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Caso Clase 3
Caso Clase 3
Sin él, yo no habría llegado a ser médico. Él es el mejor, y todos sus pacientes
lo consideran un santo.
Cuando le pregunté cómo era ahora su relación con su padre, se rió con
nerviosismo y dijo:
No, en realidad no. Quiero decir que gritaba y vociferaba mucho, y alguna
que otra vez me sentó la mano, como pasa con cualquier niño. Pero yo no diría que era
un tirano.
Algo en el tono con que dijo sentar la mano, algún sutil cambio emocional en su
voz me llamó la atención. Le pedí más detalles. ¡Resultó que su padre le había
«sentado la mano» dos o tres veces por semana, y con un cinturón! Y el no
necesitaba hacer mucho para incurrir en un castigo: una palabra desafiante, un boletín
de notas no del todo satisfactorio o una obligación olvidada ya eran «suficiente» delito.
Tampoco era muy cuidadoso el padre en cuanto a dónde azotaba a su hijo.
Gordon recordaba que le había pegado en la espalda, en las piernas, brazos,
manos y nalgas. Le pregunté hasta qué punto lo había herido físicamente.
GORDON: No me hacía sangrar ni nada; quiero decir que yo siempre salía bien.
Sólo necesitaba ser obediente. SUSAN: Pero usted ¿le tenía miedo o no?
GORDON: Un miedo de muerte, pero ¿acaso no es siempre así con los padres?
SUSAN: Gordon, ¿es eso lo que usted quiere que sientan sus hijos por usted? (Evitó
mirarme a los ojos. Se sentía sumamente incomodo. Acerqué más mi silla.)