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Esperanza y salvación

Llucià Pou Sabaté


sacerdote
Vida más allá de la muerte
Introducción. Desde El Fedón, diálogo de Platón, se ha
hablado mucho sobre la inmortalidad del alma. Dice el cantante
José Luis Perales: “hay momentos en esta vida, tan felices, que
pienso que el cielo lo tengo aquí -¿Y son frecuentes esos
momentos? -Son intensos, maravillosos, pero no demasiado
frecuentes. Por eso
pienso que hay una vida
después de ésta. No es
lógico que vengamos a
este mundo a pasar un
minuto de felicidad por
mil de infelicidad. En lo
más profundo de mi ser
hay el convencimiento
de que hay otro mundo
que no es así. No nos
conformamos con que
un día salga el sol y esté todo precioso, sino que queremos
que sea siempre”.
El otro día en el colegio un niño pequeño, de unos 6-7
años, me pidió un caramelo, y le pregunté, para ponerle difícil el
premio: “te lo daré si me explicas el misterio de la Santísima
Trinidad” pensando que ante la trampa me respondería como
suelen: “esto aún no lo hemos dado” y en cambio me contestó: “-
¡esto lo sabrás en el cielo!”… Se mereció el caramelo…
Escribí esto primero hablando de la esperanza del cielo,
pero luego lo he ampliado siguiendo la idea del Padrenuestro de
que el Reino de Dios está ya aquí en la tierra incoado…
Algunas fotos son de una basílica de Tierra Santa, que pensé
que hacen referencias catequéticas al texto… me las pasó Miguel
Pons, a quien va mi agradecimiento. Dedico estas páginas a mi
madre. Va mi agradecimiento a Cristina Moreno, José Ramón
Talero y todos los que me dan sus ánimos, y a los que me ayudéis
a mejorar estos textos. Llucià Pou Sabaté, sacerdote. Granada, 1 de
noviembre de 2009 * Conmemoración de todos los Santos.

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Esperanza y salvación
I. Vida más allá de la muerte

1. Planteamiento de la cuestión.

Toda la vida detrás de una zanahoria... Recuerdo de


pequeño la imagen del burro, al que oía con frecuencia pues era el
de mi vecino. Me gustaba subirme a él, tenía un encanto especial y
me gustaban incluso sus rebuznos, que procuraba imitar. Me
sorprendió ver en los
tebeos la imagen del burro
que va con una zanahoria
“a cuestas”, se la ponen
delante de los ojos para
que vaya adelante, siempre
adelante... ahora pienso
que nosotros pasamos toda
nuestra vida siguiendo
zanahorias de metas y de
propósitos, y al rebuscar en
la memoria encontramos
que lo que nos prometía la imaginación no era lo que nos dio la
realidad: nos planteábamos “consigue esto y serás feliz”... y a veces
no conseguimos aquello, pero otras muchas sí, y a pesar de
conseguir estos objetivos no tenemos aquella “felicidad”... Esto
lleva a veces a una frustración o desengaño, sobre todo cuando se
han invertido muchas energías en alcanzar a cualquier coste aquel
objetivo, sacrificando cosas que luego vemos que eran más
importantes, y que no era eso lo que nos llena... el ganar, el
beneficio. Entonces, ¿cuál es nuestra meta, el fin que nos llena?
Hay metas nobles, para el perfeccionamiento personal y el bien
social, y es difícil mantener el equilibrio de ver qué es “medios" y
qué es “fin”. Sabemos que la frustración genera formas de
marginación como drogas, homicidios, etc. El alma del hombre es
infinita y los anhelos de algo grande no pueden satisfacerse con lo
limitado, con lo material. Dios es infinito.

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Vida más allá de la muerte
Hace un tiempo participé en un Congreso sobre
escatología (eschaton significa último, el final, logos: discurso sobre
el destino último del hombre), donde se veía que ha tomado
últimamente un lugar importante en los estudios de teología. Las
causas han sido dos: por un lado, se ha profundizado en el fuerte
carácter escatológico de la predicación de Jesús; y también se ha
prestado una atención particular a la esperanza, como ancla de
salvación en una sociedad inmersa dentro del torbellino de
mejorar la posición de bienestar temporal. Es decir, se mira el
hombre -y por él a la creación entera- desde su fin último
sobrenatural, es decir no sólo en cuanto es sino sobre todo en
cuanto a lo que está llamado a ser. Ante la pregunta: ¿Por qué
nada del mundo constituye para el hombre un fin que le satisfaga?,
se responde que la esperanza le lleva siempre más allá de sus
logros, es una sed de infinitud que no puede ser colmada dentro
del horizonte de este mundo, y el corazón del hombre se acoge a
la esperanza que lo dirige más allá, hacia el final de los tiempos.
El hombre tiene sed de eternidades. Algunos autores
paganos hablan de hombres que tienen deseo de ser dioses o hijos
de dioses. El sentimiento de “endiosarse” lleva a la osadía de las
cosas grandes; se trata de un sentimiento que incluso ha tenido
manifestaciones históricas equivocadas, pero que posee una fuente
real, sobrenatural, que la misma naturaleza de algún modo atisba.
Constituye un endiosamiento: “Si hemos sido hechos hijos de Dios,
hemos sido hechos dioses” (S. Agustín). Y Basilio El Grande se
refiere a que, así como “los cuerpos transparentes y nítidos, al
recibir los rayos de luz, se vuelven resplandecientes e irradian
brillo, las almas que son llevadas e ilustradas por el Espíritu Santo
se vuelven también ellas espirituales y llevan a los demás la luz de
la gracia. Del Espíritu Santo proviene la inteligencia de los
misterios, la comprensión de las verdades ocultas, la distribución
de los dones, la ciudadanía celeste, la conversación con los ángeles.
De Él, la alegría que nunca termina, la perseverancia en Dios y, lo
más sublime que puede ser pensado, el hacerse Dios”.
Es bueno dejarse llevar por el Espíritu, y por la acción de
gracias de Jesús a los que se abren a esta fuerza divina: Te doy
gracias, Padre, porque has revelado los misterios del Reino a la
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Esperanza y salvación
gente sencilla (Mt 11,25). Acoger el Reino ya aquí en la caridad,
para oír la bendición del Salvador: Venid vosotros, benditos de mi
Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la creación
del mundo (Mt 25,34), porque cuando hacemos el bien a los
demás estamos acogiendo a Jesús, que se entregó por nosotros:
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único. Todos los
que creen en él tienen vida eterna (Jn 3,16). Fe que se demuestra
en ese amor, y con esto le basta al Señor para poder hacer su obra
maestra: Esta es la voluntad de mi Padre: que no se pierda nada de
lo que me dio, sino que lo resucite en el último día (Jn 6,39). Jesús
nos trae ese amor misericordioso del Padre que se realiza en Jesús:
Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que cree en el Hijo
tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día (40). Pues de
esto hablaremos en este libro, esta será la perspectiva.

El marxismo clásico consideró a la religión como el opio del pueblo,


pues la religión, mientras orienta la esperanza del hombre hacia una vida futura
ilusoria, lo estaría apartando de la construcción de la ciudad terrestre (Gaudium et
spes: GS, 20). Pero hemos visto durante los desastres del siglo XX que en realidad
son los sistemas sin Dios los que aniquilan al hombre, o los egoísmos
individualistas que tenemos aún hoy: comamos y bebamos, que mañana
moriremos (Lc 22,13). Y está claro que muchos cristianos han abandonado el
mundo de aquí, pensando mucho en el mundo futuro, abandonando las
obligaciones sociales… La noción de liberación “integral” propuesta por el
magisterio de la Iglesia (Pablo VI, Evangelii nuntiandi 34) conserva, a la vez, el
equilibrio y las riquezas de los diversos elementos del mensaje evangélico.

Amor al mundo. A lo largo de la historia hemos visto


concepciones de la vida muy pegadas a gozar de la tierra, y otras
que desprecian esta realidad y buscan el cielo. Joan Maragall en su
Cántico espiritual se refería a un mundo al que amaba, y le costaba
imaginar algo más grande:

“Si el mundo es ya tan hermoso, Señor,


… ¿qué más nos podéis dar en otra vida?...
querría detener muchos momentos de cada día
para hacerlos eternos dentro de mi corazón”.

Su fe le llevaba no sólo a pensar en un


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Vida más allá de la muerte
más allá, sino a ver a Dios en nuestra realidad, por eso acababa su
plegaria diciendo: “¡Déjame creer, pues, que estás aquí!” Luego,
quizás llevado por un escrúpulo de exceso de “vitalismo”, añadió
la estrofa final sobre la maravilla del cielo. Hay quien piensa que el
gozo del mundo no es bueno, hay un miedo a quedarse con lo
humano: “¿puede pregustarse la felicidad eterna en esta vida
temporal hasta el punto de volverse innecesaria la misma felicidad
eterna?” Pero, si bien hace años había este tipo de dificultades
culturales, ahora podemos entender lo que quiso decir el poeta: sin
miedo a la vida, pues este amor por la vida no está reñido con el
deseo del más allá. “¿Es bueno sentirse feliz ya aquí, sin perder la
fe en el más allá?” Y respondemos claramente: ¡sí! El placer no es
pecado, y la vida no es sólo un “valle de lágrimas” donde es
obligatorio llorar; decía una mujer: “es un valle de lágrimas la
vida, pero, ¡qué bien se llora!”. La vida no es sólo mirar al más
allá, olvidando disfrutar del regalo que Dios nos ha hecho. Si el
mundo es un regalo divino (volviendo a la poesía citada), y Dios
nos ha hecho un jardín delicioso como regalo, ¿no sería una
blasfemia cerrar los ojos y despreciar este regalo? ¿Cómo se
agradecen los regalos? Abriendo el envoltorio, y disfrutándolos.
Pues por ahí va la poesía…
He podido visitar una exposición en el Museo del Prado
sobre el retrato en el Renacimiento, cuando la expresión de los
rostros se vuelve arte, belleza en sí misma, sin necesidad de ser un
“pretexto” para un motivo religioso. Ahí, el renacimiento es
humanismo que conecta con aspectos de la antigua Roma, que
reciben una nueva vitalidad en la cultura cristiana. Pero en la
historia ha sido difícil encontrar un equilibrio, pues la influencia del
maniqueísmo –pensar que lo que tiene cuerpo es malo, que solo lo
espiritual es bueno- ha hecho que a veces no se acepte la belleza y
el gozo en sí mismos, se piensa que solo es bueno el mundo en
cuanto camino para el más allá. El cielo será también belleza y
encanto, y no se llega a él sólo a través de obligaciones y cosas
desagradables, palabras muertas que no mueven: “¿Cuándo llegará
el momento que despreciaréis cualquier otro ritmo y no hablaréis
sino con palabras vivas? Entonces seréis escuchados con entusiasmo
y vuestras palabras misteriosas darán frutos de vida verdadera y
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Esperanza y salvación
desvelaréis entusiasmo” (decía también Joan Maragall). San Ireneo
nos dará una aportación importante para captar lo que es la gloria
de Dios, la voluntad de Dios: "Gloria Dei vivens homo", la gloria
de Dios es la vida del hombre, y la vida del hombre es la visión de
Dios. Esto está bien lejos de considerar a Dios como un ser lejano
de los hombres, como un rey que recibe el tributo de los hombres
con una especie de autocomplacencia. La gloria de Dios es nuestra
vida plena, humana y divina: hacia el más allá, viviendo “a tope”
nuestra existencia actual, con una “alegría de vivir” que lejos de ser
un vitalismo hueco, hedonista, es una verdadera pasión por la vida
en la que ya tenemos “el más allá”, pues “Dios está aquí”, “en
presente”: abrir los ojos a la vida es alegría, sentirse en casa, libres,
sin atarse a nada más que al amor que procede de ese Dios que
nos ama… eso es la vida. Jesús amaba la vida con asombro y
entusiasmo, sabía disfrutar de todo lo humano, dentro del camino
pascual.

2. ¿Es
necesario
hablar
tanto de la
muerte?

El caer de las hojas


nos recuerda la muerte.
Decíamos que este tiempo
de otoño está cargado de
emociones, parece que la naturaleza llora con la caída de las hojas
de los árboles, que aparecen en toda su desnudez. Los paisajes
adquieren un tono melancólico, lleno de colorido que hace pensar
que la gente se muere. Y queremos alargar la vida, sin pensar en la
muerte, con lo cual se convierte en un “tabú”, es decir al quererlo
olvidar se aumenta el miedo, no se hace más que aumentar el
trauma, y al quitar el sentido de la muerte en el fondo estamos
quitando el sentido de la vida. Sustituimos la palabra por otras más
dulces, aunque también son formas bonitas de decir que reflejan la
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Vida más allá de la muerte
realidad del más allá: “nos ha dejado”, “se ha dormido en el
Señor”...
Decíamos que para quien piensa que el fallecer es el fin de
trayecto, es un tema tabú del que no se habla, pues todo consiste
en gozar de los placeres de la vida y la distracción del trabajo para
no pensar en este final que suena a fracaso, pues todo acaba unos
palmos bajo el suelo. El mes de noviembre, mes que comienza con
la fiesta de todos los santos y la memoria de los difuntos, tiene
algo que invita a pensar en estas preguntas esenciales, un tiempo
anual que invita a leer cosas serias, como los grandes novelistas...
El mes de noviembre, con el caer de las hojas y el sentido del
otoño, nos recuerda que todo se acaba. Pero ¿qué es la muerte?
Algunos dicen que no existe, que es algo sin consistencia. En cierta
forma, no es más que la ausencia de vida, y por tanto sólo es, sólo
tiene sentido, en relación con la vida. Jorge Manrique decía aquel
"nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el
morir". Pero en realidad, no hay que aprender a morir sino a vivir,
a vivir a gusto, y así se morirá uno a gusto. Parece que en el
mundo de hoy no se quiere hacer referencia a esta verdad.
“Hablemos de cosas agradables...”
Otros dicen que son cuatro días y hay que vivirlos, es el
Carpe diem, el destino del hombre es vivir, aprovechar el tiempo
que tenemos. "No hay nada más allá de la muerte", por tanto
disfruta lo que tienes. Es lo que nos dice Epicúreo: "la muerte no es
nada para nosotros, porque mientras vivimos, no hay muerte, y
cuando la muerte está ahí, nosotros ya no somos. Por tanto, la
muerte es algo que no tiene nada que ver ni con los vivos ni con
los muertos". Hay algunos algo nihilistas que dicen que el destino
del hombre es morir, y sólo cabe apropiarse la muerte, en un acto
de gran autenticidad, y así se abraza la autodestrucción. En esto
comparten la opinión del materialismo, que también piensan que
todo se acaba aquí. Otros muchos simplemente responden,
escépticos: "¡quién sabe!", con un encogimiento de hombros, pues
dicen que el destino del hombre nos es desconocido, que es un
misterio en el que no hay que pensar mucho. Pero la conciencia
religiosa nos indica que el destino del hombre es una vida más allá
de la muerte; da por supuesto la supervivencia del alma después
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Esperanza y salvación
de ella, y la existencia de Dios y la religión es en buena parte una
explicación del más allá y un conjunto de actitudes que permiten
relacionarse con Dios. Es la respuesta mayoritaria. La religión
alegra al hombre (no como decía Nietzsche) pues le asegura que la
muerte no es el final, tiene un sentido, las cosas se arreglarán allí,
es el triunfo definitivo del bien contra el mal; el deseo de ser justo
o feliz implica esta victoria y premio correspondiente para los que
se portan bien.

"Los hombres, al no haber podido remediar la muerte, la


miseria, la ignorancia, se han puesto de acuerdo, para ser felices,
en no pensar en ello" (Messori). Y se busca morir discretamente,
como decía T. Mann, y sin duelo, sin que se entere nadie, ni el
paciente. Es lo que llaman "la muerte pequeña", un detalle a
olvidar, y esto parece que niegue un destino al hombre, una
extinción, apagarse, como dicen en Italia: "si è spento", evitan
hablar de que alguien se ha muerto, o bien: “nos ha dejado”.

Pero la muerte es un drama no fingido, es algo real. "Vivir


es caminar breve jornada", es la peor de entre todas las desgracias
de la vida, y es bueno tener una experiencia subjetiva de la
muerte, experimentarla como final. Es el término de esta media de
25000 días que tenemos para vivir. Y moriremos en paz cuando
hayamos cumplido el destino previsto: una vida llena, y para que
ésta no sea vacía exige una preparación. En el instante en que vivo
mi actitud puede ser de una elevación hacia ese momento mágico,
que no da otro momento anterior, morirse es algo serio y hay que
aprender a morir.

El problema de nuestro mundo es esta esperanza


amenazada: se “cree” en Dios y no se espera la vida eterna. La
desconexión entre ellas se sustituye por “modernización”,
“progreso”, etc. siguen siendo utilizadas como señuelos después
del derrumbamiento de las grandes utopías en esta “crisis de la
modernidad” o “fin del proyecto moderno”, y en resumen hay
una cierta desesperanza, instalación en la fugacidad, sólo el
presente cuenta verdaderamente. “No es malo que, abandonadas
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Vida más allá de la muerte
las grandes palabras, basadas en una concepción ilusoria de lo que
el hombre puede darse a sí mismo, se valoren las mil pequeñas
cosas que la vida nos presenta y se disfruten como bienes que el
Creador nos ofrece: desde el paseo por la montaña hasta el
encuentro con el amigo. No es mala una esperanza humilde y
hasta escondida en lo cotidiano. En cambio, es preocupante que
vaya tomando cierta carta de naturaleza la pura y simple
desesperanza. No es extraño que la cultura descreída, que había
juzgado incompatibles el reino de Dios y el reino del hombre,
tienda a revelarse hoy como una cultura desesperanzada. No nos
sorprende, ya que es la fe en el Dios de la vida y de la promesa (cf
Mc 12, 27) la que, en realidad, hace posible la esperanza fundada,
la apertura confiada hacia el futuro”1. Se vuelve a creencias
ancestrales o supersticiones para tratar de responder a la inevitable
demanda de esperanza. “Y paradójicamente, junto a la ciencia y la
técnica más avanzadas, florecen con cierto vigor la astrología, los
horóscopos, la quiromancia, etc”.

Decía Ratzinger (siguiendo a Pieper)2 que hoy se oculta la muerte. Y esto


se debe a que la familia, el ambiente normal donde se vive la realidad de la vida,
es para muchos una cama donde dormir; pues el trabajo, la técnica, etc., ha
desplazado la persona hacia otros sectores y le ha hecho perder la perspectiva
“normal”, protectora del hogar. Por eso, la gente no está preparada para pensar
en la muerte, se deja llevar por un ambiente nihilista y se va formando el tabú.
También se le quita importancia cuando se la convierte en espectáculo de cine.
La letanía de los santos no obvia la muerte, sino que nos prepara a ella.
No quiere que sea imprevista, sino preparada, pues reza: “líbrame Señor de la
muerte temprana y repentina” y con ella se pide una preparación oportuna,
ahora parece que la petición del mundo vaya más en la línea de desear una
muerte sin tiempo para pensar ni padecer, se quiere una muerte desapercibida, sin
dolor pero también sin conciencia, inconsciente. El miedo a la muerte ha
aumentado, y se quieren simplemente concentrar los esfuerzos de la técnica en
eliminar el dolor y toda conciencia de muerte, toda metafísica, de ahí la
importancia de la cuestión de la eutanasia. Pero la deshumanización de la muerte
desemboca en la deshumanización de la vida.

¿Para qué hablar tanto de la muerte? La desgracia que planea tenebrosa,


amenazante y sombría sobre la cultura actual viene de que “la postura frente a la

Conferencia Episcopal Española: CEE, Esperamos la Resurrección y la Vida Eterna, 1995.


J. Ratzinger, Escatología, Ratisbona 1977, &4.
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Esperanza y salvación
muerte implica la que se toma frente a la vida. Consiguientemente, la muerte se
convierte en la clave de qué es en definitiva el hombre. La brutalización que
experimentamos hoy frente a la vida del hombre, se entreteje profundamente con
el rechazo de la angustiosa cuestión que plantea la muerte. Tanto la marginación
como la trivialización pueden solucionar la cuestión únicamente anulando al
hombre mismo”3.

Pienso que es muy bonito ver que desde pequeños hemos


rezado a la Virgen, sin tabúes, sobre las dos cosas importantes, la
vida con el amor y el nacimiento (“bendito es el fruto de tu
vientre: Jesús”), y la muerte y el miedo y el temor (“ruega por
nosotros… en la hora de nuestra muerte”). No se habla a los niños
de “cigüeñas” sino de “fruto del vientre”, ni de “irse” sino de
“muerte”. Para quien está abierto al más allá, hay un sabor de
victoria, después de consumar una carrera: “toda nuestra ciencia
consiste en saber esperar” (Bto. Rafael Arnáiz Barón). El secreto de
la vida cristiana es saber esperar el encuentro con el Amor
vencedor de la muerte. “Eso es lo que nos permite vivir con
verdadera libertad y fraternidad la vida y la muerte” (CEE).
Ya vemos lo lejos que está eso de pensar en la fe en la resurrección
como en un opio para apagar angustias ni un sueño para compensar frustraciones,
sino que es una convicción que nos mueve a trabajar sin miedo y con todas
nuestras energías, en la lucha contra toda forma de mal en el mundo. Porque
transforma la muerte, el gran mal, donde acaba todo, en un comienzo nuevo,
pues sería absurdo que la vida fuera absurda. La fe es razonable, y esto nos da
confianza. Podemos y debemos reflexionar sobre nuestra fe, su coherencia no
quita el Misterio, pero lo hace más bonito.
No precipitemos las respuestas fáciles metiendo a Dios en los consuelos
que queremos dar a las personas que se plantean el dolor de la muerte de una
persona querida, sin responder a nada. Son cosas que si se plantean mal con
frecuencia crean más confusión, como cuando se dicen cosas tipo: "Dios lo
necesitaba en el cielo", "hay que resignarse", "Dios se lleva siempre a los mejores",
porque muchas veces acaban con la triste pregunta: "¿qué habré hecho yo para
que Dios me castigue así?"...; pero tenemos la promesa de Jesús de que todo eso
tiene respuesta, y un día nos será dada... nos toca confiar. Optar, decir: “entre el
absurdo y el misterio, yo escojo el misterio”.
Deberíamos dejar de encerrar a nuestros seres queridos difuntos en una
añoranza del pasado para tener presente que nos hemos de reunir con ellos en el
futuro. Tanto mirar al pasado revela una buena dosis -aunque sea inconsciente- de
recelo, de desconfianza, de sensación de haberlos perdido para siempre, cosa que
nosotros no podemos, en absoluto, admitir, porque nos encontraremos con ellos

J. Ratzinger, Ibid.
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Vida más allá de la muerte
en el futuro y porque debemos recordar nuestra fe en la comunión de los santos,
en que seguimos estando unidos a ellos porque ellos siguen vivos, aunque no
sepamos explicar muy bien cómo es esa vida de la que ellos gozan ya. No
podemos olvidar nunca que Dios es un Dios de vida y de vivos, no un Dios de
muerte. El recuerdo de los difuntos es un recuerdo de esperanza. Si la muerte ha
sido vencida, ¿qué nos puede hacer temblar? Nada. Si vencer la muerte es posible
-ha sido realidad ya en Jesucristo-, todo el mundo nos ha abierto sus puertas,
ningún horizonte está cerrado; para quien sepa encontrarle a la vida su más
profundo sentido, todo será posible; para quien sepa ponerse confiadamente en
manos de Dios ("Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu"), habrá
desaparecido toda esclavitud, toda opresión, toda muerte. Y todo esto llevará al
hombre de fe a vivir en verdadera y continua esperanza; una esperanza tan lejos
de una utopía irrealizable como de un sueño para compensar amarguras. Una
esperanza que lo llevará a trabajar con toda confianza por ese mundo nuevo,
distinto, en paz, en armonía y fraternidad que todos queremos, pero que pocos
ponen los medios eficaces para alumbrarlo entre nosotros (Luis Gracieta).

Un testimonio especial. E. Kubler-Ross comentaba: “Si hace treinta


años alguno de mis pacientes hubiera querido hablar de la vida después de la
muerte le hubiera dicho: "Soy médica y psiquiatra. Esas cosas debe hablarlas con
su sacerdote". Así hubiera transferido el problema. Pensaba que era asunto de los
religiosos. Y entonces, por primera vez en mi vida encontré a un verdadero
sacerdote que practicaba lo que predicaba, y mantuvimos horas y horas de
encendidas discusiones. Decía: "La medicina sería una maravilla si se pudiera
contestar a una sola pregunta: ¿Qué es la muerte? Y porque siempre, desde su
púlpito, decía "Pedid y seréis satisfechos", lo desafié diciendo: "Pediré a Dios que
me ayude a investigar la muerte -no el morir, la muerte- para lograr una
definición absoluta y precisa". Porque si supiéramos qué es la muerte nos
ahorraríamos muchos sufrimientos, dolores de cabeza y problemas con la familia y
los pacientes. Y apuntando al cielo raso con un dedo dije: "Estoy pidiendo que me
ayude a investigar la vida, después de la muerte"…” Esta fue una luchadora en el
campo del consuelo en la muerte, la máxima autoridad desde el punto de vista de
la compañía a los moribundos y que ha aportado mucho a la medicina paliativa,
pero también a la paz en su fe en el misterio de la vida más allá de la muerte.
Conmueven sus libros, se apartó de los senderos trillados para decir cosas que
suscitan discusiones (no está en sintonía con la Iglesia en algún aspecto, cuando
habla de que las almas que dejan el cuerpo toman forma corporal). Todo
despertó cuando prologa el libro de Moody, sobre la vida más allá de la muerte,
lo que contaron algunos que “volvieron”, y quiere ir más allá. “Necesitaba
continuar su investigación, no sólo para tener experiencias cercanas a la muerte,
sino para saber qué es el más allá. Y al poco tiempo, algunos días después, se me
presentó el caso de una india norteamericana atropellada en una carretera por un
conductor que huyó y la dejó al costado del camino gravemente herida con
lesiones internas. No estaba visiblemente herida… Ningún coche se detuvo para
auxiliarla. Un hombre -del tipo que llamo "los buenos samaritanos"- se detuvo y le
preguntó que podía hacer por ella. Con gran serenidad la mujer respondió "No
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Esperanza y salvación
hay nada mas que alguien pueda hacer por mí". Pero el hombre no se fue. Se
sentó junto a ella, en el pasto, y unos quince o veinte minutos después la mujer
observó que seguía a su lado. "Puede ser que algún día pueda hacer algo por mí,
dijo ella. Y lo que me pidió fue que algún día visitara a la madre, que vivía en una
reserva indígena y le diera un mensaje: "Dígale que estoy bien. No sólo estoy
bien, también me siento feliz porque pronto estaré con mi padre". Y murió en los
brazos del extraño. Bien, ese hombre quedó tan conmovido que se apartó de su
camino y condujo mas de mil kilómetros para visitar a la madre de la víctima, que
no estaba desolada por la muerte de su hija, sino muy, muy consciente del
mensaje porque su marido, el padre de la muerta, había fallecido una hora antes
del accidente que mató a la hija, a mil kilómetros de distancia. Fue un corolario
absolutamente inesperado”. Esto confirmó su idea de que al morir encontramos a
aquellos que quisimos... “No a todos, pero si hubo amor genuino...” Es
interesante lo que aporta, que después de morir nos encontramos con quienes
amamos.
También es interesante ver los errores que comete la doctora, por
ejemplo al hablar de las experiencias extracorpóreas, porque no dejan de
hablarnos de que es constitutivo del ser humano ser parte de su búsqueda, que
por cierto le causó ataques: “Se abusó de mí, fui tan rechazada y bautizada
"Señora Muerte" y cosas semejantes... Tuve que soportar toda esta segregación
hace mucho tiempo, cuando comencé a trabajar con pacientes moribundos”. En
sus experimentos hay algo que se relaciona con el Libro tibetano de los muertos y
con nuestro purgatorio, ahora entendido como abrazo con Jesús: ella piensa que
después de la muerte atravesaremos un proceso de purificación, donde
deberemos experimentar los dolores que infligimos a los demás, como se habla en
otras tradiciones –erróneamente- de reencarnación karmica. “Cada ser humano lo
hace cuando realiza su propia revisión. Usted debe revivir cada acción, cada
pensamiento, cada palabra que pronunció... Cada uno debe hacerlo por sí mismo.
Y entonces usted también conoce las consecuencias de cada acción, cada palabra y
cada pensamiento. Y esto es -hablando simbólicamente, no literalmente -atravesar
el infierno, porque entonces ya sabemos acerca de toda la ayuda recibida en vida,
cómo todo se forzó para ayudarnos en el camino correcto, hacia la derecha o la
izquierda, y cuan poco lo apreciamos…” Es una revisión, un tipo de
purificación… una vez que conocemos la muerte, jamás volvemos a tener miedo.
Este conocimiento afecta el modo de vivir. Con frecuencia pienso en la muerte
como algo muy remoto y que la vida es la causante de temores. Este
conocimiento de lo que es la muerte cambia nuestra experiencia de vida. “Si usted
sabe que la muerte es solamente la transformación a una vida diferente, entonces
nadie desaparece, nadie se desvanece de la nada, y continuamos creciendo y
aprendiendo ilimitadamente. Es como pasar de segundo a tercer grado o del
séptimo al octavo. Se vive de una manera muy diferente al saber que debemos
continuar creciendo y aprendiendo”. Entonces, ¿qué es nuestro tiempo en la
Tierra? “Nuestro tiempo en la Tierra es la única instancia en que podemos
aprender a dar y recibir, donde podemos aprender a amar a los demás como a
nosotros mismos. Es un lugar para aprender "Tu voluntad, no mi voluntad". En
última instancia esto no es demasiado difícil de aprender. Pero lo que nunca nos
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Vida más allá de la muerte
enseñaron es "Tu tiempo, no es mi tiempo", porque lo quieren de inmediato.
Entonces hay que aprender la virtud de la paciencia. Esto no puede aprenderse del
otro lado”. Hasta aquí la doctora…

La muerte, ingrediente de la vida. En la visión platónica dualista el


cuerpo es negativo como toda materia y el alma positiva como todo espíritu, y la
persona humana es un ser contradictorio, fatal: “el espíritu, la llama de lo divino,
ha sido arrojado en la cárcel del
cuerpo. Por tanto, el camino del
sabio consiste en tratar al cuerpo
como sepulcro del espíritu,
preparándose para la
inmortalidad en esa enemistad
respecto del cuerpo” (ESC) y la
muerte sería la gran liberación de
la cárcel hacia la inmortalidad.
Esto no es el pensamiento
bíblico, donde se mira al hombre
entero, alma y cuerpo, y no es mi
alma la que se libera, sino que
Cristo ha resucitado y que después de mi muerte –soy yo entero el que muero- yo
vivo en la esperanza de que resucitaré en Cristo. ¿Qué es morir? La suprema
catarsis de los condenados es muy lúcida, cuando mueren por un ideal, la muerte
depende del sentido de la vida. Muere no el cuerpo, sino el hombre, y hay una
separación de alma y cuerpo y al perder el organismo su principio vital, se
convierte en cadáver. Si el alma es la forma del cuerpo, queda de-forme. Morir es
perder la vida. Estar enfermo es también perder un poco de vida, y empezar a
morir, pérdida de vitalidad por factores externos o internos, y todo depende -en
ocasiones- de la lucha por la supervivencia, que puede ser dramática y exige un
gran esfuerzo. Vivir es luchar por vivir, y para esto necesitamos un porqué.
Hay un deseo de vida eterna llena de riquezas y de descendencia y de
amor, en todas las culturas se piensa en que algo sigue, no hay muerte total en
sentido estricto: “siempre y en todas partes se piensa en que, de la manera que
sea, la existencia continúa. La pura nada no resultó imaginable en absoluto” (ESC).
Los ritos funerarios son también de protección, para que los muertos estén en su
mundo y respeten nuestra vida en el nuestro, y esta creencia de los muertos que
vivían en un ser en el no-ser fue decayendo en los pueblos primitivos cuando la
religión se hizo ilustrada y pasó de mitológica a algo más racional.
Por ejemplo se observa en Ulises este cambio. Los clanes se desmoronan
cuando caen los mitos, y de ahí la crisis política de Grecia en los siglos VI-V de la
época de Platón y Aristóteles, pero no vuelven a los mitos sino que ilustran la fe.
Apoyado en Sócrates, Platón contrapone al derecho natural del astuto-fuerte de
los sofistas el derecho natural del ser, supera el individualismo-racionalismo con la
justicia y la verdad, por la que acaba siendo mártir. La justicia es lo real. Más que
la vida. Es fundamento religioso. También de la política. Esta será la filosofía que
Platón sustentará. Y esto permitirá un resurgir político. Entonces vemos que el
14
Esperanza y salvación
núcleo platónico no es su condicionamiento dualista, sino su empuje vital: la
biología no es lo fundamental, sino que la vida se sustenta en la justicia, y esto
hace realidad la política, la polis (ciudad, Estado). La fuerza vital de la verdad, que
implica la idea vital de la inmortalidad, es más fuerte que la vida, y cambia el
mundo. “Si queremos, pues, especificar el núcleo del pensamiento platónico,
podríamos formularlo así: para poder vivir biológicamente, el hombre tiene que
ser más que bios; tiene que poder morir para una vida más auténtica. La certeza
de que la entrega a la verdad es entrega a la realidad y no un paso hacia la nada,
es el presupuesto de la justicia, que representa, por su parte, el presupuesto de la
vida de la polis, y es también, por último, la condición para la supervivencia
biológica del hombre” (ESC). Esto es sorprendente: sólo la gente capaz de dar la
vida por algo, vive de verdad, y gracias a ellos la sociedad va adelante… ¿Cómo
interpretar la muerte en la fe cristiana? No es platónica, claro, pero hay una
profunda afinidad de intenciones. Veremos cómo el dato bíblico va de la mano
de la inquietud antropológica…

La muerte es "el gran testimonio del amor humano. Por eso las historias
románticas y las leyendas de los amantes perfectos hablan de un amor más
poderoso que la muerte. Son los dos grandes antagonistas, el amor que hace vivir
y la muerte que trata de apagar ese fuego, esa llama de amor viva", contaba
Ricardo Yepes. Por eso caen por su propio peso esas respuestas pasotas, que no
buscan la verdad, o las positivistas que son miopes para las que el concepto
destino no significa nada, no existe en realidad, y el materialismo es aún peor:
pretende que el destino del hombre no se distinga del de una rata, porque son
momentos diferentes de una evolución dentro del bio-cosmos. Hace 2000 años
los romanos a pesar de tener los dioses estaban “sin Dios”, en un mundo oscuro,
ante un futuro sombrío, reza un epitafio: “en la nada, de la nada, qué pronto
recaemos”, a lo que San Pablo contrapone “no os aflijáis como hombres sin
esperanza” (1 Ts 4,13) y comenta Benedicto XVI en su Encíclica sobre la Esperanza
(ES): “en este caso aparece también como elemento distintivo de los cristianos el
hecho de que ellos tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo
que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío”.
También hoy, en el fondo, estamos en una sociedad que quiere evitar el tema de
la muerte, haciendo cosas (es el homo faber). Tememos desaparecer, y algo se
subleva dentro de nosotros, todo nuestro ser tiene sed de eternidades:
Es bueno conocer lo esencial. Para quien está en el camino de la vida, la
pregunta esencial es: ¿qué sentido tiene todo, y qué pinto yo en la vida? ¿Y
después, qué? Con el Salmo pido a Dios:
“Protégeme, Dios mío, que me refugio en
ti”, con la esperanza de que el Señor es mi
seguridad, “mi heredad” y mi suerte, yo
“tengo siempre presente al Señor, con Él…
no vacilaré. Si no existe la resurrección
todo el edificio de la fe se derrumba,
como afirma S. Pablo (1 Co 15; cf GS
18.22); si el cristiano no está seguro de la
15
Vida más allá de la muerte
vida eterna, las promesas del Evangelio desaparecen con el sentido de la creación
y de la redención, y la esperanza. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis
entrañas”, porque nos guía hasta el cielo: “Me enseñarás el sendero de la vida, me
saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua” a tu lado. No nos da una
herencia de unos millones: Dios mismo y su Reino es nuestra herencia, la lotería
que nos toca: ¡estamos de suerte, porque nos ama tanto, más que todas las
madres y las abuelas del mundo juntas! "Me enseña el camino de la vida" que
lleva al "gozo pleno en la presencia" divina, a "la alegría perpetua" junto al Señor
hasta más allá de la muerte, en la vida eterna, para siempre… "mi fiesta".

Mientras, vamos a seguir su mandato: "Tomad y bebed". Sí, nuestra


suerte es maravillosa, nuestra parte la más bella... y sin cesar nos reunimos para
dar "gracias". Esto es la Eucaristía. Tenemos ya la presencia de Dios, la prenda de
felicidad... ¿Escuchamos a Jesús que pronuncia estas palabras ardientes? Nos
preguntamos a veces lo que Jesús podría decir durante las largas noches que
pasaba en oración… y ¿hacemos oración? "Permaneced en mí, como yo
permanezco en vosotros". "Estoy a la puerta y llamo... si alguien oye mi voz y
abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo". No es por mera
casualidad que Jesús tomara como signo de su presencia ¡"una comida", a la cual
nos invita!... La certeza de que Dios está con nosotros, Emmanuel. Podemos
mantener con Él una conversación continua, día y noche: meditación-
conversación-oración... nos prepara para el cielo. Todo ello va ligado a la
respuesta de nuestra vida moral, vida cristiana de configuración con Cristo por la
Cruz, y así, como dice S. Agustín, “el cristiano es Cristo sin dejar por eso de ser él
mismo”. Le podemos decir: Señor, que te busque, que Tú seas mi único amor
absoluto: los demás, contigo: porque quien busca el amor total en otros, se
defrauda en los amigos, en los esposos, porque hay algo que sólo Dios da…
El hombre es una unidad, no puede separarse como dicen los que creen
en la reencarnación, tengo mis heridas que son condecoraciones, la supervivencia
del yo reclama todo mi ser. Hemos de mirarnos en la resurrección de Jesús, pues
la del hombre es una extensión de la suya, como nos dice el Evangelio habrá un
momento final, más allá de la historia, la parusía de Cristo glorioso. La Asunción
de la Virgen María, su glorificación corporal, es una anticipación de todo esto y a
la vez una confirmación. Cristo es camino para el mío, verdad que explica mi
vida, vida que explica mi verdad, la respuesta a mis interrogantes. Todos estamos
invitados a participar en su Espíritu y clamar en Él, con Él y por Él: "¡Abba!"
(Padre). Mientras, rezamos unos por otros, también por los difuntos en espera de
esta resurrección…

3. Revelación de la inmortalidad en la Escritura.

El Antiguo Testamento muestra el alma justa recompensada


de bienes materiales y bienestar, y una muerte feliz y un descanso
en el seno de Abraham, un sheol no muy distinto de otros pueblos,
16
Esperanza y salvación
de una vida a medias, un sueño, existencia vacía, como una
sombra. En Israel se fundamenta la fe en Yahvé, y se abandona el
culto a los muertos que en otros pueblos suplanta a Dios. El mito
se sustituye por lo religioso. El tabú ante la muerte por la
naturalidad al tratarla. Y se va viendo una consecuencia: la muerte
viene del pecado, de abandonar a Dios. El proceso de “ilustración”
israelita será sobre todo en Qohelet (Ecl) y Job, crítica radical al
esquema obra-consecuencias: quizás es consecuencia del pecado
original esta sospecha de que algo va mal por mi culpa, cosa que
se ve también en los niños, que cuando hay una desgracia lo
primero que piensa es “¿qué he hecho?” y su reacción exterior para
expresar ese miedo es: “¡yo no he sido!” buscando exteriormente
confirmación de que esa relación no existe. Hace mucho que esta
doctrina está revelada: la vida y la muerte del hombre no tienen
lógica visible (Ecl 2,16s), y Qohelet se debate entre escepticismo y
resignación, pero con una confianza y apertura al misterio
desconocido, “por más que no se reprime de plantear la cuestión
de si el no haber nacido no sería preferible a la vida. Ésta cae en la
crisis. Job expresa de una manera más dramática todavía la disputa
interna de las escuelas sapienciales y la condena de la sabiduría
clásica de Israel en el esquema acción-consecuencias” (ESC).
Ahí entrevemos ya una esperanza en una vida definitiva. Israel no perdió
su fe durante las crisis de las deportaciones, sino que ésta derivó hacia una
tendencia más personal, y una piedad sustentada por los profetas. Sufrió un paso
doloroso: el exilio, pero ahí surgen revelaciones cristianas como los cantos del
siervo de Yahveh en el Deuteroisaías. Aparece un sentido nuevo: “enfermedad,
muerte y rechazo se interpretan como sufrimientos en sustitución de otros, con lo
que a la realidad global de la muerte se le atribuye un aspecto nuevo, positivo:
muerte y hundimiento en la enfermedad no son de suyo castigos por el pecado,
sino que pueden representar igualmente el camino de un afianzamiento de la
relación con Dios. El sufriente se abre a otros, a costa de su sufrimiento, la puerta
que da a la vida y en cuanto sufriente se convierte en su salvador. El sufrimiento
por Dios y a favor de los otros puede ser la manera suprema de hacer presente a
Dios y de ponerse al servicio de la vida. Enfermedad y muerte no son ya el límite
en que el hombre comienza a ser inútil y a carecer de sentido, inútil también
respecto de Dios, al que ya no se puede alabar” (ESC), las batallas ya no
interpretadas como un mandato de Dios, es mucho más que la guerra santa y
ofrecer sacrificios, y esto presupone que hay algo más que el sheol… ahora la
muerte y la enfermedad son purificación y camino para algo más, algo que sirve
en provecho propio y para los demás (cf Is 53,9-12). Si no hay resurrección en
otra vida, hay que vivir esta solo esta vida en plenitud, y por esto hasta ahora se
17
Vida más allá de la muerte
promete al justo morir “viejo y saciado de vida”, ver a los hijos y a los hijos de los
hijos, y lo contrario –enfermedad, pérdida de las tierras y pobreza, soledad,
muerte en la guerra, etc.- aparece como castigo. Aquí hemos superada esta lógica
del éxito en este mundo, para pasar a la fe en el más allá. Pero dicen que hoy los
judíos, como en época de los saduceos, vuelven a no creer en la resurrección. Por
eso, la madre de Edith Stein se enfadó cuando ella quiso entrar en el convento; la
lógica era la misma: para una vida que tenemos, no quería que la desperdiciara…
renegó de su hija porque quería “forzarla” a que ella viviera su única vida. Otro
ejemplo. Los judíos, como se ha dicho, tenían la moral del éxito: si tenías éxito,
gozabas del favor de Dios, y por eso plantean a Jesús “¿quién pecó? ¿Éste o sus
padres?” cuando ven enfermedades, etc. Y Jesús corrige esta visión chata: “ni éste
ni sus padres, sino que Dios ha permitido que esté ciego para que se manifiesta su
gloria, etc.” Esta moral del éxito, pienso, ha pasado a los protestantes: es signo de
predestinación el que tiene éxito, el rico, por eso miremos de enriquecernos… y
de ahí pasa a los norteamericanos: “el hombre que se ha hecho a sí mismo”… y
de ahí incluso al momento actual, a lo que se lleva ahora como la clave de la
suerte, tener la “estrella”: “estar en el lugar oportuno en el momento
oportuno”… no son más que variantes de lo mismo.
Los salmos nos llevan a otra dimensión, más personal, de confianza. El 16
dice: “El Señor es el lote de mi heredad:
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: "Tú eres mi bien".
Los dioses y señores de la tierra no me satisfacen.
Multiplican las estatuas de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad.
Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye
internamente.
Tengo siempre
presente al Señor, con él
a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me
alegra el corazón, se
gozan mis entrañas, y mi
carne descansa serena.
Porque no me
entregarás a la muerte
(sheol), ni dejarás a tu fiel
conocer la corrupción.
Me enseñarás el
sendero de la vida, me
saciarás de gozo en tu
presencia, de alegría
perpetua a tu derecha”. Dios es más fuerte que la muerte, el orante está seguro en
18
Esperanza y salvación
manos de Dios, hay un velo: aunque no está claro, hay aquí una transparencia
misteriosa (ESC, donde cita H. J. Kraus). Juan Pablo II comenta: “El salmo 15
desarrolla dos temas, expresados mediante tres símbolos. Ante todo, el símbolo
de la "heredad"... En efecto, se habla de "lote de mi heredad, copa, suerte". Estas
palabras se usaban para describir el don de la tierra prometida al pueblo de Israel.
Ahora bien, sabemos que la única tribu que no había recibido un lote de tierra era
la de los levitas, porque el Señor mismo constituía su heredad. El salmista declara
precisamente: "El señor es el lote de mi heredad. (...) Me encanta mi heredad" (Sal
15,5-6). Así pues, da la impresión de que es un sacerdote que proclama la alegría
de estar totalmente consagrado al servicio de Dios. San Agustín comenta: "El
salmista no dice: "Oh Dios, dame una heredad. ¿Qué me darás como heredad?",
sino que dice: "Todo lo que tú puedes darme fuera de ti, carece de valor. Sé tú
mismo mi heredad. A ti es a quien amo". (...) Esperar a Dios de Dios, ser colmado
de Dios por Dios. Él te basta, fuera de él nada te puede bastar".
El segundo tema es el de la comunión perfecta y continua con el Señor.
El salmista manifiesta su firme esperanza de ser preservado de la muerte, para
permanecer en la intimidad de Dios, la cual ya no es posible en la muerte (cf Sal
6,6; 87,6). Con todo, sus expresiones no ponen ningún límite a esta preservación;
más aún, pueden entenderse en la línea de una victoria sobre la muerte que
asegura la intimidad eterna con Dios. Son dos los símbolos que usa el orante. Ante
todo, se evoca el cuerpo: los exégetas nos dicen que en el original hebreo (cf Sal
15,7-10) se habla de "riñones", símbolo de las pasiones y de la interioridad más
profunda; de "diestra", signo de fuerza; de "corazón", sede de la conciencia;
incluso, de "hígado", que expresa la emotividad; de "carne", que indica la
existencia frágil del hombre; y, por último, de "soplo de vida". Por consiguiente,
se trata de la representación de "todo el ser" de la persona, que no es absorbido y
aniquilado en la corrupción del sepulcro (cf v 10), sino que se mantiene en la vida
plena y feliz con Dios.
El segundo símbolo del salmo 15 es el del "camino": "Me enseñarás el
sendero de la vida" (v 11). Es el camino que lleva al "gozo pleno en la presencia"
divina, a "la alegría perpetua a la derecha" del Señor. Estas palabras se adaptan
perfectamente a una interpretación que ensancha la perspectiva a la esperanza de
la comunión con Dios, más allá de la muerte, en la vida eterna. En este punto, es
fácil intuir por qué el Nuevo Testamento asumió el salmo 15 refiriéndolo a la
resurrección de Cristo. San Pedro, en su discurso de Pentecostés, cita precisamente
la segunda parte de este himno con una luminosa aplicación pascual y cristológica:
"Dios resucitó a Jesús de Nazaret, librándole de los dolores de la muerte, pues no
era posible que quedase bajo su dominio" (Hch 2,24). San Pablo, durante su
discurso en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, se refiere al salmo 15 en el
anuncio de la Pascua de Cristo. Desde esta perspectiva, también nosotros lo
proclamamos: "No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Ahora
bien, David, después de haber servido en sus días a los designios de Dios, murió,
se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. En cambio, aquel a quien
Dios resucitó -o sea, Jesucristo-, no experimentó la corrupción" (Hch 13,35-37)”.
Es una opción neta y decisiva, que parece un eco de la del salmo 72,
otro canto de confianza en Dios, conquistada a través de una fuerte y sufrida
19
Vida más allá de la muerte
opción moral: "¿No te tengo a ti en el cielo? Y contigo, ¿qué me importa la tierra?
Mi carne y mis entrañas se consumen, mas el Señor es para siempre mi roca y mi
porción (...) Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio"
(Sal 72/73,25.26.28). Ahí el salmista ve cómo les va bien la vida a los que obran
mal, los cínicos y triunfadores, y mientras se siga mirando la religión como
utilidad práctica, parece que no sirva de nada rezar, que no valga la pena, y que
todo desemboca en la envidia y el desengaño. Pero mirando a Dios se encuentra
una respuesta: “fijándose en él es como se da cuenta de lo aparente, vacía y
miserable que es esa felicidad de los pecadores” (ESC). La fuerza de los versículos
citados es insuperable. Y se ansía el encuentro: Mi alma tiene sed de Dios, del Dios
que me es vida: como la cierva anhela el agua viva mi alma busca mi Dios… El
Salmo 62 expresa bien esa alma sedienta de Dios:
“Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua…
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene”.
Con formas muy unidas a la tierra y a la vida, al día a día, el poeta
inspirado quiere la unión. Vemos que va surgiendo esta certeza: la comunión con
Dios es más fuerte que la destrucción del cuerpo. En los salmos no hay razones, ni
teorías: sólo experiencia de confianza, de fe en un Dios que nos hace superar el
sheol, el valle de la muerte.
El tercer grupo de textos del AT son los últimos libros: Daniel, Macabeos
y Sabiduría. Ya no se busca el éxito, sino que la fe lleva a la pérdida de la vida, y
se hace con decisión. Quien muere por la justicia de Dios no pierde nada, lo gana
todo, entra en la Vida. Ésta es la realidad más plena. Sabiduría 3,1ss y 16,13 (y 2,3)
explicita la doctrina con pensamientos tomados de la cultura helénica, y que
estaba en germen desde Is 53 hasta Sal 73, pasando por Job; aquí se relaciona
algún aspecto de lo apuntado en Sócrates-Platón (muere por la justicia).
Sab 2,23-3,9 nos dice que “Dios creó al hombre para la inmortalidad y
lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la
envidia del diablo, y los de su partido pasarán por ella. En cambio, la vida de los
justos está en manos de Dios, y no los tocará el tormento. La gente insensata
pensaba que morían, consideraba su tránsito como una desgracia, y su partida de
entre nosotros como una destrucción; pero ellos están en paz. La gente pensaba
20
Esperanza y salvación
que cumplían una pena, pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad; sufrieron
pequeños castigos, recibirán grandes favores, porque Dios los puso a prueba y los
halló dignos de si; los probó como oro en crisol, los recibió como sacrificio de
holocausto; a la hora de la cuenta resplandecerán como chispas que prenden por
un cañaveral; gobernarán naciones, someterán pueblos, y el Señor reinará sobre
ellos eternamente. Los que confían en él comprenderán la verdad, los fieles a su
amor seguirán a su lado; porque quiere a sus devotos, se apiada de ellos y mira
por sus elegidos”. Estamos en la persecución de Ptolomeo Latiro (88-80 a.C.). La
idea de retribución terrestre, en estos ambientes, está obsoleta, además superada
con el martirio como hemos visto. En el helenismo ya había la idea del alma que
subsiste después de la muerte. Tal visión no pertenece a la revelación bíblica
anterior, pero permite al autor explicar que la muerte no es un final, sino una
intervención del diablo (v 24) que no ensombrece para nada el plan de Dios (v
23). Por tanto no hay por qué inquietarse: no se acaba todo con la muerte y
aquel que con todo derecho busca la retribución de sus méritos debe mirar hacia
Dios (v 9) para que Él le recompense después de la muerte (vv 1-4). Por
consiguiente, todo cambia si la muerte tiene un más allá: los justos disfrutarán de
la retribución que esperaron y los perseguidores se encontrarán delante de sus
víctimas que se habrán convertido en sus jueces (vv 7-9). El fiel puede, pues, ir a la
muerte con confianza y ponerse en las manos de Dios. De esta manera la muerte
queda vencida por la misma actitud con que se toma y que es un medio para
afirmar el carácter incorruptible del alma (v 23) y la voluntad del hombre de
triunfar sobre Satanás, su autor (v 24). Esta actitud es también una actitud
sacrificial (vv 5-6) en la medida en que transforma la muerte en un paso hacia
Dios y permite convertirla en un acto libre y voluntario (Maertens-Frisque). Los
“santos, los justos” no morirán. ¿De qué muerte y de qué vida se trata en este
libro? De la muerte que acaba para siempre con la “persona”, con este “yo” que
siente, ama, piensa, espera. La persona que es “hija y amiga del pecado” va a la
muerte; la persona que es “hija de la justicia, de la verdad, de la santidad”, va a la
eternidad bienaventurada. La visión del libro de la Sabiduría es todavía limitada:
según él, solo tendrán vida eterna los justos. Esto es poco. La revelación se
enriquecerá y vendrá a decirnos que toda persona está llamada a vivir para
siempre... pero Jesús no quiso responder de quiénes se iban a condenar o salvar…
hay que confiar y al mismo tiempo luchar… pero aquí ya hemos entrado en la
segunda revelación: la resurrección, de la que hablaremos un poco más adelante.

La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están medidas


por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los
seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la
vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras vidas: el recuerdo de
nuestra mortalidad sirve también par hacernos pensar que no contamos más que
con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida: Acuérdate de tu
Creador en tus días mozos, ... mientras no vuelva el polvo a la tierra, a lo que era,
y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio (Qo 12, 1. 7).

21
Vida más allá de la muerte
La muerte es consecuencia del pecado. Intérprete auténtico de las
afirmaciones de la Sagrada Escritura (cf Gn 2,17; 3,3; 3,19; Sb 1,13; Rm 5,12; 6,23)
y de la Tradición, el Magisterio de la Iglesia enseña que la muerte entró en el
mundo a causa del pecado del hombre (cf. DS 1511). Aunque el hombre poseyera
una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por tanto, la muerte fue
contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo como
consecuencia del pecado (cf Sb 2,23-24). "La muerte temporal de la cual el
hombre se habría liberado si no hubiera pecado" (GS 18), es así "el último
enemigo" del hombre que debe ser vencido (cf 1 Co 15,26).

La muerte fue transformada por Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió


también la muerte, propia de la condición humana. Pero, a pesar de su angustia
frente a ella (cf Mc 14,33-34; Hb 5,7-8), la asumió en un acto de sometimiento
total y libre a la voluntad del Padre. La obediencia de Jesús transformó la
maldición de la muerte en bendición (cf Rm 5,19-21).
Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. "Para mí, la
vida es Cristo y morir una ganancia" (Flp 1,21). "Es cierta esta afirmación: si hemos
muerto con él, también viviremos con él" (2 Tm 2,11). La novedad esencial de la
muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente
"muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de
Cristo, la muerte física consuma este "morir con Cristo" y perfecciona así nuestra
incorporación a El en su acto redentor: ‘Para mí es mejor morir en (eis) Cristo
Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a Él, que ha muerto
por nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se
aproxima ...Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre’
(San Ignacio de Antioquía, Rom 6,1-2).
En la muerte Dios llama al hombre hacia Sí . Por eso, el cristiano puede
experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de San Pablo: "Deseo partir y
estar con Cristo" (Flp 1,23); y puede transformar su propia muerte en un acto de
obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf Lc 23,46): ‘Mi deseo
terreno ha desaparecido; ... hay en mí un agua viva que murmura y que dice
desde dentro de mí "Ven al Padre"’ (San Ignacio de Antioquía, Rom 7,2). ‘Yo
quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir’ (Santa Teresa de Jesús, vida 1).
‘Yo no muero, entro en la vida’ (Santa Teresa del Niño Jesús, verba).
La visión cristiana de la muerte (cf 1 Ts 4,13-14) se expresa de modo
privilegiado en la liturgia de la Iglesia: La vida de los que en ti creemos, Señor,
no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos
una mansión eterna en el cielo (MR, Prefacio de difuntos). La muerte es el fin de
la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que
Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir
su último destino. Cuando ha tenido fin "el único curso de nuestra vida terrena"
(LG 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. "Está establecido que los
hombres mueran una sola vez" (Hb 9, 27). No hay "reencarnación" después de la
muerte.
La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte ("De la
muerte repentina e imprevista, líbranos Señor": antiguas Letanías de los santos), a
22
Esperanza y salvación
pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros "en la hora de nuestra
muerte" (Ave María), y a confiarnos a San José, Patrono de la buena muerte:
‘Habrías de ordenarte en toda cosa como si luego hubieses de morir. Si tuvieses
buena conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir de los pecados
que de la muerte. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana?’ (Imitación
de Cristo 1,23,1).
‘Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!’ (San Francisco
de Asís, cant.)” (Catecismo, 1005-1014).

El nuevo Testamento es Jesús en Persona, se reafirma un sí a la Vida


(no hay glorificación de la muerte, sino de la Pascua): como dice Ap 20,13ss, el
mar-reino de los muertos ha de devolver a quienes devoró, y no habrá más
muerte, sino vida solamente, derrotada la última enemiga (1 Cor 15,26). Ahí la
religión cristiana se distingue de otras orientales como el budismo que quiere
apagar la sed de ser que es causa de sufrimiento. No hay que desaparecer, sino
vivir la vida en plenitud en Cristo, que como hemos visto encauza la vida hacia la
forma a la que hemos aspirado pues está en Dios-Infinito esta sed de Ser-eternidad
que el hombre lleva dentro.

¿De verdad queremos vivir eternamente? Han salido


películas que hablan de que “el cielo puede esperar” y chistes
católicos que se refieren a los ánimos que dan al moribundo
diciéndole que irá al cielo y él responde “mira… sí, sí, pero
¿sabes?, como en casa, en ningún sitio”. Muchos “en modo alguno
quieren la vida eterna, sino la presente y, para esto, la fe en la vida
eterna les parece más bien un obstáculo”, pero aunque se quiera
alargar la vida tampoco se desearía seguir viviendo para siempre
que “parece más una condena que un don. Ciertamente, se querría
aplazar la muerte lo más posible. Pero vivir siempre, sin un
término, sólo sería a fin de cuentas aburrido y al final
insoportable” (ES). La vida muchos días o ratos no es vida, sino
barruntos de lo que sería, como sombras, y por eso el hombre no
ansía la inmortalidad, como en la caverna de Platón. Muchas veces
no está motivado porque no experimenta lo que es plenamente
“vida”. Recuerdo que en una plática unos niños me preguntaron si
era libre eso de querer tener vida eterna, y hablamos de la “oferta”
en términos de lo que sería el cielo para la mentalidad de un niño
(de eso trataremos más adelante): se les encendió la mirada y
23
Vida más allá de la muerte
añadían más cosas para hacer allí: conducir aviones supersónicos,
naves espaciales, platillos volantes, practicar todo tipo de deportes
con los mejores jugadores de la historia… a nadie le resulta
deseable alargar indefinidamente la vida tal como se le presenta a
un enfermo o uno que está infeliz. Pero si entendemos como una
eternidad de felicidad y amor, la cosa cambia. De todas formas,
aunque la fe nos lleva a tener confianza, por otra parte, tememos
el momento de la muerte, nos agarramos a esta vida… Nietzsche
decía: todo placer quiere eternidad, quiere profunda, profunda
eternidad. “Hay momentos que no deberían pasar jamás. Lo que
en ellos se siente, no debería acabar nunca. La melancolía
propiamente tal de la existencia humana consiste en que, sin
embargo, pasa y hasta en que sólo se experimenta en momentos.
¿Pero cuál es verdaderamente el momento en que el hombre
experimenta qué es vida? Es el momento del amor, que se convierte para él, al
mismo tiempo, en el momento de la verdad, del descubrimiento de la vida. El
ansia de inmortalidad no brota de la experiencia aislada, cerrada en sí misma, la
cual es insatisfactoria, sino que se debe a la experiencia del amor, de la
comunidad, del tú… donde el hombre es capaz de salir de sí mismo y se deja caer.
Si el misterio de la vida es idéntico con el misterio del amor, entonces se
encuentra unido también a un acontecimiento de muerte” (ESC).

Ternura, dolor y educación en el amor. Krzysztof


Kieslowski era un director de películas sobre temas esenciales,
como la serie que hizo sobre ese resumen de la vida que son los
diez mandamientos: “en diez frases, los diez mandamientos
expresan la esencia de la vida”, decía. En “No amarás” habla de
"una historia de amor". La protagonista, Magda, creía haberlo
vivido y disfrutado todo, y se encuentra desencantada, cuando el
amor aparece en escena... ahí todo puede pasar, en ese mundo
mágico cualquier cosa puede ocurrirnos a cualquiera, por muy
tarde que parezca. Así, el amor acaba por llamar a la puerta,
aunque de qué manera es algo imprevisible. Muestra -a modo de
documental- qué piensan y hacen los protagonistas, y cómo sus
obsesiones los unen: Tomek –un chico nacido solo en un hospicio,
acogido en casa de una mujer mayor, que tiene miedo de quedarse
sola- ama a Magda, que no conoce el amor aunque lo ha buscado
con empeño: después de un desengaño amoroso ella está
desconsolada y se le derrama sobre la mesa una botella de leche, y
24
Esperanza y salvación
juega pasando el dedo por la mancha blanca; al mismo tiempo, él
–que ha oído que el dolor sólo se quita con otro dolor- jugando
con unas tijeras se hace un corte en un dedo, y también él juega
pasando el dedo en la sangre derramada… El blanco y el rojo
aparecen como la necesidad de amor y el sacrificio; amor en la
literatura va unido a la muerte: eros y tanathos, van siempre
juntos. El dolor va
unido al amor no
correspondido, y al
mismo tiempo el deseo
de amor da sentido a la
vida. Cuando se
encuentran los dos y
por fin se hablan, él
pone una mano sobre
la de ella, y luego ella
la otra encima y él la
otra, esta imagen
muestra el deseo de
ternura que hay en el corazón de la persona, como un reflejo de
algo que está más allá; junto a esas manos hay otra, la de Dios,
que nos protege.

La persona, cuando se abre a la ternura y el respeto de su


padre y creador, participa mejor del conocimiento del otro, de su
acogida, de la aceptación incondicional de su modo de ser... Y esto
cuesta. Dice una canción: “porqué es muy fácil hablar, es muy fácil
rezar, pero querer de verdad a veces hace llorar”. El amor de
modo espontáneo aparentemente es mejor, pero luego se ve que
el amor más auténtico está hecho de renuncia, de un esfuerzo por
salir de uno mismo y prestar atención a los pequeños detalles. En
definitiva, se requiere una educación del corazón, cosa difícil pues
nos han enseñado a educar la inteligencia y la voluntad, pero el
ejercicio de la virtud además de esfuerzo es –para una plenitud de
la persona- educación de la afectividad; como se quejaba Ingmar
Bergman en una película: “te contaré una cosa banal: somos
analfabetos emocionales. Hemos aprendido el cuerpo humano y la
25
Vida más allá de la muerte
agricultura de Pretoria que la hipotenusa al cuadrado es igual a la
suma de los catetos al cuadrado y todo eso… pero nada sobre el
alma. Somos totalmente ignorantes respecto a nosotros mismos y a
los demás.
Hemos agotado los recursos y de repente nos sentimos
pobres, amargados y enfadados. Este verano voy a cumplir 45
años, razonablemente
puedo vivir otros 30 pero
mirándolo desde un punto
de vista objetivo ya soy un
cadáver. Durante los
próximos 20 años puedo
continuar amargando…”
Me decía una
persona: “vivimos sólo una
vida, y no la sabemos vivir,
nos creemos eternos
mientras se nos pasa el
tiempo... El ser humano se ampara en mil cosas como posesión de
saber, de dinero, de objetos, incluso, de personas. En cambio no
centramos nuestros esfuerzos en conocernos... Y, sobre todo, en
vivir...” Quizá perdimos esta noción esencial de la persona cuando
la contemplamos desligada de esa mano que nos lleva desde lo
alto. Así veía Pau Casals esta necesidad de educar en el amor:
“Cada segundo que vivimos es un momento nuevo y único / del
universo / un momento que nunca jamás volverá… / ¿Y qué es lo
que enseñamos a nuestros hijos? / Les enseñamos que dos más dos
suman cuatro, / que París es la capital de Francia. / ¿Cuando los
enseñamos, además, quiénes son? / A cada uno de ellos les
deberemos decir: / ¿Sabes qué eres? Eres una maravilla. / Eres
único. Nunca antes ha habido ningún otro niño como tú. / Con tus
piernas, con tus brazos, con la habilidad / de tus dedos, con tu
manera de moverte. / Es posible que llegues a ser un Shakespeare, /
un Miguel Ángel, / un Beethoven. / Tienes todas las capacidades. /
Sí, eres una maravilla. / ¿Y cuando crezcas serás capaz de hacer
daño a otro que, / como tú, / sea una maravilla? / Deberás trabajar

26
Esperanza y salvación
-como todos debemos trabajar- para hacer / que el mundo sea
digno de sus hijos.”

Provisionalidad de la vida. Pero estábamos en el mensaje


cristiano de la cruz que explica la muerte, y también la vida en su
provisionalidad, todo ello a través de la experiencia del amor. El
sufrimiento, las amenazas que sufrimos, la precariedad de no
poder controlar enfermedades y posibles formas de muerte lleva al
hombre hasta el vacío o la fe. Tenemos que ver cómo reacciona
Jesús ante el final de su vida, pues los Evangelios dedican una
tercera parte de su biografía a hablarnos de su muerte, como era
costumbre en la época: ahí se veía el temple y la veracidad de toda
la vida de un personaje. El dolor4 puede llevar a la desesperación o
a encontrarse a sí mismo, madurar y crecer como persona. Al ver
que no podemos disponer de nuestra vida, que no “controlamos”,
podemos reaccionar de forma neurótica o confiada.
Y así como se hacen diversos dulces con diversos
ingredientes, el gran ingrediente de nuestra historia es un “sentido
de la vida” que es el amor. Y es necesario incluir todo en este
sentido o proyecto de vida, pues sólo a la luz de él tiene
explicación la muerte, la gran misteriosa (“en la vida todo es amor
o muerte”, dirá Gertrud, la protagonista de la gran película de
Dreyer). En la vida hay dos palabras importantes: amor y muerte.
“Es fuerte el amor como la muerte”, dice la Escritura, y comenta
Balduino de Cantorbery: “Es fuerte la muerte, que puede privarnos
del don de la vida. Es fuerte el amor, que puede restituirnos a una
vida mejor. Es fuerte la muerte, que tiene poder para desposeernos
de los despojos de este cuerpo. Es fuerte el amor, que tiene poder
para arrebatar a la muerte su presa y devolvérnosla. Es fuerte la
muerte, a la que nadie puede resistir. Es fuerte el amor, capaz de
vencerla, de embotar su aguijón, de reprimir sus embates, de
confundir su victoria”. En el fondo, el amor es la vida, la muerte es
la ausencia de vivir, pero hay gente que vive sin amor, y entonces
no vive, y es que el amor es la esencia de la vida, y donde no hay
amor hay muerte, y donde hay amor no hay muerte aunque uno

Trato de ello en mi libro El camino de la cruz


27
Vida más allá de la muerte
se muera. Y el sentido del dolor, que como decían “Héroes del
silencio” es un ensayo de la muerte.
¡Qué impresionantes «El séptimo sello» de Ingmar
Bergman! Aquel caballero que regresa de «las cruzadas» vuelve
hundido, amargado por la experiencia de la guerra y las
calamidades sufridas. Para colmo, en momentos críticos de su
camino de regreso, en paisajes siempre desolados, se le aparece la
Muerte, en una figura negra y espigada que produce en el
espectador un escalofrío. Como el caballero no quiere morir, juega
con la Muerte al ajedrez, inventando nuevas jugadas para ir
retrasando el «jaque-mate» que la muerte le tiene planteado. He
ahí el tema. El hombre no quiere morir. Ni tampoco pensar en que
tiene que morir. El individuo de todos los tiempos, con los medios
de que dispone, trata de ganar jugadas a la muerte. ¡Ya que tiene
que llegar, que se retrase lo más posible! En los tiempos actuales,
más que nunca. Son tantos los adelantos de la ciencia en pro de la
salud y tantos los medios de divertirnos, que nos agarramos a ellos
desesperadamente, tratando de «evadirnos» y no pensar en esa
realidad. Pero esa realidad está ahí. Alejandro Casona, en «La
tercera palabra» describió hermosamente la historia de un joven
que va creciendo solitaria y salvajemente en el monte. Y, sin
embargo, en aquella soledad, en plena naturaleza, es capaz de
encontrar por sí mismo la verdad escondida en estas tres palabras:
Dios, Amor y Muerte. Sí. La muerte es una realidad que va
creciendo en nosotros. Cabodevilla, con esa agudeza y serenidad
con que mira las cosas, viene a observar que «lo mismo que de una
botella medio llena podemos decir que está medio vacía», de un
individuo «que ha consumido la mitad de la vida, se puede decir
que la muerte le llega hasta la cintura». Y añade un pensamiento
bien realista: La palabra «desvivirse» no sólo la podemos emplear
refiriéndonos al individuo que «emplea su vida en favor de un
ideal», sino que podemos aplicarla -«nos desvivimos»- a cada uno
de nosotros, ya que «vivir, al pie de la letra, es ir dejando de vivir».
Pero hay que estar con paz, pues «dichosos los muertos que
mueren en el Señor, porque sus obras les van acompañando».
Quedémonos con las palabras de Jesús: «cuando yo me vaya y os
prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde esté
28
Esperanza y salvación
yo, estéis también vosotros». Sí, impresionaba aquella figura de la
Muerte que puso Bergman en «El séptimo sello». Era un rostro
tétrico y blanquísimo rodeado de negro por todas partes, un
manto negro que caía hasta el suelo. Alejandro Casona la encarnó
en una dama dulce, blanca y bellísima. La llamó «la dama del
alba». Me gusta más. Mucho más. Porque la muerte en Cristo lleva
al cristiano al Alba de un Día que no termina. El prefacio de la
Misa de difuntos asegura: «La vida no termina, se transforma»
(Elvira). La fe hace cantar a Joan Maragall: "Sia'm la mort una
major naixença" ("sea la muerte para mí un nacimiento más alto").
Esto nos hace dar un paso que parece un salto en el vacío: dicen que la
fe embellece la muerte y la hace dulce, alegre, preciosa y deseable si se despoja de
toda idea de destrucción, que tan espantosa la hace a la mayoría de los hombres.
Alguien me contaba: “Lo más cerca que he estado de la muerte, puesto que aún
viven mis padres, fue una noche en que rezaba en la capilla que abrían para mí las
monjas del Monasterio de Beit Gemal. De repente, desaparecieron todas, yo oía
desde el coro de visitas, sin poder unirme a ellas, ya en la clausura. Pero sabía que
la hermana Jannine, muy enferma, desahuciada por los médicos en Francia, volvía
a morir a casa. Llegaba la ambulancia que la transportaba y a su encuentro corrían
todas sus hermanas. Lejos de entristecerse al verla volver peor de lo que se fue
con la esperanza de hallar la curación de su cáncer, cantaban aleluyas y no
sonreían… reían alegremente al saberla tan cerca de Jesús y de María. Alguna
hermana vino a contarme al coro cómo habían ido pasando todas por la celda de
la enferma. Tenía en su cara la visión del cielo, le había dado recados para Jesús,
al que iba a ver de forma inminente, con una fe que era ya certeza. Nunca en mi
vida he vivido algo tan impresionante, en lugar de intentar retener a la hermana
Jannine, hubieran deseado poder marchar con ella a la gloria. ¿No es exactamente
eso lo que todos deberíamos desear al acompañar a nuestros seres queridos
moribundos?”

La fe no es anestesia para quitar el dolor de la vida, se sufre igual, pero


ese dolor tiene ya un contenido, la fe le da un sentido, nos sirve para una vida
mejor, y aunque haya momentos duros, con la fe viene la confianza, pues
sabemos que el mal no es la última palabra: Jesucristo nos acompaña. Como decía
Manzoni en su novela Los novios, “la esencia de esta historia es que los problemas
de esta vida, tanto los que nos hemos buscado nosotros como los que nos vienen
dados, si tenemos fe nos sirven para una vida mejor”. No se trata de un camino
de superación del dolor –que es conveniente sentir y vivir sin miedo, porque es
transitorio-, sino la conciencia de que –dentro del misterio- todo tendrá un
sentido. Y no se trata de un consejo piadoso o de algo marginal, sino que
pertenece al centro de la fe cristiana, como dice S. Pablo: Dios resucitó a Jesús, y
"si es cierto que los muertos no resucitan, Dios no ha podido resucitarlo. Porque si
los muertos no resucitan, Cristo no ha resucitado tampoco" (1 Cor 15,15).

29
Vida más allá de la muerte

4. Vida eterna y resurrección de la carne

Más allá de la muerte. La experiencia de la muerte es necesariamente


traumática, pues el hombre tiene algo que parece que no puede morir, y
efectivamente no muere, su espíritu. Quizá podría ser debido a que la muerte en
sí por una parte tiene algo de natural y por otra parte no lo es, sino que es debido
a la libertad humana, un mal debido al hombre mismo, provocado, un fruto de
una caída originaria, castigo por la falta de aquel origen (quizá, si no hubiera
habido tal caída, pasaríamos directamente a otra vida sin morir). El cristianismo
dice esto, y que la muerte no es un mal absoluto sino relativo, y que se trata de
una pena que es fruto de un justo castigo, un mal que hemos de sufrir para
restaurar el orden primordial que fue quebrantado, y por tanto ya no es una
fatalidad sino que tiene un carácter medicinal. Pecado y muerte tienen una
relación, pues si el pecado es ir contra Dios que es fuente de la vida, su efecto
inmediato es la muerte; y pierde la muerte entonces su amargura cuando se
acepta como aceptación de algo que tiene un sentido y aunque no se entienda
nos sometemos a esa autoridad más alta.

No estamos hablando sólo de inmortalidad, como diría Platón, sino de


resurrección: “es decir, de todo el hombre, del hombre tal como se conoce –a sí
mismo y a su prójimo, al que podrá verdaderamente reconocer–. El cristiano vive
en este mundo, en esta vida, y anticipa, imagina, el otro mundo, la vida eterna...
el hombre elige en este mundo, durante su vida temporal, lo que será siempre;
esto otorga una extraordinaria importancia a esta vida, en la que el hombre,
partiendo de la realidad dada por Dios, se hace a sí mismo… la muerte… nos
pone frente a… una puerta abierta hacia un destino que está, en cierto modo, en
nuestras manos, que depende de nuestra libertad” (Julián Marías).
San Ambrosio en el funeral de su hermano decía: «Es verdad que la
muerte no formaba parte de nuestra naturaleza, sino que se introdujo en ella;
Dios no instituyó la muerte desde el principio, sino que nos la dio como un
remedio [...]. En efecto, la vida del hombre, condenada por culpa del pecado a un
duro trabajo y a un sufrimiento intolerable, comenzó a ser digna de lástima: era
necesario dar un fin a estos males, de modo que la muerte restituyera lo que la
vida había perdido. La inmortalidad, en efecto, es más una carga que un bien, si
no entra en juego la gracia». Y había dicho poco antes: «No debemos deplorar la
muerte, ya que es causa de salvación».
“Hay una contradicción en nuestra actitud… Por un lado, no queremos
morir; los que nos aman, sobre todo, no quieren que muramos. Por otro lado, sin
embargo, tampoco deseamos seguir existiendo ilimitadamente, y tampoco la
tierra ha sido creada con esta perspectiva. Entonces, ¿qué es realmente lo que
queremos? Esta paradoja de nuestra propia actitud suscita una pregunta más
profunda: ¿qué es realmente la «vida»? Y ¿qué significa verdaderamente
«eternidad»? Hay momentos en que de repente percibimos algo: sí, esto sería
precisamente la verdadera «vida», así debería ser”, momentos mágicos que Agustín
resumía diciendo: “en el fondo queremos sólo una cosa, la «vida bienaventurada»,
30
Esperanza y salvación
la vida que simplemente es vida, simplemente «felicidad». A fin de cuentas, en la
oración no pedimos otra cosa. No nos encaminamos hacia nada más, se trata sólo
de esto. Pero después Agustín dice también: pensándolo bien, no sabemos en
absoluto lo que deseamos, lo que quisiéramos concretamente. Desconocemos del
todo esta realidad; incluso en aquellos momentos en que nos parece tocarla con
la mano no la alcanzamos realmente. «No sabemos pedir lo que nos conviene»,
reconoce con una expresión de san Pablo (Rm 8,26). Lo único que sabemos es
que no es esto. Sin embargo, en este no-saber sabemos que esta realidad tiene que
existir. «Así, pues, hay en nosotros, por decirlo de alguna manera, una sabia
ignorancia (docta ignorantia)», escribe. No sabemos lo que queremos realmente;
no conocemos esta «verdadera vida» y, sin embargo, sabemos que debe existir un
algo que no conocemos y hacia el cual nos sentimos impulsados” (ES).
Pero estamos viendo que “el hombre madura para la vida verdadera y
eterna gracias a la transformadora aceptación de la muerte, que se encuentra
presente en toda la vida” (ESC), no sólo en el momento de dar la vida. Cuando
vemos a alguien decir: “daría la vida por ti” en el sentido de morir, me parece
que es imperfecto… que es como la canción de Amaral: “Será tu voz, será el licor,
serán las luces de esta habitación, será el poder de una canción, pero esta noche
moriría por vos… Será el champagne, será el color de tus ojos verdes de ciencia
ficción, la última cena para los dos pero esta noche moriría por vos”. Es decir,
algo sentido intensamente, pero que se pasa, que hoy muere por aquel “amor”,
pero que mañana “si te he visto no me acuerdo”. El amor de verdad no es sólo
esos efluvios a lo Romeo y Julieta, que absolutizan un aspecto digamos
romántico, esto es malo porque lo divinizan hasta la idolatría, y no hay que
perder el norte en la vida. Pero en cualquier caso, un amor más importante que
“dar la muerte” es “dar la vida”. Es decir, que Jesús no vino a dar la muerte, que
duró unas horas su pasión, sino a dar la vida, que duró toda su existencia. Y
nosotros hemos de dar la vida: “consiste en la disposición diaria que da la
preferencia a la fe, la verdad, la justicia sobre y por encima de la ventaja del
propio provecho”. Es precisamente la capacidad de comunicar lo que hace al
hombre vivo, y lo que será el cielo, y es la incomunicación lo que es la muerte, y
la soledad existencial o egoísmo lo que será el infierno. ¿Cómo hacer para
comunicar con otros? Porque hay esta realidad que es el derecho, la verdad por
encima de cada uno “en cuanto que les es común y que, al mismo tiempo, se ve
que es propio de cada uno”. Mas tal confianza en orden a la verdad es posible en
toda su plenitud, si esa verdad existe: “el martirio con Cristo se identifica con el
movimiento del amor en cuanto que ese martirio es proceso de la preferencia
concedida a la verdad sobre el mero yo. Si la muerte es esencialmente
incomunicabilidad, entonces el movimiento que lleva a la «comunión» es, al
mismo tiempo, el movimiento de la verdadera vida. Este proceso de
autoenajenación descubre, pues, qué sheol, qué vaciedad y entrega a la nada ha
representado nuestra autosuficiencia, nuestra ansia de sobrevivir a costa del
derecho, y entonces en este proceso de muerte culmina el proceso propiamente
dicho de la vida.
Desde esta perspectiva puede llegar a entenderse qué es lo que significa
la fórmula cristiana que habla de la «justificación» del hombre por la fe en el
31
Vida más allá de la muerte
bautismo. La doctrina que habla de la justificación por la fe y no por las obras,
significa, pues, que se realiza por la participación en la muerte de Cristo, es decir,
participando en el camino del «martirio», o sea, en el drama diario de preferir el
derecho y la verdad al mero existir y todo ello gracias al espíritu de amor que se
hace posible en la fe. Y viceversa, buscar la justificación por las obras significa que
el hombre quiere salvarse a sí mismo por las propias fuerzas en el aislamiento del
esquema obras-consecuencias” (ESC) que hemos criticado antes. “En definitiva,
justificación por las obras, por aquello que el hombre puede hacer por sí mismo,
significa que el hombre se puede construir su propia pequeña inmortalidad, quiere
tomar de la vida tanto como le resulte suficiente. Pero tal pretensión no puede ser
sino mera ilusión, sea cualquiera el nivel en que se mueva: sea a un nivel arcaico o
en el plano científico más refinado hasta llegar al intento de anular la muerte
mediante la investigación médica”. Cuando uno se aísla se anula, se aniquila; la
verdad y justicia van de la mano de la comunicación, y todo ello no se realiza en
las obras sino en la fe. Esto no es pasividad, pues el amor es la suprema actividad
del hombre, como veremos más tarde. Además, sólo como amor que viene de la
Trinidad, de donación, encontramos un modelo consistente a nuestra vida, y
“sólo como amor es como hace soportable el mundo”. Por último, se ve que no
hay posibilidad de buscar aquí una salvación meramente individualista, privada,
desligada del derecho común, del compromiso solidario con la verdad como
Cristo que murió por todos, el justo que nos invita a dar la vida por la justicia.
Conviene aquí apuntar con Ratzinger algunas características de la visión
cristiana de la muerte:
1) sí a la vida, en su totalidad: siempre. Dios es un Dios de vivos. La vida
es reflejo de este sí, continuamente, y también de una visión de que no hay
ninguna vida inútil o sin sentido, pues es don de Dios.
2) vivir es aceptar el derecho y la verdad por encima de la vida
biológica, y cuando hay conflicto hay un sentido del sufrimiento, pues la pasión es
humana, la “apatía” no. Vemos la apatía en el estoicismo y religiosidades asiáticas,
con un dominio de sí sobre el dolor (apatía hacia arriba).También la vemos en
Epicuro con sus técnicas de placer para quitar el dolor (apatía hacia abajo). Las
dos tienen cierto virtuosismo, con cierto éxito, “pero ambas desembocan en un
orgullo que niega el ser de hombre. Ocultamente implican una pretensión de
divinidad, que contradice a la verdad del hombre. Mas lo que está contra la
verdad es mentira, algo, en fin, vacío y destructor. En definitiva, esa técnica se
cierra a la verdadera grandeza de la vida” (ESC). Cristo muere gritando, acepta la
condición humana hasta las últimas consecuencias. El dolor, pues, es parte de la
vida (con medida, para esto están los médicos, ya se entiende que se quita el
innecesario y gracias a Dios se ha avanzado mucho en esto). Hay que enfrentarse
a la vida, huir del sufrimiento es huir de la vida. “La crisis de occidente se debe, no
en último lugar, a una educación y a una filosofía, que quieren salvar al hombre
rehuyendo la cruz, contra la cruz y, en consecuencia, contra la verdad” (ESC),
pues es el misterio que abre las puertas a la gloria a través del amor.

El alma que se va del cuerpo y la resurrección. “El Credo cristiano –


profesión de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en su acción
32
Esperanza y salvación
creadora, salvadora y santificadora– culmina en la proclamación de la resurrección
de los muertos al fin de los tiempos, y en la vida eterna.
Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que
Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para
siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con
Cristo resucitado y que El los resucitará en el último día (cf. Jn 6, 39-40). Como la
suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad: Si el Espíritu de
Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquél que
resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos
mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Rm 8,11; cf 1 Ts 4,14; 1 Co 6,14; 2
Co 4,14; Flp 3,10-11).

Creemos en la resurrección de la carne , decimos en el Credo: “El


término "carne" designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad
(cf Gn 6,3; Sal 56,5; Is 40,6). La "resurrección de la carne" significa que, después
de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también
nuestros "cuerpos mortales" (Rm 8,11) volverán a tener vida.
Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un
elemento esencial de la fe cristiana. "La resurrección de los muertos es esperanza
de los cristianos; somos cristianos por creer en ella" (Tertuliano, res. 1.1: Catecismo
988-991).
A mediados del siglo XX era tal la fiebre de que el hombre es una unidad
inseparable que aplicaron esto a la Biblia y “la idea de que no es bíblico hablar del
alma, se impuso de tal manera que hasta el nuevo Missale Romanum de 1970
suprimió en la liturgia exequial el término anima, desapareciendo igualmente del
ritual de sepultura. ¿Qué fue, en definitiva, lo que tuvo tanta fuerza como para
acabar tan rápidamente con una tradición tan enraizada desde los tiempos de la
antigua Iglesia, una tradición que se consideraba tan central? No hay duda de que
el dato bíblico únicamente y de modo aislado no hubiera bastado para ello,
mucho menos sabiendo que se trata de una evidencia aparente el apelar a la
Biblia” (ESC). En la liturgia
de difuntos, Cristo resucitado
es la realidad última que
ilumina todas las demás
realidades escatológicas. La
esperanza suprema se coloca
en la resurrección corporal:
«Porque Cristo ha resucitado,
como primicias de los
muertos, el cual transformará
nuestro cuerpo humilde a
imagen del cuerpo de su
gloria, encomendemos
nuestro hermano al Señor,
para que lo reciba en su paz
y resucite su cuerpo en el
33
Vida más allá de la muerte
último día» (n. 55). “En este texto es claro que se afirma la resurrección no sólo
como futura, es decir, todavía no realizada, sino que ha de tener lugar en el fin
del mundo” (CTI).
Era que lo que se presentaba ahora como bíblico (la absoluta
indivisibilidad del hombre), concordaba con la moda de la antropología moderna.
Pero esto crea un problema serio, pues estos iluminados no están hablando del
“sueño del alma” de Lutero, sino de que entre el momento en que la gente muere
y el final de los tiempos la persona desaparece, por lo que cuando la resucite Dios
tiene que sacarla de la nada otra vez. Para no caer en la trampa, se habla de que
no es tiempo la espera, sino que es “no-tiempo”, fuera del tiempo. La muerte es
salirse del tiempo, penetrando en la eternidad, en su “hoy” incomparable, pues
solo hay sucesión para nosotros, pero no para el que ya está fuera del tiempo. De
esta forma sitúan la resurrección en la muerte y no en el último día, pues a fin de
cuentas es lo mismo para ellos (así se recoge en el Catecismo para adultos, u
holandés: “es decir, que la vida después de la muerte es ya algo así como la
resurrección del nuevo cuerpo”: 453). Para ellos, lo que el dogma dice sobre
María ya no es modelo para el destino humano sino lo de todos, ya.
La cosa está en que la Biblia no dice esto. Además, juzgan que solo
puede haber “tiempo” y “no-tiempo”, pero no dejan que haya una tercera
opción, algo intermedio, pues el hombre no es eterno, tiene un comienzo, al igual
que su entrada en la resurrección tiene un comienzo… si no caeríamos en un venir
de siempre, platonismo caricaturesco. Más bien vamos con la muerte a una forma
de atemporalidad o un tiempo del espíritu (según G. Lohfink, a partir del
concepto medieval del aevum que se usa para explicar la existencia angélica) que
conviene al espíritu creado; entra así en la plenitud de la historia… pero todos
estos señores olvidan que entre muerte y resurrección de Jesús pasan 3 días. Por
tanto, entre que morimos y resucitan nuestros cuerpos, hay un tiempo que
tenemos el alma separada, y esto se ha olvidado en estos últimos años… también
se encuentra a faltar en los textos litúrgicos, en el último cambio se “ha perdido el
alma”.

¿Cómo es la resurrección? Al hombre de hoy se le plantean


interrogantes a los que teme responder: ¿Existe algo después de la
muerte? ¿Permanece algo de uno mismo después de la muerte?, ¿o
tal vez está la nada? La Iglesia cree en la resurrección de los
muertos. “La Iglesia entiende que la resurrección se refiere a todo
el hombre: para los elegidos no es sino la extensión de la misma
Resurrección de Cristo a los hombres” (Congregación para la
Doctrina de la Fe, Carta sobre algunas cuestiones referentes a la
escatología de 1979: DF). Ni la Sagrada Escritura ni la Tradición
nos dan una descripción de la vida futura después de la muerte. Si
la imaginación no puede llegar allí el corazón llega instintiva y
profundamente. Seremos a imagen de Jesús, por eso vamos a ver
34
Esperanza y salvación
cómo fue su resurrección y seguidamente qué pasa con Jesús para
ver cómo será lo nuestro: la resurrección de Cristo es modelo de la
nuestra, nuestros cuerpos serán gloriosos como el suyo. Dios es el
fin de la criatura, el cielo en cuanto conseguido; en cuanto
perdido, infierno; en cuanto discierne, juicio; en cuanto purifica,
purgatorio. Jesús habla a sus discípulos de las muchas moradas que
hay en casa de su Padre: «y cuando haya ido y os haya preparado
un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo,
estéis también vosotros» (Jn 14,3). Es una comunión con Cristo ya
en el momento de morir, sin esperar al final de los tiempos. Él no
es sólo «el Camino, [sino] la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), en
continuidad con el amor ya en esta vida. Debe advertirse la
semejanza verbal entre monai (moradas) y menein (permanecer).
Jesús nos exhorta, refiriéndose a la vida terrena: «Permaneced en
mí, como yo en vosotros» (Jn 15,4), «permaneced en mi amor»
(v.9). Ya en la tierra, «si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi
Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada (monen) en
él (Jn 14,23). Esta «morada» que es comunión se hace más intensa
más allá de la muerte. San Pablo habla claramente de lo mismo:
«Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si
el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué
escoger. Me siento apremiado por las dos partes: por una parte,
deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho
lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es más
necesario para vosotros» (Flp 1,21-24). En el v 21, «la vida» («el
vivir», tozen) es sujeto, y «Cristo», predicado. Así se subraya
siempre la idea de comunión con Cristo, la cual, comenzada en la
tierra, se proclama como el único objeto de esperanza en el estado
después de la muerte: «estar con Cristo» (v 23). La comunión
después de la muerte se hace más intensa, y, por ello, es deseable
el estado posmortal… Jesús, que se entrega por los pecados del
mundo (cf Jn 10,15), en el huerto de Getsemaní siente pavor ante
la muerte que se acerca (cf Mc 14,32). La actitud de Pablo no
carece de semejanza con la de Jesús. El estado más allá de la
muerte es deseable, porque implica unión con Cristo (cf Comisión
Teológica Internacional, Algunas cuestiones actuales de Escatología
1, 1990: CTI), «el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro
35
Vida más allá de la muerte
en un cuerpo glorioso como el suyo» (Flp 3,21), luego, al final de
los tiempos: “Os voy a declarar un misterio: no todos moriremos,
pero todos nos veremos transformados. En un instante, en un abrir
y cerrar de ojos, al toque de la última trompeta; porque resonará,
y los muertos despertarán incorruptibles y nosotros nos veremos
transformados. Porque esto corruptible tiene que vestirse de
incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad.
Cuando esto corruptible se vista de incorrrupción, y esto mortal se
vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: ‘la
muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu
victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?’ El aguijón de la muerte
es el pecado, y la fuerza del pecado es la ley. ¡Demos gracias a
Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!” (1 Cor
15,51-57). Nuestra resurrección seguirá el modelo de Cristo
viviendo una vida nueva en la que nos encontraremos a nosotros
mismos pero de un modo diverso: "Se siembra en corrupción y
resucita en incorrupción; se siembra en vileza y resucita en gloria;
se siembra en flaqueza y resucita en fuerza; se siembra cuerpo
animal y resucita cuerpo espiritual".

El Antiguo Testamento se abre a la resurrección. Las


promesas de Yahwé a Abraham se cumplirán en plenitud después
de su muerte, pues la alianza establecida con él es inquebrantable
(cf Gn 17,6ss; Rom 11,29). De la experiencia liberadora del Éxodo
Israel aprende que cada vez que es amenazado en su existencia,
puede siempre acudir a Dios, que no le olvida. Job comprende ya
que la comunión con Dios es más fuerte que la corrupción de la
carne (Jb 19,25-27; CEE). La idea de resurrección aparece con
claridad por primera vez cuando Daniel dice que Miguel arcángel
salvará al pueblo de Israel y “todos los inscritos en el libro…
despertarán: unos para vida eterna, otros para ignominia perpetua.
Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que
enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la
eternidad”. O sea que irán al cielo, nos habla de la resurrección de
los muertos (Dn 12,1-3). Daniel, en tiempos difíciles, les anima a sus
compañeros con esa esperanza, la gloria especial que Dios les tiene
reservada, para que les anime ante la persecución que sufren. Los
36
Esperanza y salvación
judíos afirmaban con anterioridad la persistencia de las sombras de
los hombres que habían vivido (refaim) en un lugar común de los
muertos (sheol), distinto de los sepulcros. Homero hablaba de
modo parecido de las almas (psykhai) en el averno (hades): es algo
común en el Mediterráneo. Cuando muere la persona subsiste el
mismo “yo” humano, pero sin el cuerpo, es lo que se llama el alma
separada, y dice la Iglesia que «inmediatamente después de la
muerte» y, por cierto, ya en cuanto separadas («antes de la
reasunción de sus cuerpos»), tienen la felicidad plena de la visión
intuitiva de Dios. Tal felicidad en sí es perfecta y no puede darse
nada que sea superior.

La resurrección de Cristo y la nuestra: Revelación


progresiva de la Resurrección: dice el Catecismo: “La resurrección
de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo.
La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso
como una consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del
hombre todo entero, alma y cuerpo. El creador del cielo y de la
tierra es también Aquél que mantiene fielmente su Alianza con
Abraham y su descendencia. En esta doble perspectiva comienza a
expresarse la fe en la resurrección. En sus pruebas, los mártires
Macabeos confiesan: El Rey del mundo a nosotros que morimos
por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna (2 M 7,9). Es
preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que
Dios otorga de ser resucitados de nuevo por él (2 M 7, 14; cf. 7,
29; Dn 12, 1-13).
Los fariseos (cf Hch 23,6) y muchos contemporáneos del
Señor (cf Jn 11,24) esperaban la resurrección. Jesús la enseña
firmemente. A los saduceos que la niegan responde: "Vosotros no
conocéis ni las Escrituras ni el poder de Dios, vosotros estáis en el
error" (Mc 12,24). La fe en la resurrección descansa en la fe en Dios
que "no es un Dios de muertos sino de vivos" (Mc 12,27)” (992-
993).

La experiencia de la fe de los mártires da frutos de


redención. La última semana del año leemos cómo los niños
Macabeos en el momento de sufrir el martirio declaran: «Por don
37
Vida más allá de la muerte
del cielo poseo estos miembros; por sus leyes los desdeño y de él
espero recibirlos de nuevo» (2 M 7,11). Otro, «ya en agonía, dice:
es preferible morir a manos de hombres con la esperanza que Dios
otorga de ser resucitados de nuevo por él» (2 M 7,14; su madre los
anima: v 29). Todo comenzó con aquel anciano que no quiso
idolatrar y renegar del compromiso de su conciencia, prefiriendo
morir. “A punto de morir a fuerza de golpes, dijo entre suspiros: -
«Bien sabe el Señor, que posee la santa sabiduría, que, pudiendo
librarme de la muerte, aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de
la flagelación, y los sufro con gusto en mi alma por respeto a
él»”(2 Mac 6,30). El camino del cristiano, el de cualquier hombre,
no es fácil. Ciertamente, en determinadas épocas, parece que todo
se cumple según nuestras previsiones; pero esto habitualmente
dura poco. Vivir es enfrentarse con dificultades, sentir en el
corazón alegrías y sinsabores; y en esta fragua el hombre puede
adquirir fortaleza, paciencia, magnanimidad, serenidad.
Es fuerte el que persevera en el cumplimiento de lo que
entiende que debe hacer, según su conciencia; el que no mide el
valor de una tarea exclusivamente por los beneficios que recibe,
sino por el servicio que presta a los demás. El fuerte, a veces, sufre,
pero resiste; llora quizá, pero se bebe sus lágrimas. Cuando la
contradicción arrecia, no se dobla. Recordad el ejemplo que nos
narra el libro de los Macabeos: aquel anciano, Eleazar, que prefiere
morir antes que quebrantar la ley de Dios. Animosamente
entregaré la vida y me mostraré digno de mi vejez, dejando a los
jóvenes un ejemplo noble, para morir valiente y generosamente
por nuestras venerables y santas leyes (2 Mac 6,27-28).
El que sabe ser fuerte no se mueve por la prisa de cobrar el
fruto de su virtud; es paciente. La fortaleza nos conduce a saborear
esa virtud humana y divina de la paciencia. Mediante la paciencia
vuestra, poseeréis vuestras almas (Lc 21,19). La posesión del alma
es puesta en la paciencia que, en efecto, es raíz y custodia de todas
las virtudes. Nosotros poseemos el alma con la paciencia porque,
aprendiendo a dominarnos a nosotros mismos, comenzamos a
poseer aquello que somos (S. Gregorio Magno). Y es esta paciencia
la que nos impulsa a ser comprensivos con los demás, persuadidos

38
Esperanza y salvación
de que las almas, como el buen vino, se mejoran con el tiempo”
(San Josemaría).
La escena se desarrolla en una forma dramática y filosófica
al modo de los diálogos de Platón diría yo, de manera que los
hermanos van desglosando aspectos de la verdad, y aquí tomo
nota de la Biblia de Navarra: “el primero afirma que los justos
prefieren morir antes que pecar (v 2) porque Dios les premiará (v
6); el segundo, que Dios les resucitará a una vida nueva (v 9); el
tercero, que resucitarán con sus cuerpos rehechos (v 11); el cuarto,
que para los malvados no habrá “resurrección de la vida” (v 14); el
quinto, que para los malvados habrá castigo (v 17); y el sexto, que
cuando el justo sufre se debe a que es castigado por el pecado (v
18)”, doctrina como sabemos esta última corregida por Jesús, y en
el último se afirma que “la muerte aceptada por los justos tiene un
valor expiatorio a favor de todo el pueblo (v 37-38). Dios
consolará a sus siervos (v 6; cf Moisés: Dt 32,36), y si éstos mueren
prematuramente recibirán el consuelo en la otra vida… en el
razonamiento de la madre que entrega a sus hijos al martirio en
espera de una vida eterna mucho más plena que esta vida se ve ya
la plenitud de la esperanza, pues una madre quiere lo mejor para
sus hijos (vv 27-28) la fe en la resurrección se impone ‘como una
consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre
todo entero, alma y cuerpo’ (id, 992). Nuestro Señor Jesucristo
ratifica la resurrección de los muertos y la une a la fe en Él (cf Jn
5,24-25; 11,25); al mismo tiempo purifica la representación de la
resurrección que tenían los fariseos, resultado de una
interpretación meramente materialista (cf Mc 12,18-27; 1 Co 15,35-
53). Los salmos nos hablan de que Dios nos protege como a las
pupilas de sus ojos, con la misma ternura con que la gallina
protege bajo sus alas a los polluelos (en Mt 23,37 Cristo emplea
también esa comparación) como una protección solicita y amorosa
(Sal 36,8; 57,2; 61,5; 63,8; 91,4; Dt 32,11). Se nos habla del águila,
pero en el N.T. predominan las imágenes de la paloma y la de la
gallina.
Es la oración de los salmos llena de confianza, a fin de
animar su propia fe en esas peticiones, y se hace hincapié en la
dependencia que el salmista mantiene con respecto a Dios como a
39
Vida más allá de la muerte
su porción y fuente de su felicidad. “Al despertar, me saciaré de tu
semblante»: «ver el rostro de Dios» es disfrutar de su comunión y
de su favor, simbolizado en la luz del día, mientras que la noche
simboliza la prueba y el infortunio, aunque en el vocablo
«despertar» pueda verse una «alusión velada» (Biblia de Jerusalén) a
la resurrección, de acuerdo con lugares como Dan. 12,2.
Muchos males tiene que soportar el justo; pues el oro es
acrisolado en el fuego, y el justo lo es en el sufrimiento. Así
entendemos aquellas palabras de Cristo: era necesario que el Hijo
del Hombre padeciera todo esto, para entrar, así, en su Gloria. La
Escritura nos dice: Hijo mío, si quieres seguir al Señor, prepárate
para el sacrificio. Lo hemos visto en ese lugar de revelación que es
la vida, la experiencia viva que es la vida de los mártires. Si hemos
puesto nuestra vida en manos de Dios, dejemos que Él nos vaya
formando hasta lograr la perfección, llegando a ser conforme a la
imagen de su propio Hijo. Dejemos que vaya haciendo su
voluntad, su obra en nosotros, en la misma forma en que el
alfarero realiza su voluntad en la hechura de su alfarería. Y si para
llegar a ser perfectos hemos de ser templados en el fuego, en el
dolor, en la prueba de amor hasta el extremo, mantengámonos
firmes en los caminos de Dios para que contemplemos su Rostro;
y, aun cuando tengamos que pasar por el sueño de la muerte, el
Señor nos despierte para saciarnos eternamente con su vista
(homiliacatolica.com).
La sangre de los mártires de los tiempos llamados de los
Macabeos provocó una revolución que mantuvo la fe de Israel,
que parecía desaparecer ante la apostasía general… y precisamente
en este ambiente, como también predica Daniel, se revela la
resurrección de los muertos… ¿cuál sería la intuición que le hizo
proclamar estas palabras antes de morir? ¿Cuál es esta fuerza de la
fe, que lleva implícita una esperanza que es más fuerte que la
muerte, que la misma explicitación de esa esperanza que aún no ha
sido revelada? ¿No será que el Espíritu Santo se revela primero en
esas intuiciones de la vida de los mártires, campo abonado para la
doctrina explícita posterior? Dar la vida es la mejor lección de las
prioridades, de que hay algo más grande que la vida: la Vida, es la

40
Esperanza y salvación
gran prueba del Cielo, irrefutable, con una fuerte carga
experiencial.

La sepultura y el descenso de Cristo a los infiernos. La catequesis


bautismal explicaba como tema central estos puntos: “con Él hemos sido
sepultados por el Bautismo para participar en su muerte” (Rom 6,4): entramos de
modo místico en la vida de Jesús, y concretamente viajamos con Él en su camino
hacia la muerte, Resurrección y Ascensión. En este viaje Jesús no quedó sin hacer
nada en el sepulcro, mientras su cuerpo reposaba como el grano de trigo
sembrado en el sepulcro, que cae en el surco y produce fruto abundante, así dio
mucho fruto. Sabemos por ejemplo que hubo el “descenso a los infiernos” (Hch
2,27-31), donde San Pedro cita el Salmo 15,10 (no dejarás a mi alma permanecer
en el infierno); también 1 Pe 3,18-20. Por otro lado, son antiguos y muy
numerosos los lugares en que los Santos Padres hablan del descenso de Cristo a los
infiernos: la expresión se refiere al “reino de los muertos”, o sheol. Tiene un
primer significado: que Jesús comparte la muerte con los que han muerto, cumple
“las leyes” de la muerte. Pero el descenso a los infiernos es también expresión de
la regia soberanía de Cristo sobre la muerte y sobre los muertos. Jesús sigue
siendo el Señor de la vida y de la muerte aun cuando, al mismo tiempo, esté
verdaderamente sometido a la muerte. Ha sido habitual en la exégesis la
interpretación de que en su “descenso a los infiernos” por fin liberó las almas de
los justos que esperaban el santo advenimiento (siguiendo el difícil texto de 1 Pe
3,18-19)5.
Morir en Cristo Jesús. “Para resucitar con Cristo, es necesario morir con
Él, es necesario "dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor" (2 Co 5,8). En
esta "partida" (Flp 1,23) que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se reunirá
con su cuerpo el día de la resurrección de los muertos (cf SPF 28). Ya que para los
que mueren en la gracia de Cristo, es una participación en la muerte del Señor
para poder participar también en su Resurrección (cf Rm 6,3-9; Flp 3,10-11).

La Nueva Alianza, sellada en la sangre de Cristo, es la base de nuestra


fe en la resurrección y en la vida eterna. Llegada la plenitud de los tiempos, el
Dios de la creación y de la alianza manifiesta plenamente su identidad como el
Amor creador al resucitar a Jesús de Nazaret, el Crucificado, de entre los muertos.
El anuncio de su resurrección es el acta pública del nacimiento de la fe cristiana,
como se ve en las palabras de Pedro el día de Pentecostés: “A ese Jesús lo resucitó
Dios, cosa de la que todos nosotros somos testigos. Así pues, una vez que ha sido
elevado a la derecha de Dios y ha recibido del Padre la Promesa (el Espíritu
Santo), lo ha derramado, que es lo que vosotros veis y oís” (Hch 2,32-33). Es lo
mismo que Pablo les recuerda también a los de Corinto, sumándose a la multitud
de los testigos de la resurrección, base de toda su empresa apostólica (cf 1 Cor
15,1-11). La novedad absoluta de que aquel Crucificado “se haya dejado ver”

(he seguido aquí los apuntes de la Universidad de Navarra)


41
Vida más allá de la muerte
(Ibíd.) vivo ya en nuestra historia, como el Señor resucitado y glorioso, es la
confirmación por el Padre de su misión divina -acreditada en la obediencia
martirial hasta la cruz- y de su identidad con el Logos eterno de Dios. El Hijo de
Dios, igual que entregó libremente su vida, tuvo el “poder para recobrarla de
nuevo” (Jn 10,17-18).
La resurrección de Jesucristo tiene, por tanto, un lugar central en el
Credo, es como su corazón, situado justo en medio, entre los artículos primero y
último. Tanto aquél como éste han de ser entendidos desde esa clave de bóveda
de la muerte y resurrección del Señor, es decir, cristológicamente. El Dios creador,
el que nos ha dado el ser y la vida, es el Dios resucitador, el que no quiere que
nada de lo que ha hecho se pierda, muy en especial, la vida de sus fieles, con los
que ha sellado, en la sangre de Jesucristo resucitado, una alianza eterna. La
plenitud de la vida nueva del Resucitado es la garantía de una vida que vence a la
muerte y que, gracias al Espíritu vivificador -a quien confiesa toda la última parte
del Credo- se comunica a cuantos viven en Cristo por la fe en él: “El que cree en
el Hijo tiene vida
eterna” (Jn 3,36. cf
Rom 8,11). Somos
cristianos porque, en
efecto, insertados “por
el agua y el Espíritu”
en el Cuerpo de Cristo,
participamos ya de su
vida resucitada:
“Habéis resucitado con
Cristo” (Col 3,1); “vivo
yo, más no yo; es
Cristo quien vive en
mí” (Ga 2,20). Por
eso, “Dios, que
resucitó al Señor, nos
resucitará también a
nosotros mediante su poder” (1 Cor 6,14). Como decía San Agustín: “Cristo ha
realizado lo que nosotros esperamos todavía. Lo que esperamos no lo vemos.
Pero somos el cuerpo de la Cabeza en la que ya es realidad lo que esperamos”
(CEE). Una parte del judaísmo intertestamentario incorporó la resurrección de los
muertos, y en cambio se convirtió en la profesión fundamental de la fe cristiana, y
la razón la hemos visto: la resurrección de Jesús. Cuando Jesús habla con los
saduceos tienen que usar la ley de Moisés, y explica que Yahveh usa como
nombre que es Dios de Abraham, de Moisés, etc.… y es un Dios de vivos, pues al
ser un Dios vivo significa que ellos están vivos… (Mc 12,18-27). Jesús no se sitúa
en el marco de los fariseos, sino que la fe en la resurrección no supone una verdad
más, sino el núcleo de la Verdad, de Dios: “Pero hay más: Jesús liga la fe en la
resurrección a la fe en su propia persona: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn
11,25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído
en él (cf Jn 5,24-25; 6,40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (cf Jn
42
Esperanza y salvación
6,54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección
devolviendo la vida a algunos muertos (cf Mc 5,21-42; Lc 7,11-17; Jn 11),
anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden. De
este acontecimiento único, El habla como del "signo de Jonás" (Mt 12,39), del
signo del Templo (cf Jn 2,19-22): anuncia su Resurrección al tercer día después de
su muerte (cf Mc 10, 34).
Ser testigo de Cristo es ser "testigo de su Resurrección" (Hch 1,22; cf
4,33), "haber comido y bebido con El después de su Resurrección de entre los
muertos" (Hch 10,41). La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente
marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como
El, con El, por El.
Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado
incomprensiones y oposiciones (cf. Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13). "En ningún punto
la fe cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne" (San
Agustín). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la
persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este
cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?” (Catecismo
994-996).
En las cartas Apostólicas hay abundantes textos que se refieren a la
resurrección de Cristo, cómo por el bautismo nos unimos a su misterio pascual,
paso para que nuestra muerte se convierta en Vida. La pascua quiere decir esto,
pasar de la muerte a la vida, este ciclo vital se repite: nacer, morir, resucitar...
como las plantas: nacer y arraigar, trasplantarse y desarraigo, y volver a arraigar,
nacer de nuevo... el cirio pascual nos lo recuerda. Y no importan nuestros pecados
pasados: “Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la
muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos
salvos por su vida! Y no sólo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por
nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación” (Rom
5,10-11). San Pablo es muy claro: “por el pecado de un solo hombre comenzó el
reinado de la muerte. Cuanto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán
y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la
salvación. Por tanto, si el pecado de uno trajo la condena de todos, también la
justicia de uno traerá la salvación y la vida… por Jesucristo, nuestro Señor, reinará
la gracia causando la salvación y la vida eterna” (Rm 5,17-21).

Resucitados con Cristo. “Si es verdad que Cristo nos


resucitará en "el último día", también lo es, en cierto modo, que
nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto, gracias al
Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una
participación en la muerte y en la Resurrección de Cristo:
Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado
por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los
muertos... Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas

43
Vida más allá de la muerte
de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Col 2,12;
3,1).
Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya
realmente en la vida celestial de Cristo resucitado (cf Flp 3,20),
pero esta vida permanece "escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3)
"Con El nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos con Cristo
Jesús" (Ef 2,6). Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo,
nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando
resucitemos en el último día también nos "manifestaremos con El
llenos de gloria" (Col 3,4).
Esperando este día, el cuerpo y el alma del creyente
participan ya de la dignidad de ser "en Cristo"; donde se basa la
exigencia del respeto hacia el propio cuerpo, y también hacia el
ajeno, particularmente cuando sufre: El cuerpo es para el Señor y
el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos
resucitará también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que
vuestros cuerpos son miembros de Cristo?... No os pertenecéis...
Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo (1 Co 6,13-15.19-
20)” (Catecismo 1002-1004).
El padecimiento, la muerte, son la puerta de la vida, y esta
es nuestra esperanza. “Los que por el Bautismo nos incorporamos a
Cristo, fuimos incorporados a su muerte… para que, así como
Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre,
así también nosotros andemos en una vida nueva. Porque, si
nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo
estará también en una resurrección como la suya… por tanto, si
hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él;
pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos,
ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él” (Rm
6,3-9).
Jesús, imagen viva del Padre y de su Amor, nos manda su
Espíritu para llevarnos: “los que se dejan llevar por el Espíritu de
Dios, esos son hijos de Dios”. Sí, somos hijos de Dios, y si somos
hijos, también somos herederos... puesto que sufrimos con él para
llegar a ser glorificados con él (Rom, 8). Los sufrimientos del
mundo presente no son nada comparados con la felicidad de la
gloria... todos estamos esperando esta manifestación de los hijos
44
Esperanza y salvación
de Dios, tenemos ya los frutos de esta cosecha en la esperanza:
cuando sembramos bondad ya la recogemos, en nuestro corazón,
pero es sólo una prenda de lo mucho que será el cielo, que es
plenitud de intimidad con Dios.
“Si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y
coherederos con Cristo. Considero que los trabajos de ahora no
pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la
creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de
los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración no por su
voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza
de que la creación misma se vea liberada de la esclavitud de la
corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de
Dios… también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu,
gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de
Dios, la redención de nuestro cuerpo” (Rm 8,17-23).

¿Jesús resucitó? Sí, es el fundamento de nuestra fe. “Si nuestra


esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados.
¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos” (1 Cor 15,19-
20). La esperanza brota de la fe en Jesucristo resucitado. “El don supremo de sí
mismo al hombre por parte de Dios, pleno y definitivo, en la vida eterna, es lo
que da su justo valor a la vida presente, jerarquiza todos los bienes de la tierra y
evita que alguno de estos bienes pase a ocupar el lugar de Dios, como realidad
última y bien supremo”6.
El Evangelio y la primera tradición cristiana nos transmiten “lo hemos
tocado”. Son muchas las apariciones del Señor, a más de 500 personas, nos dicen
los primeros cristianos. Jesús convenció a los suyos de la verdad de su carne
gloriosa, poco a poco, de que no era un fantasma: solía comer con ellos, por
ejemplo. El testimonio de los ángeles que comunicaron el portento a las mujeres
(cf Lc 24,4-7; Mc 16,5-7; etc.) y el testimonio de las Escrituras que habían
anticipado proféticamente el hecho (cf Lc 24,25-27.44-45) también son
significativos. Quiso mostrar su Realidad nueva de muchas maneras: -dejándose
palpar (cf Lc 24,39); -mostrándose en su figura propia; -descubriéndoles las
cicatrices de sus heridas de su Pasión (cf Lc 24,39); -hablando y sintiendo con ellos
mostrando así que oía, veía y hablaba; -su vida intelectiva disertando ante ellos
sobre las profecías de los Salmos y de los Profetas; -su divinidad obrando milagros
como la pesca milagrosa (cf Jn 21,5-14); -la “novedad” de su cuerpo entrando
estando cerradas las puertas, dejándose reconocer de los suyos sólo cuando Él
quería (cf Lc 24,15-16; Jn 21,4), desvaneciéndose súbitamente ante los ojos de los
suyos (cf Lc 24,31), etc. De todas estas cosas los suyos fueron testigos convencidos,

(CEE, La verdad os hará libres, 1990)


45
Vida más allá de la muerte
y llevaron su testimonio hasta los confines del mundo. Juan subraya que vio
manar del costado herido en la Cruz agua y sangre: El que lo vio da testimonio, y
su testimonio es verdadero. Él sabe que dice la verdad para que vosotros creáis
(Jn 19,35; Miguel A. Fuente).

Jesús, nuestra víctima pascual. Melitón, obispo en el siglo II de la Iglesia


de Sardes, escribía: “Sufrió por nosotros, que estábamos sujetos al dolor, fue
atado por nosotros, que estábamos cautivos, fue condenado por nosotros, que
éramos culpables, fue sepultado por nosotros que estábamos bajo el poder del
sepulcro, resucitó de entre los muertos y clamó con voz potente: ‘¿Quién me
condenará? Que se me acerque. Yo he librado a los que estaban condenados, he
dado la vida a los que estaban muertos, he resucitado a los que estaban en el
sepulcro. ¿Quién pleiteará contra mí? Yo soy Cristo –dice–, el que he destruido la
muerte, el que he triunfado del enemigo, el que he pisoteado el infierno, el que
he atado al fuerte y he arrebatado al hombre hasta lo más alto de los cielos: yo,
que soy el mismo Cristo. Venid, pues, los hombres de todas las naciones, que os
habéis hecho iguales en el pecado, y recibid el perdón de los pecados. Yo soy
vuestro perdón, yo la Pascua de salvación, yo el cordero inmolado por vosotros,
yo vuestra purificación, yo vuestra vida, yo vuestra resurrección, yo vuestra luz,
yo vuestra salvación, yo vuestro rey. Yo soy quien os hago subir hasta lo alto de
los cielos, yo soy quien os resucitaré y os mostraré el Padre que está en los cielos,
yo soy quien os resucitaré con el poder de mi diestra’”. También el demonio cae
hoy muerto a los pies del esplendor de Cristo. Muerto de terror y espanto. Jerónimo
escribía hace ya muchos siglos, desde su gruta de Belén: “Cristo marchando contra
los crueles ministros del castigo, castiga con fuerza divina sus escuadrones
implacables. Rugen los verdugos sin entrañas, rechinando rabiosos sus dientes, y, al
entrar el Fortísimo en los fuertes calabozos, son cerrados con cadenas férreas por el
que es más fuerte que todos ellos”.
Dux vitae mortuus regnat vivus: El caudillo de la vida, que había muerto
reina vivo. No temas –dice Cristo a Juan en el Apocalipsis– Yo soy el primero y el
último, y muerto fui, y heme aquí viviente por los siglos de los siglos (Ap 1,18) Alfa y
Omega, Principio y Fin. Había muerto, pero reina vivo. ¿Dónde está, muerte, tu
aguijón? La muerte ha sido sumida en la victoria (1 Cor 15,55). “No ponemos
nuestro corazón en los bienes de este mundo. No fundamos nuestras esperanzas en
las promesas de los hombres. No está nuestra confianza en la fuerza o la sabiduría,
sino que nuestra esperanza es sólo Cristo. El que ha resucitado la carne que de
nosotros tomó para su cuerpo, Él mismo nos resucitará a nosotros. Su Fuerza es mi
fuerza. Su Triunfo es mi triunfo. Su Victoria es mi victoria. Su Gloria será nuestra
gloria. Surrexit Christus, spes mea… Si Cristo no resucitó, vana es nuestra Fe, aún
estáis en vuestros pecados (1 Cor 15,17). Pero sabemos, dice en la carta a los
Romanos, que Cristo resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte no
tiene dominio ya sobre Él (Rom 6,9). Lo creemos y lo confesamos. Lo confiesa toda
la Iglesia. Lo cantan los ángeles. El coro de los Apóstoles da fe de ello. La sangre de
los mártires que entregaron sus vidas por esta verdad, nos lo grita desde la tierra
mojada” (Miguel A. Fuente). Yo sé que está vivo mi Vengador y que al final se
alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios…
46
Esperanza y salvación
mis propios ojos lo verán (Job 19,26-27). San Bernardo escribió: “Venció, pues, el
León de la tribu de Judá (Ap 5,5). Fue muerto como cordero, pero resucitó como
león...; el león, el más fuerte de los animales que no siente pavor por ningún otro...
Fuerte es el león, no cruel, pero su indignación es terrible... Mas el león rugirá por
los suyos, no contra los suyos. Asústense los extraños, pero la tribu de Judá llénese
de alegría. Ha vencido el león. Vi… un libro cerrado con siete sellos, y no había
quien lo abriese… ninguno se hallaba digno de abrir el libro. Y uno de los ancianos
me dijo: no llores; mira que venció el León de la tribu de Judá, raíz de David. Y
miré, y he ahí que en medio del trono estaba un cordero como muerto... y
viniendo, tomó el libro y hubo gran alegría. Había Juan oído hablar de un león, y lo
que vio fue un cordero. El cordero fue muerto. El cordero tomó el libro, el cordero
lo abrió y pareció león”.

La glorificación de Cristo como fruto de su pasión. Esta exaltación


comporta la resurrección de entre los muertos, su ascensión a la diestra del Padre
y el envío del Espíritu Santo. Es parte de la obra redentora. Comenzó
inmediatamente después de su muerte, en el descenso a los infiernos. Vemos en
primer lugar que la resurrección de Jesús constituye la auténtica y definitiva
victoria sobre la muerte. Jesús ha resucitado «por nosotros y por nuestra
salvación», como decimos en el Credo. Por medio de ella somos reengendrados
para una herencia incorruptible, la resurrección de Jesús es como decimos el
triunfo sobre toda muerte, tanto física como de pecado y de todo mal. La
resurrección está situada en el centro mismo de la Redención, constituyendo con
la muerte un único misterio salvador. San Pablo insiste de múltiples maneras en
esta verdad. Esta salvación santifica nuestras almas (nos libera de todo mal) y
también nuestro cuerpo (Rom 8,25). Es el misterio de la solidaridad de Cristo con
cada hombre, la capitalidad de toda gracia: él es la Cabeza y de él nos viene al
cuerpo toda la gracia. Él es el nuevo Adán, el comienzo de la nueva humanidad.
Porque como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la
resurrección de los muertos. Y como en Adán hemos muerto todos, así también
en Cristo somos vivificados (1 Cor 15,20-23). Nuevo Adán en quien recibimos la
vida nueva. Las dos expresiones apuntan hacia lo que es esencial en el
cristianismo: la salvación llega a través de Cristo, en Cristo, mediante la unión con
Él. Jesús es primicia de los que duermen (1 Cor 15,23), para que obtenga la
primicia sobre todas las cosas (Col 1,18). Según la ley judía las primicias son
especialmente de Dios y se ofrecen pidiendo buena cosecha, así Jesús, al resucitar,
es las primicias que garantizan la resurrección de los muertos; en El, que es el
Primogénito de los muertos se depositan las bendiciones divinas para toda la
familia humana. Se sigue esta costumbre a primeros de octubre, en el recuerdo de
la fiesta de las témporas (día 5 sobre todo).
Jesucristo transformará nuestro humilde cuerpo conforme a su cuerpo
glorioso en virtud del poder que tiene para someter a sí todas las cosas (Fil 3,21).
Finalmente, la resurrección del Señor afecta también a la creación entera, como
una participación en la libertad de la gloria de los Hijos de Dios, pues la creación
entera gime con dolores de parto, y no sólo ella, sino también nosotros, que
tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros suspirando por la
47
Vida más allá de la muerte
adopción por la redención de nuestro cuerpo (Rom 8.22-23). La redención
comporta la restauración de todas las cosas (Hch 3,21), cuando, «con el género
humano, el universo entero que está íntimamente unido con el hombre y por él
alcanza su fin, será perfectamente renovado», realizándose así la final
recapitulación de todas las cosas en Cristo (cf Ef 1,10) (CVII). De esto hablaremos
luego.
La Ascensión del Señor es un artículo de Fe, que aparece en los símbolos
más antiguos como parte esencial de la glorificación de Cristo. En ella se expresa
el señorío de Jesús, su plenitud de vida y poder, su potestad de Rey del universo .
Puede decirse que el núcleo esencial del contenido de la Ascensión del Señor se
encuentra precisamente en el está sentado a la derecha del Padre en cuanto
participación de Cristo en la Soberanía del Padre, que le ha entregado todo poder
en el cielo y en la tierra (Mt 28,18). San Lucas y en el final del Evangelio de San
Marcos nos lo cuenta, al igual que San Pedro la presenta en su primer discurso
como el término del tiempo en que vivió entre nosotros el Señor, a partir del
bautismo de Juan hasta el día en que fue arrebatado en alto. A partir de aquí se
inaugura un tiempo nuevo —«el tiempo de la Iglesia»—, en el que se vive con la
esperanza y el deseo de que el señor vuelva. Esta vuelta tendrá lugar al final de la
Historia. Hasta entonces quizá podrá hablarse de visiones de Jesús, pero no de
apariciones en el sentido preciso que se les da como acontecimiento en el que se
fundamenta la capacidad de ser testigo de la Resurrección. Estas apariciones de
que hablan los Apóstoles terminan con la Ascensión.
Jesucristo con su gloriosa Ascensión culmina su sacrificio redentor y desde
entonces intercede por nosotros como abogado en la presencia de Dios Padre . Es
decir, no solo intercedió por nosotros aquí en la tierra, sino que continúa
intercediendo por nosotros en el cielo, presentando al Padre su Humanidad con
las gloriosas señales de su Pasión y expresando el gran deseo de su alma de
conseguir nuestra salvación. Por eso la Iglesia, cuando dirige su oración a Dios
Padre, se apoya en esta realidad —por Jesucristo nuestro Señor—, amparándose
así en la intercesión de quien es el único mediador entre Dios y los Hombres, el
hombre Cristo Jesús.

¿Qué añade la Ascensión a la gloria de Cristo resucitado? ¿Cuál es su


eficacia salvífica?: la Ascensión coincide con la Resurrección y en este sentido no
añade nada a la glorificación de Cristo. Sí tiene importancia, sin embargo, en la
historia de la salvación. El Señor alude a este aspecto salvador al decir: Os
conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el
Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré (Jn 16,17). Dios quiso que la misión del
Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo se hiciera mediante la Humanidad de
Jesús, que así es para nosotros fuente de todo bien, de todo don divino y, sobre
todo, del Don por excelencia que es el Espíritu Santo. Explica Sto. Tomás que
convenía: «en primer lugar nos preparó el camino para subir al cielo, según lo que
Él mismo dice voy a prepararos un lugar, pues siendo El nuestra Cabeza, es
preciso que los miembros sigan allá a donde los precede la cabeza… En segundo
lugar, porque la misma presencia de Cristo en el cielo con su naturaleza humana
es intercesión en favor nuestro. Por último, porque Cristo, sentado en el trono de
48
Esperanza y salvación
los cielos como Dios y como Señor, envía desde allí los dones a los hombres».
«Estar sentado a la derecha del Padre», es la antigua expresión bíblica (cf Sal 109,1)
con la que se afirma la potestad regia y el sacerdocio del Mesías (he seguido aquí
unos Apuntes de la Universidad de Navarra).

Cómo resucitan los muertos. “¿Qué es resucitar? En la


muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae
en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios,
en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su
omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida
incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la
Resurrección de Jesús.
¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: "los
que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan
hecho el mal, para la condenación" (Jn 5,29; cf Dn 12,2).
¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis
manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc 24,39); pero El no volvió a
una vida terrenal. Del mismo modo, en El "todos resucitarán con
su propio cuerpo, que tienen ahora" (Cc de Letrán IV: DS 801),
pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3,
21), en "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44): Pero dirá alguno: ¿cómo
resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio!
Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no
es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano..., se siembra
corrupción, resucita incorrupción; ... los muertos resucitarán
incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se
revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de
inmortalidad (1 Cor 15,35-37.42. 53).
Este "cómo" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro
entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra
participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la
transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo: ‘Así como el pan que
viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios,
ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas,
una terrena y otra celestial, así nuestros cuerpos que participan en
la eucaristía ya no son corruptibles, ya que tienen la esperanza de
la resurrección’ (San Ireneo de Lyon).

49
Vida más allá de la muerte
¿Cuándo? Sin duda en el "último día" (Jn 6,39-40.44.54;
11,24); "al fin del mundo" (LG 48). En efecto, la resurrección de los
muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo: El Señor
mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la
trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo
resucitarán en primer lugar (1 Ts 4,16)” (Catecismo 997-1000).

¿Cómo es el cuerpo glorificado? El Catecismo (659)


recuerda “las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que
desde entonces su cuerpo disfruta para siempre (cf Lc 24,31; Jn
20,19.26)”: “durante los cuarenta días en los que él come y bebe
familiarmente con sus discípulos”, pasa por paredes y de un lugar a
otro, no está sujeto a espacio y tiempo porque está fuera, y no
tiene materia. San Ireneo habla de la transfiguración de nuestra
carne cuando resucitemos, “porque, siendo mortal y corruptible, se
hace inmortal e incorruptible”: “en los mismos (cuerpos) en que
habían muerto: porque de no ser en los mismos, tampoco
resucitaron los que habían muerto”; los Padres piensan que la
identidad corporal es necesaria para la identidad personal, “La
Iglesia no ha enseñado nunca que se requiera la misma materia
para que pueda decirse que el cuerpo es el mismo. Pero el culto de
las reliquias… muestra que la resurrección no puede explicarse
independientemente del cuerpo que vivió” (CTI). Desde la "Casa
del Padre" (Jn 14, 2), Jesús nos da la vida y la felicidad de Dios.
Sólo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, "ha querido
precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de
su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su
Reino" (MR, Prefacio de la Ascensión; Catecismo 661). También la
Virgen ha subido y es modelo de nuestra resurrección, y Madre e
intercesora. Sobre este dogma de la Asunción de María se fundó en
1950 la Familia monástica de Belén, la Asunción de la Virgen y San
Bruno, de origen francés y hoy extendida en sus ramas femenina y
masculina por todo el mundo. Unos peregrinos franceses que
asisten al acontecimiento de la promulgación del Dogma de la
Asunción de María, por Pío XII, reciben la llamada a fundar
comunidades de oración que vivan en la tierra esta gracia que la

50
Esperanza y salvación
Virgen disfruta plenamente ya en el cielo. Y a la que estamos
llamados a disfrutar todos algún día.
En el Evangelio de san Juan 6, como en la carta a Timoteo,
vemos que la eternidad ya está aquí, cuando Jesús ofrece el pan de
su palabra y de su cuerpo y dice que quien come mi carne tiene ya
la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día; en un volver
sobre el tema y en distintas variantes esencialmente despliega
cuanto aquí se recoge: la posterior escatología y ya el reino
poseído o gracia. “La vinculación a Jesús es ya ahora resurrección”
(ESC). Ahora se ve que la comunión-comunicación es la vida, y que
el amor es más fuerte que la muerte. Vida terrenal y vida eterna se
dan de la mano, la vida-de-gracia y la Vida Eterna, decía santo
Tomás, se distinguen en grado (y no poco, diríamos), pero tienen
la misma “sustancia”, como dos estadios de un mismo trayecto, o
dos movimientos de una misma sinfonía. “La vida terrena se
define entonces como la etapa de elaboración por parte del
hombre del signo fundamental de su vida cara a Dios, y la muerte
es definida a su vez como el evento cristalizador de ese signo, que
lo sella para la eternidad. No hay ruptura en el proceso personal-
vital: sólo saltos cualitativos en su desarrollo. El que consigue ser
feliz en esta vida, lo será también en la otra” (J. Alviar). El apóstol
Juan ha sido testigo especial: ha visto la puerta… “Juan, mirando a
Cristo muerto, sabe que la muerte ha sido vencida, pues ya no es
una puerta al infierno, sino al cielo para los que quieren unirse a
Cristo. Los dolores de la muerte son una oportunidad de unirse a
Cristo Redentor. La posible agonía de su amado Jesús desparece
por fin.
Cristo resucitado le completaría el sentido de la muerte.
Juan ha visto la gloria del cuerpo de Jesús. Las heridas de los
clavos son ya condecoraciones, y todo el cuerpo del Señor habla
de gloria. Las palabras de Cristo resucitado son un canto a la
esperanza y la alegría. Las penas de la muerte estaban allí pero se
convertían de castigo en salvación.
La Asunción de María en cuerpo a los cielos fue otro
espaldarazo a la fe y la esperanza de Juan. No sabemos cuántos
años vivió con la Madre de Dios, pero no es difícil suponer que
estuvo con ella hasta el momento tan deseado y feliz de su tránsito
51
Vida más allá de la muerte
al cielo con su divino Hijo. El cuerpo de María no conoció la
corrupción como no la había experimentado su alma, y en el
momento adecuado Dios la toma toda para sí y la glorifica como a
Jesús. Le dio un tiempo para ayudar a aquellos hijos que obedecían
a su Hijo, hasta que ya no fue tan necesaria su presencia en la
tierra.

Estas luces sobre la muerte nos permiten conocer a un Juan


que sabe morir. La muerte ya no era para él una enemiga que roba
la vida, sus placeres, y los escasos éxitos conseguidos. Sino que la
muerte es una puerta abierta hacia la comunión definitiva con el
Amado que espera el alma purificada en un abrazo infinito. La
muerte de Juan anciano enseña a morir como Dios quiera, cuando
Dios quiera y del modo que estime más conveniente, pero con
ansias vivas de eternidad” (CTI).

Resumiendo este apartado sobre la inmortalidad del alma y


la resurrección de los muertos, en el espejo que es Jesús y su
revelación: Así pues, sobre el cristiano, como sobre Cristo, la
muerte no tiene la última palabra; el que vive en Cristo no muere
para quedar muerto; muere para resucitar a una vida nueva y
eterna. Hay un «consorcio vital» de todos los miembros de la
Iglesia en Cristo, que celebramos en la comunión de los santos, o
sea, la unión en Cristo de los hermanos, por la caridad, que no se
interrumpe por la muerte, y podemos entrar en contacto con los
que han muerto, pues ellos están en el Señor. Sobre todo en la
Comunión eucarística, cuando tenemos al Señor en persona, en
esta puerta del cielo podemos estar en contacto con Él y por Él con
ellos. En la liturgia, podemos “hablar” con ellos que ya están en la
liturgia celeste mientras nosotros, en la liturgia terrena, sobre todo
«al celebrar [ ... ] el Sacrificio Eucarístico, nos unimos sumamente al
culto de la Iglesia celeste, comunicando y venerando la memoria,
en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, pero también
del bienaventurado José y de los bienaventurados Apóstoles y
Mártires y todos los Santos» (Concilio Vaticano II, Const.
dogmática Lumen gentium: LG 50). Así aparece en el Canon
romano de la Misa: «Reunidos en comunión»… «Te rogamos
52
Esperanza y salvación
humildemente», que la oblación terrena sea llevada al sublime altar
del cielo. Las almas de los bienaventurados participan de esta
liturgia de intercesión, tienen también en ella cuidado de nosotros
y de nuestra peregrinación, «como quiera que interceden por
nosotros y con su fraterna solicitud ayudan grandemente nuestra
flaqueza» (Pablo VI, Profesión de fe, 1968). Los santos son así
poderosos intercesores… pero hay que desechar toda forma
distinta de oración, pues la Iglesia declara «contra cualquier forma
de evocación de los espíritus» (LG 49, nota 148), como se ve en la
Biblia (Dt 18,10-14; Ex 22,17; Lv 19,31; 20,6.27). El relato más
pintoresco es la magia para consultar qué pasaría, evocación del
espíritu de Samuel (‘obot), realizada por el rey Saúl (1 S 28,3-25):
«Saúl murió a causa de la infidelidad que había cometido contra
Yahvé, porque no guardó la palabra de Yahvé y también por
haber interrogado y consultado a una nigromante, en vez de
consultar a Yahvé, por lo que le hizo morir y transfirió el reino a
David, hijo de Jesé» (1 Cro 10,13-14). Los Apóstoles mantienen esta
prohibición (Hch 13,6-12; 16,16-18; 19,11-20). «Evocación» es
intentar una comunicación sensible con los espíritus para conseguir
cosas o noticias: el «espiritismo». Es curiosidad malsana que se ha
de reprimir, ocasión de engaño y de sustos, y -¿por qué no?- de
intervenciones diabólicas.

Sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte. Este paso nos


es extraño, nos repugna y contraría… "Frente a la muerte, el
enigma de la condición humana alcanza su cumbre" (GS 18). En un
sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que
realmente es "salario del pecado" (Rm 6,23; cf Gn 2,17) original:
algo tan olvidado y por otra parte
algo tan normal: todos hemos de
morir. Cuentan de uno que en el bar
miraba siempre las esquelas, por si se
veía un día, hasta que el dueño del
bar mirando el periódico dijo:
“lástima, hoy que sale la esquela de
fulanito y justo es el día que él no ha
venido a leer el periódico”. Hay una resistencia innata a morir,
53
Vida más allá de la muerte
como decía Moravia: “todos los hombres querrían ser inmortales...
buscan traer al mundo hijos o se esfuerzan por crear alguna obra
de arte: las dos cosas prolongan su permanencia en el tiempo”. La
muerte, para los hijos de Dios, es vida: “no tenemos aquí ciudad
permanente, vamos en busca de la que está por venir” (Heb
13,14): la que el Señor nos tiene preparada desde siempre: el
cristiano que se une a Él en su propia muerte, ésta ya se convierte
en entrada a la vida eterna. “Cuando la Iglesia dice por última vez
las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano
moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le
da a Cristo en el viático como alimento para el viaje. Le habla
entonces con una dulce seguridad: ‘Alma cristiana, al salir de este
mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que
te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió
por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió.
Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en
Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con
San José y todos los ángeles y santos... Te entrego a Dios, y, como
criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te
formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu
encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos... Que
puedas contemplar cara a cara a tu Redentor...’” (Catecismo 1020).
Para los cristianos, la muerte es vida, el principio de la
Vida. La vida en la tierra –dice la Escritura- es como la flor del
heno, que nace con el primer beso del sol, y cuando anochece ya
está marchita. “Esto se nos va -decía san Josemaría Escrivá-. Y hay
una eternidad, una vida por los siglos de los siglos: una vida para
no morir; para ser felices, como premio de este servicio de almas
entregadas a Dios... No nos morimos: cambiamos de casa. ¡Qué
alegría da esa inmortalidad!” Esta confianza filial lleva a no tener
miedo a la vida ni miedo a la muerte, pues todo está dentro de los
planes providentes de Dios que es Padre y sólo quiere nuestro
bien. La meditación de la muerte nos ayuda a vivir. Por eso es
bueno aceptarla ya cada noche al acostarnos, y ponernos con el
pensamiento en trance de la muerte. Al ver con esa luz los sucesos
del día, preparamos la jornada siguiente, y nos abandonamos en
las manos de Dios: “No tengas miedo a la muerte. -Acéptala, desde
54
Esperanza y salvación
ahora, generosamente..., cuando Dios quiera..., como Dios
quiera..., donde Dios quiera. -No lo dudes: vendrá en el tiempo,
en el lugar y del modo que más convenga..., enviada por tu Padre-
Dios. -¡Bienvenida sea nuestra hermana la muerte!” (J. Escrivá).
También, ante noticias de muerte de personas queridas, es
muy útil la meditación serena, la oración acompañando el cadáver
de esa persona. Hay un cambio de enfoque cuando a uno le
diagnostican un cáncer (como sale en una película de Woody
Allen): recuerdo una persona que a partir de un pronóstico de
muerte por cáncer fue mejorando espiritualmente, con la alegría
de acercarse a Dios; luego, cuando volvió al ajetreo diario -pues se
curó-, dijo que se encontraba otra vez esclavo del trabajo y la prisa
del mundo, que enfermo estaba mejor, la cercanía de la muerte le
había hecho ver las cosas importantes.
Así, con esta visión, vivimos cara a la eternidad: ¿Has visto,
en una tarde triste de otoño, caer las hojas muertas? Así caen cada
día las almas en la eternidad: un día, la hoja caída serás tú...
Pórtate bien "ahora", sin acordarte de "ayer", que ya pasó, y sin
preocuparte de "mañana", que no sabes si llegará para ti... Llega un
momento, hijos, en el que se cuentan los días que faltan y se siente
la necesidad de dejar más labor hecha: no por soberbia, sino por
Amor” (J. Escrivá). El aprovechamiento del tiempo es una
consecuencia de ese afán de vivir el “aquí, ahora”, en el
cumplimiento de la voluntad divina: la mejor manera de preparar
una buena muerte es la pelea diaria por ser fieles, pues sólo vale lo
que se hace de cara a Dios. Pedimos al Espíritu Santo un tiempo
para purificar nuestro corazón y vivir con una fidelidad vigilante
cada día, poniendo empeño en elevar al orden sobrenatural todas
nuestras acciones y buscando personalmente aquel “que yo
desaparezca y Él crezca en mí” de san Juan Bautista.

Así, podemos verlo todo con ojos de eternidad, con la paz


que tienen los santos. Ellos viven aquello de “cada día muero” (1
Cor 15, 31)... Los griegos tenían dos palabras para el tiempo: el
dios Cronos que se come a sus hijos; es el “cronómetro” que corre
y se come todo: juventud, esperanzas mundanas, dinero, comida...
y eso lleva a la desesperación. Pero la visión cristiana ve en eso
55
Vida más allá de la muerte
“vanidad de vanidades”, pues hay otro sentido del tiempo,
expresado en la otra palabra griega kairós: es el tiempo oportuno,
el nunc coepi (ahora comienzo), el momento mágico que vivimos
en cada instante cuando hacemos las cosas por amor. Ese carpe
diem cristiano quita todo egoísmo y deja el camino expedito hacia
Dios, y lleva a procurar aprovechar los talentos recibidos mientras
haya vida, hasta que nos llame el Señor. “Dios es como un
jardinero, que cuida las flores, las riega, las protege; y sólo las
corta cuando están más bellas, llenas de lozanía. Dios se lleva a las
almas cuando están maduras” (J. Escrivá).
¡Que breve es la duración de nuestro paso por la tierra!
Estamos en las manos de Dios. Y es bueno que nos abandonemos a
su misericordia: Señor, confiando en tu misericordia divina,
confiando en los méritos de Jesucristo, con tu gracia acepto la
muerte cuando quieras, como quieras y donde quieras. Si es tu
Voluntad, ahora mismo... se lo decía el Siervo de Dios Álvaro del
Portillo, que añadía: pero mejor si me dejas un poquito de tiempo
para arrepentirme bien de todos mis pecados y amar mucho,
mucho, porque el amor borra la muchedumbre de los pecados.
El Señor nos reúne alrededor del altar para celebrar la
pascua, el cirio pascual nos habla de que Jesús ha resucitado, tras la
muerte viene la vida, y esta es la esperanza que nos une en los
momentos de dolor, al acompañar al que sufre un duelo, al mismo
tiempo que es una acción de gracias por la vida llena que han sido
los años de vida de la persona que nos ha dejado. En la memoria
musical de todos está la famosa melodía que acompaña
habitualmente en funerales públicos, pero pocos conocen la letra
que, como la música, fue compuesta por el franciscano Cesáreo
Gabaráin:
Tú nos dijiste que la muerte no es el final del camino, que
aunque morimos no somos carne de un viejo destino. Tú nos
hiciste, tuyos somos, nuestro destino es vivir siendo felices contigo,
sin padecer ni morir.
Cuando la pena nos alcanza por un hermano perdido,
cuando el adiós dolorido busca en la fe su esperanza, en tu palabra
confiamos con la certeza que Tú ya lo has devuelto a la vida, ya lo
has devuelto a la luz.
56
Esperanza y salvación
Cuando, Señor, resucitaste, todos vencimos contigo. Nos
regalaste la Vida, como en Betania al amigo. Si caminamos a tu
lado no va a faltarnos tu amor, porque muriendo vivimos vida
más clara y mejor.
Jesús vino a darnos una buena nueva, que Dios es Padre.
“Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de
Dios” (Rm 8,14), y si somos hijos, también somos herederos...
puesto que sufrimos con Él por llegar a ser glorificados con Él. Esa
es la gran verdad, la muerte es una estación de paso, no podemos
absolutizarla: los sufrimientos del mundo presente no son nada
comparados con la felicidad de la gloria... todos estamos
esperando esta manifestación de los hijos de Dios, tenemos ya los
frutos de esta cosecha, cuando sembramos bondad recogemos.
Decía san Josemaría Escrivá que para acompañar a Cristo en su
gloria, en el triunfo final, hace falta que participemos antes en su
holocausto, y que nos identifiquemos con Él, con su muerte en el
Calvario (Forja, 1022). Y también decía: la felicidad del cielo es
para aquellos que saben ser felices en la tierra. ¿Cómo es posible, si
dicen que la vida es un valle de lágrimas? Podemos ser felices
cuando sabemos que la felicidad no consiste en tener una vida
cómoda sino un corazón enamorado, que sabe amar. Hace falta
morir por poder vivir, y hoy ese hermano nuestro ha hecho
cumbre. La muerte es un pestañear de los ojos y abrirlos a la vida,
a la felicidad. Es sentir a Dios que nos dice: ¿vienes conmigo? Y así
tienen ya una vida llena porque han aprendido a amar, y ahora
nos ayudarán desde el Señor. Dios es amor, y el amor de la tierra
nos hace saber que el amor es eterno, no se acaba con la muerte...
Cuando comulgamos es cuando podemos sentir más la proximidad
de los que están con el Señor porque tenemos al Señor dentro, y
podemos hablar con Jesús y con los que están con Él...
Es bueno que aprendamos a vivir sin miedo a la vida y sin
miedo a la muerte, como también decía san Josemaría: la santidad
consiste justamente en esto: luchar por ser fieles durante la vida; y
aceptar dichosamente la Voluntad de Dios, a la hora de la muerte
(Forja 990). Cuando se deshace nuestra estancia aquí en la tierra,
sabemos que tenemos en el cielo otro edificio, un templo que es
obra de Dios, por esto nos sentimos dichosos. Cuando
57
Vida más allá de la muerte
humanamente no podemos hacer nada para curar a quien
queremos, sabemos por la fe que nada es absurdo pues si Dios
permite algo malo, de ahí sacará algo bueno, si no, no hubiera
dejado que ocurriera, pues es un Padre que nos quiere, que respeta
la libertad del mundo y de las personas pero que tiene ese plan, de
sacar de todo algo bueno por medios que no conocemos, en ese
plan abierto que es la vida eterna. Sentimos el dolor ante quien
muere, y el cirio pascual nos recuerda la esperanza que nos dice
que la muerte no es el final de trayecto, la vida no se acaba, se
transforma, que es el nacimiento a la vida eterna. En el Evangelio,
Jesús nos dice: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene ya la
vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Al atardecer de la
vida, seremos juzgados en el amor (S. Juan de la Cruz); el amor es
la esencia de la vida. Al oír la voz del Señor: “ven conmigo”, lo
encomendamos a la misericordia del Señor. Encomendamos a la
Virgen María su alma y la de todos nosotros: “ruega por nosotros
pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”. Sin temor a la
vida y sin temor a la muerte, puesto que, cuando nos llegue la
hora, nuestra Madre Santa María estará allá para abrazarnos y
llevarnos a Jesús que, donde Él está, nos ha preparado un lugar
para que estemos también nosotros. Entonces veremos a Dios tal y
como es.

¿Cómo es que el hombre, que ha sido creado para ser


feliz, muere? Es el misterio del dolor y de la cruz, que no tiene
explicación. Pero Jesús no viene a quitar el dolor sino a darle un
sentido, a darle un sentido de camino para la felicidad, un
sentido de transformación, como de una purificación para
mejorar en el amor, que nos prepara para la felicidad para la que
hemos sido creados que es estar con Dios y con los que amamos.
En la Misa, Jesús nos dice que la muerte tiene un sentido pleno
de amor, pues el amor lleva al sacrificio y el amor más grande es
el que da la vida por su amigo y esto es lo que hace Jesús; Él nos
enseña que hemos de dar la vida unos por otros, y que el dolor
no es el final del camino, sino que el camino de la vida es un ir a
la casa del Padre. Jesús muerto y resucitado nos dice: “yo soy el
camino, la verdad y la vida”. Y si nos entristece que quien
58
Esperanza y salvación
amamos ya no esté entre nosotros, la esperanza en Jesús nos
hace confiados en que está con Dios, que Dios es padre y que
premia con la felicidad los que han sabido amar. Del más allá
sabemos lo que Jesús nos ha dicho: “yo soy la resurrección y la
vida, el que cree en mí vivirá… Yo soy la resurrección y la vida,
el que cree en mí no morirá jamás” (11,25a.26). Y Dios, que es
amor, nos hace entender que la vida no acaba con la muerte sino
que después de esta etapa está la otra que dura por siempre.

Es bueno que los enfermos –de eso hablaremos en otro


lugar- puedan recibir los sacramentos de la unción de los enfermos
y el perdón de los pecados, con la indulgencia plenaria del Papa
que se puede dar en el peligro de la muerte, antes de expirar. Es
más, muchas veces parece que una vez lo reciben se dejan ir, y
expiran. Vamos a procurar nosotros también acudir al perdón de
Dios con frecuencia, para tener la paz. Jesús llama a nuestra puerta
y nos pide esta conversión, y amar y pedir perdón, cuando nos
cueste perdonar o confesarnos, o actuar según el amor, decir: voy
a hacerlo, por él y por mí. La Virgen nos ayudará, ella es nuestra
madre y le decimos “ruega por nosotros pecadores... en la hora de
nuestra muerte”. El Salmo 24 es una preciosa oración por toda
clase de necesidades:
A ti, Señor, levanto mi alma;
Dios mío, en ti confío
no quede yo defraudado…
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi
Dios y Salvador,
y todo el día te estoy
esperando.
Recuerda, Señor, que tu
ternura y tu misericordia son
eternas;
no te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi
juventud;
59
Vida más allá de la muerte
acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los
pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.
Las sendas del Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
Por el honor de tu nombre, Señor,
perdona mis culpas, que son muchas.
¿Hay alguien que tema al Señor
El le enseñará el camino escogido:
su alma vivirá feliz,
su descendencia poseerá la tierra…
Guarda mi vida y líbrame,
no quede yo defraudado de haber acudido a ti.
La inocencia y la rectitud me protegerán,
porque espero en ti”.

II. “Venga a nosotros tu Reino…”


Vida eterna y resurrección de la carne

1. Inmortalidad como deseo y tarea

Hay canciones que tienen un toque especial, tocan la fibra. Así


me pasa con aquella de Celine Dion donde habla de Inmortality,
dice la letra: “esto es lo que soy, y es todo lo que sé, / y debo
escoger vivir por todo lo que puedo dar, / la chispa que hace a la
energía crecer / y defenderé mi sueño si puedo, / símbolo de la fe
de quien soy yo… / y debo seguir el camino que tengo por
delante… / y sé lo que tengo que ser: inmortalidad”. Aquí van
saliendo los elementos que llevamos dentro: somos un ser para
vivir en comunión, comunicación, y hay una creatividad que se
realiza sobre todo en el amor, y llevamos dentro en la maleta
todo este amor que realizamos en la tierra, pero que continúa en
60
Esperanza y salvación
el viaje hacia el más allá, donde llevamos los que amamos, todos
los que tenemos en el corazón: “realizo mi viaje a través de la
eternidad / mantengo dentro el recuerdo tuyo y mío / cumplir con
tu destino, / está ahí dentro del niño / mi destino está en el viento
/ el rey de corazones… / he encontrado un sueño que debe
hacerse realidad / cada onza de mí debe realizarlo…”: es ese deseo
interior que tiene sed de eternidades: “entrego mi corazón. /
Encontraré mi camino. / Haré que ellos me den inmortalidad. /
Hay una visión y fuego dentro de mí… / no nos decimos adiós. /
Con todo mi amor por ti / y qué más podemos hacer / no nos
decimos adiós”.

El hombre, como ser abierto, se va haciendo en diálogo con los demás, es


dialéctico, dramático. Arnold Toynbee decía: "Lo que más importa no es el saber,
sino nuestras relaciones con los demás"; y Rudolf Bultmann, con su propuesta
existencialista, se centraba unilateralmente en la experiencia subjetiva de
interpelación por el mensaje escatológico de Jesús. No deja de ser una teoría que
acomoda la vida a una explicación, y por tanto renovable unos años después pues
la vida no está sujeta a sistemas cerrados, la verdad no puede estar cerrada, como
“enlatada”: el moderno enfoque vocacional va más allá.
"Cuando más recordemos a las personas queridas y nos aflijamos por ellas,
tanto más aprenderemos a imitar su buena conducta y a estimarlas, aunque las
hayamos perdido" (U. Foscolo). Por eso estamos estudiando la inmortalidad, ese
algo mágico, pues como decía también Victor Hugo para el héroe, para el
soldado, como para el hombre de acción y para el hombre materialista, todo
acaba a 6 pies de profundidad. Para el idealista, todo comienza allí. Estar muerto
es ser todo poderoso".

