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ESTUDIOS DE HIS1DRIA ADRIANO PROSPERI

EL CONCILIO DE TRENTO
UNA INTRODUCCIÓN HISTÓRICA

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DE CANT.\IIRI,\
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Biblioteca Universidad de Cantebria

JUNTA DE CASTILLA Y LEÓN


0000481867
Consejería de Cultura y Turismo
Bl Concilio de Trento : una introdu 2008
68 EL CONCIUO DE TRENTO

los países ibéricos sino también en Italia. La solución adoptada en el plano


de los poderes consistió en reafirmar la decisión del Concilio Lateranense V
de confiar a los obispos y a los inquisidores locales el examen preliminar de
los libros que debían imprimirse.
En el frente doctrinal, prevalecía ahora la defensa de la ortodoxia en el
límite de una fractura teológica consolidada. Los años transcurridos habían CAPÍTULO VI
hecho aumentar la preocupación por la capacidad expansiva que la variante
calvinista de la Reforma revelaba cada vez más. Para responder en el plano de CUESTIONES DE REFORMA
la doctrina, se volvió a las elaboraciones precedentes que aún no habían sido
aprobadas definitivamente. Fue así como desde las primeras sesiones solero·
nes se pudo ratificar la definición de lo que había que creer sobre la eucarís·
tía y sobre el sacrificio de la misa. Ya en los borradores elaborados en tiem·
pos de Julio III se había perfilado la doctrina que vinculaba el sacramento de
la ordenación -es decir, la existencia de una ordenación eclesiástica- a la cele·
bración y administración d e la eucaristía y distinguía entre la fuerza expiato· En su célebre manifiesto A la nobkza cristiana de ttaci611 alemana sobre el
ria del sacrificio de Cristo aplicada a los cristianos en el bautismo y la repeti­ perfeccionamiento del estado cristiano (Anden christlid,en Adel dmtscher Nalion, von
ci.ón incruenta del mismo sacrificio en la misa para la remisión de los peca­ des christ/ichen Standes Bessenmg), Lutero había desencadenado un ataque vio­
dos cometidos tras el bautismo. Ahora, esta doctrina quedó fijada definitiva· lento contra la pretensión del orden eclesiástico de atrincherarse en sus privi­
mente y solemnemente aprobada. Pero toda la cuestión, como se ve, remitía legios separándose del resto de los cristianos; y que éste era su objetivo lo
al sacramento de la ordenación y en el trasfondo quedaba para los obispos el demostró asimismo más claramente cuando reaccionó a la entrega de la bula
problema de definir la naturaleza de su relación con el papado y los límites de excomunicación Exsurge Domine echando al fuego no sólo el texto de la
del poder papal. El problema era el de la obligación de residencia de los obis· bula papal sino, junto con él, dos otros textos mucho más gruesos: la Smnma
pos en sus diócesis: ¿derivaba directamente de Dios, o bien podía el papa Ange!ica, muy difundida enciclopedia de casos de consciencia de Angelo da
seguir distribuyendo sus dispensas de tal obligación a través de los organis­ Chivasso, y el Corpus Iuris Canonici. Era todo el sistema de justicia elaborado
mos de la Curia? Era la cuestión más grave y problemática que se había pre­ por la Iglesia en los siglos precedentes lo que se eliminaba de la perspectiva
sentado nunca, porque los obispos se resistian a los intentos de influir en sus del reformador y de sus seguidores. Ello significaba que ya no se reconocía a
d�cisi ones y hadan valer en este caso el deber de obedecer a su propia con· los miembros del clero ningún poder de «ligar las consciencias» y que se qui·
_
c1enc1a. taban de en medio las reglas de aquel derecho canónico que había puesto al
En el trasfondo estaba la demanda irresuelta de reforma d e la Iglesia: una cuerpo eclesiástico y -dentro de éste- al poder papal por encima de la ley
reforma que debía hacerse ante todo «in capite», resolviendo las cuestiones común.
que impedían la realización de la única función capaz a hora de justificar la Las consecuencias de esos actos fueron revolucionarias. Aun si los pode­
existencia de un cuerpo eclesiástico: la cura de almas. res políticos estatales no habían esperado a Lutero para avanzar en el campo
del cuerpo eclesiástico y de sus bienes con una política de acuerdo directo
con el papado (política de los concordatos), todo esto había dejado intacto el
principio formal de la autonomía y de la unidad supraestatal del cuerpo ecle­
siástico. Pero las fuerzas dominantes eran por un lado la estructura centrali·
zada de la Curia romana, por el otro la concurrente voluntad centralizadora
de los Estados. Qµien pagaba el precio era un cuerpo eclesiástico amplia­
mente seleccionado con criterios de fidelidad polftica (por los soberanos) o
de vínculos clientelares y cortesanos con el papado y, en consecuencia, indu·
ciclo a descuidar la propia misión de gobierno espiritual de las «almas», para
compensar al poder que Jo había escogido con actividades de otro tipo
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(diplomáticas, cortesanas, incluso militares). El ejercicio del gobierno «pasto­ Mientras tanto, el paso de una cultura predominantemente oral a una
ral» se delegaba a otros: la administración de los sacramentos se confiaba a cultura del libro ponía en crisis la hegemonía intele{:tual sobre las masas ejer­
capellanes poco preparados y mal pagados; el momento formativo de la pre­ cida hasta entonces por los predicadores. Los obispos, aun en los casos en que
dicación y el judicial de fuero interno (la confesión} o externo (la inquisición eran conscientes de sus deberes y estaban decididos a afrontarlos, no tenían
contra la herejía) se habían convertido en tareas casi exclusivas de los frailes, ningún poder sobre los frailes, a los que el papado había adoptado como ins­
a los cuales, como instrumentos propios, el papado había concedido grandes trumentos de una presencia directa propia en todo el mundo cristiano, con
privilegios. funciones de enseñanza (predicación) y de ejercicio del poder de juzgar
La asamblea de los obispos reunida para el concilio se encontraba, por (Inquisición) y de absolver (confesión). Por otra parte, contra esas pretensio­
tanto, de forma perfectamente natural, frente al problema de cómo restaurar nes de dirigir los comportamientos individuales y de gobernar las conciencias
dignidad, poderes y funciones del cuerpo eclesiástico, y de manera especial se levantaban las dudas y las protestas de una sociedad más segura de sus
del episcopado. A la dureza del ataque de Lutero se reaccionó con análoga capacidades para dominar el mundo, más inclinada al individualismo. La pre­
dureza; era conciencia común del cuerpo eclesiástico que estaban en juego tensión del mundo de los frailes de constituir una opción de perfección fren­
sus prerrogativas y sus privilegios. De hecho, fue precisamente la conciencia te a las formas de indisciplina, ignorancia y codicia difundidas en los con­
del peligro que gravitaba sobre sus cabezas lo que explica el tono violento de ventos suscitaba las ironías de intelectuales de gran prestigio, corno Lorenzo
la reacción antiluterana de la gran mayoría de los obispos, haciendo naufra­ Valla y Erasmo de Rotterdam («Monachatus non est pietas»). El espectáculo
gar desde el principio todo programa de conciliación. de frailes errando fuera de los conventos, a menudo auténticos aventureros
En el concilio se buscó hacer frente a la ofensiva volviendo a confirmar protegidos por sus privilegios y por dispensas adquiridas mediante pago a las
en el plano doctrinal todos los principios sobre los que tradicionalmente se complacientes autoridades de la Curia, a1imentaba el escándalo y la deman­
había apoyado aquella pretensión. Pero se era muy consciente de que la obra da creciente de una reforma de la Iglesia. El dinero lo podfa todo en Roma,
no podía limitarse únicamente a la vertiente doctrinal: debía afrontar tam­ donde a la Penitenciaría y la Dataría se las acusaba de esconder su codicia
bién el problema de 1a crisis de las instituciones eclesiásticas y de su adecua­ bajo un lenguaje evangélico y pastoral; de la grey cristiana -se decía- sólo les
ción a la transformación de la sociedad que, ya desde mucho antes del ataque importaba la lana para esquilmar (según el dicho: «Curia Romana non petit
de Lutero, se encontraba en el centro de las preocupaciones de tantos movi­ ovem sine lana»). El ascenso del papado y de su aparato central de gobierno
mientm de rt>forrna y había alimentado una riquísima literatura de proyectos había encontrado en los bienes de los que a lo largo de los siglos la piedad
y de agravios. La empresa no era fácil: la sociedad europea había vivido en religiosa había dotado a iglesias y conventos un depósito al que recurrir: con
los últimos siglos una transformación profunda en todos los aspectos, desde el mecanismo de la encomienda clientes y aliados laicos -los príncipes y la
las estructuras demográficas a las formas de vida y de pensamiento. El orden alta nobleza en particular- habían logrado echar mano a los bienes de anti­
eclesiástico no quedó irunune a la mutación: en él se acusaba la sed de ascen­ guas abadías. Los derechos sagrados reconocidos al clero, elaborados por la
so social y de enriquecimiento de la emergente clase patricia de las ciudades, cultura jurídica y teológica del cristianismo europeo, se transformaron en pri­
mientras seguía ofreciendo a 1a nobleza feudal títulos de poder y vías de colo­ vilegios con el aval interesado de los organismos centrales de la Curia. La
cación para sus hijos segundones. Los conventos femeninos se habían exten­ materia de los beneficios eclesiásticos era la que ofrecía el espectáculo más
dido desmesuradamente para hospedar y sustraer al mercado matrimonial las evidente y escandaloso: una muchedumbre de clérigos poblaba las universi­
hijas sobrantes, que amenazaban con el costo de las dotes el caudal patrimo­ dades y las emergentes cortes principescas, viviendo de las rentas de lejanas
nial de la familia. Estas instituciones, confiadas al gobierno de los frailes, parroquias, diócesis, abadías, cuyos cargos religiosos eran confiados a vica­
tenían la misión de proteger la castidad de sus miembros corno fundamento rios, capellanes u otros sustitutos, carentes de adecuada preparación, mal
del honor de la familia: obviamente, la relación entre las ramas masculina y pagados y por ello obligados a ejercer oficios no siempre dignos.
femenina de las órdenes daba lugar, en condiciones de virginidad for.zada, a Reformar la Iglesia podía significar muchas cosas diferentes: una seculari­
episodios escandalosos que hadan protestar violentamente a las familias con­ zación radical, que anulase su existencia como poder separado o superior, o
tra la ausencia de gobierno eclesiástico y alimentaban el desprestigio de la bien una revisión y una adecuación de sus formas de gobierno a la exigencia
opción monástica. Escritores como Chaucer (Canterbury Tales) y Boccaccio general de una espiritualización y de una adaptación de la oferta de servicios
(Decame1'<m) habían encontrado aht materia para representaciones de la socie­ religiosos. Pero también esta segunda forma más moderada de reorganización
dad que gozaron de gran predicamento. chocaba directamente contra la estructura de gobierno central de la Iglesia, sus
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exigencias financieras y las formas de su dominio. Como quedó enseguida de buena cultura y preparado de forma ídónea a la admjnistración de los sacra­
manifiesto por las listas de impedimenta residentiae recogidas en el concilio, en el mentos y a la celebración de la misa y de los otros ritos sacros. Convenía en
centro de 1a red de abusos que permitía al clero de las diócesis y de las parro­ particular que el nuevo clero fuera capaz de entender el latín. Y justamente
quias recaudar rentas sin eíercer sus deberes de gobierno espiritual estaban la el concilio fue el lugar en el que esa lengua conoció una victoria histórica des­
