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SIEMPRE FUISTE TÚ

PERSONAJES:

 ABIGAIL (Protagonista)
 EVANS (Protagonista)
 LOUIS (Mejor Amigo)
 DR. JEFF (Doctor/Psicólogo)
 SEÑORA LUISA (Mamá Abigail)

RESUMEN:

Abigail y Evans son amigos desde los 9 años. Se separaron por cuestiones de estudio. Luego de
8 años se reencuentran. Ella sufre de un desorden alimenticio. Anorexia. Atraviesa por la
separación de sus padres y su enfermedad se le llegará a complicar aún más. Él llega a la ciudad
a seguir sus estudios de Administración. Ella una chica rebelde, sin un futuro trazado. Pero el
amor y la amistad de años harán que ella deje atrás todos sus problemas, llegando a formar una
historia bonita superando el desorden alimenticio. Pero Evans también pasa por un momento
complicado, tiene cáncer. Abigail al enterarse que no le queda mucho tiempo hará lo posible
para que él viva sus últimos días de la mejor manera. Sin embargo, por otro lado, Evans, buscará
llenar el corazón de su amada, consiguiéndole un novio (su mejor amigo) para cuando él ya no
esté más.

BOCETOS:

Uno solo en la portada del libro

ANTECEDENTES GRÁFICOS:

 Amor a cuatro estaciones (Nacarid Portal)


 Abzurdah (Cielo Latini)

MACHOTE:

Relleno con texto falso


Evans y yo nos conocimos a los nueve años en una excursión de la escuela. El portaba una

polera blanca y su sonrisa sobresalía aún a mil kilómetros. Recuerdo haber escuchado de

la maestra que los tiburones se mordían entre sí para demostrar que les agradaba la

compañía. Entonces, no la pensé dos veces y clavé mi dentadura sobre el brazo de Evans.

Es lo más hermoso que pude haber sentido en ese momento. De alguna u otra manera

quería demostrarte que me encanta estar cerca de él. Pero él sin entenderlo (lógicamente),

solo atinó a gritar, y vaya grito que dio.

- Me gustas, le dije

- ¿Enserio?, respondió él. Si te gusto como dices, entonces ¿por qué me muerdes?

En mi inocencia de aquel entonces solo dije: ES LO QUE HACEN LOS TIBURONES. De

inmediato soltamos una carcajada enorme, hasta irnos al piso de la risa, LITERAL.

Fuimos los mejores amigos durante mucho tiempo, hasta que tuvo que irse junto con su

familia al otro lado del mundo. Sí, al otro lado del mundo. Ese año pasamos las mejores

experiencias de nuestras vidas, desde ponerle los chinches en el asiento de la maestra, los

chicles en el cabello de nuestros compañeros, el tocar el timbre aun cuando no era cambio

de hora, mojarnos hasta terminar empapados e ir castigados a dirección. Creo que hasta el

día de hoy lo recuerdo con mucho cariño. Han pasado 9 años y en este tiempo no volví a

saber más de él.

Pues, ¿que más les puedo decir? Ya saben que fui rebelde desde pequeña, que fui desde

siempre un dolor de cabeza para mis papás. Tenía la bonita costumbre de hacer padecer a

todos. ¡JA!

Soy Abigail, ya lo saben, una chica común y corriente (Según yo), a la que nunca le agradó

jugar con barbies, ni siquiera oír canciones infantiles o emocionarse por algún logro. Sufrí

de anorexia y he aquí mi historia.

A inicios del verano de mi cumpleaños número diecisiete me enamoré perdidamente del

chico más apuesto del equipo de fútbol de la universidad, un chico que cambió totalmente
mi forma de pensar. Si antes me daba igual la vida o me daba igual como la llevaba, él

simplemente hizo que yo dejara de hacer las cosas con las que yo me sentía bien.

Mi mamá llego a la conclusión que estaba deprimida, debió suponerlo porque casi nunca

salía de casa, me desvelaba casi todas las noches, no me levantaba de mi cama y cada vez

me sentía más gorda, aun cuando todos me veían delgada y bien. Dedicaba la mayor parte

del tiempo en pensar solo en la muerte. Tuve que ir obligada donde un psicólogo

psicoanalista. Mi mamá tuvo la brillante idea de que ellos me podían ayudar a salir de la

“depresión”. Y no, no era depresión, estaba perdiendo las fuerzas para seguir con mi vida,

con la vida que yo me encargaba de llevar, a mi manera. Tuve ANOREXIA.

