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La contemporaneidad de la violencia y su afronte multidimensional

Renato D.

Alarcon, Jaime Trujillo

Introducción

Delinear de manera inequívoca y universalmente válida el concepto de violencia

es tarea compleja. Para los efectos de este trabajo se define la violencia como el tipo

de conducta individual o colectiva que, practicada intencional, impulsiva o

deliberadamente, causa daño físico, mental o emocional tanto al propio individuo

o individuos que la ejecutan como a otros en su ambiente inmediato y mediato

y al ambiente mismo. Esta definición no alude a las causas de la violencia ni

establece la validez o invalidez de lo que algunos llaman el "sustrato

fundamental de la violencia": agresividad, considerado por otros como sinónimo de

aquella.

De hecho, puede afirmarse que estos términos, aunque vinculados a determinado nivel,

no son necesariamente lo mismo: puede haber violencia sin sustrato agresivo y la

agresividad no siempre tiene un desenlace violento. Este deslinde, sin embargo,

no goza necesariamente de aceptación general. Existe tanto un espectro de

conductas violentas como múltiples formas de clasificarlas. Desde la violencia verbal

nacida de la ira, la irritabilidad o el resentimiento, hasta la repudiable practica de la

tortura política; desde el crimen irracional cometido por pandillas como ritual de iniciación

hasta las matanzas masivas cometidas en nombre de venganzas tribales o de

"limpieza étnica"; desde el padre alcoholizado que golpea y mata sin piedad (y sin
recuerdo) a su pequeño hijo hasta los desmanes de la población ante el abuso real o

percibido de las fuerzas del orden; desde la imagen de un edificio publico bombardeado

por terroristas urbanos hasta la prostitución forzada en zonas pobres, o las sutiles

injusticias del establishment para con los pobres y los desposeídos en varios

países del llamado "primer mundo". Tal es la trágica contemporaneidad de la violencia

en un mundo que quisiéramos distinto. Epidemiología Este abigarrado cuadro impide

una evaluación epidemiológica concluyente. No obstante, las cifras con que se

cuenta, ya sea a nivel de áreas metropolitanas, de países o a nivel global,

muestran elocuentemente tres tipos de fenómenos: la violencia puede haber

disminuido en términos cuantitativos, pero muestra una creciente variedad de formas

y facetas, al tiempo que la severidad e intensidad de los actos violentos también va en

aumento. Se afirma que el homicidio es el máximo acto de violencia. Aparte de un

alza a nivel mundial, las estadísticas de homicidio en los Estados Unidos se han

duplicado en los últimos treinta años.(7) La proporción total de homicidios en varones

de entre 15 y 24 años es de casi 37 por cada 100 mil habitantes, siete veces más que

en la segunda nación con más alta tasa de homicidios, Italia, y diez veces más que en el

resto de Europa. El hallazgo es más revelador cuando se comprueba que esta tasa se

eleva a 158 por cada 100 mil habitantes entre hombres de raza negra, lo cual

sugiere que las variables psicosociales vinculadas con la violencia se complican

con factores que tienen que ver con el status socioeconómico y la

heterogeneidad étnica. No debe olvidarse, sin embargo, que la tasa de

homicidios en hombres blancos del mismo grupo etario (15 a 34 años) es tres veces

mayor que en el país que ocupa el segundo lugar en este rubro. Es claro

también que tanto víctimas como victimarios pertenecen cada vez más a los estratos

más jóvenes de la sociedad.(6, 71) En 1988, las tasas de muerte por armas de fuego
excedieron por primera vez el total de causas de muerte natural entre adolescentes

blancos y negros de los Estados Unidos. En 1990, heridas o injurias por armas de

fuego fueron la segunda causa de muerte entre niños de 10 a 14 años, y la quinta

entre los de 5 a 9 años. Una encuesta realizada en 1993 encontró que un 59% de niños

en edad escolar "podían conseguir una pistola si así lo querían", un 15% había tenido

una pistola en los 30 días precedentes, un 4% llevaba consigo una pistola todo el

tiempo y un 9% había disparado a alguien en el pasado inmediato. Un estudio de

203 estudiantes de entre 13 y 18 años, en escuelas públicas de Chicago situadas

dentro de los sectores con los más altos niveles de homicidio, reveló que el 45%

de dichos estudiantes había sido testigo de un asesinato, el 61% de un tiroteo y el 47%

de un asalto a puñaladas; el 74% había sido testigo ocular de dos o más de estos

eventos y el 25%, de los tres. Por lo menos el 20% de los 203 estudiantes reportó

experiencias de gran discomfort la mayor parte del tiempo. Seis meses antes de la

encuesta, el 56% de los 203 alumnos habían perdido a un miembro de su familia, el

46% a un amigo cercano, el 57% tenía un pariente enfermo o gravemente herido y el 54%

lo tenía en prisión. Además, el 33% no tenía al padre o a figura paterna alguna en

el hogar, y el 80% procedía de familias calificadas para recibir ayuda económica del

gobierno. Casi la cuarta parte de ellos (alumnos de ambos sexos) admitieron tener

miedo a morir sumamente jóvenes y de manera violenta. Una reunión reciente

convocada por UNICEF en Estocolmo describió el desgarrador drama de la

explotación sexual de niños, aun desde la edad de 6 u 8 años, conducida por

carteles internacionales que ganan miles de millones de dólares en

prácticamente todos los continentes. (21) Representantes de 122 países

escucharon testimonios en relación a millares de niños puestos prácticamente en venta

por padres asediados por el hambre y la miseria y explotados por hombres de negocios
que sirven a todo tipo de gente: desde ejecutivos de grandes corporaciones hasta

individuos con casos inenarrables de depravación sexual. Se afirmó asimismo que

este "turismo sexual" está en alza en buen número de países de América Latina

y el Caribe. Los niños no son por cierto las únicas víctimas.(83) Se estima que ocurren