Curia romana y el sistema de dispensas venales con las que las normas canóni­ tinada a marcar a lo largo de la Edad Moderna la cultura religiosa de los paí­
cas quedaban totalmente vaciadas de contenidos. Pero todo intento de modifi­ ses católicos. El octavo capítulo del decreto sobre el sacrificio de la misa,
car esos mecanismos estaba condenado al fracaso, al igual que el proyecto (más aprobado en la sesión XXII (17 de septiembre de 1562), estableció que no era
tardío) de realizar una «reforma de los príncipes». La critica intelectual de los lícito el uso de las lenguas vulgares en la celebración; se permitía todo lo más
fundamentos del poder eclesiástico se asimilaba pura y simplemente a la here­ ilustrar en el curso de la misa de los días festivos el significado de lo que se
jía. Así ocurrió, por ejemplo, a quien prestaba oídos a la demostración hecha leía, con el fin de instruir al pueblo. Por tanto, la enseñanza precisa que según
por Lorenzo Valla de la falsedad de la supuesta «donación de Constantino», el el decreto estaba contenida en el rito debía resultar casi incomprensible. No
documento sobre el que se apoyaba el dominio temporal de los papas. había pasado mucho tiempo desde que, en 1513, Tommaso Giustiniani y Vin­
Aun así, se tenía clara conciencia de que la Iglesia podía mantener su cenzo Q!lerini habían aconsejado en su memorial (Libelltts) a León X que
hegemonía sólo mostrándose capaz de ofrecer a la sociedad transformada un impulsara el recurso a versiones en las lenguas modernas para facilitar al clero
modelo de gobierno de las almas a la altura de las exigencias. Se requería un y a los fieles el conocimiento de las Escrituras y de los ritos. La solución tri­
cuerpo eclesiástico dotado de buenos estudios, capaz de guiar a individuos, dentina fue, por el contrario, la de imponer al clero el estudio del latín, vetan­
familias y colectividades en sus opóones y en las prácticas de la vida cotidia­ do a los fieles las versiones en vulgar. Los años de la Reforma y de la guerra
na a la luz de la moral cristiana, distribuyendo la gracia mediante una orde­ de los campesinos no habían pasado en vano: el espectáculo de un pueblo
nada vida sacramental que hiciera sitio a las necesidades de legitimación del imorante que sacaba de la lectura de la Biblia motivos de reivindicaciones
o
mundo de los laicos: por ejemplo, al reconocimiento de la dignidad del matri­ políticas y sociales no podía sino endurecer el rechazo de un episcopado de
monio. El Concilio de Trente fue el lugar donde se contrastaron las experien­ orígenes patricios y con títulos feudales, habituado a considerar al pueblo
cias de los obispos y donde los problemas del gobierno religioso de la socie­ como una bestia irracional que había que gobernar por mandato divino con
dad fueron objeto de atenta reflexión. Por esta vía, por ejemplo, se llegó a la severidad adecuada. Más tarde se encontró una justificaci6n a esa opción en
medida más significativa e innovadora adoptada por el concilio: la reforma del la exigencia de proteger la majestad de la palabra de Dios y de los ritos
matrimonio, aprobada en la sesión XXIV (11 de noviembre de 1562). Más que mediante una lengua desconocida para la mayoría y capaz de envolver en su
la doctrina (los cánones doctrinales incluyeron el matrimonio entre los sacra­ misterio la sacralidad de lo que se realizaba sobre el altar: por tanto, se acep­
mentos y definieron su indisolubilidad, aprobando y legitimando en el plano tó la idea del latin como lengua sagrada". En realidad, este aspecto fue del
religioso el sentimiento natural de amor como fundamento de la sociedad todo extraño a los padres tridentinos; en cambio, les resultó familiar el espec­
conyugal) tuvo gran importancia el contenido de los cánones de reforma: con tro de la propaganda de la Reforma que se desarrollaba a través de las versio­
el decreto Tametsi se puso remedio a los matrimonios clandestinos (aun reco­ nes en vulgar de la Biblia. Ello bastó para que la exigencia de vulgarización y
nociéndolos válidos en cuanto fundados sobre el libre consentimiento), impo­ de aproximación del pueblo a la comprensión de textos y ritos pasara a segun­
niendo la obligación de celebrar el matrimonio ante el párroco («in facie eccle­ do plano y se difundiese, en cambio, la sospecha y la acusación de herejía
siae») tras haber reiterado en tres días festivos sucesivos el anuncio público de frente a quien sostenía opiniones diversas. Se siguió ese camino, de modo
la intención de casarse, a fin de evitar el peligro de la poligamia. La medida que en un segundo momento toda la literatura devota en vulgar quedó bajo
habría de tener consecuencias profundas: perfeccionando y aplicando las nor­ sospecha y fue retirada de la circulación y censurada. El papa Ghislieri, Pío V,
mas ya establecidas sobre la prohibición del matrimonio por debajo del cuar­
prohibió incluso decir el Oficio en vulgar: ,,en [lengua] fraliana, o en france­
to grado de parentesco tanto natural como e�piritual, el concilio estableció en
sa, o en alemana, o en cualquier otra vulgar,,u .
esa ocasión que eJ número de los padrinos a los que se permitía tener a los
niños en el bautismo no superase el Límite de dos, a fin de reducir el riesgo de
impedimentos en las comunidades pequeñas. 25 Entre estos, Michel de Mont,ignc en sus Emlis: lo observa F. WAQUET, u lalin º" l'm1pire
d'rm signe, XVl'-XX' síkles, Pads_. 1�98., p. 67.
Para todo ello, se requerla un cuerpo eclesiástico instruido adecuada­ . . . . . .
76 G. FRAGNITO, la Btbb/1a 111 volg11tt: lt1 cmmr/1 m;/�suzs11r11 e 1 wlgart:aammlt della Smt//mt
mente sobre las normas jurídicas y sobre los conceptos teológicos, dotado de (1471-1605), Bolonia, 1997, p. 56.
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Aun con los límites impuestos por preocupaciones defensivas similares, el control de los trabajos. No es casual que justo entonces estallara el con­
el modelo de Iglesia en el que pensaban los padres tridentinos recogía toda­ flicto más grave de toda la historia del concilio, justo sobre la cuestión clave
vía la herencia de las corrientes reformadoras preluteranas en la preocupación de todo programa de reforma: el deber de residencia de los obispos. La pro­
por una mejora moral e intelectual del clero secular, a fin de hacer más eficaz puesta de declarar tal deber de derecho divino, fuertemente apoyada por e1
su «cura de almas». Pero en este camino se encontraba un grave obstáculo ins­ episcopado español, buscaba r.ort�r de raíz toda posibilidad de conceder legí­
titucional y un aún más grave problema doctrinal. timamente dispensas en la materia por parte de los dicasterios romanos.
El obstáculo estaba constituido por los privilegios acumulados en el Se hace evidente así cuál era el problema doctrinal que se presentaba
curso de los siglos por el clero regular; eran privilegios ligados a las funciones ante los obispos en el concilio: se trataba de definir la doctrina del episcopa­
que las órdenes religiosas se habían visto confiar desde el momento de su do y la relación entre obispos y papado. En el plano teológico era un arreglo
nacimiento: el control de la ortodoxia y la comunicación de la doctrina ofi­ entre el sentido de su propia identidad de un episcopado llamado a tomar
cial al pueblo de los fieles, en los grandes ciclos de predicaciones como tam­ conciencia de sus deberes, pero también de su dignidad, y un papado cuyo
bién en el ejercicio de la confesión. La red de las grandes órdenes, extendida poder era atacado por los reformadores y acosado por las realidades políticas
por toda la cristiandad y dominada por el papado, había permitido alcanzar de los Estados modernos. La acritud del enfrentamiento fue extrema y para
con un mensaje uniforme y de segura ortodoxia a todo el pueblo cristiano, salir vencedor el papado necesitó toda la habilidad diplomática de sus lega·
�s<.:apando completamente al control de las autoridades ordinarias (obispos y dos (y en particular de Morone) y el empleo de nuevas y aguerridas fuerzas a
párrocos). Ahora que se hacía necesario refurzar la función de estos últimos su servicio, como los teólogos de la recién fundada Compañía de Jesús.
y reformar sus costumbres y su disciplina, había también que ofrecerles Como vio bien fra Paolo Sarpi, la onda corta de la reforma moral y discipli­
-junto a la obligación de predicar y de administrar los sacramentos- el modo nar del clero fue sobrepasada por la onda larga del proceso plurisecular de
de controlar el comportamiento de los religiosos como predicadores y curas afirmación del papado sobre todo el cuerpo episcopal. El eventual reconoci­
de almas. No se puede, por ejemplo, descuidar la importancia de un proble­ miento de la obligación de derecho divino de la residencia implicaba conse­
ma entonces sentido vivamente en las ciudades italianas como fue el de los cuencias radicales en la constitución no escrita de la organízación eclesiásti­
monasterios femeninos confiados al control de los religiosos de la misma ca: si se admitía que poder de ordenación y poder de jurisdicción sobre su
orden: frente a los escándalos que estallaban con frecuencia y las acusaciones iglesia se lo confería Dios directamente al obispo en el acto de la consagra­
de inmoralidad quf' recaían sobre el comportamiento de los frailes (para ción, ningún poder le quedaría al papado en tal materia.
extenderse a todo el clero) los obispos se encontraban sustancialmente priva­ La disputa sobre la cuestión de la residencia se resolvió de la única
dos de poderes para intervenir. Desde luego, la cuestión no se presentaba por manera permitida por las relaciones de fuerza reales, esto es, con la derrota de
primera vez y, en todo caso, no fue en Trento donde encontró una solución los partidarios del derecho divino; las consecuencias fueron decisivas sobre
definitiva. Tratada en el ámbito del decreto de reforma de la predicación, todo el cuerpo de las decisiones tridentinas en materia de reforma. En el cen­
aprobado en jumo de 1546, y retomada en la última fase (en la sesión XXIV), tro de éstas estaba la estructura ordinaria de gobierno territorial de la Iglesia
obtuvo una respuesta de compromiso que concedía alguna satisfacción for­ -obispos y párrocos- cuya función en general se quería robustecer y mejorar
mal a los obispos pero dejaba intactos los privilegios de las órdenes religiosas, su representatividad. Una densa serie de medidas revolucionó los mecanis­
instrumento demasiado importante en las manos del papado para que desde mos de formación y los sistemas de control sobre el clero secular: la institu·
Roma se pem1itiera que se lesionaran en algún modo sus prerrogativas tradi­ ci6n de los seminarios fue sólo una entre tantas27• El modelo eclesiástico pro­
cionales. Más que confiar un poder sólido en manos de los obispos, se prefi­ ducido por el concilio fue en buena medida nuevo respecto al que había
rió seguir la vía más tortuosa de reconocerles en determinados casos la potes­ dominado la sociedad cristiana de los siglos precedentes: caracterizó la Igle·
tad de actuar como titulares de un poder delegado por la Santa Sede apostó­ sía católica para toda la época posterior. Si en la sociedad de la Baja Edad
lica, frente a miembros de órdenes religiosas (que quedaban así exentos de la Media los límites entre laicos y eclesiásticos habían ido desapareciendo gra­
potestad ordinaria de los obispos mismos). Un cuerpo conciliar formado por dualmente (piénsese por ejemplo en la incierta frontera entre los laicos y
pocos obispos, casi exclusivamente italianos, como el del primer período, no
pudo de ningún modo modificar las relaciones de fuerza al respecto. Las
cosas cambiaron en la última fase de vida del concilio, cuando una fuerte par­ 27 Véase una excelente revisión en el ámbito de una reconstrucción puntual dd caso de
ticipación española y francesa hizo mucho más dificil para 1a Curia romana Siena: Chiesa, chierici, sncerdoti: dero e scminan· i11 Italia Ira XVI t XX stcolo, ed. M. Sangalli, Roma, 2000.
76 EL CONCILIO DE TRENTO CUESTIONES DE REFORMA 77

