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Í ndi ce
Bar t ol o
Querer es poder
La ciudad as ombros a
Bar t olo conoce nuevos ami gos
avi ones de papel , a quema r hor mi gas con una lupa y, a veces , has t a a est udi ar
. Des pués de dí as t an a got adores como est e, Bar t olo llegaba a s u casa t odo
des ast ra do y ba st ant e s uci o, lo cua l a su mamá no le parecí a muy bien. Pero es t
o no le impor t a ba demasia do, por que sabí a que s i al guna vez llegaba impecable y
Una noche, Bar t olo est a ba a cost a do en s u cama mi rando el t echo mi ent r as
pensaba en t odas las cosas que le gust ar í a hacer , y er an t ant as que , para poder
ha cer las t odas , t endr í a que vivir por l o menos unos mil o dos mil a ños. Eso, en
real i dad, era un problema t remendo por que na die , que el s upi era , habí a vivido t
ant o
( except o Mat usalem, pero ese no vale, por que en esa época , como reci én exist í
a el univers o, el t iempo no funcionaba muy bien que di gamos ; por es o Dios se
demor ó s ólo s iet e dí as en hacer el mundo) .
De pront o, Bar t olo se dio cuent a de
que era des at ina do es t ar per di endo su
pequeño a gujero en el t echo. Poco a poco fue creci endo has t a ll egar a ser del
por t e de la cama. Bar t olo podí a s ent ir el a ire fresco de la noche en s u ca ra
y le parecí a que las est rella s se l e vení an encima. Est aba t an feliz que la
Ahí par ó, y se quedó flot ando despa cio… como prepar á ndose…, y de pront o
… ¡ Zum! sa lier on Bar t olo y su mueble vol a dor dis para dos como un cohet e al
infini t o.
Él iba s ujet á ndose lo má s fuer t e que podí a , por que via ja ban a t ant a veloci dad
como la de un avi ó n a chor ro de la Fuerza Aé rea. Mir ó haci a a t r á s y vio có mo s
e alejaba s u casa , ca da vez má s .pequeña ; y des pués , era s ólo una luz que s e
Tení a ganas de pisar la ni eve, per o no se at reví a a bajar de la cama , por que en
cual qui er moment o ella podí a s ali r vol ando de nuevo por cuent a propia. Aunque
el t est arudo mueble vol ador no se moví a ni un cent í met ro.
Como est a ba en las mont a ñas , y má s encima era de noche, hací a demasia do fr í
o. Por suer t e t ení a dos fr azadas bien grues as. Pero de moverse la cama , nada.
As t ut a ment e puso s ólo una pier na en el s uel o y empuj ó, per o por má s fuerza que
hicier a , no pa saba na da , y s u pobre pie est a ba ent ero azul de congela do, as í
que decidi ó a cost ars e bien cubier t o y es per a r un ra t o.
Bar t olo se des per t ó con un rui do explos ivo, como el de un bus viejo pas ando a
t oda veloci dad. Pero a ún t ení a mucho sueño. Su ment e se levant ó, per o su
cuerpo si gui ó acost a do. Apaci blement e, con una flojer a rica , se fue ender ezando.
Pero precis a ment e en ese inst ant e, sint i ó que pisa ba al go suma ment e fr í o. Abri
ó los ojos , la boca y has t a las or ej a s t an grandes como podí a , pero no creyó
lo
que est a ba vi endo. ¡ No habí a s ido un sueño, era ver dad! ¡ Est a ba en medio
de inmensos cerros blancos , en las al t uras de los Andes!
– ¡ Viva , viva , viva! ¡ Es t oy en las mont a ñas! –cant aba Bar t olo mi ent r as baila
ba al rededor de su obj et o vol ador « s í » ident if ica do. Des pués de unas cuant as
vuel t a s , sent í a los dedos como cubos de hi elo, as í que pref iri ó segui r bail
ando enci ma de la cama – . ¡ Viva , viva! ¡ Es t oy en las mont a ñas con mi ca ma má
gica!
