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Palabras desmedidas

Excursus
Pero lo imposible puede ser oído.
Es en el corazón de este silencio donde a pesar de su espesura anida la palabra viva, en
tanto esta palabra no es producida o intercambiada en la economía general de la
proposición. Retirándose en la expansión de la pausa, la posibilidad de esta palabra, de
suspenderse en un lapsus, como voz sustraída a la necesidad de su predicación, parece
conservarse intacta para múltiples modulaciones, otras que aquellas acostumbradas a la
rima y la sintaxis de la administración, porque siempre vuelve el mundo dicho de otra
manera.
Para exceder la lógica del querer decir. Más allá de la libertad vigilada de las
interpretaciones.
Hablar al margen desde los márgenes. O desde una riesgosa inclusión.
Aquellas que el orden hegemónico traduce como ruido.

Expresan a veces
.Lo que no se deja pensar en la historias que nos contamos sobre nosotros mismos en la
universidad. Que interrogadas a la luz de las relaciones que estas palabras expresan, desde
el exceso de sus remisiones y abandonando los artesanos de la métrica, la ponderación, el
rendimiento, las tornan casi siempre in-auditas.
.Lo que no podemos ver y sin embargo pareciera habíamos pre-visto. Dónde debe estar la
universidad porque su razón de ser es estar ahí.
.Señalan a veces, un conocimiento que ha olvidado algo de la raíz arcaica sophía en el que
son domados los contrastes, en el que todo parece seguir y obedecer en la búsqueda
agotadora de significaciones comunicables, tratando de dar respuestas rigurosas y
desencantadas.
El debate -no una simple controversia- se ha interrumpido, ha sido desplazado por la fuerza
de la negociación, cuyos términos tienen el poder de instalar en lugar de la verdad o, al
menos, en lugar de su búsqueda, el imperio de lo que aparece como necesario para la
supervivencia, para prolongar la capacidad de seguir siendo término de negociación, o
negociador inevitable. En esos trayectos la verdad se desdibuja en otros derroteros, sigue la

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oportunidad de otras búsquedas, la pasión sin contrato de otros afanes. Seguirá tratando de
reconocer su impotencia porque lo propio de sí no podrá jamás ser convertido en “objeto” y
por lo tanto no podrá ser jamás “propiedad”. Pero por ello tampoco es negable o
suprimible. Desde su modo de presentarse, desde la inmediatez con que relampaguea,
anuncia o promete que en cada acto de postergación por negociación marcará el hueco; su
ausencia será contundente aunque sean muy suaves y convincentes los modos de
sustitución. Aunque se aloje en el espesor de otra temporalidad lógica, porque no es
negable ni erradicable. Por lo tanto irreductible a los juicios que sobre su entidad proliferan
cuando su desplazamiento casi roza el escándalo de la percepción de cada quien acerca del
alcance de estas cotidianas violencias. (Hablamos de la verdad)
Y entonces debemos decir allí, en ese lugar-no lugar quienes somos, con la mediación de
los nombres, de las figuras, de los conceptos, pero proyectados sobre el efecto de lo que
provocamos, aquello decible mediante lo otro de sí, aquello que reaparece en la red de
relaciones que nos pueden señalar, sin pretensión de procedencias -a la manera de una
pantalla tendida para que el mundo resultante de las operaciones de excusas y evasiones se
imprima en él- lo que está antes de los artificios de ficción y perspectivas. Es allí donde – a
pesar de todos- se puede decir aquello que burla la descripción.
Por que en ese espacio estamos atentos a lo que juega de enlace y desenlace, a lo que reúne
motivos y los desvincula, a lo que provoca transferencias y distribuciones entre ellos, en ese
„espacio-tiempo‟ podemos entonces ver cómo se entrega su verdad en el retiro de su
presencia, lejos de toda intención de completud de sentido como busca todo el tiempo la
política demarcada por el atajo contable y el oportunismo, según aquello que en el lenguaje
parece imperar.
Estas pinceladas provienen de interrogantes perturbadores acerca de un paisaje en ruinas
cuyos fragmentos migran sin una dirección precisa, sin embargo, emblemáticas e
insistentes, parecen traducir un imaginario que va desde la zozobra al optimismo de la
revuelta. Reunirse, deliberar, peticionar, son conjugaciones ajenas a esta escena cotidiana,
con todo, maniobrar en cada contingencia no se limita a desplegar el teatro de la
negociación sino también y sobre todo forzar el rango de las posibilidades. El espectáculo
imprevisto de otra universidad.

