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Capítulo dedicado al Utilitarismo del libro Ética, de Adela Cortina y Emilio Martínez

(Akal editorial), pp 78-79

I.3.4. El utilitarismo

El utilitarismo constituye una forma renovada del hedonismo clásico, pero


ahora aparece en el mundo moderno de la mano de autores anglosajones y
adopta un carácter social del que aquél carecía. El utilitarismo puede
considerarse hedonista porque afirma que lo que mueve a los hombres a obrar
es la búsqueda del placer, pero considera que todos tenemos unos sentimientos
sociales, entre los que destaca el de la simpatía, que nos llevan a caer en la
cuenta de que los demás también desean alcanzar el mencionado placer. El fin
de la moral es, por tanto, alcanzar la máxima felicidad, es decir, el mayor placer
para el mayor número de seres vivos. Por tanto, ante cualquier elección, obrará
correctamente desde el punto de vista moral quien opte por la acción que
proporcione «la mayor felicidad para el mayor número».

Este principio de la moralidad es, al mismo tiempo, el criterio para decidir


racionalmente. En su aplicación a la vida en sociedad, este principio ha estado y
sigue estando en el origen del desarrollo de la economía del bienestar y de gran
cantidad de mejoras sociales.

Fue un importante tratadista del Derecho Penal, Cesare Beccaria, quien en su


libro Sobre los delitos y las penas (1764), formuló por vez primera vez el principio
de «la máxima felicidad posible para el mayor número posible de personas»,
pero se considera clásicos del utilitarismo fundamentalmente a Jeremy Bentham
(1748-1832), John S. Mili (1806-1876) y Henry Sigdwick (1838-1900). En el siglo
XX ha seguido formando parte del pensamiento ético en pensadores como
Urmson, Smart, Brandt, Lyons, y en las llamadas «teorías económicas de la
democracia».

Jeremy Bentham expuso una «aritmética de los placeres», que se apoya en dos
principios: 1) El placer puede ser medido, porque todos los placeres son
cualitativamente iguales. Teniendo en cuenta criterios de intensidad, duración,
proximidad y seguridad, se podrá calcular la mayor cantidad de placer. 2)
Distintas personas pueden comparar sus placeres entre sí para lograr un
máximo total de placer.

Frente a él, J.S. Mili rechaza estos principios y sostiene que los placeres no se
diferencian cuantitativa sino cualitativamente, de manera que hay placeres
inferiores y superiores. Sólo las personas que han experimentado placeres de
ambos tipos están legitimadas para proceder a su clasificación, y estas personas
siempre muestran su preferencia por los placeres intelectuales y morales. De lo
que concluye Mill que «es mejor ser un Sócrates insatisfecho que un cerdo
satisfecho». A su juicio, es evidente que los seres humanos necesitan de más
variedad y calidad de bienes para ser felices que el resto de los animales.

La forma en que Mili concibe el utilitarismo ha sido calificada de «idealista»,


puesto que sobrevalora los sentimientos sociales como fuente de placer hasta el
punto de asegurar que, en las desgraciadas condiciones de nuestro mundo, la
ética utilitarista puede convencer a una persona de la obligación moral de
renunciar a su felicidad individual en favor de la felicidad común.

En las últimas décadas ha tenido éxito entre los cultivadores del utilitarismo
una importante distinción entre dos versiones de esta filosofía moral: 1) El
Utilitarismo del acto, que demanda juzgar la moralidad de las acciones caso por
caso, atendiendo a las consecuencias previsibles de cada alternativa. 2) El
Utilitarismo de la regla, que recomienda más bien ajustar nuestras acciones a las
reglas habituales, ya consideradas morales por la probada utilidad general de
sus consecuencias.

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