¿Se puede hablar con los muertos? Es algo muy en boga hoy día. Clemente
González se refiere a que “cada día aumentan los grupos que pretenden
comunicarse con el más allá y hablar con los muertos. El espiritismo reviste nuevas
caras, no porque de fondo haya variado mucho de lo que era en otras épocas,
sino por haber adoptado formas nuevas y peligrosas”, y cita las sesiones a modo
de juego con ouijas, películas y documentales, los reclamos publicitarios por
internet, juegos de ordenador reclaman la curiosidad y la avidez de cosas
extraordinarias, hasta tal punto que parece que el espiritismo se adecúe a la
técnica: “a mediados del siglo XIX, se sentían los golpes en las paredes. Luego se
pasó a los golpes en las mesas. A partir de los años cincuenta, empiezan las
grabaciones de voces en cintas magnetofónicas. Ahora tenemos los ordenadores.
A medida que cambia la tecnología, cambia el espiritismo. ¿No es justamente esto
una demostración de que es una iniciativa del hombre?”.
Esto no significa que no exista un contacto con los espíritus, y no es fácil
saber cuándo es verdadero contacto y cuándo no. “Los Médiums y científicos
61
Vida más allá de la muerte
principalmente utilizan, con cierta metodología, tres medios para este tipo de
comunicaciones: el poltergeist, el espiritismo y las psicofonías.
-Poltergeist o psicokinesis espontánea recurrente: Son los llamados ‘espíritus
ruidosos’, que se manifiestan con ruidos misteriosos, olores desagradables,
muebles que se desplazan solos, fríos súbitos, voces inexplicables, objetos que
aparecen y desaparecen y levitación incontrolada de personas y objetos.
-Espiritismo: Se invoca a los espíritus por medio de sesiones, la ouija, el agua,
objetos personales y fotografías del difunto, con el fin de establecer algún tipo de
comunicación. Las manifestaciones son parecidas a las de la actividad poltergeist,
incluyendo apariciones de espectros, voces, mensajes escritos, golpes y llamadas
misteriosas.
-Psicofonías: Es la grabación de las supuestas voces de los muertos. Estas
grabaciones se llevan a cabo en iglesias, casas antiguas y lugares donde ha ocurrido
alguna muerte trágica”.
Sobre estos temas, dice el Catecismo: "Todas las formas de adivinación deben
rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y
otras prácticas que equivocadamente se supone ‘desvelan’ el porvenir. La consulta
de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de
suertes, los fenómenos de visión, el recurso a mediums encierran una voluntad de
poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un
deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con
el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a
Dios" (2116).
¿Cómo explicar las cosas que salen en estas sesiones? No necesariamente son
siempre de espíritus muertos, pues “normalmente quien quiere hablar con un
difunto acaba por escucharse a sí mismo y lo que asombra de estos mensajes es a
veces el hecho de que, por lo general, el difunto diga cosas que sólo conocíamos
nosotros en lugar de descubrir por medio de él verdades nuevas. Aquí nos damos
cuenta de que son experiencias removidas que afloran desde el subconsciente”.
Por otra parte, esas prácticas suelen darse en personas con cuadros clínicos
variados (traumas y stress, neurosis, histeria, copropraxia y ecolalia, y diversos
desajustes...) que podrían aumentar con el espiritismo.
En un reciente documento de los obispos italianos, se relaciona la evocación
de los difuntos como fenómenos relacionados con el subconsciente.
Naturalmente, hay que comprender el éxito que tienen esas sesiones entre gente
que sufre, como padres que han perdido a un hijo en circunstancias dramáticas:
“usan la comunicación con el más allá como un atajo para responder al dolor”,
dice Armando Pavese, experto del Grupo de Investigación sobre Sectas, quien
dice: una persona "que participa en reuniones espiritistas o escucha voces
registradas, se carga psicológicamente. Obtiene un beneficio incluso físico. Pero
¿luego? Pasa un poco de tiempo y todo se desvanece. Tiene necesidad de volver
continuamente al médium. Se convierte en una psicodependencia, una forma de
droga que debe ser alimentada continuamente. La oración y el amor hacia los
difuntos, en cambio, salen de nosotros mismos. No necesitan mediums. Claro, no
son la respuesta fácil, a golpe de tambor. Pero la fe en la Resurrección se basa en
Cristo, no en ciertas pruebas".
62
Esperanza y salvación

¿La fe cristiana permite la comunicación entre vivos y muertos?, sí, se llama


oración, aunque no se trata de una comunicación directa, sino por mediación de
Jesucristo, como dice el Catecismo: "La oración es cristiana en tanto en cuanto es
comunión con Cristo y se extiende por la Iglesia que es su Cuerpo" (2565). Por
tanto, esta comunicación con los difuntos, por virtud de la comunión con los
santos y de todo el cuerpo místico de Cristo, se puede vivir de modo auténtico "a
través de la oración y la meditación –sigue diciendo Armando Pavese-. Es el único
camino para ir más allá de la psique y llegar a la esfera del espíritu. El recuerdo de
las experiencias hermosas y dolorosas vividas hace emerger dentro de nosotros en
la oración la comunión que sólo el amor puede crear".
Sin ignorar su dimensión subjetiva, la existencia cristiana incorpora un
elemento objetivo: la llamada eterna de Dios: "Te he llamado por tu nombre;
eres mío" (Is 43,1). Es Dios quien conoce nuestro verdadero nombre, y el
proyecto de lo que debemos ser. La vocación es la Roca, fundamento último de
la existencia de cada uno, que le interpela en lo más íntimo de su ser. El hombre,
que vive en el tiempo, se encuentra con una realidad objetiva y eterna: el
proyecto de su Creador. El "hoy" humano aparece así cargado de peso, y de
drama. Es un momento decisivo: no sólo porque el individuo puede en él
actualizar su existencia, sino porque además toda decisión y toda acción son
réplica temporal -un Sí o un No- de una llamada eterna (cuenta J. Alviar). Y por
encima de todos los amores domina la necesidad, la búsqueda necesaria de este
amor, de este decir: “¡ah, eres Tú, ahora
entiendo a Quien buscaba, a Quien amaba de
verdad!”

Vida después de la vida. R. A.


Moddy escribió con este título un libro
con experiencias de gente que tenía una
experiencia de muerte y volvía a la vida
(Life Alfter Life, N. York 1975; Vida
después de la vida, Madrid 1981).
Elisabeth Kluber-Ross en el prólogo
decía que “todos los pacientes han
experimentado la sensación de flotar
fuera del cuerpo, unida a una gran paz
y una percepción de totalidad”.
Entramos en un campo en que las experiencias son muy difíciles.
Estos investigadores conocen los casos que han tratado. Yo he
visto morir quizá un centenar de personas, quizá doscientas. El que
me lea tendrá sus propias experiencias… por encima de todo
tenemos la fe, que complementa lo que no tenemos de
63
Vida más allá de la muerte
experiencia. Pero quería comenzar por esas pocas experiencias que
nos cuentan impresiones que parecen verdades “paralelas” a la fe,
pero en realidad son estudios científicos o para-científicos y me
gusta traerlos aquí porque tienen la valentía de afrontar la
experiencia de este campo de la muerte y del más allá. Si tienen o
no la verdad, es otro tema, por lo menos la buscan. La tónica de
los que pasan “el túnel” de la muerte es ver “un ser luminoso” que
“le pide que evalúe su vida y le ayude mostrándole una
panorámica instantánea de los acontecimientos más importantes.
En determinado momento se encuentra aproximándose a una
especie de barrera o frontera que parece representar el límite entre
la vida terrena y la otra. Descubre que debe regresar a la tierra,
que el momento de su muerte no ha llegado todavía”. Aquí dejo
el libro para recordar cosas que he oído, de tipo sobrenatural. Una
mujer en un parto se iba, y luego contó que al pasar el túnel se
encontró con una gran paz en las puertas del cielo y vio a san
Josemaría que le preguntó si quería ir con el Señor al cielo o volver
con su hijo, y ella dijo que prefería volver, que le hacía falta a su
hijo, y despertó del coma y reaccionó a la intervención médica. He
puesto un caso milagroso para no desautorizar esas experiencias
psicológicas de las que hablo sino al contrario, que se
complementan con otras experiencias que conozco, al menos en
parte, y como lo que nos interesa es la verdad, bienvenida sea,
aunque como vemos el límite entre lo natural y lo sobrenatural a
nivel práctico está muy indefinido. Vuelvo al libro… quien pasa
por eso “trata posteriormente de hablar con los otros, pero le
resulta problemático hacerlo, ya que no encuentra palabras
humanas adecuadas para descubrir los episodios sobrenaturales.
También tropieza con las burlas de los demás, por lo que deja de
hablarles. Pero la experiencia afecta profundamente a su existencia,
sobre todo a sus ideas sobre la muerte y a su relación con la vida”.
Pensaba así una mujer: “Estoy cansada de trabajar y ver las
mismas personas en mis días siempre iguales; pasar horas
trabajando en lo mismo. Llego en casa y mi marido siempre con la
misma actitud, el rollo de la cena. Cuando quiero tener un
momento para mí y entro al baño, leo o miro un programa que
me gusta, en seguida comienzan a reclamar. No puedo descansar…
64
Esperanza y salvación
piden, piden, quieren atención, conversar... No entienden que
estoy cansada. Mis padres tampoco me dejan en paz… Entre todos
voy a volverme loca. Quiero paz, que sólo tengo al dormir.
Quiero dormir..., cerrar mis ojos, entonces me olvido de todo y de
todos, y siento un gran alivio”.
-“Hola, te vine a ayudar”.
-“¿Quien eres? ¿Como entraste?”
-“Soy un Siervo del Cielo. Escuché tus quejas y tienes razón,
hay que acabar con esto”.
-“Eso no es posible, esto significa”…
-“Exactamente, eso es... Ya no te preocupará más el ver
siempre las mismas personas, ni aguantar reclamos de tu marido ni
volverás a irritarte con tus hijos, ni tendrás que escuchar los
consejos de tus padres y no tendrás mas una casa que cuidar”.
-“Pero... ¿Que pasará con todos? ¿Y el trabajo? ¿Y mi marido,
hijos?”
-“No te preocupes. En tu trabajo ya contrataron otra persona
para tu lugar y tu marido e hijos bien cuidados. Una buena mujer
los querrá bien, los respetará y admirará por sus cualidades,
aceptará sus virtudes y defectos y todos sus reclamos; dedicará
tiempo a jugar con tus hijos y los querrá como suyos, todos están
muy felices”.
-“¡Pero yo no quiero eso! Eso significa que no podré besar el
rostro de mis hijos, ni decirle ‘te amo’ a mi marido y mostrarles
cuan importantes son en mi vida. Ni dar un abrazo a mis
padres”… “¡No, no quiero morir... quiero vivir, envejecer con
ellos, hacer el viaje que planeamos, que me vean con aquella ropa
que compré hace poco, ir de paseo todos juntos… No quiero
morir todavía... ¡No, por favor, no!!”
-“¿Que te pasa, amor? ¿Tuviste una pesadilla?”
Veo a mi marido al lado, que me habla con cariño.
-“Si, una pesadilla... y sonriendo continué: “o quizá no fue
una pesadilla, sino un encuentro con Dios, una nueva
oportunidad”.
Hay una vivencia común de los que han pasado por momentos
parecidos: ver la vida como en una película, que pasan rápidos los
episodios… quizá podemos imaginarlo, los que no hemos tenido
65
Vida más allá de la muerte
estas experiencias, con las pesadillas de la muerte, pues aunque
nadie sueña que se ha muerto, si que nos morimos. En este instante
terrible de sudar frío, de vernos no preparados, de recordar las
cosas que hemos vivido y que nos quedan por hacer. La historieta
de la rutina resume la idea de que vencer la rutina exige sacrificio,
pero vale la pena. Hay que aprovechar esas gracias, segundas
oportunidades que no faltan... cada día es una nueva oportunidad,
un don a conservar, una virtud que enriquecer, un honor para
compartir, un motivo nuevo de amar y ser amado…
Hay experiencias que no las entiendo, aunque las consigno
aquí por si alguien las entiende mejor que yo: “cuando me hallaba
en clase de geometría me decían que sólo había 3 dimensiones y
siempre lo acepté. Estaban equivocados. Hay más”. “Nuestro
mundo, en el que ahora vivimos, es tridimensional, pero el
próximo no lo es. Por eso es tan difícil contárselo. He de
describirlo con palabras tridimensionales… no puedo darle un
cuadro completo”.
Sí entiendo que pacientes que creen muertos luego cuentan lo
que han oído de conversaciones, como la del doctor que cuenta
por teléfono a otro: “doctor James, he matado a su paciente”,
mientras hablaba sobre la dosis de un medicamento. Aquí tengo
una vivencia personal. En la Mutua de Terrassa, un gran hospital
que yo frecuentaba durante unos años, me invitó la mujer de un
familiar a ir a ver un moribundo, y al entrar en la habitación vi
que nadie me esperaba, es más, que había animadversión contra
mí, y me dijeron que no habían avisado a ningún sacerdote ni
aquel hombre practicaba la fe. Que además el moribundo hacía
dos días que no mostraba ningún signo ni decía nada. No estaba el
marido de la que me avisó, pero les dije que si estaban de acuerdo,
ya que estaba allí, le pediría que apretara la mano si quería ayuda
espiritual, y a pesar de que el ambiente se podía cortar, como me
parecía notar una ligera presión de la mano al preguntarle, le di los
Sacramentos y me fui cuanto antes, nunca había estado en un lugar
con un rechazo tan claro. Ya en el pasillo, me vinieron en buscar:
“Padre, venga que parece que quiere decir algo”. Volví, y le tomé
la mano. Dijo una palabra, que todos oyeron: “gracias”. No
volvió a decir ninguna más. Poco después murió.
66
Esperanza y salvación
Sobre muertes aparentes, no voy a repetir las que pone el
libro, prefiero recordar otra mientras predicaba unos Ejercicios
espirituales en la capilla del Santísimo en la iglesia del Carmen, en
Vic. Era la meditación sobre el cielo, y una mujer cayó en redondo
en un banco. Dos mujeres se acercaron, y al ver que eran
enfermeras, continué en el presbiterio, pero al poco me dijeron:
“no respira ni tiene pulso, está muerta”. Bajé y al poco se despertó
de su lipotimia, ya contó que era por la calefacción, que cuando
subía de 20 grados le dio alguna otra vez este tipo de cosas. Al
cabo de unos minutos ya estaba bien, seguía participando en los
actos.
Otra de las sensaciones que cuentan es el túnel oscuro, o bien “flotando y
cayendo por el espacio…” como en los sueños, que caemos en un pozo pero
nunca nos damos el golpe, es decir soñamos que caemos pero nunca que nos
hemos caído, la imaginación trabaja sólo sobre lo imaginable. “Poco después vi
un programa de televisión, llamado El túnel del tiempo, en el que los personajes
viajan por ese túnel en espiral. Es lo más parecido a lo que yo sentí”. Y otro:
“ahora sé a qué se refiere la Biblia cuando habla del ‘valle sombrío de la muerte’,
pues he estado allí”.
Lo más extraño que cuentan es la sensación de estar fuera del cuerpo: “pudo
verse a sí misma mirando a su cuerpo físico desde un punto exterior, como si
fuera un ‘espectador’, como si viera a las personas y acontecimientos ‘en el
escenario de un teatro’ o ‘en la patnalla de un cine’”. Dicen ver lo que pasa,
cuando quieren que respire para dar los miembros a la ciencia, una joven pensó:
“no quiero que usen mi cuerpo”; otro dice que al ver el cuerpo accidentado “me
sentí muy mal cuando lo vi tan deshecho”; otra se veía como en tercera persona:
“¡estoy muerta! ¡Qué maravilla!” Parece que en estos momentos hay cierta
capacidad de decisión sobre la vida: “era como si estuviera decidiendo si se iba o
se quedaba”.
El encuentro con otros es otro aspecto difícil de explicar. “El parto fue difícil
y perdí mucha sangre. El doctor dio el caso por perdido y dijo a mis parientes que
estaba muriendo. Sin embargo, me daba cuenta de todo y cuando le oí decir eso
sentí que volvía en mí. Cuando lo hice, me di cuenta de la presencia de multitudes
de ellos flotando por el techo de la habitación. A todos los conocía en mi vida
pasada y ya habían muerto. Reconocí a mi abuela y a una compañera de escuela,
así como a muchos parientes y amigos. Creo que sobre todo vi sus caras y sentí su
presencia. Todos parecían complacidos. Era una ocasión de felicidad y sentí que
habían venido para protegerme o guiarme. Era como si estuviera volviendo a casa
y ellos se encontraran allí para darme la bienvenida. En ese tiempo tuve la
sensación de que todo era luminoso y bello. Fue un momento glorioso”.

67
Vida más allá de la muerte
Esto conecta con lo más mágico de esas experiencias: un ser luminoso. “Oí a
los doctores cuando dijeron que
había muerto y comencé a
sentir que estaba cayendo –en
realidad era como si flotase- por
aquella oscuridad, que era una
especie de cápsula… todo era
muy negro salvo, a gran
distancia, esa luz. Era muy
brillante… crecía conforme me
iba acercando a ella. Trataba de
llegar a esa luz, pues sentía que
era Cristo. No era una
experiencia atemorizadora. Al
contrario, resultaba
agradable…” y otro: “la luz que
me hablaba comprendía que no estaba preparado para morir, que se trataba más
de probarme que de otra cosa. Desde el momento en que la luz me habló me
sentí muy bien; seguro y amado. No es posible imaginar ni describir el amor que
llegaba hasta mí. Era agradable estar con esa persona. Y tenía también sentido del
humor”.
La revisión de vida que hay, “sea cual sea la forma en que lo expresan, todos
están de acuerdo en que la experiencia transcurre en un instante de tiempo
terrestre… la revisión, casi siempre descrita como una exhibición de imágenes
visuales, es increíblemente vívida y real. En algunos casos se informa de que las
imágenes son de color vibrante, tridimensionales, e incluso móviles. Aunque pasan
con extrema rapidez, cada imagen es percibida y reconocida. Hasta las emociones
y sentimientos asociados con las imágenes pueden ser experimentados de nuevo
conforme van pasando”. Algunos lo interpretan como algo pedagógico: se les
da ese momento para “aprender a amar a los demás y adquirir conocimiento”.
Por ejemplo una mujer veía esas instantáneas, “es como si la niña que veía fuera
alguien más, en una película, una niña más jugando entre otras. Sin embargo, era
yo. Me vi haciendo cosas de niños, exactamente las mismas cosas que había
hecho, pues las recordaba”.
El retorno es contado por muchos como ya hemos dicho, con este sentido de
responsabilidad, de querer volver, para hacer cosas pendientes… Así, uno cuenta
que había sido avisado de que moriría en una difícil operación al día siguiente,
estaba tranquilo escribiendo a su esposa y amigos cuando lloró pensando en su
sobrino que necesitaba de él, y sintió dentro de sí: “como te estás preocupando
por alguien más y pensando en los otros, te garantizo que tendrás lo que deseas.
Vivirás hasta que tu sobrino se haya hecho un hombre”. Después de la operación,
viéndose en la cama que había visto en sueños, etc., el médico le confirmó:
“todavía ocurren milagros”.
También se cuenta ahí alguna muerte aparente después de intento de
suicidio. Eran desagradables. “Una mujer me dijo: ‘si dejas esto con un alma
atormentada, también allí la tendrás’” y efectivamente allí estaban mal, “tenían
68
Esperanza y salvación
que ver las desgraciadas consecuencias que resultaban de sus actos”. Aunque no
sea más que una experiencia indemostrable, no quiero dejarla, porque se ha
escrito mucha poesía sobre la muerte por amor, que queda resumida en el final de
la película y novela El jardinero fiel, donde ambos se reúnen con la muerte
provocada. No es así: “no fui donde estaba (mi esposa). Fui a un lugar horrible…
inmediatamente comprendí el error que había cometido y pensé: ‘ojalá no lo
hubiera hecho’”.
Y sigue diciendo el libro: “otros que han experimentado ese desagradable
‘limbo’ cuentan que tuvieron la sensación de que estarán allí mucho tiempo. Fue
su castigo por ‘romper las reglas’, por tratar de liberarse a sí mismos de lo que era
una ‘misión’: cumplir un cometido en la vida.
Esas observaciones coinciden con las informaciones de personas que
‘murieron’ por otras causas, pero que mientras estaban en este estado les llegó el
pensamiento de que el suicidio era un acto muy desafortunado al que le esperaba
un grave castigo. Un hombre que estuvo cerca de la muerte tras un accidente
automovilístico, cuenta: “(mientras estuve allí) tuve la sensación de que dos
cosas me estaban totalmente prohibidas: suicidarme y matar a otra persona… si
me mataba a mí mismo sería arrojarle a Dios su regalo a la cara… matar a otro
sería interferir en los propósitos de Dios para ese individuo”.
Hasta aquí las secuencias del libro que me parecen más interesantes. Hay
también visiones retrospectivas de los acontecimientos de la vida en esos
momentos de “muerte”: “se producían en la misma forma como habían ocurrido:
vívidas, en color y tridimensionales”. En realidad hay muy poco material fiable de
“sensaciones” de más allá de la muerte, en la medida en que encuentre más
material lo pondré en mis escritos, concretamente lo que luego investigó la dra.
Kubler lo dejo al tratar de los moribundos en el libro sobre la enfermedad
(camino de las lágrimas-2).

2. El Reino de Dios… Ven, Señor Jesús: maranatha

Maranatha! La traducción puede ser: “Ven, Señor Jesús” como


decimos al término de la Consagración, pero entonces podemos
preguntarnos: “¿por qué “ven”, si ya está aquí?” Es un “ven” al
final de los tiempos, pero es que también se puede traducir no
como petición, sino como afirmación: “El Señor ha venido”. “Se
trata del anuncio alegre de que el Señor está ahí y también de la
llamada al Señor presente para que venga, porque en su misma
condición de presente continúa siendo el que ha de venir”(ESC). El
israelita se dirige para rezar al Templo donde Dios ha de ser
glorificado, el cristiano para rezar se dirige hacia el oriente ya que
Jesús es el sol que sale, resucitado, que de la noche de la muerte
sube al Padre, y el sol naciente es el Oriente. También representa a
69
Vida más allá de la muerte
Jesús resucitado, que vuelve a establecer su Reino. Todo esto hizo
que se pintara una cruz en la pared oriental de donde se rezaba, de
las iglesias, del ábside (se ve también ahí que el Templo ha sido
abolido, que es Jesús el templo). Para ver qué es un cristiano de la
primera iglesia hemos de ver su oración, y ahí vemos una fuerte
tensión escatológica, una esperanza que se muestra en la oración
litúrgica eucarística, y no se basa en lo que pasará, sino en la
persona de Jesús y en la fe en Él.
Sigue diciendo Ratzinger: “¿Ha mantenido la cristiandad esta tensión? ¿Cómo
se ha podido llegar al cristianismo aburrido y aburridor que vemos en los tiempos
modernos y que conocemos por experiencia propia?”: hay diversas épocas, la
“histeria escatológica” del año 1000, se centra todo en un subjetivismo tétrico
reflejado en el Dies irae, pero quedó una oración en la tradición genuina: la
letanía de los santos. Ahí se ve que “el hombre, acosado por los peligros en este
tiempo y el más allá, se busca protección en la comunión de los santos. El hombre
congrega a su alrededor a los salvados de todos los tiempos, para encontrarse
seguro con su ayuda. Esto significa que los muros entre cielo y tierra, pasado,
presente y futuro se pueden atravesar bien.” Se siente a gusto mirándose en el
ambiente de los salvados, en la ciudad de Dios, en la Iglesia triunfante; se busca la
certeza en el pasado y hay miedo en el futuro, el qué pasará… pero al mismo
tiempo se ve bien la promesa de la salvación de Jesús: los ha salvado. “Lo que
llega al corazón no es ya el ‘venga a nosotros tu reino’, sino el ‘líbranos del mal’,
sin que se piense solamente en el maligno… el mal de que pedimos se nos libre es
la muerte, que aparece como el último y definitivo enemigo, el que sigue a todos
los demás, contra el que hay que buscar refugio y protección en el Señor en
medio de los santos”.
El tercer bloque de peticiones “presenta los grandes acontecimientos de la
historia de la salvación como fuerzas liberadoras, las cuales, gracias a la oración, se
tienen que convertir en poderes protectores contra los peligros que amenazan”.
Parece que los acontecimientos positivos sean del pasado, y la única petición del
futuro es: “en el día del juicio líbranos Señor”. Aquí hay un cambio de rumbo del
cristianismo, y un aferramiento al pasado, un peligro a renunciar a mirar el futuro,
como indica Ratzinger: “me parece innegable que desde la tardía edad media se
fue imponiendo cada vez más un sentimiento cara a la vida, según el cual el
cristianismo se aferró tanto a su pasado que perdió el presente y el futuro.
Tampoco se deberá negar que una parte de la predicación ha contribuido lo suyo
a este mortal cambio de rumbo, precisamente por haber cargado el acento
unilateralmente en la amenaza del juicio”. Es el problema de absolutizar un
aspecto, en este caso el más allá, y despreciar el regalo de Dios que es la vida,
donde está presente Dios que nos lleva de la mano y quiere que seamos felices
hoy, que disfrutemos. Aunque en la Edad Media se perfiló mejor una historia
portadora de esperanza, con el inconveniente subrayado de la acuciante cuestión
de mi destino personal en la muerte visto como una amenaza totalmente personal

70
Esperanza y salvación
que aquí, en este capítulo del libro, intentaremos poner en la visión de conjunto
cristiana como recomienda la Iglesia.
Todo lo que se ha dicho de la responsabilidad personal es cierto, responde a
una lógica interna que evoluciona en la doctrina de las postrimerías. Pero se
absolutizó, y desplazó la vida cristiana en el pensamiento hacia el más allá, y en
una visión individualista, un poco tétrica y tristona a veces. Por tanto hemos de
contemplar el todo: persona y Iglesia, presente y eternidad.
Ha habido intentos de teorías desde Joaquín de Fiore (1130-1202) que a
través de los franciscanos han acabado en interpretaciones de la historia utópicas
de salvación cada vez más secularizadas en la época moderna, y se ve la religión
como algo fuera del mundo, dirigido a salvar el alma, contrapuesto a la felicidad
de la tierra: “la salvación futura del alma es lo opuesto a la felicidad actual; la
promesa cristiana aparece como la reducción y amenaza contra la actualidad
terrena. De esta contraposición mutua surge la amargura que se detecta también
entre teólogos respecto de la escatología de las postrimerías: los enunciados
escatológicos se llegan a considerar hasta como condena de la felicidad humana y
como su reducción mediante el fantasma de lo que ha de venir” (ESC). Pero la
felicidad pequeña, sin la grande, resulta insípida, se queda sola y fría… es la del
bienestar de nuestra sociedad laica. La auténtica felicidad va de la mano de la
esperanza. El mundo necesita la esperanza, no puede cortar con ella si quiere
una felicidad buena. Pero la esperanza cristiana necesita pensar en el mundo y
el presente si quiere ser auténtica.

Mirar a Cristo va unido al ropaje de las Escrituras y a la tradición de la


Iglesia. Hay quien ha estudiado las Escrituras y nos muestra una explicación
apartada de la Tradición de la Iglesia. Nos muestra sus “resultados”. Pero es que
no hablamos de matemáticas, aquí no sirve dar solo resultados. La vida de un
científico no afecta las operaciones o fórmulas, aquí Ratzinger distingue entre el
regalo y el envoltorio, que a veces forma parte del regalo y se llama historia: “la
historia en la que se consiguió esto, no es prehistoria, sino que sigue siendo
historia. Platón, Aristóteles, Tomás no se convertirán en ‘prehistoria’ por más que
progrese el filosofar, sino que se mantienen en su condición de figuras originarias
de un progreso continuo en dirección al fundamento mismo de las cosas. En lo
originario de su figura de pensadores se refleja un aspecto de lo real, una cara del
ser. Ninguno de los que hemos nombrado es la filosofía ni el filósofo como tal. En
la rica expresividad de la historia toda y en el conjunto de su perspectiva crítica
sale a flote la verdad, lo que posibilita, al mismo tiempo, conocimientos nuevos”
(ESC). Así por ejemplo, aunque en algún caso haya que corregir alguna cosa, sigue
sirviendo el espíritu que hubo detrás: Tomás se reiría ante algunos ejemplos que
puso y están obsoletos los modos de resolver determinadas cuestiones, pero no el
modo abierto de su mente para afrontar las cuestiones. No se pueden diseccionar
con técnicas opinables de un experto que indica que aquel no es un texto de
Jesús. Sigue siendo la lectio divina meditada en la fe de la Iglesia la cosa más
científica.

71
Vida más allá de la muerte
3. El Reino de Dios en la predicación de Jesús

Este Reino que viene a traer Jesús “aparece bajo el signo de la


alegría, de lo festivo y de lo bello y también bajo las imágenes de
la impotencia (por una parte, las parábolas de boda y banquete;
por otra, parábolas de pobreza: mostaza, levadura, red llena de
peces buenos y malos, campo de trigo y cizaña)”. Aquí vemos que
no anuncia un final inminente, sino que “las líneas de su
predicación están remitiendo a él como el signo escatológico de
Dios, están apuntando a su suerte como el ahora de Dios. La
persona misma de Jesús se encuentra en el fondo de lo que dice
sobre el reino de Dios” (ESC): “el reino de Dios ya está en medio
de vosotros”, no está fuera, sino dentro, su lugar es la
interioridad (cf Lc 17,20s). Pero esto se debe a que está en la
persona de Jesús, dado por Dios a los hombres. “El futuro es hoy
en él. El Reino de Dios se encuentra en él, pero de tal modo que
puede pasar inadvertido,
fuera del alcance de la
observación, que intenta
medir síntomas o hacer
cálculos con las
constelaciones. Jesús es,
como dijo bellamente
Orígenes, la autobasileía,
el reino en persona”
(ESC): “si yo arrojo los
demonios por el dedo
de Dios, es que el reino
de Dios ya ha llegado a
vosotros” (Lc 11,20), y es por la irradiación del Espíritu Santo que
sale de él, que rompe la esclavitud del hombre, se hace realidad el
reino de Dios y Dios mismo se hace con el señorío sobre el mundo.

Sobre la proximidad de la parusía. Cristo es el centro del tiempo, y en Lucas


esto se refleja en su Evangelio. Mientras que se dice que Mateo sigue aferrado a la
espera inmediata, a pesar de haber vivido la caída del Templo (fue escrito después
del 70) y para un judío no hay judaísmo sin Templo, la parusía llegaba entonces

72
Esperanza y salvación
(Mt 24,26-28). ¿Cómo llegar a lo que pensaban los primeros cristianos, a los que
predicó Cristo?
En primer lugar, la revelación nos llega por los 4 Evangelios, la Palabra nos
llega como oída y asimilada, en sus distintas versiones, y nunca se han querido
resolver las contradicciones que allí aparecen, pues no se quiere tocar ese legado
precioso que tiene un misterio que no se acaba de entender nunca del todo aun
en esas contradicciones, pero que esconde una riqueza divina… el misterio está
abierto, con sus luces y sombras, a las distintas lecturas, épocas y mentes en su
acción bajo el Espíritu Santo. El intento moderno de encontrar las “mismísimas
palabras de Jesús” por investigación científica de tipo hermenéutico lingüístico,
histórico, etc., dejando aparte la tradición ha terminado en fracaso, y es que el
texto no está aislado de la explicación histórica que le da su sentido. Es un texto
que solo se entiende en su lectura en familia. Pero nunca una lectura abarca toda
la comprensión del texto, lo que más se acerca a la verdad es cuando se lee “en
familia”, por los “de la casa” que han conocido a Jesús y los primeros y los que
han ido recibiendo la transmisión del mensaje.
Pero es también equivocada la búsqueda de una primera redacción, y quitar
las adherencias posteriores, porque si la comprensión es progresiva, no podemos
olvidar esa tradición de familia para entender el misterio primero. Por eso,
aunque la redacción del Evangelio de Juan ponga en boca de Jesús palabras que
han sido elaboradas posteriormente, sin embargo reflejan más algunos aspectos de
la vida del Señor, porque las palabras del Señor han sido profundizadas en la
predicación del Apóstol y en la vida de la Iglesia. Y “la reconstrucción de un texto
en su forma más antigua y la exégesis partiendo exclusivamente de esa
reconstrucción, es algo equivocado” (ESC), pues el texto inicial era como un
esquema que se va desarrollando en la realidad del alma de la Iglesia en la
comprensión que ella tiene del mensaje de Jesús, y así se introduce en el texto la
comprensión de la palabra, un sentido más pleno por la incorporación de las
experiencias históricas. Está viva la palabra… Es más, continúa viva hoy mismo, y
sigue interpelándonos en nuestra vida. “De esta manera el lector mismo es
arrastrado a la aventura de la palabra no pudiendo comprenderla sino como
copartícipe y no como mero espectador” (ESC). La reconstrucción de lo antiguo,
la “deconstrucción”, no es algo útil…
Volviendo al tema, “la cristiandad, mirando al resucitado, conocía una venida
que ya había ocurrido. Estaba convencida de que anunciaba ya una teología de la
esperanza. No vivía de un mero mirar al futuro, sino que podía llamar la atención
sobre un ahora, puesto que la promesa se había convertido ya en presente. Por
supuesto que precisamente este presente es esperanza, es un presente cargado de
futuro.
Traducido al terreno del espíritu, todo esto significa que los creyentes
conocían, por una parte, la alegría de Dios y, por otra, se encontraban sumergidos
en angustia de la violencia. Significa que sentían al Señor cerca, pero sabían
igualmente que el Señor tiene su propio tiempo. Sabían que con su venida tiene
que colmarse el tiempo concedido a los pueblos. Los creyentes mismos viven en
esta edad de los pueblos, que es, al mismo tiempo, la época en que se oprime a
Dios en este mundo y aquella en que el grano de trigo va dando fruto en todo el
73
Vida más allá de la muerte
mundo. Todo esto quiere decir, por último, que la tensión entre esquema y
realidad representa entonces como ahora, el lugar en que se desenvuelve la
existencia del cristiano” (ESC).

Para explicar esto, Cullmann habló de que puede estar para ganarse una
guerra y aún durar un tiempo entre la batalla decisiva y el Victory Day, pero lo
importante ya se dio. Así, el centro de la historia ya se dio pero aún dura en el
tiempo el discurso de su transcurrir: la batalla decisiva está ganada, pero aún
quedan muchos días de historia y en cierto modo es secundario el final, la
duración de este tiempo intermedio y así la curiosidad sobre la inmediatez de la
parusía pierde su acritud. La historia de la salvación tiene un sentido solidario en
el que la aceptación del “ya” histórico-salvífico hace actuar desde este “ya” en
orden al “todavía no”. Fe es la aceptación de la historia realizada que se realiza en
el presente mediante el amor, renovándose en la esperanza de lo que ha de venir.
Con esto se cambia todo el planteamiento judío, que esperaban un Mesías
revolucionario en el plan de mesías político, o una revolución cósmica, un cambio
radical de la situación. El cambio ya se ha dado, al menos lo importante: Jesús ya
ha venido. Ellos se imaginaban el Reino como un Jauja con base religiosa, y las
tentaciones que tiene Jesús nos muestran eso, un mundo fácil: pan en el desierto,
el poder y la gloria, las esperanzas humanas, mesianismos terrenales, consumismo,
etc. como veremos más tarde en las utopías efímeras. Es la propaganda política, lo
que haríamos si fuéramos dioses nosotros. El progreso, el mesianismo marxista,
con la evidente colisión entre libertad e igualdad, con la actual prevalencia del
igualitarismo, envidias y corrupción ocultas en los regímenes sobre la libertad que
queda arrinconada. “El consumo desenfrenado es, sin duda, lo que más al
descubierto pone la trágica alienación existente entre mundo y hombre, entre
hombre y hombre, viniendo a ser, por consiguiente, maldición destructora. A ello
se debe que el programa se vaya haciendo por sí mismo más radical, llegando a
convertirse en ansia de una emancipación, que, en el fondo, desemboca en la
exigencia de la divinización del hombre” (ESC). La fe en el progreso va
destruyendo lo que existía, estos últimos 100 años va pasando esto, pero la
emancipación no surge de la destrucción. La igualdad con Dios lleva al hombre a
un ser absurdo…

El inglés C. H. Dodd va por otra línea. Dice que Jesús habla en parábolas.
Pero luego en esta obra teatral cae el telón y llega el golpe repentino y no
habla: actúa y sufre. Los discípulos entienden que el misterio del reino se revela
ahí: en la pasión, muerte y resurrección. La Iglesia mira hacia este momento
decisivo, la Eucaristía, “sacramento de la escatología realizada” donde se abre la
puerta a lo que ni nos imaginamos qué es lo que nos tiene preparado Dios para
quienes le aman. Esto también nos ayuda a ver qué es el hombre. Quiere ser
Dios, pero puede serlo por el camino correcto, no de suplantar a Dios que lleva
a su destrucción, sino ser Cristo, hijo de Dios, por la filiación a la que Jesús nos
invita. Este es el reino de Dios (Lc 6,35; Mt 5,9,45), y esto sólo puede pasar a
través de la muerte. La auténtica liberación y emancipación pasa por los
sentimientos de Cristo. En Flp 2,5-11 encontramos el himno cristológico que
74
Esperanza y salvación
recoge el juramento divino de Is 45,23: “ante mí se doblará toda rodilla”, ante
el Señor de la historia, el Rey de reyes. Se ha cumplido la palabra en la cruz,
por esta escalera se sube a la puerta del cielo, por la humildad de la obediencia
se va a la gloria. El mito de Adán, que resuena en Job 15,8, que intenta al modo
de Prometeo, robando, arrebatando la igualdad con Dios, que le lleva al fracaso
porque no es dios, pues haciéndose dios se opone a la verdad, con lo que este
experimento acaba necesariamente en la nada de la mentira… “El verdadero
hombre-Dios actúa exactamente del modo contrario. Es Hijo, lo que quiere decir
que es el deber-se y el entregar-se totalmente. La cruz es en realidad ni más ni
menos que la radicalización definitiva del comportamiento de hijo. El lugar en
que se alumbra la divinización del hombre no es Prometeo, sino la obediencia
del Hijo manifestada en la cruz. El hombre puede hacerse ‘Dios’, pero no
porque él mismo lo adquiera, sino únicamente haciéndose ‘Hijo’. Es ahí, en el
comportamiento de hijo de Jesús, y en ninguna otra parte, donde alumbra el
‘reino de Dios’. A ello se debe que los primeros sean los últimos y los últimos los
primeros. Por eso también las bienaventuranzas sobre quienes representan la cruz
en la vida y, por consiguiente, la forma de hijo. Por eso se da la alabanza a los
pequeños, la exigencia de hacerse niño. Teresa de Lisieux volvió a descubrir en su
teología de la infancia este misterio del Hijo: donde se acepte la forma del Hijo,
es donde se da la igualdad con Dios, porque Dios mismo es Hijo y en cuanto Hijo
es hombre.

El Hijo es la respuesta a la cuestión sobre el reino. En él se ha resuelto


también la indisoluble separación entre el ya y el todavía no. En él se han juntado
muerte y vida, destrucción y ser. La cruz es la pinza que cierra la separación. Si es
el Hijo la respuesta a la cuestión sobre el reino, entonces es indudable que el
mensaje de Jesús tiene que oponerse decididamente a una escatología de las
circunstancias. No hay que insistir en las circunstancias, sino en la persona.
Entonces es claro también que la redención no viene por la satisfacción de los
egoísmos, como se imagina nuestra silenciosa escatología privada. No puede venir
la redención por la saturación del egoísmo, sino únicamente por la conversión
radical, poniéndose en camino en otra dirección, volviendo la espalda al egoísmo.
Por eso tiene que ser universalista la verdadera escatología. Tiene que dirigirse a
todos. Ello explica que la época de los gentiles, que precede al fin, no sea un
capricho positivista, sino una necesidad interna, que se deriva de la esencia de la
salvación. De ello se deduce también que ésta no se pueda imponer al hombre
sencillamente desde fuera, como se le puede dejar una cantidad de dinero, sino
que la salvación le exige al hombre como a sujeto.
Desde este punto de vista se hace explicable nuevamente la separación entre
fin y cambio. Con su sí y su no el hombre es sujeto en el plan salvífico de Dios,
recibiendo por ello su tiempo. Pero repitámoslo: es sujeto no como productor del
reino de Dios, sino sujeto a partir del tú, sujeto en cuanto hijo. El ser Dios, la
‘emancipación’ en orden al reino de Dios, que acaba con toda alienación y con
todo señorío extraño, no es algo productivo, sino regalo, lo mismo que el puro
amor que esencialmente no puede ser sino regalo. Precisamente así es ‘esperanza’
el reino de Dios. En un laboratorio (así define Ernst Bloch el mundo) no hay nada
75
Vida más allá de la muerte
que esperar. La esperanza existe únicamente donde se da amor. El hombre puede
esperar, porque en el Cristo crucificado ha surgido el amor más allá y por encima
de la muerte” (ESC).

Felicidad de los que esperan en Dios… Ya la tradición litúrgica judía usó este
himno como canto de alabanza por la mañana: alcanza su culmen en la
proclamación de la soberanía de Dios sobre la historia humana. En efecto, al final
del salmo se declara: "El Señor reina eternamente" (v. 10). De ello se sigue una
verdad consoladora: no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes
de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del hado; los
acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A
partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios,
celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus atributos de
amor y bondad (cf. vv. 6-9).
Dios es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo
vincula a su pueblo. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los
hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos, quien
endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a los
peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino
de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en edad. Son
doce afirmaciones teológicas que, con su número perfecto, quieren expresar la
plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de
sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel que
propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de los
oprimidos, de los infelices.

Así, el hombre se encuentra ante una opción radical entre dos


posibilidades opuestas: por un lado, está la tentación de "confiar en los
poderosos" (cf v 3), adoptando sus criterios inspirados en la maldad, en el
egoísmo y en el orgullo. En realidad, se trata de un camino resbaladizo y
destinado al fracaso; es "un sendero tortuoso y una senda llena de revueltas" (Pr
2, 15), que tiene como meta la desesperación. En efecto, el salmista nos recuerda
que el hombre es un ser frágil y mortal, como dice el mismo vocablo 'adam, que
en hebreo se refiere a la tierra, a la materia, al polvo. El hombre -repite a menudo
la Biblia- es como un edificio que se resquebraja (cf Qo 12,1-7), como una telaraña
que el viento puede romper (cf Jb 8,14), como un hilo de hierba verde por la
mañana y seco por la tarde (cf Sal 89,5-6; 102,15-16). Cuando la muerte cae sobre
él, todos sus planes perecen y él vuelve a convertirse en polvo: "Exhala el espíritu
y vuelve al polvo; ese día perecen sus planes" (Sal 145,4).
Ahora bien, ante el hombre se presenta otra posibilidad, la que pondera el
salmista con una bienaventuranza: "Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios
de Jacob, el que espera en el Señor su Dios" (v 5). Es el camino de la confianza en
el Dios eterno y fiel. El amén, que es el verbo hebreo de la fe, significa
precisamente estar fundado en la solidez inquebrantable del Señor, en su
eternidad, en su poder infinito. Pero sobre todo significa compartir sus opciones,
que la profesión de fe y alabanza, antes descrita, ha puesto de relieve. Es necesario
76
Esperanza y salvación
vivir en la adhesión a la voluntad divina, dar pan a los hambrientos, visitar a los
presos, sostener y confortar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros,
dedicarse a los pobres y a los miserables. En la práctica, es el mismo espíritu de las
Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta
vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que
se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de servir a
Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el
enfermo y en el preso. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más
pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40): esto es lo que dirá entonces el Señor.
Concluyamos nuestra meditación del salmo 145 con una reflexión que nos
ofrece la sucesiva tradición cristiana. El gran escritor del siglo III Orígenes, cuando
llega al versículo 7 del salmo, que dice: "El Señor da pan a los hambrientos y
liberta a los cautivos", descubre en él una referencia implícita a la Eucaristía:
"Tenemos hambre de Cristo, y él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy
nuestro pan de cada día". Los que hablan así, tienen hambre. Los que sienten
necesidad de pan, tienen hambre". Y esta hambre queda plenamente saciada
por el Sacramento eucarístico, en el que el hombre se alimenta con el Cuerpo y
la Sangre de Cristo.
En el lenguaje del NT, «estar sentado a la derecha del Padre» es la expresión y
complemento de lo que se enuncia con la afirmación de la Ascensión: Jesús,
después de hacer la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la
Majestad en las alturas, hecho tanto mayor que los ángeles, en cuanto que heredó
un nombre más excelente que ellos (Hebr 1,3-4). Mediante la Ascensión, la
Humanidad de Cristo recibe el efectivo dominio sobre todo lo creado,
participando de un modo inefable del mismo poder de Dios, como Señor y Juez
universal.
Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra, dice Jesús en la última
despedida de los Apóstoles. Aunque este poder lo tenía ya Jesús en su calidad de
Hijo, el efectivo ejercicio de tal poder sobre el universo entero sólo lo recibe,
también como premio a su anonadamiento y obediencia hasta la muerte, en la
exaltación. Se trata de una auténtica exaltación en la que culmina la vida de
Cristo, que «entra en el cielo», como Hijo de Dios con el poder del Espíritu Santo,
con una soberanía que se extiende sobre todo el universo, y que se revelará
definitivamente en la parusía.
Es precisamente en el ejercicio de este poder universal de Cristo donde llega a
ser efectiva para nosotros la salvación. Por este poder somos reengendrados,
hechos «nueva criatura en Cristo»; por este poder se otorgará a los hombres
también la resurrección y la gloria. Somos salvados, pues, en la exaltación del Hijo
del hombre.

¿Qué añade, pues, la Ascensión a la Resurrección?: no añade


nada a la Resurrección con respecto a la glorificación de Cristo en
sí misma, pero sí añade el estar sentado a la derecha del Padre .
Esta expresión no solo significa estar en el cielo, sino que incluye

77
Vida más allá de la muerte
además el pleno ejercicio sobre toda la creación de su potestad
universal de Kyrios. Sentarse a la derecha del Padre indica la
Inauguración del Reino del Mesías, cumpliéndose la visión del
profeta Daniel respecto al Hijo del Hombre. Es precisamente ese
ejercicio el que causa nuestra salvación.

Jesús, Alpha y Omega. Una digresión, para dar hilo a los


comentarios que iremos haciendo: la historia salvífica, por
proceder de Dios, posee intencionalidad, dirección; y por tanto,
sentido y valor. ¿Cuál es su sentido último? La edificación de ese
Cristo total: desde el instante primero de la creación hasta el
momento de su culminación: desde el Fiat hasta el amen- aparece
llevada por Alguien hacia un Dónde. Cristo es el eschatos frente al
cual se define el destino de cada hombre y de la entera
humanidad: "Cristo -dice Cándido Pozo, inspirándose en von
Balthasar- es la 'realidad última de la criatura'. Como alcanzado es
cielo; como perdido, infierno; como examinante, juicio; como
purificante, purgatorio" (J. Alviar). Se va constituyendo el
Christus Totus del que tanto hablaba S. Agustín: Cabeza con sus
miembros; como Verbo cuya encarnación tiene su complemento
vital en la comunión con los hombres.

El aspecto mistérico de la escatología hace que no sepamos


casi nada acerca del papel del Verbo en la visión beatífica, o las
características del mundo renovado... -una "física" de las realidades
últimas, como decía el Cardenal Congar. “Se procede así con más
modestia, reconociendo que, en bastantes casos, el dato revelado
no es suficiente para decidir claramente cómo sean las cosas; y
delimitando mejor la frontera entre dogma y opinión teológica. La
actitud mistérica previene también contra una tendencia
reduccionista (quitar el cielo y ponerlo en la tierra) en cuanto al
contenido de la escatología.
Es recurrente la tendencia a "secularizar" el eschaton, atrapándolo en el
mundo y en la historia, rebajando el Reino al nivel de utopías intramundanas, y
convirtiendo la esperanza cristiana en una esperanza meramente terrenal. Algunas
teologías modernas -como la teología de esperanza de J. Moltmann, la teología
política de J. B. Metz, y determinadas teologías de la liberación- han recordado a
los cristianos su deber de colaborar activamente para edificar un mundo mejor, y

78
Esperanza y salvación
no les falta alguna razón, ya que todo esfuerzo por construir la ciudad terrenal
acorde con la dignidad humana es relevante para el Reino de Dios” (J. Alviar). La
Gaudium et Spes, n. 39 es una página magistral en este sentido: “Ignoramos el
tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco
conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo,
afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva
morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es
capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón
humano. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo
que fue sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción, se revestirá de
incorruptibilidad, y, permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres de la
servidumbre de la vanidad todas las criaturas, que Dios creó pensando en el
hombre. Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se
pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe
amortiguar, sino más bien aliviar, la preocupación de perfeccionar esta tierra,
donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna
manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir
cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin
embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad
humana, interesa en gran medida al reino de Dios. Pues los bienes de la dignidad
humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes
de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la
tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a
encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo
entregue al Padre el reino eterno y universal: "reino de verdad y de vida; reino de
santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz" (prefacio de Cristo Rey).
El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el
Señor, se consumará su perfección”.

El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel. El Catecismo señala:


“Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap
22,20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que
ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1,7; cf. Mc 13,32). Este advenimiento
escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf Mt 24,44: 1 Te 5,2),
aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén
"retenidos" en las manos de Dios (cf 2 Te 2,3-12).
La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia se
vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11,26; Mt 23,39) del
que "una parte está endurecida" (Rm 11,25) en "la incredulidad" respecto a Jesús
(Rm 11,20). San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés:
"Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de
que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había
sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la
restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas" (Hch 3,19-21).
Y San Pablo le hace eco: "si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo
¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm 11,5). La
79
Vida más allá de la muerte
entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11,12) en la salvación mesiánica, a
continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm 11,25; cf Lc 21,24), hará al Pueblo
de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4,13) en la cual "Dios será todo en
nosotros" (1 Co 15,28)” (673-674).

El Reino de Dios en la liturgia. Todo el año litúrgico está lleno del anuncio
del Reino, pero para concentrar la atención en la escatología repasaremos algunos
aspectos tomados del final del tiempo líturgico hasta la fiesta de Cristo Rey (es la
primera lectura de Daniel, pues estamos en el año impar, tendríamos que
completarlo con la lectura del año par, el Apocalipsis), y del tiempo de Adviento.

Tesalonicenses 5,1-6 habla claramente de la parusía: “el Día del Señor llegará
como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «paz y seguridad», entonces,
de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está
encinta, y no podrán escapar. Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas para
que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e
hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, no durmamos
como los demás, sino estemos vigilantes y vivamos sobriamente”. La tesis de
Pablo es: en lugar de esperar desesperadamente un "día de Yahvé", es mejor vivir
con Dios, enla luz, cada uno de los días que nos toque vivir. Hemos de velar
siempre... Esta vigilancia supone sobriedad, es decir, aquella búsqueda del no-
condicionamiento, del verdadero despego en orden a la venida de Cristo (Adrien
Nocent). Decía D. Miguel de Unamuno que no sabía si merecíamos un más allá ni
que la lógica nos lo muestre; "digo" -seguía- que lo necesito, merézcalo o no, y
nada más. Digo que lo que pasa no me satisface, que tengo sed de eternidad, y
que sin ella me es todo igual. Yo necesito eso, ¡lo ne-ce-si-to! Y sin ello ni hay
alegría de vivir ni la alegría de vivir quiere decir nada. Es muy cómodo esto de
decir: "¡hay que vivir, hay que contentarse con la vida!" ¿Y los que no nos
contentamos con ella?" Don Miguel se atreve, pues, a afirmar la absurdez
fundamental si no hay un más allá (B. Cebolla). Pero después de hablar de que
Jesús vendrá como un ladrón, les dice Pablo que no tengan angustia, pues aunque
tengan que vivir de momento en las tinieblas, no pertenecen a ellas (5). La venida
del Señor es el día y, por tanto, no les da miedo. El Apóstol quiere quitar a los
tesalonicenses toda angustia que pueda paralizarlos para la practica del bien según
el evangelio. Como soldados en vela, debemos estar armados «con la coraza de la
fe y de la caridad y con el yelmo de la esperanza de la salvación» (8), por medio
del Señor Jesucristo, que murió por ellos (10). Ni siquiera el creyente está seguro,
pero puede abandonarse por completo a la misericordia divina (M. Gallart).
Y en relación con esta lectura, el domingo 33 se nos ofre el Evangelio de
Mateo 25,14-30. En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: -Un
hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de
sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata; a otro, dos; a otro, uno; a cada
cual según su capacidad. Luego se marchó. [El que recibió cinco talentos fue en
seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo

80
Esperanza y salvación
y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y
escondió el dinero de su señor.]
Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a
ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le
presentó otros cinco, diciendo: -Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado
otros cinco.
Su señor le dijo: -Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has
sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.
Se acercó luego el que había recibido dos talentos, y dijo: -Señor, dos talentos
me dejaste; mira, he ganado otros dos.
Su señor le dijo: -Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has
sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante: pasa al banquete de tu señor.
Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: -Señor, sabía
que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces;
tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo.
El señor le respondió: -Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que
sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber
puesto mi dinero en el banco para que al volver yo pudiera recoger lo mío con
los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene
se le dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará, hasta lo que tiene. Y a
ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de
dientes.
Los judíos piadosos buscaban su seguridad personal en la observancia de la
Ley, con el fin de hacer méritos ante Dios, pero entre tanto, por su exclusivismo
egoísta, la religión de Israel se convertía en una magnitud estéril: por ello, Israel
será desposeído de lo que tiene, y se dará a un nuevo pueblo que, aceptando el
riesgo que implica toda inversión, sea capaz de hacer fructificar los dones
recibidos (J. Lligadas)… se pueden dar muchas interpretaciones alegóricas, pero la
parábola de los talentos está ahí, misteriosa y clara, y sigue al domingo pasado en
su invitación a vivir con la mirada puesta en el futuro: "Velad porque no sabéis el
día ni la hora". También podemos decir que el hombre que se marcha es Jesús
subiendo al cielo. Los talentos, las capacidades que cada cristiano tiene. La vuelta,
la segunda venida de Jesús al final de los tiempos. El tiempo entre la marcha y la
vuelta de Jesús, la historia humana. El rendimiento de cuentas, el juicio final en el
que cada uno deberá responder de las capacidades recibidas. El premio y el
castigo, el cielo y el infierno… pero Mateo quiere reavivar no la zozobra (esto
queda para frustrados, personas que han perdido el tren de la vida, agoreros y
fatalistas), sino la vigilancia, es decir, la actitud abierta al futuro de Dios y de
nosotros con Él. Una vez más, la plástica y la crudeza de las imágenes (esto es una
parábola) ayudan más que cien palabras a despertar esta actitud abierta o de
vigilancia y que en la parábola se expresa como actividad económica. Jesús era un
maravilloso maestro del lenguaje. No estropeemos su lenguaje lleno de garra ni lo
entenebrezcamos con nuestras alegorías del miedo. Miremos sin más hacia fuera
de nosotros y hacia adelante, hacia la línea del horizonte en que el Hombre (cada
uno de nosotros) y Dios se funden en un abrazo. Es el día y la hora (Alberto
Benito).
81
Vida más allá de la muerte
Quien quiera ver lo negativo –tiene más fuerza- se fijará en el último
administrador, el que recibe sólo un talento de plata y se lo guarda… el dueño le
recrimina, pues no fue prudencia, como hacemos nosotros cuando decimos: "Yo
estoy en paz con Dios porque no hago daño a nadie, porque no me meto con
nadie, y voy a misa y rezo"... No es eso lo que quiere Dios, no es eso lo que
predica Jesús, los pecados de omisión es hacer lo que el administrador que se
guarda su talento y no lo hace rendir. Un cristiano queda en paz con Dios cuando
se esfuerza porque los dones que tiene sirvan para que avance la causa del
Evangelio en el mundo, para que crezca un poco más en el mundo la esperanza,
el amor, la fe; y ello, aunque suponga complicaciones, riesgos, errores. porque si
uno se queda encerrado sin preocuparse de nada, sin duda no se encontrará con
ningún riesgo ni problema, pero al final Dios le llamará "negligente y holgazán",
como al administrador del talento. Por el contrario, si uno quiere ser fiel, sin duda
se encontrará con momentos poco claros, y se equivocará probablemente más de
una vez. Pero Dios podrá decirle al final que ha sido fiel a lo que él quería: que
los dones que él ofrece a los hombres den fruto (J. Lligadas). Vivir los talentos es
no conformarse con un cristianismo flojo, una fe rutinaria y no nos limitamos a ir
tirando, sino que aprovechamos toda la riqueza y la fuerza de los dones que Dios
nos da para que -poco a poco y sencillamente- vayamos creciendo como hijos y
nos vayamos asemejando a la imagen de su Hijo, Jesús. Cada uno de nosotros
debe considerar con responsabilidad cómo trabaja los dones de Dios, es decir, si
está respondiendo a lo que Dios espera de él (J. Colomer). Asi lo comenta
Orígenes: “El justo siembra para el espíritu, y del Espíritu cosechará vida eterna…
el justo siembra para el espíritu, y del Espíritu cosechará vida eterna. En realidad,
todo lo que «otro», es decir, el hombre justo, siembra y recoge para la vida
eterna, lo cosecha Dios, pues el justo es posesión de Dios, que siega donde no
siembra, sin el justo. Lógicamente diremos también que el justo reparte limosna a
los pobres y que el Señor recoge en sus graneros todo lo que el justo ha repartido
en limosnas a los pobres. Segando lo que no sembró y recogiendo lo que no
esparció, considera y estima como ofrecido a sí mismo todo lo que se sembró o se
esparció en los fieles pobres, diciendo a los que hicieron el bien al prójimo:
“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros
desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer”, etc…
para el que piensa que Dios es bueno, seguro de conseguir su perdón si se
convierte a él, para él Dios es bueno. Pero para el que considera que Dios es
bueno, hasta el punto de no preocuparse de los pecados de los pecadores, para
ese Dios no es bueno, sino exigente… sembremos para el espíritu y esparzamos en
los pobres, y no escondamos el talento de Dios en la tierra. Porque no es buena
esa clase de temor ni nos libra de aquellas tinieblas exteriores, si fuéremos
condenados como empleados negligentes y holgazanes. Negligentes, porque no
hemos hecho uso de la acendrada moneda de las palabras del Señor, con las
cuales hubiéramos podido negociar y regatear el mensaje cristiano, y adquirir los
más profundos misterios de la bondad de Dios. Holgazanes, porque no hemos
traficado con la palabra de Dios la salvación, nuestra o la de los demás, cuando
hubiéramos debido depositar el dinero de nuestro Señor, es decir, sus palabras, en
el banco de los oyentes, que, como banqueros, todo lo examinan, todo lo
82
Esperanza y salvación
someten a prueba, para quedarse con el dogma bueno y verdadero, rechazando
el malo y falso, de suerte que cuando vuelva el Señor pueda recibir la palabra que
nosotros hemos encomendado a otros con los intereses y, por añadidura, con los
frutos producidos por quienes de nosotros recibieron la palabra. Pues toda
moneda, esto es, toda palabra que lleva grabada la impronta real de Dios y la
imagen de su Verbo, es legítima”. Todo lo de hoy es una llamada a aprovechar el
tiempo, que es breve… No es superfluo mirar hacia adelante. No es de
"alienados" el pensar en lo que nos espera al final del camino. Es más bien, como
nos decían las lecturas del domingo pasado, la verdadera sabiduría. Como es
sabiduría para un estudiante pensar en el final del curso y sus exámenes ya desde
octubre. Como es sabiduría para un deportista ir acumulando puntos desde el
principio de la competición. La plegaria eucarística IV le da gracias por ello: "a
imagen tuya creaste al hombre (Dios creador, el hombre, colaborador de esta
creación), y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su
creador, dominara todo lo creado..." Nuestra pregunta hoy es: ¿en verdad estoy
dando rendimiento a las cualidades que tengo? Hay mucho que hacer en la
sociedad, en la Iglesia: ¿aporto yo mi colaboración, o bien me inhibo, dejando
que los demás trabajen? Mi salud, mi vida, mis habilidades, las he recibido como
bienes a administrar. No importa si son diez o dos talentos: ¿los estoy trabajando,
o me he refugiado en la pereza y la satisfacción? Al final del tiempo -que no sé si
será breve o largo- se me pedirá cuenta. ¿Me voy a presentar con las manos
vacías? ¿Se podrá decir que mi vida, sea larga o breve, ha sido plena, que me he
"realizado" según el plan que Dios tenía sobre mí? Ha sonado un despertador en
nuestro calendario… que nos habla de compromiso, de empeño constructivo, de
actividad diligente para que nuestra existencia sea provechosa y fructífera, para
nosotros y para los demás, sin dejarnos amodorrar por el sueño o la pereza (J.
Aldazábal).
Hace muchos años, acaso no tantos, con ocasión de las "santas misiones",
solía hablarse del juicio final en términos verdaderamente dramáticos. Sin saber
por qué, se lanzaban las "verdades eternas" como una especie de artillería pesada
para forzar la rendición incondicional de los más recalcitrantes. Situar el juicio final
en el último día, sin más trascendencia que el de un ajuste general de cuentas, es
anecdotizar el contenido de la fe, minimizar su alcance y alienar al creyente. Creer
en el juicio final no es saber que un día se celebrará un juicio por todo lo alto, en
el que todos nos enteraremos de la vida y milagros de los demás. Tal actitud
contraviene la esperanza en la justicia de Dios, degradándola a un cotilleo
universal. Creer en el juicio final es creer ya que el hombre, todos y cada uno, por
insignificantes que nos haga la masificación actual, tenemos que responder de la
vida, de los talentos. Es estar convencidos firmemente de que somos responsables,
de que no podemos desentendernos de la vida y refugiarnos en "vivir nuestra
vida", al margen y sin tener en cuenta a los demás; es estar persuadidos de que no
podemos tener la conciencia tranquila y "lavarnos las manos" cuando nos interesa
no comprometernos. Porque el que, como Pilato, se lava las manos, es un
irresponsable. Y no podrá presentarse con las manos limpias en el juicio de Dios.
Sólo tiene las manos limpias el que no "se lava las manos" (“Eucaristía 1975”). Así
animaba Luther King: “Debemos rezar constantemente por la paz, pero también
83
Vida más allá de la muerte
debemos trabajar con todas nuestras fuerzas por el desarme y la suspensión de las
pruebas de armas. Debemos utilizar nuestra inteligencia rigurosamente para
planear la paz como la hemos utilizado para planear la guerra. Debemos rogar
apasionadamente por la justicia racial, pero también debemos utilizar nuestras
inteligencias para desarrollar un programa, organizarnos en acción de masas
pacíficas y valernos de todos los recursos corporales y espirituales para poner fin a
la injusticia racial. Debemos rezar infatigablemente por la justicia económica, pero
también debemos trabajar con diligencia para llevar a término aquellos planes
sociales que produzcan una mejor distribución de la riqueza en nuestra nación y
en los países subdesarrollados del mundo. ¿No nos revela todo esto la falacia de
creer que Dios eliminará el mal de la tierra aunque el hombre no haga otra cosa
que sentarse complacido al borde del camino? Ningún rayo del cielo eliminará
jamás el mal. Ningún poderoso ejército de ángeles descenderá para obligar a los
hombres a hacer lo que no quieren hacer. La Biblia no nos presenta a Dios como
un zar omnipotente que toma decisiones por sus súbditos, ni como un tirano
cósmico que con parecidos métodos a los de la Gestapo invada la vida interior del
hombre, sino como un Padre amoroso que concede a sus hijos todas las
abundantes bendiciones que quieran recibir con buena disposición. El hombre
tiene que hacer algo siempre. "Ponte en pie, que voy a hablarte" (Ez 2,1). El
hombre no es un inválido total abandonado en un valle de depravación hasta que
Dios le saque. El hombre más bien es un ser humano válido, cuya visión está
averiada por los caracteres del pecado, y cuya alma está debilitada por el virus del
orgullo, pero le queda suficiente visión para levantar los ojos hacia las montañas y
le queda aún el recuerdo de Dios para que oriente su débil y pecadora vida hacia
el Gran Médico que cura los estragos del pecado”. G. Bernanos ha observado que
los cristianos poseen un mensaje de liberación. Pero que en la historia, han sido
frecuentemente los otros los que han “liberado” a los hombres, por la inactividad
de muchos “cristianos”. La colecta de hoy es una llamada a comprender
correctamente qué significa esta fructificación de los talentos: "En servirte a ti,
creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero"… “Te he confesado
hasta el fin / con firmeza y sin rubor. / No he puesto nunca, Señor, / la luz bajo el
celemín. / Me cercaron con rigor / angustias y sufrimientos, / pero en mis
desalientos / vencí, Señor, con ahínco. / Me diste cinco talentos / y te devuelvo
otros cinco” (José Mª Pemán).

4. Cristo, Señor de la historia


Jesucristo es “la clave, el centro y el fin de toda la historia
humana”. El sentido de la historia va hacia Cristo, aunque es una
historia de gracia y de pecado, en la que Cristo es el centro de la
historia humana. La Encarnación tuvo lugar en la plenitud de los
tiempos: no al inicio, inmediatamente después de la caída original,
ni al final de la historia, sino cuando el mundo estaba preparado
para el advenimiento del Redentor, cuando humanamente pudo

84
Esperanza y salvación
haber una mujer como María para ser la Madre del Redentor. En
este sentido, “plenitud de los tiempos” significa cumplimiento del
tiempo oportuno; pero, sobre todo, la Encarnación misma fue la
que hizo que aquel momento fuese la plenitud de los tiempos. Es
el momento más importante de la historia, en el que la eternidad
divina del Verbo se encarnó en el tiempo humano, confiriéndole
una cualidad trascedente: la de ser fundamento de todo el pasado,
que tiene valor salvífico sólo por medio de Cristo, así como la de
ser fundamento del futuro. Cristo es, efectivamente, alfa y omega,
principio y fin. Con Jesús, “la eternidad penetra en el tiempo, no
para degradarse en el tiempo, sino para introducir el tiempo en la
eternidad”.
Cristo es el centro de la historia humana, no en el sentido
estrictamente cronológico, sino cualitativo, en cuanto El opera la
división entre “lo antiguo” y “lo nuevo”, llevando a cumplimiento
el AT, que en El encuentra su sentido pleno, e instaurando la
Nueva Alianza y la nueva historia humana, de la que El es
fundamento y ala que da sentido.
Cristo también es el fin de la historia humana porque la Nueva
Alianza en Cristo es eterna y definitiva. Por eso, “en la vida
espiritual no hay una nueva época a la que llegar. Ya está todo
dado en Cristo, que murió, y resucitó, y vive y permanece
siempre” (J. Escrivá). Todo presente histórico después de la
Encarnación no mira a Cristo como a algo pasado, sino como algo
presente: contemporaneidad salvífica con los misterios de su Vida,
Muerte y Resurrección, verdaderamente presentes en misterio
(sacramentalmente) en la vida de la Iglesia. Que Cristo es el fin de
la historia, significa además que sólo en la unión con El puede
encontrar cada hombre —y, a través de los hombres, la entera
creación material— su verdadera finalidad, su plenitud. Dios creó
todas las cosas “en vista de Cristo”, de modo que al final de la
historia todo sea recapitulado en El (apuntes Pamplona).

La segunda venida de cristo: la parusia, consumació n de la


redencion operada por cristo. Los Símbolos, después de proclamar que el Señor
ascendió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre, afirman que “desde allí
ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”. En algunos de ellos, como en el
Símbolo de Nicea, se coloca bajo el significativo lema que abarca todo el ciclo
85
Vida más allá de la muerte
cristológico del Credo: “que por nosotros los hombres y por nuestra salvación...”.
Su potestad de juzgar y el mismo juicio se entienden, pues, como pertenecientes a
la Redención. El mismo Señor se refiere repetidas veces a este juicio, con frases
que son complementarias con la descripción de la Ascensión, pues dice que
vendrá sobre las nubes del cielo, con gran poder y majestad (cf Mt 24,30-31; Mc
13,26-27; Lc 21,27). En la Ascensión, los ángeles dicen a los apóstoles, que han
visto a Jesús subir al cielo: este mismo Jesús, que os ha sido arrebatado al cielo
volverá de la misma manera que le habéis visto irse al cielo (Hch 1,11). Jesús
afirma que ha recibido del Padre poder para juzgar, porque es el Hijo del hombre
(Jn 5,27; cf 8,26; 9,39; 12,48).
El poder judicial conviene a Cristo, no sólo como Dios, sino también en
cuanto hombre. La Iglesia confiesa que, al final de los tiempos, Cristo juzgará a los
hombres con la misma naturaleza que asumió: en aquella misma carne ha de
venir a juzgar a los vivos y los muertos. Cristo es cabeza de la Iglesia en cuanto
hombre; también en cuanto hombre ha de la Iglesia en cuanto hombre; también
en cuanto hombre ha sido exaltado sobre toda la creación; a El, pues, también en
cuanto hombre, pertenece el poseer la potestad judicial. Vendrá a juzgar a vivos y
muertos con gloria, de forma que, mientras su primera venida fue en carne pasible
y mortal, “su segunda manifestación a nosotros será gloriosa y verdaderamente
divina, cuando vendrá no para sufrir, sino para dar a todos el fruto de su propia
Cruz, es decir, la resurrección y la incorruptibilidad. No será juzgado, sino que
juzgará a todos” (S. Atanasio).
Estaba profetizado del Hijo del hombre que recibiría el señorío, la gloria y el
imperio sobre todos los pueblos (cfr. Dan 7,13-14); el Bautista habla de los
tiempos mesiánicos como de tiempos de salvación y también de juicio (cfr. Mt
3,1-12). Este juicio es parte integrante de la victoria del Mesías sobre el mal y, por
ello, pertenece a su actividad salvadora. Constituye parte esencial del Kérigma
(proclamación que Jesús hace del mensaje del Reino de Dios), conforme dice San
Pedro: nos ordenó predicar al pueblo y atestiguar que ha sido instituido por Dios
juez de vivos y muertos (Hch 10,42; cf 17,31; 2Tim 4,1; 1Pet 4,5). Este juicio está
unido con la venida gloriosa del Señor. En el Nuevo Testamento se le llama
Parusía (cfr. 1Cor 15,23; 1Tes 2,19; 3,13; etc), y algunas veces Epifanía (Cfr p.e. 2
Tes 2, 8; 1 Tim 6,14 etc.), poniendo de relieve con ambos términos el carácter
público y solemne de la vuelta del Señor, como el rey que entra solemnemente en
su ciudad. Es el momento en que llega a su manifestación definitiva y plena el
triunfo de Cristo sobre el mal. Por eso la Parusía es objeto de esperanza y de
oración. ¡Ven Señor Jesús! (Ap 22,20). Maranatha. Tras esta victoria, cuando todo
le esté sometido, entonces el Hijo mismo se someterá a Aquel que se lo sometió
todo a El, a fin de que Dios sea todo en todas las cosas (1 Cor 15,28).

La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva. El Catecismo dice:


“Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del juicio
final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y
el mismo universo será renovado:
La Iglesia ... sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo... cuando llegue
el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el
86
Esperanza y salvación
universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a
través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo (LG 48).
La Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta renovación
misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3,13; cf Ap 21,1). Esta
será la realización definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a
Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1,10).
En este "universo nuevo" (Ap 21,5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá su
morada entre los hombres. "Y enjugará toda lágrima de
su ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos
ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21,4;
cf 21,27).
Para el hombre esta consumación será la realización
final de la unidad del género humano, querida por Dios
desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era
"como el sacramento" (LG 1). Los que estén unidos a
Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la
Ciudad Santa de Dios (Ap 21,2), "la Esposa del Cordero"
(Ap 21,9). Ya no será herida por el pecado, las manchas
(cf Ap 21,27), el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena de
los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable
a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.
En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino
del mundo material y del hombre: Pues la ansiosa espera de la creación desea
vivamente la revelación de los hijos de Dios ... en la esperanza de ser liberada de
la servidumbre de la corrupción ... Pues sabemos que la creación entera gime
hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que
poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro
interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo (Rm 8, 19-23).
‘Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, "a fin
de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo
esté al servicio de los justos", participando en su glorificación en Jesucristo
resucitado’ (San Ireneo, haer. 5,32,1).
"Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la
humanidad, y no sabemos cómo se transformará el universo.
Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado,
pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva
morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya
bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se
levantan en los corazones de los hombres"(GS 39,1).
"No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar,
sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde
crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer
ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que
87
Vida más allá de la muerte
distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del
Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que
puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa
mucho al Reino de Dios" (GS 39,2).
"Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra
diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del
Señor y según su mandato, los encontramos después de nuevo,
limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando
Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal" (GS 39, 3; cf.
LG 2). Dios será entonces "todo en todos" (1 Co 15, 22), en la vida
eterna:
‘La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y
en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones
celestiales. Gracias a su misericordia, nosotros también, hombres,
hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna’ (San
Cirilo de Jerusalén, catech. ill. 18,29).
Al morir cada hombre recibe en su alma inmortal su retribución
eterna en un juicio particular por Cristo, juez de vivos y de
muertos.
"Creemos que las almas de todos aquellos que mueren en la
gracia de Cristo... constituyen el Pueblo de Dios después de la
muerte, la cual será destruida totalmente el día de la Resurrección,
en el que estas almas se unirán con sus cuerpos" (SPF 28).
"Creemos que la multitud de aquellas almas que con Jesús y
María se congregan en el paraíso, forma la Iglesia celestial, donde
ellas, gozando de la bienaventuranza eterna, ven a Dios como El
es, y participan también, ciertamente en grado y modo diverso,
juntamente con los santos ángeles, en el gobierno divino de las
cosas, que ejerce Cristo glorificado, como quiera que interceden
por nosotros y con su fraterna solicitud ayudan grandemente a
nuestra flaqueza" (SPF 29).
Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero
imperfectamente purificados, aunque están seguros de su salvación
eterna, sufren una purificación después de su muerte, a fin de
obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios.

88
Esperanza y salvación
En virtud de la "comunión de los santos", la Iglesia encomienda
los difuntos a la misericordia de Dios y ofrece sufragios en su favor,
en particular el santo sacrificio eucarístico.
Siguiendo las enseñanzas de Cristo, la Iglesia advierte a los
fieles de la "triste y lamentable realidad de la muerte eterna" (DCG
69), llamada también "infierno"” (1042-1056).

Sustancia del cuerpo resucitado. Ya comentamos alguna cosa, pero volvamos


a recordar que Pablo se opone a la idea judía naturalística de volver a un cuerpo
como el de este mundo. Aún leemos explicaciones de que si las células dispersas se
reagruparán en la otra vida… no va por ahí la cosa, es un realismo pneumático,
como dirá también S. Juan: “el espíritu es el que da vida, la carne de nada sirve”
(Jn 6,63). “La ‘carne’ de Cristo es ‘espíritu’, y el espíritu de Cristo es ‘carne’: sólo
en esta tensión es donde se ve el especial y neuvo realismo del resucitado por
encima de todos los naturalismos y espiritualismos” (ESC). Ef 2,6 y Col 3,1-3
parecen hablar de que ya estamos como resucitados, orientados hacia el cielo,
nuestra vida oculta en Cristo y hemos dejado atrás lo viejo, pero en realidad
muestran la vida en Cristo de modo místico.
La fórmula “resurrección de la carne” está ya en el apocalipsis de Moisés (de
antes de la destrucción del templo). Parece que hay una disputa entre palabras,
pero se va concretando, por ejemplo dice una obra atribuida a Justino: “cuando
al hombre se le anuncia el evangelio de la liberación, entonces es también a la
carne a la que se le anuncia la liberación”… Pablo dijo “carne y sangre no pueden
heredar el reino de Dios” y aquí se nos dice: “lo que Pablo quiso decir fue que es
cosa de la carne el morir, no teniendo otra cosa que esperar, y mucho menos el
reino de Dios. Porque en esta herencia el reino de Dios jamás es objeto, sino que
siempre es sujeto. El reino de Dios es vida, y a esta vida le corresponde como
herencia también el cuerpo, la carne”, es decir hay resurrección del cuerpo. En
cuanto a lo que significaba ‘cuerpo’, con la filosofía aristotélica se pudo llegar a un
realismo no sensitivo, como alma forma del cuerpo, que es materia. Esto, llevado
al extremo, decía que el cadáver tenía otra forma, no puede probar identidad
entre el cuerpo antes y después de la muerte. En cualquier caso, a pesar de que
hay que reelaborar el tema, indicó la pista de que la identidad del cuerpo no hay
que buscarla a partir de la materia, sino de la persona, del alma.

¿Qué significa resurrección en el último día? Hay que preguntarle qué le es


propio al hombre en cuanto hombre, y si les es impropio un modo humano de
ser sin los condicionamientos físicos. Agustín incorpora la memoria como signo de
identidad de la persona más allá del tiempo: “en la memoria está presente
igualmente el pasado, sin que haya que negar que esta actualidad del pasado es
distinta de la actualidad de lo que consideramos ‘presente’: se trata de un praesens
de praeterito, el pasado está presente en su condición de pasado. También se da
un praesens de futuro” (ESC). El hombre, en cuanto cuerpo, participa del tiempo
físico, que se mide con parámetros conforme a la velocidad de rotación de ciertos
89
Vida más allá de la muerte
cuerpos, que por su parte se mueven y son igualmente relativos. Pero el hombre
no es sólo cuerpo, sino también espíritu. Es el hombre temporal por el
conocimiento, amor, desgaste, maduración. “Su modo especial de temporalidad
procede, no en último lugar, de su relacionalidad, es decir, del hecho de que
únicamente se hace él mismo en virtud de su ser-con-otros y en orden a otros: su
embarcarse en el amor o también su negación lo vinculan al otro y a su
temporalidad especial, a su antes y después. La red de co-humanidad representa,
al mismo tiempo, una red de co-temporalidad…” Volviendo al tiempo, no sólo
físico sino antropológico, “a este tiempo humano vamos a darle el nombre de
tiempo de la memoria… cuando el hombre sale del mundo del bios (la vida), el
tiempo de la memoria se desliga del tiempo físico, quedándose en puro tiempo de
la memoria, pero sin convertirse en ‘eternidad’. Ahí radica también la razón de
que sea definitivo lo que se hizo en esta vida y de que exista la posibilidad de una
purificación y de un destino último que tiene que llegar a su plenitud por una
nueva relación con la materia. Éste es el único modo de entender la resurrección
como nueva posibilidad del hombre y hasta como una necesidad que se espera
para él.
Esto implica otra cosa: el hombre que muere es cierto que sale de la historia,
que para él se ha cerrado (¡provisionalmente!), pero no pierde su relación con
ella, porque la red de la relacionalidad humana pertenece a su misma esencia. La
idea de que la resurrección acontece en el momento de la muerte arrebata su
importancia también a la historia, porque, en realidad, y desde otro punto de
vista, la historia se ha cerrado. Pero el carácter de realidad de la historia que sigue
adelante, y lo mismo el índice temporal de la vida después de la muerte, tienen
una importancia fundamental para el concepto cristiano de Dios, tal y como se da
en la cristología y, en consecuencia, en la preocupación de Dios por el tiempo en
medio de él” (ESC). Ratzinger cita a Orígenes, cuando habla de Aarón y sus
hijos, del que es imagen san Pablo y sus sacerdotes, en realidad son imagen
todos del sumo sacerdote Jesús, que se acerca al altar y bebe del cáliz, del que
no vuelve a beber hasta el reino del Padre. “¿Qué significa eso de: ‘¿no volveré
a beber?’ Mi salvador sigue triste por mis pecados. Mi salvador no puede
alegrarse mientras me mantenga en mis malos pasos. ¿Y por qué no puede?
Porque ‘él mismo es intercesor por mis pecados ante el Padre’… ¿Cómo va a
poder beber el ‘vino’ de la alegría, siendo intercesor por mis pecados, si lo
entristezco con ellos? ¿Cómo podrá estar alegre quien se ‘acerca al altar’ para
expiar por mí, pecador, subiendo continuametne hasta él la tristeza de mis
pecados? ‘Con vosotros, dijo, beberé en el reino de mi Padre’. Mientras no
obremos de tal manera que subamos al reino, él solo no puede beber el vino que
prometió beber con nosotros… y el que ‘tomó sobre sí nuestras heridas’,
padeciendo por causa nuestra como médico de las almas y los cuerpos, ¿se iba a
quedar indiferente ante las heridas que se agravan?... Por consiguiente, espera
que nos convirtamos, que nos guiemos por sus pisadas y se alegre ‘con
nosotros’, ‘bebiendo con nosotros el vino en el reino de su Padre’… Así que
somos nosotros quienes impedimos la llegada de su alegría, descuidando
nuestra vida…

90
Esperanza y salvación
Pero no descuidemos el detalle de que no es únicamente de Aarón de quien
se dice que ‘no beba vino’, sino que también se aplica a ‘sus hijos’, cuando tengan
que acercarse al santuario. Quiere decir que ni los apóstoles han recibido su
alegría, sino que esperan a que yo participe de ella. Porque tampoco los santos
que parten de aquí reciben inmediatamente el premio completo de sus
merecimientos, sino que nos aguardan, por más que nos retardemos, por más que
seamos perezosos. Así que no tiene alegría plena, mientras se entristecen y
lamentan por nuestros yerros y pecados. Quizá no me creas… voy a poner un
testigo… el apóstol Pablo. Escribiendo a los Hebreos, y después de haber
mencionado a los santos padres que alcanzaron la justicia por la fe, escribe: ‘pero
todos estos, que tienen el testimonio de la fe, no han alcanzado aún la promesa,
habiendo previsto Dios algo mejor para nosotros, de modo que no alcanzaran la
plenitud sin nosotros’. ¿Te das cuenta, pues, de que Abraham sigue esperando
alcanzar la consumación? Aguardan también Isaac y Jacob, todos los profetas nos
aguardan, para alcanzar conjuntamente con nosotros la plena felicidad. Aquí
radica el misterio del juicio retrasado hasta el último día. Porque es ‘un cuerpo’ el
que aguarda la justificación. Es ‘un cuerpo’ el que se levanta para el juicio. ‘Por
más que son muchos miembros, forman, con todo, un solo cuerpo. No se le
ocurre al ojo decirle a la mano: no te necesito’. Ya puede estar sano el ojo y ser
capaz de ver, pero si le faltan los demás miembros, ¿qué alegría va a tener el
ojo?...
”Por tanto (no hay duda de que) te alegrarás, si partes de aquí como santo.
Pero tu alegría se colmará, cuando no te falte miembro alguno. Pero tú tendrás
que esperar, lo mismo que te esperan a ti. Y si a ti, que eres un miembro, no te
parece alegría plena mientras te falta un miembro, ¿no te parece que mucho más
vale eso para nuestro Señor y salvador, cabeza y autor de este cuerpo, no
pudiendo considerar alegría plena, mientras siga echando de menos ciertos
miembros de su cuerpo?... por consiguiente, no quiere recibir sin ti su alegría
plena, es decir, sin su pueblo, que es ‘su cuerpo’ y ‘sus miembros’” (homilía 7
sobre el Levítico).
Aquí salen muchas cosas. “Por un lado, hay que plantearse la cuestión:
¿Puede un hombre adquirir la perfección total y hallarse al final del camino,
mientras se siga sufriendo por su causa, mientras que la culpa a él debida siga
influyendo en la tierra y haciendo sufrir a gente?”: en la doctrina del karma
induhista y budista se ha sistematizado esto, sigue diciendo Ratzinger, “pero este
convencimiento expresa ni más ni menos que eso, un saber primitivo, que no
tiene por qué desembocar en la negación de una antropología de la relación: una
culpa que sigue actuando en una porción de mí mismo, alcanza hasta el interior
de mi propio ser, siendo, en consecuencia, un aspecto de mi perenne exposición
al tiempo…”(ESC). Evitar cualquier juicio sería no sólo absurdo, sino
inmensamente cruel, por desconsideración hacia el destino de los desheredados,
los oprimidos, los humillados de este mundo, si no se resuelven en el más allá las
injusticias estructurales de la existencia terrena. ¿Y qué decir de los anhelos de
bondad, de belleza, de amor, de alegría, que han anidado en el corazón de
billones, tal vez, de seres humanos y que no pudieron cumplirse en este planeta?
Por tanto, no solo hay que ver el orgullo intelectual de cerrarse al misterio, sino
91
Vida más allá de la muerte
en positivo: la gloria accidental de los santos, que es la aureola, que es el surco
que trazan las cosas buenas (hijos, libros, frutos de buen ejemplo, obras buenas…)
que van dando un surco a lo largo de la historia… esto es la corona de los santos,
que completa la historia personal más allá de lo que se ha vivido en el tiempo.
María y su asunción corporal al cielo nos muestra que ha llegado al hogar,
porque no hay culpa que haya salido de ella, que haga sufrir a otros y siga
actuando en el padecimiento… pero es el amor que tiene que vencer la culpa,
atadura al tiempo… Teresa de Lisieux dijo muy bien que el cielo es el desatarse
del amor para inundar a todos. En el texto salen más cosas como el cuerpo…
todos juntos… Me decía un niño, triste porque su familia no iba a misa: ¿cómo
podré estar contento en el cielo, si allí no están los que más quiero? ¿Cómo
podría ser feliz en el cielo una madre viendo sufrir a su hijo? En el budismo está la
idea de Bodhisattva que se niega a sumergirse en el nirvana mientras haya un solo
hombre en el infierno. Y sigue diciendo Ratzinger: “Tras esta idea impresionante
de religiosidad asiática el cristiano descubre la figura del verdadero Bodhisattva –
Cristo-, en el que se hizo realidad el sueño de Asia. Este sueño se realizó en Dios,
que del cielo bajó al infierno, porque un cielo sobre una tierra que es un infierno,
no sería cielo. La misma cristología implica la relación real del mundo de Dios con
la historia… para él (Cristo) la historia es tan real que lo lleva al sheol, pudiendo
el cielo ser verdadera y definitivamente tal, sólo cuaando esté sobre una nueva
tierra” (ESC). Por tanto, hay unas consecuencias de las obras que en la Iglesia
latina se llama purgatorio, “sufrir hasta las últimas consecuencias lo que se ha
dejado tras de sí en la tierra, pero con la certeza de haber sido definitivamente
aceptados, lo que no quita el ilimitado sufrimiento de verse privado de la
presencia del amado. Pero cielo en el tiempo de un retraso del banquete
definitivo, durante la dilación de la plenitud última, eso significa, por una parte,
estar realmente metido en la plenitud de la alegría divina, que llena y sostiene
infinitamente, representando saturación definitiva tanto por no poderse perder
como por su pura plenitud. Ese cielo es, al mismo tiempo, la certeza de una
justicia y un amor que se van complementando, encontrándose fuera del alcance
no sólo del propio sufrimiento, sino también del terreno que sigue adelante con
todas las cuestones que plantea; todo ello gracias al amor que se contempla y que
es el poder definitivo, no permitiendo la existencia de ninguna injusticia. A modo
de anticipación todo se encuentra superado en ese amor, en el Dios que ha
sufrido. En este sentido existe ya verdaderametne el ‘cielo’.
Pero, por otra parte, en esto tampoco se puede prescindier de la apertura del
amor ya consumado cara a la historia que sigue siendo real, que sigue su curso
realmente y que de verdad es una historia de sufrimeintos. No hay que negar que
gracias al amor contemplado el sufrimiento está ya anticipadamente suprimido. Es
cierto que el final ya está seguro, que se acabaron todas las preocupaciones y todo
problema está resuelto. Con todo, la totalidad de la salvación no ha llegado
todavía, mientras esté, sí, segura anticipadamente en Dios, pero no haya
alcanzado realmente al último de los que sufren.
A causa de la interdependencia de todos los hombres y de toda la creación, el
que la historia llegue a su plenitud no es para nadie algo meramente externo, que
no le afecte realmente. Lo que la doctrina del cuerpo de Cristo hace es formular
92
Esperanza y salvación
aquí hasta sus últimas consecuencias, gracias a la cristología, lo que de suyo hay
que esperar a partir de la antropología misma: todo hombre existe en sí y fuera
de sí; cada uno existe, al mismo tiempo, en los otros, y lo que acontece en cada
individuo repercute en el conjunto de la humanidad; lo que se da en la
humanidad, se da en él. Así que cuerpo de Cristo quiere decir que todos los
hombres son un organismo, con lo que el destino del conjunto es también el
del individuo. Es verdad que la resolución de su vida en la muerte está firme en
el final de su actividad terrena. En este sentido se le juzga ahora, llegando a la
meta su suerte. Pero su lugar definitivo sólo se puede determinar cuando todo
el organismo esté completo, cuando toda la historia haya acabado de sufrirse y
se haya consumado. La reunión del conjunto representa también un acto que
tiene lugar respecto de él mismo, así que es sólo el juicio general y definitivo el
que sitúa a cada uno en el conjunto, indicándole el lugar que le corresponde y
del que tomará posesión dentro de la totalidad” (ESC).

Cuestión sobre la corporeidad de la resurrección. La idea que vimos en S.


Tomás toma en Karl Rahner un nuevo aspecto cuando dice que en la muerte el
alma no se hace cósmica sino universalmente-cósmica: sigue siendo esencial su
relación al mundo material pero no está sujeta a él; en la línea de Teilhard de
Chardin. Último día, fin del mundo, resurrección de la carne serían modos de
expresar la plenitud de un proceso que se da desde fuera hacia una unidad, la
corriente más íntima del ser cósmico. “Esta incorporación representaría, por su
parte, que la materia será algo propio del espíritu de una manera totalmente
nueva y definitiva y que el espíritu se unificará totalmente con la materia. Ese ser
universalmente cósmico que se abre con la muerte, desembocaría en un
intercambio universal, en una apertura universal y, en definitiva, en la superación
de toda alienación. Aquello de ‘Dios sea todo en todos’ (1 Cor 15,28) adquiere su
plena validez sólo cuando se dé esa unidad de la creación.
”Esto quiere decir que hay detalles del mundo de la resurrección que resultan
inimaginables… al respecto no podemos hacernos idea ninguna, ni tampoco la
necesitamos” (ESC, cf 1 Cor 15,50; Jn 6,63). Es un nuevo estado de la materia.
Parece que las ciencias naturales lo prohíban, pero el mundo no es estático. Se
habla de una evolución hacia un desmoronamiento, y de la acción de plenitud,
como un dilema. “El mensaje cristiano aguarda ambas cosas al mismo tiempo: el
desmoronamiento como última etapa del camino propio del cosmos, la plenitud
por la nueva fuerza que viene de fuera y que se llama Cristo. Claro que la fe no
ve en Cristo algo meramente externo, sino el punto de partida propiamente tal de
todo ser creado, que, en consecuencia, y viniendo ‘de fuera’, puede llenar lo más
íntimo del cosmos.

”Como conclusión quedémonos con esto: no hay manera


alguna de imaginarse el mundo nuevo. Tampoco disponemos de
ninguna clase de enunciados concretos que nos ayuden a
imaginarnos, de alguna manera, como el hombre se relacionará
con la materia en el mundo nuevo y cómo será el ‘cuerpo
93
Vida más allá de la muerte
resucitado’. Pero sí que tenemos la seguridad de que la dinámica
del cosmos lleva a una meta, a una situación en la que materia y
espíritu se entrelazarán mutuamente de un modo nuevo y
definitivo. Esta certeza sigue siendo también hoy, y precisamente
hoy, el contenido concreto de la creencia en la resurrección de la
carne” (ESC). En las pláticas con los niños les pregunto: ¿el cuerpo
glorioso de Jesús está con llagas o sin llagas? Y surge la duda,
pensando en un cuerpo estático… ¿una anciana con artrosis, o
enferma o que le falta un brazo, estará así en el cielo? ¿Tendremos
el cuerpo del momento de morir? ¿O si no es como una foto de
ese momento, a qué edad corresponderá? Pienso que con estas
breves preguntas se sitúa la cuestión y podemos imaginar que
nuestro cuerpo será más bien –después de lo que hemos dicho
podemos resumirlo así- el disco duro de un ordenador donde en
su memoria guarda la información de toda nuestra vida, como una
película que tiene todo el material de la vida (vivencias) y puede
aparecer en una secuencia determinada, como vimos que Jesús se
aparece a quien quiere y como quiere, en un estado por así decir
supra-material, que no tiene materia pero que se puede hacer
materia porque tiene relación con ella (cuerpo espiritualizado, dice
S. Pablo), que puede ir de aquí para allá instantáneamente o
atravesar los cuerpos sólidos, organizarse de un modo semejante a
los cuerpos que van a la velocidad de la luz, que en cierto modo
no están sometidos al tiempo y espacio…

5. Adviento: venida del Señor.


Adviento no significa “espera”, sino que es la traducción de la palabra griega
“parusía”, que significa “presencia”, o mejor dicho, “llegada”, es decir “presencia
comenzada” y se usaba en la a la llegada de un rey importante o señor en la
antigüedad, y ya hemos visto que Jesús está ya presente, de una manera oculta,
pero no de una manera total, sino que está en proceso de maduración, “y somos
nosotros, los creyentes, quienes, por su voluntad, hemos de hacerlo presente en el
mundo. Es por medio de nuestra fe, esperanza y amor como Él quiere hacer brillar
la luz continuamente en la noche del mundo. De modo que las luces que
encendamos en las noches oscuras de este invierno serán a la vez consuelo y
advertencia: certeza consoladora de que ‘la luz del mundo’ se ha encendido ya en
la noche oscura de Belén y ha cambiado la noche del pecado humano en la noche
santa del perdón divino; por otra parte, la conciencia de que esta luz solamente
puede –y solamente quiere- seguir brillando si es sostenida por aquellos que, por
ser cristianos, continúan a través de los tiempos la obra de Cristo. La luz de Cristo
94
Esperanza y salvación
quiere iluminar la noche del mundo a través de la luz que somos nosotros; su
presencia ya iniciada ha de seguir creciendo por medio de nosotros… debemos
recordar que el inicio que se produjo en Belén ha de ser en nosotros inicio
permanente, que aquella noche santa es nuevamente un ‘hoy’ cada vez que un
hombre permite que la luz del bien haga desaparecer en él las tinieblas del
egoísmo… el Niño-Dios nace allí donde se obra por inspiración del amor del
Señor, donde se hace algo más que intercambiar regalos.
Adviento significa presencia de Dios ya comenzada, pero también tan sólo
comenzada. Esto implica que el cristiano no mira solamente a lo que ya ha sido y
ya ha pasado, sino también a lo que está por venir. En medio de todas las
desgracias del mundo tiene la certeza de que la simiente de luz sigue creciendo
oculta, hasta que un día el bien triunfará definitivamente y todo le estará
sometido: el día que Cristo vuelva. Sabe que la presencia de Dios, que acaba de
comenzar, será un día de presencia total. Y esta certeza le hace libre, le presta un
apoyo definitivo” (Ratzinger).
Jeremías (33,14-16) en la lectura que recoge el primer domingo proclama el
oráculo del Señor: “suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y
derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán
tranquilos, y la llamarán así: "Señor-nuestra-justicia"”: «levantaos, alzad la
cabeza»: Un nuevo adviento llama a nuestra puerta, / un adviento que es portada
/ de un año surcado de recuerdos. // Adviento de un hombre que busca; / que ha
desencantado muchas cosas, / pero que se siente internamente vacío; / que ha
anunciado la muerte de Dios, / para crear nuevos dioses de mentira; / que se
embota con objetos de oropel / y ha perdido el sabor de lo sencillo...
Adviento de un Dios que nos busca / y sale siempre a nuestro encuentro; /
que sigue creyendo en los hombres / a pesar de nuestros olvidos y rechazos; / que
hace nacer nuevas esperanzas / de nuestras cenizas y desilusiones; / que siempre
empuja a los hombres / a crear justicia y derecho en la tierra.
En un nuevo adviento más, / cargado de recuerdos y memorias, / Dios llama
a nuestro corazón: / «Levantaos, alzad la cabeza»; / no oteéis mares desconocidos;
/ mirad a vuestro interior; / allí hay una riqueza mayor / que la que cargaban las
naves de Indias.
«Estad siempre despiertos»; / porque hay una brújula y una estela / que lleva
a puertos de esperanza / a pesar de nuestras quiebras y naufragios. / «Se acerca
vuestra liberación»: / no buscada con espadas y corazas, / sino con una cruz
salvadora / que hermana a hombres de toda raza.
Adviento que nos dice quedamente: / «Levantaos, alzad la cabeza», / Dios
sigue creyendo en el hombre; / el hombre puede navegar hacia Dios. / Timonel:
endereza tu rumbo. / Alza la cabeza... / Alza el corazón... (Javier Gafo).
El "Libro de la Consolación" del profeta es un mosaico de oráculos que hablan
de la salvación del pueblo: el yugo opresor es roto, la herida enconada es
curada..., y además de épocas muy diversas. Nos habla de la restauración de Judá
y de Jerusalén. El texto responde a una situación de profunda depresión del
sentimiento nacional y religioso, tal y como fue la de los años 520 al 444, según
la describen otros textos bíblicos de la época (cf Mal 3,14s). Después del destierro
y antes de la reconstrucción de Jerusalén, el pueblo necesita ser alentado en sus
95
Vida más allá de la muerte
esperanzas y, después del fracaso de la monarquía, el pueblo pondría su confianza
en el rey que aún tenía que venir, en el rey ideal que le había sido prometido, en
el Mesías que había de nacer de la estirpe de David. En el contexto literario del
libro de Jeremías, concretamente en el capítulo 33, el presente texto viene a
confirmar la fe en la promesa anunciada anteriormente sobre el "vástago de
David" (23,5s), promesa que arranca de la profecía de Natán (2 Sam 7) y cuyo
sentido se aclara a partir de Isaías (4,2).
Aquí se cita el "oráculo del Señor del capítulo 23, 5s y se ratifica la misma
promesa; pero se cambia un poco su sentido y se destaca la distancia que media
hasta su cumplimiento. No va a suceder inmediatamente, en los días venideros,
sino en "aquellos días y en aquella hora". Por otra parte, el sentido originario
referente a un Mesías personal se debilita: el "vástago de David" no parece ser ya
directamente un "rey prudente" (como en 23,5), sino toda una descendencia o
todo un pueblo, por cuya razón se dará el nombre de "Señor-nuestra-justicia" a
toda Jerusalén y aun a toda Judá y no a un solo personaje (como en 23,6). Sin
embargo, debemos advertir que el sentido individual y el colectivo son
correlativos, como lo son las realidades significadas: el rey y el reino davídico, el
Mesías y el reinado de Dios. No puede haber un Mesías sin un pueblo mesiánico
(“Eucaristía 1982”).
Busca en la fe tu respuesta. El Mesías-Dios-justicia no sólo vino, sino que se
quedó con nosotros. Pero su presencia es dinámica y con tensión escatológica.
Vino, pero aún tiene que venir. Está, pero no del todo. Actúa, pero se vale de
nosotros. No reparte frutos, sino semillas. Crece a la manera del fermento, pero
deja crecer también a la cizaña. Por todo ello conviene celebrar el Adviento
(“Caritas”).
El Salmo (24) reza: “A ti, Señor, levanto mi alma”. Todo el salmo oscila entre
dos polos: lo que ha hecho o lo que hace el Señor, y lo que ha hecho o hace el
salmista. Dios es presentado como el que indica el camino justo a seguir: “Hace
caminar a los humildes con rectitud, / enseña su camino a los humildes. / Las
sendas del Señor son misericordia y lealtad, / para los que guardan su alianza y sus
mandatos” (v 9-10). Incluso quien se ha equivocado no es abandonado a sí
mismo: “El Señor es bueno y es recto, / y enseña el camino a los pecadores” (v 8).
Basta con tender hacia el bien, no a lo que nos gusta y es cómodo, para que él
siempre esté allí, dispuesto a señalar el camino que hay que recorrer: “¿Hay
alguien que tema al Señor? / El le enseñará el camino escogido” (v 12). Pero
«temer» al Señor no quiere decir echarse a temblar ante él, estar aterrorizados
por este amo supremo. El temor desemboca en el don de su amistad: “El Señor
se confía con sus fieles / y les da a conocer su alianza” (v 14).
Y aquí brota espontáneamente la referencia a las palabras de Cristo; «Ya no
os llamo criados, porque el criado no sabe qué hace su señor: a vosotros os he
llamado amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he escuchado a mi
Padre» (Jn 15,15). Tenemos por tanto, un Dios que ofrece su propia amistad. Un
Dios que enseña a todos el camino a seguir. Y el hombre ¿qué hace? El hombre
está empeñado en alejarse por los caminos opuestos a los indicados por el Señor.
Trabaja infatigablemente para producir pecados. Por eso el salmista, sin pararse en
excusas o justificaciones pueriles, no duda en dirigirse al Dios que perdona los
96
Esperanza y salvación
pecados: “Por el honor de tu nombre, Señor, / perdona mis culpas, que son
muchas” (v 11). No hay gesto más noble y liberador que golpearse el pecho
reconociéndose culpable. Señor, estoy mal; soy un miserable; por eso: “Mira mis
trabajos y mis penas / y perdona todos mis pecados” (v 18). Son tan numerosos
como mis enemigos. Mejor, puedo decir que tengo tantos enemigos crueles como
culpas: “Mira cuántos son mis enemigos, / que me detestan con odio cruel” (v 19).
Por otra parte, tú, Señor, tienes ya en tus manos la lista de mis pecados. Por tanto,
date prisa en cancelar todo. El salmista en su oración se hace atrevido. Llega a
sugerir al Señor lo que debe olvidar. “No te acuerdes de los pecados / ni de las
maldades de mi juventud” (v 7).
Y también lo que debe recordar: “Recuerda, Señor, que tu ternura / y tu
misericordia son eternas” (v 6). Y si te quieres acordar de mí no te pares en mis
imbecilidades: “Acuérdate de mí con misericordia” (v 7). En otras palabras,
recuerda cuánto amor, cuánta paciencia y cuántos sufrimientos te he costado. En
definitiva, el autor de esta oración elige el caer en la emboscada de la
misericordia: “Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí, / que estoy solo y afligido”
(v 16). Soy un pecador, soy un miserable, pero me he agarrado a un cable que a
pesar de todo no he soltado: «en ti confío» (v 2), «tú eres mi Dios y mi salvador»
(v 5). Mi esperanza no será defraudada (v 2); el haberme agarrado con todas las
fuerzas a esa cuerda no habrá sido en vano. Y ahora voy a tu escuela: “Señor,
enséñame tus caminos, / instrúyeme en tus sendas, / haz que camine con lealtad;
enséñame”... (v 45). Sobre todo te recomiendo que no pierdas la paciencia con
este alumno de cabeza dura... (Alessandro Pronzato).

¡No me falles, señor! «En ti confío; no sea yo confundido». ¿Caes en la


cuenta, Señor, de lo que te sucederá a ti si tú me fallas y yo quedo avergonzado?
Con derecho o sin él, pero llevo tu nombre y te represento ante la sociedad, de
modo que, si mi reputación baja... también bajará la tuya junto con la mía.
Estamos unidos. Mi vergüenza, quieras que no, te afectará a ti. Por eso te suplico
con doble interés: Por la gloria de tu nombre, Señor, ¡no me falles!
He dicho a otros que tú eres el que nunca fallas. ¿Qué dirán si ven ahora que
me has fallado a mí? He proclamado con plena confianza: ¡Jesús nunca
decepciona! ¿Y me vas a decepcionar a mí ahora? Eso hará callar a mi lengua y
suprimirá mi testimonio. Pondrá a prueba mi fe y hará daño a mis amigos.
Retrasará tu Reino en mí y en los que me rodean. No permitas que eso suceda,
Señor.
Ya sé que mis pecados se meten de por medio y lo estropean todo. Por eso
ruego: «No te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud;
acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor. Por el honor de tu
nombre, Señor, perdona mis culpas, que son muchas». No te fijes en mis
maldades, sino en la confianza que siento en ti. Sobre esa confianza he basado
toda mi vida. Por esa confianza puedo hablar y obrar y vivir. La confianza de que
tú nunca me has de fallar. Esa es mi fe y mi jactancia. Tú no le fallas a nadie. Tú
no permitirás que yo quede avergonzado. Tú no me decepcionarás.
Se me hace difícil decir eso a veces, cuando las cosas me salen mal y pierdo la
luz y no veo salida. Se me hace difícil decir entonces que tú nunca fallas. Ya sé que
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Vida más allá de la muerte
tus miras son de largo alcance, pero las mías son cortas, Señor, y mi medida
paciencia exige una rápida solución cuando tú estás trazando tranquilamente un
plan muy a la larga. Tenemos horarios distintos, Señor, y mi calendario no encaja
en tu eternidad. Estoy dispuesto a esperar, a acomodarme a tus horas y seguir tus
pasos. Pero no olvides que mis días son limitados, y mis horas breves. Responde a
mi confianza y redime mi fe. Dame signos de tu presencia para que mi fe se
fortalezca y mis palabras resulten verdaderas. Muestra en mi vida que tú nunca
fallas a quienes se entregan a ti, para que pueda yo vivir en plenitud esa confianza
y la proclame con convicción. Dios nunca le falla a su Pueblo. Los que esperan en
ti no quedan defraudados» (Carlos G. Vallés).

Estamos Llamados a la paz… Vivimos en un mundo de exigencias y prisas,


entre miedos y estrés, con falta de interioridad y tiempo para gozar ese momento
presente, y contemplar con paz el don del “aquí y ahora”. A veces nos quedamos
como apenados por una ocasión perdida, tenemos la tentación de mirar atrás con
la pena de no haberlo sabido hacer mejor. Acabo de leer "Llamados a la vida", de
Jacques Philippe, donde habla de que el mayor don que tenemos es precisamente
la vida, donde recibimos siempre una llamada de Dios, que es continua.
Podríamos decir que nuestra vida no tiene un plan único que si se pierde nada
vale la pena, sino que siempre hay un "plan B", la vida no es un tren que se puede
perder sino que siempre pasa un tren a los 5 minutos siguientes, aunque a veces
sea un plan de viaje distinto, pero sirve igualmente. Es una pena ver cómo alguno
se siente engañado, con un sentimiento de impotencia, como que si no ha llegado
a una cierta “talla” para una competición, ya no hay nada que hacer, pues la idea
es equivocada por partida doble: ni la santidad depende de marcas de record de
nuestros esfuerzos, ni la falta de éxito nos convierte en derrotados, lo que nos
llevaría al desánimo y tristeza que es fuente de todos los vicios: "sin llamada, el
hombre quedaría encerrado en su pecado... por orgullo, el hombre se niega a
recibir la vida y la felicidad de manos del Padre en medio de una dependencia
confiada y amorosa. Pretende ser su propia fuente de la vida (y a veces su propia
satisfacción). Como consecuencia surgen numerosas sospechas, temores e
inquietudes, así como una exacerbación de la concupiscencia. Al no esperar ya de
Dios la felicidad a la que aspira, y queriendo obtenerla por sí mismo, el hombre
pecador tiende a apropiarse ávidamente de todo un conjunto de bienes que
considera capaces de colmarle: la riqueza, el placer, el reconocimiento, etc."

Lo dijo bien claro Jesús: “¡No he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores!" Esta frase manifiesta la infinita misericordia de Dios, que llama al
hombre no en virtud de sus méritos, sino por pura bondad, y que no desea que
se quede prisionero de su pasado; siempre quiere proponerle un futuro,
cualesquiera que sean sus equivocaciones. Pero “este texto tiene también por
objeto hacer comprender que el medio más eficaz para salir del pecado y de la
miseria, no es el de culpabilizarnos o afligirnos: es el de abrirnos a las llamadas
que Dios no deja de dirigirnos hoy, cualquiera que sea nuestra situación... sin esas
llamadas, el hombre permanecería encerrado en los límites de su psiquismo, de sus
imaginaciones, de sus impulsos y de sus fantasmas... entre la representación
98
Esperanza y salvación
psíquica que hacemos de la realidad, y lo que esta realidad es en su verdad y en su
belleza profunda, puede haber una importante distorsión. No es lo real lo que
nos aprisiona, son nuestras representaciones. Así mismo, la interpretación y el
peso de nuestras emociones no siempre están en proporción con la realidad de
las cosas. Unas realidades de importancia capital pueden dejarnos
emocionalmente indiferentes, mientras que cosas de escasa importancia tienen
en ocasiones una desmesurada resonancia afectiva en nosotros”, y así la imagen
que tenemos de la felicidad, “la representación psíquica de lo que creemos
capaz de hacernos felices, no suele tener más que una lejana relación con la
felicidad efectiva, y realmente no puede colmarnos” las cosas que pensamos
ahora “tienen una parte de verdad, y eso hay que tomarlo en cuenta, pero son
limitadas y a veces engañosas. Han de convertirse permanentemente para
abrirse a la riqueza de lo real que Dios nos propone, que es más vasto y más
fecundo que cualquier elaboración psíquica”. Tendemos a sugestionarnos por la
última cosa que nos ha influenciado pero no es la más importante, necesitamos
un tiempo para situarla en el contexto de lo real, y “esta apertura a la auténtica
realidad no se produce sin dolores ni renuncias, sin luchas ni agonías. Es trabajo
que se ha de reemprender siempre, y jamás acaba aquí abajo, pero que permite
acceder a una vida cada vez más rica y abundante". Además, nos abre a una
esperanza de que lo mejor siempre está por llegar…

San Pablo pide a los Tesalonicenses (1 Tes 3,12-4,2) que Dios les conceda
“amor mutuo y amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os
fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva
acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios,
nuestro Padre”. Exhortación de la ética cristiana: el amor en la conducta percibirla
como don de Dios, no como puro esfuerzo voluntarístico. El recuerdo a la vuelta
del Señor es una motivación del tal conducta. El cristiano vive esperando y con la
mirada fija en el futuro, no sólo en el pasado. No es propio de él un género de
vida pasivo o resignado, melancólico o retrógrado, sino en tensión gozosa y
pacífica esperando su encuentro definitivo con Jesucristo. Lo espera no cruzado de
brazos, sino viviendo el amor activo y concreto. De este modo está adelantando
lo que va a ser su existencia última y plena. Además tiene ejemplos y animación
de los propios hermanos, acompañado por cuantos creen en Cristo (Dabar 1988).
La vida cristiana está siempre en camino por vías de esperanza hasta que el Señor
venga, pide a Dios que aumente el amor cristiano en aquella comunidad hasta el
colmo y que los haga santos e irreprensibles, en la perspectiva que abre la
esperanza en la venida del Señor. Porque el Señor vendrá y nos juzgará a todos
sobre el amor. Mientras tanto, hay que creer sin medida en el amor y hay que
pedir constantemente a Dios lo que todavía nos falta. Pablo suele llamar "santos"
a los fieles, pero en este pasaje se refiere a los ángeles que acompañarán al Señor
en su venida gloriosa y no a los fieles que murieron y ya están en el cielo. Los
ángeles significan el poder y la majestad del Señor (cf Zac 14,5; Mt 16,27; Mc
8,38). Aunque no ha escatimado alabanzas a la conducta de los tesalonicenses,
Pablo insiste de nuevo en que deben seguir progresando. Pues en esto del amor
siempre andamos a la zaga de sus exigencias, siempre estamos en deuda. Hay que
99
Vida más allá de la muerte
amar a los hermanos y a todos los hombres, e incluso a los enemigos (cf Gal 6,10;
Rm 12,17). Ningún cristiano puede llegar tan lejos en el amor que diga que ya
ama lo suficiente y que ya es perfecto, pues debe ser perfecto sin límites. Sabiendo
que sólo agrada a Dios el que le imita, el que trata de ser perfecto como Dios es
perfecto. Y Dios es Amor (1 Jn 4,8.16). En nombre de Jesús, que es el Señor.
Ahora les anima a ser fieles a las instrucciones recibidas (“Eucaristía 1982”).
La salvación que Cristo ha traído no está ya totalmente realizada. Es una
realidad en expansión que avanza hacia su cumplimiento escatológico, hacia la
realización del mundo en Cristo resucitado. Así la Iglesia de Cristo es por
definición una iglesia en camino, convocada para ser enviada en misión. Sólo una
Iglesia en camino puede poner en camino al mundo. Ser Iglesia y ser enviado es
un don que comporta una responsabilidad. El dinamismo, los imperativos de la
historia, el Señor que viene y la salvación exigen la colaboración del hombre. El
hombre no está nunca satisfecho de sí mismo, ni de sus realizaciones. Está siempre
en tensión hacia un futuro mejor (P. Franquesa). El amor no debe tener medida,
porque nunca se ama con medio corazón. Hay que amar con todo el corazón,
con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas. Hay que amar a los de
casa, pero también a los de fuera. El amor es la vida, que no se puede vivir nunca
a medias. ¡Quién pudiera decir de sí mismo que rebosa de amor! Aunque
tampoco es ésta la mejor manera de amar, porque el amor no es algo que se
tiene, sino algo que se vive, algo que se es (Caritas).
San Lucas (21,25-28.34-36) nos recoge unas palabras de Jesús: «Habrá signos
en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas
por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el
miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se
tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran
poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se
acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio,
la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día;
porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre
despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y
manteneros en pie ante el Hijo del hombre.» El caos fantástico del final de la
historia, nos remite al caos fantástico de los comienzos (Gen. 1,2), cuando la
Palabra de Dios introdujo armonía, belleza y bondad. Al final de las historia
volverá a resonar esa misma Palabra poderosa, pero entonces será la Palabra
encarnada, Jesús de Nazaret. Y se producirá armonía y bondad; lo que Lucas
llama liberación (v 28). La humanidad dejará de caminar bajo el yugo de sus
propias creaciones injustas, esclavizantes y angustiadoras. Será la nueva
creación. Hablando con propiedad, no se tratará de un final, sino de la
manifestación desvelada de la verdadera finalidad de toda la existencia humana.
Esta esperanza liberadora no es pasiva. Al contrario, está hecha de esperas activas,
de vigilancia, de preparación (Dabar 1976). A la observación hecha por algunos
sobre la belleza de este templo, Jesús contrapone el futuro de destrucción que le
amenaza. Esta destrucción, sin embargo, no debe confundirse con la implantación
definitiva y feliz del Reino de Dios, la cual estará precedida por un tiempo de
protagonismo religioso no judío. En este punto entronca el texto de hoy. "Se
100
Esperanza y salvación
acerca vuestra liberación". La descripción de la llegada del Hijo del Hombre está
tomada también de un libro apocalíptico como es el libro de Daniel. Por último,
el texto se hace interpelativo: tened cuidado, estad siempre despiertos. La
traducción litúrgica añade inexactamente una tercera interpelación: manteneos en
pie. El texto original dice más bien lo siguiente: "Estad siempre despiertos,
pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y poder así
manteneros en pie ante el Hijo del Hombre". Lo que está por venir no se refiere
al cataclismo cósmico, sino al futuro de dificultad y de sufrimiento que le espera al
cristiano comprometido. Las dos interpelaciones van dirigidas a estos cristianos y
quieren ser una invitación a vivir con la atención puesta en el reino de Dios por
llegar y a no desfallecer a causa de las dificultades.
Lucas, al referirse al Templo, no pretende necesariamente anunciar el fin del
mundo (que los judíos asociaban al Templo), no hace más que amoldarse al
género literario de los apocalipsis para decir, tan sólo, que la caída de Jerusalén
será una etapa decisiva en la implantación del reino de Yahvé en el mundo. La
intervención de toda la naturaleza en el momento de la caída de Jerusalén sigue
siendo un reflejo de una concepción bíblica que presenta el reino mesiánico como
una nueva creación que pone en entredicho los fundamentos de la antigua (Jl 3,1-
5; Ag 2,6; Is 65,17). La caída de Jerusalén es, así, la aurora de una creación de
nuevo cuño.
Después de haber subrayado la repercusión cósmica del hundimiento de
Jerusalén, Lucas anuncia la "venida del Hijo del hombre entre nubes" (v 27). Se
trata, evidentemente, del misterioso personaje anunciado por Daniel (7,13-14) y a
quien se confiará el juicio de las naciones. Para Lucas, esta manifestación del Hijo
del hombre-Señor de los pueblos coincide con la caída de Jerusalén. Se
comprende mejor esta sustitución si se tiene presente que el templo era
considerado precisamente como el punto de la gran concentración de las naciones
bajo el imperio de Yahvé (Is 60) y que Cristo tuvo especial cuidado en atribuir esa
prerrogativa a "aquel que viene" o a "aquel que viene sobre la nube" (Mt 21,61-64;
23,37-39). "Venir sobre la nube" designa un personaje aureolado por la gloria
divina: los cristianos aplicarán, pues, sin dificultad, esta expresión a Cristo
resucitado. Cristo "viene sobre la nube" desde el momento de su resurrección, y
todo acontecimiento que sirve para establecer su soberanía sobre el mundo es una
nueva "venida sobre la nube" de aquel que ha adquirido todo imperio sobre el
mundo, para ser siempre y hasta el fin de los tiempos "El que viene" (Ap 1,7; cf Ap
14,14). Se puede, pues, decir que el tiempo de la Iglesia, inaugurada con la
resurrección, y, más concretamente, el día en que la Iglesia se liberó totalmente
del judaísmo, constituye la "venida del Hijo del hombre".
Después de haber hecho de la caída de Sión el acontecimiento inaugural de la
nueva creación y que constituye una etapa importante en la "venida del Señor",
San Lucas pasa a las aplicaciones morales. Se dirige en particular a la "generación"
de sus contemporáneos (vv 31-32) para enseñarla a ver en la caída de Sión un
"signo" de la "proximidad" del Reino (vv 27-31). Por lo demás, esa proximidad no
es esencialmente de orden temporal, como si el fin del mundo fuera a producirse
de inmediato; se trata más bien de una proximidad ontológica: en cada
acontecimiento de la historia de la salvación y de la historia de los hombres, el
101
Vida más allá de la muerte
Reino futuro está presente y se trata de aprender a descubrirlo. La vigilancia es
precisamente la virtud de aquel que está bastante preocupado por la extensión de
la soberanía del Hijo del hombre para descubrirla en germen en cada uno y "en
todo". La caída de Jerusalén ha sido un jalón en la venida del Señor sobre la nube
porque ha obligado a la Iglesia a abrirse decididamente a las naciones y a
establecer un culto espiritual, liberado del particularismo del templo. Pero cada
etapa de la evangelización del mundo, vinculada, por lo demás, a cada etapa de
humanización del planeta, es también un jalón de esa venida del Hijo del hombre.
Cada conversión del corazón, mediante la que el hombre se abre más y más a la
acción del Espíritu del Resucitado y cuenta un poco menos con la "carne", es una
nueva manifestación de esa venida. Cada asamblea eucarística, reunida
precisamente "hasta que El vuelva" y beneficiaria de esa gloria y de ese poder del
Hijo del hombre sobre la nube, es, finalmente, el jalón por excelencia de ese
acontecimiento (Maertens-Frisque).
Estamos ante el misterio del Reino de Dios. Frente a la desesperanza, la
presencia gloriosa del Hijo del Hombre que devuelve lo que parecía imposible: la
ilusión, la certeza de nuestros mejores sueños, es decir, de los sueños utópicos.
Alzad la mirada. Estad atentos. No os encerréis y empobrezcáis en las cuatro
paredes de una vida sin horizontes. Huid de una vida miope, rastrera. Se trata de
todo un programa, de toda una actitud que debe caracterizar a quien se diga
cristiano (Dabar 1982). En el anuncio original de Jesús, el acontecimiento del
último día se concentró totalmente en el retorno del Señor. Ahora bien, en la
primera comunidad, esta misma espera se fue clarificando en el sentido de que era
precisamente su Señor glorificado el que había de retornar como administrador de
la causa de Dios, para llevar a cabo un juicio de purificación y liberación de la
creación, y, después, devolver a Dios el dominio sobre el mundo (cf 1Co 15,25-
28). Así se resume, pues, la expectativa escatológica en la confiada figura del
Señor. Los bautizados reconocerán al Hijo del Hombre, que vendrá sobre la nube
(v 27), revestido de la gloria del Señor, la cual -al contrario que las mismas
nubes(v 25s)- no producirá temor: ese temor natural que sobrecoja a las
bautizados será vencido de inmediato por el amable (inspirador de confianza)
acercamiento del Señor. Aquellos se pondrán en pie y levantarán su cabeza a la
vista del poder salvador (v 28). Desde esa presentación hace el evangelio una
llamada a la firmeza de la fe de los discípulos. Se exige, por tanto, que se atrevan
a salir al encuentro de la gloria de Cristo y que, en unión a él, se mantengan
firmes ante la magnificencia del suceso, es decir, ante la tremenda magnitud que
cobra una confrontación con la poderosa actuación de Dios al descubierto (no
oculta ya). El mantenerse firme y levantar la cabeza exige, a su vez, haber crecido
y haberse fortalecido, lo cual se aprende precisamente en la "escuela del
evangelio".
Adviento significa, por tanto, iluminar
los "últimos acontecimientos" en la actual
existencia de la iglesia y del individuo.
Navidad no es más que un signo de
promesa, una bondadosa predicción de lo
que está por acontecer. Quien madure para
102
Esperanza y salvación
comprender aquellas circunstancias, puede celebrar hasta infantilmente (con la
sencillez que exige Jesús a sus discípulos) la fiesta de Belén. Por lo demás, oración
y actitud de espera confiada (esperanza) preparan al discípulo para recibir "de pie"
al Señor (“Eucaristía 1988”).

El fin del mundo no es para los cristianos motivo de espanto, sino de una
gran esperanza, pues entonces serán liberados definitivamente. "El Hijo del
Hombre vendrá cuando nadie lo espere", como un ladrón en la noche (Lc 12,39s).
Por esta razón Jesús exhorta a sus discípulos para que vigilen y estén preparados.
Que el objetivo del "apocalipsis sinóptico" no sea otro que llamar a la vigilancia y,
consiguientemente, a la oración, está claro. De ahí que Mateo se extienda después
con una serie de parábolas alusivas a la vigilancia (como aquella tan conocida de
las vírgenes fatuas y las prudentes). Vigilar es estar atentos a lo verdaderamente
importante y decisivo, cuando todos nos empuja al despiste y al aturdimiento, al
sueño. Vigilar es tener los ojos muy abiertos en medio de la noche. El que vigila
está en pie, siempre "de puntillas" por la esperanza, a la expectativa de lo
sorprendente, de la sorprendente venida del Señor. Esto es también fijarse en las
señales o signos de los tiempos, responder en cada momento y situación a las
concretas exigencias del evangelio. La esperanza cristiana no es simplemente
estar a la espera, no es aguardar, sino preparar los caminos para la pronta
venida del Señor (“Eucaristía 1982”).
Jesús se expresó en las imágenes de la apocalíptica judía. Lo mismo hizo la
comunidad primitiva. En los sinópticos hay una evidente evolución en el
contenido de las afirmaciones escatológicas. En Marcos se siente el entusiasmo
escatológico de la primera comunidad. En Mateo la época de la Iglesia es ya más
larga y en Lucas el fin se traslada a una época lejana porque la etapa de la Iglesia
apenas ha empezado. Los sinópticos no intentan descubrir el fin del mundo, sino
exhortar a la perseverancia. Lucas insiste en la vigilancia para no dejarse absorber
por las preocupaciones terrenas. El discurso sobre la parusía, en Lucas, tiene un
carácter mucho más parenético (oratoria sagrada que anima a la vida moral,
exagerando algún aspecto para remover a mejorar) que en Marcos. En el centro
del discurso hay una apremiante invitación a la constancia sobria y vigilante. Lucas
no elimina la parusía, pero insiste en la disponibilidad. En este pasaje no se trata
de apocalíptica sino de escatología.
Las imágenes apocalípticas se usan para afirmaciones escatológicas. La
escatología significa simplemente espera y estructuración del futuro sobre la base
del pasado. Es inexacto hablar del fin del mundo, sino el inicio del mundo tal
como lo quiso y lo programó Dios. En lenguaje bíblico lo que llamamos fin del
mundo habría que llamarlo "el futuro del mundo". Es la transformación del
mundo, no su aniquilación. El mundo es el lugar de la encarnación de Dios. Es
evidente que la creación y la redención no actúan la una contra la otra, sino la
una en la otra... Hay que tomarse este mundo en serio. Dios se lo ha tomado
tan en serio que le dio a su propio Hijo (Jn 3,16: Pere Franquesa).

103
Vida más allá de la muerte
Esperar cielo y luchar confiadamente en lo de cada día:
“Viene el Señor nuestro Jesucristo desde el cielo; viene en gloria al
fin de este mundo, el último día; este mundo tendrá un fin, y el
mundo creado será renovado” (S. Cirilo de Jerusalén). Es muy
bonito lo dicho más arriba, de que aun cuando se usan las
metáforas apocalípticas de la época el mensaje de Jesús está claro:
“Tengo designios de paz, y no de aflicción. Me invocaréis, y yo
os escucharé”, dice el introito de la Misa de la semana 33 como
resumiendo estas ideas de fin de año-comienzo de año.

Vamos a aplicarlo a algo


diario y muy importante.
Supongo que por una mala
educación recibida, que ahora
prefiero no analizar, cuando
hago algo mal me puede entrar
mal humor y los demás pagan el
plato roto. Así, cuando un chico
tiene problemas en su pubertad
(con estudios, pereza, amistad, timidez, castidad, etc.), tiene mal
carácter con sus padres, que se preocupan por ello, él se cierra
más, y crea un círculo vicioso. El fundamento de todo esto
muchas veces es una tontería: enfadarme porque algo me ha
salido mal, en lugar de pensar que es normal que yo, vulnerable,
me equivoque. Nos han inculcado algo tan horrible como que
hay que ser perfectos “ya” y si no hay que estar tristes, cuando la
realidad revelada es que Dios está en mis circunstancias,
queriéndome y ayudándome: si perdemos la paz por algo que
hemos hecho, hemos de volver a pensamientos de paz, de bien.
Pensar en cosas bonitas, nos hace estar contentos… Como
aquella canción de la película “Sonrisas y lágrimas” (o “La
canción de la música” o “la novicia rebelde”, depende de las
traducciones por países), pues el Señor es el príncipe de la paz, y
lo que quita la paz no es de Dios. Para saber si una cosa es de
Dios, la primera regla es saber si da paz. Aunque sea una cosa de
pensar en que tengo pecados o no soy santo, si no me da paz,
eso no es religión, no es de Dios.
104
Esperanza y salvación

Si hacemos el bien, “el Señor no será para nosotros Juez, sino


amigo, hermano, Amor” (San Josemaría, Es Cristo que pasa, 165).
Dice una lectura de la segunda semana que el que vive la caridad
está salvado; es el pensamiento central de nuestra fe... ¿Y qué trae
esta paz, esta serenidad, este estado al alma que se siente hija de
Dios? Nos lleva a vivir abundantemente la caridad de Cristo y a
comunicarla a los demás. Esto da paz –seguía diciendo san
Josemaría-: Jesús no viene a condenarnos… viene a salvarnos, a
perdonarnos, a disculparnos, a traernos la paz y la alegría. Si
reconocemos esta maravillosa relación del Señor con sus hijos, se
cambiarán necesariamente nuestros corazones, y nos haremos
cargo de que ante nuestros ojos se abre un panorama
absolutamente nuevo, lleno de relieve, de hondura y de luz. En
aquel momento no habrá más que un abandonarse en Él, llenarse
de Dios, hemos de expulsar de nuestra alma toda sensación de
cobardía, frustración, pena o temor, angustia… pues “nuestro
Juez será el Hombre-Dios, quien siendo nuestro compañero y
amigo, defenderá nuestros intereses y tendrá compasión de
nuestras debilidades” (Newman).
La obra de Jesús, la misión del Padre, en cierto sentido no está
acabada. Volverá a terminar lo que comenzó, juzgar a vivos y
muertos. “El que persevere hasta el fin, ese será salvo”. La
perseverancia, podemos, tenemos los medios: “todo lo puedo en
aquel que me conforta”, “podemos cubrir aguas”, hay errores en
nuestra conducta y puedes perder la paz, paz que tenemos al
pensar en entregarnos (cf Forja 1038), con la contrición. “De esta
manera no se pierden ni siquiera las batallas perdidas…” No llevar
como una cola de cosas en la cabeza, de preocupaciones o de
pecados, de remordimientos y de tonterías… cortar con todo,
volver a Dios: con errores –todos los tenemos- pero cuando nos
llevan a Dios, nos hacen humildes; y también entonces hay que
decir felix culpa! Por eso, el acto de piedad que más le gustaba a
san Josemaría era el acto de contrición, y cuentan que le oían
predicar, no son palabras textuales: “¿Cómo no perder la
serenidad? Otras veces os he dicho: con rectitud de intención. Y
ahora añado: haciendo actos de contrición. Con los actos de
105
Vida más allá de la muerte
contrición mejora la vida espiritual, se llega a la serenidad, a la
paz; y a veces mejora también la salud física. Por eso he pensado
que quienes viven vida interior según nuestro espíritu, acaban
siendo necesariamente personas serenas, con menos facilidad
para enfermedades psíquicas, porque se ponen en manos del
Señor, que las lleva por el buen camino. ¿Queréis más serenidad?
Haced actos de contrición. ¿Queréis hasta bienestar físico? Haced
más actos de contrición”. Lo decía comentando aquellas palabras
de más arriba, que tomo de su homilía de Cristo Rey “Ego
cogito… yo tengo pensamientos de paz… cuando tú y yo
perdemos la paz, es –en aquel momento- como si nos apartáramos
un poquito del Señor… Hay que volver a la paz cuanto antes,
debemos pensar cosas de paz, cosas que dan serenidad y que nos
hagan eficaces en la labor de almas en el mundo”.
Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, dice la
Escritura. La auténtica sabiduría está en el Verbo, que es vida, el
árbol de la vida, que es como ese árbol que ponemos en Navidad
que nos recuerda que Jesús fue levantado en el árbol de la cruz
para atraer todas las cosas a él, para que quien lo mire quede
sanado, es también el de la ciencia, la que nos da el conocimiento
de la verdad, pero sobre todo el camino para la Vida, es la misma
Vida divina en la Eucaristía: ¡Ven, Señor Jesús!, decimos luego de la
Consagración, y es que lo recibimos en la comunión, y es que
viene. “Todavía no, pero sí”. “Vultum tuum Domine, requiram!”,
dice la Escritura: “¡buscaré tu rostro, Señor!”. “La fe es no soñar
recuerdos pasados”, canta una poesía, es un laboratorio, algo vivo:
“es necesario que nazcan flores en cada momento”. Hemos de dar
por bien empleados este montón de ratos de oración, de cosas
pequeñas empleadas en el servicio a Dios, que son lo más tupido
del tapiz de nuestra historia, quizá lo que forja lo decisivo de la
historia del mundo, donde el designio divino que no acabamos de
ver se mezcla con lo visible que sale en la prensa. Y en lo oculto
podemos rezar: “se alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi
carne descansa serena”.
La esperanza en el día del Señor da fuerza a la lucha. Con la
liturgia fomentamos esta fe, ese profundizar en el reino de Dios
que no es de este mundo, cuya figura pasa. Reconocer a Cristo en
106
Esperanza y salvación
cada persona, en nuestros pensamientos… Nos dice S. Pablo:
“vivamos ya como ciudadanos del cielo” (Fil 3,20), ese sentirnos
hijos de Dios en medio de todo, nos hace ser “almas
contemplativas, con diálogo constante, tratando al Señor a todas
horas; desde el primer pensamiento del día al último de la noche,
poniendo de continuo nuestro corazón en Jesucristo Señor
nuestro…” (san Josemaría, Es Cristo que pasa 126).
San Agustín comenta la venida que el Señor realiza cada día en
su Iglesia: “Y entonces verán al Hijo del hombre que viene sobre
una nube en gran poder y majestad (Lc 21,27). Veo que eso puede
entenderse en dos sentidos. Puede venir en la Iglesia cual sobre una
nube, como no cesa de venir ahora, según lo dicho: ahora veréis al
Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder viniendo sobre las
nubes del cielo (Mt 26,64). Pero entonces vendrá con gran poder
y majestad, porque aparecerá más en los santos su poder y
majestad divina, porque les aumentó la fortaleza para que no
sucumbieran en la persecución. Puede entenderse también que
viene en su cuerpo, el que está sentado a la derecha del Padre, en
el que murió, resucitó y ascendió al cielo, según está escrito en los
Hechos de los Apóstoles: Dicho esto, una nube lo recibió y lo
ocultó de sus ojos. Y allí mismo los ángeles dijeron: Así volverá,
como le habéis visto ir al cielo (Hch 1,9.11). Por eso tenemos
motivos para creer que vendrá no sólo en su cuerpo, sino también
sobre una nube; vendrá como fue, y al irse una nube lo recibió.
Es difícil juzgar cuál de los dos sentidos es el mejor. El sentido
obvio indica que al decir: Y entonces verán al Hijo del hombre
venir sobre una nube con gran poder y majestad se entiende que
viene por sí mismo y no por su Iglesia, cuando venga a juzgar a los
vivos y a los muertos. Pero debemos escrutar las Escrituras y no
contentarnos con ojear la superficie. Para nuestro ejercicio están
adaptadas de tal modo, que a fin de penetrarlas mejor, hemos de
examinar lo que sigue. Primero dice: Y entonces verán al Hijo del
hombre venir sobre una nube con gran poder y majestad. Luego
continúa: Cuando eso comience a acaecer, mirad y levantad la
cabeza, porque se acerca vuestra redención. Y les dijo esta
semejanza: Mirad la higuera y los otros árboles; cuando producen
fruto sabéis que está cerca el verano. Pues del mismo modo,
107
Vida más allá de la muerte
cuando viereis que esto se realiza, sabed que está cerca el reino de
Dios (Lc 21,28-31). Al decir: Cuando viereis, ¿a qué puede referirse,
sino a lo que hemos citado? Y una de las cosas citadas es: Y
entonces verán al Hijo del hombre venir sobre una nube con gran
poder y majestad.
Vemos que los dos evangelistas mantienen el mismo orden. Marcos dice: Y
las virtudes que están en los cielos se estremecerán. Y entonces verán al Hijo del
hombre venir sobre las nubes con gran poder y gloria. Y lo que Lucas refería a la
higuera y a todos los árboles, Marcos lo refiere a sólo la higuera: Aprended de la
higuera esta parábola: Cuando sus ramas están tiernas y nacen las hojas, conocéis
que se acerca el verano. Pues del mismo modo, cuando viereis que se realiza todo
esto, sabed que está cerca, a las puertas. ¿A qué se refiere “cuando viereis que se
realizan estas cosas”, sino a lo que citó antes? Y una de esas cosas es: “Y entonces
verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes con gran poder y gloria”; y
entonces enviará a sus ángeles y reunirá a sus elegidos. Luego no será entonces el
fin, sino la cercanía del fin.
Quizá se diga que las palabras Cuando veáis que se realizan estas cosas, no se
refieren a todas ellas, sino a algunas, y que se exceptúa esa parte: Y entonces
verán venir al Hijo del hombre, etc. Porque esta parte será ya el fin, no su
proximidad. Pero Mateo declara que no se ha de exceptuar nada al decir: Cuando
viereis que se realizan estas cosas, las virtudes de los cielos se estremecerán y
entonces aparecerá el signo del Hijo del hombre en el cielo, y entonces llorarán
todas las tribus de la tierra. Y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del
cielo con gran poder y majestad. Y enviará a sus ángeles con una trompeta y
grande voz, y congregarán de los cuatro vientos a sus elegidos, de lo más alto de
los cielos a su ínfimo extremo. Del árbol de la higuera, aprended la parábola:
cuando ya echa ramas tiernas y nacen las hojas, sabéis que se acerca el verano.
Pues así, cuando viereis estas cosas, sabed que está cerca, a las puertas (Mt
24,2933).
Luego sabremos que está cerca cuando viéremos todas estas cosas y no sólo
algunas; y entre ellas está esa de ver al Hijo del hombre venir, y enviar a sus
ángeles y reunir a sus elegidos de las cuatro partes del mundo, es decir, de todo el
mundo. Todo esto constituye la hora novísima, cuando el Señor venga, o bien en
sus propios miembros, o bien en toda la Iglesia, que es su Cuerpo, como una nube
grande y fértil que se viene extendiendo por todo el mundo desde que él
comenzó a predicar y decir: Haced penitencia, porque se acerca el reino de los
cielos (Mt 4,17). Luego quizá todas esas señales que los evangelistas dan de su
venida, si se comparan y analizan con mayor esmero, puedan referirse a la venida
que el Señor realiza cada día en su Iglesia, en su Cuerpo, de cuya venida dijo:
Ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder venir sobre las
nubes del cielo. Exceptúo aquellos pasajes en que promete y afirma que se acerca
su venida última en sí mismo, cuando juzgará a los vivos y a los muertos, y la
parte final de las palabras de Mateo, en que se refiere evidentemente a esa
venida, de cuya inminencia daba antes ciertas señales” (Carta 199).

108
Esperanza y salvación

Escatología y Eucaristía. Según esto, la misa no es una


repetición del único sacrificio de Cristo, sino más bien su
actualización, su representación; es el mismo sacrificio de Cristo
hecho presente en la fe y para la fe de la Iglesia. De manera que
los cristianos tenemos ocasión de asociarnos al sacrificio de Cristo,
de comprometernos con él en su entrega a Dios por todos los
hombres.
Además, porque confirma y ratifica esta voluntad de Dios con su propia
muerte. Es el testador y el ejecutor del testamento en una misma pieza. El es
también la víctima sacrificial que era necesaria en toda alianza en orden a
confirmarla. Víctima sacrificial de la alianza, mediador y garante de la misma. Este
es precisamente el sacrificio de Cristo ofrecido de una vez para siempre. Tan
eficaz que no necesita repetirse. Porque por él hemos alcanzado el verdadero
perdón de los pecados.
Por eso termina el texto: "Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los
pecados de todos. La segunda vez aparecerá sin ninguna relación al pecado,
para salvar definitivamente a los que lo esperan". Cristo aparecerá por segunda
vez. Lo mismo que el sumo sacerdote judío aparecía ante el pueblo después de
haber realizado la expiación de los pecados de su pueblo en el gran día de la
expiación, así también Cristo volverá a aparecer ante su pueblo -la parusía.
Pero esta segunda aparición gloriosa ya no guarda relación alguna con el
pecado, vendrá a introducir a su pueblo en el gozo definitivo y eterno de los
bienes que su sacrificio nos proporciona.
La nueva Alianza de la que Cristo es mediador es una alianza eterna, no
solo por interminable, sino porque pertenece a la eternidad del santuario
celestial, única realidad (8,5). Según este texto, la alianza primera no es sólo la
del A. T., sino todo lo que pertenece al tiempo, lo caduco y pasajero, lo que
queda aún del hombre viejo en cada cristiano. Tenemos que ir haciendo
presente en nuestra vida la Alianza eterna venciendo todo lo que haya de
pecado y egoísmo en nuestro corazón y dejando que Jesús, el más fuerte, venza
y ate a Satanás, el tentador (Mc 3, 22-30).
Cristo, mediador de la Nueva Alianza, es el medio eficaz para hacer que el
hombre tenga acceso a Dios y alcance la verdadera comunión con Dios. Para
ello era necesaria la muerte de Cristo ¿Por qué? Para entender la argumentación
empleada por el autor de la carta es necesario recordar o hacer saber que la
palabra griega que nosotros traducimos por alianza -la palabra diazeke- puede
también significar "última voluntad" o testamento. En nuestro texto debe ser
entendida en este último sentido, ya que el testamento sólo adquiere eficacia y
entra en vigor después de la muerte del testador. La nueva alianza entró en
vigor después de la muerte de Cristo. Cristo mediador de la nueva alianza. No
sólo ni principalmente porque es el intermediario entre las dos partes
contratantes: entre Dios y el hombre, como representante de los hombres ante
Dios (su Pontífice) y de Dios ante los hombres (su Enviado) sino sobre todo
109
Vida más allá de la muerte
porque es el representante de Dios en la determinación y manifestación de su
voluntad -su testamento- para con el hombre. Además, porque confirma y
ratifica esta voluntad de Dios con su propia muerte. Es el testador y el ejecutor
del testamento en una misma pieza. El es también la víctima sacrificial que era
necesaria en toda alianza en orden a confirmarla. Víctima sacrificial de la
alianza, mediador y garante de la misma. Este es precisamente el sacrificio de
Cristo ofrecido de una vez para siempre. Tan eficaz que no necesita repetirse.
Porque por él hemos alcanzado el verdadero perdón de los pecados.
Este pasaje de hoy nos proporciona importantes clarificaciones sobre el
sacrificio de Cristo y sobre la celebración eucarística. En primer lugar, se subraya la
superioridad del sacrificio de Cristo: nuestros santuarios están construidos por
manos humanas, son copias del verdadero santuario. En este es en el que Cristo
entró, en el cielo mismo, para mantenerse ahora ante Dios intercediendo por
nosotros. Cristo es, pues, para nosotros un perpetuo intercesor. Lo que le ha
valido la entrada en ese santuario celeste es la ofrenda de su sacrificio. Este es un
sacrificio perfecto y único; no tiene por qué ser repetido, ya que Cristo no ha
ofrecido sangre ajena, sino la propia; por eso no tiene que sufrir más veces su
pasión. Ofreció su sacrificio una vez por todas para destruir el pecado. Se ofreció
muriendo una sola vez por nuestros pecados, y le queda aparecer una segunda
vez, no ya para el pecado, sino para tomar consigo a todos los que le esperan.
Esta ofrenda única y de valor infinito del sacrificio de Cristo no significa que la
celebración eucarística no sea un verdadero sacrificio. La voluntad del propio
Cristo es que lo ofrezcamos "en memoria suya", cosa que no quiere decir "como
un recuerdo espiritual", sino actualizando el único sacrificio que él ofreció.
Nosotros actualizamos ahora aquel único sacrificio a fin de que la Iglesia y cada
uno de los bautizados puedan ofrecerlo con Cristo que intercede siempre por
nosotros. Aunque el sacrificio de la cruz es "renovado", eso no quiere
evidentemente decir que es re-comenzado por Cristo; su sacrificio ha sido
ofrecido una sola vez y una vez por todas; pero si es actualizado, según la
propia voluntad de Cristo, para que podamos tomar en él nuestra parte
activamente (Adrien Nocent).
El entrelazarse del ahora y luego, el apagarse del sol, luna y estrellas, es
algo que ya ha ocurrido (Gal 4,3; Col 2,8) y todavía ha de venir, la trompeta
de la palabra convoca a los hombres “pero se trata de algo que todavía tendrá
que hacer. Cada eucaristía es parusía, venida del Señor, y cada eucaristía es, con
todo, preponderantemente tensión del anhelo de que revele su oculto
resplandor” (ESC). Hay un “ir” que es la cruz y un “venir” que es la resurrección
que se entrelazan con el ir al cielo y el venir que es el final de los tiempos.
Crucificado, Jesús se va, y viene continuamente a nosotros. La parusía se
convierte entonces en una “explicación de la liturgia y de la vida cristiana en su
contexto íntimo y en su entretejimiento continuo. La parusía se convierte en
obligación de vivir la liturgia como fiesta de la esperanza y de la presencia en
orden al cosmocrator que es Cristo. Se tiene que convertir en punto de partida
y de coincidencia de aquel amor en el que el Señor puede habitar. Por su cruz
el Señor se ha ido provisionalmente para prepararnos un sitio en la casa del
Padre (Jn 14,2s); en la liturgia la Iglesia tiene que prepararle a él, por así
110
Esperanza y salvación
decirlo, viviendas en el mundo, yendo con él. El tema de permanecer alerta se
profundiza, por consiguiente, en la tarea concreta de convertir en realidad la
liturgia hasta que el Señor mismo le dé esa plena realidad, que por ahora, sólo
se puede buscar en imágenes” (ESC).
Adviento... Una venida que es doble: la que conmemoramos en Navidad,
su nacimiento humilde e igual que todos los hombres, el misterio de la Palabra
hecha carne. Y también la venida que esperamos, "en gloria y majestad", la
venida escatológica, que marca el tiempo presente, en que el Espíritu y la Iglesia
claman: "¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,20). En cada Eucaristía proclamamos esta
venida: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús".
Mientras tanto vivimos de una presencia añorada que nunca hemos podido
disfrutar abiertamente. Esperamos verlo y verlo glorioso. Pero él ya está aquí.
Viene ahora, viene siempre; viene "ahora a nuestro encuentro en cada hombre y
en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos
testimonio de la espera dichosa de su reino" (prefacio III de Adviento).
Estamos llamados a "poseer el reino eterno" (oración colecta, primer domingo de
Adviento), lo esperamos en la tensión de "nuestra vida mortal" y el anhelo de "descubrir el
valor de los bienes eternos" (postcomunión). Esta tensión nos reclama la actitud del
evangelio del mismo día: "tened cuidado, (...) estad siempre despiertos". Es necesario que
estemos preparados para el encuentro con el Señor que no se restringe al ámbito personal
(a pesar de que no lo podemos olvidar) sino que abarca el encuentro del Pueblo de Dios
con su Señor. Por eso hemos de ampliar nuestra perspectiva a todo el mundo: hacer crecer
el amor entre todos los hombres, para que "se presenten santos e irreprensibles" el día que
Jesús "vuelva acompañado de todos sus santos" (segunda lectura). Ésta es la ruta del Señor,
sus caminos, por los que él mismo nos ha de encaminar, de instruir, porque es él quien nos
salva (salmo responsorial). Esto implica nuestra apuesta de confianza en el Señor, el
nacimiento de la esperanza: "A ti, Señor, levanto mi alma: Dios mío, en ti confío, no quede
yo defraudado. Los que esperan en ti no quedan defraudados" (salmo 24,1-3; canto de
entrada: Jordi Guardiate).
Muchos vivimos en una parte del mundo que sufre un proceso de
descristianización. A los judíos se les hundió el Templo, a nosotros la “sociedad
cristiana”. Pero es Tiempo de salvación. "Cuando empiece a suceder esto, poneos derechos
y alzad la cabeza, que se acerca vuestra liberación", dice el Evangelio. La salvación va unida
a la venida en poder de este hombre, de Jesús. Sin duda se alude aquí a la venida y
salvación definitivas al final de los tiempos, aunque ese tiempo final se ha inaugurado ya
con la presencia de Jesús. Es un todo unido: la venida de Jesús en un momento histórico, la
venida por la fe en cada momento existencial, la Navidad que se acerca y la venida final.
Aunque para nosotros todo gravita en torno a este momento que estamos viviendo,
porque Dios ya está entre nosotros y lo definitivo ya ha comenzado: aquí y ahora es
cuando se tiene que hacer realidad la venida de Dios. Tres cosas, por lo tanto, a tener bien
en cuenta: -El Adviento de Dios para el hombre es Jesús. -Esa venida tiene que ser una
liberación, una salvación. Una liberación que se hace realidad en el aquí y ahora de nuestra
existencia. -En la dialéctica de la fe, en el lenguaje apocalíptico anuncia la esperanza y la
alegría de la salvación cercana, más allá de las catástrofes. Si el hombre de hoy no tiene
nada de qué salvarse, si no necesita de Dios, difícilmente lo buscará, y menos aún lo
encontrará: la salvación de Dios tiene que incidir en la condición del hombre (M. Martínez
de Vadillo).
Tiempo de esperanza, de estar despiertos… de remoción de obstáculos
(será ésta una idea que se repetirá a través de todos los domingos de este ciclo),
111
Vida más allá de la muerte
tiempo para ganar en madurez, para desterrar la modorra, para aprender a vivir
de pie, con la cabeza levantada, barruntando la salvación que se acerca (Dabar
1982). El evangelio es una invitación a la esperanza y a la acción responsable. El
reino de Dios que se anuncia es el reino que Jesús dijo estar ya dentro de nosotros
(Lc 17,21). Porque dentro de nosotros ha puesto Dios la razón, la imaginación y la
buena voluntad, capaces de cambiar el mundo de arriba a abajo. Lo que hace falta
es que el reino de Dios, escondido en nosotros, aflore al exterior en obras de
justicia, de solidaridad y de paz, y no de explotación, de dominación y de
violencia. La buena noticia de un futuro feliz nos debe poner en actitud de
vigilancia y de responsabilidad, en adviento. Porque somos responsables del
presente y del futuro, de nuestra vida y de la de nuestros hijos. Por eso tenemos
que ocuparnos y preocuparnos para que todo discurra de modo que se alumbre el
mundo que deseamos. Pero es también el evangelio una llamada a la confianza,
para que desterremos todo temor y la obsesión por el futuro. No sea que,
obsesionados por el porvenir, sofoquemos los gestos de solidaridad y cooperación
con los demás o caigamos en la tentación derrotista, entregándonos al vino, a la
droga, a disfrutar de nuestro propio bienestar, indiferentes ante la suerte de los
demás.
-"Que el Señor os colme y haga rebosar de amor mutuo". Una última
tentación que debemos evitar es la impaciencia que conduce al radicalismo. No
nos toca a nosotros decidir el tiempo del reino de Dios, sino trabajar para que
venga ese reino. Y trabajar con perseverancia y con paciencia. Ya entre los
primeros cristianos se dieron casos de impaciencia. Unos, deseando que el reino
llegase ya, se desentendían de todo. Otros, pensando que se retrasaba demasiado,
se volvían violentos y agrios con sus hermanos. Pablo escribe a estos cristianos de
Tesalónica, llamándoles al orden, a la responsabilidad y al amor mutuo. Es lo
menos que podemos hacer, mientras esperamos y luchamos por un mundo
nuevo: cumplir el mandamiento primordial del amor mutuo. Ese es nuestro santo
y seña, nuestro testimonio como cristianos. Eso es lo que expresamos y
celebramos en la eucaristía, memoria del Señor y espera gozosa y anticipada de su
vuelta en poder y gloria (“Eucaristía 1988”).

