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SESIÓN 13

CESAR (49 AÑOS) _____________________________________________________

Cesar es profesor de dermatología en un hospital universitario, es bien conocido por el


personal y resalta entre sus colegas. Cesar había estado en el hospital durante varios
años. Se le conocía como un buen investigador y un excelente clínico. Trabajaba duro
y supervisaba a becarios de dos proyectos, y se hacía cargo de más actividades de las
que derivaban de sus obligaciones de enseñanza. Uno de los becarios de su
laboratorio era un médico de apellido Martínez. Era un hombre joven brillante y capaz,
cuya carrera en la dermatología académica parecía destinada a sobresalir.

Cuando el Dr. Martínez recibió una oferta de Boston para convertirse en profesor
asistente y tener su propio espacio en un laboratorio, le dijo a Cesar que lo sentía, pero
que se iría al final del semestre. Además, deseaba utilizar parte de los datos que
habían obtenido ahí. Cesar se sintió más que alterado. Le respondió diciendo que “lo
que ocurría en el laboratorio se quedaba en el laboratorio”. No permitiría que alguien le
“robara”, y le dijo que lo reportaría si trataba de publicar documentos con base en sus
hallazgos. Además, Cesar le ordenó que se mantuviera alejado de los estudiantes
hasta que se fuera. Esto produjo ira en el resto de los dermatólogos. El Dr. Martínez
era uno de los profesores jóvenes más populares en el departamento y la indicación de
que no debería tener contacto alguno con los estudiantes pareció punitivo a todos y
poco menos que un ataque a la libertad académica.

Los otros dermatólogos discutieron la situación en una reunión del departamento,


mientras Cesar estaba fuera. Uno de los profesores de mayor edad se ofreció como
voluntario para tratar de persuadirlo para que permitiera al Dr. Martínez enseñar de
cualquier manera. En forma subsecuente, Cesar se rehusó con la respuesta siguiente:
“¿Qué es lo que le he hecho?” Ahora parecía pensar que el otro profesor estaba contra
él. Este profesor le dijo al Dr. Cortes que en realidad no se sentía sorprendido. Conocía
a Cesar desde la universidad y siempre había sido suspicaz. “No confía en nadie que
no firme un juramento de lealtad”, fue la frase que utilizó el otro profesor. Cesar parecía
pensar que si decía algo agradable de alguna manera se utilizaría contra él. La única
persona en la que parecía confiar por completo era en su esposa, una persona que
quizá nunca había estado en desacuerdo con él en toda su vida.

En la reunión, alguien más sugirió que el jefe del departamento hablara con Cesar y
tratara de “alegrarlo un poco”. Pero él tenía poco sentido del humor y “la memoria más
larga para el rencor en toda la faz de la Tierra”. En la memoria colectiva de todo el
personal, Cesar nunca había tenido cambios del estado de ánimo o psicosis y en las
comidas del departamento no bebía. “Nunca perdía el contacto con la realidad, sólo era
desagradable”, dijo el Dr. Cortes.

LEANDRO (21 AÑOS) _________________________________________________


“Lo trajimos por lo que le ocurrió a Leonel. Se parecían tanto, y estábamos
preocupados”. La madre de Leandro se sentaba con cuidado en el sofá del consultorio.
“Después de que Leonel fue arrestado, lo decidimos”. A los 21 años, Leandro era en
muchos sentidos una copia fiel de su hermano mayor. Nacido con varias semanas de
prematurez había pasado las primeras semanas de su vida en una incubadora. Pero
había ganado peso con rapidez y pronto alcanzó los valores normales para su edad.
Camino, habló y controló esfínteres a las edades usuales. Quizá debido a que los dos
trabajaban mucho tiempo o quizá porque no había otros niños pequeños para que
Leandro y sus hermanos jugaran con ellos, sus padres no observaron nada anormal
hasta que Leandro ingresó al primer año de primaria. En el transcurso de unas cuantas
semanas su profesora llamó por teléfono para hacer una cita.

Leandro parecía brillante, les dijo; su trabajo escolar no estaba en cuestión. Pero su
capacidad para socializar era casi nula. Durante el recreo, cuando los otros niños
jugaban, él se quedaba en el salón de clases dibujando. Rara vez participaba en las
discusiones de grupo y siempre se sentaba a algunos centímetros por detrás de los
otros en el círculo de lectura. Cuando llegó su turno para hacer una presentación oral
se mantuvo de pie, en silencio, frente a la clase durante algunos momentos, y luego
sacó el hilo de una cometa de su bolsillo y lo dejó caer en el piso. Luego se sentó. Casi
todo su comportamiento era muy similar al de Leonel, de tal manera que los padres no
se habían preocupado demasiado. Incluso así, lo llevaron a ver al médico familiar,
quien aceptó que eso podría ser normal en la familia y que “lo superaría”. Pero Leandro
no lo hizo. Sólo creció. Ni siquiera participaba en las actividades familiares. En
Navidad, abría un regalo, se lo llevaba a una esquina y jugaba con él a solas. Ni
siquiera Leonel hacía eso.

Cuando Leandro entró en la habitación resultó indudable que no consideraba que la


cita le importara mucho. Llevaba jeans con una rodilla rota, tenis viejos y una camiseta
que en alguna ocasión había tenido mangas. Durante gran parte de la entrevista se
mantuvo hojeando una revista sobre astronomía y matemáticas. Después de esperar
más de un minuto para que Leandro dijera algo, el entrevistador comenzó: “¿Cómo te
sientes hoy?”
“Estoy bien”. Leandro continuó leyendo.
“Tu mamá y papá te pidieron que vinieras hoy a verme. ¿Puedes decirme por qué?”
“En realidad no.”
“¿Tienes alguna idea?” [Silencio].

La mayor parte de la entrevista transcurrió así. Leandro daba información por voluntad
propia cuando se le preguntaba en forma directa, pero parecía carecer por completo de
interés en hablar de manera espontánea. Sentado en silencio, la nariz metida en la
revista, no mostraba alguna otra anomalía o excentricidad del comportamiento. Su flujo
del lenguaje (lo poco que existía) era lógico y secuencial. Estaba del todo orientado, su
estado de ánimo estaba “OK”—ni demasiado alegre ni demasiado triste—. Nunca había
consumido alcohol o drogas de algún tipo. Con tranquilidad, pero de forma enfática,
negó haber escuchado alguna vez voces, tener visiones o ideas de ser observado o
seguido, de que la gente hablara sobre él o de algún tipo de interferencia sobre su
persona. “No soy como mi hermano”, dijo en la línea espontánea más larga expresada
hasta el momento.

Cuando se le preguntó a quién se parecía, Leandro dijo que a Greta Garbo—quien era
famosa por desear estar sola—. Indicó que no necesitaba amigos y que también podía
estar bien sin su familia. Tampoco necesitaba sexo. Había visto revistas sobre sexo y
libros de anatomía. Los hombres y las mujeres eran igualmente aburridos. Su idea de
una buena alternativa para pasar su vida era vivir solo en una isla, como Raúlson
Crusoe. “Pero sin Viernes.” Poniéndose la revista bajo el brazo, Leandro salió de la
oficina, para no regresar.

FABIO (29 AÑOS) ______________________________________________________

“¡Pero es mi bebé! ¡No me importa lo que él tuvo que ver con eso!” Con un embarazo
avanzado y sintiéndose destrozada, Carolina estaba sentada en la oficina del
entrevistador y lloraba con frustración. Había acudido al juzgado de familia por una
demanda por los derechos de visita a su hijo aun no nacido.

La identidad del padre nunca estuvo en duda. La semana que siguió a su segundo
periodo menstrual faltante, Carolina había visitado a un ginecólogo y luego había
llamado a Fabio para darle la noticia. Había considerado amenazarlo con una demanda
para que diera una pensión para el bebé, pero eso no había sido necesario. Ganaba
una buena cantidad de dinero con su tienda de equipos de cómputo. Ofreció una
pensión mensual generosa, que comenzó de inmediato. Pero deseaba ayudar con la
crianza de su hijo. Carolina había rechazado la idea de inmediato y había puesto una
demanda cuyo proceso se había prolongado casi tanto como el embarazo de Carolina.

“¡Lo que quiero decir es que él es realmente raro!”

“¿Qué es lo que quiere decir con ‘raro’? Déme algunos ejemplos.”

“Bueno, lo conozco desde hace mucho tiempo—varios años, en todo caso. Tenía una
hermana que murió; habla sobre ella como si aún estuviera viva. Y hace cosas
extrañas. Como, por ejemplo, cuando estábamos haciendo el amor, justo a la mitad
comenzó a balbucear algo sobre ‘amor divino’, y a dedicar su semilla. Eso me puso fría.
Le dije que se detuviera y se bajara, pero era demasiado tarde. Quiero decir, ¿usted
quisiera que su hijo creciera con alguien, así como padre?”
“Si es tan extraño, ¿cómo es que se involucró con él?”
Pareció abatida. “Bueno, sólo lo hicimos una vez. Y yo pudiera haber estado un poco
borracha en el momento”.

Fabio no sólo estaba tranquilo, estaba casi inmóvil, permanecía sentado en silencio en
la silla de entrevista. Relató su historia en un tono monótono que no revelaba la más
mínima emoción. Fabio y su hermana gemela, Mariana, se habían quedado huérfanos
cuando tenían cuatro años de edad. No tenía memoria de sus padres, excepto por una
impresión vaga de que pudieran haber vivido de una casa con un gran jardín. Los dos
niños habían sido acogidos por unos tíos—Evangélicos practicantes— que, decía él,
eran sus grandes guías. “Tengo una foto de ellos predicando, a veces casi puedo ver a
mi tío moviendo el crucifijo haciéndome señales”.
“¿Es en realidad su tío, y de verdad se mueve el crucifijo?”, preguntó el
entrevistador.
“Bueno, es un sentimiento que llega… no en realidad… un signo de mi misión
cristiana…”.
La voz de Fabio se perdió, pero siguió mirando hacia el frente.

La “misión cristiana”, explicó, significaba que todo el mundo venía a la Tierra con un
propósito especial. Su tío solía decir eso. Pensaba que su propio propósito pudiera ser
ayudar a criar al bebé que crecía dentro de Carolina. Sabía que tenía que haber algo
más en la vida que vender computadores todo el día.

Fabio sólo tenía unos cuantos amigos, ninguno de ellos cercano. Él y Carolina habían
pasado sólo unas cuantas horas juntos. En respuesta a una pregunta, habló sobre su
hermana. Mariana y él habían sido cercanos, lo que era comprensible; ella era la única
amiga verdadera que él había tenido. Había muerto por un tumor cerebral cuando
tenían 16 años y Fabio quedó devastado.

“Estábamos unidos cuando nacimos. Yo juré junto a su tumba que eso nunca dejaría
de ser así”. Todavía sin inflexión de voz alguna, Fabio explicó que estar “unidos” era
algo con lo que se nacía. Él y Mariana seguían unidos. Era una misión cristiana y ella lo
estaba dirigiendo desde más allá de la tumba para tener una bebita. Él dijo que sería
como tener a Mariana de vuelta. Sabía que la bebé en realidad no sería Mariana, pero
sabía que sería una niña. “Es sólo uno de esos sentimientos. Pero sé que tengo razón”.
Fabio respondió con negativas a las preguntas usuales en torno a las alucinaciones, las
ideas delirantes, los estados de ánimo anormales, el consumo de sustancias y
problemas médicos como lesión cefálica y trastornos convulsivos. Luego, se levantó de
su silla y salió del consultorio sin decir una palabra más. Esa tarde Carolina dio a luz a
un niño saludable.

JULIAN (23 AÑOS) ____________________________________________________

Julián era bien parecido e inteligente. Cuando trabajaba, ganaba buen dinero en la
instalación de sistemas de televisión. Había entrado al negocio al salir del bachillerato y
se había mantenido allí por un año. Desde entonces, ha tenido por lo menos 15
trabajos; el mayor tiempo que había durado en alguno era de seis meses.

Después de ser atrapado tratando de timar a unos ancianos en un cajero automático de


la sucursal bancaria en la que su madre trabajaba como asistente de dirección, Julián
fue referido para valoración. “¡El pequeño demonio!”, exclamó su padre durante la
entrevista inicial. “Siempre fue difícil de educar, incluso cuando era un niño. Me
recordaba un poco a mí mismo, en ocasiones. Sólo que yo lo resolví”.

Julián había participado en muchas peleas cuando era un niño. Cuando tenía tan sólo
cinco años, le rompió la nariz a uno de sus compañeros y la paliza de primera clase
que le dio su padre no le había enseñado nada para evitar utilizar sus puños. Después,
fue suspendido en séptimo por extorsionar a un niño de diez años. Cuando por fin
terminó la suspensión, se fue de fiesta durante 3 días seguidos. Luego comenzó a
tener una serie de encuentros con la policía que comenzaron con robo en tiendas
(condones) y que pasaron por allanamiento (en cuatro ocasiones) hasta el robo de un
carro del conjunto cuando tenía 15 años. Por este robo estuvo 6 meses en un centro
del SRPA. “Fueron los únicos seis meses que su mamá y yo supimos dónde estaba por
la noche”, comentó su padre.

El tiempo que Julián había pasado en detención parecía haberle hecho algún bien, por
lo menos al inicio. Aunque nunca regresó a la escuela, durante los siguientes dos años
evitó el arresto y de manera intermitente se aplicaba en aprender aquello en lo que
trabajaba. Luego, celebró su cumpleaños número 19 emborrachándose y uniéndose al
ejército. Pocos meses después se encontraba de nuevo en la calle, con un baja por
mala conducta por compartir cocaína en sus barracas y atacar a dos cabos, su
sargento primero y un teniente segundo.

Durante los siguientes años trabajó cuando necesitaba dinero y no podía conseguirlo
de alguna otra manera. No mucho tiempo antes de su evaluación había embarazado a
una chica de 16 años de edad. “Sólo era una cabeza hueca fácil”. Julián se recargó
hacia atrás, con una pierna sobre el brazo de la silla de entrevista. Había logrado
dejarse una barba y jugueteaba con un palillo de dientes en los labios. Las letras O-D-I-
O y A-M-O-R estaban tatuadas con descuido sobre los nudillos de cada una de sus
manos. “Ella no se negó mientras lo hacíamos”.

El estado de ánimo de Julián era bueno ahora, y nunca había tenido algún cuadro que
pareciera una manía. Nunca había mostrado síntomas de psicosis, excepto en la
ocasión en que había usado metanfetamina y el efecto de la droga estaba pasando.
Indicó que se había sentido “un poco paranoico”, pero eso no duró.

El trabajo en el cajero lo había planeado un amigo. El amigo había leído algo parecido
en el periódico y decidió que sería una buena alternativa para obtener dinero rápido.
Nunca pensaron que pudieran atraparlos, y Julián no consideró el efecto que eso
tendría sobre su madre. Bostezó y dijo: “Ella puede conseguir otro empleo”.

CLAUDIA (33 AÑOS) ___________________________________________________

“¡Me estoy cortando!” La voz en el teléfono tenía un timbre alto y tembloroso. “¡Me
estoy cortando en este momento! ¡Ay! ¡Eso es, ya comencé!” La voz aulló de dolor e
ira. Veinte minutos después, el clínico tenía la dirección de Claudia y su promesa de
que acudiría de inmediato al servicio de urgencias. Dos horas después, con el
antebrazo izquierdo vendado, Claudia estaba sentada en un consultorio del servicio de
salud. Cicatrices cruzadas cubrían su brazo derecho, desde la muñeca hasta el codo.

“Me siento mucho mejor”, dijo con una sonrisa. “En realidad creo que usted salvó mi
vida”. El clínico se quedó mirando su brazo descubierto. “No es la primera vez, ¿o sí?”
“Creo que eso debería ser evidente. ¿Va usted a portarse increíblemente denso, igual
que mi último loquero?” Frunció el entrecejo y se giró 90° para mirar la pared. “¡Dios!”
Su terapeuta anterior había atendido a Claudia por una tarifa baja, pero no había sido
capaz de concederle más tiempo cuando ella lo había solicitado.

