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La representación territorial, ANTI-EDIPO, Gilles Deleuze y

Félix Guattari. (págs.. 190 – 199)


Sus elementos en superficie.
Aunque la representación siempre es una represión general-represión de la
producción deseante, lo es, sin embargo, de muy diversas maneras, según la
formación social considerada. El sistema de la representación a nivel
profundo tiene tres elementos: el representante reprimido, la representación
reprimente y el representado desplazado. Pero las instancias que vienen a
efectuarse son variables, hay migraciones en el sistema. No tenemos ninguna
razón para creer en la universalidad de un solo y mismo aparato de represión
socio-cultural. Podemos hablar de un coeficiente de afinidad más o menos
grande entre las máquinas sociales y las máquinas deseantes, según que sus
regímenes respectivos sean más o menos parecidos, según que las segundas
tengan más o menos facilidad para hacer pasar sus conexiones y sus
interacciones en el régimen estadístico de las primeras, según que las
primeras realicen más o menos un movimiento despegue con respecto a las
segundas, según que los elementos mortíferos permanezcan presos en el
mecanismo del deseo, encajados en la máquina social, o al contrario se unan
en un instinto de muerte expedido en toda la máquina social y que aplasta el
deseo. El factor principal en todos estos aspectos es el tipo o género de
inscripción social, su alfabeto, sus caracteres: la inscripción sobre el socius
es en efecto el agente de una represión secundaria o “propiamente dicha”,
que necesariamente está en relación con la inscripción deseante del cuerpo
sin órganos y con la represión originaria que esta ya ejerce en el dominio del
deseo; ahora bien, esta relación es esencialmente variable. Siempre hay
represión social, pero el aparato de represión varía, principalmente según lo
que desempeña el papel del representante sobre el que se ejerce. Es posible,
en este sentido, que los códigos primitivos, en el mismo momento en que se
ejercen con un máximo de vigilancia y de extensión sobre los flujos del deseo,
encadenándoles en un sistema de crueldad, guarden mucha más afinidad con
las máquinas deseantes que la axiomática capitalista, que, sin embargo, libera
flujos descodificados. Ocurre que el deseo no está todavía cogido en la
trampa, todavía no ha sido introducido en un conjunto de atolladeros, los
flujos no han perdido su polivocidad y el simple representado en la
representación no ha tomado el lugar del representante. Para evaluar en cada
caso la naturaleza del aparato de represión y sus efectos sobre la producción
deseante, hay que tener en cuenta no sólo los elementos de la representación
tal como se organiza en la superficie, sobre la superficie de inscripción del
socius.
Deuda e intercambio.
La sociedad no es cambista, el socius es inscriptor: no intercambiar, sino
marcar los cuerpos, que son de la tierra. Hemos visto que el régimen de la
deuda se derivaba directamente de las exigencias de la inscripción salvaje.
Pues la deuda es la unidad de alianza y la alianza es la representación misma.
La alianza codifica los flujos de deseo y, por la deuda, realiza en el hombre
una memoria de las palabras. Reprime la gran memoria filiativa intensa y
muda, el influjo germinal como representante de los flujos no codificados que
lo sumergiría todo. La deuda compone las alianzas con las filiaciones, que se
han vuelto extensas, para formar y forjar un sistema en extensión
(representación) sobre la represión de las intensidades nocturnas. La alianza-
