Está en la página 1de 88

Clase 1

CONCEPTOS BÁSICOS EN DERECHOS HUMANOS

Los derechos humanos constituyen un repertorio abierto de libertades y derechos


inherentes a cada uno de los seres humanos sobre la base de su igualdad y dignidad
personal y social. Este conjunto de libertades y derechos apunta a garantizar y satisfacer
condiciones indispensables para el desarrollo de una vida digna, “sin distinción alguna de
raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen
nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”1.
Podemos caracterizar al paradigma de los derechos humanos como un marco de
referencia desde el cual abordar, analizar y modificar prácticas sociales estructuradas
sobre creencias que establecen valencias diferenciales para las personas. Este tipo de
prácticas parten de no considerar a los seres humanos como igualmente dignos. Los
argumentos que sustentan la idea de que no somos todos igualmente dignos varian y se
modifican para cada tiempo y lugar. Entre muchos ejemplos posibles señalemos los casos
del nazismo (donde se identificaba a las personas como pertenecientes o no a la “raza aria” y
sobre esa base se regulaba y decidía el destino de las personas), el apartheid (régimen legal
de segregación de las personas basado en el color de la piel, vigente en Sudáfrica entre 1948
y 1992) o la dictadura cívico-militar en Argentina (en la que la disidencia política fue usada
como argumento para la práctica de violaciones de derechos como el secuestro, la tortura
y la desaparición forzada).
Para profundizar en aquello que entendemos por derechos humanos es importante
comenzar por tener presentes dos cuestiones. Al hablar de derechos humanos, por un lado,
hacemos referencia a las luchas que, en distintos contextos históricos y geográficos, han
mantenido y mantienen los pueblos y comunidades por el reconocimiento y respeto de su
dignidad. A su vez, cuando hablamos de derechos humanos nos referimos a los procesos de
reconocimiento por parte de los Estados y la comunidad internacional, de las personas y

1 Declaración Universal de los Derechos Humanos, artículo 2.

1
grupos de personas como “sujetos de derechos”.
Este proceso de construcción histórico-social de los derechos humanos es dinámico
y progresivo y su reconocimiento por parte de los Estados es producto de esas luchas por
la conquista de los derechos. Así, planteando otros ejemplos, podemos señalar que la
existencia de sindicatos nos resulta “natural” porque hace más de cien años los/as
trabajadores/as conquistaron el derecho a defender conjuntamente sus intereses creando
organizaciones especializadas (los sindicatos) hasta entonces inexistentes. También
podemos dar cuenta de formas de ampliación y profundización de derechos que no
necesariamente encuentran una expresión inmediata en las normas sino que operan a
través de cambios culturales: por ejemplo, la crítica social del feminismo ha logrado ocupar
en nuestros días un lugar en la agenda académica, política y mediática que era impensado
hace cuarenta años.
Cuando hablamos del proceso de reconocimiento de los derechos humanos hacemos
referencia tanto a la adopción de compromisos internacionales como a la adecuación de las
normas y sistemas judiciales nacionales (constitución, leyes, decretos, reglamentos, etc.) y
la implementación de políticas públicas que garanticen su puesta en práctica. En el módulo
2 del curso abordaremos en profundidad estas cuestiones.

Construcción y Desarrollo del Paradigma de los Derechos Humanos


Desde nuestra perspectiva, la historia de los derechos humanos coincide con la historia de
las luchas por la emancipación, la igualdad y la autonomía. Esta historia es también la de
las luchas contra las diversas formas de opresión, desigualdad y jerarquías. Muchas de
estas luchas se desarrollaron contra el avance de las autoridades y sus abusos de poder
sobre quienes se hallaban bajo su dominación, mientras que otras se desplegaroncon el
objetivo de lograr avances y conquistas en la calidad y condiciones de vida de las personas,
desde el acceso a alimentos hasta la posibilidad de profesar creencias religiosas
libremente.
La narración de estas historias suele destacar entre sus puntos más salientes los
momentos en que las aspiraciones que orientan estas prácticas emancipatorias quedan
plasmadas en documentos escritos, generalmente bajo la forma de declaraciones y normas
jurídicas. En este sentido, y a costa de dejar por fuera numerosísimos capítulos que se
inscriben en estas líneas, resulta de importancia mencionar las formulaciones que

2
encontramos en la ‘Declaración de Derechos de Virginia’ (EEUU, 1776) y en la ‘Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano’ (Francia, 1789). Ambos documentos fueron
producto de cambios revolucionarios en las estructuras sociales de las naciones en que se
desarrollaron, a la vez que sirvieron de base para la reconfiguración de las articulaciones
sociales y políticas en estas sociedades.
Es muy importante tener presente que la redacción adoptada en estos documentos
responde a consensos históricamente situados, a opciones discursivas que dan cuenta de
las condiciones de producción de esos discursos. Aun así, estos documentos no se agotan
en la “letra de la ley” sino que resignifican los contextos que les dieron origen.
En este sentido, podemos decir que tanto las declaraciones de derechos de los siglos
XVIII y XIX como la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 constituyen
productos culturales que no están al margen del sistema de relaciones sociales imperantes
al momento de su redacción: esta “clave de lectura” nos permite tomar conciencia de su
fuerza enunciativa, de sus potencialidades y también de sus limitaciones. Como veremos
más adelante, uno de los caracteres que atribuimos a los derechos humanos es su
progresividad: esta noción hace referencia al hecho de que el paradigma de los derechos
humanos no constituye un sistema cerrado sino un “eficaz sistema de nombres en
permanente expansión”2.
En la línea de construcción de una historicidad posible de los derechos humanos
debemos hacer foco en la experiencia del horror a escala mundial. La posibilidad misma de
la puesta en práctica de “actos de barbarie ultrajantes a la conciencia de la humanidad” (tal
como será caracterizado el Holocausto/Shoá en la primera declaración de derechos
humanos que se postula con carácter universal) marca un hito fundamental en la historia.
La singularidad de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 radica en
que, por primera vez y más allá de las particularidades nacionales, un conjunto amplio de
Estados reconoce la necesidad de consensuar “una concepción común de estos derechos y
libertades” a fin de asegurar a todas las personas el respeto y garantía para el ejercicio de
un repertorio de derechos y libertades, independientemente de sus determinaciones
existenciales.
Para el caso argentino la referencia principal para la noción de derechos humanos

2 Segato, R. (2003). La argamasa jerárquica. En: Las estructuras elementales de la violencia. Buenos Aires:
UNQ, p. 127.

3
se vincula con su violación sistemática en el contexto de la dictadura cívico-militar
instaurada en 1976. En este sentido, vale la pena recordar que “desde la restauración
democrática, el Estado nacional ha dado importantes pasos para que los ciudadanos
dispongan de elementos para conocer qué sucedió en la Argentina entre 1976 y 1983. El
informe de la CONADEP (1984) y el Juicio a las Juntas (1985) constituyen hitos en la
aproximación a la verdad histórica y la construcción de la memoria. Este último probó que el
terrorismo de Estado había sido una política sistemática, que en la Argentina habían
funcionado campos de concentración, que miles de argentinos habían sido secuestrados,
asesinados, encarcelados u obligados a exiliarse, dejar sus trabajos y sus casas. (…) Sin
embargo, la acción incansable de las organizaciones de Derechos Humanos y otros actores
sociales y políticos encontró siempre la posibilidad de mantener viva la memoria y seguir
adelante con el pedido de justicia”3. En la misma línea, a pesar de los retrocesos en la materia
que se registraron en algunos gobiernos democráticos, desde el año 2003 se rehabilitó la
vía para el juzgamiento de los responsables y autores de los crímenes de lesa humanidad,
proceso que continúa hasta la actualidad.4
Es en este sentido que decimos que el paradigma de los derechos humanos se
inscribe en la historia de las luchas por la emancipación: de una parte, recoge
reivindicaciones anteriores (tanto de aquellas que llegaron a ser codificadas como de otras
tantas que no siguieron ese curso) mientras que, por otra, hace suyas estas aspiraciones y
pasa a ser el motor de estos reclamos.

Principios Generales de los Derechos Humanos


En 1954 Arendt planteó que el punto de partida de los derechos humanos es la constatación
de que el derecho básico es el “derecho a tener derechos”5. Esta idea nos llevaa reflexionar
sobre las comunidades que otorgan sentidos particulares a esta afirmación. Desde el
paradigma de los derechos humanos, pensar la comunidad implica reflexionar sobre el lazo
social que hace posible la vida-en-común de todas y todos; esto es, el desarrollo sobre bases
equitativas de las expectativas de vida buena y plena, libre de condicionamientos y

3 Ministerio de Educación de la Nación (2010): Pensar la dictadura: terrorismo de Estado en Argentina,


pág.16.
4 En agosto de 2003 se promulgó la ley Nº 25.779 declarando insanablemente nulas las leyes de punto

final (Nº 23.492) y de obediencia debida (Nº 23.521).


5 Arendt H. (1996): Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política, Península, Barcelona.

4
desigualdades.
Es en este sentido que podemos dar cuerpo a la afirmación de Lechner de que
“proclamar los derechos humanos significa fundamentalmente crear aquel ‘horizonte de
sentido’ mediante el cual los individuos aislados pueden concebirse y afirmarse a sí mismos
como una comunidad de hombres libres e iguales”6.
Un concepto clave a recuperar es la noción de equidad. Esta noción hace referenciaal
objetivo de lograr un tratamiento justo y equitativo para todas las personas según sus
necesidades respectivas, libre de sesgos, actitudes y prácticas discriminatorias. La equidad
no promueve un “trato igual” sino un “trato igualitario”, es decir, atento a las diferentes
necesidades de las personas. La idea central es considerar a todas las personas equivalentes
en términos de libertades, derechos, garantías, obligaciones y oportunidades. Esta
perspectiva es recuperada por el principio de igualdad anclado en el paradigma de los
derechos humanos: este principio no se orienta a suprimir y/o desconocer las diferencias
que existen entre las personas sino a sentar las bases para que ellas –se trate de diferencias
de sexos, culturas, colores de piel, de lenguas, orientaciones sexuales, religiosas, entre
otras– dejen de ser el presupuesto sobre las que se fundan y legitiman formas de
dominación, jerarquías sociales, prácticas sociales discriminatorias y otras formas de
desigualdad social.
Es así como el derecho a tener derechos abre permanentemente el juego a la
participación y al debate sobre nuevos derechos. El enfoque planteado por Arendt tiene
consecuencias importantes para la práctica de la lucha contra las discriminaciones y las
opresiones, dado que mientras el contenido de las reivindicaciones, las prioridades
políticas y los ámbitos de lucha pueden variar, lo importante es mantener y reafirmar el
derecho a tener derechos y sostener el debate público, dado que tanto la ciudadanía como
los derechos están siempre en proceso de construcción y de cambio. En su libro Los orígenes
del totalitarismo, la autora sostiene que “no nacemos iguales; llegamos a ser iguales como
miembros de un grupo por la fuerza de nuestra decisión de concedernos mutuamente
derechos iguales”7.

Por eso los derechos humanos no se agotan en el conjunto de normas nacionales e

6 Lechner N. (1983): “Los derechos humanos como categoría política”, conferencia pronunciada en el Foro
Los Derechos Humanos y las Ciencias Sociales en América Latina, en ocasión de la XII Asamblea General
del CLACSO, Buenos Aires, noviembre, pag. 6.
7 Arendt H. (2002): Los orígenes del totalitarismo, Alianza, Madrid, pág. 436.

5
internacionales instituidas para la protección de las personas, sino que se trata de una
herramienta que podemos reivindicar y que es el acto de su reivindicación el que le otorgaa
los derechos su significación moral específica.

Características y Clasificación de los Derechos Humanos


Al referirnos a las características de los derechos humanos debemos comenzar por dar
cuenta de su integralidad e interdependencia. Para ello debemos partir de lo establecido
en la Conferencia Mundial de Derechos Humanos, desarrollada en Viena en 1993:
“todos los derechos humanos son universales, indivisibles e interdependientes y están
relacionados entre sí. La comunidad internacional debe tratar los derechos humanos en
forma global y de manera justa y equitativa, en pie de igualdad y dándoles a todos el
mismo peso. Debe tenerse en cuenta la importancia de las particularidades nacionales y
regionales, así como de los diversos patrimonios históricos, culturales y religiosos, pero
los Estados tienen el deber, sean cuales fueren sus sistemas políticos, económicos y
culturales, de promover y proteger todos los derechos humanos y las libertades
fundamentales”8.

Este fragmento nos permite caracterizar a los derechos humanos de acuerdo a los
siguientes aspectos:
• Inherentes a los seres humanos: cada persona es titular de estos derechos, sin depender
de ningún tipo de reconocimiento por parte de Estados, gobiernos, autoridades o
personas en general.
• Universales: en la medida en que corresponden a todo el género humano en todo
tiempo y lugar, no pueden invocarse diferencias culturales, sociales o políticas como
excusa para su desconocimiento, violación o aplicación parcial.

• Intransferibles, irrenunciables e inalienables: nadie puede renunciar a estos derechos


ni transferirlos o negociarlos. En el mismo sentido, tampoco los Estados pueden
disponer de los derechos de las personas, aunque en situaciones excepcionales el
disfrute de ciertos derechos puede ser limitado temporalmente (aunque nunca
negado, revocado o anulado).

8 Conferencia Mundial de Derechos Humanos. 1993. Declaración y Programa de Acción de Viena. Punto 5.

6
• Incondicionales y obligatorios: los derechos humanos no requieren de ninguna
condición para su goce y, tanto las personas como los Estados, tienen la obligación
concreta de respetarlos.
• Inviolables: ninguna persona o autoridad puede legítimamente atentar, lesionar o
destruir los derechos humanos. Las personas y los Estados deben regirse por el
respeto a los mismos.
• Imprescriptibles, acumulativos y progresivos: no prescriben por el paso del tiempo, no
caducan y no se pueden perder. Por el contrario, como señala Rita Segato, "los
derechos humanos son un sistema de nombres en expansión" y es probable que en el
futuro se extienda la categoría de derecho humano a otros aspectos de la vida que en
el pasado no se reconocían como tales.
• Integrales, interdependientes, indivisibles, y complementarios: la vigencia de unos es
condición para la plena realización de los otros, de forma tal que la violación o
desconocimiento de alguno de ellos implica poner en riesgo el ejercicio de otros
derechos.

Como veremos en el módulo siguiente, desde 1948 observamos un progresivo desarrollo y


avance en la codificación de este conjunto de derechos: su desarrollo a nivel internacional,
su incorporación en diverso grado al derecho interno de distintos países y el creciente
reconocimiento de derechos que hasta el momento no se hallaban comprendidos en el
plexo normativo que conocemos como Derecho Internacional de los Derechos Humanos.
Un aspecto de importancia a destacar, como señala Cançado Trindade, es que “la
emergencia de ‘nuevos derechos’ no puede haber tenido el propósito de comprometer o
minar los avances y conquistas del pasado, sino el de consolidarlos, enriquecerlos y
desarrollarlos”9. De esta forma, y retomando lo señalado en la Conferencia de Viena de
1993, ninguna clasificación implica la prevalencia o mayor importancia de unos derechos
por sobre otros. Se trata, en todo caso, de formas posibles de abordar la complejidad e
interdependencia. Es así que, en la actualidad, el Derecho Internacional de los Derechos
Humanos incluye los siguientes grupos de derechos:

9 Cançado Trindade, Antônio (1994): “Derechos de solidaridad”, en Estudios Básicos sobre Derechos
Humanos, San Jose de Costa Rica, IIDH.

7
➢ Derechos Civiles y Políticos. Este grupo de derechos corresponden a las
libertades que se consagran a las personas frente al Estado y/o autoridades
públicas. Entre estos derechos figuran:
- Derecho a la vida y a la libertad;
- Derecho a no ser sometido a esclavitud y/o servidumbre;
- Derecho a no ser sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o
degradantes, ni se le podrá ocasionar daño físico, psíquico o moral;
- Nadie puede ser molestado arbitrariamente en su vida privada, familiar, domicilio o
correspondencia, ni sufrir ataques a su honra o reputación;
- Derecho a circular libremente y a elegir su lugar de residencia;
- Derecho a la nacionalidad;
- Derecho a buscar asilo y a disfrutar de él, en caso de persecución política;
- Derecho a casarse y fundar una familia;
- Derecho a la libertad de pensamiento y de religión y culto;
- Derecho a la libertad de opinión y expresión de ideas;
- Derecho a la libertad de reunión y de asociación.

➢ Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Son derechos de contenido


predominantemente social tendiente a procurar mejores condiciones para el
desarrollo de una vida plena. Incluyen, entre otros, el derecho al salario justo, la
libertad de asociación, a tomar parte en la vida cultural, el derecho a la seguridad
social, al bienestar, la educación y la salud.

➢ Derechos de Solidaridad. Estos derechos tienen a un mismo tiempo una


dimensión individual y colectiva; conciernen tanto a la persona humana así como
a colectividades humanas, ya que su resolución afecta a conjuntos específicos de
la sociedad (o en algunos casos, a la humanidad en su conjunto), por lo cual llevan
intrínsecamente el valor de la co-responsabilidad. En este grupo incluimos el derecho al
medio ambiente sano, a la independencia económica y política, a la paz, al desarrollo.

➢ Derechos de Colectivos Específicos. Este grupo de derechos se orientan a


garantizar la igualdad para personas que, por su inscripción dentro de
determinados colectivos sociales, están más expuestas a formas de

8
discriminación o violencias específicas. En este grupo se incluyen, entre otros,
los derechos de niños, niñas y adolescentes; los derechos humanos de las
mujeres; los derechos de las personas con discapacidad; los derechos de los/as
trabajadores/as migrantes y los derechos de los pueblos y comunidades
indígenas.

Violaciones a los Derechos Humanos


Uno de los aspectos centrales a tener en consideración respecto de los derechos humanos se
refiere a la tipificación de determinadas conductas como violaciones a los derechos
humanos. Como sabemos, los Estados modernos desarrollan sus funciones a través de un
amplio conjunto de instituciones conformadas por personas 10. Estas personas –los/as
agentes, funcionarios/as y autoridades públicos/as– son quienes tienen la responsabilidad
concreta de respetar, garantizar, proteger y velar por el real cumplimiento de los derechos
y libertades fundamentales que estamos analizando. El trabajo que estas personas
desarrollan, cada una de sus acciones u omisiones, es considerado como una acción del
Estado y ello significa que estas acciones acarrean “responsabilidad para el Estado”.
Ante la ocurrencia de situaciones que vulneren derechos consagrados en un
instrumento internacional de derechos humanos, la cuestión central es determinar si la
situación de vulneración implica también una responsabilidad por parte del Estado. En la
medida en que el Estado está obligado a respetar y garantizar la vigencia de los derechos
humanos es, también, el único que puede violarlos. Es por ello que cuando un/a
funcionario/as público/a incumple sus obligaciones o abusa del poder que le fue conferido
–negando derechos o dejando de hacer lo necesario para garantizarlos– nos encontramos
frente a una violación de derechos humanos.
Intentemos aclarar la diferencia con cualquier delito: cuando una persona resulta
víctima de cualquier tipo de agresión, abuso o violencia puede recurrir a las autoridades,
quienes investigarán los hechos, los juzgarán y determinarán cuál es el castigo que

10 En este punto vale la pena recordar que, siguiendo la definición propuesta por Max Weber, la
característica distintiva del Estado moderno es monopolizar la violencia física legítima; esto es, que
toda forma de violencia legítima se concentra en sus instituciones. Sin embargo debemos resaltar que
esto no significa que la única forma de acción posible sea el uso de la fuerza sino que mayormente la
función del aparato represivose ejerce de esta forma. Véase Weber M. (1967): El político y el científico,
Alianza, Madrid.

9
corresponde a ese tipo de acción. Para estos casos (delitos cometidos por particulares) los
Estados han desarrollado diversas medidas para prevenirlos y sancionarlos: cada país
dispone de legislación donde se especifican las acciones consideradas delictivas y, a su vez,
cuenta con normativa relativa a la investigación, juzgamiento y sanción de dichos actos.
Mientras que los delitos cometidos por particulares reciben este tipo de tipificación, las
acciones u omisiones de los/as funcionarios/as públicos/as que vulneran un derecho
consagrado en un instrumento internacional de derechos humanos reciben el tratamiento
de “violación de derechos humanos”. Esto significa que, en los casos en que el agresor es la
propia autoridad estatal, hablamos de violación a los derechos humanos. Sin embargo,
debemos tener presente que existen casos en los que un particular también puede cometer
una violación a los derechos humanos: esto ocurre cuando esta persona o grupo de
personas actúan en complicidad, en conexión o bajo órdenes de agentes estatales.
El hecho de que una acción u omisión realizada por el Estado comprometa su
responsabilidad a nivel internacional es lo que habilita el funcionamiento de los
mecanismos internacionales de protección de derechos humanos, constituyendo un
control externo de la conducta y actuación de los/as funcionarios/as estatales. El motivo
por el cual existen estas instancias de control supranacional es que los Estados han
considerado necesario que exista una garantía para que, en caso de verse afectados
derechos fundamentales, el/la damnificado/a pueda contar con una instancia de
protección supranacional con capacidad de verificar el respeto a estos derechos. En este
sentido, conviene mencionar algunos aspectos señalados por Pedro Nikken:

“Los derechos humanos implican obligaciones a cargo del gobierno. Él es el responsable


de respetarlos, garantizarlos o satisfacerlos y, por otro lado, en sentido estricto, solo él
puede violarlos. Las ofensas a la dignidad de la persona pueden tener diversas fuentes,
pero no todas configuran, técnicamente, violaciones a los derechos humanos. Este es un
punto conceptualmente capital para comprender a cabalidad el tema de los derechos
humanos. (…) La nota característica de las violaciones a los derechos humanos es que
ellas se cometen desde el poder público o gracias a los medios que este pone a disposición
de quienes lo ejercen. No todo abuso contra una persona ni toda forma de violencia social
son técnicamente atentados contra los derechos humanos. Pueden ser crímenes, incluso
gravísimos, pero si es la mera obra de particulares no será una violación de los derechos
humanos.

10
(…) La responsabilidad por la efectiva vigencia de los derechos humanos incumbe
exclusivamente al Estado, entre cuyas funciones primordiales está la prevención y la
punición de toda clase de delitos. El Estado no está en condiciones de igualdad con
personas o grupos que se encuentren fuera de la ley, cualquiera sea su propósito al así
obrar. El Estado existe para el bien común y su autoridad debe ejercerse con apego a la
dignidad humana, de conformidad con la ley”.11

Vale la pena destacar que esta calificación (“violación a los derechos humanos”) se
utiliza en todos los países que han incorporado a su legislación interna el Derecho
Internacional de los Derechos Humanos. El Derecho Internacional de los Derechos
Humanos comprende a los distintos instrumentos internacionales (tratados, convenios y
declaraciones) establecidos para proteger los derechos humanos. Cuando hablamos de
tratados internacionales hacemos referencia a pactos entre Estados representados por sus
gobiernos. Es en este sentido que destacamos que los sujetos obligados por los pactos
internacionales de derechos humanos son los Estados, no las personas ni organizaciones
privadas. Al firmar y ratificar los distintos instrumentos internacionales, los Estados
asumen las obligaciones y los deberes, en virtud del derecho internacional, de respetar
(abstenerse de interferir o limitar el disfrute de los derechos humanos, sea por acción u
omisión), proteger (impedir todo tipo de abusos y violaciones de los derechos humanos)
y garantizar (adoptar medidas de todo tipo tendientes a promover y asegurar el disfrute de
los derechos humanos).
En este contexto, cuando por conductas imputables al Estado –es decir relativas a la
acción u omisión de sus agentes, realizadas al amparo de su carácter oficial, aún si actúan
fuera de los límites de su competencia– se violan derechos fundamentales y no se
garantizan las medidas adecuadas de protección (por ineficacia, imposibilidad o retardo),
las personas pueden interponer acciones ante órganos internacionales. Este tipo de
recurso, que analizaremos más adelante, supone que, en el caso de que el sistema jurídico
nacional no brinde recursos judiciales efectivos a las víctimas, puedan ponerse en
funcionamiento los mecanismos de protección internacional.
Hemos visto hasta aquí los principios generales de los derechos humanos, los hitos
más importantes que fueron posibilitando su construcción a lo largo del tiempo, la

11 Nikken P. (1994): “El concepto de Derechos Humanos” en: VVAA, Estudios Básicos de Derechos Humanos,
Tomo I, San José. C. R., IIDH., pp. 27-28.

11
clasificación de que han sido objeto y la responsabilidad del Estado de respetar, proteger y
garantizar los derechos.
En el módulo siguiente, desarrollaremos la normativa internacional, regional y
nacional, la especificidad de los tratados y los instrumentos jurídicos de control que han
sido creados para analizar el cumplimiento de los deberes y obligaciones de los Estados.

12
http://campusdh.gov.ar/

Lechner, Norbert (1983): “Los derechos humanos como categoría política”.


Conferencia pronunciada en el Foro Los Derechos Humanos y las Ciencias
Sociales en América Latina, en ocasión de la XII Asamblea General del Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), Buenos Aires, noviembre de
1983.

Este material se utiliza para fines educativos. La publicación original establece la siguiente licencia de Creative
Commons: Atribución – No Comercial – Sin Obra Derivada (by-nc-nd). No se permite un uso comercial de la
obra original ni la generación de obras derivadas. Esta licencia no es una licencia libre, y es la más cercana al
derecho de autor tradicional.
Los derechos humanos como categoría política

Norbert Lechner1

Para Francisco Delich

La comunidad de científicos sociales chilenos tiene una profunda deuda con el Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). A los diez años del golpe militar hemos de recordar
y agradecer sus esfuerzos para ayudar —en términos simbólicos y materiales— a todos científicos
perseguidos y humillados (Garretón, 1982 y Stover—Mc Cleskey, 1982).