todos aquellos que vivían con la simple tonsura de las rentas de un beneficio punto capital. A partir de diciembre de 1562, los partidarios del deber de resi­
eclesiástico), ahora se restablecieron drásticamente: afirmado solemnemente dir lo sostuvieron en virtud del derecho divino (i11.s divinum) sustrayendo así
el carácter sacramental indeleble del orden sagrado, unas severas reglas impu· al papado como principio toda posibilidad de limitarlo o de suspenderlo. La
sieron límites de edad y controles sobre la preparación para los candidatos, batalla se libró con particular vigor por los obispos ibéricos, guiados por el de
uniformidad y reconoscibilidad inmediata en la vestimenta y en los compor­ Granada, Pedro Guerrero, y por Bartolomeu dos M;\.rtires, obispo de Braga;
tamientos para todos los miembros del cuerpo clerical. Los instrumentos de pero tuvo notable importancia asimismo la actitud combativa del grupo de
control y de gobierno ya existentes y experimentados esporádicamente antes obispos franceses llegados a Trento bajo la guía del cardenal de Lorena. Jus·
de Trente se retomaron y se hicieron sistemáticos: por ejemplo, los registros tamente este último propuso una fórmula que, aun no hablando explícita­
para controlar la praxis sacramental de los fieles dentro de la parroquia, con­ mente de «derecho divino», afirmaba que «los obispos son puestos por el
vertida en la célula base de todo el edificio. Sobre el clero parroquial, la vigi­ Espíritu Santo para guiar la Iglesia de Dios en la parte por la que han sido lla­
lancia del ordinario diocesano debía ejercerse mediante la inspección perió­ mados». A las resistencias romanas se respondió desempolvando la tesis de la
dica de la «visita pastoral». Sínodos provinciales y sínodos diocesanos, que superioridad del concilio sobre el papa. La escisión fue profunda y se acen­
tenían que celebrarse regularmente cada poco tiempo, debían convertirse en tuó por la intervención personal del emperador Fernando I, que el 3 de febre­
las sedes fundamentales para el ejercicio de las funciones legislativas y de ro de 1563 escribió al papa dos letras, una pública y formal, la otra personal,
gobierno de la Iglesia. Un edificio de este tipo se apoyaba evidentemente en para exhortarlo a hacer su deber de pastor de almas y a dejar que el concilio
la presencia regular en las diócesis de obispos preparados y con autoridad: de decretara la obligación de residencia de los obispos decidiendo también si tal
ellos dependía la transmisión hacia arriba -el papado- y hacia abajo -los obligación era de precepto divino.
párrocos y, mediante ellos, los laicos- de todo lo que la sociedad cristiana así El estado de tensión que la iniciativa creo en Roma y en Tren to fue altí­
estructurada demandaba para su funcionamiento. simo: parecía levantarse la sombra de una iniciativa imperial frente a un papa
Ahora bien, para impedir que esto sucediese estaban justamente los que no estaba a 1a altura. Las tres mayores potencias que pennanecían fieles
poderes ejercidos por el gobierno central de la Iglesia mediante los oficios de a Roma -Francia, España y el Imperio- estaban de acuerdo en un punto
Curia. Los mismos obispos, primeros beneficiaros del sistema, eran bien esencial y podían poner al papado ante el hecho consumado si llevaban ade­
conscientes del hecho de que no era tan conveniente ni posible reestructu· lante su iniciativa. Estaba en juego la misma autoridad papal sobre la Iglesia.
rarlo en sus fundamentos. Sólo se podía modificarlo superficialmente, sin La crisis se resolvió por la mediación del nuevo cardenal legado enviado
destruirlo. Antes del inicio de la última fase del concilio, Pío IV -sabiendo al concilio por Pío N: el cardenal Giovanni Morone que, hábil y consuma­
que había que hacer algo en este sentido- delegó en algunos prelados y car­ do diplomático, gozaba de la confianza del emperador. Sin encerrarse en
denales la reforma de la Cámara, de la Penitenciaria y de la Dataría: eran los Trento, acudió a la corte de Femando I y en una serie de encuentros obtuvo
dicasterios del sistema que gobemaba la hacienda, administraba la justicia y del emperador una sustancial retractación de la amenaza de imponer al papa
distribuía los beneficios. Pero el papa confió la reforma a los jefes mismos de una solución al problema de la reforma o incluso un concilio imperial. Des­
los oficios, y esto «hace ver que no pensaba en intervenciones radicales»28• bloqueada la situación en el plano político, la partida en el concilio se reve­
Ante el continuo esquivar la demanda de reforma «in capite,,, fue en Trento, ló más fácil de lo previsto. En la solemne sesión del 15 de julio de 1563, sép·
en la discusión sobre el decreto relativo a la obligación de residencia de los tima de esta fase y vigesimotercera de todo el concilio, los decretos propues­
obispos, donde el problema eclesiológico de la relación entre episcopado y tos por los legados fueron aprovados sin dificultades; la ordenación era reco­
papado surgió dramáticamente, amenazando con bloquear los trabajos y nocida como un sacramento, la jerarqlúa eclesiástica como un ordenamiento
hacer fracasar toda la empresa. Si los obispos no podían gobernar sus dióce­ querido por Dios por encima de los fieles, cuyo sacerdocio universal, si no
sis se debía a la praxis curial que limitaba y obstaculizaba su ministerio. Los negado teóricamente, se reducía a fórmula genérica. En la definición de las
proyectos de reforma presentados en nombre del emperador Fernando y por razones de la superioridad del obispo respecto al simple sacerdote y de su
los portavoces del episcopado francés habían llamado la atención sobre este relación con el primado papal, los decretos no profundizaban demasiado el
análisis; así, al afirmar la obligación de la residencia se declaraba que era un
mandato de Dios, pero no se llegaba hasta la afinnaci6n del ius divinum que
28 H. Jeo1N, Historia dtl Concilio de Trmto, trad. cast., Pamplona, 1972-1981, TV/1, p. 148. era particularmente caro a los españoles. La división del concilio sobre la
Alain Tallon ha observado que •une dcstruction totalc du systeme• e.ra imposible, por ra1.oncs polí­
ticas, económii;as y sociales (Le Condle de Trmtt, París, 2000, p. 69).
cuestión doctrinal, en todo caso, era evitada. En los artículos de reforma
78 EL CONCIUO DE TRENTO CUESTIONES DE REFORMA 79

tomaba cuerpo la significaúva demanda de vincular la preparación del clero En este punto, el concilio se encaminó decidida y casi precipitadamen­
a la frecuencia de escuelas en las iglesias catedrales. El modelo en el que se te hacia su conclusión. El papa, tras haber barajado hipótesis de suspensión
habían inspirado Los padres tridentinos era el de un proyecto elaborado por en el momento de crisis más grave, ahora que el escollo se había superado

¡
quería que se terminase cuanto antes. El momento estaba bien escogido: la 1
el cardenal Reginald Pole para el sínodo londinense de 1556, en el curso de
representación de los obispos en Trento no había sido nunca tan numerosa