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Pareciera que en ello el único criterio fuese el abandono del propio juicio y en esta
declaración de insensatez, que a todo se abre, se anularan en un solo instante todos los
nexos con la herencia cultural, recomenzando cada vez según la nueva disposición de las
alianzas. Sin embargo se ejercen como prácticas devotas en nombre de “la universidad”.
Nadie sabe ya a que alude esta trascendencia. Se permanece en la confianza de esta lógica
casual, marca de la cultura universitaria vigente, apostando al lugar providencial que
asegura ese territorio siempre más allá de “la universidad”. Ese lugar no se contrasta, no
se asume, no se historiza, es un más allá que aloja las justificaciones de toda índole que el
pragmatismo está siempre ágilmente dispuesto a ofrecer.
Las obras ya no pueden hablarnos
En ese sueño colectivo que es la realidad, lo que produce el ser cultural en la adquisición
cognitiva del mundo se ha transformado en una delirante megalomanía productivista en la
que en lugar de enriquecernos nos autodestruimos. Cada actividad, relación o afecto, cada
minúscula extensión de espacio-tiempo debe ser neuróticamente productiva y útil. Arte es
sinónimo de hacer y hacer es sinónimo de obra. Triunfo de la economía cuando lo que está
puesto en discusión es nuestro ser en el mundo. Sin embargo en este fárrago de
preponderancias hay territorios donde las almas se guarecen de las cifras en procura de la
visión y recordando a Benjamín podríamos decir con él que esos territorios se abren como
las estrellas, que en un momento dado, forman constelaciones, en las que lo presente y lo
pasado entran en resonancia. Habría que pensar tal vez a la manera de los montajes que él
despliega en su obras, ese afán de rescatar y restituir -en otra relación institucional- una
voluntad de edificar a partir de elementos re-trabajados en nuevas polifonías. Errando por
las figuras que pueblan los espacios públicos de un país que desde hace tiempo marca la
excepción al derecho –por una crisis que se sostiene en los términos que la generaron-
despoblándose de figuras políticas tales como el ciudadano, el héroe, el proletario, el
militante, el resistente, sustituyendo con este desmantelamiento, al conflicto.
Durante más de una década hemos señalado -hasta la incomodidad- cómo el discurso
preponderante de las condiciones de producción académica en la universidad, tendía a la
configuración de enunciados, que tornaban impronunciables las acciones de aquellas
figuras, porque en los mismos términos, tornaba irrepresentable la política. Su función
principal no era una coacción manifiesta, sino crear las condiciones de un deterioro que