deuda responde a lo que Nietzsche describía como el trabajo prehistórico de
la humanidad: servirse de la mnemotecnia más cruel, en plena carne, para
imponer una memoria de las palabras sobre la base de la represión de la vieja
memoria bio-cósmica. He ahí por qué es tan importante ver en la deuda una
consecuencia directa a la inscripción primitiva, en lugar de convertirla (y
convertir a las inscripciones mismas) en un medio indirecto del intercambio
universal. La cuestión que Mauss al menos dejó abierta: ¿es anterior la deuda
con respecto al intercambio o no es más que un modo de intercambio, un
medio al servicio del intercambio? Lévi-Strauss parece que la cierra con una
respuesta categórica: la deuda no es más que una superestructura, una forma
consciente en al que se monetiza la realidad social inconsciente del
intercambio39. No se trata de una discusión teórica sobre los fundamentos;
toda la concepción de la práctica social y los postulados transmitidos por esta
práctica se encuentran aquí introducidos; y todo el problema del
inconsciente. Pues si el intercambio es el fondo de todas las cosas, ¿por qué
es preciso que no tenga el aspecto de un intercambio? ¿Por qué es preciso
que sea una donación, o una contradonación y no un intercambio? ¿Y por qué
es preciso que el donador, para mostrar que ni siquiera espera un
intercambio, actúe como el que ha sido robado? El robo impide a la donación
y la contradonación que entren en una relación de intercambio. El deseo
ignora el intercambio, no conoce más que el robo y la donación¸ a veces uno
dentro del otro bajo el efecto de una homosexualidad primaria. Así por
ejemplo, la maquina amorosa anti-intercambio que Joyce encuentra en los
Exiliados, y Klossowski en Roberte. […] ¿Diremos que si el deseo ignora el
intercambio es porque el intercambio es el inconsciente del deseo? ¿Sería
ello en virtud de las exigencias del intercambio generalizado? Pero, ¿con qué
derecho podemos declarar que los cortes de deuda son secundarios con
respecto a una totalidad «más real»? Sin embargo, el intercambio es
conocido, perfectamente conocido –pero como lo que debe ser conjurado,
encajonado, severamente cuadriculado, para que no desarrolle ningún valor
correspondiente como valor de intercambio que introduciría a pesadilla de
una economía mercantil. El mercado primitivo procede por regateo más que
por fijación de un equivalente que implicaría una descodificación de los flujos
y el desmoronamiento del modo de inscripción sobre el socius. Nos vemos
conducidos al punto de partida: que el intercambio sea inhibido no declara
nada en favor de su realidad primera, sino que demuestra, al contrario, que
los esencial no es intercambiar, sino inscribir, marcar. Y cuando se convierte
al intercambio en una realidad inconsciente, por más que se invoquen los
derechos de la estructura y la necesaria inadecuación de las actitudes y de
las ideologías con respecto a esa estructura, no se hace más que hipostasiar
los principios de una psicología cambista para dar cuenta de instituciones de
las que, por otra parte, se reconoce que no pertenecen al intercambio. Y
sobre todo, ¿no reducimos así al inconsciente a una forma vacía en la que el
deseo mismo está ausente y expulsado? Una forma tal puede definir un
preconsciente, pero de seguro no el inconsciente. Pues si es verdad que el
inconsciente no tiene material o contenido, ciertamente no es en provecho
de una forma vacía, sino porque siempre es una máquina funcionante,
máquina deseante y no estructura anoréxica.
[…]

