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Para mi mamá.

Í ndi ce
Bar t ol o
Querer es poder
La ciudad as ombros a
Bar t olo conoce nuevos ami gos

Tal como est á n l as cosas


La avent ura comi enza
En el fondo, no t odo es lo que parece
Creer en lo i mposible
At rapa dos en el t únel
Por grande que sea el cast illo, has t a el la drill o de má s aba jo es impor t ant
e De vuel t a en casa
Bartolo

Habí a una vez un ni ño que se ll a maba Bar t olo.


Bar t olo iba t odos los dí as –de semana , obvia ment e– al colegio a jugar a la
pelot a , a hacer carreras de bot es en la acequia , a s ubir se a l as ramas de
los á r boles , a pillar laga r t i j as para met er la s en fr as cos de vi drio, a
fabricar

avi ones de papel , a quema r hor mi gas con una lupa y, a veces , has t a a est udi ar
. Des pués de dí as t an a got adores como est e, Bar t olo llegaba a s u casa t odo

des ast ra do y ba st ant e s uci o, lo cua l a su mamá no le parecí a muy bien. Pero es t
o no le impor t a ba demasia do, por que sabí a que s i al guna vez llegaba impecable y

ordena do su mamá se s or prender í a t ant o que incluso podr í a ll ega r a t ener


un at a que; y como Bar t olo la quer í a mucho, se preocupaba de andar siempre

desar reglado para a segura rl e una excel ent e salud.


Quereres poder

Una noche, Bar t olo est a ba a cost a do en s u cama mi rando el t echo mi ent r as
pensaba en t odas las cosas que le gust ar í a hacer , y er an t ant as que , para poder
ha cer las t odas , t endr í a que vivir por l o menos unos mil o dos mil a ños. Eso, en
real i dad, era un problema t remendo por que na die , que el s upi era , habí a vivido t
ant o

( except o Mat usalem, pero ese no vale, por que en esa época , como reci én exist í
a el univers o, el t iempo no funcionaba muy bien que di gamos ; por es o Dios se
demor ó s ólo s iet e dí as en hacer el mundo) .
De pront o, Bar t olo se dio cuent a de
que era des at ina do es t ar per di endo su

precioso t iempo y decidi ó comenzar


inmedia t a ment e a realizar los proyect os
que t ení a en ment e. Tot al , segura ment e
en el f ut uro al gui en invent ar í a una pa st
ill a para vivir mucho má s que lo normal o,

incluso, para siempre. Lo ma lo es que,


as í acost a do en su cama como est a ba , no
habí a muchas cosas que hacer salvo mira r
f ija ment e el t echo. Y aquell o f ue lo
que hi zo. Fija ment e y absol ut a ment e

concent ra do, sin s i quiera parpa dear .


Resist i ó as í ca si doce minut os. Los
ojos ya le ll or aban de t a n ir ri t a dos que
los t ení a y como en t odo es t e t iempo
habí a
a guant a do el aire, no pudo má s y as pir ó t an fuer t e que cas i s e t raga la s á
bana. Est a ba a punt o de desi lusionarse cuando, de repent e , comenzó a abr irs e
un

pequeño a gujero en el t echo. Poco a poco fue creci endo has t a ll egar a ser del
por t e de la cama. Bar t olo podí a s ent ir el a ire fresco de la noche en s u ca ra
y le parecí a que las est rella s se l e vení an encima. Est aba t an feliz que la

emoci ón se le s al í a del cuerpo.


Pero es o no f ue t odo.
Se diver t í a mir ando el cielo, cuando sint i ó que la s pat as de la cama s
e levant a ron del suelo y comenzaron a el eva rse lent a ment e.

Al princi pi o se as ust ó un poco, pero era t an rico vol ar dent ro de su pi eza ,


que el miedo se le ol vidó r á pida ment e. Ent onces la ca ma decidi ó subi r má s y má
s. . . ¡ y má s! , has t a ll egar al for a do en el t echo.

Ahí par ó, y se quedó flot ando despa cio… como prepar á ndose…, y de pront o
… ¡ Zum! sa lier on Bar t olo y su mueble vol a dor dis para dos como un cohet e al

infini t o.
Él iba s ujet á ndose lo má s fuer t e que podí a , por que via ja ban a t ant a veloci dad
como la de un avi ó n a chor ro de la Fuerza Aé rea. Mir ó haci a a t r á s y vio có mo s
e alejaba s u casa , ca da vez má s .pequeña ; y des pués , era s ólo una luz que s e

confundí a con t odas las demá s de la ciudad.


El aire era ca da vez má s fr í o, por que s e di ri gí an direct o ha cia las mont a ñas.
Se sent ó en la cama , t apa do con s u mant a , y t r at ó de manejarl a , pero ella no le

hi zo ni pizca de caso y s i gui ó su via je, ca da vez má s al t o, por enci ma de


la cordillera.
De pront o la cama f renó suavement e y baj ó has t a a t erri sobre la ni eve.
zar Bar t olo no podí a creer lo que le habí a pas a do: hací a
cuant os minut os
unos des cansaba t ranquil a ment e en su dor mi t orio y a hora
sent a do ¡ en medio de
est aba la cordillera de los Andes!

Tení a ganas de pisar la ni eve, per o no se at reví a a bajar de la cama , por que en

cual qui er moment o ella podí a s ali r vol ando de nuevo por cuent a propia. Aunque
el t est arudo mueble vol ador no se moví a ni un cent í met ro.
Como est a ba en las mont a ñas , y má s encima era de noche, hací a demasia do fr í
o. Por suer t e t ení a dos fr azadas bien grues as. Pero de moverse la cama , nada.

Parecí a como s i s e le hubiese a caba do el combust ible o al go. Bar t olo t r at ó


de echar le vuelo como a los aut os cuando est á n malos y no qui eren andar .

As t ut a ment e puso s ólo una pier na en el s uel o y empuj ó, per o por má s fuerza que
hicier a , no pa saba na da , y s u pobre pie est a ba ent ero azul de congela do, as í
que decidi ó a cost ars e bien cubier t o y es per a r un ra t o.

Y as í fue que es per ó un r a t o. Y des pués ot ro. Y ot r o r at o má s. Ya ll eva ba


como diecis éis ra t os y medio cuando se quedó dormido.
La ciudad asombrosa

Bar t olo se des per t ó con un rui do explos ivo, como el de un bus viejo pas ando a
t oda veloci dad. Pero a ún t ení a mucho sueño. Su ment e se levant ó, per o su
cuerpo si gui ó acost a do. Apaci blement e, con una flojer a rica , se fue ender ezando.

Todaví a s in abr ir l os ojos sint i ó el sol en s u car a y medi t ó acer ca del


increí ble sueño que habí a t enido, en el que vol aba arriba de su cama has t a
las mont a ñas. . .
– Qué lindo s er í a que hubi ese sido cier t o –sus pir ó, y de un s al t o s ali ó de l
as s á banas para baja r a t omar desayuno.

Pero precis a ment e en ese inst ant e, sint i ó que pisa ba al go suma ment e fr í o. Abri
ó los ojos , la boca y has t a las or ej a s t an grandes como podí a , pero no creyó
lo

que est a ba vi endo. ¡ No habí a s ido un sueño, era ver dad! ¡ Est a ba en medio
de inmensos cerros blancos , en las al t uras de los Andes!

