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THE CONVERSATION

Acceso a la justicia (A2J) en tiempos del Covid-19


O Sísifo ante la “nueva normalidad”

Aura Esther Vilalta

La pandemia ha paralizado de modo inexplicable uno de los pilares sobre los que se
fundamenta todo Estado social y democrático de derecho: el poder judicial. Y digo
inexplicable, porque hubiera sido en gran parte evitable. Nadie duda que la
pandemia provocada por el Covid.19 ha cogido por sorpresa a una gran mayoría de
países pero lo cierto es que la resistencia que han ofrecido algunos a esa necesaria
transición hacia la digitalización de la justicia obliga ahora, una vez más, a actuar
con precipitación para colocar parches que minimicen la desprotección que está
padeciendo todo el tejido social y económico, amén del colapso que se aventura
con el levantamiento del estado de alarma a lo largo de los próximos meses.

La parálisis de la administración de justicia impide el acceso de los ciudadanos a la


misma, agravando por momentos su futuro y el de la sociedad en su conjunto. Es
imperioso que los resortes del Estado aúnan esfuerzos no solo para dotarla de los
medios personales y electrónicos necesarios y que recupere su normal
funcionamiento sino con objeto de prepararla para la nueva “normalidad”. Porque
resulta ciertamente paradójico que en pleno siglo XXI la justicia siga haciendo uso
de mecanismos y procedimientos más propios de la era pre-industrial.

El acceso a la justicia es, como decimos, un principio básico reconocido por


Naciones Unidas y un derecho fundamental recogido en nuestra Carta de Derechos
de la Unión Europea (UE). Porque sin acceso a la justicia las personas no pueden
ejercer sus derechos. La UE lleva tiempo advirtiendo a sus Estados miembros que
este acceso –que como decimos constituye un derecho fundamental y es condición
de eficacia- exige garantizar la existencia de métodos alternativos de resolución así
como la digitalización de procedimientos y gestión en juzgados y tribunales.
No en vano, un reciente Informe de la Comisión Europea subraya que el primer
factor constatado para la mejora de la calidad de un sistema judicial en términos de
eficiencia es la modernización de los medios informáticos, en particular de los
sistemas de gestión procesal. Eficiencia que es requisito imprescindible para crear
un clima de confianza en el entorno económico y social, porque solo la constatación
de que los derechos individuales y sociales se hayan protegidos en cualquier
circunstancia permite generarla.1 En el mismo sentido, el estudio realizado en el
año 2017 por el Departamento de Política del Parlamento Europeo para los
Derechos de los Ciudadanos y Asuntos Constitucionales -a solicitud del Comité
PETI- identifica algunos problemas principales que impiden dicho acceso en gran
número de países y que pueden agruparse en dos:

• Organización desfasada del sistema judicial, carente de recursos


financieros, tecnológicos, materiales y humanos, con cobertura geográfica
insuficiente y/o descoordinada, problemas logísticos, limitaciones en el
acceso a la información y falta de transparencia.

1
Vid Fichas temáticas del semestre europeo: Eficacia de los sistemas judiciales. 9 de
Noviembre 2017. https://ec.europa.eu/info/sites/info/files/file_import/european-
semester_thematic-factsheet_effective-justice-systems_es.pdf
• Obstáculos legales y procedimentales: formalismos procesales excesivos,
normas rígidas en materia de notificación, plazos, legitimación,
admisibilidad, producción de pruebas y carga probatoria, ausencia de
tribunales especializados y carentes de mecanismos ADR.

En definitiva, una modernización inaplazable que pasa por cierta transformación,


con simplificación, reducción de plazos y costes, accesibilidad por medios digitales
sin perder de vista la calidad del resultado. Abrir la mente de todos los operadores
jurídicos para repensar el sistema, con objeto de que responda a las necesidades
de hoy y de esta nueva “normalidad” en una sociedad que está en constante
transformación.

La pregunta ya no es hoy “si o no” a la digitalización, sino cuándo estamos


dispuestos a introducirla –y cómo.

El Covid-19 ha roto muchos prejuicios. Por lo pronto, y tras haber podido constatar
en algunos países la viabilidad de celebrar juicios en línea, audiencias públicas y
declaraciones por videoconferencia, acompañados de gestión procesal remota, nos
debiéramos preguntar si todavía tiene sentido estar presentes todos en un lugar
para resolver los problemas. No cabe duda que la implantación de tantos cambios
de manera precipitada y con tan alto grado de improvisación pone a prueba muchos
resortes y algunos recursos adolecen de vulnerabilidades manifiestas; mas también
ponen de relieve ventajas incuestionables en términos de facilidad, accesibilidad,
rapidez y ahorro de muchos desplazamientos.

No podemos cerrar los ojos a la realidad. La evolución de la sociedad hacia la


digitalización implica que el derecho fundamental de acceder a la justicia debe
evolucionar también con objeto de eliminar barreras físicas y temporales. Porque
hoy la auténtica limitación no es el acceso a los medios en línea –tan popularizados
en todos los órdenes gracias la tecnología móvil y las apps- sino la inexistencia de
dicho acceso, obligando a los ciudadanos a costosos desplazamientos y largas
esperas en despachos y dependencias judiciales. Lejos de constituir un obstáculo, la
tecnología puede mejorar esto, una meta que resulta fundamental para las
Autoridades Públicas de los países miembros.

Resultan loables los esfuerzos expresados por el Gobierno para recobrar un cierto
grado de normalidad en la actividad judicial durante el estado de alarma, con la
incorporación de nuevas tecnologías en las actuaciones procesales para que la
presencia de los intervinientes se efectúe preferentemente vía telemática, con
deliberaciones de los tribunales en régimen de presencia telemática, con acceso
remoto a las aplicaciones de gestión procesal fomentando el teletrabajo y la
atención al público mediante correo electrónico evitando la presencialidad y
celebrando juicios y vistas en horarios de mañana y tardes. Pero ello lo limita a los
supuestos estrictamente necesarios durante dicho periodo. Y debiéramos
preguntarnos, ¿Por qué? ¿No sería más razonable implantar estos cambios durante
un tiempo prudencial -incluso con más ambición, incorporando ideas de derecho
comparado- analizar su impacto, preguntar a los operadores jurídicos –y sobretodo,
al “consumidor de la justicia”- por su experiencia y resultados, para hacer de esta
experiencia una prueba piloto que nos permita avanzar en este inevitable proceso
de modernización?

Tenemos ahora la posibilidad de transformar un problema en una oportunidad, y


sería una lástima desaprovecharla.

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