Respondió sacándole el aire a las cuatro llantas del carro nuevo del clínico. Su
problema actual era con su novio. Una de sus amigas estaba “muy segura” de que
había visto a Jaime con otra mujer dos noches antes. La mañana del día anterior a su
visita en el consultorio, Claudia se había reportado enferma al trabajo, fue a la oficina
de Jaime para poder confrontarlo y no lo encontró, de manera que por la noche fue a
su apartamento y golpeó la puerta hasta que los vecinos amenazaron con llamar a la
policía. Antes de irse, pateó la puerta y le grito improperios a los vecinos. Se
emborrachó y manejo una y otra vez por la calle principal, tratando de conocer a
alguien.

“Eso suena peligroso”, dijo el clínico. “Estaba buscando al Sr. Gómez, pero no apareció
nadie. Decidí que tenía que cortarme de nuevo. Eso siempre parece ayudar”. La ira de
Claudia se había evaporado una vez más, y se había volteado para dejar de mirar la
pared. “La vida es perra, y luego mueres”.

“Cuando te cortas, ¿en realidad tratas de matarte?”

“Bueno, déjeme ver”. Masticó el chicle mientras pensaba. “Me siento tan enojada y
deprimida, que simplemente no me importa lo que ocurra. Mi último loquero dijo que
toda mi vida yo me había sentido como una ostra vacía, y supongo que eso es
correcto. Se siente como si no hubiera alguien viviendo dentro, de manera que bien
puedo sacar toda la sangre y terminar el trabajo”.

ANGELA (37 AÑOS) ___________________________________________________

Angela y su esposo, David, acudieron para recibir asesoría conyugal; como de


costumbre, estaban peleando. “Él nunca me escucha. ¡Bien pudiera estar hablándole al
perro!” Las lágrimas y la pestañina escurrían sobre el rostro de Angela.

“¿Y qué hay que oír?”, reclamó David. “Sé que le causo irritación, porque ella se queja
mucho. Pero cuando le preguntó qué es lo que le gustaría que cambiara, nunca puede
señalarlo con el dedo”.
Angela y David tenían 37 años, y habían estado casados durante casi 10 años. Ya se
habían separado dos veces. David ganaba una excelente cantidad de dinero como
abogado corporativo; Angela había sido una modelo. Ella ya no trabajaba con
frecuencia, pero su esposo ganaba lo suficiente para mantenerla bien vestida y
confortablemente calzada. “No creo que alguna vez se haya puesto el mismo vestido
dos veces”, gruñó David.

“Sí, sí lo he hecho”, respondió ella.

“¿Cuándo? Señálame una sola vez”.

“Lo hago todo el tiempo. En especial últimamente”. Durante algunos momentos Angela
se defendió, sin siquiera afirmar algo concreto.

“Res ipsa loquitur”, dijo David con satisfacción.

“¡Oh, Dios! ¡Latín!”, casi aulló ella. “Cuando mete su latín superior y gratuito, ¡me dan
ganas de cortarme las muñecas!”

La pareja estaba de acuerdo en una cosa: para ellos, esta era una conversación típica.

Él trabajaba hasta tarde casi todas las noches y los fines de semana, lo que a ella le
molestaba. Ella gastaba demasiado dinero en joyería y ropa. Ella se deleitaba con el
hecho de que todavía podía atraer a los hombres. “Yo no lo haría si tú me prestaras un
poco más de atención”, dijo, haciendo un puchero.

“Tú no lo harías si no escucharas a tu amiga”, él replicó.

Marilyn y Angela habían sido grandes amigas desde su época de estudiantes en el


bachillerato. Marilyn era adinerada e independiente; a ella no le preocupaba lo que la
gente dijera y se comportaba en consecuencia. Por lo general, Angela la seguía.

“Como la fiesta en Cartagena el año pasado”, dijo David, “cuando se quitaron el vestido
de baño para bailar. ¿O fue tu idea?” “¿Y qué sabes tú de eso? Tú estabas trabajando
hasta tarde. Además, sólo fue la parte de arriba”.

LAURA (50 AÑOS) ____________________________________________________

“Dra. Laura, usted es mi apoyo en la clínica de urgencias esta tarde. ¡Necesito que me
ayude!” Eleonora, una trabajadora social en la clínica de salud mental tenía la cara
enrojecida de ira y frustración. No era la primera vez que tenía dificultades al trabajar
con esta médica.

A los 50 años, Laura había trabajado en casi todas las clínicas de salud mental en el
área metropolitana. Tenía un buen entrenamiento y era muy inteligente, y leía con
voracidad sobre temas de su especialidad. Esas eran las cualidades que la habían
llevado a conseguir empleo tras empleo al pasar de los años. Las cualidades que la
mantenían pasando de un trabajo a otro las conocían con más detalle quienes
trabajaban con ella que quienes la contrataban. Ella era famosa entre sus colegas por
ser pretensiosa y egocéntrica.

“Dijo que no iba a recibir órdenes mías. Y su actitud hablaba por ella: ‘eres una simple
trabajadora social’”. Eleonora estaba ahora recordando el momento mientras sostenía
una discusión acalorada con el director clínico. “Dijo que hablaría con mi jefe o con
usted. Yo le señalé que en ese momento ninguno de los dos estaba en el edificio, y que
el paciente había llevado un arma en su maleta. Así es que ella dijo entonces que yo
tenía que ‘escribirlo y presentarlo’, y que ella ‘decidiría qué hacer’. Fue entonces que le
mande el mensaje”.

Con la crisis resuelta (el arma había sido descargada, el paciente no era peligroso), el
director clínico había comenzado a conversar con la Dra. Laura. “Mire, Laura, es
verdad que de costumbre la trabajadora social ve al paciente y hace un escrito antes de
que usted entre en escena. ¡Pero ese no era precisamente un caso ordinario! En
especial en las urgencias, todo el equipo tiene que actuar en conjunto”.

Laura era alta, con una nariz recta y un mentón saliente que parecían irradiar autoridad.
Levantó un poco más su mentón. “Difícilmente tiene usted que darme una clase sobre
la estrategia de equipo. He sido líder en casi cada clínica en la ciudad. Soy una líder de
equipo soberbia. Usted puede preguntarle a cualquiera”. Mientras hablaba, se frotaba
los anillos de oro que tenía en casi todos los dedos.

“Pero ser una líder de equipo implica algo más que sólo dar órdenes. También se trata
de obtener información, construir consenso, interesarse por los sentimientos de los
otr…” “Escuche”, lo interrumpió, “es obligación de ella trabajar en mi equipo. Es mi
obligación liderarlo y tomar las decisiones”.

PABLO (32 AÑOS) ____________________________________________________

Pablo se estaba sintiendo peor cuando debía sentirse mejor. Por lo menos, eso era lo
que sus nuevos conocidos en Alcohólicos Anónimos le habían dicho. Uno le había
recordado que 30 días de sobriedad era “tiempo suficiente para desintoxicar incluso a
la última célula” de su organismo. Otro pensaba que estaba sufriendo por estar “seco”.

“De manera independiente a lo que seco signifique”, observó Pablo más tarde. “Lo
único que sé, es que después de cinco semanas sin alcohol me siento tan mal como
hace 15 años, antes haber probado alguna gota de alcohol. ¡He disfrutado los
guayabos más que esto!”

Había tomado su primera bebida al empezar bachillerato. Había sido un chico extraño,
del tipo solitario, que tenía gran dificultad para conocer a otras personas. Cuando
todavía estaba en bachillerato comenzó a perder el pelo; ahora, excepto por las cejas y
las pestañas, estaba completamente calvo. También presentaba un movimiento
involuntario ligero y persistente de la cabeza. “Titubeo”, había dicho el neurólogo; “no
se preocupe por eso”. El aspecto de su cabeza calva y con movimiento constante en el
espejo cada mañana era grotesco, incluso para él. Siendo adolescente encontró que le
era casi imposible establecer relaciones interpersonales; estaba seguro de que a nadie
le gustaría alguien tan peculiar como él.

Entonces, una noche Pablo encontró el alcohol. “Desde el primer trago supe que había
descubierto algo importante. Con dos cervezas olvidaba todo acerca de mi cabeza.
Incluso, invité a salir a una chica. Ella no aceptó, pero eso no pareció importarme
demasiado. Había encontrado una vida”. Sin embargo, a la mañana siguiente descubrió
que seguía teniendo su vieja personalidad.

Experimentó durante meses antes de aprender en qué momento y en qué cantidad


tenía que beber para mantener un brillo lo suficientemente fresco para ayudarle a
sentirse bien, pero no excesivo, para poder funcionar. Durante un periodo de tres
semanas en su último año en la facultad de derecho se mantuvo del todo sobrio, y
descubrió que sin alcohol seguía teniendo los mismos sentimientos viejos de
aislamiento y rechazo.

“Cuando no estoy bebiendo no me siento triste o ansioso”, observó Pablo. “Pero me


siento solo e incómodo conmigo mismo, y siento que otras personas pensarán lo
mismo sobre mí. Supongo que esa es la razón por la cual no hago amigos”. Una vez
terminada la carrera, Pablo comenzó a trabajar para una firma pequeña especializada
en derecho privado. Lo apodaban “el topo”, porque pasaba casi todo el día en la
biblioteca legislativa sin investigación. “Es sólo que no me sentía cómodo viendo
clientes —nunca me llevo bien con las personas nuevas”.

La única excepción a este estilo de vida era la membresía que tenía Pablo en el club de
filatelia. Había heredado una gran colección de timbres conmemorativos de su abuelo.
Cuando los llevó a la Sociedad filatélica pensó que le darían la bienvenida con los
brazos abiertos, y lo hicieron. Siguió ampliando la colección de su abuelo y acudía a las
reuniones una vez al mes. “Creo que me siento bien ahí porque no tengo que
preocuparme sobre si voy a gustarles. Tengo una gran colección de estampillas que
ellos pueden admirar”.

JEANET (28 AÑOS) ____________________________________________________

Secretaria en una gran empresa se servicios públicos, Jeanet era una de las mejores
empleadas. Nunca se enfermaba o ausentaba, y podía hacer cualquier tarea, incluso
tenía cierta experiencia en contabilidad. Su supervisor observó que ella contestaba con
educación el teléfono, escribía a máquina con gran rapidez y se ofrecía como voluntaria
para cualquier cosa. Cuando el personal de mantenimiento del edificio entró en huelga,
Jeanet llegó temprano todos los días durante una semana para limpiar y organizar la
cafetería del piso. Sin embargo, de alguna manera, no estaba funcionando.
Su supervisor se quejaba de que Jeanet necesitaba demasiada orientación, incluso
para hacer cosas simples—como elegir el tipo de papel que tenía que utilizarse para
las cartas formales—. Cuando se le preguntaba a ella cuál pensaba que era la
respuesta, su juicio era bueno, pero de cualquier forma siempre quería orientación. Su
necesidad constante de afirmación tomaba demasiado tiempo a su supervisor. Esa fue
la razón por la cual se le refirió con el área de talento humano de la empresa para ser
evaluada.

Jeanet era delgada, atractiva y se vestía en forma cuidadosa. Su cabello castaño ya


mostraba algunas canas. Apareció en la puerta de la oficina y preguntó: “¿Dónde le
gustaría que me sentara?” Una vez que comenzó a hablar, se expresó dispuesta sobre
su vida y su trabajo.

Siempre había sido tímida e insegura. Ella y sus dos hermanas habían crecido con un
padre cariñoso pero dictatorial; su menguada madre parecía agradecida por su tiranía
amorosa. De la mano de su madre, Jeanet había aprendido bien la obediencia.

Cuando Jeanet tenía 18 años, su padre había muerto de forma súbita; en el transcurso
de unos cuantos meses su madre volvió a casarse y se fue a vivir a un pueblo cálido.
Jeanet se sintió abandonada y le atacó el pánico. En vez de ir a la universidad optó por
un empleo como cajera en un banco; poco después se casó con uno de los clientes. Él
era un soltero de 30 años, con costumbres bien arraigadas, y pronto le hizo saber que
él prefería tomar todas las decisiones de la pareja. Por primera vez en un año, Jeanet
se relajó.

Pero incluso la seguridad traía consigo sus propias ansiedades. “En ocasiones me
despierto por la noche, preguntándome qué haría si lo perdiera”, le dijo Jeanet al
entrevistador. “Hace que mi corazón lata tan rápido que creo que pudiera detenerse por
agotamiento. Creo que no podría arreglármelas sola”.

RAÚL (25 AÑOS) ______________________________________________________

“Lo acepto—voy más allá de la limpieza”. Raúl alisó un pliegue en el pantalón. Nacido
en el caribe y educado en la ciudad, Raúl era estudiante de posgrado en biología.
Ahora pasaba parte del tiempo como profesor asistente de biología, y el resto haciendo
frente a su propio trabajo docente en una importante universidad privada. Miraba en
forma constante al entrevistador.

De acuerdo con su asesor, un académico un tanto hosco llamado Ignacio, quien le


había solicitado acudir a la entrevista, el problema no era la limpieza, era terminar el
trabajo. Cada documento que entregaba era maravilloso—mencionaba todos los datos,
todas las conclusiones eran correctas, ni siquiera había errores de ortografía, pero se
tardaba eternidades y esto le estaba generando problemas al Dr. Ignacio para
mantener la justificación de financiamiento del laboratorio.
El Dr. Ignacio le había preguntado por qué no podía aprender a entregarlos más rápido,
“¿Antes de que las ratas se mueran de viejas, quizás?”. En el momento, Raúl había
considerado que era chistoso, pero luego se puso a pensar que esto podría ser un
problema para mantener su trabajo, lo cual le genero una importante preocupación
pues en los últimos 6 años –desde que inicio el pregrado- se había dedicado a tiempo
completo a sus estudios y su profesión, al punto de no poder recordar la última vez que
había tenido un tiempo de descanso.

Raúl siempre había sido ordenado. Su madre la hacía llevar pequeñas listas limpias
para hacer sus tareas, y el hábito persiste hasta la fecha. Raúl aceptaba que “perdía
tanto tiempo con las listas” que en ocasiones difícilmente lograba terminar su trabajo.
Sus estudiantes parecían quererlo, pero varios de ellos decían que desearían que les
concediera más responsabilidad. Le habían dicho al Dr. Ignacio que Raúl parecía
atemorizado incluso de dejarles hacer sus propias disecciones; sus métodos no eran
tan compulsivamente correctos como los de él, de tal manera que él prefería de hacerlo
por ellos.

Por último, también aceptó que casi todas las noches sus hábitos de trabajo lo hacían
quedarse en el laboratorio hasta altas horas de la noche. Habían pasado varias
semanas desde que él tuviera alguna cita—o cualquier tipo de vida social. Darse
cuenta de esto lo había espoleado para seguir las recomendaciones del Dr. Ignacio y
acudir a la valoración de salud mental.

SESIÓN 12

NATALIA (27 AÑOS) ____________________________________________________

Natalia es artista, se dedicaba a hacer copias al óleo de fotografías de paisajes.


Aunque tuvo una exhibición personal en una galería de arte local hace dos años, nunca
ha recibido pago por su trabajo artístico. Vive con su padre, mientras su hermano está
recluido en un hospital mental con mal pronóstico. “Supongo que esto pasa desde hace
tiempo”, dijo el padre. “Debí haber hecho algo antes, pero no quería creer que le estaba
pasando a ella también”. Natalia es delgada y con grandes ojos negros que parecían
nunca enfocarse, si bien casi no aportó información por sí misma, respondió cada
pregunta con claridad y lógica, aunque con brevedad. Se encontraba del todo orientada
y no tenía ideas suicidas u otros problemas para el control de los impulsos. Al
preguntarle por sus experiencias más atemorizantes, las describió sin más emoción
que la que le habría generado tender una cama.

Los signos aparecieron hace unos 10 meses, cuando Natalia dejó de acudir a su
clase en el instituto de arte y dejó de atender a sus dos o tres estudiantes de dibujo. La
mayor parte del tiempo permanecía en su habitación, incluso a la hora de las comidas;
pasaba gran parte de su tiempo haciendo esbozos, sin terminar ninguna pintura. Hace
seis semanas empezó a salir de su habitación varias veces todas las tardes, se
quedaba parada con incertidumbre en el pasillo un momento y luego abría la puerta
principal. Después de asomarse de un lado a otro del pasillo, regresaba a su
habitación. En la última semana, había realizado este ritual más de una docena de
veces cada tarde. Una o dos veces su padre creyó haberla escuchado murmurar algo
sobre “Pierre”. Cuando le preguntó quién era, ella sólo lo vio inexpresiva y se fue.

