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El Reencantamiento del Mundo – Michel Maffesoli

EL REENCANTAMIENTO DEL MUNDO


Una ética para nuestro tiempo
Michel Maffesoli

Prólogo a esta edición


La ética inmoralista y el espíritu del neotribalismo
En el paisaje actual de la sociología contemporánea, Maffesoli tiene un lugar muy
singular: se encuentra lejos de cualquier moda intelectual y a contrapelo de las corrientes
dominantes, lo que naturalmente le confiere una relativa soledad. Esa singularidad resulta
paradójica: a pesar de nutrir el centro de su reflexión sobre fuentes indudablemente
sociológicas, predica en el desierto como un profeta alejado de la comodidad institucional
de la disciplina.
Esa soledad ejemplar tal vez tenga que ver con una elección comprometedora y sin dudas
riesgosa. Maffesoli es uno de los pocos sociólogos de la actualidad que además de hablar
de lo social reflejado desde la disciplina, se propone penetrar en el corazón mismo del
presente, ese plano resbaloso y deslizante en el que sólo algunos se atreven a
incursionar. Es decir que no sólo se acerca a lo social para comprenderlo y explicarlo en
los términos de una disciplina aceptada en sus presupuestos y metodología, sino a lo que
eso supone en tanto época histórica, eterno devenir que va generando novedad a su
paso, fundando formas inéditas que obligan permanentemente a replantear categorías, a
inventar instrumentos de observación, a superar perspectivas anquilosadas.
Maffesoli despliega un estilo de aproximación a lo social tratando sus diversas aristas y
dimensiones como una temporalidad que se desenvuelve productivamente, de modo
creativo y cambiante, en ese filo preciso en el que lo instituido se vuelve instituyente y
recobra toda su vitalidad. En esa dimensión eternamente móvil opera con una mirada
simultáneamente atenta y flotante, lúcida y cándida al mismo tiempo, paradójicamente
dispuesta a ser sorprendida por aquello que observa con férrea sistematicidad. Por esta
razón Maffesoli se encuentra en etapa de construcción, armando puentes y enviando
mensajes: no es casual por ello que pueda sonar provocador para algunos, incompleto
para otros e incluso caprichoso, si se lo interroga desde la tradición afincada.
Si partimos de esta permanente invitación a transitar hacia la conquista del presente,
magma cambiante y en constante proceso de regeneración, es indudable que hay que
intentar ir más allá de las categorías establecidas, experimentar con nuevos instrumentos
y, fundamentalmente, tomar riesgos, pues ese presente en que lo social deviene sin
descanso desafía al lenguaje de la disciplina y le exige reformulaciones acordes con los
tiempos que corren. En ese terreno áspero y siempre indomable, algo que siempre
supieron los espíritus más curiosos que fundaron la sociología, Maffesoli retoma el
llamado de Simmel a situarse en esa instancia tan inestable y vertiginosa como fascinante
que es la "sociedad en estado naciente", fuente y condensación de lo "divino social", del
acto de creación histórica por excelencia.
Este libro es parte de esa larga búsqueda que Maffesoli viene desarrollando desde sus
primeros escritos, pero que toma todo su énfasis a partir de El tiempo de las tribus (de

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1988), libro que condensa el punto do partida de un verdadero programa de investigación.


En ese entonces ya se puede apreciar la inauguración de esquemas metafóricos
innovadores, de indicaciones categoriales recurrentes en los libros posteriores, muestra
de una pertinaz insistencia en ilustrar intuiciones de lo social en movimiento, en
permanente fuga e inconsistente reconfiguración. Entre esos esquemas, neotribalización,
nomadismo, sociabilidad, centralidad subterránea, religancia societal, proxémica,
comunidad emocional, entre otras tantas, volverán una y otra vez para articularse de
maneras diversas, siguiendo la estela de la misma intención.
Cualquiera de esos términos que hacen al lenguaje de Maffesoli pueden resultar difíciles
de metabolizar ya que rechazan la categoría de "concepto" y su implícito sentido de
"atrapar" -algo que reside claramente en la etimología latina de concipere- y reclaman de
modo conciente y manifiesto el estatuto de "metáforas" a través de las que el autor se
propone "mostrar" lo que el presente ostenta en superficie, eso que la sociología de los
conceptos no puede atrapar y que por lo tanto desprecia como banal y carente de interés.
Se trata de indicaciones para expresar la vida cotidiana en su epidermis, esa profunda
superficie de contacto en la que se dan cita los protagonistas del drama social, la esfera
en la que se escenifica y articula el libreto y la intriga que conforma a las sociedades
contemporáneas.
Este libro es tributario de ese programa y trata de mostrar en particular la inflexión
fundamental de la época a partir de un cambio que afecta la base misma de la sociedad:
el surgimiento de una nueva ética que se caracteriza por su inmoralismo, pluralidad y
relativismo generalizado, con lo que escapa a las ataduras respecto de las normas
formales de control tradicional de conductas que rigieron en la sociedades modernas. La
nueva ética resiste la ubicación dócil dentro de la serie conformada por la racionalidad -
sea ésta instrumental o sustancial-, la transparencia, el cálculo y la heteronomía típica de
los imperativos morales que fueron largamente inculcados en sujetos predispuestos y
obedientes, sostenedores voluntarios o involuntarios del orden social correspondiente a la
consumación del capitalismo y la sociedad mercantil. Esa moral de la finalidad y la
maximización, habría llegado a su fin no tanto por un reemplazo consciente y orquestado
sino por un proceso de saturación que la ha transformado en inestable e inoperante.
Como en las soluciones, el exceso de sales ha hecho precipitar la mezcla, desarticulando
su homogeneidad y sus estados predecibles.
La nueva ética es relativista, tolerante y permisiva. Se opone al universalismo, al cálculo y
la predicción, tanto como al contrato social, al acuerdo preestablecido y a la idea misma
de meta. Se trata de una forma de convivencia espontánea que reside en el carácter
sensual y táctil de la socialidad, ese estar juntos sin más finalidad que el hecho de estar
en comunión, en comunidad, en contacto, compartiendo un tiempo y un espacio común.
Esos valores van conformando ámbitos que se hacen cada vez más frecuentes en la vida
cotidiana y que van generando intersticios al principio, zonas liberadas luego y finalmente
vastos territorios en los que los antiguos canales de construcción de solidaridad social van
siendo reemplazados por otros en los que se expresa un tipo de solidaridad diferente, ya
no mecánica ni orgánica, sino orgiástica, basada en la "improductividad" económica de la
que son ejemplos el fanatismo estético, la dinámica lúdica de los gustos y las preferencias
o los rituales colectivos de encuentro.
Estas expresiones de la vida social contemporánea se rigen por valores nacidos bajo el
signo del "gasto", la gratuidad y el "lujo". El gasto es un denominador común de
manifestaciones vinculadas con el ocio, el culto al cuerpo y las diversas formas festivas
que atraviesan la vida cotidiana, cada vez más importante en las sociedades actuales. El
adorno, la máscara, la marca distintiva, el gesto estilizado, rio hacen más que simbolizar