de millón a millón y medio de asaltos a mujeres por año en los Estados Unidos. De

estos, 650 mil son violaciones sexuales, pero sólo se reportan 102 mil. Veinte por

ciento de visitas de pacientes mujeres a las salas de emergencia tienen alguna

relación con actos violentos, y en el 30% de las mujeres víctimas de homicidio, los

asesinos son sus parejas (esposos, convivientes o enamorados). En el 85% de

los homicidios domésticos, la policía ya había sido llamada por lo menos una vez, y

en más del 50%, por lo menos cinco veces. Aun cuando la población masculina entre 15

y 20 años representa menos del 10% de la población norteamericana, este grupo etario

constituye el 35% de los arrestos por la comisión de crímenes violentos. Los

factores de riesgo en relación con este grupo incluyen hechos conocidos:

hogares fragmentados, historia criminal en los padres, historia de abuso o negligencia

en la niñez, conducta cruel con los animales, historia de traumatismo

encéfalocraneano (incluido estado de coma) y concomitantes biológicas tales como

enlentecimiento del EEG en los lóbulos temporal anterior y frontotemporal. Dentro de

las llamadas "conductas de riesgo" que se correlacionan significativamente con

la exposición a actos violentos se cuentan el beber en exceso, abuso de drogas,

participación frecuente en altercados y experiencias personales de victimización. En

un estudio llevado a cabo en 10.036 alumnos de primaria y secundaria, los niños y

adolescentes expuestos a esos tipos de conducta tenían chances

significativamente mayores de convertirse en perpetradores o protagonistas de actos

violentos. El factor predictivo más importante de que una persona sea víctima de muerte
violenta es su pertenencia, en algún momento de su vida, a los registros del sistema

judicial. En el momento actual en los Estados Unidos, más de 20 millones de personas

transponen las rejas de las cárceles cada año. (73) Las secuelas

emocionales y conductuales de la violencia son tanto o más dramáticas que su

impacto socioeconómico. Cerca de la mitad de los niños expuestos a la violencia

presentan síntomas compatibles con trastorno de estrés postraumático (TEPT).

Cuarentitrés por ciento de una muestra de 798 niños en edad escolar presentaban

trastornos del sueño, 58,5% tenían dificultades de aprendizaje, 44% mostraban

problemas de memoria y concentración. Se observó asimismo conducta agresiva en

el 54,3% e ideación suicida en el 21,3%.(9, 71) Otra observación reveladora, hecha ya

durante la Segunda Guerra Mundial (17) y en conflictos más recientes,(14, 78) es el alto

grado de dificultades emocionales e interpersonales en los hijos de personas

expuestas a violencia y TEPT, aun cuando los niños no hayan estado directamente en

contacto con los actos mismos. ¿Cuál es la relación entre la violencia, el crimen y la

enfermedad mental? Usando datos del llamado Estudio de Áreas de Captación

Epidemiológica (ECA), Swanson y col.(88) encontraron que la incidencia de violencia

fue cinco veces mayor en personas con diagnósticos tales como esquizofrenia,

depresión mayor o enfermedad bipolar que en sujetos control, y 12 a 16 veces

mayor en personas con diagnóstico de alcoholismo o abuso de drogas. En otro

estudio, Link (52) identificó específicamente los síntomas psicóticos como los

más estrechamente ligados a los actos de violencia. Hodgins y col.,(44) en

Dinamarca, encontraron que personas con historia de hospitalización psiquiátrica tenían

de 3 a 11 probabilidades más de exhibir condenas criminales en comparación con

individuos que nunca habían sido hospitalizados. En Finlandia, Eronen y col. (25)

concluyeron que la posibilidad de violencia homicida en hombres y mujeres con


diagnósticos de esquizofrenia, personalidad antisocial y alcoholismo era

sustancialmente más alta que en la población general. En estudios hechos

exclusivamente en mujeres con historia de violencia,(45, 89) los diagnósticos más

comunes fueron alcoholismo, drogadependencia, personalidad limítrofe o antisocial,

TEPT y depresión mayor. Finalmente, a nivel político internacional, Nietschmann

tabuló, en 1987, 120 conflictos armados en el mundo, 72% de los cuales ocurrían dentro

de un sistema político centralizado, estado o nación.(64) Por otro lado, el 82% de esos

conflictos tenía lugar en países de los llamados "tercer mundo" o "cuarto mundo". La

inestabilidad política y económica de estos países se combina con la macabra

ubicuidad de los mercaderes internacionales de armas para generar un estado de cosas

que hace que, por ejemplo, aproximadamente 150 civiles mueran o queden mutilados

cada semana como consecuencia de explosiones en terrenos minados. Si bien

el número de situaciones conflictivas puede haber disminuido en la última

década, el grado de violencia se ha intensificado y ello representa sólo la punta del

iceberg cuya profundidad se mueve en las regiones más subjetivas del dolor, el

trauma y la secuela psicopatológica de la violencia entre las víctimas, sus familiares y,

algunas veces, entre los propios victimarios. Etiopatogénesis ¿Cuál o

cuáles son las causas de la violencia? Más que recurrir a generalizaciones

fáciles, es menester utilizar diferentes perspectivas que ayuden a entender mejor un

determinado tipo de violencia. Dicho en otros términos, todo acto violento entraña una

movilización global de elementos biológicos, psicológicos, sociales y culturales que es

necesario delinear tan específicamente como sea posible, aun cuando buena

parte de tal conducta puede responder primariamente a la alteración de sólo uno o dos

de tales sistemas. El sustrato biológico puede ser más determinante en la

conducta violenta desplegada por un paciente con patología de lóbulo temporal,


en tanto que los efectos de una infancia vivida bajo el penoso influjo de una relación

parental violenta (explicación psicológica) pueden ayudar a entender mejor la sutil y