Pierre es el dueño de la galería en la que Natalia hizo su exhibición. Después de


ese evento y planeando una nueva exhibición, fue a su casa para ayudarla con
“algunas técnicas de retoque especiales”, según ella lo indicó (refiriéndose a su pincel).
Aunque habían terminado juntos y desnudos en el piso de la cocina, ella había pasado
la mayor parte de ese tiempo explicando por qué pensaba que debía ponerse de nuevo
la ropa. Él se fue sin ser correspondido y ella nunca volvió a la galería. No mucho
tiempo después, Natalia “se dio cuenta” que Pierre andaba por ahí, tratando de verla de
nuevo. Sentía su presencia justo afuera de su puerta, pero cada vez que la abría, él se
había desvanecido. Esto la intrigaba, pero no podía decir que se sintiera deprimida,
enojada o ansiosa. En el transcurso de algunas semanas, comenzó a escuchar una voz
que se parecía un poco a la de Pierre, que parecía hablarle desde un amplificador
fotográfico que había instalado en el diminuto segundo baño.

“Por lo general, sólo decía la ‘palabra con C’”, explicó en respuesta a una pregunta.
“¿La ‘palabra con C’?” “Ya sabe, el sitio del cuerpo de la mujer en el que hace la
‘palabra S’”. Sin parpadear y en calma, Natalia se mantenía sentada con las manos
juntas sobre su regazo. En las últimas semanas, Pierre se había deslizado varias veces
por su ventana durante la noche y se había metido en su cama mientras ella dormía.
Ella despertaba al sentir la presión de su cuerpo sobre ella; era en particular intensa en
la ingle. Cuando despertaba por completo, él se había ido. La semana anterior, cuando
entró al baño para utilizarlo, la cabeza de una anguila, o quizá de una víbora larga,
salió de la taza del baño y se lanzó contra ella. Ella bajó la tapa del baño sobre el cuello
del animal y éste desapareció. Desde entonces, sólo había utilizado el baño principal.

RAMON (45 AÑOS) _____________________________________________________

Cuando tenía 20 años y sólo había estado casado algunos meses, Ramon fue
hospitalizado por primera vez debido a lo que se describió entonces como
“esquizofrenia hebefrénica”. De acuerdo con sus registros, su estado de ánimo había
sido alocado e inapropiado, y su lenguaje era desarticulado y difícil de seguir. Había
sido llevado para valoración después de ponerse posos de café y cáscaras de naranja
en la cabeza. Le contó al personal acerca de las cámaras de televisión que había en su
clóset y que lo espiaban cada vez que tenía relaciones sexuales.

Desde entonces, había tenido varios cuadros adicionales, separados, a lo largo de


25 años. Cada vez que se enfermaba, sus síntomas eran los mismos. En cada ocasión
se recuperaba lo suficiente para regresar a casa con su esposa. Todas las mañanas, la
esposa de Ramon tenía que preparar una lista en donde le indicaba sus actividades del
día, incluso contenía la planeación de las comidas y las actividades de la finca. Sin la
lista, podía descubrir, al llegar a casa, que él no había hecho nada en todo el día. La
pareja no tenía hijos y sus amigos eran escasos.

La valoración más reciente de Ramon se generó a partir de un cambio de EPS. Su


nuevo médico observó un estado de salud física bastante conservada; él aún tomaba
neurolépticos, cada mañana su esposa los contaba de manera cuidadosa para
ponerlos en su plato y lo observaba deglutirlos. Durante la entrevista, él guiñaba los
ojos y sonreía cuando no era apropiado. Dijo que ya habían pasado varios años desde
que las cámaras de televisión lo habían molestado, pero se preguntaba si su clóset
quizá “estuviera embrujado”.

WILSON (23 AÑOS) _____________________________________________________

Cuando tenía tres años, la familia de Wilson entro a un programa de protección de


testigos. Por lo menos eso fue lo que le dijo al entrevistador de salud mental.

Wilson es delgado, de estatura mediana y bien afeitado. Lleva un carné que indica
que es estudiante de Medicina. Su contacto visual era directo y estable, y permanecía
sentado tranquilamente mientras describía sus experiencias. “Eso se debió a mi padre”,
explicó. “Cuando vivíamos en Colombia, él pertenecía a la mafia”.

El padre de Wilson, el informante principal, indicó más adelante, “OK, soy un


banquero dedicado a las inversiones. Usted puede pensar que eso es muy malo, pero
no es la mafia. Bueno, en todo caso, no es esa mafia”.

Las ideas de Wilson le habían llegado como una revelación dos meses antes.
Estaba en su escritorio, estudiando para un examen de fisiología, cuando escuchó una
voz justo detrás de él. “Brinqué, y pensé que debía haber dejado abierta mi puerta,
pero no había nadie en el cuarto conmigo. Revisé la radio y mi iPod, pero todo estaba
apagado. Luego volví a oírla”.

La voz le era conocida. “Pero no puedo decirle de quién era. Ella me dijo que no lo
hiciera”. La voz de la mujer le hablaba con mucha claridad y parecía desplazarse
mucho. “En ocasiones parecía que estaba justo detrás de mí. En otras, se paraba
afuera de cualquier habitación en la que yo estuviera”. Él aceptaba que ella hablaba
utilizando oraciones completas. “En ocasiones, párrafos completos. ¡Qué persona tan
parlanchina!”, señaló con una risa.

Al principio, la voz le decía que “necesitaba cubrir mis huellas, lo que fuera que eso
significara”. Cuando trató de ignorarla, ella se puso “muy enojada, me dijo que le
creyera o...”. Wilson no terminó la oración. La voz señaló que su apellido, antes de
tener 3 años, era diferente. “Ya sabe, estaba comenzando a tener sentido”. Desde
entonces Wilson se ha mostrado confundido y su desempeño académico le parece
deficiente para su capacidad, razón por la cual acepto acudir a consulta.
“La parte del cambio del nombre es real”, explicó su padre. “Cuando me casé con
su mamá, hace 20 años, Wilson fue parte del acuerdo. Su padre biológico había muerto
de cáncer renal. Los dos pensamos que sería mejor si yo lo adoptaba”. Wilson tuvo
muchas dificultades en el bachillerato, su atención vagaba, y su comportamiento poco
enfocado. Por ello pasaba mucho tiempo en la oficina del director o en la de
orientación. Aunque varios maestros se desesperaban por su actitud, sus calificaciones
fueron muy buenas.

Fue aceptado en una de las mejores facultades de Medicina del país, en los
exámenes de ingreso para comenzar su primer semestre, su exploración física (y una
serie de pruebas en sangre) todos los resultados fueron normales. Dijo que su
hermano, que era básicamente su único amigo, podía atestiguar que no había utilizado
drogas o alcohol.

“Al principio fue confuso; me refiero a la voz. Me preguntaba si estaba volviéndome


loco. Pero luego lo hablamos, ella y yo. Ahora parece claro”. Cuando Wilson hablaba
sobre la voz, se animaba, y hacía gestos apropiados con las manos e inflexiones
orales. Todo el tiempo prestó atención al entrevistador, excepto en una ocasión en que
giró su cabeza, como si estuviera escuchando algo o a alguien.

CARMENZA (72 AÑOS) ________________________________________________

Carmenza estaba sentada sobre el borde de su silla en la sala de espera. En su


regazo sostenía con fuerza un bolso negro desgastado; a través de unos lentes
gruesos, echaba miradas miopes y desconfiadas a la habitación. Ya había pasado 45
min con el médico a puerta cerrada. Ahora estaba esperando mientras era el turno de
su esposo, quien confirmó gran parte de lo que Carmenza dijo. La pareja ha estado
casada durante más de 50 años, tienen dos hijos, 3 nietos y han vivido en la misma
casa durante casi toda su vida de casados. Los dos estaban retirados de una compañía
telefónica y compartían su interés en la jardinería.

“Fue ahí donde todo comenzó, en el jardín”, dijo el esposo. “Fue el año pasado.
Cuando estaba podando los rosales en el antejardin dijo que yo estaba mirando la casa
del frente. La viuda que vive ahí es más joven que nosotros, quizá tenga 50 y tantos.
Nos saludamos con la cabeza y nos decimos ‘buen día o buena tarde’, pero en 10 años
nunca he timbrado siquiera en esa casa. Pero Carmenza dice que me estaba
demorando mucho con las rosas, que estaba esperando que nuestra vecina saliera de
su casa. Por supuesto lo negué, pero ella insistió y siguió hablando sobre eso durante
varios días”.

En los meses siguientes, Carmenza siguió con la idea de la supuesta relación


extramarital de su esposo. Al principio sólo sugería que había estado tratando de
convencer a la vecina para encontrarse a solas. En el transcurso de algunas semanas,
ella “sabía” que habían estado juntos. Pronto esto se había transformado en una orgía.
Carmenza había hablado de pocas cosas más y había comenzado a incorporar
muchas observaciones cotidianas a sus sospechas. Un botón abierto en la camisa de
su esposo significaba que acababa de regresar de una visita a “la mujer”. El ajuste de
las persianas de la sala le decía si él había tratado de enviar mensajes por medio de
señales la noche anterior. Un detective que había contratado Carmenza para vigilar,
sólo fue a hablar con su esposo y le cobro 500 mil.

Carmenza siguió cocinando y lavando para sí misma, pero ahora su esposo tenía
que hacerse cargo de sus propias comidas y de lavar. Ella dormía con normalidad,
comía bien y, cuando no estaba con él, parecía estar de buen humor. El esposo, por su
parte, se estaba volviendo un manojo de nervios. Carmenza escuchaba sus llamadas
telefónicas, revisaba sus mensajes y abría su correspondencia. Una vez le dijo que iba
a pedir el divorcio, pero que “no quería que los niños se enteraran”. Él había
despertado un par de veces durante la noche y la había encontrado envuelta en su
bata de baño y parada junto a su cama mirándolo, “esperando a que yo entrara en
acción”, dijo. La semana anterior había esparcido chinche en el pasillo exterior de su
habitación, de manera que él gritara y la despertara cuando se escurriera para ir a su
cita sexual ya avanzada la noche. El esposo sonrió y dijo con tristeza: “Sabe, no he
tenido relaciones sexuales con nadie durante casi 15 años. Desde que me operaron la
próstata, ya no puedo hacerlo”.

MARISOL (23 AÑOS) __________________________________________________

Era el primer embarazo de Marisol y se había estado sintiendo aprehensiva por


eso. Había aumentado 15 kg y su presión arterial había estado un poco alta. Pero sólo
había necesitado un bloqueo anestésico; su esposo estaba en la habitación con ella
cuando dio a luz a una niña sana. Esa noche durmió tranquila; pero al día siguiente
estaba irritable, amamantó a su bebé y parecía escuchar con atención cuando la
enfermera fue a darle instrucciones sobre el baño y otros cuidados tras el parto.

A la mañana siguiente, mientras Marisol estaba desayunando, su esposo llegó para


llevarlas a ella y a la bebé a casa. Cuando ella le ordenó que apagara el radio, él miró a
su alrededor y dijo que no escuchaba ninguno. “Sabes muy bien qué radio”, le gritó ella,
y le aventó la almohada. El médico observó que Marisol se encontraba alerta, bien
orientada y su cognición estaba intacta. Se mostraba irritable, pero no deprimida.
Seguía insistiendo en que oía un radio: “Creo que está escondido debajo de la cama”.
Bajó del cierre de la funda y palpó el interior. “Es algún tipo de noticiero. Están
hablando de lo que está ocurriendo en el hospital. Creo que acabo de oír mencionar mi
nombre”.

El flujo del lenguaje de Marisol era coherente y pertinente. Excepto por haber
arrojado la almohada y buscado el radio, su conducta no llamaba la atención. Negaba
tener alucinaciones que afectaran algún otro de sus sentidos. Insistía en que las voces
que escuchaba no eran imaginarias y no creía que alguien estuviera tratando de
engañarla. Nunca había consumido drogas o alcohol, y su obstetra consideraba que
ella tenía una excelente salud general. Después de mucha discusión, aceptó
permanecer en el hospital uno o dos días más para tratar de llegar al fondo del
misterio.

VICTORIA (25 AÑOS) __________________________________________________

Un mes antes de su cumpleaños 22, Victoria se había unido al Ejército. Su padre,


un coronel de artillería, había querido un hijo, pero Victoria era su única hija. A pesar de
las débiles protestas de su madre, la crianza de Victoria había sido estricta y casi
militar. Después de tres años, Victoria acababa de ser ascendida a teniente cuando
enfermó. Su padecimiento comenzó con dos días en la enfermería por lo que parecía
ser una bronquitis, pero al tiempo que la penicilina comenzó a hacer efecto y la fiebre
disminuía, empezó a escuchar voces. Al principio, parecían ubicarse detrás de su
cabeza. Pocos días después se habían desplazado al vaso de agua que se encontraba
al lado de su cama. En la medida en que ella podía decirlo, el tono de las voces
dependía del contenido del vaso: si el vaso estaba casi vacío, las voces eran
femeninas; si estaba lleno hasta el borde, hablaban como un barítono. Eran discretas y
educadas. Con frecuencia le hacían recomendaciones acerca de su comportamiento,
pero en ocasiones decía “casi me vuelven loca” por los constantes comentarios sobre
lo que ella hacía.

Un psiquiatra le diagnosticó esquizofrenia y le prescribió neurolépticos. Las voces


disminuyeron, pero nunca desaparecieron del todo. Ella ocultaba el hecho de que
“había descubierto” que su enfermedad le había sido generada por su capitán, quien
durante meses había tratado de llevarla a la cama sin éxito. También escondía el
hecho de que durante varias semanas había estado bebiendo casi medio litro de vino
todas las noches. El Ejército le dio de baja y volvió a casa de sus padres. Victoria
ingreso al servicio de consulta externa de Sanidad Militar. Su nuevo médico verificó la
persistencia (casi ocho meses) de sus alucinaciones apenas audibles y sus síntomas
cada vez más intensos de depresión: baja autoestima y desesperanza (mucho mayor
en la mañana que en la noche), pérdida del apetito y casi 5 kg en las últimas ocho
semanas, insomnio que le hacía despertar temprano la mayor parte de las mañanas y
la convicción culposa de que había decepcionado a su padre al “desertar” del Ejército.
Ella negaba pensar en lesionarse o lesionar a otros.

El psiquiatra aplazó el diagnóstico al observar que ella había estado enferma


demasiado tiempo y que sus síntomas del estado de ánimo parecían oponerse a la
esquizofrenia. La exploración física y las pruebas de laboratorio descartaron afecciones
médicas generales. Si bien dejo de beber, sus síntomas depresivos y psicóticos
continuaron. Puesto que los síntomas depresivos podían deberse a una psicosis
tratada de manera parcial, se aumentó su dosis de neurolépticos, lo que eliminó las
alucinaciones y las ideas delirantes, pero los síntomas depresivos continuaron casi sin
cambios. El antidepresivo sólo generó efectos colaterales; después de cuatro semanas
se le agregó litio. Una vez que se alcanzó el nivel terapéutico del fármaco en sangre,
sus síntomas depresivos desaparecieron por completo. Durante seis meses se
mantuvo con buen estado de ánimo y libre de psicosis; pero no consiguió un empleo o
hizo mucho con su tiempo.

Parecía que Victoria pudiera estar sufriendo un trastorno depresivo mayor con
características psicóticas; así que el médico considero la posibilidad de que el
neuroléptico pudiera generarle efectos colaterales por lo que redujo de manera gradual
la dosis del neuroléptico. Después de tres semanas, ella comenzó a escuchar de nuevo
voces que le ordenaban escapar de casa, aunque su estado de ánimo era bueno, salvo
cierta dificultad para dormir en la noche, por lo que se le restituyó la dosis del
neuroléptico. Después de varios meses de estabilidad renovada, Victoria y su terapeuta
decidieron intentarlo de nuevo, empezaron a reducir el antidepresivo y semanalmente
se reunían para valorar su estado de ánimo y verificar los síntomas de psicosis. Para
diciembre tenía 2 meses sin el antidepresivo y había permanecido asintomática,
excepto por su afecto sonriente e insulso. Entonces, su terapeuta le redujo la dosis de
litio a una tableta por día. La semana siguiente, Victoria regresó al consultorio
alucinando y preguntándose si debía sostener un cuchillo de cocina en su mano o
empuñarlo.