Cuando nos hacen leer un folleto sobre este desorden alimenticio, un libro o una página en

internet, o lo que sea, vemos que metódicamente contienen a la depresión entre los efectos

más relevantes. Y fue así, vivía deprimida la mayor parte del tiempo, me sentía obesa y el

“chico apuesto” no dejaba de decirme lo pésimo que me veía. Mis padres estaban en un

proceso de divorcio, no me lo dijeron porque supuestamente no iba a ser factible que lo

digan en una situación como la mía. Y lógicamente lo complicó aún más. Sentía que papá

no quería hacerse cargo de una chica como yo, una chica que durante toda su vida se dedicó

a darle problemas. Pero también sabía que, en situaciones como estas, de papás, es mejor

hacerse a un lado y seguir muriendo de a poquitos.

A diferencia de papá, mamá siempre estuvo allí apoyándome en todo, así que me llevó a

mi psicólogo de cabecera, el doctor Jeff, quien estuvo de acuerdo en que estaba hundida

en una depresión total, y que además de eso debía subirme la dosis y cambiarme una que

otra medicación y no bastaba con eso, además debía asistir a un grupo de apoyo donde

entre todos los integrantes íbamos a salir de la depresión en la que estábamos expuestos.

El grupo de apoyo del que les hablo tenía entre sus participantes los que sufrían de

personalidad limítrofe, personalidad irritable, personalidad dependiente, personalidad

obsesiva compulsiva y los que sufrían de personalidad bipolar, todas ellas acompañadas de

la baja autoestima, impulsividad y la poca tolerancia a la frustración. Se reunían todos los


jueves en el sótano de un convento, nos sentábamos en círculo y comenzábamos a hablar.

A expresar lo que sentíamos.

La mayoría tenía tiempo allí, era como si perteneciesen a una secta religiosa y me sentía

rara, Mas allá de estar en un grupo de apoyo, sentía que me querían incluir en alguna que

otra religión. Las cosas funcionaban así: nos presentábamos: nombre, edad, diagnóstico y

cómo estábamos en ese momento.

«Me llamo Abigail —dije cuando tocó mi turno—. Diecisiete años. Desde siempre Anorexia

nerviosa, y estoy muy bien.»

Una vez concluida la sesión, Jeff, nuestro psicoanalista, preguntó como de costumbre si

deseábamos compartir algo fuera de nuestra “enfermedad”. Y nadie respondió. Pero lo

que, si puedo rescatar de Jeff, es que cada vez nos alejaba de la muerte, de pensar tan

siquiera que pueda estar cerca de nosotros, de todos nosotros.

El grupo al que asistía se había vuelto aburrido y estresante para mí, y a las semanas casi

tenían que llevarme arrastrando. De hecho, prefería quedarme en casa viendo los realities

de baile con mamá.

-No quiero ir al grupo de apoyo, mamá.

-Uno de los síntomas de la depresión es no tener ganas de hacer nada

- Ver el reality en la televisión es hacer algo.

- Ver la televisión no es hacer algo.

- Mamá, por favor.

- Abigail, eres una adolescente, ya no eres una niña. Tienes que hacer amigos, salir de

casa y vivir tu vida como tú sabes hacerlo. Vas a ir al grupo de apoyo.

- PFFFFFFFFFFFF

- Abigail, te mereces una vida.


Preferí guardar silencio, aunque no lograba comprender que tenía que ver el grupo con la

vida, CON MI VIDA. Luego de escucharla, acepté ir, después de negociar mi derecho a

grabar los episodios del reality que no iba a ir.

Fui al grupo de apoyo por la misma razón por la que hacía ya un tiempo había permitido

que enfermeras que solo habían estudiado unos tres años para sacarse el título, me

envenenaran con productos químicos de nombres raros. Quise que mis padres estuvieran

contentos.

Solo hay una cosa en el mundo más jodida que tener anorexia a los diecisiete años, y es

tener una hija con anorexia.

—Te quiero —susurró mi mamá cuando bajé del auto.

Bajé hacia el sótano del convento por las escaleras, saqué mi botella de agua y me di

media vuelta. Sentía que alguien me miraba, era un chico alto, moreno, de unos ojos

preciosos, sentí que lo conocía de algún lugar. Perdí la mirada hacia el otro extremo de la

sala y vi a lo lejos que se iba en dirección a la capilla, junto a la madre superiora. Llevaba

unos pantalones oscuros, rasgados, nada de mi preferencia. Al cabo de veinte minutos, el

chico apuesto regresó y se presentó.