– ¡ Viva , viva , viva! ¡ Es t oy en las mont a ñas! –cant aba Bar t olo mi ent r as baila
ba al rededor de su obj et o vol ador « s í » ident if ica do. Des pués de unas cuant as

vuel t a s , sent í a los dedos como cubos de hi elo, as í que pref iri ó segui r bail
ando enci ma de la cama – . ¡ Viva , viva! ¡ Es t oy en las mont a ñas con mi ca ma má
gica!

Termina do su baile de celebr aci ón, obser vó lo que t ení a al rededor . El cielo
era má s azul de l o que nunca habí a vis t o y la ni eve r es plandecí a t ant o que t uvo
que cer rar los pá rpa dos cas i t ot al ment e.

Todo era espect acular . Mucho mejor que los mapas del libro de geograf í a ;
incluso má s boni t o que cuando l loví a y a l dí a s i guient e amanecí a des peja do y el

cont empla ba , a t ravés de la vent ana de la cl as e de ma t emá t icas , la ni eve reci


én caí da en la cordillera ( y eso era muy, muy l indo) .
Se ent ret uvo, feliz de la vida , has t a que le dio hambre. Pens ó que t ení a dos
posibi lidades : una , ir a explor ar los al rededores ; la ot ra , queda r se sent a do
es per ando ha st a que la cama par t i era. Con la primera opci ón, la cama podí a s ali
r vol ando ant es de que el vol vies e, y no era gra cioso queda r se des ampara do t an

lejos de su casa ; pero con la segunda mori r í a de hambre de t odas maneras.


Como Bar t olo no era nada de t ont o, par t i ó a buscar comida.

Decidi ó subi r una loma para mira r des de ahí . Cuando l legó a la cima vio la
cosa má s increí ble que jamá s , jamá s , jamá s ( jamá s , en serio) habí a vis t o. Al
ot ro

lado de la colina exist í a una ciudad fant á st ica. No habí a ni eve, sino pas t o
por t odos lados , y r í os , y lagos , y t odo es t aba rodea do de bosques , y ¡ hací a
cal or! Las casas t ení an la misma forma que un r eloj de arena , per o en gi gant e.
Los

aut os est a ban pint ados de color es ext ra ños y diver t idos : celest es con punt os
verdes y ros a dos o amarillos con rayas negra s como a bej as. Los á rboles daban
var ios t i pos de f rut as a la vez: per as , manzanas , naranj as , pl á t anos , pi ñas ,
s andí as. Toda s en un mis mo á r bol . Incluso al gunos daban chicles , chocolat es ,
helados , papas fr i t as y has t a churros r ellenos con manjar . Y por si t odo es t o
fuera poco, los habi t ant es ( que s e veí an muy alegres ) er an. . . ¡ conejos y zorros!
Los zorros no er an t ant os , pero los habí a. . . En real ida d cas i t odos
eran conejos.

Sin pens arlo dos veces , Bar t olo baj ó corriendo por l a loma has t a ll egar a est
a magní fica ciudad que acababa de des cubr ir .
Bartolo conoce nuevos amigos

Caminaba nuest ro prot agonist a hacia uno de es t os á r boles de comida


cuando escuchó un gri t o:

– ¡ ¡ Abraham Opa zooo! !


No al canzó a ent ender lo que si gnif i caba , cuando al go l o t ir ó al suelo con
vuel t a de carnero y t odo. Pas a do el gol pe, se sent ó en el pas t o par a recuper
arse y vio que s e le acer caba un zorro que s e veí a i gua l de marea do que el .

– Per dóname por haber t e t rompet ill a do con mi mot o–sil uet a –le dijo. Bar t olo s
ólo at inó a responder :
– ¿ Qué?
– Con la mot o– sil uet a. . . t e t rompet ill é reci é n , ¿ t e a cuerdas?
Luego de un moment o de reflexi ón, dedujo que lo que quer í a deci r el zorro
era que lo habí a a t ropella do con su mot ociclet a.

– ¿ Est á s bien?
Bar t olo respondi ó a firmat iva ment e.
– Permí t eme represent arme, soy el Gran Mer mel a duque Roel zo el Magní fico –y
luego hi zo un s a ludo muy elegant e.

A Bar t olo le pareci ó que er a un zorro muy s impá t ico y bien educa do ( per o
en real i dad no conocí a muchos ot ros zorros que di gamos ) . Est a ba a punt o de

expli carle s u si t uaci ón, pero el animal lo t omó de un brazo y con un s ólo t ir
ón lo subi ó a la mot o– sil uet a. ¡ Agá r rat e fuer t e, ni ño!
– Me lla mo Bar t olo –lo int er rumpi ó.
– Agá r rat e fuer t e i gua l , ni ño Bar t olo, por que vamos muy suma
ment e requet eat rasa dos –y arra ncó como un bólido.

Segura ment e en est a ciudad no exi gí a n un examen para manejar , por que Roelzo ( o
como se ll amara) iba como un loco pas ando por ent re t odos los aut os , s in
res pet ar ninguna s eñal de t r á ns i t o, incluso subi éndose a la vereda para pas
ar por ent re los jardines de l as casas. Rá pida ment e ll egaron a una de est as

viviendas con forma de r eloj de arena.


– ¿ Por qué son as í las casas?
– Aaaa h, t e gust ar í a saber , ¿ cier t o ni ño Bar t olo? ––le cont est ó ri éndose.
Bar t olo se dio cuent a de que el zor ro le habí a hablado ir ónica ment e, y ya no
le pareci ó t an educa do.

Pero ant es de que se enojara , Roelzo le expli có:


– Son as í por que son s úper guillermodernas con un sist ema si st emá t ico
que el imina los problemas de subici ón.

Bar t olo se ri ó de la forma diver t ida en que el zorro hablaba , pero a hora
fue est e el que se anduvo moles t ando.

– Per dona que me r í a , es que no t e ent endí muy bien –le di jo.
– Yo t ampoco t e ent iendo demasia do, ni ño Bar t olo, as í que real ment e, y
en ver dad, no impor t a.

Como las casas –rel oj de arena er an t ransparent es , Bar t olo pudo ver var ios
conejos jugando en la par t e de arriba ( lo que vendr í a siendo el segundo pi so) .
Al escuchar el t imbre, los conejos se des liza ron por t urnos a t ravés del
or if i cio que t ienen los relojes de arena y l legaron abajo en un sant
iamén. Abrier on la puer t a y los reci bier on muy a mablement e.

Bar t olo int ent ó imagi nar cómo s ubir í an de vuel t a , por que por l a aber t ur a s e veí
a bast ant e complica do y le pregunt ó a Roelzo.

– ¡ Ja , muy f á cil ! Mira. ¡ At enci ón conej ines! ¡ Uno, dos , y. . . !


En ese moment o t odos impulsar on haci a a t r á s , luego haci a adel ant e, y l a
casa complet a s e dio vuel t a ( i gua l que un r eloj de arena) , por lo t ant o, a
hora

est a ban t odos arriba. « ¡ Fant á st ico! » , pens ó Bar t olo, y le pareci ó increí ble
que a na die en su mundo s e le hubiese ocur ri do una idea t an buena. En la
conejuna

residenci a viví a n un conejo–papá , una conej a –mamá y una cant i dad abundant e de
coneji t os que juga ban por t odos lados.
Bar t olo le habl ó al conejo–papá :
– Buenos dí as. Me lla mo Bar t olo y l legué aquí en mi ca
ma. El conejo–papá le cont est ó sa cudi endo la s orej as.

– Qué int eresant e. . . ant es nos habí a t oca do que lle gara n en avi ón o a caball o,
o incluso en esquí es , pero nunca en cama.