sofisticada crueldad de un psicópata. Perspectivas biológicas Dentro de las

explicaciones o modelos de carácter biológico, muchos de ellos estrechamente

interrelacionados, se cuentan esquemáticamente los siguientes: 1) Los modelos

animales y evolutivos de la conducta impulsiva la enmarcan en la capacidad —

variable para cada especie— de inhibir determinadas respuestas, un déficit en la

llamada "conducta de evitamiento pasivo". Tal déficit resulta en una conducta

agresiva exagerada, que a su vez se relacionaría con una reducción de la

serotonina en varias regiones del cerebro.(19) En los animales de experimentación,

lesiones de los núcleos septales, parte del sistema límbico anterior integralmente

conectada al hipotálamo y al hipocampo, inducen conductas de evitamiento activo (lucha

o fuga) y un déficit concomitante de la conducta de evitamiento pasivo

(congelamiento o freezing). 2) Se ha estudiado una variedad de

modelos neuroquímicos: a) El uso de la paraclorofenilalanina, un

inhibidor de la triptofano-hidroxilasa, disminuye la serotonina cerebral e induce

un incremento en agresión afectiva (lucha entre ratas de laboratorio

inducida por shock eléctrico) y en agresión predatoria (ratas que

matan a ratones). Se afirma que la propensión agresiva en animales

está gobernada por centros inhibitorios y excitatorios que incluyen

la corteza orbitofrontal, el área septal, el hipocampo, la amígdala, el

núcleo caudado, el tálamo, el hipotálamo, el cerebro medio, el tegmento, y aun

áreas pontocerebelosas.(16, 20) b) Muchos estudios confirman una relación

inversa entre agresión y/o conducta suicida e índices funcionales del

sistema serotoninérgico (niveles de 5 HIAA en líquido céfalorraquídeo) en


seres humanos y en primates. El llamado "estado hiposerotoninérgico" existe tanto

en pacientes deprimidos como en aquellos con historia de intentos suicidas y

en alcohólicos crónicos.(91) Coccaro y col.(10) vinculan la conducta agresiva y

los trastornos de personalidad en relación inversa con los valores

plaquetarios de B-max de ligazón de paroxetina marcada. c) Algunos

investigadores han sugerido que el sistema 2-noradrenérgico influye en

la irritabilidad, rasgo que parece preceder a la respuesta agresiva en determinados

individuos; esta actividad sería independiente de la actividad de la serotonina

(5-HT), que se relacionaría más bien inversamente con aquella dimensión

conductual. Otros estudios asignan roles similares a la dopamina, el ácido

gama-amino-butírico y las hormonas gonadales.(11, 69) 3) Weiger y

Bear(92) han propuesto tres tipos de síntomas de agresividad, cada uno ligado a un

determinado asiento neuroanatómico que a su vez puede —y de hecho parece—

responder a diferentes agentes farmacológicos: a) Síntomas motivados por

estados internos o víscero-receptivos (por ejemplo, hambre y fatiga) son

mediados por el hipotálamo y las estructuras relacionadas del tronco

cerebral; b) Actos agresivos resultantes de amplias asociaciones

emocionales con estímulos o eventos externos, son mediados por estructuras

témporo-límbicas; c) Conductas agresivas que son más bien respuestas

impulsivas no reflejas a frustraciones ambientales y que apuntan a daño

anatómico o funcional de la corteza prefrontal y estructuras asociadas (por

ejemplo, striatum). 4) Varios de los postulados precedentes presuponen una base

genética, es decir, genes específicos y su traslación hereditaria. El fracaso de la

hipótesis del cromosoma extra en el llamado síndrome XYY (caracterizado, entre

otras cosas, por conducta violenta) fue sólo un revés transitorio. El sistema límbico es la
zona preferida de estudio y, en años recientes, al lado del exceso o defecto de los

neurotransmisores, se habla más del papel del oxido nitroso (NO), complejo proteico

que responde hasta a cuatro genes, uno de los cuales posibilita al menos densas

cantidades de NO en neuronas límbicas vinculadas con funciones reguladoras de

las emociones. Medina(62) cita estudios en ratas en las que se obliteró

experimentalmente este gene y que, como resultado, mostraron conducta "salvajemente

agresiva" incluida la sexual, en relación con los animales control. La obliteración del

gene induce depleción de la enzima NO-sintetasa, incremento subsecuente de NO y

conducta agresiva resultante. En tanto que la aplicación de estos hallazgos a los

humanos es todavía lejana, las preguntas y posibilidades que plantean revisten

extraordinario interés. 5) Estudios clínicos en pacientes

"neuropsiquiátricos", tests neuropsicológicos,(74) la evaluación de los llamados

"signos neurológicos suaves", (22, 50) exámenes neuroimagenológicos (18) y la

medición de los potenciales eléctricos relacionados con eventos,(33, 86)

complementando estudios neuroquímicos y otros tests neurobiológicos, muestran una

sólida promesa para el mejor entendimiento de la impulsividad, la agresividad y la

violencia. Perspectivas psicológicas McDougall(60) ofreció una perspectiva

psicológica básicamente descriptiva del instinto agresivo, al postular, antes de su

formalización por parte del psicoanálisis, los llamados "instintos sexuales" y los de

preservación, estos últimos reguladores de niveles de energía que el autor

vincula estrechamente con las conductas agresivas. La etología ha hecho

contribuciones importantes al conocimiento de la violencia. Si la agresión esta

básicamente al servicio de la supervivencia de la especie,(56) se asocia, por definición, a

las nociones de "imperativo territorial" y de "propiedad individual",(1) polvorines de

acción violenta desde la perspectiva sociológica. Las acciones preventivas tendrían


que privilegiar entonces la creación y el desarrollo de mecanismos

ritualísticos como "válvulas de escape" o canalización colectiva de las tendencias

violentas. En el nivel psicológico existen además dos perspectivas principales y una

variedad de teorías derivadas o colaterales: la psicodinámica y la cognitivo-

conductual. El afronte psicodinámico postula, entre otros, los siguientes enfoques:

1) La agresividad y la violencia son la expresión emocional y conductual (en niveles

primitivos) de determinados mecanismos de defensa, destinados a compensar déficits

intrapsíquicos e interpersonales que, en último análisis, generan una

autoimagen distorsionada, hostilidad multidireccional, deseo de autoafirmación y

dominio, y la llamada "ansiedad flotante".(30, 35) La comisión del acto violento induce

no sólo alivio, sino, en algunos casos, una clara sensación de placer. La expresión

máxima de este afecto es, por cierto, el sadismo de cierto subgrupo de conductas

criminales.(8) 2) Hay quienes vinculan directamente la violencia con la dinámica de

la desesperanza (hopelessnes).(30) Todo individuo violento (sea, por ejemplo, un

suicida o un homicida, para citar conductas aparentemente polares) ha perdido esa

sensación de expectativa en relación con objetivos planteados que llamamos

"esperanza".(77) El problema radica en que si esos objetivos se mantienen

obstinadamente en medio de un ambiente de desesperanza, el resultado es una

ansiedad creciente y una posible conducta violenta. La dinámica de la

desesperanza como disparador de violencia puede aplicarse tanto al individuo como

a la violencia grupal engendrada por deprivación ambiental, fracasos continuados,

rechazo sistemático y desmotivante y, subsecuentemente, autoestima pobre.(28, 79)

3) Freud postuló la vigencia de un instinto destructivo, tanático o de muerte,

presente en todo ser viviente "luchando por conducirlo a la ruina y por reducir la vida a su

condición original de materia inanimada".(29) Este instinto o pulsión básica (al que el
fundador del psicoanálisis no negó un probable substrato biológico) puede constituirse

en entidad directriz de todo acto humano y ser sublimado en el individuo normal,

angustiosamente conflictivo en el neurótico, fríamente distorsionado en el

psicópata, caóticamente irracional en el psicótico. Sin embargo, entre los autores

postfreudianos, Hartman privilegio más la capacidad directriz del ego sobre la ciega

vigencia de los instintos.(36) 4) La imposibilidad de posponer la gratificación

de necesidades o exigencias de otro modo normales, es una forma de impaciencia que

puede ser inconscientemente estimulada por relaciones paterno-filiales cargadas de

ocasional ambigüedad, reminiscente del "doble vínculo" de la madre

esquizofrenogénica.(3) Se genera entonces una agresión reactiva cuando el bebé

requiere del cuidado de otra persona para la satisfacción de sus necesidades más

básicas y no cuenta con ella o no encuentra una respuesta adecuada. Por lo general

se produce rápidamente una fusión, una mezcla entre los impulsos agresivos de

cólera y rechazo y los impulsos amorosos y libidinales. Estos últimos, al neutralizar

las cargas destructivas, subliman la agresión. Cuando esta posibilidad no

existe, si no se desarrolla tolerancia a inevitables niveles de frustración, el resultado

es la aparición de conductas destructivas. 5) La llamada "situación letal" se da cuando

los "deseos asesinos" de los padres o figuras de autoridad (adultos significativos) son

comunicados en tonos sutiles, tal como ocurre, por ejemplo, en una pareja

madre-hijo envuelta en una relación simbiótica; (51, 79) el niño actúa o materializa

tales mensajes sea en ese nivel etario, sea más tarde cuando adolescente o adulto

joven. La conexión con una perversión del proceso de aprendizaje es incuestionable.

6) Deben incluirse también dentro del enfoque psicodinámico las

concepciones de los teóricos sobre las relaciones objetales. Jacobson, por ejemplo,(44)

demostró que la agresión proyectada en otros juega un papel importante en la


formación del superego, siendo reinternalizada a la manera de mandamientos

prohibitivos de ciertos comportamientos. Kernberg (47) insistió en las implicaciones

patogénicas de la escisión (split) de objetos buenos y malos en la experiencia del niño y

su influencia en la regulación de los impulsos y la internalización de valores,

procesos ambos de importancia crítica en la psicopatología de la personalidad

fronteriza o borderline.(61) El enfoque cognitivo o de aprendizaje puede resumirse en

el dictum de que toda conducta violenta es conducta aprendida en los años

formativos sin oportunidades de canalización constructiva en el hogar o la escuela,

sin ejemplos o experiencias de tolerancia a la frustración, de internalización de valores o

standards de convivencia social o de aceptación del principio de autoridad, entendido no

como imposición codificada del temor, sino como esencial elemento guardián de

la armonía y la justicia. (2, 82) Según Novaco, el proceso cognitivo que

predispone a la experiencia de la furia y la agresión envuelve cinco distorsiones del

proceso informativo: atención acentuada a la carga afectiva de la furia, percepción de

estímulos agresivos generadores de respuesta agresiva, atribución equivocada

de errores propios a factores ajenos, suposición errónea de generalización de

respuestas agresiva propias, y el fenómeno llamado "anclaje cognitivo", aceptación

concluyente y distorsionada de "primeras impresiones" respecto de conductas y

reacciones ajenas. (65) Por su lado, Dollard y col.(15) distinguieron la agresión

instrumental o asertiva que remueve obstáculos de una manera sistemática, de la

agresión hostil que ocurre si la primera resulta infructuosa. Parens (67) sigue una

línea similar y describe la agresión adaptativa, la destructiva sin afecto, la destructiva

hostil y la destructiva con placer, esta última predecesora del masoquismo patológico.

