apóstoles.
Así que hemos de situar en la más alta cima de la grandeza humana la persona
de Jesús. Jesús es el individuo que ha hecho dar a su especie el mayor paso
hacia lo divino. La humanidad, considerada en masa, ofrece un conjunto de
seres bajos, egoístas, superiores al animal tan solo en que su egoísmo es más
reflexivo, si acaso, más racional.
Todos los siglos proclamarán que no ha nacido entre los hijos de los hombres
ninguno más grande que Jesús.
Hemos descrito las dos patas fundamentales del credo religioso que Jesús
proclama: Dios como Padre nuestro, y el Reino de Dios como meta a alcanzar
en cada uno de nosotros.
Pero aunque hayamos dicho que Jesús no proclamó símbolos ni reglas en su
credo religioso hay que darse cuenta que sí creó dos normas o pautas a seguir
para ser seguidor suyo, dos actos simbólicos que son base para un cristiano: El
Bautismo y la Eucaristía.
(Habrá que escribir algo sobre el Bautismo y la Eucaristía).
MORALIDAD: AMAOS UNOS A OTROS
La moralidad se refiere al comportamiento que hay que seguir aquí en el mundo
para ser considerado seguidor de Jesús, para que dicho comportamiento sea
acorde con el Reino de Dios que Jesús propugna.
Principalmente, esta forma de actuar en el mundo se concentra en una serie de
virtudes que favorecen el Reino de Dios: la humildad, el perdón, la caridad, la
abnegación, la dureza para consigo mismo. Virtudes a las que se ha
denominado justamente cristianas.
En la base de estas virtudes está el conocido axioma de… “No hagas a otro lo
que no quieras que se te haga a ti”. Pero esta vieja sabiduría, todavía muy
egoísta, no le bastaba a Jesús, llegando al exceso de “Si alguno te pegase en la
mejilla derecha, preséntale la otra. Si alguno te pusiera pleito por tu túnica,
déjale tu capa. Si tu ojo derecho te escandalizase, arráncalo y arrójalo lejos de
ti. Amad a vuestros enemigos, haced el bien a quienes os odian, rogad por
quienes os persiguen. No juzguéis y no seréis juzgados. Perdonad y se os
perdonará. Ser misericordiosos como es misericordioso vuestro Padre Celestial.
Dar es más bondadoso que recibir. El que se humilla será elevado, el que se
eleva será humillado. No hacer tesoros en la Tierra, sino tesoros en el Reino de
los Cielos.”
Proscribe el uso de la menos palabra fuerte, prohibía el divorcio y todo
juramento, reprobaba el talión, condena la usura, encuentra el deseo
voluptuoso tan criminal como el adulterio. Pretende un perdón universal para
las injurias.
Todo se puede resumir también en la frase: Purificad vuestros pensamientos,
dejad de hacer el mal, aprended el bien, buscad la justicia.
La moral cristiana permanece como la más alta creación que haya salido jamás
de la conciencia humana, el más hermoso código de la vida perfecta que haya
trazados moralista alguno.
El programa moral de Jesús está expuesto en las Bienaventuranzas, donde se
exponen las ventajas que alcanzan quienes siguen su moralidad, sus preceptos
y su código de vida. Todo este compendio de normas morales se condensa en
una sola frase hecha por Jesús como colofón de sus preceptos: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo, amaos unos a otros.
En resumen, el camino fijado por Jesús hacia el Reino de Dios es seguir la
máxima de “amaos unos a otros”. Nada más, tan sencillo como esto, no hay
que seguir complicados dogmas ni normas incomprensibles, todo se basa en lo
mismo, en la facilidad de amar.
Francisco López Román.

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