112
Esperanza y salvación

III. “Ven, Señor Jesús…”


(Preparar la venida del Señor)

1. Vivimos en un Adviento, en una continua


preparación
"Nuestro Redentor y Señor anuncia los males que han de seguir a este
mundo perecedero, a fin de que nos hallemos preparados... Nosotros, que
sabemos cuáles son los gozos de la Patria Celestial, debemos ir cuanto antes a Ella
y por el camino más corto... No queráis pues, hermanos, amar lo que no ha de
permanecer mucho", dice S. Gregorio Magno7. En Adviento quiere el Señor que
orientemos nuestra vida, nuestra mente y corazón hacia Él, su cometido es
prepararnos para recibir al Hijo del Hombre que viene con gran poder y gloria;
pero también para que le contemplemos humilde, nacido en un pesebre,
recordándonos que en la pequeñez de Belén se manifiesta la grandeza de Dios. Y
en cierto modo toda nuestra vida es un adviento, una espera, mientras vamos con
los pies en la tierra pero la cabeza en el cielo, la mirada en el cielo… diciendo:
“¡Ven Señor Jesús!”8
Isaías (2,1-5) en su visión nos cuenta: “Al final de los días estará firme el
monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las
montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán:
"Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá
en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de
Jerusalén, la palabra del Señor." Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos
numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la
espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob,
ven, caminemos a la luz del Señor”. Es como siempre en el contexto histórico de
una catástrofe inminente cuando hay una fase creativa… el profeta anuncia la
esperanza de un Mesías que aportará la paz. Sus pasajes serán anuncios de
esperanza, de salvación, de futuro más optimista para el resto de Israel, para los
demás pueblos, e incluso para todo el cosmos. Comenta San Agustín: «Este monte
fue una piedra pequeña que, al caer, llenó el mundo. Así lo describe Daniel.
Acercaos al monte, subid a él, y quienes hayáis subido no descendáis. Allí estaréis
seguros y protegidos. El monte que os sirve de refugio es Cristo» 9. Tanto judíos

PL 76, 1077.
Cf una nota de la CE de Liturgia del PERÚ.

Sermón 62.
113
Vida más allá de la muerte
como paganos «caminarán a la luz del Señor» y formarán un solo pueblo. Otro
rasgo positivo: habrá paz cuando suceda esto. De las espadas se forjarán arados;
de las lanzas, podaderas. Son comparaciones que entiende bien el hombre del
campo. Y nadie levantará la espada contra nadie. No habrá guerra. Y esto lo
entendemos todos, con cierta envidia, porque tenemos experiencia de espadas
levantadas, más o menos lejos de nosotros, en guerras fratricidas.
El Señor es quien salva... no es el hombre quien «se» salva... Nos
orientamos hacia una religión de "la salvación que Dios da", la que valoriza la
prioridad de Dios. En general, ¿se siente el hombre moderno llevado
preferentemente a un voluntarismo, un estoicismo: a ser el autor de su propia
salvación, a conquistar su valer por su empeño y su valentía? Pero bien sabemos
que esa actitud es vana. Concédenos, Señor, la gracia de ser acogedores;
lávanos.... purifícanos... Haznos, Señor, disponibles a esa conversión que Tú
quieres obrar en nosotros… Es el anuncio de la restauración de Jerusalén, después
de la destrucción. Gozo, paz, paraíso. El Mesías aporta una expansión total y
nueva. ¿Mi religión es de alegría? Un gozo que he de ir construyendo lentamente
a través de la prueba (Noel Quesson).
Por eso el Salmo (121) proclama: “¡Qué alegría cuando me dijeron: /
"Vamos a la casa del Señor"! / Ya están pisando nuestros pies / tus umbrales,
Jerusalén.
Allá suben las tribus, / las tribus del Señor, / según la costumbre de Israel,
/ a celebrar el nombre del Señor; / en ella están los tribunales de justicia, / en el
palacio de David.
Desead la paz a Jerusalén: / "Vivan seguros los que te
aman, / haya paz dentro de tus muros, / seguridad en tus palacios."
Por mis hermanos y compañeros, / voy a decir: "La paz
contigo." / Por la casa del Señor, nuestro Dios, / te deseo todo
bien”.
Luz. Orientación. Paz y alegría del peregrino que se acerca a la ciudad
santa, al templo, donde se ponía en contacto con Dios. Jerusalén es imagen del
reino escatológico, una pregustación del reino futuro, ahora vista como "ciudad
de la paz". “Como es sabido, Shalom alude a la paz mesiánica, que entraña
alegría, prosperidad, bien, abundancia. Más aún, en la despedida que el peregrino
dirige al templo, a la "casa del Señor, nuestro Dios", además de la paz se añade el
"bien": "te deseo todo bien" (v 9). Así, anticipadamente, se tiene el saludo
franciscano: "¡Paz y bien!" Todos tenemos algo de espíritu franciscano. Es un deseo
de bendición sobre los fieles que aman la ciudad santa, sobre su realidad física de
muros y palacios, en los que late la vida de un pueblo, y sobre todos los
hermanos y los amigos. De este modo, Jerusalén se transformará en un hogar de
armonía y paz” (Juan Pablo II). San Gregorio Magno recuerda que somos un
templo de piedras vivas donde nos ayudamos unos a otros y comenta lo de San
Pablo: "La caridad es la ley en su plenitud" (Rm 13,10). “En efecto, si yo no me
esfuerzo por aceptaros a vosotros tal como sois, y vosotros no os esforzáis por
aceptarme tal como soy, no puede construirse el edificio de la caridad entre
nosotros, que también estamos unidos por amor recíproco y paciente”. Y, para
114
Esperanza y salvación
completar la imagen, no conviene olvidar que “hay un cimiento que soporta todo
el peso del edificio, y es nuestro Redentor; él solo nos soporta a todos tal como
somos. De él dice el Apóstol: "Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto,
Jesucristo" (1 Co 3,11). El cimiento soporta las piedras, y las piedras no lo soportan
a él; es decir, nuestro Redentor soporta el peso de todas nuestras culpas, pero en
él no hubo ninguna culpa que sea necesario soportar”. Así, “el gran Papa san
Gregorio nos explica lo que significa el Salmo en concreto para la práctica de
nuestra vida. Nos dice que debemos ser en la Iglesia de hoy una verdadera
Jerusalén, es decir, un lugar de paz, "soportándonos los unos a los otros" tal como
somos; "soportándonos mutuamente" con la gozosa certeza de que el Señor nos
"soporta" a todos. Así crece la Iglesia como una verdadera Jerusalén, un lugar de
paz. Pero también queremos orar por la ciudad de Jerusalén, para que sea cada
vez más un lugar de encuentro entre las religiones y los pueblos; para que sea
realmente un lugar de paz” (Juan Pablo II). Podemos caminar juntos…
Dispongámonos a hacer camino. La esperanza no defrauda, si nos disponemos a
dar la mano y a hacer camino.
Mt (8,5-11) sigue con "la espera"... Jesús había entrado en
Cafarnaum, un centurión del ejército romano salió a su encuentro
y le suplicó... ¡Este hombre se presenta, inesperado, imprevisto...
desconocido! Y sin embargo Dios, por su gracia invisible, ya estaba
presente en su corazón, para impulsarle a hacer esta gestión. Eran
paganos y opresores… este pagano desea y está a la espera... ¡Va
hacia Jesús! -"Señor, mi criado está postrado en mi casa, paralítico,
y padece muchísimo". Los milagros de Jesús son signos de que ya
está irrumpiendo el Reino de Dios.
La curación del criado -o del hijo- del centurión por parte de Jesús, es un
ejemplo de unas personas paganas que reciben la luz. Lo que el profeta había
anunciado, lo cumple Jesús. Él es la verdadera Luz, el vástago que esperaba el
pueblo de Israel, el Mesías que trae paz y serenidad, la Palabra eficaz y salvadora
que Dios dirige a la humanidad. Era honrado, consecuente, razonable. Se
preocupaba de la salud de su criado. En el fondo, ya tenía fe y Dios estaba
actuando en él: «Señor, no soy digno», buena expresión de humildad y de
confianza. Jesús le alaba por su actitud y su fe: encontró en él más fe que en
muchos de Israel. Jesús siempre aprovecha las disposiciones que encuentra en las
personas, aunque de momento sean defectuosas. Desde ahí las ayudará a madurar
y llegar a lo que él quiere transmitirles en profundidad. -"Señor, no soy digno de
que entres en mi casa, pero mándalo con tu palabra y quedará curado mi
criado...” Yo os declaro que vendrán muchos gentiles del oriente y del occidente y
estarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Jesús ha
pensado en todos los que "vendrán", en todos los que están aún a la espera. Para
El no hay privilegio de raza ni de cultura. Todos los hombres, de todas partes,
están invitados y están en marcha. ¿Tengo un corazón "universal" como Jesús?

115
Vida más allá de la muerte
¿Un corazón "misionero"?10 Rezamos en la oración colecta: “Concédenos, Señor,
Dios nuestro, anhelar de tal manera la llegada de tu Hijo Jesucristo, que cuando
llame a nuestras puertas, nos encuentre velando en oración y cantando sus
alabanzas”…

“¡El Señor está cerca!” Es el grito que la liturgia hace resonar


en nuestros oídos de mil modos diferentes, a lo largo de estas
semanas preparándonos para la venida del Señor. Pues “Adviento”
es preparación para “la venida”: Jesús quiere llegarse a nuestra
alma –como nació en Belén- por la gracia, el día de Navidad.
Mientras hacemos memoria de nuestra salvación y agradecemos la
próxima venida del Hijo de Dios a la tierra, nos preparamos para
abrirle la puerta de nuestro corazón, de modo que pueda entrar,
aquel que así lo haga –dice la primera lectura, de Isaías- “será
llamado santo, así como todo el que está escrito en la vida en
Jerusalén”: esta venida está relacionada con la final, venida de
Jesús al término del mundo como Juez supremo de vivos y
muertos. Y esta preparación –sigue Isaías- “ocurrirá cuando
limpiare el Señor las manchas de las hijas de Sión y lavare la sangre
de Jerusalén con espíritu de justicia y con espíritu de ardor”. Como
canta el salmo, nuestra respuesta ha de ser alegre, decidida:
“iremos con alegría a la casa del Señor”, deseando ese día de la
salvación, deseando que Jesús venga: “Ven para librarnos, Señor
Dios nuestro; muéstranos tu rostro, y seremos salvos” (Aleluya).
Esta es la salvación que proclama el Evangelio, con la fe del
Centurión que ruega por su siervo enfermo. “Y le dijo Jesús: ‘yo iré
y lo sanaré’. Y respondiendo el centurión, dijo: ‘Señor, no soy
digno de que entres en mi casa, pero mándalo con tu palabra y
será sano mi siervo’…” Jesús se emociona con esas palabras: “se
maravilló y dijo a los que le seguían: ‘verdaderamente os digo que
no he hallado fe tan grande en Israel’”… Cuando en cada Misa
recordemos esas palabras antes de comulgar, podemos renovar
nuestra fe, y pedir al Señor la curación de nuestra alma, que venga
y nos transforme. En ese pasaje, además, podemos responder a la
pregunta que el Papa hace en su Encíclica: “¿Es individualista la
esperanza cristiana?” Muchos piensan en “salvarse”, como

Noel Quesson.
116
Esperanza y salvación
recuerda H. de Lubac: « ¿He encontrado la alegría? No... He
encontrado mi alegría. Y esto es algo terriblemente diverso... La
alegría de Jesús puede ser personal. Puede pertenecer a una sola
persona, y ésta se salva. Está en paz..., ahora y por siempre, pero
ella sola. Esta soledad de la alegría no la perturba. Al contrario:
¡Ella es precisamente la elegida! En su bienaventuranza atraviesa
felizmente las batallas con una rosa en la mano». Pero esto no es
así, sigue diciendo de Lubac, siguiendo la teología de los Padres:
“la salvación ha sido considerada siempre como una realidad
comunitaria”, como vemos en el Centurión, que se ocupa de su
siervo, como vemos en la lectura de Isaías que habla de una
«ciudad» (Sión, Jerusalén) “y, por tanto, de una salvación
comunitaria”. El pecado aparece “como la destrucción de la
unidad del género humano, como ruptura y división. Babel, el
lugar de la confusión de las lenguas y de la separación, se muestra
como expresión de lo que es el pecado en su raíz”. Hoy también
aparecen esas nuevas Babeles, multitudes incomunicadas, una
agresividad en el ambiente… Entonces, ¿es algo a la ver personal y
comunitario, y en qué consiste?
En la Carta a Proba, san Agustín “intenta explicar un poco esta
desconocida realidad conocida que vamos buscando”. Buscamos «vida
bienaventurada [feliz]». Como expresa tan bien el Salmo 144 [143],15: «Dichoso el
pueblo cuyo Dios es el Señor». Y dice Agustín: «Para que podamos formar parte
de este pueblo y llegar [...] a vivir con Dios eternamente, ‘‘el precepto tiene por
objeto el amor, que brota de un corazón limpio, de una buena conciencia y de
una fe sincera'' (1 Tm 1,5)». La mirada limpia del corazón nos lleva a pensar en los
demás, salir de uno mismo con el don de sí, expresión de esa esperanza cierta, esa
es la llave que abre la puerta a Jesús Salvador.
Cuando seamos hoy invitados a la comunión, podemos decir con la
misma humilde confianza del centurión que no somos dignos de que Cristo Jesús
venga a nuestra casa, y le pediremos que él mismo nos prepare para que su
Cuerpo y su Sangre sean en verdad alimento de vida eterna para nosotros, y una
Navidad anticipada (J. Aldazábal).
“Ayer, en la celebración de la Eucarística estás palabras del centurión, que
repetimos antes de acercarnos a comulgar, quemaban todo mi cuerpo. Sentía un
fuego especial ardiendo en todo mí ser. ‘Señor, yo no soy digna de que entres en
mi casa, pero di una palabra y yo sanaré’. Cerraba los ojos y disfrutaba de esta
frase, esperando para oír la palabra que me devolviera la dignidad de hija de Dios
que en cada momento, a causa de mi testarudez, pierdo, o yo creo que pierdo. El
centurión pronuncia estas palabras al oír que Jesús se dispone a ir personalmente
a curar a su siervo. El no se siente digno, pero está seguro de que con tan sólo

117
Vida más allá de la muerte
Jesús decir una palabra, su siervo sanará. Él confía en que sólo una palabra basta.
Él cree en quien puede decir esta palabra. Ante tanta demostración de fe, Jesús
queda admirado. Todavía mi fe no es tan profunda como la del centurión.
Todavía no oigo esa palabra que necesito para sanar. Todavía estoy dando
vueltas y vueltas en mi interior. Mi mente no está en paz. Quiere controlar
demasiado. Se encierra demasiado. Señor: abre mis oídos y mi corazón para oír tu
palabra y saber que me sanarás” (Miosotis).
En la película “Los Otros” los niños tienen una enfermedad que les
impide estar bajo la luz del sol. Bajo el cuidado de su madre están siempre en las
tinieblas- las tinieblas de la muerte- sin saber que existen otros. Su mundo es triste,
lúgubre, oscuro pero completo. La madre consigue que no haga falta más, no
existen otros. Su mundo no es ideal pero no se quieren asomar a la realidad del
mundo que sólo intuyen, pero que puede acabar con el idílico amor egoísta de
esa madre por sus hijos. Un mundo en que los otros son sólo sombras que pueden
acabar con lo nuestro.
“Señor, no soy digno…” palabras que decimos justo antes de recibir al
Rey de Reyes y después que el sacerdote nos repita el anuncio de Juan Bautista
“Este es el Cordero de Dios”, se inspiran en las palabras del Centurión del
Evangelio de hoy. Tenía sus criados y sirvientes. La provincia de Galilea- lejos de
la madre Roma- no era el mejor destino del mundo para dedicarse a la buena
vida y relajarse en las termas. Un hombre exigente, sabía mandar: “Le digo a uno
“Ve” y va y a otro “Ven” y viene.” Pero a la vez sabía estar pendiente de los que
le habían encomendado. Un criado paralítico en aquel entonces tenía menos
futuro que un bocadillo de panceta en un congreso de anoréxicos. Lo habitual en
aquel tiempo hubiera sido no preocuparse por él, ni tan siquiera enterarse
demasiado de su existencia, sustituirlo por otro y aquí paz y después gloria. Sin
embargo, este centurión no solamente sabe de la existencia de ese criado, sabe
que sufre y no duda en acercarse a aquél del que ha oído que puede hacer algo
para rogarle (menuda indignidad, rebajarse así ante un judío) que le curase. Pero
es que además “sigue afinando”: piensa que ese judío en casa de un romano
contraería impureza y por ello le evita el tener que ir bajo su techo. No te extrañe
lo que ocurre después: el Señor se queda admirado y mira más allá, al reino de los
cielos. Contempla el día del Reino de Dios, pon buena cara a esos “muchos de
oriente y occidente” y descubre que no son “los otros”, son los hijos e hijas de
Dios y de nuestra madre la Virgen, que están ahora a tu lado- aunque a veces nos
molesten- y que con ellos, por la misericordia de Dios, cantarás: “Vamos alegres a
la Casa del Señor” (Archimadrid).

2. El día de Jesús vuelve la paz al mundo y el paraíso


en la tierra.

Isaías (11,1-10) nos habla de cómo se cumple el día del Señor, y vuelve el
paraíso a la tierra: “aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz
florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia
y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le
118
Esperanza y salvación
inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de
oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados. Herirá al
violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios. La
justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas. Habitará
el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león
pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso,
sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la
hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No
harán daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de
ciencia del Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día, la raíz de Jesé se
erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su
morada”. No esperamos que los leones y vacas vivan juntos, “que se produzca
esto en nuestro mundo. Pero el texto cala mucho más hondo; esta imagen habla
de la paz, que será la señal de los hombres salvados. Dice que los hombres
redimidos son hombres de paz, que no actúan ya con malicia, malvadamente,
porque la tierra está llena del conocimiento de Dios” (Benedicto XVI). La lectura
del profeta Isaías que nos trae la liturgia de hoy, nos mueve a prepararnos con
entusiasmo para la próxima venida de Jesús. En un mundo convulsionado como
el nuestro, la gran esperanza está en la salvación que Jesús viene a traernos. En él
se recuperará el orden querido por Dios en la creación, en donde ni los animales,
ni los hombres se causarán daño entre sí. Esa paz será garantizada por la justicia
con los pobres y por la experiencia de Dios. Necesitamos desesperadamente una
justicia que proteja a los débiles y actúe con rectitud; necesitamos vivir la
experiencia del Dios que hace la historia con el ser humano, del Dios que muestra
su predilección por el desvalido, del Dios amor.
San Agustín comenta: «Estas siete operaciones asocian al número siete el
Espíritu Santo, quien al descender a nosotros empieza, en cierto modo, por la
sabiduría y termina en el temor. Nosotros, en cambio, en nuestra ascensión
comenzamos por el temor y alcanzamos la perfección con la sabiduría» (Sermón
248). Y también: «Por eso Isaías, para ejercitarnos en ciertos grados de doctrina,
descendió desde la sabiduría hasta el temor, es decir, desde el lugar de la paz
eterna hasta el valle del llanto temporal, para que, doliéndonos en la confesión de
la penitencia, gimiendo y llorando, no permanezcamos en el dolor, el gemido y el
llanto, sino que, ascendiendo desde este valle al monte espiritual, sobre el que
está fundada la ciudad santa, Jerusalén, nuestra Madre, disfrutemos de la alegría
inalterable… Así, pues, vayamos a la sabiduría desde el temor, dado que el
principio de la sabiduría es el temor de Dios (cf Sal 110,10), vayamos desde el valle
del llanto hasta el monte de la paz» (Sermón 347).
¿Quién de nosotros no tiene ansias de una felicidad, donde haya armonía
entre todos los humanos y en el universo completo? Cuántos esfuerzos se realizan
para construir un paraíso que podamos disfrutar en esta tierra. Muchas veces se
piensa que uno podrá realmente ser feliz por poseer la infinidad de artículos que
nos vende esta sociedad de consumo. Pero cuando se posee todo, contempla uno
sus manos y su corazón y se siguen viendo vacíos. Los bienes materiales podrán
embotar nuestro espíritu y nuestro corazón, pero jamás llegarán a saciar nuestras
ansias de felicidad. Hoy la escritura nos habla de un descendiente de David que,
119
Vida más allá de la muerte
lleno del Espíritu de Dios, hará que en verdad llegue la felicidad al hombre.
Reintegrarnos a la paz con el Creador y con el prójimo, vivir amando y siendo
realmente amados, es lo que nos hará felices. Pero esto no será posible mientras
haya luchas fratricidas y egoísmos que nos impidan tender la mano fraternalmente
a nuestro prójimo. La felicidad brota del amor que se hace realidad en nosotros. Y
el Mesías nos ha traído el perdón y la reconciliación con Dios, con el prójimo y
con nosotros mismos. Quien crea en Él y acepte ese don de lo alto estará
encontrando el verdadero sentido de la existencia. Y no importa que nuestra vida
parezca un tronco casi seco; de Él puede hacer el Señor que brote un renuevo
que, lleno de su Espíritu, colme nuestras esperanzas de felicidad por habernos
renovado en el amor, en la verdad, en la justicia y en la paz. La Iglesia de Cristo
debe propiciar la defensa con justicia del desamparado, y la repartición equitativa
de los bienes para que los pobres lleven una vida digna. Los que pertenezcamos a
ella no podemos hacer daño a nadie, pues el amor debe ser el motor que impulse
el actuar del hombre de fe. A la luz de Cristo, aún los más violentos sabrán no
sólo convivir con los demás como hermanos, sino que, a imagen de Cristo,
pasarán haciendo el bien a todos.
El Salmo (71,1-2.7-8.12-13.17) de este martes de la 1ª semana de
adviento remacha esta paz que proclama la primera lectura: “Que en sus días
florezca la justicia, y la paz abunde eternamente. Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes
con rectitud.
Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que
domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.
Él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se
apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres.
Que su nombre sea eterno, y su fama dure como el sol: que él sea la
bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la
tierra”.
San Lucas (10,21-24) nos trae cuando “lleno de la alegría del Espíritu
Santo, exclamó Jesús: - «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has
revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo
ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es
el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.» Y volviéndose
a sus discípulos, les dijo aparte: -« ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis!
Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y
no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.»” Jesús, con su palabra y sus obras
nos ha entregado el misterio del Reino, pero sólo los sencillos y los humildes que
confían plenamente en Dios, pueden comprenderlo, ya que los sabios y prudentes
no aceptan su palabra porque se consideran autosuficientes.
-Jesús manifestó un extraordinario gozo al impulso del Espíritu Santo y
dijo:... Esto sucedió en presencia de sus discípulos que regresaban de una misión
apostólica y querían hablarle sobre el trabajo que habían hecho. Trato de
imaginar a Jesús "en un gozo exultante"... a Jesús dichoso, radiante. Todo ello
aparece en su rostro, en sus gestos, en el tono de su voz. Proviene del interior, es
120
Esperanza y salvación
profundo... procede del Espíritu Santo que habita en El. Ese Espíritu que nos ha
sido dado también a nosotros, que Jesús nos ha dado.
-Yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra. Hubiera sido mejor
traducirlo por "yo te bendigo, Padre... De hecho Jesús ha utilizado una formula de
"bendición" que es familiar a los judíos. A lo largo de la jornada se invitaba a los
judíos piadosos a dar gracias a Dios por todo diciéndole: "Bendito eres Tú por...
Bendito Tú eres por..." Tenemos pues ahí un tipo de plegaria que Jesús hacía a
menudo. Habla a su Padre. Le da gracias. Era el sentimiento dominante de su
alma. Danos, Señor, el sentido de la acción de gracias, de la alegría de decir
"gracias Señor por... y gracias de nuevo por..." Recoger cada día las alegrías
recibidas para agradecérselas al Señor.
-Lo que has encubierto a los sabios y prudentes, lo has revelado a los
pequeñuelos. La acción de gracias, la plegaria de Jesús surge de la contemplación
del trabajo que el Padre está haciendo en el corazón de los hombres. Los
apóstoles habían predicado, habían trabajado con denuedo: tal era la apariencia,
la cara visible de las cosas. Y Jesús, El, ve el trabajo del Padre en el interior: "Tú
has encubierto... Tú has revelado..." Dios trabaja en el corazón de cada hombre,
incluso en el de los paganos. He de aprender a contemplar este trabajo de Dios: a
descubrir lo que está haciendo, actualmente, en los que me rodean, y en mí...
para corresponder, para facilitarle, para cooperar. Cada vez que una persona se
supera, hace el bien, sigue la llamada de su conciencia... debemos pensar que Dios
está allí. Ayudar a esta persona a dar "este paso" adelante es trabajar con Dios,
acompañarle.
-Los sabios, los prudentes... los pequeñuelos... Ahí hay una clara
oposición. Jesús se pone de parte de los pequeños, de los pobres, de los
ignorantes... frente al desprecio de los doctores de la ley. Conocer a Dios no es
primordialmente una operación intelectual, reservada a una elite: los "pequeños"
pueden descubrir cosas sobre Dios que los sabios no alcanzan a comprender.
-Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiere
revelarlo. Es el misterio de la vida cristiana que está entreabierto; la vida del
bautizado es la extensión, a personas humanas, de la vida de relación, de amor y
de conocimiento recíproco que existe entre las Personas divinas.
-Todo me ha sido confiado por mi Padre... Esto evoca la transparencia
de dos personas que no se ocultan nada la una a la otra: es el "modelo" de todas
nuestras relaciones humanas, y de nuestras relaciones con Dios. ¿Qué llamada hay
aquí, para mí, para mis equipos de trabajo o de apostolado? (Noel Quesson).
Hay algunos que prefieren huir del peligro y procurarse un oasis de paz.
Por eso, dice Benedicto XVI en su Encíclica sobre la esperanza, “en la conciencia
común, los monasterios aparecían como lugares para huir del mundo
(«contemptus mundi») y eludir así la responsabilidad con respecto al mundo
buscando la salvación privada”. Pero la solución no puede ser despreciar ese
mundo, el jardín que Dios nos ha regalado, es de mala educación rechazar un
regalo de amor. Y mucho menos podemos dejar de prestar atención a nuestros
hermanos los hombres, a la Iglesia, que es Cuerpo de Cristo. “Bernardo de
Claraval, que con su Orden reformada llevó una multitud de jóvenes a los
monasterios, tenía una visión muy diferente sobre esto. Para él, los monjes tienen
121
Vida más allá de la muerte
una tarea con respecto a toda la Iglesia y, por consiguiente, también respecto al
mundo”. Jesús nos muestra la alegría que surge de la vida: “se regocijó Jesús en el
Espíritu Santo y dijo: ‘yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra”, y después
de este éxtasis ante la creación nos indica el modo de vivir esa alegría: “porque
escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los
pequeñitos”: nos muestra una sabiduría que va más allá de la materia, y en Cristo
entendemos toda la creación: “bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros
veis”…
Tenemos, ante tantos que “quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo
vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron”, una responsabilidad para con la Iglesia,
con la humanidad, con toda la creación; como explica el Pseudo-Rufino: « El
género humano subsiste gracias a unos pocos; si ellos desaparecieran, el mundo
perecería». Y sigue el Papa: “Los contemplativos –contemplantes– han de
convertirse en trabajadores agrícolas –laborantes–“, en este campo que es el
mundo y que espera brazos para la siembra y para el crecimiento de la cosecha y
su recolección. La nobleza del trabajo no reside en restablecer el Paraíso aquí en la
tierra, “pero sostiene que, como lugar de labranza práctica y espiritual, debe
preparar el nuevo Paraíso. Una parcela de bosque silvestre se hace fértil
precisamente cuando se talan los árboles de la soberbia, se extirpa lo que crece en
el alma de modo silvestre y así se prepara el terreno en el que puede crecer pan
para el cuerpo y para el alma”. Es el apostolado, ayudar a muchos a que vean, y
ese es el gran bien que podemos hacer a las almas en nuestro tiempo: “¿Acaso no
hemos tenido la oportunidad de comprobar de nuevo, precisamente en el
momento de la historia actual, que allí donde las almas se hacen salvajes no se
puede lograr ninguna estructuración positiva del mundo?”. Así, los cristianos son
“luz del mundo”, para que muchos vean.
Comenta San Agustín: «A los ridículos sabios y prudentes, a los
arrogantes, en apariencia grandes y en realidad hinchados, opuso no los
insipientes, no los imprudentes, sino los pequeños… ¡Oh, caminos del Señor! O
no existía o estaba oculto para que se nos revelase a nosotros. ¿Y por qué
exultaba el Señor? Porque el camino fue revelado a los pequeños. Debemos ser
pequeños; pues si pretendemos ser grandes, como sabios y prudentes, no se nos
revelará el camino» (Sermón 252).
3. Jesús se enternece ante nuestras necesidades y las
atiende.
Isaías (25,6-10a) nos profetiza sobre “un festín de vinos de solera;
manjares enjundiosos, vinos generosos”. Y Dios “aniquilará la muerte para
siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de
su pueblo lo alejará de todo el país… celebremos y gocemos con su salvación. La
mano del Señor se posará sobre este monte.» En las costumbres orientales y
bíblicas el banquete forma parte del ritual de entronización de los reyes. También
nosotros festejamos nuestras alegrías en familia con una comida más exquisita.
Para anunciar los tiempos mesiánicos, Dios anuncia que será el anfitrión de su
propia mesa. Jesús hizo de la comida el signo de su gracia. ¿Me doy cuenta de que
en la eucaristía Dios me recibe en su propia mesa? ¿Es una comida gozosa, una

122
Esperanza y salvación
fiesta? ¿Tengo algo a conmemorar o a celebrar cuando voy a misa? ¿Valoro la
acción de gracias?
-Apartará de los rostros el velo que cubría todos los pueblos y el sudario
que envolvía las naciones. Destruirá la muerte para siempre. Efectivamente, Dios
celebra una victoria al invitarnos a ese festín gozoso. En la victoria sobre la
«muerte». El enemigo. La muerte es la gran obsesión de la humanidad, el gran
fracaso, el gran absurdo, el símbolo de la fragilidad y del sufrimiento. Es también
la gran objeción que hacen los hombres a Dios: si Dios existe, ¿por qué hay ese
mal? Debemos escuchar la pregunta y también la respuesta de Dios. Hay que darle
tiempo, saber esperar su respuesta. «El Señor quitará el sudario que envolvía los
pueblos». ¡Tal es su promesa, su palabra de honor! «El Señor destruirá la muerte
para siempre.» Tal es la buena nueva de Jesucristo. Comenzada en Jesucristo y
celebrada en cada misa. Cada eucaristía, ¿es para mí una comida de victoria sobre
la muerte? Proclamamos tu muerte, Señor, celebramos tu resurrección.
-El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros. ¡Lo ha prometido!
¡Admirable imagen! Dios... enjugará... las lágrimas... de los rostros de todos los
hombres. ¡Señor, cuán reconfortante será ese día! Lo espero en la Fe y, en la
espera de ese día procuraré consolar algunas lágrimas del rostro de mis hermanos.
-Se dirá aquel día: ¡Ahí tenéis a nuestro Dios, en El esperábamos y nos ha
salvado... exultemos, alegrémonos, porque nos ha salvado! La muerte no es el
final del hombre, no es su fin. El fin es la exultación, la alegría, la salvación. Esto es
lo que Dios quiere, lo que Dios nos ha preparado (Noel Quesson).
El Salmo (22,1-3a.3b-4.5.6) redunda en las delicias que nos prepara el
Señor, ya lo hemos citado más arriba, es el del buen pastor. Ante la manifestación
de la ternura de Dios que nos prepara un lugar en el banquete eucarístico y
escatológico de su Hijo bien amado, la liturgia de hoy reza con el salmista:
«Habitaré en la casa del Señor por años sin término». El Señor es nuestro Pastor.
Con él nada nos falta. Nos hace recostar en verdes praderas, nos conduce hacia
fuentes tranquilas y repara nuestras fuerzas. Nos guía por senderos justos. El
camina con nosotros y con él nada tememos. Su vara y su cayado nos sosiegan.
Prepara una mesa ante nosotros enfrente de nuestros enemigos, nos unge la
cabeza con perfume y nuestra copa rebosa. Su bondad y su misericordia nos
acompañan todos nuestros días. El salmo prolonga la perspectiva: el Pastor, Dios,
nos lleva a pastos verdes, repara nuestras fuerzas, nos conduce a beber en fuentes
tranquilas, nos ofrece su protección contra los peligros del camino. "Tu bondad y
tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida».
Mateo (15,29-37) nos cuenta que después de curar a muchos Jesús llamó
a sus discípulos y les dijo: «Me da lástima de la gente, porque llevan ya tres días
conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que se
desmayen en el camino.» Y realizó el prodigio… “Tomó los siete panes y los
peces, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los
discípulos a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete
cestas llenas”. Recuerdo una novela de Marlo Morlan, “Las voces del desierto”,
que narra de un viaje por el interior de Australia, junto a una tribu de aborígenes.
Al inicio del viaje, es invitada a ponerse ropa adecuada, y ve con horror como
todas sus pertenencias son echadas al fuego. Jesús vive en contacto con la
123
Vida más allá de la muerte
naturaleza, no llevan un “camión almacén” con provisiones, no necesita nada; la
ecología es uno de los muchos aspectos bellos del Evangelio. En la citada novela
se puede leer: “Sólo cuando se haya talado el último árbol, sólo cuando se haya
envenenado el último río, sólo cuando se haya pescado el último pez; sólo
entonces descubrirás que el dinero no es comestible”. De alguna forma, en el
desierto la ausencia de todo lo superfluo purifica, y la protagonista va
aprendiendo a comer de todo, resistir el cansancio y el dolor al andar descalza
por la arena quemada. Al contrario de una sociedad de la previsión y de querer
controlarlo todo, ellos viven al día, toman de la naturaleza lo que necesitan,
cuidando del ecosistema. Forman parte de un “Todo” en que todos somos de
Dios, y Él proveerá. No hay que dejar de hacer las cosas por el miedo: “el único
modo de superar una prueba es realizarla. Es inevitable”, dice otro de los
personajes que viven en ese retiro (“walkabout”) en medio del desierto
australiano (“outback”). Allí se vive la liberación de ciertos objetos, incluso de
ciertas formas de creencia que no ayudan a nuestra vida auténtica. Así, sin esas
formas de egoísmo y con la mente abierta, la transparencia y sinceridad viene la
apertura a los demás, la empatía, y según algunos cierta forma de telepatía, de
comunicación sin ni siquiera palabras. Para ello hay que vivir el desierto interior,
perdonar las ofensas, sabernos perdonar a nosotros mismos, quedar a la espera.
Hoy hemos olvidado esa interioridad, ese “hacer desierto”, y la falta de reflexión
lleva a depender de las circunstancias, y al no poseerse a uno mismo esto genera
miedo, genera amenazas para controlar a los demás, y la seguridad de los Estados
funciona a base de amenazas sobre otros países, volviendo así al reino animal
donde la amenaza desempeña un papel importante para la supervivencia. Pero si
conocemos la providencia divina no podemos tener miedo, la fe y el miedo son
incompatibles (si la fe es auténtica). En cambio, el tener cosas genera cada vez más
miedo de perderlas, al final sólo se vive para tener cosas. En el desierto, la oración
surge simple desde el corazón: “Señor, concédeme serenidad para aceptar las
cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que sí puedo, y la
sabiduría para apreciar la diferencia”; todo es una oportunidad para el
enriquecimiento espiritual. Es lo que recordamos hoy: “Llega el Señor y no
tardará; iluminará los secretos de las tinieblas y se manifestará a todos los
pueblos” (Antífona entrada, Ha 2,3; 1 Cor 4,5). Así como el Pueblo de Israel
esperó la venida del Salvador durante miles de años, y vivió su desierto, también
nosotros hemos de tener un desierto interior en el que limpiemos nuestro interior.
¡Cuántos descaminos, cuánta inutilidad en pensamientos, cuántas omisiones! La
plenitud de los tiempos, ese momento tan especial del encarnarse de Dios, la
alegría de la Navidad, nos ha de coger atentos, bien dispuestos: gozosos en esa
espera, ya que “¡El Señor está cerca!” En Adviento de 1980, Juan Pablo II en sus
catequesis tradicionales en las parroquias de Roma la tarde de los domingos se
dirigió a dos mil niños con estas palabras: -“¿Cómo os preparáis para la Navidad?”
-“Con oración” -le responden a gritos.
- “Bien, con la oración -les dice el Papa-, pero también con la Confesión.
Tenéis que confesaros para acudir después a la Comunión. ¿Lo haréis?”
- “¡Lo haremos!, le responden con voz todavía más fuerte.

124
Esperanza y salvación
- “Sí, debéis hacerlo”. Y luego les dice como confidencialmente: “El Papa
también se confesará para recibir dignamente al Niño-Dios”.
Jesús ha nacido en Belén precisamente para revelarnos la
verdad salvífica, para darnos la vida de la gracia, seguía diciendo el
Papa: “¡Empeñaos en ser siempre partícipes de la vida divina
infundida en nosotros por el Bautismo! Vivir en gracia es dignidad
suprema, es alegría inefable, es garantía de paz, es ideal
maravilloso”; y ¡qué bueno es este Dios que nos perdona siempre!
En el desierto australiano, las nubes de moscas parecen asaltar al
viajero, pero lo limpian como lo hiciera el agua. Muchas cosas
malas, como el veneno de las serpientes, tienen una utilidad
buena, medicinal. Todo tiene un sentido, si sabemos poner cada
cosa en su sitio. Hasta lo malo adquiere un valor bueno, aunque
sólo sea por la experiencia que nos ayuda a mejorar.
Y luego viene la multiplicación de los panes y peces: si
ponemos de nuestra parte, el Señor viene y nos da la Sagrada
Comunión: es la Navidad de todos los días. Si queremos... Dice
San Josemaría Escrivá (Forja, n.548): "Ha llegado el Adviento.
¡Qué buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las ansias
sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su venida cotidiana a tu
alma en la Eucaristía! - "Ecce veniet!" -¡que está al llegar!, nos
anima la Iglesia".
Un modo muy especial de prepararnos es cuidar los detalles
de amor, para recibir a Jesús, si podemos cada día. Él dispone la
mesa, el milagro de la multiplicación de los panes. Santa María
Esperanza nuestra, nos ayudará a recorrer este camino del
Adviento usando esos medios (oración, Eucaristía), para disponer
nuestra alma para la llegada del Señor.
-Muchas gentes fueron a Jesús llevando consigo cojos,
ciegos, baldados, mudos y otros muchos enfermos. He ahí la pobre
humanidad que corre tras de Ti, Señor. La lista de San Mateo es
significativa, por la acumulación de miserias humanas. La atención
de Dios va en primer lugar hacia éstos. La misericordia amorosa de
Dios se interesa primero por los que sufren, por los pobres, por los
enfermos. En este tiempo de Adviento, propio para reflexionar
sobre la espera de Dios que se encuentra en el corazón de los
hombres, es muy provechoso contemplar esta escena: "Jesús

125
Vida más allá de la muerte
rodeado... Jesús acaparado... Jesús buscado... por los baldados, los
achacosos.
-Y los pusieron a sus pies y El los curó. Es el signo de la
venida del Mesías: el mal retrocede, la desgracia es vencida. ¿Es
éste también el signo que yo mismo doy siempre que puedo?
¿Procuro también que el mal retroceda? Y mi simpatía, ¿va siempre
hacia los desheredados? Mi plegaria y mi acción ¿caminan en este
sentido?
-Entonces la multitud estaba asombrada... y glorificaron a
Dios. La venida del Señor es una fiesta para los que sufren. Cuando
Dios pasa deja una estela de alegría. ¿Me sucede lo mismo cuando
trato de revelar a Dios? Sé muy bien, Señor, que las miserias
materiales no suelen ser aliviadas hoy; quedan muchos baldados,
ciegos, achacosos... Es una de las graves cuestiones de nuestra fe.
Quiero creer, sin embargo, que Tu proyecto es suprimir todo mal.
Quiero participar en él... con la esperanza de que por fin el mal
desaparecerá. Y aun cuando desgraciadamente, las miserias físicas
no puedan ser siempre suprimidas, creo que es posible a veces
transfigurarlas un poco. Señor, da ese valor y esa transfiguración a
todos los angustiados.
-Y Jesús, convocados sus discípulos, dijo: "Tengo compasión
de estas turbas..." Jesús está visiblemente emocionado. Hay una
emoción sensible en estas palabras. Contemplo este sentimiento
tan humano en su corazón de hombre y en su corazón de Dios.
Hoy todavía Jesús nos repite que se apiada y sufre con los que
sufren. Si "llama a sus amigos", es para hacerles participar de su
sentimiento. ¿Ante quiénes experimenta hoy Jesús lo mismo? ¿A
quiénes quiere hacerles partícipes de su actitud de amor?
-"No tienen qué comer, y no quiero despedirlos en ayunas,
no sea que desfallezcan en el camino... ¿Cuántos panes tenéis?... El
Señor nos invita a prestar atención al grave problema del hambre.
Los que hoy tienen hambre. Todas las hambres: el hambre
material, el hambre espiritual.
-Siete panes y algunos pececillos... Es de este "poco" que va
a salir todo. Siete panes no son mucho para una muchedumbre. Es
en el reparto fraterno que se encuentra la solución del hambre y
en el amor siempre atento a los demás.
126
Esperanza y salvación
Jesús multiplica. Pero ello ha tenido un primer punto de
partida humano, modesto y pequeño. A pesar de ver cuán
insuficientes son mis pobres esfuerzos, ¿no debo, sin embargo,
hacer ese esfuerzo? Señor, he aquí mis siete panes, ¡multiplícalos!
(Noel Quesson). La Iglesia en su liturgia pone en nuestros labios
esta exclamación: «Ven, Señor, no tardes. Ilumina lo que esconden
las tinieblas y manifiéstate a todos los pueblos» (Hab 2,3; 1 Cor
4,5). La oración colecta pide al Señor que El mismo prepare
nuestros corazones, para que cuando llegue Jesucristo, su Hijo, nos
encuentre dignos del festín eterno, y merezcamos recibir de sus
manos, como alimento celeste, la recompensa de la gloria.

4. El que cumple la voluntad del Padre entrará en el


reino de los cielos.

Isaías (26,1-6: jueves de la primera semana de adviento) nos anima:


“Abrid las puertas… Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca
perpetua”. La confianza ha de ponerse en el Templo, la Jerusalén verdadera, que
es Cristo: ¡El que pone su confianza en el Señor no morirá jamás! (Mt 7,21.24-27).
Hombre, ¿en qué tienes puesta tu confianza? ¿En el dinero, en el poder, en la
seguridad...? Sábete que tu derrumbamiento será total. Porque sólo hay un valor
seguro, y ese valor se llama "Dios" (com. de Sal Terrae). Esta profecía de Is anuncia
"la comunidad espiritual", la Iglesia, ciudad fuerte. "Ha puesto para salvarla
murallas y baluartes". Tenemos una doble defensa, una defensa que ningún
enemigo podría destruir. Debemos dar gracias a Dios por habernos llamado a la
Iglesia. La ciudad de Dios, como la llamaba s. Agustín. Ella me revela a Jesús. Me
alimenta. Me conforta, cura mis fragilidades. Mis pecados. "Abrid las puertas para
que entre un pueblo justo". Yo tengo que abrir cada vez más de par en par las
puertas de mi razón, de mi voluntad, de mi corazón, para ir adquiriendo esta
justicia y esta fidelidad, que es la que concede el verdadero derecho de ciudadanía
en esta ciudad de Dios. ¿Es la Iglesia mi seguridad? ¿De qué modo me apoyo en
ella? O bien... ¿me apoyo en mis propias fuerzas, en mis propios juicios, criticando
a la Iglesia? Confiad siempre en el Señor. "El que escuche estas palabras mías". Dios
es la roca verdadera. Imagen de la solidez de la piedra que Jesús repetirá en el
evangelio. El tema de la lucha entre las dos ciudades, Babilonia y Jerusalén,
símbolo de la lucha entre el mal y el bien, es constante en la Biblia (Apocalipsis
18,21).
Considero, también mis propias fragilidades. Y te pido,
Señor, que seas mi muralla, la muralla de los míos y de todos los
hombres. ¡Protégenos del mal!

127
Vida más allá de la muerte
-Poned vuestra confianza en el Señor, porque en El
tenemos una Roca para siempre. La seguridad de las ciudades
antiguas se debía, a menudo, a su situación; Jerusalén, por
ejemplo, era considerada inexpugnable porque estaba
admirablemente situada sobre un espolón rocoso, lugar muy
estratégico para la defensa. Los profetas desarrollan el tema: Dios-
roca. La verdadera seguridad de una ciudad no procede de sus
medios humanos de defensa, sino de su apoyo en Dios: ¡Dios es la
roca verdadera! Imagen de la solidez de la piedra, que Jesús
repetirá en el evangelio. "Edificar su casa sobre roca"... "Tú eres
Pedro, tú eres Roca, y sobre esta piedra, sobre esta Roca, edificaré
mi Iglesia".
-El derroca a los que viven en las alturas y humilla la ciudadela
inaccesible. Este es el tema complementario: la fragilidad de las seguridades
humanas (Noel Quesson).

El Salmo (117,1 y 8-9.19-21.25-27a) reza: “bendito el que viene en


nombre del Señor.
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres, mejor es refugiarse en el
Señor que fiarse de los jefes.
Abridme las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor. Esta
es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella. Te doy gracias porque me
escuchaste y fuiste mí salvación.
Señor, danos la salvación; Señor, danos prosperidad. Bendito el que
viene en nombre del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor; el Señor es
Dios, él nos ilumina”. Dios ha venido a nosotros, descendiendo desde su cielo, y
haciéndose uno como nosotros. A nosotros corresponde abrirle las puertas de
nuestro corazón para que ahí se digne morar como en un templo. A pesar de que
tal vez el pecado ha manchado nuestra vida, el Señor se acerca a nosotros como
poderoso salvador. Él quiere que su victoria sobre el pecado y la muerte sea
también victoria nuestra; por eso nos invita a una constante purificación para que
su presencia en nosotros realmente se convierta en una bendición y no en motivo
de maldición, de destrucción y de muerte. El Señor que se acerca a nosotros viene
para convertirse en luz que nos ilumine para dejar de caminar en las tinieblas del
pecado y en las sombras de muerte. Dejémonos amar y purificar por Él para que
podamos ser signos de la presencia del Señor en el mundo por medio de quienes
le viven fieles.
Dios es bueno y misericordioso para con todos los que confían en Él.
Sabemos que somos frágiles, y que muchas veces podemos ser vencidos por el
mal, por el pecado, por nuestra concupiscencia; pues nuestra naturaleza, dañada
por el pecado, muchas veces se inclina más al mal que al bien. Por eso la
realización del bien en nosotros no depende únicamente de nuestras débiles
128
Esperanza y salvación
fuerzas, y de nuestras decisiones personales; es necesaria la gracia de Dios. Sólo así
podremos entrar algún día en el Templo Santo de Dios para permanecer con Él
eternamente. Confiar en el Señor, confiarle plenamente nuestra vida; unirnos a
Cristo Jesús para llegar a ser en Él hijos de Dios, es la única puerta que se nos abre
para entrar a unirnos con Dios. Acudamos al Señor, siempre dispuesto a
escucharnos y a perdonarnos, pues Él quiere salvarnos, pues ha venido no a
condenarnos, sino a llevarnos sanos y salvos a su Reino celestial.
Y en Mateo (7,21.24-27) Jesús dice: -«No todo el que me dice "Señor,
Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi
Padre que está en el cielo. El que escucha estas palabras mías y las pone en
práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó
la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa;
pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas
palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que
edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos
y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente.» Nos indica el modo en que
hemos de edificar nuestra vida: “oír las palabras mías” y “las ponga en práctica”.
Piedad y justicia, como se pide en la liturgia de ese día: “Vivamos con justicia y
piedad en el tiempo presente, aguardando la feliz esperanza y la manifestación de
la gloria del gran Dios” (Antífona de Comunión: Tito 2, 12-13).
¿Es la fe, o son las obras, lo que salva? En nuestro mundo vemos muchas
cosas en contraste con lo que indica la Iglesia, la sociedad no es como “tendría
que ser”, y esto lleva a muchos a soñar tiempos mejores, y sufrir por la
condenación de tantas almas, y nos gustaría cambiarlo todo enseguida, aún a
costa de la libertad. En la Encíclica sobre “Salvados por la esperanza”, Benedicto
XVI indica: “el esfuerzo cotidiano por continuar nuestra vida y por el futuro de
todos nos cansa o se convierte en fanatismo, si no está iluminado por la luz de
aquella esperanza más grande que no puede ser destruida ni siquiera por
frustraciones en lo pequeño ni por el fracaso en los acontecimientos de
importancia histórica. Si no podemos esperar más de lo que es efectivamente
posible en cada momento y de lo que podemos esperar que las autoridades
políticas y económicas nos ofrezcan, nuestra vida se ve abocada muy pronto a
quedar sin esperanza”. No está ahí nuestro fundamento: “El reino de Dios es un
don, y precisamente por eso es grande y hermoso, y constituye la respuesta a la
esperanza. Y no podemos –por usar la terminología clásica– « merecer » el cielo
con nuestras obras. Éste es siempre más de lo que merecemos, del mismo modo
que ser amados nunca es algo «merecido», sino siempre un don”. Dios nos sigue
amando igual, aunque nosotros no nos portemos bien. El corazón de Dios se
vuelca en nosotros como hijos suyos, más allá de la realidad concreta de nuestras
obras buenas o malas.
Pienso que nosotros no podemos acoger este don infinito de Dios sino
ensanchando nuestro corazón para poderlo llenar según la capacidad, por eso las
obras importan, como sigue diciendo el Papa: “No obstante, aun siendo
plenamente conscientes de la «plusvalía» del cielo, sigue siendo siempre verdad
que nuestro obrar no es indiferente ante Dios y, por tanto, tampoco es indiferente
para el desarrollo de la historia. Podemos abrirnos nosotros mismos y abrir el
129
Vida más allá de la muerte
mundo para que entre Dios: la verdad, el amor y el bien. Es lo que han hecho los
santos que, como «colaboradores de Dios», han contribuido a la salvación del
mundo (cf. 1 Co 3,9; 1 Ts 3,2)”. Como la Escritura hay que leerla en el contexto
de su unidad, sabemos que los que creen no quedarán confundidos; todos los que
reconocen a Jesús como Salvador y así lo invocan, se salvarán (Romanos 10,9-13).
Pero la fe «obra mediante la caridad», que está proyectada a la felicidad de los
demás, a trabajar en la construcción del mundo en que vivimos. Por eso, «sed,
pues, ejecutores de la palabra y no os conforméis con oírla solamente,
engañándoos a vosotros mismos» (Santiago 1,22); «la fe, si no tiene obras, está
verdaderamente muerta» (2,17); «como el cuerpo sin alma está muerto, así
también la fe sin obras está muerte» (2,26). Es lo que el Señor nos dice hoy: «No
todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que
haga la voluntad de mi Padre celestial» (7,21).
-No todo aquel que dice ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos.
Sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial. Quiero primero repetirme
varias veces esta frase, Señor. Quiero oírla de Tu propia boca, como si Tú me la
dijeras hoy. Sin embargo, sé muy bien que tenemos necesidad de orar y que a
menudo nos has recomendado también la oración. Sé que no rezo lo suficiente.
Pero, en tu espíritu, la "oración" y la "acción" no se oponen. Dices: "No basta
rezar..." Pero hay que hacerlo, para que pueda decirse que ello no basta. Ahora es
mi momento de oración. Digo "Señor, Señor". Por lo tanto acepto todo lo que me
reveles en este texto: Tú me envías de nuevo a mis tareas humanas, a mis
responsabilidades de cada día. Se trata de pasar con naturalidad de la "oración" a
la "acción". Pausadamente procuro descubrir y contemplar la "voluntad del
Padre"... luego voy a "hacer esta voluntad". Lo que interesa a Dios en mi vida no
son únicamente mis momentos de oración... sino todos los momentos de mi
jornada. ¿Qué esperas de mí, Señor, en el día de hoy?
-Cualquiera que escucha estas mis instrucciones, y las practica... Es la
misma idea: un ritmo de vida esencial en dos tiempos: -Escuchar... -Poner en
práctica... Señor, ayúdame a fin de que te escuche verdaderamente. Concédeme
que esté atento a tu voz. Señor, ayúdame; que mi obrar sea verdadero, que mis
actos sean conformes a lo que Tú quieres.
-Será semejante a un hombre cuerdo que fundó su casa sobre piedra. Lo
que me pasa, Señor, es que no veo toda la importancia que tienen las cosas que
llenan mis jornadas. Las hago, una después de otra, porque hay que hacerlas;
¡pero sin valorarlas! Entonces resulta que encuentro esas jornadas muy banales y
vacías.
Sin embargo, mis días podrían ser grávidos y sólidos como la roca. ¡Si yo
supiera edificarlos siempre sobre tu Palabra, sobre tu querer, sobre ti! Señor,
ayúdame a edificar mi vida sobre la roca, sobre ti. ¡Edificar sólidamente!
Construir. La humanidad necesita hombres y mujeres sólidos, constructivos que
edifiquen lo que es sólido con Dios.
-Pero, cualquiera que oye estas mis instrucciones y no las pone en
práctica... Esta palabra debería hacer reflexionar a aquellas personas que dicen
"soy creyente... pero no soy practicante..." Es verdad que hay muchas maneras de
"practicar": se puede practicar la caridad, la justicia, la plegaria, la bondad...
130
Esperanza y salvación
practicar la fe... Pero Jesús parece decirnos que hay que ser honrado, y no
contentarse con buenos sentimientos o buenas intenciones: si decimos creer, hay
que aplicar la fe a la vida. Hay que aplicar la caridad, si decimos amar. Lo
contrario ¡es ser como una "casa edificada sobre la arena"! (Noel Quesson).

5. La fe para acoger la luz de Dios. Aquel día, verán


los ojos de los ciegos la luz: Jesús cura de nuestra
ceguera si se lo pedimos.

Isaías (29.17-24: viernes de la 1ª semana de adviento)


sigue con las maravillas del día del Señor: «Pronto, muy pronto, el
Líbano se convertirá en vergel… oirán los sordos las palabras del
libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos. Los
oprimidos volverán a alegrarse con el Señor, y los más pobres
gozarán con el Santo de Israel; porque se acabó el opresor,
terminó el cínico; y serán aniquilados los despiertos para el mal,
los que van a coger a otro en el hablar y, con trampas, al que
defiende en el tribunal, y por nada hunden al inocente.» Cuando
triunfe el Mesías, cuando llegue su Reino y todo sea transformado
y el mundo redimido, no podrá existir el mal en ningún sentido.
Tanto el mal cósmico como el humano habrán desaparecido.
Todos escucharán y todos verán porque todos vivirán pendientes
de la palabra de Yavhé, de su voluntad salvífica. Página profética,
que expresa la espera de la humanidad. Página poética, toda ella
llena de imágenes concretas y sugestivas.
-Los humildes volverán a alegrarse en el Señor y los pobres
se regocijarán en Dios, el santo de Israel. Señor, ayuda a todos los
que sufren esperando "aquel día" que nos has prometido. ¡Que
venga aquel día! Mensaje de esperanza para los humildes y los
pobres. Estas son, por adelantado, las palabras mismas del
Magnificat. María, toda ella, estaba como impregnada de esos
pasajes de la Biblia, que ahora leemos diariamente. Ella había leído
ese poema de Isaías, lo aprendió en la escuela de su pueblo; y a su
vez, como madre lo enseñó a Jesús. Un pueblo entero,
alimentándose de esa Palabra, esperaba la era mesiánica. María
debió «exultar» cuando vio a su hijo «abrir los ojos de los ciegos y
los oídos de los sordos». El Mesías ha venido. La era mesiánica ha
comenzado y ¡ha llegado el tiempo anunciado por los profetas! Y,
131
Vida más allá de la muerte
no obstante, son todavía muchos los pobres que sufren y gimen, y
¡que están muy lejos de exultar! ¿Soy de los que trabajan
esforzadamente para que la miseria vaya desapareciendo? (Noel
Quesson).
El Salmo (26,1.4.13-14) proclama: “El Señor es mí luz y mi
salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?
Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del
Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor”.
¡Ven, Señor Jesús! Esperamos alegre y confiadamente en la venida
de nuestro Señor Jesucristo, para estar continuamente en su
presencia. Por eso, nos armamos de valor y fortaleza y, sin
descuidar nuestro trabajo en las realidades temporales de nuestra
vida diaria, nos esforzamos, guiados y fortalecidos por el Espíritu
Santo, que habita en nosotros, en poder llegar a vivir en la casa del
Señor todos los días de nuestra vida. Dios nos ha favorecido por
medio de su Hijo Jesús, mediante el cual nos llama para que
seamos hijos suyos. Escuchemos hoy su voz y no endurezcamos
ante Él nuestro corazón.
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará en contra nuestra?
Confiemos en el Señor. Mas no por eso pensemos que el Señor
hará su obra de salvación sin considerar nuestra fe, nuestra
disposición a hacer su volunta y a caminar conforme a sus
enseñanzas. En el camino de salvación no es sólo Dios; ni somos
sólo nosotros; es la Gracia de Dios con nosotros. Es verdad que de
parte nuestra sólo hay una frágil voluntad; pero será el Señor el
que nos tome bajo su cuidado, e irá haciendo que poco a poco
vayamos creciendo en el amor a Él y en la fidelidad a su voluntad,
pues el camino de salvación es eso precisamente, un camino que se
inicia tal vez con mucha fragilidad, pero que, si confiamos en el
Señor, Él hará que lleguemos a amar y a querer conforme a lo que
Él espera de nosotros. Confiemos siempre en el Señor. Dejemos
que Él guíe nuestros pasos por el camino del bien, hasta que algún

132
Esperanza y salvación
día podamos contemplar el Rostro del Señor y disfrutemos de Él
eternamente (homiliacatolica.com).
Mt (9,27-31) nos habla de que dos ciegos iban gritando: «¡Ten piedad de
nosotros, Hijo de David!». Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les
dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?». Dícenle: «Sí, Señor». Entonces les tocó los
ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe». Y se abrieron sus ojos. Jesús
les ordenó severamente: «¡Mirad que nadie lo sepa!». Pero ellos, en cuanto
salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca. La ceguera que hoy la
liturgia trae a nuestra consideración tiene diversos niveles. En primer lugar, en el
mundo hay sufrimiento. En la carta encíclica “Salvados en la esperanza”,
Benedicto XVI dice que “podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra
él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando
evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción,
cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien,
caen en una vida vacía en la que quizás ya no existe el dolor, pero en la que la
oscura sensación de la falta de sentido y de la soledad es mucho mayor aún. Lo
que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la
capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido
mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito”. Hemos de
procurar aliviar el sufrimiento, pero el objetivo va más allá, sobre todo cuando no
puede quitarse el dolor y hay que transformarlo.
Otra forma de ceguera es la interior, como decía de sí mismo San
Agustín: “ciego y hundido, no podía concebir la luz de la honestidad y la belleza
que no se ven con el ojo carnal sino solamente con la mirada interior”, pues sin la
apertura a Dios la ceguera es una enfermedad incurable: “¿qué soy yo sin ti para
mi mismo sino un guía ciego que me lleva al precipicio?”, la búsqueda del “ciego
y turbulento amor a los espectáculos” es una forma de suplir esa carencia vital.
Estamos viendo estos días cómo el Señor, en cumplimiento de las
profecías de Isaías (cf. Lc 4,16ss; Is 61,1-2) cura a los enfermos y les da la libertad:
“a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos” .
En este viernes de la primera semana de Adviento, la primera lectura nos muestra
al profeta Isaías proclamar a Jesús que vendrá, y entonces “desde las tinieblas y
oscuridad verán los ojos de los ciegos” (Isa 29, 17-24). También se nos dice: “El
Señor es mi luz y mi salvación” (Salmo 26). No sólo en los problemas materiales,
sino también en esa ceguera interior, para la que nos pide fe: los dos ciegos que
siguen a Jesús les piden curación, misericordia, y el Señor les pregunta si tienen fe
en que Él puede curarlos. En muchos otros lugares del Evangelio se recoge esta
llamada a la fe, para poder obrar los milagros (cf. F. Fernández Carvajal, “Hablar
con Dios”, la meditación del día de hoy).
La clave para aumentar la fe, en el sufrimiento, es la que nos indica
Benedicto XVI en la citada encíclica: “La oración como escuela de la esperanza”.
Cuenta que “Agustín ilustró de forma muy bella la relación íntima entre oración y
esperanza en una homilía sobre la Primera Carta de San Juan. Él define la oración
como un ejercicio del deseo. El hombre ha sido creado para una gran realidad,
para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es demasiado

133
Vida más allá de la muerte
pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado. «
Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y,
ensanchándola, la hace capaz [de su don]». Agustín se refiere a san Pablo, el cual
dice de sí mismo que vive lanzado hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,13).
Después usa una imagen muy bella para describir este proceso de ensanchamiento
y preparación del corazón humano. «Imagínate que Dios quiere llenarte de miel
[símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si estás lleno de vinagre, ¿dónde
pondrás la miel? » El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y
luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor. Eso requiere esfuerzo, es
doloroso, pero sólo así se logra la capacitación para lo que estamos destinados.”
Así logramos esta fe, necesaria para obtener lo que deseamos, aun de un modo
mejor que el que deseamos, y es el que Dios quiere; pero el camino es ensanchar
nuestro corazón, para poder albergar ese don, esa luz para poder ver.
Pero hay que preguntarse: ¿en verdad queremos ser salvados? ¿nos
damos cuenta de que necesitamos ser salvados? ¿seguimos a ese Jesús como los
ciegos suplicándole que nos ayude? ¿de qué ceguera nos tiene que salvar? Hay
cegueras causadas por el odio, por el interés materialista de la vida, por la
distracción, por la pasión, el egoísmo, el orgullo o la cortedad de miras. ¿No
necesitamos de veras que Cristo toque nuestros ojos y nos ayude a ver y a
distinguir lo que son valores y lo que son contravalores en nuestro mundo de
hoy? ¿o preferimos seguir ciegos, permanecer en la oscuridad o en la penumbra, y
caminar por la vida desorientados, sin profundizar en su sentido, manipulados por
la última ideología de moda? Es bueno darse cuenta de los males que tenemos, y
Jesús vino para los enfermos, para los pecadores, pues todos estamos enfermos,
todos somos pecadores, pero lo malo es que no lo reconozcamos, pues entonces
no querremos que nos cure el Señor. El Adviento nos invita a abrir los ojos, a
esperar, a permanecer en búsqueda continua, a decir desde lo hondo de nuestro
ser «ven, Señor Jesús», a dejarnos salvar y a salir al encuentro del verdadero
Salvador, que es Cristo Jesús. Sea cual sea nuestra situación personal y
comunitaria, Dios nos alarga su mano y nos invita a la esperanza, porque nos
asegura que él está con nosotros. La Iglesia peregrina hacia delante, hacia los
tiempos definitivos, donde la salvación será plena. Por eso durante el Adviento se
nos invita tanto a vivir en vigilancia y espera, exclamando «Marana tha», «Ven,
Señor Jesús».
Al inicio de la Eucaristía, muchas veces repetimos -ojalá desde dentro,
creyendo lo que decimos- la súplica de los ciegos: «Kyrie, eleison. Señor, ten
compasión de nosotros». Para que él nos purifique interiormente, nos preste su
fuerza, nos cure de nuestros males y nos ayude a celebrar bien su Eucaristía. Es una
súplica breve e intensa que muy bien podemos llamar oración de Adviento,
porque estamos pidiendo la venida de Cristo a nuestras vidas, que es la que nos
salva y nos fortalece. La que nos devuelve la luz. En este Adviento se tienen que
encontrar nuestra miseria y la respuesta salvadora de Jesús (J. Aldazábal).

6. El Señor oye la voz de nuestro gemido, se


compadece y viene a socorrernos.
134
Esperanza y salvación

Isaías (30,19-21.23-26: Adviento, primera semana. Sábado) sigue con


las buenas nuevas: “no tendrás que llorar, porque se apiadará a la voz de tu
gemido: apenas te oiga, te responderá… ya no se esconderá tu Maestro, tus ojos
verán a tu Maestro. Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una
palabra a la espalda: "Éste es el camino, camina por él." Te dará lluvia para la
semilla que siembras en el campo, y el grano de la cosecha del campo será rico y
sustancioso; aquel día, tus ganados pastarán en anchas praderas… cuando el Señor
vende la herida de su pueblo y cure la llaga de su golpe.» Los habitantes de
Jerusalén ven acercarse a su puerta la amenaza asiria. Los ejércitos de la época
arrasan las ciudades y matan a todos los habitantes, a excepción de los más fuertes
que son deportados. Las palabras esperanzadoras de Isaías han de leerse en ese
contexto dramático.
-Aquel día de muerte y devastación, cuando se derrumbarán todas las
torres de defensa... Sí, es en medio de las violencias militares de una guerra feroz
cuando Isaías evoca un «tiempo» en el que todo tipo de mal estará ausente. ¡Isaías
es el profeta de la esperanza, de la más humana esperanza! Isaías evoca una
felicidad paradisíaca, un futuro reino mesiánico del que todo mal habrá
desaparecido: hambre... enfermedad... violencia... injusticia... Es el retorno del
hombre a su equilibrio moral que traerá también consigo el retorno de la
naturaleza a su armonía y a la fecundidad del «paraíso terrenal». La Biblia cree
profundamente en una comunión entre el hombre y su entorno: el Señor
resucitado, no solamente salva el alma, sino también la carne y la materia (Rm 8).
La naturaleza entera espera su transfiguración. Por todo ello, en Adviento, el
cristiano se siente también interpelado -a una conversión espiritual que transforme
su corazón... -y a transformar la naturaleza con los avances de la técnica, el
trabajo, el progreso... ¿Considero que éste es también mi trabajo? ¿Participo del
gran proyecto de Dios: "¡Dominad la tierra y sometedla!" para la mayor felicidad
de todos los hombres?
-¡No será ya ocultado el que te enseña, y tus ojos le verán! Ver a Dios.
Comunicarse con Dios. ¡Un Dios «que ya no se oculta», que se "deja ver"! Esta es
también una de las aspiraciones fundamentales del hombre. Dios escondido,
invisible. Dios silencioso, Dios ausente, Dios lejano, Dios inaccesible.
Efectivamente, ¡ésta es nuestra experiencia dolorosa! Pues bien, para el «final de
los tiempos», para "aquel día" ¡Dios anuncia que podremos llegar a El y verle!
Jesús, Dios que se toca, Dios que se ve, Dios que habla, Dios que no se esconde,
Dios accesible, Dios cercano. «¡Ven, Señor Jesús!» "¡Estamos esperando tu retorno!"
Los sacramentos son signos "sensibles" de su presencia. Son una continuación de la
Encarnación de Dios. La Iglesia es el sacramento, el signo de Jesucristo... en la
espera de su retorno. La felicidad soñada y evocada por Isaías existe con esta
condición: Creer que Dios sólo es capaz de construir la felicidad definitiva futura.
Reconocerse suficientemente pobre para tener la convicción de que el hombre,
por sus propios medios, es incapaz de conseguir tal felicidad. Esforzarse en
contemplar a Dios. ¿Qué son para mi los sacramentos? ¿Todos los sacramentos? -
«¡Este es el camino; síguelo!» (Noel Quesson).

135
Vida más allá de la muerte
El Salmo (146,1-2.3-4.5-6) proclama: “Dichosos los que esperan en el
Señor.
Alabad al Señor, que la música es buena; nuestro Dios
merece una alabanza armoniosa. El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel.
Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su
nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso, su sabiduría no tiene medida. El
Señor sostiene a los humildes, humilla hasta el polvo a los malvados”. Nuestro
Dios, que todo lo sabe y todo lo penetra, ha salido por medio de su Hijo, como
el buen Pastor, a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Él ha venido a
sanar los corazones quebrantados y a vendar nuestras heridas, a socorrer a los
pobres y a levantar a los humildes. Por eso hagamos de toda nuestra vida una
continua alabanza a su Santo Nombre. Dios quiere que todos los hombres se
salven. A nadie creó para la condenación. Por eso nosotros mismos no hemos de
cerrar nuestra vida a su amor; más bien hemos dejarnos encontrar y salvar por Él
de tal forma que no sólo lleguemos participar de su Reino aquí en la tierra, sino
que encaminemos nuestros pasos a la posesión de los bienes definitivos, que Dios
nos ha concedido por medio de su propio Hijo Jesús.
¡Sólo Dios basta! Él es el dueño de todo, pues es el creador de todo. Y a
pesar de ser el Todopoderoso, se ha inclinado, no sólo para contemplar nuestras
miserias y pobrezas, sino para salir a nuestro encuentro, como el buen samaritano,
para vendar y sanar las heridas que en nosotros había abierto el pecado. Él nos
quiere renovados en su propio Hijo, revestidos de Él, para poder amar en
nosotros lo mismo que ama en su Hijo unigénito. Ese es el amor y la misericordia
que Dios nos ha tenido. Por eso alabemos al Señor no sólo con los labios, sino
mediante una vida íntegra, manifestando, así, mediante nuestras buenas obras,
que el Señor nos ha reconstruido y justificado, y que nos ha reunido como un sólo
pueblo de hermanos en Cristo, para alabanza y gloria de nuestro Dios y Padre. El
Señor conoce hasta lo más profundo de nuestras entrañas. Acudamos a Él con
amor para que tenga compasión de nosotros y nos salve.
Para vivir esto debemos morir a nosotros mismos, con nuestros gustos,
nuestros intereses particulares, nuestros deseos pecaminosos, nuestras malas
inclinaciones. Debemos resucitar a una vida nueva conforme al espíritu de Cristo.
«Revestíos del Señor Jesús», nos dice el Apóstol. Saturados de ese espíritu,
animados por Él, respirando su mismo aliento, ya no ambicionemos más que a
Dios, ya no deseemos más que cumplir su voluntad. Él nos basta. ¡Solo Dios!
Mt (9,35—10,1.6-8) nos dice que “Jesús recorría todas las ciudades y
aldeas enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando
toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las multitudes se llenó de compasión
por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen
pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La mies es mucha, pero los obreros pocos.
Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. Habiendo llamado

136
Esperanza y salvación
a sus doce discípulos, les dio poder para arrojar a los espíritus inmundos y para
curar toda enfermedad y toda dolencia. Id y predicad diciendo que el Reino de
los Cielos está al llegar. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los
leprosos, arrojad a los demonios; gratuitamente lo recibisteis, dadlo
gratuitamente”. Es un camino de auténtica libertad, como decimos en la oración
colecta: “para liberar a los hombres de su antigua esclavitud del pecado, enviaste
a tu Hijo Unigénito al mundo”, y pedimos “conseguir el premio de la verdadera
libertad”… El Señor desea hacernos instrumentos suyos para obrar milagros: “Dar
luz a los ciegos –decía san Josemaría-: ¿Quién no podría contar mil casos de cómo
un ciego casi de nacimiento recobra la vista recibe todo el esplendor de la luz de
Cristo? Y otro era sordo, y otro mudo, que no podían escuchar o articular una
palabra como hijos de Dios... Y se han purificado sus sentidos, y escuchan y se
expresan ya como hombres, no como bestias. «In nomine Iesu!», en el nombre de
Jesús sus Apóstoles dan la facultad de moverse a aquel lisiado, incapaz de una
acción útil; y aquel otro poltrón, que conocía sus obligaciones pero no las
cumplía... En el nombre del Señor, «surge et ambula!», levántate y anda.
”El otro, difunto, podrido, que olía a cadáver, ha percibido la voz de
Dios, como en el milagro del hijo de la viuda de Naím: «muchacho, yo te lo
mando, levántate». Milagros como Cristo, milagros como los primeros apóstoles
haremos. (... ) Si amamos a Cristo, si lo seguimos sinceramente, si no nos
buscamos a nosotros mismos sino sólo a Él, en su nombre podremos transmitir a
otros, gratis, lo que gratis se nos ha concedido” (Amigos de Dios, 262). Y ayudar a
los demás es el arte de las artes (diríamos corrigiendo a Aristóteles, para quien era
la política), como decía S. Juan Crisóstomo: “¿qué hay comparable con el arte de
formar un alma, de plasmar la inteligencia y el espíritu de un joven?”. Es darles
formación, en sus diversos aspectos: humano, doctrinal, profesional, espiritual y
apostólico, y esto pone a esas personas en disposición de atender a su vez la
llamada divina, y multiplicar los resultados: “Quien escasamente siembra,
cosechará escasamente; y quien siembra a manos llenas, a manos llenas recogerá”
(2 Cor 9,6). Jesús nos habla de la Parábola de la semilla y del grano de mostaza
(Mc 4,26-32), es decir de resultados insospechados, pero siempre hay que cuidar,
en todo apostolado, que la organización no se “coma” la caridad, pues atender a
cada alma es lo auténticamente importante, especialmente las enfermas física o
espiritualmente, en general las necesitadas, poniendo el corazón, que es así
cuando surge la confianza y la confidencia tan necesaria para abrir el alma y salir
de su soledad. Atender pues al misterio de cada persona es el camino para llevar
ese mandato del Señor. Al compartir los afanes, surge espontánea la orientación
espiritual, el pedir consejo, la palabra que estimula, etc. En definitiva, querer con
los sentimientos que albergan el corazón de Jesús y de su Madre, mirar al prójimo
con sus ojos.
Ese Dios que sana corazones destrozados, ese Cristo que se apiada de los
que sufren, es quien hoy nos invita a nosotros a tener y a repartir esperanza. La
humanidad sigue igual, hambrienta, desorientada, desilusionada. Si estamos
desanimados, o más o menos hundidos en una situación de pecado o de tibieza,
la llamada del Adviento, o sea, el anuncio de la venida de Jesús a nuestra historia,
va dirigida preferentemente a nosotros. Son nuestras lágrimas las que quiere
137
Vida más allá de la muerte
enjugar, y nuestras heridas las que quiere vendar con solicitud. Eso es Adviento y
eso es Navidad. Que se repite año tras año. Si Isaías podía decir que Dios está
cerca, ahora, con Cristo, esta cercanía es mucho mayor.
Esto, en primer lugar, nos da confianza a nosotros. Pero a la vez que
buscadores de Dios, se nos invita a ser anunciadores de Dios, a comunicar nuestra
esperanza a los demás. ¿Haremos el papel de Isaías en medio de nuestra sociedad?
¿anunciaremos a alguien, cerca de nosotros, la Buena Noticia de la salvación a
través de nuestra cercanía y de la esperanza que le contagiamos? ¿seremos
«adviento» para alguien, porque comunicamos alegría, porque cuidamos de los
enfermos o de los abandonados, porque nos acercamos al que sufre o está solo? Y
eso no sólo a los que son de trato agradable, sino también a los que han sido
menos agraciados por la vida, menos simpáticos y cultos, menos fáciles de tratar.
Dios quiere vendar nuestras heridas. Pero a la vez nos encarga que
nosotros también vendemos heridas a nuestro alrededor. Ahora Cristo no va por
las calles curando y liberando a los posesos. Pero sí vamos los cristianos, con el
encargo de que seamos adviento y profeta Isaías en nuestra familia, en nuestra
comunidad, en la parroquia, en la sociedad. Y eso lo cumpliremos si a nuestro
alrededor crece un poco más la esperanza, y las personas que conviven con
nosotros se sienten amadas y ven cómo se les curan las heridas y se va
remediando su desencanto. Si inspiramos serenidad con nuestra actitud, y sabemos
quitar hierro a las tensiones, y aliviar el dolor de tantas personas, cerca de
nosotros, que sufren de mil maneras. Eso es lo que hacia Cristo Jesús hace dos mil
años. Y será Adviento y Navidad si vuelve a suceder lo mismo, ahora por medio
de los cristianos que estamos en el mundo.
La Virgen María también nos da ejemplo, en las páginas del evangelio,
de saber mostrarse cercana a los que la necesitan. Está contenta con el anuncio del
ángel, pero corre a ayudar a su prima en los trabajos de su casa. En Caná está al
quite del apuro de los novios e intercede ante su Hijo para que les proporcione
vino. La Virgen creyente, y a la vez, la Virgen servicial (J. Aldazábal).

7. El buen pastor anunciado por los profetas.


En la larga espera del Antiguo Testamento, los Profetas anunciaron, con
siglos de antelación, la llegada del Buen Pastor, el Mesías, que guiaría y cuidaría
amorosamente su rebaño. Sería un pastor único (Ez 34,23), que buscaría a la
oveja perdida, vendaría la herida y curaría a la enferma (Ez 34,16). Con Él las
ovejas estarían seguras y, en su nombre, habría otros buenos pastores con el
encargo de cuidarlas y guiarlas. Yo soy el buen pastor (Jn10,11) dice Jesús. Él
conoce y llama a cada una de las ovejas por su nombre (Jn 10,3). ¡Jesús nos
conoce personalmente, nos llama, nos busca, nos cura! No nos sentimos perdidos
en medio de una humanidad inmensa y sin nombre: Somos únicos para Él.
Podemos decir con exactitud: Me amó y se entregó por mí (Gal 2,20). Ningún
cristiano tiene derecho a decir que está solo: Jesucristo está con él.
Además del título de Buen Pastor, Cristo se aplica a sí mismo la imagen
de la puerta por la que se entra al aprisco de las ovejas, que es la Iglesia. Jesús ha
dispuesto que haya en su Iglesia buenos pastores para que en su nombren guarden

138
Esperanza y salvación
y guíen a sus ovejas (Ef 4,11). Por encima de todos y como Vicario suyo en la
tierra estableció a Pedro y a sus sucesores (Jn 21,15-17), a quienes hemos de tener
una especial veneración, amor y obediencia. Junto al Papa, y en comunión con él,
a los obispos, como sucesores de los Apóstoles. Los sacerdotes son buenos
pastores, especialmente en la administración del sacramento de la Penitencia,
donde nos curan de todas nuestras heridas y enfermedades. “Cuatro son las
condiciones que debe reunir el buen pastor: En primer lugar el amor: fue
precisamente la caridad la única virtud que el Señor exigió a Pedro para entregarle
el cuidado de su rebaño. Luego, la vigilancia, para estar atento a las necesidades
de las ovejas. En tercer lugar, la doctrina, con el fin de poder alimentar a los
hombres hasta llevarlos a la salvación. Y finalmente la santidad e integridad de
vida; ésta es la principal de todas las cualidades (Santo Tomás de Villanueva,
Sermón sobre el Evangelio del Buen Pastor)”
Cada uno de nosotros necesita un buen pastor que guíe su alma, pues
nadie puede orientarse a sí mismo sin una ayuda especial de Dios. Es una gracia
especial de Dios poder contar con esa persona llena de sentido humano y
sobrenatural que nos ayude eficazmente. Pero es importante acudir al que es
verdaderamente buen pastor para nosotros, aquel a quien el Señor quiere que
acudamos. Nuestra Madre nos ayudará a encontrar el camino seguro que nos
conduce a Cristo (Francisco Fernández Carvajal). «A Ti levanto mi alma». Tal es el
clamor que debe brotar de nuestro corazón en este tiempo de Adviento al
contemplar tanta miseria moral en nosotros y en todos los hombres. Ningún
poder humano puede darnos la redención verdadera, la liberación que en
realidad necesitamos todos los hombres. Únicamente Jesucristo, el Hijo de Dios
humanado, nos puede salvar. San Buenaventura lo afirma orando: «Clama, alma
devota, cercada de tantas miserias, clama a Jesús y dile: “¡Oh Jesús, Salvador del
mundo, sálvanos, ayúdanos, oh Señor Dios Nuestro!, esforzando a los débiles,
consolando a los afligidos, socorriendo a los frágiles, consolidando a los
vacilantes”... ¡Alégrate, viendo que Jesús ahuyenta los demonios en la remisión
del pecado, alumbra a los ciegos infundiendo el verdadero conocimiento, resucita
a los muertos al conferir la gracia, cura los enfermos, sana los cojos, endereza a los
paralíticos y contraídos, robusteciendo su espíritu, a fin de que sean fuertes y
varoniles por la gracia los que antes eran flacos y cobardes por la culpa» (Las cinco
festividades del Nacimiento de Jesús).

8. Nuestra meta es siempre Cristo, la gran promesa


de salvación. Dios mostrará tu esplendor… para
que lleguéis al día de Cristo limpios e
irreprochables. Y todos verán la salvación de Dios.

Domingo de la 2ª semana de Adviento: Baruc (5,1-9) clama: “Jerusalén,


despójate de tu vestido de luto y aflicción y vístete las galas perpetuas de la gloria
que Dios te da envuélvete en el manto de la justicia de Dios y ponte en la cabeza
la diadema de la gloria del Eterno, porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos

139
Vida más allá de la muerte
viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: «Paz en la justicia» y
«Gloria en la piedad». Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia el
oriente y contempla a tus hijos, reunidos de oriente a occidente a la voz del
Santo, gozosos invocando a Dios. A pie se marcharon, conducidos por el
enemigo, pero Dios te los traerá con gloria, como llevados en carroza real. Dios
ha mandado abajarse a todos los montes elevados y a las colinas encumbradas, ha
mandado llenarse a los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine
con seguridad, guiado por la gloria de Dios. Ha mandado al boscaje y a los
árboles aromáticos hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel con alegría a
la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia”. Refleja la vida de una
comunidad deportada por los babilonios y que vivió en la dispersión. La tragedia
de la deportación sufrida, el desconsuelo de la madre, Jerusalén, que pierde a sus
hijos (4,9-16), no termina en un grito de dolor desesperado sino en una
exhortación que infunde coraje y esperanza. El libro de Baruc -el profeta
secretario, confidente y amigo de Jeremías- fue escrito por los años 200 y 100
a.C.; por tanto, de lo último que se escribió del AT. El autor del libro se sirve del
pasado de la historia de Israel para alentar la esperanza del pueblo y dirigirla hacia
el futuro. En este fragmento, concretamente, se quiere alentar a los desterrados,
para que acepten su situación y cambien de mentalidad. En este mismo momento,
otro profeta, Ezequiel, habla de forma semejante. Y así, por supuesto, Jeremías y,
en parte, Isaías. Una transformación lenta se irá produciendo en el pueblo y en sus
estamentos institucionales. Y sus hijos, pasado el tiempo previsto por Yahvé,
volverán a Jerusalén, como "pobres que buscan al Señor". Todo esto se refiere a
un tiempo futuro indefinido. Es, sobre todo, este fragmento una invitación a la
alegría profunda por los bienes que Dios ofrece: el cambio profundo que se ha de
realizar.
El pequeño libro de Baruc comprende secciones distintas y de épocas
distintas, pero atribuidas conjuntamente al profeta de la escuela de Jeremías por
un compilador del siglo I a. C. Por lo tanto, la situación del exilio que aquí se
supone, no es más que un recurso o licencia literaria para cantar la providencia
especial de Dios respecto al pueblo de Israel. Desde que David eligió a Jerusalén
como capital de su reino, esta ciudad estaba destinada a convertirse en un
símbolo. Vinculada a la Casa de David y, consiguientemente, a las promesas del
futuro rey Mesías, Jerusalén pasaría a ser el símbolo tanto del reino mesiánico
como del pueblo que lo espera. El profeta dirige su palabra a esta ciudad, a este
pueblo, que, si ahora es todavía una realidad humilde y sin brillo, está destinado a
ser la lumbrera de todas las naciones. El profeta invita a Jerusalén a despojarse del
duelo y a vestirse como una mujer que se engalana para una fiesta. La ciudad
devastada y desposeída de sus hijos, que fueron llevados al cautiverio de
Babilonia; la ciudad desconsolada como una viuda, sin hijos y sin esposo que la
cuide, puede y debe alegrarse ahora como una novia y como una madre feliz que
espera el pronto retorno de sus hijos.
Yahvéh, su esposo, le ha preparado como vestido el "manto de su
justicia" y como diadema "la gloria perpetua". Estos dos títulos corresponden a la
nueva condición de Jerusalén, que ha sido honrada por Dios con los dones de la
justicia y de la gloria. El nombre que Dios da a Jerusalén expresa justamente lo
140
Esperanza y salvación
que Dios hace en Jerusalén y por Jerusalén. Anticipando el momento glorioso, el
profeta invita a la ciudad a ponerse de pie (Is 51,17; 52,2; 60,1) y a subir al
monte, sobreponiéndose a sí misma con la esperanza. Desde allí, desde la altura
del monte Sión, podrá otear el horizonte y ver venir ya lo que ahora se anuncia:
que vuelven sus hijos, que son traídos en carroza real los mismos que antes fueron
llevados por la fuerza al exilio. Pues el Espíritu, esto es, la fuerza de Dios, los ha
congregado de todos los rincones de la tierra. Se acabó la diáspora, porque Dios
se acuerda de Jerusalén y le han devuelto sus hijos.
La descripción que se hace del retorno, de la repatriación de los
exiliados, está tomada en buena parte de Isaías (40,3-5). Será como en los días del
éxodo o salida de Egipto, el mismo Dios conducirá a los que vuelven con alegría
por el desierto. La "gloria de Dios" es la manifestación visible de su presencia
salvadora. A veces simbolizada por una nube luminosa o "columna de fuego" (Ex
14,24: “Eucaristía 1982/1988”).
Dios mostrará su esplendor sobre Jerusalén. El profeta Baruc anunció la
salvación mesiánica como un retorno gozoso a la patria por los caminos de la
justicia y de la piedad, de la humilde esperanza y de la rectitud del corazón,
preparados por el mismo Señor que nos redime. Ha pasado la hora del duelo y de
la tristeza, y por ello Jerusalén debe adornarse con sus mejores ornamentos de
gloria. Es la hora de la glorificación de sus hijos, de su retorno triunfal. Jerusalén
va a ser en adelante como una reina majestuosa, aureolada por la gloria de
Dios… Es una idealización de los tiempos mesiánicos. La justicia es la característica
de la nueva teocracia mesiánica; por eso el Mesías se ceñirá con el cinturón de la
justicia. Y esa justicia de los tiempos mesiánicos es fruto del conocimiento de Dios
que suscribirá una nueva alianza escrita en los corazones.
El reino del Mesías es ante todo de un orden espiritual. «Desde Sión
reverbera el esplendor de su belleza»: el Señor hace su entrada en el divino reino
de su Iglesia. Aquí vuelve de nuevo a vivir su vida. La vida de la Iglesia es la vida
de Cristo. El que quiera participar de la vida de Cristo tiene que asimilar por los
sacramentos la vida de la Iglesia. Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para
que nosotros vivamos por Él (Jn 4,9). «En Él, en el Hijo de Dios, estaba la vida y
la vida era la luz de los hombres» (Jn 1, 4). Él vino y nos dio también a nosotros,
los gentiles, «la potestad de ser hijos de Dios» ¡Una nueva vida, una vida divina!
Los profetas, al prever los tiempos mesiánicos, se quedaron muy cortos. La
realidad es mucho mayor que lo que ellos previeron y anunciaron con imágenes
sublimes.
-La alegría, compañera de la esperanza, es un motivo característico del
Adviento: como la Jerusalén a quien se dirigía Baruc, los creyentes tenemos que
saber mirar siempre hacia oriente y discernir las maravillas de Dios. Porque es en
Dios donde se enraíza y se alimenta nuestra alegría: en aquel que tiene como
propias la justicia y la misericordia.
Baruc decía a Jerusalén: "Dios mostrará tu resplandor a cuantos viven
bajo el cielo". Este mensaje universalista debería conducirnos a revisar si no
tenemos tendencia a encerrarnos en "nuestra" salvación individual; o si no
convertimos nuestras comunidades cristianas en reductos cerrados, de un único
color, poco abiertos y proclamadores de esta salvación universal.
141
Vida más allá de la muerte
Minúsculo en el concierto de las naciones era el Israel que volvía del
destierro y, sin embargo, para Dios merecía toda la atención que describe Baruc:
"Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados y a las colinas
encumbradas... para que Israel camine con seguridad".
La primera lectura muestra que las antiguas promesas de un nuevo
tiempo de salvación (a la vuelta del exilio) anuncian ciertamente algo glorioso,
pero que esto no se realiza inmediatamente. El retorno de Babilonia fue todo
menos una marcha triunfal. La gloria prometida era una promesa que debía
cumplirse más tarde y de un modo totalmente distinto a como las imágenes
proféticas permitían esperar. La verdadera gloria que aquí se anuncia a Jerusalén
es la venida de Cristo proclamada por el Bautista; pero esta gloria tampoco será
un esplendor terreno, sino exactamente lo que el evangelio de Juan designará
como la gloria visible para el que cree: la vida, la muerte y la resurrección de
Cristo. Este es en el fondo el camino recto -«yo soy el camino»- por el que Dios
viene a nosotros, el Dios que ciertamente, como se dice al final de la lectura, en su
«misericordia» (que se consumará en la cruz) trae consigo su «justicia» de la alianza.
El profeta Baruc invita a Jerusalén a «ponerse en pie» y a «mirar hacia oriente»
para ver venir esta gloria sobre sí (H. von Balthasar).
El Salmo (125,1-2ab.2cd-3.4-5.6) es de acción de gracias: “El Señor ha
estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se
nos llenaba de risas, la lengua de cantares.
Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos.» El Señor
ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los
que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares.
Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas”. Canta el gozo de esta salvación tan admirable: «El Señor ha
estado grande con nosotros y estamos alegres». Es una inmensa procesión que
avanza hacia el Templo, con los brazos cargados de "gavillas" para la fiesta en que
se ofrendaban a Dios las cosechas, que nos hace pensar la necesidad que tenemos
de ir a Misa, a dar gracias por todo, que se concreta en las ofrendas. Es la idea de
la "vida que renace después de la muerte", el autor usó dos imágenes: el torrente
de agua viva que hace florecer el Negueb en primavera... Y las semillas del grano
de trigo que mueren bajo tierra para dar nacimiento a la alegría de las cosechas...
Observemos la dimensión escatológica de la oración: la salvación "ya" ha
comenzado pero "aún" no ha terminado. Los peregrinos en marcha hacia la Sión-
Jerusalén, cantan una cuádruple liberación: la subida de Egipto con ocasión de la
conquista de la tierra prometida, la subida de Babilonia al regresar de la
cautividad, y la subida actual de los peregrinos hacia Dios, la subida escatológica
de todas las naciones, de todos los hombres al fin de los tiempos. Finalmente la
única verdadera "liberación" es la Pascua de Jesús.
Recitemos este salmo poniéndolo en boca de Jesús la mañana de Pascua:
justo cuando acaba de resucitar, y que puede realmente pedir a su Padre terminar
su obra, "sacando" de la muerte todos aquellos que aún están cautivos. No se trata
de un piadoso pensamiento facticio, pues Jesús mismo tomó esta imagen de la
142
Esperanza y salvación
"semilla" como símbolo de la muerte-resurrección (Jn 12,24). Varias veces, evocó
el "reino que viene", como una cosecha (Mt 9,37; 13,30; 13,39; Mc 4,29; Jn
4,35). El grano de trigo crece sin ti, el reino viene, el reino viene... Muriendo,
sembrando con lágrimas, Jesús sabía que El "cosecharía" y pedía a sus amigos
permanecer alegres (Jn 16,22). Nadie puede ponerse en nuestro lugar para
"actualizar" este salmo, para hacerlo carne de nuestra carne, nuestra oración
plenamente personal, partiendo de nuestras propias situaciones humanas. Dios
salvador. Dios liberador. ¿Lo creemos de verdad? ¿Creemos que Dios es el Señor
de lo imposible? Los que experimentaron la vuelta del Exilio no salían de su
asombro, les parecía algo fantástico, increíble. ¿Y yo? Tal situación conyugal o
familiar aparentemente sin salida... Tal fracaso que parece definitivo... Tal pecado
incrustado en mi vida como algo habitual... Tal duelo que truncó una vida...
Nuestra esperanza cristiana no es la vaga esperanza de que las cosas se arreglarán
algún día, es la certeza que Dios "está en acción" para salvar lo que estaba
perdido: es el Señor que "vuelve a traer" a los ¡cautivos! Es la certeza de que el
dueño de la mies está haciendo madurar la cosecha (Mc 4,26-29). Dios quiere
nuestra colaboración. La salvación es un "don gratuito". En este sentido, se puede
decir sin error que ella se realiza "sin nosotros", o al menos, que supera totalmente
nuestras fuerzas. Pero Dios nos hizo libres: no somos marionetas manipuladas por
El a distancia. Este salmo es todo un "programa" de trabajo y responsabilidad: "los
que siembran con lágrimas, cosecharán con gritos de alegría..." En este sentido, la
salvación no se hace "¡sin nosotros!" Los llantos no pueden reemplazar el trabajo
de la siembra: hay que hacer todo lo que está de nuestra parte para transformar
en liberación la situación mortal que es la nuestra. El grano sembrado parece
perdido, y en los países de hambre, el sembrador "sacrifica" trigo del cual se priva
momentáneamente y que podría comer: hay motivo suficiente para llorar.
El papel positivo de la cruz. Nuestra colaboración en la salvación, nuestra
forma de sembrar, es aceptar madurar como el "grano de trigo que se pudre para
dar fruto". Debemos vivir las pruebas de la vida como "comuniones" con el
misterio de la cruz de Jesús. La imagen de la semilla es elocuente: primero el
abatimiento, el entierro... Iuego el peso de las gavillas cargadas de espigas
maduras. La nota dominante en este salmo, es la alegría, una alegría que explota
en risas y canciones. Chouraqui traduce: "entonces la risa llena nuestra boca, ¡el
canto nuestra lengua!" Y Claudel añade: "¡Nuestra lengua empezó a hablar sola...
Dios hizo gastos para nosotros, lo supimos con alegría! ¡Se fueron llorando paso a
paso, el grano a puñados, llanto por llanto. Pero he aquí que regresan triunfantes,
los brazos no bastan para la gavilla!"... Este mundo es sólo un comienzo. Al hacer
una primera lectura, llama la atención el inicio exultante de este salmo: la
liberación definitiva parece totalmente lograda, en las dos primeras estrofas... ¿Por
qué entonces, las otras dos estrofas nostálgicas? El regreso de los cautivos, siendo
maravilloso, fue parcial y engañoso: después de las risas y los cantos de alabanza,
el combate humano empezó de nuevo... Nunca se repetirá suficientemente:
solamente la Resurrección realizará plenamente la promesa de Dios. Hay que
esperar, "sembrando con lágrimas", pero sabiendo que la parusía (la gloria de
Dios) está en marcha y que oscura pero seguramente el grano germina y la

143
Vida más allá de la muerte
cosecha madura: el reino viene. La Iglesia sabe, experiencia universal, que las
lágrimas son simiente de alegría (Noel Quesson).
Filipenses (1,4-6.8-11) nos dice: “el que ha inaugurado entre vosotros
una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús… que vuestro
amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los
valores. Así llegaréis al día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos
de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios”. Les habla de la
oración y confianza que él tiene, de la esperanza y espera en la definitiva venida
del Señor Jesús. La vivencia actual es un adelanto de lo pleno por venir. El amor
de ahora ha de ir creciendo en todos los aspectos y ciertamente será así si nos
abrimos del todo a la obra comenzada por Dios. Lo importante es esa mirada
esperanzada hacia un Señor que no está sólo en el futuro, sino que se muestra ya
actuando en nosotros y entre nosotros. No esperamos algo simplemente, sino
algo que ya está en germen aquí y ahora. Ese algo es, sobre todo, el amor, la
comunidad, la alegría. Tal es la actitud cristiana propia del Adviento y de toda la
vida que es un cierto adviento continuo (Federico Pastor). Renovados por el
espíritu evangélico, impregnados de esta sensibilidad cristiana, serán como un
árbol capaz de dar frutos de justicia. Llegarán así limpios e irreprochables al día de
Cristo. Y todo será, en definitiva, manifestación de la obra que Dios realiza en
ellos por Jesucristo. Consiguientemente, todo será para alabanza de Dios
(“Eucaristía 1988”). La palabra clave de esta lectura, en esta celebración de
Adviento, es el "Día de Cristo Jesús" (v 8), o "Día de Cristo" (v 10). El término
escatológico es lo que más netamente diferencia la moral cristiana de una ética
humana, o, lo que es peor, de un simple conductismo sin sentido último. La
esperanza cristiana tiene un término, y este término no es una utopía del
creyente, y lo mueve a colaborar él mismo en esta venida (v 5: "habéis sido
colaboradores en la obra del evangelio, desde el primer día hasta hoy"). Otra nota
de la moral cristiana es el teocentrismo: es el Padre quien ha empezado en cada
uno de nosotros la obra de la salvación, y él mismo es quien la llevará a término
(v 6). Concordia de la iniciativa de Dios y la colaboración del hombre: misterio de
gracia y libertad: ¡cuando algunos textos litúrgicos traducen "gracia" por "amistad",
no lo han dicho todo, desde luego! Dos notas ambientales, además: la oración (v
9), puesto que Dios ha querido que su don (la gracia, pero sobre todo la persona
del Hijo que el Padre da por amor al mundo) fuese libre por su parte pero rogada
por la nuestra; y la alegría, que atraviesa de parte a parte la carta a los Filipenses
(Hilari Raguer).
Manteneos limpios e irreprochables para el día de Cristo. El ideal de la
perfección cristiana y de la caridad creciente son las garantías evangélicas que nos
pueden llevar santos e irreprochables hasta el Día del Señor. ¡Hasta el encuentro
definitivo con el Corazón del Redentor! En el contexto del Adviento hemos de
subrayar en esta lectura la idea del crecimiento, del desarrollo de la vida cristiana.
Hemos de advertir como un deber imperioso e improrrogable que es necesario
desarrollar la propia vida cristiana hacia formas más concretas y encarnando
testimonios de los valores que ella encierra. No podemos contentarnos con una
actitud de mera observancia de prácticas y preceptos. El cristiano no es solo un
observante, sino también y principalmente un testigo de la vida de Cristo en toda
144
Esperanza y salvación
su plenitud desde la Encarnación hasta su Ascensión a los cielos. Este tiempo
litúrgico nos ofrece la ocasión de una revisión del modo cómo somos testimonio
cristiano en medio del mundo.
Todos reconocerán al Jesús humillado y glorificado como el Señor,
enviado del Padre para salvar, acogido por unos, desconocido por otros,
rechazado por algunos. Ante la venida definitiva del Señor los cristianos han de ir
a su encuentro con buen ánimo, no impedidos por los afanes justos de este
mundo, sino guiados por la sabiduría iluminadora de Dios. En este contexto se
encuadra la lectura, que habla de un crecer "en penetración y en sensibilidad para
apreciar los valores", con limpieza "e irreprochables, cargados de frutos de
justicia", con la mirada puesta en el "Día de Cristo el Señor".
Un puñado de cristianos era la comunidad de Filipo y san Pablo estaba
convencido de que era una empresa inaugurada por el mismo Cristo. Así,
nosotros hemos de afianzarnos en los valores evangélicos, como recomienda san
Pablo, "que vuestro amor siga creciendo en penetración y sensibilidad para
apreciar los valores" y así podremos descubrir los caminos por donde quiere
acercarse el Señor a nuestro entorno social, grupo parroquial, etc.
Cuando se celebra una ordenación de sacerdote o de diácono el obispo,
después del interrogatorio previo, acaba con unas palabras que hallamos en la
segunda lectura de hoy. Dice al que ha de ser ordenado: "El que ha inaugurado
entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús".
Creo que este deseo nos lo podemos aplicar todos y nos puede ayudar a centrar
el sentido de este tiempo de Adviento. Como en todo momento importante de la
vida cristiana, encontramos dos realidades que hacen una combinación magnífica:
en primer lugar la iniciativa y la acción eficaz de Dios que no para hasta llevar a
buen término su propósito de salvación. Y también descubrimos qué capacidad de
respuesta crea en la humanidad esta actuación de Dios. Durante el Adviento lo
veremos en dos personajes que las lecturas nos presentan con un relieve especial:
Juan Bautista y María. Ambos son también figura de la acción de la Iglesia que en
cada generación debe preparar los caminos del Señor y debe como darlo a luz,
hacerlo presente en medio de la humanidad.
-Dios levanta a la humanidad caída "Dios actúa con su justicia y su
misericordia", nos decía el profeta Baruc. Es la misma certeza y confianza que
como un pregón de todo el Adviento escuchábamos el domingo pasado. No hay
ninguna situación por desesperada que parezca que no pueda invertirse. Las
lágrimas pueden trocarse en cánticos de júbilo y bienaventuranza. Puede parecer
un sueño, pero es una realidad muy firme y esperanzada. Lo que parece imposible
para los hombres no lo es para Dios. La ciudad de Jerusalén recuperándose del
exilio es un símbolo e toda la humanidad hundida y sufriente por tantos desastres
pero que ahora ve esta promesa de restauración: ¡levántate, levántate!, ¡anda!
-También nuestra vida ha de levantarse. Pero Dios no actúa de una
manera mágica, al margen de nuestra responsabilidad. También nuestra propia
vida en este Adviento que es el camino de la vida la proximidad y la invitación
del Espíritu de Dios a seguir avanzando, especialmente en este tiempo, a crecer en
el camino cristiano que un día iniciamos. La iniciativa de Dios no se detiene ni se
echa atrás. El mismo convencimiento que con tanto afecto expresaba san Pablo a
145
Vida más allá de la muerte
los Filipenses vale para nuestra parroquia, familia… "El que ha inaugurado entre
vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús". Y
vale la pena que nos fijemos en qué consiste esta empresa buena y hacia qué
término apunta: en primer lugar es un crecimiento en el amor, siempre más y
más. Es la dirección permanente e ilimitada de la vida cristiana. Con imaginación,
con eficacia. No quedándonos en unos buenos sentimientos, sino descubriendo el
amplio abanico del servicio y del amor: desde las formas más simples, inmediatas
y valiosas de la asistencia y el voluntariado hasta las formas más amplias,
complejas y también tan valiosas del trabajo social o político, o de la vocación a
consagrar toda la vida al servicio del Evangelio. San Pablo habla de aumentar la
penetración y la sensibilidad para apreciar los valores auténticos. Saber ver,
escoger, juzgar, decir oportunamente sí y no para no equivocarse, para avanzar
seguros hacia el día de Cristo Jesús, el gran Adviento definitivo.
«Ponte en pie, Jerusalén».
«Que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará
adelante». La segunda lectura nos traslada a la Nueva Alianza. No se puede decir
sin más que con la venida de Jesús hayamos llegado a la meta, pues él es «el
camino nuevo y vivo» (Hb 10,20). El sigue siendo también para la Iglesia
peregrina «el pre-cursor», el que «precede» (Hb 6,20), y ningún cristiano puede
permitirse el lujo de descansar prematuramente: «Temamos, no sea que, estando
aún en vigor la promesa de entrar en su descanso (de Dios), alguno de vosotros
crea que ha perdido la oportunidad» (Hb 4,1). La carta de Pablo a los Filipenses
habla constantemente de este «estar en camino», ciertamente ahora ya con una
mayor «confianza» que en la Antigua Alianza: porque Cristo «ha inaugurado una
empresa buena», y si nosotros permanecemos en su camino, creciendo en
«penetración y sensibilidad», él «la llevará adelante» hasta el día de su venida
última y definitiva. «El camino del Señor» prometido en Isaías, el camino que es
necesario preparar y que fue anunciado con tanta seriedad como apremio por el
Bautista, se ha convertido ahora en el «Camino» que es el Señor mismo, que está
siempre dispuesto a llevarnos consigo a través de él (Hans Urs von Balthasar).
Lucas (3,1-6) nos muestra que “vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo
de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un
bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro
de los oráculos del profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto: Preparad el
camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes
y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la
salvación de Dios.»”-Juan Bautista prepara el día de Cristo Jesús. Fue el Precursor.
Una esperanza que deviene universal: todos verán la salvación de Dios. Juan
Bautista es estímulo para cada uno de nosotros y figura para toda la Iglesia.
Preparando la Navidad aprendamos de él a recibir verdaderamente la Palabra de
Dios, a experimentar la conversión, a vivir con sencillez y coherencia, a ser
testigos valientes del Evangelio. La Eucaristía que celebramos es anuncio de la obra
universal de salvación y alimento para que Dios vaya completando su trabajo,
para que vaya haciendo Adviento en nuestras vidas.
Todos verán la salvación de Dios. Ni el pesimismo enervante, ni la
temeraria autosuficiencia, ni las conductas tortuosas son senderos que nos llevan a
146
Esperanza y salvación
Cristo. Solo la renovación interior puede abrir nuestras vidas al mensaje del
Evangelio y al Amor santificador de Cristo. Si el Adviento ha introducido en la
historia humana la Época última y se identifica con ella, ha de ser por esto una
actitud constante de la vida cristiana. El creyente ha de sentirse siempre en estado
permanente de conversión. Oigamos a San León Magno: «Demos gracias a Dios
Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo, que, por la inmensa misericordia
con que nos amó, se compadeció de nosotros y, estando muertos por el pecado,
nos resucitó a la vida de Cristo (Ef 2,5) para que fuésemos en Él una nueva
criatura, una nueva obra de sus manos. Por tanto, dejemos al hombre viejo con
sus acciones (Col 3,9) y renunciemos a las obras de la carne nosotros que hemos
sido admitidos a participar del nacimiento de Cristo. Reconoce ¡oh cristiano! tu
dignidad, pues participas de la naturaleza divina (2 Pe 1,4) y no vuelvas a la
antigua vileza con una vida depravada. Ten presente que, arrancado al poder de
las tinieblas (Col 1,13) se te ha trasladado al reino y claridad de Dios. Por el
sacramento del bautismo te convertiste en templo del Espíritu Santo. No
ahuyentes a tan escogido huésped con acciones pecaminosas» (Homilía 1ª sobre la
Natividad del Señor 3).
-Todos verán la salvación de Dios. La salvación es universal: aquel que
nace en Navidad es el salvador de todos los hombres (recordemos:"omnis caro"
toda carne). La iglesia, decimos, es el "sacramento" (el signo sensible) de esta
salvación universal, el lugar donde se hace accesible y visible. El resplandor de la
Iglesia se ve hoy por todas partes. Pero ¿es realmente signo sensible de aquel que
vino "en la humildad de nuestra carne"? (Josep M. Totosaus).
¿Cuándo acabará este mundo? Si nos referimos a la fecha en que ha de
terminar la existencia del cosmos material, preguntémosle a la astrofísica. Si la
pregunta es más teológica y pone su acento en el "éste", ya conocemos la
respuesta de las primitivas comunidades. Como creyentes, nuestro interés está en
hacer llegar el reino y que la voluntad del Dios que ama a los hombres se haga en
la tierra y en el cielo (“Eucaristía 1988”).
En un primer momento, la comunidad primitiva, que había convertido el
"día" de Yahvé en el "día" de Jesús, pensó que ese "día" no se había realizado con
la resurrección de Jesús, por lo que siguió esperando su segunda venida triunfal
(parusía). Mas acabó comprendiendo que tal "parusía" iba presencializándose en
cuantos creyentes conseguían cristificar su existencia. Así pues, más que suspirar
por una futura venida de Jesús al hombre, éste debía esforzarse por ir a Jesús.
¿Cómo? Ajustando su existencia al módulo de vida marcado por el anuncio
evangélico, donde Jesús invitaba a encarnar una dinámica de entrega y amor. El la
vivió ofreciéndola al hombre como módulo existencial. Por eso, quien se adecúe
al mensaje evangélico irá aproximándose a Jesús, dando forma en su vivencia
personal a esa "parusía" que el cristiano naciente envuelve siempre en un ropaje
mítico.
El camino. Quizá ninguna otra palabra mejor define la dinámica de la
vida cristiana que el camino. P. Tena: "notemos aquí ya el tema del camino, que
será central en el evangelio de Lucas que leeremos este año: el camino de retorno
de los pecadores-salvadores hacia Jerusalén-Iglesia-gloria que es posible gracias al
camino eficaz realizado por JC Salvador hacia Jerusalén-misterio pascual-
147
Vida más allá de la muerte
evangelización universal". El tema del camino al que es llamado el cristiano,
siguiendo a JC, es simultáneamente el camino de la esperanza. Y también, todo
va unido, el tema de la alegría de vivir en comunión con el amor de Dios. El
resumen es: el cristiano es un hombre con una peculiar vocación: caminar
esperanzadamente y alegremente en comunión con el amor salvador de Dios. Un
caminar que significa respuesta a la iniciativa salvadora de Dios, que se concreta
en un difundir este amor salvador -difundirlo gozosamente-, más allá de las
dificultades de la vida de cada día, impulsado por la gran esperanza que tenemos
en nosotros.
El Adviento es el tiempo típico de la esperanza. La colecta de hoy habla
precisamente de salir "animosos al encuentro de tu Hijo" y pide "participar
plenamente del esplendor de su gloria". Es una invitación a caminar con alegría y
esperanza, basándonos en la fe en el Dios que libera, que salva (Joaquín Gomis),
al que pedimos: "Que los afanes de este mundo no nos impidan salir animosos al
encuentro de tu Hijo" (colecta); "danos sabiduría para sopesar los bienes de la
tierra amando intensamente los del cielo" (postcomunión). Durante el Adviento
renovamos la esperanza escatológica de la consumación y la plenitud; pero ésta
se nos ha ido acercando en la historia, hasta el punto que no será otra cosa que la
segunda venida de aquel que vino "en la humanidad de nuestra carne" (prefacio).
El desierto es un lugar que hace cambiar en lo físico Y en lo espiritual.
Tras una experiencia de desierto muchos se han sentido trastocados. Juan
Bautista vivió en el desierto, forjó y templó su espíritu en el desierto. Juan
Bautista cambió en lo físico y en lo espiritual. Seguro que su figura sería de ceño
duro, de piel curtida, de cabellos enredados por el viento del desierto; su figura
sería terriblemente amenazante. Y es que Juan Bautista es profeta por la palabra
recibida en el desierto, lugar de escucha. Sobre él vino la Palabra de Dios. Nos lo
ha situado el Evangelio dentro de un marco histórico. Juan Bautista nos habla del
Adviento: "enderezad lo torcido, allanad lo escabroso"; este gran mensaje del
adviento primero y de nuestro adviento de hoy, tiene un sentido actual, vivo,
palpitante en nosotros. Evidentemente Dios no viene a nosotros por lo fácil, sino
por lo difícil; y nosotros los cristianos debemos hacer fácil lo difícil; y porque
resuena en nosotros la palabra incesante de Dios, tenemos que lanzarnos y
comprometernos, tenemos que asimilar todo lo que es trascendente, que no es
fruto de ilusiones o filosofías humanas, sino del fiarnos de Dios.
Si escuchamos la Palabra de Dios sentados, en actitud de acogida, es
para ponernos en pie. Nos lo ha dicho el profeta Baruc: "Ponte en pie,
Jerusalén". "Ponéos en pie, cristianos: Basta ya de sentadas. Basta ya de
pasividades, de pacifismos cómodos, estemos en pie. Seamos signos, en nuestra
nación, en todo el mundo, en nuestra ciudad, de testimonio fiel y justo de una
verdad, de una esperanza. Ser cristiano es recibir la Palabra y trasmitir la Palabra.
No es silencio, no es callar, no es conformarnos con todo.
Hubo un mensaje en el desierto de Juan el Bautista. Hay un mensaje,
hoy, para nuestro mundo, para los que esperan y para los que aún no han
abierto su corazón a la esperanza: "Dios viene, Dios nos salva. Dios está presente
en nuestra historia". Sepamos salir de bloqueos, de cerrazones, de fracasos, de
pesimismos, de tinieblas. Comprometámonos a ser signos de la verdad de Dios, de
148
Esperanza y salvación
la justicia de un nuevo nacimiento, un nuevo mundo, una nueva sociedad; sólo
así haremos posible la salvación de Dios (Andrés Pardo).
S. Agustín explica con la frase final como será la resurrección de la carne:
“Quizá a alguien le parezca que es tan claro el testimonio en favor de la visión de
Dios por la carne como el que se refiere al corazón, pues está escrito: Toda carne
verá la salvación de Dios (Lc 3,6). El testimonio referido al corazón es clarísimo:
Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Tenemos
también uno referido a la carne: Toda carne verá la salvación de Dios. Ante esto,
¿quién dudaría de que aquí se promete la visión de Dios a la carne, si no intrigase
saber qué es la salvación de Dios? En verdad no nos intriga, puesto que no
tenemos la menor duda: la salvación de Dios es Cristo el Señor. Así, pues, si a
nuestro Señor Jesucristo sólo se le viese en la naturaleza divina, nadie dudaría de
que también la carne vería la sustancia de Dios, puesto que toda carne verá la
salvación de Dios. Mas nuestro Señor Jesucristo puede ser visto, en cuanto se
refiere a su divinidad, con los ojos del corazón limpios, perfectos, llenos de Dios;
pero fue visto también en su cuerpo, según lo cual está escrito: Después de esto
fue visto en la tierra y convivió con los hombres (Bar 3,3.8), ¿Cómo puedo saber
por qué se dijo que toda carne verá la salvación de Dios? Nadie dude de que se
dijo porque verá a Cristo. Pero se duda y se pregunta si se trata de Cristo el Señor
en su cuerpo o en cuanto la Palabra existía en el principio, y la Palabra estaba
junto á Dios, y la Palabra era Dios (Jn 1,1). No me agobies con un solo testimonio;
te lo repito al instante: Toda carne verá la salvación de Dios. Se admite que
equivale a «toda carne verá al Cristo de Dios».
Pero Cristo fue visto también en la carne, y no ciertamente en carne
mortal, si es que aún puede hablarse de carne tras convertirse en espiritual, pues
incluso él mismo, después de la resurrección, dijo a quienes le estaban viendo y
tocando: Palpad y ved, que un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo
tengo (Le 24,39). Se le verá también en esa condición. No sólo se le vio, se le
verá también. Y quizá entonces se cumplirá de forma más plena lo dicho: Toda
carne. Entonces, en efecto, lo vio la carne, pero no toda carne; mas entonces, en
el momento del juicio, cuando venga con sus ángeles a juzgar a vivos y muertos,
después que todos los que estén en los sepulcros oigan su voz y salgan fuera, y
unos resuciten para la vida y otros para el juicio, verán la misma forma que se
dignó tomar por nosotros. La verán no sólo los justos, sino también los malvados,
unos desde la derecha, otros desde la izquierda, pues incluso quienes le dieron
muerte verán al que traspasaron (Jn 19,37). Así, pues, toda carne verá la salvación
de Dios. Verán su cuerpo mediante el cuerpo, puesto que ha de venir a juzgar en
el cuerpo...
El justo Simeón lo vio tanto con el corazón, puesto que lo reconoció
cuando era aún un niño sin habla, como con los ojos, puesto que lo cogió en
brazos. Viéndole de esta doble manera, es decir, reconociendo en él al Hijo de
Dios y abrazando al engendrado por la Virgen, dijo: Ahora, Señor, puedes dejar a
tu siervo ir en paz, porque mis ojos han visto tu salvación (Lc 2,25-30). Ved lo
que dijo. Se hallaba retenido aquí hasta que viera con los ojos a quien veía con la
fe. Tomó en sus brazos un cuerpo pequeñito; lo que abrazó fue un cuerpo, y

149
Vida más allá de la muerte
viendo un cuerpo, es decir, contemplando al Señor en la carne, dijo: Mis ojos han
visto tu salvación” (Sermón 277,16-17).
Preparad el camino del Señor: Dios no habla para que todo siga igual
sino para que todo cambie, para que cambie el hombre y el mundo. Para que el
hombre se convierta, para que el mundo se transforme. Dios habla para que el
hombre vire en redondo, vuelva su rostro a la Promesa, se oriente hacia el
reinado de Dios que se acerca, que está viniendo cuando el hombre escucha.
Donde hay una promesa nace una esperanza. Donde Dios pronuncia su Palabra,
que es promesa, nace la esperanza contra toda esperanza humana, la esperanza
que no defrauda. Y la esperanza se hace camino, eleva los valles, allana los
montes, endereza lo que está torcido, vence las dificultades. La Palabra de Dios, la
Promesa, tiene una gran fuerza de movilización.
La conversión, como conversión que es a la Promesa, es conversión hacia
delante. No lamento del pasado, no resignación en el presente, no fijación estéril
en nuestra miseria y en nuestras lágrimas. Es cambio. El que tenga dos túnicas que
dé una, el que cobra los impuestos que cobre sólo lo justo, el soldado que se
contente con su soldada y no haga extorsión a nadie...
Convertirse es pasar a la acción para que todo sea y se haga como debe
hacerse. Para que haya igualdad, para que haya justicia, para que desaparezca la
violencia en el mundo. Porque todas estas cosas es preparar los caminos a lo que
ha de venir, al cumplimiento de la Promesa, al reinado de Dios que se acerca. La
esperanza cristiana, como respuesta a la Promesa de Dios, no consiste en estar a la
espera, con los brazos cruzados o las manos juntas creyendo que el reinado de
Dios es una bicoca caída del cielo. No tendría sentido que Dios nos hablara como
si nosotros no tuviéramos ya nada que hacer con su Palabra (“Eucaristía 1982”).
«Preparad el camino del Señor». El evangelio de hoy, con sus detallados
datos históricos y cronológicos sobre el momento en que, con la aparición del
Bautista, ha comenzado el acontecimiento decisivo de la salvación, se muestra
seriamente decidido a situar este acontecimiento en el marco de la historia del
mundo. No se trata de imágenes, de símbolos, de arquetipos, sino de hechos que
se pueden datar con exactitud. El primer hecho es que la palabra de Dios vino
sobre Juan: el Bautista es llamado y enviado como el último de los profetas,
cerrando con ello la serie de las misiones proféticas anteriores tanto mediante su
existencia como mediante su tarea, que corresponde a la gran promesa de Isaías y,
según se nos dice, la «cumple». Su misión personal, que no es mera repetición de
palabras antiguas, se distingue por su bautismo. Los simples llamamientos de los
profetas anteriores quedan aquí, al final del tiempo de la promesa, superados
mediante un acción que afecta a todo el pueblo. Cuando se sumerge en el agua
del bautismo, «el que se convierte» testimonia, con su inmersión-emersión, que en
lo sucesivo quiere ser otro, vivir como un ser purificado, convertir su camino
torcido en un camino recto. En Juan Bautista toda la Antigua Alianza reconoce
que ella no es más que un preludio de lo decisivo, que viene ahora (H. von
Balthasar).

150
Esperanza y salvación
9. La conversión hacia Dios tiene iniciativa divina:
“viene en persona y os salvará”
(lunes de la 2ª semana de Adviento): Isaías (35,1-10) nos dice que “el
desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá
como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la
belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de
nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid
a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae
el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.» Se despegarán los ojos del
ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del
mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el
páramo será un estanque, lo reseco, un manantial. En el cubil donde se tumbaban
los chacales brotarán cañas y juncos. Lo cruzará una calzada que llamarán Vía
Sacra: no pasará por ella el impuro, y los inexpertos no se extraviarán. No habrá
por allí leones, ni se acercarán las bestias feroces; sino que caminarán los
redimidos, y volverán por ella los rescatados del Señor. Vendrán a Sión con
cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción
se alejarán”. En pleno exilio... Jerusalén, como Samaria, ha sido destruida... el
Templo profanado y arruinado por los ejércitos enemigos... y todos los judíos
aptos para trabajar han sido deportados a Babilonia donde están condenados a
duros trabajos forzados... y aquí, en ese contexto, el profeta medita, por
adelantado, sobre el «retorno a la tierra santa». Esta segunda parte de Isaías se
llamó a menudo «el libro de la consolación».
-¡Que el desierto y el sequedal se alegren, que la estepa exulte y florezca,
que la cubran las flores de los campos! Acumulación de imágenes de alegría: el
desierto florecerá. Dios lo promete a unos exilados. En mi estado de pecador se
me repite una promesa parecida... Gracias, Señor. En medio de un mundo difícil y
duro, espero, Señor, ese día en que el desierto florecerá.
-Fortaleced las manos fatigadas, afianzad las rodillas vacilantes, decid a
los que se azoran: «¡Animo, no temáis...!» Cumple tu promesa, Señor. ¡Danos
firmeza, fortaleza, valentía! Te ruego, Señor, por todos los que están
«desanimados» y te nombro a los que conozco en ese estado.
-Mirad que viene vuestro Dios... y os salvará. ¡Ven, Señor! En esta vida,
donde esperamos tu advenimiento... «Esperamos tu venida...» Las nuevas plegarias
eucarísticas nos han restituido ese aspecto importante de nuestra Fe, que fue tan
viva en la Iglesia primitiva pero demasiado olvidado durante siglos.
-Dios es el que viene:
-a) Cada uno de los sacramentos es un signo sensible de ello: en la
eucaristía esto es lo esencial; Jesús viene a nosotros y está en nosotros. Pero esto
es también verdad en cada sacramento. Oro partiendo de mi vivencia de cada
sacramento: *reconciliación como encuentro con Jesús... *matrimonio, como
encuentro con Jesús... *bautismo, como comunión a la vida de «hijo de Dios» de
Jesús.
-b) Pero, no sólo los sacramentos son una «venida» de Jesús. Mi vida
cotidiana, mi apostolado, mis compromisos, mis trabajos de cada día, mis

151
Vida más allá de la muerte
esfuerzos en mi vida moral... son también un modo de hacer que Jesús «venga» al
mundo. Es preciso que, en la oración, dé ese sentido a mi vida.
-Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos...
Entonces saltará el cojo como ciervo y la boca del mudo lanzará gritos de
alegría... Los cautivos rescatados llegarán a Jerusalén entre aclamaciones de
júbilo... Una dicha sin fin iluminará sus rostros... Alegría y gozo les acompañarán,
dolor y tristeza huirán para siempre... El evangelio nos repite que esas cosas se
produjeron por la bendición de Jesús. Pero, Señor, realízalas más todavía. En este
tiempo de Adviento y con todo el poder de mi deseo, te digo: «haz que salten los
cojos... danos tu salvación... suprime el mal... como Tú has prometido» (Noel
Quesson).
Nos quedamos perplejos ante un cuadro tan idílico. Es como un poema
gozoso del retorno al Paraíso, con una mezcla de fiesta cósmica y humana. Dios
ha perdonado a su pueblo, le libra de todas sus tribulaciones y le vuelve a
prometer todos los bienes que nuestros primeros padres malograron al principio
de la historia. Llega el momento en que los desterrados ha de retornar a la Tierra
que Dios había prometido a sus antiguos padres, y de la que habían sido
expulsados a causa de sus culpas.
El Salmo (84,9ab-10.11-12.13-14) reza: “Nuestro Dios viene y nos
salvará.
Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a
sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra
tierra.
La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia
marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos”. Día a día nos vamos acercando a
nuestra salvación eterna. Pero no podemos esperar que esa salvación suceda de
un modo mágico en nosotros; es necesario ponernos en camino para que
constantemente se vaya haciendo realidad en nosotros, de tal forma que
podamos presentarnos ante los demás como personas más llenas de amor, más
justas y más solidarias con los que sufren. Sólo así, transformados a imagen y
semejanza de Cristo, podremos ser un signo de su amor salvador en medio de
nuestros hermanos. Jesús es el Camino que se ha abierto para conducirnos a la
plena unión con Dios, nuestro Padre. Sigamos sus pisadas, tomando nuestra cruz
de cada día.
Lc (5,17-26) nos dice que «Le vienen a traer a un paralítico llevado entre
cuatro» (también Mc 2,3). Todos necesitamos la compañía, sentirnos queridos por
los amigos, «es propio del amigo hacer el bien a los amigos, principalmente a
aquellos que se encuentran más necesitados» (Santo Tomás de Aquino). En primer
lugar, es bonito contemplar a Jesús, que parece perdonar al paralítico por la fe de
sus amigos: “Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: Hombre, tus pecados te son
perdonados”. Ser amigo es algo muy grande: el amigo no juzga la causa de las
desgracias, está al lado para acompañar. Jesús tiene corazón, y le gusta ver el
amor expresado en los signos de amistad: no quiere convencer ni vencer, sino
ofrecer la experiencia de lo que va bien, quiere lo mejor para el amigo y está
152
Esperanza y salvación
dispuesto a sacrificarse por él, hacer algo poco habitual como es subir al tejado y
levantar el techo para descolgar, con unas cuerdas u otro sistema, la litera con el
amigo (con cuidado para que no caiga) y ponerlo ante Jesús. Hay que reconocer
la audacia de esos amigos, y como todos estamos enfermos, la amistad auténtica
es ayudarnos, y poner al amigo ante Jesús para que se conozca, se encuentre de
un modo más pleno a sí mismo. Es una llamada a la reflexión sobre este valor de
la amistad, y de cómo lo vivimos, y con qué profundidad. También esa amistad se
extiende a muchos, por eso dice el Introito: “Escuchad, pueblos, la palabra del
Señor, anunciadla en las islas remotas: llega nuestro Salvador, no temáis” (cf. Jr 31,
10; Is 35, 4).
Jesús conoce lo que estos hombres quieren: la curación de su amigo, en
el cuerpo y en el alma «Hombre, tus pecados te quedan perdonados». Y también:
“Yo te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. La respuesta también
abarca las dos cosas, la salud física y la alegría espiritual: “Y al instante se levantó
en presencia de ellos, tomó la camilla en que yacía, y se fue a su casa glorificando
a Dios”. Veremos comenzar el ministerio del Señor con esta llamada de anuncio
de la llegada del Reino de Dios y llamada a la conversión (cfr. Mc 1, 15), y aquí lo
vemos perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe y además
la curación; este paralítico llevado en camilla representa a cada uno de nosotros
en el camino hacia Jesús y el misterio de misericordia que es la Navidad. Este
ministerio del perdón lo continua ejerciendo en su nombre la Iglesia, hasta el final
del mundo, sobre todo “a través del sacramento de la Reconciliación confiado a
la Iglesia” (Juan Pablo II, Carta ap. Rosarium Virginis Mariae, 21). “Jesús invita a
todos los hombres a entrar en el Reino de Dios; aun el peor de los pecadores es
llamado a convertirse y aceptar la infinita misericordia del Padre. El Reino
pertenece, ya aquí en la tierra, a quienes lo acogen con corazón humilde. A ellos
les son revelados los misterios del Reino” (Compendio del Catecismo, 107).
La fuente más profunda de nuestros males son los pecados, por eso,
aunque pidamos ciertos bienes Dios sabe lo que nos conviene, va más allá:
necesitamos el encuentro con la misericordia divina. La amistad de los
“portadores” es admirable, en primer lugar se manifiesta en su prudencia: saben
adecuar los medios para el fin previsto, del mejor modo, superando la “prudencia
de la carne” (Rom 8,6-8), que es cobardía, y equivale al disimulo, la hipocresía,
“escurrir el bulto”, astucia, cálculo interesado, y en resumen egoísmo. Se ve
también en el resto de las virtudes: la fortaleza manifestada en su forma más alta
en resistir las adversidades, y afrontar los obstáculos con constancia y paciencia. La
justicia es dar a cada uno lo suyo, y cuando se ve que para el amigo hay que darle
lo mejor, se ponen los medios. Templanza en la discreción y modestia de estar en
segundo plano, con una sobriedad exquisita, una sencillez encantadora. Es preciso
cultivar esas virtudes, para ser buenos amigos y útiles para que “el Espíritu Santo
se sirva del hombre como de un instrumento” (Santo Tomás de Aquino).
Jesús es el médico de toda enfermedad, el agua que fecunda nuestra
tierra, la luz de los que ansiaban ver, la valentía de los que se sentían
acobardados; el que salva, el que cura, el que perdona. Como en la escena de
hoy: vio la fe de aquellas personas, acogió con amabilidad al paralítico, le curó de
su mal y le perdonó sus pecados, con escándalo de algunos de los presentes. Le
153
Vida más allá de la muerte
dio más de lo que pedía: no sólo le curó de la parálisis, sino que le dio la salud
interior. Lo que ofrece él es la liberación integral de la persona. Resulta así que lo
que prometía Isaías se quedó corto. Jesús hizo realidad lo que parecía utopía,
superó nuestros deseos y la gente exclamaba: «hoy hemos visto cosas admirables».
Cristo es el que guía la nueva y continuada marcha del pueblo: el que dijo «Yo soy
el camino, la verdad y la vida».
a) Cuántas rodillas vacilantes y manos temblorosas hay también hoy. Tal
vez las nuestras. Cuántas personas sienten miedo, o se encuentran desorientadas.
Tal vez nosotros mismos.
El mensaje del Adviento es hoy, y lo será hasta el final de los tiempos, el
mismo: «levantad la cabeza, ya viene la liberación», «cobrad ánimos, no tengáis
miedo», «te son perdonados tus pecados», «levántate y anda». Cristo Jesús nos
quiere curar a cada uno de nosotros, y ayudarnos a salir de nuestra situación, sea
cual sea, para que pasemos a una existencia viva y animosa. Aunque una y otra
vez hayamos vuelto a caer y a ser débiles.
b) El sacramento de la Reconciliación, que en este tiempo de preparación
a la gracia de la Navidad tiene un sentido privilegiado, es el que Cristo ha
pensado para que, por medio del ministerio de su Iglesia, nos alcance una vez más
el perdón y la vida renovada. La reconciliación es también cambio y éxodo.
Nuestra vida tiene siempre algo de éxodo: salida de un lugar y marcha hacia
alguna tierra prometida, hacia metas de mayor calidad humana y espiritual. Es una
liberación total la que Dios nos ofrece, de vuelta de los destierros a los que nos
hayan llevado nuestras propias debilidades.
c) Pero el evangelio de hoy nos invita también a adoptar una actitud
activa en nuestra vida: ayudar a los demás a que se encuentren con Jesús. Son
muchos los que, a veces sin saberlo, están buscando la curación, que viven en la
ignorancia, en la duda o en la soledad, y están paralíticos. Gente que, tal vez, ya
no esperan nada en esta vida. O porque creen tenerlo ya todo, en su
autosuficiencia. O porque están desengañados. ¿Somos de los que se prestan
gustosos a llevar al enfermo en su camilla, a ayudarle, a dedicarle tiempo? Es el
lenguaje que todos entienden mejor. Si nos ven dispuestos a ayudar, saliendo de
nuestro horario y de nuestra comodidad, facilitaremos en gran manera el
encuentro de otros con Cristo, les ayudaremos a comprender que el Adviento no
es un aniversario, sino un acontecimiento nuevo cada vez. No seremos nosotros
los que les curemos o les salvemos: pero les habremos llevado un poco más a la
cercanía de Cristo, el Médico. Si también nosotros, como Jesús, que se sintió
movido por el poder del Señor a curar, ayudamos a los demás y les atendemos,
les echamos una mano, y si es el caso les perdonamos, contribuiremos a que éste
sea para ellos un tiempo de esperanza y de fiesta.
d) Cuando el sacerdote nos invita a la comunión, nos presenta a Jesús
como «el Cordero que quita el pecado del mundo». Esta palabra va dirigida a
nosotros hoy y aquí. Cada Eucaristía es Adviento y Navidad, si somos capaces de
buscar y pedir la salvación que sólo puede venir de Dios. Cada Eucaristía nos
quiere curar de parálisis y miedos, y movernos a caminar con un sentido más
esperanzado por la vida. Porque nos ofrece nada menos que al mismo Cristo
Jesús, el Señor Resucitado, hecho alimento de vida eterna (J. Aldazábal).
154
Esperanza y salvación

10. Dios nos ayuda siempre a la conversión


(Adviento, 2ª semana, martes): Mt (18,12-14) nos comenta de modo
precioso la imagen del buen pastor que va a por la oveja perdida dejando las 99.
«Jesús no sabe matemáticas –decía Van Thuân en el retiro que dio ante Juan Pablo
II, al hablar de los «defectos» de Jesús-. Lo demuestra la parábola del Buen Pastor.
Tenía cien ovejas, se pierde una de ellas y sin dudarlo se fue a buscarla dejando a
las 99 en el redil. Para Jesús, uno vale lo mismo que 99 o incluso más».
Jesús con las parábolas nos prepara para la aventura de la vida, para no
caer en los lazos de la visión exclusivamente racional, “las matemáticas”; y
proclama esa llamada universal para todos: la meta es ser santos. Para ello nos
llama el Señor: “Yo te he escogido! Tu eres mío!” Nos ha llamado por amor, no
por nuestros méritos, y nos busca siempre para recordarnos nuestra condición
(estar en el redil: tener una vida llena, de amor). Dios se nos da, y nos recuerda
que sin donación no hay vida, ésta se quema sin sentido. “Que tu vida no sea una
vida estéril. —Sé útil. —Deja poso. —Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu
amor.
”Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los
sembradores impuros del odio. —Y enciende todos los caminos de la tierra con el
fuego de Cristo que llevas en el corazón” (J. Escrivá, Camino 1). Es Dios quien nos
pone esos ideales grandes, quien con su Resurrección nos invita a ir “¡mar
adentro!” Mar adentro significa hacerlo todo por amor (estudio o trabajo,
deporte o un paseo…). También significa que Dios me espera con los brazos
abiertos siempre, como vemos en la parábola del hijo pródigo o la que
comentamos hoy, de la oveja perdida. Hay una significación profunda en todo
ello, y es que Dios nos trata a cada uno como a su hijo. Lo ponía de relieve de
manera muy bonita san Josemaría Escrivá: “Es preciso convencerse de que Dios
está junto a nosotros de continuo. -Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos,
donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro
lado. / ”Y está como un Padre amoroso -a cada uno de nosotros nos quiere más
que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos-, ayudándonos,
inspirándonos, bendiciendo... y perdonando. / ”Cuántas veces hemos hecho
desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ¡ya
no lo haré más! / ”-Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... -Y nuestro
padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se
enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico,
¡qué esfuerzos hace para portarse bien! / ”Preciso es que nos empapemos, que nos
saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a
nosotros y en los cielos» (Camino 267).
La santidad consiste en amar a Dios con todas tus fuerzas, hacerlo todo
por Él, y para ello apartar lo que nos aparta de Él, quitarlo, tirarlo. Pero si sólo
fuera esto, podríamos desanimarnos, perdernos. En cambio, el Evangelio de hoy
nos recuerda que todo tiene remedio, que nunca hay motivos para la
desesperación, que por más defectos no hemos de descorazonarnos, que este
sentirnos amados por Dios siempre nos anima luchar mucho más que el miedo al
castigo. Recuerdo lo que le pasó en la guerra de la antigua Yugoeslavia a un
155
Vida más allá de la muerte
Capitán llamado O’Grady, que cayó en terreno enemigo y se escondió muy bien
en la selva, estuvo una semana hasta que lo rescataron –de modo espectacular, en
helicóptero-, aprendiendo a sobrevivir en condiciones penosas. Aludiendo a la
suerte que tuvo, luego diría: “ha sido el entrenamiento y Dios”. La certeza de que
Dios nos ama es un acicate para recomenzar cada día, cada momento. Son
ejemplo de no cumplir con las normas, pero no por ello desesperar, muchos
personajes de la Escritura Sagrada, comenzando por el rey David, continuando
con san Pedro, y tantos santos nos lo recuerdan con sus vidas. Precisamente un
signo grandioso que demuestra la autenticidad de la Historia Sagrada es que no se
han mitificado las cosas malas del pueblo, sino que aparecen con toda su crudeza.
Todo ello nos habla de que lo importante no es la perfección en todos los actos
sino el amor que siempre resulta, al final de recomenzar (cf también 2 Sam 11-27).
La Magdalena llora su pecado y es santa. El pecado nos da la sensación subjetiva
de que aquello ya no tiene arreglo: dicen que es la gran tentación del demonio,
que aprovecha estos momentos, y nos hace pensar que “de perdidos al río” con
una tristeza que lleva a pecar ya sin medida. Pero es una concepción individualista
del pecado, de trauma encubierto o de un resentimiento mal curado. Sería como
haberse manchado, una falta de ortografía, un jarrón precioso que se ha roto.
Pero la relación personal nunca es así, si el pecado es ofensa a Dios, es a una
Persona a la que hemos de pedir perdón cuanto antes, sin caer en razonamientos
que sería como decir “pues le he dado una bofetada a esta persona, pues ya le
doy cien”.
Lo mejor para huir del pecado es pensar en cuestión de amor: “¿Qué
cuál es el secreto de la perseverancia? El amor. Enamórate, y no le dejarás”
(Camino 999), y saber recomenzar. Para ello, hay que evitar las ocasiones,
aquellos lugares o ciertas actividades en momentos de ocio, la valentía de huir de
las ocasiones, de las tentaciones, no enfrentarse a ellas sino huir… la mejor
muestra de arrepentimiento es levantarse enseguida, ir a curarse, no morir
desangrado, dejar el alma sensible sin caer en la dureza del alma (cf. Mt 13, 14:
“este pueblo ha endurecido su corazón…”).
Nunca es tan grande el hombre como cuando arrodillado pide perdón.
Reconocer que somos pecadores para poder acoger el perdón, como el publicano
y no como el fariseo, es algo muy bonito, que lleva a una sana comprensión o
aceptación de uno mismo que lleva a no escandalizarse (cf Mt 18,6) y por eso
también ser más comprensivos con los demás. Cuentan que Aníbal en sus barcos
de guerra llevaba vasos con víboras que había mandado prender a sus soldados,
que cuando llegaron a luchar contra el enemigo, las lanzaron y picaron a muerte a
los que se reían de aquella extravagancia del general, sin pensar en sus mortíferas
mordeduras. Cuando fueron cayendo por ellas, esto causó el pánico y consiguió
Aníbal la victoria. Esto lleva a pensar en una cierta “estrategia” del demonio, que
es reírse del peligro y luego en cambio caer en el pánico. No hay que caer en la
soberbia, que hace despreciar el peligro y por imprudencia caer en el él, para
luego justificarnos, no reconocer nuestros fallos, y acabar con el desánimo. Por
tanto, vasos sí somos, y portadores de Dios, pero vasos deleznables. Fallamos,
pues tenemos pasiones, errores, flaquezas, y el buen pastor siempre nos va a
ayudar, a decirnos aquel “¡levantaos, vamos!” que proclamó Jesús en aquella
156
Esperanza y salvación
oración del huerto. (Son muchas las ocasiones que la liturgia comenta esta imagen
del buen pastor, que aquí hemos visto en la perspectiva de ir a buscar la perdida,
sobre todo cuando Jesús asume esta imagen, pues él es el buen pastor que da la
vida por nosotros). Se comple lo que anuncia Is (40,1-11): “Consolad, consolad a
mi pueblo, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén..., pues de la mano
del Señor ha recibido ya doble paga/castigo por sus pecados. Haya alegría, pues
una voz grita en el desierto: preparadle un camino al Señor. Allanad en la estepa
una calzada para nuestro Dios. Que los valles se levanten, que montes y colinas
se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale... Súbete a lo alto de
un monte, heraldo de Sión. Alza con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén. Álzala,
no temas; di a las ciudades de Judá: aquí está vuestro Dios. Mirad: Dios, el señor,
llega con fuerza, su brazo domina...” Nunca debemos decir que estamos dejados
de la mano de Dios. Al contrario: en el lugar de mayor lejanía vendrá nuestro
Pastor a buscarnos. Estamos en buenas manos. No permitirá que nos perdamos.
Llega el Señor, como Rey victorioso sobre el pecado; el premio de su victoria lo
acompaña y sus trofeos lo anteceden: con Él vamos los que redimió con su
Sangre. Él se manifiesta hacia nosotros lleno de compasión y de ternura, pues
carga sobre sí las ovejas más débiles para llevarlas de vuelta a la casa paterna. Por
eso, preparemos un camino al Señor. No importa que nuestra vida parezca un
desierto sin esperanzas de vida. El Señor puede hacer que nuestros desiertos se
conviertan en un vergel y que nuestra vida produzca abundantes frutos de
salvación. Él sólo espera que reconozcamos nuestras maldades y, arrepentidos de
ellas, escuchemos su voz que nos llama para que vayamos a Él y seamos
perdonados y hechos hijos de Dios, para poder llegar a ser, junto con su Hijo,
coherederos de su Gloria. El Señor se acerca; no dejemos que pase de largo junto
a nosotros, sino que, en nosotros, haga su morada y, libres del pecado y de la
muerte, nos haga dignos de participar de las moradas eternas.
El Sal 95 muestra al Señor que viene a gobernar el orbe. Dios ha salido a
nuestro encuentro para establecer su Reino entre nosotros. Cuando Él sea
aceptado en nuestro corazón habrá justicia y rectitud en todas las naciones.
Cuando el hombre se cierra a la salvación que Dios nos ha ofrecido en Cristo
Jesús, continúa esclavo de la maldad y en lugar de hacer el bien hará el mal, pues
de la abundancia del corazón habla la boca. Si somos hombres de fe en Cristo, si
su Palabra y su Espíritu han hecho su morada en nosotros, démosle un nuevo
rumbo a nuestro mundo y su historia proclamando el amor de Dios día tras día.
“Que la vida no me sea indiferente”... es parte del estribillo de una
canción. En el fondo se trata de la denuncia de una actitud común entre quienes
hacemos de nuestro ambiente social algo así como un compartimento estanco, en
donde el interés real y la solidaridad por los demás queda ahogado por el
anonimato. Vivimos rodeados de gente y, al mismo tiempo, somos unos extraños
para la inmensa mayoría. Jamás en la historia ha habido aglomeraciones humanas
como hoy en día, y sin embargo, en ningún tiempo como hoy se sufre tanta
soledad y abandono. Los que padecen más duramente son los más indefensos: los
niños y los ancianos. Los cristianos, si lo somos de verdad, no podemos
permanecer indiferentes ante estos problemas. Jesús nos pide salir hoy al
encuentro del que sufre, del que está solo o enfermo, de quien no encuentra a
157
Vida más allá de la muerte
Dios o ha perdido la esperanza de vivir. Se requiere generosidad, sí. Se requiere
sacrificio, pero más que todo ello, se requiere tener un corazón grande, de buen
pastor. Todo cristiano vive unido a los demás. No se puede aislar del resto. Los
males de uno, son también los míos. Somos un cuerpo vivo y por ello todo lo que
ocurre me afecta a mí como una parte de él. ¡Qué difícil, pero qué hermoso sería
dejar por un momento lo propio, los intereses personales, para ir al encuentro, en
búsqueda del hermano, en nombre de Dios! ¿Aceptaremos el reto?
11. El Señor todopoderoso da fuerza al cansado:
«Venid a mí todos los que estáis fatigados y
sobrecargados, y hallaréis descanso»
(Miércoles de la 2ª semana de Adviento): Isaías (40,25-31) nos anima:
“alzad los ojos a lo alto... Él da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del
inválido… los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las
águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse”. La exhortación sigue unas vías
argumentativas que resonarán más tarde en el Areópago de Atenas, cuando Pablo
diga que en Dios vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17,28). Pero Israel, que
nunca ha sido fideísta, sabe que Dios oculta a menudo su poder bajo la debilidad.
Esta pedagogía de la fe alcanzará su máximo despliegue en el Deus absconditus o
Deus crucifixus de los cristianos. La catequesis isaiana dirá que el verdadero
conocimiento de Dios consiste más en adoptar ciertas actitudes concretas que en
afirmar unos principios teóricos. El drama del exilio suscita el sentimiento de que
la fe es insuficiente para afrontar los problemas de la vida; pero, por otro lado,
Dios no está para satisfacer las pequeñas curiosidades del hombre. La tentación
contra la fe obra por una especie de fascinación de la soledad. Sin embargo, la
certeza de la fe no está en función de las verificaciones que de ella podemos
hacer. Sólo una adhesión global puede responder a una cuestión global. Las
razones para creer no pueden ser menores que Dios mismo. El profeta acaba con
un acto de fe en el amor y en la vida: «Los que esperan en Yahvé renuevan sus
fuerzas, echan alas como las águilas» (v 31; F. Raurell).
El Salmo (102,1-2.3-4.8.10) nos hace contemplar la grandeza de Dios
frente a nuestra debilidad, que, no obstante todo el progreso humano,
conocemos por la constante experiencia de nuestras limitaciones. Reconozcamos
que el poder salvador de Dios no es solo para el justo. Él no quiere la muerte del
pecador, sino que se convierta y que viva. Él viene a buscar lo que estaba
perdido. Como los israelitas, muchos de nosotros nos hemos hecho la pregunta de
si Dios nos abandona. En el oráculo que hoy trae la liturgia se nos da una
respuesta. Es el creador de todo cuanto existe, pero no ha dejado su obra a la
deriva, conoce cada una de sus obras y a todas las llama por el nombre. Si el
pueblo se había sentido abandonado en el exilio y estaba cansado de esperar, el
Señor nunca se cansa y está atento a las súplicas de su pueblo. La persona fatigada
encuentra en Él la fuerza necesaria para continuar el camino porque El cura todas
las enfermedades perdona todas las culpas, pero sobre todo, colma de gracia y de
ternura como dice el salmista.
¡Si de verdad tuviéramos Fe...! Nada nos parecería difícil ni duro porque
siempre nos sostendría la certeza de que "quienes esperan en el Señor renuevan
158
Esperanza y salvación
sus fuerzas, les nacen alas como de águilas, corren sin cansarse, marchan sin
fatigarse". Tengo para mí que le Fe se ejercita en el agradecimiento. El salmo nos
regala las mejores palabras para mirar la realidad que nos circunda y nuestro
propio interior con un corazón agradecido descubriendo en cuanto pasa y nos
pasa, un designio de amor. Si no nos paga según nuestras culpas, ¿cómo es posible
dudar?
Espera y renueva tus fuerzas… ¡Alma mía!, espera y bendice al Señor. No
olvides sus beneficios y vuelve a Él tu mirada arrepentida. El Señor que es bueno,
pastor solícito, amigo entrañable, perdona tus culpas, cura tus llagas, sana tus
dolencias, rescata tu vida de la fosa del pecado, te llama sin ira, te espera sin
enojo, te colma de gracia con ternura.
Es tan compasivo y misericordioso que nunca nos trata como merecen
nuestras culpas... (Sal 102). En la liturgia de este día hagamos nuestra oración de
esperanza teniendo presentes a quienes menos pueden y más nos necesitan: los
pobres de pan y de espíritu, millones de hombres que carecen de trabajo, justicia
y amor en el mundo, incluso en nuestro propio entorno. No pediremos a Dios,
porque sería ofenderle, que ponga un ángel al frente de rebeliones
multitudinarias; pediremos ardientemente que cambie el corazón y la mente de
los poderosos y de los débiles, de los cultos e incultos, de los ricos y los pobres,
para que todos deseemos y busquemos la verdad en la justicia, la felicidad en un
bienestar moderado y la alegría en servir a los demás tanto como en cuidarnos a
nosotros mismos.
Mt (11,28-30 continúa con la temática que tenemos de la tentación de la
preocupación, que nos agobia, nos quita la paz. Hemos establecido unas normas,
y cuando nos salimos nos sentimos inquietos, nuestro afán de ser “perfectos” es
tan grande que somos capaces de cambiar las normas, incluso de decir que los
mandamientos están caducados, antes de reconocer que fallamos, sin que esto nos
agobie. Hay una reacción psicológica de volvernos agresivos cuando nos sentimos
mal en la conciencia. Así como cuando tenemos una piedra en el zapato nos
duele, también en el corazón hay “piedras” que nos hacen sufrir, y por eso
discutimos y estamos de mal humor, al menos es una de las causas de nuestro
malestar. Y hemos de quitar la piedra que causa la desazón. Pero estas piedras
muchas veces las hemos intentado… Jesús no deja inquieta a la mujer sorprendida
en adulterio (1 Jn 8,11), sino que la atiende, defiende y luego la anima: “vete en
paz, y no vuelvas a pecar”. Con el buen ladrón suspendido en la cruz tiene una
respuesta mucho más esperanzada aún: “en verdad te digo que hoy mismo estarás
conmigo en el paraíso” (Lc 23,43). Jesús no tiene memoria de las reglas que pone
la Iglesia: «En la Cruz, durante su agonía, el ladrón le pide que se recuerde de él
cuando llegara a su Reino. Si hubiera sido yo -reconoce monseñor Van Thuân- le
hubiera respondido: "no te olvidaré, pero tienes que expiar tus crímenes en el
purgatorio". Sin embargo, Jesús, le respondió: "Hoy estarás conmigo en el
Paraíso". Había olvidado los pecados de aquel hombre. Lo mismo sucedió con
Magdalena, y con el hijo pródigo. Jesús no tiene memoria, perdona a todo el
mundo». Con el paralítico de Cafarnaún (Mc 2, 1-12) y en otros muchos pasajes
vemos como vino a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10). Esto nos
crea problemas, pues nos cuesta leer las palabras de Isaías: “Venid y
159
Vida más allá de la muerte
entendámonos -dice Yahvé-. Aunque vuestros pecados fuesen como la grana,
quedarán blancos como la nieve. Aunque fuesen rojos como la púrpura, llegarán a
ser como la blanca lana” (Is 1,18). Jesús es príncipe de la paz, y los pensamientos
que no son de paz no son de Dios, por mucha apariencia que tengan de santos
como son los remordimientos por pecados, o que no somos bastante santos. Jesús
muestra su misericordia, de modo especial, en su actitud con los pecadores. Ya lo
anticipaba el profeta: "Yo tengo pensamientos de paz y no de aflicción” (Jer
29,11), palabras con las que la liturgia aplica a Jesús, al acabar el año litúrgico. No
viene a condenar, sino a salvar, a perdonar, a disculpar, a traer paz y alegría (cf.
San Josemaría Escrivá de Balaguer, “Es Cristo que pasa”, 165).
En realidad, si Dios me quiere como soy, si lo que Dios permite algo
malo, por la libertad de la que gozamos todos y de aquello sacará un bien, ¿de
qué he de preocuparme? Hay un solo mal, y es el pecado, pero este no ha de
motivarnos más que a la conversión, transformar el remordimiento en
arrepentimiento, sin querer “estar en regla”: "Porque Dios, aun ofendido, sigue
siendo Padre nuestro; aun irritado, nos sigue amando como a hijos. Sólo una cosa
busca: no tener que castigarnos por nuestras ofensas, ver que nos convertimos y le
pedimos perdón" (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 22, 511). Hoy
entendemos que el pecado no es el castigo divino, sino la falta de acogida al amor
de Dios, y por tanto la soledad por rechazo de esa mano amorosa que Él siempre
nos tiende: "La omnipotencia de Dios -dice Santo Tomás- se manifiesta, sobre
todo, en el hecho de perdonar y usar de misericordia, porque la manera de
demostrar que Dios tiene el poder supremo es perdonar libremente" (Suma
Teológica, 1, q. 25, a. 3 ad 3).
No nos merecemos el amor de Dios ni su gracia con nuestras buenas
obras, pero es necesaria nuestra conversión para acoger el amor en un buen
recipiente, si nuestro corazón está cerrado ahí no puede entrar esa divina esencia,
la Vida: "Imagina que Dios te quiere hacer rebosar de miel: si estás lleno de
vinagre, ¿dónde va a depositar la miel?, pregunta San Agustín. Primero hay que
vaciar lo que contenía el recipiente (...): hay que limpiarlo aunque sea con
esfuerzo, a fuerza de frotarlo, para que sea capaz de recibir esta realidad
misteriosa" (Comentario a la 1ª Epístola de San Juan, 4).
La paz es mucho más palpable con "el sacramento de la alegría" (en
palabras de Pablo VI), la confesión. Pues aún en lo más alto que hay en la tierra,
la Eucaristía, no sentimos nada emotivo muchas veces, pero la confesión siempre
deja paz y alegría, algo casi físico de bienestar. "¡Mira qué entrañas de misericordia
tiene la justicia de Dios! –decía san Josemaría Escrivá- porque en los juicios
humanos, se castiga al que confiesa su culpa: y, en el divino, se perdona”. Como
recuerda F. Fernández Carvajal, “el juicio del sacramento de la Penitencia es, en
cierto modo, adelanto y preparación del juicio definitivo, que tendrá lugar al final
de la vida”.
Jesús es manso y humilde porque tiene paz, por eso da paz. Hemos visto
que la piedra que a veces nos duele y que explota en ira es la inquietud, y que a
veces nos engañamos y ponemos nombre cristiano a esa cerrazón del
remordimiento, y cómo la apertura a la Verdad nos da paz auténtica aún en
nuestros errores y nos lleva al perdón.
160
Esperanza y salvación
Podríamos añadir que las manifestaciones de violencia son en el fondo
signos de debilidad: los violentos son débiles de mente o de corazón, tienen una
pobreza espiritual, son disminuidos en alguna de esas facultades del alma. “Los
mansos poseerán la tierra”, reza una de las bienaventuranzas: se poseerán a sí
mismos, sin ser esclavos del mal carácter; poseerán a Dios en disposición de
apertura en la oración, y poseerán a los demás con su buen ambiente, el buen
aroma de Cristo (2 Cor 2,15), manifestado en la sonrisa, calma y serenidad, buen
humor y capacidad de broma, comprensión y tolerancia…
Siempre estamos en lo mismo: tener paz es repartirla y verlo todo de un
mejor modo. Así nos animaba Juan Pablo II: “Permitid a Cristo que os encuentre.
¡Que conozca todo de vosotros! ¡Que os guíe!
”Nadie es capaz de lograr que lo pasado no haya ocurrido; ni el mejor
psicólogo puede liberar a la persona del peso del pasado. Sólo lo puede lograr
Dios, quien, con amor creador, marca en nosotros un nuevo comienzo: esto es lo
grande del sacramento del perdón: que nos colocamos cara a cara ante Dios, y
cada uno es escuchado personalmente para ser renovado por Él.
”Quizá algunos de vosotros habéis conocido la duda y la confusión;
quizá habéis experimentado la tristeza y el fracaso cometiendo pecados graves.
Éste es un tiempo de decisión. Ésta es la ocasión para aceptar a Cristo: aceptar su
amistad y su amor, aceptar la verdad de su palabra y creer en sus promesas.
”Y si, a pesar de vuestro esfuerzo personal por seguir a Cristo, alguna vez
sois débiles no viviendo conforme a su ley de amor, a sus mandamientos, no os
desaniméis! Cristo os sigue esperando! Él, Jesús, es el Buen Pastor que carga la
oveja perdida sobre sus hombros y la cuida con cariño para que sane.
”Gracias al amor y misericordia de Cristo, no hay pecado por grande que
sea que no pueda ser perdonado; no hay pecador que sea rechazado. Toda
persona que se arrepiente será recibida por Jesucristo con perdón y amor
inmenso.
”Sólo Cristo puede salvar al hombre, porque toma sobre sí su pecado y
le ofrece la posibilidad de cambiar.
”Siempre, pero especialmente en los momentos de desaliento y de
angustia, cuando la vida y el mundo mismo parecen desplomarse, no olvidéis las
palabras de Jesús: «Venid a Mí todos los que estáis fatigados y oprimidos, que Yo
os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de Mí, que soy manso y
humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es
suave y mi carga ligera.»
”No nos debemos mirar tanto a nosotros mismos cuanto a Dios, y en Él
debemos encontrar ese «suplemento» de energía que nos falta. ¿Acaso no es ésta
la invitación que hemos escuchado de labios de Cristo: «Venid a Mí todos los que
estáis fatigados y oprimidos, que Yo os aliviaré»? Es Él la luz capaz de iluminar las
tinieblas en que se debate nuestra inteligencia limitada; Él es la fuerza que puede
dar vigor a nuestras flacas voluntades; Él es el calor capaz de derretir el hielo de
nuestros egoísmos y devolver el ardor a nuestros corazones cansados.
”Como cristianos que somos, debemos ofrecer nuestros recuerdos al
Señor. Pensar en el pasado no modificará la realidad de vuestros sufrimientos o
desengaños, pero puede cambiar el modo de valorarlos. Los jóvenes no llegan a
161
Vida más allá de la muerte
comprender completamente la razón por la que los ancianos vuelven
frecuentemente a pensar en el pasado ya lejano, pero esa reflexión tiene su
sentido. Y cuando se realiza dentro de la oración puede resultar una fuente de
reparación.
”En el camino de vuestra vida, no abandonéis la compañía del Señor. Si
la debilidad de la condición humana os llevase alguna vez a no cumplir los
mandamientos de Dios, volved vuestra mirada a Jesús y gritadle: «Quédate con
nosotros, vuelve, no te alejes.» Recuperad la luz de la gracia por el sacramento de
la Penitencia.
”Con El podemos encontrarnos siempre, por mucho que hayamos
pecado, por muy alejados que nos sintamos, porque El está saliendo siempre a
nuestro encuentro.
”Dios es infinitamente grande en el amor. «Tal amor es capaz de
inclinarse hacia todo hijo pródigo, toda miseria humana y singularmente hacia
toda miseria moral o pecado. Cuando esto ocurre, el que es objeto de
misericordia no se siente humillado, sino como hallado de nuevo y revalorizado.»
”No hay quien no necesite de esta liberación de Cristo, porque no hay
quien, en forma más o menos grave, no haya sido y sea aún, en cierta medida,
prisionero de sí mismo y de sus pasiones. Todos tenemos necesidad de conversión
y de arrepentimiento; todos tenemos necesidad de la gracia salvadora de Cristo,
que Él ofrece gratuitamente, a manos llenas. Él espera sólo que, como el hijo
pródigo, digamos «me levantaré y volveré a la casa de mi Padre».”
Son citas largas, que explican todo este proceso y que aquí hemos
considerado en un aspecto bien concreto, la confesión, pero sin duda es un
sacramento paradigmático de un espíritu más general que reflejan las palabras de
Jesús, y algo muy actual pues el hombre y la mujer de hoy sufren una enorme
presión psicológica, miedos, agresividad, soledad profunda, falta de sentido de la
vida... Cargados de normas, compromisos, objetivos, estamos expuestos a una
tendencia casi depresiva. Nos vertemos en el exterior y perdemos nuestra esencia,
interioridad, como decía uno: “Quizá hemos luchado para ser perfectos y en el
fondo lo único que queremos es sentirnos amados”. Cuesta no dejarse llevar por
el dinero, por el prestigio o por el poder, pero con Jesús todo es posible.
"Venid a mí..." Que resuenen estas palabras para ir a Jesús, en el trabajo
diario, con el cuidado de las cosas pequeñas, con la sonrisa, en la pobreza, el
olvido de mi yo… que sepamos tomar esta dulce carga: "Cualquier otra carga te
oprime y te abruma, mas la carga de Cristo te alivia el peso. Cualquier otra carga
tiene peso, pero la de Cristo tiene alas. Si a un pájaro le quitas las alas parece que
le alivias del peso, pero cuanto más le quites este peso, tanto más le atas a la
tierra. Ves en el suelo al que quisiste aliviar de un peso; restitúyele el peso de las
alas y verás como vuela." (S. Agustín, Sermón 126). Jesús quería liberarnos del
insoportable peso de los numerosos preceptos y prohibiciones que rodeaban la
ley de Moisés (Mt 23, 4) y que hoy nos rodean de otras formas, y quiere darnos
este “descanso” que es paz.