A través de este apoyo al hombre concreto se está defendiendo un derecho universal: la


libertad de expresión. Esta defensa no se limita a un derecho individual (que tal persona pueda
opinar libremente) ni menos a un privilegio corporativo (la libertad de cátedra). Que todos puedan
hablar, escribir y publicar libremente implica que todos puedan escuchar, leer e informarse
libremente. El derecho a la libre expresión remite pues a un espacio social. Significa que el hombre
no puede ser encerrado en los límites de su mundo privado y que ha accedido al derecho a
“aparecer” en público. Se trata del derecho de todos a ser “hombres públicos, a participar en la res
pública. El derecho humano a la libre comunicación concierne al conjunto de la sociedad; proclama
el derecho de la sociedad en tanto colectividad a decidir su desarrollo y, por tanto, de reflexionar,
críticamente lo que es y lo que podría ser la convivencia social. En ese sentido, las actividades de
CLACSO y toda defensa de los derechos humanos son una acción política. No faltan quienes
impugnan esa politicidad. Intentaré pues argumentar el significado político de los derechos
humanos.2

Una agresión contra la sociedad

La actualidad de los derechos humanos es conocida. No hay Estado que no los proclame
constitucionalmente, no hay gobierno que no los reconozca solemnemente y, sin embargo, son
violados constantemente. En muchos países latinoamericanos podemos hablar de una violación
sistemática. Hablo de sistematicidad suponiendo que: 1) las violaciones no se deben a la perversidad
de los gobernantes (que la puede haber) o a la maldad intrínseca del hombre y que 2) no se trata de
violaciones de derechos individuales. Me detengo en el segundo punto, pues sigue predominando
una concepción liberal que toma los derechos humanos por derechos del individuo. Es el caso no
sólo de una derecha preocupada de proteger la iniciativa privada sino igualmente de una izquierda
que formó su opinión a través de La cuestión judía de Marx.

1Profesor—investigador del Programa de Chile de FLACSO


2Retomo y prosigo una reflexión iniciada en "Los derechos humanos y el nuevo orden internacional”; trabajo
preparado para C. Portales (ed: La América Latina en el nuevo orden económico internacional, Fondo de
Cultura Económica - CIDE, México 1983 y publicado previamente por la Revista de Política Comparada 2,
Madrid, 1980.

2
En uno y otro caso, la visión individualista permite disociar el orden político de la violación de
los Derechos Humanos. Con lo cual, en Chile o en Cuba, en USA o en la URSS, las violaciones pueden
ser por millares, pero no serían sino una suma de casos individuales no una violación del cuerpo
social. Por consiguiente, será compatible lamentar (y, según el caso, justificar) la violación de los
derechos humanos en cada casa individual y, simultáneamente, exaltar “carácter profundamente
democrático” (y/o “socialista”) del régimen en cuestión. Vale decir, la escisión liberal entre derechos
individuales y orden social desvincula los derechos humanos de la política. Aquí, al contrario, quiero
sostener la tesis que los derechos humanos son un elemento constitutivo de la política y que, por
consiguiente, la violación de los derechos humanos es una agresión a la sociedad.

El derecho a tener derechos

En la interpretación de los derechos humanos conviene distinguir dos tradiciones históricas: la


norteamericana y la francesa. El objetivo de los bills of rights norteamericanos (1776) es crear límites
y controles efectivos a todo tipo de poder político y, por lo tanto, no reivindican establecer un
cuerpo político; más bien, presuponen la existencia de un gobierno frente al cual consagran una
“libertad negativa”, o sea el derecho del individuo a ser libre de coerción estatal. En cambio, la
tradición francesa de los derechos humanos apunta, desde su inicio, a crear una fuente de poder
político; pretende ser el fundamento del nuevo Estado y no solamente un medio para evitar el abuso
del poder. Los Derechos del Hombre y del Ciudadano que proclama la Constitución de 1791 no son
derechos pre políticos (substraídos a la decisión política y, por el contrario, frontera de toda acción
política), pretenden ser el contenido y el objetivo final de cualquier gobierno y de todo poder
político (Arendt, 1974, pág. 138).

Mientras que en la tradición norteamericana y del rule of law el derecho en tanto derecho del
individuo es exterior y aun contrapuesto al poder estatal, en la tradición francesa—continental se
establece una estrecha relación entre derecho y Estado. Ambas concepciones tienen en común la
defensa de la libertad individual mediante la seguridad jurídica propia a la legalidad formal. Pero la
Revolución Francesa va más allá: la libertad es constituida políticamente, o sea: en tanto voluntad
colectiva. De ahí la rápida reinterpretación de los derechos humanos en términos de las derechos
de los sansculottes: “le but de la révolution est le bonheur du peuple”. La “libertad negativa” de los
liberales es redefinida como “libertad positiva” —el derecho a la vida. Cuando Robespierre afirma
que “todo lo necesario para la subsistencia de la vida ha de ser bien común y que solamente el
excedente puede ser reconocido como propiedad privada”3 la política asume las necesidades de la

3 Citado por Arendt, 1974, pág. 75. Dada la actualidad de la polémica, cabe recordar posición de Danton. Para
él la comunidad solamente tiene derecho al excedente de los ciudadanos. En su “discurso sobre los impuestos
a los ricos” (1973) Danton hace el siguiente llamado, no a la virtud, sino a la prudencia política. "Este es un
llamado a todos los hombres que disponen de grandes recursos a dedicarse al bien común (...). A quien fue
favorecido por el destino le quedan suficientes ventajas. Cuando vea que esta libertad no es lo que se le hizo
creer, que ella no se opone de ninguna manera al goce, que el hombre de pueblo que quiere la república si
tiene talento también tiene el derecho e gozar; entonces el rico que ya no ha de temer por su propiedad se
dirigirá hacia la revolución. La sociedad ideal unirá la energía de la libertad con los principios de la razón".
(Proklamationen der Freiheit, Fischer, Frankfurt, 1959, pág. 80).

3
sociedad —la reproducción material de la vida— pero al precio de sacrificar las libertades políticas.
Desde entonces, no hemos logrado hacer coincidir la transformación de las condiciones sociales y
la autodeterminación política. Tenemos, sin embargo, un símbolo de esa coincidencia: los Derechos
Humanos.

En esta perspectiva, recojo un postulado de Hannah Arendt: “sólo existe un único derecho
humano”. Reflexionando sobre el destino de los apátridas (y, cabe agregar, de buena parte de las
exiliados) en un mundo que se ha vuelto total (en el sentido, que ya no hay tierra virgen) Arendt
constata que “el hombre puede perder todos los denominados derechos humanos sin perder su
calidad humana esencial, su dignidad humana. Únicamente la pérdida de la comunidad política es
lo que puede expulsar al hombre de la humanidad” (Arendt 1981, pág. 159). El hombre es privado
de sus derechos humanos cuando se le priva de su derecho a tener derechos; esto es, cuando se le
priva de aquella relación por la cual recién acceden a lo público sus opiniones y adquieren eficiencia
sus acciones (la pertenencia a un orden político). Ahora bien, este derecho a pertenecer a una
comunidad política no está incluido en el heterogéneo listado de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos ni puede ser “concretizado” a través del conjunto de las normas positivas. El
derecho a la ciudadanía, sin el cual ninguno de los otros derechos sería realizable, trasciende los
derechos del ciudadano.

Una dobla dimensión

La dificultad mayor para pensar tal “derecho a tener derechos” es, paradojalmente, la formalización
jurídica. El concepto moderno de ley ha perdido su referencia trascendente.

En la monarquía, el monarca respeta el derecho en tanto se respeta a sí mismo, la figura del


monarca encarnando la soberanía. En tanto soberano, dice Bodin, el monarca no ha de respetar
leyes ni acuerdos aunque la necesidad de ello sea urgente y, como destacara Carl Schmitt, es el
monarca quien decide si está dada la necesidad. Es decir, la autoridad decide sobre la vigencia de la
norma jurídica. Pero junto al predominio de la voluntad por sobre la ley, existe el derecho a la
rebelión. Este expresa una noción de comunidad en tanto conciencia colectiva acerca de lo bueno y
lo justo. Con las grandes revoluciones del siglo XVIII y el constitucionalismo del siglo XIX desaparecen
tanto el derecho a la decisión del monarca como el derecho a la rebelión; ambos son absorbidos por
la legalidad constitucional. Esta somete todo acto del poder estatal a su concordancia con las leyes,
pero simultáneamente formaliza los derechos humanos como leyes positivas. “El derecho
indeterminado de la rebelión, cuya fuerza radicaba en su arraigo en la conciencia popular —y eso
implica que no tuviera ningún límite sustancial— es sustituido por el concepto racionalizado de la
ley”. (Kirchheimer, 1967, pág. 9). Incluso un espíritu perspicaz como el de Marx verá en los derechos
humanos sólo la expresión de un derecho formal.

La crítica que desarrolla Marx en La cuestión judía no ha perdido la frescura mordaz con que
debe abordarse toda retórica de “Declaración de Principios”, pero nos parece hoy francamente
insuficiente. Digo insuficiente porque no se trata de volver atrás y reafirmar el carácter individualista
que él ataca. Al contrario, su crítica queda corta, al estar demasiado apegada a la materialidad del
Estado (aparato estatal) y del Derecho (leyes positivas). Contrastando el derecho formal con la

4
desigualdad social, Marx concluye que los Derechos del Hombre y del Ciudadano no son más que
una ilusión que encubre las aguas heladas del cálculo egoísta. Frente a la realidad del poder, de la
miseria y de los antagonismos sociales la misma idea de ciudadanía aparece como una ficción de la
comunidad que compensa ilusoriamente la división real de la sociedad. Este “realismo” conduce a
Marx a denunciar los derechos humanos como una enajenación que desvía nuestra conciencia de la
transformación efectiva de la realidad, sin percibir qua él mismo no ha podido plantear esa
transformación social sino por referencia a una idea abstracta. Lo hace, pero no lo sabe. De hecho,
también Marx recurre a una “comunidad ideal”: la libre asociación dE productores libres. Él la
concibe en tanto meta del proceso de emancipación aunque, bien visto, se trate de la premisa. Esta
inversión le impide reconocer en los derechos humanos aquel “humanismo abstracto” (Lefort, 1980)
por medio del cual puede enfocar la determinación histórico social del hombre concreto. En
resumen, el análisis de Marx es insuficiente en tanto se limita a criticar la interpretación burguesa
de los derechos humanas como encubrimiento ideológico de la dominación, sin descubrir la
necesidad de toda sociedad —para constituirse en tanto “sociedad”— de crear y escindir una
instancia externa a ella por referencia a la cual pueda reconocerse a “sí misma”, o sea como orden
colectivo.

Desaparecido el monarca que encarnaba físicamente el sentido del orden, el nuevo orden
burgués ha de fundar su “razón de ser” como un referente trascendente: los derechos humanos. La
significación de los derechos humanos excede el ámbito de los derechos individuales garantizados
jurídicamente. Proclamar los derechos humanos significa fundamentalmente crear aquel “horizonte
de sentido” mediante el cual los individuos aislados puedan concebirse y afirmarse a sí mismos como
una comunidad de hombres libres e iguales.

Las imágenes finales del “Danton de Wajda” ilustran bien ese carácter de “catecismo laico”
que intenta circunscribir y formalizar aquella idea abstracta e indeterminada de “libertad, igualdad
y fraternidad”. Así como la materialidad de las relaciones mercantiles remite al concepto de
competencia perfecta como su abstracción, así la materialidad de la legalidad remite a los derechos
humanos como “el espíritu de las leyes”.

En resumen, creo que no logramos una interpretación adecuada de los derechos humanos si
no contemplamos su doble dimensión: normas constitucionales y referente trascendental. En este
sentido, me parece insuficiente no sólo el análisis de Marx sino también todo enfoque que reduzca
los derechos humanos a una cuestión de moral y/o jurídico.

Insuficiencias y enfoque optativo

En este punto de la argumentación estoy tentado de retomar algunas indagaciones sobre la historia
de América Latina para reflexionar en qué medida nuestras sociedades pueden reconocerse a sí
mismas como “comunidad de hombres libres e iguales” a través de los derechos humanos. Octavio
Paz quizás nos diría que en el pasado precolombino y colonial—barroco no adquiere sentido por
medio de tal referente y que, por consiguiente, los derechos humanos sean realmente una ficción
(impostación) en la región. José Aricó, en cambio, tal vez destacaría las virtualidades del atraso que
permiten tomar conciencia de lo que las sociedades capitalistas avanzadas hacen—Sin saber que lo

5
hacen. En fin, dejemos estas reflexiones para otra ocasión pues nos apartan del tema.
Preguntémonos más bien, siguiendo una proposición de Luc Ferry, por las incompatibilidades de
ciertos enfoques para pensar los derechos humanos como momento de la política.

De acuerdo a Leo Strauss, la filosofía política en tanto indagación del “buen orden” supone
dos requisitos: 1) que exista una tensión entre lo real y lo ideal, entre el orden tal cual es y el orden
que debiera ser (que sería justamente el décalage entre el derecho positivo y el derecho natural en
su sentido clásico); 2) que los valores no estén sustraídos a una discusión razonable, o sea que exista
la posibilidad discutir racionalmente lo que sería el mejor orden.

En consecuencia, parece difícil iniciar una reflexión política de los derechos humanos a partir
de las principales corrientes del pensamiento moderno: el historicismo y el positivismo. El
historicismo suspende la distancia entre lo real y lo ideal al considerar el desarrollo histórico (lo real)
como un perfeccionamiento que desemboca y coincide finalmente con lo ideal. Si tomamos el ideal
como una meta factible perdemos un criterio exterior (trascendente) para juzgar la realidad
histórica; las violaciones de los derechos humanos aparecerán como una “astucia” de la razón o de
la historia en la realización efectiva del ideal prometido. Por otra parte, el positivismo sustrae los
valores a un debate razonable. Si la racionalidad es definida por referencia a una objetividad libre
de valores, no hay debate racional sobre los valores. Suponiendo un relativismo (politeísmo) de
valores, los derechos humanos pueden adquirir la fuerza de una convicción individual y la validez de
todo derecho positivo legítimamente instituido, pero no la validez intersubjetiva de un “horizonte
de sentido”. Tal enfoque (Weber, Kelsen) asume la fragmentación del universo valórico y las
contradictorias interpretaciones de los derechos humanos, pero abandonando la vigencia de los
derechos humanos a la “ética de la responsabilidad” del político, y del individuo. La política tendría
una lógica propia —el poder— que el individuo en base a sus convicciones personales puede asumir
o rechazar.

Este relativismo es asumido por Kelsen como un argumento en favor de la democracia. Pero
también se podría argumentar con Carl Schmitt que la pérdida de homogeneidad, que posibilitaba
el debate público en torno a lo racional, exige el decisionismo de la dictadura.

La Crítica de Leo Strauss señala las dificultades del historicismo y del positivismo para pensar
la politicidad de los derechos humanos. Frente al historicismo, reivindica la diferencia entre lo real
y lo racional y a la vez defiende, contra el positivismo, una racionalidad en la esfera de los valores.
Ahora bien, esa racionalidad es entendida por Strauss al modo de derecho natural clásico, esto es
como un orden trascendente respecto al sujeto (a la subjetividad) y, por lo tanto, como un orden
“objetivo” (Ferry 1981, pág. 39). Huelga decir, que tampoco esta referencia al orden natural (en
tanto opuesto a lo que es humano) nos permite pensar los derechos humanos.

Hay, sin embargo, otro camino para hacerse cargo de las críticas de Strauss sin tener que
compartir su enfoque. Las dos requisitos planteados por él estarían dados si concebimos los
derechos humanos como una utopía.

6
Siguiendo a Hinkelammert entiendo por utopía una imagen de plenitud por referencia a la
cual delimitamos lo real. Es pues un referente constitutivo de la realidad social y, simultáneamente,
exterior a ella. La utopía simboliza lo imposible por medio de lo cual podemos concebir lo posible,
pero que en tanto ideal no es factible. Aquí reside la ruptura con el enfoque historicista que disuelve
la tensión entre lo real y lo ideal. En tanto utopía no factible, los derechos humanos orientan la
construcción del orden social sin llegar nunca a ser “realizados” y operando, por lo tanto, siempre
como criterio de crítica frente a todo orden institucionalizado. Por otra parte, como muestra muy
bien Hinkelammert, las utopías pueden ser sometidas a una discusión racional. Parece posible un
debate razonable sobre los derechos humanos, no sólo en tanto normas formales (todos estarían
de acuerdo en la validez general de “libertad, igualdad y fraternidad”) sino también respecto a la
racionalidad material que implica su interpretación a la luz del valor jerárquico (el principio de la
libertad individual o el derecho igualitario de todos a la vida).

Pero ¿no significa ello esquivar el problema, quitando a los derechos humanos toda eficacia
política? Es decir, ¿no es la concepción de los derechos humanos como utopía una ilusión política?

La politicidad de los derechos humanos

Desde Maquiavelo el pensamiento político moderno está bajo la fascinación del realismo: enfoca la
realidad bajo el punto de vista ya no solo de la posibilidad sino de la necesidad de realizar lo racional.
La política es definida por la realización (correctamente calculada) de fines. Esta visión
productivista—instrumental fomenta la concentración y centralización del poder estatal como el
medio para instaurar un orden racional. No lo señalo como argumento anti—estatista. Lo que quiero
destacar es la ceguera la dimensión simbólica y “metafísica” de la política, del Estado y, en general,
del poder. De ahí que “las luchas que se desarrollan a partir de los diversos espacios de la sociedad
civil no sean apreciadas sino en función de las oportunidades que ellas ofrecen, a corto o largo plazo,
de —modificar o revertir la correlación de fuerzas entre los grupos políticos y la organización del
Estado” (Lefort, 1980, pág. 35).

Del mismo modo que el realismo reduce el Estado al aparato del Estado, reduce los derechos
humanos a su formalización en tanto garantías constitucionales. Si los derechos humanos fuesen
efectivamente sólo un derecho formal entonces, en realidad, el texto y su interpretación judicial
pueden ser analizados como el “frente de batalla” jurídico en la lucha de clases, mostrando el avance
y retroceso de cada grupo social. Pero los derechos humanos son más que su formalización; exceden
a las prescripciones constitucionales. Con lo cual no dejo de dar lugar al derecho positivo. El
“mecanismo jurídico” es lo que finalmente permite reivindicar, en cada caso concreto, aquella idea
abstracta del hombre libre e igual. Pero no es lo que hace de los derechos humanos una categoría
política.

La politicidad de los derechos humanos radica en la formulación de un ideal acorde al


desarrollo moderno del individuo: la comunidad de hombres e iguales. Es mediante esa utopía del
“buen orden” que el conjunto de hombres y mujeres puede trascender su existencia individual y
reconocerse en tanto colectividad. No podríamos siquiera concebirnos como “sociedad” y
plantearnos el ordenamiento colectivo de la vida social como lo propiamente humano si no fuera

7
por intermedio de tal utopía de una comunidad plena. Eso es lo que hace de los derechos humanos
una categoría política. Se trata de una categoría que complementa y explicita las nociones de
soberanía “popular” o de “consenso” como horizonte trascendental, por referencia al cual podemos
pensar el orden como un problema significativo.

Esbozaré dos “conclusiones”. En primer lugar, este enfoque me parece que obvia un falso
dilema: los derechos humanos no son un criterio moral externo a la política ni tampoco un programa
de acción política. En tanto concepción de una “comunidad de hombres libres e iguales” los
derechos humanos simbolizan un referente trascendental y, por ende, no factible. Por consiguiente,
nunca y en ningún lugar se realizan los derechos humanos. Su realidad es la realidad de una carencia
radical y cotidiana a la vez: la ausencia de una plena “individuación en comunidad”. Pero no por eso
son una ilusión. Al formular los derechos humanos como un ideal no realizable hemos elaborado
una abstracción imprescindible para poder pensar lo real. No podemos concebir la realidad posible
sino mediante una concepción de lo imposible. Es recién a la luz de aquella imagen de comunidad
plena que la construcción de una comunidad política se hace presente como tarea. Sólo entonces
se nos plantea el problema de qué orden queremos construir.

La segunda conclusión apunta a la redefinición de las violaciones de los derechos humanos


como una agresión social. Ya la encíclica Redemptor hominis había destacado que “la de los
derechos del hombre va acompañada de la violación de los derechos de la nación” (punto 17).

Se trata de una agresión contra el cuerpo social no solamente porque se generalice la


violencia contra los individuos sino, fundamentalmente, porque se lesiona, en cada caso individual,
el principio constitutivo de la colectividad —la comunidad de hombres libres e iguales. Por otra
parte, las violaciones de los derechos humanos son también agresiones sociales en el sentido de
que son violaciones sistemáticas. Está en tela de juicio el sistema político, económico y también
jurídico que contradice el principio de la comunidad de hombres libres e iguales. No se trata de
eximir a los autores concretos da sus responsabilidades criminales sino, por el contrario, de no
reducir las violaciones a supuestos excesos o abusos del poder. El problema de los derechos
humanos es primordialmente un problema del orden: crítica del orden existente y discernimiento
del orden posible. Por lo mismo, es una reflexión ineludible — ahora y para todos.

8
Bibliografía

Arendt, Hannah, On Revolution, trad. alemana de Piper—Verlag, München, 1974.

Arendt. Hannah, “Es gibt nur gin einziges Menschenrecht”, en Praktische Philophie—Ethik,
tomo II, Frankfurt, 1981.

Ferry, Loc, “Da le critique de l'historicisme a la question du droit”, en Rejouer le politique,


Ed. Galilée. París, 1981.

Garretón, Manuel Antonio: Las ciencias sociales en Chile, Academia de Humanismo


Cristiano, Santiago, 1982.

Hinkelammert, Franz: La crítica a la razón utópica, DEI, Costa Rica, 1983.

Kirchheimer, Otto. “Legalitat und Legitimitat”, en su libro Politische Herrschaft, Suhrkamp,


Frankfurt, 1967.

Lefort, Claude, “Droits de l'homme et politique”, en Libre 7, Payot. París, 1980.

Stover, Eric, y McClesky, Kathie, Los derechos humanos y la cooperación científica,


Washington, 1982.

Strauss, Leo, ¿Qué es filosofía política?, Guadarrama, Madrid, 1970.

9
Clase 2
SISTEMAS DE PROTECCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS

El conjunto de libertades y derechos que venimos explorando (conjunto orientado a


garantizar y satisfacer condiciones indispensables para el desarrollo de una vida digna) se
encuentra plasmado en numerosos instrumentos de protección”, tanto nacionales
(Constitución Nacional, leyes, decretos, etc.) como internacionales y regionales
(declaraciones, pactos, convenciones, etc.). Vale la pena recordar que los fundamentos que
sustentan los instrumentos de protección son los principios de igualdad y no discriminación
enunciados por la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Toda la vasta normativa que fue desarrollándose y perfeccionándose acompañó el
desarrollo histórico y la lucha por los derechos. Las normas de derechos humanos no se
hallan comprendidas en un único cuerpo codificado, tal como ocurre con otras ramas del
derecho, como por ejemplo el código civil, el código penal, etc. Las normas en materia de
derechos humanos están dispersas a lo largo de diversas convenciones internacionales:
Declaraciones, Tratados y Pactos Internacionales sobre derechos humanos así como en gran
parte de las constituciones nacionales. Recordemos que incluso cuestiones que resultan
cotidianas para nosotros (tales como votar, recibir atención médica en un centro de salud,
tener la posibilidad de educarnos en instituciones públicas) forman parte de un conjunto de
derechos que debe garantizar el Estado por mandato Constitucional y, además, por adherir a
dichos convenciones internacionales.
Es importante tener siempre presente que al firmar y ratificar los distintos
instrumentos internacionales, los Estados asumen obligaciones frente a otros Estados y
principalmente frente a las personas que habitan en su territorio. Estas obligaciones
comprenden: respetar (abstenerse de interferir o limitar el disfrute de los derechos humanos,
sea por acción u omisión), proteger (impedir todo tipo de abusos y violaciones de los
derechos humanos) y garantizar (adoptar medidas de todo tipo tendientes a promover y
asegurar el ejercicio de los derechos humanos) los derechos humanos. Es importante

1
destacar que los Estados asumen estas obligaciones de forma voluntaria, de buena fe y con
vistas a llevar adelante sus implicancias.
Sobre la base del reconocimiento de la importancia de avanzar en formas de
protección específicas para atender a las necesidades de determinados grupos y a las
particularidades de ciertas situaciones, el Derecho Internacional de los Derechos Humanos ha
desarrollado instrumentos de protección para asegurar un piso común de acceso y
reconocimiento de derechos. Dentro de este espectro encontramos tratados relativos a la
situación de grupos específicos (mujeres, infancias, personas con discapacidad,
trabajadores/as migratorios/as, etc.) y tratados centrados en derechos particulares
(Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes;
Convención sobre la Esclavitud; Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de
Genocidio; etc.).
Los sistemas de protección de los derechos humanos se ponen en juego en aquellos
casos en que los Estados incumplen las obligaciones asumidas. Es así que es muy importante
la articulación y mutua influencia entre las normas internacionales y las políticas internas
tendientes a garantizar y satisfacer condiciones indispensables para el desarrollo de una vida
digna, libre de discriminaciones. Desde nuestra perspectiva, esta mutua incidencia resulta
sumamente productiva en la medida en que redunda en la expansión y consolidación de los
mecanismos y estrategias de respeto, protección y promoción de los derechos humanos. En
este sentido, debemos tener siempre presente que la responsabilidad en materia de respeto,
protección y realización de los derechos humanos recae sobre los Estados y que
las instancias internacionales de derechos humanos (...) ocupan un rol subsidiario de
la protección interna y que hay temas y, sobre todo, políticas que deben seguir siendo
definidas a nivel nacional y no en el plano internacional”.1

Es así que al hablar de los Sistemas de Protección de los Derechos Humanos debemos
tomar en cuenta, a la vez, la dimensión nacional y las previsiones internacionales.
Empecemos entonces nuestro análisis.

La defensa y protección de derechos a nivel nacional

1 Abramovich V.(2009): La situación de los derechos humanos en América Latina”, ponencia presentada en el
III Taller Regional Derechos Humanos, Autoritarismo y Democracia. Los aprendizajes de la lucha por los derechos
humanos para intervenir en los problemas del presente” (Memoria Abierta - Coalición Internacional de Sitios de
Conciencia), Buenos Aires, 18 de mayo, p. 15.

2
Desde 1853 la Constitución de la Nación Argentina reconoce un amplio conjunto de derechos
protegidos, todos ellos receptados en su primera parte Declaraciones, derechos y garantías”.
Sumado a ellos, la reforma constitucional de 1994 incluyó otros derechos en el capítulo de
Nuevos derechos y garantías”.