Termina do su baile de celebr aci ón, obser vó lo que t ení a al rededor . El cielo
era má s azul de l o que nunca habí a vis t o y la ni eve r es plandecí a t ant o que t uvo
que cer rar los pá rpa dos cas i t ot al ment e.
Todo era espect acular . Mucho mejor que los mapas del libro de geograf í a ;
incluso má s boni t o que cuando l loví a y a l dí a s i guient e amanecí a des peja do y el
Decidi ó subi r una loma para mira r des de ahí . Cuando l legó a la cima vio la
cosa má s increí ble que jamá s , jamá s , jamá s ( jamá s , en serio) habí a vis t o. Al
ot ro
lado de la colina exist í a una ciudad fant á st ica. No habí a ni eve, sino pas t o
por t odos lados , y r í os , y lagos , y t odo es t aba rodea do de bosques , y ¡ hací a
cal or! Las casas t ení an la misma forma que un r eloj de arena , per o en gi gant e.
Los
aut os est a ban pint ados de color es ext ra ños y diver t idos : celest es con punt os
verdes y ros a dos o amarillos con rayas negra s como a bej as. Los á rboles daban
var ios t i pos de f rut as a la vez: per as , manzanas , naranj as , pl á t anos , pi ñas ,
s andí as. Toda s en un mis mo á r bol . Incluso al gunos daban chicles , chocolat es ,
helados , papas fr i t as y has t a churros r ellenos con manjar . Y por si t odo es t o
fuera poco, los habi t ant es ( que s e veí an muy alegres ) er an. . . ¡ conejos y zorros!
Los zorros no er an t ant os , pero los habí a. . . En real ida d cas i t odos
eran conejos.
Sin pens arlo dos veces , Bar t olo baj ó corriendo por l a loma has t a ll egar a est
a magní fica ciudad que acababa de des cubr ir .
Bartolo conoce nuevos amigos
– Per dóname por haber t e t rompet ill a do con mi mot o–sil uet a –le dijo. Bar t olo s
ólo at inó a responder :
– ¿ Qué?
– Con la mot o– sil uet a. . . t e t rompet ill é reci é n , ¿ t e a cuerdas?
Luego de un moment o de reflexi ón, dedujo que lo que quer í a deci r el zorro
era que lo habí a a t ropella do con su mot ociclet a.
– ¿ Est á s bien?
Bar t olo respondi ó a firmat iva ment e.
– Permí t eme represent arme, soy el Gran Mer mel a duque Roel zo el Magní fico –y
luego hi zo un s a ludo muy elegant e.
A Bar t olo le pareci ó que er a un zorro muy s impá t ico y bien educa do ( per o
en real i dad no conocí a muchos ot ros zorros que di gamos ) . Est a ba a punt o de
expli carle s u si t uaci ón, pero el animal lo t omó de un brazo y con un s ólo t ir
ón lo subi ó a la mot o– sil uet a. ¡ Agá r rat e fuer t e, ni ño!
– Me lla mo Bar t olo –lo int er rumpi ó.
– Agá r rat e fuer t e i gua l , ni ño Bar t olo, por que vamos muy suma
ment e requet eat rasa dos –y arra ncó como un bólido.
Segura ment e en est a ciudad no exi gí a n un examen para manejar , por que Roelzo ( o
como se ll amara) iba como un loco pas ando por ent re t odos los aut os , s in
res pet ar ninguna s eñal de t r á ns i t o, incluso subi éndose a la vereda para pas
ar por ent re los jardines de l as casas. Rá pida ment e ll egaron a una de est as
Bar t olo se ri ó de la forma diver t ida en que el zorro hablaba , pero a hora
fue est e el que se anduvo moles t ando.
– Per dona que me r í a , es que no t e ent endí muy bien –le di jo.
– Yo t ampoco t e ent iendo demasia do, ni ño Bar t olo, as í que real ment e, y
en ver dad, no impor t a.
Como las casas –rel oj de arena er an t ransparent es , Bar t olo pudo ver var ios
conejos jugando en la par t e de arriba ( lo que vendr í a siendo el segundo pi so) .