162
Esperanza y salvación
IV. “Así en la tierra
como en el Cielo…”

1. El Señor, nuestro
redentor, nos
acompaña y nos
prepara en este
adviento que es la
vida
(jueves de la 2ª semana de
Adviento): Is (41,13-20) nos
dice: “Yo, el Señor, tu Dios, te
agarro de la diestra y te digo: «No temas, yo mismo te auxilio.» No temas,
gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio -oráculo del Señor-. Tu
redentor es el Santo de Israel. Mira, te convierto en trillo aguzado, nuevo,
dentado: trillarás los montes y los triturarás; harás paja de las colinas; los
aventarás, y el viento los arrebatará, el vendaval los dispersará; y tú te alegrarás
con el Señor, te gloriarás del Santo de Israel. Los pobres y los indigentes buscan
agua, y no la hay; su lengua está reseca de sed. Yo, el Señor, les responderé; yo, el
Dios de Israel, no los abandonaré. Alumbraré ríos en cumbres peladas; en medio
de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en estanque y el yermo en
fuentes de agua; pondré en el desierto cedros, y acacias, y mirtos, y olivos;
plantaré en la estepa cipreses, y olmos y alerces, juntos. Para que vean y
conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho,
que el Santo de 1srael lo ha creado”. Aquí hay una presentación del futuro
escatológico tomando la vida como un Éxodo, la época gloriosa de Israel, la de
los milagros; algo así como la vida de Jesús para el cristiano. El Éxodo es un gesto
permanente de Dios: las prisas de la huida (Is 52,11-12), la nube protectora (Is
52,12b), el paso del mar (Is 43,16), el agua que brota de la roca (Is 48,21), la
transformación del desierto en paraíso (Is 43,19-21), cruzando por un camino que
no es sólo geográfico, sino también el camino de la alianza y de la santidad (Is
35,8). Estas maravillas operadas en el Éxodo sirven por lo demás, para proclamar
la realidad del Dios único (v 20). A lo largo de toda su obra el autor está
preocupado, en efecto, por una apologética del moneteísmo frente a los falsos
dioses. A los ojos de la religión dualista de los medos, los elementos del Bien y del
Mal se enfrentan sin que se pueda adivinar el resultado final de su lucha. A los
ojos del monoteísmo judío Dios dirige todas las evoluciones del mundo conforme
a su designio, sin que ninguna otra fuerza pueda oponerse: basta con conocer a
Dios y su plan para comprender la historia del mundo y saber que camina hacia su
felicidad. La educación del sentido de la historia da aquí un paso más: la historia
tiene un sentido porque Alguien sabe adónde va: un Dios que comunica su

163
Vida más allá de la muerte
conocimiento a los hombres jalonando su historia de maravillas marcadas con su
huella. Cierto que el hombre moderno tiene la pretensión de saber adónde va su
historia y de conducirla a su término. El cristiano también lo sabe, y esa es la
razón de que su trabajo y sus compromisos se asemejen tanto al trabajo y a los
compromisos del ateo. Pero su conocimiento viene de un Dios del que se fía, que
jalona su historia con las "maravillas" de la alianza nueva y del que es un testigo en
el mundo (Maertens-Frisque). El uso del verbo bará, reservado para describir la
acción creadora de Dios, designa aquí la salvación. Él puede hacer que florezcan
nuestros desiertos y que en nuestras arideces broten ríos y fuentes de agua viva.
Por eso, levantemos el corazón, pues Dios se ha hecho Dios-con-nosotros; Él va
en camino con nosotros pues ha hecho suya nuestra naturaleza humana para que
también nosotros hagamos nuestra su divinidad. ¿Hay algo más esperanzador
para nosotros, pobres pecadores? Dios ha tenido compasión de nosotros;
dejémonos encontrar y salvar por Él. Permanezcamos fieles a su amor; hagamos la
prueba y veremos cuán bueno es el Señor, pues a pesar de que seamos como un
gusanillo u oruguita, el Señor se ha puesto de nuestra parte y se ha levantado en
contra de nuestro enemigo para redimirnos, para hacernos partícipes de su
victoria sobre el pecado y la muerte. Reconocer nuestra pequeñez, y sabernos
amados por Dios, y dejarnos amar por Él será lo único que le dará seguridad a
nuestro caminar, desde esta vida, hacia la posesión de los bienes definitivos.
El Salmo (144,1.9.10-11.12-13ab) proclama: “El Señor es clemente y
misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad.
Te ensalzaré, Dios mío, mi rey; bendeciré tu nombre por siempre jamás.
El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que té bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas; / explicando
tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un
reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad”. Canta las grandezas de la
salvación: «De su plenitud todos hemos recibido, gracia por gracia» (Jn 1,12. 16)
«Sabemos que hemos sido transplantados de la muerte a la vida» (1 Jn 3,14).
«Vivamos, pues, la novedad de esta vida» (Rom 6,4), como verdaderos hijos de
Dios, participando de su naturaleza divina.
Mateo (11,11-15) nos habla de Juan Bautista, que se esforzó en vivir su
vocación: le costó la cabeza. Pero fue fiel a su misión: Precursor del Mesías. De él
profetizó Isaías diciendo que era la voz que clama en el desierto, preparando las
sendas del Señor, enderezando sus sendas. Y toda su vida fue fiel a esta misión,
desde le mismo seno materno proclamó a Jesús, moviéndose en el seno de su
madre. Es grande Juan por su testimonio de vida entregada, penitente (se vestía
con piel de camello, vivía en el desierto y se alimentaba de langostas y miel
silvestre). Su vida era servicio a los demás: predica la conversión y penitencia y
bautiza con agua anunciando que vendrá quien bautiza con el Espíritu Santo. Su
coherencia es proverbial, proclama la verdad sin ningún respeto humano por
quedar bien, o por miedo a perder la vida. Murió por denunciar al rey Herodes
tener a Herodías, la mujer de su hermano. Le siguieron los primeros discípulos de
Jesús: por lo menos Juan y Andrés, que luego llevaron a los demás.

164
Esperanza y salvación
No es fácil estar firme ante las dificultades, cuando estas hacen todo más
duro. Los robles son fuertes y están curtidos ante vientos y heladas, están
preparados y lo resisten todo. Las mimosas, cuando hiela flaquean, incluso se
mueren. En la vida espiritual conviene que seamos fuertes, con espíritu deportista,
entrenando una y otra vez: "El Reino de los Cielos padece violencia, y los
esforzados lo conquistan." En la lucha espiritual, no cuentan los resultados sino la
lucha en las cosas pequeñas de cada día: transformando la envidia en detalles de
servicio, el mal genio en comprensión, la “memoria histórica” en perdón, la
comodidad en pensar en los demás, el estar “en Babia” por prestar atención a lo
que toca, el pesimismo por el volver a empezar.
"Hoy, decía san Josemaría Escrivá, que empieza un tiempo lleno de
afecto hacia el Redentor, es un buen día para que nosotros recomencemos.
¿Recomenzar? Sí, recomenzar. Yo -me imagino que tú también- recomienzo cada
jornada, cada hora; cada vez que hago un acto de contrición, recomienzo”. Y esto
significa luchar “de tal manera que, detrás de cada pelea y de cada batalla, haya
una pequeña victoria, con la gracia de Dios; y de este modo contribuimos a la paz
de la humanidad”.
En el mundo, tan lleno de agresividad, falta paz. En un pueblo me
contaron de niños violentos que se peleaban en la calle, aparentemente los padres
eran educados, pero bajo esta educación: ¿qué veían los niños? Coincidimos en
pensar que los niños captan lo que hay en el interior de los mayores, más allá de
estas capas de educación con que a veces nos revestimos. Y viendo una tensión de
violencia contenida, ellos salían violentos sin ninguna careta. Por esto, si de
verdad queremos que haya paz en el ambiente, hemos de llevarla en nuestro
corazón. Para ello, es importante no encerrarse en pequeños traumas e
insatisfacciones, no conformarse con los fracasos, sino convertirlos en experiencia
para recomenzar: luchar con perseverancia, convertir lo bueno en una ocasión de
agradecimiento, y lo malo en ocasión de rectificar, con un poco más de amor. El
tiempo litúrgico va clamando: ¡ven, Señor Jesús!, ¡ven! Estas son llamadas para
ahondar en la fuerza y el amor que vienen de esta búsqueda sincera de Jesús,
deseando que nazca en nosotros, que nos transforme en Él.
El examen de conciencia es una buena arma para luchar con este espíritu
de victoria. El siervo de Dios Álvaro del Portillo nos aconsejaba “hacer a
conciencia el examen de conciencia”, es decir poner atención a ahondar en las
raíces de nuestra actuación, agradecer las luces sobre lo que aún no va, ya que
saber a dónde hay que ir -qué es lo que hay que mejorar- es tener medio camino
hecho.
En la Plegaria Eucarística IV del Misal se alaba a Dios por cómo ha
tratado siempre a los débiles y pecadores: «cuando por desobediencia perdió tu
amistad, no le abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido,
tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca». Como decía
Isaías de Yahvé y su pueblo Israel, «yo te cojo de la mano y te digo: no temas». En
el Adviento se deberían encontrar esas dos manos: la nuestra que se eleva hacia
Dios pidiendo salvación, y la de Dios, que nos ofrece mucho más de lo que
podemos imaginar. No es tanto que Dios salga al encuentro de nuestra mano
suplicante, sino nosotros los que nos damos cuenta con gozo de la mano tendida
165
Vida más allá de la muerte
por Dios hacia nosotros. Adviento es antes gracia de Dios que esfuerzo nuestro.
Aunque ambos se encuentran en el misterio que celebramos. Ojalá todos, como
prometía Isaías, «veamos y conozcamos, reflexionemos y aprendamos de una vez,
que la mano del Señor lo ha hecho» (J. Aldazábal).
Jesús de Nazaret es el que inaugura la nueva era. Con Él hemos sido
hechos hijos adoptivos de Dios y coherederos de su gloria. Pero, hemos de
luchar, ser comprometidos con entera radicalidad con lo que exige esa nueva
vida. Así lo expresa San León Magno: «¿Cómo podrá tener parte en la paz divina
aquél a quien agrada lo que desagrada a Dios y el que desea encontrar su placer
en cosas que sabe ofenden a Dios? No es ésta la disposición de los hijos de Dios,
ni la nobleza recibida con su adopción... Grande es el misterio encerrado en este
beneficio, que Dios llame al hombre hijo y el hombre llame a Dios Padre. Estos
títulos hacen comprender y conocer a quien se eleva a tal altura de amor...
Nuestro Señor Jesucristo, al nacer verdaderamente hombre, sin dejar de ser
verdaderamente Dios, ha realizado en sí mismo el origen de una nueva criatura, y
en el modo de su nacimiento ha dado a la humanidad un principio espiritual.
«¿Qué inteligencia podrá comprender tan gran misterio, qué lengua
narrar una gracia tan grande? La injusticia se vuelve inocencia; la vejez, juventud;
los extraños toman parte en la adopción; y las gentes venidas de otros lugares
entran en posesión de la herencia. Desde este momento, los impíos se convierten
en justos; los avaros, en bienechores; los incontinentes, en castos; los hombres
terrestres, en hombres celestes (cf. 1 Cor 15, 49), ¿De dónde viene un cambio tan
grande sino del poder del Altísimo? El Hijo de Dios ha venido a destruir las obras
del diablo. Él se ha incorporado a nosotros y a nosotros nos ha incorporado a Él,
de modo que el descenso de Dios al mundo de los hombres fue una elevación del
hombre hasta el mundo de Dios» (Homilía 7ª sobre la Natividad del Señor, 3 y 7).

2. Aprender a oír la música divina de la vida


(viernes de la 2ª semana de Adviento): Isaías (48,17-19) nos dice: «yo, el
Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues. Si
hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río, tu justicia como las
olas del mar; tu progenie sería corno arena, como sus granos, los vástagos de tus
entrañas; tu nombre no sería aniquilado ni destruido ante mí.» «Yo, el Señor, soy
tu redentor, tu 'goel'». En el derecho tribal primitivo había un «goel»: era el
hombre encargado de «vengar la sangre», el responsable del honor de la tribu. De
hecho la idea es pues la de «un amor de Dios que se ha comprometido en el
destino de los hombres». La idea principal no es la de un Dios que requiere sangre
para aplacarse. Es la idea de un Dios que ama «apasionadamente la humanidad y
se compromete totalmente para salvarla». «¡Yo, el Señor, vengo a auxiliarte!» «Yo,
el Señor, soy tu «goel», tu redentor!» ¡Qué misterio! Contemplo en Belén a Jesús
encarnado, compartiendo totalmente nuestra condición humana, y muriendo en
la cruz.
-Yo, el Señor tu Dios, te instruyo en lo que es provechoso y te marco el
camino por donde debes ir. Dios se ha comprometido en nuestra salvación. Pero
no nos reemplaza. Nos invita a "caminar", a aceptar la instrucción "provechosa", la

166
Esperanza y salvación
que salva. La enseñanza de Jesús, el Evangelio. "Te doy una instrucción, una
enseñanza" dice Jesús también. ¿Cómo es mi fidelidad en recibir y meditar esa
enseñanza? ¿Cómo me esfuerzo en aumentar mi cultura religiosa? ¿Y en ser fiel a
la oración?
-Si hubieras estado atento a mis mandatos... «Atento»... Es una cualidad
esencial a la oración... y a toda la vida del hombre. Haznos atentos, Señor. Jesús
hablaba a menudo de vigilancia: «velad y orad» ¡Tan a menudo vivo como
adormilado, dejándome llevar! «Os doy un mandamiento nuevo: ¡que os améis
los unos a los otros!» ¡Estar atentos a amar! ¡No dejar pasar las ocasiones de amar!
-...Tu paz sería como un río. El que se deja "guiar" por Dios, el que
escucha la «enseñanza provechosa», el que está «atento a amar», ¡está lleno de paz!
¡Un río! Evoco esa imagen...
-...Tu dicha y tu justicia serían como las olas del mar. ...Tu posteridad
sería como la arena del mar, y tus hijos tantos como los granos de arena.
Repetición de la promesa hecha a Abraham. A pesar de todos nuestros rechazos,
de todas nuestras faltas de amor, Dios quiere nuestra felicidad, nuestra «justicia»
nuestra «rectitud», nuestra «santidad»... ¡vasta y potente como las olas del mar! Y
Dios quiere que nuestra vida sea fecunda, que «nuestros talentos rindan el
céntuplo»... ¡como los granos de arena de las riberas! Una sola condición: estar
atento a tus mandatos, Señor (Noel Quesson).
El Salmo (1,1-2.3.4.6) habla de estos caminos: No se puede construir la
conciencia humana sin un fundamento divino. –Cristo es el Camino, la Verdad y
la Vida, quien lo sigue no caminará en las tinieblas. Por eso, para el justo la ley del
Señor es su gozo. Bien lo dice el Salmo1: «Dichoso el hombre que no sigue el
consejo de los impíos… sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y
noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto… y cuanto
emprende tiene un buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el
viento, porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los
impíos acaba mal». Éste es un salmo de instrucción con respecto al bien y al mal,
poniendo ante nosotros vida y muerte, bendición y maldición, a fin de que
tomemos el camino recto que lleva a la felicidad, y evitemos el que de cierto
conduce a la miseria y a la ruina.
Mateo (11,16-19) nos ayuda a vivir este tiempo de piadosa y alegre
esperanza. "¡Ven Señor Jesús!". "Ha llegado el Adviento. ¡Qué buen tiempo para
remozar el deseo, la añoranza, las ansias sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su
venida cotidiana a tu alma en la Eucaristía! - "Ecce veniet"! - ¡que está al llegar!,
nos anima la Iglesia." (Beato Josemaría. Forja, 548).
No podemos hacer como esos inconscientes que no se enteran, que no
se preparan para la gran fiesta. Jesús nos enseña a saber escuchar la música del
amor, hacer el bien, pedir a Dios saber “entonar” bien el cántico de la
generosidad, del amor que es lo más grande y se vive en lo más pequeño de cada
día. Para ello, hemos de luchar, entrenarnos en el oído, y quitar la vanidad,
orgullo, egoísmo…
En medio del bullicio del mundo, hemos de hacer como los niños que
reconocen al Maestro, se acercan a Él, y Él los bendice y abraza, y proclama con
éxtasis entusiasmado: "Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque
167
Vida más allá de la muerte
ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños." Suele
la gente ofrecer su mejor imagen, para causar buena impresión. Así, los profesores
principiantes suelen hacer ver en sus clases que saben mucho de lo que enseñan.
Pero más enriquecedor es acercarse a un sabio, y contemplar su sencillez, y ver
cómo escucha, y a veces responde: “no sé” ante una pregunta. Aparentar puede
ser necesario para el que quiere “ser más”, pero no para el que quiere ser
"pequeño", el que le basta con lo que tiene, el que está contento con lo que ya es,
hijo de Dios. Nicodemo quería hacerse pequeño, y no sabía cómo: "¿Cómo puede
un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su
madre y nacer?" (Jn. 3, 4). San Josemaría comentaba así este “proceso”: "hacernos
niños: renunciar a la soberbia, a la autosuficiencia; reconocer que nosotros solos
nada podemos, porque necesitamos de la gracia, del poder de nuestro Padre Dios
para aprender a caminar y para perseverar en el camino. Ser pequeños exige
abandonarse como se abandonan los niños, pedir como piden los niños" (Es Cristo
que pasa 143). Es un camino de sencillez, y puesto que nos hemos montado una
careta, camino de volver atrás, descomplicación, quitar los laberintos del corazón,
máscaras en los sentimientos, gafas de sol. Mostrarnos a los demás tal como
somos no es fácil, se requiere estar contentos con lo que somos, sin ansiar otras
cosas. También requiere que si hay algo que mejorar, lo procuremos: "Madre,
Vida, Esperanza mía, condúceme con tu mano -y si algo hay ahora en mí que
desagrada a mi Padre-Dios, concédeme que lo vea y que, entre los dos, lo
arranquemos.
”¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen Santa María!, ruega por
mí, para que, cumpliendo la amabilísima Voluntad de tu Hijo, sea digno de
alcanzar y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesús" (Forja 161).
Hay un famoso cuadro en la iglesia de Sant Paul, en Londres, que
muestra Jesús, abriendo la puerta del corazón de una persona. Cuando fue
presentado por el pintor, un asistente le hizo ver que quizá se había olvidado la
manecilla de la puerta, por que Jesús pudiera entrar. Pero el autor aprovechó
para explicarle que esa puerta, la de nuestro corazón, no tiene picaporte por
fuera, sólo se puede abrir por dentro. Vamos a procurar abrir esa puerta para que
entre Jesús, y con él el Cielo, en nuestro corazón. Vamos a procurar que todos los
hombres le abran la puerta a Jesús. Vamos a hacer muchas copias de esta llave,
para mostrar a los demás cual el secreto de la felicidad, del cielo: "El que hace la
voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése entrará”. Vamos a “entender” la
música del corazón, para decir con toda el alma, cada día, con mucha fe, las
palabras del Padre Nuestro: "Hágase tu voluntad." Oír la música: "por tanto, todo
el que oye estas palabra mías y las pone en práctica es como un hombre prudente
que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los
vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba
cimentada sobre roca."
Jesús es el que llama a la puerta del corazón del hombre, toca la música
para consolar al triste, acompañar al enfermo, ayudar al necesitado, visitar al que
esté solo. Llama y toca la música ahí donde nos encontramos: en la familia, con
los amigos, vecinos…

168
Esperanza y salvación
“En vísperas de la Navidad —cuenta la Madre Teresa de Calcuta— yo
abrí un hogar para enfermos de SIDA en Nueva York como regalo de nacimiento
para Jesús. Lo empezamos con quince lechos para otros tantos pacientes y con
cuatro jóvenes a quienes conseguí sacar de la cárcel porque no querían morir allí.
Ellos fueron los primeros huéspedes de nuestro hogar. Les había preparado una
capilla, de modo que tales jóvenes de veinte o veinticinco años, que no habían
estado cerca o se habían alejado de Jesús, de la oración o de la confesión,
pudiesen, si lo deseaban, acercarse de nuevo a Él. Gracias a la bendición de Dios y
a su amor, sus corazones se transformaron por completo. Los trece o catorce han
fallecido ya en nuestro hogar, porque se trata de una enfermedad mortal,
incurable. La última vez que estuve allí, recientemente todavía, uno de ellos hubo
de ser trasladado al hospital. Antes de ir me dijo:
—Madre Teresa, usted es amiga mía. Quiero hablar a solas con usted.
¿Qué creéis que me dijo aquel hombre que veinticinco años atrás se
había confesado y comulgado por última vez y que desde entonces había
interrumpido sus contactos con Jesús?
Me dijo esto:
—¿Sabe, Madre Teresa? Cuando siento un tremendo mal de cabeza, lo
comparto con el dolor de Jesús al ser coronado de espinas. Cuando experimento
un dolor insoportable (y es que el dolor que produce esa enfermedad es
insoportable de verdad), cuando el dolor resulta insoportable en mi espalda, lo
comparto con el dolor de Jesús al ser azotado. Cuando el dolor se hace
insoportable en mis manos y mis pies, lo comparto con el dolor experimentado
por Jesús al ser crucificado. Le pido que me lleve de nuevo al hogar. Quiero morir
cerca de ustedes.
Conseguí permiso del médico para llevármelo a casa. Lo acompañé a la
capilla. Jamás he visto a nadie hablar con Dios como lo hizo aquel hombre, con
un amor de comprensión tan grande entre él y Jesús. Después de tres días murió.
Difícil de comprender el cambio experimentado por aquel hombre."
La vida es como una canción de amor, que como toda canción tiene una
letra y una música: la letra es lo que toca en cada momento hacer, pero la
entonación musical es importante, si no sería muy aburrida la vida: es la música
del corazón, el amor, lo que da sentido a la letra, como decían aquellos del
primer concurso de “Operación triunfo”: “Nos une una obsesión. Cantar es
nuestra vida y mi música es tu voz. Cuenta con mi vida que hoy la doy por ti. Mi
pasión la quiero compartir. A tu lado me siento seguro... a tu lado yo puedo
volar... a tu lado mis sueños se harán por fin realidad. A tu lado... Estamos hoy
unidos cantando esta canción... A tu lado me siento seguro, a tu lado no dudo a
tu lado yo puedo volar. A tu lado hoy brilla mi estrella a tu lado mis sueños se
harán por fin realidad”. Al lado de Dios estamos seguros, su música es camino
seguro de felicidad. Es una música sutil y encantadora, nos hace –como decía
aquel grupo- “soñar despierto, vivir lo nuestro, volar” en este universo
sobrenatural, dondequiera que vayamos. Con el corazón llevando esta música,
podemos disfrutar profundamente de la compañía de las personas que nos rodean
(familiares, amigos, conocidos o extraños), entre ellas aquellos cuyos caracteres no
son perfectos, del mismo modo que nuestro propio carácter no es perfecto.
169
Vida más allá de la muerte
Estamos entonces abiertos a la belleza, al misterio y a la grandeza de la vida
corriente, "comprendemos" que siempre ha sido bella, misteriosa y grandiosa, y
que siempre lo será... como cantaba también ese grupo: “Juntas nuestras manos la
estrella brillará / música es la fuerza que nos empujará... / juntos corazones en una
sola voz, / tantas ilusiones en un corazón... / Cógela y aprieta fuerte, / lucha
cueste lo que cueste, / contra el viento contra el fuego llegarás al mismo cielo... /
Mi estrella será tu luz..., / coge mi mano yo estoy contigo / esto es un sueño
sueña conmigo... / Mi estrella será tu luz... / y conseguirlo no es tan difícil si la voz
te sale del corazón”. “Tal vez las canciones de Adviento… se tornen señales
luminosas para nosotros que nos muestran el camino y nos permiten reconocer
que hay una promesa más grande que la del dinero, el poder y el placer. Estar
despiertos para Dios y para los demás hombres: he ahí el tipo de vigilancia a la
que se refiere el Adviento, la vigilancia que descubre la luz y proporciona más
claridad al mundo” (Benedicto XVI).
La estrella es María, nuestra esperanza, Adviento vivo de la presencia del
Señor. Ella nos hace sentir a Jesús que nos busca, oír su música, aprender a bailar
con esa música divina… rezar, desperezarse de esperar en la plaza y caminar con
Jesús y trabajar con él… ésta es la vida: "Cristo se ha hecho para nosotros camino,
y ¿podremos así perder la esperanza de llegar? Este camino no puede tener fin, no
se puede cortar, no lo pueden corroer la lluvia ni los diluvios, ni puede ser
asaltado por los ladrones. Camina seguro en Cristo, camina; no tropieces, no
caigas, no mires atrás, no te detengas en el camino, no te apartes de Él. Con tal
que cuides esto habrás llegado." (San Agustín, Sermón 170, 11). No pensemos que
no tenemos méritos, pues es Él quien toca su música, con nosotros como
instrumentos… “a veces el más insignificante violín puede elevarse por encima del
conjunto de la orquesta, pidiendo atención para su quejumbrosa súplica. Escucha
las pequeñas voces de tu vida y advierte que también ellas tienen algo que
expresar con su canto” (Alaric Lewis OSB). Para oír la música divina hay que
escuchar en nuestro corazón, y en el silencio oírle… “En toda composición
musical hay silencios, pequeños descansos que detienen el sonido para hacernos
gustar con mayor plenitud el conjunto. Descubre la absoluta belleza del silencio
aún en medio del paso acelerado de la vida, y disfruta los momentos de reposo”
(sigue diciendo Lewis). Así iremos entonando este cántico de amor: “Dicen que el
universo vibra en ‘fa’. Si es cierto..., lo que conocemos como Dios seguramente
vibrara en ‘fa’ y será música” (Rafael Pascual). Descubriremos otra visión de Dios,
autor de este misterio: “La música es tan alta, que ninguna inteligencia puede
superarla y de ella emana un poder que todo lo domina y del que nadie es capaz
de dar razón” (Goethe).
Una de las experiencias más amargas que podemos experimentar al
desvivirnos por alguna persona, sea familiar o amigo, es cuando no somos
correspondidos. Si en “pago”, por los servicios prestados se nos ignora o se nos
critica, nos sentimos traicionados y heridos. A Jesús en este pasaje le sucede algo
parecido. Se siente triste y decepcionado de la respuesta del hombre. Él como
Dios, nos ha amado y querido hasta el límite –inigualable- de la encarnación y de
su muerte en cruz. En su vida no hizo otra cosa que pasar “haciendo el bien”... y
todo este despliegue de compasión, de amor y misericordia ¿dio fruto? ¿cuál fue
170
Esperanza y salvación
la respuesta recibida a cambio? Sabemos que la semilla dio fruto después de su
muerte. En nuestro caso, tenemos que reconocer que “todo” podría estar a
nuestro favor. Tenemos su presencia en la eucaristía, su gracia sacramental, su
acción a través de su Espíritu Santo... tenemos a María, Madre nuestra.
Ojalá el Señor vea cómo vamos poco a poco progresando en su
conocimiento, aprendiendo a apreciar, a gustar todos estos medios que nos hacen
sus amigos y nos impulsan a compartir con Él las penas y las alegrías. Nuestra
felicidad y realización personales dependen de saber escuchar y responder al
Señor y con más razón durante este Adviento, preparándonos a su venida… Y es
que como dice san Agustín: “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón estará
inquieto hasta que no descanse en ti.” Mientras que el hombre no centra su vida
en Cristo, toda su vida es insatisfacción… no importa de que se trate siempre
estaremos inconformes e incómodos. Cosa muy distinta ocurre en los que aceptan
a Cristo, sabiduría de Dios, en su vida. Para ellos la satisfacción no proviene de las
cosas exteriores, incluso ni de la personas, todo viene del amor de Dios que se
desarrolla en el corazón de los que creen. Abre tu corazón a Cristo para que él
nazca y viva en ti: Verás qué distinta es la vida desde su amor y amistad (Ernesto
María Caro).
Nuestra vida no tiene sentido si no es junto al Señor. ¿Adónde iremos,
Señor? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna (Juan 6, 68). Él viene a traernos un
amor que lo penetra todo como el fuego y a darle sentido a nuestra vida sin
sentido. Amor exigente es el del Señor, que pide siempre más y nos lleva a crecer
en finura del alma con Dios y a dar muchos frutos. Pero si el cristiano deja que el
amor se enfríe, vendrá esa terrible enfermedad interior que es la tibieza: Cristo
queda como oscurecido, por descuido culpable, en la mente y en el corazón; no
se le ve ni se le oye. Queda en el alma un vacío de Dios que se intentará llenar de
otras cosas, que no son de Dios y no llenan. Esta enfermedad tiene curación si
ponemos los medios. Siempre se puede descubrir de nuevo aquel tesoro
escondido, Cristo, que un día dio sentido a la vida. En la oración y en los
sacramentos nos espera siempre el Señor.
Por faltas aisladas no se cae necesariamente en la tibieza. La tibieza nace
de una dejadez prolongada en la vida interior que se expresa en el descuido
habitual de las cosas pequeñas, en la falta de contrición ante los errores
personales, en la falta de metas concretas en el trato con el Señor. Se ha dejado de
luchar por ser mejores y se abandona la mortificación. La tibieza es como una
pendiente inclinada; casi insensiblemente nace una preocupación por no
excederse, por quedarse en el límite, en lo suficiente para no caer en pecado
mortal, aunque se descuida y se acepta sin dificultad el venial. Las Comuniones
son frías, la Santa Misa distraída, la oración difusa, y el examen se abandona.
Estemos alerta para percibir los primeros síntomas de esta enfermedad del alma, y
acudamos con prontitud a la Virgen. Ella aumenta nuestra esperanza, y nos trae la
alegría del nacimiento de Jesús.
Fomentar el espíritu de lucha, nos llevará a cuidar el examen de
conciencia. De ahí sacaremos un punto en el que mejorar al día siguiente y un
acto de contrición por las cosas en que aquel día no fuimos del todo fieles al
Señor. Este amor vigilante es el polo opuesto a la tibieza. Y de nuevo, cerca de
171
Vida más allá de la muerte
Cristo. Con una alegría nueva, con una humildad nueva. Humildad, sinceridad,
arrepentimiento... y volver a empezar con una alegría profunda e incomparable.
Nuestra Madre nos ayudará a recomenzar (Francisco Fernández Carvajal).
Comenta San Agustín: «Aquí no se baila; pero no obstante que no se
baile, se leen las palabras del Evangelio: “Os hemos cantado y no habéis bailado”.
Se les reprocha, se les recrimina y se les acusa por no haber bailado. ¡Lejos de
nosotros el retornar aquella insolencia! Escuchad cómo quiere la Sabiduría que lo
entendamos. Canta quien manda; baila quien cumple lo mandado. ¿Qué es bailar
sino ajustar el movimiento de los miembros a la música? ¿Cuál es nuestro cántico?
No voy a decirlo yo, para que no sea algo mío. Me va mejor ser administrador
que actor. Recito nuestro cántico: “No améis al mundo, ni a las cosas del
mundo”…(1 Jn 2,15). «¡Qué cántico, hermanos míos! Escuchasteis al cantor,
oigamos a los bailarines: haced vosotros con la buena ordenación de las
costumbres lo que hacen los bailarines con el movimiento de sus cuerpos. Hacedlo
así en vuestro interior: que las costumbres se ajusten a la música. Arrancad los
malos deseos y plantad la caridad» (Sermón 311).

3. Se acerca nuestra salvación: hemos de prepararnos, con


una conversión en nuestras vidas para acoger al Señor
(Domingo de la 3ª semana de Adviento, C): Sofonías (3,14-18a). La proximidad
del Señor solamente puede despertar alegría en los corazones de los creyentes.
Alegría y paz, que significan gozo y plenitud. Jerusalén vive una restauración que
reúne a los dispersos (v 19) y deja un resto "que no cometerá crímenes ni dirá
mentiras..." (vv 12 ss.). Es tiempo de alegría, de la que participa el Señor (El "se
goza y se alegra contigo", "se llena de júbilo": v 17). Y esa alegría acarrea la paz y
la tranquilidad: el resto "pastarán y se tenderán sin que nadie les espante". El Señor
barrerá de Jerusalén a todos sus enemigos y librará a la ciudad del acoso de los
conquistadores. No habrá nada que temer, pues el perdón de Dios extirpará de
raíz todos los males y cancelará todas las condenas que pesaban sobre su pueblo.
Y en medio de una ciudad purificada, el Señor será el rey. Eliminado el miedo que
paraliza la vida, no habrá lugar para el desaliento y sí para festejar la alegría de
vivir. La fuerza de la ciudad será el Señor, plantado en medio de ella como un
guerrero poderoso que la salva y la protege. El amor del Señor hará maravillas en
su pueblo, tanto que él mismo saltará de júbilo y se complacerá en su propia
obra. El "Señor será como un esposo que se alegra con su esposa, Jerusalén (cf Is
62,5; Jr 2,2; Os 2,21-25; “Eucaristía 1988”). Nos ha perdonado, que hemos de
estar de fiesta, además las cosas que antes nos costaban quedarán vencidas.
Hemos de pensar en hacer un Belén no solo en nuestra casa sino en nuestro
corazón, para que Jesús esté a gusto, y para esto prepararnos como el que se
prepara para una fiesta y se pone guapo. Y con la Virgen tenemos una buena
ayuda, ella nos es fuerza y modelo de cómo prepararse para esperar a Jesús que
está para nacer, ella estaba ilusionada por recibirle como madre. Ya no tendremos
miedo, y si hay algo que nos quita la paz y nos da “mal rollo” enseguida haremos
las paces y pondremos la fórmula mágica para que haya otra vez “buen rollo”: el
aceite del perdón, de arreglar aquello enseguida, y el pan de la alegría, de una

172
Esperanza y salvación
sonrisa que lo arregla todo: es el pan que pedimos en el Padrenuestro que no falte
ningún día, que nos dé cada día para festejar la alegría de vivir, el pan de la
Eucaristía.
¿Se interesa Dios por los hombres? ¿Tiene algo que ver con la historia de
mi vida? Hay una canción que habla de este discurrir del tiempo: “Unos que
nacen otros morirán / Unos que ríen otros llorarán / Agua sin cauce río sin mar /
Penas y glorias, guerras y paz: / Siempre hay porque vivir / Porque luchar. /
Siempre hay por quien sufrir / Y a quien amar. / Al final las obras quedan / Las
gentes se van. / Otros que vienen las continuaran”. Pero la vida no sigue igual,
porque Jesús nos lleva de la mano en este diario que se escribe día a día, él y
nosotros escribimos el libro de la historia. “Pocos amigos que son de verdad /
Cuantos te halagan si triunfando estás / Y si fracasas bien comprenderás / Los
buenos quedan los demás se van. / En cualquier parte / no importa el lugar / hay
hombres buenos / que al morir se van / Y mientras mueren, / en otro lugar, / los
buenos viven / sin pensar en más”… hay hombres de esperanza que nos
recuerdan que hay cielo, son los santos: saben que Dios nos ha dicho: «No temas,
rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino».
Is (12,2-3.4bed.5-6) proclama en el salmo: “Gritad jubilosos: «Qué
grande es en medio de ti el Santo de Israel.» El Señor es mi Dios y salvador:
confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi
salvación. Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.
Dad gracias al Señor, invocad su nombre, contad a los pueblos sus
hazañas, proclamad que su nombre es excelso. Tañed para el Señor, que hizo
proezas, anunciadlas a toda la tierra; gritad jubilosos, habitantes de Sión: «Qué
grande es en medio de ti el Santo de Israel.»”
La salvación, una fuente inagotable. El nombre de Isaías («Dios-salva»)
simboliza y localiza la fuente salvadora de Israel. Salvación que si en el pasado fue
liberación de Egipto, en el presente es confianza sin temor. En uno y otro caso es
lícito celebrar a Dios como fortaleza, poder y salvación. La iniquidad de Israel
consistió en haber abandonado a Dios, fuente inagotable de agua viva, salvadora,
y haber excavado cisternas agrietadas que no pueden retener el agua. A pesar de
todo, el mensaje de Isaías se abre hacia el futuro al invitar a los sedientos a beber
gratuitamente. Quien sienta sed está predispuesto a adherirse a Jesús, la roca de la
que mana el agua, nuevo Templo y fuente abierta en Jerusalén. Quien bebe en el
costado del Traspasado recibe el Espíritu de la nueva Creación. Es un hombre
nacido de nuevo y de arriba; goza de la vida que caracteriza a la creación
terminada. Este hombre nuevo forma parte de la comitiva del Exodo iniciado por
Jesús (Aparicio-García).
Juan Pablo II se refería a este "libro del Emmanuel": "Consejero
maravilloso, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz" (Is 9, 5) viendo
que anuncia “el rey Mesías que realizará en plenitud el nombre de "Emmanuel", es
decir, "Dios con nosotros", convirtiéndose en la perfecta presencia divina en la
historia humana. Así pues, es fácilmente comprensible que el Nuevo Testamento y
el cristianismo hayan intuido en esa figura regia la fisonomía de Jesucristo, Hijo de
Dios hecho hombre solidario con nosotros.

173
Vida más allá de la muerte
Los estudiosos consideran que el himno al que nos estamos refiriendo (cf
Is 12,1-6), tanto por su calidad literaria como por su tono general, es una
composición posterior al profeta Isaías, que vivió en el siglo VIII antes de Cristo.
Casi es una cita, un texto de estilo sálmico, tal vez para uso litúrgico, que se
incrusta en este punto para servir de conclusión del "libro del Emmanuel". En
efecto, evoca algunos temas referentes a él: la salvación, la confianza, la alegría,
la acción divina, la presencia entre el pueblo del "Santo de Israel", expresión que
indica tanto la trascendente "santidad" de Dios como su cercanía amorosa y activa,
con la que el pueblo de Israel puede contar. El cantor es una persona que ha
vivido una experiencia amarga, sentida como un acto del juicio divino. Pero
ahora la prueba ha pasado, la purificación ya se ha producido; la cólera del Señor
ha dado paso a la sonrisa y a la disponibilidad para salvar y consolar”. El orante
“tiene la certeza inquebrantable de que en la raíz de la liberación y de la
esperanza está la gracia divina. Es significativo notar que hace referencia implícita
al gran acontecimiento salvífico del éxodo de la esclavitud de Egipto”, y esto se ve
en la cita de las palabras del canto de liberación entonado por Moisés: "Mi fuerza
y mi canto es el Señor" (Ex 15,2). La salvación dada por Dios, capaz de suscitar la
alegría y la confianza incluso en el día oscuro de la prueba, se presenta con la
imagen, clásica en la Biblia, del agua: "Sacaréis agua con gozo de las fuentes de la
salvación" (Is 12,3), que nos lleva el pensamiento a la escena de la mujer
samaritana, cuando Jesús le ofrece la posibilidad de tener en ella misma una
"fuente de agua que salta para la vida eterna" (Jn 4,14). Al respecto, san Cirilo de
Alejandría comenta: "Jesús llama agua viva al don vivificante del Espíritu, por
medio del cual sólo la humanidad, aunque abandonada completamente, como los
troncos en los montes, y seca, y privada por las insidias del diablo de toda especie
de virtud, es restituida a la antigua belleza de la naturaleza... El Salvador llama
agua a la gracia del Espíritu Santo, y si uno participa de él, tendrá en sí mismo la
fuente de las enseñanzas divinas, de forma que ya no tendrá necesidad de
consejos de los demás, y podrá exhortar a quienes tengan sed de la palabra de
Dios. Eso es lo que eran, mientras se encontraban en esta vida y en la tierra, los
santos profetas y los Apóstoles y sus sucesores en su ministerio. De ellos está
escrito: Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación" (Comentario al
Evangelio de san Juan II, 4). Por desgracia, la humanidad con frecuencia abandona
esta fuente como recuerda Jeremías: "Me abandonaron a mí, manantial de aguas
vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua" (Jr 2,13;
cf Is 8,6-7). Luego se canta esta profesión de fe con una función misionera:
"Contad a los pueblos sus hazañas... Anunciadlas a toda la tierra" (vv 4-5). La
salvación obtenida “debe ser testimoniada al mundo, de forma que la humanidad
entera acuda a esas fuentes de paz, de alegría y de libertad”.
Filipenses (4,4-7) nos recuerda: “estad siempre alegres en el Señor; os lo
repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está
cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con
acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios,
que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos
en Cristo Jesús”. La razón de esta alegría es que: "El Señor está cerca". Como le
dijo el ángel a María: “alégrate… el Señor es contigo”. Pero: ¿Puede uno ser feliz
174
Esperanza y salvación
viendo el entorno que le rodea, esa serie de amenazas que están esperando la
oportunidad para matar cualquier esbozo de alegría? El niño es feliz porque se
sabe protegido y amado porque vive en presencia de sus padres. Y quizá
nosotros, los mayores, tendríamos que pensar si la razón de nuestra alegría no
estará ahí, en el sentido de debilidad, en el reconocimiento de que no podemos
nada, en esta confesión de que es la presencia de una solicitud paterna la que nos
hace vivir con alegría. Y quizá por eso rompemos con nuestros padres o con Dios
nuestro Padre y renegamos de él cuando vivimos situaciones deprimentes o
comprometidas, tristes o dolorosas. Un mundo sin fe, sin horizonte abierto, un
mundo sin cielo y sin esperanza es un absurdo. No puede haber alegría: ni alegría
material situada en lo económico, ni alegría social situada en lo político ni alegría
familiar situada en lo afectivo. Es un mundo cerrado, sin fronteras. Nosotros
tenemos la fórmula y el sentido para nuestra alegría porque creemos en un Dios
Padre que protege y mima nuestras debilidades y flaquezas, porque es benévolo y
compasivo con nuestros llantos, ante nuestras riñas, ante nuestros enfados porque
realmente espera de nosotros esa actitud confiada de levantar nuestros brazos y
vivir en el calor de su regazo (Andrés Pardo).
La verdadera alegría se encuentra donde dijo S. Pablo: "En el Señor. Las
demás cosas a parte de ser mudables, no nos proporcionan tanto gozo que
puedan impedir la tristeza ocasionada por otros avatares en cambio, el temor de
Dios la produce indeficiente porque quien teme a Dios como se debe a la vez que
teme confío en Él y adquiere la fuente del placer y el manantial de toda la alegría"
(S. Juan Crisóstomo, PG. 27, 179).
Por tanto, en lugar de quejarnos, hemos de procurar vivir la alegría que
viene de dar gracias, esto nos lo inspira Dios “para que nos sirva de salvación”
(prefacio común 4). Y así la consecuencia es que “la paz de Dios, que sobrepasa
todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo
Jesús”. Ya no nos preocupamos por la muerte o el fin del mundo porque la
salvación, el cielo, ya lo comenzamos a tener aquí con Jesús con su Reino de
amor. ¡El Señor está cerca! Vamos a prepararnos. Después de la consagración, al
proclamar el misterio de nuestra fe, decimos: “¡ven, Señor Jesús!”, y podríamos
preguntarnos: “¿pero no está ya aquí?”: claro, pero estas palabras con las que
acaba la Biblia significan también que Jesús viene al acabar la historia, como vino
hace 2000 años, y significa que viene a nuestra alma en la comunión, y de otro
modo su aliento vital, su vida divina se respira en cada bautizado; y de su fuerza y
amor viven todos los que en Él creen. ¡El Señor está cerca! Por esto, “¡no os
preocupéis por nada!" Ocupados tan sólo en las cosas buenas, hacerlas por amor,
viviendo en la presencia del Señor.
El evangelio es "Buena noticia"; por tanto, motivo de alegría para los
creyentes. La alegría cristiana proviene de la comunión con Dios y los hermanos
(Hch 2,46; 14-17), se manifiesta incluso en medio de las adversidades (Hch 5,41;
Sant 1,2; 2 Cor 7,4) y nadie la puede quitar al que la tiene (Jn 16, 20.22). Hay
una paz que el mundo no puede dar… Esta es la paz que experimentan los
cristianos cuando saben conjugar en su vida el cuidado responsable del caminante
y la petición confiada de lo que todavía falta, con la seguridad agradecida de
haber recibido por la fe la sustancia de lo que aún esperan. Esta es la paz que
175
Vida más allá de la muerte
guardan nuestros corazones y nuestros pensamientos, para que no perdamos el
gozo íntimo en medio de circunstancias adversas. Cristo Jesús, que habita por la fe
en nuestros corazones, es la misma "paz de Dios" en persona (“Eucaristía 1988”).
“Nuestra alegría no será auténtica hasta que deje de apoyarse en cosas que
pueden sernos arrebatadas y destruidas, y se fundamente en la más íntima
profundidad de nuestra existencia, imposible de sernos arrebatada por fuerza
alguna del mundo” (Benedicto XVI).
Lucas (3,10-18) ejemplifica la reforma de vida exigida por Juan,
sirviéndose de la pregunta "que tenemos que hacer", que formulan la multitud
anónima, unos publicanos y unos militares. Por publicanos se entiende los
encargados de la recaudación tributaria. Se trataba por lo general de judíos al
servicio de Roma, potencia ocupante. A la multitud anónima el profeta le pide la
distribución compartida de los recursos fundamentales para cubrir las necesidades
primarias de la existencia, alimento y vestido (v. 11). A los recaudadores les pide
que cobren exactamente los tributos establecidos y sus legítimas comisiones
personales, sin caer en la tentación de la avaricia o de la extorsión (v. 13). A los
militares les pide la abolición del chantaje y de cualquier medida intimidatoria (v.
14). Luego Lucas sintetiza la relación de inferioridad de Juan respecto al Mesías,
formulada por tres tipos de imágenes: rituales, jurídicas y apocalípticas, para
caracterizar al Mesías como el más fuerte. La imagen jurídica es la expresión
"desatar la correa de las sandalias". En el Antiguo Testamento este acto simboliza
la privación de un derecho en beneficio del desatante. La imagen no proviene,
pues, del mundo de los esclavos. Frente al Mesías, Juan se declara sencillamente
sin derechos. Las imágenes apocalípticas del fuego y de la horca de aventar
sugieren la idea de un tiempo último y definitivo por un lado, y de un personaje
clave y decisivo para los hombres por otro. No tienen nada que ver con el
infierno. A los recaudadores no les dice que corten sus relaciones con el poder
invasor; les dice simplemente que huyan de la extorsión. A los militares no les dice
que abandonen su posición; les dice simplemente que no chantajeen ni intimiden.
¿Simplemente? Observemos bien que la simplicidad del profeta habla de
honestidad en los negocios, de equidad en la aplicación de la justicia. Desde la
honestidad en los negocios y la equidad en la aplicación de la justicia, es decir,
desde lo bueno, a lo mejor resulta que cambian las estructuras comerciales y
jurídicas, es decir, se consigue el ideal. ¿Y qué decir de la simplicidad del profeta
en lo que pide a la multitud anónima? Compartir con los más desafortunados lo
necesario para cubrir, al menos, las necesidades primarias. ¿Y si a partir de este
domingo nos entrenamos todos un poco en este ejercicio del compartir? No es
evidentemente un programa económico, pero si compartiéramos muchos, a lo
mejor hasta cambiaban las estructuras económicas (A. Benito).
Esto significa adecuarlo a cada uno, por ejemplo para un estudiante:
estudia y procura sacar buenas notas, sé buen compañero y no engañes, di la
verdad aunque te cueste pasar algún mal rato, no falles a tus amigos ni los
traiciones, procura compartir las cosas y vencer el egoísmo, vence la pereza
cumpliendo tus encargos aunque no te vean… Resumiendo: procura hacer las
cosas con Jesús, que te acompaña aunque no lo ves, y cuando te cueste algo
piensa que los demás necesitamos de tu lucha, que todos estamos unidos y nos
176
Esperanza y salvación
ayudamos aunque no se vea, aunque estemos solos; de aquella hora de estudio
depende la historia del mundo. Al Señor se le acoge en la vida normal, no a través
de cosas excepcionales. Más que los gestos extraordinarios, cuenta la fidelidad en
lo cotidiano.

4. El Reino de Dios se va desarrollando


(lunes de la 3ª semana de Adviento): Números (24,2-7.15-17a) en sus
poemas breves, llenos de admiración, en vez de maldecir, bendice el futuro de
Israel. Ve su estrella y su cetro y anuncia la aparición de un héroe que dominará
sobre todos los pueblos. Sorpresas de Dios, que no se deja manipular ni entra en
nuestros cálculos. Somos nosotros los que debemos ver y oír lo que él quiere. Es
una profecía que en un primer momento se interpretó como cumplida en el rey
David, pero que luego los mismos israelitas dirigieron a la espera del Mesías. El
adivino pagano Balam había sido llamado por el rey de Moab, Balac, para que
maldijera a Israel en su camino hacia la tierra prometida. Pero Balam no pudo
cumplir su cometido. Cada vez que intentaba maldecir a Israel, el Señor le
cambiaba la maldición en una bendición. A la cuarta vez, Balam pronuncia un
oráculo que habla de un futuro rey que habrá de surgir de Israel. Este oráculo se
refiere al rey David quien le da seguridad al reino, al liberarlo de sus enemigos.
Pero David es sólo tipo del verdadero rey. Aunque no se lo cita expresamente en
Nuevo Testamento, el episodio de la adoración de los magos ha sido inspirado en
su presentación por el oráculo de Balam. Jesús es el que establecerá
definitivamente el reino de Dios. La liturgia de este día nos presenta dos casos que
muestran dos actitudes radicalmente opuestas. Por un lado, el caso de Balaam, el
adivino madianita (ver Nm 22-23). Pese a ser un extranjero se ve obligado a
bendecir a Israel, reconociendo en Yavé a un Dios poderoso y en Israel a un
futuro vencedor de Moab. Y por otro, la cerrazón de espíritu de las autoridades
religiosas que pueden reconocer en este pobre predicador ambulante al verdadero
Hijo de Dios. Balaán ve cómo se alza de Jacob una estrella (17) un rey que
dominará sobre todos los otros reyes. Jesús, descendiente de Jacob, es la estrella
que Lucas, en el cántico del Benedictus, identifica con Dios, que nos visita de lo
alto para iluminar a los que están sentados en tinieblas y sombras de muerte y
enderezar nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1,78s). O la luz verdadera
que Juan nos presenta en lucha victoriosa con las tinieblas (Jn 1,9ss). Es el misterio
de Jesús, la lucha de la vida contra la muerte, de la luz contra nuestra oscuridad:
en la impotencia de la caída, de la humillación, se abren nuestros ojos (4c) para
contemplar la luz de Cristo resucitado, nuestra auténtica Pascua. Esta es la buena
palabra, el oráculo favorable, el evangelio de Dios que transforma nuestra vida
(J.M. Aragonés). Balaam es el triunfo de Dios sobre los cálculos de los hombres,
sobre el modo en el cual los seres humanos consideramos las cosas. Cuando
Balaam maldice al pueblo de Israel, un ángel se le aparece, pero sólo el burro en
el que él va montado lo puede ver. Y aunque el profeta intenta que el burro siga
caminando, no lo logra pues el burro está muy asustado. De pronto Baalam
también ve al ángel y dice: ¡Cómo es posible que un animal haya visto lo que yo
no veía! Esto hace que él reflexione y cambie. Y en vez de hacer una profecía de

177
Vida más allá de la muerte
maldición, hace una profecía de bendición: "Qué hermosas son tus tiendas, son
como extensos valles, como jardines junto al río"… El Espíritu de Dios ha venido
sobre nosotros para convertirnos en fuente de bendición y de vida para todos.
Escuchar la Palabra de Dios y meditarla con gran amor nos debe llevar a
convertirnos en un signo del amor de Dios para toda la humanidad. No podemos
acercarnos a escuchar al Señor para después retirarnos de su presencia olvidando
lo que aquí hemos vivido, visto y escuchado. No podemos decir que tenemos a
Dios en nuestro corazón cuando sólo nos conformamos con rezarle, pero no
hemos hecho nuestros su Vida, su Amor y su Paz.
En aquellos días, Balaán, tendiendo la vista, divisó a Israel acampado por
tribus. El espíritu de Dios vino sobre él, y entonó sus versos: «Oráculo de Balaán,
hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha
palabras de Dios, que contempla visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos
abiertos: ¡Qué bellas las tiendas de Jacob y las moradas de Israel! Como vegas
dilatadas, como jardines junto al río, como áloes que plantó el Señor o cedros
junto a la corriente; el agua fluye de sus cubos, y con el agua se multiplica su
simiente. Su rey es más alto que Agag, y su reino descuella.» Y entonó sus versos:
«Oráculo de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo
del que escucha palabras de Dios y conoce los planes del Altísimo, que contempla
visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos: Lo veo, pero no es ahora,
lo contemplo, pero no será pronto: Avanza la constelación de Jacob, y sube el
cetro de Israel.»
El Salmo (24,4-5ab.6-7bc.8-9) pide a Dios que nos descubra sus caminos
para que no sólo los conozcamos, sino para que los sigamos. Muchas veces
pudimos perdernos en el laberinto de nuestros pecados, y pareciera como que nos
vamos a quedar atrapados en ellos. Sin embargo, quienes confiamos en el Señor,
seremos guiados por su Palabra para encontrar el camino de salvación. Dios jamás
se olvidará de nosotros, pues el amor y la ternura que nos tiene son eternos. Esto
no puede llevarnos a vivir descuidados en el amor, pensando que Dios nos
perdonará y salvará, pues el tiempo de gracia no es marcado por el hombre, sino
por Dios. Ojalá y escuchemos hoy su voz y no endurezcamos ante Él nuestro
corazón.
El Señor es recto y bondadoso. Nosotros, frágiles y pecadores, acudimos
a Él para que nos enseñe a caminar en el bien, deseando llegar a ser perfectos,
como Él es perfecto. Por tanto no podemos acudir a su presencia buscando Vida y
Sabiduría, para después volver a nuestros antiguos caminos de maldad. El Señor
nos conoce hasta en lo más profundo de nuestras intenciones. Él sabe que hay
muchas obras buenas en nosotros; pero ante Él no se ocultan nuestros pecados y
miserias. A pesar de todo eso Él nos sigue amando, y puesto que su ternura y su
misericordia hacia nosotros son eternas, siempre está dispuesto a perdonarnos, a
llenarnos de su Espíritu y a guiar nuestros pasos por el camino del bien mediante
su Palabra, que, hecha uno de nosotros, se convierte para nosotros en Camino,
Verdad y Vida: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que
camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; acuérdate
de mí con misericordia, por tu bondad, Señor.
178
Esperanza y salvación
El Señor es bueno y es recto, enseña el camino a los pecadores; hace
caminar a los humilles con rectitud, enseña su camino a los humildes”.
Mt (21,23-27) muestra a Jesús que con la respuesta a la pregunta sobre la
autoridad del Bautista proyectará luz sobre su autoridad: "¿Con qué autoridad
haces estas cosas, y quién te ha dado tal potestad?" En el relato de Mateo, a esta
pregunta precede la escena de Jesús expulsando a los vendedores en el templo.
Jesús les interpela: -"El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo o de los
hombres?" Efectivamente, es la pregunta más radical. Jesús va siempre
directamente a lo esencial. La opción fundamental es esta: o... o... No hay
escapatoria posible. Todo el porvenir queda comprometido (Noel Quesson). Los
dirigentes de Israel no quieren aceptar a Juan, como tampoco el rey de Moab
quedó nada satisfecho con las profecías del vidente Balaán, a quien él había
contratado con la intención contraria. La peor ceguera es la voluntaria. Aquí se
cumple una vez más lo que decía Jesús: que los que se creen sabios no saben
nada, y los sencillos y humildes son los que alcanzan la verdadera sabiduría. Estas
lecturas nos interpelan hoy y aquí a nosotros. Balaán anunció la futura venida del
Mesías. El Bautista lo señaló ya como presente. Nosotros sabemos que el Enviado
de Dios, Cristo Jesús, vino hace dos mil años y que como Resucitado sigue
estándonos presente. La pregunta es siempre incómoda: ¿le hemos acogido? (J.
Aldazábal).
Los sacerdotes intentan rebajar a Jesús con su pregunta y, sin embargo,
habiendo venido por lana, salen trasquilados. En vez de ser hombres que buscan a
Dios, se buscan a sí mismos y ven en Jesús a alguien que les va a quitar
protagonismo o incluso les va a desbancar. Esa envidia les llevará incluso a buscar
la muerte de Cristo. Así es la envidia. Basta recordar a Herodes intentando matar
al niño Jesús, o a Antipas matando a Juan para no quedar mal ante los invitados
al banquete. Casi todos los apóstoles seguirían la misma suerte que el Bautista. Y
así padecerían también los mártires de todos los tiempos. Los celos, la envidia, el
amor propio, el deseo de ser estimado, tenido por alguien importante, del temor
al «qué dirán, el brillar en un cierto nivel social, el ostentar un puesto de honra o
poder son fuerzas que carcomen y matan el espíritu del evangelio en nosotros.
Dios todopoderoso, que nació niño en una cueva, desmentirá esas creencias: «El
que busca su vida, la perderá; el que la pierda por amor a mí, la hallará». En la
película “The Damnet”, los malditos, traducida como “La caída de los dioses”, de
Visconti, muestra como una familia de alemanes degenera como tanta gente.
Recuerdo que un chico mejoró su posición social, y dejó a la novia amiga de toda
la vida que ya no le “vestía”, por otra de más “nivel”. Le dije que estaba siendo
egoísta. Salimos en coche y aún en el garaje ya me decía escandalizado: “¡el
cinturón de seguridad!”: para él lo importante era ponérselo cuanto antes. Pensé
que estábamos en una sociedad puritana… Oración: Señor, dame la gracia de
vivir con pureza de intención. Que mi obrar, pensar, sentir sea por Dios y delante
de Dios. Actuar: Revisaré mi actuar para no dejar que la envidia y otros males se
instalen en mi corazón.

5. La obediencia a la voluntad de Dios y la salvación


179
Vida más allá de la muerte
(martes de la 3ª semana de Adviento): Sofonías (3,1-2.9-13) muestra la
queja dolorosa de Dios, al ver que Jerusalén, lejos de oír su voz, de buscarle y
arrepentirse con sincera conversión, se ha vuelto ciudad rebelde, manchada,
opresora", ciudad materialista. No obedecen... ni aceptan... ni confían... ni se
acercan. Es la ausencia de Dios y de lo divino en una sociedad. Es el ateísmo
práctico. Por eso, en la última parte del texto, Dios se desborda generosamente en
promesas de restauración mesiánica. Y no sólo para Jerusalén, sino para todos los
pueblos, a los que dará "labios puros" para que "le invoquen y le sirvan unánimes".
Jesús de Nazaret, el Hijo amado del Padre es, al mismo tiempo, el primer
hermano de nuestra raza que ha tenido esos labios puros para invocar el nombre
del Señor, que ha tenido ese corazón obediente para vivir cumpliendo
incondicionalmente la voluntad de Dios. En "aquel día", en la era mesiánica en
que nos encontramos, nadie tendrá por qué avergonzarse de sus malas obras
pasadas. La razón es todo un evangelio: "porque arrancaré de tu interior..." Los
hombres de la era mesiánica están renovados interiormente, transformados en
Cristo: "el pueblo pobre y humilde que confiará en el nombre del Señor". Esta
pobreza es el abandono activo y confiado en los designios de Dios. ¡Allende los
ríos de Etiopía, mis hijos dispersos me aportarán ofrendas! Sofonías anuncia la
conversión de Egipto y de Etiopía símbolo de países lejanos. Dios dará a los
paganos unos "labios puros" dignos de alabar a Dios. Vendrán hasta Jerusalén para
«aportar sus ofrendas». El episodio de los magos, venidos de países lejanos es una
repetición de esa profecía. Es bastante emocionante oír que el mismo Dios llama a
los «paganos» sus «hijos dispersos». Esa fórmula ha sido insertada en las nuevas
plegarias eucarísticas. Dios no se olvida de sus hijos... ¡incluso cuando éstos le
olvidan! ¿Cuál es mi preocupación misionera? ¿Tengo tendencia a condenar a "los
que no conocen a Dios todavía"?, ¿a los «no practicantes»? Aquel día no tendrás
ya que avergonzarte de todas tus rebeldías contra mí, porque entonces extirparé
de tu seno a todos los orgullosos con su insolencia, y tú no volverás a engreírte en
mi monte santo. Esa afluencia de paganos que se dirigen a Jerusalén para adorar a
Dios, contribuye a la purificación del pueblo escogido: los arrogantes, los que
creían que el monte del templo era un privilegio exclusivo, quedan abatidos. Sí,
que hay que librarse de todo exclusivismo y de todo orgullo, ¡sobre todo del
orgullo que rechaza a los demás!
-En medio de ti, sólo dejaré subsistir un pueblo pequeño y pobre, que se
refugiará en el monte del Señor. En el pueblo renovado, solamente subsisten los
humildes y los pobres. Es como un anuncio de lo que sucedió en Belén. Después
de anunciar la venida de los paganos -los magos- se anuncia la llegada de los
humildes -los pastores- (Noel Quesson).
Serán los pobres los que acojan esta invitación, y que Dios tiene planes
de construir un nuevo pueblo a partir del «resto de Israel», el «pueblo pobre y
humilde», sin maldad ni embustes, que no pondrá su confianza en sus propias
fuerzas sino que tendrá la valentía de ponerla en Dios. Se repite la constante de la
historia humana que cantará María en su Magnificat: Dios ensalza a los pobres y
humildes, y derriba de sus seguridades a los que se creen ricos y poderosos.
Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el
mundo se salve por Él. Si el pecador se arrepiente y se convierte, tendrá con él la
180
Esperanza y salvación
salvación. Por muy grandes que sean los pecados del hombre, Dios le llamará
continuamente a la conversión y le ofrecerá el perdón. Por eso, quienes hemos
depositado en el Señor nuestra fe y nuestra esperanza hemos de confiar en Él, en
su amor, en su bondad, en su misericordia, pues el Señor está siempre dispuesto a
quitar de en medio de nosotros el orgullo, la soberbia y cualquier otra clase de
maldad. Por eso, si en verdad ha llegado a nosotros la salvación de Dios, hemos
de manifestarla mediante nuestras buenas obras, pues mediante ellas expresamos,
de un modo externo, nuestro amor fiel a la voluntad de Dios sobre cada uno de
nosotros. Por medio de su Hijo Dios nos ofrece su perdón y su paz; ojalá y no
despreciemos el don de Dios.
Así dice el Señor: «¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora! No
obedeció ni escarmentó, no aceptaba la instrucción, no confiaba en el Señor, no
se acercaba a su Dios. Entonces daré a los pueblos labios puros, para que
invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes. Desde más allá
de los ríos de Etiopía, mis fieles dispersos me traerán ofrendas. Aquel día no te
avergonzarás de las obras con que me ofendiste, porque arrancaré de tu interior
tus soberbias bravatas, y no volverás a gloriarte sobre mi monte santo. Dejaré en
medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El
resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca
una lengua embustera; pastarán y se tenderán sin sobresaltos.»
El Salmo (33,2-3.6-7.17-18.19 y 23) muestra cómo Dios es siempre
compasivo y misericordioso para con nosotros. Nuestra vida está en sus manos;
esa es nuestra alegría y nuestra paz: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi
boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.
Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias.
Pero el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su
memoria. Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias.
El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor
redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él”.
Con Mateo (21,28-32) contemplamos al padre que tiene dos hijos y dice
al primero: «Hijo, vete hoy a trabajar en la viña» (Mt 21,28). Éste respondió: «‘No
quiero’, pero después se arrepintió y fue» (Mt 21,29). Al segundo le dijo lo
mismo. Él le respondió: «Voy, señor»; pero no fue... (cf Mt 21,30). Lo importante
no es decir “sí”, sino “obrar”. Hay un adagio que afirma que «obras son amores y
no buenas razones».
En otro momento, Jesús dará la doctrina que enseña esta parábola: «No
todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que
haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7,21). Como escribió san Agustín,
«existen dos voluntades. Tu voluntad debe ser corregida para identificarse con la
voluntad de Dios; y no la de Dios torcida para acomodarse a la tuya». En lengua
catalana decimos que un niño “creu” (“cree”), cuando obedece: ¡cree!, es decir,
identificamos la obediencia con la fe, con la confianza en lo que nos dicen.
Obediencia viene de “ob-audire”: escuchar con gran atención. Se
manifiesta en la oración, en no hacernos “sordos” a la voz del Amor. «Los
181
Vida más allá de la muerte
hombres tendemos a “defendernos”, a apegarnos a nuestro egoísmo. Dios exige
que, al obedecer, pongamos en ejercicio la fe. A veces el Señor sugiere su querer
como en voz baja, allá en el fondo de la conciencia: y es necesario estar atentos,
para distinguir esa voz y serle fieles» (San Josemaría Escrivá). Cumplir la voluntad
de Dios es ser santo; obedecer no es ser simplemente una marioneta en manos de
otro, sino interiorizar lo que hay que cumplir: y así hacerlo porque “me da la
gana”.
Nuestra Madre la Virgen, maestra en la “obediencia de la fe”, nos
enseñará el modo de aprender a obedecer la voluntad del Padre.
Jesús habla de que las prostitutas precederán a los sacerdotes… Este es
ciertamente uno de los pasajes más desconcertantes e hirientes. Para el creyente
piadoso resultan un tanto contradictorias las palabras de Jesús. Perfectamente le
pueden nacer inquietudes como éstas: ¿acaso un proscrito o una mujer de mala
vida ir delante de las personas que siempre han sido religiosas? Esta misma
pregunta se hicieron los contemporáneos de Jesús al ver cómo el Maestro se
codeaba con la más baja ralea de la sociedad. En nuestros esquemas mentales, que
no difieren mucho de los de los contemporáneos de Jesús, no cabe otro orden
que el establecido por las instancias sociales reconocidas por un Estado, una
religión y cierto conjunto de costumbres. Más allá de estos parámetros, lo que
aparezca está por fuera de la ley y es despreciable. Pues bien, Jesús se saltó todas
esas instancias y mediaciones con su enseñanza y conducta. Lo que Jesús hizo con
los proscritos, los marginados y los despreciados no nació de una ocurrencia
irreverente. La conducta de Jesús fue fruto de su fe, de su especial relación con
Dios como Padre. El comprendió rápidamente que la ordenación del mundo, tal
como estaba en su momento, no correspondía a un ideal divino sino que era
fruto del capricho humano. Y, además, que era necesario saltarse las instancias
institucionales para favorecer a los seres humanos relegados por las estructuras
discriminadoras injustas. Por su fe en el ser humano y en Dios desafió a las
autoridades y defendió el derecho de los pobres y los discriminados. Lo que dijo
de las prostitutas y los pecadores (que "los precederán en el Reino de los cielos")
se refería a la condición de estas personas que, en medio de sus inmensas
limitaciones, son capaces de vivir valores del Reino que la sociedad tan
rígidamente organizada no está en condiciones de asumir.
El reconocimiento del poder de Dios no depende del lugar que se ocupe
en la comunidad. Cuando un grupo, o un individuo, se ha "instalado" en su vida
religiosa, considera que toda la revelación pasa necesariamente por él. Es por eso
por lo que las autoridades a las que se siguió dirigiendo Jesús no solamente no
comprendieron el problema de la autoridad de Jesús, sino que tampoco fueron
capaces de responder a la llamada del padre a trabajar en su viña. La parábola de
este día es necesario leerla desde ese trasfondo. Cada elemento tiene su significado
y muy fácil descubrirlo: el padre de los hijos es Dios, el hijo que responde
afirmativamente al principio y que luego no acude al pedido del trabajo es el
pueblo de Israel, mientras que el hijo que en un principio no acepta el trabajo
pero que luego se compromete con la viña de su padre son los que ingresan a la
comunidad eclesial, provenientes tanto del judaísmo como del paganismo. Ahora
bien, es importante comprender qué quiere decir Mateo. El evangelista necesita
182
Esperanza y salvación
justificar la separación de su comunidad luego de las persecuciones a las cuales
fueron sometidos los primeros cristianos. Es por eso por lo que su evangelio está
cargado de relatos de conflictos entre Jesús y los fariseos. Esto nos sirve para no
descalificar de plano a todo el pueblo judío (hay quienes aprovechan estos textos
para sus propagandas neo-nazis). Desde esta perspectiva, quien no fue a trabajar a
la viña es porque ha desoído al Padre, porque se ha asentado en una seguridad
propia en lugar de escuchar la voz de Dios. Y esto no es porque pertenezca sin
más al pueblo judío, porque inmediatamente la parábola concluye que entrarán al
Reino de los Cielos los publicanos (o los de afuera) y los pecadores (es decir, los
de adentro). De quienes participan del pueblo, ingresarán al Reino los pecadores,
o mejor dicho, aquellos que eran excluidos arbitrariamente por estas autoridades,
o quienes, por haber pecado en verdad, no recibían remisión y eran igualmente
excluidos. Por lo tanto, según esta parábola, solamente aquellos que se sepan
dependientes de Dios, que se sepan necesitados, que no confíen en sus fuerzas
únicamente, quienes no vivan en el individualismo y el voluntarismo, llegarán al
Reino. Estos son los pobres de Yavé, los anawim de los cuales habla Sofonías, los
que el Señor se ha separado para manifestar su poder y su salvación.
El mismo problema de la sinceridad de tiempos de Sofonías la vemos
ahora, al reconocer nuestra pobreza ante Dios, lo que refleja el evangelio,
tomado de Mateo. La parábola de los dos hijos forma parte de una trilogía de
parábolas: junto con los “viñadores perversos”(21,33-46); y “los invitados a la
boda”(22,1-14), Todas ellas gravitan en torno a la idea del rechazo de Cristo por
aquellos mismos que hubieran debido recibirlo, los jefes del pueblo. A lo largo del
relato, fariseos y saduceos se unirán más y más contra Jesús (22,15-46) y el final
serán las terribles maldiciones contra los fariseos (23,1-36). La estructura del relato
es coherente y conscientemente ordenada. Estos cinco versículos se componen de
tres partes distintas: el relato parabólico (v. 28-30), una primera aplicación de la
parábola dirigida por Jesús a sus interlocutores a partir de una pregunta: “¿Cuál
de los dos cumplió la voluntad del Padre?” (v.31), y una segunda aplicación (v.
32) que vincula estrechamente esta perícopa a la precedente (vv. 21,23-27, cfr vv
25ss) mediante la mención de Juan Bautista (servicio bíblico latinoamericano).
Para Jesús, son las ‘obras’, no las ‘palabras’, las que van hablando de
nuestro espíritu auténtico, lo que definen a una persona. Se cuenta que en una
ocasión, la hermana pequeña de santo Tomás de Aquino le preguntó: –“¿Tomás,
qué tengo yo que hacer para ser santa?”–. Ella esperaba una respuesta muy
profunda y complicada, pero el santo le respondió: “Hermanita, para ser santa
basta querer”. ¡Sí!, querer. Pero querer con todas las fuerzas y con toda la
voluntad. Es decir, que no es suficiente con un “quisiera”. La persona que “quiere”
puede hacer maravillas; pero el que se queda con el “quisiera” es sólo un soñador
o un idealista incoherente. Éste es el caso del segundo hijo: él “hubiese querido”
obedecer, pero nunca lo hizo. Aquí el refrán popular vuelve a tener la razón: “del
dicho al hecho hay mucho trecho”. Por eso, nuestro Señor nos dijo un día que
“no todo el que me dice ‘¡Señor, Señor!’ se salvará, sino el que hace la voluntad
de mi Padre del cielo”. Palabras muy sencillas y escuetas, pero muy claras y
exigentes. Y nosotros, ¿cuál de estos dos hijos somos? (Clemente González).

183
Vida más allá de la muerte
Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy (Salmo II), leemos en la
Antífona de la Primera Misa de Navidad. “El adverbio hoy habla de la eternidad,
el hoy de la Santísima e inefable Trinidad” (Juan Pablo II, Audiencia general).
Precisamente por esto los judíos querían matar a Jesús, porque llamaba a Dios su
Padre (Juan 5, 18). Suyo en sentido totalmente literal: El Niño que nacerá en
Belén es el Hijo de Dios, Unigénito, consustancial al Padre, eterno, con su propia
naturaleza divina y la naturaleza humana asumida en el seno virginal de María.
Cuando esta Navidad le veamos inerme en los brazos de María no olvidemos que
es Dios hecho Hombre por amor a cada uno de nosotros, y haremos un acto de
fe profundo y agradecido, y adoraremos la Humanidad Santísima del Señor.
Jesús nos vino del Padre (Juan 6, 29). Pero nos nació de una mujer. El
Espíritu Santo ha querido mostrarnos (Mateo 1, 1-25) cómo el Mesías se ha
entroncado en una familia y en un pueblo, y a través de él en toda la humanidad.
María le dio a Jesús, en su seno, su propia sangre: sangre de Adán, de Farés, de
Salomón. Jesús, en cuanto Dios, es engendrado misteriosamente, no hecho, por el
Padre desde toda la eternidad. De este Niño depende toda nuestra existencia: en
la tierra y en el Cielo. Y quiere que le tratemos con una amistad y una confianza
únicas. Se hace pequeño para que no temamos acerarnos a Él.
Nuestra vida debe ser una continua imitación de la vida de Jesús aquí en
la tierra. Él, este Jesús (Hechos 2, 32), Dios hecho Hombre, es nuestro Modelo en
todas las virtudes. No hay en nosotros un solo pensamiento o sentimiento bueno
que Él no pueda hacer suyo, no existe ningún pensamiento o sentimiento suyo
que no debamos nosotros esforzarnos en asimilar. Jesús amó profundamente todo
lo verdaderamente humano: el trabajo, la amistad, la familia; especialmente a los
hombres con sus defectos y miserias. Su Humanidad Santísima es nuestro camino
hacia la Trinidad. Jesús nos enseña con su ejemplo cómo hemos de servir y ayudar
a quienes nos rodean; la caridad es amar como yo os he amado (Juan 13, 34).
Para imitar al Señor hemos de conocerlo, hay que “mirarse en Él” (J. Escrivá de
Balaguer). La lectura y meditación del Evangelio nos facilitarán contemplar a Jesús
Niño en la gruta de Belén, rodeado de María y José. Aprenderemos grandes
lecciones de desprendimiento, de humildad y de preocupación por los demás. El
Santo Evangelio nos ayudará a hacer de nuestra vida un reflejo de la vida de Jesús
(Francisco Fernández Carvajal).

6. Los cielos son llamados a destilar el rocío… ha llegado la


salvación: “Anunciad a Juan lo que habéis visto y oído”
(miércoles de la 3ª semana de Adviento): Isaías (45,6b-8.18.21b-25)
habla de que “los cielos manden de lo alto la lluvia y que las nubes
descarguen la justicia. Que se abra la tierra y produzca su fruto que es la
salvación”. La tradición de la Iglesia y la liturgia han aplicado estos versos a la
venida del Salvador. Cristo es el primer "brote" de la nueva humanidad
renovada. Justicia y salvación son los frutos de la humanidad fecundada por
la misericordia divina. La renovación mesiánica es anunciada como una
«primavera». La naturaleza entera se renueva y participa a la eclosión del
Mesías (Noel Quesson).

184
Esperanza y salvación
El Salmo (84,9ab-10.11-12.13-14) reza: “Cielos, destilad el rocío; nubes,
derramad al justo.
Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a
sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra
tierra.
La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia, nuestra tierra dará su fruto la justicia marchará
ante él, la salvación seguirá sus pasos”.
Lucas (7,19-23) nos muestra la pregunta de los discípulos de Juan, que
hacen a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir?” Esta pregunta es el sentido de la
historia de Israel. Esa pregunta sigue flotando en medio de la historia. Los
hombres que aguardan y aceleran la irrupción de la justicia (los marxistas); los que
sueñan con un mundo más humano; los que esperan un futuro cataclismo que
destruya los cimientos del orden establecido; los que simplemente sufren
aplastados por la figura de Jesús, siguen preguntando: "¿Eres tú el que ha de venir
o esperamos a otro?" La respuesta de Jesús se despliega en el plano de los
principios de los hechos. En el plano de los principios Jesús ha tomado como
norma la esperanza de Israel, que aguarda la salvación definitiva de los hombres
(reflejada en la cita de Is 35, 5 y 61,1): sólo cuando el mundo cambie, cuando
surja una existencia nueva que destruya la ceguera, pequeñez y muerte de los
hombres puede hablarse de irrupción (o de llegada) del Mesías de Dios sobre la
tierra.
Pasando al plano de los hechos, Jesús ha mostrado el inmenso
atrevimiento de afirmar que la novedad del mundo nuevo ha irrumpido ya sobre
la tierra: los pobres reciben la buena noticia, caminan los que estaban impedidos,
ven los ciegos y los muertos resucitan. Mirada desde fuera, esta pretensión
produce escándalo (7,23): es verdad que ha curado a unos enfermos; es verdad
que ha ofrecido a unos cuantos la ilusión del reino... Pero, en el fondo, todo sigue
igual; los pobres continúan oprimidos; desesperan y mueren los enfermos; se
pudren en la tumba los que han muerto.
Sobre esta pretensión de Jesús se dividen los espíritus. Por más que le
admiren, los judíos de todos los tiempos, los marxistas de hoy día o simplemente
los incrédulos, suponen que Jesús ha fracasado. Puede haber tenido buenos gestos
e intenciones, pero al fin todo continúa como siempre. Por eso, después de haber
preguntado "¿eres tú el que ha de venir?", responden, quizá con tristeza: ¡No,
Jesús no era el que ha de venir! Y siguen esperando (o desesperando). En cambio,
los cristianos admiten el testimonio de Jesús y piensan que en el gesto de su vida
(su amor y sus milagros) ha comenzado a irrumpir sobre el mundo la realidad
definitiva (la victoria de la vida sobre la muerte).
*Dios no se revela solamente en el final, cuando la vida haya destruido la
muerte: Dios se está manifestando a través de toda la historia de Jesús, en sus
milagros iniciales, en el fracaso de su muerte y en el comienzo nuevo de su
pascua.

185
Vida más allá de la muerte
*Los milagros de Jesús tienen sentido como principio de un camino que
(pasando ciertamente por la muerte) conduce a la resurrección universal, en la
que se mostrará abiertamente que era "el que ha de venir".
Nosotros creemos en Jesús en la medida en que llevamos la "buena
noticia de la libertad" a los pobres, en la medida en que ayudamos a los
necesitados; sólo así testimoniamos nuestra fe en la Pascua (com, edic. Marova).
En el mundo de hoy son muchos los que siguen en actitud de búsqueda,
formulando, más o menos conscientemente, la misma pregunta: «¿eres tú o
esperamos a otro?, ¿de dónde nos vendrá la felicidad, el pleno sentido de la vida?
¿de la Iglesia, de las ideologías, de las instituciones, de las religiones orientales, de
las sectas, de los estimulantes? Porque no vemos que vayan reinando la justicia y
la paz en este mundo». Nuestra respuesta debería ser tan concreta como la de
Jesús, y en la misma dirección. Sólo puede ser evangelizadora una comunidad
cristiana que cura, que atiende, que infunde paz y esperanza, que libera, que se
muestra llena de misericordia. La credibilidad de la Iglesia, y de cada uno de
nosotros, se consigue sólo si hacemos el bien a nuestro alrededor. Como en el
caso de Jesús, de quien se pudo decir que «pasó haciendo el bien». Todos hemos
de mostrar a Jesús, hacer apostolado…El programa mesiánico no se ha cumplido
todavía. No reinan en la medida que prometían los profetas la justicia y la paz. El
programa mesiánico sólo está inaugurado, sigue en marcha hasta el final. Y somos
nosotros los que lo llevamos adelante. Cuanto más se manifieste la justicia y la
esperanza en nuestro alrededor, tanto mejor estamos viviendo el Adviento y
preparando la Navidad, que Jesús venga.
En la Eucaristía, antes de comulgar, rezamos todos juntos el
Padrenuestro. Y en esta oración hay una invocación que ahora en Adviento
podemos decir con más convicción interior: «venga a nosotros tu Reino». Con el
compromiso de que no sólo pedimos que venga el Salvador, sino también que
nosotros trabajaremos en la construcción, en nuestro mundo de hoy, de ese Reino
que trae paz y salvación a todos (J. Aldazábal).

7. Nuestra grandeza está en el amor que Dios nos tiene.


Estamos interconexionados en este «libro de la generación
de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham»
(adviento, 17 de Diciembre): Génesis (49,2.8-10): El patriarca Jacob,
anciano, se encuentra en Egipto con sus hijos y ya cercano a la muerte. Imparte su
bendición, que es su herencia. Con las palabras de la bendición levanta el velo del
futuro y así la suerte de cada hijo está como fundada en la poderosa palabra del
patriarca que habla en nombre de Dios. La fuerza de esa bendición es la misma
que la de la palabra de Dios. No es el primogénito Rubén, ni el segundo Simeón,
ni el tercero Leví, quienes "heredarán de la promesa", sino el cuarto Judá. Jesús
nacerá en la tribu de Judá en Judea, en Belén. Un descendiente de Judá reinará no
sólo sobre las demás tribus del pueblo elegido, como David, sino sobre todas las
naciones.
Herodes consulta a los sacerdotes y escribas: "en Belén de Judea, porque
así está escrito: Y tú Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre las principales
186
Esperanza y salvación
tribus de Judá, porque de ti saldrá un caudillo que será pastor de mi pueblo
Israel". Jesús es, ciertamente, "aquél que Israel esperaba, aquél que había sido
prometido... Varias veces y de muy diversas maneras..."
-Jacob llamó a sus hijos: «Quiero anunciaros lo que os ha de acontecer en
días venideros...» Es el testamento de Jacob de cuya «genealogía» nos hablará el
evangelio. El pueblo de Israel, desde sus orígenes lejanos, ha sido invitado por
Dios a esperar: «quiero anunciaros lo que os ha de acontecer en días venideros»...
Un pueblo en tensión hacia el porvenir. Un pueblo que es conocedor del avanzar
de la historia. Un pueblo que sabe que Dios obra en él. Un pueblo en marcha,
seguro del éxito de lo que Dios está preparando. El pueblo de la esperanza. La
humanidad posee un «porvenir». La humanidad no va hacia un callejón sin salida.
¿Soy un hombre de esperanza.
-Judá, tus hermanos te rendirán homenaje... Judá, mi hijo, es un león
joven... Esta es ya como una prueba misteriosa de que no son los hombres solos
los que hacen la historia. Dios interviene con toda su libertad. ¡No es el
primogénito Rubén, ni el segundo, Simeón, ni el tercero, Leví, quienes "heredarán
de la promesa", sino el cuarto, Judá! Esa bendición de Jacob sobre éste más que
sobre los otros, tiene toda su significación. Dios es el que elige. «He ahí que el
León de la tribu de Judá ha vencido» (Ap 5,5). Jesús nacerá en la "tribu de Judá",
en Judea, en Belén, Dios ya piensa en ello. Haznos disponibles, Señor, a tus
«designios» a los que Tú quieres hacer por medio de nuestras vidas, de nuestras
responsabilidades.
-La realeza no se irá de Judá, ni el bastón del mando se irá de su
descendencia, hasta tanto que venga aquél a quien le está reservado el poder y a
quién las naciones obedecerán...: un descendiente de Judá reinará no sólo sobre
las demás tribus del pueblo elegido, sino sobre todas las naciones. A través de los
siglos, a través de las vicisitudes y de los fracasos de la historia se ha mantenido
esa sorprendente esperanza: ¡un "salvador" nacerá de la familia de Judá! (Mt 2,6).
Ahora, esa profecía se ha realizado. Cristo ha venido; pero la misma esperanza
profunda nos mantiene: su Reino no tendrá fin... Y también nosotros, aspiramos a
la plena realización de ese Reino: Venga a nosotros Tu Reino, así en la tierra
como en el cielo... ¿Qué hago yo para ello? (Noel Quesson).
Mt (1,1-17) nos narra la genealogía de Jesús, que nos lleva a pensar en
dos puntos: en primer lugar, que nuestra grandeza no está en los méritos sino en
el amor que Dios nos tiene. Luego, que estamos todos interconexionados, y lo
que hacemos influye en los demás y en la historia. Estos dos puntos están muy
vivos en el pesebre. Para entender la necesidad de profundizar en nuestra
dignidad vino Jesús en Navidad, y para formar un pueblo renacido, como hijos de
Dios.
Pero antes, podemos ver cómo esto no se vive, quizá porque no se ha
explicado bien. De hecho, el día que escribo esta página, el 17-XII-2007 en “La
Vanguardia” decía Juliette Gréco, la voz del existencialismo y la chanson francesa:
“Nunca he tenido el sentido del mañana. Lo primero que hago cuando abro los
ojos es dar las gracias. Me extraña ser tan mayor y seguir haciendo lo que me
gusta, es un gran regalo”. No se entiende bien el cielo, y por tanto veían el
sentido moral como una privación de libertad, pues dice: “cuando André Gide
187
Vida más allá de la muerte
murió, le mandó un telegrama a François Mauriac, un escritor muy católico: "Haz
todas las tonterías que quieras, el infierno no existe. Firmado: Gide"”.
Es importante devolver al mundo el gusto por la felicidad, y el sentido
profundo de Dios, no el justiciero sino el amante. Cuando le preguntan: “¿Cuál es
la lección más importante que le ha dado la vida?”, responde la cantante: “Que el
otro es Dios. Y que pese a la gravedad de algunas cosas, nada es serio. El tiempo y
la vida son un regalo, a veces cruel y difícil”, lo cual no es del todo falso, pues las
dos tablas de la ley son –en alguna corriente judía- divididas en 5 y 5
mandamientos, la tabla de los primeros 5 hace referencia a Dios, el hombre es
sagrado, ahí está Dios, de ahí el imperativo: “no matarás”. Los otros 5 hacen
referencia a las consecuencias para los demás: bienes materiales y espirituales, pero
la persona es sagrada.
Esta visión negativa de la vida tiene influencias en la vida, por eso el
amor es débil cuando no se basa en Dios. Cuando le preguntan por el fracaso
matrimonial, es una pena ver cómo huye del perdón: “Siempre me he ido antes
de que las cosas se deterioraran; por tanto, sólo tengo amigos. Y siempre lo
advierto: "Cuidado, soy muy paciente, pero hay un límite". Pero nadie me cree
hasta el día en que digo adiós.” En el fondo de tantos fracasos matrimoniales no
hay un hecho, el que se toma en cuenta para pedir el divorcio: “es que me hizo
esto…” sino que es más bien un cúmulo de hechos que hacen colmarse el vaso
hasta decir “no puedo más”, “se ha roto”.
También la falta de autoestima es consecuencia de cerrarse en uno, no
dejar que este deseo de trascendencia nos lleve a Dios: “En mi trabajo ha sido
todo fácil, salvo aguantarme a mí misma. Soy dura y severa conmigo misma. Soy
la persona a la que menos quiero”. Es necesario oír la voz interior, que nos lleva a
cosas grandes hechas a base de cosas pequeñas: “¿Qué merece la pena en la vida?”
Responde: “Hacer feliz. Y cosas pequeñas, como cocinar para otros. Es una
cuestión de detalles”.
En la genealogía de Jesús –decíaVan Thuân predicando al Papa y su
Curia- hay un canto al amor de Dios, "su misericordia es eterna": "Levanta del
polvo al indigente y de la inmundicia al pobre para que se siente entre los
príncipes de su pueblo"». No hemos de portarnos bien para que Dios nos quiera,
sino que Dios nos quiere de todos modos, y eso nos ayuda mucho a portarnos
mejor: «No hemos sido escogidos a causa de nuestros méritos, sino sólo por su
misericordia. "Te he amado con un amor eterno, dice el Señor". Esta es nuestra
seguridad. Este es nuestro orgullo: la conciencia de ser llamados y escogidos por
amor».
En ese contexto, es bonito ver que no se nos esconde que pecadores y
prostitutas fueron antepasados de Jesús. El complejo problema del pecado y de la
gracia está ahí reflejado: «Si consideramos los nombre de los reyes presentes en el
libro de la genealogía de Jesús, podemos constatar que sólo dos de ellos fueron
fieles a Dios: Ezequiel y Jeroboam. Los demás fueron idólatras, inmorales,
asesinos... En David, el rey más famoso de los antepasados del Mesías, se
entrecruzaba santidad y pecado: confiesa con amargas lágrimas en los salmos sus
pecados de adulterio y de homicidio, especialmente en el Salmo 50, que hoy es
una oración penitencial repetida por la Liturgia de la Iglesia. Las mujeres que
188
Esperanza y salvación
Mateo nombra al inicio del Evangelio, como madres que transmiten la vida y la
bendición de Dios en su seno, también suscitan conmoción. Todas se encontraban
en una situación irregular: Tamar es una pecadora, Rajab una prostituta, Rut una
extranjera, de la cuarta mujer no se atreve a decir ni siquiera el nombre. Sólo dice
que había sido "mujer de Urías", se trata de Betsabé».
Este panorama no lleva al desánimo, sino que el pecado exalta la
misericordia de Dios: «Y sin embargo -añadió el arzobispo vietnamita- el río de la
historia, lleno de pecados y crímenes, se convierte en manantial de agua limpia en
la medida en que nos acercamos a la plenitud de los tiempos: en María, la Madre,
y en Jesús, el Mesías, todas las generaciones son rescatadas. Esta lista de nombres
de pecadores y pecadoras que Mateo pone de manifiesto en la genealogía de
Jesús no nos escandaliza. Exalta el misterio de la misericordia de Dios. También,
en el Nuevo Testamento, Jesús escogió a Pedro, que lo renegó, y a Pablo, que lo
persiguió. Y, sin embargo, son las columnas de la Iglesia. Cuando un pueblo
escribe su historia oficial, habla de sus victorias, de sus héroes, de su grandeza. Es
estupendo constatar que un pueblo, en su historia oficial, no esconde los pecados
de sus antepasados», como sucede con el pueblo escogido.
Ante la pregunta ¿es posible hoy tener esperanza? La respuesta es “sí”: la
conciencia de la fragilidad del hombre y sobre todo del amor de Dios constituyen
las grandes garantías de la esperanza: «todo el Antiguo Testamento está orientado
a la esperanza: Dios viene a restaurar su Reino, Dios viene a restablecer la Alianza,
Dios viene para construir un nuevo pueblo, para construir una nueva Jerusalén,
para edificar un nuevo templo, para recrear el mundo. Con la encarnación, llegó
este Reino. Pero Jesús nos dice que este Reino crece lentamente, a escondidas,
como el grano de mostaza... Entre la plenitud y el final de los tiempos, la Iglesia
está en camino como pueblo de la Esperanza».
«Hoy día, la esperanza es quizá el desafío más grande. Charles Péguy
decía: "La fe que más me gusta es la esperanza". Sí, porque, en la esperanza, la fe
que obra a través de la caridad abre caminos nuevos en el corazón de los
hombres, tiende a la realización del nuevo mundo, de la civilización del amor,
que no es otra cosa que llevar al mundo la vida divina de la Trinidad, en su
manera de ser y obrar, tal y como se ha manifestado en Cristo y transmitido en el
Evangelio. Esta es nuestra vocación. Hoy, al igual que en los tiempos del Antiguo
y del Nuevo Testamento, actúa en los pobres de espíritu, en los humildes, en los
pecadores que se convierten a él con todo el corazón».
Hemos visto como la genealogía familiar de Jesús no es un “expediente
inmaculado”. Pero hay un segundo aspecto: la comunión de los santos nos une
a todos, en una solidaridad que abraza todos los hombres de todos los tiempos.
Los que están en la Iglesia triunfante de cielo; en la Iglesia purgante y la Iglesia
peregrinante, es decir los que caminamos aún en esta vida: «Hasta que el Señor
venga en su esplendor con todos sus ángeles y, destruida la muerte, tenga
sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos,
se purifican; mientras otros están glorificados (...)» (LG, 49)” (Catecismo de la
Iglesia Católica, 954). Existe una comunicación de bienes espirituales entre los
miembros de la Iglesia, sea el que fuere el estado en el que se encuentren: “«Como
todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los
189
Vida más allá de la muerte
otros... Es, pues, necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia.
Pero el miembro más importante es Cristo, ya que El es la cabeza... Así, el bien de
Cristo es comunicado a todos los miembros, y esta comunicación se hace por los
sacramentos de la Iglesia» (Santo Tomás, symb. 10). «Como esta Iglesia está
gobernada por un solo y mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido
forman necesariamente un fondo común» (Catech. R., 1, 10, 24)” (Catecismo de la
Iglesia Católica, 947).
La Iglesia está anticipada en esa larga genealogía que anuncia la salvación
que Dios ha querido traernos, formando un pueblo, una comunidad y sirviéndose
de unos intermediarios (sacerdotes, profetas, reyes, jueces...). Todos participamos
de la misión de la Iglesia, apoyados en la comunión de los santos: “De que tú y yo
nos portemos como Dios quiere – no lo olvides– dependen muchas cosas
grandes” (J. Escrivá, Camino, 755).
La reacción ante esta responsabilidad histórica no puede ser asustarnos
“«¡No tengáis miedo!». No tengáis miedo del misterio de Dios; no tengáis miedo
de Su amor; ¡y no tengáis miedo de la debilidad del hombre ni de su grandeza! El
hombre no deja de ser grande ni siquiera en su debilidad” (JP II, TE, p. 34).
Hoy día hay miedo, se quiere quitar este sentido social de la Iglesia, y
relegarla al ámbito de lo privado o de la propia conciencia de cada uno. Pero esto
no es lo que desea Dios: la humanidad forma un pueblo, y sin Dios éste se
dispersa, se diluye, pierde su identidad. Por eso, sin mezclarse con el poder
humano, “compete siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los principios
morales, incluso los referentes al orden social, así como dar su juicio sobre
cualesquiera asuntos humanos, en la medida en que lo exijan los derechos
fundamentales de la persona humana o la salvación de las almas» (CIC, 747, 2)”
(CAT, 2032).

8. La confianza de san José en Dios es modelo para


nosotros…
Cómo reacciona ante la “duda”: adviento, 18 de diciembre: Mt (1,18-24):
En María y José encontramos un matrimonio ejemplar, modelo para todos
nuestros hogares, pero sin duda singular, como vemos en el Evangelio de hoy. Es
también naciente iglesia doméstica, que custodiará el Redentor. Son de carne y
hueso como nosotros, vivían nuestras mismas dificultades y alegrías similares a las
nuestras. La Sagrada Familia es modelo de nuestras familias, luchaban por llevar las
cosas adelante, y nos enseñan a vivir las “dificultades” en positivo: transformarlas
en “posibilidades”, de amar más, de ser más entregados, de tener más fe y
perseverancia; así se refuerza el amor y la fidelidad. Las dificultades de “ordinaria
administración” no aparecen en el Evangelio: problemas con clientes del taller,
rumores de pueblo, estrecheces económicas propias de vivir al día… Se intuye que
para ellos los nervios no degeneraban en discusiones; que cuando no podían
solucionar una cosa hablando, optaban por el silencio (es una forma de diálogo,
cuando se ama): meditar las cosas, el silencio de la oración… Los problemas que
nos muestra el Evangelio no son los pequeños de cada día, sólo vemos los más

190
Esperanza y salvación
graves… y vemos como actúan, en silencio, "aguantan en el dolor" y esperan el
“dedo” de Dios…
Embarazada como está la Virgen, estando desposada con José, él ve que
espera un hijo. Sabe de su pacto de virginidad, que habían acordado entre los dos.
Ella, por vocación; él, seguramente por acompañarla pues la quería en la situación
que ella dispusiera, respetando su compromiso con Dios, pues eso hace el amor.
¿María le dijo lo del ángel? Quizá sí, y José la acompañó a visitar y estar
esas semanas o meses a su prima Isabel. Quizá se sintió entonces indigno de estar
ahí por medio, que molestaba en un plan que no tenía nada que ver con él, como
escribía mi amigo Antoni Carol: si les veían muy unidos iba a ser difícilmente
creíble el misterio de la Encarnación virginal. Dios no dice nada; María ve a José
pensar esas cosas, i ella intuye y sufre pero tampoco dice nada… José hace
oración, y sigue sin tener luces. La Virgen intenta hacerse cargo del desconcierto
de su esposo —que no se siente digno para acompañarla—.
José es el que permanece en segundo plano, oculto, escondido, con su sí
permanente es el hombre fiel: de fe a prueba de fuego, dócil a la voz del Señor,
aunque sea en sueños, como solía hablarle el ángel. Se acomoda a los planes
divinos sin protestar. Es el hombre del santo encogimiento de hombros, que todo
le está bien. Le veo con una fe que rezumaba paz: cuando una cosa iba como
esperaba diría: “gracias a Dios!”, y cuando iba al revés, diría: “bendito sea Dios!”,
de manera que siempre estaba entre dar gracias y bendecir a Dios.
La decisión de dejar a María era darle libertad, quedaba fuera del riesgo
de pública infamia; y él aparecía como causante de la separación. Dios, al ver su
docilidad, no le hace sufrir más e interviene en sueños por medio de un ángel. La
caricia de Dios da vida otra vez a José, que así se va preparando más y más para
su misión.
Hay quien piensa la otra posibilidad, que María sabe y calla, que no dice
nada a José, quien al conocer su estado piensa dejarla –quedando él mal- y no
discute ni se queja ni pide explicaciones convencido de que algo divino está
ocurriendo, y que aquel asunto no es suyo. Cumpliendo la ley, debía dejarla, y la
deja libre para no perjudicarla. No estaría ajeno a conocer lo que pasó con el
nacimiento de Juan Bautista y los portentos –quedarse mudo Zacarías, etc.-.
Dios ilumina a José en sueños, y José es dócil: aprende a ir al paso de
Dios, como más tarde cuando se le indica que vaya a Egipto, que vuelva, etc.
Desplazarse a Belén para empadronarse no sería nada fácil, José sabía
que era inoportuno aquel viaje; pensaba que algún pariente en Belén les podría
albergar, pero una vez más nada salió como ellos habían pensado: el viaje a
Egipto será otro ejemplo de cambio de planes, como en el episodio del Niño
perdido y hallado en el Templo… aprenden a meditar las cosas, a ir al paso de
Dios, para cumplir su voluntad. Todo esto es modelo para nosotros, les pedimos
a José y María que nos ayuden a dejarnos llevar por Dios, a tener confianza y ver
esa mano invisible que nos acompaña y nos guía a lo largo de la vida.

9. Cultivar el silencio creador… como preparación para


expresar la palabra
191
Vida más allá de la muerte
(adviento: 19 de diciembre): Lc (1,5-25) muestra el anuncio a Zacarías de
que será padre; cuenta Ignasi Fuster que ante lo “sobrenatural” del nacimiento de
Juan el Bautista, Zacarías no manifiesta en el momento oportuno la visión
sobrenatural de la fe: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer
avanzada en edad» (Lc 1,18). ¿Pone a prueba a Dios? ¿Habla por hablar? ¿Tiene la
mirada excesivamente humana? ¿Le falta la docilidad confiada en los planes de
Dios?, no sabemos, la cuestión es que habla cuando “no toca”, y ha de tener un
“aprendizaje” para desempeñar mejor su misión. “Soy dueño de mi silencio y
esclavo de mis palabras”, decía la canción del grupo “Héroes del silencio”. A veces
hablar es no poner atención, estar “despistado”, es decir “fuera de la pista”, y hay
que volver a la pista, dejar de estar “fuera de juego” y volver al juego. Es decir,
estar preparados para la Navidad, mantener la presencia de Dios a lo largo del
día, y para ello tener “el arte de callar”.
El silencio es necesario para escuchar a Dios, para oírle. "Si escuchas la
voz de Dios, no endurezcas tu corazón”. Y dice también la Escritura: "Envía tu luz
y tu salvación" (Salmo 34). Hemos de pedir luz para descubrir nuestra situación,
sin preocuparse mucho si nos equivocamos, pero aprendiendo de la experiencia, y
si es necesario hacer “dieta” de hablar, “ayuno” de palabras, para mejorar en los
planes y proyectos. Silencio, para considerar la Presencia, no la ausencia. ¿Para
pensar? Sí, y aún mejor: para oír a Dios en mí. Establecer momentos en los que
vamos a una isla desierta, para tener en ese oasis paz de ruidos, y encontrarse a
uno mismo con sinceridad, atreverse a ello…

10. El sí de María nos trae el Emmanuel, Dios con nosotros,


para nuestra salvación
(20 de diciembre): Isaías (7,10-14,24–25) habla del momento que el rey
Acaz, cercado por el enemigo y fuera de sí y seguramente a punto de ofrecer en
sacrificio a su propio hijo, es visitado por Isaías que le dice que no tema: si guarda
su «fe» en Dios, su dinastía está asegurada por una promesa divina...: un "hijo" le
es anunciado, un nuevo heredero del trono de David. Ezequías, pero detrás se
perfila el Mesías. La solemnidad de ese oráculo, el nombre dado al niño: «Dios-
con-nosotros»... el término que designa a su madre, la «virgen»... el hecho que sea
un signo de Dios... Todo eso ha orientado a los teólogos hacia una interpretación
mesiánica (Noel Quesson): “He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz a un
Hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, es decir, «Dios-con-nosotros»”.
El Salmo (24,1–6,1) proclama: “¿Quién subirá al monte de Yahveh?,
¿quién podrá estar en su recinto santo? El de manos limpias y puro corazón, el
que a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño jura. El logrará la bendición de
Yahveh, la justicia del Dios de su salvación. Tal es la raza de los que le buscan, los
que van tras tu rostro, oh Dios de Jacob”. El único Santo, el Hombre perfecto, ha
subido al monte del Señor para ofrecerse Él mismo en sacrificio agradable al Padre
Dios, para el perdón de nuestros pecados. Finalmente Él ha entrado en el
Santuario no construido por manos humanas, sino que es la Morada de Dios; y
ahí se ha sentado para siempre como Hijo de Dios y como Rey nuestro. Quienes
pertenecemos a Cristo, por haber entrado en comunión de vida con Él mediante

192
Esperanza y salvación
la fe y el bautismo, somos la clase de hombre que buscamos al Señor, y venimos
ante Él para convertir nuestra vida en una continua alabanza de su Nombre.
Sabemos que, puesto que amamos a nuestro prójimo, como Cristo nos amó a
nosotros dando su vida para que tuviésemos vida, al final, junto con Él,
entraremos a la Casa del Padre, donde el Señor nos espera para hacernos
partícipes de su misma herencia, que le corresponde como a Hijo unigénito del
Padre Dios.
Lucas (1,26–38) nos cuenta la maravilla de la anunciación: -Una joven
desposada, cuyo nombre era María: -"Alégrate, objeto del favor divino, el Señor
es contigo" Es la traducción exacta, según el texto griego, de esta salutación
angélica que todos los cristianos conocen. "Dios te salve María" = Alégrate; "llena
de gracia" = objeto del favor divino; "el Señor es contigo"= el Señor es contigo.
Es el "buenos días" que Dios dirige a esta joven. ¡Con cuánto respeto y amor le
habla! Considero la fórmula, casi litúrgica que oímos en la misa: "El Señor esté con
vosotros"... Emmanuel... "Dios con nosotros" ¿Me uno yo profundamente a este
deseo?
-Al oír tales palabras, la Virgen se turbó, y púsose a considerar qué
significaría una tal salutación. Las vocaciones excepcionales no son nunca fáciles de
aceptar. De momento, Dios aparece como desconcertante.
-Le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del
Altísimo, al cual el Señor Dios dará el trono de su padre David. Esta era la célebre
profecía de Natán a David (I Sam 7,11). No será un reino triunfal. Reinará en los
corazones que de verdad querrán amarle.
-¿Cómo ha de ser esto? Pues yo no conozco varón. Es una fórmula griega
muy conocida. María ha escogido deliberadamente permanecer virgen. Se había
entregado a Dios en un cierto amor místico, absoluto, exclusivo.
-El Espíritu Santo descenderá sobre ti. El niño será "Santo". Será llamado
"Hijo de Dios". Porque para Dios nada es imposible. Es una afirmación del
misterio de la personalidad de Jesús: es Dios (Noel Quesson).
Así comenta S. Bernardo el “No temas, María”: “Oíste, Virgen, que
concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no era por obra de varón, sino por
obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es
tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados
infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de
misericordia. Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida
seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados,
y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos
para ser llamados de nuevo a la vida... No tardes, Virgen María, da tu respuesta.
Señora Nuestra, pronuncia esta palabra que la tierra, los abismos y los cielos
esperan. Mira: el rey y señor del universo desea tu belleza, desea no con menos
ardor tu respuesta. Ha querido suspender a tu respuesta la salvación del mundo.
Has encontrado gracia ante de él con tu silencio; ahora él prefiere tu palabra. El
mismo, desde las alturas te llama: “Levántate, amada mía, preciosa mía,
ven...déjame oír tu voz” (Cant 2,13-14) Responde presto al ángel, o, por mejor
decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la
Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y
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Vida más allá de la muerte
acoge en tu seno a la Palabra eterna... Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los
labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de
todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará
adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate,
corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el
consentimiento. “Aquí está la esclava del Señor, -dice la Virgen- hágase en mí
según tu palabra.” (Lc 1,38)”.

11. María es modelo de cómo servir, con la alegría de tener


al Señor
(adviento: 21 de diciembre): Lc (1,39-45) cuenta cómo María, animada por
el Espíritu Santo, sabiendo que Isabel la podía necesitar, partió sin dilación, en
latín dice el texto: “cum festinatione”, que en catalán también se dice: “haciendo
fiesta”, es decir de modo festivo, alegre, de prisa y contenta, como se ha dicho es
la alegría al sentir en sus entrañas a Jesús, es como la primera Procesión del
Corpus, la presencia del Huésped, y ese dulce peso pone alas a sus pies. "Qué
hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz". Quizá,
acompañada de san José, llegó a aquella población de las montañas de Judea,
Aín-Karim.
Ahí sucede el segundo anuncio, cuando Isabel nota a su hijo que salta de
gozo en sus entrañas y ella, llena del Espíritu Santo, exclama “con gran voz”, es
decir gritando en un éxtasis bendito: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el
fruto de tu vientre. ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?
Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú
que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor".
(Como respuesta, María pronunciará uno de los cánticos más bellos que jamás
hayan sido pronunciados, el Magnificat.)
Hoy vemos a María, la mujer del “sí”, que pronuncia un “sí” no sólo con
la boca, sino con todo su ser, alma y cuerpo, voluntad recia que lleva al servicio.
Es un modelo fascinante de prontitud, generosidad y gozosa entrega. El don de su
maternidad se amplía, se hace extensible al Hombre Dios y a todo hombre,
imagen de su Hijo Dios. Maternidad y servicio van así unidos para siempre. ¿Qué
genera la alegría: la presencia de Jesús en ella, la maternidad o el servicio? Pienso
que las tres cosas van unidas: asumir la presencia de Dios con una disposición llena
de fe, vivir la vocación consiguiente a la obediencia de esta fe, y el servicio
abnegado que esta vocación conlleva. En concreto, la maternidad y la paternidad,
entendida como vocación hecha vida en las familias y enfocada al servicio a los
demás, a la apertura del don de sí, es siempre fuente de alegría. Estos años hay
una cultura “de la muerte” y es importante recordar –como hace la Iglesia- que la
familia es “santuario de la vida”. Y ver la vida enraizada en la vocación al servicio
–don de sí- y alegría, como estamos recordando.
Hoy leemos el Evangelio del servicio, que da alegría y es la mejor
manifestación de la libertad. Juan Pablo II decía que la anticoncepción y el aborto
«tienen sus raíces en una mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la

194
Esperanza y salvación
sexualidad y presuponen un concepto egoísta de la libertad, que ve en la
procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad».
Lejos de abandonarse a quietud de la contemplación, estando
tranquilamente en su casa de Nazaret, la caridad es imaginativa, tiene inventiva, y
actúa según los medios que tengamos a mano: "La caridad es servicial, no busca
sólo su propio interés, y lo soporta todo" (1Cor. 13). San Bernardo dice que desde
entonces María quedó constituida en "Canal inmenso" por medio del cual la
bondad de Dios envía hacia nosotros las cantidades más admirables de gracias,
favores y bendiciones. Tomo de autor desconocido estas palabras: María, en la
Visitación, se hace también "servidora del prójimo", "servicio de la caridad a
domicilio", Nuestra Señora de los servicios domésticos. Nuestra Señora del
delantal puesto, Nuestra Señora de los mandados, Nuestra Señora de la cocina y
de la escoba. Es así modelo en su viaje, para los viajes de servicio que nosotros
podamos también hacer. Podemos pensarlo cada vez que meditamos este misterio
del Rosario. Dice mi amigo Àngel Caldas: “La alegría de Dios y de María se ha
esparcido por todo el mundo. Para darle paso, basta con abrirse por la fe a la
acción constante de Dios en nuestra vida, y recorrer camino con el Niño, con
Aquella que ha creído, y de la mano enamorada y fuerte de san José. Por los
caminos de la tierra, por el asfalto o por los adoquines o terrenos fangosos, un
cristiano lleva consigo, siempre, dos dimensiones de la fe: la unión con Dios y el
servicio a los otros. Todo bien aunado: con una unidad de vida que impida que
haya una solución de continuidad entre una cosa y otra”.

12. Maria, la estrella de la esperanza


(adviento: 22 de diciembre): Lc (1,46-56) continúa con la visitación de
María a Santa Isabel, mientras nos acercamos a las puertas de la fiesta de Navidad,
al comienzo de este triduo de preparación. Y así lo canta la Iglesia en la antífona
de entrada de la Misa: “portones, ¡alzad los dinteles! Que se alcen las puertas
eternas, va a entrar el Rey de la gloria” (Salmo 23, 7). Y en la oración colecta
pedimos que al conocer la Encarnación “merezcamos gozar también de su
Redención”…
María, llena del Espíritu Santo, es portadora en su seno del Hijo de Dios,
y actúa con amistad, que es caridad solidaria, atención de servicio a quien lo
necesita. Visita a Isabel al enterarse que está en el sexto mes en su ancianidad, y
puede necesitar ayuda. María la visita y la acompaña, a la que está contenta por
tener un hijo, desconcertada por el modo; María sin saberlo la confirma en su
misión. Las dos están gozosas, con deseos de comprender los planes de Dios,
grandiosos, inescrutables, de los que sólo conocemos siempre una pequeña parte.
María va hacia Jerusalén, y luego hacia la ciudad de Isabel, quizá va con
San José, que la acompaña en todo, pues la quiere a ella y a sus cosas, y él se
acomoda, que esto hace el amor que le tiene… en latín nos dice el texto que va
“cum festinatione”, es decir “haciendo fiesta”, con alegría gozosa. Isabel está
radiante, contenta: “¿De donde a m’ este bien, que venga la madre de mi Señor?”
Y salta el niño de gozo y se alegra su corazón y la luz divina ilumina su
inteligencia para comprender. La visitación de la Virgen, portadora del

195
Vida más allá de la muerte
Consolador, de algún modo continúa en visitaciones que hace a sus hijos. Al
visitarla María, la llena el Espíritu Santo, el entusiasmo de Pentecostés se adelanta
en su boca y en el gozo de su hijo aún no nacido. Sus palabras son un compendio
de las misericordias que el Señor ha derramado a lo largo de la historia. Por eso se
repiten sin cesar en la boca de los cristianos. Y también esos frutos se renuevan a
lo largo de la historia en las atenciones maternales de María con nosotros.
Visitaciones que siempre dejan algo suyo, algo maternal y nos traen a Jesús, la
paz, el consuelo cuando estamos afligidos, fortaleza en la lucha, refrigerio en el
cansancio, ayuda en la tentación.
María lleva a Dios las cosas que oye, los elogios que le hacen, aquel
“bienaventurada tú que has creído”; y escucha, pues sabe escuchar al Espíritu
Santo, a Dios que habla en las profecías, en las palabras de las personas que
tenemos cerca. Contenta de llevar la alegría, entiende que “la unión con Dios, la
vida sobrenatural, comporta siempre la práctica atractiva de las virtudes humanas:
María lleva la alegría al hogar e su prima, porque ‘lleva’ a Cristo” (San Josemaría
Escrivá, Surco 566). María llevaría la mirada que refleja toda la gracia de su Hijo,
que llevará luego la mirada de Jesús en sus ojos saliendo a su Madre pues de ella
recibe todo su cuerpo, el alma la pone el Señor… El canto del Magnificat en el
que prorrumpe es como una fuente que recoge el agua tantas veces represada
meditando los textos de la Escritura, la misericordia divina con su gente, la ternura
del cielo: “magnifica mi alma al Señor…” es un canto a la humildad: “porque ha
puesto los ojos en la bajeza de su esclava”… “porque ha hecho en mí cosas
grandes el Todopoderoso”. Es un espejo perfecto de lo que revela Dios en su
historia: “derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes”, es un
canto a la esperanza, que nos anuncia que sus visitaciones nos acompañarán en lo
que hacemos, pues sentimos la presencia de la mano amorosa de María que nos
enseña la obediencia en la fe, aunque nos cueste, el amor perfecto, el amor no
egoísta. Nos lleva a beber en la fuente de la felicidad, el árbol de la vida, el que
nos abre las puertas de la eternidad, ya aquí en la tierra porque el cielo es vivir
este Amor divino. Esta es la ciencia de María, la ciencia de la vida, el auténtico
árbol de la ciencia, para poder comer del árbol de la vida: aprender a querer.
Visitaciones marianas, consuelos divinos que tanto nos ayudan… aunque
lo importante, como santa María nos sugiere, es como decía alguien, no buscamos
los consuelos de Dios, sino al Dios de los consuelos y nos da aquellos frutos
secretos que reserva para todos los que puedan acogerlos, es decir los pequeños,
los que entienden las cosas de Dios, que quieren ser sus amigos íntimos. Y estos
frutos son: serenidad pase lo que pase, gozo íntimo, certeza en la esperanza de
alcanzar la meta, luz para la inteligencia y alegría en la Verdad.
«Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi
salvador». El Magníficat de María que cantamos cada día en la Liturgia de las
Horas acercándonos a los sentimientos y al corazón con que María se alegraba,
bendecía y daba gracias a Dios por todas sus bondades. Como decía Francesc
Perarnau, “María se ha beneficiado de la gracia más extraordinaria que nunca
ninguna otra mujer ha recibido y recibirá: ha sido elegida por Dios, entre todas las
mujeres de la historia, para ser la Madre de aquel Mesías Redentor que la
Humanidad estaba esperando desde hacía siglos. Es el honor más alto nunca
196
Esperanza y salvación
concedido a una persona humana, y Ella lo recibe con una total sencillez y
humildad, dándose cuenta de que todo es gracia, regalo, y que Ella es nada ante
la inmensidad del poder y de la grandeza de Dios, que ha obrado maravillas en
Ella (cf. Lc 1,49). Una gran lección de humildad para todos nosotros, hijos de
Adán y herederos de una naturaleza humana marcada profundamente por aquel
pecado original del que, día tras día, arrastramos las consecuencias”.
Finaliza el tiempo de Adviento, de esperanza, y María quien nos enseña
el mejor camino, el que marca con su oración. Es el camino de la esperanza.
Ahora, cuando Navidad está a las puertas, y “el Señor está cerca”, como recuerda
la liturgia, echamos la vista atrás en este proceso que comenzó con la fiesta de la
Inmaculada y su novena... y al mismo tiempo adelante, hacia la noche santa:
"¡Qué cielo mas azul aquella noche! / Parece que se vea el infinito, / el Infinito sin
velos, / más allá de la luna y de las estrellas. // La luna y las estrellas brillan tan
claro / en el azul infinito de la noche santa, / que el alma se encanta / allá..." (Joan
Maragall). En todo este caminar, hemos ido con “María”, que significa entre otras
acepciones "estrella de la mañana" en lengua hebrea: recuerda la estrella que daba
orientación a los navegantes, porque conocieran el camino en la oscuridad de la
noche. Así la estrella guía a los Magos, y nosotros queremos seguir nuestra estrella
hasta llegar a Jesús…
Cuentan que había millones de estrellas en el cielo, estrellas de todos los
colores: blancas, plateadas, rojas, azules, doradas. Un día, inquietas, se acercaron a
san Gabriel –que es su jefe- y le propusieron: "- nos gustaría vivir en la Tierra,
convivir con las personas." -"Sea", respondió. Se dice que aquella noche hubo una
fantástica lluvia de estrellas. Algunas se acurrucaron en las torres de las iglesias,
otras fueron a jugar y correr junto con las luciérnagas por los campos, otras se
mezclaron con los juguetes de los niños. La Tierra quedó, entonces,
maravillosamente iluminada. Pero con el correr del tiempo, las estrellas decidieron
abandonar a los hombres y volver al cielo, dejando a la tierra oscura y triste. "-
¿Por qué habéis vuelto?", preguntó Gabriel, a medida que ellas iban llegando al
cielo. "-Nos fue imposible permanecer en la Tierra, allí hay mucha miseria, mucha
violencia, demasiadas injusticias". Les contestó Gabriel: "-Claro. La Tierra es el
lugar de lo transitorio, de aquello que cae, de aquel que yerra, de aquel que
muere. Nada es perfecto. El Cielo es el lugar de lo inmutable, de lo eterno, de la
perfección." Después de que había llegado gran cantidad de estrellas, Gabriel, que
sabe muchas matemáticas, las dijo: "-Falta una estrella... ¿dónde estará?". Un ángel
que estaba cerca replicó: "-Hay una estrella que quiso quedarse entre los hombres.
Descubrió que su lugar es exactamente donde existe la imperfección, donde hay
límites, donde las cosas no van bien, donde hay dolor. Es la Esperanza, la estrella
verde. La única estrella de ese color." Y cuando miraron para la tierra, la estrella
no estaba sola: la Tierra estaba nuevamente iluminada porque había una estrella
verde en el corazón de cada persona. Porque el único sentimiento que el hombre
tiene y el cielo no necesita retener es la Esperanza, ella es propia de la persona
humana, de aquel que yerra, de aquel que no es perfecto, de aquel que no sabe
cómo puede conocer el porvenir.
María es nuestra esperanza, la que nos guía a Jesús, que nos ha dado en
el pesebre. No obliga, nos muestra el camino, respeta nuestra libertad, como hace
197
Vida más allá de la muerte
la estrella, ilumina. Este es el modelo para toda educación, tanto la de los padres
con los hijos, la de los miembros de la Iglesia en su apostolado, o como
ciudadanos a nivel social y cultural: no se trata sólo de transmitir conocimientos,
sino vida, dar luz, ser un referente –estrella- en un mundo de gente que no sabe
hacia dónde ir, que necesita maestros. Con qué alegría nos dice un amigo: “quiero
contarte esta pena, sólo puedo explicártelo a ti, que me inspiras confianza”. Y
estos guías necesitan luz, dar del calor que tienen; María nos trae a Jesús que nos
quiere dar luz y calor, nos llena de optimismo y esperanza que va más allá de lo
que vemos, que a veces puede parecernos algo negro, que nos proyecta hacia lo
que no vemos. Leí hace poco: "Ciertamente, es muy difícil practicar la esperanza
en los tiempos que vivimos. Muchísimas son las cosas que militan en su contra: las
críticas y ataques, los valores morales en declive, el materialismo. Humanamente
hay poquísimos motivos para la esperanza; pero la esperanza no se basa en meras
consideraciones humanas, sino en la bondad de Dios, y tenemos que poner lo que
está de nuestra parte." La creación está esperando, expectante, esta luz. Pienso que
el esperanto, esta lengua que pretende unir a los hombres, tienen como lema la
estrella verde, la esperanza. Dios niño viene a decirnos que sí, que podemos
aprender la lengua de los hijos de Dios, que nos une a todos, en un mundo en el
que todos seamos hermanos. Navidad nos habla de que si Dios se ha hecho Niño,
es posible un mundo mejor, en el que reine la alegría. Que por muy negro que
parezca el futuro, y nuestros conflictos parezcan sin solución, siempre hay un
punto en lo más profundo del alma –¡la estrella verde!- que emana la luz y el
calor de Belén, que nos llena y nunca nos deja sentirnos vacíos, que es fuente
inagotable de ilusiones y proyectos. Porque Jesús entra dentro de la Historia, es
solidario con todo lo nuestro, y nunca nos sentiremos solos: “Si las estrellas bajan
para mirarte, / detrás de cada estrella / camina un ángel” (Luis Rosales).

13. El Canto de Zacarías, anuncio de Jesús que viene a


salvarnos
(Adviento, 24 de Diciembre, Misa de la mañana): Lc (1,67-79): «Harán que
os visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas»,
proclama Zacarías en el Benedictus. Es un cántico de acción de gracias por las
misericordias que Dios ha derramado sobre la tierra, con motivo del nacimiento
de su hijo Juan. Como dice el comentario a la Biblia de Navarra, se divide en dos
partes: en la primera, da gracias a Dios, y en la segunda sus ojos miran hacia el
futuro. Todo él rezuma alegría y esperanza al reconocer la acción salvadora de
Dios con Israel, que culmina en la venida del mismo Dios encarnado, preparada
por el hijo de Zacarías.
«Bendito sea el Señor, Dios de Israel...» (Lc 1,68). Como muy bien se ha
dicho, Zacarías está hablando proféticamente de lo que va a empezar a suceder a
partir de esta noche, la Nochebuena: Dios va a visitarme y a redimirme; Dios va a
nacer, va a vivir como uno más entre los hombres, va a predicar y a hacer
milagros, y morirá en una cruz para salvarme. “Cumpliendo tu promesa hecha a
Abrahán, te haces hombre, descendiente de David, para concedernos que, libres
de las manos de los enemigos, te sirvamos sin temor, con santidad y justicia en tu
198
Esperanza y salvación
presencia todos los días de nuestra vida”, que es como decirle a Jesús: “has bajado
para que pueda yo subir, y me pides que te sirva sin temor y que busque la
santidad y la justicia, viviendo en presencia de Dios cada día”. Sigue diciendo el
texto: “El Sol naciente ha venido a visitarnos desde lo alto, para iluminar a los que
yacen en tinieblas, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. Jesús es el Sol
naciente, que ha venido a visitarnos, que esta noche nacerá, en el día que ya
comienza a alargarse la noche, por eso es el día del Sol naciente. Él, la luz del
mundo, con su luz de sus ojos nos da la luz a los nuestros para que podamos ver.
Leía una oración que le hablaba así en su oración: “Jesús, yo quiero también nacer
de nuevo... Sé que no es sencillo; sé que a veces me canso porque parece que no
avanzo nada. Pero también sé que al nacer, me has dado la mayor prueba de que
no me abandonas. Y si Tú has hecho esto por mí, ¿qué no voy a hacer yo por Ti?”
Al contemplar la fiesta más entrañable, cuando Dios ha querido vivir con los
hombres, sentimos dentro nacer la alegría y esperanza. Jesús se nos aparece ahí
como el “Señor” (cf Lc 1,68.76), y “Salvador” (cf Lc 1,69). También el Ángel esta
Nochebuena llamará a Jesús con estos dos títulos en su anuncio a los pastores.
Vamos a prepararnos con deseos de corresponder al amor de Dios encarnado.

14. La fe de San José


(Adviento, domingo IV-A): Mt (1,18-24) nos muestra la figura de san José
junto a María, como un hombre justo (cf. Mt 1,19), con una fidelidad unida a su
misión con Jesús y María, que hoy precisamente vemos que descubre en su
famosa “duda”. Le vemos padre de Jesús, y de la Iglesia, y especialmente de los
sacerdotes. Hoy, segundo día de este Triduo de navidad, vamos a contemplar la
fe (después de haber considerado ayer a María, nuestra esperanza), a través de la
figura de José, y mañana veremos la caridad que Jesús nos trae, el amor de Dios
encarnado.
“Enviadlo, altos cielos, como rocío, que las nubes lluevan al Justo. Abrase
la tierra i germine el Salvador” (Is 45, 8), dice la Antífona de entrada. Y le
pedimos al Señor en la oración colecta lo que cada día recitamos en el Angelus:
“derrama tu gracia sobre nuestros corazones, para que, así como por el anuncio
del ángel hemos conocido la Encarnación de tu Hijo Jesucristo, seamos llevados
por su Pasión y Cruz a la gloria de la Resurrección.”. Veremos hoy cómo la fe de
San José se manifiesta de una manera especial en el sacrificio, ante la cruz. Ya el
libro de Isaías nos muestra una señal que vendrá del cielo: una virgen tendrá un
hijo, que será llamado Emanuel, “Dios con nosotros”.
Vemos ahora la fe de san José: ha buscado lugar para acoger a María,
que es portadora de Jesús, el Emmanuel, el “Dios con nosotros”, “Dios que salva”.
En Belén la gente dice que no hay lugar para ellos. Hoy también la gente va a lo
suyo, no tiene tiempo por Dios, Jesús está buscando lugar en el corazón de los
hombres. Explica con ingenuidad el poeta catalán Mn. Cinto Verdaguer que
yendo José y la Virgen de camino por ese mundo con el niño Jesús, como eran
pobres y el camino era largo, entró en un pueblo a pedir comida, y se llegó a las
puertas de una casa buena, golpeteando la puerta con el bastón: “-¿Quien va?” -le
dijeron desde dentro.

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Vida más allá de la muerte
–“unos pobres que vamos de camino”, respondió el patriarca humilde.
“¿Nos harían una gracia de caridad, por amor de Dios?”
-“Dios os ampare”, le dieron como respuesta.
-“Estos serán pobrecitos como nosotros”, añadió el santo. “Llamemos a
esa otra casa que tiene aires de palacio, aquí vivirá gente rica y caritativa que nos
llenará el zurrón”... y al llamar dijo: - "¿querríais hacer una limosna a unos pobres
peregrinos, por amor de Dios?"
-"¡Para peregrinos estamos!" -respondió una voz ronca sin abrir la puerta.
-"Deben de estar enfermos” -dijo San José-, “los ricos también pasan
enfermedades y penas".
Llamo a otra casa importante y le respondieron: "¡Dios os dé!", y en otra
ni esto le dijeron, respondiéndole solamente los perros con sus ladrillos poco
acogedores. San José, que era un saco de paciencia, al ver una recibida tan mala
para su santísima esposa, y para el Niño, la salvación del mundo, se apenó y dos
lágrimas amargas le resbalaron por su cara. El niño Jesús tuvo compasión, y
sintiendo brotar también sus lágrimas de sus hermosos ojos, dijo a san José: -
"llamemos, si te parece, a esa cabañita". Era la más pobre de las casas de aquel
pueblo y tan pequeña que ni el santo ni su esposa se habían apercibido de ella;
mes, esto sí, todas estaban cerradas a cal y canto como si tuvieran miedo de
ladrones, y esa, que no tenía nada que esconder, estaba de puertas abiertas; ni
hubieron de llamar sino que entraron y –en un inocente anacronismo el poeta
pone en boca de san José la frase popular-: "-¡Ave María purísima!" y de dentro
respondieron: "-sin pecado concebida", y vieron que era una familia alegre y
pobre, que les invitaban: "pasad, pasad, ¿queréis quedaros a cena con nosotros?"
decía la mujer, mientras ponía más platos en la mesa, con unos pequeños
panecillos y en medio la sopera... allí estuvieron muy bien acogidos y contentos
de estar con aquella humilde familia, y luego se fueron, y después cuando ya
estaban alejándose, la Virgen María volviéndose al niño Jesús, le dijo: -"hijo mío,
¿y qué paga les darás por esta obra buena que han hecho?" Dicen que el niño
respondió: "-madre mía, la paga la tendrán en el cielo; aquí en la tierra, cruces y
más cruces".
Es el misterioso sentido de la cruz que lleva a la gloria, la puerta de la
salvación, el signo más y de victoria, que tienen forma de cruz, sacrificio que da
fruto… Dios llama a la puerta de nuestra casa de muchas maneras. En lo de cada
día y ha algo de divino. En la abundancia o en la pobreza, en la salud o
enfermedad es Jesús quien nos busca, y hemos de dejarlo entrar... pues dónde los
dedos notan la espina que pincha, la mirada de fe descubre la belleza de la rosa
que nos regala, esto es la cruz.
Hoy en el Evangelio vemos la confianza de san José en Dios es modelo
para nosotros… (como reacciona ante la “duda”). En María y José encontramos
un matrimonio ejemplar, modelo para todos nuestros hogares, pero sin duda
singular, como vemos en el Evangelio de hoy. Es también naciente iglesia
doméstica, que custodiará el Redentor. Son de carne y hueso como nosotros,
vivían nuestras mismas dificultades y alegrías similares a las nuestras. La Sagrada
Familia es modelo de nuestras familias, luchaban por llevar las cosas adelante, y
nos enseñan a vivir las “dificultades” en positivo: transformarlas en
200
Esperanza y salvación
“posibilidades”, de amar más, de ser más entregados, de tener más fe y
perseverancia; así se refuerza el amor y la fidelidad. Las dificultades de “ordinaria
administración” no aparecen en el Evangelio: problemas con clientes del taller,
rumores de pueblo, estrecheces económicas propias de vivir al día… Se intuye que
para ellos los nervios no degeneraban en discusiones; que cuando no podían
solucionar una cosa hablando, optaban por el silencio (es una forma de diálogo,
cuando se ama): meditar las cosas, el silencio de la oración… Los problemas que
nos muestra el Evangelio no son los pequeños de cada día, sólo vemos los más
graves… y vemos como actúan, en silencio, "aguantan en el dolor" y esperan el
“dedo” de Dios…
Embarazada como está la Virgen, estando desposada con José, él ve que
espera un hijo. Sabe de su pacto de virginidad, que habían acordado entre los dos.
Ella, por vocación; él, seguramente por acompañarla pues la quería en la situación
que ella dispusiera, respetando su compromiso con Dios, pues eso hace el amor.
¿María le dijo lo del ángel? Quizá sí, y José la acompañó a visitar y estar
esas semanas o meses a su prima Isabel. Quizá se sintió entonces indigno de estar
ahí por medio, que molestaba en un plan que no tenía nada que ver con él, como
escribía mi amigo Antoni Carol: si les veían muy unidos iba a ser difícilmente
creíble el misterio de la Encarnación virginal. Dios no dice nada; María ve a José
pensar esas cosas, i ella intuye y sufre pero tampoco dice nada… José hace
oración, y sigue sin tener luces. La Virgen intenta hacerse cargo del desconcierto
de su esposo —que no se siente digno para acompañarla—.
José es el que permanece en segundo plano, oculto, escondido, con su sí
permanente es el hombre fiel: de fe a prueba de fuego, dócil a la voz del Señor,
aunque sea en sueños, como solía hablarle el ángel. Se acomoda a los planes
divinos sin protestar. Es el hombre del santo encogimiento de hombros, que todo
le está bien. Le veo con una fe que rezumaba paz: cuando una cosa iba como
esperaba diría: “gracias a Dios!”, y cuando iba al revés, diría: “bendito sea Dios!”,
de manera que siempre estaba entre dar gracias y bendecir a Dios.
La decisión de dejar a María era darle libertad, quedaba fuera del riesgo
de pública infamia; y él aparecía como causante de la separación. Dios, al ver su
docilidad, no le hace sufrir más e interviene en sueños por medio de un ángel. La
caricia de Dios da vida otra vez a José, que así se va preparando más y más para
su misión.
Hay quien piensa la otra posibilidad, que María sabe y calla, que no dice
nada a José, quien al conocer su estado piensa dejarla –quedando él mal- y no
discute ni se queja ni pide explicaciones convencido de que algo divino está
ocurriendo, y que aquel asunto no es suyo. Cumpliendo la ley, debía dejarla, y la
deja libre para no perjudicarla. No estaría ajeno a conocer lo que pasó con el
nacimiento de Juan Bautista y los portentos –quedarse mudo Zacarías, etc.-.
Dios ilumina a José en sueños, y José es dócil: aprende a ir al paso de
Dios, como más tarde cuando se le indica que vaya a Egipto, que vuelva, etc.
Desplazarse a Belén para empadronarse no sería nada fácil, José sabía
que era inoportuno aquel viaje; pensaba que algún pariente en Belén les podría
albergar, pero una vez más nada salió como ellos habían pensado: el viaje a
Egipto será otro ejemplo de cambio de planes, como en el episodio del Niño
201
Vida más allá de la muerte
perdido y hallado en el Templo… aprenden a meditar las cosas, a ir al paso de
Dios, para cumplir su voluntad. Todo esto es modelo para nosotros, les pedimos
a José y María que nos ayuden a dejarnos llevar por Dios, a tener confianza y ver
esa mano invisible que nos acompaña y nos guía a lo largo de la vida.
María y José son experimentados en llevar la cruz, aquellos seis meses
que José tardó al saber que Jesús era el hijo de Dios, cuando veía que tendría un
hijo. María sabe y calla, está serena y con mirada de fe, pero sufriendo, no dice
nada, y José no le pregunta y piensa dejarla, aquella cruz fue fuerte… y aguantan
pacientemente, sin pensar mal un del otro, y sin desconfiar de Dios. El ángel se
aparece a José, y le explica todo. Han aprendido a decir que si a Dios en todo
momento, a ser morada de Dios. Jesús ha nacido para nosotros, para cada uno, la
noche de Nadal, y queremos hacernos pequeños, como los pastores, y ser de los
primeros que están allá aprendiendo la lección que Dios nos da de humildad y
pobreza, de estar por encima de las cosas materiales, pues el rey del mundo nace
pobre en un establo. Queremos estar allá, verle como tiene frío, pero frío de
cariño, de nuestro amor. Jesús se muestra necesitado, y aprendemos así nosotros a
sabernos mostrar vulnerables. Y así la gente nos tendrá más confianza, se
acercarán al inspirar nosotros credibilidad, y los podremos ayudar, y nos podrán
hacer preguntas sobre las cosas importantes. No poseemos totalmente la verdad,
y de ahí que no tengamos que ser nunca prepotentes. El tema de la verdad es
importante, pues en nombre de ella se matan y discuten muchos. ¿Cómo se puede
hacer compatible con el pluralismo? Machado decía aquello de “¿tu verdad? –No,
la verdad, ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela…” No se llega a la verdad
por mucho gritar... la libertad es tan importante como la verdad, como el amor,
son tres cosas que si no van juntas no existen, así Jesús nos invita a seguirle con
aquel “si alguien quiere venir conmigo”... José también fue modelo de sencillez,
que es el mejor vestido para la verdad. Para ayudar a los demás, hace falta hacerse
pequeño, tener la humildad de la fe, la gran verdad. Cuando la razón pierdo la fe,
se pierdo también ella. Por esto es tan bonita la Navidad: no es un aniversario, ni
un recuerdo, ni un sentimiento. Es el día que Dios pone un Belén dentro de cada
alma, como decía E. Monasterio: aunque Cristo naciera mil veces en Belén, si no
nace dentro de mí, estaré eternamente perdido. Decía también un cantante:
“Jesús nace para mí la noche de Navidad”. Si le digo que sí, tendré los ojos
limpios, transparentes, iré a unos paisajes lejanos, entraré dentro un paraíso
perdido, cuyo recuerdo tenemos en la memoria, aquella luz del niño que
llevamos dentro. "Si te olvidas... de la fiebre / que te priva de vivir, que te quema
la sangre, verás el musgo del pesebre, con figuras de barro. Verás la montaña
segura / blanca de corderos emblanquecidos / con la luz de tus ojos de criatura /
completamente desempañados. Si te piensas cazar la estrella / no vayas
adormilado, / humedécete el párpado / con tres lágrimas de niño, / agáchate
hasta que eras niño" (J. M. de Segarra, "El poema de Nadal"). Hacernos pequeños
es necesario, para poder entrar a la cueva de Belén. Sólo fueron los pastores
quienes con ojos llenos de alegría vieron el ángel que anuncia el misterio de
Nadal: ellos pudieron oír, los pequeños, aquel “gloria a Dios en el cielo, y paz a la
tierra a los hombres de buena voluntad”; ellos fueron los primeros invitados a
adorar al niño que ha nacido en un pesebre, y ellos son los que comprenden el
202
Esperanza y salvación
anuncio del ángel y el misterio de Navidad. Alguno no, en la tradición catalana
está representado por el rabadán, que protesta, a veces es lo que hacemos
nosotros, él "yacía como siempre en la paja / lleva a los dientes una rebanada de
pan / y en el corazón una cantinela / una canción del perezoso". Él protestaba a
los pastores que le decían: "a Belén me quiero ir, quieres venir tú rabadán? -
¡Quiero almorzar! - El Mesías elegido ha nacido esta noche - ¿Quien te lo ha
dicho? - Un arcángel flameando por el cielo lo va pregonando. - ¡No será tanto!"
Traemos este villancico colgado al cuello, la cobardía de todos está aquí retratada,
esta pelea entre los pastores y el rabadán continúa siempre en el mundo, entre la
luz y la oscuridad, entre el anuncio del misterio y aquel "¡No será tanto, ya será
menos!", entre la esperanza y el pesimismo… dicen –en broma- que había uno tan
pesimista que veía la vida como un túnel oscuro, y que la única luz que ve dentro
del túnel es el tren que viene en dirección contraria. Una vez nos hemos hecho
pequeños, podemos hacer ya sin impedimentos el camino hacia el pesebre. "El
camino significa humildad, / quiere decir renunciamiento a fin de bien... camino
de la gloria, camino de la cruz, / camino que sube y baja y cansa"... "¿cómo se
encuentra el camino de Belén? / El camino de Belén, quien es capaz de verlo?" "Si
eres limpio de corazón, pastor mesquino, / no te debes perder por el camino /
que te va guiando la estrella cauta; / no te debes perder, pastorcito, / ve siguiendo
el camino derecho, / con el saco de gemidos y la flauta!". Nos hacemos así pobres,
entre los más pobres, y así podemos seguirlo, porque si Dios escogió un establo
no es algo que nos deba ser indiferente, sólo con las manos vacías nos podemos
llenar de él, si estamos cogidos a las cosas no podríamos. Cuando uno vacía su
corazón de otras posesiones y de espíritu entonces Él lo llena, es Dios que nos
habita y actúa con la verdad, es la fe que hoy hemos visto en san José.