Entre los derechos protegidos podemos mencionar la igualdad ante la ley de todas las
personas, el derecho al trabajo, de petición ante las autoridades, de circulación, de libertad
de expresión y credo, la privacidad, las garantías del debido proceso, las condiciones dignas
y equitativas de labor, jornada limitada; descanso y vacaciones pagados; retribución justa;
salario mínimo vital móvil; igual remuneración por igual tarea; participación en las ganancias
de las empresas, con control de la producción y colaboración en la dirección; protección
contra el despido arbitrario; estabilidad del empleado público; organización sindical libre y
democrática” (art. 14bis), así como el acceso a una vivienda digna. Asimismo, es importante
destacar aquí cuatro garantías procesales a favor de las personas que sufren violaciones y
vulneraciones de sus derechos y libertades:

• Amparo individual: toda persona puede interponer acción expedita y rápida de amparo,
siempre que no exista otro medio judicial más idóneo, contra todo acto u omisión de
autoridades públicas o de particulares, que en forma actual o inminente lesione, restrinja,
altere o amenace, con arbitrariedad o ilegalidad manifiesta, derechos y garantías reconocidos
por esta Constitución, un tratado o una ley. En el caso, el juez podrá declarar la
inconstitucionalidad de la norma en que se funde el acto u omisión lesiva”.

• Amparo colectivo: podrán interponer esta acción contra cualquier forma de


discriminación y en lo relativo a los derechos que protegen al ambiente, a la competencia, al
usuario y al consumidor, así como a los derechos de incidencia colectiva en general, el
afectado, el defensor del pueblo y las asociaciones que propendan a esos fines, registradas
conforme a la ley, la que determinará los requisitos y formas de su organización”2.

• Habeas data: toda persona podrá interponer esta acción para tomar conocimiento de los
datos a ella referidos y de su finalidad, que consten en registros o bancos de datos públicos,
o los privados destinados a proveer informes, y en caso de falsedad o discriminación, para

2 Esta previsión constitucional facilita el acceso a la justicia de muchas personas que de otra forma no podrían
acceder a promover una acción judicial, de modo que las acciones colectivas se constituyen en una garantía de
tutela judicial efectiva de los derechos de incidencia colectiva. La reforma abrió las puertas a los conceptos de
causas” o controversias” colectivas, es decir, aquellas que invocan una representación colectiva, peticionan un
remedio colectivo y encuadran su pretensión invocando derechos de incidencia colectiva, como vehículos de
protección de los nuevos derechos de incidencia colectiva reconocidos. Las acciones colectivas han ido tomando
una importancia institucional creciente y la cantidad de casos que se presentan aumenta cada año.

3
exigir la supresión, rectificación, confidencialidad o actualización de aquellos. No podrá
afectarse el secreto de las fuentes de información periodística”. El impacto de las tecnologías
(TICs) en la vida cotidiana de las personas genera la necesidad de proteger la intimidad y
privacidad frente a la violación del derecho de cada persona a que no se divulguen sus datos
personales. El bien jurídico protegido con el habeas data es el derecho a la privacidad
reconocido en el artículo 19 de la Constitución. Por lo tanto, cuando los datos relevados son
incompletos, engañosos o falsos, el interesado tiene el derecho constitucional de exigir la
rectificación o actualización de los antecedentes que sobre su persona se brindan a terceros.
Con la sanción de la Ley Nº 25.326 el Congreso reglamentó la protección y tratamiento de los
datos personales.

• Habeas corpus: cuando el derecho lesionado, restringido, alterado o amenazado fuera la


libertad física, o en caso de agravamiento ilegítimo en la forma o condiciones de detención, o
en el de desaparición forzada de personas, la acción de habeas corpus podrá ser interpuesta
por el afectado o por cualquiera en su favor y el juez resolverá de inmediato, aun durante la
vigencia del estado de sitio.

***************************************************************************************

La herramienta del habeas corpus fue ampliamente utilizada por familiares de personas
detenidas-desaparecidas durante la dictadura cívico-militar a fin de dar con el paradero
de estas personas. Sin embargo, aun cuando los juzgados recibían estas solicitudes sobre
información de las víctimas, la mayoría de los jueces no les daban curso.
En la actualidad, este instrumento continúa siendo utilizado en numerosos casos,
por ejemplo ante casos de agravamiento de las condiciones de detención.
***************************************************************************************

Sumado a ello, con la Reforma Constitucional de 1994 Argentina incorporó un


conjunto de instrumentos internacionales de protección de los derechos humanos a la
Constitución Nacional. Esto significa que los derechos que se encuentran reconocidos en
estas declaraciones, pactos y convenciones tienen jerarquía constitucional y son de aplicación
directa en el derecho interno. Es importante recordar que esta es una singularidad del caso
argentino y que otros países tienen otra vinculación con estos sistemas.

El artículo 75, inciso 22 de la Constitución establece que un conjunto de normas


internacionales en las condiciones de su vigencia, tienen jerarquía constitucional, no

4
derogan artículo alguno de la primera parte de esta Constitución y deben entenderse
complementarios de los derechos y garantías por ella reconocidos”. Veamos la nómina
incluida en el artículo 75, inciso 22:

• Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (1948);


• Declaración Universal de Derechos Humanos (1948);
• Convención Americana sobre Derechos Humanos (1969);
• Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966);
• Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y su Protocolo Facultativo
(1966 y 1976) ;
• Convención sobre la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio (1948);
• Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de
Discriminación Racial (1965);
• Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la
Mujer (1979);
• Convención contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes
(1984);
• Convención sobre los Derechos del Niño (1989).

Estos instrumentos se encuentran por encima de otros tratados internacionales


(aquellos que no tienen jerarquía constitucional) y de la legislación nacional y provincial: esto
significa que el Estado no puede ampararse en una norma interna para incumplir un tratado.
Asimismo, otros instrumentos internacionales fueron también incorporados al conjunto de
instrumentos internacionales de protección de los derechos humanos con jerarquía
constitucional:

• Convención sobre Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes de


Lesa Humanidad (1968, con jerarquía constitucional por Ley N° 25.778);
• Convención Internamericana para la Protección de todas las Personas contra las
Desapariciones Forzadas (1994, con jerarquía constitucional por Ley N° 24.820);
• Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad (2006, con jerarquía
constitucional por Ley N° 27.044);
• Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos de las Personas
Mayores (2015, con jerarquía constitucional por Ley Nº 27.700).

5
Es importante recordar que Argentina también ratificó otro amplio conjunto de
instrumentos internacionales de protección de los derechos humanos. Respecto de estas
normas debemos recordar que, aunque no tengan jerarquía constitucional, los derechos y
garantías en ellas reconocidos son de cumplimiento obligatorio para el Estado. En el anexo
de la clase podrán ver la nómina completa de instrumentos de protección de los derechos
humanos ratificados por Argentina.

***************************************************************************************

EL CASO DE LOS ARTÍCULOS ARGENTINOS EN LA CONVENCIÓN SOBRE


LOS DERECHOS DEL NIÑO: EL DERECHO A LA IDENTIDAD

La declaración de la Convención sobre los Derechos del Niño (1989) tuvo gran
relevancia, no solo por el carácter protector hacia las infancias, si no por haber
incorporado los artículos 7, 8 y 11, referidos al derecho a la identidad. Estos son
conocidos como los artículos argentinos porque fueron incluidos a instancias de las
Abuelas de Plaza de Mayo.
Para comprender el devenir histórico que llevó a la incorporación de este derecho
a la Convención, debemos referirnos a la práctica de sustracción de identidad de niños y
niñas secuestrados junto a sus padres y madres, y de bebés nacidos en cautiverio, que se
llevó a cabo durante el Terrorismo de Estado que rigió en la Argentina entre 1976 y
1983.
La Asociación Abuelas de Plaza de Mayo surgió a partir de la unión de un grupo de
mujeres que ya se había nucleado para reclamar por la desaparición de sus hijos e hijas -
las Madres de Plaza de Mayo- pero que, además, había sufrido el secuestro de sus nietos
y nietas o cuyas hijas y nueras estaban embarazadas al momento del secuestro y
desaparición.
El objetivo, desde el principio, fue localizar y restituir a sus legítimas familias a
estos niños y niñas. Las Abuelas, rápidamente, entendieron que la tarea no iba a ser
sencilla, pero a cada problema que se les planteó buscaron soluciones, y con el correr de
los años fueron desarrollando, con la ayuda de diversos colectivos y del Estado Nacional,
las herramientas necesarias para encontrar y restituir a sus nietas y nietas.
Uno de los primeros desafíos que enfrentaron fue comprobar la filiación entre un
niño o niña y sus abuelos y abuelas, faltando la generación de los padres. La ciencia dio
respuesta: en 1983, se logró un método certero de identificación llamado “índice de
abuelidad”. En esta línea, en 1987 se creó el Banco Nacional de Datos Genéticos, que
garantizaría el resguardo de la sangre de todas las familias que buscan un nieto o nieta
desaparecidos hasta el momento de su localización, para poder comparar el material
genético con métodos que la ciencia fue mejorando y actualizando.

6
La justicia fue otro gran escollo. Por ese entonces, regía la Ley de Patronato
Estatal de Menores, sancionada en 1919, según la cual los niños y niñas no eran
considerados sujetos de derecho. Además, muchos jueces eran afines a los métodos de la
dictadura y otros actuaban sin comprender la profundidad de la problemática. En este
contexto, tomaban decisiones que avalaban la entrega de niños en una práctica que era
moneda corriente pero que, a la vez, vulneraba sus derechos y los de sus familias de
origen.
Frente a este panorama adverso, la inclusión de los artículos sobre el derecho a la
identidad en la Convención, con su posterior incorporación en la Constitución Nacional,
ofreció un marco que permitió robustecer las futuras batallas por el sentido, tanto en el
ámbito jurídico como en el de las representaciones sociales que estaban vigentes en torno
a esta problemática.

***************************************************************************************

La protección internacional ante violaciones a los derechos humanos

La institucionalización de los derechos humanos es un proceso que se ha dado no sólo a nivel


internacional, sino también en el ámbito regional, pues, la universalidad de los derechos
humanos no es incompatible con la existencia de Convenciones Regionales que encaren la
búsqueda de respuestas más específicas, atinentes a situaciones propias de cada región. Este
proceso, iniciado en 1948 con la Declaración Universal de Derechos Humanos adquiere forma
a través de la acción de organismos internacionales, tales como Naciones Unidas (ONU) y la
Organización de Estados Americanos (OEA), entre otros. Los Estados que forman parte de
estos organismos llegan a consensos donde se comprometen a cumplir con lo acordado3. Las
violaciones a estos acuerdos generan la responsabilidad internacional de los Estados.
Hablamos de sistemas de protección” para referirnos a instancias supranacionales

3 El proceso de institucionalización de los derechos humanos se vincula con el denominado proceso de


positivización”, entendido como el proceso a través del cual los derechos se plasman en diversos instrumentos
jurídicos, ya sean de orden nacional o internacional. La mayor parte de los tratados multilaterales disponen que
los Estados expresen su consentimiento en obligarse mediante la firma sujeta a ratificación, aceptación o
aprobación. Al permitir la firma sujeta a la ratificación se da a los Estados tiempo para lograr la aprobación del
tratado en el plano nacional y promulgar la legislación necesaria para su aplicación interna antes de asumir las
obligaciones jurídicas emanadas del tratado en el plano internacional. Una vez que un Estado ha pasado a ser
parte en un tratado internacional, es responsable internacionalmente de su cumplimiento. Generalmente, no
hay plazos fijos para la ratificación por un Estado de un tratado que ha firmado. Una vez que el Tratado entra
en vigor para el Estado, éste queda obligado jurídicamente por él.

7
que supervisan y garantizan, en última instancia, el respeto de las intenciones plasmadas en
los instrumentos internacionales de derechos humanos. Los sistemas de protección de los
derechos humanos se dividen en dos grandes grupos: por un lado, el Sistema Universal (es
decir, aquel establecido en el marco de la ONU) y, por otro, los Sistemas Regionales. En la
actualidad existen tres sistemas regionales de protección de los derechos humanos: el
Sistema Europeo (en el marco de la UE), el Sistema Africano (en el marco de la UA) y el
Sistema Interamericano (en el marco de la OEA). El sistema universal funciona como marco
de referencia para los demás sistemas, mientras que los mecanismos regionales comprenden
las peculiaridades de cada región4.
Sobre la base de los principios establecidos en la Declaración Universal y en la
Declaración Americana, los instrumentos de protección específica se orientan a precisar con
mayor detalle aspectos salientes de las violaciones y vulneraciones de derechos de las que
son víctimas amplios conjuntos poblacionales. La comunidad internacional reconoce que la
situación actual de estos grupos de personas, tras haber sido históricamente discriminados,
relegados y marginados, requiere de protecciones especiales que puedan paliar los efectos
más graves de las violaciones a sus derechos y que permitan comenzar a revertir las matrices
que hacen y han hecho posible las distintas formas de discriminación, xenofobia e
intolerancia.

Sistema Universal de Protección de los Derechos Humanos


La creación del sistema de Naciones Unidas produjo una serie de instrumentos jurídicos que
han sido elaborados con el objetivo de brindar herramientas concretas provenientes del
Derecho Internacional para poder intervenir sobre realidades locales y contribuir con la
construcción de sociedades más libres e igualitarias a escala global.
La Declaración Universal de Derechos Humanos adoptada el 10 de diciembre de 1948
ha sido el hito fundacional del Sistema y sentó los principios fundamentales en términos de

4 Cada tratado establece un conjunto de instituciones y mecanismos por medio de los cuales ejercerá la
supervisión y garantizará la vigencia de los derechos reconocidos. Estos mecanismos se orientan a supervisar
el cumplimiento de las obligaciones contraídas por los Estados, comúnmente llevada adelante por los llamados
“órganos de monitoreo”, “órganos de Tratado” o Comités”. En líneas generales, al interior de cada sistema de
protección y en el marco de cada tratado, podemos encontrar los siguientes tipos de mecanismos encargados
de la supervisión: a)Sistema de informes o seguimiento, b) Sistema de peticiones, reclamos o denuncias y c)
Sistema de relatorías.

8
protección y promoción de derechos humanos sobre la base de los principios de igualdad y
no discriminación.
Debemos tener presente que se trata del primer instrumento internacional con
pretensión universal de regulación de Derechos Humanos, y aquellos compromisos
contraídos en la Declaración se han ido plasmando paulatinamente en posteriores Tratados
y Convenciones. Los dos primeros tratados específicos sobre derechos humanos fueron
discutidos, elaborados y promulgados, en pleno período de Guerra Fría”, entre el bloque
norteamericano y el bloque soviético. En un principio la Asamblea General solicitó elaborar
un único Pacto que desarrollara los derechos específicos, complementando así, los principios
generales y estándares en derechos humanos de la Declaración Universal. Luego de largos
debates sobre si los Derechos Económicos, Sociales y Culturales debían incluirse en un mismo
instrumento conjuntamente con los derechos civiles y políticos, la Asamblea General solicitó
a la Comisión de Derechos Humanos la elaboración de dos convenciones de derechos
humanos, una sobre derechos civiles y políticos y otra sobre derechos económicos, sociales y
cultuales. Finalmente, los dos pactos fueron adoptados por la Asamblea General en 1966.
Ambos Pactos consagran los derechos reconocidos en la Declaración Universal, de manera
que los tres instrumentos más los protocolos adicionales al Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos constituyen la llamada Carta Internacional de Derechos Humanos.

Sistema Interamericano de Protección de los Derechos Humanos


En el año 1948 se crea en la ciudad de Bogotá, Colombia, la Organización de Estados
Americanos (OEA), conformada por 35 estados independientes. La OEA se funda con el
propósito de afianzar la paz y la seguridad del continente, promover y consolidar la
democracia representativa, asegurar la solución pacífica de controversias, promover el
desarrollo económico social y cultural. En este contexto, la denominada Conferencia de
Bogotá” redacta la Carta de la OEA, instrumento constitutivo de la Organización. La Carta
establece las bases centrales del funcionamiento de la Organización y constituyó a su vez los
principales órganos para garantizar su pleno funcionamiento.
En el año 1969 la OEA, a través de sus delegados, redactan la Convención Americana
sobre Derechos Humanos (llamada Pacto de San José de Costa Rica”) que entra en vigor en el
año 1978. Este Tratado Regional es obligatorio para aquellos Estados Miembros que lo han
ratificado. La Convención estableció dos órganos encargados de conocer las violaciones a los

9
derechos humanos: la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Corte
Interamericana de Derechos Humanos.
A lo largo de los años la Asamblea General de la OEA ha ido adoptando diferentes
instrumentos específicos de protección de derechos. Entre ellos podemos destacar: el
Protocolo Adicional a la Convención Americana sobre Derechos Humanos en Materia de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales (conocido como el Protocolo de San Salvador”,
de 1998), el Protocolo Adicional a la Convención Americana sobre Derechos Humanos
relativo a la Abolición de la Pena de Muerte (1990), la Convención Interamericana para
Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (“Convención de Belem Do Para”
de 1994), la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas (1994), la
Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura (1985), la Convención
Interamericana contra el Racismo, la Discriminación Racial y Formas Conexas de Intolerancia
(2013), la Convención Interamericana para la Eliminación de todas las Formas de
Discriminación Contra las Personas con Discapacidad (1999) y la Convención Interamericana
sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores (2015).
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) fue creada en 1959 y desde
1965 fue autorizada expresamente a recibir y procesar denuncias o peticiones sobre casos
individuales en los cuales se alegaban violaciones a los derechos humanos. La función
principal de la CIDH es promover la observancia y la defensa de los derechos humanos en los
Estados miembros.5
Por su parte, la Corte Interamericana de Derechos Humanos comenzó a funcionar en
el año 1979. Este Tribunal es la última instancia de supervisión del cumplimiento de las
obligaciones asumidas por los Estados al momento de ratificar instrumentos de protección
de derechos. La Corte IDH está compuesta por 7 jueces de reconocida idoneidad, nacionales
de los Estados Miembros de la OEA y con un mandato de 6 años con una única posibilidad de
reelección.

***************************************************************************************

5 La CIDH ha creado también un sistema de relatorías enfocadas en conocer y atender situaciones específicas
(derechos de la mujer, personas privadas de libertad, etc.), sumadas a su facultad de celebrar audiencias de
carácter general, propiciando así un ámbito en el que cualquier persona u organización pueda acercar
información sobre la situación de una problemática concreta.

10
El trabajo de la CIDH ha resultado de suma importancia para la defensa de los
derechos humanos en la Argentina. Recordemos dos ejemplos en este sentido:
I. La visita de la Comisión en 1979. Sobre la base de las numerosas denuncias de
violaciones de derechos humanos que fue recibiendo desde marzo de 1976, la
Comisión decidió realizar una visita especial al país y mantener entrevistas con
diferentes actores sociales, así como recibir denuncias particulares.
En el Informe sostuvo que: el problema de los desaparecidos es uno de los más graves
que en el campo de los derechos humanos confronta la República Argentina. En tal
sentido la Comisión recomienda lo siguiente:
a) Que se informe circunstancialmente sobre la situación de personas
desaparecidas, entendiéndose por tales aquellas que han sido aprehendidas en
operativos que por las condiciones en que se llevaron a cabo y por sus
características, hacen presumir la participación en los mismos de la fuerza
pública.
b) Que se impartan las instrucciones necesarias a las autoridades competentes a
fin de que los menores de edad desaparecidos a raíz de la detención de sus padres
y familiares y los nacidos en centros de detención, cuyo paradero se desconoce,
sean entregados a sus ascendientes naturales u otros familiares cercanos.
c) Que se adopten las medidas pertinentes a efecto de que no continúen los
procedimientos que han traído como consecuencia la desaparición de personas. Al
respecto, la Comisión observa que se han producido recientemente casos de esta
naturaleza que como todos los demás deben ser esclarecidos lo antes posible...”6
II. Solución Amistosa en el caso Penitencierías de Mendoza”. Como instancia previa a la
elevación de los casos ante la Corte Intermericana, la CIDH puede llegar a establecer
soluciones amistosas” con los Estados a fin de entablar negociaciones destinadas a
resolver el asunto sin la necesidad de completar el proceso judicial, y que se da bajo la
supervisión de la Comisión. De no ser posible llegar a una solución amistosa, la
Comisión continuará analizando los alegatos de las partes y decidirá sobre el caso,
determinando si el Estado es o no responsable por las violaciones alegadas.
En este caso, la CIDH recibió una petición presentada por 200 internos del Pabellón 8
de la Penitenciaría de Mendoza en la cual se alegó la responsabilidad de la República
de Argentina por la violación de los derechos de los internos a la integridad física, a la
salud y a la vida. En 2011, el Gobierno de la Provincia de Mendoza se comprometió a
elaborar, en consulta con el Estado Nacional y con los peticionarios un Plan de

6 Comisión Interamericana de Derechos Humanos: Informe de Pais - Argentina 1980.

11
Acción en Política Penitenciaria que permita establecer políticas públicas de corto,
mediano y largo plazo con un presupuesto acorde que posibilite su implementación.7

***************************************************************************************

El procedimiento ante el sistema interamericano establece que la Comisión es la


encargada de llevar adelante los litigios ante la Corte en representación de los intereses de
las personas y grupos de personas que alegan que alguno de los derechos reconocidos en la
Convención Americana fue vulnerado por alguno de los Estados parte. Los Estados deben
contestar la demanda y sobre esta base comienza una etapa de audiencias, donde la Corte
recibe testimonios y pericias y escucha los alegatos de las partes. Finalmente, en la sentencia,
la Corte establece si el Estado demandado incurrió en la violación de alguno de los derechos
y, en dado caso, se establecen las medidas reparatorias.

***************************************************************************************

UN CASO DONDE SE ESTABLECIÓ LA RESPONSABILIDAD INTERNACIONAL DEL


ESTADO ARGENTINO: BULACIO
El 19 de abril de 1991 la Policía Federal Argentina realizó una detención masiva (o razzia) de
más de ochenta personas” en la ciudad de Buenos Aires, en las inmediaciones del estadio Club
Obras Sanitarias de la Nación, lugar en donde se iba a realizar un concierto de música rock.
Entre los detenidos se encontraba Walter David Bulacio, con 17 años de edad, quien luego de su
detención fue trasladado a la Comisaría, donde fue golpeado por agentes policiales. Los
detenidos fueron liberados progresivamente sin que se abriera causa penal en su contra y sin que
conociera el motivo de su detención. En el caso de Walter no se notificó al Juez Correccional de
Menores ni a sus familiares. Al día siguiente, Walter fue llevado en ambulancia al Hospital,
donde el médico que lo atendió constató que el joven presentaba lesiones y diagnosticó un
traumatismo craneano”. El 26 de abril Walter murió.

El 30 de abril de 1991 el Juzgado se declaró incompetente y remitió la causa contra NN


en perjuicio de Walter [David] Bulacio por lesiones seguidas de muerte” al Juzgado Nacional de
Primera Instancia en lo Criminal de Instrucción N°5, que tramita delitos cometidos por mayores
de edad. Los padres se constituyeron en querellantes en la causa sobre las circunstancias en que
ocurrieron las detenciones y otros ilícitos cometidos contra Walter y otras personas. La causa
fue dividida y el Juzgado N°5 retuvo la investigación de las lesiones y la muerte.