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deje las manos libres para perpetuar el orden en el que se instituye gerente. Sin embargo, en
todo ello, hay una reactivación cínica de términos tales como ciudadano-ciudadanía y
todos sabemos que absolutamente vinculadas a la institución de una buena socialidad
rigurosamente extra política, extranjera a todo conflicto, a toda pugna de lo político. La
extinción democrática se cierne allí, donde la reactivación misma del vocabulario de la
política moderna, señala la desaparición más radical de sus condiciones de ejercicio. Lo que
sustituye necesariamente a la política será entonces, unas formas de administración de la
excepción, aplicando tratamientos de urgencia, regímenes especiales, relevamientos,
constataciones, según categorías, desglosados de lo común.
Esto ha sido menos el despliegue de una interrogación filosófica, que la fragmentación del
texto de la tradición de pensar, producida por el desplazamiento de preocupaciones,
conceptos y técnicas, venidas de otros discursos, preponderantemente gerenciales,
economicistas, de la gestión, estableciendo equivalencias sobre el binomio problema-
solución, que funciona como un axioma, reduciendo las relaciones entre política y
sociedad. En nuestro caso, durante ya largo tiempo, la solución es presentada
principalmente en términos de evaluación. Ambas, sean cualitativas o cuantitativas,
provienen de la medida y de lo calculable. Ese paradigma funciona en un esquema de
sustitución por equivalencia, debiendo ser considerado -por las situaciones equitativas- que
se co-pertenecen y que se plantean como formas de avance de la democracia.
Las voces se alternan y se entremezclan al acecho de este silencio, exigiéndole voz y
escritura al drama del mundo universitario en disputa de logros. Este desencuentro de ideas
y memoria no es reciente, requiere ponerse en palabras. Entre otros, esbozamos las nuestras
descubriendo un campo de inscripción no ajeno a la memoria de una polis, que llega a ser
tal por crear y mantener la puesta en común de las palabras. De allí nuestro relato,
*Llegaron cuando hablábamos de derechos y democracia -algunos con señales de guerra,
otros con las marcas del exilio, no pocos con membresías de organismos internacionales o
nuevas titulaciones y dijeron... que con ello no alcanzaba, que era necesario avanzar, tornar
efectiva esa democracia, dejar de mirarse el ombligo y de lamerse las heridas para
visualizar otro mundo, el que acontecía fuera, en el primero, y en los que aceleradamente se
aproximaban a él con decisión y eficiencia, y se nombraron con nombres extraños,
gerentes, expertos, evaluadores, jueces, trabajando en territorios extraños, empresas,

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programas, rendimientos, alcances, contenidos, incumbencias, soft, incentivos, agencias.
Algunos pretéritos planificadores los esperaban, unos con esperanzas y otros, para
advertirles que las certezas clasificatorias a las que apostaban, tornaban cada vez más
indeterminables los discernimientos de la productividad, sin embargo y a pesar de ello, los
medios de verificación, ligados a su visibilidad, conformaron un nuevo testamento para los
devotos de la disciplina, la autocrítica, la eficiencia y para otros supervivientes de guerras
anteriores, que culminaban siempre con una publicación de autocrítica o un mea culpa, que
eximía y habilitaba, un señalamiento a la medida de las expiaciones que el tratamiento de
las diferencias exigía, para mantener el orden de los probos. Se confiaba en estas
expiaciones tanto como, en la guerra anterior, en la salvación de las almas de los
descarriados, con los métodos de tortura o la asistencia espiritual durante la sesión
purificadora. Voces estentóreas poblaban los recintos reclamando autocrítica y saludando el
credo de la evaluación para expiar y mejorar, para poder avanzar y no perder el tren de la
historia que ya cobraba matrícula por su pasaje, ya inventaba aportes cooperadores, para
que lo poco que había quedado de la –denominada- fiesta, alcanzara para todos.
Acciones no palabras, ir a lo concreto, nada de ilusiones utópicas, atender a la realidad, las
demandas del medio, los avances de la ciencia y de la técnica, eran los imperativos que
aseguraban los repartos y garantizaban las jerarquías. Pretendía atender los llamados de la
historia, el resto, eran narraciones y así conformaron su discurso en un relato que tuvo cada
vez más quienes estuvieran dispuestos a repetirlo. Un eco sin problemas. Demasiadas
instituciones dispuestas a contarse ellas mismas, por una supuesta supervivencia y en
ciernes de lo que se conformó, como un casi permanente estado de excepción. Quienes
insistían con los derechos quedaban fuera del tiempo. Sin embargo el relato que tornaba
sobre sí mismo insistía en la coherencia, como un sistema donde todo se mezcla y se
recompone en una unidad original. Muy lejos de ello, quedaba sancionada la conjunción
interminable de azar, de derrotas, de olvidos, de francos des-conocimientos.
Sobre estos acontecimientos, se proyectaban los que se atenían a los hechos y los que no
podían ignorarlos desde el horizonte que fraguaban, el de la miseria, la exclusión, la
fragmentación y la corrupción, las sucesivas caídas del sistema de salud, del educativo, del
previsional, de la producción, del salario, en nombre de la eficiencia, la eficacia, la equidad.