Bar t olo si gui ó con s u descri pci ón:


– Llegué a noche y hoy conocí al Gran Mer mel a duque Roel zo el Magní fico qui en
me t ra jo hast a acá .

El conejo l o mir ó ext ra ñado.


– ¿ Conocis t e a qui én?
El zor ro se puso colorado y t r at ó de hacer como que juga ba con los conejos
– ni ños.
– ¡ Oliverio ! –exclamó el conejo–papá – . ¿ Cuá nt as veces t e he di cho que
nunca debes decir cos as que no son cier t as?

El zor ro le cont est ó mirando a l suelo:


– En real ida d y en ver dad, no lo s é muy bien, Pas cual , pero ent re har t as
y muchas.
Al oí r el nombre del conejo–papá , Bar t olo dio un sal t o.
– ¿ Pas cual? ¡ Tú debes ser el conejo que pone los huevos de chocolat e!
Todos se queda ron mudos. Incluso los ni ños deja ron de jugar . Mira ron f ija ment e
a Bar t olo, des pués se mi raron ent re ellos y se echaron a reí r a carca jada s.
Tal como estánlas cosas …

Bar t olo est a ba a punt o de par t ir se en dos de hambre. Por suer t e la ma má –conejo
se per cat ó de est a si t uaci ón ( segura ment e escuchó como le ret umbaban la s t ri pas
) y t ra jo un plat o lleno de f rut as , past eles y caramel os reci én sa ca dos de la

mat a .
– Tenemos que act uar r á pida ment e, Oliverio –di jo el conejo Pas cual ( final ment
e Bar t olo nunca s upo si er a o no el de los huevos de chocolat e) .

– ¡ Int ermedia t a ment e, señor don Tal Paras cual ! –cont est ó Oliverio haciendo
una imi t aci ón de s a ludo mili t ar .
– Tú t ambi én nos puedes a compa ña r si qui eres , Bar t olo.
– En real i dad yo t engo que volver a mi casa. . . Por ot ro lado, mi ca ma al
parecer se a got ó y no qui ere vol ar – expreso. Bar t olo, un poco complica do.

– Mejor a ún para t i , por que donde nosot ros vamos hay una ni ña humana como t ú,
y quizá s ell a t e pueda ayudar a ar regl ar t u medio de t ranspor t e –propuso Pas
cual . Oliverio de un sal t o a ull ó:

– ¡ Ca mas t ai madas , silla s con es t r és , mesa s exquis i t o–fr énica s o con


insomnio: t odos los problemas s in–zool ógicos que t
engan los muebles guillermoder nos del hogar , ella
los puede solucionar!

Bar t olo se quedó call a do. Luego pregunt ó:


– ¿ Dónde est á ella?
– Al ot ro lado del Lago Sinfondo cont est ó Pas cual –
. Nosot ros neces i t amos su a yuda urgent ement e.

– ¿ Ayuda para qué? –si gui ó Bar t olo con s us


pregunt as.
– ¡ Uuuy! –int er vino Oliverio– . Hay un problemill a muy suma ment e grave,
graví simo, t errible, mor t al , ¡ kaput ! –y sacó la lengua y cerr ó los ojos
corno haci éndose el muer t o.
– Sí , t enemos un problema –di jo con má s t ranquil i dad Pas cual , y cont i nuó– .
Hoy en la ma ñana , just o des pués de que s ali era el sol , ocur ri ó al go
inexplicable, al go que yo nunca creí que pudiese pasar . . . –el pobre conejo se
veí a muy

preocupa do– . Bar t olo, t al como est á n l as cosas , ma ñana el sol no va a


poder s ali r de nuevo.
– ¡ ¿ Qué?! –gri t ó Bar t olo.
– Que no va a poder sobresa lir el pobr e sol ci t o ma ña na por la ma ñana , o sea ,
que no va a haber ma ñana , por que si no hay sol , no hay ma ña na y, en real i dad,
hoy va a s er a yer , per o ma ñana no va a s er ma ñana –« a clar ó» Oliverio.

Con es t a explica ci ón, Bar t olo quedó má s at urdi do que cuando lo habí
a t rompet ill a do Oliverio, pero se levant ó y dijo con firmeza :

– Est á bien. ¡ Cuent en conmi go!


La aventura comienza

Sa lier on los t res , a presur adament e, arriba de la mot o–sil uet a * de Oliverio. Y
llegar on ( muy velozment e) has t a l a or ill a del l ago, donde habí a una playa.
Sobre
la arena habí a una caba ña de madera , y has t a all á fueron caminando Pas cual ,
Ol iver i o y Bar t ol o.
– ¿ Has hecho surf al guna vez? –le pregunt ó el conejo.
– No, nunca – cont est ó t i t ubeant e el ni ñ o – , pero he vis t o como se hace.
– Con eso bast a , por que aquí es muy f á cil –y le pas ó una t abla muy boni t a
de muchos color es.
« Bueno» , pens ó Bar t olo, « si pude manejar una cama vol a dora , podr é correr en
una t abla de surf » .
Mir ó haci a la or il la y vio que la s olas er a n ext remadament e grandes para s er
un lago, y fue ent onces que se dio cuent a de que anda ban al revés , que en vez
de

r event ar en la playa , par t í an haci a el ot ro por el bor de, dando la vuel t


a complet a al l ago, s in para r nunca.

– ¡ Gua u! –exclamó.
– ¡ Y miau! –imi t ó el zorro.
Una vez en el agua , se subieron cada uno en una ola. No resul t ó t an dif í cil
para Bar t olo, y pront o dis frut ando como nunca ant es.

Sent í a el vi ent o en la ca ra y veí a pas ar bosques ll enos de á r boles ( en real i


dad, ¿ de qué má s podr í an est ar ll enos los bosques? ) . Pero es t os á r boles er an

diferent es a los t í picos de la plaza ; és t os er an como los que crecen en el sur


de Chile, y se a cordó de que habí a unos que s e llama ban coi gües y ot r os ma ñí os
, per o no sabí a cuá les er an cuá les y le dieron ganas de invest i gar t odo acer ca
de ellos , pero ya recala ban en la ri bera y su mis i ón ahor a era urgent e, as í
que

dejar í a t an ent ret enido aná lis is para má s adel ant e.


– ¡ Llegamos! – confirmó Pas cual .
– ¡ Al des –borda je! –gri t ó Oliverio.
Se bajar on y marcharon has t a ll egar a una ciudad muy parecida a la ant erior
. All í t ocaron el t imbre de una de l as casas.
– ¡ Ding – dong!
Es per aron un r a t o. . . Y t ocaron de nuevo:
– ¡ Ding – dong!
Dieron un par de vuel t a s al rededor para mira r des de t odos lados si habí a al gui
en adent ro. Al parecer es t aba vací a , aunque varia s par t es est aban t a padas con
unas cor t ina s fl oreadas , as í que no podí an a segura rlo ci en por ci ent o. Bar t olo
se

desi lusionó un poco, pero just o en ese moment o s int i ó det r á s de él una voz
de ni ña.
– ¡ Pas cual , Oliverio! ¡ Qué alegr í a t an grande ver los!
Ent onces , el zorro y el conejo s al t ar on muy cont ent os a dar le un a pret a
do a brazo. Luego, la ni ña s e quedó mirando a Bar t olo.

– ¡ Un ni ño! –di jo s or prendida.


– Zá s –t a ment e –int er rumpi ó Oliverio–, un ni ño i gua li t o que t ú. . . bueno, cas i
– cas i i gua li t o que t ú.