7 Caso Nº 12.532. Solución Amistosa c/ Argentina (Internos de la Penitenciaria de Mendoza), 21 de julio de 2011.

12
Seis años más tarde, ante la falta de avance y paralización de la causa, los familiares
decidieron presentar el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Sobre la
base de la declaración de admisibilidad de la CIDH, el caso llegó hasta la Corte Interamericana
de Derechos Humanos, tribunal que condenó al Estado Argentino en 2003, señalando que: las
razzias pueden estar orientadas a grupos poblacionales sin distinción de sexo, edad u ocupación,
o grupos sectarios, jóvenes o minorías sexuales. En el caso particular de la Argentina, los
sectores que se ven principalmente afectados por este tipo de razzias” son los sectores más
jóvenes, pobres y trabajadores. Lo que se hace en esos procedimientos es despojar [a las
personas] de sus más elementales derechos” y, consecuentemente, se presenta un proceso de
deshumanización, en donde la policía exige obediencia, cumplimiento irrestricto de órdenes y
gritos [...], sumisión y servilismo”. No existe relación entre estas prácticas y la efectividad de la
protección de la seguridad ciudadana”.
Asimismo, decidió que el Estado debe proseguir y concluir la investigación del conjunto
de los hechos de este caso y sancionar a los responsables de los mismos; que los familiares de la
víctima deberán tener pleno acceso y capacidad de actuar, en todas las etapas e instancias de
dichas investigaciones, de conformidad con la ley interna y las normas de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos; y que los resultados de las investigaciones deberán ser
públicamente divulgados (...); el Estado debe garantizar que no se repitan hechos como los del
presente caso, adoptando las medidas legislativas y de cualquier otra índole que sean necesarias
para adecuar el ordenamiento jurídico interno a las normas internacionales de derechos
humanos, y darles plena efectividad...”8.
***************************************************************************************

8 Caso Bulacio Vs. Argentina. Sentencia de 18 de septiembre de 2003 (Fondo, Reparaciones y Costas)

13
ANEXO
Instrumentos internacionales de protección de los derechos humanos
ratificados por Argentina

Sistema Universal de Protección de los Derechos Humanos


Instrumento Fecha de adopción Rango / Jerarquía

Declaración Universal de Derechos Humanos 1948 CN, art. 75, inc. 22

Convención Internacional sobre la Eliminación de 1965 CN, art. 75, inc. 22


todas las Formas de Discriminación Racial

Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales 1966 CN, art. 75, inc. 22
y Culturales

Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de 2008 Ley Nº 26.663


Derechos Económicos, Sociales y Culturales

Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos 1966 CN, art. 75, inc. 22

Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de 1966 CN, art. 75, inc. 22
Derechos Civiles y Políticos

Segundo Protocolo Facultativo del Pacto Internacional 1989 Ley Nº 26.380


de Derechos Civiles y Políticos, destinado a abolir la
pena de muerte

Convención sobre la eliminación de todas las formas 1979 CN, art. 75, inc. 22
de discriminación contra la mujer

Protocolo Facultativo de la Convención sobre la 1999 Ley Nº 26.171


eliminación de todas las formas de discriminación
contra la mujer

Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas 1984 CN, art. 75, inc. 22
Crueles, Inhumanos o Degradantes

Protocolo Facultativo de la Convención contra la 2002 Ley Nº 25.932


Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o
Degradantes

Convención sobre los Derechos del Niño 1989 CN, art. 75, inc. 22

Protocolo facultativo de la Convención sobre los 2000 Ley Nº 25.616


Derechos del Niño relativo a la participación de niños
en los conflictos armados

14
Protocolo facultativo de la Convención sobre los 2000 Ley Nº 25.763
Derechos del Niño relativo a la venta de niños, la
prostitución infantil y la utilización de niños en la
pornografía

Protocolo facultativo de la Convención sobre los 2011 Ley Nº 27.005


Derechos del Niño relativo a un procedimiento de
comunicaciones

Convención Internacional sobre la protección de los 1990 Ley Nº 26.202


derechos de todos los trabajadores migratorios y de
sus familiares

Convención sobre los derechos de las personas con 2006 Jerarquía constitucional por
discapacidad Ley N° 27.044

Protocolo Facultativo de la Convención sobre los 2006 Ley Nº 26.378


derechos de las personas con discapacidad

Convención Internacional para la protección de todas 2006 Ley Nº 26.298


las personas contra las desapariciones forzadas

Convención sobre la Prevención y la Sanción del 1948 CN, art. 75, inc. 22
Delito de Genocidio

Convención sobre Imprescriptibilidad de los Crímenes 1968 Jerarquía constitucional por


de Guerra y de los Crímenes de Lesa Humanidad Ley N° 25.778

15
Sistema Interamericano de Protección de los Derechos Humanos

Instrumento Fecha de adopción Rango / Jerarquía

Declaración Americana de Derechos y Deberes del 1948 CN, art. 75, inc. 22
Hombre

Convención americana sobre Derechos humanos, 1969 CN, art. 75, inc. 22
“Pacto de San José de Costa Rica”

Convención interamericana para Prevenir y sancionar 1985 Ley Nº 23.652


la tortura

"Protocolo de San Salvador" (Protocolo Adicional a la 1988 Ley Nº 24.658


Convención Americana sobre Derechos humanos en
materia de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales)

Protocolo a la Convención Americana sobre Derechos 1990 Ley Nº 26.379


humanos relativo a la Abolición de la Pena de Muerte

Convención Interamericana para la Protección de 1994 Jerarquía constitucional por


todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas Ley N° 24.820

"Convención de Belem do Pará" (Convención 1994 Ley Nº 24.632


Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la
Violencia contra la Mujer)

Convención Interamericana para la Eliminación de 1999 Ley Nº 25.280


todas las Formas de Discriminación Contra las
Personas con Discapacidad

Convención Interamericana sobre la Protección de los 2015 Jerarquía constitucional por


Derechos Humanos de las Personas Mayores Ley Nº 27.770

16
La situación de los derechos humanos en
América Latina1
por Víctor Abramovich2

1
Exposición realizada durante el Panel Derechos Humanos, Autoritarismo y Democracia. Los
aprendizajes de la lucha por los derechos humanos para intervenir en los problemas del presente que
tuvo lugar en Buenos Aires el 18 de mayo de 2009.
2
Víctor Abramovich, primer Vicepresidente de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Es
abogado egresado en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y tiene una maestría en derecho
internacional (American University de Washington, D.C). Fue Director Ejecutivo del Centro de Estudios
Legales y Sociales de Argentina (CELS). Actualmente se desempeña como profesor de protección
internacional de derechos humanos en la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA) y como Director
de la Maestría en Derechos Humanos de la Universidad Nacional de Lanús (UNLA). Es profesor visitante
de American University, de la Universidad Nacional de Chile, y de la Universidad Andina “Simón Bolívar”
de Ecuador entre otras.
Exposición

Buenas noches. Quiero agradecer a Memoria Abierta y a la Coalición Internacional de


Sitios de Conciencia por esta invitación. Me pidieron que haga una exposición sobre
la situación de los derechos humanos en América Latina. Me parece que es algo
demasiado amplio para poder abordar en esta reunión. Voy simplemente a
aprovechar mi participación en el sistema interamericano de derechos humanos
(este año, 2009, se cumplen cincuenta años de la creación de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanosi y treinta años de la aprobación de la
Convención Americana de Derechos Humanosii, que es el tratado esencial sobre
derechos civiles y políticos en el continente), para hacer un repaso descriptivo de
algunos de los temas que ocuparon la atención del sistema en estos años. Me parece
que es importante este punto de vista, que implica por un lado una limitación en el
diagnóstico, pero por otro lado una cierta potencialidad porque ese sistema
interamericano, la Comisión Interamericana y la Corte Interamericana de Derechos
Humanosiii, funcionaron en los períodos de las dictaduras, en las transiciones y en la
actualidad como una suerte de espejo de la situación de derechos humanos en la
región. Fueron una suerte de caja de resonancia de los problemas de derechos
humanos.

Muchas de las cuestiones que fueron planteadas por Patricia Valdez, siguen estando
presentes en la agenda del sistema. Quizá una de las primeras conclusiones a las
que uno podría arribar es que los problemas de derechos humanos que
caracterizaron los procesos de transición a la democracia en gran parte de los países
de la región, son todavía problemas no resueltos. Son temas abiertos. Conviven, sin
ser desplazados, con nuevas problemáticas de derechos humanos. Esto muestra la
complejidad de este proceso: nuevas problemáticas, nuevos actores, nuevas
demandas, conviviendo, impactando e incidiendo sobre la forma de discutir los viejos
y clásicos temas de derechos humanos.

Si uno piensa el proceso o el ciclo histórico del funcionamiento del sistema


interamericano se pueden considerar tres grandes etapas. La primera se relaciona
con las dictaduras en Sudamérica y los conflictos armados internos en centro
América; la segunda con las transiciones a la democracia luego de esos períodos de

2
crímenes atroces y violaciones masivas de derechos humanos; la tercera es la etapa
actual, el fin de las transiciones, el afianzamiento de sistemas democráticos que
tienen serias limitaciones institucionales y conflictos sociales. Veamos más en detalle
esta secuencia y los temas que ocuparon la atención del sistema en cada etapa.

La primera etapa en el funcionamiento del sistema tiene que ver con el


enfrentamiento a las dictaduras, a los sistemas de terrorismo de Estado en los países
del Cono Sur, a la violencia masiva y sistemática en el marco de los conflictos
armados internos (por ejemplo en Centroamérica, El Salvador o Guatemala). En esta
etapa el rol de las organizaciones de derechos humanos, de las organizaciones de
víctimas y también de los órganos de protección internacional de derechos humanos,
es un rol de resistencia, de impugnación, de documentación, de denuncia. Aquí están
presentes las Madres. Siempre cuando hablamos del sistema interamericano cuento
la denuncia que presentó Carmen Lapacó ante la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos en plena dictadura, denunciando los hechos y pidiendo la
averiguación del paradero de su hija. Fue de las primeras acciones urgentes de
denuncia internacional.

Hay una segunda etapa, posterior a este período de violencia política, que es el
momento de las transiciones a la democracia en la región. Aquí el rol del sistema
cambia, porque ya no se enfrentan sistemas de terrorismo de Estado, se observan y
fiscalizan gobiernos democráticos, que surgen de la voluntad popular, que actúan en
un contexto de reglas constitucionales y con una esfera pública abierta y activa. Pero
por supuesto que ciertos temas siguen pendientes. En los primeros años de las
transiciones siguen existiendo actores que vetan los procesos de investigación de los
crímenes, que resguardan los espacios de impunidad. Los militares siguen teniendo
una cierta función de tutoría sobre los procesos democráticos, el caso chileno es un
ejemplo paradigmático en este sentido. En este período, la función de protección de
la Comisión y de la Corte, pasa por un lado por el tratamiento del legado de esas
dictaduras. Qué hacer con los crímenes aberrantes y atroces cometidos durante los
sistemas de terrorismo de Estado. El debate sobre justicia, sobre verdad, sobre
memoria, sobre reparación. Yo diría que comienza con las transiciones, pero
finalizadas éstas, el tema del legado del pasado sigue abierto. La idea de esta
reunión, la discusión sobre políticas de memoria en el día de hoy, en este momento

3
histórico en América Latina, muestra que este legado de las dictaduras, que
constituyó la agenda central durante las transiciones, sigue abierto. Hay algunos
avances fundamentales en varios países de la región. En muchos de ellos se superó
la discusión jurídica sobre la validez de las amnistías. En Argentina, en Chile, en Perú
avanza el proceso de juzgamiento de graves violaciones a los derechos humanos. Se
dejaron atrás normas de amnistía usando estándares internacionales de derechos
humanos, pero con una fuerte presencia y demanda de las víctimas, y ahora se está
en la fase de implementación de los juicios. Por otro lado, en otros países, el debate
todavía está abierto. Pensemos en Uruguay, en Brasil, donde todavía hay debates
jurídicos y políticos sobre los resquicios de la legislación de amnistía, y donde se está
pensando en qué medida se puede lograr avanzar en ciertos espacios con el derecho
a la verdad, con las políticas de memoria y de reparación. Otros países de la región,
por ejemplo Guatemala, en donde no hubo leyes de amnistía que cerraran la
investigación de crímenes de lesa humanidad, sufren una especie de impunidad
administrativa. Una suerte de impunidad burocrática en donde no avanzan los
procesos judiciales, en donde el sistema penal no reacciona frente a las demandas
de justicia. Entonces, el primer tema en la agenda transicional, el juzgamiento del
pasado, las políticas de memoria, verdad y justicia, sigue todavía abierto con
diferentes ritmos de evolución en los distintos países de la región.

Hubo otra cuestión importante en ese período de las transiciones: cómo desmantelar
el legado de las dictaduras en las instituciones democráticas. Sabemos que en la
Argentina, el 10 de diciembre de 1983 comenzó formalmente a funcionar un
gobierno democrático, pero el legado de las dictaduras en las instituciones
democráticas sobrevivió a aquel día y aún hoy puede rastrearse en algunas prácticas
y reacciones de las agencias del Estado. Algunas de las prácticas de la dictadura
siguieron afectando distintos ámbitos del gobierno. El desmantelamiento del legado
de las dictaduras está presente, por ejemplo, en las discusiones sobre el alcance de
la justicia penal militar en varios países de la región; en las discusiones sobre los
límites a la posibilidad de los gobiernos, de establecer estados de excepción, estados
de sitio, y de suspender garantías constitucionales; en la necesidad de garantizar
ciertos mecanismos judiciales urgentes para la tutela de derechos fundamentales y
el acceso a la justicia, la discusión sobre el alcance del recurso de habeas corpusiv.
Estos fueron temas básicos de esos períodos. La Corte Interamericana emitió dos

4
opiniones consultivas sobre los límites de los estados de excepción y sobre la
imposibilidad de limitar el habeas corpus en los estados de excepción. Tenía en
mente lo que había ocurrido en las dictaduras, pero estaba fijando reglas para las
nacientes democracias americanas. Pues desmantelar el legado de las dictaduras,
implicaba precisamente contribuir a fortalecer la institucionalidad democrática,
ayudar a construir una nueva institucionalidad basada en el respeto de los derechos,
en la idea de que el Estado responde por sus actos y que nadie está por encima de la
ley. Muchas instituciones democráticas arrastraban prácticas de violencia
institucional, incluso desde períodos anteriores a las dictaduras, y continuaron
ejerciendo esas prácticas con posterioridad a las dictaduras. Prácticas rediseñadas,
resignificadas durante las dictaduras, pero que tienen su antecedente, su origen,
antes de los períodos de terrorismo de Estado. Pienso por ejemplo en prácticas, muy
arraigadas en gran parte de los países de la región, de violencia policial. Problemas
que en la región se han vuelto estructurales: la brutalidad policial, la violencia en los
sistemas carcelarios.

Para completar la descripción de esta agenda propia del período de las transiciones,
agregaría el tema de la igualdad ante la ley. En esta segunda etapa del sistema
interamericano, la Comisión y la Corte comienzan a estudiar demandas de igualdad
en un sentido formal, que podríamos denominar demandas de igualdad de primera
generación. Son demandas de igualdad básica ante la ley, que buscan eliminar
privilegios irrazonables para ciertas personas, o la segregación y la discriminación
directa en perjuicio de alguien. Una de las primeras cuestiones vinculadas al principio
de igualdad que llegan al sistema interamericano en los primeros años de la
transición democrática, tiene que ver con normas que segregaban, que
discriminaban en función del sexo, en función del origen nacional, en función del
origen étnico o racial. Algunas cuestiones paradigmáticas de este tipo de demandas
de igualdad tienen que ver, por ejemplo, con la justicia penal militar: cómo evitar
privilegios indebidos a favor de determinadas personas, ciertos fueros personales,
que implicaban al mismo tiempo, la discriminación en perjuicio de las víctimas de
violaciones a los derechos humanos por agentes públicos. Otro tipo de demandas de
esa época son las de las mujeres por lograr igualdad ante la ley, por ejemplo en el
ejercicio de derechos políticos, pero también en el ejercicio de derechos civiles. En la
década del ochenta y del noventa, gran parte de las demandas por la igualdad de

5
género que llegan al sistema interamericano eran demandas de primera generación,
es decir, no buscaban protección especial, sino mínimos principios de igualdad entre
hombres y mujeres. Un caso paradigmático es el caso de María Eugenia Morales de
Sierra contra Guatemala, donde básicamente lo que se discute es en qué medida el
código civil de Guatemala, que establecía que la mujer casada debía tener
autorización del marido para trabajar fuera de su casa, violaba o no la Constitución
de Guatemala y el derecho internacional. Uno podría decir que es una locura que se
plantee una discusión de este tipo, pero lo cierto es que en muchos códigos civiles de
la región, todavía se establecen desigualdades de derecho entre hombres y mujeres,
e incluso reconocen a las mujeres casadas la situación o el status de las personas
con discapacidades o incapacidades jurídicas. Entonces, esta era una demanda de
igualdad ante la ley básica, pero que tenía que ver también con la construcción de
ciudadanía y con el fortalecimiento de la institucionalidad democrática. Estas
demandas de igualdad lo que planteaban era la necesidad de un Estado que fuera
ciego ante ciertas diferencias. Que no discriminara, que tratara igual a todas las
personas con independencia de su sexo, de su raza, de su origen nacional. Un
Estado neutral.

Como decía, este proceso de transición a la democracia se podría decir que concluyó
históricamente, pero no trajo consigo democracias consolidadas. Hoy el escenario
regional es un escenario de democracias deficitarias donde hay algunos activos
institucionales importantes que se han alcanzado: sistemas electorales que
funcionan, con déficit pero funcionan; sistemas de administración de justicia que
tienen problemas y debilidades, pero que no son los sistemas absolutamente
dependientes o parciales de los períodos dictatoriales; amplio reconocimiento de la
libertad de prensa y de la libertad de expresión. Pero, al mismo tiempo, algunos
déficit de esta democracia aun son importantes. Alguno de los temas que se
planteaban como problemas de debilidad institucional en las transiciones siguen
todavía como temas de la democracia en la actualidad: violencia policial, violencia
carcelaria. Estamos entonces en un tercer período, el fin de las transiciones, y el
escenario de democracias limitadas en sus capacidades de proteger los derechos de
las personas.

6
En este escenario empiezan a llegar al sistema otras demandas de igualdad más
complejas, que yo diría que son de demandas de segunda generación. Están
relacionadas con los déficit más importantes de las democracias latinoamericanas: el
alto nivel de exclusión social y las situaciones de desigualdad estructural. No sólo la
desigualdad jurídica, la desigualdad ante la ley de una persona frente a otra, sino la
situación de grupos, de colectivos o de sectores sociales que padecen procesos
históricos y estructurales de desigualdad social. Aquí ya no se reclama que las
personas sean tratadas como iguales, sino que se demanda que el Estado abandone
de alguna manera la neutralidad, que realice una acción de protección especial para
con estos sectores. No demandan un Estado ciego a las diferencias sino un Estado
que reconozca que ciertas situaciones son diferentes, que hay grupos que son
subordinados por otros y que por lo tanto, tome partido en la defensa y la protección
de esos grupos. No hablamos ya de iguales derechos para todos, sino de algo más.
De ciertos derechos especiales para ciertos grupos o sectores de la población que
resultan indispensables para asegurar un piso común de ciudadanía. Yo llamo a esto
demanda de igualdad de segunda generación. Porque son demandas que traen
consigo una discusión sobre el modelo de Estado que requiere la tutela de derechos
humanos en democracia. Así como les señalaba el caso Morales de Serra, también
está el caso del código civil de Guatemala, que es un ejemplo de demandas de
igualdad ante la ley de primera generación. Un ejemplo de demandas de segunda
generación, en materia de los derechos de las mujeres, son las demandas vinculadas
con la responsabilización del Estado por prácticas estructurales de violencia contra
las mujeres. Ya no se demanda del Estado que mantenga derechos iguales para
todos, sino que frente a ciertas situaciones estructurales de violencia, aún cuando
esa violencia provenga de particulares, no de actores estatales, el Estado tome
partido y adopte políticas activas de tutela o de protección. Actúe con debida
diligencia para evitar y en su caso remediar situaciones extendidas de violencia que
afectan a un sector determinado de la población, por ejemplo las mujeres. Hay
varios casos en el sistema interamericano en donde se responsabiliza a los Estados,
no porque sus policías hayan cometido violaciones del derecho a la vida o a la
integridad física, sino porque las instancias del Estado no protegieron
adecuadamente a ciertos grupos o colectivos. No previnieron prácticas de violencia
estructurales, incluso por parte de actores particulares.

7
Otra expresión de estas demandas de igualdad de segunda generación, son las
demandas de los pueblos indígenas, las comunidades negras, y ciertas minorías de
América Latina. Son demandas que parten de la necesidad de que el Estado no sea
ciego a las diferencias, sino que reconozca diferencias culturales y sociales. No son
demandas individuales, son demandas colectivas y obligan al Estado a reconocer
ámbitos de decisión autónoma para los grupos, derechos especiales o diferenciados
para ciertos grupos. Implican el reconocimiento de una cierta autonomía, por
ejemplo las demandas de autogobierno indígena, las demandas del reconocimiento
de la propiedad comunitaria de los territorios y recursos naturales, las demandas de
reconocimientos de las formas culturales de participación en la esfera política. Me
parece que este tipo de demandas de igualdad le suma complejidad a la discusión
sobre derechos humanos en la región. Porque básicamente implica mirar el principio
de igualdad ya no como un derecho civil, que le impone límites al Estado, que le
impone no discriminar, sino como un derecho social que obliga al Estado a tomar
partido, a adoptar políticas activas de protección, a reconocer derechos de grupos.
Esto trae consecuencias importantes que transforman, por un lado a la comunidad
de los derechos humanos de la región, lo que piensan y lo que hacen los distintos
actores sociales que trabajan con los derechos humanos, y también transforma la
noción de derechos humanos y el rol del Estado como garante de estos derechos.

Es posible enumerar algunas consecuencias de estas demandas de igualdad


estructural que marcan esta transformación a la que aludía. Primero, creo que
requiere un modelo de Estado determinado. Yo dudaría en afirmar que los derechos
humanos requieren un modelo de desarrollo económico y social determinado, pero
sin duda la noción de derechos humanos como hoy se la conoce demanda un modelo
de Estado, que no es un Estado neutral, ciego a las diferencias, sino que es un
Estado que toma partido, que tiene que adoptar acciones afirmativas, acciones
positivas para proteger a grupos o a sectores sociales que están en desventaja para
ejercer sus derechos, que son sojuzgados o subordinados por otros grupos. Los
derechos humanos conducen a la responsabilización del Estado, pero no dicen nada
sobre cómo los estados garantizan estos derechos. Hay vías distintas para hacerlo, el
Estado puede regular, puede fijar marcos. Lo que no puede es quedarse sin actuar. Y
la falta de acción, como lo muestra el caso de violencia familiar al que me refería,

8
puede generar responsabilidades del Estado para con estos actos, no sólo a nivel
interno, sino también a nivel internacional.

La segunda cuestión que me parece importante, es que comienza a ser más


problemático el rol del Estado y de los actores estatales. El discurso de los derechos
humanos, en parte porque surge de la resistencia al terrorismo de Estado y a las
dictaduras, es un discurso que hace eje siempre en el Estado. El Estado es una
especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, tiene dos caras. Es el que viola y es el que
garantiza estos derechos. Pero en los últimos tiempos, y sobretodo a partir de las
demandas de grupos, de las demandas colectivas, se le exige al Estado no sólo que
se limite y que no viole derechos, que no mate, que no detenga ilegalmente, que no
confisque, sino que además proteja frente a actores enfrentados, que proteja la vida,
la integridad, la propiedad colectiva. Este es un tema complejo porque implica
comenzar a extender cada vez más el ámbito de responsabilidad estatal. Y aquí se
puede discutir hasta dónde el Estado puede ser responsable por no proteger frente a
actores enfrentados. Algunos plantean que es momento también de discutir en qué
medida la noción de derechos humanos, o ciertos aspectos de esta noción, se aplican
a actores no estatales. Es un tema de profundo debate y discusión, pero que
muestra de alguna manera los límites de esta visión del Estado como el único actor,
o como el actor central del discurso de los derechos humanos. Hay otros actores, por
ejemplo la mayoría de los casos de muertes de periodistas en la región no provienen
de asesinatos cometidos por el Estado sino del crimen organizado. Matan periodistas
por su labor de periodistas. Por ejemplo periodistas que están investigando mafias o
el narcotráfico en México y en Guatemala son muertos por actores no estatales
¿Hasta dónde llega entonces la noción de derechos humanos para la
responsabilización del Estado en relación con este tipo de crímenes?

Un tercer elemento que me parece también importante es que este tipo de


demandas de segunda generación, o sea la demanda de igualdad que obliga a la
protección de grupos subordinados, trae consigo una alteración de la noción de
víctima. ¿Quiénes son las víctimas? En los procesos de resistencia a las dictaduras, e
incluso en las transiciones, los derechos humanos se concebían fundamentalmente
como derechos individuales y las víctimas como víctimas individuales. Pero
comienzan a aparecer, junto con los derechos individuales, las demandas por los

9
derechos de grupos, los derechos colectivos. Este es un paso fundamental para
lograr tutelar derechos de ciertos grupos sociales que actúan de manera colectiva,
podemos pensar en los pueblos indígenas o en las comunidades afro americanas.
Pero al mismo tiempo esto puede acarrear tensión. ¿En qué medida estos derechos
de grupo pueden colisionar con derechos individuales? Gran parte del debate, por
ejemplo en la región andina con las últimas reformas constitucionales de Ecuador y
Bolivia, pasa por definir hasta dónde el Estado nacional reconoce ciertos derechos
especiales de grupos o colectivos, por ejemplo, la jurisdicción indígena, y qué
derechos individuales garantiza frente a su potencial violación por estos grupos
ejerciendo funciones de autogobierno. Entonces, el reconocimiento de derechos de
grupos es una transformación profunda del campo de los derechos humanos, en el
sentido de que muchas veces derechos colectivos pueden entrar en colisión con
derechos individuales. Por lo demás, las demandas fuertes de identidad de los
grupos, que son indispensables para darle vitalidad al ejercicio de derechos
colectivos, pueden conducir en ocasiones a la segmentación de los movimientos
sociales y políticos. Esta segmentación que es funcional para destacar las diferencias
antes acalladas, puede debilitar a esos movimientos, o limitar la posibilidad de
construir colectivos más amplios y diversos que tengan la capacidad de impulsar
otras transformaciones o demandas de transformación más profundas, incluso
promover cambios redistributivos más profundos en una sociedad, que vayan más
allá del reconocimiento de derechos especiales para ciertos grupos. Hay experiencias
en contrario, como el proceso social reciente en Bolivia, donde la demanda de los
pueblos indígenas se inserta en un movimiento más amplio que incluye actores muy
diversos y logra acceder al gobierno del Estado nacional. Pero también hay ejemplos
no tan buenos, de segmentación y de debilitamiento de otras identidades más
generales, en donde la identidad grupal funciona como un tope o como una valla.

La última cuestión importante. En la medida en que estas demandas de igualdad de


segunda generación obligan al Estado ya no a asumir un rol de no discriminación, de
no injerencia, sino a una función de protección efectiva, los derechos humanos
empiezan a definirse ya no tanto en la denuncia, en la fiscalización o el control (por
supuesto que eso sigue siendo importante), sino en el plano de las políticas públicas.
Los derechos humanos ya no son sólo un límite que le dice al Estado lo que no debe
hacer, sino que le impone ciertas líneas de acción, ciertas cosas que debe hacer para

10
tutelar los derechos. Entonces el eje comienza a cambiar y vemos como muchas
organizaciones de derechos humanos en la región, al mismo tiempo que muchas
instancias de protección de estos derechos, empiezan a poner la mirada, el acento,
en las políticas públicas del Estado. Paralelamente los propios Estados en democracia
comienzan a crear, hacia el interior del Estado, agencias especializadas en definir
políticas públicas de derechos humanos, secretarías, defensorías, oficinas con
competencias en este asunto. El Estado se apropia del discurso y lo sostiene como
punto de referencia de algunas de sus acciones. Y este es un nuevo factor
fundamental para los debates sobre derechos humanos. Estos debates ya no se
construyen sólo enfrentados al Estado (hay todavía situaciones que requieren
denuncia y fiscalización) sino también en diálogo con el Estado. Esta doble cara del
Estado se hace evidente.

En conclusión, en esta tercera etapa del desarrollo del sistema interamericano, las
demandas de igualdad sustantiva o de segunda generación, conllevan cambios
profundos en la agenda y en las discusiones conceptuales. La discusión sobre el
modelo de Estado, el Estado que toma partido. El tema de la protección frente a
actores no estatales, la discusión acerca de si sólo el Estado viola derechos
humanos. El tema de los derechos de grupo, de los derechos colectivos. Y la última
cuestión, el debate de los derechos humanos vinculado con las discusiones de
políticas de Estado.