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Lo propio de su modo de instalarse y actuar, no es simplemente haber desplegado, en
medio de tantos consensos y consentimientos, los dispositivos con los lugares de cada
quien -definiendo los sucesivos objetos de subordinación adaptándole el lenguaje “certero”
de las cifras- es haber prolongado el canto de las sirenas del eficientismo, hasta los más
recónditos rincones, junto a la renovada amenaza de la pérdida de todos los trenes de la
historia, de todos los lugares, desde donde cada quien se nombra, de todos las marcas y
señales de antiguos reconocimientos de la comunidad, en la disyuntiva siempre presente de
la cientifización de los procedimientos. Creíamos encontrar un velado dilema acerca de
estas preponderancias y sus críticos, sus resistentes, o sus vencidos, pero no era tal, bastaba
ver la disposición espacial de las contradicciones, para asumir que se trataba de una disputa,
que para algunos, debía adquirir la entidad de un problema y para otros, no se trataba de
otra cosa que de una tendencia sin demasiadas alternativas y nada que discutir más que la
ilusión de los medios por los que se llegaría, al mismo fin. Los viejos maestros hablaban de
un espacio de pensamiento reclamando el espesor de la experiencia para significar lo que
acontecía, pero en el discurso del rendimiento era entendido como cuestiones retóricas o
seducciones bibliográficas que dejaban escapar los hechos concretos a los que sí debía
responder la universidad.
Narrarnos esta historia cuando todo parece circular de acuerdo al canon sin demasiadas
discusiones trae consigo el peso del juicio de un cierto aire trasnochado, insistente,
perturbador, cuando se espera “lo nuevo”, “lo último”, lo que significa la esperanza de
otras comprensiones porque frente a ésta el desánimo impide que cada uno continúe en „lo
suyo‟, máxima aspiración del sistema magníficamente alcanzada. Proyectos y proyectos, el
lenguaje positivo de la respuesta, suelda el sistema en aquellas brechas que podrían haber
constituido -si se profundizaban- las múltiples rupturas que su configuración ofrece (cía)
pero el imperio de „estar adentro‟, „mejor yo que otro‟, y „qué le vamos a hacer estas son las
condiciones‟, la atención a „la realidad que es esta y no la que soñamos‟, la atención a la
regulación de fuerzas que marcan „lo posible‟, lo „razonable‟, lo „alcanzable‟, porque de lo
contrario „te caés de la historia‟, del „sistema‟, clausuran otra historia, cierran la boca y
producen un espacio vacío, un blanco de hoja, en lo que debería mantener viva otra
oportunidad. De este tenor es la solidaridad entre discursos que comprometen una
regulación recíproca sin alterar nada de ambos sitios (posturas). La „capacidad de