Voz, grafismo y ojo: el teatro de la crueldad.


Las formaciones salvajes son orales, vocales, pero no porque carezcan de un
sistema gráfico: un baile sobre la tierra, un dibujo sobre una pared, una marca
sobre el cuerpo, son un sistema gráfico, un geografismo, una geografía. Estas
formaciones son orales precisamente porque tienen un sistema gráfico
independiente de la voz, que no se ajusta ni se subordina a ella, pero le es
conectado, coordinado «en una organización en cierta manera radiante» y
pluridimensional. (Y es preciso decir lo contrario de la escritura lineal: las
civilizaciones no cesan de ser orales más que a fuerza de perder la
independencia y las dimensiones propias del sistema gráfico; es al ajustarse
a la voz que el grafismo la suplanta e induce una voz ficticia). Leroi-Gourhan
ha descrito admirablemente estos dos polos heterogéneos de la inscripción
salvaje o de la representación territorial: la pareja voz-audición y mano-
grafía44. ¿Cómo funciona una máquina de ese tipo? Pues funciona: la voz es
como una voz de alianza, a la que se coordina sin semejanza una grafía, de
lado de la filiación extensa. […] La articulación de los dos elementos se realiza
sobre el propio cuerpo y constituye el signo, que no es semejanza o imitación,
ni efecto de significante, si no posición y producción de deseo: «Para que la
transformación de la muchacha sea plenamente efectiva, es preciso que se
realice un contacto directo entre el vientre de esta, por una parte, y la
calabaza y los signo inscritos sobre ella, por otra. Es preciso que la muchacha
se impregne físicamente de los signos de la procreación y se los incorpore.
La significación de los ideogramas nunca es enseñada a las muchachas
durante su iniciación. El signo actúa por su inscripción en el cuerpo… La
inscripción de una marca en el cuerpo no solo tiene aquí el valor del mensaje,
sino que es un instrumento de acción que actúa sobre el mismo cuerpo… Los
signos dominan las cosas que significan y el artesano de los signos, no solo
tiene aquí valor de mensaje, sino que es un instrumento de acción que actúa
sobre el mismo cuerpo… Los signos dominan las cosas que significan y el
artesano de los signos, en vez de ser un simple imitador, realiza una obra que
recuerda la obra divina.»45. Pero, ¿cómo explicar el papel de la vista, indicado
por Leroi-Gourhan, tanto en la contemplación del rostro que habla como en
la lectura del grafismo manual? O más específicamente: ¿en virtud de qué el
ojo es capaz de captar una terrible equivalencia entre la voz de alianza que
inflige y obliga y el cuerpo afligido por el signo que una mano graba en él?
¿No es preciso añadir un tercer lado a los otros dos, un tercer elemento del
signo: ojo-dolor, además de voz-audición y mano-grafía? El paciente en los
rituales de aflicción no habla, recibe la palabra. No actúa, es pasivo bajo la
acción gráfica, recibe el tampón del signo. Y su dolor, ¿qué es sino un place
para el ojo que lo mira, el ojo colectivo o divino que no está animado por
ninguna idea de venganza y solo es apto para captar la sutil relación existente
entre el signo grabado en el cuerpo y la voz surgida de un rostro –entre la
marca y la máscara? Entre estos dos elementos del código, el dolor es como
la plusvalía que saca el ojo, captando el efecto de la palabra activa sobre el
cuerpo en tanto que se actúa sobre él. Es a esto a lo que hay que llamar
sistema de la deuda o representación territorial: voz que habla o salmodia,
signo marcado en plena sangre, ojo que goza con el dolor –estos son los tres
lados de un triángulo salvaje que forma un territorio de resonancia y de
retención, teatro de la crueldad que implica la triple independencia de la voz
articulada, de la mano-gráfica y del ojo apreciador. He ahí como la
representación territorial se organiza en la superficie, cercana aún a una
máquina deseante ojo-mano-voz. Triángulo mágico. Todo es activo, acciona
o reacciona en ese sistema, la acción de la voz de la alianza, la pasión del
cuerpo de la filiación, la reacción del ojo apreciando la declinación de ambas.
Escoger la piedra que convertirá al joven guayaki en un hombre, con bastante
daño y dolor, hendiéndola a lo largo de toda su espalda: «Debe tener un lado
muy cortante» (dice Clastres en un texto admirable) «pero no como la astilla
de bambú que corta demasiado fácilmente. Escoger la piedra adecuada exige,
pues, la ojeada. Todo el aparato de esta nueva ceremonia se reduce a esto: un
guijarro… Piel labrada, tierra escarificada, una sola y misma marca.»46.

Nietzsche.