Es importante plantear que estas demandas de igualdad de segunda generación, no


reemplazan a las demandas de igualdad de primera generación. Así como los nuevos
temas de los derechos sociales y los derechos culturales no desplazan a los viejos
temas de la agenda transicional, y por eso estamos hoy aquí reunidos para discutir
políticas de memoria. Estas demandas de igualdad de grupos no sólo no desplazan
los viejos temas, sino que obligan a repensar la manera de definir políticas en los
procesos de transición o de post transición. No es lo mismo la discusión de políticas
de memoria o la discusión de políticas de reparación a partir del reconocimiento de
estas demandas de identidad cultural. Esto se ve reflejado, por ejemplo, en las
demandas sobre políticas de reparación que en este momento se están dando en
Perú, en Guatemala o en Colombia. Porque además de las reparaciones a las
víctimas individuales en estos procesos aparece, de manera muy fuerte, la

11
reivindicación reparatoria de los grupos afectados y la necesidad de pensar en el
impacto diferencial de la violencia estatal sobre ciertos grupos. Hoy en Colombia, en
Perú, uno de los ejes centrales de los debates sobre reparación son estas políticas de
reparación colectivas o comunitarias. Cómo reparar a ciertos colectivos por formas
particulares de violencia que los afectaron, violencia no sólo sobre los cuerpos de las
víctimas sino también sobre prácticas y tradiciones culturales. Estas demandas
emparentan derechos civiles con derechos sociales. Estos son elementos nuevos que
obligan a repensar las políticas de reparación. Por supuesto que esto también incluye
a las políticas de memoria. Es imposible pensar hoy políticas de memoria sin recoger
las demandas de ciertas memorias colectivas para insertarse en las políticas públicas
de memoria de los Estados. También forma parte del debate el cómo recuperar las
memorias de ciertos grupos que sufrieron impactos diferenciados del terrorismo de
Estado, de los conflictos armados internos, y cómo representar o incluir a esas
memorias en las políticas públicas de memoria de un Estado Nacional. Este tipo de
problemas muestra la complejidad que ha alcanzado el debate sobre los derechos
humanos en la región en esta tercera etapa posterior a las transiciones, pero que
recoge y define bajo otros parámetros muchos de los temas pendientes de las
transiciones. Terminaron las transiciones pero lamentablemente no tenemos
democracias consolidadas sino déficit institucionales con desigualdad social
estructural y profunda. Es necesario articular entonces las políticas para afrontar el
legado del pasado con estas nuevas demandas de reconocimiento de identidad
cultural, de reconocimiento de la diversidad de género, con los derechos especiales
de grupos subordinados o excluidos. Este es uno de los desafíos mayores que
tenemos por delante.

12
Respuestas a las preguntas del público

La demanda de protección activa implica en cierta medida un modelo de Estado. El


modelo de Estado del liberalismo clásico, que es básicamente el esquema conceptual
que cobijó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, planteaba un Estado
neutral frente a la desigualdad. La idea era que no discriminara, el Estado debía ser
ciego a las diferencias e intervenir sólo para evitar las desigualdades de cuna. Esta
ceguera se expresa por ejemplo con los exámenes de ingreso a las universidades,
donde no se puede saber el sexo o la raza del que está haciendo la prueba. Ahora las
demandas de igualdad, sobre todo desde fines de los ochenta y los noventa, implican
a un Estado no neutral. La acción afirmativa. El cupo en la educación o en la política.
Yo creo que al mismo tiempo esta concepción entiende la responsabilidad del Estado
frente a la acción de actores no estatales. No sólo el estado viola cuando interfiere
sino también cuando no protege. Cuando no protege en el caso de violencia familiar,
cuando no protege a pueblos indígenas frente prácticas de violencia de actores no
estatales.

Me parece que las demandas de igualdad, que hoy ocupan un espacio central en las
discusiones de derechos humanos demandan un modelo de Estado, pero no estoy
seguro de que demanden un modelo de desarrollo económico y social. Pero es un
debate que está abierto. Sin duda, si un Estado asume que es un Estado social de
derecho en su Constitución está dando también una discusión sobre un modelo de
desarrollo. Pero por lo general la noción de derechos humanos, que pretende ser
universal, se puede en teoría aplicar en distintos sistemas económicos y sociales, no
podría ser llevada al extremo de obligar a un modelo determinado de desarrollo
económico y social, pues esto le pondría un alcance muy limitado. Para adherir a la
idea de los derechos humanos se estaría obligado a adherir a un modelo de
desarrollo determinado. Por el contrario creo que Estados con diferentes grados de
intervención en la economía pueden garantizar los derechos humanos básicos. En
todo caso siempre van a ser responsables por el resultado de los procesos que
emprendan. El Estado puede regular el mercado de distintas maneras, puede
reconocer márgenes diferentes al mercado, lo que está haciendo el discurso de los
derechos humanos es responsabilizarlo de los resultados de sus variadas estrategias
de desarrollo, hacerlo responder por la exclusión y la desigualdad resultante,
cualquiera sea el camino que decida recorrer. Es un tema muy complejo. Algunos

13
sostienen que los derechos humanos requieren también un determinado modelo de
desarrollo, que son incompatibles con el capitalismo o con el libre mercado o con el
libre comercio entre naciones. Pero si uno lo piensa en sus orígenes, la Declaración
Universal y los Pactos de Naciones Unidas se dieron en la postguerra y luego en
medio de la “guerra fría” con el consentimiento de sistemas políticos y económicos
diversos. Incluso durante las dictaduras militares de la región, hemos experimentado
la extraña alianza que se dio entre grupos liberales del Norte y grupos de izquierda
en el Sur, que tenían en común la defensa de la vida, el rechazo a la tortura, el
respeto de la libertad de prensa y el reclamo de derechos electorales y de
participación política. Hay dentro de los grupos liberales sectores que apoyan la
noción de derechos humanos pero que tienen otra concepción acerca del rol del
Estado en la economía.

Otra persona planteaba el tema de la incomodidad de algunos Estados en relación a


las críticas de la Comisión y de la Corte interamericana sobre la situación de los
derechos humanos en esos países. Yo creo que no es nuevo esto. Si uno mira la
historia siempre los Estados se sintieron incómodos con el escrutinio que hacen los
órganos internacionales de derechos humanos. Ahora, muchos países de la región
firmaron los tratados de derechos humanos, como la Convención Americana sobre
Derechos Humanos, en las transiciones a la democracia. Y la firma de estos tratados
y la aceptación de jurisdicción internacional fueron parte de las políticas de la
transición. En la Argentina, Alfonsín firma la Convención Americana y acepta la
jurisdicción de la Corte en 1984, Uruguay en 1985, Chile en 1990, durante la
transición. Y hay cierto acuerdo a nivel político. Gobiernos posteriores ratificaron
esos acuerdos y mantuvieron, a los países en este sistema internacional. En el Perú,
después de Fujimori, una de las primeras decisiones de la transición de Paniagua y
de Toledo es volver al sistema Interamericano de Derechos Humanos. Me parece que
la lógica de esta decisión en los procesos transicionales es dar un mensaje político de
que se pretende evitar retrocesos autoritarios. Se admite una instancia de protección
por encima del Estado, porque se piensa que el Estado tiene una tendencia a la
regresión autoritaria, todavía es posible una vuelta al pasado. Algunos
constitucionalistas hablan de las Constituciones equivalen al acto de “atarse al
mástil”, la idea de Ulises que se ata al mástil para resistir el canto de las sirenas.

14
Bueno, en cierta medida, las democracias de la región se ataron al mástil de la
protección internacional, se autolimitaron, para evitar las regresiones autoritarias.
Pero esta decisión que tiene un sentido político, también tiene un costo. Porque
cuando uno se ata al mástil de la protección internacional está, de alguna manera,
limitando su soberanía. Está permitiendo que ciertos temas internos se vuelvan un
asunto a ser mirado por la comunidad internacional. Aquí es donde aparece la
tensión. Un Estado, aún cuando formalmente haya adoptado la decisión de aprobar
la Convención y aceptar la jurisdicción internacional, no siempre está cómodo
cuando resulta observado en temas que considera que son propios de su ámbito de
decisión. Es como si los Estados reclamaron una suerte de intimidad frente a la
comunidad internacional en ciertos asuntos, pese a que previamente decidieron
resignar parte de esa intimidad al aprobar esos pactos y tratados. A esto se suma
que al mismo tiempo, la Comisión y la Corte han cometido errores también. Y estos
errores se pagan caros. Algunos mencionaban el caso del “Ojo que Llora”. Fue
polémica la decisión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en un caso
contra el Perú, de imponer al Estado peruano como medida de reparación una
modificación del monumento para insertar allí los nombres de personas víctimas de
la masacre en el penal de Castro Castro, y esto generó polémica pues las víctimas
del caso eran también victimarios de algunas de las víctimas que figuraban en el
monumento. Sin duda fue un error, porque una cosa es la limitación de soberanía
que implica la adhesión al sistema Internacional, y otras los márgenes concretos que
debe tener cada Estado para definir sus propias políticas públicas en temas
espinosos como este. Las instancias internacionales de derechos humanos deben
reconocer que ocupan un rol subsidiario de la protección interna, y que hay temas y
sobre todo políticas que deben seguir siendo definidas a nivel nacional y no en el
plano internacional.

Entonces yo creo que hay una combinación de factores y el sistema interamericano


es relativamente reciente. Yo señalaba que cincuenta años tiene la Comisión, treinta
años tiene la Corte. Pero por ejemplo, los países grandes de América Latina, México
y Brasil, aceptan la jurisdicción de la Corte Interamericana recién en 1998. México y
Brasil tienen una tradición muy fuerte de actuar de una manera refractaria ante
cualquier forma de escrutinio internacional. Tienen sistemas políticos muy cerrados y
no admiten la mirada internacional. En este momento en Brasil, el sistema

15
interamericano esta tramitando algunos casos de repercusión pública, por ejemplo el
caso de la masacre de la guerrilla de Araguayas. Se discute, por ejemplo, la
compatibilidad de la ley de amnistía brasileña con la Convención Americana. Es un
tema complejo, porque gran parte del sistema político brasileño, incluso los sectores
progresistas y gran parte del sistema judicial, consideran que esta no es una
cuestión que tenga que ser ventilada por fuera del sistema político brasileño, mucho
menos en un espacio de derechos humanos internacional. Entonces, esta tensión
entre protección y soberanía es inherente al sistema.

Por último, el tema de los actores no estatales. Es un tema muy complicado. Lo que
se plantea a los Estados es una ampliación de la responsabilidad indirecta por el
incumplimiento del deber de protección, por la omisión de proteger a ciertos grupos
o colectivos. De allí que se demanda cada vez mayor acción frente a particulares,
contra la violencia familiar, la violencia y los abusos de empresas mineras contra
pueblos indígenas, la violencia de los hacendados contra campesinos, el caso de los
ejércitos privados de hacendados en el norte de Brasil, en Guatemala y México por
ejemplo ha generado numerosas intervenciones. Estos son temas nuevos en el
sistema interamericano, pero temas viejos en la realidad política y social de América
Latina. Como los actores no estatales por definición no violan derechos humanos y
los mecanismos están pensados para hacer responder a los Estados, cada vez se
extiende más la responsabilización de los Estados por la acción de particulares. En el
sistema interamericano no está planteado extender la noción de violación de
derechos humanos a acciones de particulares pues la limitación de la Convención es
clara. Pero hay debates teóricos en la comunidad internacional de derechos humanos
al respecto. Por ejemplo quienes quieren extender la noción para responsabilizar a
empresas multinacionales, o a grupos armados como se ha hecho ya en el plano del
derecho penal internacional. Cuando se plantea la discusión sobre el conflicto
armado interno en Colombia, la Comisión muchas veces ha denunciado violaciones
de derechos por las FARCv, pero lo hace planteando que son violaciones de normas
de derecho internacional humanitario, o sea las normas que rigen en la guerra, en el
conflicto armado interno, y no planteando que son violaciones a los derechos
humanos. Este es un tema central para la legitimación del sistema interamericano. El
sistema no puede hacer un seguimiento de la situación en Colombia sin plantear, por
ejemplo, una crítica a los secuestros o a las prácticas de violencia sistemática sobre

16
población indígena o campesina cometidos por las FARC. Esto hace el sistema pero
sin extender la noción de derechos humanos. En el plano del derecho penal
internacional que regula los crímenes internacionales, se ha responsabilizado a partir
del Estatuto de Roma a actores no estatales con control territorial de implementar
políticas o planificar actos de violencia que pueden caracterizar como crímenes de
lesa humanidad. Pero la noción de derechos humanos sigue atada a la
responsabilidad directa o indirecta de los Estados. Quizá el punto central es partir de
que la noción de derechos humanos tiene un contexto acotado, que tiene límites. No
hay por qué llevar el concepto más allá de estos límites. Pero hay que encontrar
alguna manera de tratar con la situación de afectación de derechos que provienen de
actores no estatales. Creo que este es un tema que ya excede la noción de derechos
humanos y de responsabilidad de los Estados, porque éstos no pueden ser llevados a
un nivel de responsabilización por todo lo que pasa, por la prevención de todos los
delitos. El deber de protección no puede ser estirado indefinidamente. Y cada vez
existen más actores no estatales, por ejemplo el crimen organizado, el narcotráfico,
que son responsables de prácticas de violencia sistemática, homicidios que
responden a patrones, desapariciones de líderes sociales y activistas, masacres de
comunidades enteras. Y no son exactamente actores de conflictos armados, por lo
que las categorías del derecho de la guerra tampoco sirven. Yo creo que es un tema
de discusión para el cual no tengo una respuesta, salvo afirmar que es imposible
abordar estos conflictos o al menos ciertos aspectos de estos conflictos desde la
perspectiva de la responsabilidad estatal por violación de derechos humanos.

El problema que se planteó sobre los sitios de memoria, es un tema que me supera.
Pero hay un tema que se mencionó que es el de que las democracias no están
consolidadas. ¿Cómo lograr que ciertos logros sean irreversibles? Es muy difícil
lograr esto. Creo que las políticas de memoria son una de las estrategias centrales
de los Estados y de la sociedad civil para contribuir al menos a que ciertos logros en
materia de derechos humanos sean lo más cercano posible a logros irreversibles en
un contexto de fragilidad muy importante.

17
En relación a la pregunta con respecto a violencia por cuestiones de género en los
casos en que se ha impuesto responsabilidad estatal, son casos en donde esa
violencia se presenta con características estructurales. No son casos aislados, sino
que hay patrones de violencia estructural, y al mismo tiempo la falta de respuestas
por parte del Estado es evidente. O sea, el Estado no tiene mecanismos preventivos
y si los tiene no funcionan, o no se investigan los casos y si se investigan no hay
condenas. Por ejemplo el caso de Ciudad Juárez, donde la responsabilización del
Estado va más allá de quién haya cometido el crimen, que posiblemente sean
actores no estatales. La responsabilización pasa por la ineficacia de los mecanismos
de prevención y por la falta de respuesta en las investigaciones. Hay casos terribles
en relación a la violencia contra las mujeres en países como Guatemala, donde el
30% de las mujeres que mueren víctimas de violencia familiar tenían una orden de
protección. Esto marca un poco el tipo de Estado que tenemos, a qué Estado le
estamos reclamando garantías.

En relación con el legado de las dictaduras y la violencia policial quiero ser muy
breve. Sin duda hay líneas de continuidad entre la violencia estatal del terrorismo de
Estado y algunas formas de violencia policial en la actualidad. Creo que el trabajo de
la Comisión Provincial de la Memoria de Buenos Aires es uno de los que mejor
expone esta línea de continuidad entre prácticas del terrorismo de Estado y la tortura
en las cárceles y en las comisarías de la provincia de Buenos Aires. Hoy no hay un
Estado que elabora un plan sistemático para torturar, pero hay tortura sistemática y
estructural que el Estado no logra revertir. Entonces, hay una línea de continuidad y
hay formas de violencia que también han sido de alguna manera “talladas” o
“marcadas a fuego” por la práctica de violencia del terrorismo de Estado. Podemos
pensar, para los argentinos, la idea de las “zonas liberadas”. Ésta es una idea
vinculada al terrorismo de Estado pero es también una práctica policial que se sigue
manteniendo, como lo prueba el caso del homicidio del fotógrafo José Luis Cabezas.
Dicho esto, agregaría un punto que me parece importante para la discusión:
llevamos 25 años de democracia y persisten ciertas formas atroces de violencia
policial. Creo que plantear esta violencia sólo como un legado de la dictadura es
insuficiente. Tenemos un problema que es la democracia que construimos en la
Argentina. Tuvimos cinco o seis gobiernos democráticos pero seguimos teniendo

18
tortura estructural en las cárceles, seguimos teniendo patrones persistentes de
violencia policial. Nuestros gobernantes todavía siguen planteando, desde la
izquierda y la derecha, discursos de “mano dura” (para ello basta con ver la
campaña electoral actual). Entonces, no basta con plantear esto como un legado de
la dictadura. Creo que tenemos un problema de derechos humanos que es parte del
déficit de la democracia.

Buenos Aires, 18 de mayo de 2009

i
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) es una de las dos entidades del sistema
interamericano de protección y promoción de los derechos humanos en las Américas. Tiene su sede en
Washington, D.C. La CIDH es un órgano principal y autónomo de la Organización de los Estados
Americanos (OEA), cuyo mandato surge de la Carta de la OEA y de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos, y que actúa en representación de todos los países miembros de la OEA. Está
integrada por siete miembros independientes que se desempeñan en forma personal, que no
representan a ningún país en particular y que son elegidos por la Asamblea General. Ya en 1961 la CIDH
comenzó a realizar visitas in loco para observar la situación general de los derechos humanos en un país,
o para investigar una situación particular. Desde entonces ha realizado 69 visitas a 23 países miembros.
Con respecto a sus observaciones de tipo general sobre la situación en un país, la CIDH publica informes
especiales, habiendo publicado hasta la fecha 44 de ellos. Desde 1965 la CIDH fue autorizada
expresamente a recibir y procesar denuncias o peticiones sobre casos individuales en los cuales se
alegaban violaciones a los derechos humanos. Los informes finales publicados en relación con estos
casos pueden encontrarse en los informes anuales de la Comisión o por país.
ii
La Convención Americana sobre Derechos Humanos (también llamada Pacto de San José de Costa
Rica) fue suscrita, tras la Conferencia Especializada Interamericana de Derechos Humanos, el 22 de
noviembre de 1969 en la ciudad de San José de Costa Rica y entró en vigencia el 18 de julio de 1978. Es
una de las bases del sistema interamericano de protección de derechos humanos. Los Estados partes en
esta Convención se "comprometen a respetar los derechos y libertades reconocidos en ella y a garantizar
su libre y pleno ejercicio a toda persona que esté sujeta a su jurisdicción, sin discriminación alguna". Si el
ejercicio de tales derechos y libertades no estuviere ya garantizado por disposiciones legislativas o de
otro carácter, los Estados partes están obligados a adoptar medidas legislativas o de otro carácter que
fueren necesarias para hacerlos efectivos. Como medios de protección de los derechos y libertades,
establece dos órganos para conocer de los asuntos relacionados con el cumplimiento de la Convención:
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
iii
La Corte Interamericana de Derechos Humanos es la otra entidad que conforma el sistema
interamericano de protección y promoción de los derechos humanos en las Américas. Tiene su sede en
San José de Costa Rica y es una institución judicial autónoma de la Organización de los Estados
Americanos cuyo objetivo es la aplicación e interpretación de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos y de otros tratados concernientes al mismo asunto y fue establecida en 1979. Está formada
por juristas de la más alta autoridad moral y reconocida competencia en materia de derechos humanos
elegidos a título personal.
iv
Hábeas Corpus es un recurso jurídico consistente en hacer una presentación ante un juez cuando un
ciudadano es detenido. El juez debe localizar a la persona detenida (averiguar qué fuerza la detuvo y
dónde se encuentra), debe establecer si la detención es legal o ilegal y si debe continuar o concluir.
Durante el período del terrorismo estatal la inmensa mayoría de los hábeas corpus presentados en favor
de las personas detenidas-desaparecidas eran “rechazados”. Así, sus familiares no obtenían ningún tipo
de respuesta por parte del Estado.
v
FARC, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Grupo guerrillero (el más antiguo y numeroso de
América Latina) que opera en Colombia y en las regiones fronterizas de Venezuela, Ecuador, Panamá y
Perú. Son partícipes del conflicto armado colombiano desde su conformación en 1964 y son dirigidas por

19
un secretariado de siete miembros que estuvo bajo el comando de Pedro Antonio Marín, conocido por los
alias de Manuel Marulanda o Tirofijo hasta su muerte en marzo de 2008, desde entonces su comandante
en jefe es “Alfonso Cano”.

20
Clase 3

RACISMO Y DISCRIMINACION

Como señalamos sobre el final de la primera clase, pensar la igualdad requiere siempre
pensarla en el marco de la comunidad y del conjunto de derechos y responsabilidades que
derivan del vivir-en-común, ya que es la comunidad la que nos permite dar sentido,
contenido y alcance a aquello que entendemos por igualdad. Es importante tener presente
que este tipo de definiciones –desde la libertad y la igualdad hasta las nociones de
discriminación y racismo– tienen siempre un carácter social; esto es que toda atribución de
sentidos se funda y asienta sobre creencias y valores socialmente compartidos. Desde la
perspectiva del paradigma de los derechos humanos, la experiencia diaria del menosprecio
y el desinterés por el principio de igualdad nos lleva a centrar la atención en las prácticas y
situaciones que se presentan como la contracara de este principio: hablamos en este punto
de aquello que llamamos discriminación.
Nuestra tarea en este módulo se centra en la especificidad que adoptan las
modalidades del desinterés por el principio de igualdad. Con este objetivo, podemos
comenzar con una pequeña exploración que permite poner en relieve ciertos aspectos de
esta problemática. En 1925 la Real Academia Española incorpora en su Diccionario de la
Lengua la palabra “discriminación”. Esta incorporación resulta bastante reciente y tiende a
contradecir nuestro sentido común, según el cual esta palabra estaría presente en nuestro
léxico desde tiempos más remotos. Desde 1925, y hasta la edición de 2001, la palabra
discriminación significaba “separar, distinguir, diferenciar una cosa de otra”.
Sin embargo, en 1970 se incorpora una segunda acepción de la palabra, en la que
encontramos puntos de contacto con el sentido actual que le atribuimos. En ese momento
se incorpora la idea de que discriminación alude también a “dar trato de inferioridad a una
persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.”

Como señalábamos, será sólo muy recientemente, en 2001, que ambas acepciones
se combinarán en la significación principal atribuida a la palabra: discriminación significa

1
“seleccionar excluyendo”1.

Aun así, pensar el menosprecio por el principio de igualdad requiere de mayores


precisiones para poder dar cuenta de las prácticas vigentes a nivel social. Esto hace que
resulte necesario reflexionar sobre las diversas formas que adoptan ciertos modos de
interacción social, aquellas que conocemos como prácticas sociales discriminatorias. En
este sentido creemos de importancia retomar la perspectiva desarrollada en el Plan
Nacional contra la Discriminación (2005):

Entendemos como práctica social discriminatoria a cualesquiera de las siguientes acciones:


a) crear y/o colaborar en la difusión de estereotipos de cualquier grupo humano por
características reales o imaginarias, sean éstas del tipo que fueren, sean éstas positivas
o negativas y se vinculen a características innatas o adquiridas;
b) hostigar, maltratar, aislar, agredir, segregar, excluir y/o marginar a cualquier miembro
de un grupo humano del tipo que fuere por su carácter de miembro de dicho grupo;
c) establecer cualquier distinción legal, económica, laboral, de libertad de movimiento o
acceso a determinados ámbitos o en la prestación de servicios sanitarios y/o educativos
a un miembro de un grupo humano del tipo que fuere, con el efecto o propósito de impedir
o anular el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos humanos o libertades
fundamentales 2.

Un primer aspecto a destacar es que en nuestro análisis hacemos referencia a


prácticas sociales discriminatorias –en lugar de hablar de 'actos discriminatorios'– en la
medida en que dar cuenta de las prácticas sociales nos permite adentrarnos en los marcos
comunitarios que organizan, dan sentido y hacen inteligibles los actos que ponen en escena
las matrices discriminatorias vigentes en cada sociedad y para cada momento histórico. En
la medida en que no se trata de hechos o eventos aislados, consideramos de importancia
abordar esta cuestión en términos de prácticas sociales, ya que permiten dar cuenta de las
regularidades socio-históricamente determinadas de articulación entre personas, grupos
de personas y bienes sociales (simbólicos, materiales, etc.). Cuando hablamos de prácticas
sociales discriminatorias estamos tematizando aquellas formas de obrar, pensar y sentir
que, sobre la base de la asignación de atributos estereotipados, tienen como resultado
menoscabar, restringir o anular la capacidad de las personas para poner en práctica y gozar
plenamente de sus derechos.

1 Respecto de las diferentes ediciones del Diccionario de la lengua española, véase la web de la Real Academia
Española: http://www.rae.es/
2 VVAA (2005). Hacia un Plan Nacional contra la Discriminación. Buenos Aires: INADI-PNUD, pág. 41.