15. El templo de los adoradores del verdadero Dios es Jesús,


que nos llega por el sí de María, y permanece en su
Cuerpo místico, la Iglesia
(domingo 4º de Adviento, ciclo B): 2 Sam (7-1-5.8b-11.16) cuenta cómo a
diferencia de Mical, que pensaba que David perdía autoridad si se humillaba ante
Yahvé, el rey, consciente de que si algo ha llegado a ser se lo debe al Señor, cree
firmemente que su fuerza le vendrá de someterse plenamente a Dios y ponerse
confiadamente en sus manos. David es el hombre de las corazonadas. Con el
mismo entusiasmo con que se había puesto a danzar ante el arca, un día, cuando
«se instaló en su casa y Yahvé le dio paz con sus enemigos de alrededor» (v 1), no
sabiendo qué hacer para expresar a Dios el agradecimiento que le rebosa del
corazón, toma una decisión: no puede ser que mientras él se ha hecho un palacio,
more Yahvé en una tienda de campaña, la tienda en la que había hecho instalar el
arca de la alianza. Expone su propósito al profeta Natán, para consultar la
voluntad divina, y Natán se entusiasma: "Anda, haz lo que tienes pensado, pues
Yahvé está contigo" (3). Mas a veces confunden los profetas sus propios
pensamientos con los de Dios. Aquella noche -en un sueño seguramente- llega a
Natán la palabra auténtica de Dios y al día siguiente ha de anunciar a David que
Yahvé no quiere que le edifique el templo proyectado. No obstante, ha agradado
203
Vida más allá de la muerte
a Dios la generosidad del rey, y se la quiere recompensar. El oráculo lo expresa
con un juego de palabras por el doble sentido de la palabra casa, que tanto quiere
decir edificio como linaje o descendencia. ¿Tú me querías edificar una casa a mí?
¡Soy yo quien te la edificaré a ti! Y Dios promete a David que su realeza, a
diferencia de la de Saúl, será hereditaria, y se transmitirá a sus descendientes por
siempre; si obran mal, los castigará, pero su trono se mantendrá por siempre (5-
16). Este capítulo, según algún exegeta, está inspirado en la parte más antigua del
salmo 89 (vv 2-5.20-38), que sería el primer testimonio de la profecía de Natán.
Se trata de una verdadera alianza, no entre iguales, sino manifestación de los
grandes favores y la fidelidad de Yahvé para con David y su descendencia, que
hallará su pleno cumplimiento en la realeza de Jesús, de quien el ángel anunció a
María que recibiría "el trono de David, su padre", y que su reino no tendría fin (Lc
1,32-33; H. Raguer).
No será un pueblo del templo, sino de la alianza; también la nueva
Alianza será el memorial de Jesús con las piedras vivas que forman la Iglesia. Este
cuarto domingo de Adviento recuerda las profecías importantes del A.T.
Lógicamente el autor sagrada o llegaba a atisbar entonces que la verdadera "casa"
de Dios y garantía decisiva de la estabilidad y de la salvación del pueblo gracias a
su adhesión filial al Padre sería Cristo. El sacrificio eucarístico da cumplimiento a la
profecía de Natán, puesto que representa la adhesión del Hijo a su Padre, garantía
de la eternidad del pueblo de los hijos de Dios, por encima incluso de la muerte
(Maertens-Frisque). Cuando el rey David se estableció en su palacio y el Señor le
dio la paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al Profeta Natán:
—Mira: yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en
una tienda.
Natán respondió al rey: —Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está
contigo.
Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor: —Ve y
dile a mi siervo David: «¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite
en ella? Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe
de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus
enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a
Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no
permitiré que animales lo aflijan como antes, desde el día que nombré jueces para
gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré
grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi
presencia y tu trono durará por siempre.»
El Salmo (88,2-3.4-5.27.29) proclama: “Cantaré eternamente las
misericordias del Señor, / anunciaré tu fidelidad por todas las edades. / Porque
dije: «Tu misericordia es un edificio eterno, / más que el cielo has afianzado tu
fidelidad.»
Sellé una alianza con mi elegido, / jurando a David, mi siervo: / «Te
fundaré un linaje perpetuo, / edificare tu trono para todas las edades.»
El me invocará: «Tú eres mi padre, / mi Dios, mi Roca salvadora.» / Le
mantendré eternamente mi favor, / y mi alianza con él será estable”. La situación
evocada es la de una "entronización real" en la dinastía de David rey de Jerusalén:
204
Esperanza y salvación
el trono, los atavíos reales, la corte, el palacio, los guardias, la campaña para
vencer a los enemigos. Es bonito ver que el edificio más perfecto es la misericordia
divina: la maravilla de las maravillas, más aún que la "Creación", es "LA ALIANZA":
"Bienaventurado el pueblo que sabe aclamar, que camina a la luz de Tu rostro...
Danza de alegría todo el día. Tú eres nuestra fuerza, Tú acrecientas nuestro vigor".
Sí, Israel tiene conciencia de ser amado, elegido, mimado, por Dios. Dos palabras
que forman una especie de pareja se repiten siete veces (no es mera coincidencia,
pues el número siete es la cifra de la perfección): "¡AMOR" y "FIDELIDAD!". La
unión de estas dos palabras, hace énfasis en la estabilidad, en la perennidad del
amor, ideas que se refuerzan aún más mediante la repetición por siete veces de las
palabras "sin fin", "para siempre". "La Alianza" con el conjunto del pueblo está
simbolizada mediante la "Alianza" con el "Rey". David es el modelo. Toda la
segunda parte del salmo es un recorderis del famoso Oráculo-Profecía de Natán,
que anunciaba la estabilidad de la Dinastía de David hasta el fin de los tiempos.
Sólo en Jesucristo alcanza este salmo pleno sentido. Sólo El puede decir a
plenitud: "Tú eres mi Padre". El es el verdadero "Mesías", el "Ungido" (en griego
"Christos"), consagrado por el Espíritu Santo. Resulta emotivo colocar esta
lamentación en los labios de Jesús durante su Pasión; El sabía que era "Rey". "Sí,
Yo soy Rey, pero mi Reino no es de este mundo" (Jn 18,33-37). Una vez más
digamos, que la resurrección es el centro de nuestra fe cristiana. Da respuesta
definitiva a los interrogantes y promesas del Antiguo Testamento: "¿Hasta cuándo
estarás escondido? ¿Nos habrías creado para la nada? ¿Quién puede vivir y no ver
la muerte? ¿Dónde está tu primer amor, Señor? ¡Jamás violaré mi Alianza! Su
Trono permanecerá para siempre, como el sol en mi presencia, como la luna
puesta para siempre, testigo fiel allá arriba" Sin la Pascua, todas estas promesas son
irrisorias. Si queremos "orar" de verdad y no solamente "recordar el pasado"
mediante dos reconstrucciones históricas, hay que trasladar este salmo a la
actualidad. A pesar de las apariencias "particulares" de este salmo, tiene un
trasfondo "universal"; a pesar de estar "situado" en el pasado, es de gran
actualidad. Creer en Dios a pesar de todas las apariencias contrarias. Hoy como en
aquel tiempo, se vive la "fe" de la misma manera. El Reino de Dios es semejante a
un "campo de trigo lleno de mala hierba", en que están íntimamente mezclados
"gérmenes de vida y simientes de muerte". El enemigo, aparentemente, triunfa por
doquier. Pobre Rey, nuestro Dios; parece impotente, no se defiende, se deja
crucificar. Digamos de una vez: "¿hasta cuándo estarás escondido?"... Y luego:
"¡bendito sea el Señor para siempre!". Situaciones de fracaso, convertidas en
llamado a la esperanza. La experiencia de su fragilidad, hace experimentar al
hombre con mayor vehemencia la necesidad de una estabilidad. "Acuérdate,
Señor, cuán breve es mi vida". Las pruebas personales o colectivas, pueden
cambiar nuestros sentimientos de fe y esperanza en rebeldía contra Dios. Pero
también pueden convertirse en un trampolín hacia una mayor esperanza,
purificada, probada, robustecida por el triunfo sobre la dificultad. Dios nos
sorprende más allá de toda previsión. Dios nos creó para la felicidad de vivir. El es
Todopoderoso. Pero a menudo nos desconcierta y sorprende. Su "vida" no es
como la nuestra. Tampoco su poder. Dios supera totalmente nuestras
concepciones. No necesita de nuestras apariencias de vida y poder para ser
205
Vida más allá de la muerte
viviente y poderoso. La muerte misma no tiene ningún poder sobre El. El es el
"Todo-otro". Nadie esperaba que el "Mesías de Dios" apareciera tal como Jesús lo
hizo. Sin embargo, en su muerte, nos da la más maravillosa imagen de su AMOR y
su FIDELIDAD. Secreto que permanecerá oculto a los corazones superficiales.
Señor, "abre nuestros ojos a las maravillas de tu amor". Misericordias Domini in
aeternum cantabo. ¡Cantaré eternamente el amor del Señor! (Noel Quesson).
El salmo 88 fue elegido para servir de respuesta a esta lectura: "Sellé una
alianza con mi elegido jurando a David mi siervo: Te fundaré un linaje perpetuo
edificaré tu trono para todas las edades". Toda la tradición, desde la generación
apostólica, han visto en David rey el gran tipo de Cristo. Él es verdaderamente el
primogénito del Padre, su trono es eterno, vence a los enemigos y extiende su
poder a todo el mundo; él es el Ungido que recibe una descendencia perpetua. La
paradoja es que el Padre permitió a su Hijo pasar por la afrenta y la derrota, lo
hizo entrar en la zona de la cólera divina, en la dimensión contada del tiempo
humano; sostuvo a sus enemigos y lo dejó bajar hasta la muerte. ¿Dónde quedaba
la misericordia y la fidelidad del Padre? Todos los títulos y todos los poderes se los
da el Padre a su Hijo, de modo nuevo y definitivo, en la resurrección. A esta luz
resplandecen más el poder cósmico y el poder histórico de Dios; se ve que la ira y
el castigo eran limitados; a esta luz comprendemos finalmente y cantamos en un
himno cristiano «la misericordia y la fidelidad de Dios».
Romanos (16,25-27) “…Cristo Jesús —revelación del misterio
mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en la Sagrada
Escritura, dado a conocer por decreto del Dios eterno, para traer a todas las
naciones a la obediencia de la fe—, al Dios, único Sabio, por Jesucristo, la gloria
por los siglos de los siglos. Amén”. El gran peso de esta gran fórmula litúrgica está
en las palabras "manifestado ahora": Jesús es, en adelante, la clave de la historia
universal y del destino de todo hombre. Grandes palabras que hay que llenarlas
de contenido en la lucha de cada día. La fe, respuesta al Evangelio (Rm 1,1),
compromete al hombre entero. Por eso la fe es concebida como obediencia. Ella
implica, efectivamente, que el hombre acepte libremente comprometer su vida y
su persona al Dios que se revela a él como fiel y veraz y que, renovando al
hombre, le permite y posibilita obedecer a su voluntad (cf Rm 6,15; “Eucaristía
1978”).
Lucas (1,26-38) narra la maravilla de la Anunciación y la sitúa dentro del
contexto profético y escatológico. Desde Dn 8,16 y Dn 9,21, Gabriel era
considerado como el ángel especialista de la medida de las 70 semanas anunciadas
antes del establecimiento del reino definitivo (Dn 9,24-26).
Efectivamente, conforme al procedimiento midráshico de Lc 1-2, Gabriel
aparece primero en Lc 1, 19 en el templo (lo leímos el día 19); después, al cabo de
seis meses (180 días), a María, Lc 1,26; nueve meses después (270 días) nace
Cristo, y 40 días más tarde hace su entrada en el templo. Pues bien, estas cifras
hacen un total de 490 días, es decir, ¡SETENTA SEMANAS! Cada una de esas
etapas es señalada, además, con la expresión "Cuando se cumplieron los días..."
(Lc 1, 23; 2, 6; 2, 22). Cristo es, pues, el Mesías previsto en Dn 9, a la vez Mesías
humano y también misterioso Hijo del hombre, de origen cuasidivino (Dn 7,13).
Los acontecimientos que anuncian su nacimiento no son más que los preparativos
206
Esperanza y salvación
de la entrada de la gloria de Yahvé, personificada en Jesús, en su templo
definitivo.
La escena se desarrolla dentro de una casita de Galilea, esa región
despreciada (Jn 1, 46; 7, 41), por oposición a la escena grandiosa de la
anunciación del Bautista en el templo (Lc 1, 5-25): ya se dibuja la oposición entre
María y Jerusalén, una oposición que se perfila desde el momento de la salutación
del ángel. Este toma, en efecto, su saludo de So 3, 16 y Za 9, 9, que dirigían a
Jerusalén una salutación mesiánica destinada a anunciarle la próxima venida del
Señor "en su seno" (sentido literal de la fórmula de So 3, 16). El ángel traslada,
pues, a la Virgen los privilegios atribuidos hasta entonces a Jerusalén. Además, la
influencia de Sofonías se siente a lo largo de todo el relato de la Anunciación (Lc
1,28 y So 3,15; Lc 1,30 y So 3,16; Lc 1,28 y So 3,14).
La expresión "llena de gracia" tiene –además del de plenitud de gracia- el
sentido de "graciosa" como en el vocabulario de los esponsales. Al estilo de Ruth
ante Booz (Rt 2,2; 10,13), Ester ante Asuero (Est 2,9; 15,17; 5,2.8; 7,3; 8,5), toda
mujer ante los ojos de su esposo (Pr 5,19; 7,5; 18,22; Ct 8,10). Este contexto
matrimonial está, pues, cargado de evocaciones: Dios busca desde hace tiempo
una ESPOSA que le sea fiel. Ha repudiado a Israel, la esposa anterior (Os 1-3),
pero está dispuesto a "prometerse" de nuevo. Interpelada con una expresión
frecuente en las relaciones entre esposos, María comprende que Dios va a realizar
con ella el misterio de los esponsales prometidos por el A.T. Este misterio
alcanzará incluso un realismo inaudito, merced a que las dos naturalezas -divina y
humana- se unirán en la persona del Hijo de María con un lazo mucho más fuerte
que el de los cuerpos y las almas en el abrazo conyugal.
El evangelio del día añade a estas palabras un miembro de frase que
figura únicamente en la Vulgata: "Bendita Tú eres". Esta palabra es atribuida,
efectivamente, a Isabel, en el momento de la Visitación; pero testigos tardíos la
han reproducido aquí, sin duda, por influjo de oraciones como el Ave María. Pero
la yuxtaposición de esta frase al versículo anterior tiene su importancia en el plano
de la mariología. Al hacer este elogio, Isabel se inspiraba en un elogio dirigido
antiguamente a Jael, la mujer victoriosa del enemigo (Jc 5,24-27). Esta mujer
había matado al enemigo machacándole la cabeza, como había sido prometido a
la descendencia de Eva (Gn 3,15). Un elogio similar será dirigido más tarde a otra
mujer victoriosa: Judit (Jdt 14,7). Tenemos, pues, derecho a ver en esta
aclamación el tema de la mujer victoriosa del mal y del enemigo.
vv. 30-33:Estas palabras del ángel se inspiran en otras del AT,
especialmente en la profecía de Natán que tenemos en nuestra primera lectura.
Confróntese también Is 9. y Dn 14. 7.
v. 34:Implícitamente se afirma la ausencia de relaciones conyugales como
un hecho, quizás incluso como una resolución conscientemente tomada por
María. Ahora bien, en ningún lugar de todo el AT se valora la virginidad
consagrada a Dios por encima de la maternidad fecunda. Jesús es el primero que
descubre el valor de una virginidad voluntaria aceptada como signo de un servicio
eficaz al Reino, por amor al Reino (Mt 19,20). Por otra parte, en el contexto
religioso-cultural de María era deshonroso para una mujer el no tener hijos, lo
cual se explica sin más si tenemos en cuenta las promesas que Dios hizo a
207
Vida más allá de la muerte
Abrahán; abstenerse de los hijos equivalía hasta cierto punto a quedar al margen
de las bendiciones de Israel. Además, los esponsales con san José parecen indicar
que no existía por parte de María una previa consagración de su virginidad. Desde
un punto de vista meramente exegético, la pregunta de la Virgen María debería
interpretarse como expresión de su virginidad actual y, consiguientemente, de su
perplejidad: las palabras del ángel se refieren a una concepción cuando ella "no
conoce varón". El ángel le responde que no es preciso el que haya conocido
varón, ya que ella concebirá por obra del Espíritu Santo. La resolución de
permanecer virgen debió ser más bien motivada y fundada en el hecho de que
Dios había puesto su mano sobre ella, santificándola como un templo para su
Hijo. Su virginidad -como la de san José- estuvo especialmente relacionada con la
Encarnación. Por supuesto que nadie como María realizó tan perfectamente la
esencia de la virginidad cristiana: la entrega indivisa a Dios por una obediencia
radical y un amor totalizante.
El primer grupo de títulos atribuidos al Hijo de María evoca las promesas
mesiánicas del profeta Natán (2 S 7,11-16). En este texto antiguo encontramos el
vocabulario real que inspira a Lc 1,32-33. Jesús será "grande" (cf. 2 S 7,11); será
Hijo del Altísimo, título reservado a los grandes personajes (Sal 2,7; 28/29,1;
81/82,6; 88/89,7) y previsto para el Mesías en 2 S 7,14. Se sentará sobre el trono
de David como quieren también 2 S 7,16 e Is 9,6, pero el ángel supera las
previsiones de Natán, puesto que ve a Cristo extender su reino a la casa de Jacob
(las diez tribus del Norte). Realizará, pues, la unidad de Judá y de Israel (Ez 37,15-
28; Dn 7,14; Mi 4,4-47), en espera de poder realizar la de los judíos y de las
naciones. El ángel no exige a la Virgen que imponga a su Hijo el nombre de
Emmanuel, previsto en Is 7,14. No hay nada de extraordinario en ello, puesto que
ya de antemano se habían aplicado al Mesías una decena de nombres en los
medios del judaísmo; pero ninguna tradición había pensado en "Jesús", que
significa "Yahvé, nuestro Salvador". Este nombre recuerda a dos personajes del
A.T., los cuales han señalado circunstancias importantes de la salvación en la
historia del pueblo: Josué, "salvador" del desierto (Si 46,1-2), y Josué, sacerdote
cuando el "salvamento" de Babilonia (Za 3,1-10; Ag 2,1-9). Jesús realizará una
salvación mucho más decisiva cuando pase, como cabeza de fila, a través del
sufrimiento y de la muerte para lograr la salvación de toda la humanidad.
v. 35: la expresión “el Espíritu vendrá sobre ti” significa lo mismo que "la
nube luminosa" y "la gloria de Yahvé" en todo el AT, es decir, la señal de la
presencia de Dios que protege a su pueblo (cf. Ex 13. 21-22; 24. 15-18; Is 4. 5-6).
La Virgen es ahora como el santuario en el que se manifiesta la "gloria de Yahvé".
v. 38: María está en su lugar; como nosotros, "aquí" en el mundo, que es
el lugar de la obediencia a la Palabra de Dios y de la esperanza de los hombres, el
lugar en donde el Verbo se hace carne. María está conscientemente "aquí", y lo
está porque es interrogada por Dios y llamada a su presencia. María está "aquí"
para servir, con una actitud activa; aunque toda su actividad, como la nuestra, sea
siempre provocada por la acción de Dios y la palabra que la anuncia. La respuesta
de María: "Hágase en mí según tu palabra", es la manifestación de la más alta
actividad del hombre, que es la acogida de Dios por la fe. Por eso lo que nazca de

208
Esperanza y salvación
ella nacerá de Dios, no de la carne y de la sangre y por obra de varón, será el Hijo
del Altísimo (“Eucaristía 1972”).
En Ex 40,35, como aquí, la aparición de la nube manifiesta la presencia
de Dios. El niño pertenecerá a ese mundo divino y celestial que la nube simboliza
generalmente (v. 35). Permanecer virgen era anormal en Israel, excepto en la
cultura esenia. Además, debe entenderse a la manera simbólica como todo este
"midrash": María representa a Jerusalén, objeto de promesa de fecundidad. No
conocer varón, para Jerusalén, es vivir al marasmo de su situación de repudiada,
de abandonada, de desamparada (cf Is 60,15; 62,1-4). María lleva sobre sí la
desolación de la ciudad repudiada, cuando oye que le dicen que serán celebradas
nuevas bodas en las que Dios recuperará, en ella, a su antigua prometida. La
anunciación realiza el misterio de las bodas de Dios y de su pueblo. El marco de su
comunión nupcial con Dios realza su virginidad, el fruto de esta boda espiritual
con Dios es Jesucristo (cf. Maertens-Frisque).
Por su belleza literaria y por la hondura de su teología este texto
constituye uno de los pasajes centrales del N.T. Dios actúa en la historia. No es la
entidad suprema que reside impasible en el plano de su inmutable eternidad sino
la fuerza liberadora y exigente que dirige los caminos de la historia de Israel y que
ahora actúa de una forma decisiva por María: a) Habla a través del ángel, que es
la expresión de su cercanía. b) Actúa creadoramente por medio de su Espíritu. c)
Se actualiza en el "Hijo" que nace de María. María es la expresión de la
humanidad que se mantiene abierta ante el misterio de Dios y concretiza la
esperanza de Israel y el caminar de aquellos pueblos que buscan su verdad y su
futuro. Pero, al mismo tiempo, María es la realidad del hombre enriquecido por
Dios, como lo muestran las palabras del saludo del ángel que proclama: "el Señor
está contigo", "has encontrado gracia ante Dios". Desde este punto de vista, María
se convierte en la figura del adviento, en signo de la presencia de Dios entre los
hombres. Más que Juan Bta., más que todos los profetas, ella es la humanidad que
simplemente ama y espera, la humanidad que acepta a Dios, admite su Palabra y
se convierte en instrumento de su obra. Así descubrimos que en el límite de su
esperanza (hombre abierto a Dios) se encuentra el principio de la fe (la aceptación
del Dios presente, tal como se refleja en la respuesta de María: "Hágase en mí
según tu palabra").
16. María es modelo de la mujer y la Madre de Dios.
María es “fuente de vida” (es el título de un icono bizantino)
para la mujer y la humanidad. "La mujer", en el lenguaje bíblico,
indica dos cosas: apertura y transmisión, tanto la acogida (estar
abierta) como la que entrega (trasmite): se la denomina
"Neguevah", que significa: la que está abierta, y la que da. Son dos
formas de expresión de lo fundamental de la persona: estar a la
escucha en una apertura a la trascendencia en las diversas
dimensiones de la persona, y comunicarse, acoger el amor y darlo,
recibir al otro y darle lo que necesita.
209
Vida más allá de la muerte
a) La capacidad de apertura se manifiesta cuando la mujer
es espacio de acogida, y María lo hace en sentido espiritual y
material: está siempre a la escucha de lo que Dios quiere, y
también ofrece su ser para acoger la vida, está abierta a la
maternidad y a la palabra, a la vida corporal y espiritual.
b) La capacidad de donación está también ahí, pues ese
término que expresa “mujer” tiene una raíz común con el verbo
"decir", estar al servicio de la palabra, del verbo, y –quizá por la
empatía, capacidad de agradar, etc.- es muy femenina la facultad
de la comunicación, el arte de transmitir, también ahí en los dos
sentidos de generar el verbo como madre y ofrecerlo a los demás
abriendo su maternidad a todos los hombres: entrega la Palabra, y
comunica la Buena Nueva; da a luz e ilumina a todos.
Estos dos aspectos maravillosos en la realización de la
misión de la Mujer por excelencia que es la Virgen María están
expresados en las dos fiestas que señalan la acogida y entrega de
Jesús: está unida a la Palabra de Dios, engendra el Verbo en su
interior en la Anunciación, y lo ofrece a los demás en el
Nacimiento. Son como dos fechas litúrgicas de los los aspectos. Ella
da sentido a su vida escuchando la palabra de Dios y realizando
con su libertad la obediencia de la fe. No sólo dijo “hágase en mí
según tu palabra” sino que se entregó como nadie, y por eso Jesús
responde al piropo de alabanza a su madre con un motivo más
alto: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la
ponen en práctica”.
Ella, “mujer” por excelencia, es la obra maestra de Dios,
“ensayada” en cada mujer de la historia hasta que llegó a su
perfección, en cada noche y en los mil luceros que la llenan, en los
ríos y cordilleras y puestas de sol. Es modelo para nosotros, a su
lado aprenderemos a vivir para acoger ese amor que nos da vida,
y transmitirlo hecho vida a los demás.
Jesús, encarnándose por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de la
llena de gracia, ha llevado a cumplimiento las antiguas promesas de un linaje que
nos elevaría a la dignidad de hijos de Dios, el sueño de tenerlo todo, de ser dios,
que llevamos dentro. María, modelo de la Iglesia creyente, totalmente confiada
en Dios, lo hace posible con su asentimiento humilde, sencillo y lleno de amor:
“Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Su apertura y
donación hacen el milagro: “Y el Verbo se hizo carne y puso su morada entre
nosotros”. El Espíritu de Dios, fuerza divina que conduce a los hombres hacia
210
Esperanza y salvación
Cristo, poder de Dios que nos trae a Cristo en el camino de la historia humana,
será también la herencia que Jesús nos deja por su pascua, la fuerza del amor que
ofrece al mundo como el don supremo de su vida (Pentecostés). El relato de la
anunciación refiere el momento culminante de la primera epifanía del Espíritu: La
fuerza de Dios que conduce a los hombres hacia el Cristo se adueña de María y la
convierte en madre (origen humano) de ese Cristo. Todo el relato (con la palabra
del ángel, la respuesta de María y la presencia creadora del Espíritu) se ordena
hacia una meta muy precisa: la salvación de los hombres. La instauración del reino
davídico ahí se realiza con plenitud: se pone la última piedra de la casa prometida
por Dios a David. Se pone la primera piedra del verdadero templo de Dios entre
los hombres. El cielo se acerca a la tierra. Y la tierra escogida para levantar este
santuario es María, una joven desconocida de Nazaret, un pueblo insignificante.
Esta es la página que divide la historia. Todo rezuma encanto, sencillez,
profundidad. Por parte de Dios, el amor más grande, que nos entrega a su Hijo,
pero respetando siempre la libertad humana, esperando la respuesta de María
para la decisión final. Por parte de María, la fe más grande, docilidad ilimitada,
entrega total. Por su palabra se encarnó en su vientre la Palabra. Su afirmación
anuló y superó todas las antiguas negaciones. Ahora las promesas hechas a David
se cumplen: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre... y su reino no
tendrá fin" (“Caritas”).
En tiempos de crisis económica, estamos un poco más cerca de lo que
representa este reino del pobre de Nazaret, al que vemos en los demás: "Pese a la
distancia, hasta nuestros oídos ha llegado el grito del hambre, desde Mogadiscio,
o de la guerra racista, desde Sarajevo. Pero también hemos registrado el grupo de
la insolidaridad y del miedo de la ultraderecha europea, atacando e incendiando
albergues para refugiados y hasta matando a personas dentro de ellos. Paco, 'El
Fugi', auténtico trotamundos forzado, hoy ya jubilado, comentaba que esto no es
nuevo, y contaba la de veces que él y miles de españoles como él habían tenido
que oír 'Ausländer raus!', en Hannover, o 'Vreedelingen Buiten!', en Amsterdam, o
'Foreigners go away!', en Manchester, o 'Etrangers déhors!', en París, o 'Stranieri
fuori!', en Milán... Y lo peor es que también los españoles hemos aprendido a
gritar en nuestro país '¡Extranjeros, fuera'... Y es que, se diga lo que se diga, a los
pobres nadie los quiere.» No tanto. Sí hay quienes hacen por los pobres y por los
extranjeros. Sólo que también es cierto que Europa, como tal, no quiere en su
seno a otros, ni siquiera a los europeos, cuando éstos no son del propio país.
¿Qué decimos y hacemos los cristianos europeos? (“Eucaristía 1993”).

211
Vida más allá de la muerte
V. “Mas líbranos del mal…”
(juicio, infierno)

Recuerda Ratzinger la
explicación que recibimos en la
infancia: “la corona de Adviento, con
sus luces, es un recuerdo de los miles
de años (quizá miles de siglos) de la
historia de la humanidad antes de
Jesucristo. Nos recuerda a todos
aquella época en que una humanidad
irredenta esperaba la salvación. Nos
trae a la memoria las tinieblas de una
historia todavía no redimida, en la
que las luces de la esperanza sólo se
encendían lentamente hasta que, al
fin, vino Cristo, luz del mundo, y lo
libró de las tinieblas de la
condenación. Aprendimos también
que esos miles de años antes de
Cristo eran un tiempo de
condenación, a causa del pecado
original, mientras que los siglos
posteriores al nacimiento del Señor
son ‘anni salutis reparatae’, años de
la salvación restablecida.
Recordaremos, finalmente, que se nos dijo que en Adviento la Iglesia, además de
pensar en el pasado, en el periodo de condenación y de espera de la humanidad,
se fija también en la multitud de los que aún no han sido bautizados, para los que
todavía sigue siendo Adviento, porque esperan y viven en las tinieblas de la falta
de salvación”… después de las masacres del siglo XX y las bombas atómicas, “si
somos sinceros, no volveremos a construir a constuir una teoría que distribuya la
historia y los mapas en zonas de salvación y zonas de condenación. Más bien, nos
aparecerá toda la historia como un mapa gris, en la que siempre es posible
vislumbrar los resplandores de una bondad que no ha desaparecido por
completo, en la que siempre se encuentran en los hombres anhelos de hacer el
bien, pero en la que también siempre se producen fracasos que conducen a las
atrocidades del mal”. Por tanto el adviento no es recuerdo, es presente, la Iglesia
no juega, vive una preparación, un evento, y hemos de atrevernos a vivirlo, no
cerrarnos a la salvación, no encerrarnos en nosotros mismos, abrirnos a la Verdad
que vence al mundo, al mal, aún a costa de las imágenes que nos hemos hecho.
“Creer verdaderamente significa contemplar la realidad con corazón valiente y
abierto, aunque esto vaya contra la imagen que a veces nos hemos hecho de la fe.
212
Esperanza y salvación
Algo típico de la existencia cristiana es que nos atrevamos a hablar con Dios desde
el abismo de nuestras tinieblas y tentaciones, igual que Job. Es esencial que no
pensemos ofrecer a Dios solamente una mitad de nuestro ser (la parte buena),
reservando el resto por temor a enojarlo. No; precisamente ante Él podemos y
debemos colocar, sin ambajes, toda la carga de nuestra existencia. Olvidamos
demasiado que en el libro de Job… Dios proclama, al final, que Job es justo,
aunque le ha dirigido los más duros reproches; mientras que sus amigos son falsos
oradores, a pesar de haber defendido a Dios, y haber buscado a todo una
solución bonita y una respuesta.
”Comenzar el Adviento no significa otra cosa que hablar con Dios igual que
Job. Significa ver con valentía toda la realidad, el peso de nuestra existencia
cristiana, y presentarla ante el rostro justiciero y salvador de Dios, aunque no
podamos dar ninguna respuesta –como Job-, sino que tengamos que dársela a
Dios, manifestándole qué faltos de palabras nos encontramos en nuestra
oscuridad” (Benedicto XVI).
Toda lo que podemos decir del más allá es que “ahora ya
somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que
seremos” (1 Jn 3,2), es decir ya, pero todavía no. Jesús no
responde cuando le preguntan si son muchos los que se salvan,
etc., no hace estadísticas, sino habla del camino estrecho, de la
lucha, y sobre todo del amor: en la parábola del juicio habla de
que lo que hacemos a los demás lo hacemos con él. “Tuve hambre
y me disteis de comer” –“¿Pero si no te vimos?”, le responden. –
“Cuando lo hacíais con uno de estos, conmigo lo hacíais”. Y a S.
Pablo le dirá: “¿Por qué me persigues?” y entenderá que Jesús está
en los demás, y hablará del Cuerpo de Cristo…
Para entender el camino hacia el cielo, hemos visto la relación
del hombre con Cristo y con la historia, y también hemos de
recordar ahora la relación de la persona con los demás.
1. El hombre, ser relacional
Muchos pueden decir con Dante: "En medio del camino de mi
vida, me encuentro en un bosque de una oscuridad " (Infierno,
canto 1) Esta experiencia y se la vez terrible y gozosa, porque
supone la constatación de encontrarse solo, solo ante el mundo,
solo ante Dios". La cita es de H. Nowen, Tres etapas en la vida
espiritual, un proceso de búsqueda (PPC 1996, 6). Voy a repasar
algunas notas que tomé de la lectura del libro: "En medio de la
vida turbulenta, a menudo caótica, se nos exige, en una primera
etapa, calar, con honradez y la labor, en ese nuestro ser íntimo. El
mismo tiempo, con enorme cuidado, en nuestro prójimo y, con
213
Vida más allá de la muerte
una oración cada vez más profunda, en Dios" (p. 7). Va repasando
cómo los demás influyen en nuestra vida, hasta el punto que lo
que hablamos nos configura: "Si alguno sigue aún dominado por
sus malos hábitos anteriores y sólo puede emplear su palabra, no
su vida, como medio de enseñanza, que hable... pero quizá, por
vergüenza ante la falta de sintonía entre su vida y sus palabras, al
fin empiece a llevar a la práctica lo que enseña de palabra" (John
Climacus, The Ladder of Divine Ascent, New York, Harper 1959,
203).
La vida espiritual se va configurando en unos frentes en el
amor: la relación con uno mismo, con los demás y con Dios. "La
primera polaridad tiene que ver con las relaciones con nosotros
mismos. Se trata de la polaridad entre la soledad negativa, amarga,
rechazada, la que se trata de evitar a cualquier precio, y la positiva.
La segunda polaridad constituye la base de nuestras relaciones con
los demás. Es la polaridad entre la hostilidad y el sentido de
hospitalidad. La tercera polaridad, la última y la más importante,
configura nuestras relaciones con Dios. Es la polaridad entre la
ilusión y la oración" (10). La primera etapa pues es el encuentro
con lo más íntimo de nosotros mismos: de el aislamiento a la
soledad, de una soledad asfixiante, entre la competencia y el
espíritu de equipo, hacia la libertad. "Este tipo de soledad amarga
es una de las experiencias humanas más universales, pero nuestra
sociedad occidental contemporánea ha llegado a un grado inusual"
(16), donde "las palabras y las imágenes que decoran el mundo
lleno de miedo se habrán de amor, delicadeza en las relaciones
humanas, de ternura y del gozo de la gente que vive en
comunidad totalmente despreocupada.
La sociedad contemporánea la que nos encontramos siente
agudamente en sus carnes la soledad amarga. Nos hacemos cada
vez más conscientes de que vivimos en un mundo en el que hasta
las relaciones más íntimas han entrado a formar parte de una
competencia, de una rivalidad.
La pornografía parece uno de los resultados lógicos de esta
situación, es la intimidad puesta en venta. En muchas tiendas
porno, cientos de jóvenes y ancianos solidarios, agarrotados por el
miedo de que alguien pueda reconocerlos, miran con expresión
214
Esperanza y salvación
vacía de chicas desnudas, dejan que sus mentes de desvanezcan en
habitaciones cerradas, llenas de intimidad, en las que un extraño a
ellos mismos pueda hacer desaparecer su soledad. Mientras tanto,
las calles se hacen un eco vocinglero de la lucha por la
supervivencia y hasta los establecimientos por no son incapaces de
silenciar ese ruido, y menos todavía cuando los suyos de sus locales
recortando los mirones que allí se va a comprar y no solamente
dejar que la vista se deleite o se engañe.
La soledad que es, en nuestro mundo actual, una de las
fuentes universales más importantes de sufrimiento. Los psiquiatras
y las clínicas de tratamientos psicológicos hablan de ella como de
la queja expresada, frecuencia por sus clientes, y la raíz, no sólo el
número creciente de suicidios, sino también del alcoholismo, del
consumo de drogas, de diferente síntomas psicosomáticos, como
pueden ser dolores de cabeza, de estómago, dolores de espalda, el
gran número de accidentes de tráfico. Niños, adolescentes, adultos
y ancianos están expuestos, cada vez en mayor medida, contagió
de la enfermedad de la amarga soledad en un mundo en el que un
individualismo competitivo intentar reconciliarse con una cultura
que habla de solidaridad, unidad y comunidad como ideales por
los que luchar" (17). El mundo está necesitado de gente alegre,
servicial, trabajadora, leal, sencilla y humilde, respetuosa, amante
de la libertad, prudente y comprensiva, piadosa… que dé paz, a la
que se le pueda decir: "Me gustaría verte". "Es un lenguaje que
desvela el deseo de estar cerca y de ser receptivos, pero que por
desgracia en nuestra sociedad no tiene la capacidad de curar las
heridas de nuestra soledad, porque el dolor real se siente allí
donde nos cuesta mucho que entre nadie" (18).
Un intento de eliminar la constatación de una situación
dolorosa: "nuestra cultura se ha hecho más refinada a la hora de
evitar el dolor, y no sólo el físico, sino en emocionar y elemental.
No solamente enterramos nuestras cabezas, como si aún
continuaron vivas, sino que también enterramos nuestras penas
como si ellas no estuvieran presentes en nosotros. Nos hemos
acostumbrado de tal modo a este estado de anestesia que nos da
pánico constatar que, en un momento dado, no hay nada ni nadie
que pueda distraernos. Por ejemplo, cuando no tenemos un
215
Vida más allá de la muerte
proyecto que acabar, ningún amigo al que visitar, ningún libro
querer, cuando tampoco podemos ver la televisión o poner un
disco, cuando se nos deja solos en su propio albedrío, se nos pone
tan cerca de la revelación en su condición de ser humano solitario
y nos entra tal miedo de experimentar este sentido de soledad
total, que solemos hacer cualquier cosa para ocuparnos de nuevo y
continuar el juego que nos hace creer que después de todo no pasa
nada, todo funciona a la perfección. John Lennon dice: "siente tu
propio dolor", pero ¡Qué doloroso se nos hace esto!" (20).
Somos torpes para enfrentarnos a dolor, buscamos
distraernos con sensaciones y corremos el peligro de convertirnos
en personas infelices que sufren por muchos deseos ardientes
insatisfechos y torturadas por expectativas que jamás pueden llegar
a cumplirse. "La primera emisión de cualquier escuela tendría que
ser proteger el privilegio de ofrecer un tiempo libre -la palabra
latina schola significa tiempo libre-, para comprendernos algo
mejor a nosotros mismos y nuestro mundo. Y no es fácil conservar
el tiempo libre como realmente libre y evitar que la educación
degenere en otra forma más de competencia y revalidad" (22).
El peligro de una solución final: "cuando nuestra soledad
nos lleva fuera de nosotros mismos, a los brazos de nuestros
compañeros en la vida, estamos, de hecho, dirigiéndonos a un tipo
de relaciones que nos causarán enormes sufrimientos, a amigos
que llegarán a cansarnos y abrazos que nos ahogarán" (23). Es "una
triste experiencia de cuantas veces las personas que sufren soledad,
a menudo agudizada por la falta de afecto en el círculo de su
propia familia, buscan una solución a sus penas y se empeñan en
encontrar un nuevo amigo, un nuevo amor o una nueva
comunidad con expectativas mesiánicas. Aunque su mente sabe
muy bien lo que significa la auto desilusión, su corazón sigue
clamando: "quizá esta vez he encontrado lo que consciente o
inconscientemente he estado buscando" (24).
Qué bonito, cuando las almas logran comunicarse,
compartir el “misterio interior”, para eso hay que tenerlo, pues si
no “jamás seremos capaces de formar comunidad. Es el misterio
interior el que nos atrae mutuamente nos permite establecer unas
relaciones de amistad duraderas. Una relación íntima entre
216
Esperanza y salvación
personas no sólo exige la apertura mutua, sino que también
necesita una protección de la unicidad de los demás" (25). Juntos,
pero demasiado cerca: "Lo mismo que las palabras pierden su
poder cuando no han nacido de nuestro silencio, de la misma
anegada apertura pierden todo sentido cuando no se ha sabido
mantener el santuario cerrado" (26). Hay una soledad buena, y el
encuentro con el otro no puede encontrarse en una masificación
humana, como dice Kahlil Gibran: "cantar y bailar alegres los dos
juntos, / pero deja a cada uno de vosotros esté solo / lo mismo
que las cuerdas de un laúd están solas, / aunque los dos se hallen
embebidas con la misma armonía.
Permaneced juntos, pero no demasiado / lo mismo que las
columnas de un templo están separadas, / y los robles y los
cipreses / carecen, pero nunca uno a la sombra del otro" (The
Prophet, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1951, 15-16) que significa
que ni la amistad ni ningún amor ni comunidad ni matrimonio
puede liberarnos esa soledad, "¿porque no seguimos nuestro deseo
de evitar los cuatro vientos esta soledad y buscar a alguien al que
poder abrazar y en cuyos brazos nuestro cuerpo tenso y nuestra
mente puedan encontrar un momento de descanso profundo y
gozar la experiencia momentánea de ser entendidos y aceptados?
Son preguntas difíciles porque nos llegan en sus corazones heridos
y nos mete en un camino difícil, casi un callejón sin salida. Es el
camino de la conversión de nuestra soledad inquietante, nuestra
soledad positiva. Para vivir una vida espiritual debemos, en primer
lugar, encontrar el valor para entrar en el desierto de nuestra
soledad desolada y cambiarla al fuerza de trabajo en un jardín
solitario. Esto exige no solamente valor, sino también una fe
fuerte. Tan difícil como es que la soledad de arenas abrasadoras
del desierto puede producir una infinita y variedad de flores, no es
imaginar que nuestra soledad esconde bellezas desconocidas. El
paso de la soledad desértica a la soledad positiva es, sin embargo,
el inicio de toda vida espiritual, porque es el paso de la turbación
de los sentidos a la quietud espiritual, de la búsqueda de los deseos
fuera de nosotros mismos, hacia la búsqueda interior, del temible
sentirse pegados unos a otros, al juego sin miedo" (68).
A veces, encontramos y oímos que una persona
217
Vida más allá de la muerte
excepcional nos dice: "No corras. Quédate tranquilo y en silencio.
Escucha atentamente tu propia lucha. La respuesta a tu pregunta
está oculto en tu propio corazón". Recuerdo un pobre que al
verme correr por Roma me dijo: " porque vas tan aprisa? Tómate
la vida con más calma." El auténtico guía espiritual es el que, en
vez de indicarnos que hacer o con quién ir, nos ofrece la
posibilidad de permanecer solos y arriesgarnos a estar solos. Nos
hace ver que derramar pequeñas gotas de agua en nuestro campo
seco no remedia la sequía, pero llegaremos a encontrar el pozo si
acabamos profundamente bajo la superficie de nuestras
lamentaciones " (30)... aunque fracasamos seremos libres como
decía el papa en encuentro de los jóvenes de 2000, aun el
matrimonio más encajado no puede llenarse totalmente en esa
intimidad que sólo Dios sacia. Una soledad receptiva: "un hombre
o una mujer que ha desarrollado esta soledad del corazón ya no se
siente descentrado por los más divergentes estímulos del mundo
que le rodea, sino que es capaz de percibir y entender de este
mundo de se un centro interior tranquilo... no es difícil distinguir
entre la inquietud y la paz interior, en creer que es juguete de
cualquier sensación y el que se siente libre, entre el solitario
involuntario y el que vive profundamente la soledad en medio del
mundo que le rodea. Cuando vivimos la soledad del corazón,
podremos escuchar con atención las palabras y los mundos de los
demás. Pero cuando somos arrastrados por la soledad inquietante,
tendemos a seleccionar aquellas señales y acontecimientos que
producen una satisfacción inmediata a nuestras necesidades
pusilánimes" (32).
"Quizá el consejo más importante para todos las personas
que se encuentran en momentos búsqueda es el que Rainer Maria
Rilke dio a un joven que le preguntó si debía escoger como
vocación la literatura, y dentro de ella, la dedicación a la poesía .
Rilke le dijo: ' preguntas si tus versos son buenos. Me lo preguntas
a mí. Antes es preguntada otros. Has enviado tus versos a
determinadas revistas. Los comparados con otros poemas y te
sientes molesto cuando ciertos editores rechazan tus esfuerzos.
Ahora,... te pido que te olvides de todo eso. Centras tu mirada
fuera de ti mismo, algo que en estos momentos te es
218
Esperanza y salvación
absolutamente nefasto. Nadie puede ni aconsejarte ni ayudarte,
nadie. No hay más que un camino. Interiorízate. Buscar los
motivos que te llevan a escribir. Descubre si todo eso se enraíza en
lo más profundo de tu corazón, piense seriamente si serías capaz
de morir si se te fuera negada la capacidad de escribir. Y, sobre
todo, en el silencio de la noche, pregúntate a ti mismo: ¿Debo
escribir? Sondea en ti mismo para tratar de encontrar la respuesta
más profunda, y si es afirmativa, si puedes responder esta
pregunta, la primera de todas, con un simple debo, entonces
construye tu vida de acuerdo con esa necesidad. Tu vida, incluso
en tú ahora, que tiene todas las apariencias de ser una nadería,
debe ser un testimonio de tu urgencia interior".
"Te pido con toda mi alma que seas paciente con todo lo
que no está resuelto en tu corazón y que trates de amar los
interrogantes mismos. De momento no busques las respuestas que
no se te pueden dar porqué no vas a ser capaz de vivirlas. Lo
importante es vivir todo; en este momento, los interrogantes.
Quizá luego, gradualmente, sin darte cuenta, te encontrarás, un día
distante, con toda la respuestas. De momento, acepta con gran
confianza todo lo que te llegue, pero sólo si surge de tu propia
voluntad, de una cierta necesidad de ser más tú mismo en la
profundidad de tu ser. Entonces Así podremos vivir, como Anne
Morrow Lindbergh, como un niño o un santo en la inmediatez del
aquí y del ahora" (Gift from the Sea, New York, Pantheon Books
1968, 40; Regalo del mar, Bcn, Circe 1994). Thomas Merton en
1950 escribía en su diario: "en la profunda soledad es donde he
encontrado el sentido profundo del amor que les debo a mis
hermanos. Cuando más solitario estoy, más los amo. Se trata del
afecto puro y del respeto por la soledad de los demás" (The Sign of
Jonas).... " aunque fuera del mundo, nosotros (los monjes) somos
del mismo mundo que todos los demás, el mundo de la bomba
atómica, el mundo del odio racial, el mundo de la tecnología, el
mundo de los medios de comunicación, de los grandes negocios,
de la revolución y de tantas otras cosas. Nuestra actitud es
diferente en relación con todas esas cosas, porque pertenecemos a
Dios. Pero también todos los demás que pertenecen... ese sentido
de liberación de la diferencia ilusoria supuso tal alivio y tal gozo
219
Vida más allá de la muerte
para mí que casi me eché a reír a carcajadas. Y supongo que mi
felicidad podría haber tomado cuerpo en palabras como éstas:
"gracias, Dios mío, gracias, Dios mío, porque soy un hombre
cualquiera, porque soy un hombre más entre los hombres". Es un
glorioso destino ser miembro de la raza humana, aunque se trate
de una especie que emplea su tiempo y su energía en cantidad de
cosas absolutas y en la que cualquiera puede cometer terribles
equivocaciones..." (Conjectures of a Guilly Bystander).
"Sin la soledad del corazón, la intimidad de la amistad, el
matrimonio y la vida de comunidad no pueden ser creadoras. Sin
la soledad del corazón, nuestras relaciones con los demás
fácilmente se convierten en algo necesario y excluyente, viscoso,
que nos ata los unos a los otros, que nos hace dependientes y
sentimentales, explotadores y parásitos, porque sin la soledad del
corazón no podemos experimentar los demás como diferentes de
nosotros mismos, sino solamente como personas de las que
podemos servirnos para colma nuestras propias necesidades, a
menudo ocultas.
El misterio del amor es que protege y respeta la soledad de
los demás y crea un espacio libre donde puede convertir esa
soledad angustiosas en soledad que ha ayudado a la persona a
conseguir su madurez total, que puede ser compartida. En esta
soledad podemos reforzar el respeto mutuo, estando
cuidadosamente atentos a la individualidad de los demás,
guardando una respetuosa distancia, obedientes a lo que el otro
desea, su privacidad, y por medio de una comprensión reverencial
de la sacralidad del corazón humano. En esta soledad nos
animamos mutuamente a entrar en el silencio de nuestro ser más
íntimo y a descubrir en ella la voz que nos llama más allá de
nuestra condición humana de sociabilidad, para entrar en una
nueva comunión. En esa soledad podemos lentamente hacernos
conscientes de la presencia de el, que abraza a los amigos y a los
amantes y nos ofrece la libertad de amarnos mutuamente, por que
el fue quien nos amó en primer lugar (1 Jn 4,19). Le dijo uno al
visitarle: "en este momento no tengo problemas, ninguna pregunta
que hacer. No necesito consejo ni orientación alguna.
Sencillamente quiero pasar un rato de charla distendida contigo
220
Esperanza y salvación
"nos sentamos, nos quedamos, oímos ruidos exteriores de la calle
en medio de un silencio cálido, y y lleno de vibraciones, con miras
y sonrisas que alejaban restos de miedos y sospechas luego el dijo:
"de gusto estar aquí.
Y yo le comenté: sí, es maravilloso encontrarnos juntos de
nuevo.
Y luego, seguimos en silencio durante un buen rato. Y a
medida que los vínculos de la paz se iba haciendo más fuertes
entre los dos, el dijo con un tono inseguro:.
Cuando te miro, es como si estuviera en presencia de
Cristo.
No me sentía extrañado, sorprendido, obligado protestar.
Me limité a responderle.:.
Y es el Cristo que hay que en ti el que reconoce al Cristo
que hay que mi.
Si-continuó-. El está en medio de nosotros-y luego dijo unas
palabras, que penetraron en mí alma, y que han sido las más
importantes que mí se me han dicho jamás y que han contribuido
a sanar mis heridas durante años-. Y ahora en adelante, vayas
donde vayas, y vaya donde vaya, toda la tierra que no se parecerá
tierra sagrada.
Cuando me dejó, sentí que me había revelado lo que
realmente significa la palabra comunidad" (41), cuando sentimos la
presencia de los más si no está." Al irse, tenía el deseo fuerte deseo
de encontrarme con él de nuevo, pero no podía evitar una
emoción, mezcla de desencanto, cuando se realizaba el encuentro.
Nuestra presencia física mutua era un obstáculo para nuestro
encuentro pleno. Como si sintiéramos que éramos el uno para el
otro más de lo que éramos capaces de expresar. Como si nuestros
caracteres concretos, individuales, empezaron a hacer de muralla
detrás de la cual celábamos para el otro más profundo de nosotros
mismos. La distancia creada por la ausencia temporal me ayudaba
a ver más allá de sus peculiaridades personales, y me revelaba su
grandeza, su belleza como personas, que era lo que formaba la
base de nuestro amor" (42). Kahlil Gibran escribió: "cuando te
alejas de tu amigo, no lo lamentes. Porque lo que amas más en él
puede hacerse mucho más evidente, brillante en su ausencia, lo
221
Vida más allá de la muerte
mismo que la montaña para el escalador es más visible desde la
llanura" (The Prophet, 50). Esta idea curiosa de decir al amado:
“vete, que mi amor por ti es más grande en tu ausencia” la he
leido en Ibn Arabi, de hace 1 milenio, y de él pasó a Dante y
Garcilaso de la Vega, etc.
Hemos de transmitir esta soledad acompañada en la que
vamos descubriendo a Dios. Da pena ver lo que escribía según
cuentan un adolescente suicida: "Estoy muy solo. En la vida hay
personas que son capaces de algo y otras que no sirve para nada,
entre las que estoy yo. Me voy a hacer un largo viaje. Confiad en
Jesucristo"… es penoso ver la ausencia de amor, la falta de sentirse
amados, que lleva a la búsqueda de la muerte a tantas criaturas. Es
importante saber para qué vivimos, y sabernos amados, y poder
pensar en nuestra soledad: ¿Cómo estoy yo vivo? ¿Quién lo
decidió? ¿Mi especie? Como tengo las cosas, como salen tantas
cosas... me han dicho estas razones, pero en el fondo qué pienso?
¿Cuál es mi misión? Me contaron de un chico que traté en una
escuela, y luego, con los años, se suicidó. Tenía problemas de
sociabilidad, quizá causado por las pocas luces que tenía, que le
llevaron a encerrarse en sus cosas. Antes de morir dijo a su madre:
“en la escuela fue el único sitio donde me trataron como una
persona”.

Apunta el prof. Alviar que al tratar del más allá un punto


central ha de ser que “el hombre es un ser-de-comunión. Así fue
concebido por Dios; así fue creado: con condiciones de posibilidad
para enlazar su existencia con la de otros seres; y así será, de modo
pleno, al final de los tiempos. La esencia relacional del hombre,
otorgada en la creación, encierra una revelación primordial, que
señala las cumbres de amor hacia las cuales Dios quiere llevar al
hombre. El dinamismo inscrito en la naturaleza humana es una
vocación a una comunión última”. Hay dos elementos de esta
verdad: la solidaridad con todos los santos; y la integración en un
cosmos transfigurado.
a) dimensión comunitaria : “En primer lugar, la solidaridad
escatológica. La comunión final es descrita como parte esencial de
la plenitud humana. A cada justo le corresponde vivir en la familia
222
Esperanza y salvación
de Dios, formar parte de su Pueblo, ser ciudadano de la nueva
Jerusalén. La conexión vital con el gran corpus de la humanidad
santa completa entonces el cuadro total de la bienaventuranza del
hombre. Desde esta perspectiva, el Pueblo de Dios in terris aparece
como la incoación intrahistórica, o sacramento, de una solidaridad
escatológica. También desde esta perspectiva, la escatología
individual y la escatología universal dejan de comportarse como
misterios separados, y aparecen integradas en un mismo conjunto:
la escatología del individuo es en último análisis una parte de la
escatología general”.
b) Dimensión cósmica. “De modo análogo, la suerte del universo es descrita
por los autores modernos como inseparablemente ligada al destino final del
hombre. El ser humano, por su condición de ser-en-el-cosmos, asocia su hábitat a
su propia historia (de divinización) y deja en él las huellas de sus relaciones con
Dios. La correspondencia hombre-mundo llegará a sus últimas posibilidades en la
escatología, cuando los dos polos serán plenamente armonizados. Lo bueno que
haya construido el hombre permanecerá entonces, purificado y perfeccionado
(como dice Gaudium et Spes 39). En consecuencia, los cristianos, lejos de
desentenderse de la construcción de un mundo digno, deben trabajar confiados
en que sus obras permanecerán”.

2. Concepción dinámica del hombre. El hombre, ser "bi-


dimensional"
El sentido del tiempo en relación con la eternidad, como
decíamos, es oscuro, porque está en la previsión de Dios, porque
para Él tot está presente, i lo sabe todo, el pasado, presente y
futuro, y en este sentido sabe lo que haremos y lo que pasará sin
que por eso dejemos de obrar libremente. Pero no miremos de
entenderlo, es un misterio, como me decía un amigo que se
imaginaba a Dios que se lo decía así: “es el misterio de mi
Voluntad y de mi libertad. Sólo te pido que me ames en todo lo
que haces. Gracias”. Quizá algo se puede entender si me remito a
una pregunta que suelen hacerme los niños de 10-12 años: "si Dios
lo ha creado todo, y todo tiene un comienzo, entonces ¿quién ha
creado a Dios, y cuando comenzó a existir, y quien había antes de
Dios?" y suelo contestar de este modo:
Estamos en un mundo, que es com un programa o mejor un
sistema operativo informático, que tiene unas instrucciones de
juego, unes coordenadas, que son el espacion y el tiempo. Está
223
Vida más allá de la muerte
claro que estando nosotros dentro no podemos saber cómo está la
cosa fuera de estas coordenadas, no estamos programados, no
podemos imaginarnos la cosa.
Pero Jesús ha entrado dentro este sistema, ha asumido
nuestra vida y costumbres, en resumen el amor y ha sufrido el
desamor, y nos ha enseñado que la vida es decir que sí al amor, y
vivir una eternidad de amor como hijos de Dios, y con él
atisbamos la eternidad, salir de esta reducción en la que estamos
limitados por el amor, que es infinito… lo demás nos limita.

Ser-en-el-tiempo-y-en-la-eternidad. Sigue diciendo J. Alviar: “podemos


definir al hombre como un ser límite. Es un sujeto en transición, con un pie en el
tiempo, y otro en la eternidad. Se sitúa por tanto en dos órdenes de existencia: el
tiempo histórico, en el que está fuertemente inmerso; y la eternidad, en donde
debe estar intencionalmente alojado, y hacia la que se adentra progresivamente.
Desde este punto de vista, el ser humano aparece, él mismo, como un nexus
mysteriorum, punto de contacto entre dos ámbitos misteriosos de la existencia. Si
Dios habita en la eternidad y entra en el tiempo, convirtiéndolo en kairos, el
hombre, a su vez, nace en el tiempo y penetra en la eternidad, convirtiéndola en
Patria”.
Algunas manifestaciones concretas:
a) La repercusión eterna de la vida-en-el-tiempo. “Emergen aquí el acento
puesto sobre el vínculo entre los actos intrahistóricos del hombre y sus
repercusiones eternas; y en consecuencia, la asignación de mayor peso a las obras
que el hombre ejecuta durante su vida”. Como dice C. Pozo, hay una “seriedad”
de la vida humana, que se aprecia a la luz del destino eterno del hombre. Esto,
como hemos visto, quita validez a las fases cíclicas y reencarnacionistas, etc.
b) Continuidad personal más allá de la muerte. “La defensa de la
continuidad del yo, más allá de la muerte, es la tesis de no-interrupción del hilo
vital, y reacciona ante las posturas que minusvaloran la continuidad personal”,
como algunos que hablan de la muerte total pues de hecho Dios tendría que hacer
una especie de re-creación del hombre al final de los tiempos, y sería como hacer
otro.
La retribución -premio o castigo- es prolongación de lo hecho en vida: no
algo debido a la suerte sino fruto de la libertad, de manera que uno puede
apartarse de Dios.
c) Seriedad de la historia universal. “Esta historia se escribe entre Dios y las
criaturas, y lo escrito queda para siempre: sus letras ni se borran, ni se enmiendan.
Su rumbo queda determinado, no sólo por actos de Dios, sino también por las
decisiones libres de las criaturas a lo largo de la historia. Esta tesis de
irrevocabilidad del decurso histórico hace frente a la devaluación de la historia
que propugnan las teorías de universos cíclicos y repetitivos, y a la volatilización
de la historia terrena propuesta por sectores pesimistas del cristianismo, que miran

224
Esperanza y salvación
con desprecio o desesperanza el mundo caído y prefieren su re-creación total” (J.
Alviar, y señalo aquí algunas lecturas que procuraré consultar para más adelante:
J. M. Casciaro et al. dir., Esperanza del hombre y revelación bíblica. Actas del XIV
Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra, Pamplona
1996. J. L. Ruiz de la Peña, La pascua de la creación; Y. Congar, La venida del
Señor en la gloria; S. del Cura Elena, Escatología contemporánea. También quiero
seguir consultando C. Izquierdo, J. Burggraf, J. L. Gutiérrez y E. Flandes, dirs.,
Escatología y vida cristiana, XXII Simposio Internac. de Teología de la Universidad
de Navarra, Pamplona 2002; C. Pozo, Teología del más allá, BAC, Madrid 1980;
id, La venida del Señor en la gloria, Edicep, Valencia 1993; J. Ibáñez-F. Mendoza,
Dios consumador: Escatología, Palabra, Madrid 1992; J. J. Alviar, Escatología,
EUNSA, Pamplona 2004).

Negociad mientras vuelvo … “frente a la muerte el enigma de la


condición humana alcanza su cumbre” (Catecismo, 1006): nuestra vocación se
manifiesta ahí con toda su grandeza, en el momento en que vamos al encuentro
con Dios, si no hay una clara conciencia de para qué vivimos, ese trance se ve
como un obstáculo para la realización personal, y es amargo hasta el infinito, pues
todo se acaba. Pero quien se sabe un proyecto para la eternidad, piensa que es el
paso de la caducidad, del ser efímero marcado por lo imperfecto, el pecado y la
mediocridad, a una realización completa del proyecto después del tiempo que se
nos ha dado en la tierra. Para unos es el final, la muerte para otros es el término
de la parábola de los talentos; tiempo de merecer que acaba con el premio. Son
las postrimerías, y es importante que meditemos estas verdades últimas, para
iluminar nuestra vida y con mejor luz podamos andar más expeditos.
Lc (19,11-28) nos habla de la parábola de las diez onzas de oro que hay
que hacer fructificar tiene, según Lucas, una intención: "estaban cerca de Jerusalén
y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro". Lo
del tiempo concreto de la vuelta no tiene importancia. Lo que sí la tiene es que,
mientras llegue ese momento -la vuelta del rey no parece inminente-, se trabaje:
"negociad mientras vuelvo". Tampoco es decisivo si con las diez monedas uno ha
conseguido otras diez, o sólo cinco. Lo que no hay que hacer es "guardarlas en un
pañuelo", dejándolas improductivas. La lectura de hoy es difícil de interpretar,
porque la parábola de las monedas está entremezclada con otra, la del
pretendiente al trono que no es bien visto por sus súbditos y luego se venga de
sus enemigos: una alusión, tal vez, al episodio de Arquelao, hijo de Herodes el
Grande, que había vivido una experiencia similar. Es difícil deslindar las dos, y tal
vez aquí lo más conveniente será seguir el filón de las onzas que Dios nos ha
encomendado y de las que tendremos que dar cuenta. Cuenta Flavio Josefo que
hacia el 4-3 a.C., tras la muerte de Herodes, su hijo Arquelao fue a Roma a recibir
su confirmación e título real, y ante su crueldad algunos judíos fueron al César
para que no se la concediese. Algunos hombres de Arquelao protegieron sus
propiedades mientras estaba fuera (mina es una unidad contable = 570 gramos
de plata = 100 dracmas). Esta parábola, enriquecida con otros motivos, aparece
en Mt como la de los talentos. Jesús supera la visión mesiánica de reinados de este
mundo, sitúa su reino a otro nivel, enseña que vendrá como Rey, que reinará y
225
Vida más allá de la muerte
juzgará. Además, que sus servidores no han de preocuparse por los enemigos del
Reino (v 14), sino hacer fructificar la herencia que les ha encomendado. Si
sabemos apreciar los tesoros que nos ha encomendado (vida, fe, gracia…)
pondremos empeño en hacerlos fructificar: “Que tu vida no sea una vida estéril. -
Sé útil. -Deja poso. -Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor.
Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los
sembradores impuros del odio. -Y enciende todos los caminos de la tierra con el
fuego de Cristo que llevas en el corazón” (S. Josemaría Escrivá).

3. El Juicio.
“Lo mismo que nos ocurre con el retorno de Cristo, así escapa
también el juicio a nuestros intentos por imaginárnoslo. El núcleo
de lo que con esto se quiere decir, se descubre, ante todo, cuando
preguntamos quién es para la Biblia el sujeto del juicio. A primera
vista la pregunta no parece que sea única. Como juez se menciona,
en primer lugar, a Dios (2 Tes 1,5; 1 Cor 5,13; Rom 2,3ss; 3,6;
14,10; cf Mt 10,28 par; 6,4.6.15.18). Se dice igualmente que es
Cristo (Mt 25,31-46; 7,22s; 13,36-43; Lc 13,25-27; 1 Tes 4,6; 1 Cor
4,4s; 11,32; 2 Cor 5,10); finalmente, en Mt 19,28 se les dice a los
Doce que ellos se sentarían, cuando llegara la ‘regeneración’, sobre
doce tronos y juzgarían a las doce tribus de Israel. Este enunciado
aparece ampliado en 1 Cor 6,2s: ‘O ¿es que no sabéis que los fieles
han de juzgar al mundo?... ¿no sabéis que juzgaremos a los
ángeles? ¡Con cuánta mayor razón los asuntos de esta vida!’ (cf
Dan 7,22; Sab 3,8; Ap 3,21).
Finalmente, en Juan el juicio se ha trasladado al presente de
esta vida, de esta historia nuestra; ese juicio tiene lugar ya en la
decisión que se toma por la fe o la incredulidad (3,17s; 9,39;
12,47s). Esto no quiere decir que se suprima, sin más, el juicio final,
pero sí que se le da una nueva relación con la cristología. De Cristo
se dice: ‘Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo,
sino para que el mundo sea salvo por medio de él’ (3,17). ‘…no
vine a condenar al mundo, sino a salvarlo’ (12,47). ‘El que me
rechaza y no recibe mis palabras, tiene ya quien lo condene: la
palabra que yo he anunciado, ésa lo condenará en el último día’
(12,48). La distinción que se hace entre la actividad propia de
Cristo y el efecto de su palabra, permite aquí una purificación
definitiva de la cristología y del concepto de Dios. Cristo no
condena a nadie, él es pura salvación, y quien se encuentra en él,
226
Esperanza y salvación
se halla en el lugar de la liberación y salvación. La perdición no la
impone Cristo, sino que se da donde el hombre se ha quedado
lejos de él; la perdición se debe a la permanencia en lo propio. La
palabra de Cristo, como oferta de salvación, pondrá de manifiesto
que fue el condenado el que puso la frontera y se separó de la
salvación.
Fijándose un poco se ve que detrás de la diferencia externa de conceptos
existe una unidad fundamental. Con su muerte el hombre sale a la realidad y
verdad manifiestas. Toma posesión del lugar que de verdad le corresponde. Ha
pasado de la mascarada de la vida; ya no hay lugar para esconderse tras posturas
y ficciones. El hombre es lo que en verdad es. El juicio consiste en la caída de las
máscaras que implica la muerte. el juicio es sencillamente la verdad misma, su
revelación. Esta verdad por supuesto que no es algo neutro. Dios es la verdad, la
verdad es Dios, es ‘persona’. Una verdad juzgadora, definitiva, sólo puede darse,
si tiene carácter divino. Dios es juez en la medida en que es la verdad misma. Pero
Dios es la verdad para el hombre en cuanto que se hizo hombre, en el cual él
mismo es la medida del hombre. Así que Dios es medida de la verdad para el
hombre en y por Cristo” (ESC). Y así la verdad juzga al hombre en su conciencia.
Pero Cristo está en su cuerpo, y en este sentido juzgan los fieles.
“Statutum est hominibus semel mori”: se muere una sola vez, y
después, el juicio (Heb 9,27); como decía Fray Luís de Granada en
su Vida de Jesucristo: “allí te preguntarán cómo has gastado el
tiempo, cómo has tratado tu cuerpo, cómo has recogido los
sentidos, cómo has guardado el corazón, cómo has correspondido
a las insinuaciones divinas, cómo has reconocido y usado de tantos
beneficios”. Qué tremendo será oír la sentencia que algunos allí
tendrán: “id, malditos, al
fuego eterno”... (Mt 25, 41)
Decía Gustavo Adolfo
Bécquer hablando de la gente
del Madrid de su época, “El
mundo del Congreso y las
redacciones, del Casino y de
los teatros, del Suizo y de la
Fuente Castellana... hoy en
una broma, mañana en un
funeral, todos de prisa, todos
cosechando esperanzas y decepciones, todos corriendo detrás de
una cosa que no alcanzan nunca, hasta que corriendo den en uno

227
Vida más allá de la muerte
de esos lazos silenciosos que nos va tendiendo la muerte, y
desaparezcan como por escotillón con una gacetilla por epitafio”
(Cartas desde mi celda). Como un ladrón en la noche llegará ese
momento en el que seremos despojados del cuerpo, de las
ilusiones y planes proyectados, dejará de latir el corazón y el
cadáver pronto será frío y rígido. Esto viene bien al pensar en
cuánta felicidad equivocada se quiere sacar a través de las
sensaciones efímeras que esclavizan, los apegamientos a gustos que
dejan un sabor amargo de haber sido engañados, y el alma vacía...
“Aquellos cuadros de Valdés Leal, con tanta carroña distinguida -
obispos, calatravos- en viva podredumbre, me parece imposible
que no te muevan. / Pero ¿y el gemido del duque de Gandía: no
más servir a señor que se me pueda morir?” (J. Escrivá).
Cuando le plantearon la pregunta sobre Dios y la eternidad a
Natalia Ginzburg, se recluyó en un silencio hecho de duda, duda
de quien se siente pequeño ante palabras demasiado grandes y
serias. En cambio, la visión cristiana es muy lúcida: “Todo lo de
aquí abajo es un puñado de ceniza. Piensa en los millones de
personas ya difuntas "importantes" y "recientes", de quienes no se
acuerda nadie” (San Josemaría Escrivá). Este sentido de la vida ha
de empapar todo lo que hacemos, para que nuestra realización
personal sea consciente y plena, nos enriquezca en la edificación
de una personalidad feliz: «¿de qué sirve al hombre ganar el
mundo entero si pierde su alma?» (Mt 16,26). En el mundo son
miles de personas las que mueren cada hora, cientos de miles cada
día, pasan del millón cada semana...; la parábola de las vírgenes
prudentes y necias nos hace pensar en aprovechar el
entendimiento para administrar el tiempo, tener aceite suficiente,
que nos permite tener la lámpara encendida para cuando viene el
Esposo (cf. Mt 25,1-13).

Aprovechamiento del tiempo. Si algo es completamente


seguro es que todos nos vamos a morir. Llegará el día: cuando,
donde y como Dios quiera. Se muere mucha gente, se muere todo
el mundo. 2.910 cada media hora, 135.380 cada día. Con la
muerte termina nuestra estancia en la tierra. No podemos ni

228
Esperanza y salvación
queremos vivir de espaldas a esa realidad. Desde esa perspectiva el
valor de las cosas de aquí abajo se pone en su sitio.
La muerte de los hijos de Dios. ¿Cómo moriremos? Felices y
tranquilos, con el alma muy viva y en gracia, atendidos y
acompañados por quienes nos quieren. Fieles... exprimidos como
un limón, con las manos llenas, con el corazón lleno de amor. Los
egoístas se mueren solos, llenos de dudas y miedos. El Señor nos
llamará en el mejor momento. Será el dulce encuentro con Jesús,
con María que nos sonreirá, con nuestro Padre, con todas las
personas que ya tenemos allí. Mateo (25,1-13) nos muestra las
vírgenes prudentes y necias. Sentido cristiano de la vida: «¿De qué
sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?» (Mt
16,26; sur886). El Apocalipsis (14, 13) nos plantea la Vida, y de un
modo muy claro Jesús: “quien crea en mí, vivirá” (Juan 11, 25).
Aprovechamiento del tiempo que se nos ha dado para
santificarnos: “luego viene la noche, cuando nadie puede trabajar”
(Jn 9,4).
Contaban de Juan Pablo II que mientras los del séquito estaban
agotados de tanto trabajo, él seguía dispuesto a continuar. En los
viajes, cuando la gente se relaja –se pone cómoda, respira...- y
descansa al ir de un sitio a otro en los entreactos, se le veía
leyendo un libro en lugar de mirar el paisaje, o pasando por el
pasillo ofreciendo bombones y gastando bromas. ¿Cómo lo
lograba? “Por las noches, procuro dormir”, decía él; pero
observándole de cerca es evidente que había más: la clave era la
intensidad con que hacía cada cosa. Cuando estaba rezando, lo
hacía recogido completamente, y si rezaba el Rosario estaba sólo
en eso; cuando lee, lo hace a fondo; cuando escucha, sólo está
para esa persona...
El esfuerzo por no matar el tiempo es fruto de darle valor. El
tiempo es limitado, todas las cosas humanas tienen un proceso de
caducidad, para muchos la actividad intelectual se resiente con los
años, produciendo una decadencia también física que hace pensar
en que son limitados los días que viviremos, que estos fluyen sin
posibilidad de recuperarlos: "El tiempo es un tesoro que se va, que
se escapa, que discurre por nuestras manos como el agua por las
peñas altas. Ayer pasó, y el hoy está pasando. Mañana será pronto
229
Vida más allá de la muerte
otro ayer. La duración de una vida es muy corta. Pero ¡cuánto
puede realizarse en este pequeño espacio, por amor de Dios!" (San
Josemaría Escrivá).
El tiempo es corto para amar y entregarse, y ser eficaces como
Dios desea. «Pierde una sola hora a la mañana y todo el día
andarás a la caza de ella» (R. Whateluy). El tiempo es un tesoro
que se nos ha dado para santificarnos. Después viene la noche,
cuando ya no se puede trabajar, es decir, la muerte. Por tanto, la
clave es vivir con ilusión cada momento, para hacerlo fructificar;
para tener una vida llena de obras de amor; que al caer de la tarde
y seamos juzgados en el amor (san Juan de la Cruz lo decía así)
tengamos muchos servicios hechos, trabajos acabado hasta los
detalles, buenos consejos dados, enfermos atendidos, tanta gente a
la que hemos escuchado con paciencia e interés... esos serán
nuestros avales para el “examen final”. Eso supone trabajo, que
cansa, cada cosa que hacemos es un encuentro con Dios, y cuando
al final de un día lleno estemos agotados, en esos momentos
podemos comprender por qué al Cielo se le suele llamar el
descanso eterno. El tiempo es el tesoro que tenemos para comprar
la eternidad, un don de Dios para administrar con responsabilidad,
sin desperdiciarlo pues en definitiva son unas pocas decenas de
miles de días de los que podemos disponer a lo largo de nuestra
vida.
Esa lucha ha de situarse en distintos frentes. En primer lugar,
tener claro qué es lo importante y una jerarquía de valores, para
no ceder a la pereza: evitar los retrasos, la poca intensidad en lo
que hacemos, aprovechar los fines de semana. El orden ha de estar
en primer lugar en la cabeza, en las ideas; así será más fácil la lucha
para tener ordenados los afectos, lo que queremos en la voluntad;
y luego irlo aplicando en nuestro mundo exterior, en las cosas que
hacemos. Así no habrá atolondramiento, sabremos qué hay que
hacer y con qué prioridades, que es poner primero lo que nos
parece que es más importante y hacerlo, sin pensar en lo que
vendrá luego, hasta acabar y pasar a otra cosa. En cambio, el
activismo es hacer las cosas rápido pero mal, al hacer las cosas
deprisa luego hay que repetirlas, es hacerlas dos veces. Hay que
vencer las impaciencias para no correr mucho sin saber a dónde
230
Esperanza y salvación
vamos, con “mucho ruido y pocas nueces”: como dice aquel
adagio, “despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien
importa más que el hacerlas”.
Todo eso, llevado al día a día, es heroísmo sencillo pero
encantador, se puede resumir en esta expresión: “haz lo que debes
y está en lo que haces, por amor”. Es vencer el egoísmo de pensar
que es “mi tiempo”, y vivir la generosidad al darlo para Dios y los
demás, en una disponibilidad que Teresa de Calcuta resumía así:
“tenemos sólo lo que damos, lo demás se pierde”: éste es el
“capital” que almacenamos en el banco de la eternidad, lo que
hemos entregado. Es el “hoy, ahora” de san Josemaría Escrivá, que
es lo único real, vivir cada instante con “vibración de eternidad”.
Víctor Frankl se entrevistó con este santo y luego diría de él: “este
hombre tiene una ‘bomba atómica’ en la cabeza. Se nota que en
él, el instante tiene todas las características de lo decisivo”.
Hay un salmo que canta: “ayúdame a contar los días, Señor”.
Con 30 años hemos vivido unos 10.000 días, y pensando en una
media de 80 años de vida, nos quedan 18.000 por vivir, siendo
generosos en el recuento. Como hay que aprovechar el tiempo,
bueno será ver cómo nos organizamos la agenda del año, la del
mes y la de la semana. Se trata de una planificación viendo las
cosas variables y las fijas. También podemos examinar las 24 horas
del día, y ver si dedicamos un tiempo a cada cosa y que sean las
cosas mejores. Es clave la puntualidad, tanto al terminar algo como
al comenzar lo siguiente que toca, eso es fuente de pequeños
sacrificios que forjan la voluntad y mortifican el egoísmo
manifestado en la “ley del gusto”, de hacer lo que me viene en
gana. En definitiva, todo ha de estar marcado por la caridad, de
ahí arranca la diligencia, el olvido de nosotros mismos para vivir el
arte de aprovechar el tiempo por amor. Ahí está la santidad:
Santificar el tiempo. “¿Quieres de verdad ser santo? Cumple el
pequeño deber de cada momento: Haz lo que debes y está en lo
que haces” (Camino, 815). Y cuando nos muramos, en realidad
será un cambio de casa: “Oh cuán poco lo de acá. Oh cuán mucho
lo de allá”...

231
Vida más allá de la muerte
La espada de Damocles: este filósofo, adulador de Dionisio I
de Siracusa, sufrió una prueba para
que viera qué débil era la seguridad
del gobernante. Damocles lo aduló
diciendo: “qué bien vives” y el
tirano le dijo “ya verás” y en una
fiesta le puso una espada colgando
de un hilo… encima de su cabeza, y
le dijo “para que veas lo intranquilo
que vivo, pensando siempre en
quién me puede matar”. Así es la intranquilidad del que se siente
como hoja llevado por el viento: “hojas de árbol caído juguetes al
viento son”… no podemos controlar la vida, y necesitamos
afianzar la esperanza en algo bien seguro, como dice S. Pablo: “sé
en quién tengo puesta mi confianza”. Y, al mismo tiempo, hemos
de llenar de contenido el tiempo. Henri Matisse hablaba de “vivir
avaramente cada minuto, a fondo”… Carlo Borromeo, al ver una
representación de la muerte con una guadaña, dijo: “no, ponedle
en lugar de la guadaña unas llaves de oro”, para indicar que es
camino a la gloria, para quien aprovecha la vida. Para ello,
aprovechar el tiempo. Emilio Arrieta era un místico navarro,
cuando en 1894 agonizaba le preguntaron: ¿cómo estás? Y
respondió: “mal, tan mal que si al amanecer alguien me dice que
he fallecido, no me chocaría nada”. Así hizo Ignasi Segarra, al
despertar de una crisis, y verse en el hospital ante gente extraña:
“¿estoy vivo o muerto?” O aquel que se moría y un acompañante
le hizo una pregunta poco oportuna: “¿Cómo te encuentras?” Y le
respondió: “para estar muriéndome, no me encuentro mal del
todo”. Voltaire pidió un sacerdote, muchos a la hora de la verdad
piden reconciliar su alma con Dios. A veces soñamos con que
morimos… más allá no, porque no podemos soñar –al parecer- lo
que no podemos imaginar: nos despertamos, o salimos de aquello
con una segunda oportunidad… Cuenta una carta, después del
accidente trágico del que salieron ilesos: “tal vez Dios nos ha dado
esta prórroga, como en los partidos, para enseñarnos a usar bien
ese peligroso don que es la vida”.

232
Esperanza y salvación
Hay gente que incluso tiene sentido del humor; decía Álvaro
de la Iglesia: la muerte es irse desanimando, desanimando,
desanimando, hasta que uno se desanima del todo. Hace poco he
leído el chiste de uno que llama preguntando por alguien: “¿está
fulanito?” y responden: “-no, pero vendrá”. –“¿Cuándo? ¿Tardará
mucho en ir?” –“no sé, pero vendrá”. “-oiga, ¿cómo está usted tan
seguro?, ¿con quién hablo?” –“Con el cementerio…” En la Misa de
hoy nos dice Jesús: “yo tengo pensamientos de paz y no de
aflicción”, de manera que si alguna cosa nos quita la paz, no es de
Dios, hemos de quitarla de la cabeza como si fuera una idea del
demonio, porque Jesús es Príncipe de la Paz, y hemos de pensar las
cosas –también las decisiones difíciles- de manera que nos den paz,
pensamientos de paz, de resurrección… de cielo, que vale la pena.
En la práctica, eso se hace pensando de manera positiva y
constructiva, sin olvidar que lo mejor está por venir, sin dejarse
ganar la batalla de la esperanza, que tanto fastidia al demonio, y
por eso nos quiere hacer perder la paz… Adquieren valor aquellos
momentos vividos de verdad, el que les demos sirviendo a Dios…
San Pablo escribe a los de Corinto: ¡qué breve es la duración de
nuestro paso por la tierra! Santa Teresa deseaba tanto la muerte
para encontrarse con el Amor “que muero, porque no muero”. Yo
disiento de esta manera de pensar –afirma san Josemaría- y digo lo
contrario: que vivo porque no vivo, que es Cristo quien vive en
mí. Tengo ya muchos años y no deseo morir; aunque, cuando el
Señor quiera, iré a su encuentro encantado: con su misericordia,
iremos a la casa del Señor. Pedid que esté contento también a la
hora de morir. Que los que me rodeen, me vean sonriente, como
he visto siempre sonrientes a mis hijos a la hora de la muerte.
Morir es -para nosotros- ir de bodas. Cuando se nos diga: sal, que
viene el esposo, que viene Él a buscarte-, pediremos la intercesión
de la Virgen: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros
pecadores, ahora...” ¡y verás a la hora de la muerte! ¡Qué sonrisa
tendrás a la hora de la muerte! No habrá un rictus de miedo,
porque estarán los brazos de María para recogerte. No os
preocupéis. Cuando llegue el momento, estad tranquilos. Pido al
Señor que llegue muy tarde para vosotros, muy tarde, para que
podáis ir con las manos llenas de frutos y de flores al encuentro de
233
Vida más allá de la muerte
Dios. (La admiración por santa Teresa y la asimilación de su
doctrina, por parte de S. Josemaría, era muy grande, pero sin duda
en este punto le costaba entender a la santa, precisamente por su
amor a la vida.)
A veces vemos un aspecto digamos negativo: que la muerte es
una ganancia y la vida un sufrimiento. Pero San Pablo lo lleva al
lado positivo: Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia.
Cristo, a través de la muerte corporal, se nos convierte en espíritu
de vida. Por tanto, muramos con Él, y viviremos con Él. En cierto
modo debemos irnos acostumbrando y disponiéndonos a morir,
por este esfuerzo cotidiano que consiste en ir separando el alma de
las concupiscencias del cuerpo... Tenemos un médico, sigamos sus
remedios. Nuestro remedio es la gracia de Cristo, y el cuerpo de
muerte es nuestro propio cuerpo. Por lo tanto, emigremos del
cuerpo, para no vivir lejos del Señor; aunque vivimos en el cuerpo,
no sigamos las tendencias del cuerpo ni obremos en contra del
orden natural, antes, busquemos con preferencia los dones de la
gracia. Pero hay que cuidar el “borrico” en el que cabalgamos, que
no es un instrumento sino que “soy yo”, forma parte de mí: “luego
no es lícito al hombre menospreciar la vida corporal sino que, al
contario, tiene que considerar su cuerpo como algu bueno y digno
de respeto, puesto que está creado por Dios y ha de resucitar en el
último día” (GS 14), aquí daría para mucho analizar los deportes
de “máximo riesgo” y los sacrificios extremos… aunque el Espíritu
Santo tiene sus mociones, y de esto hablaremos en otro sitio. ¿Qué
más diremos? Que hay un respeto al cuerpo muerto, y se le suele
enterrar (inhumación) que es una tradición más fuere que incinerar
pues la cremación es poética para algunos, práctica para otros o
cómoda, y está permitida por la Iglesia para un cristiano mientras
no haya motivos de rechazo a la doctrina, lógicamente, pero ya
conocemos la veneración a los cuerpos –reliquias- de los santos…
Con la muerte de uno solo fue redimido el mundo. Cristo hubiese
podido evitar la muerte, si así lo hubiese querido; mas no la
rehuyó como algo inútil, si no que la considero como el mejor
modo de salvarnos. Y, así, su muerte es la vida de todos. Hemos
recibido el signo sacramental de su muerte, anunciamos y
proclamamos su muerte siempre que nos reunimos para ofrecer la
234
Esperanza y salvación
eucaristía; su muerte es una victoria, su muerte es sacramento, su
muerte es la máxima solemnidad anual que celebra el mundo.
¿Qué mas podemos decir de su muerte, si el ejemplo de Cristo nos
demuestra que ella sola consiguió la inmortalidad y se redimió a sí
misma? Por esto no debemos deplorar la muerte, ya que es causa
de salvación para todos; no debemos rehuirla, puesto que el Hijo
de Dios no la rehuyó ni tuvo en menos el sufrirla. Nuestro espíritu
aspira a abandonar las sinuosidades de esta vida y los enredos del
cuerpo terrenal y llegar a aquella asamblea celestial, a la que sólo
llegan los santos, para cantar a Dios aquella alabanza que, como
nos dice la Escritura, le cantan al son de la citara: Grandes y
maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente, justos y
verdaderos tus caminos, !oh Rey de los siglos!... Este deseo
expresaba con especial vehemencia el salmista, cuando decía: Una
cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los
días de mi vida y gozar de la dulzura del Señor (CE de Liturgia
Perú).

“Las almas de los justos están en manos de Dios” (Misa de


difuntos), y dice también el prefacio: “En Cristo Señor nuestro,
brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección: y así aunque la
certeza del morir nos
entristece, / nos consuela la
promesa de la futura
inmortalidad. / Porque la vida
de los que en ti creemos,
Señor, / no termina, se
transforma; / y, al deshacerse
nuestra morada terrenal,/
adquirimos una mansión
eterna en el cielo”.
Ofrecemos a Dios la Misa por el alma de los difuntos, para
encomendarlos a Dios porque así como desde el bautismo han
compartido la muerte de Jesucristo, estén con Él en el cielo y
compartan plenamente su resurrección aquel día que Cristo,
resucitando los muertos, transformará nuestro pobre cuerpo para

235
Vida más allá de la muerte
hacerlo semejante a su cuerpo glorioso (de la Plegaria Eucarística
III).
Hay una interconexión en la que todos nos ayudamos… “La
comunión con los difuntos. "La Iglesia peregrina, perfectamente
consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de
Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con
gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos
oraciones pues es una idea santa y provechosa orar por los
difuntos para que se vean libres de sus pecados' (2 M 12, 45)" (LG
50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino
también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor” (Catecismo
958).

La oración por los difuntos es una tradición cristiana en la que


se contiene una profesión de fe en la existencia del estado de
purificación en que se encuentran las almas que no están
preparadas para entrar en el cielo. Afirmó Jesús, según recoge san
Mateo en su Evangelio, que a quien comete cierto tipo pecados, el
pecado contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este
mundo ni en el venidero. Algunos Padres de la Iglesia, como san
Gregorio, han entendido, a partir de esa frase del Señor, que
algunas faltas pueden ser personadas mientras vivimos en la tierra,
o bien después, en un momento posterior. Con razón, aparece ya
en el Antiguo Testamento, la práctica de ofrecer oraciones y
sacrificios en expiación por los pecados de los muertos. En el
segundo libro de los Macabeos se recuerda la colecta recaudada
entre los fieles para ofrecer un sacrificio expiatorio en favor de los
muertos para que quedaran liberados del pecado: “En aquellos
días, Judas, príncipe de Israel, hizo una colecta y envió a Jerusalén
mil dracmas de plata, para que ofreciesen un sacrificio por los
pecados de los caídos: obrando con gran rectitud y nobleza,
pensando en la resurrección (Si no hubiera esperado la resurrección
de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos.)
Pues veía que a los que habían muerto piadosamente les estaba
reservado un magnífico premio: es una idea piadosa y santa rezar
por los difuntos para que sean liberados del pecado (Mac 12,43-
46). Éste es el sentido de la liturgia exequial que no debe
236
Esperanza y salvación
oscurecerse: el hombre justificado puede necesitar una ulterior
purificación. Ese modo de vivir la caridad con los que nos han
precedido en el camino hacia la santidad, tal vez sea una de las
manifestaciones más delicadas de amor entre nosotros. En efecto,
quienes ofrecen esos sufragios –oraciones y sacrificios por los
difuntos– ejercitan de modo admirable, no solamente la fe en la
eficacia de la oración, sino que hacen asimismo actos espléndidos
de amor generoso y desprendido, para ayudar a quienes sufren,
pues se ven aún detenidos en su tránsito a la Bienaventuranza
Eterna de intimidad con Dios. También son los sufragios actos de
esperanza heroica, pues por la fe conocemos que nada de esa
plegaria se pierde, que redunda en eternidad gozosa para los que
han muerto encaminados hacia Dios. ¿Acaso podrán olvidarnos,
estando tan cerca de Dios, con tanta fuerza intercesora, a quienes
desde aquí les impulsamos al Cielo? ¿Acaso no serán nuestros
entusiastas valedores cuando finalmente alcancen la morada
celestial? Es admirable con cuánta vehemencia de san Juan
Crisóstomo hablaba a sus fieles de los que murieron, leales a
Jesucristo, necesitados todavía, sin embargo, de alguna
purificación: llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si
los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre,
¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los
muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en
socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por
ellos. La Santa Misa, sacrificio de Jesucristo en el Calvario, sacrificio
por antonomasia, es sin duda el mejor de los sufragios ofrecido
por los fieles difuntos. Desde los primeros tiempos, nos recuerda
en Catecismo de la Iglesia Católica, la Iglesia ha honrado la
memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en
particular el sufragio eucarístico, para que, una vez purificados,
puedan llegar a la visión beatífica de Dios. Tendríamos que
incorporar a nuestra piedad habitual la oración por los fieles del
Purgatorio. Así lo recomienda san Josemaría: “Las ánimas benditas
del purgatorio. —Por caridad, por justicia, y por un egoísmo
disculpable —¡pueden tanto delante de Dios!— tenlas muy en
cuenta en tus sacrificios y en tu oración. Ojalá, cuando las

237
Vida más allá de la muerte
nombres, puedas decir: "Mis buenas amigas las almas del
purgatorio..."”

La tradición de visitar los cementerios forma parte de esta


oración, decía Benedicto XVI: “el cuidado de las tumbas y los
sufragios como testimonio de esperanza confiada, a pesar del
dolor por la separación de los propios seres queridos” responde a
la verdad de que “la muerte no es la última palabra sobre el
destino humano, puesto que el hombre está destinado a una vida
sin limites, que encuentra su plenitud en Dios. Por esto, el Concilio
subraya que «la fe, apoyada en sólidos argumentos, ofrece a todo
hombre que reflexiona una respuesta a la ansiedad sobre su
destino futuro, y le da al mismo tiempo la posibilidad de una
comunión en Cristo con los hermanos queridos arrebatados ya por
la muerte, confiriéndoles la esperanza de que ellos han alcanzado
en Dios la vida verdadera» (GS 18). “Con esta fe en el destino
supremo del hombre, nos dirigimos ahora a María, que vivió al pie
de la cruz el drama de la muerte de Cristo y después participó del
gozo de su resurrección. Que ella, Puerta del cielo, nos ayude a
comprender cada vez más el valor de la oración de sufragio por
nuestros amados difuntos, nos sostenga en la peregrinación diaria
en la tierra y nos ayude a tener siempre presente la meta última de
la vida, que es el paraíso”, seguía diciendo el Papa.
Para acompañar a Cristo en su gloria, en el triunfo final, hace
falta que participemos antes en su holocausto, así nos identificamos
con Él. La devoción cristiana al Santo Cristo nos habla de que hace
falta morir para poder vivir, y cuando una persona a la que
apreciamos ha alcanzado la cumbre, después de haber disfrutado
de la vida, cuando ha conseguido llegar a la otra orilla, en este río
que es la vida, queremos recordarla con acción de gracias por el
tiempo que la hemos tenido cerca, por la vida que ha podido
disfrutar, plena de frutos de bondad. Dar gracias a Dios por todos
los años que hemos podido gozar de su compañía, con la pena de
no tenerla ya, pero con la esperanza de que la muerte es un cerrar
los ojos de aquí y abrirlos a la Vida, a la felicidad, donde se
disfruta ya del fruto de las obras buenas. Es sentir a Dios, que dice:
“ven conmigo, ya has trabajado lo suficiente, ahora a gozar”.
238
Esperanza y salvación
El enigma más grande de la condición humana es la muerte. Es
una cosa muy dolorosa que muera una persona a la que amamos,
y sentimos la necesidad de rezar, con la fe de que “las almas de los
justos están en manos de Dios”: la vida no se acaba con la muerte,
tan sólo se transforma, y cuando termina la estancia aquí en la
tierra empieza otra eterna en el cielo. Encomendamos en estos
momentos a quien al mismo tiempo esperamos que se encuentra
ya con Dios cara a cara, porque así como desde el bautismo ha
compartido la muerte de Jesucristo, así estará con Él en el cielo
compartiendo plenamente su resurrección, ahora con su alma y
después también con el cuerpo glorioso, aquel día cuando Cristo,
resucitando a los muertos, transformará nuestro pobre cuerpo para
hacerlo semejante a Él (de la Plegaria Eucarística III). Esto es el que
nos nace en el interior como queriendo expresar con palabras esa
vida buscaba quien estaba con nosotros: “Todo mi ser tiene sed de
ese Dios que me es vida”, dice el Salmo: “como la cierva desea el
agua viva, así mi alma busca mi Dios”.
"¿Y la muerte? ¿Dónde está la muerte? / En lugar de la muerte
tenía la luz.
Morir sólo es morir. / Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva. / Es cruzar una puerta a la
deriva / y encontrar lo que tanto se buscaba" (Martín Descalzo).
Sin embargo la realidad de fe no elimina la sensibilidad humana
ante el hecho traumático de la muerte, pero le da un sentido. ¿No
lloró Jesús ante el sepulcro de Lázaro, a punto de resucitarlo? Y
¿no se sintió triste hasta la muerte en Getsemaní y pidió al Padre
que pasara de Él el cáliz?
“En todo lo que hagas y pienses, habrías de comportarte como
si hoy tuvieras de morir. Si tuvieras las conciencia limpia, la muerte
no te daría mucho miedo. Sería mejor huir de los pecados que no
de la muerte. Si hoy no estás preparado, ¿cómo vas a estarlo
mañana?” (Imitación de Cristo, 1,23,1 en Catecismo 1014). Todo lo
que decimos de la solidaridad entre el Cuerpo de Cristo y la
misericordia no quita que los aspectos personales de la
responsabilidad ante el juicio siguen siendo vivos, siempre lo serán,
están en el Evangelio: ¿Piensas que estás preparado/a para morir
ahora mismo? ¿No te da la impresión de que a veces vives y actúas
239
Vida más allá de la muerte
de forma que parece que seas inmortal? Jesús nos dice: “vendré a
buscarte cuando estés más dispuesto, pero tú intenta mejorar día a
día, por el amor”. Prefiero pensar esto que no insistir en que será
como ladrón en la noche, que es una imagen real pero que no hay
que absolutizar, y menos ir por la línea que se ha llevado durante
tiempo al decir solo que seremos despojados del cuerpo, de las
ilusiones, de las cosas acumuladas…, es duro ver las herencias y, a
veces las peleas por ellas. Nada material se lleva el muerto, sólo su
alma conserva sus acciones. Todo esto es una parte de la verdad,
pero muy pobre. Se ha insistido mucho en el instante concreto en
que mi corazón dejará de latir, se volverá rígido mi cuerpo y
volverá al polvo de la tierra y entonces se iban poniendo ejemplos
del tipo de S. Alfonso María de Ligorio que conmovían a los de su
época e incluso a nuestros abuelos cuando iban a escuchar prédicas
de misiones y pláticas sobre el infierno. Recuerdo de un buen
sacerdote del que decían que para conmover a la gente predicaba
siempre sobre el infierno o la impureza. A veces vamos por la línea
tétrica sin darnos cuenta, o ponemos ejemplos “fuertes”, recuerdo
hace años un campamento de jóvenes que en las pláticas vi a uno
contar… “¡veinte!” y le pregunté qué eran, y me dijo: “son las
historias que cuenta en que alguien se muere, cuento los
muertos…”, lo decía divertido, pero me sirvió para reflexionar…
En la esquela de un joven del Opus Dei, de casi 18 años unida a
su foto -14 Julio 1965 /6 Julio 1983- dice: “Ignacio, el mundo no se
te fue de las manos, no perdiste el tiempo, lo gastaste fielmente,
lealmente. Tu vida no fue fácil. Dios eligió tu cruz, conocía tus
fuerzas, tus posibilidades, te pidió mucho. Supiste responderle
hasta el final sin una queja, sin una protesta. Era tal tu paz,
serenidad y alegría, que no parecía estuvieras enfermo. En el cielo
estarás gozando mucho, todo lo que no pudiste disfrutar aquí en la
Tierra y más, muchísimo más... y para siempre. Dios te reservaba
un gran premio y vas a celebrar con Él tu 18 cumpleaños. Cuidarás
de nosotros, ¿verdad?”
Me pasaron unas notas que me gusta recordar aquí: El tiempo nos ayuda a
plantear bien lo que nos queda por vivir. Asumir el peso de nuestros defectos, sin
disfrazarlos de falsas justificaciones: el orgullo que ha dado como fruto ese
carácter altivo, agrio, vanidoso o tímido que tiene la misma causa. Reconocer la
sensualidad infantil, adolescente y madura que lleva a tantas alucinaciones, deseos
240
Esperanza y salvación
y locuras. Averiguar las debilidades de la voluntad manifestadas en la pereza, la
gula, la avaricia, la tibieza y partiendo de ahí decir nunc coepi -ahora comienzo-
una vida nueva. Fuera pesos pasados. Y desear vivir el futuro con intensidad, con
ansias de verdad, de amor, de fortaleza consciente que el tiempo es corto.
El alma se va enriqueciendo con todo lo que ha adquirido en esta vida:
conocimientos, virtudes, experiencias, gracias. Nada se pierde, importa estar con
las manos bien llenas –“diez talentos me diste, Señor: aquí tienes otros diez”-. El
alma nunca se muere. Y se vive esperanzado con la realidad del día a día de
nuestro caminar por la tierra dirigiendo todo a Dios, hasta que “llegará aquel a,
que será el último y que no nos causa miedo: confiado firmemente en la gracia de
Dios, estamos dispuestos desde este momento, con generosidad, con reciedumbre,
con amor en los detalles, a acudir a esa cita con el Señor llevando las lámparas
encendidas. Porque nos espera a gran fiesta del cielo” (J. Escrivá, Amigos de Dios
54). No llevamos prisa, el tiempo es corto, la eternidad larga (cf Forja 1035,
1038). Con esta visión alegre, que como decía Benedicto XVI depende de sentirse
amado por Dios, ofrecerse como don y amarse unos a otros, así no cae uno en el
juicio, tenemos para reflexión la parábola del egoísta que quería controlar todo y
hacer graneros más grandes para reposar en el futuro, pero en sueños escucha:
“esta noche te pedirán el alma, y todo lo que has acumulado, ¿para quién será?
Así será el que atesora para sí y no es rico para Dios” (Lc 12).
Jesús en su psicología experimentó la muerte -y por tanto Dios sabe qué es
morir-, dejó ser hombre completo una horas. Cayó en el abismo y la Palabra calla,
el silencio la rodea y al mismo tiempo ese silencio habla de modo
inconmensurable de ese amor infinito de Dios.

El juicio particular y el universal. Dice el Catecismo (1021): “La


muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la
aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf
2 Tm 1,9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente
en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda
venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la
retribución inmediata después de la muerte de cada uno con
consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro
(cf Lc 16,22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf Lc
23,43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf 2 Co 5,8;
Flp 1,23; Hb 9,27; 12,23) hablan de un último destino del alma (cf
Mt 16,26) que puede ser diferente para unos y para otros”
(aunque en la Encíclica de la esperanza el Papa replantea lo dicho
aquí de la parábola de Lázaro, diciendo que Epulón está en el
purgatorio).
“Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su
retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a
241
Vida más allá de la muerte
Cristo, bien a través de una purificación (cf. Cc de Lyon: DS 857-
858; Cc de Florencia: DS 1304-1306; Cc de Trento: DS 1820), bien
para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf.
Benedicto XII: DS 1000-1001; Juan XXII: DS 990), bien para
condenarse inmediatamente para siempre (cf. Benedicto XII: DS
1002).
‘A la tarde te examinarán en el amor’ (San Juan de la Cruz,
dichos 64)” (1022).
“Con la muerte se decide la definitiva verdad de este hombre,
será algo nuevo cuando se haya purgado totalmente toda culpa
del mundo y cuando, en consecuencia, reciba su puesto en el
conjunto de modo definitivo, después de que se hayan agotado y
desarrollado todos los efectos de lo que el hombre hizo. De
manera que el que el conjunto llegue a la meta no es algo exterior
para el individuo, sino que representa una realidad que le afecta y
concierne del modo más íntimo” (ESC). Ante cualquier teoría nos
dice san Juan Damasceno: “la muerte es para el hombre lo que la
caída fue para los ángeles”, lo cita Tomás de Aquino para decir
que es el fin del tiempo de merecer. “Pero es cosa de Dios
únicamente el decidir cuál es la dirección última de la suma de las
decisiones que constituyen toda una vida. Sólo Dios puede decidir
si en esa vida, a pesar de todas las equivocaciones, sigue existiendo
un atisbo de disponibilidad o si la negación decidida llega hasta la
raíz. Es Dios quien conoce mejor que nosotros la sombra de
nuestra libertad. Es él también quien sabe del llamamiento y de las
posibilidades de que dispone el hombre. Puesto que sabe la
deficiencia del hombre, es por lo que como verdad se ha hecho
redención, sin perder la dignidad de la verdad” (ESC).
Ya hemos visto que los que están a punto de morir sufren una
extraña experiencia: toda la vida pasa en minutos, con claridad. El
verdadero cristiano está siempre dispuesto a comparecer ante Dios.
Porque, en cada instante -si lucha por vivir como hombre de
Cristo-, se encuentra preparado para cumplir su deber (J. Escrivá,
Surco 875).
Tendremos un juicio particular inmediatamente después de la
muerte y un juicio universal al fin del mundo. Un primer juicio
personal. Veremos tal como ha sido nuestra vida. Cada uno
242
Esperanza y salvación
delante de Jesús, delante de la Verdad, con nuestra propia
conciencia y según lo que se le ha otorgado.
Negociad mientras vengo, nos dice el Señor, y al final nos dirá:
dame cuenta de tu administración. En nuestro examen tenemos
que ver con los ojos de Cristo. Es decir, poner el listón muy alto.
No nos comparemos con los demás sino según lo que
verdaderamente, en conciencia, hemos podido hacer. Tenemos la
responsabilidad de ser muy santos porque podemos ser muy
santos. Esto nos anima a trabajar a mayor gloria de Dios, para Dios
toda la gloria: con rectitud de intención. Vivir pensando en el
juicio de Dios no en el de los hombres: Timideces, respetos
humanos, faltas de fortaleza. Al hacer lo que tenemos que hacer
tenemos que reírnos con Dios de lo que pensarán los demás.
Examen: ¿qué me mueve? en el trabajo, en la labor, en los
encargos. Sólo es eficaz lo que hagamos cara a Dios. Non nobis
Domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam.
El examen de conciencia ayuda para ver los hechos que nos
apartan, poco o mucho, de la intimidad con Jesucristo, como decía
el siervo de Dios Álvaro del Portillo, que nos proponía como un
propósito para toda la vida cuidar esta práctica de piedad: hacer a
conciencia el examen de conciencia. Nos sugería ir a las causas de
estos momentos de malhumor, de aquellas reacciones precipitadas,
desabridas, de un trabajo realizado de cualquier manera, de la
pobreza de Amor y de apostolado, de la falta de mortificación de
los sentidos. Sugería que pensáramos en las tres virtudes teologales
y viéramos que la fe era el empeño en examinarnos en los campos
de nuestra vida cristiana, la esperanza el propósito de mejorar que
confiábamos en la Virgen para luchar con la gracia del Espíritu
Santo y su intercesión, y el amor el acto de abandonado confiado
que se manifestaba en un acto de contrición. En esta lucha diaria se
mantiene viva la santidad, se prepara la confesión, que es un
adelanto del juicio: “que sus raíces son amargas, más sus frutos
suavísimos. Consiste, pues la virtud principal de la penitencia en
restituirnos a la gracia de Dios, y en estrecharnos con él por una
suma amistad”, da paz y serenidad de conciencia grandísima, con
suma alegría de espíritu, nada es tan grande que no se borre…

243
Vida más allá de la muerte
Dios se pone contento cuando nos ve esforzarnos por portarnos
bien.
San Josemaría nos animaba a que de esta forma no
estuviéramos nunca tristes, a manifestar las inquietudes y
preocupaciones, ventilarlas pues el alma necesita un desagüadero.

4. Amor y esperanza.
¿Cuál es la necesidad más radical del ser humano? ¿El deseo
más básico y elemental para ser feliz? Sentirse amado, para
siempre. Es decir, vivir una vida en plenitud enfocada hacia la vida
eterna, e ir con las personas que se aman. Hay momentos
importantes en la vida en que descubrimos eso, vemos que sí, que
“eso es vida de verdad, la felicidad, que es lo que queremos para
siempre”. De eso trata Benedicto XVI en las dos Encíclicas, la que
escribió sobre el amor y ahora sobre la esperanza, donde cuenta
que Josefina Bakhita
tuvo una vida
traumática de esclava
en África, desdeaba
tener un amo menos
cruel, hasta que
encontró unos amos
cristianos y conoció el
Amo distinto… Dios
Padre. “En este
momento tuvo
‘esperanza’… la gran
esperanza: yo soy
definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me
espera. Por eso mi vida es hermosa. A través del conocimiento de
esta esperanza ella fue ‘redimida’, ya no se sentía esclava, sino hija
libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a
los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios;
sin esperanza porque estaban sin Dios”, y deseaba que esto lo
experimentara mucha gente: “la esperanza que en ella había
nacido y la había ‘redimido’ no podía guardársela para sí sola; esta
esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos”.
244
Esperanza y salvación
El corazón de Dios se vuelca en nosotros como hijos suyos,
más allá de la realidad concreta de nuestras obras buenas o malas.
El otra día un niño, enfadado con su padre, le decía: “¡ya no te
quiero!” y el padre le contestaba: “pues yo sí, te seguiré queriendo
siempre”. Así hace Dios... El Salmo 102 canta el amor divino y su
misericordia: “Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus
beneficios. El perdona todas tus culpas y cura todas tus
enfermedades; el rescata tu vida de la fosa, y te colma de gracia y
de ternura; el sacia de bienes tus anhelos, y como un águila se
renueva tu juventud. El Señor hace justicia y defiende a todos los
oprimidos; enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos
de Israel. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y
rico en clemencia; no está siempre acusando ni guarda rencor
perpetuo; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos
paga según nuestras culpas. Como se levanta el cielo sobre la
tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente
del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. Como un padre
siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro…
la misericordia del Señor dura siempre, su justicia pasa de hijos a
nietos: para los que guardan la alianza y recitan y cumplen sus
mandatos. El Señor puso en el cielo su trono, su soberanía
gobierna el universo… ¡Bendice, alma mía, al Señor!” Siempre es la
misma canción: la alabanza fomenta nuestra felicidad y esperanza
porque nos transforma en aquello que deseamos… cuando hay
fundamento, la psicología positiva funciona.
Dicen de un niño que era un desastre, la maestra en lugar de
reñirlo se le acercó, él esperaba ya una bofetada, pero ella le dio
un beso, y le ayudó. Al cabo de los años, el chico, ya bien situado
en la vida, le escribió a la maestra que no había tenido experiencia
de los padres, vivía con unos tíos, y “el beso de aquel día fue el
primero que recuerda de su vida”, que a partir de aquel momento
cambió. Eso es lo que hace el amor, nos lleva a la salvación. En
una sociedad inmersa dentro del remolino de mejorar el bienestar
temporal nos ayuda a verlo todo -el hombre y la creación entera-
desde la felicidad última, no solo lo que somos sino sobre todo lo
que estamos llamados a ser. “Dios que nos ha abierto su Corazón,
245
Vida más allá de la muerte
es para nosotros no sólo ‘informativo’, sino también
‘preformativo’”, es decir: “puede transformar nuestra vida hasta
hacernos sentir redimidos por la esperanza”. Ante la pregunta:
¿Por qué nada del mundo constituye para nosotros un fin que nos
satisfaga? La esperanza nos lleva siempre más allá de las actuales
conquistas, en una sed de infinitud que no puede ser satisfecha
dentro del horizonte de este mundo, y el corazón del hombre se
acoge a un deseo que nos dirige más allá, hacia el final de los
tiempos. “Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva se
hace llevadero también el presente... la puerta oscura del tiempo,
del futuro, se ha abierto de par en par. Quien tiene esperanza vive
de otra manera; se le ha dado una vida nueva”, nos dice el Papa;
como descubrió la africana Bakhita en su conversión: “yo soy
definitivamente amada, pase lo que pase; este gran Amor me
espera. Por eso mi vida es bella”... Y eso cambia la sociedad desde
dentro, y ella quiere llevar esa esperanza a los demás y se
compromete en ello: “los cristianos reconocen que la sociedad
actual no es su ideal; ellos pertenecen a una sociedad nueva, hacia
la que están en camino y que es anticipada en su peregrinación”.
Como en los tiempo de los romanos, hoy “el mito ha perdido su
credibilidad” y se va hacia una “religión política”, esclerotizada y
reducida a ceremonial: “el racionalismo filosófico había relegado a
los dioses al ámbito de lo irreal”, cuando el esoterismo toma
cuerpo la órbita que da Jesús nos libera de las leyes de la materia y
de la evolución, para vivir en la órbita del Amor, ya no somos
esclavos del universo, no son los elementos del cosmos, las leyes
de la materia o las estrellas las que gobiernan el mundo y al
hombre, sino un Dios que ama: somos libres, la vida no se debe a
la casualidad sino que tiene un sentido, que avanza hacia el final
de la historia: “En aquel tiempo se levantará Miguel, el arcángel
que se ocupa de tu pueblo… entonces se salvará tu pueblo: todos
los inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo
despertarán: unos para la vida perpetua, otros para ignominia
perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los
que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas por toda la
eternidad” (Dan 12,1-3). Jesús es el filósofo en el sentido pleno de
la palabra: “el que enseña el arte esencial: el arte de ser hombre de
246
Esperanza y salvación
manera recta, el arte de vivir y morir (...) Que sabe indicar
verdaderamente el camino de la vida (...) Él vence la muerte; el
Evangelio lleva a la verdad que los filósofos ambulantes buscaban
en vano...” Jesús nos dice quién es en verdad el hombre y qué
hacer para ser verdaderamente hombre. Él nos indica el camino y
este camino es la verdad. Él mismo es las dos cosas, y por eso
también es la vida que todos anhelamos. Él indica también el
camino más allá de la muerte...”el Señor es mi pastor, nada me
falta...” incluso en el camino de la última soledad, en el que nadie
me puede acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo: Él
mismo ha recorrido este camino...
El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me
hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis
fuerzas.
Me guía por el sendero justo; por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas
conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de
mi vida,
y habitaré en la casa del Señor por años sin término”.
Recuerdo que un sacerdote que se preparaba para morir, me pidió
que le leyera este salmo: “en verdes praderas me hace reposar;
hacia aguas tranquilas me guía…”, era un buen excursionista, y
pensaba en la veces que subiendo por los prados iba cantando el
salmo, y ahora subía al cielo entonándolo también... “reconforta
mi alma, me conduce por sendas rectas…” sin miedo, pues con Él
vamos seguros: “aunque camine por valles oscuros, no temo
ningún mal, porque Tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me
sosiegan”. Y claro, él que había celebrado como sacerdote la Misa
cada día se imaginaba estar con Jesús: “preparas una mesa para
mí…” y después de haber sido ungido con el bautismo y el
sacramento del orden, ahora era ungido con la unción de los
enfermos: “unges con óleo mi cabeza”, pero –sigue diciendo el
salmo- ya iba a pasar de la mesa de la Misa terrena a la del cielo:
“mi copa rebosa”, para tener con Dios un sitio: “tu bondad y
247
Vida más allá de la muerte
misericoridia me acompañan todos los días de mi vida” –una vida
que ya no se acaba nunca- “y habitaré en la Casa del Señor por
años sin fin”."Has preparado una mesa... Has ungido mi cabeza
con óleo... consagración a Dios... cáliz de mi sangre" (S. Cirilo de
Jerusalén). S. Pedro, ante la desbandada posterior al discurso de
Cafarnaum, y la pregunta de Jesús de si querían ellos también irse,
respondía: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.
Jesús, el buen pastor, es el único que nos habla con verdad de las
dos palabras importantes de la vida: amor y muerte. No como los
charlatanes que no saben tocar la fibra, hablar auténticamente del
sentido de la vida. Jesús –recordaba Benedicto XVI- es el filósofo:
“Él nos dice quién es en realidad el hombre y qué debe hacer para
ser verdaderamente hombre. Él nos indica el camino y este camino
es la verdad. Él mismo es ambas cosas, y por eso es también la vida
que todos anhelamos. Él indica también el camino más allá de la
muerte; sólo quien es capaz de hacer todo esto es un verdadero
maestro de vida. Lo mismo puede verse en la imagen del pastor...
el pastor expresaba generalmente el sueño de una vida serena y
sencilla, de la cual tenía nostalgia la gente inmersa en la confusión
de la ciudad. Pero ahora la imagen era contemplada en un nuevo
escenario que le daba un contenido más profundo: «El Señor es mi
pastor, nada me falta... Aunque camine por cañadas oscuras, nada
temo, porque tú vas conmigo...» (Sal 22,1-4). El verdadero pastor
es Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la
muerte; Aquel que incluso por el camino de la última soledad, en
el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome para
atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino
de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para acompañarnos ahora
y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso
abierto. Saber que existe Aquel que me acompaña incluso en la
muerte y que con su «vara y su cayado me sosiega», de modo que
«nada temo» (cf. Sal 22,4), era la nueva «esperanza» que brotaba
en la vida de los creyentes”.
El salmo 22 comienza con una afirmación atrevida: "El Señor es
mi pastor, nada me falta". Hay gente que lo tiene todo
aparentemente, pero se aburre... hay muchas cosas, que podríamos
llamar salud física, y “social”, pero la salud interior es la más
248
Esperanza y salvación
importante. Este sentido espiritual de la persona es lo esencial,
donde desde Aristóteles se ha situado la centralidad de lo que es la
búsqueda de la felicidad; y hay elementos difíciles de encuadrar
como las emociones y sentimientos, sobre todo la búsqueda de
belleza y sus variantes artísticas (música, pintura, contemplación de
la naturaleza y el cosmos...). Podemos sin embargo especificar 3
aspectos: conocer la verdad (la búsqueda de la verdadera
sabiduría, es, según Boecio, la verdadera medicina del alma); amar
y sentirse amado (lo esencial de la persona); y tener esperanza
incluso más allá de la muerte, es decir motivos para luchar en los
proyectos, que es el máximo ejercicio de la libertad: el
compromiso (para un cristiano, quedan ahí reflejadas la fe, la
caridad y la esperanza). Con ello tenemos la armonía de las tres
funciones espirituales –trascendentales- de la persona, que son
inteligencia, amor y libertad. Interactúan en una realización
personal en la comunión, pues la persona no se realiza sola sino
como don a los demás, y es importante saber relacionarse, la
empatía y formas de carácter sociable: buscando la felicidad de los
demás encontramos la propia.
Iremos desarrollando estos puntos, pero ahora quería tocar algo que está
como en el motor de arranque, eso que llaman ganas de emprender proyectos,
ilusión por la vida, o como dice Jesús Arellano “encontrarse existiendo”, ese
disfrutar de la vida tiene algo que ver con el sentido de lo sublime, de participar
de lo grandioso, de lo bello: sólo la belleza es divina (porque de ahí surge todo
crecimiento espiritual, en el entender, sentirse amado y amar, y vivir la libertad en
una apertura a la esperanza). Perseguimos la sublimidad, como opuesto a lo
muerto, lo banal: queremos optar por la vida y la tenemos en la Vida: en el
fondo tenemos ganas de ser Dios, y esto se cumple con lo la suplantación (tomar
el fruto del árbol de la vida con técnicas reproductivas o progresos que nos hagan
innecesario a Dios) sino con la filiación divina, por el encuentro con Cristo, ser el
mismo Cristo (“ipse Christus”), o como dice s. Pablo, el “sublime conocimiento de
Jesucristo” (Fil 3, 8). Si la persona humana es, y debe seguir siendo, la clave
hermenéutica para encontrar el camino hacia este diálogo por la promoción
humana, la Iglesia ha declarado claramente su convicción de que su propia
identidad está fundada al mismo tiempo y de manera igual en los órdenes
antropológicos, teológicos y evangélicos que se reúnen en la clave hermenéutica
de la persona de Jesucristo. Gaudium et Spes 22 lo indica claramente al enseñar
que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado.”
Jesucristo “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la
sublimidad de su vocación”. El es “el fin de la historia humana, punto de
convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización,

249
Vida más allá de la muerte
centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus
aspiraciones” (n 45). De este deseo de sublimidad nacen las ganas de vivir para
algo alto, aunque no se sepa qué es... y de ahí surge esta multiplicidad de
funciones que se han sintetizado antes.
Las pasiones incontroladas desencadenan pulsiones instintivas y dependencias
(alcohol, sexo, drogas). Hay que educar toda pasión para que –integrándola en la
interioridad– nos ayuden a tener un corazón bueno, a base de acciones buenas
que se convierten en virtudes. Así, las tendencias hacia el bien, la verdad y la
belleza van dominando todo lo que hacemos, va creciendo en nosotros un anhelo
de sublimidad, de cosas grandes, y el deseo básico de amar y ser amado se va
purificando de adherencias egoístas que hacen daño. La nostalgia de no tenerlo
aún todo se va transformando en plenitud de tenerlo todo en la esperanza. La
pena causada por la limitación de la realidad (limitaciones físicas o psicológicas,
mal de la naturaleza y maldad humana) se vuelve entrega, servicio, y la certeza de
que todo mal no sería permitido por Dios si no fuera porque de ello puede sacar
–por caminos a nosotros desconocidos todavía– un bien más alto: surge de ahí
una confianza muy grande en la vida, que ponemos no en nuestras fuerzas o en el
destino, sino en algo que está más allá... en el fondo, en el amor de Dios, que no
siempre se intuye directamente. Pero cuando miramos un paisaje precioso, una
puesta de sol, los ojos de una persona amiga, nos embarga esa emoción del
misterio... Einstein en 1930 publicó un credo, “En qué creo”, apoyando a un
grupo de derechos humanos. En él defendía la noción de misterio. “La emoción
más hermosa que podemos experimentar es lo misterioso. Es la emoción
fundamental que está en la cuna de todo verdadero arte y ciencia. Aquel a quien
esta emoción le es ajena, que ya no puede maravillarse y extasiarse en reverencia,
es como si estuviera muerto, un candil apagado. Sentir que detrás de lo que puede
experimentarse hay algo que nuestras mentes no pueden asir, cuya belleza y
sublimidad nos alcanza sólo indirectamente: esto es la religiosidad. En esto
sentido, y sólo en este, soy un hombre devotamente religioso.”
Desde el punto de vista teológico, estamos hablando de la conformación con
Cristo por la gracia y en la gloria, como explicaría Santo Tomás. Si la
predestinación lleva a ser conformes a la imagen de Cristo resucitado (Rom 8,29),
¿en qué consiste esta conformación, para que seamos dios sin dejar de ser
nosotros mismos? Es decir, en el cielo no podemos estar como pegados
exteriormente a un Cristo total, pero tampoco podemos disolvernos en Él pues
sería panteísmo. Veamos los datos que tenemos en la teología tomasiana de la
conformación “in via”, para intuir más de la sublimidad de este misterio: algunos
términos claves en este sentido son: -similitudo, assimilatio de la persona a Cristo,
o conformitas, conformatio, configuratio: hay una misteriosa presencia del Espíritu
Santo en el alma (misión invisible): “Spiritus enim Sanctus in se sempre vivit, sed in
nobis vivit, quando facit nos in se vivere”. Es la dimensión pneumatológica de la
escatología. J. Alviar se preguntaba: ¿dónde está el Espíritu Santo? Denunciaba
“el poco espacio dedicado a la Tercera Persona Divina en la reflexión sobre el
misterio escatológico” (en Schmaus, Ratzinger, etc. Yo no lo he visto así en este
último, después de leer su tratado). Hemos hablado mucho del Espíritu en la
historia, desde la creación y a lo largo de la historia de la salvación, que santifica a
250
Esperanza y salvación
los hombres, y transformará el cosmos. Hemos citado la patrística y sobre todo la
liturgia, que es la regla de la fe, siguiendo los Símbolos, y también seguimos el
padrenuestro. Sí, el Espíritu Santo, Dominus et Vivificans, re-creará cielos y tierra
(cf Apoc 21,1; Gen 1,1), y nos transformará en seres capaces de dirigirnos a Dios
plenamente con el apelativo Abba (cf Rom 8,14-17). Los orientales no tratan por
separado –apunta el prof. Alviar- el aspecto pneumatológico de la escatología-, y
también aquí hemos insistido en el papel teleológico que juega el Espíritu: en la
divinización del hombre; en el misterio de la caridad y la comunión (divina-
humana); en la acción litúrgica, anticipadora de la gloria de Dios; en la futura
inmortalidad; y en la "Transfiguración" del universo. Por eso, sigue diciendo,
“parece urgente incorporar orgánicamente la pneumatología a la escatología”, y
para esto propone prestar mayor atención a la teología oriental, tanto la de los
tiempos patrísticos como la de los modernos, y cita autores como V. Lossky, G. I.
Mantzaridis, N. Bulgakov, J. Meyendorff y D. Staniloae (los dejo aquí apuntados,
para mirarlos en cuanto pueda).
Y esta presencia no es pasiva sino activa (cf Gal 4,6), es el Espíritu del Hijo
que nos conforma a Cristo. Y así “la criatura racional puede poseer la Persona
divina”. El “vivir la vida de Cristo”, es “revestirse de Cristo”, la radicalidad
bautismal: Revestirse de Cristo es vivir a su semejanza por las virtudes; es
necesario que quien se asemeja a Cristo por el bautismo, se asemeje a su
resurrección por la inocencia de la vida (cf 2 Tim 2,11), revestirse del hombre
nuevo (Ef 4,24) que es Jesucristo, que es principio de vida espiritual. La vida de
Cristo «redunda» y «se reproduce» de algún modo en el cristiano. ¿De qué modo?
Él es un maestro que enseña interiormente, mostrando los errores, y limpia los
afectos -pues mueve los corazones para aspirar a los bienes más altos-, también a
través de los Sacramentos, acciones de Cristo. Cristo es la Luz que dirige
interiormente al hombre, moviendo su voluntad, con la colaboración libre del
creyente que entonces recibe por el Espíritu Santo no sólo el Hijo sino también el
Padre (cf Jn 13,20). «El Hijo de Dios quiso comunicar a los hombres una filiación
semejante a la suya (conformitatem suæ), de modo que fuera no sólo Hijo, sino el
primogénito de muchos hijos» (Santo Tomás), “teniendo el mismo Padre que Él”.
La esta elevación a ser miembros de Dios por la filiación, divinæ consortes naturæ
(2 P 1,4), en el Aquinate, es sinónimo de la gracia, y es una lástima que esta
concepción tan rica se perdiera y se limitara solamente a una concepción casi física
de “estar en gracia” o no estar, como de tener algo según si se cumplen o no unas
normas: «Gratia est quædam supernaturalis participatio divinæ naturæ, secundum
quam divinæ efficimur consortes naturæ, ut dicitur in 2 Petr 1, 4, secundum cuius
acceptionem dicimur regenerari in filios Dei». En continuidad con los Padres de la
Iglesia, considera Santo Tomás que el hombre es imagen de Dios, por su ser
espiritual, y que se produce una espiritualización progresiva. «No conviene creer,
sin embargo, que el alma racional esté tomada de la substancia de Dios, como
erróneamente han creído algunos». Se trata de una perfección real de la «esencia
del alma» que sitúa a quienes la reciben en un “cierto orden divino”, en virtud
del cual son “en un cierto modo constituidos deiformes”. Esta “semejanza divina”
no lo es sólo de las operaciones de Dios, sino también de su vida eterna. El
camino para esa unión es la Humanidad Santísima de Jesucristo. La expresión “in
251
Vida más allá de la muerte
Christo” expresa entre otras cosas una participación escatológica en la misma vida
misma de Cristo: por la filiación divina participamos en el linaje de Cristo, el
nuevo Adán, nos incorporamos a la vida de Cristo: somos hijos de Dios in
Christo, viviendo su vida.

La sublimidad y el deseo de ser felices. Desde el punto de vista


antropológico, estamos hablando de entender la vida como
regalo. A veces pasamos por delante de algo precioso y no nos
paramos a mirar, banalizamos lo más grande, y así nos pasa
cuando dedicamos nuestra condición de personas a otra cosa que
al regalo de darse a los demás, como decía T. Melendo: “Cualquier
otra realidad, incluso el trabajo o la obra de arte más excelsa, se
demuestra escasa para acoger la sublimidad ligada a la condición
personal: ni puede ser «vehículo» de mi persona, ni está a la altura
de aquella a la que pretendo entregarme. De ahí que, con total
independencia de su valor material, el regalo sólo cumple su
cometido en la medida en que yo me comprometo —me
«integro»— en él. («¿Regalo, don, entrega? / Símbolo puro, signo /
de que me quiero dar», escribió magistralmente Salinas)”, y la
entrega a Dios Padre, la filiación divina, es lo más sublime. Quizá
se podría poner ahí la clave de ser uno mismo, sentirse vivo, y la
energía para ser feliz: el sentirse hijos de Dios, pero claro, para
quien no conoce mucho le basta seguir ese impulso, tan luminoso
que a veces los Padres lo usan como base de sus argumentos para
demostrar otras verdades de fe, y se entusiasman en presentar la
excelencia y sublimidad de la adopción sobrenatural; ha sido para
ellos tema de desarrollos al mismo tiempo elevados como también
prácticos. Así Cirilo de Jerusalén y el de Alejandría, S. Basilio, S.
Juan Crisóstomo, S. Agustín, etc. Según S. Ireneo, constituye el fin
de la Encarnación. S. Atanasio deja clara su relación con la
totalidad de la obra salvadora de Cristo, también con sus
sufrimientos. Clemente de Alejandría muestra su conexión con la
vocación a través del bautismo. Insisten -con la Escritura- en que la
gloria de Dios consiste en hacer de nosotros hijos adoptivos por
medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para
alabanza de la gloria de su gracia (Ef 1,5-6): «Porque la gloria de
Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre es la visión de Dios:
si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos
252
Esperanza y salvación
los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del
Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios» S.
Agustín resalta: «El Verbo se hizo carne y moró entre nosotros.
¡Trueque admirable! Él se hace carne, y éstos se hacen espíritu (...).
Fuisteis comprados a mucho precio; por vosotros se hizo el Verbo
carne; por vosotros, quien era el Hijo de Dios, hízose hijo del
hombre, a fin de que los hijos del hombre fuerais hechos hijos de
Dios». A los que creen en su nombre dioles facultad de ser hijos de
Dios (Jn 1,12); y añade: «¿Y cómo son hechos hijos de Dios? Los
cuales no de la sangre, ni de la voluntad de varón ni de la
voluntad de la carne, sino que de Dios son nacidos. Al recibir la
facultad de ser hechos hijos de Dios, nacieron de Dios. Notadlo
bien: nacieron de Dios, no por la mezcla de las sangres, como
tiene lugar la primera generación (...). ¿Qué eran, en efecto, estos
nuevos hijos de Dios? (...) El primer nacimiento es de varón y
mujer; el segundo es de Dios y de la Iglesia». Sentirse en casa,
libres, sin atarse a nada más que a intentar dejarse amar por ese
Dios que nos ama... eso es la vida. Decía Mossen Cima que un
alma se fue al cielo, con miedo de qué decirle a Dios, y el ángel le
tranquilizó: “-le dirás lo que todos...” y él insistió en sus miedo: “¿y
qué me dirá Dios, pues me he portado tan mal...” –“tranquilo, le
respondió el ángel: te dirá lo que a todos”. Cuando estuvo en la
presencia de Dios le dijo sólo: “¡Gracias, Señor, por amarme
tanto!”, y Dios Padre le contestó: “-Gracias a ti, por haberme
pedido perdón tantas veces”. Es la única cosa que Dios no puede,
esa limitación e impotencia de Dios, de superar la barrera de
nuestra libertad, por eso el Evangelio nos pide (Juan Pablo II lo
repetía): “¡abrir las puertas a Cristo!”, o al menos abrir el cerrojo
de nuestra alma, para que él pueda entrar. Santa Catalina de Siena,
al ver en la persona humana la imagen de la dignidad del Autor, su
amor inextinguible “con el que contemplaste a tu criatura en ti
mismo y te dejaste cautivar de amor por ella... ¡Inmenso abismo
de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda
mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la
infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de
la condición humana?” Espíritu de Amor que remite a la
sublimidad de la propia esencia de Dios en la revelación de
253
Vida más allá de la muerte
Jesucristo. El lenguaje humano siente la rígida limitación de sus
palabras, encerradas siempre dentro de la «jaula» (L. Wittgenstein)
que nos impide dar nombre a lo que constituye la esencia del
misterio, de esta vida auténticamente vivida, de aprender a
disfrutar estos “momentos mágicos” especiales de la vida, pero
sobre todo encontrar la sublimidad en lo ordinario. La felicidad no
está tanto en las grandes hazañas que soñamos con la imaginación,
como en vivir de manera sublime las cosas pequeñas, cosa más
difícil: dicen que los españoles son capaces de un “2 de mayo”
(fecha del levantamiento ante los invasores), es decir un acto
heroico, pero que lo que no son capaces es de un “3 de mayo, de
un 4...”, es decir la rutina del día a día. Vivimos para la
sublimidad, y hemos de saber encontrar la belleza en lo ordinario,
no hemos de esperar un mañana donde se hagan realidad los
sueños que vamos haciendo, ese “mañana” también vendrá, pues
lo mejor siempre está por llegar, pero lo que es verdaderamente
importante es encontrar en el
“hoy” una vida llena, aunque
no tenga momentos de
“éxtasis”, entusiasmantes, de
estar haciendo continuamente
algo “extraordinario”, con
descargas de adrenalina. En
este sentido, es equivocado
quien busca emociones
siempre nuevas, porque no
hay fuego sólo en la hoguera,
también es fuego las brasas, que a veces bajo la ceniza van dando
calor... En el fondo, cada día tiene un sentido positivo, porque la
vida es una canción que tiene una letra y una música; la letra, es lo
que toca hacer, y la música lo que da el ritmo, el entusiasmo, la
armonía. Ésta es la música del corazón: el amor, y se trata de
ponerla en la letra ordinaria, el “guión” de cada día. El misterio de
la vida está ahí, descubrir que todo es del Señor, y cuando nos
alejamos de Él perdemos esta sublimidad, vuelve el vacío, cuando
hemos probado el cielo la tierra no satisface, lo auténtico está,
como decía Joan Maragall, en ver que Dios está aquí, en lo de
254
Esperanza y salvación
cada día, el hombre está hecho para Dios, y de tendencia mira
también la tierra, y cuando absolutiza esta tendencia pierde
terreno la otra, y se pierde. No hablamos aquí de quien se aburre
porque tiene falta de serotonina, por una cuestión química, sino
que hay una retro-alimentación entre el sentido de sublimidad que
estamos analizando bajo la óptica de la filiación divina, y la vida
en el espíritu y virtudes, que de alguna manera vemos en toda
educación, que básicamente consta de dos elementos: motivación
y esfuerzo. Quien está motivado, se esfuerza, y quien se esfuerza
crece interiormente y se va motivando. El que tiene un motivo
para levantarse por la mañana, se levanta con más ganas que el
que no lo encuentra… Según este esquema, la vida cristiana
tendría como motor de arranque (más o menos consciente) este
querer ser dios, hijos de Dios, que se aviva con su consideración: el
sentirse hijos de Dios, que da alegría y libertad, de ello hablaremos
en otro momento.
En el fondo, es la motivación que nos da el Señor en Jeremías:
“Esta será la alianza que yo haré con la casa de Israel en aquellos
días, palabra de Yavé. Yo pondré mi ley en ellos y la escribiré en
su corazón” (31,33). E Isaías dice lo mismo con más claridad:
“todos tus hijos serán adoctrinados por Yavé” (54,13). Jesús cita
este texto (Jn 6,45), señala Benedicto XVI, “indicando que en el
tiempo de la nueva alianza no es necesario que unos hombres
hablen a otros de Dios, porque todos están llenos de su presencia”.
La ley externa está bien, pero la interna mucho mejor, y la que
más fuerza tiene es la de sentirse amado. Al ver el mundo
materializado, no hemos de juzgar ni condenar, que Jesús no lo
hace, sino proclamar la divina misericordia, ese amor de Dios, que
es lo que más mueve: el castigo también existe, pues si no hay
posibilidad de rechazo no hay libertad. Pero una vez dejado claro
este supuesto, volvamos a la necesidad de las personas, de sentirse
valoradas, cosa que se nota cuando oímos hablar a alguien,
cuando reclama atención nos lo está diciendo de mil modos. Esto
no quiere decir que las obligaciones no sean importantes, pues son
todo palabras si no hay hechos, servicio, y aunque muchas
personas hayan trabajado por hacer la voluntad de Dios, por un
sentido de obligación quizá muy ligado a la ley, ahí están sus obras
255
Vida más allá de la muerte
de amor, que son lo que cuentan, y no las palabras. Pero también
es importante el acogimiento, sentirse querido, como me decía una
persona al conocer a otros: “aquí me he sentido acogido, me he
sentido bien, querido: me gusta...” Por esto hemos de volver
siempre a Jesús, pues en los momentos de la historia (Papas,
Concilios, teología...) se ha explicado en el tiempo, en la cultura
del momento, una verdad que tienen mil potencialidades, que es
dinámica, como también es dinámica nuestra comprensión, nuestro
acercamiento a la verdad... La Biblia nos da siempre pistas del
discernimiento, para salir de la cultura racionalista que nos ha
aprisionado y nos aprisiona con su moralismo y sus reglas que se
multiplican hasta un nuevo fariseísmo, hay que volver a Jesús
continuamente, a ese sentirnos mirados por Él, sentir el amor que
cura. Jesús cuando nos mira nos muestra como podemos ser, y
esto nos mueve a ser nosotros mismos, a amar más, a vivir la
radicalidad del Evangelio, todo esto significa la luz del cirio
pascual. Y fuera de Jesús, todo cansa, nos despistamos, y hemos de
volver a la pista... todo esto es que con Jesús “nada me falta”: es
quien se sabe guiado y acompañado por la mano firme y
protectora del pastor, proclama con tranquila audacia su ausencia
de ambiciones. Tiene todo lo que necesita: conducción, seguridad,
alimento, defensa, escolta, techo donde habitar... Difícilmente
anidarán en su corazón la agresividad, la envidia, la rivalidad,
todas esas actitudes que amenazan siempre el convivir con los
otros fraternalmente.
Tendríamos que imaginarnos cómo pronuncia Jesús en
persona: "Nada me falta... El Padre me conduce... Aunque tenga
que pasar por un valle de muerte, no temo mal alguno... Mi copa
desborda... Benevolencia y felicidad sin fin... Porque Tú, Oh Padre,
estás conmigo...". ¿Quién mejor que Jesús, vivió una intimidad
amorosa con el Padre, su alimento, su mesa (Jn 4,32.34)? Es oveja,
y pastor... "Yo soy el Buen Pastor" (Juan 10,11). La tonalidad íntima
de este salmo, hace pensar en "una oveja", la única oveja que se
siente mimada por el Pastor: "El Señor es mi Pastor, nada me falta".
Esto evoca la solicitud de que habla Jesús cuando no duda un
momento en "dejar las 99 para ir a buscar la única oveja perdida"
(Mateo 18,12). Este mismo clima de "intimidad" evocará San Juan
256
Esperanza y salvación
para hablar de la unión con Cristo Resucitado, retomando la
imagen de la mesa servida: "entraré en su casa para cenar con El,
yo cerca de El y El cerca de mí" (Apocalipsis 3,20).
Los primeros cristianos cantaron mucho este salmo que lo
consideraron como el salmo bautismal por excelencia: este salmo
22 se leía a los recién bautizados, la noche de Pascua, mientras
subían de la piscina de inmersión de "aguas tranquilas que los
hicieron revivir"... Y se dirigían hacia el lugar de la Confirmación,
en que se "derramaba el perfume sobre su cabeza"... antes de
introducirlos a su primera Eucaristía, "mesa preparada para ellos".
Bajo estas imágenes pastorales de "majada" como telón de fondo,
tenemos una oración de gran profundidad teológica y mística;
Jesucristo es el único Pastor que procura no falte nada a la
humanidad... El nos hace revivir en las aguas bautismales... Nos
infunde su Espíritu Santo... Nos preparó la mesa con su cuerpo
entregado... Y la copa de su Sangre derramada... El conduce a los
hombres, más allá de los valles tenebrosos de la muerte, hasta la
Casa del Padre en que todo es gracia y felicidad. No podemos
buscar ser felices mientras miramos tanta gente desgraciada, la
felicidad es una puerta que se abre hacia fuera, hacia los demás.
Pero tiene una fuente secreta, estar con Dios: "porque Tú estás
conmigo"... "Nada me falta", cuando vivo esta experiencia. Vuelta
a la naturaleza. Es esta una de las aspiraciones del hombre
moderno. "Mirad las flores del campo", decía Jesús. Este salmo nos
invita a mirar las praderas, las fuentes, los trabajos pastoriles, la
mesa en que recibimos a los amigos, las casas que nos alojan.
Muchas alegrías inocentes están a nuestro alcance. ¿Por qué no
aprovecharlas? ¿Por qué no proporcionarlas a los demás? (Noel
Quesson).
Recuerdo una película-serie, “La mejor juventud” en la que cae
por el suelo el concepto de libertad de “dejar hacer” sin más, de la
revolución cultural de 1968, a veces se ve cómo esconde falta de
amor, cuando con un poco más de cuidado se evitan daños graves.
Cuando alguien quiere usar su libertad para algo malo, irreparable,
como por ejemplo tirarse por la ventana, hay que frenarlo, aunque
sea con violencia, pues en ese momento no tiene lucidez, y tiene
que esperar a que se le pase, y eso es ayudarle a ser libre... Vivimos
257
Vida más allá de la muerte
en un mundo de contradicciones, ídolos y modelos que ofrecen
liderazgos contrapuestos, variados, contradictorios, vacío de
ideales: Son días de oír al Buen Pastor:
“Oveja perdida, ven / sobre mis hombros; que hoy / no sólo
tu Pastor soy / sino tu pasto también.
Por descubrirte mejor / cuando balabas perdida, / dejé en un
árbol la vida, / donde me subió tu amor; / si prenda quieres
mayor, / mis obras hoy te la den.
Oveja perdida, ven / sobre mis hombros; que hoy / no sólo tu
Pastor soy / sino tu pasto también.
Pasto al fin yo tuyo hecho, / ¿cuál dará mayor asombro, / el
traerte yo en el hombro / o traerme tú en el pecho?
Prendas son de amor estrecho / que aun los más ciegos las ven.
/ Oveja perdida, ven / sobre mis hombros; que hoy / no sólo tu
Pastor soy / sino tu pasto también” (Luís de Góngora). Son días de
pedirle: “Pastor bueno, vela con solicitud sobre nosotros y haz que
el rebaño adquirido por la sangre de tu Hijo pueda gozar
eternamente de las verdes praderas de tu reino y tener parte de la
admirable victoria de su Pastor” (Oración después de la comunión
/ Oración colecta).
La fe entonces no es “tender hacia”, sino que también es “tener ya”, nos da
algo, es una prueba de lo que aún no se ve, “atrae al futuro dentro del presente,
de modo que el futuro ya no es el puro ‘todavía-no’. El hecho de que este futuro
exista cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y así las
realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras” (ES).
Lo siguió tratando Benedicto XVI en su encíclica sobre la esperanza (cf Hebr 11,1)
donde “se encuentra una especie de definición de la fe que une estrechamente
esta virtud con la esperanza. Desde la Reforma, se ha entablado entre los exegetas
una discusión sobre la palabra central de esta frase, y en la cual parece que hoy se
abre un camino hacia una interpretación común. Dejo por el momento sin
traducir esta palabra central. La frase dice así: «La fe es hypostasis de lo que se
espera y prueba de lo que no se ve». Para los Padres y para los teólogos de la
Edad Media estaba claro que la palabra griega hypostasis se traducía al latín con el
término substantia. Por tanto… la fe es la «sustancia» de lo que se espera; prueba
de lo que no se ve. Tomás de Aquino, usando la terminología de la tradición
filosófica en la que se hallaba, explica esto de la siguiente manera: la fe es un
habitus, es decir, una constante disposición del ánimo, gracias a la cual comienza
en nosotros la vida eterna y la razón se siente inclinada a aceptar lo que ella
misma no ve. Así pues, el concepto de «sustancia» queda modificado en el sentido
de que por la fe, de manera incipiente, podríamos decir «en germen» –por tanto
según la «sustancia»– ya están presentes en nosotros las realidades que se esperan:
258
Esperanza y salvación
el todo, la vida verdadera. Y precisamente porque la realidad misma ya está
presente, esta presencia de lo que vendrá genera también certeza: esta «realidad»
que ha de venir no es visible aún en el mundo externo (no «aparece»), pero
debido a que, como realidad inicial y dinámica, la llevamos dentro de nosotros,
nace ya ahora una cierta percepción de la misma. A Lutero, que no tenía mucha
simpatía por la Carta a los Hebreos en sí misma, el concepto de «sustancia» no le
decía nada en el contexto de su concepción de la fe. Por eso entendió el término
hipóstasis/sustancia no en sentido objetivo (de realidad presente en nosotros),
sino en el sentido subjetivo, como expresión de una actitud interior y, por
consiguiente, tuvo que comprender naturalmente también el término
argumentum como una disposición del sujeto. Esta interpretación se ha difundido
también en la exégesis católica en el siglo XX…: fe es: estar firmes en lo que se
espera, estar convencidos de lo que no se ve. En sí mismo, esto no es erróneo,
pero no es el sentido del texto, porque el término griego usado (elenchos) no
tiene el valor subjetivo de «convicción», sino el significado objetivo de «prueba».
Por eso, la exegesis protestante reciente ha llegado con razón a un
convencimiento diferente: …La fe no es solamente un tender de la persona hacia
lo que ha de venir, y que está todavía totalmente ausente; la fe nos da algo. Nos
da ya ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para
nosotros una «prueba» de lo que aún no se ve. Ésta atrae al futuro dentro del
presente, de modo que el futuro ya no es el puro «todavía-no». El hecho de que
este futuro exista cambia el presente; el presente está marcado por la realidad
futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las
futuras”.
Esta “sustancia” que crea una nueva libertad “se ha puesto de manifiesto
sobre todo en el martirio, que es donde se manifiesta máximamente la vida eterna
como hemos visto ya, en el cual las personas se han opuesto a la prepotencia de
la ideología y de sus órganos políticos, renovando el mundo con su muerte.
También se ha manifestado sobre todo en las grandes renuncias, desde los
monjes de la antigüedad hasta Francisco de Asís, y a las personas de nuestro
tiempo que, en los Institutos y
Movimientos religiosos
modernos, han dejado todo por
amor de Cristo para llevar a los
hombres la fe y el amor de
Cristo, para ayudar a las
personas que sufren en el cuerpo
y en el alma. En estos casos se ha
comprobado que la nueva
«sustancia» es realmente
«sustancia»; de la esperanza de
estas personas tocadas por Cristo
ha brotado esperanza para otros
que vivían en la oscuridad y sin
esperanza. En ellos se ha demostrado que esta nueva vida posee realmente
«sustancia» y es una «sustancia» que suscita vida para los demás. Para nosotros, que
259
Vida más allá de la muerte
contemplamos estas figuras, su vida y su comportamiento son de hecho una
«prueba» de que las realidades futuras, la promesa de Cristo, no es solamente una
realidad esperada sino una verdadera presencia: Él es realmente el «filósofo» y el
«pastor» que nos indica qué es y dónde está la vida” (ES).

¿Se puede ser feliz en esta vida? El Papa concluye este


apartado con el análisis de unas palabras bíblicas, una de ellas es la
«paciencia», perseverancia, constancia: esperar soportando
pacientemente las pruebas para poder «alcanzar la promesa» (cf
Hebr 10,36). “En la religiosidad del antiguo judaísmo, esta palabra
se usó expresamente para designar la espera de Dios característica
de Israel: su perseverar en la fidelidad a Dios basándose en la
certeza de la Alianza, en medio de un mundo que contradice a
Dios. Así, la palabra indica una esperanza vivida, una existencia
basada en la certeza de la esperanza. En el Nuevo Testamento, esta
espera de Dios, este estar de parte de Dios, asume un nuevo
significado: Dios se ha manifestado en Cristo. Nos ha comunicado
ya la «sustancia» de las
realidades futuras y, de este
modo, la espera de Dios
adquiere una nueva certeza. Se
esperan las realidades futuras a
partir de un presente ya
entregado. Es la espera, ante la
presencia de Cristo, con Cristo
presente, de que su Cuerpo se
complete, con vistas a su
llegada definitiva”.
Un tema clásico de la ética filosófica es –decía Aristóteles- que
la felicidad es cosa de los dioses, es decir del más allá, de la otra
vida. El hombre es un ser abierto, que no puede estar completo,
está contento pero no satis-fecho, nunca bastante-hecho, nunca
tiene bastante, y de esto estamos hablando, siempre quiere más,
necesita el cielo, y muchos han ahondado en que esto es un valle
de lágrimas, pero –añaden algunos-: ¡qué bien se llora!, porque
aunque no lo tenemos todo en muchas ocasiones la cosa no está
nada mal… Pero la fe nos dice más: tenemos la prenda de la
salvación, la gracia y la gloria sustancialmente tienen ya el cielo,
260
Esperanza y salvación
están en continuidad, y aquí ya tenemos el billete de lotería con el
“Gordo” ganador, aunque no tenemos los millones… aunque no
tenemos todo, tenemos la promesa, “la prenda de la salvación”,
no lo tenemos en cuanto que aún no poseemos el cielo pero sí en
la esperanza, y recordamos los famosos versos: …por una extraña
manera / mil vuelos pasé de un vuelo, / porque esperanza de cielo
/ tanto alcanza cuanto espera; / esperé sólo este lance / y en
esperar no fui falto, / pues fui tan alto, tan alto, / que le di a la
caza alcance.”
En este sentido de san Juan de la Cruz, me decían: “Nadie aquí
en la tierra me puede convencer de lo que nos espera, puedo creer
en los dogmas y tener esperanza. Pero si mi esperanza no es vivida
como si ya estuviera en posesión de lo que espero, no es esperanza
de verdad, eso es para mí la fe, creer por anticipado lo que espero
que ocurra, y vivir coherentemente.” Con ello, hemos de disfrutar
de este premio, de la alegría de la vida pues “la felicidad del cielo
es para aquellos que saben ser felices en la tierra” (san Josemaría).
Hay una continuidad… “Nos ha comunicado ya la «sustancia» de
las realidades futuras y, de este modo, la espera de Dios adquiere
una nueva certeza. Se esperan las realidades futuras a partir de un
presente ya entregado. Es la espera, ante la presencia de Cristo,
con Cristo presente, de que su Cuerpo se complete, con vistas a su
llegada definitiva” (ES).

5. La vida eterna – ¿qué es?


En el cielo “estaremos siempre con el Señor” (1 Tes 4,17). La
vida humana tiene, pues, un hacia dónde, un destino que no se
identifica con la oscuridad de la muerte. Hay una patria futura
para todos nosotros, la casa del Padre, a la que llamamos cielo. La
inmensidad de los cielos estrellados que observamos “allá arriba”,
desde la tierra, puede sugerir, a modo de imagen, la inmensa
felicidad que supone para el ser humano su encuentro definitivo y
pleno con Dios. Este encuentro es el cielo del que nos habla la
Sagrada Escritura con parábolas y símbolos como los de la fiesta de
las bodas, la luz y la vida. “Lo que ojo no vio, ni oído oyó, ni
mente humana concibió” es “lo que Dios preparó para los que le
aman” (1 Cor 2, 9). No podemos, por eso, pretender una
261
Vida más allá de la muerte
descripción del cielo. Pero nos basta con saber que es el estado de
completa comunión con el Amor mismo, el Dios trino y creador,
con todos los miembros del cuerpo de Cristo, nuestros hermanos
(singularmente con nuestros seres queridos), y con toda la creación
glorificada. De esa comunión goza plenamente ya quien muere en
amistad con Dios, aunque a la espera misteriosa del “último día”
(Jn 6,40), cuando el Señor “venga con gloria” y, junto con la
resurrección de la carne, acontezca la transformación gloriosa de
toda la creación en el Reino de Dios consumado (cf. Rom 8, 19-23;
1 Cor 15, 23; Tit 2,13; LG 48-51).
Conviene no olvidar que la vida nueva y eterna no es, en
rigor, simplemente otra vida; es también esta vida en el mundo.
Quien se abre por la fe y el amor a la vida del Espíritu de Cristo,
está compartiendo ya ahora, aunque de forma todavía imperfecta,
la vida del Resucitado: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti,
el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo (Jn 17,
3). El Papa Juan Pablo II, al proponer en su carta encíclica
Evangelium vitae la integridad del gozoso mensaje de la fe sobre la
vida humana, recuerda que ésta encuentra su “pleno significado”
en “aquella vida ‘nueva’ y ‘eterna’, que consiste en la comunión
con el Padre” (EV 1). “La vida que Dios da al hombre es mucho
más que un existir en el tiempo” (EV 34). “La vida que Jesús
promete y da” es eterna “porque es participación plena de la vida
del Eterno” (EV 37). Al mismo tiempo, el Papa no deja de señalar
que la vida eterna, siendo “la vida misma de Dios y a la vez la vida
de los hijos de Dios” (EV 38), “no se refiere sólo a una perspectiva
supratemporal”, pues el ser humano “ya desde ahora se abre a la
vida eterna por la participación en la vida divina” (EV 37). Todo
esto tiene inevitables consecuencias para la relación entre
escatología y ética, entre vida en plenitud y vida en el bien.
Por eso los padres bautizan al hijo, ahí piden “la fe… la vida
eterna”. “Los padres buscaban para el niño la entrada en la fe, la
comunión con los creyentes, porque veían en la fe la llave para ‘la
vida eterna’” (ES). Además, en la Eucaristía recibimos humanidad y
divinidad de Cristo, prenda y anticipación de la gloria del cielo. Y
porque, cada vez que se celebra la Eucaristía se realiza la obra de
nuestra redención y "partimos un mismo pan que es remedio de
262
Esperanza y salvación
inmortalidad, antídoto no para morir, sino para vivir en Jesucristo
para siempre" (S. Ignacio de Antioquía, cf Ef 20,2 y Catecismo
1405). Así, el ansia de inmortalidad que llevamos dentro viene
satisfecha, al contacto con la Eucaristía en la esperanza, en la
espera gloriosa del cielo.
Ya hemos comenzado a tratar de la cuestión de si de verdad queremos vivir
eternamente. Lo diremos ahora con palabras de Benedicto XVI: “Por un lado, no
queremos morir; los que nos aman, sobre todo, no quieren que muramos. Por
otro lado, sin embargo, tampoco deseamos seguir existiendo ilimitadamente, y
tampoco la tierra ha sido creada con esta perspectiva. Entonces, ¿qué es realmente
lo que queremos? Esta paradoja de nuestra propia actitud suscita una pregunta
más profunda: ¿qué es realmente la «vida»? Y ¿qué significa verdaderamente
«eternidad»? Hay momentos en que de repente percibimos algo: sí, esto sería
precisamente la verdadera «vida», así debería ser. En contraste con ello, lo que
cotidianamente llamamos «vida», en verdad no lo es. Agustín, en su extensa carta
sobre la oración dirigida a Proba, una viuda romana acomodada y madre de tres
cónsules, escribió una vez: En el fondo queremos sólo una cosa, la «vida
bienaventurada», la vida que simplemente es vida, simplemente «felicidad». A fin
de cuentas, en la oración no pedimos otra cosa. No nos encaminamos hacia nada
más, se trata sólo de esto. Pero después Agustín dice también: pensándolo bien,
no sabemos en absoluto lo que deseamos, lo que quisiéramos concretamente.
Desconocemos del todo esta realidad; incluso en aquellos momentos en que nos
parece tocarla con la mano no la alcanzamos realmente. «No sabemos pedir lo
que nos conviene», reconoce con una expresión de san Pablo (Rm 8,26). Lo único
que sabemos es que no es esto. Sin embargo, en este no-saber sabemos que esta
realidad tiene que existir. «Así, pues, hay en nosotros, por decirlo de alguna
manera, una sabia ignorancia (docta ignorantia)», escribe. No sabemos lo que
queremos realmente; no conocemos esta «verdadera vida» y, sin embargo,
sabemos que debe existir un algo que no conocemos y hacia el cual nos sentimos
impulsados” (ES). Ahí están nuestra grandeza y miedos, “lo esencial del hombre”:
“esta realidad desconocida es la verdadera ‘esperanza’ que nos empuja y, al
mismo tiempo, su desconocimiento es la causa de todas las desesperaciones”,
sigue diciendo, de todo lo grande y destructivo que vemos en el mundo y en mí y
en los demás.
Ya pusimos el ejemplo de nuestras coordenadas y del “programa” que nos
limita al comienzo de este capítulo, nos recuerda la película de “El día de la
marmota” donde se encuentra la gente “atrapada en el tiempo” y no puede salir
de una rutina de un día igual a otro exactamente igual… por eso “deseamos” esa
eternidad por un lado y “por otro no la queremos. Podemos solamente tratar de
salir con nuestro pensamiento de la temporalidad a la que estamos sujetos y
augurar de algún modo que la eternidad no sea un continuo sucederse de días del
calendario, sino como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad
nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad. Sería el momento del sumergirse en
el océano del amor infinito, en el cual el tempo –el antes y el después– ya no
existe. Podemos únicamente tratar de pensar que este momento es la vida en
263
Vida más allá de la muerte
sentido pleno, sumergirse siempre de nuevo en la inmensidad del ser, a la vez que
estamos desbordados simplemente por la alegría. En el Evangelio de Juan, Jesús lo
expresa así: «Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará
vuestra alegría» (16,22). Tenemos que pensar en esta línea si queremos entender el
objetivo de la esperanza cristiana, qué es lo que esperamos de la fe, de nuestro ser
con Cristo” (ES).