RODRIGO (70 AÑOS) __________________________________________________

Después de retirarse de la enseñanza a la edad de 65 años, Rodrigo pasaba la


mayor parte de su tiempo solo, en su habitación, en ocasiones tocaba la guitarra, y
congruente con su hábito de toda la vida, nunca bebió. Excepto por su familia
inmediata, tenía pocos contactos sociales. “Mis cigarrillos son mis mejores amigos”,
explica.

Cuando Rodrigo tenía casi 70 años, se le diagnosticó un carcinoma inoperable en


el pulmón. Después de un ciclo de radioterapia paliativa, renunció al tratamiento
adicional y se estableció en su apartamento para morir. Cuatro meses después, notó la
aparición de cefaleas unilaterales derechas, que en ocasiones lo despertaban a la
mitad de la noche. Debido a que los médicos le habían dicho que tenía enfermedad
terminal, no buscó atención médica. Comenzó a relacionar sus cefaleas con gas
natural, el cual podía percibir que entraba por el conducto de ventilación en su baño.
Cuando llamó para informar sobre problema a la administración, se envió al encargado
del mantenimiento quien no pudo encontrar nada mal.

Cuando sus cefaleas y los olores aumentaron, Rodrigo recordó que algunas
semanas antes la administradora había salido algunas veces para observar mientras
los trabajadores de la compañía eléctrica cavaban en la calle, afuera del edificio. La
conclusión lógica irrumpió claramente en él: estaban tratando de envenenarlo. Su ira
crecía al tiempo que el olor se intensificaba. Había comenzado a afectar su voz, que se
había vuelto rasposa y estridente. Tuvo varias discusiones a gritos con la
administradora. Una de ellas la habían mantenido a través de la venta a las 5 de la
mañana, varias semanas después de que él se hubiera dado cuenta del gas. La
amenazó con demandarla y ella lo había llamado “viejo loco”. Después de que la
amenazara (“¡Si yo no estoy a salvo, su vida no vale más de 10 pesos!”), los dos
llamaron a la policía, la cual en ausencia de evidencias les ordenó que se comportaran.

La noche que fue arrestado, Rodrigo se había sentado justo a la entrada del edificio
e insultaba a gritos a la administradora. Cuando ella iba a entrar la confronto
empuñando un bate, asustada perdió el equilibrio y calló por las escaleras. Los oficiales
que lo arrestaron observaron que él parecía “extrañamente indiferente” al grave
accidente. En su declaración Rodrigo señalo: “No me importaría, si sólo fuera por mí.
Pero no puedo soportar que le esté echando gas a todas las otras personas de la
casa”.

El médico legal observó que Rodrigo era un hombre anciano de constitución


delgada, bien rasurado y arreglado. Estaba demacrado, y parecía haber perdido mucho
peso. Su lenguaje era claro, coherente, pertinente y espontáneo, pero su voz era
estridente y rasposa. Parecía tranquilo, y describió su estado de ánimo como
“intermedio”, pero se enojó al describir los intentos de la administradora para
envenenarlo. Estaba orientado en persona, lugar y tiempo, y totalmente consciente de
que padecía cáncer pulmonar. Su introspección en torno a sus ideas y percepciones
falsas era nula, y su juicio había sido en extremo pobre, como lo evidenciaba la historia
reciente.

Una radiografía del tórax reveló que el tumor se había extendido a todo el pulmón
derecho; en comparación con una serie previa, las radiografías de cráneo sugerían una
lesión metastásica ubicada en su lóbulo frontal derecho.

SESIÓN 11
TOMAS (4 AÑOS) _____________________________________________________________

Tomas fue llevado por sus padres al servicio de urgencias por un dolor abdominal que
tenía desde hacía varias semanas, a lo que se sumaba que había tenido una sola
deposición en la última semana, y que ese mismo día había vomitado. La semana
pasada, un pediatra le había diagnosticado una exacerbación aguda de un
estreñimiento crónico. El uso del laxante de recomendado no sirvió de nada y Tomas
empezó a quejarse de dolor nocturno. De acuerdo con sus padres, el malestar lo llevo
a quedarse en su cuarto y a desinteresarse por los videojuegos y los deportes.

Profesores y padres coincidían en que Tomas comía bien, aunque parecía a menudo
molesto, meciéndose, llorando y agarrándose el vientre. En los antecedentes de Tomas
se destacan el estreñimiento y los dolores abdominales, además de dolores de cabeza
intermitentes. Todos estos síntomas venían empeorando desde se mudaron a un
nuevo apartamento. Debido al estreñimiento, Tomas pasaba largos ratos a solas en el
baño, por lo que muchas veces “se entretiene descascarando la pared”. Los padres
explicaron que, aunque el baño se estaba renovando, la pintura era vieja y estaba
soplada.

En la exploración realizada, Tomas dio la impresión de ser un niño bien aseado,


sentado en el regazo de la madre. Lloraba, estaba irritable y se negó a hablar con el
examinador. En cambio, les repetía a los padres que le dolía el estómago. En la
exploración física no se observó fiebre y las constantes vitales eran estables. El único
hallazgo fue la presencia de dolor generalizado a la palpación en todo el abdomen,
aunque era difícil de valorar porque estuvo llorando incontrolablemente durante casi
todo el examen. Una radiografía abdominal revelo múltiples partículas metálicas de
pequeño tamaño por todo el tubo digestivo, y el nivel de plomo en sangre era de 20g/dL
(el normal en los niños es de < 5g/dL).

GABRIEL (11 AÑOS) __________________________________________________________

Gabriel estudia en un colegio para niños con capacidades excepcionales. A partir del
seguimiento médico que realiza la institución, donde se hace seguimiento a su proceso
de crecimiento y Gabriel recibe acompañamiento psicológico por presentar rasgos de
perfeccionismo que le producen considerable ansiedad, fue derivado a un especialista
por presentar un peso muy por debajo de lo esperado para su edad.

Con padres divorciados hace 5 años, Gabriel vivía con la madre los días hábiles y con
el padre los fines de semana. Entre sus antecedentes se destaca el nacimiento
prematuro (34 semanas) y que tardo en alcanzar los primeros hitos del desarrollo, pero
a la edad de 2 años este ya era normal. Las exploraciones físicas anuales habían sido
normales, excepto por el reciente declive del ritmo de crecimiento. Gabriel siempre
había sido delgado, pero su estatura y su peso nunca habían descendido por debajo
del percentil 25 propio de su edad en las curvas de crecimiento. Gabriel es un
estudiante con capacidades excepcional en todas las áreas y muy apreciado por los
profesores. Siempre ha tenido pocos amigos, pero, recientemente, ha dejado todas las
relaciones sociales y prefiere ir a casa en lugar de tomar las actividades
extracurriculares porque dice que el estómago esta más calmado en casa.

Cuando tenía 9 años Gabriel comenzó a negarse a comer diciendo que le daba miedo
vomitar. Aunque el pediatra señalo que era normal que los niños pasaran por diferentes
fases, en los 2 años anteriores, paso de estar por encima del percentil 25 en cuanto a
estatura y peso (1,32 metros, 26 kilos); a dejar de crecer y descender hasta el percentil
5 en las curvas de crecimiento (1,33 metros, 25 kilos); Gabriel solo come cantidades
pequeñas y emplea mucho tiempo en comer. Los padres habían tratado de estimular
su interés experimentando con platos de distintas culturas, con colores y texturas
diferentes, pero nada de eso logro mejorar su apetito. Al preguntarle más sobre el
miedo a vomitar, Gabriel recordó un incidente a los 7 años de edad: estaba comiendo
ajiaco, le entraron náuseas y vomito a continuación. Poco después, a Gabriel le había
empezado a dar miedo comer en público y no comía nada durante la jornada escolar.
Dijo que no le preocupaba su aspecto y que se había dado cuenta de lo poco que
pesaba. Al explicarle los peligros de tener poco peso, Gabriel empezó a lloriquear y
expreso un claro deseo de ganar peso.

BIBIANA (32 AÑOS) ___________________________________________________________

Bibiana, profesora de primaria, es la hija única de una pareja que ella describe como
“sólidamente disfuncional”, en la cual la madre tenía un comportamiento frío y
controlador, mientras que el padre, solía ignorar o censurar su comportamiento.
Aunque tiene un grupo de amistades “bastante reducido” reconoce que la mayoría de
ellos se quejan de que es excesiva en la forma que juzga su cuerpo y en cómo se
preocupa por su peso y figura; la vergüenza que le generaba esta valoración social le
dificultaba establecer relaciones interpersonales duraderas, sin embargo, reporta un
apetito saludable por el sexo.

Con frecuencia se sentía sola y triste, aunque estos sentimientos nunca duraban más
que algunos días. “Como cuando estoy deprimida, y estoy deprimida cuando como.
Estoy completamente fuera de control”. Durante sus dos primeros años en la
Universidad, Bibiana había cursado con anorexia moderada. Convencida de que
estaba demasiado gorda, dejó de comer y se purgó hasta pesar 44 kg, con estructura
de 1.65 m. En esos años siempre estaba muy hambrienta y con frecuencia comía en
atracones, durante los cuales “vaciaba nevera de cualquier persona”. Más adelante
admitió, “debo haberme visto flaca”. Para la época en que terminó la universidad, su
peso se había recuperado a 54 kg y se mantenía estable, controlado mediante el
vómito autoinducido.

Si bien Bibiana admite que su peso es normal, se muestra muy preocupada sobre él.
Durante los 10 años, Bibiana ha seguido un patrón de atracones y purgas. En
promedio, dos veces por semana llega a casa de su trabajo, prepara una comida para
tres y la consume. Prefiere los dulces y los almidones—en una sola sentada puede
consumir dos platos de lasaña precocida, un litro de yogurt y una docena de donas.
Entre un platillo y otro vomita casi todo lo que come. Si no se siente “con ganas de
cocinar”, compra comida rápida y puede comer hasta cuatro hamburguesas grandes en
media hora. Lo que disfruta es el acto de consumir, más que el sabor. Una tarde se
comió una barra de mantequilla cubierta con azúcar pulverizada. En un momento de
remordimiento, calculó que durante un solo atracón nocturno había consumido y
regurgitado alrededor de 10 000 calorías.

ALEJANDRO (37 AÑOS) _______________________________________________________

“Sé que soy obeso a los ojos de cualquiera, y que me lo estoy provocando”. Incluso
siendo niño, Alejandro había tenido sobrepeso. Ahora, con 37 años y 1.81 m de
estatura, pesa 125 kg”. Nacido y educado en la Costa, Alejandro se casó, se divorció y
vive con su hijo Roland de 15 años.
Hace dos años, Alejandro se divorció. Desde entonces, por lo menos dos veces por
semana cocina la cena, de preferencia pastas, y se come hasta tres porciones, incluso
si no tiene hambre, después de la cena come helado con galletas, “por lo menos dos
porciones, lo engullo sin pensar” y cuando va a lavar la loza suele notar que no han
pasado más de 30 minutos desde el momento en que sirvió la comida. Aunque se
siente lleno (“de comida y remordimiento”), nunca ha vomitado, utilizado laxantes u
otros fármacos para purgarse. Si bien este comportamiento era habitual durante los
fines de semana, cuando no estaba trabajando, se había intensificado desde que
Roland había formado su propio grupo de amigos y pasaba más tiempo fuera de casa.

“Siempre he sido gordo, desde que estoy a cargo de mi hijo he hecho muchas dietas
para estar más saludable, pero definitivamente no puedo”. Niega algún antecedente de
consumo inapropiado de sustancias y señala que, a excepción de la obesidad, su
médico le indicó que esta saludable. La autoimagen de Alejandro es mixta: “Tengo un
sentido del humor excelente y una cara bonita, pero sé que soy gigante. A mi exmujer
le encantaba caminar por las montañas, pero al final decidió que no quería estar
casada con una”. Alejandro relata que tiene una larga trayectoria como locutor de radio
en una emisora popular de gran impacto, “alguna vez un productor de televisión en
cable me escuchó y le gustó mi voz, pero cuando nos encontramos para tomar un café,
perdió el interés”. Parece triste un momento, pero entonces, con una sonrisa discreta,
agrega: “¿Puede imaginarme en la televisión? Tendría que ser en pantalla ancha”.

MARLENE (28 AÑOS) _________________________________________________________

Marlene siempre ha sentido fascinación por los alimentos, según su hermana. Invirtió
gran parte de su diseñando una base de datos que pudiera contar las calorías de
cualquier receta. Cada vez que podía, Marlene comía en su habitación mientras miraba
la televisión, cuando tenía que comer con la familia, pasaba gran parte del tiempo
reacomodando los alimentos en su plato, o triturándolos con un tenedor e ingiriendo los
pedazos más pequeños que no caían entre sus dientes.

Las inquietudes de su grupo de amigos en el bachillerato giraban en torno al aspecto,


la ropa y la dieta. Tan sólo ese año, Marlene había perdido 7.5 kilos a partir del peso
más alto que alguna vez hubiera alcanzado, que era de 57 kg; incluso entonces se
quejaba con sus amigas de que estaba demasiado gorda. “Pienso en la comida casi
todo el tiempo, tengo hambre. Pero no soporto verme en el espejo. Si como sólo un
poquito más me siento tan llena y culpable que tengo que devolverlo”. Dos años antes,
Marlene había comenzado a vomitar cada vez que pensaba que había comido
demasiado. Al inicio se metía el dedo o el extremo de un lápiz en la garganta, luego se
ayudó con un jarabe que encontró en el botiquín de la casa de una amiga, hasta que
aprendió a vomitar a voluntad. Una o dos veces por semana se daba un atracón de
alimentos ricos en carbohidratos, y luego vomitaba lo que había consumido.

Excepto por su delgadez y palidez excepcionales, el aspecto de Marlene es normal, su


estado de ánimo es alegre, se muestra atenta, con pensamiento lógico, no presenta
ideas delirantes o alucinaciones, pero señala que se siente aterrorizada por la
posibilidad de subir de peso. Con 1.70 m de estatura pesa poco más de 36 kg, su única
inquietud se debe a que no ha presentado sangrado menstrual durante cinco o seis
meses, pese a que no ha tenido relaciones sexuales en más de un año.

DIEGO (24 AÑOS) ____________________________________________________________

Diego acude a consulta médica señalando “tengo problemas de vómitos”. Este síntoma
tiene sus raíces a comienzos de la adolescencia, cuando empezó a hacer dieta a pesar
de tener un índice de masa corporal (IMC) normal. A la edad de 16 años se mudó a la
ciudad para ir a la universidad y empezó a comer en exceso en el seno de las nuevas
exigencias académicas y sociales. Cinco kilos de más lo llevaron a saltarse el
desayuno sistemáticamente. A menudo se saltaba también la comida, pero entonces,
“muerto de hambre”, comía demasiado por la tarde y por la noche.

Los episodios de comilonas se intensificaron en frecuencia y volumen de comida, y


Diego se fue sintiendo cada vez más descontrolado. Preocupado por engordar, empezó
a inducirse el vómito, práctica que encontró en la web. Primero pensó que aquel tipo de
conducta era bastante aceptable, e inducirse el vómito le parecía una buena forma de
controlar el miedo a engordar. El patrón se asentó: restricción matinal de comida
seguida de atracones, seguidos a su vez de vómitos auto inducidos. Diego continuó
rindiendo adecuadamente en la universidad y conservando sus amistades,
manteniendo siempre en secreto su conducta ante quienes lo rodeaban. Después de
graduarse en la universidad encontró un empleo en una empresa local. A pesar de
contar con un círculo amplio de amigos, tener relaciones románticas y disfrutar del
trabajo, con frecuencia no se siente bien.

Diego señala que tiene poca energía y duerme mal; además de síntomas abdominales,
como estreñimiento y diarrea en momentos distintos, con frecuencia pone excusas para
evitar a los amigos y se ha ido aislando. Señala que este aislamiento no tiene que ver
con el vómito o las molestias gastrointestinales, “eso ya lo sé pilotear”, argumenta que
simplemente “no tengo ánimo, me siento un ser despreciable, tanto que a veces he
deseado estar muerto, porque como que me pesa la vida”. Durante el examen mental,
Diego se ve atento, con la cognición y el juicio intactos, bien nutrido y con un IMC de
23. Se mostró coherente, colaborador y pragmático. Reporto sentirse triste, irritable y
como sin ganas durante el último mes. Dijo que no tenía intención de matarse, pero
que a veces pensaba que la vida no valía la pena.