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negociación‟, „la prudencia‟, es la desactivación permanente de la crítica, y de cualquier
radicalidad molesta para seguir avanzando, acreditando, categorizando, dando respuestas,
ofreciendo actividades en la misma sintonía de la posibilidad de audición del orden que nos
subordina y que con ello, sostenemos. (hacemos cosas!)
En medio del malestar de la crisis, de las confusiones, en cada campo circunstancial
dibujado por la diferencia entre la hoy llamada intervención –pedagógica- y la no
intervención cada uno ha devenido aliado objetivo de algunos que habría (mos) preferido
conservar como adversarios o enemigos, los modos de problematización de la política y los
modos de compromiso que los ligan, muestran que las líneas de frente no son
reconstituibles en torno al saber de esas circunstancias sino a las prácticas que mantienen
como único orden el que los sostiene.
La modalidad disciplinaria que se desplegó progresivamente -a su desembarco- entre
riesgos y violencias, frente a modalidades y conductas desviantes de sus metas y urgencias,
dieron prioridad a las acciones (consideradas legítimas por) colectivas y a la concertación.
Los nuevos dispositivos disciplinarios instalados movilizaron el argumento del libre
arbitrio y la autonomía, estableciendo como no razonables los imperativos de las prácticas
políticas llamadas anacrónicas, radicalizadas, en curso de liquidación. Lo que se instituye
bajo el nombre de educación de la ciudadanía es –en esta sintonía- un conjunto de
dispositivos destinados a eludir o desactivar toda figura del conflicto bajo el pretexto de
detener las irregularidades insoportables, las violencias, de enseñar el espíritu de tolerancia,
de activar las capacidades comunicacionales, de hacer prevalecer el espíritu de concertación
sobre las prácticas autoritarias. Todo será controlado mediante y susceptible de recibir el
tratamiento apropiado. El ámbito institucional será como el laboratorio de una práctica de
denegación de la discrepancia, del desacuerdo, cuya pretensión es activar un modo general
exterminador de toda dimensión política de las prácticas focalizando la atención sobre las
violencias institucionales, alejándolas de toda aproximación política del conflicto a favor de
un tratamiento seguritario, no necesariamente represivo, sino por el despliegue de una
actividad comunicacional y de activación de ciertas condiciones de posibilidad, que
permiten suspender el disturbio poniendo los cuerpos en “su lugar”, cada uno a lo suyo. La
indistinción entre disciplina y democracia se profundiza apelando constantemente a la

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reflexión de cada uno, a su capacidad de autoproducción como sujetos responsables, a sus
capacidades, a encontrar su lugar en una estructura comunicacional y a validar las reglas.
El relato de su arribo y permanencia –a través de palabras des-medidas- se conforma
desajustando el juego de las oposiciones que instala y se articula diferencialmente en el
discurso de la universidad. Tironea la centralidad de sus significantes y juega con la
indescernibilidad tan inquietante para el imperio de certezas que circunscriben los posibles
de su tiempo, allí las palabras ejercerán su poder de poiesis contra lo inexorable, es decir su
capacidad de asumir lo dado como transformable, interpretable, jugable y si, como dice
Cacciari1, poesía es el significado último de la poeisis, la forma por excelencia del hacer,
donde el hacer se despoja de todo intento mimético y deviene (o sueña con devenir) pura
inventio, expresión libre y autónoma, des-medida, entonces estas geografías se pueblan
desde la lejanía que instala su separación. Allí donde se significan como amenaza, otros
encontramos un espacio de relación esperándonos. En torno de un nosotros que se nombra
proyectando un logos „desarmado‟ conciliable con la dimensión del oikos (sedes en
común)y de su ethos, que excluye toda inmediatez reveladora, que comienza con la
interrogación en torno a lo que distingue y hace experiencia al no disponer en sí del propio
centro, puesto que ese deseo de centro no es otra cosa que el ímpetu que obliga a cada
quien a salir-se de sí para ir hacia el otro y todos hacia aquellas preguntas que se transmiten
de época en época, que entrelazan espacios y tiempos sin agotarlo. Querer obrar es tener
que afrontarlo; “sin herederos” no puede estar el que obra, si bien jamás existirán
herederos que continúen exactamente su obra.[Cacciari, 1999:106].
El desafío es poner en relación esta escena filosófico política, las condiciones de escritura
del relato en que los universitarios inscriben el discurso eficientista y las condiciones de su
articulación. Un espacio teórico-político, una política del saber tiene la imperiosa necesidad
de rescribir la escena inicial del delirio administrativo contable, que va en consonancia con
la despolitización. No se trata de la crítica de las cualidades racionales del cálculo sino de
reducir todo a las nomenclaturas de lo económicamente útil o de lo socialmente
conveniente.
A la vez, la universidad mantiene cierto poder aglutinante, aquel de un discurso que se
corresponde con un espacio de pensamiento siempre capaz de hacer entrar en su

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Cacciari, M.; “El archipiélago. Figuras del otro en Occidente”; Eudeba, Bs.As. 1999.