6. Retos para la verdad de la vida eterna.


El ansia de inmortalidad la llevamos en los huesos, en nuestro interior,
pero necesitamos la fe. Queremos ser felices, para siempre. Es el deseo del
corazón del hombre. Tenemos una apertura confiada a un futuro mejor y mayor.
Late en nosotros una una tenaz tendencia hacia esa plenitud de ser y de sentido
que llamamos felicidad. Nunca se encuentra el ser humano perfectamente
instalado en su finitud: nunca está satisfecha nuestra hambre de verdad, de belleza
y de bien, es el nuestro por naturaleza, un “ser proyectado hacia el futuro” o
“abierto”. Dum spiro, spero; o lo que es lo mismo: “mientras hay vida hay
esperanza”. Lo que significa, a la inversa, que allí donde se deja de esperar, se
comienza a dejar de vivir. Los hombres, de todas las épocas y de todas las
culturas, sabiéndose mortales, no han aceptado que la muerte fuera su último
destino; habiendo experimentado muchas veces la precariedad de sus proyectos,
nunca han dejado de planear y esperar un futuro mejor; siempre han trabajado en
una verdad: vivimos para la eternidad. Ahora se pretende hacer una religión a la
medida del hombre, en la que trabajan algunos filósofos como Amador Vega (en
sintonía con Raimundo Paniker, etc.). Dicen que es necesaria una religión para el
hombre, y que las institucionales no les gusta. Pero una religión no puede ser de
común acuerdo, un dios inventado no satisface porque aunque nos “comamos el
coco” al final sabemos que no es Dios. Dios es manifestado, no inventado, y al
dar razón de nuestra esperanza (cf 1 Pe 3,15), desvelamos para todos nuestros
hermanos los hombres una oferta de sentido y un horizonte último de
expectación que colma, en medida insospechada, el dinamismo de deseo y de
esperanza alojado en lo más íntimo del ser humano, es algo grande por lo que
merece la pena vivir.
Pero nos encontramos algunos desafíos a los que se enfrenta
hoy la esperanza cristiana. Un fenómeno particular de nuestro
tiempo que distorsiona a la esperanza cristiana es el nuevo
atractivo que parece presentar la idea de la reencarnación. Aunque
esta “moda” tiene de positivo que subyace un ansia, una sed de
eternidad y la eventual necesidad de purificación postmortal, no
tiene sentido que el espíritu de fulano vaya a otro pues será
siempre el espíritu de fulano; sólo en una perspectiva dualista
puede entenderse. La inmortalidad de las almas exige, por otro
lado, la resurrección de los cuerpos. Algunos piensan que este
tiempo es muy poco para hacer las cosas bien, pero Dios «nos
264
Esperanza y salvación
agració en el Amado. En Él tenemos por medio de su sangre la
redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia
que ha prodigado sobre nosotros» (Ef 1,6-8).
G. E. Lessing publica en 1780 La educación de la humanidad, parece hablar de
un progreso infinito a la luz del espíritu, con un optimismo que ha seguido con
Goethe y los románticos. Allan Kardec en el XIX propagó el espiritismo y en su
tumba hizo grabar: “nacer, morir, renacer otra vez y progresar siempre: esta es la
ley”, pero ese combinar reencarnación con progreso, es contrario a lo oriental,
donde se quiere salir de la rueda de la reencarnación. Orígenes rechaza la
metempsicosis (transmigración de las almas) y enseña la preexistencia de las almas
antes de su incorporación a la venida de los cuerpos, cosa reprobada luego. S.
Irineo de Lion habla de cómo las almas seguirán a Jesús e irán al lugar invisible al
que han sido asignadas esperando el momento de la resurrección.
La vuelta a un cuerpo o transmigración de las almas (metempsicosis) es una
respuesta a la pregunta de la muerte y el más allá, y del sufrimiento aquí y las
otras experiencias negativas como la injusticia, y el por qué vivimos: así, está
presente en religiones antiguas, y entre los celtas y griegos, algún latino como
Virgilio o bien gnósticos cristianos, maniqueos o cátaros o Cábala judía, pero es
entre los orientales donde constituye el núcleo de todo el pensamiento hinduista y
budista. Las teorías hindúes tienen la doctrina del Karma (=acción, obra) según la
cual, el destino de cada persona en esta vida y la futura está determinado por las
consecuencias de las precedentes o actuales acciones buenas o malas. Es una
doctrina de justa recompensa o compensación reparadora. “En su interior se
encuentra la idea de justicia. Al mismo tiempo debe responder al problema de la
teodicea, es decir, de la justificación de Dios ante el hecho de que a menudo a los
buenos las cosas les van mal, mientras el malo triunfa”. Entre ellos, “la teoría de la
vuelta a un cuerpo está en este caso inseparablemente unida con el tema de la
culpa y la expiación, de la purificación o catarsis; la rueda de nacer es castigo y
maldición y provoca horror y miedo”, en cambio en occidente se ha tomado algo
a la ligera como una forma de increencia, de alternativa de fe ¿quizá una forma de
escapar del dogma del cristianismo? El progreso occidental está basado en la
historia que es única: las cosas pasan y son así, y eso viene también de la visión
bíblica del tiempo y de la historia, en cambio las religiones orientales y su cultura
nos hablan de una imagen circular de eterno retorno, un repetirse cíclico. Ante
esto, la visión bíblica dice que nuestros días están contados, y “está establecido
que los hombres mueran una sola vez, y después el juicio” (Hebr 9,27), por eso la
vida es seria, y nos la tomamos en serio, no es un juego, es algo único que vale la
pena tomarse con responsabilidad, cada instante tiene valor. La imagen del mito
de Prometeo tiene de bueno que hay que hacer trabajos para purificarse, que nos
recuerdan purificarnos ya en esta vida, para ahorrarnos el purgatorio, y pensar en
esta purificación más allá de la muerte, para vivir nuestro tiempo con más
responsabilidad, con amor como “llama de amor viva”.
La “reencarnación” contradice el ser personal, “uno en cuerpo y alma”, y la
asunción de la carne resucitada y además plantean todo como una gimnasia de
esfuerzo, ahí no queda lugar para la gracia de Dios, la única capaz de redimir al
265
Vida más allá de la muerte
pecador y de purificarnos. Como tenemos una unidad alma-cuerpo, no podemos
intercambiar cuerpos, no son cortezas que se tiran, es parte de mí. Y la cosa no
está en esfuerzos de gimnasia como en el Karma. En la fe cristiana la cosa está en
dejar actuar al Espíritu, la gracia es quien nos salva, en la parábola de la viña los
que han trabajado una sola hora también se salvan (Mt 20,1-6), no necesitan otra
jornada de trabajo, pues es la fe la que salva (Rm 3,20-28; Ga 2,16): “pues habéis
sido salvados por la gracia mediante la fe, y esto no por vosotros, sino que es don
de Dios; tampoco procede de las obras, para que ninguno se gloríe” (Ef 2,8s). La
reencarnación es autorredención, autorrealización y el cristiano se sabe salvado
por Jesús, por un don gratuito, no es cuestión de muchas vidas sino de fiarse:
“Dios ama a cada hombre en particular desde la eternidad; ha dicho su SÍ a todo
hombre en Jesucristo. Lo que cuenta es vivir en esta vida el SÍ de Dios y hacerlo
completamente propio. Entonces ‘nada nos puede separar del amor de Dios, ni la
vida, ni la muerte’ (Rm 8,38); porque ‘ya vivamos, ya muramos, somos del Señor’
(Rm 14,8). El amor de Dios hecho visible en Jesucristo no puede fallar, no tiene
fronteras, ni siquiera ante la muerte. Por eso estamos siempre custodiados en la
muerte y más allá de la muerte”. En el Evangelio en cambio se nos habla de un
nacimiento “desde lo alto, por medio del Espíritu” (Jn 3,35), una nueva vida en el
nuevo mundo, es decir, una vida en Dios y con Dios”. Hay gente que habla de
vidas precedentes (E. Cayce, M. Bernstein, Th. Dethlefsen) o hace referencia a
experiencias de moribundos (R. A. Moddy; E. Kubler-Ross) pero son
inexplicables… (Walter Kasper, Reencarnación y cristianismo).
Dejarse salvar, este es el tema. “Lo que decide nuestra suerte eterna no es la
suma de las acciones, la cantidad de nuestros esfuerzos, la calidad de nuestros
éxitos, sino solamente esto: que hayamos abierto la puerta a Aquel que llama y
que quiere entrar para darnos la vida eterna. Pero para oír a Aquel que está a la
puerta (cf Ap 3,20) es necesario tener el deseo de ser salvados.
Poco importa que una vida sea larga o breve, lo que es decisivo para nuestra
salvación eterna no depende de la cantidad de años, sino únicamente de haber
acogido el amor salvador de Cristo, que no busca otra cosa que salvar a todos
aquellos que lo desean, aunque no sea más que en los últimos instantes de su
vida: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino” (Lc 23,42)” (Christoph
Schönborn, La respuesta cristiana al desafío de la reencarnación).

7. La divina misericordia.
Nos dejó Teresa de Ávila aquellas palabras que dan paz: “nada
te turbe, nada te espante. Todo se pasa. La paciencia todo lo
alcanza. Dios no se muda. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo
Dios basta”. Pues, como dice san Juan de la Cruz, hay una sed de
infinito que no se calma por mucha hermosura sino por un no sé
qué que se tiene por ventura, toda miel es algo finito, no es eso lo
que hay que buscar, ya que al fin cansa el apetito y empalaga el
paladar. El río de la vida es camino de eternidad, y podemos decir:

266
Esperanza y salvación
“Mis días se van río abajo, salidos de mí hacia el mar, como las
ondas iguales y distintas (siempre) de la corriente de mi vida:
sangres y sueños. / Pero yo, río en conciencia, sé que siempre me
estoy volviendo a mi fuente" (Juan Ramón Jiménez).
“Para mí vivir es Cristo, y morir una ganancia” (Flp 1,21), y
Jesús dijo al buen ladrón: “en verdad, en verdad te digo: hoy
estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,45), en una vida así, en
Cristo, no hay lugar para vueltas y búsquedas extrañas, el fin ya
está presente y no hay más que buscar, más de lo que
esperábamos…
Santa Teresita, apóstol de la divina Misericordia; ella nos hace
ver que “Dios es sólo amor y misericordia”, Dios es un Padre que
me ama, y por eso lo perdona todo;
realmente Dios antes que nada es Amor, y
todo ha sido hecho porque nos ama: "Dios
creó solo aquellos seres, de los que se
enamoró" (Card. Lehman). Cada uno
podemos pensar: existo, porque Él se
enamoró de mí. Soy aceptado por Dios; me
quiere como soy. En mí todo es gracia: nací
de un sueño de amor de Dios –que está
loco por mí- y me tiene un amor gratuito.
Una chica, al descubrir cómo vivir de la
gratuidad de Dios, escribía: “Una tarde
volvía yo de la reunión de oración y mi abuela me esperaba en la
cocina, como siempre. Yo le conté emocionada: ‘yaya, ¡no te
imaginas! ¡Dios me quiere como soy! No tengo que hacer nada
para que me quiera... ¿no es alucinante?’ Y a mi abuela se le
llenaron los ojos de lágrimas y me dijo: ‘me han estafado. Me han
engañado’. Y es que a ella le habían predicado que el amor de
Dios hay que merecérselo y ganárselo a base de méritos. Claro,
como eso es imposible, nunca se había sentido digna y, por tanto
feliz. Ella no conocía el significado de ‘dejarse amar por Dios’” (de
una revista de la renovación carismática). ¿Tiene razón la nieta o la
abuela? Realmente el corazón de Dios se vuelca en mí como hijo,
más allá de la realidad concreta de mis obras buenas o malas.
Cuántas angustias se han causado, por no explicar bien cómo es
267
Vida más allá de la muerte
Dios, mostrándolo como “justiciero”... El Salmo 142 es de
lamentación y súplica ante la angustia:
“Señor, escucha mi oración; tú, que eres fiel, atiende a mi
súplica; tú, que eres justo, escúchame.
No llames a juicio a tu siervo, pues ningún hombre vivo es
inocente frente a ti.
El enemigo me persigue a muerte, empuja mi vida al sepulcro,
me confina a las tinieblas como a los muertos ya olvidados.
Mi aliento desfallece, mi corazón dentro de mí está yerto.
Recuerdo los tiempos antiguos, medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed de ti como tierra reseca.
Escúchame en seguida, Señor, que me falta el aliento.
No me escondas tu rostro, igual que a los que bajan a la fosa.
En la mañana hazme escuchar tu gracia, ya que confío en ti.
Indícame el camino que he de seguir, pues levanto mi alma a
ti.
Líbrame del enemigo, Señor, que me refugio en ti.
Enséñame a cumplir tu voluntad, ya que tú eres mi Dios.
Tú espíritu, que es bueno, me guíe por tierra llana.
Por tu nombre, Señor, consérvame vivo; por tu clemencia,
sácame de la angustia”.
Ya hemos visto que toda justicia divina hay que entenderla
desde esa misericordia, todas las verdades de doctrina, hasta el
infierno: que no lo ha hecho Dios para nosotros, sino que es la
triste posibilidad de no amar, la autoexclusión de quien no quiere
amar a Dios y a los demás. ¿Es al mismo tiempo cierto que las
obras son meritorias? Sí, y pienso que sólo podemos captar la
Misericordia cuando abrimos el corazón, es como un chorro
inmenso que está siempre –el Amor que siempre está como
cayendo del cielo- pero del que sólo podemos llenarnos según
nuestro recipiente, la medida de nuestro corazón. ¿Cómo se
ensancha éste? Cuando se da; y es algo cíclico: la grandeza del
amor se multiplica cuando se da: eso lleva a fijarse en lo bueno, en
lo positivo de los demás, en sus cualidades, virtudes, acciones...
Hoy es particularmente iluminante este espíritu de Santa
Teresita, que nos muestra un Dios todo amor y misericordia,
268
Esperanza y salvación
donde la justicia queda explicada con la ternura. Escribe poco
antes de su muerte: “dice el Evangelio que Dios vendrá como un
ladrón. A mí vendrá a robarme con gran delicadeza. ¡Cómo me
gustaría ayudar al Ladrón!... no tengo ningún miedo del Ladrón.
Lo veo lejos y en vez de gritar: ¡al ladrón!, lo llamo diciéndole:
¡por aquí, por aquí!” Este espíritu -del Evangelio- es útil para
impregnar todos los campos (Derecho, relaciones laborales...) pero
pienso que particularmente la educación. Mirando una imagen de
Jesús con dos niños, explica con inocencia profunda: “soy yo este
pequeñito que ha subido al regazo de Jesús, que alarga tan
graciosamente su piernecita, que levanta la cabeza y lo acaricia sin
temor. El otro pequeño no me gusta tanto; le han dicho algo...,
sabe que debe tratar con respeto a Jesús”. Tantas veces la
educación –también la religiosa- ha sido cargada de un respeto que
da miedo, y lo que más ayuda al ambiente de nuestro tiempo,
lleno de miedo e inseguridad, es esa paz y esperanza de sentirnos
queridos, pese a nuestras equivocaciones e incertidumbres. Cuando
se encuentra vacía de obras buenas de cara al juicio que llega a su
muerte, dice la Doctora de la Iglesia que Jesús “no podrá pagarme
–según mis obras-... Pues bien, me pagará según las suyas”. Ese
hacerse niños es lo que queremos todos… Unamuno hacía así su
petición a Dios. “¡Agranda la puerta... Padre! Agranda la puerta,
Padre / porque no puedo pasar, / la hiciste para los niños. / Yo he
crecido a mi pesar. / Si no me agrandas la puerta, achícame, por
piedad. / ¡Vuélveme a la edad bendita en que vivir... es soñar!”
La comunión con Cristo inmediatamente después de la
muerte según el Nuevo Testamento está muy clara, y es una
novedad pues los judíos pensaban en un “infierno” que en
contraposición al cielo estaba debajo de la tierra («bajar al sheol»:
Gen 37,35; Sal 55,16 etc.), sin que hubiera una vida individual en
ellos, de alabanza a Dios, como una masa anónima, sin
retribución. Los judíos tienen el Gehenna (infierno de los malos) y
Sheol (Limbo de los muertos justos). La fe va mostrando su “cara y
ojos” paulatinamente, y habla de sacar a alguien del sheol (1 Sam
2,6; Am 9,2 etc.) hasta llegar a la resurrección de los muertos (Dan
12,2; Is 26,19) que es dominante en tiempos de Jesús, aunque
luego lo perdieron otra vez. El Sheol podríamos llamarlo nosotros
269
Vida más allá de la muerte
limbo de los justos, donde estarían Abraham y los justos, y se
distinguía de la Gehenna (infierno de los condenados, donde no
tenía sentido que Jesús fuera en su descendimiento a su muerte).
Los judíos creían en estos dos lugares tras la muerte: Descendería
Jesús resucitado a este sheol a “despertar” a las almas justas. Hay
dos lugares, para los justos y los impíos, hasta el juicio último, en
el que se pronunciará la sentencia definitiva; pero ya en estos
diversos estratos reciben, de modo inicial, la retribución debida (Lc
16,19-31). Así Jesús crucificado promete al buen ladrón: «Yo te
aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43). Jesús
quiere recibir al buen ladrón
en comunión consigo
inmediatamente después de
la muerte. Esto crea un
problema a los que piensan
en la necesidad del
purgatorio como tiempo de
purificación, pero es que el
Señor no tiene memoria, se
le olvida porque sabe que
con la purificación de la cruz
el abrazo que le dará al buen ladrón ya está purificado, las
bienaventuranzas tienen esto: liberan del purgatorio, como se nos
dice en una de las fórmulas de la Reconciliación: “el bien que
hagas y el mal que habrás de sufrir te sirvan como perdón de tus
pecados, aumento de gracia y premio de vida eterna”. Esteban en
la lapidación manifiesta la misma esperanza; en las palabras «estoy
viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la
derecha de Dios» (Hch 7,56), juntamente con su postrera oración
«Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hch 7,59), afirma que espera ser
recibido inmediatamente por Jesús en su comunión” (CTI).
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de
los Cielos. Podemos paladear…
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la Tierra.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos
serán saciados.
270
Esperanza y salvación
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por causa de la justicia, porque de
ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os
calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y
contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo (Mt
5,2-12a).

8. El infierno es la autoexclusión del amor eterno.


Tomo 2 anécdotas de las entrevistas de personajes
famosos que hace José Luis Olaizola en el libro Más allá
de la muerte . F. Sánchez D. dice: “Yo creo que después de la
muerte y del Juicio Final vamos a sufrir un castigo, que ser padece
el mismo dolor que hemos causado a los demás. Llámalo infierno
si quieres. Por eso, a la hora de escribir, de decir una frase, de
formular un juicio, cuido mucho de no herir a una
persona, de no hacerla sufrir. Procuro no producirles ese
dolor, entre otras razones, porque yo no quiero sufrir ese
mismo dolor el día que me muera” (p. 216). Recue rda la
campesina gallega que al ser entrevistada después de un
atentado terrorista en el que murió gente contestó
simplemente: “esta gente no merece ver el cielo”. Y Julián
Marías: “El hombre hace su vida, elige quién quiere ser, de ahí el
misterio de su libertad. Eso es lo que da una importancia enorme a
todo lo que hacemos en este mundo, porque estamos eligiendo lo
que vamos a ser para siempre. Para el cristianismo todo adquiere
una importancia extraordinaria. Si no tuviera tanta
importancia esta vida nuestra, como proyecto, ¿no podría
habernos colocado directamente Dios en la otra, en la
perdurable? Por eso yo creo que la vida perdurable ser un
reflejo de lo elegido por nosotros en este mundo” (p.
182).
El Señor ha colocado ante nosotros «el camino de la vida y el camino de la
muerte» (Jr 21,8). Aunque Él por la gracia preveniente y adyuvante nos invita al
camino de la vida, podemos elegir cualquiera de los dos. Después de la elección,
Dios respeta seriamente nuestra libertad, Dios respeta lo que quisimos hacer
271
Vida más allá de la muerte
libremente de nosotros mismos, tanto la salvación como la condenación
empiezan aquí en la tierra, “en cuanto que el hombre, por sus decisiones morales,
libremente se abre o se cierra a Dios” (José Alviar). ¿Cómo es compatible con que
Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad» (1 Tm 2,4)? La eficacia de la misericordia divina no ha sido puesta en
duda, pues nunca ha declarado la Iglesia la condenación de alguna persona en
concreto, solo ha canonizado (“puesto” en el cielo, no en el infierno). Pero que
Dios pueda salvar no es motivo para engañar a la gente en la predicación de las
exequias consolando falsamente a todos con una idea automática de la salvación:
no hay que ser más “papistas que el Papa”… de Dios hay que decir lo que
sabemos: que es un Padre que nos ama más que todas las madres juntas… pero
que respeta la libertad… «¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia
de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!» (Rm
11,33). «Todos caemos muchas veces» (St 3,2) y ya hemos hablado de que es
necesario ir «aprovechando bien el tiempo presente» (Ef 5,16) e ir sacudiendo
«todo lastre y el pecado que nos asedia, corramos con fortaleza la prueba que se
nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe» (Hb 12,1-2),
pues «no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del
futuro» (Hb 13,14).

El misterio más grande es la negación de la visión de Dios para aquellos en el


infierno, y qué significa este fuego de pena de daño. Pero hay que admitir que es
lógica la regla del juego de la libertad: toda amistad ofrecida libremente puede
rechazarse. Quien elige el rechazo «no participará en la herencia del Reino de
Cristo y de Dios» (Ef 5,5). Sólo ante Cristo y por la luz comunicada por él, se hará
inteligible el misterio de iniquidad que existe en los pecados que cometemos. Por
el pecado grave, el hombre llega hasta a considerar, en su modo de obrar, «a Dios
como enemigo de la propia criatura y, sobre todo, como enemigo del hombre,
como fuente de peligro y de amenaza para el hombre» (Juan Pablo II, Enc.
Dominum et vivificantem, 38). La condenación eterna tiene su origen en el
rechazo libre, hasta el final, del Amor y de la Piedad de Dios. La Iglesia cree que
este estado consiste en la privación de la visión de Dios y en la repercusión eterna
de esta pena en todo su ser. Esta doctrina de fe muestra tanto la importancia de la
capacidad humana de rechazar libremente a Dios como la gravedad de ese libre
rechazo. La Iglesia cree que existe un estado de condenación definitiva para los
que mueren cargados con pecado grave (LG 48).
La libertad humana, es tal que no se puede excluir la posibilidad real de la
perdición eterna. “No se puede entender el régimen de gracia querido por Dios
para su creación si no se toma realmente en serio el misterio de la libertad. La
oferta de salvación contenida en el mensaje evangélico supone la respuesta libre
de sus destinatarios; sin esta respuesta, dicha oferta caería en el vacío. El ser
humano tiene, pues, la capacidad de acoger libremente la oferta de comunión de
vida con Dios. Pero ello significa, a la vez, que está capacitado también para
rechazarla. Lo cual quiere decir que es necesario contar con la posibilidad real de
la perdición eterna. Tal posibilidad no reposa, pues, sobre la voluntad de Dios,

272
Esperanza y salvación
que “quiere que todos los hombres se salven” (1 Tim 2,4), sino sobre la libertad
del hombre” (CEE).
La libertad para que sea plena ha de ser verdad; la absolutización de la
libertad es una moda que la deforma, como siempre que se pierde la visión de
conjunto. “La existencia de esa real posibilidad de perdición, es decir, del infierno,
nunca ha sido puesta en duda por la Iglesia. También el Concilio Vaticano II
exhorta a la vigilancia para que podamos llegar a participar de la gloria de Dios y
no “ir, como siervos malos y perezosos (cf Mt 25,26), al fuego eterno (Mt 25,41),
a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes (Mt 22,13 y
25,30)”. Estas serias advertencias del Señor, y otras… han movido siempre a la
Iglesia a rechazar una supuesta certeza de la salvación final de todos. Tal certeza
implicaría, en efecto, introducir un automatismo en la esperanza de la salvación
que desposeería al ser humano, interlocutor libre de Dios, de su genuina
responsabilidad. Lo que es un diálogo de dos libertades, diversas, pero reales (la
divina y la humana) quedaría de ese modo convertido en el monólogo de una
única libertad: la divina.
“No hay sutilización que valga: la idea de una condenación eterna, que se
formó indudablemente en el judaísmo de los dos siglos últimos antes del
crsitianismo, está fuertemente enraizada tanto en la doctrina de Jesús (Mt 25,41;
5,9 par; 13,42.50; 22,13; 18,8 par; 5,22; 18,9; 8,12; 24,51; 25,30; Lc 13,28),
como en los escritos apostólicos (2 Tes 1,9; 2,10; 1 Tes 5,3; Rom 9,22; Flp 3,19; 1
Cor 1,18; 2 Cor 2,15; 4,3; 1 Tim 6,9; Ap 14,10; 19,20; 20,10-15; 21,8). En este
sentido el dogma está sobre terreno firme, si se habla de la existencia del infierno
(DS 72.76.858.1351) y de la eternidad de las penas (DS 411).
”Un enunciado así choca con todas nuestras ideas de Dios y del hombre, de
modo que su aceptación no pudo realizarse sin grandes conmociones. Orígenes
(según fragmentos transmitidos…) fue el primero que en su gran intento de
sistematización del pensamiento cristiano dijo que, al final, se tiene llegar a una
reconciliación universal. Para ello se apoya en la lógica de Dios con su historia.
Por supuesto que él intentó poner todo este esbozo bajo el signo de lo hipotético.
Quiso dar impulso en orden a una visión universal que no pretende, sin más,
corresponder a la realidad misma. Puede decirse que aquí el pensamiento
neoplatónico había cargado el acento con exceso sobre la idea de que lo malo es
propiamente vacío y nada, siendo Dios la única realidad. Pero luego el gran
alejandrino atisbó con mucha más profundidad la insondable realidad de lo malo
hasta el punto de que puede hacer sufrir y hasta matar a Dios. Con todo, no pudo
renunciar totalmente a la esperanza de que precisamente en este sufrimiento de
Dios la realidad del mal fue sujetada, dominada, perdiendo su validez definitiva.
Toda una serie de grandes padres lo siguió en esta esperanza: Gregorio de Nisa,
Dídimo, Diodoro de Tarso, Teodoro de Mopsuestia, Evagrio Póntico, y por algún
tiempo, también Jerónimo.
”La gran tradición de la Iglesia se dirigió por otro camino. Tuvo que conceder
que la esperanza de reconciliación universal es algo que se deduca del sistema,
pero no del testimonio bíblico. Sin embargo, durante siglos se ha seguido
percibiendo un eco cada vez más apagado de los pensamientos de Orígenes en
distintas variaciones de la llamada doctrina de la misericordia. Este modo de
273
Vida más allá de la muerte
pensar quisiera excluir totalmente a los cristianos de al posibilidad de la
condenación o conceder a todos los condenados alguna suerte de suavización
respecto de lo propiamente merecido por ellos, basándose en la misericordia de
Dios.
”¿Qué decir a todo esto? En primer lugar que Dios respeta absolutamente la
libertad de su criatura. Se le puede regalar el amor y, en consecuencia, el cambio
de toda la miseria que les es propia. El hombre no tiene ni que ‘crear’ el sí a ese
amor, sino que es éste el que capacita para ello con su propia fuerza. Pero sigue
en pie también la libertad, la posibilidad de negarse a dar este sí y de no aceptarlo
como propio. Ahí radica la diferencia entre el bello sueño de Bodhisattva y su
realización. El verdadero Bodhisattva, Cristo, va al infierno y sufre hasta dejarlo
vacío, pero no trata a los hombres como menores de edad, que no pueden, en
definitiva, ser responsables de su propia suerte, sino que su cielo descansa en la
libertad, que hasta a los condenados les deja el derecho de querer su
condenación”. Es decir, que la vida es seria, sólo se vive una vez, es irreversible,
que Jesús no juega en la cruz sino que muere de verdad, no es una payasada, y
esto arroja luz sobre todo lo que hablamos. El mal se transforma en bien, pero
hay que poner algo: decir “quiero”. “Dios se adentra en la libertad de los
pecadores y la vence gracias a la libertad de su amor que baja hasta el abismo”.
No podemos controlar esta respuesta de la salvación, cuando Jesús no ha querido
que ‘controlemos’ la respuesta sino que nos abandonemos en la misericordia del
Padre, sin miedo (Mt 5-6). “La respuesta se encuentra oculta en la oscuridad del
descenso de Jesús al sheol, en la noche que padeció su alma, dentro de la cual no
hay hombre que pueda mirar o, a lo más, sólo en la medida en que se adentra en
esa oscuridad mediante una fe que sufre.
”Así se explica que la realidad del infierno haya adquirido una importancia y
una forma totalmente nuevas en la historia de los santos especialmente de los
últimos siglos: en Juan de la Cruz, en la religiosidad carmelitana y, con mayor
profundidad aún, en Teresa de Lisieux. Para ellos no se trata tanto de una
amenaza que lanzan contra los demás, cuanto, más bien, de una exigencia de
sufrir profundamente en la oscura noche de la fe la comunión con Cristo
precisamente como comunión con lo oscuro de su descenso a la noche. Para ellos
representa la exigencia de acercarse a la luz del Señor, compartiendo su oscuridad,
y de servir a la salvación del mundo, dejando su salvación de ellos por los demás.
En esa religiosidad no se quita nada a la terrible realidad del infierno. Es tan real
que se adentra en el propio ser. La única posibilidad que hay de mantener la
esperanza frente a esa realidad, es la de apurar el sufrimiento de su noche al lado
de aquel que vino a trasformar con su sufrimiento la noche de todos nosotros. La
esperanza no viene de la lógica neutra del sistema, de no tomar en serio al
hombre, sino que la esperanza viene de la renuncia a construir bagatelas y de
hacer frente a la realidad al lado de Jesucristo. Pero esa esperanza no se convierte
en reafirmación propia, sino que pone su ruego en las manos del Señor,
dejándolo allí. El dogma mantiene su contenido real. La idea de la misericordia
que lo acompañó en una u otra forma durante toda la historia, no se convierte en
teoría, sino en oración de la fe que sufre y espera” (ESC).

274
Esperanza y salvación
El divino segador siega el trigo y la cizaña y ésta va al infierno, y allí está el
llanto y crujir de dientes. Verdad de fe que el que sale del mundo en pecado
mortal va al infierno. En el libro del exorcista de Roma en estos años (Habla un
exorcista) le pregunta el sacerdote al demonio durante un acto: “¿por qué ha
creado Dios el infierno?” y responde a través del poseso: “Dios no lo ha creado,
lo hemos hecho nosotros”. Dice el Catecismo: “La pena principal del infierno
consiste en la separación eterna de Dios en quien solamente puede tener el
hombre la vida y la felicidad para las cuales ha sido creado y a las cuales aspira.
La Iglesia ruega para que nadie se pierda: "Jamás permitas, Señor, que me
separe de ti". Si bien es verdad que nadie puede salvarse a sí mismo, también es
cierto que "Dios quiere que todos los hombres se salven" (1 Tm 2, 4) y que para El
"todo es posible" (Mt 19, 26)” (1057-8).
«Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a
sí mismo (cf Jn 3,18; 12,48); es retribuido según sus obras (cf 1 Cq 3,12-15) y
puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de amor (cf Mt
12,32; Hb 6,4-6; 10,26-31)» (679). El infierno es un no amar ya, falta de amor, el
destino del que no quiere más que odio, algo horrible.
Es el gran misterio: «El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad
humana como lo es también el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la
privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es rescatado
por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo
y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de
hacer elecciones para siempre, sin retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar
que un acto es en sí una falta grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo
a la justicia y a la misericordia de Dios» (1861). “Dios, al crearnos, ha corrido el
riesgo y la aventura de nuestra libertad. Ha querido una historia que sea una
historia verdadera, hecha de auténticas decisiones, y no de una ficción ni de un
juego” (J. Escrivá, Las riquezas de la fe).
«Siguiendo las enseñanza de Cristo, la Iglesia advierte a los fieles de la "triste y
lamentable realidad de la muerte eterna" (DCG 69), llamada también "infierno"
(Catecismo 1056). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna
de Dios en quien solamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las
cuales ha sido creado y a las cuales aspira (1057). «Sólo el infierno es castigo del
pecado. La muerte y el juicio no son más que consecuencias, que no temen
quienes viven en gracia de Dios» (J. Escrivá, Surco 890); junto a la confianza hay
un santo temor que da respeto, pues está Dios siempre dispuesto a perdonar pero
de Él nadie se burla: «nolite errare: Deus non irridetur» (Gal 6,7). Quien mejor lo
ha definido no ha sido Dante sino Kafka, Camus, Sartre, Nietzsche, Heideger, la
literatura existencialista: el infierno está lleno de soledad (de la que ya hemos
hablado), y no de dolor y fuego.
Malicia del pecado que exige tal castigo: «horrendum est incidere in manus
Dei viventis» (terrible cosa es caer en manos del Dios vivo: Heb 10,31; cf Lc 16,19-
31: rico Epulón y pobre Lázaro; quien no oye la voz de Dios habitualmente, no la
oye al final, aunque vemos que puede expiar en el más allá). «Salvo que elijamos
libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a
Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros
275
Vida más allá de la muerte
mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su
hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente
en él" (1 Jn 3,15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si
omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son
sus hermanos (cf Mt 25,31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni
acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para
siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión
definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa
con la palabra "infierno"» (Catecismo 1033).
Es bueno fomentar los deseos de que las almas se salven, dolor por las que se
pueden condenar (para salvar un alma, voy hasta las puertas del infierno; más allá
no, porque allí ya no se puede amar: J. Escrivá).
Santa Teresa después de la visión del infierno tuvo gran humildad y
agradecimiento por la misericordia divina (le mostró dónde merecía ir, sin la
ayuda de la gracia); y gran afán apostólico (daría esta vida y mil vidas que
tuviera... por salvar un alma); fomentar como ella el olvido de sí: “Señor, mandad
lo que quisieres y decidme lo que mandares, que lo que vos mandéis no he de
dejar de hacerlo por todos los tesoros del mundo”. Fuera respetos humanos; no
queremos premios aquí.
Necesidad de expiación, de purificación. Las dificultades propias de la vida,
del trabajo, son medio de purificación. Espíritu de penitencia, también por los
pecados ocultos: «ab occultis meis munda me» (Ps 18,13; cf50). “Yo perdono pero
no olvido”, dicen algunos. Y es que para el hombre es difícil olvidar ciertas cosas,
pero para el Espíritu Santo, todo es posible: entonces somos capaces de
transformar la ofensa en intercesión, en pedir por la persona que nos está
haciendo daño, como Jesús en la Cruz que reza por los que lo matan: “Padre,
perdónales, que no saben lo que hacen”. Dicen que conviene grabar en piedra las
cosas buenas que nos han hecho, para que no se borren y continuar agradecidos
aún con el paso del tiempo, y escribir las cosas malas en la arena, para que el agua
las borre con su paso y no quede rastro en la memoria, que nada nos aflija.
Olvidar las pequeñas ofensas es un sano ejercicio mental.
Rectitud de intención. Nos ha de mover el amor de Dios; sentido del temor
de las penas del infierno. Aborrecer decididamente el pecado. Necesidad del
sacramento de la penitencia (prepararla con mayor dolor). «Señor, que yo me
decida a arrancar, mediante la penitencia, la triste careta que me he forjado con
mis miserias... Entonces, sólo entonces, por el camino de la contemplación y de la
expiación, mi vida irá copiando fielmente los rasgos de tu vida. Nos iremos
pareciendo más y más a Ti» (J. Escrivá, Via Crucis, 6). Amar la expiación
voluntaria y aprovechar todas las ocasiones para desagraviar: «¡Qué poco es una
vida para reparar!» (id., 8).
Ahora va de chiste… Cierto día, mientras un político caminaba por la calle, es
trágicamente atropellado por un camión y muere. Su alma llega al paraíso y se
encuentra en la entrada a San Pedro en persona:
"Bienvenido al paraíso", -le dice San Pedro-. Antes de que te acomodes,
parece que hay un problema. Verás no obstante de que has sido un mocho

276
Esperanza y salvación
recalcitrante y oscurantista, es muy raro que un político llegé aquí y no estamos
seguros de qué hacer contigo…
Lo que haremos será lo siguiente: "como has ido a misa regularmente y
practicaste la sarta de tarugadas que te recetó el cura cada domingo, Pasarás un
día en el infierno y otro en el paraíso, y luego podrás elegir dónde pasar la
eternidad." Y con esto San Pedro acompaña al político al ascensor y baja, baja
hasta el infierno.
Las puertas se abren y se encuentra justo en medio de un verde campo de
golf. A lo lejos hay un club y de pie delante de él están todos sus amigos políticos,
cantantes preferidos, los personajes de la gran sociedad, todos vestidos con traje
de noche y muy contentos.
Corren a saludarlo, lo abrazan y recuerdan los buenos tiempos en los que se
enriquecían a costa del pueblo. Juegan un agradable partido de golf y luego por
la noche cenan juntos en el Restaurante del mejor club con langosta. Comparten
la noche con placer. Se encuentra también al Diablo, que de hecho es un tipo muy
simpático y se divierte mucho contando chistes y bailando.
Se está divirtiendo tanto que, antes de que se de cuenta, es ya hora de irse.
Todos le dan un apretón de manos y lo saludan mientras sube al ascensor.
El ascensor sube, sube, sube, y se reabre la puerta del paraíso donde San
Pedro lo está esperando. "Ahora es el momento de pasar al paraíso."
Así que el político pasa las 24 horas sucesivas pasando de nube en nube,
tocando el arpa y cantando. Antes de que se de cuenta, las 24 horas ya han
pasado y San Pedro va a buscarlo. "Ya has pasado un día en el infierno y otro en
el paraíso. Ahora debes elegir tu eternidad."
El Hombre reflexiona un momento y luego responde: "Bueno pues el paraíso
ha sido precioso, pero creo que como he sido muy santo toda mi vida, y no se lo
que es pecar prefiero ensuciarme un poco la manos. Así que San Pedro lo
acompaña hasta el ascensor y otra vez baja, baja, baja, hasta el infierno. Cuando
las puertas del ascensor se abren se encuentra en medio de una tierra desierta
cubierta de papeles y boletas electorales. Ve sus amigos otrora felices recoger las
urnas y metiéndolos en bolsas negras para quemarlas. El Diablo lo alcanza y le
pone un brazo en el cuello.
"No entiendo, -balbucea FECAL-. Ayer estuve aquí y había compañías
estupendas, un campo de golf y un club, y comimos langosta y caviar, y bailamos
y nos divertimos mucho. Ahora que vengo a conocer a las chicas mejor, todo lo
que hay es un terreno desértico lleno de porquerías..., y mis amigos parecen unos
miserables."
El Diablo lo mira, sonríe y dice: "Ayer estábamos en campaña. Hoy.... ¡ya
votaste por nosotros!...
“Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga"
(cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida
rehusan creer y convertirse , y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo
(cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles que
recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo"
(Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de Mí malditos al
fuego eterno!" (Mt 25, 41).
277
Vida más allá de la muerte
La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las
almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos
inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego
eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; SPF 12). La pena
principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien
únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido
creado y a las que aspira.
Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a
propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con
la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su
destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento
apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque
ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y
son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y
qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la
encuentran" (Mt 7, 13-14) :
‘Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el
consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la
única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar
con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos
mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a
las tinieblas exteriores, donde `habrá llanto y rechinar de dientes'’
(LG 48).
Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567);
para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios
(un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia
eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora
la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que
todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):
‘Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de
toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la
condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos’ (MR Canon
Romano 88)” (1034-1036).

278
Esperanza y salvación
VI. El abrazo con Dios
(purgatorio y cielo)

1. El purgatorio.
Seremos juzgados en el
amor. Es cierto que en el cielo
sólo puede entrar quien a Dios
se parece, y por esto el
purgatorio es un lugar de
purificación para prepararnos
a acoger el amor de Dios, por
eso rezamos por los difuntos,
para que Dios los acoja en su
gloria; y ellos nos ayudan
también a nosotros, es un
intercambio de ayudas por la comunión de los santos. A veces
puede entrarnos miedo al pensar en la muerte, y haremos como el
buen ladrón, que es volver a Dios por la confesión: “Señor,
acuérdate de mí cuando estés en tu reino” y Jesús como encendido
de misericordia le responde “en verdad te digo que hoy mismo
estarás conmigo en el paraíso”. Ya los profetas exhortaban a
esperar «el día del Señor» con rectitud, pues de lo contrario sería
«tinieblas y no luz» (cf Am 5,18.20). En la revelación plena del
Nuevo Testamento se subraya que todos serán sometidos a juicio
(cf 1 P 4,5; Rm 14,10). “Pero ante ese juicio los justos no deberán
temer, dado que, en cuanto elegidos, están destinados a recibir la
herencia prometida; serán colocados a la diestra de Cristo, que los
llamará «benditos de mi Padre» (Mt 25,34; cf 22,14; 24,22.24)”
(CTI). La muerte, «para los que mueren en la gracia de Cristo, es
una participación en la muerte del Señor, para poder participar
también en su resurrección» (Catecismo 1006). Es preciso pasar por
la muerte, pero ya con la certeza de que nos encontraremos con el
Padre cuando «este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y
este ser mortal se revista de inmortalidad» (1 Co 15,54). Entonces
279
Vida más allá de la muerte
se verá claramente que «la muerte ha sido devorada en la victoria»
(1 Co 15,54) y se la podrá afrontar con una actitud de desafío, sin
miedo: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh
muerte, tu aguijón?» (1 Co 15,55). San Francisco de Asís exclamó:
«Alabado seas, Señor mío, por nuestra hermana la muerte
corporal». «Bienaventurados los que mueren en el Señor. Sí -dice el
Espíritu-, descansarán de sus fatigas, porque sus obras los
acompañan» (Ap 14,13).

El juicio y la misericordia divina. La religión cristiana explica


que todo lo que hagas te será devuelto, allí el crimen no quedará
inmune, y todo lo bueno nos conseguirá la felicidad eterna;
daremos cuenta de nuestros actos. Jesús, al revelarnos los secretos
de su Padre nos ofrece su amistad (cf Jn 15,15) libremente, y «estar
con Cristo» (Flp 1,23), en situación de amigo, constituye la esencia
de la eterna bienaventuranza celeste (cf 2 Co 5,6-8; 1 Ts 4,17). Es
ver a Dios «cara a cara» (1 Co 13,12; cf 1 Jn 3,2), esta amistad
íntima estaba anunciada en Ex 33,11: «Yahveh hablaba con Moisés
cara a cara, como habla un hombre con su amigo». Mientras el
cristiano permanece en esta vida, se sabe colocado bajo el juicio
futuro de Cristo: “Si se destruye este nuestro tabernáculo terreno,
tenemos un sólido edificio construido por Dios, una casa que no
ha sido levantada por mano de hombre y que tiene duración
eterna en los cielos. Siempre tenemos confianza, aunque sabemos
que, mientras vivimos, estamos desterrados lejos del señor.
Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Y es tal nuestra confianza,
que preferimos desterrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor. Por
lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarle.
Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo
para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho en esta
vida” (2 Cor 5,1.6-10).
Juicio y misericordia parecen dos realidades inconciliables, pero
señalaba Juan Pablo II que “la justicia de Dios deriva de la
iniciativa gratuita y misericordiosa por la que él se ha vinculado a
su pueblo mediante una alianza eterna. Dios es justo porque salva,
cumpliendo así sus promesas, mientras que el juicio sobre el
pecado y sobre los impíos no es más que otro aspecto de su
280
Esperanza y salvación
misericordia. El pecador sinceramente arrepentido siempre puede
confiar en esta justicia misericordiosa (cf Sal 50,6.16)” (7.7.1999).
Esta justicia se va poniendo en el futuro en la figura de un mesías,
Salvador, “para que el mundo se salve por Él” (Jn 3,17). “Sólo
quien haya rechazado la salvación, ofrecida por Dios con una
misericordia ilimitada, se encontrará condenado, porque se habrá
condenado a sí mismo.
San Pablo profundiza, en sentido salvífico, el concepto de
“justicia de Dios”, que se realiza ‘por la fe en Jesucristo, para todos
los que creen’ (Rm 3,22). La justicia de Dios está íntimamente
unida al don de la reconciliación: si por Cristo nos dejamos
reconciliar con el Padre, podemos llegar a ser, también nosotros,
por medio de él, justicia de Dios (cf 2 Co 5,18-21).
Así, justicia y misericordia se entienden como dos dimensiones
del mismo misterio de amor. ‘Pues Dios encerró a todos los
hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia’
(Rm 11,32). Por eso, el amor, que constituye la base de la actitud
divina y debe llegar a ser una virtud fundamental del creyente, nos
impulsa a tener confianza en el día del juicio, excluyendo todo
temor (cf 1 Jn 4,18). A imitación de este juicio divino, también el
humano debe realizarse de acuerdo con una ley de libertad, en la
que debe prevalecer precisamente la misericordia: ‘hablad y obrad
tal como corresponde a los que han de ser juzgados por la ley de
la libertad, porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo
misericordia; pero la misericordia se siente superior al juicio’ (St
2,12-13).
Dios es Padre de misericordia y de toda consolación. Por esto,
en la quinta petición del Padrenuestro, la oración por excelencia,
‘nuestra petición empieza con una confesión en la que afirmamos,
al mismo tiempo, nuestra miseria y su misericordia (Catecismo
2839). Jesús, al revelarnos la plenitud de la misericordia del Padre,
también nos enseñó que a este Padre tan justo y misericordioso
sólo se accede por la experiencia que debe caracterizar nuestras
relaciones con el prójimo. ‘Este desbordamiento de misericordia no
puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos
perdonado a los que nos han ofendido… al negarse a perdonar a

281
Vida más allá de la muerte
nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo
hace impermeable al amor misericordioso del Padre’ (ibid, 2840)”.
Y este es el mundo más maravilloso, casi mágico: el que no
juzga, el que perdona, no es perdonado, no es juzgado: “no
juzguéis, y no seréis juzgados, perdonad, y seréis perdonados…”
Pensamos a veces que no nos conocemos, pero en realidad
Dios nos conoce y esto nos tendría que bastar, para en el espejo
que es su vida, en la oración, conocernos, y ver ese Dios que nos
busca "con un amor tan grande que difícilmente logramos
entender" (Juan Pablo II a los jóvenes). Si hay algo
verdaderamente importante en esta vida es descubrir la propia
vocación y realizar esa misión que Dio nos encomienda, pues
desde la eternidad Dios ha pensado en nosotros y nos ha amado
como personas únicas e irrepetibles. Los amigos también nos
ayudan a conocernos, y luego repensando estas experiencias, en el
espejo de la oración, nos vamos conociendo en el Señor. Las otras
formas de verdad, a modo de imposición, no sirven. "La verdad no
se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad,
que penetra suave y a la vez firmemente en las almas" (Concilio
Vaticano, Dignitates Humanae 1). Así vamos descubriendo nuestra
verdad interior. Cualquier corrección que no venga desde esta
invitación al amor es inútil, quizá dañina… se ha hablado
demasiado de que no somos nada, una humildad maniquea tanto
“cristiana” como “anticristiana” de que somos pasiones inútiles que
hay que ir llenando, pero como dice el Catecismo (282), mi ser es
imagen y semejanza de Dios, que ha pensado en mí y me ama, y
no quiero apartarme ante este Dios que se me entrega, soy algo
grande, y entro de mí hay un ansia de felicidad demasiado grande,
y todo en la tierra está marcado por el sello de caducidad, aún
siendo todo precioso… "el hombre no puede vivir sin arrodillarse,
dice Dostoievsky... si rechaza a Dios, se arrodilla ante un ídolo de
madera, de oro o simplemente imaginario... todos esos son
idólatras, no ateos; idólatras es el nombre que les cuadra"
Abierta la mando del creador surgieron las criaturas para
adornar el jardín en que Dios quiso ponernos, en este camino que
es la vida, por amor. Y así, podemos responder: “si vivimos,
vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la
282
Esperanza y salvación
vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó
Cristo: para ser Señor de vivos y muertos. Todos compareceremos
ante el tribunal de Dios… cada uno dará cuenta a Dios de sí
mismo” (Rm 14,7-9)
No podemos decir de ningún hombre que esté condenado.
Pero aunque sea temeraria la certeza, es segura, en cambio, la
esperanza. Confiados en la sobreabundacia de la gracia salvadora
de Cristo (cf Rom 5,15-21), los cristianos no sólo podemos, sino
que debemos esperar la salvación de todos y orar por ella. De
hecho el Magisterio de la Iglesia, al tiempo que enseña
inequívocamente la doctrina del infierno, y que confirma la
participación de algunos de nuestros hermanos en la gloria -los
santos-, nunca ha declarado que alguien se haya condenado. Lo
cual no nos da derecho a pensar que no pueda darse en absoluto
la condenación, disolviendo la realidad de una posible respuesta
negativa del hombre al amor de Dios. Por eso, no nos ayudan
especulaciones como la teoría de la apocatástasis o la de la
aniquilación. El mensaje de la fe nos invita más bien a la vigilancia
seria y a la esperanza gozosa. “El que me rechaza y no sigue mis
palabras, ya tiene quien lo condene: la palabra que yo he hablado,
ésa le condenará en el último día” (Jn 12,48). El juicio divino
condenatorio no lo decide Aquel que ha venido a salvar, no a
condenar (cf Jn 12,47); lo decide una posible repulsa humana a la
oferta salvífica. La antropología cristiana afirma, pues,
vigorosamente el carácter personal del hombre y su condición de
interlocutor libre de Dios, cosas ambas que resultan insostenibles
allí donde se ignora o trivializa la capacidad de quien es imagen de
Dios para optar libremente incluso por la negación del Amor
creador.
El pecado tiene una doble consecuencia. El pecado grave nos
priva de la comunión con Dios y por ello nos hace incapaces de la
vida eterna ("pena eterna"); todo pecado, incluso venial, entraña
apego desordenado a las criaturas que tienen necesidad de
purificación, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado
que se llama Purgatorio. Esta purificación libera de lo que se llama
la "pena temporal" del pecado. «Una conversión que procede de
una ferviente caridad puede llegar a la total purificación del
283
Vida más allá de la muerte
pecador, de modo que no subsistiría ninguna pena (cf Cc. de
Trento: DS 1712-1713; 1820)» (Catecismo 1472).
Al cielo hay que entrar vestido de bodas: veía san Josemaría el
purgatorio como una muestra del amor de Dios y le gustaba
compararlo al cariño de una madre que coge al niño, y lo mete en
el agua y lo enjabona y lo perfuma y lo arregla, ¡y al fin el crío
está hecho un cielo!
Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar para sí
mismos y también para las almas del Purgatorio la remisión de las
penas temporales, consecuencia de los pecados (cat1498). Vivir «la
comunión de los santos, por consiguiente, "existe entre los fieles -
tanto entre quienes ya son bienaventurados como entre los que
expían en el purgatorio o los que peregrinan todavía en la tierra-
un constante vínculo de amor y un abundante intercambio de
todos los bienes" (Pablo VI). En este intercambio admirable, la
santidad de uno aprovecha a los otros, más allá del daño que el
pecado de uno pudo causar a los demás. Así, el recurso a la
comunión de los santos permite al pecador contrito estar antes y
más eficazmente purificado de las penas del pecado» (Catecismo
1475).
El Purgatorio es un lugar bueno. Estamos salvados. Se ha
hablado mucho de que a la vez es un lugar terrible, que ahí se
sufre y mucho, para purificarnos. Es un aplazamiento doloroso
(pena de sentido). Se sufre con alegría y libremente porque se ve la
verdad y se comprende que antes de entrar en el Cielo es necesario
que el alma se desprenda de todo lo sucio. La pena de los pecados
mortales cometidos y tantos miles de pecados veniales, una
polvareda que nos deja el alma muy sucia: Tantos pensamientos y
palabras de vanidad. Tantas faltas de caridad con pensamientos,
palabras, gestos. Tantas pequeñas mentiras. Tantas concesiones a la
pereza, la envidia, la lujuria, la gula, la avaricia.
Es cierto que la decisión tomada en la vida se cierra con la muerte, “pero eso
no quiere decir necesariamente que el destino definitivo se alcance en ese
momento. Puede ser que la decisión fundamental de un hombre se encuentre
recubierta de adherencias secundarias y lo primero que haya que hacer sea limpiar
esa decisión. Esta ‘situación intermedia’ recibe en la tradición occidental el nombre
de ‘purgatorio’… los griegos rechazan la doctrina de un castigo y una expiación
en el más allá, pero tienen en común con los latinos la plegaria por los difuntos,
que se puede llevar a cabo con oraciones, limosnas, buenas obras y también, y de
284
Esperanza y salvación
modo especial, ofreciendo la eucaristía por ellos. Los reformadores ven en ello, y
en especial en la ‘misa por los difuntos’, nada menos que un ataque contra la
suficiencia universal expiatoria de la muerte de Cristo en la cruz, no pudiendo,
por ende, admitir ninguna clase de expiación a causa de su doctrina sobre la
justificación” (ESC). Y sigue Ratzinger: “lo primero que quizá sería bueno notar, es
que los textos oficiales no conocen la expresión ‘fuego purificador’. Evitan el
término ‘fuego’, hablando sencillamente de castigos purificadores (poenae
purgatoriae seu catharteriae: D 464-DS 856) o también de purgatorium traducido
normalmente como ‘lugar de purificación’”. En Trento por ejemplo se dice: “La
Iglesia católica, ilustrada por el Espíritu Santo, apoyada en las Sagradas Letras y en
la antigua tradición de los padres ha enseñado en los sagrados Concilios y
últimamente en este ecuménico Concilio que existe el purgatorio (purtatorium) y
que las almas allí detenidas son ayudadas por los sufragios de los fieles y
particularmente por el aceptable sacrificio del altar (D 983 – DS 1820), y añade
una nota a los obispos para que se opongan a la superstición y curiosidades.
La purificacion final o purgatorio ha sido tratado así en el Catecismo: “Los
que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente
purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su
muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la
alegría del cielo.
La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es
completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la
doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia
(cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820: 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo
referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla
de un fuego purificador:
‘Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio,
existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es la Verdad, al decir
que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le
será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos
entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el
siglo futuro (San Gregorio Magno, dial. 4, 39)” (aquí vemos que corrige lo dicho
más arriba por Ratzinger, o al menos lo matiza).
Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos,
de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este
sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del
pecado" (2 M 12,46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la
memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el
sacrificio eucarístico (cf DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la
visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las
indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:
‘Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job
fueron purificados por el sacrificio de su Padre (cf Jb 1,5), ¿por qué habríamos de
dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No
dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias
por ellos’ (San Juan Crisóstomo, hom. in 1 Cor 41, 5)” (1030-1032). Aquí tenemos
285
Vida más allá de la muerte
las primeras raíces del purgatorio, 2 M 12 (s. I a.C). Más explícito es el apócrifo de
la Vida de Adán y Eva (s. I d.C), que cita Ratzinger: “que habla de tristeza de Set
por la muerte de Adán y de la misericordia de Dios, anunciada por Miguel:
‘levántate de junto al cuerpo de tu padre, ven a mí y mira lo que Dios ha
determinado sobre él. Es su imagen y por eso ha tenido misericordia de él’. Pero
esta misericordia implica, con todo, castigo. ‘Y entonces vio Set que Dios tenía a
Adán en su mano extendida, entregándolo a Miguel, al tiempo que le decía: que
esté en tu mano hasta el día de la manifestación, que se le castigue hasta los
últimos años, cuando yo cambie su sufrimiento en alegría. Entonces se sentará
sobre el trono de aquel que le tendió un lazo” (cap. 47).
Luego Tertuliano (+ d. del 220) entra en escena de esta doctrina con la
Pasión de Santa Perpetua, y sigo otra vez a Ratzinger: “Perpetua ve en sueños,
sucio y pálido, a su hermano Dinócrates, joven y muerto de cáncer. Le ve la
herida del cáncer, de que había muerto; está en medio de una calor sofocante,
sediento, ante una fuente demasiado alta como para poder beber de ella.
Perpetua entiende lo que quiere decir el sueño y de día y de noche reza por su
desgraciado hermano, volviendo a verlo muy pronto limpio, bien vestido, con la
herida cicatrizada, sacando y bebiendo agua tranquilamente y hasta jugando
satisfecho”. Por una parte parece que este texto refleja con sencillez las ideas
antiguas sobre la triste suerte que llevan en el más allá los muertos
tempranamente, pero que no tendría nada que ver con la doctrina del purgatorio,
puesto que esta suerte no se debe a culpa, no pudiéndose considerar la pena
tampoco como castigo o expiación. Pero se ve la centralidad de la oración para
suprimir el sufrimiento de los difuntos. Luego, en la obra ya montanista Sobre el
alma Tertuliano ya habla de un “purgatorio” basándose en la parábola de Jesús de
ponerse de acuerdo con el querellante antes de ir al juez, sino pagará todo en la
cárcel “hasta el último cuadrante” (Mt 5,26 par.), donde el término griego cárcel
se usa también para denominar hades, y para él de la muerte a la resurrección es
un tiempo de cárcel (se había hecho rigorista).
Cipriano (+258) libra estas ideas del rigorismo, las toma de las raíces judías
de la Iglesia y se hacen cristianas revestidas de concepciones grecoromanas. Dice
que los que dan la vida por la fe van al cielo directamente, los lapsi (que habían
sido débiles) pero querían volver a la Iglesia por la reconciliación, en contra de los
rigoristas, son aceptados por él pensando en Mt 5,26 que si era necesario
expiarían lo que les faltaba en el más allá, pues no tienen plenamente el corazón
en Cristo, pero sí que son capaces de purificarse y así pueden entrar en plena
comunión con Cristo (cf ESC).
Clemente de Alejandría en oriente (+ a. del 215) desarrolla el platonismo y
estoicismo, y la gran idea de “educación” (paideía), con el fuego del juicio
después de la muerte (cf 1 Cor 3,10-15), hay fuerza del fuego purificadora y
educativa. Une una gnosis espiritualizada de manera que se llega a una
espiritualización o plenitud (pleroma) que es la consumación, el día de Dios, el
hoy eterno. Pero vemos en él la distinción –como en occidente- entre la decisión
definitiva después de la muerte y –digamos así- su toma de posesión. Y también
siguen las personas como antes de la muerte, en su individualidad y en su ser
comunión y ser Iglesia, en su sufrir y recibir unos de otros (comunión de los
286
Esperanza y salvación
santos). Es más, ahí se ve con más claridad que en occidente que lo decisivo no es
tanto estar vivo o muerto, sino –siguiendo a Flp 1,21 y Jn 3,16-21- estar con Cristo
o contra él. El desarrollo bautismal o purificación continúa más allá de la muerte,
“teniendo que pasar por el fuego juzgador de la cercanía de Cristo, pero
encontrándose, al mismo tiempo, rodeado de la comunidad de la Iglesia” (ESC).
El paso decisivo lo dio Juan Crisóstomo (+407), fundador de la doctrina de
oriente, los alejandrinos eran una mezcla de pensamiento griego y bíblico y
rechazado esto quedó algo arcaico: “entre muerte y resurrección todos se
encuentran en una situación intermedia, en el hades, el cual, de acuerdo con los
distintos grados de justificación y santificación terrenas, incluye ‘diferentes grados
de felicidad y desventura’. Los santos interceden por sus hermanos que siguen
viviendo en la tierra y son invocados en orden a esta intercesión. Los vivos
pueden conseguir ‘descanso y refrigerio’ para las almas retenidas en el hades,
ofreciendo la eucaristía, orando y dando limosnas. Pero la ‘aflicción’ no se
considera como sufrimiento purificador o expiatorio, aflicción que se pueda aliviar
del modo antes mencionado” (ESC).
¿Qué hay de permanente en la doctrina del purgatorio? Respone Ratzinger:
se remiten los padres a 1 Cor 3,10-15 donde se dice que el único fundamento es
Cristo, y unos edifican con un material más seguro y otros con material endeble
que cuando el Señor se revele con fuego y se saque a luz lo que cada uno
construyó “si subsiste la obra construida por uno, ésta recibirá el salario, si se
quema la obra de alguno, éste sufrirá daño; él, desde luego, se salvará, pero como
quien pasa por fuego”. Este fuego probador es el Señor mismo que viene (cf Is
66,15s), es decir un sentido cristológico del purgatorio, un abrazo con Cristo, “que
cambia al hombre, haciéndolo ‘conforme’ a su cuerpo glorificado (Rom 8,29; Flp
3,21)” (ESC), es la fuerza purificante-transformante del Señor, que acrisola y
refunde nuestro corazón cerrado, de modo que podamos insertarnos en él.
Por tanto, “no se trata de una especie de campo de concentración en el más
allá (como ocurre en Tertuliano), donde el hombre tiene que purgar penas que se
le imponen de una manera más o menos positivista. Se trata más bien del proceso
radicalmente necesario de transformación del hombre, gracias al cual se hace
capaz de Cristo, capaz de Dios y, en consecuencia, capaz de la unidad con toda la
comunión de los santos” (ESC). Es la fe, pero hemos de cambiar, pues hay mucha
paja en medio de tanta misericordia que tiene que aflorar. “El encuentro con el
Señor es precisamente esta transformación, el fuego que lo acrisola hasta hacerlo
esa figura libre de toda escoria, pudiendo convertirse en recipiente de eterna
alegría.
Esta conclusión se opondría a la doctrina de la gracia sólo en el supuesto de
que se considerara la penitencia como antagónica a la gracia y no como su forma,
como la posibilidad concedida que sale de la gracia” (ESC), el perdón transforma
por la misma gracia…
Y en cuanto a lo de intercambio de oraciones, ¿cómo separarlo de un
comercio de compraventa de bienes? Parece que “el que la hace la paga” y que
yo con unas misas no puedo quitarle la pena… pero hay que decir a eso que el
hombre no es una “mónada” cerrada, estamos interconexionados, en el amor y
odio, inmersos unos en otros como culpa y como gracia. Yo no soy sólo yo, lo
287
Vida más allá de la muerte
que yo haga influye en los demás, y cuando hemos dicho que los santos juzgan es
que el encuentro con Cristo es también encuentro con todo su Cuerpo, con mi
culpa contra los miembros sufrientes de este cuerpo y con su amor perdonador,
que brota de Cristo: “la intercesión de los santos ante el juez no es… algo
meramente externo, cuyo éxito quede pendiente del imprevisible parecer del
juez. La intercesión es, ante todo, un peso interno que se echa en la balanza y que
puede hacerla ladearse de su parte” (Balthasar, cit. en ESC). “J’espère en toi pour
moi”, espero en ti por mi (Péguy), “somos como los siameses, dice la película: si
tú te caes, caemos los dos”. Esta unión con los orientales es lo fundamental
(aunque los demás aspectos de la doctrina del purgatorio de la Iglesia latina
hemos visto que enraízan en la gran Tradición).
Decía S. Josemaría que quería saltarse “a la torera” el purgatorio, y nos
animaba a ello. Sigo unas notas que me pasaron: Lo primero: La Confesión. Nos
revestimos de Nuestro Señor Jesucristo. Para avanzar seriamente en la vida
interior, arrepentirte seriamente de las propias faltas. La Confesión es alegría, es
esperanza, hay siempre perdón. Tristeza de quien rechaza este medio. El
apostolado de la confesión es llevar alegría.
Lo segundo: la mortificación en nuestra vida: espíritu de penitencia, espíritu
de mortificación. Recordamos que el Purgatorio se puede pasar en la vida. Le
pedimos al Señor todos los días en las Preces que nos conceda un spatium vere
poenitentiae (tiempo de verdadera penitencia). Eso es la vida: un tiempo para
merecer el Cielo, para prepararnos. Todas las dificultades propias de la vida, del
trabajo, de la convivencia con los demás, las contrariedades, el pasar por encima
de nuestro propio capricho y gusto una y otra vez, todo eso hecho por amor, con
alegría es medio de purificación. Así estamos amando a Dios, estamos purificando
nuestra alma. Cuando nos dan la absolución oímos: El bien que hagas y el mal
que puedas sufrir te sirvan como remedio de tus pecados, aumento de gracia y
premio de vida eterna. Esto es una fórmula para que sirva de purgatorio todas las
cosas antes dichas… la misma vida, para que no haya juicio… La mortificación
activa porque es ahora cuando puedes merecer después ya no: ni en el Cielo, ni
en el Purgatorio. Buscar el ofrecer aquí ya, muchas cosas todos los días. Por
nuestros pecados patentes y conocidos y por los desconocidos (escándalos, malos
ejemplos, omisiones, pecados olvidados). Por los pecados de los demás.
Por la mortificación pasiva y activa, interna y externa el alma se irá
pareciendo al Señor, la Santa Faz: En el Cielo sólo entra el que a Ti se parece.
Pues el purgatorio es “un estado cuyo centro es el amor, y otro cuyo centro
sería el odio, no pueden compararse. El justificado vive en el amor de Cristo. Su
amor se hace más consciente por la muerte. El amor que se ve retardado en
poseer a la persona amada padece dolor y por el dolor se purifica (cf Santa
Catalina de Génova, Trattato del purgatorio 1551). Considerada como la mística
del Purgatorio, dice que su fuego es sabroso, aunque mortificante, como todo lo
que purifica. ¿Qué hace el crisol con el oro? En el purgatorio, las almas, puros
espíritus, están abrasadas de amor y, al no tener nada, porque están desnudas,
como tenían en este mundo, que les pueda distraer del ansia de ver y unirse a
Dios, para lo que fueron creadas, se mueren porque no mueren. Al no estar
hechizada ni cegada y deslumbrada por la belleza y poder humano, anhela a Dios
288
Esperanza y salvación
con todas sus fuerzas. El insatisfecho anhelo de Verdad y de Amor quema al
hombre como fuego. El ansia de Dios lo devora. A medida que se van penetrando
más y más de amor su deseo de Dios va creciendo con movimiento
uniformemente acelerado. Así pudo escribir Santa Catalina: "Es una pena tan
excesiva, que la lengua no sabría expresarla, ni la inteligencia concebir su rigor.
Pero no creo que se pueda hallar un contento igual al de las almas del purgatorio,
si no es el de los bienaventurados en el cielo. El contento aumenta cada día, a
medida que Dios penetra en el alma en pena, y la atraviesa a medida que se
desvanecen los obstáculos que a ello se oponían". San Juan Bautista Vianney, el
Párroco de Ars, lo explicaba así en sus catequesis famosas: - Cuando el hombre
muere, se halla de ordinario como un pedazo de hierro cubierto de orín, que
necesita pasar por el fuego para limpiarse.¿Y qué podemos hacer nosotros? Pues,
mucho. Al ser cierto que todos los miembros de la Iglesia formamos un solo
Cuerpo, y que está establecida entre todos la Comunión de los Santos -es decir, la
comunicación de todos nuestros bienes de gracia-, todos podemos rogar los unos
por los otros. Nosotros rogamos por las almas benditas para que Dios les alivie sus
penas y las purifique pronto, pronto, y salgan rápido del Purgatorio. Y esas almas
tan queridas de Dios, que tienen del todo segura su salvación, ruegan también por
nosotros, para que el Señor nos llene de sus gracias y bendiciones. Ésta ha sido
siempre la fe de la Iglesia Católica. Esto hacemos cada día cuando en la Misa
ofrecemos a Dios la Víctima del Calvario, Nuestro Señor Jesucristo, glorificado
ahora en el Cielo, pero que se hace presente en el Altar y sigue ofreciéndose por
la salvación de todos: de los vivos para que nos salvemos, y de los difuntos que
aún necesitan purificación. Eso hacemos también con todas nuestras plegarias por
los difuntos. Esto hace la Iglesia especialmente en este día, con una
conmemoración que nos llena el alma de dulces recuerdos, de cariños nunca
muertos, de esperanza siempre viva… ¡Los Difuntos! ¡Nuestros queridos Difuntos!
No los podemos olvidar delante de Dios, desde el momento que los queremos
tanto… (Pedro García).
El daño que se hace en esta vida se puede expiar (sábado de la 33ª semana):
1 Mac (6,1-13) cuenta el relato de la muerte de Antíoco, el impío rey que les había
perseguido. Es otro ejemplo de cómo en el AT los autores sagrados leían la
historia desde la perspectiva de la fe. Aquí ponen en labios del mismo Antíoco,
moribundo y abandonado de todos, unas confesiones que servirán de lección y
escarmiento a todo aquél que quiera arrogarse el protagonismo, rebelándose
contra la voluntad de Dios. Son palabras patéticas: "el sueño ha huido de mis ojos,
me siento abrumado de pena... ahora me viene a la memoria el daño que hice en
Jerusalén, robando todo el ajuar de plata y oro que había allí... reconozco que
por eso me han venido estas desgracias". Se cumple, una vez más, lo de que Dios
"derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes". María de Nazaret lo
dijo, en su Magnificat, precisamente hablando de la historia de su pueblo. La
lección no es sólo para los poderosos de la tierra que se han burlado de todos y se
dedican al pillaje y la corrupción, para luego pagar las consecuencias. En nuestra
vida personal, en una escala mucho más reducida, ¿no tenemos que pagar a veces
nuestros propios caprichos, que, a la corta o a la larga, pasan factura? Nos
permitimos cosas fáciles y de resultados brillantes, pero que no van en la dirección
289
Vida más allá de la muerte
justa, sino por caminos equivocados. No parece que pase nada. Pero luego vienen
las consecuencias: sinsabor de boca, sensación de vaciedad, y el miedo a
presentarnos delante de Dios con las manos vacías. Como decía Martín Descalzo,
sería una lástima presentarnos delante de Dios con una cesta llena de nueces, pero
todas vacías. Entonces ¿para qué hemos vivido?
Es una invitación a ir trabajando con perseverancia, con una fidelidad hecha
de detalles pequeños pero llenos de amor. Sin buscar glorias falaces ni dejarnos
llevar por nuestros caprichos. El que ha sido fiel en lo poco será premiado con
mucho. Y podrá decir con serena alegría el salmo de hoy: "te doy gracias, Señor,
de todo corazón, me alegro y exulto contigo... porque mis enemigos
retrocedieron... reprendiste a los pueblos, destruiste al impío... los pueblos se han
hundido en la fosa que hicieron... y yo gozaré, Señor, de tu salvación".
Esta es la misericordia de Dios. El hombre malo paga su deuda, pero este
pago lo purifica y hace que sea mejor. ¡Cuán emocionante es esa confesión del
perseguidor! ¿Sabemos dar a todos una oportunidad de conversión, en lugar de
encerrarles para siempre en su mal? Danos, Señor, a nosotros también ser
conscientes de nuestro mal. Pienso en los responsables de los juicios sumarísimos y
de todos los campos de concentración. Escucho la confesión de Antíoco.
-«Reconozco que por esta causa me han sobrevenido los males presentes y
muero de profunda pesadumbre en tierra extraña.» Es una especie de «confesión».
«Preparémonos a la celebración de la eucaristía reconociendo que somos
pecadores.» Lo reconozco, Señor. ¡No nos agrada meditar sobre la «justicia» de
Dios! Somos, sin embargo, muy exigentes desde el punto de vista de la justicia,
cuando se trata de nosotros, o de lo que nos atañe más directamente. Jesús nos ha
pedido no "juzgar" a los demás. Pero en cambio nos pide que «nos» juzguemos a
nosotros mismos. No se trata de condenar a cualquiera ni a fulminarle con la
justicia de Dios: sería esto todo lo contrario al evangelio. Hay que desear la
conversión de todos, incluso de los peores. En cambio puede ser saludable
ponernos, nosotros mismos, seriamente, frente a la justicia de Dios. «Reconozco»
que soy pecador, Señor. Pero sé todo cuanto Tú has hecho para salvarnos. Y
cuento con tu amor misericordioso. Este es el sentido del Purgatorio. Es inútil
querer imaginar el Purgatorio como un «lugar». Es más bien como «una
maravillosa y última oportunidad dada» por Dios para una purificación total...
para una toma de conciencia: reconozco que soy pecador, sáname. Que las almas
de los fieles difuntos descansen en paz (Noel Quesson).
El asesino no puede sentarse a comer con la víctima, como si no hubiera
pasado nada, es necesario un juicio en la historia… La conciencia no puede dejar
tranquilos a quienes hicieron el mal a los inocentes. Tal vez uno pueda dedicarse
de un modo inconsciente a "disfrutar la vida" a costa de hacer sufrir a otras
personas. Al final se volverán, incluso los sueños, contra uno mismo; más aún, la
conciencia hará que el sueño desaparezca y que la vida se sienta oprimida por los
atropellos cometidos, de tal forma que el nerviosismo, e incluso la locura, podrían
afectar a esas mentes depravadas. De todas formas, puede haber algo mágico…
En medio de todo, y a pesar de todo, Dios dará a esa persona una oportunidad a
reconocer su propio pecado. Pero no puede quedarse ahí; si quiere que la
salvación llegue a ella, debe pedir perdón, y Dios, rico en misericordia, tendrá
290
Esperanza y salvación
compasión de él, pues Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para
que el mundo se salve por Él. Si nos sabemos pecadores, sepamos pedir a Dios
perdón a tiempo. Y pedir perdón no sólo consiste en confesar nuestros pecados,
sino en iniciar un nuevo camino, con un nuevo rumbo, donde, guiados por el
Espíritu Santo, dejemos de obrar el mal y pasemos haciendo el bien a todos.
“El que pregunta hoy a la teología acerca del purgatorio, apenas recibe
respuesta. La Biblia parece que calla sobre este tema. Según eso, ¿con qué
fundamento puede hablar la tradición sobre él? Así, lo que se hace es eludir el
tema. Pero, por otra parte, ¿podríamos imaginarnos una iglesia en la que no se
pensara en recordar en las oraciones a los que han llegado a la patria? Se podría
afirmar que la conciencia tan natural con la que la oración abarca, en todas las
épocas, también a los difuntos es ya, ella misma, una expresión viva de un
profundo convencimiento que radica en lo más íntimo de la fe, según el cual la
comunicación mutua no termina en la muerte, sino que precisamente eso es lo
permanente.
¿Pero no podemos dar a este convencimiento un contenido concreto? Hoy
parece claro que el fuego del juicio, del que habla la Biblia, no significa una
especie de cárcel en el más allá, sino que alude al mismo Señor, el cual en el
momento del juicio sale al encuentro del hombre. ¿Pero qué quiere decir esto más
exactamente? Esto significa que, al hombre que cae ante la vista de Dios, se le
quema toda la «paja y heno» de su vida y que sólo permanece lo que únicamente
puede tener consistencia. Eso quiere decir que el hombre, mediante el encuentro
con Cristo, se refunde o transforma en aquello que él propiamente debería y
podría ser. La decisión fundamental de tal hombre es el «sí» que le hace capaz de
recibir la misericordia de Dios; pero esta decisión fundamental se halla agarrotada
e impedida de muchas maneras y sólo aparece penosamente sobre el enrejado del
egoísmo, que el hombre no podría eliminar del todo. Él recibe la misericordia,
pero debe ser transformado. Este encuentro con el Señor es esta transformación,
el fuego, que le transforma con su llama en aquella figura sin mancha que puede
convertirse en el recipiente de la eterna alegría. ¿Pero no pierde de esa manera su
sentido la oración por los difuntos? ¿Se puede pretender influir en la
imprescindible transformación personal de un hombre? Sí, se puede, porque, para
la fe cristiana, lo más íntimo del hombre es asimismo lo que en él hay de común
con los demás en la unidad de todos los miembros de Cristo. El compadecer y
con-amar no se halla junto a la persona, sino en ella misma: ella es distinta si está
con ella el amor solícito o no está. Su culpa tampoco es algo puramente privado:
¿no debía el «purgatorio», expresado en términos humanos, depender
precisamente también de que indiscutiblemente no puede ser feliz unido a Dios
aquél que ha dejado tras de sí culpas o pecados por los cuales sufren los hombres
en este mundo? Ahora bien, donde la culpa se ha transformado en amor
perdonador, cae un límite o una frontera que se oponía a la paz definitiva. Lo que
la oración de la iglesia deja claro en favor de los muertos sobre todo es esto: en el
mundo de la fe, los límites o fronteras entre la muerte y la vida, pero también las
fronteras entre hombre y hombre, son transitables o permeables en un dar y
recibir que abarca cielo y tierra, para el cual dar y recibir nadie hay demasiado
pequeño ni nadie demasiado grande” (Joseph Ratzinger).
291
Vida más allá de la muerte
¿Tiene sentido honrar unos sepulcros que, por más nobles que sean, sabemos
la miseria que contienen? Hay distintas sensibilidades; pero algo debe estar claro:
se trata de los miembros que fueron lavados por el bautismo, ungidos con óleo en
la confirmación y en la unción de enfermos, recibieron el signo material
eucarístico que vinculaba más sus vidas con la de Jesús; fueron el instrumento que
tuvieron esas personas para entrar en comunión con los demás, para manifestar su
fe, quizá para engendrarnos a la vida. Fueron “miembros de Cristo” y “templo del
Espíritu Santo” (1Cor 6,15.19); una realidad muy digna, y que algo tendrá que ver
con la resurrección futura.
La jornada nos invita a contemplar a Cristo como Señor de vivos y muertos,
dando vida eterna a unos y otros (1Tes 4); la muerte no tiene capacidad de
arrebatarle los que le pertenecen. Igualmente se nos invita a vivir en la
responsable esperanza de nuestro encuentro definitivo con el Señor y de sentarnos
festivamente a su mesa (Lc 12), mesa de gozo desbordante por ser Jesús el
anfitrión-servidor y por estar llena de hermanos: Tras el vivir / Dame el dormir /
Con los que aquí anudaste a mi querer. / Dame, Señor, / Hondo soñar; / hogar
dentro de Ti nos has de hacer (Severiano Blanco).
A medida que todos sus niveles humanos van siendo invadidos por el amor,
se inflama más y más su deseo, y su egoísmo va siendo consumido. Dante en la
Divina Comedia, en el canto XXIII del Purgatorio, escribe este verso de profunda
dulzura: "Se oyó llorar y cantar: "Domine, labia mea aperies", con tal acento que
hacía nacer en nosotros placer y dolor". Cuanto más se ahonda y profundiza el
nivel del dolor, tanto más se eleva el júbilo del surco. El desarrollo de la persona
avanza con la contribución de su dolor. Así, la frase de M. De Saci al morir, está
impregnada bellamente de esperanza y de fe: "¡Oh, bendito purgatorio!". El fuego
del purgatorio es un fuego de júbilo, al contrario del sufrimiento del infierno que
es un fuego de tormento. En el Purgatorio las almas sin su envoltura biológica, ni
la distracción de sus anteriores deberes, son necesariamente contemplativas, todas
para Dios. Su fuego es llama que consume y no da pena, como dice San Juan de la
Cruz, porque su amor a Dios es inmenso y saben que están salvadas y próximas
(Jesús Martí Ballester).
San Juan de la Cruz explica que el Espíritu Santo, como «llama de amor viva»,
purifica el alma para que llegue al amor perfecto de Dios, tanto aquí en la tierra
como después de la muerte si fuera necesario; en este sentido, establece un cierto
paralelismo entre la purificación que se da en las llamadas «noches» y la
purificación pasiva del purgatorio (cf Llama de amor viva 1,24; Noche oscura
2,6,6 y 2,20,5). En la historia de este dogma, una falta de cuidado en mostrar esta
profunda diferencia entre el estado de purificación y el estado de condenación ha
creado graves dificultades en la conducción del diálogo con los cristianos
orientales” (CTI). Nos podemos imaginar una madre que prepara a su hijo de
parvulario por la mañana y como es un día de lluvia el niño se mancha en el patio
y queda hecho un desastre, y cuando lo recoge la madre lo mete en la bañera
vestido y lo enjabona y lo va limpiando y al final le pone colonia Nenuco y le
dice “estás hecho un cielo” y le besa abrazándolo tanto que el niño le dice “mamá
no me aprietes tanto que me haces daño”, así es esa preparación que necesita el
alma para entrar limpia en el cielo, donde no puede participar quien a Dios no se
292
Esperanza y salvación
parece. O bien se parece también el purgatorio a cuando un espeleólogo ha
estado mucho tiempo en una cueva y sale al sol del mediodía y tiene que cerrar
los ojos porque no se pueden abrir a tanta luz, tienen que acostumbrarse,
aclimatarse, así el alma se tiene que ir aclimatando a quitar las impurezas de las
reliquias del pecado. O bien cuando uno sale de un submarino y está con una
presión muy distinta de la ambiental del mar profundo, y necesita antes de salir a
bucear pasar por una estancia con compuertas que le preparen a la presión
exterior, sino sus pulmones no resistirían el cambio brusco, ha de ser paulatino…
así vemos la purificación del rico Epulón que no se preocupó de los demás y dejó
morir al pobre Lázaro, que cuando me decían que estaba en el infierno me
repugnaba la idea pues le aparecían
buenos sentimientos; Benedicto XVI
nos explica que purga más allá de la
muerte sus faltas para preparar su
alma para el cielo.

2. El cielo
Dice el Catecismo: “Los que
mueren en la gracia y la
amistad de Dios y están
perfectamente purificados,
viven para siempre con
Cristo. Son para siempre
semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3,2), cara a cara
(cf 1 Co 13,12; Ap 22,4):
‘Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general
de Dios, las almas de todos los santos ... y de todos los demás fieles muertos
después de recibir el bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar
cuando murieron;... o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una
vez que estén purificadas después de la muerte ... aun antes de la reasunción de
sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador,
Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el reino de los
cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y
después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina
esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura’
(Benedicto XII: DS 1000; cf. LG 49).
Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de
amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se
llama "el cielo" . El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más
profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.
Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf Jn 14,3; Flp 1,23; 1 Ts 4,17). Los
elegidos viven "en El", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera
identidad, su propio nombre (cf Ap 2,17):

293
Vida más allá de la muerte
‘Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí
está el reino’ (San Ambrosio, Luc. 10,121).
Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo. La
vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la
redención realizada por Cristo quien asocia a su glorificación celestial a aquellos
que han creído en El y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la
comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a
El.
Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que
están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura
nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino,
casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni
al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co
2,9).
A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que
cuando El mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le
da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es
llamada por la Iglesia "la visión beatífica":
‘¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el
honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía
de Cristo, el Señor tu Dios, ...gozar en el Reino de los cielos en compañía de los
justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada’ (San
Cipriano, ep. 56,10,1).
En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con
alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación
entera. Ya reinan con Cristo; con El "ellos reinarán por los siglos de los siglos' (Ap
22, 5; cf. Mt 25, 21.23)” (1023-1029).
Cielo es el amor de Dios, la plenitud del encuentro con Cristo. Por tanto,
“hablar del ‘cielo’ no significa perderse en fantasías calenturientas, sino conocer
con más profundidad la oculta presencia que nos hace vivir de verdad y que, sin
embargo, continuamente dejamos que nos la tape lo aparente, apartándonos de
ella” (ESC). No es “donde” se llega, “hay” cielo porque Cristo existe y donde él
está quiere que estemos nosotros, entramos en la entrega de Cristo glorificado al
Padre, pues es “eso” el cielo, esa entrega “es” Cristo glorificado. Y en Cristo, la
visión de Dios, que es amor, donde Dios es “todo en todo”, plenitud también con
los demás (Iglesia), comunión abierta con todos pues no hay aislamiento alguno
posible sino co-existir. Es una fusión del yo en el cuerpo de Cristo sin una
disolución del yo, pues es amor regalado, personalísimo “con un nombre escrito”
(Ap 2,17), el de cada uno. La escolástica habla de “corona” especial de los
mártires, vírgenes y doctores, pero santa Teresita habla más de tener mucho para
dar mucho, y por ahí va más el cielo, riqueza para dar, para hacer partícipes a los
demás, hasta alcanzar una dimensión cósmica.
Todos llamados a ser santos. La fiesta de todos los santos
nos recuerda la multitud de los que han conseguido de un modo
definitivo la santidad, y viven eternamente con Dios en el cielo,
294
Esperanza y salvación
con un amor que sacia sin saciar. Es también la fiesta de todos los
que estamos llamados a unirnos a los que forman la Iglesia
triunfante: nos anima a desear esa felicidad eterna, que sólo en
Dios podemos encontrar. Vivimos en esperanza, somos varones de
deseos (como el profeta Daniel), de que Dios saciará todo el afán
de felicidad que anida en nuestro corazón, como decía San
Agustín: “nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está
inquieto hasta que descanse en Ti”. San Pablo dice que nadie
puede imaginar las maravillas que Dios nos tiene reservadas.
Saciarán sin saciar, y este pensamiento de plenitud nos ha de
ayudar a llevar la cruz de cada día sin caer en conformarnos con
premios de consolación, con pequeñas compensaciones efímeras,
que a la hora de la verdad son engaños, cartones repintados que
defraudan las ansias de cosas grandes de nuestro corazón.
La vida eterna consistirá en gozar de modo pleno del amor
que ya gozamos en parte, pero sin veleidades ni distracciones y
con perfección: sabremos, con todos los santos, lo que es y lo que
vale el Amor. Toda la vida cristiana se resume aquí: “nosotros
hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es
Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en
él” (1 Jn 4, 16), decía san Juan al término de su existencia terrena.
Dios estará con la debilidad porque es menor obstáculo
cuando quiere venir a nosotros, no hemos de cerrarnos sobre
nosotros mismos sino estar abiertos a la obra de Dios. Dios está
con la debilidad del ofrecimiento del amor. A veces queremos dar
seguridad, pero sobre todo lo que hemos de dar es la verdad, y
con ella la paz, que viene de confiar en Dios y su misericordia, y
hacer lo que podamos que Dios hará lo que no podamos
nosotros… Quizá hoy se ha desplazado este afán de seguridades
en un cumplimiento de las leyes no ya religiosas sino civiles, como
entonces el emperador: un puritanismo que “libera”
aparentemente de seguir la conciencia, pero todo esto es falso,
lleno de agresividad: se busca la tolerancia y libertad pero no para
todos, siempre hay alguien al que crucificar (los lefebrianos ahora,
quizá antes los moros o judíos, yo qué sé). El mecanismo de
defensa ante el desequilibrio que provoca el resentimiento de no
hacer las cosas en conciencia busca a alguien como chivo
295
Vida más allá de la muerte
expiatorio, generalmente alguien que nos recuerda la conciencia (el
Papa por ejemplo). Ante todas estas hipocresías, tenemos siempre
el reto de aquel que dijo: No hay amor más grande que dar la vida
por los amigos (Jn 15,13). Desde el punto de vista de los judíos, los
hombres se dividen en dos grupos: ellos y los otros; también
solemos decir “los nuestros”… recuerdo un chiste: llega uno al
cielo y san Pedro le va enseñando el lugar y al pasar por una
habitación cerrada pregunta –“y aquí, ¿quién hay?”, y san Pedro
dice: -“Los de… (el grupo en cuestión), ¡que se creen que están
solos!” La Iglesia ha definido que nadie está seguro de su salvación,
con certeza de fe (excepto los santos canonizados), pero sí
podemos tener certeza moral... es la ciencia que no busca
seguridades sino abandonarse, aunque con la Virgen sabemos que
estamos seguros, como confió el Señor a Bartolomé Longo y
recuerda Juan Pablo II en su carta del Rosario: quien propaga la
devoción a María está predestinado, se salvará. También las
devociones al Escapulario, o el cuarto de hora de oración, tienen
buenas recomendaciones papales (y revelaciones privadas). Como
esto me suena a sí pero no me quedo con el abandono en la
misericordia y en aquello del conocimiento experiencial de
“entreme donde no supe / y quedeme no sabiendo / toda ciencia
trascendiendo.
Yo no supe dónde entraba, / pero cuando allí me vi, / sin
saber dónde me estaba, / grandes cosas entendí; / no diré lo que
sentí, / que me quedé no sabiendo / toda ciencia trascendiendo.

Este saber no sabiendo / es de tan alto poder, / que los


sabios arguyendo / jamás lo pueden vencer; / que no llega su saber
/ a no entender entendiendo, / toda ciencia trascendiendo”…

Pero ¿en qué consiste propiamente la salvación? Creo que es un


concepto a la vez muy simple y algo difícil de entender. Hay Uno que ha sido
salvado plena y definitivamente: Cristo glorioso, vencedor de la muerte; y su
salvación es “contagiosa”, o “contagiable”, abierta a nosotros. Salvarnos significa
participar de su gloria. Es en definitiva un asunto de solidaridad, de despliegue de
la salvación de Cristo abarcando a todos los que le aceptan como Salvador. Y en
la iglesia todo funciona en forma de solidaridad, término que en cristiano se
traduce por “comunión”: el crecimiento de unos en comunión con Cristo redunda
en bien de todos, vivos y muertos, en el acrecentamiento de la comunión,
296
Esperanza y salvación
compartiendo con ellos nuestra riqueza, nuestra “santidad”. En realidad siempre
incluimos a los otros, en nuestra oración, en nuestro progreso espiritual, también
a los muertos; y esta fecha nos invita a hacernos más conscientes de ello. Un
cristiano orante “dice siempre ‘nosotros’, incluso si dice ‘yo’”. Por lo demás, si nos
ponemos a hacer cálculos temporales, nos perdemos; ¿no estarán “ya” en el cielo
mis abuelos? Al otro lado –dicen los entendidos- no hay sucesión temporal, todo
es simultáneo. Dejemos a Dios que “administre” los bienes salvíficos como Él sabe.
El “cielo” es plenitud de intimidad con Dios (de eso habla Juan Pablo II
el 21.7.1999), cuando haya pasado la figura de este mundo, los que hayan
acogido a Dios en su vida… Dirá S. Pablo: “los dones y la vocación de Dios son
irrevocables” (Rom 11,29). “Cuando Dios nos invita a ponernos en camino en tal
o cual dirección, nos da también la fuerza y la gracia necesarias. Abrirse a una
llamada, significa siempre recibir un suplemento de fuerza, pues Dios es fiel: da lo
que manda, en palabras de San Agustín. En un sentido inverso, podemos decir que
todo don es una llamada. Cada vez que la vida nos hace un regalo (un momento
de felicidad, una amistad, una habilidad, etc.), esos regalos contienen una llamada
implícita… (J. Philippe, Llamados a la vida).
Luego del episodio del joven rico, que impactó a los discípulos, Pedro
dice: “y nosotros que lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué será de
nosotros?” Y Jesús : «yo te aseguro, que todo el que deje casas o hermanos o
hermanas o padre o hijos o campos por mi nombre recibirá cien veces más» y
poseerá la vida eterna» (Mt 19,27s). El camino que pasa por la Cruz termina en el
cielo (cf 1 Cor 2,9; Forja 1022). «Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no
tiene acceso a la "Casa del Padre" (Jn 14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Sólo
Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, "ha querido precedernos como
cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la
ardiente esperanza de seguirlo en su Reino" (MR, Prefacio de la Ascensión)»
(Catecismo 661).
«Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así
ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina (2 P 1,4)
y de la Vida eterna (cf Jn 17,3). Con ella, el hombre entra en la gloria de Cristo (cf
Rm 8,18) y en el gozo de la vida trinitaria» (Catecismo 1721).
No son éstos sueños vanos. No son sólo consuelo para los afligidos de
este valle de lágrimas. Son objeto de una esperanza certísima, fundada en el
palabra de Dios. Por eso, el cristiano de fe ardiente, se adelanta a todos, vive
desde el futuro, un futuro que ya es.
¿Cómo será mi Cielo? Depende. Depende de mi caridad en el instante de
cruzar la frontera del tiempo (Santo Tomás, Sobre la caridad, 204).
Cuenta Leo J. Trese en Dios necesita de ti (128-9) que eran dos amigos,
Jorge, inteligente, y Juan con notas malas. Obtuvo Juan a duras penas un título
universitario, casi por condescendencia, y luego un modesto empleo, justo para
malvivir. Sin posibilidades de ahorrar, temía siempre perder su puesto de trabajo y
caer enfermo o sufrir un accidente grave. Había vivido en un barrio modestísimo,
ruidoso y poco recomendable, con casas antiguas y apiladas. Su mujer era apática
y además gruñona. Tal vez por eso, Juan bebía demasiado, perdía los nervios con
frecuencia y decía palabras malsonantes. Evidentemente, no hubiera podido ser
297
Vida más allá de la muerte
nunca candidato al título de "El hombre más virtuoso del año". Ambos eran
católicos y cumplan con sus deberes religiosos. Jorge iba a Misa y comulgaba a
menudo; Juan, sólo los domingos, las fiestas de guardar y algunas otras fechas
señaladas. Dios se los llevó casi al mismo tiempo, con pocos días de intervalo, y
los dos comparecieron ante Él para ser juzgados. Fueron ambos al cielo, pero el
juicio les deparó sorpresas considerables. La de Jorge consistió, principalmente, en
que no obtuvo el primer puesto que esperaba. "Sí, fuiste bueno -le dijo Dios- pero
¡cómo no ibas a serlo? Apenas tuviste contrariedades ni problemas. Tus pasiones
eran por naturaleza moderadas y no tuviste en tu vida fuertes tentaciones. Has
sido un hombre virtuoso, si, pero debías haber sido un hombre santo..."
Juan, por su parte, tuvo una sorpresa aún mayor, porque "pasó por
delante" de Jorge y se quedó más alto. "Sin duda podías haber sido mejor -le dijo
Dios- pero, al menos, luchaste. No te compadeciste en exceso de ti mismo y
nunca tiraste la toalla. Teniendo en cuenta tus insuficiencias y tus circunstancias,
no lo hiciste mal del todo y aprovechaste muchas de mis gracias..."
La santidad está en la lucha, el pecado y la virtud no se pueden apreciar
exactamente considerando tan solo lo que aparece en la superficie de la vida, si
todos naciéramos con las mismas cualidades naturales, si todos estuviésemos
rodeados de las mismas circunstancias y afrontásemos las mismas tentaciones,
podríamos decir sin temor a equivocarnos, "fulanito es bueno, menganito es
malo" pero las cosas son más complejas, sólo Dios juzga, sabe lo que cada uno ha
puesto de su parte para no desperdiciar las gracias que ha recibido, dada su
personalidad y sus circunstancias individuales.

¿El cielo como premio? Hay quien piensa en el cielo como


algo individual: yo quiero salvarme y a los demás que los parta un
rayo (no con estas palabras, pero con la idea de fondo de
egoísmo). Kant criticó esta idea de premio como utilitarista, pero
cayó él en un hedonismo mucho peor porque en lugar de purificar
el amor y volver a aquel del que nos habla Jesús se inventó una
obligación separada del amor, imperativo categórico que justifica
todo, que en el fondo tiene un enfoque de satisfacción personal
tremendamente hedonista pues puede colocar en lo que yo quiero
la voluntad de Dios o lo que sea… Si nos acercamos a la verdad
del Evangelio, después del egoísmo del joven rico (Mt 19,27s) que
impactó a los discípulos, ellos, que querían sinceramente salvarse,
le preguntan a Jesús: «aquí nos tienes a nosotros, que lo hemos
dejado todo y te hemos seguido: ¿qué será de nosotros?” y la
respuesta: “-Todo el que deje casa o hermanos o hermanas o
padre o hijos o campos por mi nombre, recibirá cien veces más ya
en esta vida –también en persecuciones- y poseerá la vida eterna”».

298
Esperanza y salvación
Es un canto a las bienaventuranzas, y al tema complejo de la
entrega-premio que estamos viendo ahora. Durante un tiempo,
cierto espiritualismo hizo que se pensara en un amor que, por no
querer ser interesado, resultara poco humano, demasiado
angelical. Esto se hace notorio en el gran soneto anónimo a Jesús
crucificado, del siglo de Oro español, aunque muchos lo quieran
atribuir, por el espíritu que subyace, a San Juan de la Cruz o Santa
Teresa de Jesús:

No me mueve, mi Dios, para quererte,


el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme al verte


clavado en una Cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,


que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera;


pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero, te quisiera.

En la última estrofa hay un espíritu desencarnado, que no


tiene en cuenta que cielo y amor se identifican, porque en aquella
cultura se quería querer a Jesús con un amor puro, sin mezcla de
interés. Hay que superar la dicotomía: «Dios mío: ¿cuándo te
querré a Ti, por Ti? Aunque, bien mirado, Señor, desear el premio
perdurable es desearte a Ti, que Te das como recompensa» (Forja
1030). Anticipo del ciento por uno es el cariño sobrenatural y
humano que vivimos, felices en la tierra. En esta vida no hemos de
aspirar a una perfección de ser correctos -como si la cosa
consistiera en tener las manos limpias- sino amar –tener las manos
299
Vida más allá de la muerte
llenas-: S. Juan de la Cruz nos lo recordaba diciendo que “al
atardecer (de la vida) seremos juzgados en el amor”. Ya aquí
tenemos el premio de las obras de amor, con una vida llena, y la
tiene quien ama, así se descubre de dónde viene todo amor: Dios
es amor, y el amor de la tierra nos hace saber que el amor es
eterno, que no se acaba con la muerte... y por lo tanto ya se
puede ser feliz aquí. Aun cuando decimos que es un valle de
lágrimas, que sólo seremos felices en el cielo, esta es una parte de
la verdad: pues aquí podemos ya tener, en la esperanza y como
prenda segura, todo aquello que esperamos. Ya vimos que la
felicidad del cielo es para aquellos que saben ser felices en la tierra;
no consiste en tener una vida cómoda, sino un corazón
enamorado, que sepa amar, aprender así a vivir la vida sin temor a
la muerte: “La santidad consiste precisamente en esto: en luchar
por ser fieles durante la vida; y en aceptar gozosamente la
Voluntad de Dios, a la hora de la muerte” (J. Escrivá). En
definitiva: uno tiende al amor, y en el amor está la recompensa.
Vayamos a otra expresión popular: hay que querer a los
demás por amor de Dios. Y un hijo no entiende eso, y responde a
su madre: “mamá, a mí quiéreme por mí mismo, no por amor de
Dios.” Y tiene razón, las personas no pueden quererse como un
medio, sino como un fin. ¿Entonces? Analicemos la frase. Querer
por amor de Dios se me ocurre que puede entenderse en dos
sentidos. El primero, en cuanto que a través de los demás amo a
Dios, a quien no veo, y si no amo de verdad a los demás, a
quienes veo, no puedo amar a Dios, a quien no veo, es decir que a
través de los demás amo a Dios. Entonces, veo en los demás no a
individuos, sino algo más: “tuve hambre y me disteis de comer”,
veo en los demás imagen de Dios, a Cristo, alguien divino, al
mismo Dios, por tanto puedo dar la vida por ellos. “¿Sabéis
porque os quiero tanto? –decía S. Josemaría- Porque veo bullir en
vosotros la sangre de Jesucristo….” El segundo motivo es
igualmente rico: si amo a los demás con mi pobre corazón es muy
poco el amor que puedo darles. Decía un niño a su madre: “te
amo con todo tu corazón”. La madre le corrige: “no, se dice con
mi corazón”. –“no, mamá, con el tuyo, que es más grande”. Pues
queremos a los demás con el amor de Dios, que es más grande. De
300
Esperanza y salvación
hecho, pienso que el amor, si es verdadero, es participar de Dios. Y
entonces es más fuerte que la muerte, es divino. Como vemos, lo
cristiano no disminuye lo humano sino que le da su pleno sentido.
El Cielo es nuestro fin (1 Cor 2,9), pero no llegamos solos.
«Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la
"Casa del Padre" (Jn 14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Sólo
Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, "ha querido
precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de
su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su
Reino" (MR, Prefacio de la Ascensión)» (Catecismo 661). «Dios nos
ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al
cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza
divina (2 P 1,4) y de la Vida eterna (cf Jn 17, 3). Con ella, el
hombre entra en la gloria de Cristo (cf Rm 8, 18) y en el gozo de la
vida trinitaria» (Catecismo 1721).
No nos ayudan mucho las imágenes del cielo, porque son
pobres… pero si estimulan la imaginación, y simplemente nos
indican que no sabemos casi nada de lo mucho de bueno que allí
hay, pueden servir: “imagina, pues, una ciudad toda de oro
purísimo, maravillosamente labrada de piedras preciosas, y cada
una de sus puertas de una piedra preciosa. Imagina un campo
llano, espaciosísimo y hermosísimo, lleno de todas las flores y
frescuras que se pueden pensar; donde hay perpetuo verano, y
florestas siempre verdes con olor de inestimable suavidad.
Imaginando, pues, así el lugar, mira primeramente qué gloria será
ver a aquella Beatísima Trinidad, que es un perfectísimo retablo, en
el cual resplandece toda la hermosura, toda la nobleza, toda la
bondad y toda la suavidad que se puede hallar, en cuya visión
tendrás todo lo que quisieres, y sabrás todo lo que deseares, según
la medida que te cupiere de gloria. Y la visión clara de la
sacratísima humanidad del Señor, y el gozo de los santos, sutileza,
impasibilidad, ligereza y claridad, sabiduría y alegría…” (Fray Luis
de Granada, Vida de Jesús, 33).
3. La glorificación de la humanidad de Cristo –unida
a su divinidad- es Sacramento y fuente de nuestra
glorificación

301
Vida más allá de la muerte
“Jesucristo subió a los cielos, y está sentado a la derecha
de Dios, Padre todopoderoso”. Así reza el credo en su artículo 6
(Catecismo, 659ss; Mc 16,19) y sabemos que Jesús está en cuerpo y
alma con su Cuerpo en Dios, glorificado. Durante 40 días se hizo
ver a los discípulos comenzando por María Magdalena (Jn 20,17).
Jesús sube al cielo para que donde Él está vayamos también
nosotros… mientras, nos regala el Espíritu Santo. Pero no se va:
"Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los
siglos". Sólo se hizo invisible. S. Pablo dice: "subió a los cielos para
llenarlo todo con su presencia": es la misión de la Iglesia. Por eso
los ángeles invitan a los apóstoles a no quedarse mirando al cielo
pues hay mucho que hacer en la tierra. Desea San Pablo a los
Efesios “espíritu de sabiduría” de Dios “según la eficacia de su
fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los
muertos”, y ese poder ahora actúa en nosotros como una fuerza
interior.
Leí de un niño al que le encantaban los circos, y lo que más
le gustaba eran los elefantes. En una función había uno que
deslumbraba por su poderío, su tamaño y fuerza descomunal...
pero después de su actuación el enorme animal quedaba atado por
una de las patas con una sencilla cadena sujeta a una pequeña
estaca clavada en el suelo: no era más que un pedazo de madera
apenas enterrado unos centímetros en la tierra; se preguntaba
cómo un animal con fuerza capaz de arrancar árboles no
arrancaba la estaca. ¿Qué le impedía liberarse? El niño preguntó
por ese misterio a su padre, quien le explicó que no se escapaba
porque “estaba amaestrado”. Pero el misterio seguía: si estaba
amaestrado, ¿para qué la cadena?... Con el tiempo descubrió que
el elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una
estaca parecida desde que era muy pequeño. Podemos
imaginarnos al pequeño elefante intentando liberarse de la estaca,
demasiado fuerte para su edad. Probaría un día y otro, hasta que
el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Como
tiene memoria de elefante, ese animal enorme y poderoso no
escapa porque se acuerda de que no podía, y piensa que no
puede. El recuerdo de la impotencia que siente desde pequeño, le
acompaña toda la vida. Y lo peor es que jamás se ha planteado de
302
Esperanza y salvación
nuevo la posibilidad de vencer. Una bonita imagen de los límites
que tantas veces nos aprisionan en la vida, sin conocer que
podemos mucho más de lo que encierran esas limitaciones. Vemos
cómo hay campeones que no se hunden ante las dificultades, que
no cesan hasta romper las estacas a las que se atan… La
superación, el esfuerzo, nos liberan de muchas “estacas” que nos
aprisionan, por encima de las dificultades... ¿Qué estacas tenemos
atadas que nos quitan libertad? Quizá probamos una y otra vez
algo y ya pensamos que no podemos conseguirlo, grabamos en
nuestra memoria un "no puedo... no puedo y nunca podré",
perdiendo la confianza. “Sabemos” que no podemos pero no
consideramos que la única manera de “saber”, es “intentar de
nuevo” poniendo todo el corazón, todo nuestro esfuerzo: porque
Tú eres, Señor, nuestra fortaleza, contigo podemos… levantarnos
puntuales, estudiar, atender en clase o enfrentarme a este trabajo o
no disiparme y hacer lo que toca.
Aunque no nos deja una foto, Jesús
se queda: como una madre que dice a su
hijo: “te comería a besos”… eso dice Él:
“toma, cómeme”, Jesús se nos da en la
Eucaristía: Ahí está la fuerza, que nos facilita
la voluntad de la lucha para vencer: ¡Jesús
mío! Te doy gracias, porque te has quedado
en la Comunión. Ayúdame para que no
desaproveche los momentos tan especiales,
en la Misa, en los que estás conmigo, y
contigo nos das el Espíritu Santo, el mejor
regalo que recibimos, el Consolador, mi
amigo inseparable, que por muy bajito que
le hable, me escuchará, porque está dentro
de mí y me dará fuerza en la lucha de la
vida, y me ayudará en mis problemas:
viviré alegre para hacer felices a los demás.
Mirándonos en el espejo que es Jesús
aprenderemos a ser nosotros mismos..., a
no tener miedo: “¡No tengáis miedo!”, era una de sus frases
preferidas. Yo a veces tengo miedo, Jesús: haz que deje mis
303
Vida más allá de la muerte
miedos. También decías a los apóstoles: “¡Mar adentro!” Dame
esperanza, para ir contigo mar adentro. A veces me veo como
cuando San Pedro dijo “soy un pecador” y Tú le transformaste de
pecador en pescador. También yo quiero sentir tu voz, haz que
lleve esperanza a todos, que los ayude, que los haga felices. Ir mar
adentro primero en el mar de mi vida interior, es que voy a
buscarte en mi corazón… “Señor, te proclamamos admirable y el
solo Santo entre todos los santos; por eso imploramos tu
misericordia que, realizando nuestra santidad por la participación
en la plenitud de tu amor, pasemos de esta mesa de la iglesia
peregrina al banquete del reino de los cielos” (de la liturgia de la
Misa). El Salmo 129 desde lo hondo clama:
“Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma
aguarda al Señor, más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él
redimirá a Israel de todos sus delitos”.

“Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos” y


volverá en gloria; Cristo reina ya mediante la Iglesia… “Aguanto
todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la
salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna. Es doctrina
segura: si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos,
reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos
infieles, él permanecerá fiel, porque no puede negarse a sí mismo”
(Tim 2,8-13), ya que Él dijo: me voy a mi Padre y no me veréis ya.
Bienaventurados los que no ven y creen. Excita Jesús así nuestra fe,
y nuestra esperanza: Cuando yo me vaya y os haya preparado el
lugar, vendré otra vez y os tomaré conmigo, para que en donde
yo estoy, estéis también vosotros (Jn 14,3). Y también el amor de
la caridad a las cosas del cielo: Buscad las cosas que son de arriba
en donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Pensad en las
cosas de arriba, no en las de la tierra (Col 3,1). Pues como se dice
304
Esperanza y salvación
en el Evangelio: en donde está tu tesoro, allí está también tu
corazón (Mt 6,21). Y puesto que el Espíritu Santo es el amor que
nos arrastra a las cosas celestiales (amor nos in caelestia rapiens),
por eso el Señor dice a sus discípulos: os conviene que yo me vaya,
porque si no me fuese no vendrá a vosotros el Consolador, pero si
me voy os lo enviaré (Jn 16,7). Y explicándolo dice San Agustín:
‘no podéis recibir el Espíritu Santo en tanto que persistís en
conocer a Cristo según la carne. Pero al apartarse Cristo
corporalmente, no solamente el Espíritu Santo sino también el
Padre y el Hijo se hicieron presentes en ellos espiritualmente’
(Santo Tomás). Sus discípulos lo vieron partir, llenos de consuelo y
alegría, pero también con la desazón de la soledad en el alma. Pero
Cristo les prometió: Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo
(Mt 28,20). Esta promesa es el fundamento de nuestro consuelo en
la tierra, de nuestra esperanza del cielo, de nuestra fuerza en los
combates de la Iglesia. ¿Por qué se queda Cristo? Se queda para
consolarnos en la ausencia. No nos deja desamparados: No os
dejaré huérfanos. Todavía un poco, y el mundo ya no me ve más;
pero vosotros me veréis... (Jn 14,18-19). Se queda para darnos
fortaleza en la empresa que nos encarga: conquistar todo el mundo
para la fe, sufriendo persecuciones, cruces y muerte.

Yo estoy con vosotros. Se queda Él mismo. Con vosotros.


Guiándolos con su providencia, poniendo todas las cosas a su servi-
cio (todo sucede para el bien de los que Dios ama: Rom 8,28),
obrando en ellos maravillas. Aunque a veces no lo entendamos.
Parece que a veces permite algún mal para que no venga algo peor,
quién sabe.. como la Escritura nos habla de que mejor se haya ido al
cielo alguien, que aquí podía haberse perdido o malogrado en parte,
de haber continuado en un ambiente difícil: “el justo, aunque muera
prematuramente, tendrá el descanso… agradó a Dios, y Dios se lo
llevó; lo arrebató, para que la malicia no pervirtiera su conciencia,
para que la perfidia no sedujera su alma. La fascinación del vicio
oscurece lo bueno, el vértigo de la pasión pervierte una mente sin
malicia. Madurando en pocos años, llenó mucho tiempo. Como su
alma era agradable a Dios, lo sacó aprisa de en medio de la maldad.
Lo vieron las gentes, pero no lo entendieron… la gracia y la
305
Vida más allá de la muerte
misericordia son para los elegidos del Señor y la visitación para sus
santos” (Sab 4,7-15). Es un misterio, el plan de Dios… Está con
nosotros… Para siempre. Todos los días hasta el fin del mundo. No
algunas veces, ni en circunstancias especiales, sino siempre y en todo
momento; pero está presente especialmente cuando el dolor nos
azota y la tentación nos acrisola. “La vida de los justos está en
manos de Dios y no los tocará el tormento. La gente insensata
pensaba que morían, consideraba su tránsito como una desgracia…
pero ellos están en paz. La gente pensaba que eran castigados, pero
ellos esperaban seguros la inmortalidad. Sufrieron un poco, recibirán
grandes favores, porque Dios los puso a prueba, y los halló dignos
de sí; los probó como oro en crisol, los recibió como sacrificio de
holocausto… su Señor reinará eternamente. Los que en él confían
conocerán la verdad y los fieles permanecerán con él en el amor,
porque sus elegidos encontrarán en él gracia y misericordia” (Sab
3,1-9). Santa Catalina, tras las duras pruebas con las que Dios le hizo
saborear la amargura de la soledad y del abandono, ante la primera
aparición de Nuestro Señor le preguntó con audacia: “¿Dónde es-
tabas Señor, cuando más te necesitaba?” A lo que Él respondió:
“Estaba más cerca de ti de cuanto lo estoy ahora”. Está siempre con
los suyos; y acabado el mundo estará junto a ellos más íntimamente
aún; tanto que no puede imaginarlo la mente humana (Miguel A.
Fuente). A pesar de todo, el alma que ve alejarse a Cristo entre las
nubes de cielo, no puede menos que gemir, diciendo como fray Luis
de León: ¿Y dejas, Pastor santo, / tu grey en este valle hondo,
obscuro, / con soledad y llanto; / y tú, rompiendo el puro / aire, te
vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados / y los ahora tristes y afligidos, / a tus
pechos criados, / de ti desposeídos, / ¿a dó convertirán ya sus
sentidos?
¿Qué mirarán los ojos / que vieron de tu rostro la
hermosura, / que no les sea enojos? / Quien oyó tu dulzura, / ¿qué
no tendrá por sordo y desventura?
A aqueste mar turbado, / ¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién
concierto / al viento fiero, airado, / estando tú encubierto? / ¿Qué
norte guiará la nave al puerto?

306
Esperanza y salvación
Dulce Señor y amigo, / dulce padre y hermano, dulce
esposo, / en pos de ti yo sigo: / o puesto en tenebroso / o puesto
en lugar claro y glorioso.

La conformación con Cristo por la gracia y en la gloria. Si la


predestinación lleva a ser conforme a la imagen de Cristo resucitado (Rom 8, 29),
¿en qué consiste esta conformación, para que seamos dios sin dejar de ser
nosotros mismos? Es decir, en el cielo no podemos estar como pegados
exteriormente a un Cristo total, pero tampoco podemos disolvernos en Él pues
sería panteísmo. Veamos los datos que tenemos en la teología tomasiana de la
conformación “in via”, para intuir más de la sublimidad de este misterio, y cómo
influye en nuestra vida actual la esperanza cristiana en el cielo, como la conforma,
como le da fuerza vivificadora como principio de vida espiritual a través de la
filiación divina: “Dios, que resucitó de entre los muertos a Jesús, vivificará
también nuestros cuerpos mortales, por su Espíritu que habita en nosotros” (Ant.
entr.: Misa difuntos). “Queridos hermanos: ¡Mirad qué amor nos ha tenido el
Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos! El mundo no nos conoce
porque no le conoció a Él. Queridos: ahora somos hijos de Dios y aún no se ha
manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos
semejantes a Él, porque le veremos tal cual es. Todo el que tiene esta esperanza
en Él, se hace puro como puro es Él” (1 Jn 3,1-2). La vida en Dios es por Cristo,
como hijos de Dios, el único camino...

a) similitudo, assimilatio, y otros términos como conformitas y


conformatio (en ocasiones configuratio) son expresiones de la adopción como
hijos de Dios que se lleva a cabo mediante una conformidad de semejanza con el
Hijo de Dios por naturaleza: “Porque la adopción de los hijos no es más que esta
conformidad. El que es adoptado como hijo de Dios, queda conformado a su
Hijo”. Insiste S. Tomás en que el hombre es adoptado como hijo de Dios, en
cuanto que recibe el Espíritu de Cristo y se conforma con Él, no pudiendo llegar a
ser hijo adoptivo a no ser por conformación al Hijo según la naturaleza, esto es, a
que llevemos su imagen”. Para nosotros, “conformatio” significa tomar forma,
hacerse a la forma de algo en el sentido de semejanza suya, modelar algo dándole
la forma del modelo; naturalmente significa también adaptarse a la voluntad de
otro. En este sentido, conformarse a la voluntad de Dios es la misión más
importante del hombre en su vida, a través del conocimiento del «libro de la vida»
que es tanto la Escritura como sobre todo el mismo Cristo. Conformación que no
es algo exterior, sino que es una misteriosa presencia del Espíritu Santo en el alma
(misión invisible): Y esta presencia no es pasiva sino activa (cf Gal 4,6), es el
Espíritu del Hijo que nos conforma en Cristo. Y así “la criatura racional puede
poseer la Persona divina”.
b) Revestirse de Cristo es vivir a semejanza de Él por las virtudes; es
necesario que quien se asemeja a Cristo por el bautismo, se asemeje a su
resurrección por la inocencia de la vida (cf 2 Tim 2,11). La fe viva es fundamento
de la configuración con Jesucristo (cf Gal 3,27; Ef 4,24; Col 3,10; Rom 13,14):
307
Vida más allá de la muerte
induere Christum, habitare Christum in cordibus (Ef 3,17); padecer con Cristo
(Rom 7,14), morir y resucitar con Él (Rom 8,17; cf 6,3s; 2 Tim 2,11), y esta fe viva
es formada por la caridad: “Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo
sabemos porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte.
El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva en sí
vida eterna. En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros.
También nosotros debemos dar nuestras vidas por los hermanos” (1 Jn 3,14-16).
Esta renovación interior se hace visible en el obrar exterior por el
ejercicio de las virtudes. Santo Tomás lo expresa con los términos configuratio,
conversatio, informatur: la renovación de la criatura es revestirse del hombre
nuevo (Ef 4,24) que es Jesucristo, que es principio de vida espiritual.

c) La vida de Cristo «redunda» y «se reproduce» de algún modo en el


cristiano. ¿De qué modo? Él es un maestro que enseña interiormente, mostrando
los errores, y limpia los afectos -pues mueve los corazones para aspirar a los
bienes más altos-, también a través de los Sacramentos, acciones de Cristo. Cristo
es la Luz que dirige interiormente al hombre, moviendo su voluntad, con la
colaboración libre del creyente que entonces recibe por el Espíritu Santo no sólo
el Hijo sino también el Padre (cf Jn 13,20). Así la actuación de Cristo en el
corazón del hombre trae la paz de los santos, que se ordena a la bienaventuranza
eterna, y que a pesar de la imperfección del estado de viator en cierto sentido es
perfecta, porque es la paz de Cristo, completa, a pesar de las aflicciones: “Me han
arrancado la paz y ni me acuerdo de la dicha; me digo: se me acabaron las fuerzas
y mi esperanza en el Señor. Fíjate en mi aflicción y en mi amargura, no hago más
que pensar en ello y estoy abatido. Pero hay algo que traigo a la memoria y me
da esperanza: que la misericordia del Señor no termina nunca y no se acaba su
compasión; antes bien se renuevan cada mañana. ¡Qué grande es tu fidelidad! ‘El
Señor es mi lote’, me digo, y espero en él. El Señor es bueno para los que esperan
en él y lo buscan; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor” (Lm 3,17-
26).

d) Cristo se hace primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29). La


adopción divina hace a los hombres hermanos de Jesucristo y a Él conformes, en
cuanto tienen semejanza con el que es verdaderamente Hijo. La expresión paulina
de «conformatio» está ligada en santo Tomás a la condición de Jesús como
«primogenitus». En Cristo somos hechos hijos de Dios, a su imagen y semejanza,
en el orden de la gracia, «dioses» por conformación al Verbo, en una participación
del ejemplar, de su filiación natural: «El Hijo de Dios quiso comunicar a los
hombres una filiación semejante a la suya, de modo que fuera no sólo Hijo, sino
el primogénito de muchos hijos», “teniendo el mismo Padre que Él”.

e) La elevación a ser divinæ consortes naturæ (“participantes de la


naturaleza divina”: 2 Petr 1, 4), en el Aquinate, es sinónimo de la gracia: el
hombre es imagen de Dios, y por su ser espiritual, se produce una espiritualización
progresiva: «No conviene creer, sin embargo, que el alma racional esté tomada de
la substancia de Dios, como erróneamente han creído algunos». Se trata de una
308
Esperanza y salvación
perfección real de la «esencia del alma» que sitúa a quienes la reciben en un “cierto
orden divino”, en virtud del cual son “en un cierto modo constituidos deiformes”.
Esta “semejanza divina” no lo es sólo de las operaciones de Dios, sino también de
su vida eterna. El camino para esa unión es la Humanidad Santísima de Jesucristo.

f) La expresión “in Christo” expresa entre otras cosas una participación


escatológica en la misma vida de Cristo: por la filiación divina participamos en el
linaje de Cristo, el nuevo Adán: “Del mismo modo que Jesús ha muerto y
resucitado, a los que han muerto en Jesús Dios los llevará con él. Si por Adán
murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida” (Ant. entr. de la Misa de
difuntos, 2), nos incorporamos a la vida de Cristo: somos hijos de Dios in Christo,
viviendo su vida. “Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto. Si
por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por
Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su
puesto: primero Cristo, como primicia, después, cuando él vuelva, todos los
cristianos…” (1 Cor 15,20-1-4a.25-28).
Es una expresión muy rica en significado (otras veces usa in Domino, in
Christo Iesu). Comenta el Aquinate el texto de Io 14, 3: Si me fuere y os preparare
el lugar, de nuevo vendré y os tomaré conmigo, para que donde estoy yo estéis
vosotros en el sentido de que colocando Cristo en el cielo la naturaleza que había
tomado, nos da esperanzas de llegar allá, porque, como Él mismo dice, donde
está el cuerpo, allí se juntarán las águilas (Mt 24, 3). Y Miqueas: sube, abriendo el
camino ante ellos (Mich 2, 13). El Espíritu Santo es amor, que nos arrebata a las
cosas celestiales (est amor nos in cælestia rapiens). La Encarnación y la Pasión son
camino para la gloria, el último fin de nuestra santificación, que es la vida eterna:
y es por la unión con Él y con los misterios de su Vida, Muerte y Glorificación,
como esta salvación se realiza, de hecho, en cada uno de nosotros»: Él es el
camino: “escucha, Señor, nuestras súplicas, para que, al confesar la resurrección de
Jesucristo, tu Hijo, se afiance también nuestra esperanza de que todos tus hijos
resucitarán” (Colecta: Misa difuntos).
Para mí vivir es Cristo, y el morir es una ganancia, dirá el Apóstol (Phil 1,
21), pues aspiramos a vida mejor por Cristo (cf. Sal 126, 2 Tit 4). Dice S. Tomás
que aquí el Apóstol habla de lo que es común experiencia: que el hombre vive en
relación con aquello en lo que tiene centrado su afecto, en lo que pone toda su
ilusión. Si vive para sí mismo, en esto centra su interés; si para los demás, se dice
que vive por ellos; si por la cruz renuncia al propio afecto, ya no se vive para sí. Y
así puede decir: Dios es testigo de cómo os amo a todos vosotros en las entrañas
de Cristo Jesús (Phil 1, 8), conformación tan grande con Cristo, que se expresa
como hablando desde las entrañas de Cristo.

El Espíritu Santo y la herencia de los hijos de Dios. El Espíritu Santo es el


anticipo de la vida eterna, y es llamado por eso arras (Ef 1,13-14), primicias (Rom
8,23), el sello (2 Cor 1,21), y también es llamado bebida (1 Cor 12,13) en relación
a la herencia de los hijos de Dios, causada por el Espíritu Santo, que supone la
felicidad para la persona humana. Comentando la predestinación y la herencia de
Rom 8, 29, el Aquinate nos dice que Dios envía a su Hijo al mundo para que
309
Vida más allá de la muerte
recibiésemos la adopción de hijos, siendo prueba de ello el Espíritu que en
nosotros nos hace vivir en la esperanza de gozar en la casa del Padre, ser
herederos de su reino; nos da el gusto por las cosas de Dios. Dios Padre creó el
mundo por medio de su Hijo -que es su Verbo- y de su Espíritu Santo -que es su
Amor- y, del mismo modo, por medio del Hijo y del Espíritu Santo vuelve el
mundo hacia Dios, hasta que todo se recapitule en el Padre. San Pablo recuerda a
los cristianos que han sido sellados con el sello del Espíritu Santo prometido (Ef
1,13). Habéis sido sellados por el Espíritu Santo, espíritu de promesa y prenda de
herencia. Él es prenda porque nos da certeza de la herencia prometida; ya que el
Espíritu Santo, al adoptarnos por hijos de Dios, se trueca -por decirlo así- en
espíritu de promesa y en sello de fianza en que la alcanzaremos. Por Él sabemos
que tenemos la promesa de la herencia de los hijos de Dios: nos dio como prenda
la caridad. Es arra de herencia, que esto expresa mejor un aspecto, pues lo que
ahora nos anticipa no es algo distinto de lo que obtendremos luego, sino que
después se completa.

La esperanza de los hijos de Dios. La filiación divina es como “una


semilla, una energía que contiene toda la perfección de la bienaventuranza: es
prenda de nuestra herencia (Ef 1, 14)”. “Cristo ha resucitado de entre los muertos,
primicia de los que duermen” (1 Co 15,20). Al ser nuestra resurrección futura «la
extensión de la misma resurrección de Cristo a los hombres» (CEF), se entiende
bien que la resurrección del Señor es ejemplar de la nuestra. La de Cristo es
también la causa de nuestra resurrección futura (CTI): «porque, habiendo venido
por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los
muertos» (1 Co 15,21). Por el nacimiento bautismal de la Iglesia y del Espíritu
Santo resucitamos sacramentalmente en Cristo resucitado (cf. Col 2,12). La
resurrección de los que son de Cristo debe considerarse como la culminación del
misterio ya comenzado en el bautismo. Por ello se presenta como la comunión
suprema con Cristo y con los hermanos y también como el más alto objeto de
esperanza: “No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os
alijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y
resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con
él. Esto es lo que os decimos como Palabra del Señor: nosotros, los que vivimos y
quedamos para su venida, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el
Señor, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo; y
los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún
vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el
aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con
estas palabras” (1 Tes 4,12-17); «y así estaremos siempre con el Señor» (1 Ts 4,17;
«estaremos», ¡en plural!). Por tanto, la resurrección final gloriosa será la comunión
perfectísima, también corporal, entre los que son de Cristo, ya resucitados, y el
Señor glorioso. De todas estas cosas aparece que la resurrección del Señor es como
el espacio y anticipación de la nuestra y que todo esto será no algo individual sino
un acontecimiento eclesial.
Lo importante es que vayamos creciendo en El (Ef 4,15). Por la filiación
somos llevados a la gloria del cielo, que será precisamente la plenitud de nuestra
310
Esperanza y salvación
filiación (cf Rom 8,18-25); estamos así llamados a participar de la herencia de las
riquezas de Dios (cf Rom 8,17), a ser coherederos de Cristo. Se trata de la
dimensión escatológica de la filiación, que es -junto a una realidad presente-
prenda del premio, de predestinación.

a) La esperanza cristiana es confianza de hijos, que se alza hasta la


posesión de la herencia paterna, ya que «la esperanza por la que confiamos
alcanzar la gloria de los hijos de Dios, no será confundida, no será vana, a no ser
que el hombre la vanifique». La grandeza de la esperanza es inmensa, pues nos
hace confiar en la gloria de quien será en plenitud hijo de Dios, en la herencia del
Hijo de Dios por naturaleza (cf Rom 8,17), participando del esplendor de su
gloria. Y se nos muestra que hemos de vivir una vida nueva, y aumenta nuestra fe
en Él. Pero esto a condición de que el hijo de Dios reproduzca en su vida de
Cristo, no sólo la pasión y muerte, sino también la sepultura, descenso al limbo y
resurrección. Al considerar esta transformación en Cristo, Santo Tomás recuerda
que la imagen de Cristo se puede desfigurar por el pecado, y entonces la virtud de
Dios nos viene por la penitencia, Dios se muestra en su misericordia, como canta
el salmo:
Hazme justicia, Señor, que camino en la inocencia; confiando en el Señor,
no me he desviado.
Escrútame, Señor, ponme a prueba, sondea mis entrañas y mi corazón,
porque tengo ante los ojos tu bondad, y camino en tu verdad.
No me siento con gente falsa, no me junto con mentirosos; detesto las
bandas de malhechores, no tomo asiento con los impíos.
Lavo en la inocencia mis manos, y rodeo tu altar, Señor, proclamando tu
alabanza, enumerando tus maravillas.
Señor, yo amo la belleza de tu casa, el lugar donde reside tu gloria.
No arrebates mi alma con los pecadores, ni mi vida con los sanguinarios,
que en su izquierda llevan infamias, y su derecha está llena de sobornos.
Yo, en cambio, camino en la integridad; sálvame, ten misericordia de mí.
Mi pie se mantiene en el camino llano; en la asamblea bendeciré al Señor”
(Salmo 25).
El Señor realiza en nosotros curación -pone ejemplos el Señor, como el
de la oveja herida, el hijo pródigo (cf Lc 15, 32); y por esta penitencia, el cristiano
resurge y progresa en su configuración con Cristo. Todos los Sacramentos, como
hemos dicho, van dirigidos a ello, toda la vida, hasta la unción de los enfermos en
los últimos momentos en la santificación de la muerte, y también según los
estados de vida (así el Orden y el Matrimonio). En cuanto al resurgir espiritual del
alma en la vida presente, su Resurrección nos enseña a levantarnos de la muerte
del pecado a una vida de justicia, por medio de la Penitencia.

b) La filiación divina adoptiva incoa en la esperanza la participación en la


vida gloriosa de Cristo. La adopción ya incoada (cf 1 Jn 3,2) tiene que
manifestarse aún plenamente con la resurrección y glorificación de nuestros
cuerpos (cf Rom 8,22-23). Como nuestra alma fue redimida del pecado, y recibió
las primicias del Espíritu, así el cuerpo será librado de la corrupción y de la
311
Vida más allá de la muerte
muerte, vivificado de ese mismo Espíritu que inhabita en nosotros (cf Rom 8,11),
y esta es la revelación o manifestación de los hijos de Dios, que esperan en su
expectación todas las criaturas (cf Rom 8,19), y esta transformación será en Cristo:
“nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde también esperamos al Salvador,
al Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo vil en un cuerpo glorioso
como el suyo” (Fil 3,20-21). De modo semejante a como en Cristo estuvo oculta
su Divinidad bajo el velo de su Humanidad pasible, también en el cristiano,
durante su peregrinación terrena, la dignidad y la grandeza de su filiación divina
permanece oculta a causa de sus penalidades y sufrimientos que debe sobrellevar.

4. El cielo y la caridad.
Hay quien piensa que el cielo es “café para todos”, o bien
que es muy difícil salvarse, y que sólo algunos lo consiguen, y que
los demás van al infierno, que el premio es para los campeones
que superan marcas de atletas. Hay que decirles a estos que
desplacen el nivel de infierno-cielo un poco más hacia la
misericordia, que la balanza no la nivelen según la cofradía del
“santo reproche” o de tanta visión negativa. Porque algunos están
como agarrotados, con una lucha “por no pecar” que les impide
ver a los demás, y entonces pasa que “para aguantar a un santo
hacen falta dos santos”, y se han querido manipular las
conciencias, con esos guardianes de la verdad, con tanta
preocupación. Dios no quiere que estemos preocupados, sino
ocupados en la lucha por amarle a Él y a los demás. El
cumplimiento o incumplimiento del mandamiento del amor
anticipa ya en el mundo el Juicio final, donde se revelará que la
justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus
criaturas y que su amor es más muerte que la muerte (Ct 8,6:
Catecismo 1040). El que ama a Cristo en los pobres y se solidariza
con su causa se introduce en el reino de Dios; pero el que no ama
y explota a sus semejantes se excluye del reino de Dios. El juicio
universal será la manifestación y la proclamación de la sentencia
definitiva, que se va cumpliendo ya en nuestras vidas según
nuestras obras (“Eucaristía 1987”). “Yo, Juan, oí una voz que decía
desde el cielo: ¡Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor! Sí
(dice el Espíritu), que descansen de sus fatigas, porque sus obras los
acompañan” (Apo 14,13).

312
Esperanza y salvación
Las palabras con que se acoge o se rechaza la entrada al
Reino son un repaso de las llamadas obras de misericordia. Si toda
la Ley consiste en amar a Dios y al prójimo, lo que aquí aparece es
el amor manifestado en hechos muy concretos. Por tanto, cada
uno es declarado justo o es condenado según haya servido a los
demás o se haya abstenido de hacerlo. “¿Hemos de pensar que
también Dios dice: «Soy yo quien recibe, es a mí a quien das»? Sí,
en verdad, si Cristo es Dios -cosa que nadie duda-; Él dijo: Tuve
hambre y me disteis de comer. Y como le preguntasen: ¿Cuándo te
vimos hambriento?, respondió: Cuando lo hicisteis con uno de
éstos mis pequeños, conmigo lo hicisteis. De esta manera se
manifestaba como fiador de los pobres, como fiador de todos sus
miembros, puesto que, si él es la Cabeza, ellos son los miembros, y
lo que reciben los miembros lo recibe también la Cabeza. ¡Ea,
usurero avaro! Mira lo que diste y considera lo que has de recibir.
Si hubieses dado una pequeña cantidad de dinero y, a cambio de
esa pequeña cantidad, te devolviera una gran finca, infinitamente
de más valor que el dinero que le habías dado, ¡cuántas gracias no
le darías, qué alegría no te embargaría: Escucha qué posesión te ha
de dar aquel a quien hiciste el préstamo: Venid, benditos de mi
Padre, recibid. ¿Qué? ¿Lo mismo que disteis? De ninguna manera.
Disteis bienes terrenos que, si no hubieseis dado, se hubiesen
podrido en la tierra. ¿Qué hubieses hecho con ellos, si nos los
hubieses dado? Lo que iba a perecer en la tierra, se ha guardado en
el cielo. Y es eso que se ha guardado lo que hemos de recibir. Se ha
guardado tu mérito: tu mérito se ha convertido en tu tesoro. Mira,
pues, lo que vas a recibir: Recibid el reino que está preparado para
vosotros desde el comienzo del mundo. Por el contrario, ¿qué
oirán aquellos que no quisieron prestar? Id al fuego eterno que
está preparado para el diablo y sus ángeles. ¿Y a qué cosa se llama
ese reino que hemos de recibir? Prestad atención a lo siguiente:
Éstos irán al fuego eterno, los justos en cambio a la vida eterna
(Mt 25,34-46). Ambicionad esto, compradlo, prestad para
alcanzarlo. Tenéis a Cristo sentado en el cielo y mendigo en la
tierra. Hemos hallado cómo presta a interés el justo. Todo el día se
compadece y presta a interés” (S. Agustín). La pregunta que ya
conviene que nos adelantemos a nosotros mismos es ésta: ¿he
313
Vida más allá de la muerte
progresado en el amor, en la justicia, en la fraternidad? ¿he dado
de comer, visitado, ayudado... a Cristo en la persona de los
hermanos? Esta es la clave de su Reino y de nuestra pertenencia a
él.

Cuenta una historia de un samurai que tuvo una visión. Vio


el infierno con demonios hambrientos y enflaquecidos que
parecían esqueletos. Estaban sentados delante de un enorme plato
con un sabroso arroz. En sus manos tenían unos largos palillos de
unos dos metros de longitud. Cada demonio intentaba coger la
mayor cantidad posible de arroz. Sin embargo cada uno
obstaculizaba al otro con sus largos palillos, que además no podían
alcanzar a ponerse en la boca, y sin que ninguno llegase a comer
nada. El samurai espantado apartó su mirada de aquella visión...
Más tarde llegó al cielo. Allí vio a la gente feliz, en una estancia
preciosa y todos en una mesa con comida muy rica, con el mismo
gran plato con el arroz sabroso y los mismos largos palillos. Pero
los elegidos respiraban literalmente salud. Los enormes palillos no
les causaban ninguna dificultad. Es verdad que ninguno podía
alimentarse con su instrumento. Pero cada uno tomaba del plato
que tenía delante y se lo daba en la boca al que tenía al lado. Salta
a la vista la semejanza entre esta simpática narración y el relato del
Evangelio de dar de comer a los demás... «El infierno son los otros»
decía J. P. Sartre. El infierno son los otros cuando cada uno se
empeña en comer para sí mismo. El cielo son los otros cuando
cada hombre no se preocupa de sí mismo, sino de dar de comer a
los hermanos. Ese es el cielo al que aspiramos, el Reino de Dios
que comenzamos ya a construir (Javier Gafo). Esta pequeña
historia condensa un curso de ética filosófica… buscamos la
felicidad, pero no tenemos un instrumento para dárnosla a
nosotros mismos, cuando intentamos darnos de “comer” la
felicidad sólo encontramos la satisfacción del placer que es
pasajero, un sustituto barato que no nos edifica ni autorrealiza. En
cambio, tenemos las potencias espirituales para hacer el bien y así
nos transformarnos en buenos, y entonces, “de rebote”, viene la
felicidad, en su forma corriente de alegría, de gozo. De hecho, la
historia es para llegar a una conclusión: nosotros tenemos unos
314
Esperanza y salvación
palillos de dos metros para ser felices: darnos a los demás. No
podemos darnos la felicidad a nosotros mismos, serían formas
aparentes, equivocadas, de aquí el sentido de ocuparnos de los que
pasan hambre en el tercer y cuarto mundo, de no abusar del
dinero o de las cosas materiales, el sentido de la moderación en los
placeres. Todo ello, no da la felicidad, no tenemos un
instrumento, unos palillos para darnos de comer a nosotros
mismos, son demasiado largos, sólo podemos ser felices si damos
comida a los que están al lado. Y lo mismo pasa sobre el sentido
del enamoramiento, sólo amo de verdad cuando me doy y no
cuando me enamoro del amor o de la idea que tengo del otro; lo
mismo al tratar del celibato, la virginidad por el Reino de Dios
como realización personal pues al darse como Jesús a Dios y a los
demás hay una realización en el amor, incluso más alta. De hecho,
cuando Poncio Pilato dice: "He aquí el hombre" hablando de Jesús,
está diciendo: "He aquí el hombre perfecto", la persona modelo
para ser feliz. Jesús tiene todas las características: el equilibrio, la
armonía de una persona que vive plenamente feliz, y Jesús quiere
vivir en virginidad, en celibato. Esto no quiere decir que la Iglesia
no tenga contradicciones, que no haya de sufrir para mantener esta
verdad y lo que significa, Irá contracorriente para luchar por el
amor en las dos formas de amor esponsal que hay en la vida, que
son: amor entre un hombre y una mujer, y amor directamente a
Dios a través de la virginidad del celibato. El punto clave es este:
"la persona se realiza plenamente a través del amor". La realización
personal, no se limita al campo sexual, sino que abarca muchos
otros aspectos, y en la vida de Jesús, vemos esta plenitud y por
ello, algunos -como dice Jesús-, pueden por el Reino de Dios,
seguir su vida , "identificarse con Jesús que es Vida y seguir el
Cordero -como dice el Apocalipsis-, donde quiera que vaya,
preocuparse de Dios, y de las cosas de Dios, para tener a los otros
como familia y unirse especialmente a Dios; anticipando lo que
será el cielo, donde no se casarán ni ellos, ni ellas, y esta
anticipación, dice la Iglesia: "adelanta la realidad de una vida que,
sin dejar de seguir siendo aquella propia del hombre y la mujer -
con todas las limitaciones y vulnerabilidad-, ya no estará sometida
a los límites presentes de la relación conyugal", es decir: no tendrá
315
Vida más allá de la muerte
celos, exclusividad, estos males de amor, etc., es decir las
limitaciones del amor.
El amor viene de Dios, es infinito, pero cabe según la
capacidad que tiene el corazón del hombre, y en este sentido es
finito, porque sólo podemos amar en la medida de nuestro
corazón, y según crezca nuestro amor, podemos acoger más el
Amor infinito, del cielo, que será ese Amor de Dios. Eso es lo que
nos recuerda la Fiesta de Todos los Santos: vivir plenamente este
Amor de Dios. Los que viven en virginidad no deben pensar con
orgullo: "somos mejores que los demás", pero tampoco tener
vergüenza. Cada persona debe poder decidir libremente si quiere
vivir en virginidad según el don que Dios le ha dado, o casarse, y
los que acogen este don-como dice Juan Pablo II: "Testimonian
que el Reino de Dios y su justicia son la perla preciosa que debe
preferirse a cualquier otro valor por grande que sea, es más, que
hay que buscar como único valor definitivo". Cada uno, según su
lugar. Y cuando hay una crisis de virginidad en la Iglesia, tampoco
se entiende bien el matrimonio, porque la gente está enferma de la
comprensión, de amor, del corazón, de los afectos -como vemos
hoy-. Entonces el
matrimonio no goza de
estabilidad y se idean
esas cosas alternativas
que quieren equiparar a
la familia.
E igual con las
obras de misericordia
espirituales: «Quien la
salvación de un alma
procura, ya tiene la suya
segura». Mirando una
cascada, una catarata, imagino lo que será el cielo, a imagen
también de los sacramentos que nos dan toda la gracia pero según
la disposición nuestra. Así, el cielo será una inmensa catarata de
gracia donde podemos ir con un pequeño recipiente o una gran
piscina a recoger, y cada uno recibirá una plenitud, totalmente
lleno, hasta no caberle más. También alguien puede darse la
316
Esperanza y salvación
vuelta, y recibir todos los golpes del agua que cae, y no mojarse
siquiera por dentro, no recoger ni una gota de amor de Dios, es la
triste posibilidad del infierno. Y la capacidad del recipiente, de
nuestro corazón, que tiene una dilatación según el amor de nuestra
vida, depende de nosotros…
Así, nos dice Jesús: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en
Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas
moradas. De lo contrario, ¿os hubiera dicho que voy a prepararos
un lugar? Cuando me haya marchado y os haya preparado un
lugar, de nuevo vendré y os llevaré junto a mí, para que, donde
yo estoy, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el
camino.
Tomás le dijo:
—Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podremos saber
el camino?
—Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida —le respondió
Jesús—; nadie va al Padre si no es a través de mí” (Jn 14,1-6).
Muchas moradas… habrá gloria diferente según los méritos de
cada uno, el fuego relucirá al modo del hierro candente, que
resplandece gracias a la luz y calor que recibe.

Ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado


lo que hemos de ser (1 Jn 3,2): quiso Dios hacer partícipes de su
bondad a todas las criaturas, y Jesucristo comunicó su filiación
divina para ser además de Hijo, primogénito de los hijos. En la
tierra somos introducidos por la vida de la gracia en esta realidad,
que se alcanzará plenamente después: todos los hombres son
llamados a la contemplación de la Trinidad. En los textos del
Aquinate destaca la fuerza de sus comentarios bíblicos a la
exigencia de «apropiarse» del ejemplarismo de la vida de Cristo: así
pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba,
donde Cristo está sentado a la derecha de Dios (Col 3,1); comenta
S. Tomás que ha de entenderse bien el contenido de este consejo
paulino para hacerlo norma: así como Cristo murió, y resucitó, y
así subió a la diestra del Padre, vosotros muráis al pecado para que
viváis después la vida de justicia, y seáis un día glorificados. Hemos
resucitado por Cristo, y Él está en la gloria, luego nuestro deseo
317
Vida más allá de la muerte
debe enderezarse hacia Él, porque donde está tu tesoro, ahí está tu
corazón (Mt 6,21). Gustad las cosas de arriba, no las de la tierra
(Col 3,2). Pues habéis muerto, y vuestra vida está escondida con
Cristo en Dios (Col 3,3): si habéis muerto con Cristo, considerad
también que realmente estáis muertos al pecado por el bautismo, y
que vivís ya para Dios (Rom 6,11; Is 26). Mas cuando Cristo,
vuestra vida, se manifieste (Col 3,4): dice vuestra vida porque Él es
el autor de vuestra vida, porque en conocerle y amarle consiste
vuestra vida: vivo yo, ya no yo, sino que Cristo vive en mí (Gal
2,20); entonces también vosotros apareceréis gloriosos con Él (Col
3,4): seremos semejantes a Él (Hebr 3), a saber, en la gloria. Somos
transformados en la misma imagen de Jesucristo, avanzando de
claridad en claridad, como iluminados por el Espíritu del Señor (2
Cor 3,18). Pero ¿en dónde se hace esta renovación? No en las
potencias de la parte sensitiva, sino en la mente. Por eso dice:
según la imagen, esto es, la misma de Dios, que ha sido renovada
en nosotros, según la imagen del que le crió, Dios. Revestíos, pues,
como elegidos de Dios, santos y amados (Col 3,12); hay que
vestirse con las virtudes: dejemos, pues, las obras de las tinieblas, y
revistámonos de las armas de la luz (Rom 13,12). Revestirse de un
hombre nuevo por la gracia es tener como un nuevo principio de
vida, que nos lleva a un nuevo modo de obrar, mediante las
virtudes. La gracia es el principio de los actos meritorios mediante
las virtudes, como la esencia del alma es principio de los actos
vitales mediante las facultades, Por la gracia y en el ejercicio de las
virtudes, el hombre alcanza la santidad «in via» -por los méritos de
Cristo, y su cooperación libre a la gracia- y así también podrá
obtener la herencia de los hijos de Dios, la santidad «in patria» (cf
Rom 6, 23).

c) La herencia de los hijos de Dios en Cristo, la dimensión


escatológica de la filiación divina, expresada en la relación
«adopción-herencia eterna», es un concepto clave en S. Tomás: la
plenitud de esta filiación se manifestará cuando el hijo adoptado
reciba la vida gloriosa e inmortal. El continuo anhelar de las
criaturas ansía la manifestación de los hijos de Dios (Rom 8,19). ¿Y
cómo se manifiesta esta herencia?: no los hijos de la carne son hijos
318
Esperanza y salvación
de Dios, sino los hijos de la promesa (Rom 9,8), promesa de
Abraham, que se obtiene por la fe en Cristo. «Porque siendo Él
mismo el hijo principal, de cuya filiación participamos nosotros, de
este modo Él es el principal heredero, al cual quedamos unidos en
la herencia». La herencia de Cristo son todos los creyentes, a
quienes hizo partícipes de sus tesoros por los méritos de su sangre,
todos aquellos -que son guiados por el Espíritu- son hijos de Dios y
recibirán la eternidad de la vida gloriosa (Rom 8,17). Herencia
divina que es el mismo Dios: «Ipsum Deum», como canta el Salmo:
Dominus pars hæreditatis meæ (Ps 15,5): La herencia de los hijos
de Dios es Dios mismo, que se entrega de modo definitivo en la
vida eterna, y en esta vida por la gracia y la filiación divina que
son incoatio gloriæ. En Dios tenemos todos los bienes puesto que
esta herencia es plenitud de todo bien. Dios desde toda la
eternidad predestinó a quienes han de ser conducidos a la gloria, y
participan de la Filiación de su Hijo, según aquellas palabras: si filii,
et hæredes (Rom 8,17). La salvación consiste en dos cosas: en que
los hombres sean hechos hijos y que sean conducidos a la herencia,
y las cosas se consiguen per Filium. «Es la esperanza de conseguir la
gloria de los hijos de Dios», por la que deseamos y esperamos la
vida eterna prometida por Dios a los que le aman y los medios
necesarios para alcanzarla (cf Fil 3,14), dirá Santo Tomás.

Ser coherederos con Cristo es la participación de su


esplendor, la plena manifestación de los hijos de Dios. Hemos
visto que los textos de Santo Tomás sitúan nuestra filiación divina
adoptiva -participación de la filiación divina según la naturaleza,
que es la del Verbo- en relación a su destino y perfección en la
vida eterna; ello no significa una continuación indefinida de
nuestra condición terrena, sino más bien una asimilación en la vida
incorruptible de Dios en virtud de la «Gracia» de la encarnación del
Hijo redentor. El hombre justificado por la gracia comienza su
nueva existencia por el bautismo (cf Rom 6,3-5.8), mediante el
cual ha sido lavado en la sangre de Cristo. Por el bautismo de
Jesús «fue manifestado el misterio de la primera regeneración»:
nuestro bautismo; la Transfiguración «es el sacramento de la
segunda regeneración»: nuestra propia resurrección, que es la
319
Vida más allá de la muerte
herencia de los hijos de Dios: los predestinó a ser conformes con la
imagen de su Hijo, para que Éste sea primogénito entre muchos
hermanos (Rom 8,29). Pues si hijos, también herederos, herederos
de Dios, coherederos con Cristo (Rom 8, 17), y también
participantes de su resplandor. El Hijo único del Padre es también
por esencia esplendor de gloria; los demás son hijos adoptivos y
son conducidos a la gloria del modo que el Padre ha dispuesto de
antemano. Por la fidelidad a su condición los hijos de Dios reciben
la herencia de la vida eterna, la entrada en el reino del Padre (cf
Rom 8,17), ser coherederos con Cristo, el principal heredero. La
herencia eterna se merece por la fe y las obras, siendo merced de
Dios se consigue por méritos del cristiano, o mejor dicho del hijo
de Dios movido por el Espíritu de Dios, que está predestinado a
poseer la herencia divina. El otro día un niño dijo en una plática:
tenemos un examen para el cielo, que es la vida… Lo del
merecimiento es complejo y sencillo, pues no merecemos el cielo
de justicia sino porque Dios es bueno, pero Él quiere que lo
merezcamos porque quiere dar valor a nuestras obras, y así seamos
merecedores… San Juan de la Cruz intentó explicar algo en
aquellos versos: “… entréme donde no supe, / y quedéme no
sabiendo, / toda sciencia trascendiendo. / Yo no supe donde
entraba, / pero cuando allí me vi, / sin saber dónde me estaba, /
grandes cosas entendí; / no diré lo que sentí, / que me quedé no
sabiendo, / toda sciencia trascendiendo. / …y si lo queréis oír, /
consiste esta summa sciencia / en un subido sentir / de la divinal
Esencia; / es obra de su clemencia / hacer quedar no entendiendo,
/ toda sciencia trascendiendo.”
El cielo da viveza a lo que hacemos pues alimenta nuestra
esperanza, nos invita a trabajar bien en las cosas del mundo en
servicio a los demás, y esto nos hace felices.

Así como la vida de Cristo es ejemplo de nuestra justicia, la


gloria y exaltación de Cristo es forma y ejemplo de nuestra
exaltación. Los hijos de Dios, que en esta vida se configuran con
Cristo por el crecimiento en gracia y en virtud, reciben el derecho a
participar de su herencia y de su esplendor, y a configurarse con El
también en su exaltación gloriosa. Por esto, en su resurrección
320
Esperanza y salvación
Cristo nos hace conocer nuestra resurrección futura, que será
semejante a la suya -verdadera, inmortal, gloriosa- al final de los
tiempos, con las dotes de los cuerpos gloriosos; entonces su subida
al Padre es camino para ir donde está nuestra cabeza: ut ubi sum
ego, et vos sitis (Jn 14,3). Lo que ahora poseemos en esperanza,
será realidad plena: en la resurrección gloriosa la manifestación de
los hijos de Dios alcanzará su plenitud (cf Rom 8,19), mediante ella
se revelará todo el alcance salvífico del misterio pascual.

El Salvador transformará nuestro cuerpo vil en un cuerpo


glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene para someter
a su dominio todas las cosas (Fil 3,20-21). La filiación divina es
renacer a imagen de Cristo resucitado: el Cuerpo de Cristo ha sido
glorificado por la gloria de su divinidad, merecida en la pasión;
por tanto, cualquiera que participe de la virtud de la divinidad por
la gracia, y le imite en su pasión, será glorificado a semejanza de
Cristo, en relación a la personal correspondencia: al sediento le
daré de beber gratis de la fuente de agua viva. El que venza
heredará estas cosas, y yo seré para él Dios, y él será para mí hijo
(Apo 21, 6-8). En definitiva, el primer hombre, sacado de la tierra,
es terreno; el segundo hombre es del cielo. Como el hombre
terreno, así son los hombres terrenos; como el celestial, así son los
celestiales. Y como hemos llevado la imagen del hombre terreno,
llevaremos también la imagen del hombre celestial (1 Cor 15, 47-
49).

5. ¿Cómo será el cielo?