1
la efimera restauración católica inglesa: Pole había hablado de la escuela que
tenía en mente definiéndola como un vivero (seminarium). De ahí debía gene­ (en la sesión de julio participaron hasta 236 obispos, en su inmensa mayoría
ralizarse en lo rncesivo el término «seminario». Pero quedaba totalmente sin italianos pero con presencia significativa de españoles, portugueses y france­
definir la cuestión de cómo dar cuerpo a aquellas escuelas: el concilio fijó ses). Estaban ausentes los obispos alemanes, una ausencia que por ella misma
únicamente el sistema de financiación sobre los bienes de las iglesias. En demostraba lo poco que se había tenido en cuenta en el concilio la situación
cuanto a qué enseñar y con qué profesores, la respuesta era dificil. En la prác­ de Alemania. Pero ahora había que concluir: e l rumor de una enfermedad del
tica, fue el modelo del Colegio romano de los jesuitas el que se impuso y a papa aceleró el proceso de conclusión. A costa de una intensa actividad diplo­
la Compañía de Jesús se dirigieron muchos obispos para obtener profesores mática se logró el consenso del emperador y se limaron las resistencias del
capaces de preparar a los futuros eclesiásticos en la ciencia de los casos nece· cardenal de Lorena, cabeza de la delegación francesa. Resueltas de algún
saria para administrar las confesiones y, más en general, en el conocimiento modo (un «compromiso» lleno de debilidades, segúnJedin)2' las cuestiones de
del latín y de fa. teología. la refom1a de la Iglesia con los documentos aprobados en las sesiones XXIII
El ordenamiento diseñado por el concilio fue el de una Iglesia que tenía y XXIV, se dedicó una última sesión a una puntualización doctrinal final
en el centro de su restaurada dignidad el deber de la «cura de almas,>. Un clero sobre materiales de primer plano e11 el conflicto con los protestantes: la vene·
bien preparado, controlado en el momento de la consagración y periódica· ración de los santos, las imágenes y el Purgatorio. En estos tres casos, las doc­
mente inspeccionado por el obispo, debía administrar la vida religiosa de su trinas aprobadas por el concilio consolidaron el muro erigido contra las tesis
pueblo llevando una cuenta precisa y verificable mediante el uso de los regis­ de la Reforma protestante: relanzaron con vigor contra toda tendencia ico·
tros parroquiales: aquí, en particular, debían anotarse el bautismo y el matri­ noclasta el recurso a las imágenes devoras; reconocieron la validez de la inter­
monio, pero se debía también tener en cuenta en general la vida sacramental cesión de los santos y, sobre todo, sancionaron la doctrina de la autoridad de;
de los laicos. la Iglesia incluso sobre las almas de los difuntos en el Purgatorio. Q!:ledaban
Pero, rn el momento en que se disolvió el concilio, se había hecho muy en suspenso materias fundamentales: la redacción de un catecismo católico,
poco para garantizar la condición fundamental de la •reforma tridentina», la formación de un índice de libros prohibidos y la respuesta a los obispos
esto es, la residencia de los obispos: el modelo dominante de obispo en los alemanes que solicitaban la concesión del cáliz a los laicos. Tareas compro­
países católicos -y en particular en los Estados italianos- seguía siendo el de metidas y embarazosas, que se prefirió dejar a otros y en particular al papa.
un hombre de corte y de negocios, empleado en actividades diplomáticas, El 4 de diciembre de 1563, en una concurrida y emotiva ceremonia, el
políticas o militares, o bien mantenido en la corte con funciones de alta buro­ cardenal Morone pudo decretar solemnemente concluídos los trabajos. El
cracia y de lucimiento cultural. Las rentas de las mesas episcopales siguieron Concilio de Trento habla terminado. Los padres conciliares habían definido
distribuyéndose a título de recompensa por méritos de fidelidad política o de doctrinas, reordenado normas, elaborado propuestas; quedaba únicamente
servicios rendidos a pontífices y soberanos, con el efecto inevitable de difi­ que todo cuajara en la realidad.
cultar la aplicación de aquella obligación de residencia ratificada por conci­
lio. Si antes del concilio los casos de abandono de la corte para hacer efecti­
va la residencia en las diócesis fueron sumamente raros y debidos a circuns­
tancias excepcionales, después de Trento las cosas no cambiaron mucho. No
es casual que el modelo más célebre de prelado postridentino estuviera repre­
sentado por Carlos Borromeo, convencido solo por motivos de conciencia
para abandonar su posición de cardenal nepote y la dirección de los asuntos
políticos del papado para trasladarse a la sede de la archidiócesis de Milán: la
l9 •La reforma eclesiástica decretada en las dos últimas sesiones del concilio dejaba en lo esen·
sensación causada por esta decisión dice mucho sobre la dificultad de hacer cial intacto el sistema curial formado en la baja 'Edad Media [ ..• ] Lo que usualmente se denomina
efectivos los modelos de comportamiento que el concilio había plamficado. "reforma tridentina" fue por lo pronto sólo una posibilidad, no una realidad• (o. cit., lV/2, p. 281).
VIII CAPITULO

LA APLICACIÓN DE LOS DECRETOS DE REFORMA

El papado que acaparaba el poder de interpretar los decretos tridentinos


era también la única fuerza interesada en poner en práctica sus indicaciones.
Los protestantes de Alemania se habían negado formalmente a reconocer el
concilio desde el otoño de 1562, y no se podía esperar de los calvinistas una
actitud más favorable. Tras el breve paréntesis de la restauraci6n católica de
María Tudor, la Inglaterra de Isabel I se alejaba definitivamente de la Iglesia
de Roma. En cuanto a los Estados católicos, la voluntad de aceptar y aplicar
los decretos era todo menos obvia. Aparte de los Estados italianos, que no
tenían ni la fuerza ni el interés de negar la adhesión al concilio, los soberanos
católicos de Europa no se podían considerar automáticamente comprometi­
dos a reconocer y aplicar las decisiones tridentinas. No sirvió de mucho en tal
sentido la astucia diplomática de Morone, que intentó, una vez clausurado el
concilio, hacer ratificar formalmente los decretos por los representantes de
los diversos Estados con actas notariales regulares: los embajadores de Portu­
gal, del Estado veneciano, del emperador, del rey de Polonia y de los duques
de Sabaya y de Florencia fumaron sin dificultades, mientras que el represen­
tante del rey de España se negó a hacerlo y los del rey de Francia no lo hicie­
ron por estar ausentes. Pero una ratificación diplomática de ese tipo no ataba
las manos en Jo más mínimo a los verdaderos titulares del poder. Por ello, el
problema se trató seriamente tan sólo en el momento en que desde Roma, en
el verano de 1564, partieron las invitaciones a los Estados europeos a recibir
formalmente el texto de los decretos y a comprometerse a obrar en favor de
su aplicación.
Los soberanos de Portugal y de España, paises que debían su identidad
al aglutinante religioso, estuvieron entre los primeros en reconocer oficial­
mente los decretos tridentinos y darles vigor de ley. Ritos solemnes de cele­
bración acompañaron la lectura pública de la bula papal, en las catedrales
repletas, en presencia de soberanos y cortesanos. El texto de los decretos, en
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88 EL CONCIUO DE TRENTO LA APUCACIÓN DE LOS DECRE OS DE REFORMA 89


T

la e �ición auténtica remitida desde Roma, se tradujo enseguida a las lenguas sión religiosa en términos que quitaban al emperador todo poder en tal sen­
nacionales y se transmitió oficialmente al clero, requiriendo su observancia y tido. Nació entonces un derecho religioso imperial que garantizaba la tole·
prometiendo la ayuda del brazo secular. Desde las capitales de los dos gran­ rancia de confesiones diversas: el papa Pablo IV, implicado en el conflicto
des imperios coloniales, los decretos atravesaron los océanos y llegaron por con España (en virtud del cual su sobrino Cario Carafa había incluso ofrecí·
la vía más rápida al clero y las autoridades de los virreinatos y de los domi­ do una alianza a los príncipes protestantes), evitó condenar esa novedad revo­
nios extraeuropeos. Particularmente entusiasta fue la acogida reservada a los lucionaria. Así, en la Dieta de Augsburgo de 1566, se discutió sobre el conci­
decretos en Portugal por el cardenal infante don Enrique, regente en nombre lio clausurado poco antes, pero por iniciativa de los estados imperiales pro·
del joven rey Sebastián: desde aquí se cüo noticia hasta al rey del Congo, en testantes que presentaron una relación de gravamina. El documento se abría
el contexto de las relaciones oficiales existentes entonces entre las dos dinas­ con una larga impugnación teológica del papado y de las doctrinas aproba­
tías33. Procedimientos análogos se siguieron en los Estados italianos y en Espa­ das en el concilio y se cerraba renovando al emperador la invitación de Lute­
fia. Felipe II puso algunas limitaciones, pero en el enorme imperio español, a ro a proceder a la convocación de un concilio de la nación alemana para apli­
ambas orillas dd Atlántico, el patronato regio sobre la Iglesia no creó obstá­ car la refonna del pueblo cristiano. Los estados imperiales católicos replica­
culos a la aplicación de los decretos. ron con escritos de sentido opuesto y todo tenninó ahí: el emperador Maxi­
En cambio, ni Francia ni el Imperio habsbúrgico recibieron formalmen­ m.iliano II (1564-1576) necesitaba ayuda para hacer frente al avance turco en
te los decretos conciliares: en estas dos áreas las reiteradas tentativas de obte­ Hungría y tenía el máximo interés en confirmar las cláusula� <le la paz de
ner la sanción oficial de éstos por los poderes políticos toparon con persis­ 1555, siquiera para poner en dificultades al príncipe elector del Palatinado
tentes negativas. En Francia, la regente Catalina de Médicis nombró una que había introducido el calvinismo en el Imperio. El cardenal legado Gio­
comisión de cinco juristas que redactó sobre la cuestión un parecer negativo: vanni Francesco Commendone convocó entonces una asamblea separada de
las tradiciones galicanas y las divisiones religiosas hacían desaconse¡able una los estados católicos y les propuso, con un discurso muy elaborado y emoti­
implicación decidida de la monarquía en esa dirección. Las resistencias a la vo, recibir los decretos conciliares de carácter doctrinal y de reforma. Los tres
aceptación formal, demandada asimismo por la bula papal de aprobación, órdenes deliberaron por separado y concluyeron con una respuesta afirmati­
e �tuvieron dictadas por consideraciones de diverso tipo, religiosas pero tam­ va. Por esta vía poco oficial, pues, el Tridentino hizo su ingreso en la situa­
bién y sobre todo políticas. El jurista Charles Dumoulin dio voz a la disi­ ción alemana; el papado, ante la línea de comportamiento seguida por la
Ut:nüa rdigiusa calvinista, pero también a la defensa de la autoridad de la autoridad imperial (formalmente católi,:i), se limitó a disimular. Sólo en el
monarquía y de los privilegios de los cuerpos de la sociedad fr ancesa, en su siglo siguiente, ante el resultado de la guerra de los Treinta Años, la actitud
Conseil sur ltfiiict du concite de Trente; recibiendo y reconociendo los decretos romana carnbi6 y se pasó a las protestas públicas y airadas. Pero de hecho el
tridentinos, Francia se convertiría en «un país de obediencia papal», anulado Imperio mostró su nueva identidad ya en esta fecha: con una inflexión his­
de golpe «no sólo el poder soberano del rey, sino también la autoridad de los tórica significativa, el de Trento fue el primer concilio que no fue aceptado
Estados de Francia, las libectades y los derechos del pueblo y de la Iglesia gali­ por el Imperio cristiano.
cana». Un soberano católico no podía dejar de tener en cuenta el tipo de rela­ Q!¡edaba el papado como la única fuerza determinada a aplicar las deci­
ciones que se habían establecido entre la monarquía y las iglesias. De hecho, siones de Trento. <Cómo actuó para lograr este objetivo? La cuestión es evi­
la introducción de los decretos tridentinos conoció una única admisión for­ dentemente inseparable de la de la interpretaci6n que eo Roma se dio del
mal: la tardía recepción por parte únicamente de la asamblea del cl ero en los concilio: es fácil imaginar hasta qué punto predominaron en esa interpreta­
fütados Generales de 1614. ción las formas y las instancias de control jerárquico y las necesidades de
Algo parecido ocurrió en el imperio habsbúrgico, donde las divisiones lucha contra la herejía. En todo caso, en Roma se dio un fuerte y decidido
religiosas internas bloquearon la vía de la aceptación oficial del concilio1._ La impulso a la aplicación del concilio. La razón es sencilla: mediante la acep­
paz religiosa de Augsburgo, e n 1555, había sancionado el principio de la divi- tación de los decretos del Concilio de Trento, confirmados y hechos suyos
por el papado, pasaba asimismo el reconocimiento del poder romano de
gobierno sobre todo eJ mundo católico, por encima de las fronteras de los
33 Cf. M. CAETAN?,:Recep��o e eiu:cu�ao.dos decretos do Concilio de Trento cm Portugal•. Estados nacionales. Como bien comprendió fra Paolo Sarpi, aquello que se
Rrou. t�f Far11/dadt dt D1m1o dt1 Umvmufadt
_ dt Luboa, 19 (1965), pp. 7-87, en particular p. 11, nota.
' éase, so re Wc aspecto, el ensayo de K. REPCEN, •Impero e Concilio (1521-1566)•, en // había temido se revelaba ahora como el medio más eficaz del centralismo
Y !'
. . d, Trmto, ti modm,o, ed. P. Prodi y W. Reinhml, Bolonia. I 996, pp. 55-99.
Co11C1ho romano. En este marco se situaron las iniciativas romanas dedicadas al com-
°'i