Estudios del campo de la psicología del desarrollo (12, 43, 59) han reforzado

la idea de que ciertos eventos o situaciones que ocurren durante períodos críticos de la
niñez predisponen a una conducta violenta durante la vida adulta. Conductas tales

como la agresión, el robo, las "mentiras patológicas" y los actos deshonestos en

aquella etapa predicen la conducta antisocial y violenta años después. A manera de

puente entre lo psicológico y lo sociocultural, el llamado "estilo de

funcionamiento" del grupo familiar y de figuras parentales, refleja claramente la

vigencia de este tipo de variables en el desencadenamiento de la conducta

violenta. Un ejemplo interesante de la convergencia entre

planteamientos psicodinámicos y conductuales es la observación clínica en

series de mujeres o, más precisamente, esposas maltratadas, muchas veces perdidas

en las estadísticas de violencia doméstica. Se ha comprobado que un número no

pequeño de mujeres maltratadas proviene de hogares donde el padre

usualmente victimizaba a la madre; obviamente los conceptos psicodinámicos de

masoquismo aprendido, Edipo prolongado o identificación con la víctima tienen cierta

aplicabilidad. Lo aprendido radica en el develamiento de un patrón de miedo

(algunos lo llaman "terrorismo doméstico") y control coercitivo por parte del

esposo que conduce a un creciente aislamiento social de la víctima. Ésta

aprende y despliega entonces conductas de supervivencia: si el esposo se resiente o

no gusta que la víctima vaya a la escuela, deja de ir en un intento por controlar la

violencia. Si es golpeada porque llamó a su madre o porque visitó a una amiga,

deja de llamar a la madre o de visitar a la amiga.(66) Estas estrategias de control (o

pseudocontrol) de la violencia sólo hacen que aumente el aislamiento de la víctima.

Incluso, si llega a establecer contacto con un profesional o con el sistema de salud,

su defectuosa estrategia de control le impide presentar una historia veraz o

completa, perdiendo de este modo oportunidades de ayuda. Otro ejemplo de

este tipo es el del torturador. Varios estudios han mostrado que en buen número
de casos no se trata de un interrogador brutal y sádico, sino de un individuo más

bien normal que, bajo ciertas circunstancias, se hunde en una rutina de horror

durante la cual injuria o mutila a otro ser humano manteniéndose frío y distante del

sufrimiento y la agonía de sus víctimas. De acuerdo con Lifton, el torturador confronta

—o mejor, escapa— al brutal impacto emocional de sus actos haciendo uso de una

maniobra mental que llama "doblaje", la formación de un yo o "self" alterno que lleva a

cabo los actos de tortura. El doblaje permite al torturador desarrollar un repertorio

de sentimientos y hábitos específicos para su siniestro rol, pero también revertir a su

yo ordinario o habitual cuando se halla lejos de su "centro de trabajo".(34) Otro

mecanismo es el de buscar "chivos expiatorios", miembros de otros grupos que, al ser

sistemáticamente devaluados, confieren un nivel de racionalización a la

conducta del torturador y elevan su sentido de importancia personal. Ello, unido a la

división del mundo en la simplista dicotomía de "nosotros" y "ellos", en un individuo

fervientemente adherido a ideologías de odio y atribución de todos los males al

grupo contrario, define al torturador como guardián del orden y el bienestar social,

con obediencia ciega a la autoridad y un remedo de solidaridad y apoyo por

parte de su propio grupo.(56, 85) Perspectivas socioculturales Las explicaciones

socioculturales de la violencia rescatan el carácter patogénico del macroambiente

regido por fuerzas y factores de definición difícil, pero de incuestionable

vigencia. A pesar de su estirpe psicoanalítica, Erikson(24) fue uno de los primeros

en introducir la noción de internalización de circunstancias sociales en la forja de la

identidad personal. Pero fue Fromm (31) el que de manera consistente intentó explicar la

violencia como producto de la convergencia de diferentes procesos en el devenir

caracterológico del individuo dentro de su entorno social. Así, describió de un lado la

agresión benigna que incluye la conformista, la no intencional, la agresión como


entretenimiento, la agresión asertiva y la agresión defensiva; y de otro, la

agresión maligna, de carácter "necrofílico", vinculada al placer destructivo que

va de la conducta individual sádica a masacres colectivas, impersonales,

anónimas o a distancia, y eventualmente concluye en conflagración

global. Según Hinde y Groebel,(41) el curso del tiempo es esencial en la producción de

conductas antisociales. Factores personales de enorme impacto social tales como la

desconfianza, el egoísmo, la desigualdad, la superficialidad, la anomia e la

intolerancia son elementos decisivos de las conductas violentas. De otro lado,

Rosenberg sostiene que la actual epidemia de violencia en los Estados Unidos se

arraiga en una persistente glamorización cultural de la agresión, con los medios de

comunicación masiva y la televisión a la vanguardia, como telón de fondo de

múltiples factores psicosociales contributorios. Tales factores son agravados

por desigualdades económicas y raciales que a su vez tienen una "conveniente

compensación" en el fácil acceso a las armas de fuego.(63) Se ha confirmado que el ver

actos de violencia en la televisión incrementa los niveles de "conducta agresiva no

motivada" en los juegos de niños de 3 o 4 años. Una encuesta hecha en 1990 reveló

un promedio de aproximadamente cinco actos violentos por hora de televisión durante

los períodos de mayor sintonía en días de semana, y un promedio de 18 por

hora durante los llamados "programas para niños" en fines de semana. Se observo

además que en tales programas raramente había manifestaciones de sufrimiento,

dolor o pena y que no era necesario tipo alguno de intervención médica o profesional

luego de las escenas violentas. El "mensaje" dice claramente que no hay

consecuencias negativas de ningún tipo como resultado de la violencia; el impacto

negativo de tal desconexión en el telespectador joven es innegable.(81) Otro

factor social significativo en la generación de violencia es la pobreza. Así,


cuando se compara la tasa de homicidios entre hombres africano-americanos

que viven en los "ghettos" urbanos con la de africano-americanos sirviendo

en el ejército, las cifras son muchísimo menores en estos últimos.(68, 77) La

diferencia fundamental es que tienen empleo, aun cuando tampoco deben desestimarse

las diferencias en el grado de estructuración, disciplina y vigencia de la autoridad en

uno y otro ambiente. El riesgo de violencia se intensifica pues cuando la

comunidad confronta desventajas sociales tales como niveles bajos de educación

y altos de pobreza, desempleo, fragmentación familiar y abuso de alcohol y drogas.(6,