– Hol a.
– Hol a , me lla mo Bar t olo – respondi ó.
– Y yo, Sof í a.
– Qué gust o conocer t e, Sof í a –Bar t olo sabí a que se debe ser educa do con
las mujeres.
Pero ella no le cont est ó nada , s ólo se quedó
mir á ndolo. É l no sabí a qué decir y se empezó a
poner colorado. Ella se dio cuent a y r á pida ment e mir
ó al

suelo.
– El gus t o es mí o, Bar t olo –di jo la ni ña s
in levant a r la cabeza.
Ent r aron a la ca sa y la ni ña les dio leche y
gallet as para que r ecuper aran la energí a gas t ada en
el via je.
– Sof í a –di jo Pas cual con voz grave –, neces i t a mos t u ayuda –y le expli có que t
al como est a ban las cosas , el sol no podr í a s a lir a l dí a s i guient e.

– ¡ Eso es t errible! –cont est ó nervios a – . Debemos resolver lo al inst ant e.


– ¡ Si , debemos devolver lo a l est ant e! –complement ó, a su manera , Oliverio.
– Lo primero que debemos hacer –opinó Sof í a , ya má s calma da – es pedirl e ayuda
a Valent í n, y para eso t enemos que ir al l ago –siendo es pecí fica para que Bar t
olo comprendi era el plan.

– ¿ Vamos a volver haciendo surf i gua l que como vi nimos?


– No, Bar t olo –le respondi ó Pas cual –, a hora vamos de vuel t a al l ago, per o no
a la ot ra or ill a , sino al fondo.

– ¿ Al fondo del lago Sinfondo? –pregunt ó espant a do.


– Zá s –t a ment e –a sint i ó Oliverio.
En el fondo, no todoes lo que parece

Se t ira ron de pi quero y se pus ieron a na dar haci a el cent ro del la go. Bar t
olo mira ba s or prendido a Sof í a . Ella era una ni ña de má s o menos la mis ma
eda d que el . Tení a el pelo largo y l os ojos le brill a ban cuando se reí a.

– ¿ Cómo llegast e t ú hast a acá ? –le pregunt ó Bar t olo con curios i dad, mi ent r
as nadaban.
– Via ja ba en un avi ón con mis papá s y el avi ón se cayó –respondi ó s
in ent r is t ecers e.
– ¿ Y qué pas ó con ellos?
Sof í a s e quedó call ada un r a t o, braceando coordinada ment e; des pués lo mir ó y
dio un s uspiro, ahor a s í un poco melancólica.

– No lo s é, Bar t olo. Lo úl t imo que r ecuer do es a mi mamá abra zá ndome, un fuer t


e choque cont ra la ni eve. . . y des pués des per t é en la casa de Pas cual . Él y s u

señor a me cui daron has t a que est uve s ana. . . de eso ya han pa sado va rios a ños.
– Yo t e puedo ayudar a bus car a t us papá s , Sof í a. Con mi ca ma vol a dora
podemos recorrer l as mont a ña s hast a encont ra r los –se compromet i ó con la mejor
de l as

int enci ones.


Pero ella en vez de cont est ar le, solament e lo mir ó y le dio una de l as sonr is
as má s linda s que jamá s habí a vis t o, t ant o como la de su mamá cuando le da ba el

beso de l as buena s noches. Bar t olo sint i ó al go muy rar o, como vergüenza y
ganas de arrancar , per o por suer t e el la habl ó ant es de que el comet ier a a quel
act o de cobardí a ( al go humill ant e, peor a ún frent e a una mujer ) .

– Llegamos –di jo, f lot ando en el lugar donde est aba –; a hora t enemos
que hundirnos.
– ¿ Hundirnos? –Bar t olo ent endí a cada vez menos – ¿ Y el oxí geno?
– No es necesario –as egur ó Pas cual , que s ólo s abí a nadar est ilo per ro, o
conejo en est e caso.
– Us t edes perdónenme, no es que yo sea malo para nadar , pero honest a ment e
creo que nos vamos a a hogar con es e sist ema.

Sof í a avanzó haci a él y le di jo:


– Conf í a en nosot ros , Bar t olo. Toma un buen respi ro y sumér get e. No t e va
a pas ar na da , t e l o promet o.

Ant es , quizá s , Bar t olo no ha br í a confia do mucho en una ni ña , pero a hora al go


er a diferent e. Sabí a que s us nuevos ami gos no lo i ban a defraudar y, má s a ún,
est a ba seguro de que Sof í a no le ment ir í a.

En aquel inst ant e Bar t olo ll enó s us pulmones con t odo el aire que le cupo y se
zambull ó al mis mo t iempo que los demá s. Nada ba y nadaba para abajo, y el
corazón le lat í a como un t ambor ; un poco por que le da ba miedo queda rs e s in aire,
pero

t ambi én por la emoci ón. Sent í a el pecho a pret a do, y se angust i ó. « No a guant o
má s » , calcul ó des espera do; pero en ese preciso moment o s int i ó que s us brazos
ya no empuja ban agua , sino aire, y cayó al fondo.

Sí , por increí ble que pa rezca , el agua del la go


no llegaba has t a abajo, sino que queda ba un espa
cio
con air e en la par t e inferior ; por eso Bar t olo
s ali ó del agua , per o no a la super fi cie, sino que
a al go as í como la « sub–fi cie» .

– Lo veo y no lo creo –exclamó Bar t olo.


En el t erri t ori o ba jo el lago Sinfondo, habí a
una ciudad, y s í , era al go parecida a las dos que
ya

conocí a , pero con la di ferencia de que s us habi t ant es eran t odos. . . ¡ pumas!
Bar t olo se f ij ó en que los bot es er an al revés de los que él conocí a. El suelo
i ba ha cia arriba pega do al agua y los pas aj eros col ga ban sent a dos en unas silla
s como de andarivel .

– Vamos a encont ra r a Valent í n –di jo Pas cual , expr imi éndose las or ej
as. Y Oliverio, como siempre, ent endi ó lo que él quer í a:

– ¡ Zá s –t a ment e! ¡ Vamos a encumbra r un vol ant í n!


Llegaron a la plaza de armas , donde en la mes a de un caf é est a ba sent a do
Valent í n, convers ando alegre ment e con ot ros pumas. Al ver los acer cars e,
se levant ó a saludarlos.
– ¡ Pas cual ! ¡ Sof í a! ¡ Y el gran Oliverio! Qué gust o ver los por es t as
prof undidades. Por favor s i ént ense con nosot ros y acompá ñennos a conversa r .
Cuando el puma s e f ij ó en el ni ño con pi yama , Sof í a di jo:
– El es Bar t olo, un nuevo ami go.
– Un gust o conocer t e, Bar t olo, si eres ami go de Sof í a , eres ami go mí o.
– El gus t o es mí o, señor
. El puma se ri ó y le di
jo:

– Por favor , dime Valent í n y t r á t ame de t ú.


Mi ent r as , Oliverio ya s e habí a sent a do a la mesa y les cont a ba a los pumas a s
u al rededor , t odas sus avent ura s ( ver daderas e invent adas ) , al mis mo t iempo
que

comí a una t or t a de merengue con fr ut il las y se t omaba un chocolat e helado.


Est a vez fue Sof í a la que habl ó, y le expli có a Valent í n que, t al como est a
ban las cosas , el sol no podr í a s al ir ma ñana.