Al escuchar el t imbre, los conejos se des liza ron por t urnos a t ravés del
or if i cio que t ienen los relojes de arena y l legaron abajo en un sant
iamén. Abrier on la puer t a y los reci bier on muy a mablement e.
Bar t olo int ent ó imagi nar cómo s ubir í an de vuel t a , por que por l a aber t ur a s e veí
a bast ant e complica do y le pregunt ó a Roelzo.
est a ban t odos arriba. « ¡ Fant á st ico! » , pens ó Bar t olo, y le pareci ó increí ble
que a na die en su mundo s e le hubiese ocur ri do una idea t an buena. En la
conejuna
residenci a viví a n un conejo–papá , una conej a –mamá y una cant i dad abundant e de
coneji t os que juga ban por t odos lados.
Bar t olo le habl ó al conejo–papá :
– Buenos dí as. Me lla mo Bar t olo y l legué aquí en mi ca
ma. El conejo–papá le cont est ó sa cudi endo la s orej as.
– Qué int eresant e. . . ant es nos habí a t oca do que lle gara n en avi ón o a caball o,
o incluso en esquí es , pero nunca en cama.
Bar t olo est a ba a punt o de par t ir se en dos de hambre. Por suer t e la ma má –conejo
se per cat ó de est a si t uaci ón ( segura ment e escuchó como le ret umbaban la s t ri pas
) y t ra jo un plat o lleno de f rut as , past eles y caramel os reci én sa ca dos de la
mat a .
– Tenemos que act uar r á pida ment e, Oliverio –di jo el conejo Pas cual ( final ment
e Bar t olo nunca s upo si er a o no el de los huevos de chocolat e) .
– ¡ Int ermedia t a ment e, señor don Tal Paras cual ! –cont est ó Oliverio haciendo
una imi t aci ón de s a ludo mili t ar .
– Tú t ambi én nos puedes a compa ña r si qui eres , Bar t olo.
– En real i dad yo t engo que volver a mi casa. . . Por ot ro lado, mi ca ma al
parecer se a got ó y no qui ere vol ar – expreso. Bar t olo, un poco complica do.
– Mejor a ún para t i , por que donde nosot ros vamos hay una ni ña humana como t ú,
y quizá s ell a t e pueda ayudar a ar regl ar t u medio de t ranspor t e –propuso Pas
cual . Oliverio de un sal t o a ull ó:
Con es t a explica ci ón, Bar t olo quedó má s at urdi do que cuando lo habí
a t rompet ill a do Oliverio, pero se levant ó y dijo con firmeza :
Sa lier on los t res , a presur adament e, arriba de la mot o–sil uet a * de Oliverio. Y
llegar on ( muy velozment e) has t a l a or ill a del l ago, donde habí a una playa.
Sobre
la arena habí a una caba ña de madera , y has t a all á fueron caminando Pas cual ,
Ol iver i o y Bar t ol o.
– ¿ Has hecho surf al guna vez? –le pregunt ó el conejo.
– No, nunca – cont est ó t i t ubeant e el ni ñ o – , pero he vis t o como se hace.
– Con eso bast a , por que aquí es muy f á cil –y le pas ó una t abla muy boni t a
de muchos color es.
« Bueno» , pens ó Bar t olo, « si pude manejar una cama vol a dora , podr é correr en
una t abla de surf » .
Mir ó haci a la or il la y vio que la s olas er a n ext remadament e grandes para s er
un lago, y fue ent onces que se dio cuent a de que anda ban al revés , que en vez
de
– ¡ Gua u! –exclamó.
– ¡ Y miau! –imi t ó el zorro.
Una vez en el agua , se subieron cada uno en una ola. No resul t ó t an dif í cil
para Bar t olo, y pront o dis frut ando como nunca ant es.
desi lusionó un poco, pero just o en ese moment o s int i ó det r á s de él una voz
de ni ña.
– ¡ Pas cual , Oliverio! ¡ Qué alegr í a t an grande ver los!