El gran libro de la etnología moderna es menos el Essai surle don de Mauss


que la Genealogía de la moral de Nietzsche. Al menos debería serlo. Pues la
Genealogía, la segunda disertación, es una tentativa y un logro sin igual para
interpretar la economía primitiva en términos de deuda, en la reacción
acreedor-deudor, eliminando toda consideración de intercambio o de
interés «a la inglesa». Nietzsche tenía un material muy pobre, el derecho
germánico antiguo y algo de derecho hindú. Pero no vacila como Mauss entre
el intercambio y la deuda (Bataille tampoco dudará, bajo la inspiración
nietzscheana que le dirige). Nunca se ha planteado de forma tan extremada
el problema fundamental del socius primitivo, que es el de la inscripción, del
código, de la marca. El hombre debe constituirse por la represión del influjo
germinal intenso, gran memoria bio-cósmica que haría pasar el diluvio sobre
todo intento de colectividad. Pero, al mismo tiempo, ¿cómo proporcionarle
una nueva memoria, una memoria colectiva que sea la de las palabras y de las
alianzas, que decline las alianzas con las filiaciones extensas, que le dote de
facultades de resonancia y de retención, de extracción y de separación, y que
opere de ese modo la codificación de los flujos de deseo como condición del
socius? La respuesta es sencilla, es la deuda, son los bloques de deuda
abiertos, móviles y finitos, esta extraordinaria composición de voz parlante,
cuerpo marcado y ojo gozoso. Toda la estupidez y la arbitrariedad de las
leyes, todo el dolor de las iniciaciones, todo el aparato perverso de la
educación y la represión, los hierros al rojo y los procedimientos atroces no
tienen más que un sentido: enderezar al hombre, marcarlo en su carne,
volverlo capaz de alianza, formarlo en la relación acreedor-deudor que, en
ambos lados, es asunto de la memoria (una memoria tendida hacia el futuro)
En vez de ser una apariencia que toma el intercambio, la deuda es el efecto
inmediato o el medio directo de la inscripción territorial e incorporal. La
deuda proviene directamente de la inscripción. Una vez más no se invocará
ni venganza ni resentimiento (no es sobre esa tierra que crecen, no más que
el Edipo). Que los inocentes sufran todas las marcas en sus cuerpos se origina
en la autonomía respectiva de la voz y el grafismo, y también del ojo
autónomo que de ello obtiene placer. No es que se sospeche con anterioridad
que cada uno será un futuro mal deudor; más bien sería lo contrario. Es al
mal deudor al que debemos comprender como si las marcas no hubiesen
«agarrado» suficientemente en é, como si estuviese o hubiese sido
desmarcado. No ha hecho más que ampliar más allá de los límites permitidos
la distancia que separaba la voz de alianza y el cuerpo de filiación, hasta el
punto que es preciso restablecer el equilibrio con un aumento de dolor.
Nietzsche no lo dice, mas, ¿qué importa? Pues es ahí donde encuentra la
terrible ecuación de la deuda, daño causado = dolor a sufrir. ¿Cómo explicar,
pregunta, que el dolor del criminal pueda servir de «equivalente» al daño que
ha causado? ¿Cómo puede «pagarse» con sufrimiento? Es preciso invocar un
ojo que de ello obtenga placer (no tiene nada que ver con la venganza); lo que
el propio Nietzsche llama el ojo evaluador o el ojo de los dioses de
espectáculos crueles, «¡hasta tal punto el castigo tiene aires de fiesta!». Hasta
tal punto el dolor forma parte de una vida activa y de una mirada
complaciente. La ecuación daño = dolor no tiene nada de cambista, y muestra
que en este caso límite la mima deuda no tiene nada que ver con el
intercambio. Simplemente, el ojo obtiene del dolor que contempla una
plusvalía de código, que compensa la relación rota entre la voz de la alianza
a la que el criminal ha faltado y la marca que no había penetrado
suficientemente en su cuerpo. El crimen, ruptura de conexión fono-gráfica,
restablecida por el espectáculo del castigo: justicia primitiva, la
representación territorial lo ha previsto todo.

La muerte de la máquina territorial.