2
Por su parte, cuando hablamos de racismo nos referimos a una construcción
ideológica que articula dos creencias: la primera, sostiene que existiría la posibilidad de
segmentar al género humano en grupos sobre la base de un conjunto de características
biológicas comunes (la “raza”, concepto que ha sido abandonado tanto por su
inconsistencia científica como por sus implicancias políticas) y, la segunda, que de dicha
pretendida segmentación se derivaría una jerarquización necesaria entre dichos grupos
humanos y las características que se les atribuyen. En suma, de manera general, podemos
decir que el racismo sostiene una pretendida superioridad de cierto/s grupo/s
poblacional/es, portador/es de determinadas características, por sobre otros. En este
sentido, es importante retomar la perspectiva presentada por Rita Segato cuando sostiene
que “la raza no es una realidad biológica ni una categoría sociológica, sino una lectura
históricamente informada de una multiplicidad de signos, en parte biológicos, en parte
derivados del arraigo de los sujetos en paisajes atravesados por una historia”.3
A los fines de nuestro análisis resulta relevante destacar que existen distintas
dimensiones en las que se hacen tangibles las prácticas sociales discriminatorias: a nivel
simbólico-discursivo, a nivel físico-corporal y a nivel institucional-normativo. Estos
grandes patrones nos permiten clasificar las diversas situaciones y manifestaciones
concretas que adoptan estas prácticas.
El tipo de análisis que proponemos tiene la importancia de no centrar la reflexión
sobre quienes históricamente resultan (y han resultado) víctimas de diversas formas de
discriminación. Por el contrario, el objetivo es iluminar los mecanismos que hacen posible
el despliegue del racismo, la discriminación, la xenofobia y otras formas de intolerancia. Es
importante tener presente que estas prácticas son las que ponen en marcha la valencia
diferencial de las personas y que son las que sostienen y refuerzan las construcciones
simbólicas que inferiorizan a determinados grupos de personas. Es sobre estos
procedimientos (negativización, marcaje o estereotipificación e inferiorización y trato
diferenciado) que se funda la negación en el reconocimiento, acceso, goce y ejercicio de
derechos a determinados grupos de personas.
En primer lugar, destacamos aquellas acciones que apuntan a la creación y
reproducción de representaciones simbólicas y estereotipos respecto de determinados
grupos de personas. Como sabemos, los estereotipos son imágenes, ideas o referencias de

3Segato, R. (2010). Los cauces profundos de la raza latinoamericana: una relectura del mestizaje. En: Crítica y
Emancipación, año II N°3. p. 32. Disponible en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/

3
contenido reduccionista que resultan comúnmente aceptadas en el seno de las sociedades
sobre la base de la naturalización de los contenidos transmitidos. Estas referencias
proponen pautas de identificación y caracterización para distintos grupos de personas
(generalmente sobre la base de caracteres atribuidos y asociados a valoraciones negativas),

reduciendo la complejidad social a un aspecto saliente vinculado a prejuicios y “lugares


comunes”. Los estereotipos son el resultado de una selección de predicados posibles que,
por fuerza de la costumbre y de las representaciones dominantes de la cultura, termina
instalándose como la forma natural de pensar. Por ejemplo, una forma típica que adoptan
estas prácticas es la de atribuir formas de comportamiento a las personas en función de su
nacionalidad y de ello derivar generalizaciones positivas o negativas: “los … son todos
vagos” en contraposición a “los … son muy trabajadores”. Lo mismo ocurre si
reemplazamos la nacionalidad por otro aspecto vivencial: el género, el aspecto físico (ya
sea el color de la piel como el peso corporal), la adscripción religiosa, entre otros.
En segundo lugar, podemos dar cuenta de prácticas sociales que se relacionan con
formas de violencia directa y de hostigamiento físico sobre personas o grupos de personas.
De manera general, podemos señalar que estas prácticas suelen sustentarse en
construcciones simbólicas que fundamentan (hacen pensable) y viabilizan (hacen posible)
el ejercicio de la violencia física directa sobre determinadas personas y grupos de personas.
Incluimos en este grupo a las prácticas de maltrato, agresión, segregación, exclusión y
marginación, entre muchas otras formas de violencia directa que se ejercen sobre la
corporalidad de las personas. Entre los muchos ejemplos que podemos citar respecto de
estas prácticas se cuentan las agresiones físicas directas a diversidades sexuales y de
género.
En tercer lugar, mencionamos aquellas prácticas de tipo institucional- normativo
que tienen como resultado el establecimiento de distinciones formalmente inscriptas en el
marco de instituciones sociales, lo que implica diversos grados de codificación de los
parámetros de inclusión/exclusión de las propias instituciones. Este fue el caso de las leyes
de Nuremberg de 1935 por medio de las cuales se establecía quienes eran o no de “sangre
alemana” y, en virtud de eso, quienes detentaban la nacionalidad y quienes eran excluidos
de esa tutela (y por tanto de el goce de muchos derechos). En lo que respecta a la Argentina,
encontramos distinciones formalmente inscriptas en la ley en, por ejemplo, la creación de

4
las llamadas “reducciones civiles estatales para indígenas” a partir de 1911.4 Bajo este
rótulo, tal como señala Musante, encontramos “un sistema concentracionario de personas
implementado por el Estado nacional para sedentarizar, disciplinar y controlar a la
població n originaria vencida en las campañ as militares de la regió n chaqueñ a. (…) Fueron
espacios donde los grupos sociales recluidos se definieron por una característica
específica, la é tnica, y a quié nes se les atribuyó un atributo de peligrosidad que justificó
la estrategia de concentració n”5.

HISTORIA Y NEGACIÓN DE DERECHOS

Si bien resulta sumamente complicado –y por demás infructuoso– intentar rastrear el


origen concreto de estas prácticas, debemos destacar que en determinado momento
histórico estas formas de simbolización y de categorización de las diversidades presentes
al interior de cada comunidad fueron especialmente difundidas. Hacemos referencia aquí
al momento que de manera más directa incidió en las prácticas discriminatorias
actualmente vigentes: el período de conformación y consolidación de los Estados
nacionales modernos. Con diversas temporalidades en cada caso, la conformación de
estructuras políticas caracterizadas por el monopolio de la violencia, el control territorial

4 Entre 1911 y 1955 se desarrolló en nuestro país un sistema de reducciones civiles estatales para indígenas que
funcionaron en los territorios nacionales de Chaco y Formosa, bajo el control del Estado nacional. Las reducciones
indígenas estatales fueron cuatro: Napalpí (Chaco, 1911), Bartolomé de las Casas (Formosa, 1914), Francisco
Javier Muñiz (Formosa, 1935) y Florentino Ameghino (Formosa, 1936). Es importante remarcar que las
reducciones civiles estatales para indígenas funcionaron bajo la tutela del Estado nacional. Hasta 1946, el
organismo de control era la Comisión Honoraria de Reducciones de Indios, dependiente a su vez del Ministerio
del Interior de la Nación (entre 1912 y 1916 se llamó Comisión Financiera de Reducciones de Indios). Después de
1946 y hasta su provincialización, pasaron a estar a cargo de la Dirección de Protección al Aborigen, que dependía
de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, amparada directamente bajo la Presidencia de la Nación. Al mismo
tiempo, las actuales provincias de Chaco y Formosa eran Territorios Nacionales. Chaco fue declarada provincia en
1951 por medio de la Ley Nacional Nº 14 037 y Formosa en 1955 por la Ley Nacional N° 14 408. Véase: Musante
M. (2018). “Reducir y controlar” en AAVV., En el país de nomeacuerdo: Archivos y memorias del genocidio del Estado
argentino sobre los pueblos originarios, 1870-1950 [en línea], Viedma: Editorial UNRN.
5 Al respecto el autor destaca que “las reducciones civiles estatales no son consideradas en este trabajo como
un espacio de exterminio en el sentido de los campos del nazismo, pero sí como un espacio marcador de sujetos.
En este sentido, siguiendo a Agamben (2001), en las reducciones el sujeto que ingresa al campo ya había sido
privado anteriormente de sus derechos de ciudadano. El indígena que forma parte de Napalpí o Bartolomé de
las Casas es un sujeto que está siendo acorralado, perseguido y asesinado por las campañ as militares a la regió n.
Quié n ingresa allí lo hace en una situació n de indefensió n y subalternidad extrema ante quié nes ostentan el
ejercicio del poder”. Véase Musante Marcelo (2013). Las reducciones estatales indígenas. ¿Espacios
concentracionarios o avance del proyecto civilizatorio?. VII Jornadas Santiago Wallace de Investigación en
Antropología Social. Sección de Antropología Social. Instituto de Ciencias Antropológicas. Facultad de Filosofía y
Letras, UBA, Buenos Aires.

5
y el establecimiento de burocracias estables comenzaron a delinearse desde mediados del
siglo XVIII6.
En Argentina este proceso se inicia con los movimientos independentistas y se
consolida entre 1880 y 1930. En consonancia con las ideas vigentes a nivel internacional,
el Estado Argentino orientó su accionar en sentido de redefinir las reglas social y
políticamente vigentes. A partir de la década de 1870 comienzan a desarrollarse políticas
tendientes a regular distintos espacios de intercambio social y productivos, desde las
reformas urbanas (inspiradas en las teorías vigentes respecto de la salubridad social) hasta
el desarrollo del encierro penitenciario y los saberes criminológicos. En este marco
podemos situar, hacia el cambio de siglo, el desarrollo de políticas “modernizadoras”
fuertemente permeadas por construcciones simbólicas respecto de “lo nacional” y de sus
atributos. De la mano de teorías científicas de gran aceptación (positivismo, higienismo,
normalismo, etc.), la sociedad argentina redefinió los términos demarcatorios de su
identidad y las pautas de delimitación de incluidos-excluidos. Las decisiones políticas y las
reglas sociales de interacción resultaron reformuladas: las poblaciones originarias, las
poblaciones migrantes, los niños y niñas, los portadores de determinadas filiaciones
políticas, entre muchos otros, pasaron a ser objetos de permanente vigilancia y corrección
por parte del Estado nacional.
Lo que subyace en este conjunto de políticas es la presencia de elementos narrativos
vinculados a la idea de “homogeneidad”. Nos referimos aquí a las distintas presentaciones
de esta idea: homogeneidad étnica, cultural, religiosa, lingüística, etc. Un elemento a
destacar es que, dada la vigencia de estructuras simbólicas jerarquizantes, la valoración
positiva de determinados rasgos trajo aparejada la descalificación de todo aspecto que no
coincidiera con dicha valoración. En este sentido, se asoció la noción de “normal” a aquello
estimado como positivo para la sociedad y, en consecuencia, toda “desviación”, todo
“problema” emergente en el seno de la sociedad se vinculó a personas o grupos que no se
adecuaron a la norma y la imagen de “sociedad bien ordenada”. Esta construcción
negativizante de las diversidades tildó como “anormal” a un amplio espectro social.
En este marco podemos comprender en profundidad y resignificar las implicancias
de las políticas desarrolladas con el objetivo de “integración nacional” desde los ámbitos

6Para mayor precisión respecto de este proceso véase, entre otros: Weber M.(2002). Economía y sociedad.
México: FCE; Foucault M. (2001). Defender la sociedad. Buenos Aires: FCE; y Oszlak O. (1997). La formación
del Estado Argentino. Buenos Aires: Planeta.

6
educativos, sanitarios, legislativos, judiciales, comunicacionales, policiales, militares, etc.
Aún cuando un análisis detallado de este conjunto de políticas resultaría demasiado
extenso en este contexto, vale la pena destacar que esta matriz general de valoración de las
determinaciones comunitarias perdura en la actualidad y su vigencia podemos constatarla
sobre la base del análisis de las prácticas sociales discriminatorias.
Es en esta clave que, si focalizamos la mirada en las prácticas discriminatorias,
notamos la extensión de los grupos de personas que resultan víctimas de estas diversas
formas de negación del principio de igualdad. En primer lugar, y sin que esta presentación
responda a la magnitud ni a la extensión de las prácticas analizadas, destacamos la situación
de quienes han sido históricamente posicionados/as en situación de dependencia: las
mujeres, los niños y niñas, y los/as adultos/as mayores. En lo que se refiere a la situación
de las mujeres, constatamos que su desigualdad social (es decir, la posición inferiorizada
en el esquema jerárquico que venimos analizando) tiene como sustento la interpretación
cultural que se hace de la diferencia biológica. Por otra parte, respecto de niñas y niños, su
inscripción social en términos de “minoridad” y dependencia de sus padres y madres ha
llevado a que sean considerados objetos de protección-tutela y judicial, desconociendo su
carácter de sujetos de derechos. Finalmente, en el caso de las personas adultas mayores,
debemos notar que su descalificación y subordinación se asocia principalmente a la
valoración negativa asignada a las transformaciones psico-sociales y corporales vinculadas
al envejecimiento, que lleva a las personas adultas mayores a ser consideradas “objetos de
cuidados”. En este sentido, “en nuestra sociedad, donde se valora a los seres humanos por
su vinculación con la capacidad de producir o de acumular riqueza material, el paradigma
a emular resulta ser el de la juventud, sana, fuerte y productiva”7.
Por otra parte, vale la pena analizar el impacto de las prácticas discriminatorias sobre
las personas y grupos de personas cuyas determinaciones existenciales se hallan
fuertemente vinculadas a su origen étnico y/o nacional8. En este punto hacemos referencia
a las comunidades y colectividades de pueblos originarios, afrodescendientes, judías,
árabes e islámicas, gitanas y migrantes (incluyendo a los/as refugiados/as), entre otras. De
manera general, podemos establecer que el ideal de la “integración nacional” implicó para

7Hacia un plan nacional…, op. cit., p. 92.


8Seguimos aquí la perspectiva adoptada por el Plan Nacional contra la Discriminación, según el cual puede
entenderse como grupo étnico-nacional a “toda colectividad de individuos con tradiciones y/o lengua y/o
religión y/u origen territorial común y que asuma su pertenencia a dicho colectivo, siendo esta ‘auto- inclusión’ la
característica central de su pertenencia”. Ibidem, p. 102.

7
estos grupos diversas formas de anulación de las particularidades culturales e identitarias
propias. El ideario nacionalista potenció el valor de la homogeneidad cultural de la nación
y, por tanto, tendió a considerar que los rasgos salientes de otras identidades nacionales
y/o étnicas atentaban contra la consolidación de las estructuras políticas y sociales
proyectadas. En este sentido, señala Grimson que la “desetnicización se vinculó a la
promesa de cierta igualdad siempre sobre la base de aceptar parámetros culturales
definidos como ‘argentinos’”9. Desde entonces toda valoración de la diferencia cultural y/o
étnica ha estado fuertemente permeada por su exotización, extranjerización y marcaje de
su “diferencia constitutiva” respecto de los valores, creencias y costumbres vigentes en la
sociedad.
En lo que hace a otros grupos de personas cuyas determinaciones existenciales no
coincidían (ni coinciden) con valoraciones positivas encontramos a quienes, por diversos
motivos, no se corresponden con el paradigma de “normalidad orgánico- anatómico-
funcional”. Este es el caso de las personas con discapacidad (sean físicas, mentales,
intelectuales y/o sensoriales) y de personas portadoras de determinadas enfermedades
(VIH y Sida, cáncer, etc.). La impronta higienista dentro del sistema social y político,
especialmente dentro del campo de la salud, estableció pautas sumamente discriminatorias
que cualifican a estas personas, sus vidas, expectativas, posibilidades y derechos.

De manera similar, personas con diversas orientaciones sexuales e identidades de


género fueron relegadas en el ejercicio de su derecho al desarrollo de una vida plena y libre
de discriminaciones. Desde un discurso que concebía a la sexualidad desde una mirada
“única, normal, sana y legal” se articularon las diversas formas de negación de derechos,
estigmatizaciones y discriminaciones que han tenido como víctimas a quienes asumían
estas identidades codificadas como “anormales”, “desviadas” e, incluso, “enfermas”.
Vale la pena destacar que el hecho de que tanto el género como la pobreza resultan
ejes transversales que se acoplan a las manifestaciones usuales de discriminación. Este tipo
de análisis, atento al hecho de que las personas sufren opresión u ostentan privilegios en
base a su pertenencia a múltiples categorías sociales, es generalmente referido como
“interseccionalidad” 10. Esta categoría de análisis resulta útil para poder dar cuenta de los

9 Grimson A. (2006). Nuevas xenofobias, nuevas políticas étnicas en Argentina. En: Migraciones regionales hacia
la Argentina: Diferencia, desigualdad y derechos. Buenos Aires: Prometeo, p. 3.
10 Véase al respecto Crenshaw K. (2012). Cartografiando los márgenes. Interseccionalidad, políticas identitarias, y

violencia contra las mujeres de color. En: Platero L. (coord.), Intersecciones: Cuerpos y sexualidades en la
encrucijada. Barcelona: Bellaterra, pp. 87-122.

8
componentes que confluyen en un mismo caso, multiplicando las desventajas y
discriminaciones. Es por ello que destacamos que la estructura simbólica de valoración de
lo masculino y lo femenino ha tendido siempre a inferiorizar a las mujeres (y otras personas
feminizadas), posicionándolas en roles subalternos y minorizados. A su vez, la situación
socio-económica de pobreza y/o exclusión social ha redundado en la marginación y
exclusión social de quienes se ubican en las escalas más bajas o nulas de participación de la
renta social.
De manera general hemos presentado las matrices discriminatorias vigentes en
nuestra sociedad. Vale la pena recalcar que todos estos grupos resultan víctimas de formas
de discriminación específicas dentro de cada una de las dimensiones generales
anteriormente descriptas: simbólico-discursivo, físico-corporal e institucional-normativo.
Asimismo, volvemos sobre la idea de que las prácticas sociales discriminatorias tienen la
característica de instituirse en marcos de sentido determinados socio-culturalmente. Esto
implica que a lo largo de la historia los roles atribuidos, el tipo de interacciones posibles al
interior de cada sociedad y las expectativas para el desarrollo de una vida plena han variado
de acuerdo a un conjunto amplio de variables. En este sentido, uno de los aspectos
fundamentales que inciden y han incidido de manera determinante en la adopción de estas
pautas de interacción han sido las formas históricas en que cada sociedad se ha ido
autorrepresentando; esto es, la medida en que cada sociedad ha podido tematizar la
pluralidad, diferencia y diversidad que le es constitutiva.

DISCRIMINACIÓN Y VIGENCIA DE LOS DERECHOS HUMANOS

En este contexto debemos destacar que la incorporación de la perspectiva y la agenda de


los derechos humanos en el escenario político y social de nuestro país han permitido, y
permitirán en el futuro, articular de forma novedosa los reclamos de igualdad y de
reconocimiento, acceso y ejercicio de derechos de una parte muy importante de la sociedad.
Si bien a lo largo del siglo XX pudieron constatarse ciertos avances en este sentido (derechos
civiles de las mujeres, sufragio femenino, derechos de los/as trabajadores/as, etc.), la
recuperación de la democracia en 1983 marcó un punto de inflexión, en tanto estas
aspiraciones y voluntades pudieron articularse y comenzar a ser tematizadas a nivel
político.
En Argentina, hasta hace algunos años, hablar de discriminación resultaba poco claro

9
ya que no se comprendía plenamente a qué se hacía referencia y tendía a pensarse que se
aludía a situaciones particulares de algunas personas: se asociaba esta noción al
antisemitismo, a personas con ciertas enfermedades, a personas con diversa identidad de
género. En todos estos ejemplos, presentados intencionalmente de forma esquemática y
exacerbada, la discriminación era entendida como un problema ajeno al conjunto de la
sociedad, limitado y relativo a algunas personas o, en el mejor de los casos, a ciertos grupos.
Es por ello que creemos de importancia destacar distintas perspectivas posibles
para hacer frente a situaciones de discriminación. Desde la mirada estatal se han
desarrollado diversas estrategias, entre ellas las políticas de acción afirmativa y políticas
de prevención y/o sensibilización. Sobre la base del reconocimiento de la herencia de las
distintas formas de discriminación a lo largo del tiempo, las políticas de acción afirmativa
se orientan a revertir las consecuencias más notorias de estas desigualdades, con el
objetivo final de eliminar los motivos que les dieron origen. Este sería el caso, por ejemplo,
de las becas educativas destinadas a alumnos/as de determinados orígenes, los cupos
legislativos y sindicales, etc.
Por otra parte, en la medida en que cuando hablamos de discriminación hacemos
alusión a prácticas simbólicas, las estrategias de prevención y sensibilización se vinculan
de forma directa a la difusión y promoción de derechos. A fin de promover la
desnaturalización de prácticas discriminatorias, uno de los objetivos centrales de difusión
de derechos apunta a mejorar los circuitos de información, difusión y acceso a la justicia para
toda la población, atendiendo especialmente a la situación de quienes suelen ser excluidos
y/o marginados.

Una mención aparte merece la labor legislativa, en sentido de promover la sanción


de leyes centrales en esta materia. En los últimos años hemos avanzado de manera
significativa en el reemplazo y creación de normas tendientes al reconocimiento de las
diversidades y a la protección de derechos. Entre muchas otras debemos destacar la
aprobación y/o ratificación de instrumentos internacionales de protección de los derechos
humanos (Protocolo Facultativo de la Convención sobre la Eliminación de todas las formas
de Discriminación contra la Mujer, Ley Nº 26.171; Convención Internacional sobre la
Protección de los derechos de todos los Trabajadores Migratorios y de sus Familiares, Ley
Nº 26.202; competencia del Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial para
recibir y examinar comunicaciones de personas o grupos víctimas de discriminación, Ley
Nº 26.162; Convención Internacional de los Derechos de las Personas con Discapacidad,

10
Ley Nº 26.378).
Asimismo, se han puesto en marcha numerosas leyes de protección específica: Ley
de Migraciones (Ley Nº 25.871); Ley declarando la Emergencia de la Posesión y Propiedad
de Tierras de Comunidades Indígenas (Ley Nº 26.160); Ley de Protección Integral de los
Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes (Ley Nº 26.061); Ley de Educación Nacional (Ley
Nº 26.206); Ley de Presupuestos Mínimos de Protección Ambiental de los Bosques Nativos
(Ley Nº 26.331); Ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la
Violencia contra las Mujeres (Ley Nº 26.485); Ley de Reconocimiento y Protección al
Refugiado (Ley Nº 26.165); Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (Ley Nº 26.522);
Ley de Matrimonio Igualitario (Ley Nº 26.618); Ley de Identidad de Género (Ley Nº26.743);
Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (Ley Nº 27.610), entre muchas otras.En este
marco, otro aspecto de importancia a considerar son las estrategias nacionales
desarrolladas para dar cumplimiento a las obligaciones contraídas a nivel internacional. En
la Argentina, las políticas nacionales de protección y promoción dederechos son llevadas
adelante desde distintos Ministerios y Secretarías, a saber: Ministerio de las Mujeres,
Géneros y Diversidad; Secretaría de Derechos Humanos; Instituto Nacional contra la
Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI); Instituto Nacional de Asuntos
Indígenas (INAI); Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), entre otros. Vale la pena
destacar que muchos de estos organismos son también los responsables del seguimiento y
aplicación de las distintas convenciones internacionales de derechos humanos.
Es importante tener presente que las instituciones de derechos humanos son
relativamente nuevas en el marco del diseño institucional público. Estos organismos han
adoptado diferentes formas en distintos países y regiones. En América Latina suelen
ocupan este lugar predominante las Defensorías del Pueblo y las Comisiones Nacionales de
Derechos Humanos. Estas instituciones se inspiran en la necesidad de contar con un ámbito
dentro del Estado capaz de monitorear la vigencia de los derechos humanos, recibir
denuncias, realizar investigaciones sobre posibles violaciones, determinar patrones de
violaciones, realizar diagnósticos de situación, entre otra cantidad de acciones. En este
sentido, podemos decir que los avances en la incorporación de la perspectiva de los
derechos humanos han sido sostenidos.
Desde nuestra perspectiva, resulta central comenzar a pensar el paradigma de
derechos sobre la base del abandono de la premisa liberal de ciudadanía, según la cual la
incorporación a la comunidad dependía del relegamiento de las identidades y las

11
determinaciones existenciales al ámbito construido como “privado”, lo que en términos
prácticos equivalía al reemplazo de una identidad propia por una nueva “identidad común”.
De esta forma, es importante avanzar hacia una nueva conformación de lo estatal donde el
Estado ya no sea pensando en términos de neutralidad. La idea de neutralidad estatal
respecto de las diferencias sociales ha probado sus límites en la medida en que la
abstracción respecto de las particularidades ha tenido como consecuencia la
profundización de las desigualdades y el despliegue de prácticas sociales discriminatorias.
En la actualidad, las prácticas sociales discriminatorias atentan de manera directa
contra la posibilidad de ejercicio y, más aún, de reconocimiento de la centralidad del
principio de igualdad. A nivel social, la vigencia de este tipo de prácticas puede ser
establecida sobre la base del conjunto de actos, actitudes e ideas (incluyendo gestos, gustos,
lenguajes, etc.) que se despliegan respecto de las personas colocadas en condición de
inferioridad y/o discriminación.

Es en este sentido que hablamos de la importancia de delinear una idea de


comunidad no homogénea: retomamos aquí la perspectiva presentada anteriormente
según la cual el principio de igualdad y el “derecho a tener derechos” devienen tanto
requisitos de configuración de lo social como máximas para orientar la intersubjetividad.
Es por ello que entre las tareas pendientes de una agenda social y política activa en materia
de derechos humanos debemos otorgar un lugar preponderante al reconocimiento como
pares de quienes compartimos el ser-en-común.

12
SÉRIE ANTROPOLOGIA

404

RACISMO, DISCRIMINACIÓN Y
ACCIONES AFIRMATIVAS:
HERRAMIENTAS CONCEPTUALES
Rita Laura Segato

Brasília
2006
2

Racismo, Discriminación y Acciones Afirmativas: Herramientas Conceptuales1

Rita Laura Segato


Universidade de Brasília

Cuando decimos u oímos hablar de “racismo” tenemos una idea del conjunto de
actitudes y acciones a los que esta palabra suele estar asociada. Sin embargo, una
mirada de mayor aproximación, más analítica, nos llevará ciertamente a percibir que ese
término engloba en sí una variedad de sentidos que vale la pena diferenciar para
entender mejor los procesos involucrados y, de esa forma, podernos defender mejor de
sus consecuencias.
Una definición jurídica que hoy puede ser considerada como marco para la
comprensión y la denuncia es la que formula la Convención Internacional para la
Eliminación de todas las formas de Discriminación Racial, también conocida como
CERD, de las Naciones Unidas. Esta convención fue adoptada por la Asamblea General
de la ONU en 1965 y se encuentra vigente desde 1969. La CERD define la
discriminación racial como “cualquier distinción, exclusión, restricción o preferencia
basada en raza, color, descendencia u origen nacional o étnica que tenga el propósito o
el efecto de anular o perjudicar el reconocimiento, gozo o ejercicio en pie de igualdad
de los derechos humanos y de las libertades fundamentales”

RACISMOS

A partir de esa primera definición jurídica que posibilita la identificación de actos


de racismo en términos del Derecho para llevar adelante procesos tanto en el fuero
interno de las naciones que ratificaron el convenio como en el fuero internacional, otras
definiciones se tornan necesarias para poder emprender un camino de protección y
promoción de los grupos discriminados por un camino no jurídico. La comprensión del
fenómeno en sus muchas facetas, por un lado, y en las formas en que se manifiesta
localmente, es fundamental para la ampliación de la conciencia tanto de los que sufren
como de los que operan de una manera racista. Reflexionar sobre el tema, hacerlo parte
de las materias curriculares en la Educación y llevarlo hasta el interior de las
instituciones para que éstas puedan implantar medidas capaces de corregir las
distorsiones introducidas por la mentalidad y las prácticas racistas es indispensable.