Ent onces , el zorro y el conejo s al t ar on muy cont ent os a dar le un a pret a
do a brazo. Luego, la ni ña s e quedó mirando a Bar t olo.
– Hol a.
– Hol a , me lla mo Bar t olo – respondi ó.
– Y yo, Sof í a.
– Qué gust o conocer t e, Sof í a –Bar t olo sabí a que se debe ser educa do con
las mujeres.
Pero ella no le cont est ó nada , s ólo se quedó
mir á ndolo. É l no sabí a qué decir y se empezó a
poner colorado. Ella se dio cuent a y r á pida ment e mir
ó al
suelo.
– El gus t o es mí o, Bar t olo –di jo la ni ña s
in levant a r la cabeza.
Ent r aron a la ca sa y la ni ña les dio leche y
gallet as para que r ecuper aran la energí a gas t ada en
el via je.
– Sof í a –di jo Pas cual con voz grave –, neces i t a mos t u ayuda –y le expli có que t
al como est a ban las cosas , el sol no podr í a s a lir a l dí a s i guient e.
Se t ira ron de pi quero y se pus ieron a na dar haci a el cent ro del la go. Bar t
olo mira ba s or prendido a Sof í a . Ella era una ni ña de má s o menos la mis ma
eda d que el . Tení a el pelo largo y l os ojos le brill a ban cuando se reí a.
– ¿ Cómo llegast e t ú hast a acá ? –le pregunt ó Bar t olo con curios i dad, mi ent r
as nadaban.
– Via ja ba en un avi ón con mis papá s y el avi ón se cayó –respondi ó s
in ent r is t ecers e.
– ¿ Y qué pas ó con ellos?
Sof í a s e quedó call ada un r a t o, braceando coordinada ment e; des pués lo mir ó y
dio un s uspiro, ahor a s í un poco melancólica.
señor a me cui daron has t a que est uve s ana. . . de eso ya han pa sado va rios a ños.
– Yo t e puedo ayudar a bus car a t us papá s , Sof í a. Con mi ca ma vol a dora
podemos recorrer l as mont a ña s hast a encont ra r los –se compromet i ó con la mejor
de l as
beso de l as buena s noches. Bar t olo sint i ó al go muy rar o, como vergüenza y
ganas de arrancar , per o por suer t e el la habl ó ant es de que el comet ier a a quel
act o de cobardí a ( al go humill ant e, peor a ún frent e a una mujer ) .
– Llegamos –di jo, f lot ando en el lugar donde est aba –; a hora t enemos
que hundirnos.
– ¿ Hundirnos? –Bar t olo ent endí a cada vez menos – ¿ Y el oxí geno?
– No es necesario –as egur ó Pas cual , que s ólo s abí a nadar est ilo per ro, o
conejo en est e caso.
– Us t edes perdónenme, no es que yo sea malo para nadar , pero honest a ment e
creo que nos vamos a a hogar con es e sist ema.
En aquel inst ant e Bar t olo ll enó s us pulmones con t odo el aire que le cupo y se
zambull ó al mis mo t iempo que los demá s. Nada ba y nadaba para abajo, y el
corazón le lat í a como un t ambor ; un poco por que le da ba miedo queda rs e s in aire,
pero
t ambi én por la emoci ón. Sent í a el pecho a pret a do, y se angust i ó. « No a guant o
má s » , calcul ó des espera do; pero en ese preciso moment o s int i ó que s us brazos
ya no empuja ban agua , sino aire, y cayó al fondo.
conocí a , pero con la di ferencia de que s us habi t ant es eran t odos. . . ¡ pumas!
Bar t olo se f ij ó en que los bot es er an al revés de los que él conocí a. El suelo
i ba ha cia arriba pega do al agua y los pas aj eros col ga ban sent a dos en unas silla
s como de andarivel .