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comunidad a aquellos que excluye el trazado de su círculo. [Rancière, 1993:41] El discurso
universitario se expone constantemente al riesgo de una palabra alérgica a todo encuentro.
Pero es tal vez también, a la inversa, lo que ofrece a algunos enseñantes la chance de dar a
entender una “palabra otra”, que escapa, como la literatura, a la dictadura de la
comunicación. [Goetz, 2000:111]
*No está tan lejos en la memoria elidida el acuerdo para que continúe sin interrupción la
polifonía de los discursos co-implicables. Este acuerdo no lleva -bien entendido- de ningún
modo sobre aquello que es dicho, no valida sino lo decible y se liga en múltiples instancias
que siguen habilitadas (abiertas) aunque no se colmen de asistencia, aunque queden
despobladas porque se asiste a nuevas capillas. Si extendemos la mirada y no nos
detenemos en comprobaciones, tal vez podamos acercarnos a una fuente que fluye sin
espejarse en ninguna aspiración de fondo o de fundo y que nos lleva más allá de las
fronteras de lo que creemos saber, trascendiendo las condiciones que tratan de aprisionarla
en la productividad, en lo utilizable y permaneciendo aventura para un nuevo espacio de
pensamiento. Es lo que abre el círculo y la distingue de una producción cuantificable y
generalmente reproductible, sometida a la abstracción funcional y a la racionalización
utilitaria, rentable en prestigio o en moneda, sujetas a criterios de apreciación unilaterales y
reductores, por que la institución del saber y su producción y validación es también trabajo
compartido y aprendizajes colectivos y plurales, que reclaman tiempos que nada tienen que
ver con la presión de la obligación de los resultados, con la aceleración para el curso de las
publicaciones que incide – a pesar de lo abultado de las títulos de investigación- en el flujo
de esa fuente, atentando contra la progresión intelectual en la comunidad universitaria - más
allá de las comunidades científicas-, en la institución común del conocimiento.
Una interrogación que merece ser mantenida es aquella acerca de este lugar por excelencia
del esfuerzo por la razón teórica cuyas obligaciones (apremios) propias internas son las que
esa razón se impone a sí misma -entre otros recaudos capitales- el rigor de construcción y la
exigencia crítica que la presiden. Todos sabemos, aunque nos demos por enterados de
distintas maneras, que el contenido de la experiencia sobre el cual debería emitirse la
evaluación, no puede jugarse en el dispositivo que produce la evaluación. Entre la
precarización de un estatuto y a la vez, la exigencia de una integración a equipos, redes ,
balances evaluativos, etc. de algún modo se podría reconocer que un trabajo no es

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solamente cuestión de competencias presumidas, sino también una entrada en cooperación
y en conflicto con otros, un desarrollo de ciertos hábitos y de valores identitarios
Actividades que anteriormente parecían como las más desinteresadas, la filosofía, la
literatura y las artes, parecen tomadas o seducidas en una lógica de „proyecto operacional‟ o
de „visibilidad‟ continua según una temporalidad devenida loca. Hay un „mercado del
empleo‟ y un „mercado de la enseñanza‟ con sus políticas de financiamiento y sus políticas
de reclutamiento, no sin clientelismo y aún demagogia, donde se mezclan sus efectos y
reforzamientos.
Las prácticas de promoción que han suscitado una verdadera adhesión – en tanto se siguen
sus procedimientos- oponiéndola a la alternativa del „escepticismo‟ y zanjadas por el
cinismo en muchas ocasiones ¿han sido suficientemente interrogadas como para apreciar
los efectos? Hay forma de adaptarse a las mismas que no arriesgue un efecto de ficción?
Cuando hablamos de ficción adoptamos el concepto en el sentido de ficción legal como
“enunciación falsa o incierta que debe ser legalmente tenida por verdadera”.
Las relaciones entre evaluación y reconocimiento tal como se inscriben en el trabajo
universitario, en el registro de la normatividad, son interrogadas por los efectos
ambivalentes de la explicitación de las reglas del trabajo y no de los dilemas constitutivos
de ese trabajo, transformándolas desde el punto de vista de la comprensión en incoherencias
paradojales. La incompatibilidad entre apremios internos a ese trabajo y los externos al
mismo (Expertise, precarización) es problematizada habitualmente como procedimientos
devueltos (rendidos) técnicamente explícitos y el contenido de experiencia, que sin
embargo ellas pierden, se omite, no se ve. Paralelamente frente al malestar de los resultados
o efectos de la evaluación se reclama por más y más discriminados procedimientos.
Una manera de trabajar y hacer advenir otro modo cultural trataría cierta fidelidad al
movimiento del pensar, construíble e indefinido a la vez. Se trataría de un estilo ético pero
como una ética sufrida, probada, -como los procesos nacidos en las situaciones evocadas en
la universidad- que nos apremia a decidir una nueva manera de estar y tratar la situación,
una manera de comprender y pensar la situación y que no se dejará entender (pensar) por
los saberes establecidos en evidencias.
Se reclama en un modo de saber que vuelve a poner en cuestión sus propios límites y su
articulación –lazo y disociación a la vez- a la ciencia, la política, la filosofía, la ética. Es