49) En este sentido, la violencia puede concebirse como una forma de coerción

destinada a fomentar adhesión a normas, restaurar justicia retributiva y definir

y proteger las identidades sociales. (26) Si los estamentos inferiores de la escala

socioeconómica son los que exhiben niveles desproporcionados de criminalidad y

violencia, puede presumirse que estos segmentos de la población tienen una cantidad

vasta de necesidades no satisfechas. Para mucha gente dentro de estas

comunidades, entrar en la cárcel puede ser de hecho una mejora. Lo que la sociedad

estaría haciendo en ese caso sería transinstitucionalizar segmentos de

población que pertenecen a otros sectores de atención social y de servicios al

común denominador final de cárceles y prisiones.(94) La violencia como protesta social

y política puede distinguirse claramente de la delincuencial en el ámbito del discurso

teórico. Planteamos sin embargo que una y otra comparten más de un elemento

común en sus orígenes socioculturales. Hernández y Lemlij escriben sobre "el

malestar en la periferia de la civilización"(39) parafraseando a Freud, y señalan que el

crecimiento explosivo de la población y la masiva migración del campo (o zonas

pobres) a la ciudad (ilusoria fuente de trabajo) constituyen el fenómeno colectivo

de mayor gravitación en los últimos tiempos, en especial en los países en vías de


desarrollo.(58) La percepción de indignidad e injusticia social se produce cuando las

desigualdades se tornan inevitables y confieren a la violencia política una ideología

justificatoria. Sendero Luminoso emergió cuando una representación ficticia del

mundo social peruano, legitimizada por la ideología dominante, ya no pudo ser

más el muro de contención frente a posibles desbordes.(13, 58) Tal situación de

presión social interna produce sentimientos de impotencia que a la vez generan

resentimiento, agresión y violencia expresados hasta entonces de diversas formas.

Por su parte, los grupos vinculados a la franja tradicionalmente dominante

relacionan más la violencia y el desorden concomitantes con el ascenso de la

marea popular que con el afán de sobrevivir en nuevas y arduas condiciones. No

es difícil entender entonces la proclividad de ambos sectores hacia el

autoritarismo represivo. Kelman y Hamilton identifican tres procesos sociales que

debilitan los restricciones morales inhibidoras de la violencia.(46) Ellos son la

autorización, la rutinización y la deshumanización. No cabe duda que la cultura y

la civilización contemporáneas han institucionalizado estos procesos en muchas

de sus organizaciones burocráticas, castrenses, financieras y aun académicas.

Ello hace que muchos científicos sociales concurran en aceptar la inevitabilidad de la

violencia en el individuo y en el cuerpo social. Lo mismo ocurre con autores de

orientaciones tan distintas como Freud desde el psicoanálisis o Lorenz desde la

etología. Este inevitabilismo postula básicamente que todo ser humano tiene dentro de sí

las semillas de la violencia,(55) cuyo fruto puede tener la engañosa dulzura de lo

sublimado o el maloliente sabor del homicidio. Heine, el pensador alemán de

fines del siglo pasado, formula sutilmente esta perspectiva cuando dice: "La mía

es una disposición pacífica. Mis deseos son tener sólo una cabaña humilde con su

techo de paja, una buena cama, alimentos frescos, leche y mantequilla, un jardín de
flores junto a mi ventana, unos cuantos árboles a ambos lados del camino hacia mi

puerta. Y si Dios quiere hacer mi felicidad completa, estoy seguro que me concedería el

goce de ver a seis o siete de mis enemigos colgados de esos árboles".(38)

Comprensión de la violencia: modelo integrador Documentada así la multiplicidad

de componentes etiopatogénicos y explanatorios de la violencia, es importante

estructurar una perspectiva integradora que haga factible un manejo clínico-terapéutico

adecuado. Debe partirse de dos premisas que sólo aparentemente son

contradictorias: 1) Existen diferentes tipos o formas de violencia, actos o

conductas violentas: las diferencias se dan en una variedad de parámetros tales como

individuo vs. grupo, naturaleza (política vs. delincuencial), motivación, duración,

severidad, etcétera. 2) Todo acto o conducta violenta debe considerarse

como un evento bío-psico-sociocultural, es decir, como poseyendo en mayor o

menor grado cada uno de estos elementos constituyentes. El tipo de conducta

violenta puede depender del predominio de uno o dos de estos componentes, pero los

restantes tienen de todos modos un grado de participación que el clínico deberá ser

capaz de dilucidar. Los cuatro niveles de discurso en torno a la violencia se

reflejan clínicamente a través de sendas elaboraciones etiopatogénicas:

1) Lo biológico se da en cuadros neuropsiquiátricos diversos, lesiones visibles o

microscópicas del sistema nervioso central, disturbios bioquímicos, anomalías

genéticas o efectos de fármacos lícitos o ilegales en sustratos anatómico-funcionales

determinados. Debe quedar claro sin embargo que los factores genéticos o

bioquímicos no pueden explicar por entero el fenómeno de la violencia. Del mismo

modo, los actos violentos o criminales atribuibles a enfermedad mental representan sólo

una muy pequeña proporción de tales actos.(57) 2) Lo psicológico tiene que ver con

etapas y procesos de desarrollo y maduración que, cuando son defectuosos en


su secuencia o despliegue, resultan en cuadros tales como trastornos de

personalidad o algunas de las enfermedades mentales tradicionales, causa ocasional de

violencia. Se ocupa también de núcleos psicodinámicos portadores de elementos

potencialmente violentos. 3) Lo social actúa como catalizador de violencia en base a

desigualdades reales o percibidas, los llamados "males sociales" tales como la

pobreza, el desempleo, los índices de criminalidad, el alcoholismo, el narcotráfico, el

abuso de drogas, la injusticia social, y otros factores de riesgo. 4) Lo cultural

incluye un no siempre sutil pero sí sistemático fomento ambiental de la violencia a

través del "bombardeo" de la televisión y de otros medios de comunicación,

algunas manifestaciones artísticas, el lenguaje político, los fundamentalismos

religiosos, la relación ciudadanía-autoridad, o la conducta a veces mesiánica,

hiperpaternalista o dictatorial de los líderes. Este modelo no es original por cierto.