( Ahora Oliverio comí a pur é de cast a ñas con cr ema y t omaba leche con pl á t a no)
. – Sí , Valent í n, con t u vi gor y gran car á ct er , nos puedes ayudar mucho. Te

neces i t amos –pidi ó con ojos ri sueños Sof í a.


– Cómo podr í a negar me a l a pet ici ón de un á ngel como t ú, Sof í a. Por supuest o
que los ayudar é en t odo lo que pueda.

Bar t olo se quedó pens ando en lo que acababa de decir Valent í n, y le pareci ó
que t ení a t oda l a razón: Sof í a se parecí a a un á ngel ( o como él se imaginaba
que

ser í an los á ngeles ) .


– ¡ ¡ Oliverio! ! –gri t ó Pas cual , indi gna do.
Los demá s se dieron vuel t a y vier on a los pumas dá ndole aire a l pobre zor ro
que acababa de t er minar de comer se a bsol ut a ment e t odo lo que habí a en la mes a.

– ¡ Qué t r is t e espect á cul o, zorro des ver gonza do! ¡ Cómo pudis t e echar t e a la
boca t ama ña cant i dad de comida? –lo reprendi ó el conejo.

– Con cuchill o, t enedor y cuchara , don Tal Paras cual , ¿ o a caso cree que soy
un zor ri t o mala prendido? –cont est ó

Oliverio, que a penas podí a respira r de t ant o past el , t or t a , helado ( y t odo


lo demá s ) que t ení a en su a hora abul t ada panza.
– Bueno, Pas cual , no lo ret es t ant o –di jo Sof í a y fue a ayudar a levant ar a
Ol i veri o.
Mucho les cost ó mover a l glot ón, y lo peor de
t odo fue que, con t ant o peso ext ra , no podí a
subir a la super fi cie. Como no era posible
es per ar que Oliver i o hicier a s u di gest i ón
( a par t e que t odos los pumas se opus ieron
t erminant ement e a esa al t er nat iva , por t emor
a las cons ecuencias ) , lo que hicier on fue
amarr ar le var ios globos al cuerpo y poner lo
en el agua. As í , lent ament e, s ali ó a fl ot e.
Una vez que est uvier on t odos arriba ,
emprendieron rumbo a l a or ill a na dando y
Valent í n remolcó a Oliverio que parecí a una
boya gi gant e que chapot ea ba y pedí a dis cul pas
durant e t odo el recorr ido.
Creeren loimposible

Ahora l lega ba el moment o de la ver dad. Bar t olo final ment e s abr í a por qué el
sol no podr í a s al ir ma ñana ( y t ú t ambi én, de hecho) .

Debí an cumpl ir con su mis i ón. Debí an salva r al mundo de queda r se. . . ¡ s in sol !
Para es t o organi zaron una expedici ón a la mont a ña con mochi las , cuerdas
, l int ernas , zapa t os especial es pa ra escalar y t odo lo necesario para el

andinis mo.
Y as í par t ieron con Valent í n y Pas cua l al frent e, y comenzar on el as censo. En
real i dad, s ólo t ení an que subi r una loma no muy empinada , per o l levar t odo el
equi po de mont a ña le da ba má s impor t ancia a la expedici ón y era má s ent ret
enido ( t ot al , las mochi las i ban ca si va cí as , as í que no pesaban mucho) .

Cuando al canzaron el t ope de l a cuest a , Bar t olo se quedó congela do al ver a l go


t ot al ment e ins óli t o. Habí an l lega do al lugar exact o por donde el sol s ale cada
ma ñana. Bar t olo veí a t odos los dí as que el sol s al í a por l a cordillera , pero
nunca se ha br í a ima gina do que fuese de s emej ant e manera. Frent e a ellos habí a
un enor me or if ici o en la t ierra , un cr á t er , por donde el sol emer gí a a l a
manecer .
« Increí ble» , pens ó.
Pero lo má s increí ble de t odo era que aquel cr á t er , al que est a ba mirando con
la boca a bier t a. ¡ Es t aba t a pa do!

– Sí –di jo Pas cua l a divinando la pregunt a que Bar t olo le iba a hacer – . Hoy,
pocos minut os des pués del a manecer , cayó un met eor i t o just o en el a gujer o
por donde sale el sol .
– Y por eso, t al como est á n l as cosas , ma ñ ana el sol no va a poder s ali r
– complet ó la idea Sof í a.
– ¡ Ese fue el rui do que me des per t ó es t a ma ñana! –concluyó Bar t olo.
– Bueno, ya s a bemos cuá l es el problema , a hora ¡ a soluci onarlo! –di jo con
mucha energí a Valent í n.

A t odo es t o, Oliver i o ya est a ba observando det enida ment e la inmensa roca roj a
que t apa ba l a s a lida del sol . Ant e la orden del puma , los ot ros rea cci onaron
y baja ron el mont í culo cor riendo. El zor ro se habí a subido al met eor i t o y lo

t ir a ba con t odas sus fuerzas.

Sof í a , ri éndose, le di jo:


– Oliverio, mejor ayúda nos a t r a t ar de sa carlo de acá abajo.
– No Sof i t a , si ya lo t engo t odo cas i –cas i l is t o. . . int ermedia t a ment e lo s a co.
. . un penúl t imo t ironci t o y . . . ah, ah. . . ¡ ¡ aa ah! !
El pobre zorro rodó has t a el s uelo.
– … como t e vení a dici endo, mi querida Filos of í a , en ver dad y en real i dad, má
s mejor que lo empujemos de acá a baji t o nomá s –concluyó Oliverio sobá ndose la

rodill a.
Rá pida ment e se organi zaron y comenzaron a empujar . Primero t odos de un lado,
des pués del ot ro. Valent í n ent er raba sus gar ras en la roca y t ir a ba y empuja
ba con t ant a fuerza que s e l e llegaba n a sal ir los bi got es. Pero el met eor i t o
de movers e, ni por si a caso.

Int ent aron t odas las for mas que s e les ocur r í an has t a queda r exhaust os , per o
la enor me piedra est aba ahí , inmóvil , int er poni éndose ent re ellos y su heroica

haza ña de s alvar al mundo.


– Mejor dejemos la las a ña para má s t ar de –di
jo, a got a do, Oliverio.

– Yo t ampoco doy má s –coment ó Bar t olo y se sent


ó apoya do en el met eor i t o.
Pas cual est aba muy preocupa do, medi t ando. Final ment e
di jo:
– La única soluci ón posible es t r at ar por el ot
ro lado.
– ¿ Por qué ot ro lado? –pregunt ó Bar t olo con el
ceño f runcido.
– Est e cr á t er es la s ali da de un gran t únel que pas a por el cent ro de la t
ierra. Al ot ro la do es t á el lugar por donde el sol se pone a l a t ardecer –di jo el

conejo.
Valent í n se pus o de pie de un sal t o.
– ¡ Ent onces vamos a ese lugar y ent ramos y l uego empuja mos el met eor i t o des
de adent ro! Es a es t u idea , ¿ cier t o, Pas cual?

– Sí , es a es la idea –cont est ó Pas cual , pero s in mucho á nimo– . El problema


es que el ot ro ext remo del t únel est á en el la do opuest o del mundo y, como t
odos

sa bemos , el sol se pone en medio del mar . Ya f al t a poco para el a t ardecer y, una
vez que el s ol ent re en el t únel , nosot ros no podemos met er nos s in mori
r a bras a dos.
– ¡ Oh, no! –gri t ó Oliverio –. ¡ Ent onces yo quiero mori r abraza do a Sof í a! –
y sal t ó enci ma de la ni ña.
Ella le expli có que abra sado vení a de bra sa y no de a brazo, y con eso el
zorro quedó un poco má s t ranquil o, pero mucho–muy confundido.