90 EL CONCILIO DE TRENTO LA APLICACIÓN DE LOS DECRETOS DE REFORMA 91

plemento de la obrada que el concilio había dejado interrumpida. La asam­ garantizado) se insinuaron en la manera en que en Roma se llevaron a cabo
blea conciliar había confiado al papado una labor específica de complemen­ esos legados del concilio; esto es algo particularmente evidente en el caso del
to sobre tres problemas que no se consiguió resolver a tiempo antes de la catecismo, que se publicó en 1566 con el título de Catechism:,s ex decreto Conci­
clausura: el Índice de los libros prohibidos, el catecismo y la reforma de los lii Tridentini y fue conocido con el mucho más elocuente (aun si geográfica­
libros litúrgicos. Otra labor complementaria, no prevista, fue la redacción de mente contradictorio) de Catecismo romano del Concilio de Trento. Nacido con el
la Pro.fessiofidei tridentina. No se trataba de añadidos desdeñables: en la expe­ propósito de ofrecer una alternativa válida a toda aquella diversa literatura cate­
riencia colectiva de la época postridentina, la obra del concilio se identificó quística de principios del siglo XVI, buena parte de la cual había sido segada por
generalmente justo con estos tres puntos que el concilio no había tratado el Índice de Pablo IV, algunos padres conciliares lo habían concebido como un
pero que fueron realizados en su nombre. texto breve y sencillo, inspirado en modelos erasmianos; en la redacción reali­
La cuestión de la censura como instrumento de lucha contra la difusión zada por una comisión de tres dominicos se convirtió en una auténtica suma
de ideas protestantes estaban en el orden del día. La obra de la Inquisición y el teológica de fuerte cuño tomista. En cuanto a la Pro.fessiofidei, el concilio la dis·
clima de guerra religiosa sin cuartel contribuían a ello; por otra parte, las enor­ cutió en mayo de 1563, proponiendo que obispos, párrocos, abades y otros
mes dificultades suscitadas por el Índice de Pablo IV por su drástica e indiscri­ eclesiásticos, antes de la provisión de su beneficio, debieran prestar juramento
minada violencia ante la circulación de libros reclamaban una intervención recitando un breve texto (en el que, quizá a sugerencia de los obispos france­
conciliar. A los legados les habían llegado súplicas como la de Francesco Mau­ ses, se insistía en la doctrina de la presencia real con evidente sentido antical·
rolico, que proponía no sólo la eliminación de todos los libros de autores sos­ vinista). Pío IV promulgó un juramento bastante más amplio (14 de noviem·
pechosos, sino también un programa de ediciones romanas de una biblioteca bre de 1564) que desde entonces formó parte de las ediciones de los decretos
de autores ortodoxos35• La guerra de religión, entretanto, seguía resonando en tridentinos y se hizo obligatorio no sólo para obispos, abades, priores y párro·
las salas del concilio, el cual, sin embargo, no osaba invadir ámbitos ya ocupa­ cos en el acto de la asunción de su oficio, sino también en un gran número de
dos por la iniciativa papal por medio de instrumentos extraordinarios como la ocasiones: de modo particular, el juramento de la fórmula de fe estuvo presente
Inquisición. La demanda de formas de uniformización ideológica y ritual tales en el mundo universitario, como parte integrante de la graduación. Además, se
que permitieran el reconocimiento de las partes en conflicto tampoco encon­ recurrió a él, en general, para empleos públicos como los de médico o maes·
tró respuestas satisfactorias por parte del concilio: si es superfluo recordar la tro. La Pro.fessiofidei era tridentina en el sentido de que resumía todas las doc·
importancia negativa de un instrumento como el Índice de los libros prohibi­ trinas afirmadas por el concilio, pero era también romana en cuanto se con·
dos, no hay duda de que no tuvieron un peso menor, en la percepción de los cluía con la promesa de obediencia a la sede romana y al papa. En el marco de
contenidos positivos del catolicismo postconciliar, ya la liturgia renovada, ya las confesiones de fe que caracterizaron toda la época -justamente definida por
ese catecismo y esa profesión de fe a los que se llamó sumariamente «tridenti­ ello como «edad confesional»- representó la variante católica del nuevo mode­
nos» sin que hubieran sido producidos por el concilio. Preocupaciones de tipo lo de pertenencia religiosa y eclesiástica. Frente a las confesiones precedentes y
contrarreformista (en el sentido del control de la ortodoxia con una fuerte coetáneas, desde la «augustana» de 1530 a la «reformada» o calvinista, resalta la
carga de sospecha hacia todo aquello que no respondía a un modelo único y coexistencia en la católica de la exposición analítica y consciente de las doctri·
nas y el principio sintético de la obediencia al papa: fue sobre todo este segun·
do elemento el que se hizo dominante, por ejemplo en las abjuraciones de los
JS El erudito siciliano registraba la novedad de la situación: había que combatir no sólo here·
jes individuales sino territorios enteros (•magna oppida et ingentes provinciae»). Y observaba asi·
procesados por herejía. La fórmula sintética «Credo quod credit Sancta Mater
mismo que desde los Abruzas se había difundido la «peste» de la lectura de Erasmo, Melanchton, Ecclesia» se impuso como la forma más simple y eficaz para anular toda duda
Zwinglio y otros herejes alemanes, a quienes definía como auténticos •antropophagi», presentes no sobre las tentaciones del subjetivismo en materia de fe.
sólo con sus obras sino con prefacios y ediciones de textos ajenos; su propuesta, indicativa del dima
que llevó a las ediciones romanas de Paolo Manuzio, era que se convocaran a Roma hombres cloc· Esta acentuación de los aspectos de uniformidad jerárquica y doctrinal
tos, y con �l!os los 1i1ejores impresores, y se procediera a la impresión de todo aquello que se refi· presente en los complementos romanos a la obra del concilio no se debía úni­
nera a los ntos sagrados, a la educación y a la histo.ria sagr.ida (•ad cerimonias, et ad morurn insti· camente a la particular óptica de la sede papal, sino que dimanaba también
tuta, quae ad sacras historias•). F. MAUROUCO, «Ad reverendissirnos Tridentinae synodi legatos et
antistites», en Sica11icar111n remm comptttdium sive Sica11icae historitlJI libri sex, Ludguni, surnptibus Petri de la profundización de los conflictos religiosos, cada vez más sensibles res·
Vander, s.d., pp. 322-323, citado por M. R. Lo FORTI! SCIRPO, «Franccsco Maurolico: autobiografia pecto a los años del inicio del concilio. Es algo que se advierte, por ejemplo,
e sa _Pienza alla fine del Medioevo», en I.:a111obiografia ne/ Mediof.'IJO, Atti del convegno storico inter­
naz,onale, Spoleto, 1998, pp. 307-330, esp. p. 318. Sobre Maurolico véase R. MOSCHEO, Francesco
en lo que es ciertamente el fruto más tardío de los debates tridentinos: la revi­
Maurolico Ira Ri11asci111ento e scimza galt1eiana: materiali e rictrd1t, Messina, 1988. sión de la Vulgata, publicada en 1593 y denominada Vulgata Clementina. Se
92 LA APUCACIÓN DE WS DECRETOS DE REFORMA 93
EL CONCIUO DE TRENTO