West, por ejemplo, intenta ubicar y estudiar la violencia dentro del ciclo vital, esto es

ver en cada fase causas y expresiones diferentes de la violencia.(93) En este

contexto describe una secuencia de posibles conductas violentas como factor central en

el desarrollo de la personalidad: las etapas y los cambios en la conducta

agresiva van desde la omnipotencia infantil hasta la vida adulta, en la que un nivel de

conformidad alto o mayor predecible contribuye a controlar (o "embotellar") la

hostilidad y/o desplazarla hacia aquellos que son extraños al grupo nuclear. En todo

caso, el modelo intenta situar el tema en el contexto multidisciplinario, esencial

para responder a otra pregunta crucial: ¿Qué podemos o debemos hacer para

corregir, reducir o, mejor aun, neutralizar la espiral contemporánea de la

violencia? Manejo de la violencia El manejo de la violencia requiere, como

indispensable etapa previa, su estudio basado en el uso del método científico, el

cual debe enfatizar mucho de lo que dicta el sentido común y las pautas genéricas de
un modelo de salud pública. Una primera fase es el enfoque descriptivo del problema:

¿Cuál es la frecuencia, quiénes son las víctimas, cuándo y dónde ocurre? Es necesario

luego buscar patrones o secuencias que conduzcan a una cierta predecibilidad del

evento. Una vez delineado este proceso e identificados los llamados "factores de

riesgo", debe empezarse a pensar en cómo prevenirlo. (4, 5, 72) Finalmente, no

debe olvidarse la importancia de evaluar los programas o intervenciones de manejo

a fin de documentar su eficiencia y efectividad. Esto es de crítica importancia aun

cuando pueda resultar costoso, tome abundante tiempo y sea a menudo

políticamente comprometedor. ¿Es prevenible la violencia? Se ha dicho antes que el

proceso de socialización proveído por la familia, el entorno y los factores experienciales

de las diferentes etapas del ciclo vital, genera un "estilo de enfrentamiento" en

situaciones de estrés, abandono, asedio o conflicto cuya vía final común puede ser la

violencia. Trujillo (90) ha revisado recientemente este tema y ofrece perspectivas

útiles. Ya dentro de las primeras semanas de vida es posible detectar (y prevenir) en

el infante respuestas de rabia-ira a estímulos ambientales tales como la privación

de alimentos, la negligencia en cuanto a la higiene, la frustración retaliatoria por

parte de las personas a cargo de su cuidado, etcétera. En etapas posteriores del

desarrollo, la prevención puede ejercerse a través de la neutralización de conflictos que

den lugar a cualquiera de los componentes de la ecuación pelea-huida (fight-flight),

las ambigüedades cognitivas que provienen del manejo simbólico del lenguaje o de la

más activa relación con el mundo de los adultos. A estas alturas el niño debe empezar

a aprender técnicas de resolución de conflictos y aprendizaje en base a la

apreciación de las consecuencias de determinadas conductas. Más tarde la

integración de valores familiares con los que ofrece la experiencia escolar, la

coexistencia con coetáneos y la consiguiente "presión de los iguales" (peer


pressure), son oportunidades complejas pero críticas para acciones preventivas, por

ejemplo, la oferta de acciones "prosociales" o altruistas. Es en este período

adolescente cuando la caótica convergencia de numerosos factores hace de la

violencia quizás la más fácil, pero también la más peligrosa expresión de diferentes

situaciones anímicas o interpersonales.(24. 26) En etapas posteriores del desarrollo

(adolescencia tardía), la integración de los valores personales y la conciencia de

futuro contribuyen a la constitución de una tabla ética de importancia decisiva. La

estructuración de la personalidad pasa por una etapa de vigoroso narcisismo, de

cuyo desenlace dependen muchas de las conductas violentas o no violentas de la vida

adulta. Kohut(48) opinó que la agresión es el resultado de un desequilibrio

narcisista o una exagerada tendencia hipercontrolista. Es decisivo, por lo tanto, el

fomento de un diálogo sistemático sobre temas en los que la perspectiva individual tiene

que, por fuerza, confrontar áreas como el bien común, el derecho ajeno o el ejercicio

de la tolerancia. La interacción intensa con el sexo opuesto, la preservación del

ambiente, el respeto a la autoridad y a las leyes formales del corpus colectivo, el

establecimiento de la familia y el uso e impacto de los medios de

comunicación masiva pondrán a prueba el grado de madurez o inmadurez del

individuo y su nivel de proficiencia en la regulación de las tendencias agresivas o

violentas. En suma, la prevención primaria debe incluir desde un cuidado prenatal

integral (ya que es claro que conductas tales como las percepciones

distorsionadas, el razonamiento defectuoso, las destrezas psicomotoras y la

desregulación afectiva pueden deberse a problemas durante este período), hasta la

materialización de iniciativas de bienestar comunitario en áreas tales como la vivienda,

el empleo, la recreación y la vigilancia pública, pasando por actividades a nivel de

escuelas, centros de trabajo y la policía, identificación de grupos en riesgo y


educación masiva de la opinión pública. La prevención secundaria y terciaria debe

centrarse en los profesionales de la salud, los cuales deben recibir entrenamiento

intensivo en procedimientos de despistaje diagnóstico, evaluación clínica, referencia a

especialistas, reportaje al sistema judicial, desarrollo de programas clínicos

multidisciplinarios y manejo especializado de los perpetradores de actos violentos.