Lo ha previsto todo, codificando el dolo y la muerte –salvo la manera como
su propia muerte le iba a llegar desde fuera. «Llegan como el destino, sin
causa, razón, consideración, pretexto, existen como existe el rayo,
demasiado terribles, demasiado súbitos, demasiado convincentes, demasiado
distintos para ser ni siquiera odiados. Su obra es un instintivo crear-formas,
imprimir-formas, son los artistas más involuntarios, más inconscientes que
existen: en tiempo surge, allí donde ellos aparecen, algo nuevo, un engranaje
soberano dotado de vida, en el que cada parte, cada función, ha sido
delimitada y determinada, en el que nada tiene sitio si primero no posee una
significación con respecto al conjunto. Estos organizadores natos no saben
lo que es la culpa, responsabilidad, consideración; en ellos reina aquel terrible
egoísmo del artista de mirada de bronce y que de antemano se sabe
justificado en su obra, por toda la eternidad, lo mismo que la madre en su
hijo. No es en ellos, lo adivinamos, donde germinó la mala conciencia –pero
sin ellos esta horrible planta no habría crecido, no existiría si no hubiera
ocurrido que, bajo la presión de sus martillazos, de su tiranía de artistas, una
ingente cantidad de libertad fue arrojada al mundo, o al menos quedó fuera
de la vista, coaccionada a la fuerza a pasar al estado latente»47. Es aquí que
Nietzsche habla de corte, ruptura, de salto. ¿Quiénes son esos que llegan
como la fatalidad? («una horda cualquiera de rubios animales de presa, una
raza de conquistadores y señores, que organizados para la guerra, y dotados
de la fuerza de organizar, colocan sin escrúpulo alguno sus terribles zarpas
sobre una población tal vez infinitamente superior en número, pero todavía
informe…»). Incluso los más viejos mitos africano nos hablan de esos hombres
rubios. Son los fundadores del Estado. Nietzsche establecerá también otros
cortes: los de la ciudad griega, del cristianismo, del humanismo democrático
y burgués, de la sociedad industrial, del capitalismo y de socialismo. Pero es
posible que todos, por motivos diversos, supongan este primer gran corte,
aunque también pretendan rechazarlo y llenarlo. Es posible que, espiritual o
temporal, tiránico o democrático, capitalista o socialista, no haya habido
nunca más que un solo Estado, el perro-Estado que «habla en humaradas y
aullidos». Además, Nietzsche sugiere cómo procede ese nuevo socius: un
terror sin precedentes, con respecto al cual el antiguo sistema de la crueldad,
las formas de enderezamiento y de castigo primitivas, no son nada. Una
destrucción concertada de todas las codificaciones primitivas o, peor aún, su
conservación irrisoria, su reducción a piezas secundarias de la nueva
máquina, y el nuevo aparato de represión. Lo que era esencial en la máquina
de inscripción primitiva, los bloques de deuda móviles, abiertos y finitos, «las
parcelas de destino», se halla preso en un engranaje que vuelve a la deuda
infinita y ya no forma más que una sola y misma aplastante fatalidad: «Será
preciso desde entonces que la perspectiva de una liberación desaparezca de
una vez por todas en la bruma pesimista, será preciso desde entonces que la
mirada desesperada se desaliente ante una imposibilidad de hierro…». La
tierra se convierte en un asilo de alienados.

_
39 Lèvi-Strauss, «Introduction à l’ouvre de Marcel Mauss», en Mauss, Sociologie et
anthropologie, P.U.F., págs. 38-39 (tr. cast. Ed. Tecnos, 1979) Y Strcutures élémentaires
de la parenté, pág. 209: «Explicar por qué el sistema de intercambio generalizado ha
permanecido subyacente y a qué causas es debido el hecho de que el sistema explícito
esté formulado en términos muy diferentes.» Cómo a partir de este principio Lévi-Strauss
llega a una concepción del inconsciente como forma vacía, indiferente a las pulsiones del
deseo, cf. Anthropologie structurale, pág. 224. Cierto es que la serie de las Mythologiques
elabora una teoría de los códigos primitivos, codificaciones de flujos y órganos, que
desborda por todas partes semejante concepción basada en el intercambio.
44André Leroi-Gourhan, Le Geste et la parole, technique et langage, Albin-Michel, 1964,
págs. 270 sg., 290 sg.
45 Michel Cartry, «La Calebasse de l’exicision en pays gourmantché», Journal de la Société
des africanistes, 1968, 2, págs., 223-225.
46 Pierre Clastres, Chroniques des Indiens Guayaki, Plon, 1972.
47 Nietzsche, Genealogía de la moral, II, 17.

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