había hablado del asunto en el concilio desde 1546, en el contexto de pro­ con prerrogativas particulares. Si el nuncio era el instnunento de transmisión
puestas fuertemente innovadoras en materia de predicación y enseñanza del de las directivas romanas y de control sobre su aplicación, a sus espaldas exis­
cristianismo. Se planteó entonces asimismo la redacción de un catecismo que tían organismos centralizados para el gobierno de tales materias: para Alema­
fuera �n instrumento de iniciación a una teología positiva y no litigiosa, nia, operaba una «congregación alemana» instituida por Pío V.
embebida profundamente en los textos evangélicos y bíblicos. Este era el Pero en esos mismos años era toda la forma del gobierno de la Iglesia
modelo hacia el que los padres tridentinos querían orientar la predicación, católica la que sufría un replanteamiento general, más adecuado al carácter
adhiriéndose a las tendencias erasmianas y evangélicas del primer siglo XVI. ahora alcanzado de auténtica monarquía papal: si la acción del papado se
Para el catecismo, ya se ha visto que la realización fue distinta de esos prime­ ejercía en el plano diplomático mediante las nunciaturas, sin distinguir las
ros proyectos; la Biblia no corrió mejor suerte. La Vulgata Clementina, si materias políticas en sentido estricto de las de naturaleza eclesiástica y reli­
materializó una exigencia del concilio, lo hizo en una situación en la que la giosa (como la aplicación de los decretos tridentinos), una transformación
Biblia había salido totalmente de la experiencia religiosa del catolicismo: la análoga se producía en el sistema central de gobierno de la Iglesia: en lugar
rígida prohibición de las Biblias en vulgar del Índice de Pablo IV {1599) y del del consistorio como órgano supremo, en el que el papa figuraba como pri-
de Pío IV (1564), la más general sospecha hacia toda forma de recurso a las 1nus interpares, se erigió un sistema de congregaciones que dividieron y absor­
Sagradas Escrituras no mediada por el cuerpo eclesiástico y -en último lugar bieron el trabajo de los cardenales, coll.vertidos así en una especie de alta
pero nu mt!no� importante- el descrédito teológico del evangelismo del pri­ burocracia con fum:iunes Je racionalización y despacho de una gran masa de
mer siglo XVI, extirpado mediante el empleo sistemático de la Inquisición, asuntos. El sistema de las congregaciones pareció definitivo y oficial en 1588,
habí�n hecho de la Biblia una especia de objeto peligroso, que había que cuando Síxto V (bula Jmmmsa aeterni Dti, 22 de enero) reorganizó de tal
mampular con mucha cautela. Q!ie la propaganda calvinista se apoyase en la modo toda la Curia romana: en las quince congregaciones entonces formali­
difusión de Biblias en vulgar para la conquista de tierras católicas es un sín­ zadas no es fácil distinguir las que se debían ocupar del dominio temporal del
toma de esta situación. papado de las que tenían reservados los asuntos eclesiásticos, y aún más difi­
En cuanto a los instrumentos creados o al menos utilizados por el papa­ cil resulta distinguir aquellas que de algún modo tenían relación con la apli­
cación de los decretos tridentinos. El entrelazamiento temporal-espiritual
� º pa :'1 la a�l!cación del concilio, los más significativos fueron los de tipo polí­
t1co-d1plomat1co. En el plano politico, como hemos visto, se habían encon­ aparecía inextricable, mientras la normativa tridentina cumplía la función de
trado las mayores dificultades para la recepción de los decretos tridentinos: p11ntn de referencia general, o más bien de cañamazo sobre el que tejer una
F�lipe II había dejado a salvo explícitamente sus derechos reales al aceptar ofi­ cantidad exorbitante de intervenciones y decisiones, con el efecto de conjun­
cialmente los decretos (1564), mientras que en Frncia a
el rechazo estuvo moti­ to, desde luego no previsto ni deseado por los padres tridentinos, de desau­
vado por la exigencia de evitar cesiones en materia de derechos y «libertades torizar a las iglesias locales y de fundar la supremacía romana.
galicanas» tradicionales, que quedarían disminuidos por el reconocimiento del El modelo romano y la iniciativa papal no fueron, desde luego, la única
vía de aplicación de que dispusieron los decretos tridentinos a partir de la
�ª!:'ª como «obispo de la Iglesia universal». Aquí la oposición fue tan fi rme que segunda mitad del siglo ll.'Vl. Había también un trayecto diferente, que fue
umcamente en 1615 la asamblea del clero de Francia admitió oficialmente los
decretos, tras recibir la enésima negativa por parte de la monarquía de proce­ seguido por muchos y que puede ejemplificarse por el comportamiento de un
der a la publicación oficial de los mismos. El doble movimiento por el que'el prelado galicano, el obispo de Verdún Nicolas Pseaume. Apenas verificada la
papado romano tendía a configurarse como una monarquía temporal y los clausura del concilio. Pseaume suscribió sus actos y partió a su diócesis
Estados territoriales tendían al control directo de la administración de la vida donde, el 23 de enero ·de 1564, predicó al pueblo para ilustrar la obra del con­
religiosa alejaba a ojos vista las posibilidades de entendimiento en este terreno. ciljo, celebrando inmediatamente después el sínodo diocesano preV1sto por
Por ello se comprende bien la tendencia romana a apoyarse en instrumentos los decretos tridentinos. Comportamientos de este género fueron más bien
de tipo precisamente político-diplomático, entre los cuales había uno funda­ numerosos en los países católicos. El obispo de Braga, Bartolomeu dos Már­
mental, el de las nunciaturas: a la red diplomática que ya existía y que hacía de tires, convocó un concilio provincial en 1566 al que sometió un memorial de
Roma un centro diplomático de importancia mundial, se añadieron nuevas gran amplitud". Acffiaciones análogas perfilan la línea fundamental de la
nunciaturas con misiones específicas de coordinación y de impulso para la
�plicación de los decretos tridentinos y la penetración religiosa. En Alemania, 36 Mtmoriats pMa o S. Conál. Brtuarmu Prouincuú, que pub/Jco11 o R.-16r Dom.ftry 8arrholomt11 dos
¡unto a la nunciatura ordinaria, se erigieron otras dos, en Colonia y en Graz, Márltrer(1566), editado en Outorio Dominiuwo Porll(gUls, Bartholomcana Monume.nta TI, Opono, l972.
94 El. CONCILIO Dé TRENTO LA APLICAClÓN DE !.OS DECRETOS DE REFORMA 95

«reforma tridentina», que se confió a l a obra de hombres como éstos, que tra­ entre la elaboración de las iglesias locales y la sede papal. Tras el concilio, el
_ desarrollo del derecho pontificio se hizo en detrimento de la produccíón
du¡eron los decretos en instituciones y uniformizaron -diócesis por diócesis
y, a veces, parroquia por parroquia- los comportamientos de sus pueblos legislativa de los sínodos díocesanos19• Mientras los poderes romanos interve­
según las reglas fijadas en Trente. Sin embargo, caracterizar de manera uni­ nían fuertemente sobre la vida de las iglesias locales, a los obispos se les nega­
forme como «reformadores» a todos los agentes de aplicación de los decretos ba totalmente la posibilidad de emplearse en la reforma de la Curia que el
conciliares no ayuda a comprender y a distinguir, sino que lleva más bien a concilio se había limitado a considerar deseable.
confundir un clero de funcionarios obedientes a directivas generales llovidas Si esto sucedía en las pequeñas realidades de los Estados italianos, no
del cielo con aquellos que se movieron como ejecutores convencidos de un me11os complicadas eran las situaciones en las que debieron actuar los obis­
modelo de vida religiosa que, por el contrario, se fundamentaba en las insti­ pos de los Estados mayores de la Europa católica. Los protagonistas tridenti­
tuciones de la iglesia local. El cuadro de conjunto que los estudios existentes nos de la defensa del poder y de la dignidad del obispo debieron experimen­
permiten delinear todavía tiene lagunas y resulta fragmentario; pero no hay tar al volver a sus diócesis lo poco que el concilio había modificado la situa­
duda de que existen casos individuales significativos, como los ya recordados. ción. Entre aquellos que se habían expuesto más en la discusión del verano
Particularmente conocidos y estudiados son los de san Carlos Borromeo en de 1563 sobre las relaciones entre obispos e inquisidores, figuraban los espa­
Milán y de Gabriele Paleotti en Bolonia, protagonistas de una tentativa de ñoles Pedro Guerrero y Pedro González de Mendoza, así como el portugués
vitalizac1ón de las instituciones diocesanas a partir de aquel modelo de obis­ Bartolomeu dos Mártires; gracias a su actuación se obtuvo el reconocimien­
po-pastor, preparado y residente en la diócesis, que se había evocado repeti­ to del derecho de los obispos de absolver en el foro penitencial del delito de
damente en Trente. El obispo, más que el suspicaz guardián de la ortodoxia herejía, un punto capital que se tomaban muy mal la Inquisición española y
de la «grey» o el eficiente b urócrata fiel a directivas de otros, era en estos casos Felipe II'º. Una vez vueltos a su patria, debieron rendír cuentas a los poderes
(o aspiraba a serlo) el punto de referencia de la vida religiosa colectiva, el ani­ a los que habían desafiado y alcanzar en cada momento los compromisos que
mador y el guía paternal de los fieles, el protagonista de una conquista de las permitían los equilibrios de fuerzas. En el contexto italiano, particularmente
almas3': lo que no significa que se olvidase la función de protección de la significativa fue la tentativa de Carlos Borromeo de revitalizar la institución
ortodoxia, que de hecho cobró en la obra de Carlos Borromeo aspectos de de la provincia eclesiástica. La trayectoria de este cardenal nepote, que había
no�able dureza. Pero el acento puesto sobre la importancia de la figura del gobernado desde Roma el último periodo del concilio y que luego, converti­
obispo llevaba a rolerar mal la imposición de las exigencias del poder políti­ do en arzobispo de Milán, habla aplicado la norma lridenlina de la obliga­
co central, fuera el español en Milán o el papal en Bolonia. Son célebres las ción de residir personalmente en la diócesis, ofreció entonces un modelo de
controversias entre Carlos Borromeo y el gobernador español en materias que gran eficacia de cómo se podía entender y realizar la propuesta tridentina.
iban del poder jurisdiccional del tribunal episcopal al gobierno de la morali­ Más tarde, su canonización habría de hacer ejemplares sus virtudes morales
dad colectiva. Pero incluso en Bolonia, en la relación entre el obispo y un personales, contribuyendo a poner entre paréntesis lo que en su experiencia
p�pado que tenía plenitud de poderes espirituales y temporales, el primero se de gobierno episcopal había llevado a conflictos con el centralismo romano:
_ con ello la obra legislativa y de gobierno volvía a circunscribirse al marco de
vio obligado a luchar por conservar un poder autónomo de gobierno de la
diócesis. En vano recurrió Paleotti a la Congregación del Concilio en la con­ la provincia eclesiástica. Junto a los sínodos diocesanos, los concilios provin­
troversia que lo oponía al capítulo de la catedral en materia de aplicación de ciales se hizo que funcionaran corno instrumentos de un gobierno de la Igle­
los decretos del concilio mismo: la apelación de los canónigos a Ruma y la sia no dominado exclusivamente por la cúspide romana.
intervención del gobernador mostró que incluso en el Estado de la Iglesia El análisis de las trayectorias institucionales de este modelo de reforma
había «impedimentos grandes» para el obispo que quería únicamente hacer tridentina no puede considerarse todavía completo; no hay duda, no obstan­
«su oficio»31 • Existían todavía menos posibilidades para revitalizar la relación te, de que hombres como Borromeo, Paleotti, Guerrero, Barto]omeu dos