– Vamos a encont ra r a Valent í n –di jo Pas cual , expr imi éndose las or ej
as. Y Oliverio, como siempre, ent endi ó lo que él quer í a:
( Ahora Oliverio comí a pur é de cast a ñas con cr ema y t omaba leche con pl á t a no)
. – Sí , Valent í n, con t u vi gor y gran car á ct er , nos puedes ayudar mucho. Te
Bar t olo se quedó pens ando en lo que acababa de decir Valent í n, y le pareci ó
que t ení a t oda l a razón: Sof í a se parecí a a un á ngel ( o como él se imaginaba
que
– ¡ Qué t r is t e espect á cul o, zorro des ver gonza do! ¡ Cómo pudis t e echar t e a la
boca t ama ña cant i dad de comida? –lo reprendi ó el conejo.
– Con cuchill o, t enedor y cuchara , don Tal Paras cual , ¿ o a caso cree que soy
un zor ri t o mala prendido? –cont est ó
Ahora l lega ba el moment o de la ver dad. Bar t olo final ment e s abr í a por qué el
sol no podr í a s al ir ma ñana ( y t ú t ambi én, de hecho) .
Debí an cumpl ir con su mis i ón. Debí an salva r al mundo de queda r se. . . ¡ s in sol !
Para es t o organi zaron una expedici ón a la mont a ña con mochi las , cuerdas
, l int ernas , zapa t os especial es pa ra escalar y t odo lo necesario para el
andinis mo.
Y as í par t ieron con Valent í n y Pas cua l al frent e, y comenzar on el as censo. En
real i dad, s ólo t ení an que subi r una loma no muy empinada , per o l levar t odo el
equi po de mont a ña le da ba má s impor t ancia a la expedici ón y era má s ent ret
enido ( t ot al , las mochi las i ban ca si va cí as , as í que no pesaban mucho) .
– Sí –di jo Pas cua l a divinando la pregunt a que Bar t olo le iba a hacer – . Hoy,
pocos minut os des pués del a manecer , cayó un met eor i t o just o en el a gujer o
por donde sale el sol .
– Y por eso, t al como est á n l as cosas , ma ñ ana el sol no va a poder s ali r
– complet ó la idea Sof í a.
– ¡ Ese fue el rui do que me des per t ó es t a ma ñana! –concluyó Bar t olo.
– Bueno, ya s a bemos cuá l es el problema , a hora ¡ a soluci onarlo! –di jo con
mucha energí a Valent í n.
A t odo es t o, Oliver i o ya est a ba observando det enida ment e la inmensa roca roj a
que t apa ba l a s a lida del sol . Ant e la orden del puma , los ot ros rea cci onaron
y baja ron el mont í culo cor riendo. El zor ro se habí a subido al met eor i t o y lo
rodill a.
Rá pida ment e se organi zaron y comenzaron a empujar . Primero t odos de un lado,
des pués del ot ro. Valent í n ent er raba sus gar ras en la roca y t ir a ba y empuja
ba con t ant a fuerza que s e l e llegaba n a sal ir los bi got es. Pero el met eor i t o
de movers e, ni por si a caso.
Int ent aron t odas las for mas que s e les ocur r í an has t a queda r exhaust os , per o
la enor me piedra est aba ahí , inmóvil , int er poni éndose ent re ellos y su heroica
conejo.
Valent í n se pus o de pie de un sal t o.
– ¡ Ent onces vamos a ese lugar y ent ramos y l uego empuja mos el met eor i t o des
de adent ro! Es a es t u idea , ¿ cier t o, Pas cual?
sa bemos , el sol se pone en medio del mar . Ya f al t a poco para el a t ardecer y, una
vez que el s ol ent re en el t únel , nosot ros no podemos met er nos s in mori
r a bras a dos.
– ¡ Oh, no! –gri t ó Oliverio –. ¡ Ent onces yo quiero mori r abraza do a Sof í a! –
y sal t ó enci ma de la ni ña.
Ella le expli có que abra sado vení a de bra sa y no de a brazo, y con eso el
zorro quedó un poco má s t ranquil o, pero mucho–muy confundido.
A Sof í a s e le il uminó la cara de al egr í a y mir ó a Bar t olo con admira ci ón:
– ¡ Excel ent e idea! ¡ Vamos r á pido!