SESIÓN 10
CARLOS ALBERTO (45 AÑOS) _________________________________________________

Durante 20 años, Carlos Alberto bebió 3-5 cervezas por las noches, cinco veces a la semana.
En los últimos 7 años había consumido alcohol casi a diario, con un promedio de 6 cervezas
entre semana y 12 cervezas los fines de semana y festivos. Su esposa le ha expresado varias
veces su preocupación por la cantidad de cerveza que toma, “aunque nunca ha faltado al
trabajo, muchas veces ha faltado a las reuniones familiares o se queda dormido en la sala
viendo la televisión”. Para darle gusto a su esposa, Carlos Alberto dejo de beber 2 veces por un
par de meses en los últimos 4 años, y señala que no síntomas de abstinencia en ninguna de
esas ocasiones.

Hace 6 meses Carlos Alberto esta inusualmente irritable, fatigado, disfórico y preocupado, le
cuesta concentrarse y es incapaz de disfrutar actividades habituales, desde la comida hasta el
sexo. Reacciona de forma emotiva al estrés diario, le preocupa el futuro de su ferretería y tiene
dificultades para dormir. Su esposa refiere que, aunque en los últimos 5 años ha tenido
periodos de tristeza que duran un par de semana, “nunca antes había estado tan mal”.

Carlos Alberto no tiene antecedentes de otros problemas psiquiátricos o físicos. El reporte de


medicina general señala una presión arterial ligeramente alta (135/92), y que la analítica
sanguínea muestra un volumen corpuscular medio-alto de 92,5 μm3 (los glóbulos rojos son
más grandes de lo normal, indicador de anemia macrocítica). En la exploración Carlos Alberto
se presenta bien vestido, mantiene el contacto visual, no tiene signos de confusión, ni síntomas
psicóticos. Los ojos se le llenaban de lágrimas al hablar del futuro y admitió que se sentía
habitualmente triste todo o casi todo el día desde hacía más o menos 6 meses, por lo que llegó
a tener ideas de suicidio. La cognición estaba intacta y comprendía los diferentes efectos del
alcohol sobre su persona.

OSWALDO (37 AÑOS) _______________________________________________________

A los 35 años Oswaldo era el independiente y adinerado dueño de varias franquicias de ropa,
vivía con su expareja en un apartamento de lujo al norte de la ciudad, hacía ejercicio a diario,
disfrutaba de la compañía de un grupo de amigos íntimos y, aunque era soltero, no había
abandonado la idea de encontrar (preferiblemente pronto) el hombre perfecto con quien
compartir la vida.

A los 19 años “salió del closet” y sus padres recibieron la noticia “sorprendentemente bien” a
pesar de ser fieles practicantes de la doctrina católica. De hecho, según relata Oswaldo, lo que
más les preocupaba era que pudiera ser discriminado por su sexualidad, que le hicieran daño y
que llevara una vida solitaria, “pero nada más lejos de la realidad, he vivido con la cabeza alta,
sin vergüenza y he disfrutado al máximo de la vida”.

Oswaldo jamás ha pensado que sea adicto, siempre ha estado “por encima de todo”, pero le
preocupa un patrón alrededor de las actividades de fiesta y juego durante el fin de semana. En
las noches de viernes y sábado, y ocasionalmente entre semana, sale a comer con amigos y
luego van a algún club o a alguna fiesta privada. Normalmente bebía dos o tres cócteles y
cuatro o cinco copas de vino durante la velada, después de las primeras copas le resultaba
difícil rechazar la cocaína que le ofrecían, entonces “se me acelera el corazón y hago todo lo
posible por enrollarme con alguien”.

En general, Oswaldo bebe alcohol y consume cocaína tres o cuatro veces por semana, lo que
le dificultaba asistir a las reuniones del lunes por la mañana, mucho más prepararlas. Hace 6
meses intenta sin éxito reducir el consumo de cocaína, le preocupa que desde empezó a
consumirla ha adelgazado y no duerme bien, siente que su eficacia en el trabajo ha disminuido
y, sobre todo, el riesgo de no usar protección sexual cuando esta “colocado”.

MARCIA (66 AÑOS) __________________________________________________________

Marcia es una enfermera religiosa, perteneciente a un reconocido convento. Tras más de 30


años como misionera se retiró al convento donde empezó a sentir dolores articulares que
empezó a tratar con comprimidos de hidrocodona y paracetamol, al ver que los dolores
persistían acudió al médico quien le receto los mismos comprimidos por un mes más. Al
terminar la medicación, el dolor reapareció y fue remitida a ortopedia, desde donde le dieron
órdenes para practicarse imágenes diagnosticas y una receta de medicamento para un mes
más; sin embargo, en esta ocasión tuvo que tomar una mayor cantidad a la prescrita para
controlar el dolor.

Al regresar al ortopedista, Marcia se notaba disfórica y adolorida, por lo que solicita una nueva
receta y una dosis mayor. Aunque se le deriva a un especialista en manejo del dolor, ella
considera que su fe y su fortaleza deben ayudarle a vencer el malestar y las ansias de tomar el
medicamento. Sin embargo, meses después empezó a frecuentar las salas de urgencias,
manifestando la recurrencia de los dolores musculares y su intensificación cuando dejaba de
tomar la medicación.

Durante la exploración, Marcia se presenta colaboradora, sin anomalías motoras y un estado


cognitivo conservado. Señala muestra avergonzada al confesar que disfruta la sensación de
“subidón” cuando consume el medicamento, lo que sumado al dolor la ha motivado a mentir
sobre la cronología, la naturaleza y las causas de su dolor para conseguir la receta. Le
preocupa el impacto que esto tiene en su comunidad y reconoce que tiene un estado de ánimo
bajo por la “relación que tengo con el medicamento”, señalando claramente que este estado de
ánimo es diferente a los episodios depresivos que ha tenido desde los 30 años, y han sido
tratados exitosamente en cuestión de semanas.

ANA MARÍA (41 AÑOS) _______________________________________________________

Ana María es una ingeniería de sistema que trabaja desde casa a tiempo parcial. Ella ingresa
en un programa de tratamiento para problemas de alcohol señalando “Necesito dejar de beber
o mi esposo se va a divorciar”. Al ingreso Ana María reporta que ha estado bebiendo 1 litro de
ron al día, todos los días, y que no había pasado un solo día sin alcohol desde hace más de 2
años. Ana María llevaba muchos años bebiendo alcohol después del trabajo, pero hace más o
menos 1 año empezó a beber rutinariamente por las mañanas siempre que tenía el día libre.
Recientemente se siente temblorosa por las mañanas, “pero se me quita rápido con el primer
trago”.

El esposo de Ana María le ha dicho que esta “harto” de su pobre concentración, del tiempo que
invierte en recuperarse cada día del guayabo y de su “falta de voluntad” para dejar de beber,
“es el colmo, me dice que no va a tomar y se da mañas para tomar a escondidas, como si no
se fuera a notar el olor”.
Ana María empezó a consumir alcohol cuando estaba en bachillerato y se destacó entre sus
compañeros de universidad porque “tenía más aguante que todos mis amigos, como mi papá y
mi abuelo”. Aunque en la época universitaria perdió varias veces el conocimiento por el exceso
de licor, fumo marihuana y esnifo cocaína ocasionalmente dice que “fue algo que se quedó en
la juventud”. Paulatinamente incremento el consumo y alrededor de los 35 años pasó de beber
los fines de semana a beber diariamente. Antes solo bebía cerveza, pero el año pasado
empezó a beber ron. Ha ido a reuniones de Alcohólicos Anónimos durante años, pero tendía a
beber en cuanto salía de la reunión.

Al ingresar al programa, Ana María se ve diaforética y le tiemblan las manos; se muestra


colaboradora, aunque se mueve nerviosa por el salón. Negó estar deprimida y dijo sentirse
ansiosa, inquieta, irritable y con náuseas. No se hallaron signos de pensamiento psicótico y dijo
que no había tenido alucinaciones, aunque si insomnio. Estaba alerta y orientada, sin
alteraciones significativas de memoria, pero con la atención y la concentración disminuidas.

En la actualidad no consume medicamentos ni otras drogas, tampoco presenta alteraciones


orgánicas, tiene una tensión arterial de 155/95 y frecuencia cardiaca de 104 latidos/minuto.

SERGIO (27 AÑOS) __________________________________________________________

Al cruzar la puerta Sergio pregunta ¿Tiene algún dulce?, luego entra de manera desordenada
al consultorio, se tira en la silla, y dice “ya sé que sólo ha pasado una hora desde el desayuno,
pero estoy muerto de hambre”.

A los 27 años, Sergio depende de sus padres. Al terminar el colegio empezó los estudios
universitarios, pero tras 7 años de cambios de carrera decidido retirarse y quedarse en casa.
Sus padres le han exigido que asista al servicio de salud porque “lo único que hace es fumar
marihuana”. Aunque sus padres han insistido para que busque un trabajo e incluso le han
ofrecido apoyo para que monte un negocio, él se ha negado argumentando que no quiere
presiones y prefiere una vida simple.

Al indagar por su opinión acerca de la queja de sus padres responde de manera espontánea
que se había fumado un toque justo antes de entrar a la cita. Sergio no se sentía en particular
molesto por la valoración; simplemente no consideraba que eso fuera muy necesario. A su
criterio “necesita muy poco para vivir”, por lo que no consideraba que hubiera mayor motivo en
la queja de sus padres. Había probado todas las otras drogas (“excepto la heroína”), pero en
realidad no le gustaban.

Al indagar en particular por el consumo de marihuana dice “no fumo dentro de la casa, sé que a
los viejos no les gusta… salgo por ahí cada 2 horas al patio o a la calle para no incomodarlos”.
Sergio se siente conforme con su estilo de vida y considera que es mejor llevar una vida
tranquila, con lo básico sin tantas aspiraciones y tantas presiones.

Su estado de ánimo es muy bueno y señala “nunca he tenido que ir al médico, soy pura salud”.
Sergio se levantó y se estiró, se frotó los ojos enrojecidos y dijo, “bueno, gracias por escuchar”,
al preguntarle a dónde iba y señalarle que su cita no había terminado, “sólo ha estado aquí 10
min”, responde “¿De verdad?”, se tira en la silla diciendo “me pareció como 1 hora, soy pésimo
con el tiempo”.
MIGUEL (19 AÑOS) __________________________________________________________

Desde que tenía 12 años, Miguel había tenido problemas por escapar, entrar a sitios
prohibidos, y por algo que él no entendía y denominaban “ser incorregible”. Días antes de su
cumpleaños 18, sus padres le dieron una opción: “La calle o la milicia”.

Tras seis meses en la Fuerza Aérea, Miguel no era un soldado particularmente bueno. Con
frecuencia insolente, sólo lograba lo suficiente para pasar la mayor parte de sus fines de
semana confinado a la base y no en la garita. Cuando su Unidad abordó un camión para acudir
a una operación de construcción conjunta con el Ejercito, Miguel también fue.

En apariencia, había consumido varios tubos de pegamento industrial. Por lo menos eso fue lo
que Miguel dijo haber estado inhalando en la cocina al llegar a la base destino. Mientras
relataba su historia, había necesitado varias órdenes enérgicas y por lo menos una buena
zarandeada de su sargento primero para evitar que se saliera del tema o se quedara dormido.
Su aliento era similar al olor de un taller de pintura.

Miguel había estado inhalando distintos pegamentos, durante cerca de cinco años. Su padre
tenía una fábrica de muebles, así que creció en un entorno donde eran fáciles de conseguir, así
que la legalidad no le importaba mucho, pero el costo y la facilidad de adquisición eran
importantes.

El pegamento industrial generaba una intoxicación rápida y confiable. A Miguel le agradaba


porque mejoraba su estado de ánimo y hacía que las horas largas parecieran correr. Esa noche
había tenido su propia fiesta privada. Todos los demás se habían ido a dormir y él quería
desprenderse del estado de ánimo abatido con el que se había mantenido. Había funcionado
tan bien que pensó que pudiera ser una buena idea arrojar ollas y sartenes por toda la cocina,
que fue la razón por la cual la guardia lo había descubierto.

Cuando lo llevaban con su sargento se tropezaba, tambaleaba y cayó sobre la silla. Se frotaba
los ojos, que ya estaban muy rojos, y parecía está tratando de determinar dónde estaba. “No
podía estar en las barracas”, dijo sonriendo, “no hay pósters de viejas en bola, ni fotos
pendejas”. “Nunca lo consumo más que una o dos veces por semana”, dijo con otra risita. “Si
se usha musho, queda, eh, malo al cerebro”.

SESIÓN 9
GIOVANY (28 AÑOS) ________________________________________________________

Giovany nació cuando su madre sólo tenía 15 años, quien noto su embarazo hasta los seis
meses. Fue criado de manera alternada por sus abuelos y una tía. Giovany caminó a los 20
meses; dijo sus primeras palabras a los 2 años y medio. Un pediatra lo calificó como “un poco
lento”, de modo que así que su abuela lo inscribió en un preescolar para “niños especiales”. A
los 7 años de edad, había tenido un desempeño lo suficientemente bueno para considerar que
podía ir a un “colegio normal”. Durante el resto de su vida escolar, trabajó con una maestra de
educación especial 2 h a la semana.
A pesar de su discapacidad, Giovany amaba la escuela. Aprendió a leer a los 8 años y pasó
gran parte de su tiempo libre revisando libros sobre geografía y ciencias. Sus compañeros le
decían que era tonto, lo molestaban por ser más bajo y lo excluían de manera habitual de los
juegos. Cuando termino el colegio, su abuelo le enseño a hacer trabajos manuales y a usar el
sistema de transporte público, luego le ayudo a ubicarse como asistente en un restaurante de
un hotel del centro. El administrador del restaurante le consiguió una habitación en el sótano
del hotel. Las meseras del restaurante con frecuencia daban a Giovany algunas monedas de
las propinas que ganaban. Puesto que vivía en el hotel, no necesitaba demasiado dinero; su
habitación y alimentos estaban cubiertos, y no necesitaba demasiada ropa. Invertía la mayor
parte de su dinero en ir a ver partidos de futbol. Su tía lo visitaba cada semana, le ayudaba con
el arreglo personal y lo llevaba al estadio.

Recientemente el hotel fue cerrado sin aviso. Al quedarse sin trabajo y vivienda, sin saber de
sus compañeros de trabajo y con su familia vacaciones, no tenía a dónde ir. Así que empaco
sus cosas en una bolsa y camino hasta que se cansó; se ubicó en un parque donde extendió
unas sábanas donde durmió casi dos semanas, y se alimentó de lo que los vecinos le daban.
Uno de los vecinos lo animo a asistir a una clínica cercana.

Durante la entrevista se mantenía quieto sentado en su silla y establecía poco contacto visual.
Habló primero con vacilación, pero con claridad y coherencia, y finalmente se comunicó bien
con el entrevistador, aunque no suministro mucha información. El estado de ánimo de Giovany
era bueno y de calidad casi promedio. Sonreía cuando hablaba de su tía, pero se ponía serio
cuando se le preguntaba dónde se iba a quedar. No tenía ideas delirantes, alucinaciones,
obsesiones, compulsiones o fobias. Negaba haber sufrido ataques de pánico, aunque aceptaba
que se sentía “algo preocupado” cuando tenía que dormir en el parque.

MATIAS (12 AÑOS) _________________________________________________________

Según la mamá de Matías, él tiene rabietas frecuentemente y esto parece afectar su


rendimiento escolar. Con los ojos llorosos, la madre señala que “las cosas con Matías siempre
han sido difíciles, pero que desde que empezó el bachillerato es imposible”. Los profesores de
Matías le decían a la mamá que era académicamente capaz, pero poco hábil para hacer
amigos, lo han visto llorando varias veces y dicen que casi nunca habla en clase. Parecía
desconfiar de las intenciones de los compañeros que trataban de ser agradables con él, pero
confiaba en los que fingían interés en sus carros de juguete, aunque se burlaran de él. En los
últimos meses, varios profesores lo han visto gritar a otros chicos, aunque no habían detectado
ninguna causa no habían castigado a Matías porque suponían que estaba respondiendo a
alguna provocación.