l? Véas la ir.i rtante investigación de W. DE BOER, Tbe Co11q11es1 eftht So11l: Co1!fe,sio11, Dis­ 39 Cf. !de.m, •Note sul problema della genesi del diritto della Chiesa post-tridentina nell'eta
. . � � moderna•, en Leggee Vangelo, Brescia, 1972, pp. 191-223.
c,plmt and P11blzc Odtr 111 Co1111ter-&formatirm Mifa11, Leiden, 2001.
l& De una carta de .Paleotti a monseñor Giovanni Ba1tista C3Stelli, 19 de diciembre de 1569 40 Cf. S. PASTORE, ,Roma, il Concilio di Tm1to, la nuova lnquisi1.ione: alcune considera2io­
(cf. P. Paom, // Soumno Pontefict: 111, corpo, dl(t a11i111t: la monard1ía papa/e i11 ria 11rod1ma' Bolonin' ni sui rapporti tra vescovi e inquisitorí nella Spagna del Cinquecento•, en L'fru¡uisízionr e gli storici·
1982, p. 279; pero vifase todo el cap. VII. pp. 251-293). 11n canlim aperlo, Atti dei Convegni Lincei, n. 0 162, Roma, 2000, pp. 109-146.
T
96 EL CONCILIO DE TRENTO

Mártires (de Martyribus) y otros tuvieron en mente un modelo de Iglesia fun­


1 LA APUCACIÓN DE LOS DECRETOS DE REFORMA 97

mización religiosa en presencia de minorías j udías y musulmanas. Las visitas


dado sobre los obispos como pastores y jueces de sus feligreses, instalados de diocesanas se consagraron en medida semejante al control de la práctica cató­
forma estable en sus sedes y capaces de una acción eficaz, esto es, estricta y lica y a la identificación de los «judaizantes», los conversos a �a fuerza que vol­
despiadada, contra herejes y brujas, pero también contra pecadores públicos, vían a la antigua fe. La imposición de rituales y comportamientos uniformes
capaces en suma de ejercer una severa disciplina colectiva. Pero precisamen­ y la prohibición de practicar costumbres tradicionales (por ejemplo en los
te en nombre de su propia autoridad sagrada tendían a interponerse los tri­ _ _
ritos matrimoniales) estuvieron en la raíz de largos conflictos; en Espan�, por
bunales de la Inquisición, que respondían a autoridades centrales y actuaban ejemplo, provocaron el estallido de la reacción de comunidades de monscos.
con reglas jurídicas y procedimientos burocráticos. Hombres de este tipo no En los Estados italianos las situaciones variaron mucho de un lugar a
tuvieron una relación fácil con los representantes de las autoridades centrales otro, pero en general puede decirse que la disensión doc�rinal es�uvo más pre­
de sus Estados, ya fueran el rey de España o el mismo pontifice, justamente sente aun si no alcanzó nunca los caracteres que conoció Francia durante las
p orque las razones de los gobiernos centralizadores ignoraban las prerrogati­ guerr�s de religión. El fin de las guerras de Italia y el sólido predominio espa·
vas episcopales y tendían a lesionar derechos y privilegios tradicionalmente ,
ñol bajo el signo de la unidad católica bloquearon e l desarrollo de los 11ucleos
reconocidos al gobierno eclesiástico local. Conflictos particulares los opusie­ de disidencia, ya fuera por agotamiento, ya por la eliminación fisica de indi­
ron a emisarios e instrumentos de la triunfante centralización papal, como los viduos y de comunidades enteras. Procesos y ejecuciones liquidaron la comu­
visitadores apostólicos o las nuevas o renovadas órdenes religiosas. En efeclo, nidad reformada en Faenza, .una auténtica guerra llevó a la destrucción de las
a estas últimas se les abrían nuevas posibilidades de acción a medida que el comunidades valdenses de Calabria y a la eliminación violenta de sus miem­
papado se arrogaba la tarea de interpretar y aplicar los decretos tridentinos. Si bros; en ambos casos las autoridades eclesiásticas y las estatales obraron con­
la reforma tridentina había tenido su núcleo inspirador en el principio de la certadamente en la fase de la represión. En lo sucesivo, sin embargo, corres­
«cura de almas» ejercida por el clero secular preparado y residente, la ampli­ pondió al gobierno dioce�ano Y a la Inquisición vigílar las. áre!s sospech�sas
tud de los problemas de la Iglesia católica y en particular del papado en la _ .
e implwtar las formas tndentmas en lugar de las sup��1��s . En el . �lima
Europa de finales del siglo XVI devolvió actualidad al muy diferente modelo cambiado, la acción capilar de los tribunales de la Inqu1S1c1on se asocio a la
representado por las órdenes religiosas como instrumento privilegiado de _ _
obra de restauración y reforzamiento de las instituciones parroqmales Y d1�­
intervención. Si unos siglos antes habla sido el turno de franciscanos y domi­ cesanas, aproximándose a la formación de una red de control y de adoctri­
nicos, esta vez fue la Compañía de Jesús la estructura capaz de dejar su na.miento. Los registros parroquiales permitieron verificar los eventuales
impronta sobre toda la Iglesia: elevada preparación cultural, formación segun incumplimientos de las obligaciones sacramentales (la confesión y comunión
un modelo único, dedicación y espíritu misionero, capacidad de penetración anual el bautismo de los niños). Las diferencias fueron muchas. Otro fue el
en los niveles elevados de la sociedad y, sobre todo, plena y total disponibi­ caso de las campañas de la Italia meridional, donde la red parroquial triden­
lidad a las órdenes del papa fueron las características que aseguraron su éxito. tina tuvo escasa eficacia por la presencia de la tradicional institución de las
Aun así, en este terreno nuestros conocimientos son aún incompletos: «iglesias receptoras»'3, mientras dominaron allí las órdenes religiosas Y sus ini­
los mecanismos puestos en práctica por la Iglesia después del Concilio de _ ,
ciativas devocionales; otro fue el de la Italia central y la padana. Segun algu­
Trente fueron muchos y muy diferentes entre sí, además de estar diversa­ nos, el catolicismo tridentino se prese11tó entonces bajo una apariencia nueva
mente adaptados a las distintas realidades. En España, en Portugal y en Italia, e impuso una fuerte modificación al cristianismo tradicional del campo;
el impacto de los modelos de gobierno episcopal y la aplicación de las nor· según otros, se trató de un auténtico avance misionero en tierras vírgenes den­
mas tridentinas fueron más eficaces que en Francia, donde únicamente a lo tro de Europa, donde el cristianismo no había penetrado nun�a. Y don�e
largo del siglo >.'VJI se desarrolló la acción del episcopado según modelos de sobrevivía una religión foll<lórica de ascendencia pagana; esta ultima tesis,
«reforma pastoral» que se pueden retrotraer al modelo de san Carlos Borro­
mea41 . Pero los problemas que debieron tratarse variaron mucho de país a
país: en España y en Portugal la disidencia doctrinal en el sentido de la Refor­ 42 Para Facnia véase F. I..ANZONI La (;q,rtrorifarma nrfl.a citlti e 1/iowi di F11t111A, Faenza, 1925;
ma fue escasa, mientras que tuvo mucha gravedad el problema de la unifor- sobre el uirgo episodi¿ de los valdenses �e Calabri.a, cf. ahora la im�ortantc investigación de P. $CA­
P.AMELLA, J.:l11q11isizio11t romana t i Vá/&st dt Caiflbna (1 �S4-l 70J), Napo!cs, l 999.
43 La cJ,iesa ricellizia estaba dotada por tas fam,has donurumtes de la co_mumdad, qu� �oloca­
ban en ellas como sacerdotes a sus propios miembros y decidían su nombram,ento Y de�os1c1ón; cf.
41 C( P. BROUTI N, La reffonm pastora/e m Fra,m 1111 XY/1 siiclr: rrchtrcbe sur la traditíon p,utorale
1
G. DE ROSA, •Per una storia della parrocchia ncl Mezzogiorno•, en ídem, Chuu1 t rtlrgiottt popo/ar,
aprrs lt amcil, de Tmrrt, París, 1956. 11tl Mrzzogiomo, Bdri, 1978, pp. 21-46.
98 EL CONCIUO DE l'RENTO LA APLICACIÓN DE LOS DECRETOS DE REFORMA 99