Y Oliverio, como los héroes de cine, di jo:
– ¡ Vamos! ¡ A s alvar a Edmundo! ¡ Y a t odos los demá á á s!
Se mi raron unos a ot ros y des pués al zorro, que s e habí a queda do en su pose
de héroe de pel í cula.
Atrapadosen el túnel
Sin má s demora , t odos nuest ros bienint enciona dos persona jes recorrieron
el camino has t a ll egar al lugar donde habí an a t erri za do Bar t olo y su cama.
– Quizá s si t e a cuest a s y cierr as los ojos i gua l que en t u cas a –sugiri ó Sof í
a. As í lo hi zo, y t odos se queda ron call a dos. . . pero nada.
– ¡ Por favor , cama , t e lo s upli co! Ahor a s í que es impor t ant e que me hagas
caso –rogaba Bar t olo a su mueble.
Pas ó un buen ra t o. De hecho, un r a t o lo sufi cient ement e bueno como para que
llegas e Oliver io cor riendo con s u casco puest o y l a lengua afuera. De un sal t
o se t ir ó a la cama , haciendo que cas i s e cayeran t odos.
Bar t olo se concent r ó de nuevo, con los ojos a pret a dos y t odos los que
lo rodea ban i mpl or ando pa ra que l ogra ra hacer vol a r la cama. « No creo
poder
cons eguirl o» , pens ó con angust ia nuest ro cas i –héroe. « Ant es t rat é y no pude.
Cier t o, pero ant es de ant es , en mi cas a , s í pude. . . ¿ Y por qué a hora no? Vamos
, cami t a , ¿ qué pas ar í a s i el sol no vol viera a s ali r? ¿ Dor mir í amos para
siempre? » . Est a úl t ima i dea no le pareci ó t an mala , per o des pués de medi t ar la
un segundo,
– Con buena s pal a bras cual quiera ent iende –bromeó Bar t olo y los demá s se
rieron. As í se fueron via jando por el cielo, a garr á ndose como podí an de l a cama
má gica. Mira ban haci a abajo y veí an pas t ar campo, ciudad, má s campo, má s
ciudad y
– ¡ Vamos , Bar t olo, má s r á pido, que el sol est á a punt o de poners e! –pidi ó Sof í
a. Bar t olo ent r ó en un est ado de concent raci ón absolut a y única ment e pens a ba en
l legar ant es que el sol . Se a cordó que cuando iba a l a playa de va caci ones con
su familia , el mira ba el a t ardecer y t r at a ba de imaginarse por qué el sol no
se
moj a ba con el mar y se apa gaba. Ahora t ení a la res puest a ( y er a real ment
e ins óli t a) .
Llegar on vol ando al remolino just o ant es que ent r ara el sol , gracias a que ellos
iban má s r á pido. El t únel era inmenso ( obvio, t iene que ser muy grande como
para que quepa el sol , pero nunca est á de má s recal carlo) y a medida que s e
fueron
int ernando se pus o má s y má s oscuro, as í que t uvier on que prender las l int
ernas para al umbra r el camino. En un breve lapso ( o sea , un r a t o cor t o)
llegaron al
ot ro ext remo, donde est aba at as ca do el met eor i t o.
At erri zar on mansa ment e en el t únel , que er a de roca y es t aba lleno de
est al act i t as ( l as que s alen del t echo) y est alagmi t as ( las que cr ecen des de
el suelo) .
– ¡ Yo t engo una mermelomá t ica –fot ocromá t ica idea! –as egur ó el zorro, sal t ando
en una pat a.
– Ahora no, Oliverio –cont est ó seri o Pas cual .
– ¿ Qué t al si usamos las est al act i t as para ayudarnos a empuja r? –
propuso Bar t ol o.
– Buena idea ; t rat emos –est uvo de a cuerdo Va lent í n, y arra ncó con s us poderos
as garr a s unas cuant as est al act i t as y ot ras pocas est alagmi t as.