El Apocalipsis nos habla de este misterio indescriptible: “no
vi templo en ella (la Jerusalén celestial), pues el Señor Dios
omnipotente y el Cordero es su templo. La ciudad no necesita sol
ni luna que la iluminen, pues la gloria de Dios la ilumina y su
lámpara es el Cordero… nada contaminado entra en ella, y
tampoco los que cometan abominación y mentira; tan solo los
inscritos en el libro de la vida del Cordero… no habrá noche
nunca más; y no necesitarán luz de lámpara ni luz de sol, porque el
Señor Dios la iluminará y reinarán por los siglos de los siglos” (Ap
21,22-23.27;22,3-5). La liturgia dirige la mirada a la Jerusalén
321
Vida más allá de la muerte
celeste, que es nuestra madre, y pide a Dios que allí “donde
eternamente te alaba la asamblea festiva de todos los santos,
nuestros hermanos”, “hacia ella, aunque peregrinos en país
extraño, nos encaminamos alegres, guiados por la fe y gozosos por
la gloria de los mejores hijos de la Iglesia; con ellos encontramos
ejemplo y ayuda para nuestra debilidad”. Los niños preguntan si
allí tendrán su perrito, si podrán jugar a fútbol o a los distintos
deportes…
Julián Marías cuenta que “cuando visitaba a don Ramón
Menéndez Pidal, al término de sus días, ya casi centenario, y
hablábamos de la otra vida, me preguntaba: Marías, ¿cree usted
que podré ver a los juglares? Evidentemente, don Ramón quería
verlos en la época que tanto haba estudiado él, en la Edad Media,
en su ambiente, no en una especie de Museo de Cera. ¿No sería un
gigantesco desperdicio, haber creado la humanidad en
condición histórica para destruirla después? Es una
posibilidad que no merece ni pensarse”
Aunque lo fundamental es la “lumen gloriae”, allí no habrá
deseo alguno insatisfecho, es decir que habrá todo lo bueno que
podemos desear aquí en la tierra, y no nos faltará nada de lo que
tenemos aquí, ni de lo que hemos conocido, ni ninguno de los que
hemos amado. ¿De qué manera? No lo sabemos, pues conocemos
de un modo misterioso que «en la gloria del cielo, los
bienaventurados... ya reinan con Cristo; con Él "ellos reinarán por
los siglos de los siglos" (Ap 22,5; cf Mt 25,21.23)» (Catecismo 1029,
Mt25, 34).
Esta fe fomenta la virtud teologal de la esperanza:
«Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por
Dios a los que le aman (cf Rm 8,28-30) y hacen su voluntad (cf Mt
7,21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia
de Dios, "perseverar hasta el fin" (cf Mt 10,22; cf Cc. Trento: DS
1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de
Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la
esperanza, la Iglesia implora que "todos los hombres se salven" (1
Tm 2,4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su
esposo: ‘Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la
hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu
322
Esperanza y salvación
deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que
mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios
y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede
tener fin’ (S. Teresa de Jesús, excl. 15,3)» (Catecismo 1821).
Fomentar la esperanza del cielo nos da fuerza interior. No
es egoísmo pensar en el premio; cuando se hace cuesta arriba la
entrega, fomentar la esperanza da más amor en la lucha: ¿qué me
irás a dar, Señor, cuando me pides tanto? «Lucha contra las
asperezas de tu carácter, contra tus egoísmos, contra tu
comodidad, contra tus antipatías... Además de que hemos de ser
corredentores, el premio que recibirás -piénsalo bien- guardará
relación directísima con la siembra que hayas hecho» (Surco 863).
Hay una regla de oro en la lucha ascética: pedir perdón y sonreír
enseguida, no tomarnos demasiado en serio, pues con Jesús no
descargamos en los demás el mal humor de haber fallado ni nos
enfadamos, pues es propio de nosotros fallar, simplemente nos
sabemos con Él, y caemos en sus manos pues estamos “colgados de
sus manos”, y luchamos bien, amparados en su fortaleza pues él no
nos deja. Y deseamos verle, como rezan los salmos, pues como
dice John Updike "el relato o el poema nos acercan más a la
textura de lo real": vultum tuum, Domine, requiram (cara a cara lo
veremos, dice S. Pablo; y será fuente de la armonía y la paz y
alegría y serenidad; de todo lo bueno); mientras, hay ese buscar a
Dios en el alma y en lo que estamos, y ofreciendo pequeñas cosas
nos hará sentir su faz en nuestra alma: como desea la cierva las
fuentes de aguas vivas, así mi alma busca a mi Dios. «Si alguna vez
te intranquiliza el pensamiento de nuestra hermana la muerte,
porque ¡te ves tan poca cosa!, anímate y considera: ¿qué será ese
Cielo que nos espera, cuando toda la hermosura y la grandeza,
toda la felicidad y el Amor infinitos de Dios se viertan en el pobre
vaso de barro que es la criatura humana, y la sacien eternamente,
siempre con la novedad de una dicha nueva?» (Surco 891). La
gracia en nuestra alma nos da la esperanza de ser santos : «nos
hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que
descanse en ti» (Agustín), esperando el abrazo definitivo, bien
unidos a María y José, que nos lleven a Jesús y por El a la Trinidad
del cielo. Cuando pedimos a Dios que nos aumente la fe, como
323
Vida más allá de la muerte
una bola de nieve se va haciendo más grande en nuestro interior
este principio de vida sobrenatural, y lo mismo pasa con la
esperanza y el amor. Así fomentamos la esperanza de los bienes
que nos aguardan -infinitamente mayores que todas las cosas que
hayamos podido dejar en esta tierra-, y el Amor con toda la
belleza, la hermosura, la vibración, las perfecciones que se nos
ocurran, hasta el infinito, decía san Josemaría: Decid lo que
queráis, lo que os dé la gana, amando a la Trinidad Beatísima
aunque no la comprendáis. Por mucho que profundicemos, no
podremos entender este gran misterio. A veces, se alcanza a ver
una luz, y después vienen muchas sombras. Esto, hijos, me da
mucha alegría, porque si pudiera comprender el misterio de la
Santísima Trinidad con mis propias fuerzas, ¡qué poca cosa sería
Dios! Por eso estoy muy contento de esperar el instante de la
visión beatífica, cuando esta fe y este amor y esta esperanza, que el
Señor me ha dado, produzcan su fruto en plenitud… Nos aguarda
el Amor con mayúscula… Considerad cuando toda la Sabiduría,
todo el Amor, toda la Belleza, toda la Bondad de Dios, se vierta
en ese vaso que es cada uno, ¡saciando, sin saciar! Eso sí que será
amor: sin traiciones, sin sucesión, ¡para siempre!... Los que se
quieren, procuran verse. Los enamorados sólo tienen ojos para su
amor. ¿No es lógico que sea así? El corazón humano siente esos
imperativos. Mentiría si negase que me mueve tanto el afán de
contemplar la faz de Jesucristo. Vultum tuum, Domine, requiram,
buscaré, Señor, tu rostro. Me ilusiona cerrar los ojos, y pensar que
llegará el momento, cuando Dios quiera, en que podré verle, no
como en un espejo, y bajo imágenes oscuras... sino cara a cara.
Sí, hijos, mi corazón está sediento de Dios, del Dios vivo.
¿Cuándo vendré y veré la faz de Dios?

No vivimos nosotros, sino que es Cristo quien en nosotros


vive. Hay una sed de Dios, un deseo de buscar sus lágrimas, sus
palabras, su sonrisa, su rostro... No encuentro mejor modo de
decirlo que volviendo a emplear las frases del salmo:
quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum, como el
ciervo desea las fuentes de las aguas, así te anhela mi alma, ¡oh,
Dios mío!
324
Esperanza y salvación
No acabo de aprender, no acabo. Tengo ansia de ver a
Jesucristo, de conocer su rostro. Tengo hambre de encontrarme
con mi Dios... Ayer me apuntaba algo que había leído,
recitándolo, montones de veces: et ostende faciem tuam et salvi
erimus; hazme ver tu cara, tu rostro, y ya estoy en el Cielo, ya
estoy salvo, ya estoy seguro. Vultum tuum, Domine, requiram!
Muchas veces, cuando hago la oración solo la hago a gritos,
aunque sea oración mental. ¡Tengo hambre de conocer el rostro
de Jesucristo! Pero dejémoslo estar; ya llegará el momento. Somos
almas llenas de deseos y de esperanzas. La esperanza nos la da Él,
porque es virtud teologal, regalo suyo, que se nos infunde en el
Bautismo. De modo que esperemos, seguros de que El no nos
abandonará y llegaremos a gozar viendo su rostro.

Y entonces me explico bien aquello del Apóstol: ni ojo vio,


ni oído oyó... Vale la pena, hijos míos, vale la pena. ¡Después de la
muerte te espera el Amor! Y en el amor de Dios encontrarás,
además, todos los amores que has tenido en la vida, nobles y
buenos. Imagino que en el Cielo, como estaremos todos en el
corazón de Dios, nos encontraremos más prietitos que aquí, más
unidos aún; pero muy anchos a la vez. ¡Muy felices seremos! Con
una felicidad que aquí apenas se presiente... si el cariño que os
tengo me da aquí tanta alegría y tanto consuelo, ¡cómo será la
felicidad del Paraíso! La caridad, el cariño sobrenatural y humano
que vivimos, lo considero como un anticipo de ese amor
sobrenatural, incomparable, que disfrutaremos en el Cielo. Dios
mismo, que nos ha creado con un ansia hondísima de vivir, y de
vivir siempre, nos asegura que, en efecto, más allá del tiempo
breve en todo caso- nos espera la eterna plenitud del gozo (cf Ap
I,10; hasta aquí san Josemaría, son ideas no textuales). Vamos a
dejar de pensar en el cielo como un lugar aburrido, sueños vanos o
consuelo para los afligidos de este valle de lágrimas.

Lo dice también el Salmo 23: Éstos son los que buscan al


Señor.
Del Señor es la tierra y cuanto la llena el orbe y todos sus
habitantes:
325
Vida más allá de la muerte
Él la fundó sobre los mares, Él la afianzó sobre los ríos.
¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede
estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón.
Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios
de salvación.
Este es el grupo de los que busca al Señor, que viene a tu
presencia, Dios de Jacob (1-2,3-4ab,5-6). El salmo enuncia esta
búsqueda de Dios... Antes de acusar a Dios, como se oye tan a
menudo -"¡Si existiera Dios, no tendríamos todas esas desgracias!"-
se debería pensar en esta perspectiva de la esperanza: Una cosa
pido al Señor, y eso buscaré: habitar en la casa del Señor por todos
los días de mi vida (v 4). Es necesario entender estas palabras en
su verdadera profundidad, acoger profundamente su presencia;
gozar de la dulzura del Señor (v 4), esto es, experimentar
vivamente la ternura de mi Dios, su predilección, su amor, que se
me da sin motivos ni merecimientos, cultivar interminablemente,
por todos los días de mi vida, la relación personal y liberadora
con el Señor, mi Dios. Los salmos proclaman esa confianza: “El
Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
Cuando me asaltan los malvados para devorar mi carne,
ellos, enemigos y adversarios, tropiezan y caen.
Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla; si
me declaran la guerra, me siento tranquilo.
Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del
Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo.
El me protegerá en su tienda el día del peligro; me esconderá
en lo escondido de su morada, me alzará sobre la roca; y así
levantaré la cabeza sobre el enemigo que me cerca; en su tienda
sacrificaré sacrificios de aclamación: cantaré y tocaré para el Señor.
Escúchame, Señor, que te llamo; ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro". Tu rostro buscaré,
Señor, no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me
deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.
326
Esperanza y salvación
Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me
recogerá.
Señor, enséñame tu camino, guíame por la senda llana,
porque tengo enemigos.
No me entregues a la saña de mi adversario, porque se
levantan contra mí testigos falsos, que respiran violencia.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el
Señor” (Salmo 26).
Oigo en mi corazón: buscad mi rostro.. Tu rostro buscaré,
Señor, no me escondas tu rostro, se dice en seis ocasiones
consecutivas en este salmo: 1) tu rostro buscaré, Señor; 2) no me
escondas tu Rostro; 3) no rechaces a tu siervo; 4) no me
abandones; 5) no me dejes; 6) aunque mi padre y mi madre me
abandonen, el Señor me acogerá.. Y espero gozar de la dicha del
Señor en el país de la vida (v 13). País de la vida es esta vida,
oportunidad que Dios nos da para ser felices y hacer felices. Son
más los salmos que hablan de este lugar, como el 114, que irrumpe
en acción de gracias:
Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante, porque
inclina su oído hacia mí el día que lo invoco.
Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del
abismo, caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor: "Señor, salva mi vida".
El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo; el
Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas, me salvó.
Alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue bueno
contigo: arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida”.
Gozar de la dicha del Señor es, simplemente, vivir, ni más ni
menos. Mucha gente no vive, agoniza. Los que arrastran la
existencia anegados entre temores y ansiedades no viven, su
existencia es una agonía; en el mejor de los casos, vegetan. Pero
ahora que el viento del Señor ha barrido con nuestras sombras y
temores, ahora, sí, podemos respirar, sentirnos libres, gozosos,
felices. Esto es vivir, ahora esperamos vivir. Y tanta hermosura
327
Vida más allá de la muerte
como contiene este salmo no podía acabar sino con un grito largo
de coraje y esperanza: Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo,
espera en el Señor (v 14). El hombre tiene que habérselas con la
vida y sus peligros; necesita refugios donde acogerse. Ha
aprendido a no confiar en los poderosos de la tierra, los señores
de la tierra; y sabe por experiencia que sólo salvan el poder y el
cariño de Dios. Este poder y amor suscitan la confianza del
hombre, y en esta confianza se basa su seguridad. Y esta seguridad
se transforma en el gozo de vivir, vivir plenamente, Shalom
(Larrañaga).
El Señor pone en nuestros labios estos deseos, este es el
deseo de mi vida que recoge y resume todos mis deseos: ver tu
rostro, Señor. Palabras atrevidas que yo no habría pretendido
pronunciar si no me las hubieras dado tú mismo. En otros tiempos,
nadie podía ver tu rostro y permanecer con vida. Ahora te quitas
el velo y descubres tu presencia. Y una vez que sé eso, ¿qué otra
cosa puedo hacer el resto de mis días, sino buscar ese rostro y
desear esa presencia? Ese es ya mi único deseo, el blanco de todas
mis acciones, el objeto de mis plegarias y esfuerzos y el mismo
sentido de mi vida. Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en
la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del
Señor contemplando su templo. Tu rostro buscaré, Señor; no me
escondas tu rostro. He estudiado tu palabra y conozco tu
revelación. Sé lo que sabios teólogos dicen de ti, lo que los santos
han enseñado y tus amigos han contado acerca de sus tratos
contigo. He leído... incluso llegué a creer que bastaba con lo que
sabía... Pero ahora sé que puedo aspirar a mucho más... Quiero
ver tu rostro. Tengo ciencia, pero quiero experiencia; conozco tu
palabra, pero ahora quiero ver tu rostro. Hasta ahora tenía sobre ti
referencias de segunda mano; ahora aspiro al contacto directo. Es
tu rostro lo que busco, Señor. Ninguna otra cosa podrá ya
satisfacerme... Tú eres el Dueño del corazón humano y puedes
entrar en él cuando te plazca... (Carlos G. Vallés). Este deseo de
Dios se va explayando en los salmos:
“Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te
busca a ti, Dios mío;

328
Esperanza y salvación
tiene Sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el
rostro de Dios?
Las lágrimas son mi pan noche y día. Mientras todo el día
me repiten: "¿Dónde está tu Dios?"
Recuerdo otros tiempos, y desahogo mi alma conmigo:
cómo marchaba a la cabeza del grupo, hacia la casa de Dios, entre
cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta.
¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas?
Espera en Dios que volverás a alabarlo: "Salud de mi rostro, Dios
mío"…
Una sima grita a otra sima con voz de cascadas: tus
torrentes y tus olas me han arrollado.
De día el Señor me hará misericordia, de noche cantaré la
alabanza del Dios de mi vida…" (Salmo 41).

Romance de la gotita de agua. Transcribo un poema


escrito por una carmelita descalza de Igualada (Cataluña, España),
que encontré en el breviario de un sacerdote a su muerte, y que
habrá llenado de consuelo a más de una persona enferma, y que
puede servirnos a todos, pues describe la trayectoria de la vida,
con momentos de luces y de sombras, donde al final todo
encuentra un sentido en los planes de Dios. Me limitaré a algunos
comentarios, en cursiva. En la primera parte, habla de sueños y de
infancia, de imaginación y de ganas de vivir, sin codicia que la
distraiga del deseo de cumplir la voluntad de Dios, que va
naciendo en su alma y que cultivará día a día, pues la vida cristiana
puede resumirse en docilidad en dejarse llevar por el Espíritu de
Dios:

Pues, he aquí que una vez,


una gotita de agua
en lo profundo del mar
vivía con sus hermanas.
Era feliz la gotita…
libre y rápida bogaba
por los espacios inmensos
del mar de tranquilas aguas
329
Vida más allá de la muerte
trenzando rayos de sol
con blondas de espuma blanca.
¡Qué contenta se sentía,
pobre gotita de agua,
de ser humilde y pequeña,
de vivir allí olvidada
sin que nadie lo supiera,
sin que nadie lo notara!
Era feliz la gotita…
ni envidiosa ni envidiada,
sólo un deseo tenía,
sólo un anhelo expresaba…
En la calma de la noche
y al despertar la alborada
con su voz hecha murmullo
al Buen Dios así rezaba:
“Señor, que se cumpla en mí
siempre tu voluntad santa;
yo quiero lo que Tú quieras,
haz de mí cuanto te plazca”…
y escuchando esta oración,
Dios sonreía… y callaba.

Una tarde veraniega


durmióse la mar, cansada,
soñando que era un espejo
de fina y de bruñida
un sol de fuego lanzaba
sus besos más ardorosos.
Era feliz la gotita
al sentirse así besada…
el sol, con tiernas caricias,
la atraía y elevaba
hacia él y, en un momento,
transformóla en nube blanda.
Se reía la gotita
al ver cuan alto volaba,
330
Esperanza y salvación
y, dichosa, repetía
su oración acostumbrada:
“Cúmplase, Señor, en mí
siempre tu voluntad santa”…
al escucharla el Señor
se sonreía… y callaba.

(Son momentos de subir, de


goce, de sentir entusiasmada
que todo se ve de color de
rosa, que todos los sueños se
harán realidad)

Mas, llegado el crudo


invierno
la humilde gota de agua,
estremecida de frío,
notó que se congelaba

y, dejando de ser nube,


fue copo de nieve blanca.
Era feliz la gotita
cuando, volando, tornaba
a la tierra, revestida
de túnica inmaculada
y en lo más alto de un monte
posaba su leve planta.
Al verse tan pura y bella
llena de gozo rezaba:
“Señor, que se cumpla en mí
siempre tu voluntad santa”…
y allá, en lo alto del cielo
Dios sonreía… y callaba….

(Aquí veo referencias a la vocación al Carmelo –monte-


vestido ya el hábito -túnica inmaculada-. Una vez vencido el afán
331
Vida más allá de la muerte
de independencia, la entrega a Dios da un gozo de auténtica
libertad. Sin embargo, la vocación de cada uno es la importante, lo
que quiere Dios es que cumplamos su voluntad, manifestada en
primer lugar en los mandamientos, pero –como siguió diciendo
Jesús al joven rico- seguirle en las circunstancias en las que nos
llama, y decirle que sí. Por tanto, no se trata de un estado de
perfección al que nos subimos y ya está hecho, sino de la
perfección en el propio estado, ahí dejarse llevar por lo que Dios
quiere, en docilidad manifestada en las cosas de cada día, como
sigue diciendo la poesía...)

Y llegó la primavera
de mil galas ataviada;
al beso dulce del sol
fundióse la nieve blanca
que, en arroyo convertida,
saltando alegre cantaba
al descender de la altura
cual hilo de fina plata.
Era feliz la gotita…
¡cuánto reía y gozaba
cruzando prados y bosques
en su acelerada marcha!
y a su Dios esta oración
suavemente murmuraba:
“En el cielo y en el mar,
en el prado o la montaña,
sólo deseo, Señor,
cumplir tu voluntad santa”…
y Dios, al verla tan fiel,
se sonreía…y callaba…

(No es difícil esta oración, cuando todo va según el


entusiasmo de esta segunda juventud, el entusiasmo que da el
seguimiento del Amor auténtico... pero llega la cruz, y ahí se
demuestra que la santidad no es sólo decir “Señor, Señor” sino
cumplir su Voluntad...)
332
Esperanza y salvación

Pero un día la gotita


contempló, aterrorizada,
la oscura boca de un túnel
que engullirla amenazaba,
trató de huir, mas en vano,
allí quedó encarcelada
en tenebrosa mazmorra
musitando en su desgracia
aquella misma oración
que antes, dichosa, rezaba:
“Señor, que se cumpla en mí
siempre tu voluntad santa…
en esta noche tan negra,
en esta noche tan larga
en que me encuentro perdida
Tú sabes lo que me aguarda,
yo quiero lo Tú quieras,
haz de mí cuanto te plazca”…
mirándola complacido
Dios sonreía… y callaba…

(En esos momentos de oscuridad, cuando llega la noche, el


sufrimiento, la cruz que no esperábamos, la perseverancia junto al
Señor, con paciencia, da paz. Y, cuando más negra es la noche,
amanece Dios: no hay pena que mil años dure, ni Dios nos prueba
por encima de nuestras fuerzas, sino que cuando nos manda una
prueba también nos da la gracia para llevarla...)

Pasaron día y noches


y pasaron las semanas,
pasaron, lentos, los meses
y la gota, aprisionada
en aquel túnel tan triste
iba avanzado en su marcha
y… fue feliz la gotita,
porque cuando a Dios oraba,
333
Vida más allá de la muerte
sentía una paz muy honda
y de sí misma olvidada,
vivía para cumplir
de Dios la voluntad santa.
Mas, he aquí que, de pronto,
quedó como deslumbrada,
había vuelto a la luz
y se encontró colocada
en una linda jarrita
que una monjita descalza
depositó con amor
sobre el ara consagrada.
Presa de dulce emoción
la pobre gota temblaba
diciendo : “Yo no soy digna
de vivir en esta casa,
que es la casa de mi Dios
y de sus esposas castas”.
El Señor que la vio humilde
sonreía… y se acercaba.

(En esta parte final, vemos nuestra participación en el


sacrificio de la Cruz de Jesús, cuando ponemos todo en la ofrenda
y nuestra vida se convierte en sacri-ficio: de “sacra”, sagrado; y
“facio”, hacer: hacer sagradas las cosas, introducirlas en Dios, que
como decía san Josemaría Escrivá, no hacemos sólo lo que el mito
del rey Midas que transformaba todo lo que tocaba en oro, sino
que transformamos todo en gloria.)

Empezó la Eucaristía,
la gotita que, admirada,
los ritos iba siguiendo,
sintió que la trasladaban
desde la bella jarrita
hasta la copa dorada
del cáliz de salvación
y, con el vino mezclada,
334
Esperanza y salvación
en puro arrobo de amor
repetía su plegaria:
“Señor que se cumpla en mí
siempre tu voluntad santa”…
y sonreía el Señor,
sonreía… y se acercaba…

Llegado ya el gran momento,


resonaron las palabras
más sublimes que en la tierra
pudieron ser pronunciadas,
y el altar se hizo Belén
en el Vino y la Hostia santa.
Y…¿qué fue de la gotita ?...
¡Feliz gotita de agua!...
Sintió el abrazo divino
que hacia Sí la arrebataba
mientras, por última vez
mansamente suspiraba:
“Señor, que se cumpla en mí
siempre tu voluntad santa”…
y, al escucharla su Dios
sonreía… y la besaba
con un beso tan ardiente
que el “Todo” absorbió a la “nada”
y en la sangre de Jesús
la dejó transubstanciada…

Esta es la pequeña historia


de una gotita de agua
que quiso siempre cumplir
de Dios la voluntad santa.

(Cuando nos unimos al sacrificio de Jesús y hacemos del día


una Misa... es el “Todo” que nos asume y nos perdemos en Él, nos
hacemos Cristo, para la Vida de todos... “).

335
Vida más allá de la muerte
Pascua, el día que transforma las penas en alegrías. "Cuántas
veces la vida cambia de sentido en sólo un instante. Acaban de darle a uno la
noticia y le deja un agudo dolor en lo más profundo de su ser... lo que sucede en
ese momento, y a partir de entonces, es una experiencia nueva que quizá no se
había experimentado nunca... variadas y cortantes facetas que puede tener este
valioso diamante del sufrimiento: la muerte de un ser querido, la infidelidad de la
persona amada, la pérdida de algo muy necesario, tener que pasar un largo
tiempo en un hospital... "(Jesús Martínez García, Las caras de la vida (encuentro
con el dolor). Uno está solo. "La llave que abre la puerta y deja correr la luz para
entender el jeroglífico del sufrimiento es Jesucristo. 'El misterio del hombre sólo se
esclarece realmente en el misterio del Verbo Encarnado... por Cristo y en Cristo se
ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve
en absoluta oscuridad' (GS 22)". Aunque ahora pienses que tu dolor no tiene
sentido, aunque ahora te hagas ciertas preguntas de que no eres amado... o pases
por el enigma mayor de la condición humana, la muerte: esta persona que eres
tú, que era él, ella, con deseos de ser feliz, muere… Es el misterio del dolor, de la
cruz, que no tiene explicación. Un proceso de transformación, como una
purificación del amor, que nos prepara para la felicidad que es estar con Dios.
Realidad misteriosa que no es el final, pues cuando se acaba nuestra estancia aquí
en la tierra comienza otra, la vida continúa en el cielo. La muerte no es el final de
trayecto, la vida no se acaba, se transforma…

La vieja duda de los saduceos resuena en muchos oídos: ¿y si no hay


nada después? Es una lástima no poder despedirse del ser amado con un “hasta
luego”, no poder pensar “seguiremos unidos”. Ya Platón creía en la inmortalidad
del alma, y algo nos habla de que el amor es eterno… Toda alma, después de la
muerte, espera la resurrección del propio cuerpo, con el que, por toda la
eternidad, estará en el Cielo, cerca de Dios, que con su misericordia lo ha acogido
(a menos que con su libertad se haya autoexcluido).

La Iglesia tiende al abandono de los ornamentos color negro en las Misas


de Difuntos, por ser el negro signo de duelo y se prefiere poner acento en el
consuelo y la esperanza, es decir el color morado, y blanco para los niños antes de
uso de razón, esas “misas de ángeles” para indicar que están en el cielo. Sin
ignorar el aspecto trágico de la muerte, lo que sería una falacia, el Ritual de
Sacramentos en la introducción a las Exequias acentúa la esperanza del creyente.
"A pesar de todo, la comunidad celebra la muerte con esperanza. El creyente,
contra toda evidencia, muere confiado: "En tus manos encomiendo mi espíritu"
(Lc 23,26). En medio del enigma y la realidad tremenda de la muerte, se celebra
la fe en el Dios que salva". "En el corazón de la muerte, la iglesia proclama su
esperanza en la resurrección. Mientras toda imaginación fracasa, ante la muerte, la
iglesia afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz. La
muerte corporal será vencida." Así lo reza en su oración principal: “Oh Dios, que
resucitaste a tu Hijo para que, venciendo la muerte, entrara en tu reino, concede a
tus siervos difuntos que, superada su condición mortal, puedan contemplarte para
simepre como su Creador y Salvador” (Colecta: Misa de difuntos).
336
Esperanza y salvación

"En la celebración de la muerte, la iglesia festeja "el misterio pascual" con


el que el difunto ha vivido identificado, afirmando así la esperanza de la vida
recibida en el Bautismo, de la comunión plena con Dios y con los hombres
honrados y justos y, en consecuencia, la posesión de la bienaventuranza". "La
muerte, es por tanto, un momento santo: el del amor perfecto, el de la entrega
total, en el cual, con Cristo y en Cristo, podemos plenamente realizar la inocencia
bautismal y volver a encontrar, más allá de los siglos, la vida del Paraíso"
(Romano Guardini). San Pablo recuerda que en Cristo se realiza lo que dice en la
magnífica frase: "Al fin de los tiempos, la muerte quedará destruida para siempre,
absorbida en la victoria" (1 Cor 15,26)… nos garantiza al final el goce de la
bienaventuranza: "Bienaventurados los que mueren en el Señor" (Ap 21,4). "La
Muerte es la compañera del amor, la que abre la puerta y nos permite llegar a
Aquel que amamos" (San Agustín). "La Vida se nos ha dado para buscar a Dios, la
muerte para encontrarlo, la eternidad para poseerlo" (FI. Novet). En la plegaria
eucarística, en sus diversas formas, proclamamos al Padre: “Acuérdate también,
Señor, de tus hijos… que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el
sueño de la paz. A ellos, Señor, y a cuantos descansan en Cristo, concédeles el
lugar del consuelo, de la luz y de la paz (1)
Recuerda a tu hijo… a quien llamaste de este mundo a tu presencia;
concédele que, así como ha compartido ya la muerte de Jesucristo, comparta
también con él la gloria de la resurrección. Acuérdate también de nuestros
hermanos que durmieron en la esperanza de la resurrección, y de todos los que
han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz de tu rostro (2, la 3
la cito en otro momento)
Acuérdate también de los que murieron en la paz de Cristo y de todos
los difuntos, cuya fe sólo tú conociste. Padre de bondad, que todos tus hijos nos
reunamos en la heredad de tu reino, con María, la Virgen Madre de Dios, con los
apóstoles y los santos; y allí, junto con toda la creación libre ya del pecado y de
lamurte te glorifiquemos por Cristo, Señor nuestro, por quien concedes al mundo
todos los bienes (4)”.

Jesús también muere, y ha resucitado. Y nos dice: “yo soy el camino…”.


La muerte es una realidad misteriosa, tremenda, y del más allá no sabemos
mucho, sólo lo que Jesús nos dice: “yo soy la resurrección y la vida: el que cree en
mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para
siempre” (Jn 11,25,26; Ant. com: Misa dinfuntos). Dios, que es amor, nos hace
entender que el amor no se acaba con la muerte, que después de esta etapa hay
otra para siempre. Que Dios no quiere lo malo, pero lo permite en su respeto a la
libertad, sabiendo reconducirlo con Jesús hacia algo mejor… la muerte para la fe
cristiana es una participación en la muerte de Jesús, desde el bautismo estamos
unidos a Él, en la Misa vivimos toda la potencia salvadora de la muerte hacia la
resurrección.
En un hogar de enfermos del SIDA en Nueva York, un hombre que
llevaba 25 años sin comulgar ni confesar la dijo a la Madre Teresa: -Usted que es
mi amiga, quiero confesarle a solas que cuando siento un tremendo dolor de
337
Vida más allá de la muerte
cabeza, lo comparto con el dolor de Jesús al ser coronado de espinas. Cuando
experimento un dolor insoportable -típico de esta enfermedad- en mi espalda, lo
comparto con el dolor de Jesús al ser azotado. Cuando mis manos y mis pies no
aguantan más, me uno al dolor de Jesús durante la crucifixión. Después de tres
días murió. Conmovida la Madre Teresa comentaba: -Jamás he visto a nadie
hablar con Dios como lo hizo aquel hombre, con un amor de comprensión tan
grande entre él y Jesús.

Las fuerzas
atávicas del mal, que
volcaban en un
inocente sus traumas y
represiones (el chivo
expiatorio), que -por el
demonio- vierten toda
la agresividad en contra
del Mesías, quedan
truncadas. Pues en la
muerte de Jesús esas
fuerzas quedan
vencidas, el círculo del odio queda sustituido por el círculo del
amor; una nueva ola que alcanza –con su Resurrección- todos los
lugares del cosmos en todos sus tiempos. "En su muerte en la cruz
se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar
nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más
radical" (Benedicto XVI). Se establece la redención, la vuelta al
paraíso original, a la auténtica comunión con todos y todo. Y
cuando estamos en contacto con Jesús, en la comunión, también
estamos con los que están con Él, de todos los lugares de todos los
tiempos, con los que queremos y ya se han ido de nuestro mundo
y tiempo. Cuando comulgamos, en ese momento íntimo, podemos
sentir más la proximidad de todos aquellos que ya están con el
Señor, porque tenemos al Señor dentro, y podemos hablar con
Jesús y con los que están con Él... La Virgen María es la gran
intercesora para el momento de la muerte, a ella nos
encomendamos siempre que decimos: “ruega por nosotros
pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”, momento en
que Ella nos abrazará y acompañará a Jesús, para disfrutar de
aquello que siempre hemos deseado aun sin saberlo. Debemos
338
Esperanza y salvación
seguir pidiendo, todos los días de nuestra vida, la gracia de las
gracias, la gracia de la perseverancia final, como lo hacemos en
cada Avemaría: “Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la
hora de nuestra muerte”.

Este es el misterio pascual de Jesús, el paso de la muerte a


la Vida, la luz que se enciende con la nueva aurora. El cuerpo que
se entierra es semilla –grano de trigo que muere y da mucho fruto-
para una vida más plena, de resurrección. El amor humano nos
hace entender ese amor eterno, pues el amor nace para ser eterno,
aunque cambiemos de casa quedamos unidos a los que amamos.
Jesús nos enseña plenamente el diccionario del amor, nos habla
del amor de un Dios que es Padre y que nos quiere con locura, y
dándose en la Cruz, hace nuevas todas las cosas, en una
renovación cósmica del amor: las cosas humanas, sujetas al dolor y
la muerte, tienen una potencia salvífica, se convierten en divinas.

En este retablo de las tres cruces, vemos a la Trinidad volcar


su amor en el calvario. Y junto a Jesús, su madre. Allí ella también
entrega a su hijo por amor a nosotros. Allí también está el buen
ladrón que dice: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu
reino”, y Jesús le da la fórmula de canonización: “en verdad te
digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”; es un misterio
ese juicio divino en el amor. Juntos se fueron al cielo. Estos días
queremos vivir el misterio, abrir los ojos como las mujeres que
buscaban a Jesús en la mañana de pascua, y les dice el ángel, aquel
primer domingo: “¿por qué buscáis entre los muertos a Aquel que
está vivo? No está aquí, ha resucitado”. Queremos ver más allá de
lo que se ve, beber de ese amor verdadero que es eterno, para
iluminar nuestros días con ese día de fiesta, de esperanza cierta.

La Asunción de María es esperanza de nuestra


resurrección, pues nuestra Madre, una mujer, un ser humano
como tú y yo, está en cuerpo y alma en el cielo. Muchas
advocaciones se celebran a lo largo del año para recordarlo, y
tantas tradiciones de los pueblos…

339
Vida más allá de la muerte
Imbuidos en ese ambiente, como “al baño María”, te
propongo terminar la lectura de estas páginas. Ella es la más santa,
la más perfecta, la venerada: “Desde ahora todas las generaciones
me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48), recoge con sencillez el
Evangelio. La Iglesia la proclama junto a Jesús en cuerpo y alma.
Ella “‘ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos: ¡y
los Ángeles se alegran!’ Así canta la Iglesia (…) Se ha dormido la
Madre de Dios (...) Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y
alma, en la Gloria. -Y la Corte celestial despliega todo su aparato,
para agasajar a la Señora. -Tú y yo -niños, al fin- tomamos la cola
del espléndido manto azul de la Virgen, y así podemos contemplar
aquella maravilla. La Trinidad beatísima recibe y colma de honores
a la Hija, Madre y Esposa de Dios... -Y es tanta la majestad de la
Señora, que hace preguntar a los Ángeles: ¿Quién es ésta?” Así
pinta S. Josemaría el icono de la Asunción. Bajo su amparo nos
acogemos para que nos proteja, pues ahí estamos seguros, en sus
brazos nos abandonamos y ella nos tendrá en su regazo junto a
Jesús, ahora y en la hora de nuestra muerte, para llevarnos junto a
su Hijo en la Gloria. Amén.

VII. Porque son tuyos el poder y la gloria


Jesús, Señor de la historia

340
Esperanza y salvación

1. Jesús como Señor de la historia


Ya hemos hablado de Joaquín de Fiore, el
inventor del mesianismo político, que fascina a los
espíritus con una proyección de un reino de Cristo
aquí en la tierra, un éxito que no queda muy lejos
del “¡viva Cristo Rey!, se va planificando la
sociedad con ideas religiosas. Estoy pensando en la
sociedad Cristiana, la Cristianitas que era Europa…
mucho habría que decir, desde los Reyes Católicos
y las Guerras de Religión… hasta las bases de un
gobierno franquista. Pero este no es el peligro más
serio que yo veo, pues ya desde Constantino hubo
esta alianza… dejemos que lo diga Ratzinger: “La
lógica histórica de Hegel y la planificación de la
historia por parte de Marx son el último estado de estos comienzos. Las metas
mesiánicas con las que fascina el marxismo, descansan sobre la mala síntesis de
religión y razón, que está en el fondo de todo ello, porque la planificación se
proyecta cara a metas que le son desproporcionadas. Con eso lo que se consigue
es estropear y corromper ambas cosas: la meta y la planificación”. Lo de Joaquín
de Fiore supuso una lucha interna en la Iglesia durante los siglos XIII-XIV y se
rechazó su idea, pero ahora “las actuales teologías de la liberación (escribe en
1977) se sitúan dentro de este contexto histórico del problema… la Iglesia rechaza
la idea de una plenitud definitiva de tipo intrahistórico o la idea de una perfección
interior de la historia en sí misma. Esto quiere decir que la esperanza cristiana no
implica concepto alguno de una plenitud interior de la historia. Esa esperanza
expresa, por el contrario, la imposibilidad de que el mundo llegue a la plenitud
interior. Los distintos elementos conceptuales que sobre el fin del mundo
proporciona la Biblia, tienen en común precisamente el representar un rechazo de
la esperanza de una situación salvífica definitiva de tipo intrahistórico.
”Esta postura es totalmente acertada incluso considerada racionalmente,
porque la idea de una consumación definitiva en la historia no cuenta con la
apertura permanente de la libertad del hombre, siempre expuesta a fallar. Por
tanto, esta idea de consumación expresa, en realidad, una profunda equivocación
antropológica: la salvación del hombre no se espera de su dignidad moral, ni de
lo más profundo de su personalidad moral, sino que se aguarda de mecanismos
planificados, con lo que se prescinde de lo peculiarmente humano. Los valores
que sirven de base al mundo se tiran por la borda. Una salvación planificada es
sencillamente la salvación propia de un campo de concentración y, en
consecuencia, el final de la humanidad.
”La fe en el retorno de Cristo es, pues, primariamente el rechazo de la
posibilidad de que el mundo llegue a una plenitud intrahistórica, representando
en cuanto rechazo precisamente la defensa del hombre frente a la
deshumanización causada por él mismo. Si este enunciado negativo fuera lo único
a ofrecer (por más que racionalmente es acertado), entonces la última palabra la

341
Vida más allá de la muerte
tendría la resignación. Pero es que la fe en el regreso de Cristo representa,
además, la certeza de que el mundo alcanzará la plenitud, naturalmente que no
gracias a la razón planificadora, sino a partir de la fuerza indestructible del amor,
que ha vencido en el Cristo resucitado. La fe en el retorno de Cristo es la fe en
que, al final, la verdad juzga y el amor triunfa, por supuesto que únicamente
gracias a la superación de la historia hasta entonces existente, superación que, en
realidad, está pidiendo esta misma historia. La historia tiene posibilidad de llegar a
la consumación sólo desde fuera de sí misma, y se abre en cada ocasión a su
plenitud, donde se acepta esa posibilidad externa, donde la historia vive vuelta a
su propia superación trascendental” (ESC), y el anticristo es cerrarse de la historia
en sí misma.
“La ‘exaltación’ de Cristo, es decir, la entrada de su existencia humana en el
Dios trinitario por la resurrección, no significa realmente una ausencia del mundo,
sino un nuevo modo de estar presente en él: la manera de existencia del
resucitado se llama, de acuerdo con el lenguaje de los antiguos símbolos, ‘estar
sentado a la derecha del Padre’, es decir, participar del poder regio de Dios sobre
la historia, participación que es real incluso estando oculta. De modo que el Cristo
exaltado no está ‘des-vinculado el mundo’, sino por encima de él y referido
también a él.
”’Cielo’ quiere decir participación en esta forma existencial de Cristo y, en
consecuencia, plenitud de lo que comienza con el bautismo. El cielo, por tanto,
no se puede localizar en un sitio, ni fuera ni dentro de nuestro espacio, pero
tampoco se le puede desvincular sencillamente del cosmos, considerándolo como
mero ‘estado’. Cielo quiere decir, más bien, ese dominio sobre el mundo que le
compete al nuevo ‘espacio’ del cuerpo de Cristo, a la comunión de los santos. Por
tanto, el cielo no está espacial sino esencialmente ‘arriba’. En este contexto hay
que determinar el derecho que hay para utilizar el lenguaje tradicional y los
límites que le son inherentes: las imágenes utilizadas siguen siendo verdaderas, si
expresan y respetan la supremacía, la libertad frente a imposiciones mundanas y el
poder conectado con el mundo por parte del amor. El lenguaje se hace falso, si al
‘cielo’ lo separa totalmente del mundo o si de alguna manera lo mete en él, como
si de su piso superior se tratara. De acuerdo con esa limitación del lenguaje, la
escritura no ha tolerado jamás la exclusiva de una sola imagen, sino que ha
mantenido abierta la perspectiva de lo inexpresable, echando mano de toda una
serie de expresiones. Y es, ante todo, anunciando un nuevo cielo y una nueva
tierra, como la Escritura ha expresado claramente que toda la creación está
destinada a convertirse en recipiente de la magnificencia divina. Toda la realidad
creada se vincula a la bienaventuranza celestial. Los escolásticos dicen que el
mundo, creatura de Dios, es un fragmento ‘accidental’ de la alegría de los que se
salvan.
”El cielo en cuanto tal es realidad ‘escatológica’, manifestación de lo definitivo
y totalmente-otro. Su definitividad procede del carácter definitivo del amor de
Dios, amor irrevocable e indivisible. Su apertura cara al eskhaton pleno viene de
la apertura de la historia todavía en camino de realización tanto en lo referente al
cuerpo de Cristo como a toda la creación. Él habrá alcanzado verdaderamente su
plenitud sólo cando se encuentren reunidos todos los miembros del cuerpo del
342
Esperanza y salvación
Señor” (ESC), es la “resurrección de la carne”, parusía o consumación de la
presencia de Cristo o historia final. De manera que cuando Jesús sube al cielo hay
una existencia nueva en la que participamos del cielo, pero un día ese “todo el
Cristo” tendrá una plenitud cósmica, y entonces la plenitud de cada uno será
también plena, total cuando se alcance esta salvación del universo y de todos los
elegidos, que no están en el cielo sino que son el cielo en cuanto el Cristo único.
Entonces toda la creación será este cántico que los salmos refieren a esta nueva
Jerusalén, penetración del todo en lo individual, alegría en la que toda pregunta
se resuelva y alcance su plenitud. De manera que no podemos vivir en nuestro
tiempo ninguna utopía pero sí este cielo de estar con Cristo, pero siempre en el
“todavía no” en espera del que vendrá, y éste en espera del otro que veremos
ahora cómo nos lo presenta la liturgia, para acabar nuestro estudio que ya ha sido
largo…

2. En las lecturas de los últimos días del Año Litúrgico se nos


muestra cómo Dios revela por los mártires judíos la
verdad de la resurrección, que luego Jesús explica mejor.

Pistas para ver cómo será la vida más allá de la muerte. Lc (20,27-40) nos
presenta la "trampa saducea", pregunta que no están hecha con sincera voluntad
de saber, sino para tender una "emboscada" para que el otro quede mal, responda
lo que responda, sobre la "ley del levirato" (cf Dt 25), por la que si una mujer
queda viuda sin descendencia, el hermano del esposo difunto se tiene que casar
con ella para darle hijos y perpetuar así el apellido de su hermano. Jesús afirma la
resurrección de los muertos, su destino de vida, cosa que negaban los saduceos:
Dios nos tiene destinados a la vida, no a la muerte, a los que "sean juzgados
dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos". "No es Dios de
muertos, sino de vivos". Pero la vida futura será muy distinta de la actual. Es vida
nueva, en la que no hará falta casarse, "pues ya no pueden morir, son como
ángeles, son hijos de Dios, porque participan en la resurrección". Ya no hará falta
esa maravillosa fuerza de la procreación, porque la vida y el amor y la alegría no
tendrán fin. Aunque la "otra vida", que es la transformación de ésta, siga siendo
también para nosotros misteriosa, nuestra visión está ayudada por la luz que nos
viene de Cristo. Él no nos explica el "cómo" sucederán las cosas, pero sí nos
asegura que la muerte no es la última palabra, que Dios nos quiere comunicar su
misma vida, para siempre, que estamos destinados a "ser hijos de Dios y a
participar en la resurrección" (J. Aldazábal).
-Son como ángeles y son hijos de Dios siendo hijos de la resurrección. Los
judíos del tiempo de Jesús -los Fariseos en particular en oposición a los Saduceos-
se representaban la vida de los resucitados como simple continuación de su vida
terrestre. Jesús, por una fórmula, de otra parte, bastante enigmática, no tiene ese
mismo punto de vista: según Él, en la resurrección hay un cambio radical. Opone
«este mundo», y «el mundo futuro»... un mundo en el que la gente se muere y un
mundo en el que no se muere más, y por lo tanto donde no es necesario
engendrar nuevos seres.
343
Vida más allá de la muerte
-En cuanto a decir que los muertos deben resucitar, lo indicó el mismo
Moisés... cuando llama al Señor: el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de
Jacob». No es un Dios de muertos sino de vivos, porque para El todos viven. Para
contestar a los Saduceos, Jesús se vale de uno de los libros de la Biblia más
antiguos, cuya autenticidad reconocían (Éx 3,6). Es la afirmación clara y neta de la
certeza de la resurrección. Si Abraham, Isaac y Jacob estuviesen muertos
definitivamente, esas fórmulas serían irrisorias. Hay algo exultante en esa frase de
Jesús: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos tienen la vida
por El». Nuestros difuntos son unos «vivientes», viven «por Dios». Efectivamente,
para tener esa fe, es preciso creer en Dios. Es preciso creer que es Dios quien ha
querido que existiésemos, quien nos ha dado la vida. Que es Dios quien ha
inventado la maravilla de la «vida»; quien llama a la vida a todos los seres que El
quiere ver vivos. Dios no desea encontrarse un día solamente ante cadáveres y
cementerios. ¿De qué modo, en concreto, se realizará todo esto? Es preciso
confiar. ¡Hay tantas maravillas inexplicadas en la creación!
-Intervinieron algunos escribas: «Bien dicho, Maestro». Porque no se atrevían
a hacerle más preguntas. Son unos doctores de la ley los que le rinden ese
testimonio: lo que creemos los cristianos viene directamente, en prioridad, del
pensamiento mismo de Jesús, el gran doctor. Quiero creerte, Señor (Noel
Quesson).
Lo que más preocupaba a los saduceos, que no creían en la resurrección, era
la repartición de los bienes el día de la resurrección. Para ellos, el sentido de la
vida futura se reducía a saber quién se quedaba con las propiedades y a quién le
correspondían las ventajas conyugales. Para ellos la vida humana, no existe más
allá de las implicaciones económicas y legales de la historia. Con estas
preocupaciones en mente, se acercan a Jesús y le piden la opinión sobre un
problema hipotético. Problema que sólo revelaba una mentalidad demasiado
cristalizada y sin espacio para la novedad. Jesús, antes de responderles con una
frase lapidaria, como era su costumbre, les advierte que la resurrección es un
asunto abierto al futuro y no sólo atado al presente. La vida que Dios da a los
justos va más allá de el aseguramiento de una propiedad o una finca. La
resurrección es una vida nueva, completamente transformada por Dios. Por esto,
Jesús, con la frase "Dios no es Dios de muertos, sino de vivos", les cuestiona la
falsedad de su fe. Pues, los saduceos, con esta manera de pensar, evidenciaban que
su confianza no estaba puesta en Dios, sino en la seguridad que ofrecen las cosas
de este mundo. Una herencia, una propiedad, un pedazo de tierra era todo lo
que ocupaba la mentalidad de los que se oponían a la resurrección. Pero, con esta
manera de pensar, ¿para qué la resurrección? Este episodio afirma, una vez más,
de qué manera la mentalidad de la época estaba atada al dios Manmón, al dios
del dinero, del prestigio y del poder, y qué lejos estaba de las tradiciones
populares que realmente servían al Dios vivo. Jesús es muy claro en sus
aseveraciones y con ellas pone en evidencia el enfrentamiento entre dos proyectos
totalmente opuestos: de un lado el Dios de la Vida con su proyecto solidario; de
la otra, el dios del dinero, con su proyecto mercantil. Jesús, entonces, se prepara a
dar la lucha definitiva por su Padre, por el Dios que le ha dado la vida a los seres
humanos (servicio bíblico latinoamericano).
344
Esperanza y salvación
La burla sobre el tema de la resurrección, que nos brindan lo saduceos en el
texto de Lucas de hoy, abre la perspectiva de una nueva forma de imaginar la
vida después de esta vida. Por supuesto, la novedad viene de Jesús. No se trata de
una prolongación de esta vida. No se trata de conseguir una prórroga para
remediar entuertos. La resurrección abre las puertas de una vida distinta. De una
plenitud difícil de comprender, pero fácil de intuir. Una plenitud que nos hace
creer en un Dios de vivos. Nuestro Dios destierra la ideología de la muerte, de
cualquier muerte. Estamos demasiado rodeados de muerte y, a veces, podemos
engañarnos pensando que "no hay salida". No hay salida en la búsqueda de la
paz. Gana la violencia. No hay salida en la instauración de la justicia. Es
complicado desmantelar las estructuras de injusticia. No hay salida en el problema
de la corrupción política. Todos son iguales. No hay salida en el deterioro
ambiental. Y no nos interesa demasiado. No hay salida en la resolución del
problema del hambre. Que siempre vemos en fotografías... El Dios de Jesús nos
impulsa a creer en la vida, a luchar por ella y a esperar en ella. Nuestro Dios es el
Autor de "sí hay salida". Por eso nuestra Iglesia es un lugar de vivos. Por eso
nuestra Iglesia anuncia al Dios Vivo. Y nuestra Iglesia tiene que responder al
mismo test fidedigno que pasó su Señor: predicación, ignominia, muerte y
resurrección. Igual que responden los dos testigos-profetas de la lectura del
Apocalipsis. Decididamente tenemos que leer más al Autor de "sí hay salida" y
creer, más todavía. Al final, la última palabra es del Dios de la vida. Y su palabra
siempre es palabra de vida. Sí hay salida (Luis Ángel de las Heras).
La respuesta de Jesús sigue dos caminos. Por un lado, no acepta que el estado
del hombre resucitado sea un calco del estado presente. La procreación es
necesaria en este mundo, a fin de que la creación vaya tomando conciencia, a
través de la multiplicación de la raza humana, de las inmensas posibilidades que
lleva en su seno: es el momento de la individualización, con nombre y apellido,
de los que han de construir el reino de Dios. No existiendo la muerte, en el siglo
futuro, no será ya necesario asegurar la continuidad de la especie humana
mediante la pro creación. Las relaciones humanas serán elevadas a un nivel
distinto, propio de ángeles («serán como ángeles»), en el que dejarán de tener
vigencia las limitaciones inherentes a la creación presente. Por ejemplo, suelen
preguntar los matrimonios que se quieren: “¿Será que sólo estaremos juntos hasta
que la muerte nos separe”? y hay que decirles: “no os preocupéis, que en el cielo
los amores continúan por toda la eternidad, estaréis siempre unidos, también en
el cielo, como marido y mujer”. Pero algún matrimonio, que lo pasa muy mal en
su cruz, preguntan: “¿esta cruz que llevo en el matrimonio, será por toda la
eternidad, o sólo hasta que la muerte nos separe?” “-no te preocupes, hay que
contestarles, será sólo hasta que la muerte os separe, pues ninguna pena de este
mundo pasa al otro, allí solo quedan los amores auténticos, sólo éstos perduran”.
No se trata, por tanto, de un estado parecido a seres extraterrestres o galácticos,
sino a una condición nueva, la del Espíritu, imposible de enmarcar dentro de las
coordenadas de espacio y de tiempo: «por haber nacido de la resurrección, serán
hijos de Dios» (20,36).
Por otro lado, apoya el hecho de la resurrección de los muertos en los
mismos escritos de Moisés de donde sacaban sus adversarios sus argumentos
345
Vida más allá de la muerte
capciosos: «Y que resuciten los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio
de la zarza, cuando llama Señor "al Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de
Jacob" (Ex 3,6). Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos; es decir, para él todos
ellos están vivos» (Lc 20,37-38). La promesa hecha a los Patriarcas sigue vigente,
de lo contrario Moisés no habría llamado 'Señor' de la vida al Dios de los
Patriarcas si éstos estuviesen realmente muertos. Para Jesús no tiene sentido una
religión de muertos («y Dios no lo es de muertos, sino de vivos»), tal y como
hemos reducido frecuentemente el cristianismo. Los primeros cristianos eran
tildados de ateos ('sin Dios') por la sociedad romana, porque no profesaban una
religión basada en el culto a los muertos, en sacrificios expiatorios, en ídolos
insensibles.
Muchas veces la memoria de nuestros muertos nos puede hacer olvidar
nuestras tareas frente a los hombres y mujeres que viven a nuestro alrededor. A
veces el llanto por nuestros difuntos nos lleva al olvido de los seres vivos.
La reafirmación de la fe en la resurrección, por el contrario, nos debe
conducir a una conciencia solidaria que se expresa tanto hacia los muertos como
hacia los vivientes. La fe en la resurrección se abrió paso en medio de los
mártires en tiempos de los Macabeos. Es interesante observar que esta
revelación divina ha sido reservada a través de los hombres y mujeres que
perdían la vida por el compromiso de Dios y de su fe, que en su intuición
abrían la doctrina… es curioso que no lo digan el Papa en su encíclica de la
esperanza (apenas lo menciona en la frase del n. 8 de que esa “sustancia” de la
esperanza se ha puesto de manifiesto “no sólo en el martirio”… “también se ha
manifestado sobre todo en las grandes renuncias, desde los monjes…” y pasa a
hablar de algunos que lo han dejado todo en la vida religiosa o de caridad) o los
obispos españoles en su último documento sobre el tema. Pero ahí está la fe de la
Iglesia: “lex orandi lex credendi”, nuestra fe es lo que rezamos, y lo que la liturgia
nos propone antes del final escatológico, del año litúrgico, son los mártires
representados en los Macabeos y la profecía de Daniel con sus jóvenes también
mártires que dan la vida por la fe (aunque estos no mueren), y con sus vidas
muestran por primera vez lo que Jesús luego enseña, también con su vida y su
doctrina: la resurrección de la carne. Es más, me atrevo a decir sin gran miedo a
equivocarme que una gran prueba de la resurrección, de la vida eterna, es ver
cómo gente da la vida, consciente de que hay algo más importante que la vida
biológica, ver que creen, esta esperanza viva es fuente viva de esperanza para
todos, de la participación de los bienes de Dios al final de los tiempos. Creemos
cuando vemos a alguien que se entrega hasta dar la vida, esta es la principal
fuente de la esperanza.
La ley del levirato debe ser entendida como expresión de esa solidaridad con
los muertos y de su participación en los bienes futuros. En la respuesta de Jesús, se
pone de relieve la amistad con los patriarcas del pueblo elegido. Su memoria en
tiempos de Moisés de las generaciones sucesivas atestigua la presencia de la vida
divina inextinguible para todos los que se colocan en el ámbito del influjo divino.
Dios como fuente de vida también para los muertos invita de este modo a un
compromiso renovado con la vida desde la fe en la resurrección. La búsqueda de
posesión, referida a bienes o a la propia familia, no puede asegurar la
346
Esperanza y salvación
supervivencia propia. Esta sólo puede encontrarse gracias a la condición de la
filiación divina y, gracias a ella, de la herencia del mundo nuevo y de su vida
(Josep Rius-Camps, y comentarios míos).
Los fariseos, basándose en textos recientes del AT (cf Dn 12,1-3; S Mac 7,14),
afirmaban la resurrección que negaban los saduceos. La fe en "la otra vida" no
cuenta con demasiados adeptos, incluso entre los creyentes. Las encuestas
religiosas han demostrado que éste es uno de los artículos "duros" del credo.
Curiosamente, en ciertos sectores se ha ido abriendo camino la idea budista de la
reencarnación. Según ella, de acuerdo a como se haya vivido en el curso de la
existencia precedente, se llegaría a vivir una nueva existencia más noble o más
humilde. Y así repetidamente hasta lograr la purificación plena. En su carta sobre
el tercer milenio, el mismo Juan Pablo II se hace eco de esta postura cada vez más
difundida en Occidente. Después de reconocer que es una manifestación de que el
ser humano no quiere resignarse a una muerte irrevocable, añade que "la
revelación cristiana excluye la reencarnación, y habla de un cumplimiento que la
persona está llamada a realizarse en el curso de una única existencia sobre la
tierra" (TMA 9). En estas páginas hemos hablado extensamente de estas cosas.
Jesús nos ha enseñado a ver a Dios como un "Dios de vivos". Él quiere que
disfrutemos del don de la vida. Ya en el siglo II, San Ireneo afirmaba que "la gloria
de Dios es que el ser humano viva". Sobre cada ser humano que viene a este
mundo, Dios pronuncia una palabra de amor irrevocable: "Yo quiero que tú
vivas". La vida eterna es la culminación de este proyecto de Dios que ya
disfrutamos en el presente. Por eso, todas las formas de muerte (la violencia, la
tortura, la persecución, el hambre) son desfiguraciones de la voluntad de Dios.
La certeza de la vida eterna alimenta nuestro caminar diario con la esperanza:
"La actitud fundamental de la esperanza, de una parte, mueve al cristiano a no
perder de vista la meta final que da sentido y valor a su entera existencia y, de
otra, le ofrece motivaciones sólidas y profundas para el esfuerzo cotidiano en la
transformación de la realidad para hacerla conforme al proyecto de Dios (TMA
46: Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
¿Qué caso tendría morir para revivir a una vida igual a la que hemos llevado
en este mundo, y, más aún, complicada con todo lo que se hubiese convertido en
un compromiso terreno? Nosotros, al final, no reviviremos; seremos resucitados,
elevados como los ángeles e hijos de Dios. Entonces quedaremos libres del
sufrimiento, del llanto, del dolor, de la muerte, y de todo lo que nos angustiaba
aquí en la tierra. Ya no seremos dominados por nuestras pasiones; ni la sexualidad
seguirá influyendo sobre nosotros. Quienes se hicieron una sola cosa, porque Dios
los unió mediante el Sacramento del Matrimonio, gozarán eternamente del Señor
en esa unidad que los hará vivir eternamente felices, en plenitud, ante Dios.
Quienes unieron su vida al Señor y a su Iglesia, junto con esa Comunidad, por la
que lucharon y se esforzaron con gran amor, vivirán eternamente felices ante su
Dios y Padre. Quienes vivieron una soltería fecunda, tal vez incluso Consagrada al
Señor, vivirán unidos a esa Iglesia, por la que renunciaron a todo para vivir con
un corazón indiviso al Señor y un servicio amoroso a su Iglesia. Nuestra meta final
es el Señor. Gozar de Él es nuestra vocación. No queramos trasladar a la eternidad
las categorías terrenas, sino que, más bien, vivamos con amor y con una gran
347
Vida más allá de la muerte
responsabilidad la misión que cada uno de nosotros tiene mientras peregrina,
como hijo de Dios, por este mundo hasta llegar a gozar de los bienes definitivos
que el mismo Dios quiere que sean nuestros eternamente.
El Señor nos ha llamado para fortalecer su unión con nosotros mediante la
Eucaristía que estamos celebrando. El Señor es nuestro; y nosotros somos del
Señor. Que su amor llegue en nosotros a su plenitud. Al recibir la Eucaristía no
sólo recibimos un trozo de pan consagrado; recibimos al mismo Cristo que viene
a hacerse uno con nosotros y a transformarnos de tal manera que, siendo uno con
Él, Él transparente su vida llena de amor por todos a través nuestro. La Iglesia, así,
se convierte en un Sacramento, signo de unión entre Dios y los hombres, y signo
de unión de los hombres entre sí por el amor fraterno. Cristo ha dado su vida por
nosotros, para que nosotros tengamos vida. Así nosotros debemos dar la vida por
nuestros hermanos, para que todos participemos de los dones de amor, de vida y
de salvación que el Señor nos ofrece. Dios nos quiere tan santos como Él es santo.
Mas no por eso nos quiere desligados del mundo; sino que más bien nos quiere
en el mundo santificándolo y dándole su auténtica dimensión: no convertido en
nuestro dios, sino en un espacio en el que vivimos comprometidos para
convertirlo en una digna morada en la que, ya desde ahora, comienza a hacerse
realidad el Reino de Dios entre nosotros.
Mientras vamos por el mundo, llevando una vida normal como la de todos
los hombres, quienes creemos en Cristo no olvidamos que tenemos puesta la
mirada en llegar a donde ya el Señor nos ha precedido. Por eso no podemos vivir
como quienes no conocen a Dios. No podemos pasar la vida cometiendo
atropellos o destruyendo a las personas. Dios nos llama no para que nos
convirtamos en salteadores que roban los tesoros del amor, de la verdad y de la
paz con que el mismo Señor ha enriquecido los corazones de sus hijos, que Él ha
creado. Pues quien destruya el templo santo de Dios será destruido por el mismo
Dios. El Señor nos ha llamado para que seamos consuelo de los tristes, socorro de
los pobres y salvación para los pecadores. Cumplir con esta misión no es llevar
adelante nuestros proyectos personales, sino el proyecto de amor y de salvación
que Dios mismo ha confiado a su Iglesia. Por eso nunca vayamos a proclamar su
Nombre sin antes habernos sentado a sus pies para escuchar su Palabra, y para
pedirle la fortaleza de su Espíritu Santo para ser los primeros en vivir el Evangelio,
y poder así proclamarlo desde la inspiración de Dios, y desde nuestra propia
experiencia personal (www.homiliacatolica.com).

El señorío de Cristo, en relación con cuanto se ha dicho sobre el juicio


y los novísimos. “No son los elementos del cosmos, la leyes de la materia, lo que
en definitiva gobierna el mundo y el hombre, sino que es un Dios personal quien
gobierna las estrellas, es decir, el universo; la última instancia no son las leyes de la
materia y de la evolución, sino la razón, la voluntad, el amor: una Persona. Y si
conocemos a esta Persona, y ella a nosotros, entonces el inexorable poder de los
elementos materiales ya no es la última instancia; ya no somos esclavos del
universo y de sus leyes, ahora somos libres. Esta toma de conciencia ha
influenciado en la antigüedad a los espíritus genuinos que estaban en búsqueda. El
cielo no está vacío. La vida no es el simple producto de las leyes y de la casualidad
348
Esperanza y salvación
de la materia, sino que en todo, y al mismo tiempo por encima de todo, hay una
voluntad personal, hay un Espíritu que en Jesús se ha revelado como Amor” (ES).
Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera
tierra han pasado... vi la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, que descendía del cielo,
enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y
Escuché una voz potente que decía desde el trono: -Esta es la morada de Dios con
los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos.
Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor.
porque el primer mundo ha pasado. –“Ahora hago el universo nuevo”. Yo soy el
Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Los sedientos beberán de balde de la fuente
de agua viva. El que ha vencido es heredero universal: Yo seré su Dios y él será mi
hijo (Apo 21).
La nueva Jerusalén ha sido aclamada en los salmos, el 121 proclama la
ciudad santa de Jerusalén: “¡Qué alegría cuando me dijeron: "Vamos a la casa del
Señor"! Ya están pisando nuestros pies, tus umbrales, Jerusalén.
Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las
tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del
Señor; en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David.
Desead la paz a Jerusalén: "Vivan seguros los que te aman, haya paz
dentro de tus muros, seguridad en tus palacios".
Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: "La paz contigo". Por la
casa del Señor, nuestro Dios, te deseo todo bien”.

El día en que se manifestará el Hijo del Hombre (Viernes de la 32ª


semana): Sab (13,1-9). Los paganos han sido necios y vanos: se han quedado en lo
creado, sin dar el salto al Creador. Se han dejado encandilar por la hermosura y la
grandeza de las cosas, y tienen por dioses al fuego, a la bóveda estrellada, al agua
impetuosa, a las lumbreras celestes. De la hermosura y del vigor de lo creado
tenían que haber pasado a calcular "cuánto más poderoso es quien los hizo". El
cosmos es bueno. Pero tendrían que haber descubierto a su Señor. Éste es el fallo
de los que han llegado a una religión naturalista, adorando al sol y a la luna o a
los grandes ríos. Aquí no leemos el otro ataque, más fuerte, que hace el autor
contra otra clase de increyentes: los que se han construido con sus propias manos
ídolos de piedra o de madera y los adoran. A los anteriores de algún modo los
disculpa, porque el cosmos es en verdad admirable. Pero los idólatras son más
necios y vanos, porque adoran la obra de sus manos. Sab (I a. C.) ve en la belleza
del mundo un valor religioso (v 3), piensa que el dinamismo de la creación puede
dejar al descubierto a su Autor (v. 4). Pero sigue fundamentalmente fiel a su fe
judía y quizá no sea inútil ver cómo ambas culturas, judía y griega, confirman al
autor en su fe en la existencia de Dios.
a) La fe judía en la existencia del Creador está marcada por la lucha que
el yahvismo mantiene contra las concepciones sacralizantes de la naturaleza. Para
Canaán y Babilonia, la naturaleza revela un Dios que la tiene a su merced
mediante la fecundidad que la envía o la niega. Ritos mágicos permiten participar
en esa fecundidad; y los mitos la explican mediante la hierogamia misteriosa de
los dioses y de las diosas. Para Israel, por el contrario, el mundo ha sido creado
349
Vida más allá de la muerte
merced a una iniciativa libre y amorosa de Dios, que ha sido inmediatamente
secularizada, si así puede decirse: los relatos del Génesis afirman, en efecto, la
creencia en un Dios creador, pero al mismo tiempo afirman la certidumbre de que
el mundo ha sido confiado por Dios al hombre, su visir. Dios es efectivamente el
autor del mundo, pero no a la manera de los dioses creadores del Oriente, que lo
alienan con su manera de dirigirlo. El Dios creador es en Israel más trascendente al
mundo que los dioses orientales, pero la religión no es por eso menos pura;
desacralizada y desmitificada, es la relación libre del hombre-visir al Dios a quien
reconoce. La creación es considerada, además, por el juicio como el primer acto
de un Dios que dirige la historia hasta la salvación mediante una serie de
intervenciones gratuitas que suponen la colaboración del hombre. La relación del
hombre con su Creador no está ya condicionada por las leyes naturales de
fecundidad y su explicación mitológica, sino por la relación libre y gratuita de
Dios y de su visir en el mundo.
Para la Biblia, "ignorar a Dios" (v 1) no es necesariamente negarse a creer
en su existencia, sino rechazar ese diálogo personal y libre que la doctrina judía de
la creación postula entre Yahvé y el hombre.
b) El concepto que los griegos se forman del mundo es bastante diferente
del de los judíos y el autor parece reprochárselo. No condena tanto la idolatría -
los mejores de entre los griegos no caen en esa aberración-, sino que apuntan más
bien a sus especulaciones intelectuales. Los griegos no son tampoco ateos: tienen
un sentido del misterio de las cosas y buscan a Dios a su manera. ¿Qué reproche
se les puede hacer entonces? El de no haber podido pasar de su conocimiento de
las cosas visibles al conocimiento del Ser por excelencia (v 1). El autor supone,
pues, que es posible pasar de lo visible a lo invisible y reprocha a los griegos
filósofos el no haber recorrido hasta el final el camino que hubiera debido
llevarles hasta Dios. Pero el autor no dice cómo habrían debido comportarse los
griegos para pasar de la naturaleza creada al Dios creador: se tiene la impresión de
que su condena del pensamiento griego es un tanto somera. Por otra lado, los
pocos argumentos utilizados, como el de la hermosura de la creación (v 3), eran
conocidos y utilizados por los filósofos contemporáneos pero sin aplicarlos
necesariamente a la noción de un Dios trascendente. Se limitaban, en efecto, a
extraer de ellos la idea de un demiurgo organizador de una materia preexistente o
la de un principio inmanente a la creación. Se concibe por tanto que el autor se
sienta orgulloso de que su fe judía le proporcione la idea de un Dios personal y
transcendente, pero nos quedamos a media ración cuando afirma la posibilidad
de un conocimiento natural de Dios sin indicar el camino que lleva a ese
conocimiento (Maertens-Frisque).
-Fueron insensatos todos los hombres que ignoraron a Dios y que a
través de los bienes visibles no fueron capaces de conocer a "Aquel que es", ni
reconocieron al Artífice considerando sus obras. La belleza del mundo tiene un
valor religioso. Y no será el descubrimiento más profundo de las ciencias
modernas, lo que pueda reducir la belleza del universo. El cual resulta ser mayor y
más complejo aún, desde la inmensidad del cosmos a lo infinitamente pequeño
del átomo.

350
Esperanza y salvación
-El fuego, el viento, el aire sutil, la bóveda estrellada, la ola impetuosa...
Hay que saber detenerse ante esas maravillas. Vivimos en medio de fenómenos
extraordinarios que no vemos... habitualmente. Danos, Señor, una mirada nueva
para contemplar "el fuego", "el viento", "la flor", "el niño", "la estrella", «la ola» del
mar.
-Si quedaron encantados por su belleza, hasta el punto de haberlos
tomado como dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de todos ellos pues fue el
Autor mismo de la belleza quien los creó. En todo tiempo los hombres han sido
sensibles a la belleza: Esta era una verdadera pasión en los griegos, en la época del
autor de la Sabiduría. El mundo moderno siente también inclinación a idolatrar la
belleza, de hacerla un fin, de dejarse captar por su "encanto". Ayúdanos, Señor, a
contemplarte, a Ti, fuente e inventor de todo lo que es bello. Tú fuiste el primero
en tener la pasión de hacer cosas bellas.
-Y si fue su poder y su eficiencia lo que les sobrecogió, deduzcan de ahí,
cuánto más poderoso es «Aquel que los formó», pues de la grandeza y hermosura
de las criaturas, se llega, por analogía, a contemplar a su autor. Es una de las más
perfectas expresiones de síntesis entre: - la filosofía griega, toda ella orientada ya
hacia la lógica y la ciencia... - y la teología tradicional, que admira a Dios como
Creador... Toda la civilización llamada «occidental» está en germen en tales
actitudes de la mente. De hecho fue en el marco de esa civilización, que se
desarrollaron a la vez: - la técnica industrial, que utiliza «el poder y la eficiencia»
de las cosas... - y una noción justa de Dios, a la vez presente y distinto de su
creación. Pensando en el prodigioso empuje de las ciencias HOY, te alabo, Señor.
Lejos de sentir miedo, según una concepción pesimista de la existencia, ¡te
«contemplo» en las maravillas del «poder y de eficiencia» del mundo! -Con todo
no son éstos demasiado censurables; pues tal vez se desorientan buscando a Dios:
viviendo entre sus obras, se esfuerzan por conocerlas y las apariencias los seducen.
¡Tanta es la belleza que sus ojos contemplan! ¡Ah, Señor, cuán positiva es esta
actitud! En lugar de censurar categóricamente «a los que se dejan seducir por la
belleza» del mundo, se trata de comprenderlos primero, compartiendo su punto
de vista, «tanta es la belleza que sus ojos contemplan». Da, Señor, a todos los
cristianos esa actitud de comprensión de su época, ese deseo de compartir con
todos, creyentes y no-creyentes, las admiraciones, los entusiasmos, las actividades
de los hombres de HOY. Concédenos, Señor, que tengamos los unos respecto a
los otros "esa indulgencia" que nos haga decir: "no son éstos demasiado
censurables"... Su error no ha sido muy grande (Noel Quesson).

Al mundo lo salvan los que “sal de la tierra y luz del


mundo” llevan a Cristo a su época. Retomo aquí la Encíclica de
Benedicto XVI sobre la esperanza, cuando se pregunta: “¿Es
individualista la esperanza cristiana?” Algunos dicen que la fe es el
opio del pueblo (ya hemos visto que alguna fe quizá ha tenido
algún defecto en este sentido), pero en realidad desde Abel los que
están con Dios de verdad se preocupan de los demás, es la prueba
351
Vida más allá de la muerte
de la verdadera religión. Muchas obras sociales que ahora acogen
las instituciones estatales surgieron del ambiente eclesial
(hospitales, escuelas, universidades). Los valores de la revolución
francesa de la libertad, igualdad y fraternidad son cristianos. La
declaración de los derechos humanos son herencia de la tradición
cristiana. Pero las obras sin las personas no son nada. Las palabras
sin la vida están muertas. El mundo depende de los que vivimos en
él. No de los que han vivido, sino de cada generación, en un
continuo hacerse. Por eso instituciones como las fundadas por
Teresa de Calcuta (sufriendo al ver los pobres de India) o
Josemaría Escrivá (sufriendo al ver entre otros a los obreros
marginados, alienados, y apartándose de la Iglesia) tienen
importancia, por su vida más que por sus ideas que son como el
“huevo de Colón”: con sus vidas dan vida a un fenómeno pastoral
fecundo de –respectivamente- ayudar al necesitado viendo en él a
Jesús, santidad en medio del mundo realizando la vocación
bautismal de un modo pleno...
“De Lubac ha podido demostrar, basándose en la teología
de los Padres en toda su amplitud, que la salvación ha sido
considerada siempre como una realidad comunitaria. La misma
Carta a los Hebreos habla de una «ciudad» (cf 11,10.16; 12,22;
13,14) y, por tanto, de una salvación comunitaria. Los Padres,
coherentemente, entienden el pecado como la destrucción de la
unidad del género humano, como ruptura y división. Babel, el
lugar de la confusión de las lenguas y de la separación, se muestra
como expresión de lo que es el pecado en su raíz. Por eso, la
«redención» se presenta precisamente como el restablecimiento de
la unidad en la que nos encontramos de nuevo juntos en una
unión que se refleja en la comunidad mundial de los creyentes”. En
la Carta a Proba, en la cual Agustín intenta explicar un poco esta
desconocida realidad conocida en la que habla de buscar la «vida
bienaventurada [feliz]», cita el Salmo 144 [143],15: «Dichoso el
pueblo cuyo Dios es el Señor», y continúa: «Para que podamos
formar parte de este pueblo y llegar [...] a vivir con Dios
eternamente, ‘‘el precepto tiene por objeto el amor, que brota de
un corazón limpio, de una buena conciencia y de una fe sincera” (1
Tm 1,5)». “Esta vida verdadera, hacia la cual tratamos de dirigirnos
352
Esperanza y salvación
siempre de nuevo, comporta estar unidos existencialmente en un
«pueblo» y sólo puede realizarse para cada persona dentro de este
«nosotros». Precisamente por eso presupone dejar de estar
encerrados en el propio «yo», porque sólo la apertura a este sujeto
universal abre también la mirada hacia la fuente de la alegría, hacia
el amor mismo, hacia Dios.
”Esta concepción de la «vida bienaventurada» orientada
hacia la comunidad se refiere a algo que está ciertamente más allá
del mundo presente, pero precisamente por eso tiene que ver
también con la edificación del mundo, de maneras muy diferentes
según el contexto histórico y las posibilidades que éste ofrece o
excluye” (ES). Agustín trataba de fortalecer los fundamentos del
derecho en aquel mundo cambiante. En la Edad Media,
emblemática donde los monasterios aparecían como lugares para
huir del mundo y eludir así la responsabilidad con respecto al
mundo buscando la salvación privada, Bernardo de Claraval, con
su Orden aplica las palabras del Pseudo-Rufino: «El género humano
subsiste gracias a unos pocos; si ellos desaparecieran, el mundo
perecería». Los contemplativos –contemplantes– han de convertirse
en trabajadores agrícolas –laborantes–, nos dice. “La nobleza del
trabajo, que el cristianismo ha heredado del judaísmo, había
aparecido ya en las reglas monásticas de Agustín y Benito.
Bernardo presenta de nuevo este concepto. Los jóvenes
aristócratas que acudían a sus monasterios debían someterse al
trabajo manual. A decir verdad, Bernardo dice explícitamente que
tampoco el monasterio puede restablecer el Paraíso, pero sostiene
que, como lugar de labranza práctica y espiritual, debe preparar el
nuevo Paraíso. Una parcela de bosque silvestre se hace fértil
precisamente cuando se talan los árboles de la soberbia, se extirpa
lo que crece en el alma de modo silvestre y así se prepara el
terreno en el que puede crecer pan para el cuerpo y para el alma.
¿Acaso no hemos tenido la oportunidad de comprobar de nuevo,
precisamente en el momento de la historia actual, que allí donde
las almas se hacen salvajes no se puede lograr ninguna
estructuración positiva del mundo?” (ES).

353
Vida más allá de la muerte
La transformación de la fe-esperanza cristiana en el tiempo moderno.
El excursus del que arranca Benedicto XVI (ES 16s) de cómo se ha desarrollado la
idea moderna de progreso no la resumo aquí, la correlación entre ciencia y praxis.
Dice que “al mismo tiempo, hay dos categorías que ocupan cada vez más el
centro de la idea de progreso: razón y libertad. El progreso es sobre todo un
progreso del dominio creciente de la razón”, sin dependencias, pero cuando se da
el paso de cortar la dependencia de Dios, ha cortado el hilo que sustentaba su
unión con verdad y el bien, ya no es una libertad humana y ese ya no será un
reino para el hombre al dejar de haber cabida para Dios, será una cárcel.
“En el s. XVIII no faltó la fe en el progreso como nueva forma de la
esperanza humana y siguió considerando la razón y la libertad como la estrella-
guía que se debía seguir en el camino de la esperanza. Sin embargo, el avance
cada vez más rápido del desarrollo técnico y la industrialización que comportaba
crearon muy pronto una situación social completamente nueva: se formó la clase
de los trabajadores de la industria y el así llamado «proletariado industrial», cuyas
terribles condiciones de vida ilustró de manera sobrecogedora Friedrich Engels en
1845. Para el lector debía estar claro: esto no puede continuar, es necesario un
cambio. Pero el cambio supondría la convulsión y el abatimiento de toda la
estructura de la sociedad burguesa. Después de la revolución burguesa de 1789
había llegado la hora de una nueva revolución, la proletaria: el progreso no podía
avanzar simplemente de modo lineal a pequeños pasos. Hacía falta el salto
revolucionario. Karl Marx recogió esta llamada del momento y, con vigor de
lenguaje y pensamiento, trató de encauzar este nuevo y, como él pensaba,
definitivo gran paso de la historia hacia la salvación, hacia lo que Kant había
calificado como el «reino de Dios». Al haber desaparecido la verdad del más allá,
se trataría ahora de establecer la verdad del más acá. La crítica del cielo se
transforma en la crítica de la tierra, la crítica de la teología en la crítica de la
política. El progreso hacia lo mejor, hacia el mundo definitivamente bueno, ya no
viene simplemente de la ciencia, sino de la política; de una política pensada
científicamente, que sabe reconocer la estructura de la historia y de la sociedad, y
así indica el camino hacia la revolución, hacia el cambio de todas las cosas. Con
precisión puntual, aunque de modo unilateral y parcial, Marx ha descrito la
situación de su tiempo y ha ilustrado con gran capacidad analítica los caminos
hacia la revolución, y no sólo teóricamente: con el partido comunista, nacido del
manifiesto de 1848, dio inicio también concretamente a la revolución. Su
promesa, gracias a la agudeza de sus análisis y a la clara indicación de los
instrumentos para el cambio radical, fascinó y fascina todavía hoy de nuevo.
Después, la revolución se implantó también, de manera más radical en Rusia.
”Pero con su victoria se puso de manifiesto también el error fundamental
de Marx. Él indicó con exactitud cómo lograr el cambio total de la situación. Pero
no nos dijo cómo se debería proceder después. Suponía simplemente que, con la
expropiación de la clase dominante, con la caída del poder político y con la
socialización de los medios de producción, se establecería la Nueva Jerusalén. En
efecto, entonces se anularían todas las contradicciones, por fin el hombre y el
mundo habrían visto claramente en sí mismos. Entonces todo podría proceder por
sí mismo por el recto camino, porque todo pertenecería a todos y todos querrían
354
Esperanza y salvación
lo mejor unos para otros. Así, tras el éxito de la revolución, Lenin pudo percatarse
de que en los escritos del maestro no había ninguna indicación sobre cómo
proceder. Había hablado ciertamente de la fase intermedia de la dictadura del
proletariado como de una necesidad que, sin embargo, en un segundo momento
se habría demostrado caduca por sí misma. Esta «fase intermedia» la conocemos
muy bien y también sabemos cuál ha sido su desarrollo posterior: en lugar de
alumbrar un mundo sano, ha dejado tras de sí una destrucción desoladora. El
error de Marx no consiste sólo en no haber ideado los ordenamientos necesarios
para el nuevo mundo; en éste, en efecto, ya no habría necesidad de ellos. Que no
diga nada de eso es una consecuencia lógica de su planteamiento. Su error está
más al fondo. Ha olvidado que el hombre es siempre hombre. Ha olvidado al
hombre y ha olvidado su libertad. Ha olvidado que la libertad es siempre libertad,
incluso para el mal. Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría
solucionado. Su verdadero error es el materialismo: en efecto, el hombre no es
sólo el producto de condiciones económicas y no es posible curarlo sólo desde
fuera, creando condiciones económicas favorables” (ES).
Así: ¿Qué podemos esperar? Es necesaria una autocrítica de la edad
moderna en diálogo con el cristianismo y con su concepción de la esperanza.
Todos hemos de repensar en qué consiste realmente la esperanza, y sobre todo
los cristianos hemos de aprender –de Cristo- “qué tienen que ofrecer al mundo y
qué es, por el contrario, lo que no pueden ofrecerle. Es necesario que en la
autocrítica de la edad moderna confluya también una autocrítica del cristianismo
moderno, que debe aprender siempre a comprenderse a sí mismo a partir de sus
propias raíces. Sobre esto sólo se puede intentar hacer aquí alguna observación.
Ante todo hay que preguntarse: ¿Qué significa realmente «progreso»; qué es lo
que promete y qué es lo que no promete?...” porque mal entendido “sería el
progreso que va de la honda a la superbomba”. “Dicho de otro modo: la
ambigüedad del progreso resulta evidente. Indudablemente, ofrece nuevas
posibilidades para el bien, pero también abre posibilidades abismales para el mal,
posibilidades que antes no existían. Todos nosotros hemos sido testigos de cómo
el progreso, en manos equivocadas, puede convertirse, y se ha convertido de
hecho, en un progreso terrible en el mal. Si el progreso técnico no se corresponde
con un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre
interior (cf Ef 3,16; 2 Co 4,16), no es un progreso sino una amenaza para el
hombre y para el mundo.
”Por lo que se refiere a los dos grandes temas «razón» y «libertad», aquí
sólo se pueden señalar las cuestiones relacionadas con ellos. Ciertamente, la razón
es el gran don de Dios al hombre, y la victoria de la razón sobre la irracionalidad
es también un objetivo de la fe cristiana. Pero ¿cuándo domina realmente la
razón? ¿Acaso cuando se ha apartado de Dios? ¿Cuando se ha hecho ciega para
Dios? La razón del poder y del hacer ¿es ya toda la razón? Si el progreso, para ser
progreso, necesita el crecimiento moral de la humanidad, entonces la razón del
poder y del hacer debe ser integrada con la misma urgencia mediante la apertura
de la razón a las fuerzas salvadoras de la fe, al discernimiento entre el bien y el
mal. Sólo de este modo se convierte en una razón realmente humana. Sólo se
vuelve humana si es capaz de indicar el camino a la voluntad, y esto sólo lo puede
355
Vida más allá de la muerte
hacer si mira más allá de sí misma. En caso contrario, la situación del hombre, en
el desequilibrio entre la capacidad material, por un lado, y la falta de juicio del
corazón, por otro, se convierte en una amenaza para sí mismo y para la creación.
Por eso, hablando de libertad, se ha de recordar que la libertad humana requiere
que concurran varias libertades. Sin embargo, esto no se puede lograr si no está
determinado por un común e intrínseco criterio de medida, que es fundamento y
meta de nuestra libertad. Digámoslo ahora de manera muy sencilla: el hombre
necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza. Visto el desarrollo de la edad
moderna, la afirmación de san Pablo citada al principio (Ef 2,12) se demuestra
muy realista y simplemente verdadera. Por tanto, no cabe duda de que un «reino
de Dios» instaurado sin Dios –un reino, pues, sólo del hombre– desemboca
inevitablemente en «el final perverso» de todas las cosas descrito por Kant (lo
llamaba también anticristo): lo hemos visto y lo seguimos viendo siempre una y
otra vez. Pero tampoco cabe duda de que Dios entra realmente en las cosas
humanas a condición de que no sólo lo pensemos nosotros, sino que Él mismo
salga a nuestro encuentro y nos hable. Por eso la razón necesita de la fe para
llegar a ser totalmente ella misma: razón y fe se necesitan mutuamente para
realizar su verdadera naturaleza y su misión” (ES).
Son ideas profundas, que he puesto aquí en relación con la lectura de
Sab. No es ningún secreto que tras los dioses fenicios, egipcios o asirios laten
valores nacionales; que en el célebre panteón, donde figuran todos los dioses
conocidos en la antigüedad, confluyen las más diversas corrientes del
pensamiento, de las culturas, de las aspiraciones sociales y de los temores más
recónditos de las civilizaciones entonces conocidas. Los dioses personifican la
guerra, el sexo, la paternidad y la maternidad, la riqueza y el poder; son símbolos
de los valores nacionales, de todo lo que el hombre teme o quiere poseer o
dominar. Adorar un ídolo es aceptar una determinada escala de valores. El
hombre moderno ha destripado los ídolos o los ha colocado en museos, sin caer
en la cuenta de que está fabricando otros al divinizar el sexo, el dinero, la
supremacía nacional, la casta familiar, el deporte y todo aquello en lo que, de una
forma supersticiosa, ha puesto su esperanza.
Jesús, Sabiduría del Padre, nos revela el alcance de esta máxima:
«Conocerte a ti es justicia perfecta, y acatar tu poder es la raíz de la inmortalidad»
(15,3). En lugar de limitarse a consolidar el monoteísmo a base de mandamientos,
Jesús declara dichosos a todos los que renuncian comunitariamente a dar valor al
dinero, elimina de raíz todo principio de autoridad y de primacía en su grupo,
recuerda que los pequeños y los sencillos son los que más fácilmente pueden
"entrar en el reino". La sociedad moderna está plagada de ídolos, forjados
también por manos humanas: el cine, la televisión, las revistas, la propaganda,
ciertos objetos de consumo, las ideologías seductoras y las promesas de un
bienestar paradisíaco contribuyen a crear en la masa silenciosa la nueva idolatría
del hombre moderno. La comunidad cristiana, robustecida y confortada por la
experiencia del Espíritu y alertada por el mensaje de Jesús, es la instancia critica
que puede ayudar al hombre a darse cuenta de la vaciedad de sus ídolos y a
descubrir la perla auténtica, por cuya posesión se puede renunciar a todos los
demás valores, por seductores que sean (J. Rius Camps).
356
Esperanza y salvación
Esta crítica a los filósofos engloba el gran texto bíblico sobre la prueba de
la existencia de Dios por “analogía”, y será desarrollado en Rm 1,18-32. A partir
de ahí, la Iglesia enseña la posibilidad del conocimiento natural de Dios a partir de
la contemplación de los seres de la creación visible: “El mundo y el hombre
atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su primer principio ni su fin último,
sino que participan de Aquel que es el Ser en sí, sin origen y sin fin. Así, por estas
diversas "vías", el hombre puede acceder al conocimiento de la existencia de una
realidad que es la causa primera y el fin último de todo, "y que todos llaman Dios"
(S. Tomás de A., s.th. 1,2,3)” (Catecismo 34) y en el Concilio Vaticano I se dijo
que “Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza a
partir de las cosas creadas con la luz natural de la razón humana”; sobre ello
volvió el II diciendo que el hombre ha sido creado a imagen de Dios, para estar
en comunión con su creador, y “las facultades del hombre lo hacen capaz de
conocer la existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar
en su intimidad, Dios ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder
acoger en la fe esa revelación en la fe. Sin embargo, las pruebas de la existencia de
Dios pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón
humana” (Catecismo 35). Hay una revelación natural en la creación, en la que
todos contemplamos la maravilla de Dios a través de sus obras: “La práctica del
bien va acompañada de un placer espiritual gratuito y de la belleza moral. De
igual modo, la verdad entraña el gozo y el esplendor de la belleza espiritual. La
verdad es bella por sí misma. La verdad de la palabra, expresión racional del
conocimiento de la realidad creada e increada, es necesaria al hombre dotado de
inteligencia, pero la verdad puede también encontrar también otras formas de
expresión humana, complementarias, sobre todo cuando se trata de evocar lo que
entraña de indecible, las profundidades del corazón humano, las elevaciones del
alma, el Misterio de Dios. Antes de revelarse al hombre en palabras de verdad,
Dios se revela a él, mediante el lenguaje universal de la Creación, obra de su
Palabra, de su Sabiduría: el orden y la armonía del cosmos, que percibe tanto el
niño como el hombre de ciencia, "pues de la grandeza y hermosura de las
criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13,5), "pues fue el
Autor mismo de la belleza quien las creó" (Sb 13,3). La sabiduría es un hálito del
poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que
nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin
mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad (Sb 7,25-26). La
sabiduría es más bella que el sol, supera a todas las constelaciones; comparada con
la luz, sale vencedora, porque a la luz sucede la noche, pero contra la sabiduría no
prevalece la maldad (Sb 7,29-30). Yo me constituí en el amante de su belleza (Sb
8,2)” (Catecismo 2500).
“El libro de la Sabiduría tiene algunos textos importantes que aportan
más luz a este tema. En ellos el autor sagrado habla de Dios, que se da a conocer
también por medio de la naturaleza. Para los antiguos el estudio de las ciencias
naturales coincidía en gran parte con el saber filosófico. Después de haber
afirmado que con su inteligencia el hombre está en condiciones «de conocer la
estructura del mundo y la actividad de los elementos [... ], los ciclos del año y la
posición de las estrellas, la naturaleza de los animales y los instintos de las fieras»
357
Vida más allá de la muerte
(Sb 7, 17.19-20), en una palabra, que es capaz de filosofar, el texto sagrado da un
paso más de gran importancia. Recuperando el pensamiento de la filosofía griega,
a la cual parece referirse en este contexto, el autor afirma que, precisamente
razonando sobre la naturaleza, se puede llegar hasta el Creador: «de la grandeza y
hermosura de las criaturas, se llega, por analogía, a contemplar a su Autor» (Sb 13,
5). Se reconoce así un primer paso de la Revelación divina, constituido por el
maravilloso «libro de la naturaleza», con cuya lectura, mediante los instrumentos
propios de la razón humana, se puede llegar al conocimiento del Creador. Si el
hombre con su inteligencia no llega a reconocer a Dios como creador de todo, no
se debe tanto a la falta de un medio adecuado, cuanto sobre todo al
impedimento puesto por su voluntad libre y su pecado”11.
El mismo razonamiento que hace el libro de Sab lo vemos en el NT en
san Pablo, en su carta a los Romanos (Rm 1,18-32), que hemos leído hace pocas
semanas: a pesar de que Dios se nos ha manifestado en la creación, no le han
sabido reconocer y, "jactándose de sabios, se volvieron estúpidos". Nosotros ya
hemos dado ese salto y confesamos en nuestro Credo: "Creo en Dios, Padre
todopoderoso, creador del cielo y de la tierra". Si tenemos tiempo, hoy podemos
leer los números 279-301 del Catecismo, en donde desarrolla este primer artículo
de fe. No debemos perder la capacidad de admirar la hermosura y grandeza de la
creación. Tanto en sus grandes dimensiones como en las pequeñas (el
macrocosmos y el microcosmos), es admirable lo que Dios ha hecho. Como dice
la Plegaria Eucarística IV, todo lo ha hecho "con sabiduría y amor". Los ecologistas
tienen toda la razón para admirar y defender la naturaleza. Los cristianos, además,
sabemos ver a Dios en todo lo creado, en el fondo de los mares y en el vigor de
las montañas, en la anatomía humana y en los caprichosos colores de una flor o
de una mariposa, en la grandeza de los espacios cósmicos y en la estructura de un
pequeño animalito. Debemos enseñar a nuestros hijos y a nuestros educandos a
ver la mano de Dios en la hermosura de la naturaleza. La evolución puede haber
venido durante millones de años, a partir del "bing bang": pero detrás de toda esa
maravilla, que la ciencia todavía está descubriendo con sorpresas nuevas, está la
mano poderosa y amable de Dios. Tenemos que saber "leer el cosmos en
cristiano" y gozarnos de él, porque para nosotros lo creó. Con el salmo podemos
decir convencidos: "el cielo proclama la gloria de Dios, el día al día le pasa el
mensaje, la noche a la noche se lo susurra".
Lc (17,26-37). Si ayer nos anunciaba Jesús que el Reino es imprevisible,
hoy refuerza su afirmación comparando su venida a la del diluvio en tiempos de
Noé y al castigo de Sodoma en los de Lot. El diluvio sorprendió a la mayoría de
las personas muy entretenidas en sus comidas y fiestas. El fuego que cayó sobre
Sodoma encontró a sus habitantes muy ocupados en sus proyectos. No estaban
preparados. Así sucederá al final de los tiempos. ¿Dónde? (otra pregunta de
curiosidad): "donde está el cadáver se reunirán los buitres", o sea, en cualquier
sitio donde estemos, allí será el encuentro definitivo con el juicio de Dios.
Lo que Jesús dice del final de la historia, con la llegada del Reino
universal podemos aplicarlo al final de cada uno de nosotros, al momento de

Juan Pablo II, Fides et ratio 19.


358
Esperanza y salvación
nuestra muerte, y también a esas gracias y momentos de salvación que se suceden
en nuestra vida de cada día. Otras veces puso Jesús el ejemplo del ladrón que no
avisa cuándo entrará en la casa, y el del dueño, que puede llegar a cualquier hora
de la noche, y el del novio que, cuando va a iniciar su boda, llama a las
muchachas que tengan preparada su lámpara. Al terminar el año litúrgico, se nos
avisa para que siempre estemos preparados, vigilantes, mirando con seriedad
hacia el futuro, que es cosa de sabios. Porque la vida es precaria y todos nosotros,
muy caducos. Vale la pena asegurarnos los bienes definitivos, y no quedarnos
encandilados por los que sólo valen aquí abajo. Sería una lástima que, en el
examen final, tuviéramos que lamentarnos de que hemos perdido el tiempo, al
comprobar que los criterios de Cristo son diferentes de los de este mundo: "el que
pretenda guardarse su vida, la perderá, y el que la pierda, la recobrará". La
seriedad de la vida va unida a una gozosa confianza, porque ese Jesús al que
recibimos con fe en la Eucaristía es el que será nuestro Juez como Hijo del
Hombre, y él nos ha asegurado: "el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene
vida eterna, y yo le resucitaré el último día" (J. Aldazábal).
-En tiempo de Noé...En tiempo de Lot... Lo mismo sucederá el día que el
Hijo del hombre se revelará... En nuestro tiempo... Una salida de fin de semana...
o bien en primavera... o durante el trabajo... o en plenas vacaciones...
-Comían... Bebían... Se casaban... Compraban... Vendían... Sembraban...
Construían... ¡Mirad! ¡Todo marcha bien! La vida sigue su curso normal. Estamos
en una sociedad de «consumo»... de «producción»..., como decimos hoy. El
hambre, la sed, el sexo, la afición por los negocios, quedan satisfechos. Comidas.
Comercio. Trabajo. Amor. Tarea. Dormir. Y se llega a no ver nada más allá de
todo esto. Muchos afirman hoy «no haber nada después de la muerte». Otros
afirman que «ante la muerte piensan, sobre todo, en disfrutar al máximo de los
placeres de la vida». Sin encuesta científica, Jesús ya había observado en su época,
ese mismo frenesí de «vivir», esa despreocupación bastante generalizada.
-Entonces llegó el diluvio, y perecieron todos... Pero el día que Lot salió
de Sodoma llovió fuego y azufre del cielo y perecieron todos... La vida no es una
bagatela, una excursión placentera, una «diversión» agradable, como dice Pascal.
Gravita una amenaza que, en la boca de Jesús, se repite como un refrán: «y
perecieron todos...» Jesús evoca dos elementos -el agua y el fuego- que permiten
al hombre darse cuenta de su pequeñez y experimentar su impotencia: ante la
inundación y el incendio, todos los medios de defensa son a menudo bastante
irrisorios, a pesar de los esfuerzos realizados.
-Aquel día, si uno está en la azotea y tiene sus cosas en casa, que no baje
por ellas. Jesús evoca un peligro de tal modo inminente, urgente, «que no puede
perderse ni un minuto» ¡Inútil ir a buscar el equipaje! Hay que partir con las
manos vacías, huir, salvarse.
-Aquella noche estarán dos en una cama, a uno se lo llevarán y al otro lo
dejarán. Jesús sigue repitiendo que hay que estar «siempre a punto». El lugar y la
hora se desconocen: una sola cosa es cierta, ninguno de nosotros se escapará.
«Dios mío, ¿será esta noche?», canta el Padre Duval. Cada día es el día del juicio
(Noel Quesson).

359
Vida más allá de la muerte
3. En la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo,
contemplamos su dominio eterno que no pasa.

Jesús nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios. Su


reinado no es de este mundo… pero nos hace estar de un modo nuevo en el
mundo. En Daniel (7,13-14) vemos que la aniquilación de los reinos del mundo
deja el camino expedito para el establecimiento del eterno reino de Dios (cf 2,44;
3,33; 4,31). Su representante o señor no emerge (caso de 2 Esd 13,2s) como una
bestia desde el abismo, sino en figura humana procedente de lo alto y recibiendo
el poderío eterno de parte del Altísimo, o sea, de Dios, que no habita tiempo y
espacio. En este primera visión del profeta, "Hijo del hombre" no significa otra
cosa que hombre. Aunque no se acentúa aquí el concepto en referencia a sus
debilidades (como en Sal 8,5;144,3s; y frecuentemente en Ez), sino teniendo en
cuenta su superioridad sobre los animales. También "Hijo del hombre" representa
aquí un colectivo: "el pueblo de los santos del Altísimo", es decir, en primera línea,
los judíos fieles a la ley, de los que a la vez es representante y señor (dueño). En él
toma cuerpo el señorío, es decir, él ejerce el dominio que se ha entregado al
"pueblo de los santos". Pero hay que tener en cuenta que en la explicación de
Daniel no se separan entre sí el colectivo del individuo principal o representante
del mismo. Aunque en el AT, y en general en el antiguo oriente, el título de "Hijo
del hombre" no es mesiánico, en este lugar sí tiene una intencionalidad mesiánica
en referencia al eterno señorío sobre el mundo (“Eucaristía 1988”).
El libro de Daniel fue escrito durante la persecución de Antioco Epifanes
y la insurrección de los Macabeos. Recordemos también que la intención de su
autor es levantar la esperanza y mantener la fe de un pueblo que lucha contra el
tirano. Por eso interpreta los acontecimientos pasados y presentes a la luz del
reinado de Dios que viene: los grandes imperios se desmoronan y los poderosos
comparecen ante el trono de Dios para ser juzgados, y Dios establece su reinado
sobre todos los pueblos. He aquí el sentido profundo y principal del sueño de la
estatua con los pies de barro (2, 31-45) y de la visión nocturna de las cuatro
bestias (c.7), de donde ha sido tomado el presente texto.
Los poderes políticos se presentan en esta visión bajo la forma de cuatro
bestias que ascienden del abismo de los mares. Todas ellas son juzgadas y
condenadas por el Anciano que está sentado en un trono "con ruedas de fuego
ardiente" (vv.9-11) y, acto seguido, aniquiladas. Después aparece viniendo sobre
las nubes, algo así como la figura de un hombre (o "hijo del hombre"), que recibe
del Anciano el poder y el honor, el reino sobre todas las naciones. El Anciano es el
Dios, Señor de la historia; el "hijo del Hombre" es el "pueblo de los santos del
Altísimo" (v 27). Sin embargo, de la misma manera que cada una de las bestias
representa un imperio o a su monarca, así también el "hijo del hombre" puede
representar al rey del "pueblo de los santos". De ahí que "Hijo del Hombre" se
entienda más tarde como un título del Mesías prometido. Veremos como Jesús
interpreta el símbolo en este sentido y se llama a sí mismo el "Hijo del Hombre"
que está sentado a la diestra de Dios y ha de venir sobre las nubes del cielo (Mt
26,64; Hech 7,56; Ap 1,7; etc.: “Eucaristía 1985”).
360
Esperanza y salvación
Una de las características básicas de los textos apocalípticos de Daniel es
la de presentarse como escritos mucho tiempo atrás. El autor presenta, en un
sueño, a cuatro bestias poderosas, que una tras otra dominan el mundo, y de la
última de las cuales sale un pequeño cuerno que se convertirá en un dominador
insolente y terrible: se trata de los cuatro reinos que se han sucedido
anteriormente (babilonios, medas, persas y griegos), del cuarto de los cuales ha
surgido el actual perseguidor Antíoco. La visión de Dn 7 quiere infundir al pueblo,
en plena persecución una esperanza de salvación, no ya en la línea del
mesianismo davídico, sino en un plano trascendente. Se trata de una reflexión
teológica de altos vuelos sobre la historia. Las cuatro bestias que Daniel ha
contemplado en su sueño representan los cuatro grandes imperios que hasta
entonces se han sucedido en la hegemonía mundial: babilonios, medos, persas y
griegos. La visión presenta un claro paralelismo con la de la estatua que vio
Nabucodonosor (Dn 2), formada con cuatro materiales distintos. En ambas
visiones hay una fuerte crítica de los poderes temporales. Los judíos piadosos se
encuentran oprimidos por un soberano despótico, que no teme a Dios ni a los
hombres. La situación no es nueva: repetidamente se ha dado el caso de poderes
que parecían omnipotentes y eternos, y que sin embargo han desaparecido sin
dejar rastro. También el imperio seléucida se hundirá, en su momento, y el reino
y el imperio serán entregados "al pueblo de los santos del Altísimo" (v 27). La gran
tentación cuando llegue este momento de la plenitud de los tiempos, sería
entender este reino de los santos como si fuese una quinta bestia. Tiene que ser de
naturaleza distinta. La visión del Hijo del Hombre, que viene entre las nubes y
llega a la presencia del Anciano venerable, proclama la relatividad de todos los
poderes temporales y la distinción, con respecto a ellos, del Reino de Dios. La
Iglesia nunca tiene que realizar el papel de "quinta bestia", heredera del poder (H.
Raguer).
Pero las cuatro bestias terminan por ser sustituidas (esto es lo que narra el
texto de hoy) por una nueva figura: una figura de hombre, un "Hijo de hombre",
que recibe plena y definitivamente la soberanía sobre todo. Esta figura de hombre
se refiere, por tanto, como se explicará más adelante (v 18), a los "santos del
Altísimo, que poseerán el reino eternamente": es un anuncio (que, como decíamos
el domingo anterior, era el objetivo de toda la apocalíptica) de la victoria final, a
pesar de las persecuciones actuales del pueblo de los fieles. En este contexto, por
tanto, el "Hijo de hombre" no es un individuo real, sino una imagen, que significa
el reino teocrático. Pero esta designación figurada se presta fácilmente a dar el
paso de "reino" a "rey", de modo que Hijo de hombre pasa a significar el rey
mesiánico, detentor de la soberanía universal: una expresión que retomará el
Evangelio para aplicarla a JC pero dando a la soberanía anunciada aquí un valor
de servicio (J. Lligadas).
A él se le dio poder, honor y reino (Dn 7,13-14). Siguiendo este pasaje
donde se nos presenta al Señor en su función de juez de los últimos tiempos, el
Hijo del hombre que avanza hacia el Anciano venerable, el Mesías, Jesús, el
Cristo, en su dominio y poder, en la gloria de su Realeza sobre todas las naciones
y pueblos, un reino eterno que no será destruido; en el salmo vemos al Señor que
reina, vestido de majestad; el Señor, vestido y ceñido de poder (Sal 92). Cristo
361
Vida más allá de la muerte
resucitado, Rey del Universo. Para Gregorio de Nisa, este salmo canta el misterio
de la victoria de Cristo sobre la muerte, tema muy apropiado para la celebración
matinal de este Domingo. Por su parte, Eusebio prolonga así la interpretación del
Niseno: "En su Encarnación y Muerte, el Señor se había revestido de humildad:
«No hay en Él belleza que agrade...» (Is 53: 2). Pero, una vez que volvió a tomar
posesión de su gloria, aquella que había tenido siempre junto a su Padre, «ha
transformado nuestro cuerpo de bajeza» (Fil 2,14) y ahora reina vestido de
majestad. Esta expresión indica que hubo un tiempo en que Él fue expoliado de
esa majestad. En efecto: «fue crucificado por razón de su flaqueza» (2 Cor 13,4),
pero después de haber vencido a la muerte, tomó posesión de su Reino y se ha
vestido de majestad y ceñido de poder. Habiéndose, pues, revestido de su propia
omnipotencia, afronta una empresa gigantesca: afianzar el orbe, sin que vacile.
Cristo, después de haber desbaratado las potencias adversas, ha enaltecido de
nuevo la tierra que, debido al dominio del Maligno, estaba a punto de
precipitarse al abismo. En la persona de la Iglesia, fundada sobre una roca
inexpugnable para el Demonio, ha afianzado el mundo, hasta el punto de nunca
consentir que se desvíe del amor de Dios."
Del mismo modo que por medio de las aguas, dominadas al comienzo
del mundo por su potencia creadora, el Verbo hizo a la tierra fecunda, así
también ahora Cristo, por medio del Espíritu Santo, santifica a los hombres y
afirma su Reinado en el mundo (como dice S. Agustín). El Espíritu Santo es ese "río
de Vida que brota del trono de Dios y del Cordero (Ap 22,1), uno de los más
bellos símbolos del Espíritu Santo" (Catecismo 1137), río divino cuyo correr alegra
la ciudad de Dios (Ps 45,5), y alimenta los muchos ríos de las almas. "Esta casa es
la Iglesia. Para permanecer firme para siempre (v. 2), nada le conviene mejor que
la santidad. Pues de la misma manera que lo que es propio del testimonio de
Cristo es la verdad, así también lo que es propio de su casa es la santidad. De
modo que, si -Dios no lo quiera- la inmundicia y la impiedad se vieran un día en
la casa de Dios, Él mismo, que habita en ella, diría: «He aquí que vuestra casa va a
quedar desierta» (Mt 23,38)" (Eusebio; Félix Arocena).
Este breve salmo presenta el honor del reino de Dios entre los hombres.
Alude al reino de la Providencia, por el que Dios gobierna el mundo, y al reino de
la gracia, por el que asegura la salvación de su pueblo. «Yahweh reina» (v. 1). Éste
es el cántico de la Iglesia glorificada (Ap 19,6). Todos los salmos que comienzan
así, terminan con la nota de santidad y son, sin duda alguna, escatológicos. Es, por
tanto, incorrecto, aplicarlos a la era presente. Dice Cohén: «Los antiguos
comentaristas daban a estos salmos una interpretación mesiánica, relativa a un
mundo reformado en el futuro.» Dios reina gloriosamente: «se viste de majestad».
Dios reina poderosamente: No sólo se viste de majestad, como un príncipe en su
corte, sino también de poder, como un general en el campo de batalla. Tiene,
pues, con qué sostener su majestad y hacerse de temer. «Se ciñó a sí mismo», no lo
ciñó otra persona, ya que ni su fuerza ni su poder para administrarla se derivan de
otro. Y aunque Dios se ciñe de majestad y poder, condesciende a cuidar de este
mundo y de sus asuntos. Dios reina eternamente (v 2): «Firme está tu trono desde
siempre (lit.); desde la eternidad eres tú (enfático en el hebreo).» La
administración entera de su gobierno está fundada en los designios eternos de
362
Esperanza y salvación
Dios. Al ser Dios eterno, también lo son su trono y todas las disposiciones que
emanan de Él, ya que en la mente eterna sólo puede haber pensamientos eternos.
Dios reina con justicia y santidad (v. 5). Todas sus promesas son inviolablemente
fieles: «Tus testimonios son muy fidedignos.» Tan grande como el poder para
proteger a los suyos es su fidelidad a las promesas que ha hecho con respecto a la
seguridad y al triunfo de ellos. la Iglesia de Dios está en la casa de Dios. La
santidad de esa casa es su hermosura, su fuerza y seguridad. Es precisamente la
santidad de la casa de Dios la que la asegura contra las muchas aguas y el
estruendo de dichas aguas. Donde hay pureza, habrá también paz.
“Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el
príncipe de los reyes de la tierra. Aquel que nos ama, nos ha librado de nuestros
pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios,
su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Mirad: El
viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron...Sí. Amén.
Dice el Señor Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que
viene, el Todopoderoso.»” El texto de Ap (1,5-8), dedicado a las siete iglesias de
Asia, localizadas alrededor de Éfeso, probablemente, también a las iglesias
cristianas de todos los tiempos, ya que la cifra siete es el símbolo de la plenitud,
nos ha ofrecido antes un saludo que une dos deseos profundos: la gracia (griego)
y la paz (hebreo). Los dos son dones de Dios, llamado aquí "el que es, era y
viene". Los "siete espíritus" designan al espíritu perfecto, el Espíritu Santo.
Jesucristo es la tercera persona nombrada. Es presentado como "testigo fiel" de los
misterios de Dios; el resucitado, el rey todopoderoso. Sigue aquí una alabanza a la
obra redentora de Cristo y una confesión de la venida en gloria del traspasado.
Una proclamación solemne cierra este saludo de parte de Dios Padre, del Espíritu
y de Cristo. Está puesta en boca de Dios mismo, que, por Cristo, en el Espíritu, es
el alfa y la omega, el principio y el fin de la historia, el que es, era y ha de venir,
el soberano de todo.
El Apocalipsis va dirigido a cristianos que empiezan a sufrir por su fe, y
les muestra a Cristo como modelo que están imitando. Cristo es "el servidor y el
testigo de Dios y del Padre". No hay que olvidar que mártir significa testigo
(“Eucaristía 1988”). El Apocalipsis (o Revelación) es una "epístola" o carta
"encíclica" (esto es, circular) dirigida a las cuatro iglesias de la provincia romana del
Asia Menor. Comienza invocando sobre estas iglesias el nombre de Dios (el
Padre), el Espíritu y Jesucristo. Tres títulos, que recuerdan la fórmula del símbolo
apostólico ("murió, resucitó y está sentado a la diestra del Padre"), acompañan al
nombre de Jesucristo: "Testigo fiel", pues Jesucristo selló con su sangre el
evangelio que había predicado; "primogénito", o primer nacido de entre los
muertos (1 Cor 15,20; Col 1,18), que resucita para no volver a morir (Rm 6,9), y
"Príncipe" (Rey de reyes) que está sentado a la diestra del Padre y vendrá a juzgar
sobre las nubes. Este último título es equivalente a "Señor".
San Juan señala con los tres mencionados, otros tantos dones que nos
vienen de Dios por Jesucristo: el amor que se ha manifestado en Jesucristo a
todos los hombres (cf Gal 2,20), la redención en la que el amor llega a su plenitud
(5,9; Gal 3,13; cf 1,7; cf 2,14; etc.) y la gran dignidad de reyes y sacerdotes que
concede a los que ha redimido. Ya Israel había sido llamado para constituir un
363
Vida más allá de la muerte
pueblo de reyes y sacerdotes (Ex 19,6), pero es por obra y gracia de Jesucristo
como se cumple esta vocación en el nuevo pueblo de Dios (5,10; 20,6; 22,5; 1 Pe
2,5.9). Como todos estos dones vienen en definitiva de Dios, el autor concluye
con una doxología al Padre.
La memoria de la obra salvadora de Dios en Jesucristo levanta la
esperanza y abre los ojos hacia la venturosa venida del Señor al fin de los tiempos.
De esta manera se introduce ya el auténtico tema del Apocalipsis. El Vidente, que
describe su visión con palabras tomadas de Daniel (7,13) y Zacarías (12,10), nos
invita a contemplar la venida del Hijo del Hombre sobre las nubes y a observar la
reacción que produce en los pueblos este acontecimiento. También el mismo Jesús
anunció su venida aludiendo a las palabras de Daniel (cf Mc 14,62). La alusión a
Zacarías tiene, por su parte, esta significación: El que fue asesinado por los
hombres, Jesús de Nazaret, se manifestará como Juez y Señor y sus propios
enemigos lo verán y se lamentarán sin remedio (cf Mt 24,30). Para unos habrá un
juicio de condenación, para otros de salvación. Nadie condenará a la comunidad
de los creyentes.
Tenemos aquí dos afirmaciones consecutivas. La Primera confirma la
promesa de Dios, la segunda es la respuesta confiada de la comunidad a esta
promesa (cf 22,20). "Alfa" y "omega" son la primera y la última letra del alfabeto
griego. Dios es el primero y el último, "el que era" y "el que viene". Dios es, por lo
tanto, el sentido de la historia. Cuando triunfe definitivamente el "Testigo fiel" y
venga con poder y majestad, se manifestará en Jesucristo, Señor, el misterio de
Dios y todo quedará patente y descifrado. Entonces veremos que Dios es todo en
todos (“Eucaristía 1985”).
Ya desde el principio aparece explícito el sentido final de todo, porque el
objetivo de la historia se ha revelado ya con la muerte y resurrección de JC. La
victoria final más allá de cualquier persecución es, por tanto, la victoria que ya ha
conseguido JC, convertido en Señor de la historia por su misterio pascual. Este es,
por tanto, el tema de estos primeros versículos del Apocalipsis que leemos aquí, la
victoria final sobre la persecución (tanto la de los judíos que "le traspasaron" como
la de "todos los pueblos de la tierra", las naciones paganas que ahora persiguen a
la Iglesia) se fundamenta en JC, que es "el Príncipe de los reyes de la tierra" y
aquél que cumple la profecía de Dan 7 (cf.1 lectura) y "viene en las nubes".
Pero esta soberanía no se ha obtenido por medio de exhibición de
poder, sino a través del amor a los hombres y de la sangre de su cruz. JC, en
efecto, se ha convertido en Señor de la historia porque ha sido fiel al proyecto de
amor de Dios sobre la historia. Por eso es el "Testigo fiel", porque con su vida y
con su muerte ha revelado totalmente quién es el Padre, convirtiéndose así en "el
Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra" (J.
Lligadas).
La visión de Dn 7 encuentra su plena interpretación cristiana en Ap 13: el
Imperio romano es presentado bajo el simbolismo de una bestia que al propio
tiempo recapitula las cuatro que viera Daniel. Ya desde el principio, el autor del
Apocalipsis ha hecho alusión a la visión de Dn 7. El Apocalipsis no es ya la
"Revelación" (que eso significa "Apocalipsis") de Daniel, de Moisés, de Henoc o de
cualquier otro personaje antiguo, sino del propio Hijo de Dios, Jesucristo, el cual,
364
Esperanza y salvación
en estos versículos de la introducción que hoy leemos, se presenta bajo diferentes
títulos; entre otros, el de que "viene en las nubes", como el Hijo del Hombre. Es
"el Príncipe de los reyes de la tierra" (cf. el salmo de las promesas a David, 89,28:
"Lo haré mi primogénito, el altísimo entre los reyes de la tierra"), pero eso no
significa que tenga que ser como un emperador romano, más o menos buena
persona. Es soberano del universo, no por haber vencido militarmente, sino por
haber sido atravesado (v.7: H. Raguer).
El Príncipe de los reyes de la tierra... Pasamos del apocalipsis de Daniel al
Apocalipsis cristiano. Si se nos presenta a Cristo como Rey, nosotros somos en su
reino los sacerdotes de Dios, su Padre. Todo este pasaje es una gran doxología,
himno al Rey que nos ha liberado de nuestros pecados con su sangre. Es el Rey
que nos da la paz, el primogénito de entre los muertos, asegurando así nuestra
propia resurrección, sobre el soberano de los reyes de la tierra. En ese momento,
todos le reconocen como el Rey soberano, también los que le atravesaron. Toda
la actividad pascual de Cristo ha tenido éxito: ha reunido un reino de sacerdotes
al servicio del Padre, para gloria suya. Ha sido constituido un gran Reino que
canta al Señor como su alfa y omega. Toda la liturgia de hoy contiene una visión
triunfal. Podría, sin embargo, inducirnos a error y hacer que renaciese en nosotros
un cierto triunfalismo cristiano. Si Jesús es Rey, todos los cristianos pertenecen a
un pueblo de raza real. Resulta, pues, posible construir un silogismo carente de
realidad: todo cristiano es hermano de Cristo, todo cristiano es rey, la Iglesia es el
pueblo de Cristo, toda la Iglesia es real. ¿No supone esto para los cristianos y para
la Iglesia un régimen social de privilegios? De esta forma, podríamos trasponer
miserablemente la realeza perecedera. Se trata, en cambio, de una realeza de
servicio; todo cristiano y la Iglesia entera, como pertenecientes a un Reino
privilegiado, no tienen que gozar de privilegios pasajeros, porque no tienen otra
función que la de dar testimonio de la verdad, ellos cuya situación no es real más
que por ser mensajeros de una realeza que no pasa y que libera a los hombres de
la esclavitud en la que viven los reyes de la tierra y todos los poderes públicos. Y
sin embargo, el que esta realeza sea espiritual y el que Jesús menosprecie el
ejercicio de todo poder político, no significa en modo alguno que la Iglesia deba
vivir fuera del mundo y en una actitud espiritualista desinteresada con respecto a
la vida de los hombres de nuestro tiempo. La realeza de Cristo obliga a toda
actitud política de este mundo a ser consciente del fin último al que debe servir
toda política. Esa realeza de Cristo no significa que la Iglesia de este mundo deba
ejercer sobre él un poder de dominio humano, sino que la realeza de su Cabeza es
un constante llamamiento a la auténtica concepción de un verdadero Reino.
Determinadas épocas de la Iglesia han confundido, sin duda, realeza y realeza; la
Iglesia que ahora vive en esta tierra no tiene que establecer un reino terrestre.
Queda y quedará siempre por hacer una indagación sobre la forma en
que la Iglesia debe utilizar la realeza de Cristo, no dominando ella misma como
un rey de la tierra, sino alentando con todas sus fuerzas los caminos concretos
para la liberación de los oprimidos y marginados. Al celebrar a Cristo, Rey del
universo, la Iglesia no lo hace reivindicando una supremacía humana y terrena,
sino animando a los que tienen por encargo conducir en concreto al mundo en su

365
Vida más allá de la muerte
existir terrestre, a que confronten su política con el Rey único, eterno, y cuyo
Reino es definitivo para siempre (Adrien Nocent).
Jn (18,33-37) va después de: "Dándose cuenta Jesús de que iban a
llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez al monte, él solo" (Jn 6,15). Es,
pues, claro que Jesús no es rey en el sentido político habitual del término. La
realeza de Jesús no pertenece, por tanto, al mundo este, es decir, a este orden de
cosas. La realeza de Jesús dice relación a la verdad. El que hace la verdad se acerca
a la luz (Jn 3,21). La verdad no la concibe Juan como posesión o estado
adquirido, sino como quehacer o tarea. La verdad se hace con el amor. “Caritas in
veritate es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia y adquiere
forma operativa en criterios orientadores de la acción moral. Deseo recordar dos
de ellos, requeridos de manera especial por el compromiso para el desarrollo en
una sociedad en vías de globalización: la justicia y el bien común. (…) Amar a
alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual,
hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el
bien de ese todos nosotros, formado por individuos, familias y grupos
intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí
mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que
sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz. Desear el
bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. Trabajar por el
bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de
instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social,
que se configura así como pólis, como ciudad. Ésta es la vía institucional –también
política, podríamos decir– de la caridad, no menos cualificada e incisiva de lo que
pueda ser la caridad que encuentra directamente al prójimo fuera de las
mediaciones institucionales de la pólis. El compromiso por el bien común, cuando
está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso
meramente secular y político. La acción del hombre sobre la tierra, cuando está
inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de
Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana. En una
sociedad en vías de globalización, el bien común y el esfuerzo por él, han de
abarcar a toda la familia humana, dando así forma de unidad y de paz a la ciudad
del hombre, y haciéndola en cierta medida una anticipación que prefigura la
ciudad de Dios sin barreras” (Benedicto XVI, encíclica Caritas in veritate, 2009). O
sea que el reino de Cristo ilumina la esperanza del cielo pero también la realidad
de la tierra. La verdad es el alumbramiento de Dios hecho por Jesús. Y este
alumbramiento hace personas libres. La verdad os hará libres (Jn 8,32). ¿Cuál es el
valor social concreto al que Juan denomina este mundo en la lectura de hoy? El
poder del Estado, incluso legítimamente constituido. Esta es la clave de lectura de
toda la secuencia entre Pilato y Jesús. Según Juan, la muerte de Jesús pone en tela
de juicio un valor tan importante en la sociedad como es el poder por legítimo
que éste sea. Desde la perspectiva de Jesús el poder es innecesario. Para mostrar
también esto ha venido Jesús al mundo (cosmos, concepto espacial). Quien viva
la perspectiva de Jesús (=la verdad) sabe que Jesús tiene razón (=escucha su voz).
Pero vuelve la pregunta de siempre ¿quién vive la perspectiva de Jesús?
A nivel de colectividades, parece ser que casi nadie. Precisamente por esto el
366
Esperanza y salvación
poder legítimo tiene que seguir existiendo en la sociedad. Juan diría: es un mal
necesario. A lo que todos a coro replicamos escépticos e irónicos con Pilato: ¿qué
es la verdad? ¿Es posible un mundo sin poder? Tal vez ahora captemos el
significado y el alcance de aquella súplica del Padrenuestro: Venga a nosotros tu
Reino.
"En el evangelio que hoy escuchamos sería un error comprender las
palabras de Jesús así: mi reino no es de este mundo y, por tanto, no me interesan
los problemas sociales y políticos de este mundo; me conformo con dar una
salvación espiritual, en forma individual, a las almas creyentes. Al decir Jesús que
su realeza no procede de este mundo, lo único que recalca es que su autoridad la
debe solamente al Padre que lo envió. En eso no se parece a las demás
autoridades que se han impuesto, sea por la fuerza, sea ganándose el sufragio de
sus compatriotas (“Eucaristía 1988”).
Los judíos (estos es, los enemigos de Jesús en el lenguaje de Juan) han
resuelto acabar con el Nazareno; Pilato no puede menos de verse envuelto en la
causa y lo somete a interrogatorio. - «¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús le
contestó: - «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? » Pilato
replicó: -«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado
a mí; ¿qué has hecho?» Jesús le contestó: - «Mi reino no es de este mundo. Si mi
reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en
manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.» Pilato le dijo: - «Conque, ¿tú
eres rey?» Jesús le contestó: - «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para
esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la
verdad escucha mi voz.»
Su pregunta supone la acusación, expresamente mencionada por Lucas
(Lc 23,2), de que este Jesús se hacía llamar "Cristo Rey" (o Rey Mesías) y
soliviantase al pueblo. Con la sola excepción del pasaje de la adoración de los
Magos (Mt 2, 2), el título de "Rey de los judíos" aplicado a Jesús aparece
únicamente en conexión con su proceso. Obsérvese que "Rey de los judíos" es
propiamente la versión política del título mesiánico "Rey de Israel".
Sabiendo los judíos que a Pilato sólo le interesaba lo político, tergiversan
el sentido de la realeza mesiánica tal y como la entendía Jesús y le obligan a
intervenir. Muchos acusaron ante Pilato a Jesús de lo que no era, un rey político,
y muchos lo hicieron por despecho, pues eso era lo que deseaban que fuera
efectivamente y Jesús se resistió, decepcionando al pueblo. Y fue necesario que
Jesús muriera por esa falsa acusación para que se mostrara al mundo su verdad:
que es rey pero no como los reyes de este mundo.
El evangelista Juan es consciente de la ironía que envuelve todo el
proceso de Jesús, esto es, de la tremenda verdad que se manifiesta en la farsa.
Para los incrédulos y para los verdugos de Jesús todo acontece como una burla y
según el ceremonial de la entronización de los reyes de Israel (cf 1 Re 1,32-48): la
coronación (Jn 19,1-3), la aclamación del pueblo al que ha sido coronado (19,5s),
la entronización (19,13-16). Pero este rey escarnecido por los romanos y
rechazado por los judíos es, para Juan y para los creyentes, el verdadero rey que
ha sido "exaltado" en la cruz y glorificado por el Padre. No sólo es rey de Israel,

367
Vida más allá de la muerte
sino también de todos los que escuchan la verdad, porque es rey como testigo de
la verdad. Los que buscan y hacen la verdad le siguen y escuchan su voz.
Jesús ha dicho algo muy importante. El sentido de su reinado no es la
voluntad de poder, sino cumplir en el mundo la misión de atestiguar la verdad.
Para esto no hacen falta soldados; para esto hacen falta testigos capaces de dar la
vida. Jesús es el "Testigo fiel", el que sirve a la verdad como nadie.
Por eso es rey. Jesús es incluso la Verdad misma. Por eso son de Jesús y
siguen a Jesús cuantos sirven a la Verdad. Pilato busca un pretexto para salir de
aquel embrollo; no busca la verdad, sino una causa para justificar su sentencia.
Pilato es un "realista" que no entiende más que de política. No le interesa la
verdad y no puede comprender que un hombre, por amor a la verdad, se deje
matar. Por eso pregunta seguidamente como un escéptico: "¿Qué es la verdad?", y
deja a Jesús sin esperar respuesta. Pilato renuncia a la verdad y la entrega a
cambio de su torpe interés, haciendo su política de acuerdo a las circunstancias.
Después se lava las manos y dice que es inocente (Mt 27,24: “Eucaristía 1985”).
Jesús, desde siempre, es el Rey, desde la Navidad hasta su muerte, Rey
de los judíos. Sin embargo, no quería Jesús utilizar este título mesiánico, por los
malos entendidos o confusiones a que se podía prestar. Jesús es el rey de los
judíos, su amor es reinar, pero no al estilo del mundo. La clave es que no tiene
nada que ver su reino, donde la ley son las Bienaventuranzas, con el estilo de los
poderosos que reinan en nuestra tierra. Su reino es otra cosa. Por eso, cuando
queda claro que su cetro es la cruz y su trono el amor humilde, entonces no tiene
ningún inconveniente en proclamarse rey: Yo soy Rey. Es decir, Jesús es rey y
quiere reinar en todos los corazones humanos para hacerlos inmensamente felices.
Quiere reinar en los proyectos humanos para que se valore la vida, para que los
pobres sigan siendo los importantes del Reino y para que triunfe, no la civilización
de la muerte, sino la civilización del amor y de la vida. Y esto sólo consiste en que
aceptemos de corazón todos los planes de Dios. Su reino no se impone, como no
se impone su amor, que le lleva a servir de rodillas, como hace en la tarde del
Jueves Santo. No hay duda de que Jesús es Rey y, al terminar el Año Litúrgico con
esta fiesta, la Iglesia nos recuerda que el Señor, con su amor, desea ser conocido y
amado. Sigue viniendo a los suyos, y los suyos no le reconocieron. Termina la
vida como empezó. Un amor ofrecido y no acogido más que por los pobres de
verdad, por aquellos que han descubierto Su amor incondicional y abierto a todas
las necesidades del mundo. Cristo, rey del universo, quiere reinar sobre todo en el
universo de cada corazón humano, donde se toman las decisiones, que afectan a
todo el universo, a toda la sociedad. Este Reino en nosotros proclama que ni la
guerra, ni la lucha de poder, ni el terrorismo, ni todo lo que atenta contra la vida,
tiene futuro: No quedará piedra sobre piedra. Es necesario recordar, una y otra
vez, que sólo en la medida en que nos hacemos servidores reinamos en el corazón
de los que aman. El reino de Jesús es servicio en amor entregado. Él no viene a
reinar más que con las armas que le dice a Pilato, las armas de la verdad, del
amor, de la entrega. En la medida en que nos hacemos testigos del amor de Jesús
y nos unimos a Él en la obra de la Redención, nos convertimos en constructores
del Reino y construimos la civilización del amor (Francisco Cerro Chaves).

368
Esperanza y salvación
"¿De qué verdad se trata aquí? Sólo entenderemos esta frase -"he venido
al mundo para testimonio de la verdad"- si nos formamos idea clara de lo que
significa verdad en Juan. Esta verdad joánica no puede ponerse en plural, no es
igual a la verdad como suma de proposiciones. Esta verdad se entiende como
oposición al mundo: para eso he nacido y venido al mundo. ¿Qué es para Juan el
mundo? No podemos imaginar que sea el mundo que nos cobija y sostiene, que
nos place y en que nos sentimos a gusto. No, el mundo en Juan es algo distinto,
emplea el término en otra acepción: mundo quiere decir aquí tinieblas, oscuridad,
lo que se cierra frente a Dios y no quiere recibir la luz. Mundo quiere decir lo que
se está muriendo y pasando; significa pecado, miseria y juicio (o condenación).
Por oposición a ese mundo hemos de explicar la verdad joánica. Es lo uno, lo
enteramente cerrado, lo fiel y seguro, lo que viene de Dios, lo que él tiene que
desvelar, lo que sólo se da cuando Dios lo revela. Verdad es en San Juan uno de
estos conceptos, como vida y luz, que expresan el conjunto y abarcan todo lo que
es nuestra salud eterna, lo que está ahí, cuando él nos introduce en esta realidad.
Por eso dice Juan, en el capítulo 17, que el diablo no está en la verdad. No
tenemos nosotros la verdad, sino que estamos en ella. Por eso dice aquí que el
que está en la verdad oye la voz de Cristo.
De esta verdad, de esta acción divina y realidad revelada se habla aquí...
Mas para entender esta palabra hemos de considerar que Jesús está persuadido de
que él es, personalmente, esta verdad venida a este mundo... Si no entendemos
esta verdad, este reino de Cristo, tal vez seamos sabios, científicos, pero no
estamos en la verdad que es luz y salud, vida y eternidad (Karl Rahner, 1967).
San Agustín comenta que está en este mundo, sin ser del mundo:
“Escuchad, pues, judíos y gentiles, pueblo de la circuncisión y pueblo del
prepucio; oíd todos los reinos de la tierra: «No estorbo vuestro dominio terreno
sobre este mundo, pues mi reino no es de este mundo». No sucumbáis a vanos
temores, como fueron los de Herodes el Grande ante la noticia del nacimiento de
Cristo, dando muerte a tantos niños para eliminarlo, acuciada su crueldad más por
el temor que por la ira (Mt 2,3.16). Mi reino -dice- no es de este mundo. ¿Queréis
más? Venid al reino que no es de este mundo: venid llenos de fe y no le persigáis
llenos de temor. De Dios Padre se dice en una profecía: Yo he sido constituido rey
por él sobre Sión su monte santo (Sal 2,6). Pero esa Sión y ese monte santo no
son de este mundo.
¿Cuál es su reino, sino los que creen en él, de los que dice: Vosotros no
sois del mundo, como yo no soy del mundo? Eso aunque quisiera que
permanecieran en el mundo, razón por la que dijo al Padre: No te pido que los
saques del mundo, sino que los preserves del mal (Jn 17,16.15). Por eso no dice
aquí: «Mi reino no está en este mundo», sino no es de este mundo. Y lo prueba
con estas palabras: Si mi reino fuese de este mundo, mis siervos lucharían para que
no fuese entregado a los judios. No dice: «Pero ahora mi reino no está aquí», sino
no es de aquí. Aquí está su reino hasta el fin del tiempo, entremezclado con la
cizaña, hasta la época de la siega, que es el fin del mundo, cuando vengan los
segadores, esto es, los ángeles, y recojan todos los escándalos de su reino (Mt
13,38-41), cosa que no podría tener lugar, si su reino no estuviese aquí.

369
Vida más allá de la muerte
Sin embargo, no es de aquí, porque se encuentra como peregrino en el
mundo, según él dice a su reino: Vosotros no sois del mundo, sino que yo os he
elegido del mundo (Jn 15,19). Del mundo eran cuando no eran aún su reino y
pertenecían al príncipe del mundo. Era del mundo todo lo que, aunque creado
por el Dios verdadero, fue engendrado por la viciada y condenada estirpe de
Adán, y se convirtió en reino, no de este mundo, cuando fue regenerado por
Cristo. Por él Dios nos sacó del poder de las tinieblas y nos trasplantó en el reino
del Hijo de su amor (Col 1,13); de este reino dice: Mi reino no es de este mundo,
o Mi reino no es de aquí.
Pilato le contestó: Luego ¿tú eres rey? Y Jesús: «Tú lo has dicho: Yo soy
rey» (Jn 18,37). No es que temiera proclamarse rey, sino que puso el contrapeso
de estas palabras: Tú lo dices, de modo que no niega ser rey -porque es rey del
reino que no es de este mundo-, ni confiesa que sea tal rey, cuyo reino se crea que
es de este mundo, como pensaba quien le había preguntado: Luego ¿tú eres rey?,
a lo que él respondió: Tú lo dices: «Yo soy rey». Las palabras: Tú lo dices
equivalen a esto: «Siendo tú carnal, hablas según la carne»”.
Y... ¿que es la verdad? Con esa pregunta se quedó Pilato y, sin esperar,
condenó a muerte al que podía responderle. Y es que no siempre preguntamos
porque no sabemos; a veces preguntamos porque no queremos saber, para
despistar, pues sospechamos que hay preguntas que no tienen respuesta. Pero son
preguntas. Y no podemos vivir dando la callada por respuesta.
Obviamente la pregunta por la verdad depende de lo que entienda por
verdad el que pregunta. Para los racionalistas no hay más verdad que la lógica,
pero los racionalistas no son lógicos al suponer que sólo la lógica es fuente de
verdad. Según los científicos no hay más verdad que la provisionalidad de unos
resultados obtenidos rigurosamente en la investigación. Pero tales científicos no
son "científicos ni rigurosos" al dar por supuesto lo que deberían contrastar: que
sólo la ciencia conduce a la verdad relativa. La lógica y la ciencia nos son de gran
utilidad en la vida. Pero eso no es todo.
A muchos les interesa principalmente la verdad objetiva, pero ya hace
años que un gran filósofo dijo la gran verdad de perogrullo: que para el sujeto
nada puede ser objetivo. De ahí que otros piensen que no hay más verdad que la
subjetiva, entendiendo subjetiva como individual, cada cual la suya. A esos les
contestó hermosamente el poeta: “¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a
buscarla. / La tuya, guárdatela” (A. Machado)
De manera que la pregunta sigue en pie. Y seguirá posiblemente,
mientras tengamos la firme decisión de buscarla. Esa decisión de buscar, más allá
de la razón y de la ciencia, pero no del hombre, que es más que razón, es lo que
llamamos fe. No se trata de creer cada cual lo que le da la gana, aunque cada uno
puede hacer de su capa un sayo. Se trata de creer de la única manera posible para
el hombre, razonablemente (no racionalista, el racionalismo es el cáncer de la
razón). El que cree no las tiene todas consigo, pero cree y por eso sigue buscando
con ilusión. Con fe, como don de Dios, decimos los creyentes (“Eucaristía 1994”).
"Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al
cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su
advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque
370
Esperanza y salvación
resucitamos en Él, puede ser también el Reino de Dios porque en El reinaremos"
(San Cipriano).
- Creer en Dios es creer que el bien es más poderoso que el mal; es creer
que, al final, el bien y la verdad habrán de triunfar sobre el mal y la mentira.
Quien piense que el mal tendrá la última palabra o que el bien y el mal tienen las
mismas probabilidades, es un ateo... La fe en el Reino de Dios, por lo tanto, no se
reduce simplemente a aceptar los valores del Reino y a mantener una vaga
esperanza en que habrá de venir a la tierra algún día. La fe en el Reino es estar
convencido de que, suceda lo que suceda, el Reino habrá de venir (Albert Nolan).
Las primeras palabra con las que Dios se comunica a Abrahán y Moisés
manifiestan una voluntad firme de "enderezar" la situación en la que los hombres
viven y conviven, porque el egoísmo, la muerte, la pobreza, la esclavitud,
destruyen la obra de sus manos. Y promete y realiza su plan de liberar al hombre
de cuanto es esclavitud, enfermedad, injusticia. Todo lo que es muerte y causa
muerte es contrario al Reino de Dios, es decir, ofende en lo más íntimo a un Dios
que se ha comunicado como Amor, como Luz y como Vida. Por eso cuanto
destruye al hombre, imagen suya, niega a Dios. Es el pecado radical (Juanjo
Martínez).

4. Acción divina en la historia: cómo cambia el rumbo de los


acontecimientos.