grata a los historiadores católicos, permite sostener una visión triunfalista de mentas de registro y control de los registros parroquiales, a veces mezclados
un cristianismo que evangeliza progresivamente áreas nuevas y poblaciones con los diarios y cr6nicas de las realidades locales'6• Pero la realidad del con­
antes olvidadas, en una marcha histórica que no conoció pausas o cambios traste entre el modelo uniformizador de la religión ofici:il y las prácticas y los
de ruta. La realidad fue, desde luego, más complicada, no sólo en Europa sino rituales de la vida de las comunidades de antiguo régimen queda revelada
también en los mundos extraeuropeos, donde la confrontación con las otras sólo en mínima parte por las actas de visita : investigaciones cuidadosas han
religiones impuso selecciones, adaptaciones y modificaciones que cambi aron desvelado la riqueza de las prácticas religiosas y su importancia para descifrar
a su vez el aspecto del catolicismo tridentino. los, conflictos de poder local tal como se inscribían en el �consumo de lo
La historia de la aplicación del Tridentino se ha estudiado sobre todo a sagrado»"'.
través de una fuente: las actas de visita de las diócesis. Se trata de documen­ También en el caso de las visitas pastorales fue decisiva la asunción por
tos conservados no sólo para el mundo católico sino también para el protes­ parte del papado de la función de hacer efectivos los decretos tridentinos.
tante. Sin embargo, la interrogación de estas fuentes se ha desarrollado de Como hemos visto por las discusiones conciliares, la solución dada a la cues­
manera más bien unilateral, centrándose predomi11antemente en el área cató­ tión del derecho divino de la obligación de residencia y a la de los impedi­
lica y en la época tridentina, a la luz de la idea de que existió una reforma tri­ mentos al ejercicio de tal obligación había dejado a los obispos en una situa­
den tina y que su rasgo dominante fue la pastoralidad. El carácter repetitivo y ción de debilidad frente al fenómeno de las exenciones respecto a la autori­
tendencialmente uniforme de los registros de vmta ha hecho posible la ela­ dad del ordinario : gran parte de la realidad diocesana escapaba a su jurisdic­
boración de repertorios y recopilaciones y de lecturas comparativas de los ción, desde los poderosos capítulos catedralicios a las órdenes religiosas. Las
datos.... Naturalmente, el problema principal es el de no limitarse a las infor­ soluciones a las que se recurrió consistieron en buscar ayuda en los poderes
maciones registradas como si se tratara de una reproducción exacta de la rea­ superiores, el del papa o el del soberano temporal, para obtener que las
lidad, sino intentar comprender sobre qué objetos se posó la mirada del visi­ estructuras eclesiásticas locales se ajustaran a una norma. Los lazos con las
tador eclesiástico y por quéº . Y un hecho resulta ahora evidente: la mirada monarquías nacionales se hicieron así aún más estrechos. En la relación con
del obispo, en la primera fase más próxima al concilio, se concentró general­ la Santa Sede, los obispos obtuvieron a su vez el título de «delegados de la
mente sobre todo en la parte eclesiástica de l a realidad, el clero, su prepara­ Sede Apostólica», gracias al cual pudieron superar las dificultades y las resis­
ción, los paramentos sacerdotales, las iglesias. Mientras, el clero parroquial, tencias planteadas por los exentos. El otro medio empleado por el papado
siguiendo el impulso venido desde arriba, cambiaba su cultura, se p1eparaba para la aplicación del concilio fue el de nombrar visitadores "apostólicos tt,
a los exámenes para obtener los beneficios o para superar los controles en esto es, enviados con poderes extraordinarios por Roma. Las visitas apostóli­
ocasión de las visitas episcopales y empleaba sistemáticamente los instru- cas se emplearon sistemáticamente durante el p ontificado de Gregario XIII.
La historia del catolicismo tridentino, justo porque, en ciettos aspectos,
es historia de larga y muy larga duración, enlra s ólo en mínima parte en el
44 Ha progresado mucho la invesúgación pJra Francia, donde la concentración de las fuen­ ámbito de la época del concilio. La sistematización dogmática y disciplinar
tes ecl�siástic.is en archivos estatales ha hecho posible un Rlperloire du visites pastoralts dt la FranCt, ed. que entonces se puso en pie respondió a las necesidades de la relación, a veces
O. Julia y M. Venard, l.' serie, París, 1977-1985; véase también M. FROESCHú-CHOPARD, Atlas tlt la
R{fonn, past-0rak m Frmia de 1550 a 1790: lu ivlques m ,mires dam les dioc,m, Parls, 1986. En Alema­ conflictiva, con las iglesias y las tendencias de la Reforma, elaborando un uni­
nia, 1� emprc�a �a procedido con mayores dificultades y con diverso planteamiento: cf. kp(rtori11111 verso doctrinal que proporcionó el instrumento p ara definir la identidad del
der K1rchmvm1arro11sakim des 16. und 1 7.jahrln111dtr1J a1,s Archiw11 der B1mdtmp11blik D,utsdJland, cd. catolicismo moderno; pero sobre todo rediseñó el perfil social del eclesiásti­
E. W. Zceden, P. 111. Lang tt al.• Stuttgan. 1 982 ss. Má• dispersa resulu la ,ituarió n i,�li••�. tloude,
sobre todo por impulso de Gabriele De Roia, se ha seguido la vla de la reproducción integral de las co como miembro de un cuerpo que se distinguía de los otros por el hábito
fuentes o de su regcsta mh o menos amplia. Así, se han impreso, en particular, las visitas de Giovan y por la severidad obligatoria de sus costumbres y era capaz de oponerse a las
Matteo Giberti (Rifom1a prt1rídtn1i11a della diowi di �1011a, cd. A. Fasani, Verona-Viccnza, 1989) y
muchas otf2S de la edad medieval al siglo XIX, recogidas en d 11maunts EcdtJian,m lraluu, ed. E.
Massa y G. De Rosa, Roma, 1966 ss. Pero se han emprendido también ouas iniciativas y se avanza
cada vez más en la práctica de la informaúzación de los datos: para un examen de método, cf. Fonti 46 Algunos cjrmplos ce esta confusión se encuentran sobre todo en la fase iniciJI: véanse los
udcsiturirhe per la storia sociak e religioJ« d'Europa: Xl'·XVfll seco/o, ed. C. Nubola y A. Turchini, Bo[o­ diarios de D. TARIW, No11zu del Cinq11amto, ed. D. Pctríni y T. Petrini, Locam?, � 993, Y �e G.
n_i?, 1999. Aún J?�S dispersa entre diversos estudios e iniciativas resulta la situación de la invest1ga­ MAGl'II, // diario dtl Pieva110 Giro/amo Magni: vita, drv0ziom t ar:, J11lla 111011tag,1a p1s/ouse tul C111q1u­
aon sobre las v��,ta� _e� !=-;P•ñ.a r P�rtugal: observaci�nes importantes a este propósito en A M. un10, cd. F. Falletti, Pisa, 1999. . . .
HESPANHA, Da ms/Jlla a duap/ma : ltxtos,podere pobttca no @ligo regimt, Coimbra, l989. 47 Es esta la propueHa aislada y original que ha hecho A. TORRE, /l comumo _d�• �tVOz10111: rd,­
45 Cf. D. BAllATn, Lo sg11ar® ,M ws,ovo: visita/orí e popolo in 1ma piCllt svizura titila diomi di gior.t , com11nita ntlk c11111pag,1t dell:Ancitn Rigi111e, Venecia, 1 995. Véase ahora, pam S1t1ha, L. SCAUSI,
Como: Agrto, XVI-XI:( secofo, Comano, 1989. Ai piedi dtll'all«re: politica e conjlitlo rtligioso ne/la Sicilía d',1,l 111odmi11, Roma, 2001.
100 EL CONCILlO DE TRENTO

exigencias de los poderes estatales. A este cuerpo eclesiástico se le confió la


tarea de garantizar el consenso con la presencia capilar y cotidiana en la vida
del pueblo cristiano: un pueblo compuesto ahora por «feligreses», laicos liga­
dos por la identidad de fe y por la obediencia al gobierno eclesiástico. Mode­
los e ideas de la elaboración conciliar propiamente dicha estaban destinados
a replantearse en la historia moderna de la Iglesia católica con acentos diver­ CAPITULO IX
sos según los contextos y los problemas: en la edad del absolutismo ilustra­
do, por ejemplo, la crisis de la p enetración romana a través de las órdenes reli­ LOS SACRAMENTOS TRIDENTINOS
giosas y la intervención en materia eclesiástica de los poderes estatales, asi Y LOS RITUALES SOCIALES
como el predominio de una idea de religión y de devoción reducidas a los
límites de lo razonable, llevaron no sólo a la disolución de la Compañía de
Jesús (1774) sino también a la reaparición de la figura del obispo como magis­
trado encargado del gobierno de los pueblos.
En cuanto a Italia, la época del concilio se cerró en lo sustancial en los
primeros decenios del siglo XVII <.:uamlo, desaparecidos los últimos testimo­
nios y herederos directos de la fase conciliar propiamente dicha, se agotaron, Los historiadores -incluidos, y especialmente, los de la Iglesia y de la vida
aun entre las minorías de visionarios, místicos y disidentes, los últimos resi­ religiosa- se han habituado a considerar el tiempo como una variable de múl­
duos de esperanza de un «verdadero» concilio cristiano capaz de traer la paz tiples dimensiones. Hay aceleraciones y retrasos en el cambio; recobran actua­
religiosa. Se trata de una expectativa y de un sentimiento que remiten a la lidad formas antiguas que se creían desaparecidas. Y sobre todo hay pluralidad
duración histórica de la idea de concilio, que -como para otras representa­ de tiempos. Una cosa es el tiempo breve de las decisiones de los poderes, otra
ciones y otras palabras cargadas de valores simbólicos (por ejemplo, la de el modo en que el ritmo de la vida social las acoge e interpreta. A ello hay que
Cruzada)- fueron mucho más vastos e indeterminados que el episodio histó­ añadir el hecho de que, en una idea cristiana de la historia de la Iglesia como
rico concreto del Concilio de Trento. Sobre éste, entre tanto, con la redac­ degradación y desviación de la fonna perfecta de los orígenes, las innovaciones
ción de la Historia de Sarpi y su publicación en Londres por parte del exili�­ del siglo XVI se concibieron y presentaron como restauración de la «forma» ori­
do Marcantonio de Dominis, se abría la empresa del conocimiento histórico. ginaria, esto es, como retomo a lo antiguo. Esto es lo que hicieron Lutero, Cal­
vino y los otros reformadores y esto hicieron asimismo las autoridades eclesiás­
ticas del mundo católico. La legitimación de lo nuevo consistió generalmente
en presentarlo como destinado a sustituir una «modernidad» negativa para vol­
ver a los orígenes apostólicos de la Iglesia y a sus fundamentos escriturarios.
Pero el proceso de adaptación y de modificación de las instituciones y de
las prácticas fue el que detenninó el significado histórico de las definiciones
doctrinales y de las normativas elaboradas por reformadores de todo tipo. Sólo
un estudio comparado de las instituciones y de los rituales puede iluminar la
naturaleza real de las mutaciones que entonces marcaron la historia del cris­
tianismo occidental. Tan sólo recientemente los historiadores de la Reforma
protestante han emprendido investigaciones sobre la forma en que las ideas de
los reformadores dieron cuenta de las resistencias de las tradiciones e implan­
taron en los rituales las novedades de sus propuestas, modificando los ritos del
bautismo, de la comunión, del matrimonio, de la confesión, etc". En el plano

48 Cf. S. K.�RANT-NUNN, n1t &farmation ofRitual: an l,1tcrprttation ofEar/y Modnn Genna11),


Londres-Nueva York, 1997.

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