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necesario insistir con ello, es necesario multiplicar las marcas (marcas, pruebas, indicios,
signos, testimonios) que tal modo de saber, de enseñar, particular, llamado pensamiento o
enseñanza de la filosofía, pasan por puntos a los que todos los otros saberes o enseñanzas
tienden, de suerte que los corta de nuevo a todos (co-incide). Marcas particularizantes.
*Aquí tendríamos una cuestión a considerar y es que el valor de estos saberes no sería otro
que el de las diferencias que mantiene con los otros (saberes/nombres)del sistema, una
enseñanza no vale más que por los efectos de borde que ella define a la mirada de las otras
enseñanzas. No se trata tanto de la regulación última de una guerra de defensa, de
sostenimiento y capitalización de los lugares, las prevalencias y los rangos obtenidos.*
Apelamos a lo inenseñable como ese punto crítico del saber, es decir, el momento donde
los saberes se interrogan sobre la razón de la demanda que se les hace de eficacia, de
utilidad. Es la interrogación radical
* Así como el discurso universitario del eficientismo tiene como mayor fuerza la capacidad
de tragar-se, de metabolizar, de simbiosis, es decir de „asociación de conveniencia mutua‟
con discursos diferentes y con aquellos que parecen serlo, tales como las célebres
alternativas, los comentarios, los aditamentos, las versiones locales, regionales llamadas
“autónomas”, las traducciones, las variaciones, los montajes simbólicos y políticos,
convirtiéndolas en una extensión viva del original y quedando así insertas en la ya
demasiado larga historia de la reproducción de sus condiciones de posibilidad.
Hay otros...que frente al amedrentamiento intelectual y las reivindicaciones impúdicas de
realismos y oportunismos, abdicaciones, negocios y alineamientos de toda laya, siguen
buscando y confiando en esta atmósfera de vida, en la autoridad biográfica, preguntándose
cómo leer lo que realmente importa de esta escena cultural universitaria desde su paisaje
más íntimo? Los espacios intelectuales que resisten argumentativamente allí donde el
pensamiento sobrevive o se busca tendiendo escuchas, buscando horizontes, re-buscando
en aquellos territorios de la crítica, que se han desvanecido más allá de lo evidente.
Con quiénes leer esto que no conforma datos, que no expresa quiebres aunque sea
expectante de su acontecer, que no es noticia ni tema de agenda, cuando se resquebrajan
tantos relatos y se inauguran, en medio de tanta decepción, tantas esperanzas?
Hay parajes...habitados por balbuceos del pensar a los que se arriba desde lugares
impensados, que conforman una resistencia, que interrumpen los códigos de la polis del