Con es t a s punt udas est a la –ct i t as /gmi t as hicier on pal anca para ext irpar el
met eor i t o, per o con t oda l a fuerza que ejer cieron, s ólo consi guier on quebra rl
as. De nuevo apareci ó sal t ando Oliverio:
– Les est oy dici endo que t engo una met eor ol ógica –cal eidos cópica for ma de sa
car la piedrot a en undospor t res eis ( 1x2x3 = 6) .
– ¡ Bast a Oliverio! ¿ No ves que est a mos s uma ment e a pura dos? – gruñó el puma.
– Bueno, pero es que mi idea es. . .
– No, Oliverio, por favor no ha gas las cosas má s dif í ciles –lo int er rumpi
ó Sof í a , que ya est a ba un poco nervios a.
Valent í n s ólo levant ó la s ceja s en señal de r esi gnaci ón, pero Pas cual cambi ó
su act i t ud.
– Est á bien Oliverio, da nos t u idea.
Al zor ro le brill aron los ojos de emoci ón y se acer có al conejo para decirl e s
u idea al oí do.
A medida que Pas cua l iba escuchando, sus or ej as , que est a ban caí das de
cansancio
y frust ra ci ón, de a poco se fueron levant ando, y un ges t o de esperanza
fue apareci endo en s u conejuna cara.
– Real ment e es una idea t ot al ment e dis para t ada , pero a est as al t uras no per
demos nada con int ent arlo.
Por grande que sea el castillo, hasta elladrillode másabajoes
importante
La idea del zorro, por alocada que pareci era , era la única que t ení an, ya que el
sol est aba a punt o de al canzar los y, si no lograban dest a par la s a lida ,
primero se quemar í an como chicharr ones , des pués se der ret ir í an como cera de a
beja y
luego el sol los a pla st ar í a cont ra el met eor i t o y queda r í an como sopai pill as.
Ninguna de est as formas de morir , en que el los er an los ingredient es , le parecí
a muy a pet i t osa a Bar t olo.
Fue as í que pus ieron en marcha el plan de Oliverio.
– ¡ Pueblo de Edmundo! ¡ Especial ment e los zorros! ¡ El gran cósmi co–naut a Verioli
Tui st off se pre–para –para ser el primer zorro–bal a de la a j í –st oria y de la pre
– a j í –st oria t ambi én!
– ¡ Vamos Oliverio, no queda nada de t iempo! –exclamó Pas cual preocupa do por que
el calor ya era cas i insopor t able, el suelo t emblaba y un rui do prof undo cono
un t rueno se sent í a acer cá ndose por el t únel .
Ent onces , Sof í a , Pas cual y Bar t olo lo levant aron al zorro y l o pus ieron como
haciendo una honda , en la que Valent í n er a el el á st ico y Oliverio l a piedra.
Con t oda l a energí a que les queda ba l o f ueron t irando ha cia a t r á s.
– ¡ ¿ List o?! –gri t ó Pas cual , por que el rui do a hora era t an fuer t e que a penas
se oí a lo que uno mis mo pensaba.
El impact o f ue i mpresionant e, y el met eor i t o final ment e sal t ó dejando des peja
da la s a lida. Apenas al canzar on los pocos segundos que les queda ban para que s
e
subieran cor riendo a la ca ma y sa lier an vol ando just o ant es que llegara el sol
. Afuera a t erri zaron y cont emplar on el ama necer má s increí ble que jamá s
hubiesen vis t o.
Una vez pas ada l a emoci ón, y mi ent r as el sol se eleva ba ha cia el cielo,
i lumi nando las maj es t uos as mont a ñas de la cordillera de los Andes , se acor
daron del zorro.
– ¡ Oliverio, Oliverio! –gri t aron ll amá ndolo.
– ¡ Mmm, gr mpf , mmmh! – se es cuchó su voz a la dist ancia.
Corrieron y encont ra ron a Oliverio, que est a ba con su cabeza embut ida en
la par t e al t a del met eor i t o, y s ólo se veí a s u cuerpo col gando.
Se encara maron arriba de la gran roca y t ir aron a Oliverio de l as pat as
para sa carlo. Un t i r ón fuer t e y s ali ó. Lo ma l o f ue que per dieron el equi
libri o y t uvier on un a t erri za je f or zoso.