Al entrevistarlo a solas, Matías respondió con balbuceos no espontáneos a las preguntas sobre
el colegio, los compañeros de clase y la familia. Sin embargo, cuando el examinador le
preguntó si le interesaban los carros de juguete, Matías se animó. Sacó de la maleta varios
juguetes y, sin mirar mucho a los ojos, se puso a hablar largo y tendido sobre los vehículos,
utilizando aparentemente sus denominaciones exactas (p. ej., pala mecánica, B-52, Jaguar). Al
preguntarle de nuevo por el colegio, Matías sacó un cuaderno y mostró una serie notas:
“Bobo!!!!, raro, eres un raro!, TODOS TE ODIAN”. Mientras el examinador leía, Matías dijo que
niños le decían “palabras malas” en clase y que después le gritaban en el pasillo y “yo odio el
ruido”. Dijo que había pensado en fugarse, pero que después había decidido que lo mejor era,
quizá, huir a su propio cuarto.
Matías dijo su primera palabra a los 11 meses de edad y empezó a utilizar frases cortas a los 3
años. Siempre le habían interesado mucho los juguetes de carros, aviones y trenes. Según la
madre, siempre había sido tímido y nunca ha tenido un mejor amigo. La madre dice que
“entiende todo literalmente” y su comportamiento es muy parecido al del padre, un abogado de
éxito que tenía intereses parecidos, ambos son “todos tiquismiquis con las rutinas”.

En la exploración, Matías se mostró tímido y nada espontáneo. El contacto ocular era muy
poco. El discurso era coherente e intencional, aunque en ocasiones se trababa con las
palabras, hacía pausas excesivas y a veces repetía rápidamente palabras o partes de palabras.
Matías dijo que estaba bien, pero dijo que le daba miedo el colegio. Parecía triste y solo se
animaba al hablar de sus juguetes.

CARLOS (19 AÑOS) _________________________________________________________

Carlos, un estudiante universitario que busca ayuda en el servicio de bienestar por sus
problemas académicos. Desde que empezó la universidad, 6 meses atrás, ha rendido poco en
los exámenes y le ha sido difícil cumplir su programa de estudios. La preocupación de que lo
terminaran suspendiendo y echando de la universidad le provocaba insomnio, mala
concentración y sensación general de desesperanza. Después de una semana especialmente
dura, regresó a su casa inesperadamente y comunicó a su familia que creía que debía dejar los
estudios. La madre lo acompaño enseguida al servicio de bienestar de la Universidad.

En el colegio Carlos había repetido primero porque tenía dificultades para aprender a leer y
tuvo problemas todo el tiempo por no seguir las instrucciones, no hacer los deberes, levantarse
del asiento, perder cosas, no esperar su turno y no escuchar. Le costaba concentrarse excepto
en los videojuegos, que podía jugar durante horas. Carlos, aparentemente, había empezado a
hablar tardíamente, pero el parto y el desarrollo habían sido normales. A los 9 años de edad, el
médico de atención primaria había recomendado una farmacoterapia, pero la madre no quiso
darle medicación. En cambio, refirió que se había buscado un trabajo extra para pagar tutores
que ayudaran a su hijo “con la concentración”.

Desde que había empezado la universidad, Carlos refirió que con frecuencia no había podido
concentrarse en la lectura y las clases. Se distraía con frecuencia y tenía problemas para
entregar a tiempo los trabajos. Se quejó de sentirse inquieto, agitado y preocupado. Refirió
dificultades para conciliar el sueño, poca energía e incapacidad para “divertirse” como sus
compañeros. Dijo que los síntomas depresivos “iban y venían” durante la semana, pero que no
parecían influir en sus problemas de concentración. Afirmó que no consumía. ninguna
sustancia.

En la exploración, Carlos iba vestido con unos jeans limpios, una camiseta y un buso cuya
capucha se echaba una y otra vez sobre la cara. Permanecía sentado, quieto y encorvado.
Suspiraba constantemente y rara vez miraba al clínico a los ojos. Tamborileaba los dedos con
frecuencia y se removía en el asiento, pero era educado y respondía debidamente a las
preguntas. Carlos dijo que en el bachillerato había tenido muy buenos profesores que lo habían
comprendido, ayudado a entender lo que leía. Sin este apoyo en la universidad, dijo que se
sentía “solo, estúpido, fracasado e incapaz de salir adelante”. Dijo que no tenía pensamientos
suicidas. Parecía tener una conciencia razonable de sus problemas.
VANESSA (13 AÑOS) ________________________________________________________

Vanessa, está en noveno y tiene problemas académicos y conductuales. Le cuesta empezar y


terminar sus deberes escolares y seguir instrucciones, y la han sacado repetidamente de la
case de matemáticas. Al pedirle que haga tareas, Vanessa se pone a discutir y se vuelve
irritable. Cada vez se resiste más a ir al colegio, pidiendo quedarse en casa con su mamá.

En casa, la supervisión de las tareas por parte de los padres suele acabar en discusiones con
llantos y gritos, cuando se trata de las tareas de matemáticas. Vanessa tiene dos amigas desde
hacía mucho tiempo, y ellas dicen que “siempre ha sido muy bruta para los números, pero en lo
demás le va rebien”.

Las pruebas indicaron que Vanessa tenía una inteligencia por encima de la media,
rendimientos adecuados para su edad en todas las asignaturas excepto en matemáticas y
alguna dificultad con sus capacidades visoespaciales. Varios años antes, el pediatra le había
diagnosticado un trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) y le había
recetado un estimulante. Tomo el medicamento durante 1 semana, pero los padres dejaron de
dárselo porque parecía agitada.

Vanessa indica que la clase de matemáticas le parece muy aburrida y explica sus dificultades
por esto, señala “en las otras clases no me pasa porque los profes si saben explicar, en
matemáticas el profe habla en chino y no me espera”. Los padres de Vanessa señalan que
estas dificultades se han presentado desde que ella era pequeña, “le costo aprender a sumar y
restar, desde primaria las matemáticas han sido la lucha de todos los días”.

JUAN SEBASTIAN (9 AÑOS) ___________________________________________________

El profesor de Juan Sebastián cito a sus padres porque sus notas han empeorado en el
segundo trimestre. Tiende a no estarse quieto y a distraerse cuando el trabajo de clase se
hacía más exigente, así que el profesor sugirió una evaluación psicológica.

Los padres señalan que últimamente Juan Sebastián es más emotivo. Aunque no se identifican
problemas significativos en la familia, la madre señala que “a veces se pone muy sensible y
empieza llorar, cosa que es muy rara en él”. Los padres y abuelos coinciden en que “se ha
vuelto muy pegajoso, como que no quiere quedarse solo”.

Aunque hay otras personas en la casa, Juan Sebastián sigue a sus padres o abuelos por la
casa y evita quedarse solo en una habitación. Últimamente se mete en la cama de sus padres
a la hora de dormir, lo cual no acostumbraba hacer, y aunque tiene buenos amigos que van a la
casa de vista, se niega rotundamente a quedarse a dormir en sus casas.

La madre señala que su hijo parecía inquieto, ha notado que a veces cuando está cansado o
frustrado, se encoge de hombros, hace muecas y guiña los ojos con frecuencia; pero se le pasa
cuando hace actividades tranquilas o se concentra en una tarea particular.

La madre refirió que Juan Sebastián fue producto de un embarazo deseado y sin
complicaciones, y había alcanzado los distintos hitos del desarrollo en el momento preciso. No
tenía antecedentes personales de enfermedades físicas ni de infecciones recientes, pero la
madre contó que desde el principio de año había empezado a quejarse de dolor de estómago
en el colegio.

En la exploración, Juan Sebastián parecía algo nervioso, cambiando de postura en la silla. El


hecho de oír a su madre hablar de sus nuevos movimientos parecía provocarlos y el
examinador observó que en ocasiones, también apretaba los párpado, ponía los ojos en blanco
y carraspeaba. Juan Sebastián dijo que a veces le preocupaba que a sus padres les pasaran
“cosas malas”.

MARÍA FERNANDA (17 AÑOS) _________________________________________________

María Fernanda fue derivada para una reevaluación diagnóstica después de haber estado
diagnosticada de autismo y trastorno del lenguaje casi toda su vida, asociado al síndrome de
Kleefstra. La familia desea confirmar los diagnósticos previos y valorar el riesgo genético para
los futuros hijos de sus hermanos mayores.

María Fernanda asistía a un colegio especial para desarrollar habilidades funcionales. Era
capaz de vestirse, pero no de ducharse sin ayuda o de quedarse en casa sola. Podía
decodificar (p. ej., leer palabras), pero entendía poco de lo que leía. Cuando estaba molesta,
María Fernanda solía hacerse daño a sí misma mordiéndose los labios, las manos y las
muñecas.

Según su historia, María Fernanda empezó a recibir servicios a los 9 meses de edad, después
de que los padres notaran importantes retrasos motores. Empezó a caminar a los 20 meses y a
ir al baño sola a los 5 años. Dijo sus primeras palabras a los 6 años. Le diagnosticaron autismo,
obesidad y encefalopatía estática a los 4 años. En una de las primeras evaluaciones se
observó una posible dismorfología facial; pero las pruebas genéticas de entonces no aportaron
nada.

Los padres refirieron que María Fernanda conocía los números y sabia muchas de palabras
sueltas y muchas frases sencillas, pero poco lograba identificar en textos, ni letras ni números.
María Fernanda había estado siempre muy unida a sus padres y hermanas y, aunque era un
poco brusca era cariñosa con la familia. Entre los antecedentes familiares de interés de María
Fernanda se cuentan un padre con dislexia, un tío paterno con epilepsia y un primo materno
con posible síndrome de Asperger.

En las pruebas formales realizadas durante la reevaluación, María Fernanda presentó un CI no


verbal de 39, un CI verbal de 23 y un CI global de 31. Las puntuaciones adaptativas fueron algo
más altas, con una puntuación global de 42 (siendo el promedio de 100). En la exploración,
María Fernanda se muestra sonriente, es una joven de voz aguda, con sobrepeso que con
frecuencia ignora lo que le dicen. Para solicitar un objeto deseado María Fernanda apuntaba
con el dedo, al ofrecerle un objeto (p. ej., un animal de peluche), se lo llevaba a la nariz y a los
labios para inspeccionarlo.

SESIÓN 8
AMANDA (43 AÑOS) __________________________________________________________
Amanda es una secretaría de 43 años de edad, casada, con una larga historia de depresiones
episódicas. Dice que está deprimida, desde que empezó un nuevo trabajo, hace 1 mes. Le
preocupaba que pensaran que su trabajo era deficiente y lento y que ella era antipática. En
casa le faltaba energía, veía el celular por horas, comía y dormía en exceso, y subió 3 kilos en
pocas semanas. Empezó a llorar varias veces por semana y aunque no ha pensado en la
muerte, sabe que esto es señal de que la depresión ha vuelto.

Su esposo dice que la primera depresión de Amanda fue en la adolescencia y en la adultez ha


tenido al menos 5 periodos distintos de depresión, con bajo ánimo, falta de motivación y
energía, hipersomnia, hiperfagia, sentimientos de culpa y reducción de la libido. Cuando
pasaban estos periodos aparecían horas o un par de días de mucha energía, irritabilidad,
optimismo, habla rápida y muchas ideas desordenadas. Parecía muy contenta, feliz y confiada
en sí misma, hacía las tareas domésticas con gran eficiencia, dormía poco, pero tenía mucha
energía.

A causa de sus periodos de ánimo bajo y pensamientos de muerte, ha visto a varios psiquiatras
desde la adolescencia. La psicoterapia suele funcionar bien hasta que tiene otro episodio
depresivo y abandona el tratamiento. Tanto a solas como en presencia de su marido, Amanda
negó haber consumido nunca alcohol u otras sustancias. Su tía y su abuelo materno fueron
hospitalizados varias veces por manía, pero ella señaló que lo suyo no se parecía a lo que vio
en sus familiares.

ELIZABETH (38 AÑOS) ________________________________________________________

Elizabeth tiene un servicio de banquetes junto con su esposo. A los 38 años de edad, Elizabeth
ya tenía dos hijos adolescentes, de modo que parecía razonable que estuviera alterada por un
nuevo embarazo. Pero según su esposo estaba demasiado triste y para el cuarto mes de
embarazo, pasaba gran parte del día en la cama, sin levantarse hasta la tarde, cuando
comenzaba sentirse un poco menos cansada. Su apetito fue casi nulo a partir del segundo
trimestre y para el momento del parto pesaba menos de lo usual para un embarazo a término.
Había tenido que renunciar al cuidado del hogar y a la contabilidad del negocio, porque no
podía concentrar su atención el tiempo suficiente para sumar una columna de cifras.

Su esposo se alarmó al inicio del noveno mes del embarazo, cuando Elizabeth le dijo que había
pensado durante días que no sobreviviría al parto y que él tendría que criar al niño sin ella. “De
cualquier manera los dos estarán mejor sin mí”, le había dicho. Después de que nació su hijo,
el estado de ánimo de Elizabeth se iluminó casi de inmediato. Las crisis de llanto y las horas de
rumia desaparecieron; en resumen, parecía casi normal. Sin embargo, una noche de viernes ya
tarde, cuando el bebé tenía tres semanas de nacido, El esposo volvió de atender un banquete y
encontró a Elizabeth en ropa interior decorando un pastel. En la cocina había dos pasteles
recién decorados, y la cocina estaba llena de ollas y trastes sucios, el esposo señalo que “dijo
que había hecho uno para cada uno de nosotros, y que quería celebrar, me fui a revisar al bebé
porque estaba llorando, pero ella quería jalarme a la habitación. Yo estaba cansado, pero aun
así no entiendo como estaba tan concentrada con el bebé llorando”.

Al día siguiente, Elizabeth salió con sus amigas y compro regalos Navidad para familia y
amigos, parecía tener energía sin límites; sólo dormía 2 o 3 h en la noche antes de levantarse
descansada y lista para seguir. El lunes decidió abrir una pastelería y trato de comprar todos
los insumos por teléfono, pero hablaba tan rápido que la persona que le contestó no podía
entenderla. Antes de que Elizabeth se embarazara, se daba un toque ocasional de marihuana,
pero durante la última semana, se sentía el olor por toda la casa. El día previo a la cita,
Elizabeth despertó a su esposo a las 5 a.m. y le dijo: “Me estoy convirtiendo en Dios”.

OSCAR (55 AÑOS) ___________________________________________________________

Oscar había heredado un pequeño negocio de su padre y lo había hecho crecer. Cuando lo
vendió unos cuantos años después, invirtió la mayor parte de su dinero; con el resto, compró
una pequeña finca en la sabana. El mismo realizaba la mayor parte de las tareas de la finca y
producía algo de dinero para mantener gastos básicos. Pero a Oscar lo que le importaba era
mantenerse ocupado. Cuando tenía 45 años, su estado de ánimo, que siempre había sido
normal, cayó en depresión. Las tareas de la finca parecían cada vez más una carga y las
herramientas se oxidaba al aire libre.

Conforme su estado de ánimo se hacía más negro, la función corporal de Oscar parecía
deteriorarse. Si bien sentía una fatiga constante, que con frecuencia lo llevaba a la cama a las
9 de la noche, de manera invariable despertaba a las 2 o 3 de la mañana. Entonces, una
preocupación obsesiva lo mantenía despierto hasta que salía el sol. Las mañanas eran lo peor
para él. La perspectiva de “otro maldito día que vivir” parecía avasalladora. En las tardes solía
sentirse un poco mejor, y a veces se sentaba para hacer números y ver cuánto dinero tendrían
si tuvieran que vivir de sus ahorros.

La esposa de Oscar dice que tuvo que correr dos orificios del cinturón porque no tenía buen
apetito, dice “es como que ya no disfruta nada, está siempre sentado y preocupándose por las
deudas, aunque tenemos lo suficiente para pagar las cuotas”. Hace una o dos semanas, Oscar
comenzó a rumiar en torno a su salud. Su esposa cuenta que al inicio era su presión arterial,
luego pensaba que le iba a dar una apoplejía y ayer estaba convencido que le iba a dar un
infarto, se levantaba, sentía su pulso, caminaba por la habitación, se acostaba, subía los pies
por encima de la altura de la cabeza, hacía de todo disque para “mantenerlo andando”.

