Mártires de la verdad en defensa de los derechos humanos
Faltaban pocos días para las elecciones legislativas de Colombia, cuando el
asesinado arzobispo Isaías Duarte afirmó abiertamente que algunos candidatos al Congreso y al Senado recibieron dinero del narcotráfico para financiar sus campañas, con palabras suficientemente explosivas como para que lo mataran el pasado mes de marzo. Duarte tenía fama de no pactar con la mentira. Es la autoridad eclesiástica de mayor nivel que muere en Colombia mártir de la libertad, aunque han sido también asesinados diversos obispos en América Latina como el de El Salvador Oscar Romero en 1980, el de Guatemala Juan José Gerardo, en 1998, después de entregar un informe sobre abusos a los derechos humanos por parte de los militares; el cardenal Juan Jesús Posadas en Guadalajara (México) en 1993, también por narcotraficantes... y, en fin, se cuentan por docenas los misioneros que anualmente son martirizados en defensa de los derechos humanos en todo el mundo. "Un pastor generoso y valiente... ha pagado a un alto precio por su defensa entusiasta de la vida humana y su firme oposición a cualquier tipo de violencia", manifestó el Papa. Duarte también excomulgó en 1999 a los rebeldes del Ejército de Liberación Nacional (ELN) que irrumpieron en una iglesia de Cali y secuestraron a 160 feligreses que luego fueron liberados. Como es sabido, Colombia es uno de los países más inseguros, de sus 40 millones de habitantes han muerto alrededor de 40 mil personas por el régimen de violencia que padecen. Más de 400.000 colombianos dieron su último adiós al arzobispo de Cali, de 63 años. Murió acribillado al acabar de celebrar una ceremonia de enlace matrimonial para un centenar de parejas. En este último homenaje al hombre que murió por denunciar lo que otros callaban por miedo, la cuarta parte de los dos millones de habitantes que tiene la ciudad de Cali pasó a dar los honores al féretro. “Nunca había conocido Cali, tan golpeada por la violencia así como por la crisis social y económica, una manifestación de rechazo, indignación y solidaridad tan masiva”, decía un testimonio. Dio su vida por los demás, como también el arzobispo de Nigeria, que ofreció entregar su vida en rescate de una mujer condenada a muerte. Esos ejemplos de pastores que viven la fe heroicamente con la gracia de Dios, recuerdan todos los testimonios que a lo largo de la historia van dando lo mejor de ellos mismos por el amor. Desde Nerón, Domiciano, Trajano, Adriano, Aureliano, Severo, Diocleciano, son variados los ataques a los seguidores del mensaje de Jesús, llámense sicarios, guerrilla, narcotráfico o terrorismo más o menos de Estado, y recuerdan el epigrama del célebre Tertuliano: “la sangre de los mártires se transformará en la semilla de cristianos”. Algunas de las palabras que dicen que costaron la vida al obispo y que son actuales no sólo para los países del otro lado del Atlántico fueron: «Invito a los guerrilleros a que pidan perdón por el mal que han hecho. Invito a los empresarios a que pidan perdón porque no han tenido sentido social y no han defendido el bien común de los desempleados. Invito a los sindicatos a que pidan perdón porque no se preocupan por los miles de trabajadores del país... ¿Se puede decir que una persona que pone una mina quiebrapatas no sabe lo que hace?, ¿se puede decir que el que organiza una masacre no sabe lo que hace?, ¿se puede decir que los que corrompen el Estado no se dan cuenta del daño que causan?... Qué le sucedió a Colombia para que nuestros hermanos fueran masacrados y ultrajados. Todos tenemos que reconocer nuestra responsabilidad en estos hechos y pedir perdón». Se refería al “dinero maldito fruto de la droga que destruye a nuestro pueblo”; pienso que aunque en otros sitios tenemos males distintos nos sirve igual el consejo: “no podemos aceptar que tras la fachada de la política sana y limpia se muevan dineros que tienen intenciones torcidas y que causan ciertamente un inmenso mal a la patria... no se dejen engañar y no apoyen a quienes detrás de la fachada de una política y de una democracia limpia, esconden el dinero corrupto”. Llucià Pou i Sabaté