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una vuelta de las más arcaicas pasiones tribales, supuestamente desplazadas por la
modernidad. En este contexto, el lujo gana terreno, tornándose una pasión de masas: la
preferencia por objetos superfinos, por bienes en los que es mayor el valor de fantasía e
identificación que la dimensión funcional de los mismos, son indicaciones de esta
necesidad creciente de lo frivolo, que distingue y separa al portador del resto, algo que
está en la misma noción de lujo, cuando se lo entiende brevemente como lo que es único
y se aleja de lo común.
Esta ética nos recuerda la importancia del espíritu festivo y concupiscente de la vida
social actual, lejana de moralismos y econonomicismos omniabarcadores, interesada en
alcanzar ese plus de goce y de vitalidad que no se fija en los medios ni pretende mayor
proyección hacia fines trascendentes. Un espíritu trágico que siguiendo un amorfati se
entrega a la vida y sus circunstancias tal como es, sin esperar para actuar de acuerdo con
cómo esa vida debe ser. Por eso se conecta con lo lúdico y con lo vertiginoso. Cambiar de
experiencia, buscar nuevos estímulos, abrirse a la aventura, procurar experiencias límite,
son algunas de las manifestaciones que nos hablan de un amor por el azar y la
incertidumbre, algo que va en un sentido completamente inverso a los valores del
progreso consagrados por el espíritu prometeico de la modernidad.
Los actores contemporáneos, en cambio, parecen regirse por un espíritu proteico, ansioso
por cambiar y por mimetizarse en el medio que los recibe: de modo tal que más que
individuos, son haces de relaciones, más que esencias o incluso procesos, son
multiplicidades, compuestos de facetas variadas que, además, desean ser reduplicadas.
El valor de la experimentación habla de una vitalidad que se ansia y se persigue: ese,
podría decirse, es el imperativo categórico de la nueva moral que vuelve a hacer del
mundo una fiesta, en este caso del significado. En esta coordenada, La Ley del padre,
vertical y jerárquica se ve conmovida por la competencia que le plantea la ley de los
hermanos, un nuevo modo amoral de desenvolverse, menos utópico y redentor, más
trágico, aventurero y cercano de la muerte, con la que convive sin necesidad de
superación.
En suma, Maffesoli se propone con este libro poner sobre la mesa una cuestión que
puede resultar inquietante para una sociología que se empeña en partir de categorías y
conceptos nacidos para pensar y dirigir una sociedad basada en los imperativos de una
moral universal, pretensión que se ha vuelto inoperante, vacía y, en el peor de los casos,
autoritaria. La época actual se despliega en un mundo encantado por los valores de un
presente que se ensancha y toma el lugar del futuro, donde a su vez la pertenencia
inmediata, fuente de toda identificación y reconocimiento, convive en una pluralidad de
comunidades que se aleja del antagonismo y la supresión de otros momentos históricos y,
especialmente, con una ambigüedad constitutiva en sus valores por la cual los opuestos,
en vez de rechazarse, se reclaman. Se trata en definitiva de tiempos lábiles y volátiles que
han desafiado definitivamente la moral universal y los esquemas formalistas que la
representan, dejando en su lugar un mundo desordenado, laberíntico y hermético, un
presente encantado por la multiplicidad de la significación que nos convoca a mirar con
nuevos ojos.

Marcelo Urresti
Sociólogo, docente investigador de la Facultad de Ciencias Sociales
de la UBA.

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