JENNY (15 AÑOS) ____________________________________________________________

Jenny no tiene ninguna queja, pero su mamá dice que tiene problemas en casa y el colegio
desde hace 1 año y las medicinas no sirven para nada. Las notas de Jenny han empeorado, ha
perdido a muchos de sus amigos de siempre y los conflictos en casa han venido en aumento,
incluso se ha referido a su mamá como “asquerosa” y “mala”.

Jenny vio a su primer psiquiatra a la edad de 7 años porque era inquieta, impulsiva y distraída.
Dado que las conductuales no fueron útiles se le medico con metilfenidato, a los 8 años de
edad. A partir de ese momento se mejoró su desempeño en el colegio, la casa y la vida social
general. Alrededor de los 14 años de edad, Jenny se volvió “tristona”, pasaba días a solas, sin
hablar apenas con nadie. Durante los periodos de tristeza dormía más de lo habitual, se
quejaba de que sus amigos ya no la querían y parecía no interesarse por nada. En otros
momentos era “el terror de la casa”, molestaba todos constantemente. A raíz de esto se le
aumento la medicación sin mayor efecto.
El padre de Jenny abandono la familia antes que ella naciera, pero su mamá recuerda que lo
habían tratado con litio. Al explorar los periodos de irritabilidad, disforia y aislamiento social, el
clínico preguntó si, en ocasiones, Jenny había estado especialmente contenta. La madre
recordó varios periodos en los que la hija había estado “atolondrada” durante 1 o 2 semanas,
se reía de “cualquier cosa” y ayudaba con las tareas domésticas incluso sin que se lo pidieran.
Jenny no tiene problemas de salud, ni consume sustancias psicoactivas. En la exploración
señalo que no le gusta cómo se siente y explicó “estoy deprimida 1 semana, después bien,
divertidísima unos días y luego con ganas de matar a alguien”.

RICARDO (53 AÑOS) _________________________________________________________

“Sólo sé que fue un error venir aquí”. Por tercera vez, Ricardo se levantó de su silla y caminó
hacia la ventana. El exsargento del ejercito pesaba apenas 60 kg. A través de las persianas,
miraba con añoranza la libertad del parqueadero. “Simplemente no sé qué me hizo venir”,
“Usted vino porque yo se lo solicité”, le explicó su médico. “Su sobrino llamó y dijo que usted se
estaba deprimiendo de nuevo; justo como la última vez”. “No, sólo estaba de mal genio”,
explicó con paciencia. “Tuve una gripita de nada, pero ya estoy bien”. “¿Ha estado oyendo
voces o viendo cosas en esta ocasión?” “¡No!”.

Después de su última hospitalización, Ricardo había estado bien durante cerca de 10 meses.
Aunque había tomado su medicamento sólo algunas semanas, se había mantenido activo
hasta tres semanas antes. Había dejado de ver a sus amigos y ya no jugaba futbol porque “ya
no lo disfrutaba”. Se preocupaba de manera constante por su salud y no había podido dormir.
Aunque no refería disminución del apetito, había perdido cerca de 5 kg. “Bueno, ¿quién no
tiene problemas? Sólo me he estado sintiendo muy cansado para hacer lo de siempre”.
“Ricardo, ¿y qué me dice acerca de ideas suicidas?” “¿de qué habla?”. “Quiero decir que cada
vez que ha estado aquí, hace uno y tres años, ha sido porque trató de suicidarse”, “Voy a estar
bien ahora. Sólo déjeme ir a mi casa”.

Resignado a quedarse en el hospital, Ricardo se levantó, sonrió débilmente a la auxiliar y se


dirigió al baño. Pasando por encima de la puerta un lazo hecho con una tira de tela que había
arrancado de su camisa, trató de colgarse. Puesto que el silencio persistía, la auxiliar llamó en
voz baja, luego tocó la puerta, después la abrió y activó la alarma. El equipo de código
respondió de inmediato. A la mañana siguiente, el terapeuta estaba de nuevo junto a su cama.
“¿Por qué trató de hacer eso, Ricardo?” “No traté de hacer nada. Debo haber estado
confundido”. Trato de cubrir los moretones del cuello con sus manos y dijo “estaría mejor si
usted me dejara ir a mi casa”. Ricardo estuvo hospitalizado por 10 días y al retomar sus
medicamentos antidepresivos empezó a dormir y comer con normalidad, sin embargo, se
preguntaba por qué todo el mundo había hecho tanto ruido.

YERSON (40 AÑOS) __________________________________________________________

Para Yerson, la vida nunca ha parecido demasiado alegre. Tenía 18 años cuando observó por
primera vez que la mayor parte del tiempo “se sentía mal”. Aunque era brillante y estudiaba
duro, en la Universidad con frecuencia se distraía con la idea de que no igualaba a sus
compañeros de clase. Consiguió un empleo con una empresa de electrónica, pero rechazó
varios ascensos porque sentía que no podría hacer frente a la responsabilidad adicional.
Necesitó una tenaz determinación y muchas horas de trabajo para compensar esta “sensación
de segundo nivel inherente”. El esfuerzo le generaba un cansancio crónico. Incluso su
matrimonio y el nacimiento de sus dos hijas sólo disminuyeron su melancolía algunas semanas,
si acaso. La confianza que sentía en sí mismo era tan escasa que, por acuerdo común, su
esposa siempre tomaba la mayor parte de las decisiones familiares.

“Así he sido siempre. Soy un pesimista profesional”, dijo Yerson al médico en una consulta
cuando tenía poco más de 30 años. El médico le respondió que tenía personalidad depresiva.
Durante muchos años, esa descripción pareció apropiada. Cuando Yerson cumplió 40 años, su
hija mayor cumplió 15 y se fue de viaje por meses; después de esto, empezó a sentir cada vez
más que la vida lo rebasaba. En el transcurso de varios meses su depresión se profundizó. Se
había intensificado a tal punto de que ahora sentía que en realidad nunca había estado
deprimido antes. Incluso los momentos con sus hijas, que siempre le habían alegrado, no
podían mejorar su perspectiva.

Yerson comenzó a despertar alrededor de las 4 a.m. cavilando una y otra vez sobre sus
errores. Su apetito se desplomó y perdió peso. Cuando por tercera vez en una semana su
esposa lo encontró llorando, le confesó que se había sentido tan culpable sobre sus fracasos
que pensaba que todos estarían mejor sin él. Ella juzgó que requería tratamiento, le dieron
antidepresivos y en el transcurso de dos semanas, su estado de ánimo se había iluminado y
ahora estaba durmiendo profundamente; un mes después, decía que “nunca se había sentido
mejor” en su vida.

SOFIA (12 AÑOS) ____________________________________________________________

Sofia tiene conflictos frecuentes que asustan tanto a sus compañeros de clase como a la
familia. Según los padres, Sofia se mostraba normalmente temperamental e irritable, con
episodios frecuentes en los que parecía un «perro rabioso». Ponerle límites se había vuelto
casi imposible. Hace muy poco, Sofia rompió la puerta de un armario para coger un videojuego
que le quitaron para que hiciera tareas. En el colegio, Sofia era famosa por ponerse furiosa por
todo, recientemente la suspendieron por pegarle a un estudiante cuando le gano en un juego.
Su tolerancia a la frustración había sido siempre menor que la de otros niños de su edad, y los
padres dejaron de llevarla de compras porque se alteraba cada vez que no le compraban todos
los juguetes que deseaba.

Los informes escolares indicaban nerviosismo, atención errática e impulsividad. Cuando Sofia
tenía 10 años, un psiquiatra infantil le diagnosticó un trastorno por déficit de atención e
hiperactividad (TDAH) de tipo combinado. Sofia fue derivada a un psicólogo y empezó a tomar
metilfenidato, mejorando con ello los síntomas. En quinto, el mal humor se hizo más acusado y
persistente. Se mostraba en general arisca, quejándose de que la vida era injusta. Sofia y sus
padres empezaron a tener luchas diarias con los límites: discutían durante el desayuno porque
no se preparaba a tiempo para acudir al colegio y, después, por la tarde, por las tareas, los
videojuegos y la hora de dormir. En estas discusiones, Sofia solía gritar y tirar los objetos que
tenía a mano. Al llegar a sexto, los padres estaban hartos y sus hermanos le rehuían.

Según los padres, Sofia no tenía problemas de apetito ni de sueño, aunque la hora de
acostarse siempre fuera motivo de pelea. Parecía disfrutar con sus actividades habituales, su
nivel de energía era bueno y carecía de antecedentes de euforia, grandiosidad o menor
necesidad de dormir durante más de un día. Aunque la describían como “malgeniada, aislada y
solitaria”, los padres no la veían deprimida. Dijeron que no había antecedentes de
alucinaciones, maltrato, traumas, suicidalidad, homicidalidad, deseos autolesivos o deseos
premeditados de dañar a otros. Ella y los padres refirieron que nunca había tomado alcohol ni
drogas.

Durante la entrevista, Sofia aparecía levemente ansiosa pero fácil de abordar. Se removía en la
silla, adelante y atrás. Al hablar de sus rabietas y agresiones físicas, Sofia dijo: “Es como si no
pudiera evitarlo. No quiero hacer esas cosas, pero cuando me pongo de mal genio, ni lo
pienso”. Al preguntarle qué sentía al tener ataques de ira, Sofia se puso triste y seria “no me
gusta ponerme así”. Si pudieras cambiar tres cosas en tu vida, contestó Sofia, “tendría más
amigos, sacaría mejores notas en el colegio y dejaría de ponerme tan furiosa”.

ESTHER (70 AÑOS) _________________________________________________________

Esther esta saludable y en buena condición, aunque durante los últimos dos años había
desarrollado el temblor característico de la enfermedad de Parkinson temprana. Por varios
años, desde que se había retirado de su trabajo como profesora, se había concentrado en su
jardín. El año pasado ganó un premio al exponer sus flores. Sin embargo, estaba muy decaída
porque 10 días antes, su madre había muerto en otra ciudad. La herencia era grande y ella
tendría que hacer varios viajes para autenticar el testamento y disponer de la casa.

Esther no quería viajar, mucho menos volar, nunca en su vida había subido a un avión; con
cinco hijos que cuidar y el sueldo de maestros de ella y su esposo, nunca tuvo la oportunidad.
Aunque aceptaba tener algo de miedo por pensar en el viaje en avión, su mayor queja era
pensar en volver a la casa de su mamá y no encontrarla allí, pensaba que si hubiera ido antes
podría haber estado con ella, “yo debí viajar hace rato, pude haberla acompañado y cuidarla en
sus últimos días”.

Desde que se entero de la muerte de su mamá, Esther ha soñado con su mamá, pero los
sueños son “agradables”, ella siente que es la forma en que su mamá viene a despedirse y a
darle ánimos para que continúe con su vida. Su madre le enseño a sembrar y cultivar flores, y
aunque cuando se enteró se sintió culpable “por estar cuidando las flores” y no a su madre,
recientemente ha sentido “algo así como su presencia” cuando atiende su jardín.

SESIÓN 7
CAMILO (32 AÑOS) ___________________________________________________________

En los últimos 2 meses Camilo ha acudido a la sala de urgencias 4 veces por presentar
palpitaciones, disnea, sudoración, temblores y miedo con sensación de muerte inminente.
Todos estos episodios se iniciaron rápidamente. Los síntomas alcanzaron máximos en cuestión
de minutos, dejándolo asustado, exhausto y plenamente convencido de que había sufrido un
infarto de miocardio; sin embargo, las evaluaciones médicas realizadas después de estos
episodios fueron normales.

Camilo señala que ha tenido 5 crisis en los últimos 3 meses, en el trabajo, en la casa, e incluso
manejando. Tiene miedo constante a que se produzcan nuevas crisis, por lo que ha tenido que
pedir permiso en el trabajo, evita el ejercicio físico, el café, manejar e incluso los encuentros
con amigos. Su estado de ánimo ha desmejorado al igual que la calidad del sueño. Se
mantiene muy intranquilo porque cree que las pruebas médicas son negativas porque se han
realizado después de haber desaparecido los síntomas, mantiene la sospecha de un
padecimiento cardiaco.

En la exploración, Camilo se muestra colaborador y coherente, y preocupado por el posible


padecimiento de una cardiopatía. No reporta antecedentes familiares significativos ni la
vivencia de eventos traumáticos. Refiere que la última crisis se presentó mientras dormía y lo
despertó súbitamente.

MARIANA (42 AÑOS) _________________________________________________________

Poco después de terminar una relación de pareja de largo tiempo (8 meses), Mariana empezó
a sentirse agobiada con las tareas cotidianas y la posibilidad de cometer errores en el trabajo,
empezó a sentirse tensa, fatigada y le costaba concentrarse. Empezó a preocuparse por el
dinero así que se cambió a un lugar más económico. En los últimos 3 meses, dejó de salir en la
noche por temor a que algo malo pueda pasarle y no tener la posibilidad de pedir ayuda.

Más recientemente empezó a evitar salir de día porque se siente “desprotegida y vulnerable”.
Cuando describe lo que ha tenido que hacer para que le lleven mercado a la casa termina
diciendo “es una bobada, siempre he sido un poquito nerviosa, pero esto es el colmo”. Durante
casi toda la época del jardín había llorado desconsolada cuando la dejaban ahí y a sus 10
años, cuando sus padres se divorciaron, la llevaron a consulta psicológica porque “mi mamá
siempre ha pensado que soy muy dependiente”.

Aunque ha acudido a familiares y amigos en busca de ayuda, ninguno parece haberle sido de
ayuda y le preocupa ser una carga para ellos. Argumenta “de verdad creo que va a ocurrir algo
terrible en cualquier momento, no puedo bajar la guardia”. Durante la exploración, Mariana
señaló que estuvo triste unas semanas cuando el novio la dejó, pero no reconoció haberse
sentido inservible o culpable.

ROBERTO (50 AÑOS) _________________________________________________________

Roberto fue un consumidor fuerte de alcohol por muchos años, tras recibir un diagnóstico de
cirrosis avanzada dejo de beber por completo; sin embargo, hace algunas semanas fue
hospitalizado y le diagnosticaron hepatitis alcohólica aguda. Le medicaron 40 mg/día de
prednisolona para tratar la hepatitis y le dijeron que necesitaría un trasplante de hígado.

En una revisión médica de seguimiento, la familia de Roberto dice que cada vez está más
irritable y nervioso, les preocupa que no sea capaz de cuidarse y prepararse para el trasplante.
Roberto dijo que se había sentido “de maravilla” al salir del hospital, con más energía y
sensación de bienestar. Sin embargo, una semana después del alta había empezado a notarse
ansioso y nervioso, no podía concentrarse ni dormir bien, y estaba a todas horas preocupado
por la salud, el dinero y la familia. Pasaba menos tiempo con la familia y dejó de ver películas,
actividades que antes le gustaban.

Dijo que no tenía pesadillas, ni reviviscencias, ni conductas de evitación, ni pensamientos


acelerados. También negó tener ánimo bajo, ganas de llorar, alteraciones del apetito,
anhedonia, desesperanza, sensación de inutilidad e ideas suicidas. Admitió que a veces se
sentía culpable por el alcohol y el daño que este le había ocasionado, a él y a su familia. Negó
que hubiera vuelto a beber alcohol desde el ingreso. En el pasado se había considerado capaz
de enfrentarse a la mayoría de los problemas de la vida sin que estos lo superaran.

LUCIA (24 AÑOS) ____________________________________________________________

Desde los 18 años, Lucia no ha ido a ningún lugar sin su mamá. En los últimos seis años
difícilmente ha ido a algún lado. “No hay manera de que salga sola; es como entrar en una
zona de guerra. Si no hay alguien conmigo, me es difícil soportar acudir a las citas del médico y
cosas por el estilo. Pero sigo sintiéndome terriblemente nerviosa”.

Tiene la sensación, vaga pero siempre presente, de que algo terrible ocurrirá y nadie será
capaz de ayudarla. No había estado sola en público desde la semana previa a su ingreso a la
universidad y, de hecho, solo subió al estado a recibir su diploma porque estaba con su mejor
amiga, quien sabría qué hacer en caso de que ella necesitara ayuda. Desde que se graduó se
ha mantenido en casa, encargada de las tareas de hogar mientras su mamá trabaja, lo cual no
le incomoda, aunque pase varias horas sola en casa.