Ent onces Sof í a s e ar roj ó haci a él y le dio un gran a brazo y un beso, con lo
que Oliverio se puso rojo de vergüenza , como un t omat e. Des pués , Pas cual y
Valent í n t ambi én l o f elici t aron y coment aron alegrement e el éxi t o de la increí
ble
avent ur a .
Mi ent r as fest ejaban, Sof í a se a cer có a Bar t olo:
– Tú t ambi én eres un héroe, Bar t olo –le di jo s onriendo.
– No, yo s ólo. . . – y ant es que t erminara de decir nada , ella le dio un beso
en la mejill a.
Inmedia t a ment e empezaron los preparat ivos par a una fiest a en honor a los cinco
int r épidos paladines. El pueblo ent er o f ue decora do con globos y serpent inas.
La orquest a t ocaba alegres canci ones y una gran mesa , replet a de la s má s ricas
sat is fa cci ón por el t ri unfo. Pero muy pront o l legó ot ra vez el a t ardecer y
con él , el t r ist e moment o de la des pedida.
– No, ni ño Bar t olo, quédat e a vivir con nosot ros unos pocos a ños. . . nomá s
de cien o dosci ent os –le dijo Oliverio.
A Bar t olo le dio un poco de r is a.
– ¿ Unos pocos a ños? No, Oliverio, no puedo queda r me. Tengo que volver con
mi familia.
Ent onces , Pas cual , Oliverio, Sof í a y Valent í n, acompa ñaron a Bar t olo hast a s
u cama má gica. Sof í a le dio un canas t o con past eles , caramel os y f rut as.
– Toma. Ll eva est o pa ra el camino.
– Gracias –y se quedó mir á ndola.
Sent í a que el corazón le ret umbaba dent ro del pecho. Ella est a ba s onriendo,
pero s us ojos est aban t r is t es y brill ant es. A él le dio demasia da pena dejarl a y
le
di jo:
– Sof í a , ¿ no qui eres ir t e conmi go? Quizá s podr í amos ubi car a t us papá
s. Ella s us pir ó, se a cer có y le dio un a brazo.
– No; t ú debes ir con t u familia y yo me debo quedar a quí con la mí a , por que
mi familia son Oliverio, Pas cual , Valent í n y t odos los demá s. Ellos me neces i t
an y yo a ellos.
revi ent a , y le dio muchos besos , mi ent r as de sus ojos s al í a t ant a agua , que
Bar t olo pens ó que no iba a t ener que ducharse. Pero el amor de madre le dur ó
poco y se par ó de nuevo con una cara de enojada que a Bar t olo le dieron ganas
de desaparecer . . . pero no le resul t ó.
– Muy bien, caball ero. Ahora us t ed est á muy at rasa do para el colegio, as í que s
e
me vis t e y par t e inmedia t a ment e. Pero a la vuel t a vamos a t ener una
buena conversa ci ón los dos –le dij o con t ono de a menaza.
Corr i ó t odo el camino, pens ando en la increí ble avent ura que habí a t enido,
pero le daba rabia pensar que na die le creer í a jamá s , por que est a ba seguro de
que
cont ar le a s us compa ñeros de cur so ser í a una pérdi da de t iempo.
Llegó a penas ant es de que cer rar an la puer t a y se f ue a sent ar a su banco al
fondo de la clas e. En ese moment o s e dio cuent a de que con t odo el apuro se
le habí an queda do sus cua der nos en la casa , y mir ó dent ro de su mesa , a ver s i
Bar t olo levant ó el cuello lent a ment e para ver qui én er a. Sus ojos no podí
an creer lo que veí an.
– Espero que t odos l a reciba n bien –cont i nuó la profesor a – . Su nombre es. . .
– ¡ Sof í a! –le s ali ó a Bar t olo del alma.
¡ Sí , era ella! ¡ Era Sof í a! Pero, ¿ cómo? ¿ por qué? ¿ cuá ndo?
Bueno, ese es ot ro cuent o.