Todos se queda ron en silencio, t r is t es. Jamá s podr í an llegar a t iempo al


ot r
lado del planet a. . . a menos que fuera vol ando.
– ¡ Vol ando! –sal t ó Bar t olo– . ¡ Con mi ca ma má gi ca podemos llegar a t iempo
y salva r al mundo y t odo lo demá s!

A Sof í a s e le il uminó la cara de al egr í a y mir ó a Bar t olo con admira ci ón:
– ¡ Excel ent e idea! ¡ Vamos r á pido!
Y Oliverio, como los héroes de cine, di jo:
– ¡ Vamos! ¡ A s alvar a Edmundo! ¡ Y a t odos los demá á á s!
Se mi raron unos a ot ros y des pués al zorro, que s e habí a queda do en su pose
de héroe de pel í cula.
Atrapadosen el túnel

Sin má s demora , t odos nuest ros bienint enciona dos persona jes recorrieron
el camino has t a ll egar al lugar donde habí an a t erri za do Bar t olo y su cama.

– ¡ Vamos , r á pido, t odos arriba! –exclamó acelerada ment e Bar t olo.


Subieron Pas cual el conejo, Valent í n el puma , Sof í a la ni ña y Bar t olo el ni
ño. Pero el zor ro se quedó quiet o.

– ¿ Qué pas a , Oliverio? ¡ Ven, sube! –le di jo Bar t olo.


– Yo no me s ubo a ningún obj et o–mueble–vol ador no dient if ica do, s in mi cas co
de mot o–sil uet a –cont est ó.
– ¡ Oliverio, no podemos es per ar t e! –est a ba dici endo Pas cual , pero el zor ro
ya habí a par t ido corriendo a buscar s u casco.
– Bueno –sus pir ó Sof í a –, parece que t endremos que par t ir s in él .
– Para s er s incero, quizá s es mejor que s e quede aquí , por su propi a s eguri dad
– a firmó Valent í n.
« Y l a nuest ra » , pens ó Bar t olo mi ent r as int ent aba que la cama s e pusi era a vol
ar . Per o no pas ó nada.

– Quizá s si t e a cuest a s y cierr as los ojos i gua l que en t u cas a –sugiri ó Sof í
a. As í lo hi zo, y t odos se queda ron call a dos. . . pero nada.

– ¡ Por favor , cama , t e lo s upli co! Ahor a s í que es impor t ant e que me hagas
caso –rogaba Bar t olo a su mueble.
Pas ó un buen ra t o. De hecho, un r a t o lo sufi cient ement e bueno como para que
llegas e Oliver io cor riendo con s u casco puest o y l a lengua afuera. De un sal t
o se t ir ó a la cama , haciendo que cas i s e cayeran t odos.

Bar t olo se concent r ó de nuevo, con los ojos a pret a dos y t odos los que
lo rodea ban i mpl or ando pa ra que l ogra ra hacer vol a r la cama. « No creo
poder
cons eguirl o» , pens ó con angust ia nuest ro cas i –héroe. « Ant es t rat é y no pude.
Cier t o, pero ant es de ant es , en mi cas a , s í pude. . . ¿ Y por qué a hora no? Vamos
, cami t a , ¿ qué pas ar í a s i el sol no vol viera a s ali r? ¿ Dor mir í amos para
siempre? » . Est a úl t ima i dea no le pareci ó t an mala , per o des pués de medi t ar la
un segundo,

def ini t iva ment e se a burr i ó Y dijo muy fuer t e:


– Ya cama , por el bien de mis ami gos y de los demá s habi t ant es de est e planet a
, ¡ par t is t e nomá s! –y la carea s ali ó vol ando como un fuego ar t ificial .

– Con buena s pal a bras cual quiera ent iende –bromeó Bar t olo y los demá s se
rieron. As í se fueron via jando por el cielo, a garr á ndose como podí an de l a cama
má gica. Mira ban haci a abajo y veí an pas t ar campo, ciudad, má s campo, má s
ciudad y

des pués mar , mar , mar y má s mar .


– Valent í n el puma observa ba a t ent a ment e el horizont e, bus cando el a gujero en
el océa no. Ya era t arde y el sol est aba a punt o de met er se. De pront o exclamó:

– ¡ Ahí est á ! ¡ Ahí est á el t únel


! ¡ Vamos r á pido Bar t olo!

– ¡ Tor belli no a la vist a! –gri t os


Ol i veri o.
Se lanzaron en pica da hacia la
ent r a da del t únel , que er a un gran

remolino en medio del mar . Por l a


ment e de Bar t olo cruzó un
pens a mient o t error í fico:
« ¿ Qué pas ar í a s i ést a no f uese la
ent r ada al t únel por donde el sol
a t raviesa la t ierra , sino que en real i dad fuera un remolino común y cor rient e? »
.
La res puest a a es a pregunt a era demasia do t r á gica , as í que pref iri ó aceler ar
al má ximo. Y resul t ó que, por suer t e, ese remolino ef ect iva ment e era la ent r a
da al t únel , por que el sol se a proxima ba direct a ment e haci a él .

– ¡ Vamos , Bar t olo, má s r á pido, que el sol est á a punt o de poners e! –pidi ó Sof í
a. Bar t olo ent r ó en un est ado de concent raci ón absolut a y única ment e pens a ba en

l legar ant es que el sol . Se a cordó que cuando iba a l a playa de va caci ones con
su familia , el mira ba el a t ardecer y t r at a ba de imaginarse por qué el sol no
se

moj a ba con el mar y se apa gaba. Ahora t ení a la res puest a ( y er a real ment
e ins óli t a) .

Llegar on vol ando al remolino just o ant es que ent r ara el sol , gracias a que ellos
iban má s r á pido. El t únel era inmenso ( obvio, t iene que ser muy grande como
para que quepa el sol , pero nunca est á de má s recal carlo) y a medida que s e
fueron

int ernando se pus o má s y má s oscuro, as í que t uvier on que prender las l int
ernas para al umbra r el camino. En un breve lapso ( o sea , un r a t o cor t o)
llegaron al
ot ro ext remo, donde est aba at as ca do el met eor i t o.
At erri zar on mansa ment e en el t únel , que er a de roca y es t aba lleno de
est al act i t as ( l as que s alen del t echo) y est alagmi t as ( las que cr ecen des de
el suelo) .

Pas cual di jo:


– Gracia s a la f abulos a rapidez de la ca ma de Bar t olo hemos l lega do ant es
del a manecer , es decir , cuando el sol venga hast a acá para s ali r ; pero
debemos

recordar que ya se encuent r a dent ro del t únel y, por lo t ant o, no t


enemos ninguna s ali da má s que est a.
De un sal t o se despa bil ó Valent í n:
– Ent onces , s in má s demora , démos le cur so a nuest ra labor .
– ¡ Sí , un concurs o de nuest ro sabor! –a gregó ya s a bemos qui en.
Y se pusier on a t rabajar . Primero t odos empujar on al mis mo t iempo, per o no
hubo ningún movi mient o del met eor i t o.

– ¡ Yo t engo una mermelomá t ica –fot ocromá t ica idea! –as egur ó el zorro, sal t ando
en una pat a.
– Ahora no, Oliverio –cont est ó seri o Pas cual .
– ¿ Qué t al si usamos las est al act i t as para ayudarnos a empuja r? –
propuso Bar t ol o.