1. Esferas del acto racista


Un primer deslinde se refiere a la diferencia entre racismo como prejuicio o como
discriminación.
Prejuicio es una actitud racista de fuero íntimo, de la intimidad, de las convicciones
personales generalmente al respecto de personas no blancas, en tanto que
discriminación es el efecto que esa convicción personal en la esfera pública, la
exclusión que resulta como consecuencia, consciente y deliberada, o no, de los

1
De próxima aparición en Ansión, Juan et allii: Acción afirmativa e interculturalidad. Reflexiones a
partir de la experiencia. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2007
3

miembros de la raza o grupo humano considerado inferior de recursos, servicios y


derechos disponibles en el espacio público.
El prejuicio racial, para existir, necesita y se alimenta de la diferencia, es decir, de
la producción de otredad a partir de trazos visibles que puedan ser fijados como
indicación de otras – supuestas- diferencias no visibles. En otras palabras, el prejuicio se
nutre de la constante otrificación del prójimo.
La discriminación, por su parte, consiste en ofrecer oportunidades y tratamiento
negativamente diferenciados a las personas sobre las cuales recae el prejuicio racial, lo
que acaba por restringir su acceso al pleno usufructo de recursos, servicios y derechos.
Es importante percibir que, en muchos casos, el tratamiento diferenciado negativo
puede reducirse simplemente a no actuar, es decir, a no realizar ningún gesto de
atención específica con relación a una persona que necesita de esta atención, mientras sí
se dispensa esa atención a personas del grupo no discriminado.
Algunos profesionales del Derecho otorgan una gran importancia a la diferencia
entre prejuicio – convicción de fuero íntimo – y discriminación – acción de fuero
público -, y enfatizan que sólo la segunda sería efectivamente procesable y punible por
la aplicación de la ley. Pero sin duda una aproximación meramente legalista al asunto
sería bastante inocua. Si nos quedamos en el campo jurídico no podremos ver que es el
prejuicio, cultivado en la intimidad tanto de la persona como de su grupo inmediato de
familia y amigos, el que alimenta inevitablemente la discriminación ejercida a partir de
las funciones que el particular prejuicioso desempeña en el espacio público. Es de esa
forma, que el prejuicio se transforma en una costumbre - se arraiga en la mentalidad
como si no tuviese historia, y el paisaje social estratificado racial y étnicamente que crea
y re produce se transforma en una especie de naturaleza inamovible, también a-
histórica. La reproducción de ese medio social estratificado por raza y etnia retro-
alimenta, a su vez, cerrando el círculo, el prejuicio personal, pues permite pensar que
desigualdad omnipresente tiene una razón de ser en supuestas cualidades “naturales”
que determinan la inferioridad de las posiciones sociales de los no blancos.

La ley, por lo tanto, no es suficiente para alterar este cuadro establecido, y procesos
educativos capaces de cambiar la costumbre y los automatismos de las prácticas sociales
se hacen necesarios. En este sentido, es importante hacer notar que la ley puede tener un
importante valor pedagógico y de eficacia simbólica con consecuencias más amplias, a
veces, que la propia productividad de los jueces en sentencias punitivas. Las leyes que
se derivan de la ratificación por parte de los países de los instrumentos internacionales
de Derechos Humanos adoptados por la Organización de las Naciones Unidas y,
específicamente para el continente latinoamericano, por la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos perteneciente a la Organización de los Estados Americanos, tienen
un importante papel nominativo, es decir, colocan nombre a una diversidad de
sufrimientos y señalan la necesidad de su erradicación. Esos nombres: “genocidio”,
“racismo”, “xenofobia”, “discriminación contra la mujer”, “tortura”, “tratamiento
inhumano y cruel”, “abuso infantil”, etc., permiten a las personas o grupos humanos
perjudicados reconocerse al identificar en su propia experiencia los flagelos y formas de
maltrato nombrados por la ley.

2. Las víctimas de Racismo


Es posible hablar de tres tipos de destinatarios del prejuicio y de la discriminación
racista:
4

2.1. Aquéllos que conjugan una diferencia racial, un signo fenotípico, con un
patrimonio cultural idiosincrático. Se trata, entonces, de un grupo étnico-racial
discriminado. Es el caso, por ejemplo, de las poblaciones negras de los
palenques en Colombia o de los “quilombos” en Brasil. Hablamos, en este caso,
de raza con etnicidad.
2.2. Pero también existen aquellas personas que exhiben trazos raciales como color
de piel, tipo de cabello, formato de los labios y de la nariz, etc. pero sin
necesariamente ser portadoras de un patrimonio cultural diferenciado. Es el caso
de una gran parte de la población negra en Brasil, por ejemplo, profundamente
imbricada en la sociedad nacional en lo que respecta a costumbres, religión,
fiestas, etc., pero no por eso libre de la discriminación que presiona a sus
miembros permanecer en las tareas menos prestigiosas y en los estratos sociales
más pobres. Podemos hablar, en este caso, de raza sin etnicidad.
2.3. Finalmente, personas pertenecientes a pueblos marcados por el cultivo y la
transmisión de un patrimonio cultural idiosincrático y conductores de una trama
histórica que reconocen como propia pero que, debido a un antiguo proceso de
mestizaje, no necesariamente exhiben trazos raciales que las distinguen de la
población de su región o nación. Esto puede ocurrir, por ejemplo, con miembros
de la mayoría de las naciones indígenas del continente, y podemos hablar en ese
caso de etnicidad sin raza. En este caso, son los comportamientos, el vestuario,
la lengua, el acento o el apellido lo que marca a la persona y resulta en su
discriminación por parte de la población blanca.

Dos precisiones son todavía necesarias con relación a las nociones de raza y de
etnicidad.
A pesar de lo que nos dicta el sentido común, la raza no es, como comúnmente se
piensa, un dato objetivo de la biología sino una categoría históricamente formada. Es
por eso que, en países diferentes, la percepción y clasificación racial cambia de manera
a veces dramática. En términos generales, para los ibero-americanos la raza es una
condición de marca, es decir, visible, un dato de la apariencia física, en tanto que en los
países anglo-sajones es una condición dada por el origen, o sea la descendencia y el
grupo familiar.
En el caso de la etnicidad, es muy importante entender la diferencia entre dos tipos
de identidad étnica: por un lado, la identidad de pueblo separada de otros grupos étnicos
y de la sociedad regional y nacional blanca por una frontera que se fue constituyendo
desde tiempos prehispánicos y a través de los períodos colonial y nacional. Podríamos
hablar en ese caso de alteridades históricas. Por otro lado existe un tipo de identidad
constituida a posteriori, a partir de la referencia a un sufrimiento común causado por la
discriminación y de la necesidad de concebir estrategias para la superación de ese
sufrimiento y la eliminación del racismo que lo inflige. Hablamos, en este caso, de
identidades políticas y de una política de la identidad.

3. Modalidades de racismo

Existen por lo menos cuatro tipos de racismo. Entre ellas, posiblemente, las más
concientes y deliberadas no son las más frecuentes en el mundo iberoamericano, y esto
lleva a que muchos no tengan idea de la necesidad de crear mecanismos de corrección
para contraponer a la tendencia espontánea de beneficiar el blanco en todos los ámbitos
de la vida social. Esto se entiende mejor cuando nos percatamos de que el racismo
5

muchas veces no se manifiesta en el deseo de perjudicar al no-blanco sino en la certeza


de que éste estará menos habilitado para determinadas profesiones, por ejemplo. En
otras palabras: la forma más típica de manifestación del prejuicio y la discriminación
racista es el prejuicio positivo depositado en la gente blanca: toda exclusión es la otra
cara de un privilegio.
Los cuatro tipos de actitud racista más comunes pueden ser definidos como sigue:

1. Un racismo de convicción, axiológico: se expresa a través de un conjunto de


valores y creencias explícitas que atribuyen predicados negativos (o positivos)
en función del color, trazos físicos o grupo étnico al que la persona pertenece.
Afirmar que la gente negra es mejor dotada para los deportes o la música
popular que para las actividades que necesitan de pensamiento abstracto es un
ejemplo de este tipo de racismo.
2. Un racismo político-partidario-programático que sirve de base para la formación
de agrupaciones políticas que votan mancomunadamente y abogan un
antagonismo abierto contra sectores de la población racialmente marcados, como
el Ku-Klux-Klan, todavía en existencia en los Estados Unidos de Norte
América, y los grupos anti- inmigración de Australia, como son el Australian
National Action, the Confederate Action Party y First Movement, entre otros.
En los países de ibero América, este tipo es el menos común, y puede
considerarse representado por el movimiento de los skin-heads y pequeños
grupos neo-nazistas en los grandes centros urbanos que actúan en internet a
través de sites de comunidades virtuales como Orkut.
3. Un racismo emotivo, que se expresan manifestando miedo, rencor o
resentimiento con relación a personas de otra raza o grupo étnico. Es el caso de
aquéllos que se asustan al tener que compartir un elevador a solas con una
persona no-blanca, o sentir su presencia próxima en la calle.
4. Un racismo “de costumbre”, automático o “acostumbrado”: irreflexivo,
naturalizado, culturalmente establecido y que no llega a ser reconocido o
explicitado como atribución explícita de valor diferenciado a personas de grupos
raciales y étnicos. Se opone a los racismos fundamentados en una consciencia
discursiva. Este tipo de racismo hace parte del universo de nuestras creencias
más profundas e arraigadas: el profesor que simplemente no cree que un alumno
negro o indígena pueda ser inteligente, y que por eso no lo oye ni repara en su
presencia dentro del aula; el portero del edificio de clase media que simplemente
no puede concebir espontáneamente que uno de los visitantes al edificio sea no-
blanco; o la familia que apuesta sin dudar en las virtudes de su miembro de piel
más clara.

El último de estos cuatro tipos es el más frecuente en nuestro continente y,


curiosamente, a pesar de presentarse como la forma más inocente y bienintencionada de
racismo, está lejos de ser la más inocua. Muy por el contrario, esta modalidad de
racismo es la que más víctimas hace en la convivencia diaria y, en especial, en la vida
escolar. Es, también, aquélla de la que es más difícil defenderse, pues opera sin
nombrar. La acción silenciosa de la discriminación automática hace del racismo una
práctica establecida, acostumbrada y, por eso mismo, más difícilmente notificable.
Solamente del otro lado de la línea, en el polo distante y macroscópico de las
estadísticas se vuelve visible el resultado social de estos incontables gestos
microscópicos y rutinarios.
6

Este racismo considerado ingenuo y, sin embrago, letal para los no-blancos, es el
racismo diario y difuso del ciudadano común, del “buen ciudadano” – cualquiera de
nosotros, profesores – cuyo crimen es, por lo menos en apariencia, el de estar
desavisado sobre el asunto. Es este racismo de los que nos consideramos bien
intencionados que constituye el filtro de los alumnos negros en la vida escolar y
universitaria, impidiéndolos de avanzar en el sistema educativo, haciéndolos caer en el
camino sin que siquiera puedan a veces apuntar y nombrar aquello que los perjudica. Su
acción es silenciosa, pero acaba delatándose en el hecho de que en el mundo
iberoamericano los espacios de mayor prestigio y poder de la sociedad están siempre
habitados por personas más blancas, y se constata, una y otra vez, la baja frecuencia de
personas no-blancas en las profesiones más valorizadas.
Es especialmente ese tipo de prejuicio y consecuente discriminación y sus efectos
en las escuelas de todos los niveles que las acciones afirmativas, bajo la forma de
“cuotas” o reserva de cupos o plazas en las unidades educativas de nivel superior,
llegan para denunciar y corregir.

5. Racismo como violencia.

Sin embargo, es importante observar que la “costumbre” que reproduce estos


aspectos de nuestra sociedad es una costumbre cruel, de fondo violento, y está basada en
el ejercicio sistemático y enmascarado de violencia psicológica, cuando inferioriza al
no-blanco por medio del tratamiento diferenciado -que puede consistir, simplemente, en
ignorar su presencia-, o el maltrato verbal o gestual, y de la violencia moral, cuando se
lanza sobre esa persona una sospecha a respecto de su moralidad, honradez o
incapacidad. Por lo tanto, el racismo es una forma de violencia.
El trato diferenciado se manifiesta de forma particularmente cruel en el sistema
educativo y en los medio masivos de comunicación. En el sistema educativo este tipo de
violencia es ejercida por educadores, autoridades escolares y colegas cuando asumen la
inferioridad cognitiva, la falta de confiabilidad o la fealdad de las personas no-blancas.
Por su parte, los medios de comunicación incurren habitualmente en su invisibilización,
su representación caricaturesca y estereotipada, y su asociación a las tareas menos
valorizadas del universo social.

6. Racismo institucional y racismo estructural

En los países del continente latinoamericano, los dos últimos tipos referidos, el
racismo emotivo y el de costumbre producen los efectos sociales que llamamos hoy
racismo institucional y racismo estructural. Las violencias psicológica y moral
reproducen el paisaje social en que vivimos. El racismo, así como también la misoginia
– o atribución de un valor menor a las mujeres - mantienen ese paisaje constante hasta
que llegamos a percibirlo como si fuera “naturaleza”.

Llamamos racismo estructural a todos los factores, valores y prácticas que


colaboran con la reproducción de la asociación estadística significativa entre raza y
clase (definida aquí como la combinación de situación económica e inserción
profesional), es decir, todo lo que contribuye para la fijación de las personas no-blancas
7

en las posiciones de menor prestigio y autoridad, y en las profesiones menos


remuneradas.
Llamamos racismo institucional a las prácticas institucionales que llevan a la
reproducción de las desventajas de la población no-blanca. Muchas veces, lo que inhibe
el acceso a los servicios y recursos que las instituciones ofrecen puede resultar de que
las exigencias de la atención al público no puedan ser bien comprendidas o satisfechas:
formularios complejos, un vocabulario institucional poco familiar y el trato ríspido y
poco sensible de los empleados dificultan la aproximación. En algunos países,
especialmente los de mayoría indígena, la barrera puede ser lingüística, ya que las
instituciones utilizan el castellano como lengua oficial. Por esto, es posible definir
también el racismo institucional como un mecanismo de exclusión perfectamente legal,
pero nunca legítimo o ético. Para que lo legal se aproxime a lo legítimo y a lo ético, es
necesario generar políticas públicas y normas que impongan modificaciones en todas las
prácticas institucionales que reproducen la exclusión y promuevan un tratamiento
diferenciado ahora positivo a los sectores históricamente perjudicados por el racismo.

Entender y utilizar estos conceptos con precisión es importante para comprender


que el fenómeno y las operaciones que llamamos “racismo” varían y, de esa forma,
tener argumentos para identificar sin vacilaciones la discriminación racial en todos los
casos y formatos en que se nos presente. Por otro lado, también permite ver claramente
que, a pesar de que constatamos una coincidencia significativa entre raza o grupo étnico
y clase, la raza y la etnicidad constituyen un problema que debe ser aislado del
problema de la clase para que podamos implementar estrategias capaces de eliminar los
prejuicios y las prácticas racistas. Se constata regularmente que el acceso al poder
adquisitivo por parte de personas no-blancas no resuelve el problema de su
discriminación.

7. Formaciones nacionales de alteridad

El racismo es siempre un producto de la historia, es decir, de relaciones que se


dieron, históricamente, entre pueblos, con sus respectivas marcas raciales. El racismo es
la consecuencia de la lectura, en los cuerpos, de la historia de un pueblo. Es la lectura
del aspecto físico de los pueblos en tanto que vencedores y vencidos, y la atribución
automática, prejuiciosa, de características intelectuales y morales que de forma alguna
son inherentes a esos cuerpos.
La racialización tiene dos estratos que es importante reconocer: por un lado, sobre
todas las sociedades nacionales del continente latinoamericano pesa una marca racial, y
todas ellas, a partir de la mirada generalizadora y tipificadora de los países que dominan
el mundo, son vistas como sociedades no-blancas. Por otro lado, en cada una de estas
naciones, a lo largo de su historia, se ha instalado una matriz de construcción de
alteridad racialmente marcada al interior, que sirve de base para los mecanismos de
exclusión por parte de las élites que controlan el estado y sus recursos.
Es por eso que podemos decir que cada nación debe ser entendida como una
“formación de alteridades” particular. La nación tiene un papel decisivo en moldear su
diversidad y sus fracturas internas de forma que, si el imperio produce raza como la
marca de exterioridad con relación a los centros mundiales del poder, la nación, muy a
pesar de las utopías de unidad mestiza y de la ficción jurídica de la ciudadanía universal,
produce raza como marca de exterioridad con relación a los centros del poder nacional.
8

Ese carácter histórico del racismo hace que tengamos que hablar de racismos, en plural,
de cada sociedad nacional, como configuración específica – una formación nacional de
alteridades – cristalizada a lo largo de una historia propia.
Es por eso también que, aunque la expresión hispano-americana: “crisol de razas”,
las luso-brasileras “cadinho de raças” (a veces substituida por “tripé das três raças”:
trípode de las tres razas) y la norteamericana “melting pot” significan exactamente lo
mismo - la fundición de los pueblos constitutivos en una nación unitaria -, al interior de
sus contextos nacionales, cada una de ellas hace referencia a procesos diversos. En
Argentina, por ejemplo, hace referencia o, mejor dicho, tiene por objetivo generar la
representación hegemónica de un “ser nacional”, que nace con la fundación de la nación
y es, en ese sentido, un ser nuevo, arquitectado rigurosamente por la inteligentzia
vinculada al estado y esculpido por tres instituciones que tuvieron a su cargo su
formación indiferenciada, étnicamente neutra: la escuela, la salud pública y el servicio
militar. La argentinidad es entonces concebida como una forma de etnicidad unitaria, y
así trabajada por las instituciones que moldean la ciudadanía. En Brasil, el proyecto
estatal unificador no tuvo o no aspiró a tener (excepto en la Era Vargas) una acción tan
devastadora en lo que respecta a la diversidad cultural constitutiva y, aunque la
modernidad fue percibida como “blancura”, con rostro europeo, fueron las culturas de
base y, en especial la africana, las que cementaron la unidad de un sentimiento nacional
Así, la fiesta, en el football y el carnaval, y la religión, en los varios espiritualismos,
actuaron como rituales de convergencia nacional. El racismo, que no desapareció y no
perdió su virulencia, convivió de forma paradójica con una participación de todos los
sectores de la sociedad nacional en instituciones de variadas orígenes étnicas. En los
Estados Unidos, raza es indistinguible de diferencia étnica, y el modelo es segregado: el
ciudadano es percibido como dividido por un “guión”, “guionizado”, y participa de la
nación a través de su pertenencia a un segmento étnico. Así, se habla de los euro-
americanos (en la actualidad, uniendo lo que a principios del siglo XX fueron los judeo-
americanos, irlandés-americanos, griego-americanos, etc.), de los afro-americanos, de
los nativo-americanos, de los hispano-americanos, etc. Se representa la participación en
la nación como mediada por afiliaciones fuertemente jerarquizadas y percibidas como
originarias.

La importancia del marco nacional para comprender las configuraciones de


alteridad que le son específicas se debe a que las estrategias de unificación
implementadas por cada estado nacional y las reacciones provocadas por esas
estrategias resultaron en fracturas peculiares en las sociedades nacionales, y es de esas
fracturas peculiares que partieron, para cada caso, culturas distintivas, tradiciones
reconocibles e identidades relevantes en el juego de intereses políticos. A la sombra de
este clivaje o línea de fractura principal, se constituyó, a lo largo de una historia
nacional, ese sistema o “formación nacional de alteridades” con un estilo propio de
interrelación entre sus partes. Dentro de esa formación, “alteridades históricas” son los
grupos sociales cuya manera de ser “otros” en el contexto de la sociedad nacional se
deriva de esa historia y hace parte de esa formación específica. Las formas de alteridad
histórica propias de un contexto no pueden ser sino engañosamente trasplantadas a otro
contexto nacional. Y los vínculos entre las mismas no pueden establecerse sin las
mediaciones necesarias, a riesgo de que caigamos en un malentendido planetario o, lo
que es peor todavía, que impongamos un régimen de clivajes propios de un contexto
específico a todo el mundo - lo que no sería, ni más ni menos que subordinar el valor de
la diversidad, hoy emergente, al proyecto homogeneizador de la globalización. En otras
9

palabras, es a partir del horizonte de sentido de la nación que se perciben las


construcciones de la diferencia.

El circuito de la nación y la minoría es circular, cerrado, retro-alimentado; una


doble realidad integrada: dos caras de la misma moneda. Por otro lado, las
articulaciones y la retórica del poder en el interior de la nación y sus clivajes internos en
los países de colonización ibérica no son iguales a los de del mundo anglosajón. Por
eso, solamente dentro de un cuadro de formación nacional en tanto matriz idiosincrásica
de producción y organización de la alteridad interior de la nación es posible hablar del
racismo y formas de prejuicio y discriminación étnica inherentes a ese orden particular,
acuñado en una historia propia. Ideas de una “formación racial” generalizable, en la que
la raza es un hecho naturalizado que cruza fronteras contextuales pueden llevar a
fracasos irreversibles de políticas públicas bienintencionadas aplicadas regionalmente.

Por esta razón, si bien, quizá, los racismos no difieren mucho en cantidad o
intensidad, sí lo hacen respecto a las operaciones cognitivas que implican. Los casos
paradigmáticos de Brasil y de Estados Unidos muestran que concepciones de etnicidad
variables y modalidades específicas de exclusión están profundamente relacionadas.

Las concepciones de raza y los racismos respectivos de Brasil y Estados Unidos


han sido repetidamente relatados como diferentes en la literatura. Hoy se acepta, de
modo general, que la raza en Brasil está asociada a la marca fenotípica, mientras que en
Estados Unidos está vinculada al origen y que, en Brasil, depende, en las zonas de
ambigüedad (como es el caso de los así denominados “pardos”), del consentimiento,
mientras que, en Estados Unidos, sigue la regla obligatoria de la descendencia. Por esta
razón, mientras la tendencia norteamericana es la de abolir el tránsito y la ambivalencia,
en Brasil, se pretende, o por lo menos el discurso dominante así lo formula, dejar
abierto el camino para la afiliación ambigua, negociada y cambiante. Otras
características separan todavía las dos experiencias nacionales. El racismo nunca se
expresa, en Brasil, como un antagonismo “de contingentes”, es decir, de un pueblo
contra otro, ni emerge como agresión entre grupos beligerantes, como en Estados
Unidos. La forma que asume es la de agresión interpersonal virulenta, de persona a
persona, en el transcurso de la interacción social. En Brasil, la raza no es un factor
relevante en toda y cualquier situación, mientras que, en Estados Unidos, es una
cuestión siempre presente, una dimensión necesariamente visible de la interacción,
significativa y discursivamente indicada en cualquier ambiente social. Finalmente,
mientras en los Estados Unidos la mezcla racial, aún cuando generacionalmente remota,
irá a significar la contaminación de la sangre y la inevitable exclusión de la persona de
la categoría “blanco”; mientras el blanco brasilero es resultado de un proceso de
blanqueamiento por hibridación deliberada y su condición como portador del status de
“blanco” es, por lo tanto, insegura.

Raza es signo, y su único valor sociológico radica en su capacidad de significar. Por


lo tanto, su sentido depende de una atribución, de una lectura socialmente compartida y
de un contexto histórico y geográficamente delimitado. En Brasil, ser negro no significa
necesariamente participar en una cultura o tradición diferenciada. Fuera de la
numéricamente pequeña población negra que mantiene una existencia territorialmente
distinta en las tierras de palenques, denominadas quilombos, negros y blancos co-
participan en tradiciones de ambos orígenes. Las religiones de matriz africana atrajeron
10

e incluyeron eficientemente la población blanca en sus filas, lo cual constituyó una


estrategia decisiva de sus liderazgos históricos para garantizar su sobrevivencia –
incorporar el blanco en la religión africana, crecer por la inclusión del blanco, significó
sobrevivir. En ese sentido, no se puede decir que exista propiamente un pueblo separado
afro-brasilero dentro de la nación (excepto en el caso restringido de los quilombolas),
sino una etnicidad afro-brasilera de base religiosa disponible, que se dona a la nación y
que incluye a personas clasificadas como blancas y como negras. De la misma forma, la
afro-descendencia no es, en Brasil, exclusividad de las personas negras. Por eso, a pesar
que se trata de un término más elegante que “negro”, afro-descendiente no debe ser
utilizado para hablar de los beneficiarios de las políticas afirmativas basadas en
principios de discriminación positiva, porque afro descendientes son la mayor parte de
los brasileros “blancos”, debido a la intensa mixigenación durante siglos en razón de la
demografía extremadamente desigual de las razas en el período colonial, con gran
escasez de blancos.
En una sociedad de estas características, ser negro significa exhibir los rasgos que
recuerdan y remiten a la derrota histórica de los pueblos africanos frente a los ejércitos
coloniales y su posterior esclavización. De modo que alguien puede ser negro y no
formar parte directamente de esa historia - esto es, no ser descendiente de ancestros
apresados y esclavizados -, pero el significante negro que exhibe será sumariamente
leído en el contexto de esa historia.
En un país como Brasil, cuando las personas ingresan a un espacio públicamente
compartido, clasifican primero - inmediatamente después de la lectura de género -
binariamente, los excluidos y los incluidos, echando mano a un conjunto de varios
indicadores, entre los cuales el color, esto es, el indicador basado en la visibilidad del
rasgo de origen africano, es el más fuerte. Por lo tanto, es el contexto histórico de la
lectura y no una determinación del sujeto lo que lleva al encuadramiento, al proceso de
“otrificación” y consecuente exclusión. Por otro lado, ser negro como “identidad
política” significa formar parte del grupo que comparte las consecuencias de ser pasible
de esa lectura, de ser soporte para esa atribución, y sufrir el mismo proceso de
“otrificación” en el seno de la nación.

Por otro lado, cuando dejamos de lado la identidad del negro y sus dilemas y nos
dirigimos a la identidad del indio, los parámetros son otros y la identidad, en Brasil,
pasa a exigir contenidos de etnicidad sustantivos. Si, en el caso del negro, hablamos de
identidad racial (o de fundamento racial), en el caso del indio, podemos hablar más
cómodamente de identidad étnica. Esta diferencia contrasta con la manera
norteamericana de percibir de forma siempre asociada la racialidad con la etnicidad.

