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¿Debemos creer en

el Big Bang ...?

Pablo G. Ostrov
Hace unos años, los medios de comunicación informaron sobre un importante
descubrimiento relativo a la teoría del ``Big Bang''. Durante un breve tiempo se
publicaron artículos que, con éxito dispar, intentaban echar algo de luz sobre el tema.
Pocas veces se expuso claramente qué fue lo que se descubrió. Comencemos entonces
por el final:

En 1989 la NASA puso en órbita un satélite, el COBE (Cosmic Background Explorer)


para tratar de medir irregularidades en la ``radiación de fondo''. Esta radiación (también
llamada ``radiación de 3 grados Kelvin'' o ``Eco del Big Bang'') no es más que ondas de
radio que vienen de todas direcciones y es conocida desde 1965, año en que fue
detectada por primera vez con un receptor de microondas.

Así como el detective verifica la identidad de un individuo comparando sus huellas


digitales, las irregularidades en la radiación de fondo brindan al astrónomo datos sobre
la historia primitiva del Universo; específicamente sobre la época en que comenzaron a
formarse las galaxias. Como estas irregularidades son muy pequeñas, no había sido
posible medirlas desde la Tierra debido a la atmósfera y a las interferencias, por eso la
NASA envió un satélite para detectarlas desde el espacio.

Podemos ahora preguntarnos qué tiene que ver todo esto con el Big Bang.

Después de haber elaborado la teoría de la Relatividad General, Einstein se propuso


utilizarla para tratar de entender cómo era el Cosmos. Sus cálculos indicaban que el
Universo no podía ser estable: debía estar expandiéndose o colapsando. Como Einstein
creía que el Universo era estable, propuso la existencia de una fuerza opuesta a la
gravedad que permitiría que el Universo fuera estacionario. Por su parte el físico y
matemático Alexander Friedmann siguió trabajando en el camino correcto, aceptando
las consecuencias de la Relatividad General y elaboró, ya en 1922, modelos que
describían al Universo en expansión.

La visión que teníamos del cosmos hacia principios de siglo nos ubicaba formando parte
de un sistema achatado que contenía todas las estrellas. En 1924 el astrónomo Edwin
Hubble descubrió que ciertos objetos astronómicos conocidos entonces como
``nebulosas espirales'' eran en realidad otras galaxias (en aquella época se usaba el
término ``universos islas'') constituidas cada una por miles de millones de estrellas y que
se encontraban a enormes distancias. Durante los años siguientes se dedicó a medir sus
distancias y velocidades y descubrió que las galaxias se estaban alejando unas de otras:
en otras palabras, descubrió que el Universo estaba en expansión (paradójicamente los
trabajos de Friedmann no fueron conocidos en occidente hasta 1935).

Habiendo descubierto que el Cosmos se estaba expandiendo, los astrónomos se


preguntaron entonces cómo comenzó esta expansión. La misma física que hoy nos
permite entender por qué brillan las estrellas, cómo fue el origen del hombre o por qué
no hay aire en la Luna, indicaba que el Universo debió tener un comienzo muy caliente
y que parte de ese calor inicial podría detectarse aún ahora en la banda de las
microondas. Arno Penzias y Robert Wilson lo detectaron por primera vez en 1965, lo
que les valió el premio Nobel.

Entonces: ¿Comenzó realmente a existir el Cosmos con una ``Gran Explosión’’?


Las traducciones al lenguaje cotidiano de las teorías científicas son poco fidedignas.
Decir ``todo empezó con una gran explosión'' no es muy distinto de decir ``todo vino de
un gran huevo cósmico'' o cualquier cosa por el estilo. Cuando nos cuentan una historia
así, sólo podemos creer que es verdadera o creer que es falsa (pero no saberlo).

Pero las teorías científicas no son verdaderas ni falsas, sino que se ajustan bien o no a
los fenómenos observados.

Las que no se ajustan a los hechos son descartadas.

Las que sí lo hacen, sirven hasta tanto se realice una observación discrepante. En tal
caso deberemos elaborar una nueva teoría que esté de acuerdo con la realidad y
habremos aprendido algo nuevo sobre el mundo que nos rodea.

La ciencia no se basa en complicadas ecuaciones matemáticas: éstas son sólo una


herramienta. La ciencia se basa en la actitud de estar dispuestos a cambiar nuestras ideas
previas cuando los hechos nos demuestran que no corresponden precisamente a la
verdad.

Se ha dicho también que la teoría del Big Bang tiene connotaciones teológicas. Es cierto
que hay quienes tienen una visión religiosa de la ciencia: existen personas que ``creen''
y personas que ``no creen'' en el Big Bang. ¡Hasta la Iglesia proclamó oficialmente en
1951 que la teoría del Big Bang estaba de acuerdo con la Biblia!

Sin embargo, desde entonces se han aprendido cosas nuevas: La teoría de 1951 no es
igual a la actual. En particular, no existe ``una'' teoría del Big Bang; los datos aportados
por el COBE sirvieron para seleccionar la que mejor se ajusta a los hechos (conocida
como ``Modelo Cosmológico Standard'') y descartar otras.

¿Debemos creer entonces en el Big Bang?

Es cierto que en 1929 Edwin Hubble descubrió que el Universo estaba en expansión.

Es cierto que en 1965 Penzias y Wilson descubrieron la radiación de fondo (el ``eco del
Big Bang'').

Pero creer que una determinada teoría, fábula o mito es la verdad definitiva es renunciar
para siempre a aprender nada nuevo sobre el Mundo que nos rodea.

NOTA: He utilizado siempre la palabra ``teoría'' y nunca ``Hipótesis''. El Big Bang NO


ES una hipótesis. Las hipótesis en que se basa son:

a) La misma física es aplicable en cualquier parte del Universo.

b) El Universo presenta el mismo aspecto visto desde cualquier parte.

Hasta ahora hemos utilizado con éxito la física para entender los fenómenos que ocurren
tanto en la Tierra como en Saturno, el Sol, las estrellas o las galaxias más lejanas.
La segunda hipótesis significa que la galaxia a la que pertenecemos no ocupa ningún
``lugar preferencial'' en el Cosmos. Es solamente una suposición, pero desde que
comenzamos a mirar el cielo hemos descubierto primero que la Tierra no está en el
centro del Universo, luego que el Sol está en el borde de una galaxia y que ésta es sólo
una más entre cientos de miles de millones. Tal vez esto nos ha enseñado a ser un poco
más humildes.

© Pablo G. Ostrov

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