La madre dice que Lucía siempre fue una niña tímida, y sensible. La primera semana del
preescolar, lloro cada día. Pero poco después había olvidado su terror. Poco antes de su
cumpleaños número 17, su padre falleció y su miedo de estar alejada de casa había iniciado
inició pocas semanas después.

Su salud física es buena; nunca ha consumido drogas o alcohol; y nunca había tenido
depresión, ideas suicidas, ideas delirantes o alucinaciones. Por recomendación de su mamá,
Lucia ha tratado de salir y tomar el bus sola, la última vez que lo intentó, poco después de
subirse, forzó la puerta y salió corriendo hacia su casa. Sus temores le han hecho evitar desde
el transporte público, supermercados y centros comerciales hasta espacios escolares o
laborales.

NATALIA (19 AÑOS) __________________________________________________________

Natalia vive con su mamá, quien ha decido tomar un crucero que dura varios meses, pero
Natalia se opone argumentando llorosa “no voy soportarlo”.

La soledad ha sido un gran temor para Natalia desde que era muy pequeña En los primeros
años de colegio los padres de Natalia tuvieron que quedarse algún tiempo en el salón varias
veces porque ella temía que les pasará algo malo. Aunque al terminar el preescolar, Natalia
toleraba quedarse sola, cuando empezó la primaria vómito por varios días al ingresar al
colegio. La madre señala que ese temor parece haberse incrementado con la muerte de su
padre quien falleció en un accidente de tránsito cuando Natalia empezó el bachillerato.

Después de esto, Natalia se rezagó mucho más, tenía muy pocas habilidades para socializar
eran casi nulas y se negaba a reunirse con compañeros sin la compañía de su madre. Hace 2
años, cuando empezó la universidad, la mamá le dio a Natalia un teléfono celular que le
permitía ver su ubicación todo el tiempo o llamarle en cualquier momento, a cambio que ella se
dispusiera a realizar más actividades de forma independiente.

Recientemente Natalia sufrió un ataque de pánico cuando se descargó la batería del celular.
Después de esto decidió estudiar de forma virtual para mantenerse en casa cerca de su mamá
y expresa “ya sé que parece raro, pero siempre me imagino que algún día ella no regresará a
casa conmigo. Justo como ocurrió con mi papi”.

CARLOS (25 AÑOS) __________________________________________________________

Carlos señala el lado derecho de su cuello, bien cubierto con una bufanda y dice “comienza
aquí, y luego se extiende como un incendio, como que me prendo en llamas” Esto le viene
sucediendo hace más de 5 años siempre que esta con personas; y es peor si está con muchas
personas. En esos casos siente que todo el mundo se daba cuenta.

Para Carlos es una reacción incontrolable, sólo se ruboriza cada vez que imaginaba que las
personas lo estaban observando. La primera vez que experimentó esta situación fue en una
exposición en el primer año de la Universidad cuando por los nervios se confundió con la
pronunciación del apellido de un autor extranjero y sus compañeros rompieron en risas. Se
sonrojo tanto y se sintió tan apenado que tuvo que terminar rápida e infructuosamente su
presentación, para sentarse y tratar de calmarse, aunque señala “el chiste no me lo dejan
olvidar, aunque ya nos graduamos”.

Desde entonces, Carlos ha tratado de evitar la vergüenza potencial de decir cualquier cosa a
más de un par de personas. Decidió evitar ejercer como abogado porque no se siente capaz de
soportar el escrutinio que implica el trabajo en la rama judicial. Se ha dedicado a trabajar como
asistente o ayudante de sus colegas, específicamente elaborando y revisando documentos.
Carlos dice que le parece “estúpido” estar tan asustado, pero le resulta imposible de evitar por
miedo a la sensación, “es como si el calor se extendiera del cuello hacia arriba, como que se
me quema cara, tiemblo y sudo, todo el mundo me ve y ve lo que me pasa”. Cada vez que esto
sucede Carlos se siente muy nervioso e inquieto “me da mucho mal genio, quisiera que mi
cuerpo fuera de alguien más”.

SESIÓN 6
MANUELA (4 AÑOS) __________________________________________________________

Los padres de Manuela indican que ella tiene “conductas peligrosas”, les preocupa que ella
pone pocos límites, es impulsiva y confía en los extraños con mucha facilidad. A los padres les
preocupa que su comportamiento la haga vulnerable a una situación de secuestro, trata de
personas o maltrato. Durante la exploración se observa que Manuela es una niña agradable,
bien arreglada, que aparenta menos edad de la que tiene (4 años) asociado al retraso del
crecimiento identificado en la historia clínica, con habilidades motoras (gruesas y finas) dentro
de los parámetros esperables para su edad, con patrones de sueño y apetito sin alteración.
Vive con sus padres adoptivos y un hermano de 12 años, hijo biológico de la familia.

Manuela fue adoptada cuando tenía 2 años y medio, salvo por un leve rezago en los
parámetros de crecimiento goza de un muy buen estado de salud. Cuando los padres
adoptivos la conocieron, Manuela se acercó a ellos sin ninguna timidez y quedaron
agradablemente sorprendidos por su aspecto feliz y sus abrazos espontáneos. De acuerdo con
los padres, cuando Manuela fue llevada a casa empezó a buscar consuelo en la madre
adoptiva cada vez que se angustiaba o se hacía daño, pero en muchas otras ocasiones, no
distinguía entre los extraños y la familia, en el supermercado abrazaba cariñosamente a
cualquiera que estuviera junto a ella en la fila, en reuniones frecuentemente trataba de sentarse
en el regazo de personas que apenas conocía, incluso en una reciente salida a un centro
comercial, trató de irse con otra familia.

Tras un año de su adopción Manuela había ganado peso y empezó a asistir a la guardería,
tiempo después los padres notaron una mejoría en el desarrollo, particularmente en la
comprensión del lenguaje, aunque la producción seguía siendo limitada. En comparación con
otros niños de su edad, los padres y profesores de Manuela señalan que le cuesta esperar su
turno y participar en las actividades grupales de la guardería, constantemente interrumpe a sus
compañeros, invade su espacio de juego e incluso a veces los golpea, se altera por largo
tiempo debido a pequeñas cosas, le cuesta calmarse sola, pero se le facilita calmarse cuando
la abrazan sus padres o profesores.

SANDRA (23 AÑOS) __________________________________________________________

Hace 2 semanas, Sandra fue con Mauricio, su hermano, y sus amigos a un bar en una
conocida zona de rumba de la ciudad y justo cuando llegaba el pedido a su mesa se produjo
una explosión en la calle justo a frente al bar en el que estaba. Inmediatamente se empezaron
a escuchar gritos y llanto, y se originó una estampida hacia la salida. Aun con la confusión
propia de la situación y bajo el efecto de aturdidor de la explosión, Sandra y sus amigos
lograron llegar a la salida y llegar ilesos a una zona abierta lejos de los escombros y las llamas,
desde donde se desplazaron a sus casas.

Pasados un par de días, Sandra decía “soy un manojo de nervios, no quiero salir de la casa”,
estaba sorprendida y agradecida porque ella y sus amigos salieron ilesos, pero estaban todos
muy tensos. Sandra saltaba ante el más mínimo ruido, incluso cuando vibraba su teléfono,
dedicaba mucho tiempo a ver las noticias y hacer seguimiento a la información de los medios
con respecto a la explosión; pero cada vez que aparecían imágenes del evento que ella vivió
tenía un ataque de pánico, sudaba profusamente, le resultaba muy difícil calmarse sin apoyo de
otros y no podía dejar de pensar en la situación vivida. Tenía pesadillas en las que revivía el
evento y durante el día la asaltaban recuerdos del estallido, los gritos, las llamas, los cuales
revivían el temor experimentado.

Tras dos semanas, los pensamientos, sentimientos y comportamientos de Sandra se habían


normalizado, ya no se centraban en la explosión, sino que giraban mayoritariamente en torno a
las situaciones cotidianas de su vida. Las pesadillas desaparecieron paulatinamente y aunque
aún tenía recuerdos invasivos del suceso, eran poco frecuentes y las reacciones eran cada vez
más leves. Conversando con su familia y amigos, Sandra señalaba que, aunque nunca iba a
olvidar lo ocurrido esa noche de sábado, la vida debía retomar su curso.
MAURICIO (25 AÑOS) ________________________________________________________

Hace 2 semanas, Mauricio fue con Sandra, su hermana, y sus amigos a un bar en una
conocida zona de rumba de la ciudad y justo cuando llegaba el pedido a su mesa se produjo
una explosión en la calle justo a frente al bar en el que estaba. Inmediatamente se empezaron
a escuchar gritos y llanto, y se originó una estampida hacia la salida. Aun con la confusión
propia de la situación y bajo el efecto de aturdidor de la explosión, Sandra y sus amigos
lograron llegar a la salida y llegar ilesos a una zona abierta lejos de los escombros y las llamas,
desde donde se desplazaron a sus casas.

Pasados un par de días, Sandra decía “soy un manojo de nervios, no quiero salir de la casa”,
estaba sorprendida y agradecida porque ella y sus amigos salieron ilesos, pero estaban todos
muy tensos. Sandra saltaba ante el más mínimo ruido, incluso cuando vibraba su teléfono,
dedicaba mucho tiempo a ver las noticias y hacer seguimiento a la información de los medios
con respecto a la explosión; pero cada vez que aparecían imágenes del evento que ella vivió
tenía un ataque de pánico, sudaba profusamente, le resultaba muy difícil calmarse sin apoyo de
otros y no podía dejar de pensar en la situación vivida. Tenía pesadillas en las que revivía el
evento y durante el día la asaltaban recuerdos del estallido, los gritos, las llamas, los cuales
revivían el temor experimentado.

Tras dos semanas, Mauricio se sentía reducido emocionalmente, como incapaz de


experimentar sensaciones agradables. Seguía reaccionando ante el más mínimo sonido, tenía
muchas dificultades para dormir debido a las recurrentes pesadillas y le era muy difícil
concentrarse en cualquier actividad académica o laboral. Aunque se esforzaba por evitar
cualquier estímulo que le recordara la explosión, pensaba que su vida no volvería a ser la
misma, en cualquier momento tenía memorias del suceso, e incluso a veces se sentía
desconectado del entorno y de sí mismo.

KEVIN (5 AÑOS) _____________________________________________________________

Kevin pasó un año en una institución gubernamental en tanto se resolvía una acción jurídica
iniciada por los servicios de protección, los cuales fueron alertados por la guardería comunitaria
acerca de un estado de desnutrición y cuidado negligente por parte de los padres. Durante su
estadía, sus padres y familiares pudieron visitarlo bajo observación de las autoridades, quienes
reportaron que el niño no mostraba ningún tipo de reacción afectiva ante la llegada o despedida
de sus padres y familiares.

Como resultado de este proceso, la tutela del menor fue otorgada a los abuelos maternos.
Kevin llego a casa de sus abuelos con 4 años y aun en estado de desnutrición. Aunque los
abuelos se han esmerado en darle un cuidado adecuado y han logrado revertir la desnutrición,
el desarrollo cognitivo de Kevin es ligeramente inferior al promedio de los niños de su edad, lo
que le dificulta un poco desarrollar las tareas escolares.

A los abuelos les preocupa que Kevin se muestra retraído hacia los demás, pocas veces
sonríe, y aunque se sienta frustrado no busca apoyo en los adultos. Aunque ellos intentan
manifestarle afecto con palabras amables, gestos y abrazos, dicen que “es poco cariñoso”, aun
incluso cuando recibe sorpresas, premios o halagos. Los abuelos también refieren situaciones
de rabietas incontroladas por situaciones simples, como la caída accidental de un juguete, o
incluso en ausencia de acontecimiento desencadenante. Especialmente en los primeros meses
de convivencia, el mero intento de bañarlo, cumplir un horario de alimentación o declarar la
hora de ir a dormir generaba accesos de cólera con protestas y llanto inconsolable.

ROSALBA (56 AÑOS) _________________________________________________________

Rosalba llegó a la ciudad hace 15 años, después de transitar por diferentes municipios del país
escapando de la violencia que se presentaba en su municipio natal. Se queja de tener “poco
aguante” y “encenderse por nada”. Nunca antes ha acudido a un servicio de salud mental, pero
a raíz de la pandemia se ha tenido que quedar en casa y refiere que ha sido más consciente de
sus síntomas y ha sentido la necesidad de buscar una solución.

Cuenta que su infancia y adolescencia transcurrieron en una zona de conflicto armado, su


abuelo apareció colgado en la plaza del pueblo cuando tenía 8-9 años, la casa en la que vivía
fue incendiada por grupos al margen de la ley cuando ella tenía 15 años, y en el incendio
fallecieron dos de sus hermanos menores. Antes de salir de su pueblo, a los 20 años presenció
un combate de varios días entre fuerzas armadas, el cual dejó varios muertos y heridos, entre
ellos, su esposo.

Poco después de este evento decidió escapar de su pueblo con sus dos hijos pequeños, y
desde entonces tiene sueños repetitivos sobre los eventos violentos que presenció y
pensamientos recurrentes sobre la muerte. Ha buscado aislarse de la gente, perdió el interés
por participar en actividades en las que hay otras personas, y se mantiene muy vigilante y
ansiosa de lo que pueda pasar.

Lo que más le preocupa a Rosalba es que vive “muy ansiosa”, con cualquier susto o
provocación, por mínimo que sea, tiene respuestas de rabia incontrolable, al punto de
enfrentarse con la gente en la calle por el solo hecho no cruzar la calle rápido o ponerse en
modo ataque cuando sus hijos se acercan a ella mientras esta dormida.

Rosalba señala que no tiene la intención de herir a nadie y que no le interesa recordar el
pasado pues considera que, aunque creció en un entorno violento su familia fue amorosa y
antes de migrar era feliz. Explica que antes del combate en el que murió su esposo tenía una
buena vida y se sentía tranquila, pero a raíz de su fallecimiento en lo único que pensaba era en
mantener vivos a sus hijos, aunque tuviera que tomar armas para garantizar su supervivencia.

En consulta se muestra muy alerta, habla a velocidad normal, aunque el ritmo se acelera al
expresar contenidos negativos. El afecto parece limitado, pero era congruente con los
contenidos. El pensamiento es coherente y lineal. Negó toda ideación suicida u homicida. No
tenía síntomas psicóticos, ni delirios, ni alucinaciones.

DANIEL (33 AÑOS) ___________________________________________________________

Daniel dice sentirse “estresado”, apartado de los amigos y “preocupado por el dinero”, señala
que se siente deprimido desde hace poco más de dos meses cuando se divorció tras 4 años de
matrimonio y tuvo que mudarse a un apartamento compartido.
Aunque Daniel ha trabajado desde que terminó el bachillerato y estaba acostumbrado a la
preocupación por llegar a fin de mes, pero desde que se divorció esta preocupación ha
aumentado, así que acudió a un amigo de la familia en busca de ayuda económica, pero en
lugar de eso se encontró con que su exesposa era la actual pareja de este amigo.

En el día, Daniel se desempeña como asistente judicial de un despacho de abogados y en la


noche estudia para titularse como abogado, quiere graduarse pronto para buscar una mejor
posición laboral como profesional. Cuando llega a su casa después de la jornada académica, le
cuesta relajarse y dormir. Se ha distanciado de sus compañeros de trabajo y su grupo de
amigos porque le incomoda que le hagan bromas y lo molesten por “desmoronarse” por la
separación.

Con frecuencia se siente frustrado con sus dos compañeros de apartamento porque son
desordenados y traen amigos al pequeño espacio. Aunque le gusta su carrera, sus notas han
empeorado recientemente y cada vez está más descontento con el dinero y con el hecho de no
tener pareja.

En consulta, Daniel se presenta puntual, colaborador, agradable, atento, bien vestido y bien
aseado. Señala que no quiere seguir sintiendo malestar y “pasar página”. Habla de forma
coherente. Parece en general preocupado y contrariado, pero sonrió debidamente varias veces
durante la entrevista. Tenía un sentido del humor pausado y mordaz, la cognición intacta y la
introspección y el juicio se consideraron buenos. Negó tener psicosis e ideas de suicidio u
homicidio, seguía teniendo el apetito de siempre y la salud física era buena.

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