Ese carácter de las identidades francamente dependiente de las culturas nacionales,


impacta también la percepción de la raza y de la diferencia en general, modifica lo que
se ve, impregna el campo de lo que creemos que es objetivamente “visible”. Una
variedad de evidencias contradicen hoy este tipo de certeza del sentido común. Hoy, por
ejemplo, se acepta que los griegos eran “ciegos para el color” y que su blancura fue una
invención tardía de Occidente para consolidar su propio mito de origen. La
reconstrucción histórica del proceso de racialización y racialización de los irlandeses,
por ejemplo, ha demostrado que éstos comenzaron a ser percibidos muy tardíamente
como blancos: oriundos de la isla colonizada por los británicos, comenzaron a ser
clasificados como blancos solamente después de su masiva emigración para los estados
unidos y, una vez en el nuevo mundo, por alinearse con los inmigrantes europeos en
11

oposición a los afro-americanos. Vemos, entonces, que las variaciones de la percepción


en sociedades muy próximas cambian de manera significativa. Incluso para los
indígenas brasileros se puede afirmar que son o deben haber sido “ciegos para el color”.
Muchos de los miembros de pueblos como el Guaraní, el Pataxó, el Potiguar, entre
otros, observados desde una mirada externa al grupo, pueden ser percibidos “negros”, o
sea, descendientes de ancestros africanos, porque esta ancestralidad se encuentra
presente en sus rasgos fenotípicos. Debido, también en este caso, a la intensa
mixigenación, un porcentaje significativo de indios brasileros son indios negros, sin que
eso tenga el menor significado para las clasificaciones vigentes en el interior del grupo
indígena o en la nación, o altere la fachada de representación que estos pueblos ofrecen
vis-à-vis la sociedad nacional. La tipificación racial no puede dejar de resultar de un
código de clasificación socialmente relevante, y lo que es socialmente significativo, en
este contexto, es la pertenencia a la sociedad indígena.
Yendo a la cercana Argentina, la situación cambia nuevamente. Puedo testimoniar
que solamente llegué a percibir que había convivido con algunas personas mulatas
cuando dejé el país, en 1975, ya que el rasgo afro-descendiente, tiene, o tenía, en esos
años, baja significación, a diferencia del mestizaje con el indio, que produce un formato
de ojos y una textura del cabello severamente estigmatizados. Conocí, inclusive, a algún
miembro de familia patricia que mostraba con orgullo el retrato de un antepasado para
afirmar que éste era “negro”2; el significado de ese gesto debe ser comprendido a la luz
del valor y de la escasez de linajes antiguos, con muchas generaciones en el país, pero
sin mestizaje con la raza vencida, enemiga en la guerra, que en la Argentina es la raza
de los pueblos originarios. Esta formación racial se fue transformando a partir de la
década del ’80 por la influencia de dos factores: la inmigración de sectores de la
población negra de Uruguay y del Perú y el impacto del nuevo lenguaje
multiculturalista de la política global. Este último dio visibilidad a las pocas familias
negras aún constituidas, de larga raigambre en la sociedad nacional, así como a la
colectividad originaria de Cabo Verde que, en la primera mitad del Siglo XX ingresó a
la Argentina como inmigración europea (por ser colonia portuguesa y viajar con
pasaporte de ese país) y permanece articulada en torno a la Sociedad de Fomento
Caboverdiana del barrio portuario de Dock Sud.
En Chile, a su vez, es frecuente que solamente el apellido de raíz claramente
mapuche sea la marca que permita la otrificación étnica de una persona, a pesar de que
su fenotipo no guarde diferencias observables con la de un chileno no mapuche. En la
zona andina de Peru, es el uso predominante de la lengua quechua lo que vuelve a un
gran contingente de la población “otro”, estrato inferiorizado por la casta hispánica que
sentó las bases de la colonización y controló el estado nacional. Por esa razón, ser
quechua-hablante, y no ser “indio” es lo que demarca el límite de la población
discriminada.

Lo que intento enfatizar con estos ejemplos es que raza es signo y, como tal,
depende de de contextos definidos y delimitados de lectura para obtener significación,
definida como aquello que es socialmente relevante. Estos contextos están localizados
y profundamente afectados por los procesos históricos de cada nación. Por ejemplo, si la
idea de un Atlántico Negro, como estrategia de construcción de una identidad política
negra transnacional, puede ser un instrumento político hasta cierto punto eficiente en la
demanda de las diversas poblaciones negras por recursos y derechos, no podemos dejar
2
Julián Cáceres Freire, autodidacta nacido en La Rioja; fundador y director del Instituto Nacional de
Antropología durante más de una década.
12

de advertir que, en el escenario inmediato de nuestras interacciones, en la América


Ibérica, la identidad negra se constituye fuertemente modificada por el ambiente
histórico-político y civilizatorio sub-continental, nacional y regional. Un afro-
norteamericano es un sujeto muy diferente de un sujeto clasificado negro en el ambiente
social brasilero. Todas estas sociedades postcoloniales del continente americano están
moduladas por una fuerte estratificación étnico-racial, pero la ingeniería de esta
estratificación es variable. Se observa, inclusive, que, en ausencia de una crítica
adecuada a las desigualdades entre las naciones, la categoría política de un Atlántico
Negro se desliza hacia los mismos problemas que criticamos para las políticas
universalistas, es decir, se vuelve vulnerable a la apropiación por parte de aquellas
voces del universo negro global que entran en esa arena de equivalencias y
representación política con una retórica más fuerte, más constituida y respaldada por
recursos materiales incomparables a los de los otros acogidos dentro de la categoría.

Lo que importa destacar aquí es que, cuando el sistema (el contexto), primero
colonial y más tarde nacional (coloco estos dos momentos en continuidad y, a los
efectos de este análisis, su diferencia resulta irrelevante), se constituye, y en el mismo
acto de su emergencia e instauración idiosincrásica, como efecto de este movimiento de
emergencia, el sistema crea sus otros significativos en su interior: todo estado –colonial
o nacional- es otrificador, alterofílico y alterofóbico simultáneamente. Se vale de la
instalación de sus otros para entronizarse, y cualquier proceso político debe ser
comprendido a partir de ese proceso vertical de gestación del conjunto entero y del
arrinconamiento de las identidades, de ahora en adelante consideradas “residuales” o
“periféricas” de la nación. El proceso de producción de alteridades como resultado de la
entronización de un grupo en el control de las instituciones llamadas “estatales” no
significa que elementos del repertorio de la cultura característicos de aquellas
identidades subalternizadas no sean, frecuentemente, apropiados por los grupos que se
confunden con la administración estatal y con la nación en sí. Esta frecuente
apropiación, que, en los países de América Ibérica resulta, en algunas épocas, de un
“nativismo” de las elites, es estratégica en la simbolización del control que estas elites
nacionales y regionales ejercen sobre los territorios socio-político-geográficos que “sus
otros” habitan.

LAS ACCIONES AFIRMATIVAS Y EL CASO BRASILERO.

1. El concepto de acción afirmativa.

Importa recordar aquí que no basta hablar de prejuicio y discriminación para hablar
de racismo. Es necesario también identificar, en toda sociedad, dónde se encuentra
posicionado el poder, entendido aquí como una combinación de tres factores en dosis
variables: prestigio social, poder económico y poder político. Porque cuando la
discriminación se opera desde el poder, desde las posiciones de alta jerarquía en la
sociedad, las consecuencias son diferentes que cuando se discrimina para corregir la
exclusión y la desigualdad históricamente acumuladas como resultado de la
discriminación por parte de las élites. Esta discriminación compensatoria se llama
13

discriminación positiva, y las acciones institucionales que se apoyan en este tipo de


discriminación: acciones afirmativas.
El Convenio 111 de la OIT - Organización Internacional del Trabajo, aprobado en
1958, ya establecía en el artículo 2 que “Todo estado miembro para el cual este
Convenio se halle en vigor se obliga a formular y llevar a cabo una política nacional que
promueva, por métodos adecuados a las condiciones y a la práctica nacionales, la
igualdad de oportunidades y de trato en materia de empleo y ocupación, con objeto de
eliminar cualquier discriminación a este respecto”. Pero es la CERD – Convención para
la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial, adoptada por la ONU en
1965 y en vigor desde 1969, la que enuncia por primera vez en un instrumento jurídico
internacional la idea de “medidas especiales” de carácter transitorio para promover a los
grupos perjudicados por el racismo y otros tipo de de discriminación. Por ejemplo, en el
Artículo 2 – parágrafo 2, dice: “Los estados partes tomarán, cuando las circunstancias
los aconsejen, medidas especiales y concretas, en las esferas social, económica, cultural
y en otras esferas, para asegurar el adecuado desenvolvimiento y protección de ciertos
grupos raciales o de personas pertenecientes a estos grupos con el fin de garantizar en
condiciones de igualdad el pleno disfrute por dichas personas de los derechos humanos
y de las libertades fundamentales. Esas medidas en ningún caso podrán tener como
consecuencia el mantenimiento de derechos desiguales o separados para los diversos
grupos raciales después de alcanzados los objetivos para los cuales se tomaron.”. Y lo
mismo establece, en el Artículo 7 – parágrafo único, con relación a la toma de
“medidas inmediatas y eficaces en las esferas de la enseñanza, la educación, la cultura y
la información”. También en la Convención 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas y
Tribales en Países Independientes, adoptada en 1989, obliga, en su artículo 26, a que
sean “adoptadas medidas para garantizar a los miembros de los pueblos interesados la
posibilidad de adquirir educación en todos los niveles por lo menos en condiciones de
igualdad con el resto de la comunidad nacional”.
Las medidas eficaces a que hacen referencia estos instrumentos internacionales no
solo para proteger sino también para promover categorías sociales vulnerables son,
precisamente, las acciones afirmativas: mecanismos para compensar e revertir formas
de discriminación negativa que recayeron históricamente sobre las categorías sociales
vulnerables como, por ejemplo, la población negra e indígena, en los diversos ámbitos
de la vida social - político, jurídico, económico - e de las prácticas cotidianas.

El enunciado de estas medidas que nos afecta directamente es el que forma parte de
estos instrumentos de Derechos Humanos, hoy adoptados e incorporados en la
legislación nacional de la mayoría de los Estados. Sin embargo, debemos reconocer
aquí el mérito del intelectual hindú que las concibió por primera vez: Bhimrao Ramji
Ambedkar, líder de los dalits o intocables, que luchó desde la década del 20 del siglo
pasado hasta conseguir incluir en la primera Constitución de la India independiente, en
1948, la ley de cupos especiales para los intocables y grupos tribales en las instituciones
de enseñanza y en el servicio público.

2. Acciones afirmativas como parte de proyectos políticos diversos.

Uno de los aspectos que causan perplejidad con relación a las acciones afirmativas
es que sus defensores y opositores se dividen de forma no coincidente con las
14

afiliaciones político-partidarias u otros alineamientos como parecería previsible. En


otras palabras, encontramos defensores y opositores de estas medidas a la derecha y a la
izquierda del espectro político, y grupos ideológicos aparentemente cohesionados se
parten cuando se trata de discutir esta cuestión.
Los defensores de las acciones afirmativas provienen de cuatro posturas o proyectos
ideológicos discordantes entre sí. Así, podemos hablar de aquéllos que obedecen a una
razón socialista y distributiva, y que persiguen la supresión de las desigualdades;
aquéllos que persiguen una razón neoliberal, es decir, la expansión del mercado a
nuevos grupos de consumidores marcados racial y étnicamente; otros que se orientan
por una razón reparadora e invocan el deber del estado de pagar una deuda histórica a
los pueblos conquistados y explotados en el trabajo esclavo y servil; y, finalmente, los
que se defienden el valor de la nación plural, habitada por pueblos en pie de igualdad
entre sí.
Cada una de estas razones tiene sus defensores y críticos. El argumento de la razón
socialista desagrada a aquéllos que, aun desde una perspectiva de izquierda, afirman que
las acciones afirmativas son reformistas y distraen del verdadero objetivo: la conciencia
y la lucha de clases. La razón neoliberal desagrada a quiénes temen el papel
redistribuidor de esta medida y la fragilización del monopolio de algunos recursos
como, por ejemplo, la educación superior, por parte de la élite. Los críticos de la razón
reparadora argumentan que las generaciones actuales no pueden reparar un crimen
perpetrado por sus ancestros. Los nacionalistas temen la posibilidad de una
fragmentación de la nación como consecuencia del ideal pluralista.

A pesar de sus diferencias, es posible ver aquí una división del campo en dos
grupos: uno que reacciona a la posibilidad de ver cambiar el paisaje social de la nación
para encontrar la inédita presencia de personas negras o indígenas en posiciones de
autoridad y poder de decisión, y aquéllos que aceptan y aspiran a testimoniar este tipo
de transformación como una forma de progreso.

4. Las acciones afirmativas en la educación superior brasilera

El Brasil es signatario de los instrumentos mencionados más arriba. Por lo tanto,


ha contraído compromisos con la comunidad internacional de naciones a respecto del
avance de las condiciones de existencia y oportunidades de sus poblaciones
perjudicadas por el racismo. En 2000, respondiendo a la inminencia de la Conferencia
Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia, y Formas
Correlacionadas de Intolerancia – CMR, que se realizaría en Durban, Sudáfrica, en
2001, el entonces Presidente de la Nación, Fernando Henrique Cardoso, solicitó a su
amigo personal, Ricardo Martins, presidente del IPEA - Instituto de Pesquisa
Económica Aplicada del Ministerio de Planeamiento, que analizase y relatase los datos
existentes a respecto de la situación de la población negra con el fin de presentar el
documento resultante a la reunión de Durban. El informe que resultó de esa solicitación
dejó perpleja a las autoridades y a la opinión pública: un país que se representaba tanto
hacia el exterior como a sus propios ciudadanos por medio de una serie de narrativas
hegemónicas que hablaban de una conciliación nacional exitosa entre las elites blancas
y los descendientes de los africanos esclavizados vio, por primera vez, su verdadero
rostro. Las estadísticas exhumaron lo que los blancos no podían percibir: el resultado de
15

la exclusión sistemática y persistente de los negros durante un siglo de libertad del


trabajo esclavo.

El develamiento de esos datos coincidió con un proceso que se dio al interior de


una universidad federal. En noviembre y diciembre de 1999, dos profesores de la
Universidad de Brasilia, José Jorge de Carvalho y la autora de este texto, como
consecuencia de un caso de racismo que acompañamos en nuestro medio académico,
presentamos en tres auditorios del campus universitario, entre ellos el Auditorio de la
Rectoría, las versiones iniciales del primer proyecto de acción afirmativa para
estudiantes negros en una universidad brasilera. La versión final del mismo sería
finalmente aprobada por el consejo de la universidad cuatro años más tarde, en 2002:
Uma Proposta de Cotas para Estudantes Negros na Universidade de Brasilia. Apelo a
toda a comunidade universitária e em particular aos seus representantes no Conselho
de Ensino, Pesquisa e Extensão (CEPE) para que compreendam o problema da
ausência de estudantes negros no ensino superior brasileiro e aceitem implementar, em
caráter urgente, medidas que ajudem a reverter esse quadro crônico de exclusão (com
uma exortação para que se formule em seguida uma proposta específica de
implementação de vagas para índios) (http://www.unb.br/ics/dan/Serie314empdf.pdf).

A partir de ese momento, las “cotas” o reserva de plazas nunca dejaron de ser tema
del debate político y de los medios. Fue a respecto de las cuotas para estudiantes negros
la primera pregunta del último debate previo entre los candidatos a las elecciones que
conducirían a Luiz Inácio (Lula) da Silva a la presidencia de la nación en 2003. Y fue
sobre la democratización del acceso de la población negra a la educación superior la
última frase del candidato Lula a la reelección en 2006, luego exitoso en las urnas. Esto
da una medida de la atención pública que el tema vendría a obtener, y del vacío previo
que revelaba.
En diciembre de 2006 son seis las universidades federales que ya aprobaron un
programa de “cuotas” para estudiantes negros: Universidad de Brasilia, Universidad
Federal de Alagoas, Universidad Federal de Bahía, Universidad Federal de Paraná,
Universidad Federal de Maranhão y Universidad Federal de São Carlos (Estado de São
Paulo). Aproximadamente 25 universidades públicas, entre federales, estaduales y
municipales, ya cuentan con una medida de reserva de cupos, que varía regionalmente
acompañando de forma aproximada las proporciones de población negra e indígena.
Solamente en una de ellas, la Universidad Federal de Alagoas, se incluye el corte de
género, lo que ha sido bastante discutido, ya que la educación, en todos los niveles, es el
único campo en que las mujeres negras superan, sin necesidad de cotas, a los hombres
negros. En muchas de ellas, la medida incorpora algún tipo de cruzamiento entre
ingresos de la familia (una aproximación a la clase social) con la pertenencia étnica o
racial. En la mayor parte de estos establecimientos universitarios, la medida fue votada
por consejos internos de la universidad, excepto en el caso de la Universidad Estadual
de Río de Janeiro, para la cual la medida fue votada por la Asamblea Legislativa del
Estado y llegó verticalmente a la institución mediante la ratificación de una ley por parte
del gobernador del estado en 2003.
A este avance se le suma la implementación del PROUNI, lanzado en 2005 por el
gobierno, y que ofrece becas para cursar estudios en universidades, dando preferencia a
estudiantes negros e indígenas. Y comenzamos lentamente a hablar de reserva de cupos
en los programas de post-grado y en el profesorado de nivel terciario.
16

Mientras la población negra alcanza un 47% del total de la población brasilera de


cerca de 190 millones de habitantes, haciendo del Brasil el segundo país africano
después de Nigeria, éstos son aproximadamente 2% del estudiantado universitario (los
blancos y amarillos constituyen un 52% de la población y 98% de las plazas de la
enseñanza superior). En la Universidad de Brasilia, donde la discusión se inició, antes
de la implementación de las cuotas, el 99% de los profesores eran blancos y 90% de los
alumnos).
Estos números contrastan con los de la población indígena, que es
aproximadamente de 1% de la población total. De éstos, son muy pocos los que
alcanzan actualmente una formación que les permita aspirar al ingreso en la
universidad. Entre 1997 y 2005, el número de estudiantes universitarios indígenas
creció de 100 para 2000. En el primer semestre de 2005 ingresaron aproximadamente
600, la mayoría de los mismos a universidades particulares.
Dos tipos de acciones afirmativas que contemplan el acceso de estudiantes
indígenas a universidades públicas han sido implantadas: en una modalidad,
representada por la Universidad de Brasilia, se han abierto cupos para estudiantes
indígenas en todas las carreras; en la otra, se han creado cursos específicos de nivel
terciario planeados y adaptados exclusivamente para atender las necesidades de la
formación intercultural de profesores indígenas que actuarán en la educación de nivel
secundario. Entre las instituciones que implantaron acciones afirmativas de este
segundo tipo, la Universidad Estadual de Mato Grosso – UnEMat, creó en 2001 el
primer curso de nivel terciario para formación de profesores indígenas en su campus de
Barra do Bugre. Con un ingreso anual, recibió, en su primer año, 200 estudiantes de 36
etnias diferentes provenientes de 11 estados de la Federación; ya, en 2005, atendió a 100
estudiantes de 43 etnias todas ellas del estado de Mato Grosso. La Universidad Federal
de Roraima creó en 2003 un segundo Curso de Profesorado Intercultural Indígena y el
Núcleo Insikiran de Formación Superior Indígena. Recibió, en el primer año, 60
alumnos y, en 2005, 180 alumnos, todos de las etnias locales Macuxi, Taurepang,
Wapichana, Waiwai y Yekwana. A partir de 2005, se crearon el curso de Formación
Intercultural de Profesores de la Universidad Estadual de Mato Grosso do Sul, el Curso
de Formación Intercultural de Profesores de la Universidad Federal de Minas Gerais, el
Curso de Profesorado para profesores Indígenas del Alto Solimões de la Organización
General de los Profesores Ticuna Bilingües en la Universidad del Estado de Amazonas,
y nuevas propuestas están en curso.

El debate en torno de la reserva de vagas para estudiantes negros en la educación


superior e, inclusive, dentro del medio antropológico, a respecto de la abertura de la
academia a la inclusión de indígenas, continúa intenso y ya no hay espacio aquí para
describir las posiciones y argumentos en confrontación. La propuesta de cuotas y un
Estatuto sobre la Igualdad Racial son proyectos de ley que transitan ya en el Congreso
Nacional. Ambos cuentan con opositores y defensores vehementes, que expresaron
recientemente sus posiciones en sendos manifiestos vehiculados en internet
(http://www1.folha.uol.com.br/folha/educacao/ult305u18773.shtml, entre otros sites que
divulgan los manifiestos). Mientras tanto, la historia reciente muestra que hablar de
acciones afirmativas para la población negra, así también como para la indígena, hace
sentido para la nación y este camino de inclusión se muestra ya irreversible. Más allá
de sus consecuencias prácticas, la fuerza de este proceso revela que la nación ha pasado
a aceptar que el problema del racismo existe, y una cantidad creciente de instituciones
17

de educación superior viene mostrando su determinación para cambiar los índices de


exclusión étnico-racial.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
Las diferentes partes y subtítulos de este texto son desarrollos de argumentos que
forman parte o se esbozan en las publicaciones listadas a seguir.

Primeira Parte: RACISMOS

Esferas del acto racista:

Segato, Rita Laura: “Antropología y Derechos Humanos: Alteridad y Ética en el Movimiento


de expansión de los Derechos Universales”. Mana. Estudos de Antropologia Social, vol.
12/1, abril de 2006.

____________ y Laura Ordóñez : Mulher Negra = Sujeito de Direitos e as convenções


para a eliminação da discriminação. Brasilia: AGENDE – Ações em Gênero,
Cidadania e Desenvolvimento / UNIFEM / DEFID, 2006.

Las víctimas de Racismo:

Segato, Rita Laura: “Raça é signo” In Amaral Jr., Aécio e Joanildo A. Burity (orgs.):
Inclusão Social. Identidade e Diferença. Perspectivas pós-estruturalistas de análise
social. São Paulo: Anna Blume, 2006. (También de próxima aparición en Segato, Rita
Laura: La Nación y sus Otros. Raza, etnicidad y diversidad religiosa en tiempos de
políticas de la identidad. Buenos Aires: Prometeo, 2007)

Modalidades de racismo:

Carvalho, José Jorge e Rita Laura Segato: “Uma proposta de cotas para estudantes
negros na Universidade de Brasília”. Série Antropologia. No. 314. Brasília:
Universidade de Brasília, Depto. de Antropologia, 2002

Racismo como violencia:

Segato, Rita Laura: Las Estructuras Elementales de la Violencia. Ensayos sobre género,
entre la Antropología, el Psicoanálisis y los Derechos Humanos (Capítulos 4. “La
argamasa jerárquica: violencia moral, reproducción del mundo y la eficacia simbólica
del Derecho” y 5. “Las estructuras elementales de la violencia: Contrato y estatus en la
etiología de la violencia”). Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes y
Prometeo, 2003.
18

Racismo institucional y racismo estructural:

Segato, Rita Laura e Laura Ordóñez : Mulher Negra = Sujeito de Direitos e as


convenções para a eliminação da discriminação. Brasilia: AGENDE – Ações em
Gênero, Cidadania e Desenvolvimento / UNIFEM / DEFID, 2006.

Formaciones nacionales de alteridad:

Segato, Rita Laura: "Identidades políticas y alteridades históricas. Una crítica a las
certezas del pluralismo global". Nueva Sociedad Nº 178 “Transnacionalismo y
Transnacionalización”, marzo-abril 2002, pp.104-125.

_______________: "The Color-blind Subject of Myth; or, Where to find Africa In the
nation". Annual Review of Anthropology 27, 1998, pp. 129-151.

(Ambos artículos también de próxima aparición en Segato, Rita Laura: La Nación y sus
Otros. Raza, etnicidad y diversidad religiosa en tiempos de políticas de la identidad.
Buenos Aires: Prometeo, 2007)

Segunda Parte: LAS ACCIONES AFIRMATIVAS Y EL CASO BRASILERO.

El concepto de acción afirmativa:


Carvalho, José Jorge e Rita Laura Segato: “Uma proposta de cotas para estudantes
negros na Universidade de Brasília”. Série Antropologia. No. 314. Brasília:
Universidade de Brasília, Depto. de Antropologia, 2002

Carvalho, José Jorge: Inclusão Étnica e Racial no Brasil. A questão das cotas no ensino
superior. São Paulo: Attar, 2005

Acciones afirmativas como parte de proyectos políticos diversos:

Segato, Rita Laura: “Antropología y Derechos Humanos: Alteridad y Ética en el Movimiento


de expansión de los Derechos Universales”. Mana. Estudos de Antropologia Social, vol.
12/1, abril de 2006.

Las acciones afirmativas en la educación superior brasilera:

Informaciones de primera mano no elaboradas previamente.


19

SÉRIE ANTROPOLOGIA
Últimos títulos publicados

395. CARVALHO, José Jorge de. O Confinamento Racial do Mundo Acadêmico


Brasileiro. 2006.
396. SILVA, Kelly Cristiane da. A cooperação internacional como dádiva. Algumas
aproximações. 2006.
397. CARDOSO DE OLIVEIRA, Luís Roberto. Direito, Identidade e Cidadania na
França: Um Contraponto (“Droit, Identité et Citoyenneté en France: Un
Contrepoint”). 2006.
398. PEIRANO, Mariza G.S. Temas ou teorias? O estatuto das noções de ritual e de
performance. 2006.
399. RIBEIRO, Gustavo Lins. O Mestiço no Armário e o Triângulo Negro no Atlântico.
Para um Multiculturalismo Híbrido. 2006.
400. SEGATO, Rita Laura. O Édipo Brasileiro: A Dupla Negação de Gênero e Raça.
2006.
401. SEGATO, Rita Laura. Qué es un Feminicídio. Notas para un debate emergente. 2006.
402. CARVALHO, José Jorge de. La Diáspora Africana en Iberoamerica. Dinámicas
Culturales y Políticas Públicas. 2006.
403. ALVAREZ, Gabriel O. Pós-dradiviano: parentesco e ritual. Sistema de parentesco e
rituais de afinabilidade entre os Sateré-Mawé. 2006.
404. SEGATO, Rita Laura. Racismo, Discriminación y Acciones Afirmativas:
Herramientas Conceptuales. 2006.

A lista completa dos títulos publicados pela Série


Antropologia pode ser solicitada pelos interessados à
Secretaria do:
Departamento de Antropologia
Instituto de Ciências Sociais
Universidade de Brasília
70910-900 – Brasília, DF
Fone: (061) 348-2368
Fone/Fax: (061) 273-3264/307-3006
E-mail: dan@unb.br
A Série Antropologia encontra-se disponibilizada em
arquivo pdf no link: www.unb.br/ics/dan

También podría gustarte