– Buena idea ; t rat emos –est uvo de a cuerdo Va lent í n, y arra ncó con s us poderos
as garr a s unas cuant as est al act i t as y ot ras pocas est alagmi t as.
Con es t a s punt udas est a la –ct i t as /gmi t as hicier on pal anca para ext irpar el
met eor i t o, per o con t oda l a fuerza que ejer cieron, s ólo consi guier on quebra rl
as. De nuevo apareci ó sal t ando Oliverio:

– Les est oy dici endo que t engo una met eor ol ógica –cal eidos cópica for ma de sa
car la piedrot a en undospor t res eis ( 1x2x3 = 6) .

– ¡ Bast a Oliverio! ¿ No ves que est a mos s uma ment e a pura dos? – gruñó el puma.
– Bueno, pero es que mi idea es. . .
– No, Oliverio, por favor no ha gas las cosas má s dif í ciles –lo int er rumpi
ó Sof í a , que ya est a ba un poco nervios a.

El calor aument a ba en el t únel y comenzaba a il uminarse indicando que el sol


est aba ca da vez má s cerca.
Pas cual mir ó su reloj .
– ¡ Sólo nos queda n unos diez minut os ant es del a manecer!
Todos se l anzaron a empujar con deses per aci ón, pero el cansancio y el cal
or sofocant e los hi zo caer rendidos a l suelo.
– ¡ Nunca pens é que t odo t ermina r í a as í ! –exclamó Bar t olo y mir ó a Sof í
a queriendo dar le un a brazo, per o no se at reví a.

– Es que si me hicier an ca so un segundi t o as í de microscopio. . . –di jo


Oliverio con car a de s úplica.

Valent í n s ólo levant ó la s ceja s en señal de r esi gnaci ón, pero Pas cual cambi ó
su act i t ud.
– Est á bien Oliverio, da nos t u idea.
Al zor ro le brill aron los ojos de emoci ón y se acer có al conejo para decirl e s
u idea al oí do.
A medida que Pas cua l iba escuchando, sus or ej as , que est a ban caí das de
cansancio
y frust ra ci ón, de a poco se fueron levant ando, y un ges t o de esperanza
fue apareci endo en s u conejuna cara.

– Real ment e es una idea t ot al ment e dis para t ada , pero a est as al t uras no per
demos nada con int ent arlo.
Por grande que sea el castillo, hasta elladrillode másabajoes
importante

La idea del zorro, por alocada que pareci era , era la única que t ení an, ya que el
sol est aba a punt o de al canzar los y, si no lograban dest a par la s a lida ,
primero se quemar í an como chicharr ones , des pués se der ret ir í an como cera de a
beja y

luego el sol los a pla st ar í a cont ra el met eor i t o y queda r í an como sopai pill as.
Ninguna de est as formas de morir , en que el los er an los ingredient es , le parecí
a muy a pet i t osa a Bar t olo.
Fue as í que pus ieron en marcha el plan de Oliverio.

Primero, Valent í n dio un s al t o y quedó col ga do con s us zar pas de una


est al act i t a. Los demá s le t omaron la cola y s e l a est i raron has t a ll egar a
amarr a rla a una est alagmi t a con mucha fuerza. El puma est aba t an t irant e como
un
el á st ico a punt o de cor t arse. Precis a ment e es a era la idea , por que
luego Oliverio se puso s u cas co de mot ociclist a y di jo con voz solemne:

– ¡ Pueblo de Edmundo! ¡ Especial ment e los zorros! ¡ El gran cósmi co–naut a Verioli
Tui st off se pre–para –para ser el primer zorro–bal a de la a j í –st oria y de la pre
– a j í –st oria t ambi én!

– ¡ Vamos Oliverio, no queda nada de t iempo! –exclamó Pas cual preocupa do por que
el calor ya era cas i insopor t able, el suelo t emblaba y un rui do prof undo cono
un t rueno se sent í a acer cá ndose por el t únel .

Ent onces , Sof í a , Pas cual y Bar t olo lo levant aron al zorro y l o pus ieron como
haciendo una honda , en la que Valent í n er a el el á st ico y Oliverio l a piedra.
Con t oda l a energí a que les queda ba l o f ueron t irando ha cia a t r á s.

– ¡ ¿ List o?! –gri t ó Pas cual , por que el rui do a hora era t an fuer t e que a penas
se oí a lo que uno mis mo pensaba.

Oliverio t ení a los ojos que se le s al í an de s us t o y solo decí a :


– Ayaya yaya i …
–El sol ya s e veí a venir y su increí ble luz hací a que t uvier an que t ener
los ojos cas i cerrados par a lograr ver a l go.

– ¡ Ya no resist o má s! –exclamó Valent í


n. Bar t olo dio l a orden:
– ¡ Ahora! ¡ ¡ ¡ Fuego! ! !
– ¡ Toinnng! –sonó Valent í n cuando sol t aron a Oliverio, y des pués :
– ¡ Pi uuuu! ¡ ¡ ¡ Bla aaa mmm! ! ! ( Es decir , Oliverio s aliendo disparado y
chocando cont ra el met eor i t o)

El impact o f ue i mpresionant e, y el met eor i t o final ment e sal t ó dejando des peja
da la s a lida. Apenas al canzar on los pocos segundos que les queda ban para que s
e

subieran cor riendo a la ca ma y sa lier an vol ando just o ant es que llegara el sol
. Afuera a t erri zaron y cont emplar on el ama necer má s increí ble que jamá s
hubiesen vis t o.
Una vez pas ada l a emoci ón, y mi ent r as el sol se eleva ba ha cia el cielo,
i lumi nando las maj es t uos as mont a ñas de la cordillera de los Andes , se acor
daron del zorro.
– ¡ Oliverio, Oliverio! –gri t aron ll amá ndolo.
– ¡ Mmm, gr mpf , mmmh! – se es cuchó su voz a la dist ancia.
Corrieron y encont ra ron a Oliverio, que est a ba con su cabeza embut ida en
la par t e al t a del met eor i t o, y s ólo se veí a s u cuerpo col gando.
Se encara maron arriba de la gran roca y t ir aron a Oliverio de l as pat as
para sa carlo. Un t i r ón fuer t e y s ali ó. Lo ma l o f ue que per dieron el equi
libri o y t uvier on un a t erri za je f or zoso.

– ¡ Felici t aci ones , Oliverio! ¡ Acabas de s alvar al mundo de queda rs e s in sol !


– di jo emoci ona do Bar t olo.

– Zá s –t a ment e, ni ño Bar t olo, pero t e di go que, en ver dad y en real i dad, es t o


de s alvar a Edmundo da dolor de cabeza y jaqueca mi gra ñosa –cont est ó el zorro.

Ent onces Sof í a s e ar roj ó haci a él y le dio un gran a brazo y un beso, con lo
que Oliverio se puso rojo de vergüenza , como un t omat e. Des pués , Pas cual y
Valent í n t ambi én l o f elici t aron y coment aron alegrement e el éxi t o de la increí
ble

avent ur a .
Mi ent r as fest ejaban, Sof í a se a cer có a Bar t olo:
– Tú t ambi én eres un héroe, Bar t olo –le di jo s onriendo.
– No, yo s ólo. . . – y ant es que t erminara de decir nada , ella le dio un beso
en la mejill a.

El quedó t ot al ment e l elo y pá li do como si hubiese veranea do dent ro de un


ref ri gera dor . Pero de nuevo no al canzó a decir ni ha cer na da , por que ella
ya habí a vuel t o con el grupo a s egui r celebr ando.