- Mi nombre es Evans Ramírez, acabo de llegar de Italia hace algunas horas, me quedaré

en este convento, pues, por ahora estoy perdido en esta ciudad. La madre superiora es

mi tía y por ahora me está apoyando.

Mis ojos brillaban de alegría, no podría creer que el mismo niño de hace ocho años, con el

que compartí mucho haya regresado. No dije nada y solo seguí observándolo, seguro ya

no se acordaba de mí. Había pasado mucho tiempo.

- Hola Abigail, dijo de inmediato. - Sigues estando hermosa

Sonreí nerviosamente. Al término del “taller”, alcanzó a despedirse de mí, me agarró del

brazo y me invitó a dar un paseo. El tiempo pasó enseguida, hablamos de nuestra familia,

derramamos lágrimas y me confesó nunca haberse olvidado de mí. Había dejado el


instituto, hablaba de sus sueños, del futuro aquí en esta ciudad, del poder encontrar a la

mujer que lo llene completamente. Yo le hablaba de los míos y de vez en cuando

soltábamos una carcajada como cuando éramos niños.

- ¿Qué hacías en ese grupo de apoyo?

- Pues verás, me diagnosticaron anorexia nerviosa hace poco.

- Lo siento, no lo sabía

- Descuida, estoy bastante acostumbrada. Prefiero pensar en que llegará un día en

el que todos estaremos muertos, todos nosotros, simplemente llegará un día en el

que nadie recuerde que fue lo que se inventó o se logró. Quizás ese día llegue

pronto o quizá tarde millones de años, pero, aunque sobrevivamos, no

sobreviviremos para siempre.

Miré que de su rostro salía una sonrisa enorme, y no, no esa sonrisa donde el chico pretende

ser sexy y arrogante, vi su sonrisa de verdad, esa que me cautivo a los 9 años en esa

excursión de la escuela. Me reí, y él alzó la cabeza sin dejar de mirarme.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

—Nada —me contestó.

—¿Por qué me miras así?

Evans soltó una sonrisa a medias

—Porque eres hermosa. Me gusta mirar a las personas hermosas, y hace un tiempo decidí

no privarme de los sencillos placeres de la vida. Se quedó un momento en un incómodo

silencio. MUY INCÓMODO.

—Bueno —siguió diciendo—, sobre todo teniendo en cuenta que, como bien has

comentado, todo esto acabará en el olvido. Me reí, o suspiré. Estaba claro que estaba

ligando. Y la verdad es que me volvía loca.

—Nos vemos el próximo día, ¿no? —le pregunté.

— Vamos ahora a mi casa, veamos una película. ¿qué dices?


—No he sabido de ti en muchísimo tiempo. Podrías ser un asesino en serie.

Soltamos una vez más una carcajada, de esas que solo él y yo sabíamos.

Mi mamá no había llegado aún, y era se tornaba raro, porque casi siempre estaba

esperándome cuando salía. Miré alrededor y solo estaba el chico raro del grupo de apoyo

que casi nunca habla, leyendo un libro al revés. Se los dije, era raro. Al cabo de un tiempo,

llegaron por él, ahora Evans y yo estábamos solos. En ese momento oí que un coche

arrancaba al final de la cuadra. Era mi madre.

Era casi probable que había estado esperando a que hiciera amigos. Sentía crecer en mí

una extraña mezcla de angustia y emoción. La verdad es que ni siquiera sabía lo que sentía,

solo que era muy fuerte, y que moría por dar un beso a Evans y también cambiar todos estos

años que no lo pude ver, y que probablemente no hubiera pasado por todos los momentos

bochornosos por los que muchas veces pasé. En cuanto mi madre se acercó, sentí que me

cogían de la mano. Me solté, pero me giré en torno a él.

Mi mamá estaba esperándome. Me giré hacia el coche y di unos golpes suaves en la

ventana, hasta que bajó.

—Voy a ver una peli con Evans —le dije. Grábame los siguientes capítulos del maratón del

reality de baile.

Mi mamá no hizo mas que sonreír de oreja a oreja. No sé si estaba alegre porque había

dejado de estar en mi mundo y había conseguido amigos, o simplemente intuía algo que

probablemente yo no.

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