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miedo que bascula entre los adentros y afueras en los sucesivos círculos virtuosos de
disciplinamiento. Conforman una realidad sustraída, ahuecada en el planteo académico que
la canoniza, audible por debajo de los decibeles de la escucha, pronta a construir por una
literatura imprudente o por un esbozo a recomponer si logramos captar su aleteo en
distintas regiones de la vida institucional (en relación con la teoría que hoy piensa y marca
diferencias con la compactación que clausura el entendimiento). Parece que proviene de
allí... dicen algunos, de dónde preguntan otros, desde sus potencias, de su re-curso, de su
memoria, de aquella promesa de justicia humana rescatada de lo trágico y guardada en lo
indiscernible de sus sueños, de lo que inauguran, de lo que arriesgan, de lo que no es en lo
que actualmente en todo el fárrago de positividades es.
Lo que está en juego es mucho más que eso y se liga con una exhortación férrea acerca de
lo que es preciso.
“Ocupar esos lugares (postas) frontera, un punto estructural de cruce y limitación, es en
otros términos la función de la crítica o como hemos dado en llamar “reflexión sobre la
finalidad de las técnicas y los saberes y para ello es imposible postular un mismo tipo de
comunidad intelectual fundada sobre una misma disposición a usar de la razón. Más bien se
trata de una disyuntiva que se acentúa no en la posesión del saber sino en la libertad de
aprender compatible con la índole de un pensar que tiene que ver con el hecho de ignorar y
de aprender más que con aquel de saber y de enseñar.
Es necesario no detener la lucha institucional por un trabajo del pensar que nos ponga en
relación con lo que tenemos que decir acerca de lo justo, de lo injusto, lo libre, lo servil, lo
igual, lo desigual, cultivando nuestro propio derecho a pensar. Una actitud filosófica. Que
introduce una ruptura tal que el lector que se asoma no se contenta con seguir el texto, sino
preguntándose acerca de por qué no dice aquello que no dice, si es porque no quiere,
porque lo olvida, si porque al interior de la problemática que ha elegido no puede decirlo,
por qué distingue lo que distingue? Cual es el sentido de sus distinciones de sus
oposiciones? La pregunta es, esto puede enseñarse?
Pues bien nosotros hemos criticado una forma particular de objetivación tecnocientífica,
reducida al despliegue de procedimientos que signan modos de enseñanza y alcanzan las
condiciones actuales del rendimiento de la tarea de investigación como modos singulares de
relación al saber.

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El problema es aquel del estatuto que se le va acordar a ese punto crítico –lo inenseñable-
del saber, es decir el momento en el que todos los saberes se interrogan sobre la razón de la
demanda de eficacia, de utilidad, como decíamos, el estatuto que se le va a acordar a ese
fenómeno de fronteras, a esa función de alteridad o de heterogeneidad al interior mismo de
su pensamiento –filosófico- entre otros.
Implica un territorio excéntrico o descentrado que remite en distintas claves no excluyentes
y que contingentemente deletrean –construyen- arquitecturas reales en la simultaneidad de
procesos de distintas proveniencias, ofreciendo canales para la transformación, que existen
en el pólemos de diferentes formas y con diferentes nombres y que por lo tanto nunca
pueden ser el objeto de una episteme cierta. Hay que arreglárselas para inventar la venida
de un discurso capaz de tomarlo en cuenta. 2De allí que no se trata de la construcción de
templos inmutables, una inquietud incesante las hace de-lirar (salir de su propios metros,
apartarse del surco) fijados numerológicamente. Por eso el atisbo de sus expresiones son
palabras des-medidas. No obstante conforman algo vigorosamente audible y aún
impronunciable. Se suman a la escucha anudándose en los trazos un lazo sin estatuto, sin
título, sin nombre, apenas público, el paisaje de varias biografías de los que nos
empeñamos en iniciar otra historia contra las padecidas.
Silvia Duluc
Ponencia Seminario: “Etica y Estética en el Conocer”
C. del Uruguay, 14 y 15 de abril de 2005.

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Derrida, J.; Imprevisible Libertad en “Y mañana, qué...”; Buenos Aires, 2003, p.68

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