Tratamiento multidimensional Es evidente que el desarrollo de estrategias

multidisciplinarias para la reducción de la violencia deberá abarcar factores tales

como los bajos niveles educativos, la pobreza, el desempleo, el abuso de drogas

y el deterioro de la estructura familiar. En cierto modo, resulta más fácil articular

el enfoque bío-psico-sociocultural o multidisciplinario de la violencia cuando se

habla de manejo y tratamiento que de etiopatogénesis: 1) Existen drogas tales

como algunos anticonvulsivantes que reducen la impulsividad, la agresividad, la

irritabilidad y la explosividad, ingredientes importantes de la violencia.(98) Hay

incluso quienes postulan reemplazos o sustituciones hormonales e intervenciones

neuroquirúrgicas para controlarla en casos extremos. El avance tecnológico hace

elucubrar a muchos científicos respecto del uso futuro de la ingeniería genética en el

manejo de la violencia. Junto al carácter deslumbrante de estos logros se abre la

caja de Pandora de las implicaciones éticas de tales procedimientos. 2)

El manejo psicoterapéutico individual y grupal debe orientarse hacia la elucidación de

los conflictos en la vertiente biográfica, la edificación (o reedificación) de la tolerancia

a la frustración, el aprendizaje del autocontrol, el evitamiento de la gratificación

instantánea, la escucha empática, la provisión de compañías afectivas, la

internalización de la autoconfianza, la posible "recuperación del tiempo perdido" en el

proceso de maduración, el fomento de nuevos aprendizajes y experiencias positivas en

el área interpersonal.(84) 3) En el campo sociocultural a nivel micro se postula


la creación de equipos educativos multidisciplinarios que entrenen en la

resolución creativa de conflictos a nivel de escuelas, organizaciones sociales,

iglesias, centros de trabajo y sindicatos. A nivel macro, cambios en la mentalidad de

gobernantes y gobernados, control civilizado de los excesos de los medios masivos de

comunicación en la glorificación de la violencia, de modo tal que la libertad de expresión

no se convierta en un vertedero de demagogia ni que se vaya tampoco al otro extremo, el

de la censura pacata y fundamentalista. Debe buscarse pues el punto de

equilibrio entre la libertad personal o individual y el rol de las estructuras

sociales encargadas de regular y controlar el devenir colectivo. Estos elementos

polares se han movido rápidamente y han aumentado su poder hasta hacerse

mútuamente antagónicos y reaccionarios. Cuanto mayor es la exigencia de libertad,

más represivas son las medidas para restringirla. Cuanto más restrictivos los

controles de esa libertad mayor es la protesta y más grande la violencia como

vía final común de muchas situaciones. (37) La investigación y el futuro Se

considera que el estudio de los temperamentos, las dimensiones

caracterológicas y el correlato psiconeurobiológico de conductas tales como la

impulsividad, las alucinaciones o el enojo y la rabia entraña más promesas que

la investigación clínica de trastornos específicos de la nosología psiquiátrica. (56,

76) Se requiere igualmente una moderna tipología de la conducta

violenta, que englobe dimensional y correlativamente la forma, la frecuencia,

la motivación percibida, los cambios fisiológicos y el contexto sociocultural. La

investigación debe ser multidisciplinaria y debe ir más allá de la evaluación

epidemiológica local, regional o nacional e integrarse con estudios que relacionen

salud mental y la ley, la eficiencia de los servicios y el análisis de la efectividad

de las intervenciones clínicas específicas. La acumulación de datos en jurisdicciones


amplias (nacionales, regionales o internacionales) permite mejores comparaciones

contextuales entre conductas individuales y ambientes macrosociales. Finalmente,

los niveles de decisión política deberán reexaminar constantemente las normas

legales en relación con la violencia, el abuso de drogas y las asignaciones

presupuestales para las acciones aquí mencionadas. El poder judicial deberá

refinar sus definiciones y distinciones entre diversos tipos de violencia, utilizar

efectivamente el reportaje de las víctimas y su impacto en los

procedimientos de sentencia o castigo. Debemos tratar de cambiar desde abajo y

desde arriba los postulados de una cultura enamorada de la agresión y la

maldad, basada en lo que Prothero-Stith llama "el corazón de Rambo, el cerebro del

Exterminator y la ética de vivir sólo para el goce sensual del día",(70) el

inmediatismo carente de preocupación o interés por el futuro. Y ciertamente, no

pensemos que éste es sólo un problema local. La violencia ejerce su fascinación y su

influjo, usando mil máscaras y, por ello, nuestra responsabilidad en tanto que

profesionales de la salud mental es enorme. Como señala Max Hernández: "Para

poder alcanzar la capacidad de la contemplación trágica, para ser capaces de sentir

íntimamente el terror y la piedad, para descubrir en nosotros mismos la humanidad

y la compasión, es necesario tomar en cuenta la otredad y la diferencia... Pero no

podemos tampoco olvidar que la tranquilidad que sigue a la catarsis no es una

adquisición completa y definitiva. Sabemos que una paz duradera depende de la

aceptación de la existencia de aspectos amenazantes y amenazados,

aterrorizantes y aterrorizados, dañinos y dañados en cada quien y en los demás.

Sólo una conciencia permanente de la subjetividad y del valor de cada ser humano

puede hacer posible el desarrollo de las capacidades de preocupación, respeto

y cuidado por los demás que pueda llevar a transformar los sentimientos de
culpa y los remordimientos en auténtica responsabilidad".(40) Bibliografía 1. Ardrey

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Alcmeon 23 Año VIII - Vol 6 - Nº 3 - Noviembre 1997

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