As í nuest ros persona jes regresaron a la ciudad as ombros a , punt o de par t i da


de t oda est a increí ble avent ura. Todos los habi t ant es est aban ent er a dos de su
misi ón, y los es per a ban emoci ona dos. En cuant o supieron de la gran idea
de Oliverio, se a bal anzar on enci ma de él pa ra f elici t arlo.

Inmedia t a ment e empezaron los preparat ivos par a una fiest a en honor a los cinco
int r épidos paladines. El pueblo ent er o f ue decora do con globos y serpent inas.
La orquest a t ocaba alegres canci ones y una gran mesa , replet a de la s má s ricas

comidas y post res , fue puest a a lo largo de la avenida princi pal .


Oliver i o f ue el que má s dis frut ó cant ando, y ba i lando, per o por sobre t odo
comi endo. Pas cual y Valent í n rel at a ban los det alles , especial ment e l as es cena
s má s arri es gadas , a qui enes los escucha ban con a sombro. Todo era feli cida d y

sat is fa cci ón por el t ri unfo. Pero muy pront o l legó ot ra vez el a t ardecer y
con él , el t r ist e moment o de la des pedida.

– Bueno, ya han pas a do ca si dos dí as que no l lego a mi cas a – di jo Bar t olo–


y ser í a bueno que vol viera , por que si no a mi mamá le va a da r un at a que.

– No, ni ño Bar t olo, quédat e a vivir con nosot ros unos pocos a ños. . . nomá s
de cien o dosci ent os –le dijo Oliverio.
A Bar t olo le dio un poco de r is a.
– ¿ Unos pocos a ños? No, Oliverio, no puedo queda r me. Tengo que volver con
mi familia.
Ent onces , Pas cual , Oliverio, Sof í a y Valent í n, acompa ñaron a Bar t olo hast a s
u cama má gica. Sof í a le dio un canas t o con past eles , caramel os y f rut as.
– Toma. Ll eva est o pa ra el camino.
– Gracias –y se quedó mir á ndola.
Sent í a que el corazón le ret umbaba dent ro del pecho. Ella est a ba s onriendo,
pero s us ojos est aban t r is t es y brill ant es. A él le dio demasia da pena dejarl a y
le

di jo:
– Sof í a , ¿ no qui eres ir t e conmi go? Quizá s podr í amos ubi car a t us papá
s. Ella s us pir ó, se a cer có y le dio un a brazo.

– No; t ú debes ir con t u familia y yo me debo quedar a quí con la mí a , por que
mi familia son Oliverio, Pas cual , Valent í n y t odos los demá s. Ellos me neces i t
an y yo a ellos.

– Pero yo t ambi én. . .


Bar t olo sint i ó al go en la gargant a que no lo dej ó segui r hablando. Tení a
angus t ia y ganas de llorar , per o en el f ondo se daba cuent a de que Sof í a est
aba en lo correct o.
Con mucha pena los fue abra zando para des pedir se y luego subi ó a s u
cama vol a dora. Ya est a ba hecho t odo un exper t o en manejarl a , y la hizo
f lot ar suavement e sobre el suelo.
– ¡ Adi ó s , Bar t olo! – le dijeron t odos.
– ¡ Adi ós , ami gos! – cont est ó.
– Nunca t e ol vida remos –le di jo Sof í a mi ent r as Bar t olo se a lejaba por el cielo,
pero él no la al canzó a oí r . Ya cuando
est a ba lejos , y el pueblo as ombros o era
s ólo un punt o en la dist ancia , se met i ó
ent re las s á banas y se a cur rucó abraza
do a la almohada.
Se puso a pens ar en los increí bles
ami gos que habí a conocido. Valent í n con
su vi t ali dad y audacia , Pas cual con su
sabidur í a y calma , Oliver io con sus

ideas locas , su inmensa generosida d y


ganas de ayudar siempre. Pero de qui en

má s se a corda ba er a de Sof í a , con s u bondad y cari ño, y s u s onrisa de angeli t o.


As í , ent ero t apa do dent ro de la cama , se fue Bar t olo, vol ando por enci ma de
las mont a ñas , de vuel t a a casa. Él no se a corda ba de lo cansado que est a ba , per
o su cuerpo s í . Ent onces , sin darse cuent a , se quedó profunda ment e dor mi do.
De vuelta en casa

– ¡ Bar t olo! ¿ ¡ Dónde has est ado!?


Bar t olo a bri ó los ojos inst ant á nea ment e al escuchar una voz muy conocida : la
de su mamá . No al canzó a cont est ar cuando el la lo abra zó t an fuer t e, que ca si
lo

revi ent a , y le dio muchos besos , mi ent r as de sus ojos s al í a t ant a agua , que
Bar t olo pens ó que no iba a t ener que ducharse. Pero el amor de madre le dur ó
poco y se par ó de nuevo con una cara de enojada que a Bar t olo le dieron ganas
de desaparecer . . . pero no le resul t ó.

– Muy bien, caball ero. Ahora us t ed est á muy at rasa do para el colegio, as í que s
e
me vis t e y par t e inmedia t a ment e. Pero a la vuel t a vamos a t ener una
buena conversa ci ón los dos –le dij o con t ono de a menaza.

Lo de la conversa ci ón a Bar t olo le daba ba st ant e s us t o, pero prefer í a eso a


que a su mamá se l a ll eva ran presa los carabiner os por hi j ici dio. As í que

a provechando las circunst ancias , par t i ó como un soplo al colegio sin s i


quiera t omar desayuno.

Corr i ó t odo el camino, pens ando en la increí ble avent ura que habí a t enido,
pero le daba rabia pensar que na die le creer í a jamá s , por que est a ba seguro de
que
cont ar le a s us compa ñeros de cur so ser í a una pérdi da de t iempo.
Llegó a penas ant es de que cer rar an la puer t a y se f ue a sent ar a su banco al
fondo de la clas e. En ese moment o s e dio cuent a de que con t odo el apuro se
le habí an queda do sus cua der nos en la casa , y mir ó dent ro de su mesa , a ver s i

habí a al guno que s e le hubiese ol vida do en el colegio.


Bus có revol vi endo su des or den de papeles , piedras , palos y un mont ón de ot ros
obj et os diver t idos. Encont r ó uno de s us fr as cos de vi drio donde habí a guarda do
la úl t i ma laga r t i ja que cazó ant es de ir se en su via je f ant á st ico, pero la
pobre
est aba t iesa y bast ant e muer t a. Sacó en cuent a que as í era mejor por que a hora
la lagar t ija se conver t ir í a en f ósil , i gua l que los dinosaur ios , y podr í a
vender la a un museo. Mi ent r as seguí a bus cando con la cabeza met ida dent ro del
banco, la

profesor a ( que er a a l go r ellena , un poco vieja y usa ba ant eojos ) , di jo:


– Alumnos , quiero present arles a una nueva compa ñera que est ar á con nosot ros
a par t i r de hoy .

Bar t olo levant ó el cuello lent a ment e para ver qui én er a. Sus ojos no podí
an creer lo que veí an.
– Espero que t odos l a reciba n bien –cont i nuó la profesor a – . Su nombre es. . .
– ¡ Sof í a! –le s ali ó a Bar t olo del alma.
¡ Sí , era ella! ¡ Era Sof í a! Pero, ¿ cómo? ¿ por qué? ¿ cuá ndo?
Bueno, ese es ot ro cuent o.

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