Daniel 2,31-45 interpreta el sueño a Nabucodonosor: -«Tú, rey, viste una


visión: una estatua majestuosa, una estatua gigantesca y de un brillo
extraordinario; su aspecto era impresionante. Tenía la cabeza de oro fino, el
pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de
hierro y los pies de hierro mezclado con barro. En tu visión, una piedra se
desprendió sin intervención humana, chocó con los pies de hierro y barro de la
estatua y la hizo pedazos. Del golpe, se hicieron pedazos el hierro y el barro, el
bronce, la plata y el oro, triturados como tamo de una era en verano, que el
viento arrebata y desaparece sin dejar rastro. Y la piedra que deshizo la estatua
creció hasta convertirse en una montaña enorme que ocupaba toda la tierra. Éste
era el sueño; ahora explicaremos al rey su sentido: Tú, majestad, rey de reyes, a
quien el Dios del cielo ha concedido el reino y el poder, el dominio y la gloria, a
quien ha dado poder sobre los hombres, dondequiera que vivan, sobre las bestias
del campo y las aves del cielo, para que reines sobre ellos, tú eres la cabeza de
oro. Te sucederá un reino de plata, menos poderoso. Después un tercer reino, de
bronce, que dominará todo el orbe. Vendrá después un cuarto reino, fuerte como
el hierro. Como el hierro destroza y machaca todo, así destrozará y triturará a
todos. Los pies y los dedos que viste, de hierro mezclado con barro de alfarero,
representan un reino dividido; conservará algo del vigor del hierro, porque viste
hierro mezclado con arcilla. Los dedos de los pies, de hierro y barro, son un reino
a la vez poderoso y débil. Como viste el hierro mezclado con la arcilla, así se
mezclarán los linajes, pero no llegarán a fundirse, lo mismo que no se puede alear
el hierro con el barro. Durante ese reinado, el Dios del cielo suscitará un reino que
371
Vida más allá de la muerte
nunca será destruido ni su dominio pasará a otro, sino que destruirá y acabará con
todos los demás reinos, pero él durará por siempre; eso significa la piedra que
viste desprendida del monte sin intervención humana y que destrozó el barro, el
hierro, el bronce, la plata y el oro. Éste es el destino que el Dios poderoso
comunica a su majestad. El sueño tiene sentido, la interpretación es cierta.» Son
cuatro etapas de la historia. Quizá la primera filosofía de la historia. Es la clave de
la historia, con su sucesión de imperios y reinos, todos caducos, a pesar del
orgullo de sus reyes. La misma historia humana se encarga de que los varios
imperios sean derribados por el siguiente. Las causas pueden ser políticas o
económicas o militares, además de los aciertos y los defectos humanos. Pero aquí
la historia de los cuatro imperios -que, escrita unos siglos más tarde, ya se ve en
perspectiva cumplida- se interpreta desde la visión de la fe, y se anuncia, además,
la llegada de un reino procedente del cielo, el del Mesías. Nos da ánimos para que
confiemos en ese Reino universal de Cristo. Todo lo demás es caduco. Cristo,
ayer, hoy, y siempre, el mismo.
La interpretación del sueño de Nabucodonosor alude -con los diversos
metales- a los diversos reinos que se han ido sucediendo, para el tiempo en que se
escribe este libro. Después del babilonio de Nabucodonosor (oro) el medo (v 39),
el persa (v 39b) y el griego (vv 40ss), que se explicita más por ser el
contemporáneo del autor: hasta la herencia de Alejandro (hierro), dividida entre
los Láguidas (hierro) y Seléucidas (barro cocido). Al final de la visión apocalíptica
se espera la aparición del reino de Dios (v 44: "el Dios de los cielos"; v 45: la
piedra se desprende "sin ayuda de mano") que "permanecerá para siempre" (v 44).
En la frase final ("el sueño es verdadero y cierta su interpretación": v 45) no es
tanto a Nabucodonosor cuanto a los lectores a los que el autor tiene presentes. Es
una esperanza de que el reino de Dios está cerca, como anunciará Jesús, y cuya
pronta venida nos exhorta a pedir en el Padre Nuestro.
El cap. 2 de Daniel es considerado frecuentemente por los exégetas como
anterior a la redacción del libro en sí. Se le suele situar en la primera mitad del
siglo III. La idea principal de este capítulo es revelar el sentido de la historia
dirigida por Dios y su fin último: la constitución de su reino sobre la tierra. Dios
ha revelado esta interpretación, cumpliendo de antemano la palabra de Cristo:
"Tú se lo has revelado a los pequeñitos y ocultado a los sabios" (Lc 10,21-24: vv
14-19). Los cuatro reinos, cifra simbólica que la Biblia utiliza frecuentemente para
designar las fuerzas terrestres (Ez 1,5-18; 7,2; 10,9-21; 14,21; 37,9; Zac 2,1-2,11; 6,1-
5; Am 1,3-4; Is 11;12; Jer 15,2-3). Esta lucha por el poder entre las potencias
terrestres es causa de una incesante decadencia. Este proceso regresivo es
igualmente una idea muy del agrado de la Biblia: una historia dirigida en exclusiva
por el hombre le conduce inevitablemente a la decadencia (cf. Gen 3,1-6,12).
Esa piedra destructora arrojada contra la estatua de los imperios humanos sin
la intervención de mano alguna es el punto central en el que se centra la liturgia:
la piedra, que se ha desprendido de una montaña, lo que puede ser también una
manera de decir que proviene de Dios, ya que la montaña es con frecuencia un
símbolo divino (Sal 35-36,7; 67-68,1; Is 14,13; Ex 3,1)... La piedra se convierte, a
su vez, en una gran montaña que "llena toda la tierra", a la manera de la gloria de
Dios (Núm 14,21; Is 6,3; Hab 2,14; Sal 71-72,19; Is 11,9; Sab 1,7). ¿Cuál es el
372
Esperanza y salvación
significado de esa piedra? ¿Designa a un Mesías personal o a todo el pueblo
mesiánico?
Aquí tenemos puntos de reflexión para una filosofía de la historia, para una
teología de la historia, como hacía S. Agustín en La ciudad de Dios y Juan Pablo II
en Memoria e identidad. Ahí se nos habla de que Dios actúa diciendo “¡basta!” a
los 9 años de nazismo o 70 de comunismo, y por una piedra pequeña caen los
muros de Berlín y el gran gigante, el imperio ruso… aquí no hay lugar a ahondar
en ello, pero siendo importante lo que hacemos, la historia está movida por los
pequeños (los pastores de Fátima, la oración de los sencillos y sobre todo esa
acción de Dios…)
El Antiguo Testamento ha hablado en repetidas ocasiones de una piedra en la
economía de la salvación: Is 8, 11-15 hace de Yavhé una piedra de choque para las
tribus de Israel: Yahvé es, en efecto, una roca de salvación (Sal 17-18,2-3); a falta
de un apoyo sobre ella se corre hacia la ruina (Dt 32,15). Este texto es el más
aproximado a Dan 2, en donde la piedra designaría a Yahvé, o más exactamente
al monoteísmo yahvista opuesto a la idolatría (la estatua) de los grandes imperios
y llamado a una rápida extensión sobre toda la tierra. La perspectiva del autor no
es, pues, directamente mesiánica, sino apologética (cf. las profesiones de fe en
Yahvé hacia las que apuntan los relatos de Daniel: Dan 2,46-49; 3,24-30; 4,31-32;
6,26-29; 14,40-42).
Sin embargo, la tradición ha dado poco a poco al tema de la piedra una
interpretación mesiánica, probablemente por influjo de otros textos del Antiguo
Testamento como Is 28,16-17; Zac 3,9; Sal 117-118,22, textos en los que la piedra
designa claramente al Mesías personal. La autentificación de esa manera de
interpretarlo mesiánicamente la ha realizado Lc 20,18 (en ósmosis con Is 8,14, y
Sal 117-118,22). Es imposible saber si este pasaje de Lucas hay que ponerlo en
labios de Cristo o si es más bien un proverbio forjado por la comunidad primitiva
para centrar en torno a la piedra los principales testimonios escriturísticos
(Maertens-Frisque y algún comentario mío).
El libro de Daniel demuestra ser una crítica radical de todos los regímenes
totalitarios: sólo el reino de Dios, un reino de justicia y de paz, conseguirá la
eternidad (com., Sal Terrae). "Y la roca era Cristo" (1Co 10,4), dice el Apóstol. El
es la roca, la piedra que otrora contemplara el Rey en sueños. Los Padres de la
Iglesia, a quienes fue dado contemplar el cumplimiento de la visión, sabían que la
piedra es Cristo, "una gran montaña" si miramos su divinidad; pero el "pequeño
monte" de que habla el salmista (Sal 41,7) y la piedra a que alude el Profeta, si
miramos su humanidad, pues "sin ser lanzada por mano alguna", es decir, sin
"germen humano, del seno virginal" (san Jerónimo, a Dn. 2, 40), se hizo hombre.
Y la piedra se convirtió en una gran montaña, que llenó la tierra entera; en efecto,
en toda la tierra resuena el anuncio de la resurrección de Cristo y de todos los
pueblos de la tierra se ha edificado el Resucitado su cuerpo místico, la Iglesia. (...)
Así es como entienden los Santos Padres el sueño de Nabucodonosor. "Cristo lo es
todo por amor a ti", dice san Ambrosio. "Es piedra por amor a ti: has de ser
edificado. Es monte por amor a ti: has de subir. ¡Sube, pues al monte, tú que
suspiras por lo celestial! Por eso ha inclinado los cielos, para que estés más cerca
de ellos; por eso está en la cima del monte, para elevarte". El Verbo hecho
373
Vida más allá de la muerte
hombre, forma primitiva, invisible y eterna de todas las cosas y autor de su forma
visible, se mostró bajo "la deformidad" de la "carne del pecado" (Rm 8,3),
restaurando así la belleza del hombre dentro de la Iglesia, al penetrar en ella e
iluminarla. Así convirtió la casa sobre el monte en obra suya, tan parecida a El
como la imagen de un espejo, esta casa que es "templo santo del Señor" (Ef 2,21)
y que hace resaltar la belleza del monte, deformado tan sólo en apariencia. Ex
Sion species decoris ejus (Emiliana Löhr).
Más allá de los trastornos políticos... en el corazón de los trastornos políticos,
Dios interviene en la historia. El Dios del cielo hará surgir un "reino" que jamás
será destruido. La sucesión de los «reinos» terrestres prepara un «Reino» definitivo.
Padre nuestro que estás en los cielos, venga a nosotros tu Reino, ¡hágase tu
voluntad! Tú decías: «El Reino de Dios está cerca, está entre vosotros». Y nos
encontramos en él. Estamos en los «últimos tiempos». Puedo, desde HOY, hacer
que reine Dios sobre mi voluntad, sobre el rinconcito del universo, sobre el
huequecito de la historia que depende de mí: familia, profesión, vida personal,
vida colectiva...
-La piedrecita que viste desprenderse del monte, sin intervención de mano
alguna y que redujo a polvo el hierro, el bronce, la arcilla, la plata y el oro... Jesús
conocía esta profecía y la vuelve a tratar en relación a El. «La piedra que
desecharon los constructores, se ha convertido en piedra angular... Todo el que
caiga sobre esta piedra se destrozará y a aquel sobre quien ella caiga, lo aplastará»
(Lc 20,18).
-El Dios grande ha dado a conocer al rey lo que ha de suceder. Qué fuerza
debieron de encontrar en tales palabras los perseguidos, los resistentes en la Fe, en
tiempo de Antíoco. Certeza de una victoria final de Dios. ¿Es también mi fe HOY
una fuerza para mí? ¿Tengo el sentido del «porvenir»? ¿Estoy vuelto hacia el
porvenir que Dios prepara? ¿Espero pasivamente «lo que ha de suceder»? o bien,
¿trabajo humildemente en la parte que puedo? (Noel Quesson).
Hay también interpretaciones que podemos acomodar y que, no siendo
exegéticas, pueden en un valor simbólico servirnos como ha hecho la tradición: se
decía que los hombres, como la estatua que soñó el rey Nabucodonosor, tenemos
una inteligencia de oro, que nos permite conocer a Dios; un corazón de plata, con
una inmensa capacidad de amar; yo prefiero pensar que esto ha hecho daño,
separar el amor del entendimiento: tenemos un corazón de oro que es el núcleo
de la persona y que es inteligente y libre; y tenemos la capacidad de razonar que
es la plata, y luego las pasiones con la fortaleza que dan las virtudes que es el
hierro... pero los pies los tendremos siempre de barro, con la posibilidad de caer
al suelo si olvidamos esta debilidad del fundamento humano, de la que, por otra
parte, tenemos sobrada experiencia. Este conocimiento del frágil material que nos
sostiene nos debe volver prudentes y humildes. Sólo quien es consciente de esta
debilidad no se fiará de sí mismo y buscará la fortaleza en el Señor, en la oración
diaria, en el espíritu de mortificación, en la firmeza de la dirección espiritual. Aquí
también me permito corregir tantas formas clásicas de conductismo como
marionetas: el catecismo nos habla de que tenemos confianza en quien queremos,
y le hacemos partícipes de nuestra intimidad, de modo que es así, ese
acompañamiento espiritual, una ayuda a nuestra oración para conocer la
374
Esperanza y salvación
voluntad de Dios… De esta forma, las propias fragilidades servirán para afianzar
nuestra perseverancia, pues nos volverán más humildes y aumentarán nuestra
confianza en la misericordia divina. Nos enseña la iglesia que, a pesar de haber
recibido el Bautismo, permanece en el alma la concupiscencia, el fomes peccati,
"que procede del pecado y al pecado inclina" (Concilio de Trento, Sesión 5).
Tenemos los pies de barro, como esa estatua de la que habla el Profeta Daniel, y,
además, la experiencia del pecado, de la debilidad, de las propias flaquezas, está
patente en la historia del mundo y en la vida personal de todos los hombres.
Cada cristiano es como una vasija de barro (2 Cor 4,7), que contiene tesoros de
valor inapreciable, pero por su misma naturaleza puede romperse con facilidad.
La experiencia nos enseña que debemos quitar toda ocasión de pecado. En
nuestra debilidad resplandece el poder divino, y es un medio insustituible, para
unirnos más al Señor, y para mirar con comprensión a nuestros hermanos, pues -
como enseña San Agustín- no hay falta o pecado que nosotros no podamos
cometer.
Si alguna vez fuera más agudo el conocimiento de nuestra debilidad, si las
tentaciones arreciaran, oiremos cómo el Señor nos dice también a nosotros como
a San Pablo: Te basta mi gracia, porque la fuerza resplandece en la flaqueza (2
Cor 12,9-10). El Señor nos ha dado muchos medios para vencer: se ha quedado en
el Sagrario, nos dio la Confesión para recuperar la gracia: ha dispuesto que un
Ángel nos guarde en todos los caminos; contamos con la Comunión de los Santos,
del ejemplo de tantas personas buenas, de la corrección fraterna... Tenemos,
sobre todo, la protección de Nuestra Madre, Refugio de los pecadores...
Acudamos a Ella (Francisco Fernández Carvajal con algunos comentarios míos
cambiándole el sentido). Querría ampliar esta última nota: al notar la tentación,
sentimos la sugestión de la apetencia: “me apetece la manzana”, por decirlo en
términos de comida, “me gusta”; ahí lo más importante es la gracia, pues si no
caemos en lo estoico-pelagiano-voluntarista. Ya se ha dicho más arriba. Pero junto
a la acción de Dios que previene y co-adiuva nuestro operar, de modo que se
entremezcla con él para que vaya a buen fin (es ese dejarse llevar en lo que
consiste la vida cristiana: Rom 8,14) hay una tradición de ascética en el ejercicio
de las virtudes que mejorar ese vivir en Cristo. Ya decía S. Jaime en su carta
apostólica que con el despertar de la concupiscencia se va germinando el pecado
y si se deja progresar con él puede llegar la muerte, es decir que el fuego de la
pasión puede anidar en el corazón del hombre, etc., pero estábamos viendo el
momento de ese despertar. Decíamos que al ver la sugestión, si no hay libertad y
domina algo compulsivo, nos encontramos fuera de la esfera de lo racional, como
quien está borracho o durmiendo o fuera de control. Pero si hay advertencia,
entonces el entendimiento –pienso yo- aporta los datos de la memoria, y antes de
despertar la pasión correspondiente –irascible o concupiscible- piensa en las
consecuencias, desde la presencia de Dios en la que nos encontramos y la bondad
o maldad de a dónde nos han llevado esos actuares en otras ocasiones, a nosotros
o a otras personas de las que tenemos alguna referencia. Esa memoria nos ayuda
como experiencia viva y rechazamos la tentación, con la ayuda de Dios. Si no
tuviéramos esa experiencia, pienso que sería mucho más difícil rechazarla, por el
poder seductor de la sugestión, que despierta la concupiscencia y puede hacer
375
Vida más allá de la muerte
nublar el entendimiento. De ahí que pienso que la educación represiva o de
cultivar demasiado una protección que evite todo contacto con el ambiente del
mundo, como una campana de cristal, luego provoca un choque fuerte, algo así
como desmadre, al entrar esas personas en contacto con el mundo. Ese tipo de
educación sería infantilizada, y es propio de la edad infantil, cuando aún no se
puede educar en la responsabilidad, y entonces sí que hay que suplir, hasta la
adolescencia (12-30 años) en la que se debería ir educando en esos aspectos de
autodomino ante el mundo. La mundología en un primer momento puede hacer
sucumbir ante algunos señuelos pero protege a través de la memoria, y además
salvando lo más grave (accidentes de moto y coche, y drogas, y enfermedades de
transmisión sexual, sobre todo) que hay que avisar claramente, lo demás es de
fácil arreglo. Es la máxima conocida de que Dios persona siempre, las personas a
veces, la naturaleza no perdona… la lucha, decía S. Josemaría, ha de ponerse en
cosas pequeñas, lejos de los muros principales de la fortaleza, para entrenarse en
esas escaramuzas y así el enemigo llegue con pocas fuerzas a lo principal. Pero no
basta la experiencia… pues en el actuar moral tenemos 3 elementos: del consejo
hemos hablado, este primer discernimiento, pero luego está el juicio, llamado
también la conciencia que depende de la piedad (el trato con Dios nos da una
connaturalidad con el bien que nos facilita los actos buenos), formación
religiosa… aunque también puede haber escrúpulos, condicionamientos
culturales… este juicio sin embargo no es la parte final, sino que después de la
apreciación y el juicio sigue una tercera cosa que es el llamado imperio de la
voluntad, donde si la persona se ha entrenado en las virtudes puede tener
flexibilidad para saltar los obstáculos, fortaleza para resistir, etc.
Dan 3,57.58.59.60.61., que a lo largo de la semana en que se lee al profeta
Daniel se propone su cántico de las criaturas como salmo de la misa para ensalzar
a Dios con las “criaturas todas del Señor”, va desgranando el rosario de letanías:
“Ángeles del Señor, bendecid al Señor. Cielos, bendecid al Señor. Aguas del
espacio, bendecid al Señor. Ejércitos del Señor, bendecid al Señor”. Mientras
reconocemos este Rey, seguimos pensando: ¡Cuántos imperios e ideologías han
ido cayendo, y siguen cayendo en nuestros tiempos, porque tenían los pies de
barro! Esto nos hace más humildes a todos, y nos advierte de la tentación de
poner demasiado entusiasmo en ninguna institución ni en ningún ídolo. "No
confiéis en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar. Exhalan el espíritu
y vuelven al polvo: ese día perecen sus planes", dice sabiamente el salmo 146. Y lo
mismo habría que decir de nosotros mismos, que también tenemos pies de barro
y somos frágiles: no podemos confiar demasiado en nuestras propias fuerzas.
Recordemos con Juan Pablo II que “este himno, cantado por tres jóvenes israelitas
que invitan a todas las criaturas a alabar a Dios, surge en una situación dramática.
Los tres jóvenes perseguidos por el rey de Babilonia se encuentran en el horno
ardiente a causa de su fe. Y, sin embargo, a pesar de que están a punto de sufrir el
martirio, no dudan en cantar, en alegrarse, en alabar. El dolor rudo y violento de
la prueba desaparece, parece casi disolverse en presencia de la oración y de la
contemplación. Precisamente esta actitud de confiado abandono suscita la
intervención divina. De hecho, como testifica sugerentemente la narración de
Daniel, «el ángel del Señor bajó al horno junto a Azarías y sus compañeros,
376
Esperanza y salvación
empujó fuera del horno la llama de fuego, y les sopló, en medio del horno, como
un frescor de brisa y de rocío, de suerte que el fuego nos los tocó siquiera ni les
causó dolor ni molestia» (vv 49-50). Las pesadillas se deshacen como la niebla
ante el sol, los miedos se disuelven, el sufrimiento es cancelado cuando todo el ser
humano se convierte en alabanza y confianza, expectativa y esperanza. Esta es la
fuerza de la oración cuando es pura, intensa, cuando está llena de abandono en
Dios, providente y redentor.
El Cántico de los tres jóvenes presenta ante nuestros ojos una especie de
procesión cósmica que parte del cielo poblado por ángeles, donde brillan también
el sol, la luna y las estrellas. Allá, en lo alto, Dios infunde sobre la tierra el don de
las aguas que se encuentran encima de los cielos (cf v 60), es decir, la lluvia y el
rocío (cf v 64). Entonces soplan también los vientos, estallan los rayos e irrumpen
las estaciones con el calor y el hielo, el ardor del verano, así como el granizo, el
hielo, la nieve (cf vv 65-70.73). El poeta incluye en el canto de alabanza al
Creador el ritmo del tiempo, el día y la noche, la luz y las tinieblas (cf vv 71-72).
Al final la mirada se detiene también en la tierra, comenzando por las cumbres de
los montes, realidades que parecen unir la tierra y el cielo (cf vv 74-75). Entonces
se unen en la alabanza a Dios las criaturas vegetales que germinan en la tierra (cf v
76), los manantiales que aportan vida y frescura, los mares y los ríos con sus
abundantes y misteriosas aguas (cf vv 77-78). De hecho, el cantor evoca también
los «monstruos marinos», junto a los peces (cf v 79), como signo del caos acuático
primordial al que Dios ha impuesto límites que ha de observar (cf Sal 92,3-4; Job
38,8-11; 40,15-41,26). Después llega el turno del vasto y variado reino animal que
vive y se mueve en las aguas, en la tierra y en los cielos (cf. vv 80-81).
El último actor de la creación que entra en la escena es el hombre. En un
primer momento, la mirada se dirige a todos los «hijos del hombre» (v 82);
después la atención se concentra en Israel, el pueblo de Dios (cf v 83); a
continuación llega el turno de aquellos que son consagrados plenamente a Dios
no sólo como sacerdotes (cf v 84), sino también como testigos de fe, de justicia y
de verdad. Son los «siervos del Señor», los «espíritus y las almas de los justos», los
«santos y humildes de corazón» y, entre éstos, emergen los tres jóvenes, Ananías,
Azarías y Misael, que han dado voz a todas las criaturas en una alabanza universal
y perenne (cf vv 85-88). Constantemente han resonado los tres verbos de la
glorificación divina, como en una letanía: «Bendecid, alabad, ensalzad» al Señor.
Éste es el espíritu de la auténtica oración y del canto: celebrar al Señor sin cesar,
con la alegría de formar parte de un coro que abarca a todas las criaturas”.
Orígenes, Hipólito, Basilio de Cesarea, Ambrosio de Milán, han comentado la
narración de los seis días de la creación (cf Gen 1,1-2,4a), poniéndola en relación
con el Cántico de los tres jóvenes. Por ejemplo san Ambrosio, al referirse al cuarto
día de la creación (cf Gen 1,14-19), imagina que la tierra habla y, al pensar en el
sol, encuentra unidas a todas las criaturas en la alabanza a Dios: «El sol es
verdaderamente bueno, pues sirve, ayuda mi fecundidad, alimenta mis frutos. Me
ha sido dado para mi bien, se somete conmigo al cansancio. Clama conmigo para
que tenga lugar la adopción de los hijos y la redención del género humano para
que podamos ser también nosotros liberados de la esclavitud. Conmigo alaba al
Creador, conmigo eleva un himno al Señor, Dios nuestro. Donde el sol bendice,
377
Vida más allá de la muerte
allí la tierra bendice, bendicen los árboles frutales, bendicen los animales, bendicen
conmigo los pájaros. Nadie queda excluido de la bendición del Señor, ni siquiera
los monstruos marinos (cf v 79)… También las serpientes alaban al Señor, porque
su naturaleza y su aspecto muestran a nuestros ojos un cierto tipo de belleza y
demuestran tener su justificación».
Lucas 21,5-11 cuenta que algunos ponderaban la belleza del templo, por la
calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: -«Esto que contempláis, llegará un
día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.» Ellos le
preguntaron: -«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo
eso está para suceder?» Él contestó: -«Cuidado con que nadie os engañe. Porque
muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: "Yo soy", o bien "el momento
está cerca"; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de
revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero al
final no vendrá en seguida.» Luego les dijo: -«Se alzará pueblo contra pueblo y
reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y
hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo.»
Es el "discurso escatológico" de Jesús, que leemos en la última semana del
Año Litúrgico y que ahora repasaremos, que nos habla de los acontecimientos
futuros y los relativos al fin del mundo, y por este motivo la Iglesia ha situado allí
la solemnidad de Cristo Rey del Universo, para quitar toda connotación de
dominio temporal que tuvo en su origen. Escuchamos el segundo lamento de
Jesús sobre su ciudad, Jerusalén anunciando su próxima ruina. Pero Lucas lo
cuenta mezclando planos con otro acontecimiento más lejano, el final de los
tiempos. Es difícil deslindar los dos. La perspectiva futura la anuncia Jesús con un
lenguaje apocalíptico y misterioso: guerras y revoluciones, terremotos, epidemias,
espantos y grandes signos en el cielo. Pero "el final no vendrá en seguida", y no
hay que hacer caso de los que vayan diciendo "yo soy", o "el momento está
cerca".
La ruina de Jerusalén ya sucedió en el año 70, cuando las tropas romanas de
Vespasiano y Tito, para aplastar una revuelta de los judíos, destruyeron Jerusalén
y su templo, y "no quedó piedra sobre piedra". Nos hace humildes el ver qué
caducas son las instituciones humanas en las que tendemos a depositar nuestra
confianza, con los sucesivos desengaños y disgustos. Los judíos estaban orgullosos
-y con razón- de la belleza de su capital y de su templo, el construido por el rey
Herodes. Pero estaba próximo su fin. El otro plano, el final de los tiempos, está
por llegar. No es inminente, pero sí es serio. El mirar hacia ese futuro no significa
aguarnos la fiesta de esta vida, sino hacernos sabios, porque la vida hay que
vivirla en plenitud, sí, pero responsablemente, siguiendo el camino que nos ha
señalado Dios y que es el que conduce a la plenitud. Lo que nos advierte Jesús es
que no seamos crédulos cuando empiecen los anuncios del presunto final. Al cabo
de dos mil años, ¿cuántas veces ha sucedido lo que él anticipó, de personas que se
presentan como mesiánicas y salvadoras, o que asustaban con la inminente llegada
del fin del mundo? "Cuidado con que nadie os engañe: el final no vendrá en
seguida". Escuchamos repetidamente la invitación a mantenernos vigilantes. Que
es la verdadera sabiduría. Cada día es volver a empezar la historia. Cada día es

378
Esperanza y salvación
tiempo de salvación, si estamos atentos a la cercanía y a la venida de Dios a
nuestras vidas (J. Aldazábal).
El Templo construido por Salomón, hacia el año 1.000 antes de Jesucristo, y
destruido por Nabuconosor en 586... luego el Templo construido por Zorobabel,
cuya primera piedra había sido colocada en 516... El Templo contemporáneo de
Jesús, será destruido unos años más tarde por Tito, en 70 d. de J.C... para ser
reemplazado en 687 por la Mezquita de Omar, que continúa en el mismo sitio.
Lejos de mezclarse a las voces admirativas de sus discípulos, Jesús hace una
predicción de desgracia, en el más tradicional estilo de los profetas (Miqueas 3,12;
Jeremías, 7,1-15; 26,1-19; Ezequiel, 8-11). Medito sobre la gran fragilidad de todas
las cosas... sobre «mi» fragilidad... sobre la brevedad de la belleza, de la vida...
Hay que saber mirar de frente esa realidad, siguiendo la invitación de Jesús: «todo
será destruido».
-Los discípulos le preguntaron: Maestro, ¿cuando va a ocurrir esto y cuál será
la señal de que va a suceder? Los discípulos nos representan muy bien, junto a
Jesús. Ellos le proponen la pregunta que nos hacemos hoy. Querríamos también
saber el día y la señal... Creemos que sería más conveniente saber la «fecha»...
Jesús respondió: "Cuidado con dejarse extraviar... porque muchos dirán-: «Ha
llegado el momento» No los sigáis... No tengáis pánico..." Todas las doctrinas de
tipo "adventistas" fundadas sobre una susodicha profecía precisa del retorno de
Cristo, quedan destruidas por esa palabra de Jesús. Hay que vivir, día tras día, sin
saber la fecha... sin dejarse seducir por los falsos mesías, sin dejarse amedrentar
por los hechos aterradores de la historia (Noel Quesson).
Alguna gente dedica mucho tiempo y esfuerzo a descifrar cábalas acerca del
fin del mundo. Una situación similar vivieron los contemporáneos de Jesús. Para
él, lo importante no era la fecha en que el mundo habría de sucumbir. Para él lo
importante era la finalidad de este mundo: ¿para qué estamos aquí? ¿Qué
podemos hacer? ¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Cuál es el destino de la
humanidad? Para Jesús el tiempo presente y el futuro se abrían como esperanza:
era el tiempo definitivo de la salvación. Por esto, había que tomarse en serio el
momento presente e interpretarlo como una señal de Dios que nos llamaba a
hacer de este mundo de muerte un mundo de vida. Para Jesús, el cambio era
posible aquí y ahora. Hoy vivimos una agitación parecida. Estamos inundados de
visiones catastróficas que nos anuncian un futuro oscuro y terrible para todos los
seres vivientes. Manejan nuestro miedo para gestionarlo políticamente, desde los
distintos gobiernos. Pero lo importante no es la fecha en que el mundo
sucumbirá; lo importante es preguntarnos cuál es la finalidad del mundo y de la
humanidad, ¿cuál es la utopía?, ¿qué futuro podemos/debemos construir?, ¿qué
quiere Dios de nosotros aquí y ahora? (servicio bíblico latinoamericano).
En la imitación de Cristo (1,15,2) se lee: "Mucho hace quien mucho ama". El
amor es el mejor de los maestros. Tanto haremos cuanto en verdad amemos
aquello-Aquel por quien nos afanamos. Los últimos días del año litúrgico ponen al
descubierto la verdad de nuestro amor. Es posible que alguna vez hayan llegado a
tu vida señales de éstas, de las que dan sed de cielo:
· Bienaventurados son los que dan, mas cien veces bienaventurados los que
dan aquello que aun quieren.
379
Vida más allá de la muerte
· Bienaventurados los que predican Amor, mas cien veces bienaventurados los
que lo llevan en su pecho y lo hacen con sus manos porque es Cristo quien lo
hace a través de ellos.
· Bienaventurados los que alaban a Dios, mas cien veces bienaventurados son
los que sabiendo su "Plan para el Mundo" trabajan en su realización.
· Bienaventurados los que abren los ojos y contemplan al mundo, mas cien
veces bienaventurados los que abriendo más aún los ojos contemplan el Universo
del cual el mundo apenas es una mota. Y viendo su pequeñez se hacen grandes.
· Bienaventurados los que se limpian los oídos de las voces vacías de este
mundo, mas cien veces bienaventurados son los que oyendo se hacen sordos para
estar con los sordos y entenderlos hasta limpiarlos. Hermoso camino
(cormariam@planalfa.es).
La aparición de falsos mesías, la consideración de los "signos engañosos",
continúa hoy... Hay muchas personas angustiadas por causa de personas y grupos
que se aprovechan de la religiosidad (y, con frecuencia, de la credulidad) de
muchas gentes sencillas. No faltan en algunos medios de comunicación mensajes
aterradores que interpretan algunos acontecimientos actuales como signos de la
cólera divina y anticipo del final del mundo. Hace algunos años se hablaba del
SIDA como castigo de Dios. Calificativos parecidos han recibido el fenómeno
meteorológico del "Niño" y otros sucesos llamativos. La necesidad de verse libres
de estas amenazas provoca una fiebre de fenómenos pseudomilagrosos: falsas
apariciones marianas, proliferación de líderes carismáticos con propuestas
estrafalarias, ritos de desagravio... Estos "terrores", inducidos a veces de manera
diabólica, no responden a una lectura cristiana de la Palabra de Dios. El final es un
acontecimiento de gracia, un triunfo del Dios de la Vida sobre todas las fuerzas de
muerte. Los verdaderos signos son aquellos que nos ayudan a despertarnos, a
tomar conciencia de la gracia del Señor que ya está entre nosotros y a
disponernos a acogerla con alegría y confianza (Confederación Internacional
Claretiana de Latinoamérica).

5. En Memoria e identidad, Juan Pablo II hace teología de la


historia
Trata una temática muy relacionada con su testamento y con
su último mensaje leído “post mortem” el domingo de la Divina
Misericordia, y puede resumirse en la frase tomada de Rom 12, 21:
“No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el
bien”. El lema que nos deja Juan Pablo II antes de morir sería éste:
ahogar el mal con abundancia de bien. “El siglo XX ha sido, en
cierto sentido, el ‘teatro’ en el que han entrado en escena
determinados procesos históricos e ideológicos que han llevado
hacia la gran ‘irrupción’ del mal pero también ha sido espectador
de su declive”. “La historia moderna de Europa, marcada –sobre

380
Esperanza y salvación
todo en Europa- por la influencia de la Ilustración, ha dado
también muchos frutos buenos”. El mal como ausencia de bien hay
que completarlo, pues “nunca es ausencia absoluta del bien. Cómo
crezca y se desarrolle el mal en el terreno sano del bien, es un
misterio. También es una incógnita esa parte del bien que el mal
no ha conseguido destruir y que se difunde a pesar del mal,
creciendo incluso en el mismo suelo” (14) como el trigo y la cizaña
(Mt 13, 29-30). “Se puede tomar esta parábola como clave para
comprender toda la historia del hombre. En las diversas épocas y
en los distintos sentidos, el ‘trigo’ crece junto a la ‘cizaña’ y la
cizaña junto al trigo. La historia de la humanidad es una ‘trama’ de
la coexistencia entre el bien y el mal” (14), a pesar del pecado
original hay capacidad para el bien.
Hay en la historia unas ideologías del mal, pero al mismo
tiempo una fuerza que limita el mal. Se me ocurre aquella imagen
clásica de los dioses griegos divididos en buenos y caóticos, pues
no tenían demonios. Entre estos últimos estaban Danae (que sería
como una feminista anti-madre), Dionisio (super caótico y
destructor), Neptuno… y aún otro me parece. Cuando sembraban
la discordia más allá de lo soportable, salía de las profundidades
Plutón, para poner orden… así parece hacer el Espíritu de la
Historia, Dios con su Providencia que es el Espíritu Santo que dice
“¡basta!” e interviene…
Más allá de las ideologías. También aquí se me ocurre un
comentario. El siglo XIX ha sido el tiempo de los “ismos”, intentar
abarcar la verdad en un esquema, encerrarla entre cuatro paredes,
los sistemas cerrados, enciclopédicos, cosa que aborrezco, pues la
verdad no se puede encerrar “enlatada”, no me gusta ni siquiera la
palabra “cristianismo” en cuanto a sistema, sino como palabra
vulgar, pues es Cristo una Verdad siempre abierta, inabarcable, en
expansión, la verdad en cuanto se encierra se ahoga. Por eso el
Señor “nos impulsa a adentrarnos en el mundo de la fe” (17).
Misterios de Dios y del hombre. “Son los misterios que he querido
expresar en los primeros años de mi servicio como sucesor de
Pedro mediante las encíclicas Redemptor hominis, Dives in
misericordia y Dominum et Vivificantem. El contenido de la
Encíclica Redemptor hominis lo traje conmigo desde Polonia.
381
Vida más allá de la muerte
También las reflexiones de la Dives in Misericordiae fueron fruto
de mis experiencias pastorales en Polonia, y especialmente en
Cracovia, donde está santa Faustina Kowalska enterrada, apóstol
de la Divina Misericordia”. Dives et Misericordiae recuerda
aquellas palabras de la 1ª carta de San Juan: el Espíritu Santo
“convencerá al mundo en lo referente al pecado” (16,8): esto está
enraizado en Gn, desde el pecado original. Es lo que dice S.
Agustín: “amor sui usque ad contemptum Dei” (amor a uno mismo
hasta el desprecio de Dios), la rebelión y caer en la tentación del
“seréis como Dios” (Gn 3,5) decidiendo lo que está bien y mal, y a
esto se opone el “Amor Dei usque ad contemptum sui” (amor de
Dios hasta la renuncia de uno mismo), la redención, y así de la
mano del Espíritu Santo llegamos a las profundidades del
Misterium Crucis. “Y también asomarnos sobre el profundo abismo
del mal, cuyo causante y víctima a la vez resulta ser el hombre en
el comienzo de su historia. A esto precisamente se refiere la
expresión ‘convencerá al mundo en lo referente al pecado’. El
objetivo de ese ‘convencer no es la condena del mundo. Cuando
la Iglesia, con la fuerza del Espíritu Santo, llama al mal por su
nombre, lo hace unánimemente con el fin de indicar al hombre la
posibilidad de vencerlo, abriéndose a la dimensión del ‘amor Dei
usque ad contemptum sui’. Este es el fruto de la Misericordia
Divina. En Jesucristo, Dios se inclina sobre el hombre para tenderle
la mano, para volver a levantarlo y ayudarle a reemprender el
camino con renovado vigor” (19-20). El hombre no puede solo y
si rechaza la ayuda y se cierra en uno mismo es algo imperdonable
porque lo impide, en este sentido es un pecado contra el Espíritu
Santo porque excluye el perdón, se considera Dios, presume de
autosuficiente. “Las ideologías del mal están profundamente
enraizadas en la historia del pensamiento filosófico europeo” (20).
Antes de Descartes el “cogito” (pienso) era “cognosco”
(conozco) subordinado al “esse” (ser), primordial: “conozco”
porque esto “es”, pero ahora esto “quizá es” porque “lo pienso”.
Se pasa al yo como supremacía de todo. Del Esse del Ens Subsistens
al non subsistens, del ens participatum al ens cogitans, el cogito
como contenido de la conciencia humana. El “ocaso del realismo
tomista” sería “abandono del cristianismo como fuente de un
382
Esperanza y salvación
pensamiento filosófico. En definitiva, se cuestionaba la posibilidad
misma de llegar a Dios” (23). (Aquí quizá viene bien recordar que
en una situación de crisis parecida se encontró S. Tomás, cuando
tuvo que elaborar una síntesis del pensamiento “moderno” de su
época, es decir unir la idea de ciencia aristotélica a la teología…
quizá es hora de que aunar esfuerzos para hacer una síntesis
“moderna” del pensamiento de nuestra época, ya que ahora
deberá ser una labor de equipo quizá…) “Dios se reducía sólo a un
contenido de la conciencia humana” (23) se desmorona la
“filosofía del mal” como relación al bien, porque el mal en su
sentido realista solo dice en relación al Bien, y este mal fue el
pecado, y fue redimido –o mejor fue redimido el hombre que lo
llevaba, y con él toda la creación- por Cristo en la Cruz. Pero esto
fue lo que desapareció: redimido el hombre, “el gran drama de la
historia de la salvación, desaparecido de la mentalidad ilustrada. El
hombre se había quedado solo, solo como creador de su propia
historia y de su propia civilización, que solo como quien decide
por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo, como quien existía
y continuaría actuando etsi Deus non daretur, aunque Dios no
existiera (24). Así el hombre dispone de su vida y de los demás
como “el Tercer Reich por personas que, habiendo llegado al
poder por medios democráticos, se sirvieron de él para poner en
práctica los perversos programas de la ideología nacional socialista,
que se inspiraba en presupuestos racistas. Medidas análogas tomó
también el Partido comunista en la Unión Soviética y en los países
sometidos a la ideología marxista. En este contexto se perpetró el
textermino de los judíos y de otros grupos como los gitanos, los
campesinos en Ucrania y el clero ortodoxo y católico en Rusia, en
Bielorrusia y más allá de los Urales... personas incómodas para el
sistema” y así fueron eliminando “militares e intelectuales que no
compartían la ideología marxista o nazi” (24), tuvo lugar un
exterminio de seres… hasta llegar al gran desastre de hoy,
“destrucción legal de vidas humanas concebidas, antes de su
nacimiento. Y en este caso se trata de un exterminio decidido
incluso por parlamentos elegidos democráticamente, en los cuales
se invoca el progreso civil de la sociedad y de la humandidad
entera” (25), leyes de “matrimonios” homosexuales, el mal
383
Vida más allá de la muerte
“intenta instrumentalizar incluso los derechos del hombre contra el
hombre y contra la familia” (25). Al rechazar a Dios como
fundamento (bien y mal) “se rehusó la noción de lo que, de la
manera más profunda, nos constituye en seres humanos, es decir,
el concepto de naturaleza humana como ‘dato real’, poniendo en
su lugar un ‘producto del pensamiento’, libremente formado y que
cambia, libremente según las circunstancias” (25). Sin la filosofía
realista como presupupesto nos movemos en el vacío.
Pero el mal tiene su límite: Dios puso un al mal en la
historia de Europa (31), las ideologías del mal han engañado y las
personas no mostraban la magnitud de los desastres nazis y
comunistas, “viviamos sumidos en una gran erupción del mal, y
sólo gradualmente comenzamos a darnos cuenta de sus
dimensiones reales. Porque los responsables trataban a toda costa
de ocultar sus propios sistemas... a los ojos del mundo” (27),
“intentaban encubrir ante la opinión pública lo que estaban
haciendo”, “la Divina Providencia concedió sólo aquellos 12 años
al desenfreno de aquel furor bestial. Si el comunismo ha
sobrevivido más tiempo tiene alguna perspectiva de un desarrollo
mayor, pensaba para mis adentros, debe ser por algún motivo”
(28), “¿Cuántos? Era difícil de prever, lo que se podía pensar es
que también este mal era en cierto sentido necesario para el
mundo, y que el hombre. En efecto, en determinadas
circunstancias de la existencia humana parece que el mal sea en
cierta medida útil, en cuanto propicia ocasiones para el bien” (29),
“Por su parte, san Pablo exhorta a este respecto: no te dejes vencer
por el mal; al contrario, vence el mal con el bien (Rm 12,21). En
definitiva, tras la experiencia punzante del mal, se llega a practicar
un bien más grande” (29). “Me he detenido en destacar el límite
impuesto al mal en la historia de Europa precisamente para
mostrar que dichos límites en el bien; el bien divino y humano que
se ha manifestado en la misma historia, en el curso del siglo pasado
y también de muchos milenios” (29). Hay que vivir el perdón:
“acudid al bien, que es mayor que cualquier mal” (30).
La redención como límite impuesto al mal . Dios pone el
límite, juzga y castiga (Gn 3,14-19) la pecaminosidad innata, “cierta
debilidad congénita de naturaleza moral, que se une a la fragilidad
384
Esperanza y salvación
de su existencia y a su flaqueza psicológica” y así en Gn 13 vemos
como “el pecado disminuye al hombre mismo, impidiéndole la
consecución de su propia plenitud” (32). “Se podría pensar que el
mal de los campos de concentración, de las cámaras de gas, de la
crueldad de ciertas actuaciones policiales y, en fin, de la guerra
total y de los sistemas basados en la prepotencia –y que, dicho sea
de paso, suprimían sistemáticamente la presencia de la cruz-, es
más fuerte que cualquier otro bien” (33-34) pero en esos pueblos
oprimidos en la persecución a la fe en su historia no vemos eso,
“en ella se revela claramente la presencia victoriosa de la cruz de
Cristo” (34), a esos pueblos “no les queda nada más que Cristo y
su cruz como fuente de autodefensa”(34): Maximiliano Kolbe,
Edith Stein y muchos otros son signos de victoria. En la redención
“el mal es vencido radicalmente por el bien y el odio por el amor,
la muerte por la Resurrección” (36).
El misterio de la “redención” (significa “readquirir”),
vemos en el Evangelio (Mc 2,5) que el pecado es el mal más
grande que la parálisis del cuerpo y el perdón el don más
importante (Jn 20,22-3) y lo concede a la Iglesia. “Confirmó al
mismo tiempo, una vez más, que el pecado es el mal más grande
del que el hombre necesita ser liberado” (38). En Rom y Gal
vemos -contra el puritanismo- que no es una ley lo que hace la
justificación -ni ritualismos- sino la fe en Cristo (Gal 2,15-21). Así no
habrá ni traumas ni tabúes, sino solo el perdón. Sólo “el misterio
pascual se convierte así en la medida definitiva de la existencia del
hombre en el mundo creado por Dios” (39). y con la resurrección
“el designio original la realiza de una manera aún más plena (cf Gn
3,14-15). En Cristo, el hombre está llamado a una vida nueva, la
vida del hijo en el Hijo, expresión perfecta de la gloria de Dios:
gloria Dei vivens homo, la gloria de Dios es el hombre viviente
(40).
La redención, victoria concedida al hombre como tarea.
“El ‘sígueme’ es una invitación a recorrer el camino por el que nos
lleva la dinámica interior del misterio de la redención: la
observación de los mandamientos, entendiéndola bien, equivale a
la vía purificativa. Su efecto, significa vencer al pecado, el mal
moral en sus distintas formas. Y esto comporta una progresiva
385
Vida más allá de la muerte
purificación interior” (42-3). “A su vez, esto lleva a descubrir los
valores. Por tanto, se puede afirmar que la vía purificativa
desemboca de manera orgánica en la iluminativa, porque los
valores son las luces que iluminan la existencia y, a medida que el
hombre se trabaja a sí mismo, brillan cada vez más intensamente
en el horizontes de su vida. Paralelamente, pues, a la observancia
de los mandamientos –que tienen un carácter predominantemente
purificador- se desarrollan en el hombre las virtudes. Así, por
ejemplo, observando el mandamiento de ‘no matar’, el hombre
descubre el valor de la vida en sus diferentes aspectos y aprende a
respetarla cada vez más profundamente “ (43) y así la pureza con
el 6º y “belleza y gratuitad” del cuerpo humano que es ley, y que
el 8 “instinto de verdad” que orienta “veracidad” connatural. Y
esta luz lleva la vía unitiva, a la contemplación de Dios y en la
experiencia de amor que crece. Y así Cristo será todo en todos, con
libertad y sencillez, y “los seres creados dejan de ser para él una
amenaza, como ocurrió en la etapa del camino de purificación”
(45). Facilitan el acceso a este camino como del paraíso.
El cardenal Joseph Ratzinger amplió esta visión sobre el
mal recordando que «la Redención es la palabra clave de todo el
pensamiento de Juan Pablo II» y, desde esta perspectiva, «el mal se
convierte en un instrumento para el bien». Vencer al mal con el
bien/en el principio está el bien, son los puntos de arranque de
estas reflexiones. Los "límites" que Dios ha impuesto al mal son: la
creación y la redención. La creación es buena. El pecado la daña
pero no aniquila (el mal nunca lo es por esencia, en la medida que
existe en algo ese algo tiene algo bueno). La redención repara el
daño en la pasión, el perdón y la misericordia. Pero ante el mal
que parece sin límites, el poder destructor… Dios hace algo más…
dice “¡basta!”
Los otros apartados son más de "pensar Europa", que es
sinónimo evangelización: ha sido la evangelización la que ha
formado Europa. Él conoce que ha influido la civilización
grecorromana, pero también el genio germánico de sus vecinos de
Europa central, las tradiciones sajonas y celtas, los pueblos fineses y
eslavos, pero va a lo esencial: fue la evangelización, procediendo
desde Oriente y desde Occidente –los "dos pulmones"–, lo que
386
Esperanza y salvación
hizo que Europa dejara de ser un término meramente geográfico,
para adquirir unidad y, con ella, una personalidad y un valor
culturales.
En el mensaje de la paz de 1 de enero de 2005 a los
responsables de las Naciones y a todos los hombres y mujeres de
buena voluntad ahondó en estas ideas, sabedores de lo necesario
que es construir la paz en el mundo. Dicho en negativo: “No se
supera el mal con el mal. En efecto, quien obra así, en vez de
vencer al mal, se deja vencer por el mal… la única opción
realmente constructiva es detestar el mal con horror y adherirse al
bien (cf Rm 12,9), como sugiere también san Pablo.
”La paz es un bien que se promueve con el bien: es un bien
para las personas, las familias, las Naciones de la tierra y para toda
la humanidad; pero es un bien que se ha de custodiar y fomentar
mediante iniciativas y obras buenas. Se comprende así la gran
verdad de otra máxima de Pablo: «Sin devolver a nadie mal por
mal» (Rm 12,17). El único modo para salir del círculo vicioso del
mal por el mal es seguir la exhortación del Apóstol: «No te dejes
vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien» (Rm
12,21)”.
El mal tiene que ver con la libertad: “ Al buscar los aspectos
más profundos, se descubre que el mal, en definitiva, es un trágico
huir de las exigencias del amor («Dos amores han dado origen a
dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la
terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la
celestial»: S. Agustín, De Civitate Dei, XIV, 28). El bien moral, por
el contrario, nace del amor, se manifiesta como amor y se orienta
al amor. Esto es muy claro para el cristiano, consciente de que la
participación en el único Cuerpo místico de Cristo instaura una
relación particular no sólo con el Señor, sino también con los
hermanos. La lógica del amor cristiano, que en el Evangelio es
como el corazón palpitante del bien moral, llevado a sus últimas
consecuencias, llega hasta el amor por los enemigos: «Si tu enemigo
tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber» (Rm
12,20)”.
La «gramática» de la ley moral universal. Desorden social,
anarquía, guerra, injusticia, violencia, muertes... nos hace ver que
387
Vida más allá de la muerte
urge aprender a hablar esta gramática, esta lengua común de los
hijos de Dios: “la familia humana necesita urgentemente tener en
cuenta el patrimonio común de valores morales recibidos como
don de Dios. Por eso, a cuantos están decididos a vencer al mal
con el bien san Pablo los invita a fomentar actitudes nobles y
desinteresadas de generosidad y de paz (cf Rm 12,17-21)”. Hay una
«gramática» de la ley moral universal, que une a los hombres entre
sí inspirando valores y principios comunes, si bien en la diversidad
de culturas, y es inmutable: «subsiste bajo el flujo de las ideas y
costumbres y sostiene su progreso [...]. Incluso cuando se llega a
renegar de sus principios, no se la puede destruir ni arrancar del
corazón del hombre. Resurge siempre en la vida de individuos y
sociedades» (Catecismo 1958).
“Esta común gramática de la ley moral exige un
compromiso constante y responsable para que se respete y
promueva la vida de las personas y los pueblos. A su luz no se
puede dejar de reprobar con vigor los males de carácter social y
político que afligen al mundo, sobre todo los provocados por los
brotes de violencia. En este contexto, ¿cómo no pensar en el
querido Continente africano donde persisten conflictos que han
provocado y siguen provocando millones de víctimas? ¿Cómo no
recordar la peligrosa situación de Palestina, la tierra de Jesús…” y
Juan Pablo II va repasando el mapamundi y sus problemas... La
violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe,
la verdad de nuestra humanidad. La violencia destruye lo que
pretende defender: la dignidad, la vida, la libertad del ser
humano”.
El bien de la paz y el bien común. “Para promover la paz,
venciendo al mal con el bien, hay que tener muy en cuenta el bien
común [«el conjunto de aquellas condiciones de vida social que
permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más
plena y fácilmente su propia perfección»: GS 26] y sus
consecuencias sociales y políticas. En efecto, cuando se promueve
el bien común en todas sus dimensiones, se promueve la paz.
¿Acaso puede realizarse plenamente la persona prescindiendo de su
naturaleza social, es decir, de su ser «con» y «para» los otros?” Es el
tejido social: la familia, los grupos, las asociaciones, las ciudades,
388
Esperanza y salvación
las regiones, los Estados, las comunidades de pueblos y de
Naciones en el que todos estamos implicados “en el trabajo por el
bien común, en la búsqueda constante del bien ajeno como si
fuera el propio”, y así –especialmente las instituciones Estatales-
velar por las “aspiraciones legítimas de los demás grupos; más aún,
debe tener en cuenta el bien común de toda la familia humana»
[GS 26]. Esto requiere cooperación internacional auténtica, y no el
egoísmo consensuado de ahora con medidas hipócritas que
regulan “un simple bienestar socioeconómico, carente de toda
referencia trascendente y vacío de su más profunda razón de ser. El
bien común, en cambio, tiene también una dimensión
trascendente, porque Dios es el fin último de sus criaturas. Además,
los cristianos saben que Jesús ha iluminado plenamente la
realización del verdadero bien común de la humanidad. Ésta
camina hacia Cristo y en Él culmina la historia: gracias a Él, a través
de Él y por Él, toda realidad humana puede llegar a su
perfeccionamiento pleno en Dios”. Y así, “basta que un niño sea
concebido para que sea titular de derechos”… “La condena del
racismo, la tutela de las minorías, la asistencia a los prófugos y
refugiados, la movilización de la solidaridad internacional para
todos los necesitados, no son sino aplicaciones coherentes del
principio de la ciudadanía mundial.
La paz está relacionada con el destino universal de los
bienes: “El bien de la paz se ha de considerar hoy en estrecha
relación con los nuevos bienes provenientes del conocimiento
científico y del progreso tecnológico. También éstos, aplicando el
principio del destino universal de los bienes de la tierra, deben ser
puestos al servicio de las necesidades primarias del hombre. Con
iniciativas apropiadas de ámbito internacional se puede realizar el
principio del destino universal de los bienes, asegurando a todos
—individuos y Naciones— las condiciones básicas para participar
en el desarrollo. Esto es posible si se prescinde de las barreras y los
monopolios que dejan al margen a tantos pueblos”. Pienso la
preocupación por la gripe A que tenemos, cuando se mueren
tantos millones en África por la malaria que se puede curar con
vacuna, o simplemente no habiendo retirado el DDT que no nos
gustaba a nosotros (que lo habíamos usado tantos años) pero que
389
Vida más allá de la muerte
hubiera eliminado los mosquitos dichosos en muy poco tiempo y
evitado sus muertes. El amor preferencial por los pobres es un
campo clave, que está en estrecha conexión con el problema de la
deuda externa de los Países pobres, la nueva forma de colonizar al
gestionar los intereses a través de los países ricos. Un lugar actual
de ayuda urgente es Continente africano: las bolsas de
concentraciones humanas que pasan hambre, los numerosos
conflictos armados, las enfermedades pandémicas, más peligrosas
aún por las condiciones de miseria, en la inestabilidad política
unida a una difusa inseguridad social. Pero no desde fuera, como si
fueran niños: “Es de desear que los pueblos africanos asuman
como protagonistas su propia suerte y el propio desarrollo
cultural, civil, social y económico. Que África deje de ser sólo
objeto de asistencia, para ser sujeto responsable de un modo de
compartir real y productivo. Para alcanzar tales objetivos es
necesaria una nueva cultura política, especialmente en el ámbito de
la cooperación internacional”. Formar a la gente para que sean
ellos: que los médicos cooperantes trabajen al lado del gurú, que
los que vengan a Europa a estudiar vuelvan allí a levantar el país,
etc.

Universalidad del mal y esperanza cristiana. “ Ante tantos


dramas como afligen al mundo, los cristianos confiesan con
humilde confianza que sólo Dios da al hombre y a los pueblos la
posibilidad de superar el mal para alcanzar el bien. Con su muerte
y resurrección, Cristo nos ha redimido y rescatado pagando «un
precio muy alto» (cf 1 Co 6,20; 7,23), obteniendo la salvación para
todos. Por tanto, con su ayuda todos pueden vencer al mal con el
bien.
Con la certeza de que el mal no prevalecerá, el cristiano
cultiva una esperanza indómita que lo ayuda a promover la justicia
y la paz. A pesar de los pecados personales y sociales que
condicionan la actuación humana, la esperanza da siempre nuevo
impulso al compromiso por la justicia y la paz, junto con una firme
confianza en la posibilidad de construir un mundo mejor.
Si es cierto que existe y actúa en el mundo el «misterio de la
impiedad» (2 Ts 2,7), no se debe olvidar que el hombre redimido
390
Esperanza y salvación
tiene energías suficientes para afrontarlo. Creado a imagen de Dios
y redimido por Cristo que «se ha unido, en cierto modo, con todo
hombre» [GS 22], éste puede cooperar activamente a que triunfe el
bien. La acción del «espíritu del Señor llena la tierra» (Sb 1,7). Los
cristianos, especialmente los fieles laicos, «no pueden esconder esta
esperanza simplemente dentro de sí. Tienen que manifestarla
incluso en las estructuras del mundo por medio de la conversión
continua y de la lucha “contra los poderes de este mundo de
tinieblas, contra los espíritus del mal” (Ef 6,12)» [LG 35].
Ningún hombre, ninguna mujer de buena voluntad puede
eximirse del esfuerzo en la lucha para vencer al mal con el bien. Es
una lucha que se combate eficazmente sólo con las armas del
amor. Cuando el bien vence al mal, reina el amor y donde reina el
amor reina la paz”. Es la enseñanza del Evangelio, recordada por
el Concilio Vaticano II: «La ley fundamental de la perfección
humana, y por ello de la transformación del mundo, es el
mandamiento nuevo del amor».
Esto también es verdad en el ámbito social y político. A
este respecto, el Papa León XIII escribió que quienes tienen el
deber de proveer al bien de la paz en las relaciones entre los
pueblos han de alimentar en sí mismos e infundir en los demás «la
caridad, señora y reina de todas las virtudes». En la Eucaristía nos
encontramos la «familia de Dios»… allí se hace esta edificación de
un mundo fundado en los valores de la justicia, la libertad y la paz.
“El mal es siempre la ausencia de un bien que un
determinado ser debería tener, es una carencia. Pero nunca es
ausencia absoluta del bien. Cómo nazca y se desarrolle el mal en el
terreno sano del bien, es un misterio”, señala Juan Pablo II. Es
decir, que el mal tiene en cuanto que se realiza en algún ser, algo
de bien, y en este ser, en este algo de bien que tiene él, puede
hacerse palanca para realizar un bien más grande…
En el atentado contra el Papa el 13 de mayo de 1981. Alí
Agca era un asesino profesional: fueron otros quienes utilizaron sus
servicios. El hombre sabía disparar, y tiró a matar. Cuando el Papa,
tras perdonarlo, se reunió con él, su preocupación no era pedir
perdón (al parecer, ni siquiera lo hizo), sino averiguar cómo era
posible el imposible de que el Papa no hubiera muerto al instante
391
Vida más allá de la muerte
tras los cinco balazos que lo impactaron: ¿qué fuerza lo había
salvado? ¿Qué era eso del mensaje de la Virgen de Fátima (en cuyo
día ocurrió el atentado)? Por lo visto, hasta el día de hoy se lo
pregunta Alí Agca. Ahí se ve algo así como el dedo de Dios, es
como el colofón del libro, de un providencialismo no declarado en
todas las páginas: el Señor de la historia nos lleva de la mano… Él
sabe más, la Virgen nos protege.
En las enseñanzas de la historia reciente en Polonia se ha
visto como un instinto de resistencia, “se sentían obligados a
oponerse”, algo así como algo instintivo, que “ha favorecido
también una toma de conciencia más profunda de los valores
religiosos y civiles que subyacían en su rechazo, en una medida
jamás conocida antes en la historia de Polonia”, tanto en la
invasión nazi como en el totalitarismo comunista. Esto hizo
encontrar al pueblo polaco sus mejores esencias. Es una lección
para aprender de los males, yendo a las raíces cristianas de
occidente, así el bien vence al mal, y da en el campo del arte,
cultura (63), sobre todo santos, fundadores y tradiciones de
espiritualidad y una epopeya misionera. Pero por desgracia Cristo,
la ‘piedra angular’ de Europa, hoy está olvidado por muchos que
afirman que “se debe pensar y actuar como si Dios no existiera”
(64), en la mentalidad cientificista que decida el hombre lo que
está bien o mal, socaban los fundamentos de la moral:
“implicando a la familia y propaganda la permisividad moral: los
divorcios, el amor libre, el aborto, la anticoncepción, los atentados
a la vida en su fase inicial y terminal, así como su manipulación”
(64), con el dinero... pero la solución siempre es la misma: el mal
se vence con el bien (Rom 12,21). Resistió su pueblo a la ilustración
y la experiencia vivida bebió de ese “aprender a Cristo”, y ha
habido una inefable intervención de Dios.
El misterio de la misericordia se esclarece en el Salmo 50,
en el “eres tú”, de Samuel (2 S 12,7), en ver que Jesús se abaja
como un pecador (2 Cor 5,21) y carga los pecados de los hombres
según la profecía (Is 53,12) en una pascua de amor. Todo esto nos
habla de que “¡el mal nunca consigue la victoria definitiva! El
misterio pascual confirma que, a la postre, vence el bien; que la

392
Esperanza y salvación
vida prevalece sobre la muerte y el amor triunfa sobre el odio”, en
la vida personal y en el mundo.
Sobre el uso apropiado de la libertad, Juan Pablo II explica que este
problema "no sólo tiene una dimensión individual sino también colectiva. Por eso
requiere una solución en cierto modo sistemática. Si soy libre, significa que puedo
usar bien o mal mi propia libertad. Si la uso bien, yo mismo me hago bueno, y el
bien que realizo influye positivamente en quien me rodea..." y si la libertad se usa
mal resulta lo contrario. Y afirma que la tradición europea reconoce la necesidad
de un criterio regulador en el uso de esa libertad, que no se fijó en el bien honesto
sino en la utilidad o el placer. Y una respuesta a esa ética utilitaria se encuentra en
la filosofía de Inmanuel Kant: no se puede poner el placer humano en primer
plano al analizar las obras humanas.
Abrió las puertas de su magisterio con la exhortación: “¡No tengáis
miedo!” Ancló mar adentro –duc in altum!- el nuevo milenio -abierto bajo el
signo de la violencia- en la virtud teologal de la esperanza. Y lo cerró con la
convicción: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien”.
Identidad, la vuelve a configurar con raíz y savia cristiana, porque sabe que sólo
en Cristo pueden encontrar -la persona y la sociedad- su pleno sentido y
verdadera felicidad. En fin, así como la memoria de una persona consituye su
identidad, y por eso nos resistimos a perder la memoria: “espera, quiero
acordarme de este nombre… de este lugar…” porque nuestros recuerdos son eso,
“re-vivir-en el corazón”, “mi vida”. De esta misma forma, la memoria de un
pueblo, sus tradiciones y cultura, constituyen su identidad: su lengua, canciones,
costumbres… y hay que procurar luchar por ellos, a esta virtud del patriotismo
dedica buenas páginas. Pero también hay que añadir que en la Iglesia la memoria
del Cuerpo de Cristo constituye nuestra identidad, y que si es cierto que alguna
persona pierde su memoria, o incluso algún pueblo pierde parte de sus
costumbres o su identidad, la Iglesia puede perderla en algún lugar concreto como
alguna región del norte de África o la “desertización” actual de Europa, pero Jesús
nos dejó su “memorial” que constituye nuestra identidad, y nos aseguró “yo
estaré con vosotros cada día, hasta el fin del mundo”…

VIII. “Muéstranos a Jesús,


fruto bendito de tu vientre”
393
Vida más allá de la muerte

1. “He aquí al
hombre”: Jesús
explica el
hombre al
hombre, y
permite un
Humanismo
verdadero, una
sociedad justa.
Daniel (5,1-6.13-14.16-
17.23-28) nos muestra la corte
del rey Baltasar, con sus
idolatrías: “De repente,
aparecieron unos dedos de
mano humana escribiendo
sobre el revoco del muro del
palacio, frente al candelabro, y
el rey veía cómo escribían los
dedos. Entonces su rostro
palideció, la mente se le turbó, le faltaron las fuerzas, las rodillas le
entrechocaban”. Mandó llamar a Daniel y le preguntó: -«¿Eres tú Daniel, uno de
los judíos desterrados que trajo de Judea el rey, mi padre? Me han dicho que
posees espíritu de profecía, inteligencia, prudencia y un saber extraordinario. Me
han dicho que tú puedes interpretar sueños y resolver problemas...» Entonces
Daniel habló así al rey: -«… Yo leeré al rey lo escrito y le explicaré su sentido. Te
has rebelado contra el Señor del cielo, has hecho traer los vasos de su templo,
para brindar con ellos en compañía de tus nobles, tus mujeres y concubinas.
Habéis alabado a dioses de oro y plata, de bronce y hierro, de piedra y madera,
que ni ven, ni oyen, ni entienden; mientras que al Dios dueño de vuestra vida y
vuestras empresas no lo has honrado. Por eso Dios ha enviado esa mano para
escribir ese texto. Lo que está escrito es: "Contado, Pesado, Dividido." La
interpretación es ésta: "Contado": Dios ha contado los días de tu reinado y les ha
señalado el límite; "Pesado": te ha pesado en la balanza y te falta peso; "Dividido":
tu reino se ha dividido y se lo entregan a medos y persas.» A modo de parábola,
seguimos reflexionando sobre el sentido de la historia humana. Ante Dios, el
orgullo no vale nada. La orgía de la corte real, y además con los vasos sagrados
fruto del pillaje en el templo de Jerusalén, no puede acabar bien. Daniel, en su
papel de intérprete de las visiones, es valiente en anunciar lo que significan las
letras que aparecen en la pared: "Dios ha contado tus días", "no has dado el peso
en su balanza" y "tu reino se ha dividido".

394
Esperanza y salvación
Los excesos se pagan, pronto o tarde. "Te has rebelado contra el Señor... has
adorado a dioses de oro y plata". Ahora ha llegado el juicio de Dios. Es un
mensaje que tienen que saber leer los poderosos de la tierra: en concreto, Antíoco
Epífanes, que en el tiempo en que se escribe este libro de Daniel está haciendo lo
mismo que el libro atribuye -con una proyección hacia siglos pasados- al rey
Baltasar. Pero también va para cada uno de nosotros, que también deberíamos
escarmentar, en cabeza ajena y propia, de las consecuencias que traen nuestros
fallos y desviaciones. Cuando nos olvidamos de Dios, no nos pueden ir bien las
cosas en nuestra vida. ¿Podemos sentirnos seguros de que no va para nosotros la
tremenda acusación: "has adorado a dioses falsos", "te falta peso en la balanza de
Dios"? ¿nos extrañará luego que "nuestro reino se divida", que la comunidad
también se deteriore? O sea que no podemos ser profetas de que la enfermedad
es fruto del pecado, y ver signos divinos en todo, pero sí decir que la religión
ayuda a vivir mejor, da una base para un humanismo bueno, para vivir más feliz.
Baltasar será asesinado y su reino repartido entre los medos y los persas.
Daniel en realidad se quiere referir a su contemporáneo Antíoco Epífanes, el
Seléucida impío que el 169 a. C. había saqueado el templo de Jerusalén, antes de
profanarlo, en el 167, así se permite atacar a Antíoco veladamente (com. de Sal
Terrae). El festín de Baltasar es un texto «coloreado» por tantos pintores célebres,
es el símbolo del «paganismo» de todos los tiempos, algo así como la seducción
del orgullo, del lujo, de la carne, la orgía sensual, el abandono a sus instintos, el
alcohol y el sexo cuando ya no se detiene en el camino de la degradación y del
envilecimiento. El otro día me mandaron un power point sobre una ejecución
fanática musulmana. Se veía a los pobres quemándose. Me parecía de los más
“gore” ver sufrimientos humanos en directo, quizás gratuitos. Pensé en una
analogía con la pornografía, que repugna también a la nuestra sensibilidad, pero
como aquí se nos recuerda un abismo llama a otro abismo, y el hombre puede ir
descendiendo hacia lo más profundo, y reclamar sensaciones más fuertes, tanto a
nivel de la violencia como en lo sexual, desde la sugestión erótica hasta unirse a lo
violento u osceno, sadomasoquismo, etc. Quizá el punto clave está en la unión
con Dios, que se obnuvila también cuando falta la unión con los otros aspectos
metafísicos de la verdad, la libertad, el bien. Y volviendo a lo dicho más arriba
sobre el acto moral o mejor dicho sobre los elementos morales de la tentación,
nos puede servir el pensar que aunque si bien es conocido que nuestra
vulnerabilidad está unida a que somos fuertes en el Señor, también es cierto que
cuando no vemos –cuando la gente no ve- al Señor, puede abandonarse si no
descubre otro aspecto de la verdad: que nuestra lucha es un laboratorio de
solidaridad, que estamos concatenados con los demás, que la comunión de los
santos no es algo teórico, espiritualista o misticista, sino algo real, que es algo
“sensible” aunque no fisicista pero que los demás notan si luchamos, si yo venzo
los demás van adelante. Esto tiene también aplicaciones menos espirituales, más
de ilusión humana: si me ilusiono por algo, por ideales nobles de ayuda a los
demás, tengo un motivo para luchar. Y el que tiene un motivo, se levanta de la
cama por la mañana, y así en las demás tentaciones. Y poco a poco se vuelve a
tener esa experiencia de Dios, que quizá se había perdido. Por eso, aguantar por
lealtad en esos momentos, aunque no se vean razones muy sobrenaturales,
395
Vida más allá de la muerte
aunque entran ciertas dudas sobre la Iglesia o si es posible compatibilizar Jesús con
otras cosas o religiones, es importante… cuando vuelve la luz, se da gracias a Dios
por haber aguantado la tormenta y haber seguido en medio de la oscuridad.
Quizá es también algo de eso la noche de la fe a la que se referían los místicos,
cuando no queda más que cierto recuerdo de aquella luz, y sólo se va adelante
por la intuición del amor…
-«El insulto a Dios»: en este estado es frecuente que el hombre se las haya con
Dios. Baltasar, para mostrarse completamente «libre de todos los tabúes
religiosos», imaginó «beber en los vasos sagrados, robados antaño al templo». Hay
muchas otras maneras de burlarse de Dios.
-«El miedo y la angustia del más allá»: Se habla hoy mucho de la angustia
metafísica del ateo. Se constata la proliferación de prácticas supersticiosas y
mágicas, en las personas que no creen en el verdadero Dios. «El rey empalideció,
su pensamiento se turbó, sus piernas temblaron». Tiene miedo ante el misterio.
-Tú no has glorificado al Dios que tiene en sus manos tu propio aliento y de
quien dependen todos tus caminos... Frente a ese materialismo pagano, Daniel
recuerda «al verdadero Dios». Al hombre que pretende pasarse de Dios, el profeta,
con una sola palabra le recuerda su dependencia radical: «¡Dios es el que tiene en
sus manos tu propio aliento!» Repito para mí esta palabra divina. En una imagen
sorprendente, expresa lo muy pobre, efímero y limitado que soy. Sé que un día
mi aliento se detendrá. Sé que soy «mortal». ¿Qué conclusiones debería yo sacar
de esto? ¿Qué actitud debería ser la mía ante esta verdad? ¿Qué oración me
sugiere esto?
-Dios ha «medido» tu reino. A la muerte de Nabucodonosor, lo sabemos, el
Imperio de Babilonia se escindió en dos imperios rivales, los Medas y los Persas.
Acontecimiento histórico. Acontecimiento político, humano. Todo esto no está
allende de Dios, esto está «en sus manos».
-Has sido pesado en la balanza y encontrado falto de peso. Ese gran rey se
creía muy importante y ¡Dios lo encuentra falto de peso! Considerados desde el
punto de vista de Dios, los hombres no tienen las mismas proporciones que les
asignamos aquí abajo. Aquel que está al frente de una gran empresa, aquel que es
adulado, respetado y envidiado... es quizá considerado por Dios como «falto de
peso». Aquel que es despreciado, aquél a quien no se da importancia... ¡es quizá
considerado por Dios como importante y grande! Ayúdanos, Señor, a apreciar
toda cosa y todo hombre al peso real, a la densidad divina. ¿Qué es lo que puede
dar peso a mi jornada de HOY? ¿Qué amor he de poner en todas mis acciones?
¿Qué oración dará densidad a mi vida? (Noel Quesson, excepto mis comentarios
sobre la tentación, que siguen los de más arriba).
El canto de las criaturas sigue: “Sol y luna, bendecid al Señor. Astros del
cielo, bendecid al Señor. Lluvia y rocío, bendecid al Señor. Vientos todos,
bendecid al Señor. Fuego y calor, bendecid al Señor. Fríos y heladas, bendecid al
Señor”. Que toda la naturaleza bendiga al Señor, pues Él ha hecho resplandecer su
Rostro sobre todas las cosas. Efectivamente, condenada al fracaso, no por propia
voluntad, sino por aquel que así lo dispuso, la creación vive en la esperanza de ser
también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y participar así en la
gloriosa libertad de los hijos de Dios. No podemos convertirnos en destructores
396
Esperanza y salvación
de la naturaleza; ella está a nuestro servicio, y, con nosotros, participa de la
dignidad que le corresponde conforme a la voluntad soberana del Creador de
todo. Por eso no podemos hacer de las cosas nuestro enemigo; no podemos
utilizarla para destruirnos unos y otros, pues la continuaríamos esclavizando al
mal y a la corrupción. Ella debe estar al servicio del bien de todos, pues todos
tienen el mismo derecho a disfrutar de los bienes de la tierra para vivir con
dignidad y decoro. Cuando la naturaleza cumpla con la función que el Señor le ha
asignado estará, con ello, bendiciendo al Señor, pues estará, finalmente, al servicio
de la vida y no de la muerte.
Y Lucas 21,12-19 habla de la cruz: -«Os echarán mano, os perseguirán,
entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y
gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced
propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría
a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta
vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a
algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de
vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»:
nunca prometió que en esta vida seremos aplaudidos y que nos resultará fácil el
camino. Lo que sí nos asegura es que salvaremos la vida por la fidelidad, y que él
dará testimonio ante el Padre de los que hayan dado testimonio de él ante los
hombres. Cuando Lucas escribía su evangelio, la comunidad cristiana ya tenía
mucha experiencia de persecuciones y cárceles y martirios, por parte de los
enemigos de fuera, y de dificultades, divisiones y traiciones desde dentro. A lo
largo de dos mil años, la Iglesia ha seguido teniendo esta misma experiencia: los
cristianos han sido calumniados, odiados, perseguidos, llevados a la muerte.
¡Cuántos mártires, de todos los tiempos, también del nuestro, nos estimulan con
su admirable ejemplo! Y no sólo mártires de sangre, sino también los mártires
callados de la vida diaria, que están cumpliendo el evangelio de Jesús y viven
según sus criterios con admirable energía y constancia. Jesús nos lo ha anunciado,
en el momento en que él mismo estaba a punto de entregarse en la cruz, no para
asustarnos, sino para darnos confianza, para animarnos a ser fuertes en la lucha de
cada día: "con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas". El amor, la amistad
y la fortaleza -y nuestra fe- no se muestran tanto cuando todo va bien, sino
cuando se ponen a prueba. Nos lo avisó: "si a mí me han perseguido, también os
perseguirán a vosotros" (Jn 15,20), pero también nos aseguró: "os he dicho estas
cosas para que tengáis paz en mí; en el mundo tendréis tribulación, pero ¡ánimo!
yo he vencido al mundo" (Jn 16,33) (J. Aldazábal).
Tras hablar de los signos engañosos que acompañarán el final, el evangelio se
refiere a los verdaderos signos. El principal es la persecución "por causa del
nombre de Jesús". Lo leímos en el evangelio del día de Todos los Santos:
"Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de
los cielos. Dichosos cuando os insulten y los persigan y los calumnien de cualquier
modo por mi causa. Estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será
grande en el cielo". En este caminar en que consiste la vida vamos a sufrir pruebas
diversas, unas que parecen grandes, otras de poco relieve, en la que el alma debe
salir fortalecida, con la ayuda de la gracia... dificultades económicas, familiares...
397
Vida más allá de la muerte
enfermedad, el desaliento, el cansancio... La paciencia es necesaria para
perseverar, para estar alegres por encima de cualquier circunstancia; esto será
posible porque tenemos la mirada puesta en Cristo, que nos alienta a seguir
adelante, sin fijarnos demasiado en lo que querría quitarnos la paz. Sabemos que,
en todas las situaciones, la victoria está de nuestra parte. La paciencia es una
virtud bien distinta de la mera pasividad ante el sufrimiento; no es un no
reaccionar, ni un simple aguantarse: es parte de la virtud de la fortaleza, y lleva a
aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, grandes o pequeñas, como
venidos del amor de Dios. Entonces identificamos nuestra voluntad con la del
Señor, y eso nos permite mantener la fidelidad y la alegría en medio de las
pruebas. Son diversos los campos en los que debemos ejercitar la paciencia. En
primer lugar con nosotros mismos, puesto que es fácil desalentarse ante los
propios defectos. Paciencia con quienes nos relacionamos, sobre todo si hemos de
ayudarles en su formación o en su enfermedad: la caridad nos ayudará a ser
pacientes. Y paciencia con aquellos acontecimientos que nos son contrarios
porque ahí nos espera el Señor. Para el apostolado, la paciencia es absolutamente
imprescindible. El Señor quiere que tengamos la calma del sembrador que echa la
semilla sobre el terreno que ha preparado previamente y sigue los ritmos de las
estaciones. El Señor nos da ejemplo de una paciencia indecible. La paciencia va de
la mano de la humildad y de la caridad, y cuenta con las limitaciones propias y las
de los demás. Las almas tienen sus ritmos de tiempo, su hora. La caridad a todo se
acomoda, cree todo, todo lo espera y todo lo soporta, enseña San Pablo (1 Cor
13,7). Si tenemos paciencia, seremos fieles, salvaremos nuestra alma y también la
de muchos que la Virgen pone constantemente en nuestro camino.

2. Daniel y los mártires muestran la resurrección (6,12-28).


Prefirió Daniel ir al suplicio antes que renegar de su fe, y Dios acudió en su
ayuda y provocó la conversión del rey. Es una historia edificante: los que
permanecen fieles a la ley de Dios, a pesar de las persecuciones y tentaciones del
mundo, nunca quedan abandonados; se escribe para que se sientan animados a
perseverar en su identidad de creyentes en medio de las circunstancias más
adversas. Aunque no seamos arrojados al foso de unos leones, también nosotros
muchas veces nos encontramos rodeados de fuerzas opuestas al evangelio de
Cristo. Con nuestras propias fuerzas no podríamos vencer, pero la lección del
libro de Daniel es que Dios protege a sus fieles, que les da fuerza para resistir y
que vale la pena mantener la fe, porque es el único camino para la felicidad
verdadera. "No nos dejes caer en tentación. Líbranos del mal". Es una lección para
tiempos difíciles. ¿Y cuáles no lo son? Si Antíoco, en tiempos de los Macabeos,
obligaba a los judíos a sacrificar en honor del dios Zeus, hoy el mundo nos invita
a levantar altares y a ofrecer nuestras libaciones a mil dioses falsos, que nos
prometen felicidad y salvación: egoísmo, placer, violencia, dinero, éxito social,
poder... Ojalá hagamos como Daniel, que "tres veces al día hacía oración a su
Dios". Rezar en medio de un mundo pagano es la clave para que podamos
mantener nuestra identidad (J. Aldazábal).
El libro de Daniel hace de Darío un rey meda, siendo así que la historia no
conoce más que a Darío el persa, sucesor de Ciro y de Cambises. Poco importa
398
Esperanza y salvación
esta cuestión, ya que, una vez más, no se trata de un relato histórico, sino de una
historia edificante. Los cortesanos, envidiosos de la ascensión de Daniel, que
recuerda la de José en Egipto, le tienden una trampa y obtienen del inconsciente
Darío un decreto por el que prohíbe a todo el mundo orar, durante un mes, a
otro dios que no sea el rey divinizado. Esta divinización es anacrónica en tiempos
de Darío, pero muy de actualidad en la época de Antíoco. En efecto, éste había
obligado a todos sus súbditos, incluidos los judíos, a rendir culto a Baal,
identificado con Zeus. El soberano seléucida, se consideraba, por otra parte, como
la epifanía del dios griego; de ahí la expresión "dios manifestado" que
acompañaba a su nombre en las monedas. Estas pretensiones suscitaron la
resistencia de ciertos ambientes judíos que Antíoco se esforzó en eliminar
mediante la persecución. Dn 6 constituye a la vez un panfleto político y una
exhortación a preferir el martirio a la apostasía (com. de Sal Terrae).
-Daniel en el "foso de los leones". Aquí también tenemos que aceptar el
género «parábola». Esta escena ha sido repetida a menudo en los «espiritual-
negros». Daniel aparece como el símbolo de la «fidelidad a Dios, que triunfa de
todos aquellos que conspiran contra él» .
-Daniel, ese deportado de Judá, no hace caso de ti, oh Rey: tres veces al día
hace su oración. Esta es la denuncia. Un hombre que se atreve a hacer su oración.
La plegaria que Daniel recitaba tres veces al día era sin duda el «Shema Israel». Es
el signo de su Fe, el signo de su pertenencia al pueblo elegido. Jesús propondrá
también una oración oficial, el «Padre-nuestro», que los primeros cristianos
recitaban también tres veces al día. ¡Ayúdanos, Señor, a orar! ¿Cuál es mi fidelidad
a la oración? ¿Oro con regularidad? Se critican a veces los hábitos de plegaria
regular «oración de la mañana», «oración de la noche», «bendición de la mesa». Es
verdad que las mejores cosas pueden pasar a ser rutinarias. Pero esto no quita el
valor de las cosas. Se trata de conservar o de volver a dar su valor a todas las
cosas.
-Daniel, servidor de Dios, ese Dios que adoras con tanta fidelidad. ¡La
«fidelidad» no es un valor en boga HOY! Todo cambia, todo evoluciona. Y sin
embargo ¿por qué no ser «fieles» a la verdad, al amor? ¿Qué pensamos
personalmente de aquellos que son «infieles» a su compromiso, de aquellos que
son «infieles» con nosotros? Haznos fieles, Señor. Concédenos perseverar y crecer
en todos nuestros amores.
-El Dios de Daniel es el Dios vivo, permanece siempre. Una fidelidad alegre es
contagiosa y misionera: revela a Dios. Por su actitud de oración, Daniel abrió una
brecha en el corazón de los que lo veían vivir y orar. La oración: signo de Dios. La
oración: signo existencial, experimental de Dios. La oración: acto de
evangelización, que revela la buena nueva. No con palabras o con discusiones,
sino con un acto, decimos «Dios». Decimos que Dios es importante para nosotros.
Pero a condición de que la oración sea sincera, verdadera. A condición de que no
sea tan sólo una «oleada de palabras, una charla formalista». A condición de que
sea «encuentro con Dios», «diálogo con El», ¡«diálogo contigo»!
-Su reino no será destruido y su imperio permanecerá hasta el fin. El salva y
libera; obra señales y milagros en los cielos y en la tierra. Toda una teología de la
historia está también aquí. Una «historia sagrada» se desarrolla en el seno de la
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Vida más allá de la muerte
«historia profana». Dios actúa. Salva -en el presente-. Libera -en este mismo
momento. Todo el esfuerzo de la revisión de vida radica en tratar de descubrir
humildemente «la obra que Dios está realizando actualmente» en un «hecho de
vida», en un «acontecimiento». Ayúdanos, Señor, a leer y a interpretar los
acontecimientos. Ayúdame, Señor, a vivir contigo... a cooperar en tu trabajo... La
oración así concebida no es una huida de la acción. Es el momento de una acción
concentrada, más consciente, que gravita también sobre el mundo y sobre la
historia. La oración nos remite a nuestras tareas para que «trabajemos contigo,
Señor» (Noel Quesson).
Aquí hemos visto la idolatría de fabricarse imágenes falsas de Dios; pero
también lo es el construirse falsos conceptos de Dios. No hay mayor idolatría que
la pretensión de conceptualizar a Dios, o sea, de reducirlo a la estrechez y cicatería
de nuestra mente. El dios que nace de nuestra mente, como el que surge de
nuestras manos, no es Dios, es sólo una idea, un ídolo. Si la idea nos remite al
Dios verdadero, cumple su función representativa; pero a veces cumple una
función sustitutoria, y entonces no representa a Dios, sino al nuestro, a nuestra
idea, frecuentemente a nuestro prejuicio y a nuestros intereses. Es un ídolo, una
imagen mental falsa. Y es que, cuando hablamos de Dios, no deberíamos olvidar
nunca lo que nos advertía Bultman, que es un hombre -no Dios- el que habla. Y la
palabra humana adolece de la ambigüedad de nuestra condición y corre el riesgo
de nuestra ecuación personal y social. Es lo que ha ocurrido a veces con la fiesta
de Cristo Rey. El epíteto de rey, aplicado a Dios o a Jesucristo, se tinta
frecuentemente, más que de colores evangélicos, de tonos indefinidos del entorno
social y político. El Cristo Rey de tantas imágenes y pinturas, tan distinto del
Cristo de la pasión, puede ser un recurso artístico, pero fácilmente puede ser un
ídolo al que luego se sacrifican demasiadas cosas y demasiadas personas. Jesucristo
es Rey y Dios, es el Señor. Pero la realeza de Cristo como el señorío de Dios nada
tienen que ver con esa variopinta fauna de reyes y monarquías, señores y señoríos
de nuestras historias y del presente. Nuestra experiencia del poder-poseído o
padecido- de autoridad, de dominio, de sometimiento, etc., entorpecen
enormemente la interpretación religiosa de expresiones como realeza de Cristo o
señorío de Dios (“Eucaristía 1985”).
El autor del libro de Daniel conocía, sin duda, el salmo 22, ya que en el texto
que hoy leemos amplía el tema de la salvación de la boca de los leones, apuntado
en el v 22 del salmo, así como en 8,9 desarrolla el tema de la salvación del
unicornio, esbozado en el mismo versículo del salmo. Con ello se quiere
demostrar que los fieles a Dios serán salvados de todas las calumnias que puedan
caer sobre ellos. A modo de una larga paráfrasis sobre Job 5,19-20, el libro de
Daniel representa plásticamente el auxilio de Dios en los momentos difíciles:
Daniel y sus compañeros han sido salvados del hambre y del fuego; ahora Daniel
es salvado de la boca de los leones; más adelante lo será del unicornio; no les
queda ya otra prueba. Si el autor de Daniel hubiese inventado nuevamente todo
el libro, si en él no hubiese nada histórico, sería aún digno de alabanza por
habernos dado estas narraciones maravillosas en las que uno no sabe qué admirar
más, si el arte consumado con el que han sido escritas o bien la confianza en Dios
que rezuman. Que el autor es genial, bien se adivina en otros aspectos. Conoce
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Esperanza y salvación
sobradamente el corazón del hombre y sabe cómo actúan los llamados pecados
capitales. En este caso se trata de la envidia y de la manera como se buscan
pretextos a fin de perder a quien, por su sola íntegra conducta, molesta a los
demás. «No podremos acusar a Daniel de nada de eso. Tenemos que buscar un
delito de carácter religioso» (6). La perfidia, aunque sea astuta, no logra otra cosa
que poner de relieve la virtud de Daniel, ya que él no irá contra Dios. Tenemos,
pues, ya la falta. Hay que acabar con Daniel. Reacción rara, si bien humana, de
aquellos a quienes molesta la mera existencia del hombre piadoso, cuya sola
conducta es una acusación contra ellos. Pero lo que los envidiosos ignoran es que
Dios es sobradamente poderoso para salvar de todo. Quizá la doctrina de la
resurrección fue un logro motivado por la lucha contra Antíoco; ¡bendita tensión
que nos proporciona tamaña esperanza! Daniel será salvado de todo, ya que Dios
salva a sus fieles... y les da la vida eterna (J. Mas Bayés).
Quien confía en el Señor jamás será defraudado por Él. Y todo lo que el
Señor realice a favor nuestro no es sólo para que nosotros sintamos su cercanía y
su amor de Padre, sino que es para que todos conozcan el amor que Dios tiene a
quienes han puesto en Él toda su confianza, lo reconozcan como su Dios y Padre
y experimenten su amor. La Iglesia de Cristo no sólo es depositaria del amor y de
la salvación de Dios; sino que, además, debe convertirse en el instrumento a
través del cual todos lleguen al conocimiento de Dios; y esto, no sólo porque lo
anuncie denodadamente a través de la proclamación constante del Evangelio, sino
porque, a pesar de verse perseguida y condenada a muerte, jamás dé marcha atrás
en su amor y confianza que ha depositado en Dios. Muchos hermanos nuestros,
por esa confianza en Dios, fueron perseguidos y entregados a la muerte, y ahora
viven para siempre como un ejemplo de santidad para toda la Iglesia. Viendo
cómo Jesús, después de padecer ahora reina para siempre; y viendo que es el
mismo camino de testimonio que han experimentado muchos hermanos nuestros,
con la mirada fija en Dios, luchemos constantemente por dar testimonio de
nuestra fe sin jamás avergonzarnos del Señor, aun cuando seamos objeto de burla,
de persecución y de muerte, pues desde la Resurrección de Cristo, sabemos que,
no la muerte, sino la vida, tiene la última palabra.
Jesús es "el Señor". La historia que vemos aquí se repetirá más tarde: dado
que Jesús era comandante en jefe de los cristianos, éstos se vieron envueltos en
muy serias dificultades al negarse a poner incienso sobre el altar del César. Porque
también el César reivindicaba el título de comandante, de kyrios. Esta simultánea
pretensión por parte de Jesús y del César a un mismo titulo resultaba,
políticamente, muy peligrosa. Las personas que proclamaban que semejante título
pertenecía con todo derecho a Jesús se convertían automáticamente en
insurreccionarios políticos. Hoy, en cambio, nadie es arrestado por negarse a
poner incienso sobre un altar; eso ya no molesta a las autoridades. ¿Cómo sería,
pues, posible ahora el hacer una confesión de fe que comprometa y desafíe a las
autoridades políticas de nuestra sociedad actual, de la misma manera que aquella
confesión de los cristianos primitivos desafiaba a los gobernantes de su tiempo?
(“Eucaristía 1983”).
Dostoievski se enfrentaba a Jesús Rey para decirle: "Si hubieras cogido la
espada y la corona, todos se hubieran sometido a ti de buen grado. En una sola
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Vida más allá de la muerte
mano hubieras reunido el dominio completo sobre las almas y los cuerpos, y
hubiera comenzado el imperio de la eterna paz. Pero has prescindido de esto...
No bajaste de la cruz cuando te gritaron con burla y desprecio: ¡Baja de la
cruz y creeremos que eres el Hijo de Dios! No bajaste, porque no quisiste hacer
esclavos a los hombres por medio de un milagro, porque deseabas un amor libre
y no el que brota del milagro. Tenías sed de amor voluntario, no de encanto
servil ante el poder, que de una vez para siempre inspira temor a los esclavos.
Pero aún aquí los has valorado demasiado, puesto que son esclavos -te lo digo-,
habiéndolos creado como rebeldes...
Si hubieras tomado la espada y la púrpura del emperador, hubieses
establecido el dominio universal y dado al mundo la paz. Pues, verdaderamente:
quién puede dominar a los hombres, sino aquellos que tienen en su mano sus
conciencias y su pan" ("Los hermanos Karamazoff").
La perspectiva bíblica -y quizá el actual camino pedagógico- parte del Reino
para descubrir después al Rey, y unir finalmente Reino y Rey. Es decir, primero es
preciso que exista un anhelo por el Reino, una esperanza, quizá una lucha,
aunque inevitablemente parciales por humanos. Sólo quien anhela este Reino (de
verdad, vida, etc.) puede descubrir en Jesús al Rey. Una vez se ha descubierto en
JC al Rey del Reino, uno y otro adquieren su solidez en la fe del creyente. Y éste
puede llegar a descubrir la identificación que existe -en un universo personalizado
como contemporáneamente intuyó Theihard de Chardin y bíblicamente había
intuido ya Pablo de Tarso- entre el Reino y el Rey (Joaquín Gomis).
Dan (3,68-74) nos dice que hay momentos en que el amor a Dios se inflama
en el corazón del hombre. Para entonces todo sonríe y uno se siente amado por
el Amado. Parece uno caminar entre algodones, y por muy fuertes que sean las
persecuciones, uno está dispuesto a darlo todo por el Señor. Pero de repente todo
ese sentimiento se derrumba y la imaginación misma deja de funcionar; pareciera
que el rocío, la nieve, el hielo, el frío, la noche y las tinieblas se han apoderado de
nuestro ser. Pareciera que todo ha perdido sentido y deja uno de caminar en el
goce de Dios y de su cielo, y vuelve uno a la tierra en medio de angustias y de
momentos difíciles y amargos que meten, incluso, dudas en la cabeza acerca de
que si el Señor le sigue a uno amando, o si se alejó y nos dejó en la más terrible
de las soledades. ¡Alerta! El Señor siempre está a nuestro lado. En esos momentos
no podemos caer en la rutina, pues estaríamos al borde del abandono de nuestra
fidelidad a Él. Hay que orar, aun cuando la oración sepa a pasto seco y no
satisfaga el corazón. Rocíos y nevadas, bendigan al Señor; hielo y frío, bendigan al
Señor; heladas y nieves, bendigan al Señor; noches y días, bendigan al Señor; luz y
tinieblas, bendigan al Señor; rayos y nubes, bendigan al Señor; tierra, bendice al
Señor. Que esta sea nuestra confesión de fe en el Señor en esos momentos en que
lo sentimos lejos y en que todo pareciera haber perdido sentido.
En Lc (21,20-28) es la tercera vez que Jesús anuncia, con pena, la destrucción
de Jerusalén: "serán días de venganza... habrá angustia tremenda, caerán a filo de
espada, los llevarán cautivos a todas las naciones: Jerusalén será pisoteada por los
gentiles". También aquí Lucas mezcla dos planos: éste de la caída de Jerusalén -
que probablemente ya había sucedido cuando él escribe- y la del final del mundo,
la segunda venida de Cristo, precedida de signos en el sol y las estrellas y el
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Esperanza y salvación
estruendo del mar y el miedo y la ansiedad "ante lo que se le viene encima al
mundo". Pero la perspectiva es optimista: "entonces verán al Hijo del Hombre
venir con gran poder y gloria". El anuncio no quiere entristecer, sino animar:
"cuando suceda todo esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra
liberación".
Las imágenes se suceden una tras otra para describirnos la seriedad de los
tiempos futuros: la mujer encinta, la angustia ante los fenómenos cósmicos, la
muerte a manos de los invasores, la ciudad pisoteada. Esta clase de lenguaje
apocalíptico no nos da muchas claves para saber adivinar la correspondencia de
cada detalle. Pero por encima de todo, está claro que también nosotros somos
invitados a tener confianza en la victoria de Cristo Jesús: el Hijo del Hombre
viene con poder y gloria. Viene a salvar. Debemos "alzar la cabeza y levantarnos",
porque "se acerca nuestra liberación". Sea en el momento de nuestra muerte, que
no es final, sino comienzo de una nueva manera de existir, mucho más plena. Sea
en el momento del final de la historia, venga cuando venga (mil años son como
un día a los ojos de Dios). Entonces la venida de Cristo no será en humildad y
pobreza, como en Belén, sino en gloria y majestad. Levantaos, alzad la cabeza.
Nuestra espera es dinámica, activa, comprometida. Tenemos mucho que trabajar
para bien de la humanidad, llevando a cabo la misión que iniciara Cristo y que
luego nos encomendó a nosotros. Pero nos viene bien pensar que la meta es la
vida, la victoria final, junto al Hijo del Hombre: él ya atravesó en su Pascua la
frontera de la muerte e inauguró para sí y para nosotros la nueva existencia, los
cielos nuevos y la tierra nueva (J. Aldazábal).
El historiador judío, Flavio José, habla de un millón cien mil muertos durante
esta guerra, y noventa y siete mil prisioneros cautivos.
-¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! porque habrá una
gran calamidad en el país y un castigo para ese pueblo. Caerán a filo de espada,
los llevarán cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los
paganos... Al predecir la espantosa desgracia nacional de su pueblo, Jesús no tiene
nada de un fanático que clama venganza. Sus palabras son de dolor. Es
emocionante verle llorar por las pobres madres de ese pueblo que es el suyo.
-Jerusalén será pisoteada por los paganos... hasta que la época de los paganos
llegue a su término. Jesús parece anunciar un tiempo para la evangelización de los
paganos. A su término, Israel podrá volver a Cristo a quien rechazó entonces. Esta
es la plegaria y la esperanza de san Pablo (Rm 11,25-27) compartida con san Lucas
(Lc 13,35) ¿Comparto yo esa esperanza?
-Aparecerán señales en el sol, la luna y las estrellas. En la tierra se angustiarán
las naciones por el estruendo del mar y de la tempestad. Los hombres quedarán
sin aliento por el miedo, pensando en lo que se le viene encima al mundo,
porque hasta los astros se tambalearán. Es el lenguaje corriente del género
apocalíptico. Según la concepción de la época, los tres grandes espacios: cielo,
tierra y mar... serán trastornados. El caos se abate sobre el universo. (Comparar
con Is 13,9-10; 34,3-4 donde esas mismas expresiones en imágenes son empleadas
en la caída de Babilonia).
-Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y
majestad. ¿Sin que nos demos cuenta, se ha pasado a otra profecía, esta vez la del
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Vida más allá de la muerte
"fin del mundo"? Algunos exégetas lo creen. Otros piensan que Jesús continuaba
hablando de la destrucción de Jerusalén: el Hijo del hombre "viene", a través de
muchos sucesos históricos, en particular de éste que vio el aniquilamiento del
culto del Templo... el culto verdadero proseguía en torno al Cuerpo de Cristo, en
la Iglesia, nuevo Templo de Dios (Noel Quesson).
Cristo Rey del universo, en un Reino eterno y universal, Reino de la verdad y
la vida, Reino de santidad y gracia, Reino de justicia, de amor y de paz. El rechazo
de Cristo por parte de los judíos es la misma actitud que encontramos a lo largo
de la historia en todos aquellos que no quieren recibir a Cristo, que no admiten
sujetarse a la Ley de Dios y quieren organizar sus vidas al margen de Dios. Ponen
antes sus intereses y sus pasiones y dejan a Dios en un segundo plano, o
prescinden de Él en la práctica. Quieren repetir la actitud de nuestros primeros
padres que quisieron ser como dioses, pero "sin Dios, antes que Dios y no según
Dios" (S. Máximo) y siguen repitiendo aquella frase del Evangelio: “No queremos
que éste reine sobre nosotros” (Lc 19,14). No logran entender la profundidad
divina del reinado de Cristo. Pero no pensemos que ese rechazo se da solo en los
que públicamente reniegan de Cristo o hacen profesión de agnósticos; debemos
analizar hasta qué punto nosotros también nos oponemos al reinado de Cristo en
el mundo y en nosotros mismos. Para eso, debemos entender de qué reino de
trata. Jesús recibe la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías y
le anuncia de inmediato la próxima pasión del Hijo del Hombre.
La humildad es la puerta de entrada y condición indispensable para
pertenecer a este Reino. En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los
niños no entraréis en el Reino de los Cielos. [4] Pues todo el que se humille como
este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos (Mt 18).
No caben, por tanto los que no sigan la ley de Dios, y en especial, los
soberbios, pues la soberbia está en la raíz de todo pecado. ¿Acaso no sabéis que
los injustos no heredarán el Reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni
los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones,
ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los rapaces heredarán el
Reino de Dios (1 Cor 6,9-10).
Y habrá pecadores arrepentidos, que han creído en el Hijo de Dios y han
actuado en consecuencia con su fe. Díceles Jesús: En verdad os digo que los
publicanos y las meretrices os preceden en el reino de Dios. [32] Porque vino
Juan a vosotros por el camino de la justicia, y no habéis creído en él, mientras que
los publicanos y las meretrices creyeron en él. Pero vosotros, aun viendo esto, no
os habéis al fin arrepentido, creyendo en él.
Pero nos debemos preguntar: ¿dónde debe reinar Cristo Jesús? Debe reinar,
primero en nuestras almas. Debe reinar en nuestra vida, porque toda tiene que ser
testimonio de amor. ¡Con errores! No os preocupe tener errores.... ¡Con
flaquezas! Siempre que luchemos, no importan. ¿Acaso no han tenido errores los
santos que hay en los altares? (san Josemaría). Pero es necesario esforzarse para
poder entrar. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos
padece violencia, y los esforzados lo conquistan (Mt 11,12).

404
Esperanza y salvación
3. “Vi venir en las nubes del cielo como un hijo de
hombre”
(Viernes de la 34ª semana): Daniel (7,2-14) tiene una "visión nocturna" con
cuatro animales, cuatro imperios sucesivos: el babilonio, el de los medos, el de los
persas y el griego, de Alejandro y sus sucesores seléucidas, con sus "diez cuernos",
tantos como reyes de aquella dinastía. Y a continuación: el trono de Dios, los
miles y miles de seres que le aclaman y, finalmente, la aparición de "una especie
de hombre que viene entre las nubes del cielo: a él se le dio poder, honor y reino.
Su reino no acabará". De aquí viene el nombre de "Hijo del Hombre" referido en
lo sucesivo al futuro Mesías, y que al mismo Jesús le gustaba aplicarse. "Una
especie de hombre", "uno con la apariencia de hombre". "Un hijo de hombre". Es
un nombre que los evangelios dan más de ochenta veces a Jesús. Jesús, el Mestas,
es el que sabe interpretar la historia, el que -como dirá el Apocalipsis- puede "abrir
los sellos del libro", el que recibe el reino perpetuo y aparecerá al final como Juez
supremo de la humanidad. La lectura de Daniel nos ayuda a situarnos en una
actitud de mirada profética hacia el futuro, al final de los tiempos, con el reinado
universal y definitivo de Cristo, el Triunfador de la muerte, como celebramos el
domingo pasado en la solemnidad de Cristo, Rey del Universo, y que seguiremos
haciendo durante el Adviento. Jesús, delante del tribunal del Sumo sacerdote,
Caifás -quien conocía también esa profecía- aplicó este texto a Sí mismo,
reivindicando así la «igualdad con Dios»... tomando el título de «Hijo del
hombre»... anunciando su «venida sobre las nubes del cielo». Y esto le valdrá su
condenación a muerte por blasfemo.
-La noche... Tuve una visión: cuatro vientos del cielo... El gran mar... Cuatro
bestias enormes: un león... un oso... un leopardo... una bestia con diez cuernos y
con dientes de hierro... No nos apresuremos a pasar por alto esas imágenes,
tachándolas de infantiles. Se expresa en ellas una profunda filosofía de la Historia:
la sucesión de los reinos terrestres ateos -que no reconocen al verdadero Dios- es
una sucesión de regímenes inhumanos, en los que la crueldad y el dominio se
ejercen en detrimento de los hombres. Daniel sabía algo de ello puesto que vivía
bajo el terrible reino de Antíoco Epifanes, el cual quería doblegar a todo el pueblo
e imponerle un modo de vida... falto de respeto por la libertad y la dignidad
profunda del hombre. La tentación de «dominar», de «aplastar», de "doblegar", de
«imponer», de «asustar», de "usar la fuerza"... ¿se encuentra también de algún
modo en mí? En la vida conyugal, en la vida profesional, en las discusiones y
conversaciones, en las tomas de posición, en las relaciones humanas... ¿Cómo me
comporto? ¿Amor o fuerza? ¿Diálogo o certidumbre sectaria? ¿Búsqueda paciente
con los demás... o imposición de mi punto de vista? La tentación del «poder», la
dialéctica del «amo y del esclavo» llega hasta aquí. No se da sólo en las relaciones
económicas, se encuentra ya «en el corazón del hombre». Cambia, Señor, nuestros
corazones y mentalidades.
-Continué mirando y vi unos tronos dispuestos y «un Anciano» se sentó... El
tribunal se sentó también y se abrieron los libros: la «bestia» fue muerta... Y a las
otras bestias se les quitó el dominio... Es el Juicio de Dios sobre la Historia. Daniel
anuncia el próximo fin de los «grandes Imperios» terrestres, el último de los cuales

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Vida más allá de la muerte
tiraniza al pueblo de Dios. «A las otras bestias se les quitó el dominio». Si esto
fuese verdad, Señor! ¡Si fuese verdad que los poderes humanos nunca más fuesen
«malos» y no abusasen nunca más de su fuerza! Por desgracia, sabemos que la
Historia vuelve a empezar. Pero el Juicio también comienza de nuevo,
permanentemente. Cambia nuestros corazones, Señor.
-Yo seguía mirando y vi venir sobre las nubes del cielo, como un Hijo de
hombre. ¡He ahí la verdadera «esperanza»! No solamente una liberación política o
económica, por necesaria que ésta sea... sino una liberación interior, el "reino de
Dios" mediante de un «Hijo del hombre".
-A El se le dio "el imperio, el honor y el reino": todos los pueblos, naciones y
lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno y nunca pasará. Tú, Señor
Jesús, has reivindicado ser ese «Hijo de hombre»... que viene "sobre las nubes del
cielo" lo que es propio de los seres celestes. El viene más del cielo que de la tierra.
Ya no es un «mesías», solamente terrestre, cuyo "reino" no es como los demás. «Si
mi reino fuese de este mundo, mis soldados hubiesen luchado por mí, a fin de que
no fuese yo entregado» (Jn 18,36).
- Y sin embargo, es «como» un hijo de hombre, ¡pobre y sufriente! (Noel
Quesson).
Esta semana es como una glosa del Evangelio de Cristo Rey… Tenemos que
reconocer y aceptar, de una vez por todas, que el Reinado de Cristo no es un
reinado etéreo, reducido al ámbito de lo meramente psicológico e individual, sino
que es una realidad que pretende conseguir la transformación radical del mundo.
Cristo es un Rey Liberador, porque nos libera (si nos dejamos, por supuesto) de
todo aquello que nos impida ser realmente hombres: -Frente al afán consumista
que nos desvela y nos impide vivir con una relativa paz, Jesús nos recuerda que
los ricos ya han recibido su consuelo (Lc 6, 24), que quien pone el valor de su
vida en lo que posee es un insensato (Lc 12, 19-20). El hombre vale por lo que
vale aquello a lo que se ata; si se ata a las cosas que se pagan, su precio es el
dinero. Jesús nos enseña a buscar el Reino y su justicia.
-Frente a las estructuras que intentan reducir al hombre a un producto en
serie, Jesús deja bien claro que leyes y estructuras están al servicio del hombre y
no al revés; el testimonio evangélico no se da a base de una buena organización:
"destruid este templo, y en tres días lo reedificaré" (Jn 2,19); el Espíritu y la
libertad, no las leyes, son la base de la actuación del hombre.
-Frente a los prejuicios que destruyen la paz del hombre, Jesús no tiene
inconveniente en comer con publicanos y pecadores sin hacer caso de las críticas
de "los buenos" (Mc 2,15), o en hablar con los samaritanos (Jn 4,6-9), las mujeres
(Lc 8,1-3) y los extranjeros (Mc 7,31).
-Frente a la violencia que siembra de sangre la geografía de nuestro planeta,
Jesús nos propone la libertad de quien es capaz de romper con la espiral de
violencia, que nunca termina, y devuelve bien por mal (Mt 5,28 ss). Cuando llegó
el caso, Jesús supo atacar, pero sin odio ni violencia, que es lo que esclaviza al
hombre.
-Frente al miedo que paraliza al hombre y lo reduce a una marioneta, Jesús
propone la libertad del amor; ni miedo a Dios, porque es Padre bueno; ni miedo
a los hombres, porque son hermanos; el cristiano no puede tener miedo a nada ni
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Esperanza y salvación
a nadie, porque sabe que es Dios mismo quien dirige la historia hacia su
culminación universal (Lc 12, 32); ni tan siquiera a la muerte, porque Cristo ha
triunfado sobre ella.
-Frente a la esclavitud de buscar el éxito fácil, tan frecuente en nuestro
tiempo, Jesús propone buscar el único éxito que merece la pena: el del Reino de
Dios; ante la posibilidad de convertir piedras en panes, Jesús recuerda que no sólo
de pan vive el hombre, sino de la Palabra de Dios (Mt 4, 3ss). Los éxitos fáciles lo
más que consiguen es ser respuesta a necesidades inmediatas; ahora bien, el
hombre se encadena a la primera solución que se presente, arreglando así una
pequeña parte de su problema, y no le queda ya más libertad para hacer frente a
las cosas en su profundidad.
-Frente a la esclavitud del mal, en cualquiera de sus formas, Jesús se presenta
como el liberador que trae el Reino del bien y da a los suyos la posibilidad de
seguir haciendo el bien: pecado, enfermedad, demonios, soledad..., de todo ello
queda libre el hombre que, con confianza, se pone en manos de Jesús. Es cierto
que Jesús no hace desaparecer el mal "como por arte de magia"; pero Jesús se
revela como el Señor que domina el mal, que puede darle una solución, una
respuesta, una salida.
-Frente a la esclavitud del sufrimiento, Jesús anuncia la llegada del día en el
que los ciegos vean, los cojos caminen, los sordos oigan, los encarcelados vean la
luz del sol, los pobres escuchen la buena noticia (Lc 4, 16-21); es verdad que el
sufrimiento no ha desaparecido, que sigue siendo cosecha abundante en nuestro
mundo; pero ahora vemos hasta dónde puede conducir, cuál es su valor y su
sentido y qué es lo que ha ocurrido con el sufrimiento en el mundo.
-Frente a la esclavitud de la muerte, que se enseñorea de todos los hombres,
antes o después, quieran o no quieran, Pablo nos recuerda que el bautizo que nos
vinculaba a la muerte de Jesús nos sepultó con él para que, así como él resucitó
triunfando sobre la muerte y rompiendo definitivamente sus cadenas, también
nosotros podamos empezar una vida nueva, una vida sin verdadera muerte (Rm
6,3-4).
-Frente a la esclavitud de ver el mundo sin futuro, sin salida, nosotros
afirmamos en nuestra fe que Jesús ha dado comienzo a un mundo nuevo en el
que ya no habrá ni luto, ni llanto, ni muerte, ni dolor pues lo de antes ha pasado
y Dios lo hace todo nuevo (Ap 21,3-5). Los sufrimientos de la condición humana
son los sufrimientos de un alumbramiento, el cual debe dar a luz una vida nueva y
sin fin; nuestras penalidades y sacrificios no nos llevan al sinsentido y al absurdo,
sino a la liberación y a la consecución de una vida nueva (Mc 13,8).
Jesús es el liberador soberano y universal; su Reino es un Reino de libertad y
vida; sin liberación no puede haber vida, y sin vida la liberación no es nada.
Nosotros, discípulos de este hombre y Dios que es Jesús y que nos ha traído la
LIBERTAD, no podemos reducir su misión, su tarea y su mensaje a una "simple
religión", como muchas veces hemos hecho. Hace ya años que Loisy hizo su
afirmación; "Jesús predicaba el Reino de Dios y llegó la Iglesia", y en cierto sentido
la polémica aún sigue en pie. En la Iglesia hay muchos que, a veces, son más
eclesiásticos que eclesiales, más preocupados por sí mismos que por su misión. Y
no podemos olvidar que la Iglesia es el medio, y el Reino la meta final. La Iglesia
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Vida más allá de la muerte
está al servicio del Reino y, por tanto, no se puede absolutizar ni cerrar en sí
misma. Esta semana de Cristo Rey, recordemos una vez más cómo es su Reino y
cuál es nuestra responsabilidad en él. Y, como Iglesia, busquemos el Reino de Dios
y justicia, con la convicción de que todo lo demás se nos dará por añadidura (Luis
Gracieta).
Dice el Catecismo 2816: “El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en
el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y
la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Última Cena y por la
Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando
Jesucristo lo devuelva a su Padre: ‘El reino de Dios implica por tanto en cada uno
de nosotros un compromiso personal que nos debe llevar a buscarlo con todas
nuestras fuerzas: es la perla escondida y el tesoro que requiere venderlo todo para
comprarlos. Eso quiere decir que en nuestra vida todo lo debemos enfocar a
cumplir la Voluntad de Dios, que se nos manifiesta a través de las circunstancias
concretas en que Dios nos ha colocado y que debemos seguir con generosidad,
olvidándonos de nosotros mismos, pues con egoísmo no entramos.
Todos los días le pedimos a nuestro Padre Dios: "venga a nosotros tu reino",
pero sólo lo podemos decir con verdad si nuestro corazón es puro y queremos
que verdaderamente Él reine en nosotros.
El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras,
puede decir a Dios: '¡Venga tu Reino!' (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5,
13)”.
Con la ayuda de nuestra Madre, Reina, podremos luchar y esforzarnos para
vivir como súbditos de Cristo Rey y llegar a poseer el Reino que Él nos ha
prometido si nos esforzamos.
En Dan. 3, 75-81 todo debe unirse a la alabanza hecha al Nombre de Dios,
pues Él se ha convertido en nuestro Salvador. Si toda la tierra ha contemplado la
Victoria de nuestro Dios, que todas las naciones bendigan su Santo Nombre.
Aquella armonía, perdida a causa del pecado, ahora vuelve a acompañarnos a
través de nuestra vida, pues el Señor nos ha dado su paz. A nosotros corresponde
conservar e incrementar esa convivencia serena con todas las criaturas y no
destruirlas a causa de nuestros intereses mezquinos. Todo está al servicio del
hombre, pero debe ser utilizado, no como una explotación enriquecedora
egoístamente, sino con la responsabilidad que nos lleva a respetar los recursos de
la naturaleza, que Dios ha puesto en nuestras manos. Así, por medio del hombre
redimido, la redención de Cristo alcanza a todas las criaturas que, unidas al
hombre, bendicen al Señor.

“Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de
Dios”: Lucas (21,29-33) nos exhorta a que estemos atentos a la venida del Señor
a nuestra historia. Porque cada momento de nuestra vida es un "kairós", un
tiempo de gracia y de encuentro con el Dios que nos salva. -Cuando empiece a
suceder esto poneos derechos y alzad la cabeza... La Iglesia anda «encorvada»
bajo el peso de las pruebas y de las persecuciones, Jesús le pide de enderezarse, de
alzar la cabeza. Lo que, para mucha gente, aparece como una destrucción y un

408
Esperanza y salvación
juicio terribles, para los creyentes, por el contrario, debe aparecer como el
comienzo de la salvación...
-Porque vuestra redención está cerca. Esta palabra, tan frecuente en san Pablo
(Co 1,30; Rm 3,24; 8,23; Col 1,14) sólo es usada en esas citas, y en ninguno de los
evangelios. El término «redención» procede del latín «redemptio»; mejor sería
traducirlo directamente del griego «apolutrôsis» por el término «liberación».
"¡Vuestra liberación está cerca!" Señor, ayúdame a considerar todo acontecimiento
de la historia, como una etapa que me acerca a la «liberación».
-Y les puso una comparación: Fijaos en la higuera o en cualquier otro árbol:
Cuando echan brotes, os basta verlos, para saber que el verano ya está cerca. Me
agrada esa comparación. Un árbol en primavera. ¿Qué hay de más hermoso?, ¿de
más prometedor? Me imagino una higuera o un manzano lleno de brotes tiernos.
Después del invierno es una promesa del verano. Guardo unos momentos esta
imagen en mi imaginación. Para Jesús la cercanía del «fin» es un acercarse a la
primavera. ¡El verano está cerca! La Pasión empezará dentro de unos días (Lc 22).
Cuando esos sucesos anunciadores del fin de Jerusalén, del fin del mundo, de
vuestro fin personal... comenzarán, ¡enderezaos, levantad la cabeza, porque
vuestra liberación está cerca, viene el verano! Del mismo modo, también
vosotros, cuando veáis que suceden todas estas cosas, sabed que el reino de Dios
está cerca.
-«Los hombres se morirán de miedo en el temor de las desgracias que
sobrevendrán en el mundo». «Vosotros, ¡enderezaos! ¡El Reino de Dios está cerca!»
Prácticamente en Palestina no hay primavera, de tal modo es rápido el paso del
invierno al verano: ¡toda la naturaleza florece de una vez! Con esto, Jesús da a
sus amigos unas imágenes de la muerte... y del fin del mundo. De otra parte
distingue netamente a los creyentes de los demás hombres que están espantados.
Más que contestar a la pregunta de sus amigos sobre la fecha de la destrucción del
Templo, Jesús les indica las actitudes que deben tomar. "De lo que estáis
contemplando, días vendrán en los que no quedará piedra sobre piedra".
-Maestro, ¿cuándo sucederá?- Cuando esto suceda, enderezaos» La primera
actitud ante los anuncios escatológicos, es... ¡la esperanza!
-El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán... La segunda
actitud, es... ¡la confianza! La certeza de que Dios no puede fracasar, que las
palabras divinas son sólidas, no son frágiles, ni caducas. En el DÍA de HOY, ¿dan
los cristianos testimonio de esa seguridad tranquila de la que Jesús daba prueba,
pocos días antes de su muerte? ¡Señor, danos una fe más sólida! (Noel Quesson).
Dos pensamientos muy típicos de la literatura apocalíptica: el milenarismo y
la predestinación. Sin embargo, el juicio se decide, fundamentalmente, por las
obras que quedan evidentes en este momento de Revelación. Toda esta escena es
de gran tensión y expectativa. Pareciera que el tiempo de castigo ha llegado y que
nada quedará en pie. Sin embargo, lo que perdura, lo que resiste a “la cólera de
Dios”, son las obras de los justos y la actitud de no haber adorado a la Bestia. La
vida coherente, podríamos decir hoy. La fe se demuestra en obras, también
podríamos decir. En definitiva, una vida creyente que se arriesga y se enfrenta al
poder que se ha idolatrizado, una fe que solamente rinde culto al Dios de la Vida,
y que no teme morir por vivir de acuerdo al evangelio. El juicio, empero, tiene un
409
Vida más allá de la muerte
final que no se agota en la discriminación de los salvados o los condenados, sino
que se abre a una nueva imagen, tan cargada de simbolismos como de emoción.
La historia culmina en un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva, es decir, en una total
novedad de la creación. Todo es nuevo, todo está redimido, todo es puro y
bueno. Ya no habrá más aguas contaminadas, ni tierra con desecho nuclear, ni aire
carbonizado; ya no habrá más extinción de especies, ni recalentamiento del
planeta; ya desapareció el agujero de Ozono o las radiaciones; ya no hay más
niños deformes como consecuencia de experimentos atómicos. Ahora TODO ES
NUEVO. Pero no queda aquí la cosa. El final no es solamente la salvación o
condenación de los mortales, ni tampoco la re-creación del cielo y la tierra. Hay
más. Dios se casa con su pueblo. Todo el Amor, toda la Misericordia, toda la
Vida, se desposa con su pueblo sufriente y expectante, y lo recibe en su alcoba, en
donde descansará de tanto trajín. El pueblo, ese buscador de felicidad, por fin se
ha encontrado con el Amado del Cantar de los Cantares, y ha quedado pleno de
su Vida. ¿Podemos dejar de soñar y emocionarnos pensando en este momento?
¿No nos mueve la fe a creer que UN DIA todo esto puede ser posible? Y ante esta
imagen no queda otra cosa que simplemente esperar que suceda. Porque nada de
lo que vemos parece que esté llevando hacia este final. Al contrario. Los
mercaderes de este tiempo parecen estar salvados de cualquier amenaza, nuestro
hogar (la tierra) se ha transformado en un gran basurero, y Dios parece que se ha
ido de nosotros. Frente a la Palabra de Dios del Apocalipsis y frente a la situación
de vida, sólo nos queda creer, simple y crudamente, lo que Dios nos promete
(servicio bíblico latinoamericano).
Un aforismo medieval dice: "Rey que no tiene amigo es como un mendigo".
Esta vida no está hecha para solitarios. El cielo nuevo es para ser compartido. La
tierra nueva es para ser labrada juntando las manos en la tarea de desbrozar la
mala hierba. A esto se refiere lo de la higuera… En el evangelio se nos advierte,
usando una comparación botánica, de la proximidad del reinado de Dios. Llama
la atención el cambio respecto a los textos paralelos de Mateo y Marcos. Ellos
hablan del fin del mundo. Lucas, en cambio, se refiere a la proximidad del reino
en relación con la predicación de Jesús. El fragmento que meditamos hoy
contiene, pues, una parábola (la de la higuera), una aplicación dos pequeños
dichos de Jesús, traídos probablemente de otros contextos. Jesús invita a fijarnos
en la higuera o en cualquier árbol de hoja caduca. Cuando observamos que echa
brotes caemos en la cuenta de que la primavera está cerca. Si somos capaces de
observar esto, también podemos saber que cuando sucedan "estas cosas" el reino
de Dios está ya cerca. Se trata, pues, de una realidad que no irrumpe
abruptamente sino que se va abriendo paso como la savia que hace brotar hojas
nuevas en los árboles tras los rigores del invierno. Los dichos se refieren a la
inminencia de este proceso ("antes que pase esta generación") y a la seriedad del
mensaje que Jesús anuncia ("mis palabras no pasarán"). Hay que estar atentos a las
señales de los tiempos y de los lugares; son elocuentes para indicarnos algo de la
voluntad de Dios sobre nuestras vidas. El Concilio Vaticano II retomó con fuerza
el tema de los "signos de los tiempos": "es deber permanente de la Iglesia escrutar
a fondo los signos de los tiempos. Es necesario comprender el mundo en que
vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones" (GS 4). En el fondo, no debemos esperar
410
Esperanza y salvación
encontrar la fecha de cumplimientos de profecías viejas o premoniciones
presentidas: es la cercanía o lejanía del Reino (v. 31) lo que nosotros podemos y
debemos discernir de entre los signos de los tiempos (Josep Rius-Camps).
En Lc 21, 29-33 se habla de: Los signos de los tiempos que anuncias la
cercanía del Reino, dentro del discurso apocalíptico de Jesús. Conviene ver la
estructura de todo el discurso, para no perdernos. El texto de hoy responde al
'cuándo' sucederán todas estas cosas. Se hace una distinción entre la ‘cercanía’ del
Reino de Dios (texto de hoy: vv. 29-33) y la ‘venida’ del Día del Hijo del
Hombre (texto de mañana: vv. 34-36). La respuesta al cuando es diferente si se
trata de la cercanía de Reino o si se trata del Día del Hijo del Hombre. No hay
que confundir. La cercanía del Reino de Dios no es algo repentino e inesperado,
sino un proceso histórico que se da a lo largo de todo el tiempo presente. Es
necesario, sin embargo, descubrir los signos de su llegada. Jesús utiliza la imagen
de la higuera y todos los árboles. Cuando echan brotes, el verano está cerca.
Igualmente podemos discernir los signos que anuncian la llegada del Reino de
Dios. Es lo que hoy llamamos los signos de los tiempos. También podemos
discernir los signos de la llegada del Reino de Dios. La frase del v. 32 es
desconcertante: "Les aseguro que antes que pase esta generación todo se
cumplirá". 'Esta generación' puede ser la generación, posterior a la Resurrección de
Jesús y antes de la Parusía. También puede tener el sentido, no cronológico sino
teológico, de la generación de los que viven la cercanía del Reino de Dios.
Sabemos que el Reino de Dios llegará en su plenitud con la Parusía de Jesús. El
Apocalipsis de Juan nos dice claramente, que cuando Jesús se manifieste,
resucitarán los mártires y reinarán mil años con Jesús (Ap 20, 1-6). Se trata de la
realización sobre la tierra del Reino de Dios, mil años antes del Juicio final. El
número 'mil' es simbólico, pero la realización del Reino es real e histórica, aunque
trascendente, por estar más allá de la muerte de los mártires y mas allá de la
Parusía de Jesús. Ahora bien, esa realización plena del Reino de Dios puede ser
desde ahora adelantada y celebrada cada vez vivimos algo de ese Reino hoy en
nuestra historia. Hay miles de acciones y testimonios donde ya vamos
adelantando el Reino. Esa el la generación de los mártires que desde ya descubren
la cercanía del Reino y tratan de vivirla en nuestro presente. Lo que se nos exige
es estar atentos a los signos de los tiempos donde se hace visible esa cercanía del
Reino de Dios. Es una actitud permanente de discernimiento.
Sobre la frase "la generación ésta”: según S. Jerónimo, aludiría a todo el
género humano; según otros, al pueblo judío, o sólo a los contemporáneos de
Jesús que verían cumplirse esta profecía en la destrucción de la ciudad santa.
Fillion, considerando que en este discurso el divino Profeta se refiere
paralelamente a la destrucción de Jerusalén y a los tiempos de su segunda Venida,
aplica estas palabras en primer lugar a los hombres que debían ser testigos de la
ruina de Jerusalén y del Templo, y en segundo lugar a la generación "que ha de
asistir a los últimos acontecimientos históricos del mundo", es decir, a la que
presencie las señales aquí anunciadas. En fin, según otra bien fundada
interpretación, que no impide la precedente, "la generación ésta" es la de fariseos,
escribas y doctores, a quienes el Señor acaba de dirigirse con esas mismas palabras
en su gran discurso del capítulo anterior. Un notable estudio sobre este pasaje,
411
Vida más allá de la muerte
publicado en "Estudios Bíblicos", de Madrid, ha observado que "el Discurso
escatológico no tiene sino un solo tema central: el Reino de Dios, o sea, la Parusía
en sus relaciones con el Reino de Dios. Que "la respuesta del Señor (Luc 21,8 s; Mc
13,5 s) como en Mt (24,4 s) y el cotejo de su demanda (de los apóstoles) con la
del primer Evangelio, nos certifican que, efectivamente, de sólo ella
principalmente se trata" y que "la intención primaria de la pregunta era la Parusía
soñada", por lo cual "que el tiempo se refiere directamente a la Parusía es por
demás manifiesto" y "en la parábola de la higuera se nos dice que cuando
comience a cumplirse todo lo anterior a la Parusía veamos en ello un signo
infalible de la cercanía del Triunfo definitivo del Reino"; que la expresión todo
esto significa todo lo descrito antes de la Parusía; que el triunfo del Evangelio
encontrará "toda clase de obstáculos y persecuciones directas o indirectas" y que a
su vez "la generación esta" implica limitación, presencia actual, y "tiene siempre,
en labios del Señor, sentido formal cualificativo peyorativo: los opuestos al
Evangelio del Reino (como en el Ant. Test. los opuestos a los planes de Yahvé)".
Cita al efecto los siguientes textos, en que Jesús se refiere a escribas, fariseos y
saduceos: Mat. 11, 16; Luc. 7, 11; 12, 39; 41, 42, 45; Marc. 8, 12; Luc. 11, 29; 30,
31, 32; Mat. 16, 4; 17, 17; Marc. 9, 19; Luc. 9, 41; 23, 36; Luc. 11, 50, 51; Marc. 8,
38; Luc. 16, 8; 17, 25. Y concluye: "De todo lo cual parece deducirse que la
expresión la generación esta es una apelación hecha para designar una
colectividad enemiga, opuesta a los planes del Espíritu de Dios, que inicia la
guerra al Evangelio ya desde sus comienzos (Mat. 11, 12; Luc. 16, 16; Mat. 23, 13;
Juan 9, 22, 34, 35 y en general a través de todo el Evangelio); el "semen diaboli"
(Gen. 3, 15; cf. Juan 8, 41, 44, 38, etc.), en su lucha con el "semen promissum"
(Gen. 3, 15 comp. Gal. c. 3, especialmente 16 y 29)".
Ojalá y la Palabra de Dios llegue en nosotros a su cumplimiento. Pues sólo el
hombre es el único capaz de evitar que esa Palabra se haga realidad entre
nosotros. Cuando el hombre vive de espaldas a Dios, su Palabra, no cumplida en
nosotros a causa de nuestra cerrazón a ella, en lugar de salvarnos se nos
convertiría en Palabra que nos juzgue y condene. Y el Señor ha venido como
Salvador, como Dios entrañablemente misericordioso para con nosotros. Ojalá y
escuchemos hoy su voz y no endurezcamos nuestro corazón ante Él. Que la Iglesia
de Cristo dé abundantes frutos de salvación, porque sus obras pongan de
manifiesto la fecundidad del Espíritu, que ha sido derramado en nuestros
corazones. Entonces, cuando el Señor llegue para llevarnos con Él, no seremos
condenados, sino introducidos a su presencia para gozar eternamente de los
bienes, que ha reservado a quienes le viven fieles. Hemos hecho caso al Señor que
nos ha llamado para estar con Él en esta Eucaristía, banquete de su amor. Él nos
convoca para que renovemos nuestra alianza que nos une a su Hijo con lazos más
fuertes que los lazos de la alianza nupcial. Mediante la Eucaristía nosotros somos
del Señor y Él es nuestro. Nosotros vivimos en Él y Él en nosotros. Él está en
nosotros y nosotros en Él, como el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre.
Nosotros somos el Reino de Dios, por vivir unidos a Aquel que es Cabeza de La
Iglesia, Reino y Familia de Dios. Nuestra vocación mira a anunciar la Buena Nueva
de salvación a todos los hombres, mediante nuestras palabras, obras, actitudes y
vida misma. Y el Señor nos reúne para recordarnos que no podemos vivir
412
Esperanza y salvación
conforme a los criterios de poder de este mundo, sino conforme a lo que Él nos
enseñó: El que de ustedes quiera ser grande, que se convierta en el servidor de
todos, que tome su cruz de cada día y me siga, pues nadie tiene amor más grande
que quien da la vida por sus amigos. Y volveremos a nuestras labores diarias; y ahí
será el tiempo y la hora de manifestarnos como redimidos del pecado y de la
muerte, y no como esclavos de la maldad y de lo pasajero. Ojalá y no
permanezcamos como varas secas, incapaces de producir frutos que alimenten la
vida, sino que comencemos a manifestar con nuestras buenas obras no sólo que el
Reino de Dios está cerca, sino dentro de nosotros. Que lo pasajero no embote
nuestra mente, ni nuestro corazón, para que el día del Señor no nos tome
desprevenidos. No vivamos con la mirada puesta en la tierra, en las riquezas que
nos encadenan, en el mal uso del poder que nos hace destruir a los demás.
Pongamos nuestra vida al servicio del amor fraterno; pues sólo entonces
podremos decir que la Palabra de Dios se ha cumplido en nosotros y nos ha
llevado a la Plenitud del Hijo de Dios. Que la Iglesia de Cristo se manifieste como
una esposa digna, adornada con las virtudes que proceden de Dios, y guiada por
el Espíritu Santo, y convertida en signo de salvación para todos los hombres. No
dejemos que nos dominen los criterios del mundo, ni nos dejemos manipular por
los poderes temporales. Que seamos un signo profético de Dios que llame a todos
a vivir como hermanos y a trabajar para que nadie sea humillado, perseguido o
destruido por quienes nos proclamamos como hijos de Dios, pues Dios no nos
llamó para ser signos de muerte, sino de vida que haga que la salvación y el amor
de Dios llegue a todos los hombres. Que Dios nos conceda, por intercesión de la
Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir en un verdadero servicio
a Dios, amándolo no sólo de rodillas en su presencia, sino sirviéndolo amorosa y
fraternalmente en nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados.
Amén (www.homiliacatolica.org).
Una palabra eterna (Lc 21,33). Leemos en el Evangelio de Lucas esta
expresión del Señor: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Permanecerán porque fueron pronunciadas por Dios para cada hombre, para cada
mujer que viene a este mundo. Jesucristo sigue hablando, y sus palabras, por ser
divinas, son siempre actuales. Toda la Escritura anterior a Cristo adquiere su
sentido exacto a la luz de la figura y de la predicación del Señor. Él es quien
descubre el profundo sentido que se contiene en la revelación anterior. Los judíos
que se negaron a aceptar el Evangelio se quedaron como con un cofre con un
gran tesoro adentro, pero sin la llave para abrirlo. Desde siempre la Iglesia ha
recomendado su lectura y meditación, principalmente del Nuevo Testamento, en
el que siempre encontramos a Cristo que sale a nuestro encuentro. Unos pocos
minutos diariamente nos ayudan a conocer mejor a Jesucristo, a amarle más, pues
sólo se ama lo que se conoce bien.
Cuando en el Evangelio de la Misa leemos hoy que el cielo y la tierra
pasarán, pero no sus palabras, nos señala de algún modo que en ellas se contiene
toda la revelación de Dios a los hombres: la anterior a su venida, porque tiene
valor en cuanto hace referencia a Él, que la cumple y clarifica; y la novedad que Él
trae a los hombres, indicándoles con claridad el camino que han de seguir.
Jesucristo es la plenitud de la revelación de Dios a los hombres. Cuántas veces
413
Vida más allá de la muerte
hemos pedido a Jesús luz para nuestra vida con las palabras -Ut videam!, Que
vea, Señor- de Bartimeo: o hemos acudido a su misericordia con las del publicano:
¡Oh Dios, apiádate de mí que soy un pecador! ¡Cómo salimos confortados
después de ese encuentro diario con Jesús en el Evangelio!
Cuando la vida cristiana comienza a languidecer, es necesario un diapasón
que nos ayude a vibrar de nuevo. ¡Cuántas veces la meditación de la Pasión de
Nuestro Señor, ha sido como una enérgica llamada a huir de esa vida menos
vibrante, menos heroica! No podemos pasar las páginas del Evangelio como si
fuera un libro cualquiera. Su lectura, dice San Cipriano, es cimiento para edificar la
esperanza, medio para consolidar la fe, alimento de la caridad, guía que indica el
camino... (Tratado sobre la oración). Acudamos amorosamente a sus páginas, y
podremos decir con el Salmista: Tu palabra es para mis pies una lámpara, la luz de
mi sendero (Salmo 118,105: F. Fernández Carvajal).
Nos interesan mucho los pronósticos. Ponemos atención al reporte del clima
para saber si saldremos o no al campo. A los aficionados, el de la Liga de fútbol. A
los empresarios, el de la Bolsa de valores. ¡Qué previsores! Nos gusta saber todo
con antelación para estar preparados. Jesucristo ya lo había constatado hace 2000
años, cuando no había ni telediarios, no existía el fútbol, ni mucho menos la Bolsa
de Valores. Pero los hombres de entonces, ya sabían cuándo se acercaba el
verano, porque veían los brotes en los árboles. Nuestra vida se mueve entre una
historia (el pasado) y un proyecto (el futuro). La invitación del Señor es a estar
preparados para lo que nos aguarda, con atención a los signos de los tiempos. A
aprender de las lecciones del pasado, con optimismo y deseo de superación. Pero,
sobre todo, a vivir intensamente el presente, el único instante que tenemos en
nuestras manos para construir. No lo podemos perder lamentándonos por los
errores del pasado y, menos aún, temiendo lo que puede llegar en el porvenir. El
mejor camino para afrontar el futuro es aprovechar el momento presente. Seamos
previsores, ¡invirtamos y apostemos hoy por la vida eterna! (Ignacio Sarre).
4. El Señor nos pide vigilancia: “Estad siempre despiertos,
para escapar de todo lo que está por venir”
(Sábado de la 34ª semana): Daniel (7,15-27) continúa con la gigantesca
lucha entre las fuerzas del Bien y las fuerzas del Mal que verá el triunfo de los
Santos contra las bestias malhechoras. Se trata del anuncio del "Mesías", todos los
exegetas afirman unánimemente este punto. Pero se trata sobre todo de una
interpretación «religiosa» de toda la Historia Humana: De hecho a «toda época» -
también la nuestra-, puede aplicársele esta gran visión. Daniel la aplicaba a los
«grandes Imperios» de su tiempo... san Juan, en su Apocalipsis, la aplicará a las
condiciones de su tiempo, a la época de Nerón... En cuanto a nosotros, ¿somos
capaces de «esta visión»? Daniel fue el primero en considerar la historia mundial
como una preparación del «reino de Dios», y a soldar las esperanzas humanas con
la aurora de una Esperanza eterna. El combate de la «santidad», aquí abajo,
conduce al hombre hasta el umbral de la eternidad de Dios. El «tiempo» coexiste
con la «eternidad».
-Los que finalmente recibirán la realeza, son los santos del Altísimo. ¡Ah,
Señor! ¡Qué divina revolución! Los «santos», en lugar de Antíoco o de Nerón o de

414
Esperanza y salvación
Hitler... ¡De ningún modo una realeza del mismo género de la de éstos! En el plan
de Dios, un «Pueblo de Santos» recibirá la realeza conferida al «Hijo del hombre».
Y san Pedro dirá a sus fieles de Roma del tiempo de Nerón «que ellos son un
pueblo sacerdotal, Pueblo de reyes, Asamblea de Santos, Pueblo de Dios». A
medida que Cristo «reúne» a los hombres en la Iglesia, los asocia a la
responsabilidad que El tiene para realizar el proyecto de Dios sobre la humanidad
(P 2,4-10). Señor, ¿qué puedo hacer para mantener en mí esta «visión»? Señor,
¿cómo esperas que participe yo en tu proyecto? ¡Señor, me siento tan poco
«santo»! ¡Me siento tan pobre! ¿Cómo te atreves a asociarme a tu obra. a tu
responsabilidad? Santidad no es sinónimo de aureola excepcional.
-Esta «bestia», este rey... Pronunciará palabras hostiles al Altísimo y pondrá a
prueba a los santos del Altísimo... Los santos serán entregados a su poder por un
tiempo y tiempos y medio tiempo... La santidad es un «combate». La historia es
una historia accidentada y tumultuosa. Los «triunfos de Dios» no son muy
aparentes y a menudo quedan escondidos bajo el triunfo monstruoso de las
fuerzas del mal. Las épocas de «mártires» lo saben bien. La época de los Macabeos,
la época de Daniel, lo sabían. Todavía Hoy, las «apariencias» son en contra de
Dios... ¡«por un tiempo»! porque se nos ha prometido que ese triunfo del mal no
durará.
-Pero el tribunal se sentará, y el dominio le será quitado... Y será dado al
«Pueblo de los santos, del Altísimo» para una realeza eterna... ¡Jesús, santo de
Dios! Tú que te declaraste «Hijo del hombre», te comprometiste totalmente en ese
combate contra el mal. Tú no has reinado humanamente, has sido humilde,
paciente, santo, santo, santo ante Dios, terrible ante los demonios, sin pecado
alguno. Todas las apariencias estaban contra Jesús. Sin embargo «Yo soy Rey»
(Noel Quesson).
Sólo a la luz de Cristo entendemos que el Reino de Dios ha sido ya
inaugurado entre nosotros. Este Reino no es para pisotear, triturar o destruir a los
demás, sino para que todos encuentren en Cristo y en su Iglesia, que es el Reino y
Familia de Dios, el camino que nos une a Él y nos une a nosotros como hermanos.
Y ante este Reino, muchas veces perseguido, ni el poder del infierno prevalecerá
sobre él, pues Dios mismo está en medio de su Pueblo. A nosotros corresponde
hacer brillar con toda claridad el Rostro amoroso y misericordioso del Señor. No
podemos llamarnos el Reino de Dios y dedicarnos a destruir a los demás. Por eso,
quien se profesa hombre de fe en Cristo y se dedica a destruir y a pisotear a su
prójimo, no puede sino ser contado entre los hipócritas. El Señor está con
nosotros, dejemos que su Espíritu impulse nuestra vida para que vivamos, no
conforme a los criterios de los reinos terrenos, sino conforme al pensamiento y
criterio de Dios, que nos ha manifestado por medio de su Hijo Jesús.
S. Josemaría hacía estas consideraciones: “Termina el año litúrgico, y en el
Santo Sacrificio del Altar renovamos al Padre el ofrecimiento de la Víctima, Cristo,
Rey de santidad y de gracia, rey de justicia, de amor y de paz, como leeremos
dentro de poco en el Prefacio. Todos percibís en vuestras lamas una alegría
inmensa, al considerar la santa Humanidad de Nuestro Señor: un Rey con corazón
de carne, como el nuestro; que es autor del universo y de cada una de las

415
Vida más allá de la muerte
criaturas, y que no se impone dominando: mendiga un poco de amor,
mostrándonos, en silencio, sus manos llagadas.
El Señor me ha empujado a repetir, desde hace mucho tiempo, un grito
callado: serviam!, serviré. Que El nos aumente esos afanes de entrega, de fidelidad
a su divina llamada -con naturalidad, sin aparato, sin ruido-, en medio de de la
calle. Démosle gracias desde el fondo del corazón. Dirijámosle una oración de
súbditos, ¡de hijos!, y la lengua y el paladar se nos llenarán de leche y de miel, nos
sabrá a panal tratar del Reino de Dios, que es un Reino de libertad, de la libertad
que El nos ganó.
Quisiera que considerásemos cómo ese Cristo, que -Niño amable- vimos
nacer en Belén, es el Señor del mundo: pues por El fueron creados todos los seres
en los cielos y en la tierra; El ha reconciliado con el Padre todas las cosas,
restableciendo la paz entre el cielo y la tierra, por medio de la sangre que
derramó en la cruz. Hoy aquellos dos ángeles de blancas vestiduras, a los
discípulos que estaban atónitos contemplando las nubes, después de la Ascensión
del Señor: varones de Galilea ¿por qué estáis ahí mirando al cielo? Este Jesús, que
separándose de vosotros ha subido al cielo, vendrá de la misma manera que le
acabáis de ver subir.
Cristo, Señor del mundo: Por El reinan los reyes, con la diferencia de que los
reyes, las autoridades humanas, pasan; y el reino de Cristo permanecerá por toda
la eternidad (Ex 15,18), su reino es un reino eterno y su dominación perdura de
generación en generación.
El reino de Cristo no es un modo de decir, ni una imagen retórica. Cristo
vive, también como hombre, con aquel mismo cuerpo que asumió en la
Encarnación, que resucitó después de la Cruz y subsiste glorificado en la Persona
del Verbo juntamente con su alma humana, Cristo, Dios y Hombre verdadero,
vive y reina y es el Señor del mundo. Sólo por El se mantiene en vida todo lo que
vive.
¿Por qué, entonces, no se aparece ahora en toda su gloria? Porque su reino
no es de este mundo (Jn 18,36), aunque está en el mundo. Había replicado Jesús
a Pilatos: Yo soy rey. Yo para esto nací: para dar testimonios de la verdad; todo
aquel que pertenece a la verdad, escucha mi voz (v 37). Los que esperaban del
Mesías un poderío temporal visible, se equivocaban: que no consiste el reino de
Dios en el comer ni en el beber, sino en la justicia, en la paz y en el gozo del
Espíritu Santo (Rm 14,17).
Verdad y justicia; paz y gozo en el Espíritu Santo. Ese es el reino de Cristo: la
acción divina que salva a los hombres y que culminará cuando la historia acabe, y
el Señor, que se sienta en lo más alto del paraíso, venga a juzgar definitivamente a
los hombres.
Cuando Cristo inicia su predicación en la tierra, no ofrece un programa
político, sino que dice: haced penitencia, porque está cerca el reino de los cielos;
encarga a sus discípulos que anuncien esa buena nueva, y enseña que se pida en la
oración el advenimiento del reino. Esto es el reino de Dios y su justicia, una vida
santa: lo que hemos de buscar primero, lo único verdaderamente necesario.
La salvación, que predica Nuestro Señor Jesucristo, es una invitación dirigida
a todos; acontece lo que a cierto rey, que celebró las bodas de su hijo y envió a
416
Esperanza y salvación
los criados a llamar a los convidados a las bodas. Por eso, el Señor revela que el
reino de los cielos está en medio de vosotros.
Nadie se encuentra excluido de la salvación, si se allana libremente a las
exigencias amorosas de Cristo: nacer de nuevo, hacerse como niños, en la sencillez
de espíritu; alejar el corazón de todo lo que aparte de Dios. Jesús quiere hechos,
no sólo palabra. Y esfuerzo denodado, porque sólo los que luchan serán
merecedores de la herencia eterna..
La perfección del reino -el juicio definitivo de salvación o de condenación- no
se dará en la tierra. Ahora el reino es como una siembra, como el crecimiento del
grano de mostaza; su fin será como la pesca con la red barredera, de la que traída
a la arena-serán extraídos, para suertes distintas, los que obraron la justicia y los
que ejecutaron la iniquidad. Pero, mientras vivimos aquí, el reino se asemeja a la
levadura que cogió una mujer y la mezcló con tres celemines de harina, hasta que
toda la masa quedó fermentada.
Quien entiende el reino que Cristo propone, advierte que vale la pena
jugarse todo por conseguirlo: es la perla que el mercader adquiere a costa de
vender lo que posee, es el tesoro hallado en el campo. El reino de los cielos es
una conquista difícil: nadie está seguro de alcanzarlo, pero el clamor humilde del
hombre arrepentido logra que se abran sus puertas de par en par. Uno de los
ladrones que fueron crucificados con Jesús le suplica: Señor, acuérdate de mí
cuando hayas llegado a tu reino. Y Jesús le respondió: en verdad te digo que hoy
estarás conmigo en el paraíso.
¡Qué grande eres Señor y Dios nuestro! Tú eres el que pones en nuestra vida
el sentido sobrenatural y la eficacia divina. Tú eres la causa de que, por amor de
tu Hijo, con todas las fuerzas de nuestro ser, con el alma y con el cuerpo
podamos repetir: oportet illum regnare!, mientras resuena la copla de nuestra
debilidad, porque sabes que somos criaturas -¡y qué criaturas!- hechas de barro, no
sólo en los pies. también en el corazón y en la cabeza. A lo divino, vibraremos
exclusivamente por ti”.
Dan (3,82-87) nos dice que si toda la naturaleza es invitada a elevar un canto
de alabanza al Señor bendiciendo su Santo Nombre, cuánto más lo hemos de
elevar nosotros los hombres. Toda nuestra vida se ha de convertir en una
continua alabanza del Nombre de Dios. De un modo especial los sacerdotes, los
siervos del Señor, las almas y espíritus justos, los santos y humildes de corazón han
de vivir siendo en todo momento gratos al Señor, pues su vida, de modo
eminente, está en manos del Señor, y Él está realizando continuamente su obra de
salvación mediante ellos. Ojalá y todos tengamos la dicha de contarnos en el
número de los santos de Dios para alabar y bendecir su Nombre eternamente.
Lc 21,34-36 muestra la última recomendación de Jesús en su "discurso
escatológico", último consejo del año litúrgico, que enlazará con los primeros del
Adviento: "estad siempre despiertos". Lo contrario del estar despiertos es que se
"nos embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero". Y el
medio para mantener en tensión nuestra espera es la oración: "pidiendo fuerza
para escapar de todo lo que está por venir". La consigna final es corta y expresiva:
"manteneos en pie ante el Hijo del Hombre". Todos necesitamos un despertador,
porque tendemos a dormirnos, a caer en la pereza, bloqueados por las
417
Vida más allá de la muerte
preocupaciones de esta vida, y no tenemos siempre desplegada la antena hacia los
valores del espíritu. Estar de pie, ante Cristo, es estar en vela y en actitud de
oración, mientras caminamos por este mundo y vamos realizando las mil tareas
que nos encomienda la vida. No importa si la venida gloriosa de Jesús está
próxima o no: para cada uno está siempre próxima, tanto pensando en nuestra
muerte como en su venida diaria a nuestra existencia, en los sacramentos, en la
Eucaristía, en la persona del prójimo, en los pequeños o grandes hechos de la
vida. Los cristianos tenemos memoria: miramos muchas veces al gran
acontecimiento de hace dos mil años, la vida y la Pascua de Jesús. Tenemos un
compromiso con el presente, porque lo vivimos con intensidad, dispuestos a
llevar a cabo una gran tarea de evangelización y liberación. Pero tenemos también
instinto profético, y miramos al futuro, la venida gloriosa del Señor y la plenitud
de su Reino, que vamos construyendo animados por su Espíritu. En la Eucaristía se
concentran las tres direcciones, como nos dijo Pablo (1 Co 11,26): "cada vez que
coméis este pan y bebéis este vino (momento privilegiado del "hoy"), proclamáis
la muerte del Señor (el "ayer" de la Pascua) hasta que venga (el "mañana" de la
manifestación del Señor)". Por eso aclamamos en el momento central de la Misa:
"Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús" (J.
Aldazábal).
Si "el fin del mundo" es para hoy, si el Hijo del hombre ejerce su juicio en
la historia, la exhortación a la vigilancia adquiere aún mayor peso. "Estad en vela,
pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis de todo lo que
está por venir". En el contexto del discurso, colocado inmediatamente antes de los
relatos de la pasión y de la resurrección, esta fórmula designa con claridad la
pasión del Hijo del hombre, en la que se verán complicados también los
discípulos, lo quieran o no. Por tanto, esta exhortación va dirigida a animarlos en
unos momentos en que se ven brutalmente situados ante el misterio de la cruz.
Pero Lucas piensa también en sus lectores, en los de hoy y en los de mañana.
Situados ante los misterios de la existencia, ¿no sentirán la tentación de
abandonarlo todo? Será entonces cuando habrán de recordar que los tiempos del
Reino se han cumplido ya, que "nuestras historias son un signo y un testimonio de
una venida que los ilumina desde dentro, y que lo que a una mirada poco atenta
puede parecer un otoño triste y siniestro, para el creyente está enraizado en la
oración, como una primavera totalmente llena de la venida del Hijo del hombre"
(Ph. Bossuyt; Sal Terrae).
Jesús acaba de anunciar la «venida del Hijo del hombre» sobre las nubes
del cielo... Acaba de decir que el «Reino de Dios está cerca», como lo está el
verano cuando los árboles han brotado... Para esta espera, continúa dando
consejos a sus amigos.
-Andaos con cuidado que no se os embote la mente ni el corazón...
Después de los consejos de esperanza y de confianza, hay ahí uno de vigilancia.
No dejarse sorprender, por esas «venidas» de Jesús... sobre todo por la última.
Permanecer «ágil», no embotarse. Permanecer siempre dispuestos a partir.
-Que no os entorpezcan la comida, ni la bebida, ni los agobios de la
vida. Sabemos que un excesivo apego a los placeres, ¡entorpece la mente y el

418
Esperanza y salvación
corazón! Cuando buscamos disfrutar con exceso de esta vida, nos olvidamos de
«aquel día».
-Y venga aquel día de improviso sobre nosotros como un lazo. Porque
caerá sobre todos los que habitan la faz de la tierra. El «día» del juicio viene de
improviso. Cada segundo mueren algunos... sobre toda la tierra mueren tantos...
No sé cuantos segundos me quedan. El juicio que cayó sobre Jerusalén debe
servirnos de advertencia. Es el símbolo del juicio que caerá sobre la tierra entera.
-Velad pues, y orad... en todo momento. Sí, Jesús, Tú aconsejabas a tus
amigos que no cesasen jamás de «orar». Y san Pablo lo repetía a sus fieles (2 Ts
1,11; Flp 1,4; Rm 1,10; Col 1,3; Filemón, 4). «Pedimos continuamente... En la
oración que sin cesar le dirigimos... Continuamente te menciono en mis
oraciones...» Hay que repetirse a sí mismo esos consejos apremiantes de Jesús:
esperanza... confianza... certeza... vigilancia... sobriedad... disponibilidad...
oración... puesto que nadie sabe la hora.
-Para tener fuerza para escapar de todo lo que va a venir... Esta es la
señal de que hay, de todos modos, algo temible, en «aquel día». La confianza, el
gozo, la esperanza... no son sinónimo de seguridad engañosa. Hay que estar
alerta, un peligro amenaza, hay que estar a punto de escapar.
-Y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre... He aquí la última
frase del último discurso de Jesús antes de su Pasión. «¡Velad y orad, para
presentaros con seguridad delante del Hijo del hombre!» Jesús va a llegar pronto
a su «fin» por el sufrimiento. Pero El se ve, Hijo del Hombre, glorioso viniendo de
nuevo «sentado a la diestra de Dios», como lo dirá dentro de unos días delante del
Gran Consejo (Lc 22,69). Será el Hijo del Hombre quien tendrá la última palabra.
Y, si velamos y oramos... podremos presentarnos delante de El con seguridad.
¡Ven, Señor! (Noel Quesson).

Uno de los temas que hoy nos encontramos es éste: frente al cinismo
ético, el cristiano ha de formarse para ser ciudadano del cielo que construye
con justicia la ciudad terrena. La comunión de vida con el Cristo resucitado, ya
realmente incoada en el creyente por la fe y los sacramentos, es el fundamento de
la esperanza cristiana en la resurrección de la carne y la vida eterna. A su vez esa
comunión y esa esperanza son el fundamento del modo nuevo de vivir propio de
los cristianos, es decir, tanto de su visión del mundo y de la historia, como del
aliento ético de una existencia comprometida en el ejercicio de la caridad y de la
justicia.
En cambio, los humanismos laicistas del siglo XIX sostuvieron que “la
religión, por su propia naturaleza, es un obstáculo” para la liberación económica y
social, porque al orientar el espíritu humano hacia una vida futura ilusoria,
apartaría al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal” (GS), pero la
espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar la
preocupación por perfeccionar esta tierra. El problema como siempre es
absolutizar unos aspectos de la realidad, mirar el cielo sin apreciar el regalo de la
vida o mirar la vida sin apreciar que está hecha para el cielo. Me lo decía un
amigo que, después de años de servir a Dios en un camino, se encontró de la
noche a la mañana en un desierto, o como si aterrizara desde Marte, después de
419
Vida más allá de la muerte
dar vueltas en un cohete, perdido y desorientado, y a veces con poca esperanza.
La vida es un regalo impresionante, que se ha de vivir con armonía, sin absolutizar
solo un aspecto, como fuera del mundo. Se puede priorizar unos aspectos durante
un tiempo, como la investigación o la misión apostólica, pero sin cortar con los
amigos o desrraigarse del propio ambiente, porque nuestra psicología lo necesita
y nos encontraríamos desangelados, así cuando alguien tiene una crisis no pierde
la visión de conjunto, y la vida continua, no estaba tan atado a aquella idea,
aquellas personas, que se le hunde el mundo. Conviene no estar dentro de un
agujero, con una visión de "orejeras" o sectaria, que es mala, pues cuando se van
esas circunstancias todas las certezas desaparecen de golpe y cuesta más
reconstruirse. Hay que arraigar la fe en la esperanza segura y no en otras cosas,
que quizá son fanáticas o mágicas, la fe del catecismo, de la gran tradición de la
Iglesia que es la liturgia. Basta ver los sermones sobre el infierno y el pecado para
darse cuenta del individualismo, de educación-represión basada en el principio de
autoridad como poder y obediencia como dominio, en lugar de fomentar la
libertad y una conciencia no formada desde fuera sino en donde uno se puede
mirar en el espejo del Evangelio y la Ley natural, para ver si lo que se enseña es
correcto o hay que corregir algo se ha de corregir. Por otra parte, qué pena
aquellas visiones reductivas del hombre y de la historia que dejaban
altaneramente “el cielo para los gorriones” y reservaban la tierra para una
humanidad concebida como única dueña y señora de sus destinos. Las utopías que
pretendieron construir la ciudad terrena sin el cielo, o incluso contra él, han dado
paso a una extendida desesperanza: son cada vez menos los que confían con
ingenua certeza que el futuro que la humanidad pueda construir, con denodado
esfuerzo prometeico, vaya a ser indefectiblemente mejor que lo construido hasta
hoy entre injusticias, violencias y fracasos de todo tipo. Las grandes utopías
inmanentistas han entrado en crisis dejando tras de sí un amplio campo a la
desesperanza; y, con la desesperanza, al cinismo ético, que establece, consciente o
inconscientemente, el provecho propio de los individuos y de los grupos como
criterio último de la conducta humana. Es el momento de recordar que no es
posible una cimentación sólida de la moralidad cuando se marginan y olvidan
aspectos centrales de la verdad sobre el hombre, como es su dimensión
escatológica. No cabe duda de que todo hombre es capaz de distinguir el bien del
mal gracias a la luz de la razón. Pero “una ética altruista es difícilmente sostenible,
de manera general y permanente, sin la fe en el Dios de Jesucristo, que es Amor.
En cambio, una ética del servicio incondicional a los hermanos es la forma normal
de realización moral cristiana. Porque Alguien ha muerto por nosotros y de esa
muerte ha brotado vida nueva, nosotros podemos vivir y morir con nuestros
hermanos y por ellos” (CTI?).

Conexión entre escatología y ética: la finalidad última de nuestra vida


está entrelazada con los demás, el amor y el cielo van unidos, todo ello está
abundantemente testimoniado en el Nuevo Testamento (cf 1 Cor 7,29ss; Flp
3,13ss; 1 Pe 4,7ss; 2 Pe 3,11ss) y en la tradición, como hemos visto: “ni la muerte
ni la vida (...) ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado
en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom 8,38-39). Es esta historia nuestra el crisol en
420
Esperanza y salvación
el que se fragua un destino eterno; la participación en la vida social va unida a la
dimensión ética, y a la vida en comunión con Dios, para que todas sus
potencialidades morales entren realmente en ejercicio. “Es verdad que hay que
distinguir entre el ámbito de la fe y el de la vida pública. La confusión de estas dos
realidades lleva a soluciones integristas en la organización de la vida social que son
incompatibles con la verdadera tradición cristiana. Pero no es correcto establecer
una separación tal entre el ámbito de lo público y el de la conciencia personal que
se llegue a suponer que las normas que rigen la vida social son de un orden
totalmente diverso de las que rigen la vida personal. El bien común, norma
suprema de la vida social, es el bien de las personas que componen el cuerpo
social. Dicho bien común no podrá ser, pues, realmente tal si no responde, al
menos en lo que toca a los derechos fundamentales, a la verdad integral de las
personas. Y, a la inversa, no será fácil buscar eficazmente el bien común, si las
personas se cierran a alguna de sus dimensiones fundamentales, como es la de su
esperanza en Dios y en la vida eterna” (CTI?).

5. La verdadera fisonomía de la esperanza cristiana

Podemos disfrutar de la vida si no nos agobiamos con lo que nos falta y con
lo que nos gustaría tener y aún no tenemos, sino que vamos a la raíz de qué es la
esperanza y ¿qué podemos esperar? Y ¿qué es lo que no podemos esperar? Aquí
Benedicto XVI ve “que un progreso acumulativo sólo es posible en lo material”,
podemos gracias a Dios progresar en medicina, etc. “En cambio, en el ámbito de
la conciencia ética y de la decisión moral, no existe una posibilidad similar de
incremento, por el simple hecho de que la libertad del ser humano es siempre
nueva y tiene que tomar siempre de nuevo sus decisiones. No están nunca ya
tomadas para nosotros por otros; en este caso, en efecto, ya no seríamos libres. La
libertad presupone que en las decisiones fundamentales cada hombre, cada
generación, tenga un nuevo inicio. Es verdad que las nuevas generaciones pueden
construir a partir de los conocimientos y experiencias de quienes les han
precedido, así como aprovecharse del tesoro moral de toda la humanidad. Pero
también pueden rechazarlo, ya que éste no puede tener la misma evidencia que
los inventos materiales”. Tenemos las bases del progreso científico (cultura
matemática, física nuclear…) pero no moral, de hecho podemos tirar por la borda
la mejor educación, o la protección de la familia, pero además no todo son leyes:
a) “Incluso las mejores estructuras funcionan únicamente cuando en una
comunidad existen unas convicciones vivas capaces de motivar a los hombres para
una adhesión libre al ordenamiento comunitario. La libertad necesita una
convicción; una convicción no existe por sí misma, sino que ha de ser conquistada
comunitariamente siempre de nuevo”.
b) “Puesto que el hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también
siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente
consolidado. Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para
siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana. La libertad debe

421
Vida más allá de la muerte
ser conquistada para el bien una y otra vez” (ES). La educación moral, por tanto,
es una conquista, y la historia depende de la libertad de las personas…
“Una consecuencia de lo dicho es que la búsqueda, siempre nueva y fatigosa,
de rectos ordenamientos para las realidades humanas es una tarea de cada
generación; nunca es una tarea que se pueda dar simplemente por concluida. No
obstante, cada generación tiene que ofrecer también su propia aportación para
establecer ordenamientos convincentes de libertad y de bien, que ayuden a la
generación sucesiva, como orientación al recto uso de la libertad humana y den
también así, siempre dentro de los límites humanos, una cierta garantía también
para el futuro. Con otras palabras: las buenas estructuras ayudan, pero por sí solas
no bastan. El hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior.
Francis Bacon y los seguidores de la corriente de pensamiento de la edad moderna
inspirada en él, se equivocaban al considerar que el hombre sería redimido por
medio de la ciencia. Con semejante expectativa se pide demasiado a la ciencia;
esta especie de esperanza es falaz. La ciencia puede contribuir mucho a la
humanización del mundo y de la humanidad. Pero también puede destruir al
hombre y al mundo si no está orientada por fuerzas externas a ella misma. Por
otra parte, debemos constatar también que el cristianismo moderno, ante los
éxitos de la ciencia en la progresiva estructuración del mundo, se ha concentrado
en gran parte sólo sobre el individuo y su salvación. Con esto ha reducido el
horizonte de su esperanza y no ha reconocido tampoco suficientemente la
grandeza de su cometido, si bien es importante lo que ha seguido haciendo para
la formación del hombre y la atención de los débiles y de los que sufren.
”No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el
amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno
experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de «redención»
que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto se da cuenta también
de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su
vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita
un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: «Ni muerte, ni
vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni
profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado
en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8,38-39). Si existe este amor absoluto con su
certeza absoluta, entonces –sólo entonces– el hombre es «redimido», suceda lo
que suceda en su caso particular. Esto es lo que se ha de entender cuando decimos
que Jesucristo nos ha «redimido». Por medio de Él estamos seguros de Dios, de un
Dios que no es una lejana «causa primera» del mundo, porque su Hijo unigénito
se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: «Vivo de la fe en el Hijo de
Dios, que me amó hasta entregarse por mí» (Ga 2,20)” (ES) Es una experiencia,
algo vivo, el amor llena, pero en la vida todo cansa, se tiende a este “quiero más”
que nos lleva a este “sólo Dios sacia”. Pero los pasos son estos, la fenomenología
es esta: “quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo
está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf Ef 2,12). La
verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las
desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue
amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento » (cf. Jn 13,1; 19,30).
422
Esperanza y salvación
Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente
«vida». Empieza a intuir qué quiere decir la palabra esperanza que hemos
encontrado en el rito del Bautismo: de la fe se espera la «vida eterna», la vida
verdadera que, totalmente y sin amenazas, es sencillamente vida en toda su
plenitud. Jesús que dijo de sí mismo que había venido para que nosotros
tengamos la vida y la tengamos en plenitud, en abundancia (cf. Jn 10,10), nos
explicó también qué significa «vida»: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti,
único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). La vida en su
verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí
mismo: es una relación. Y la vida entera es relación con quien es la fuente de la
vida. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el
Amor mismo, entonces estamos en la vida. Entonces «vivimos»” (ES).
Aquí se plantea Benedicto XVI si así no hemos recaído en el individualismo
de la salvación, en la esperanza sólo para mí que además, precisamente por eso,
no es una esperanza verdadera porque olvida y descuida a los demás. Pero afirma
que no hay peligro, pues se trata de una comunión con Jesús, que se entregó a sí
mismo por nosotros: “Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su
ser «para todos», hace que éste sea nuestro modo de ser. Nos compromete en
favor de los demás, pero sólo estando en comunión con Él podemos realmente
llegar a ser para los demás, para todos”, y cita a san Máximo el Confesor († 662),
que concreta: «Quien ama a Dios no puede guardar para sí el dinero, sino que lo
reparte ‘‘según Dios” [...], a imitación de Dios, sin discriminación alguna».
También en la vida de san Agustín vemos la relación entre amor de Dios y
responsabilidad para con los hombres. Él quiso llevar ya converso una vida
dedicada a la palabra de Dios y «la mejor parte» (Lc 10,42) apartado pero fue
obligado por el obispo a ordenarse sacerdote para el ministerio, así recuerda en
sus Confesiones a Dios: «Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mis
miserias, había meditado en mi corazón y decidido huir a la soledad. Mas tú me
lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo: "Cristo murió por todos, para que los
que viven ya no vivan para sí, sino para él que murió por ellos" (cf. 2 Co 5,15)».
Cristo murió por todos. Vivir para Él significa dejarse moldear en su «ser-para». Y
se puso a transmitir esperanza, “la esperanza que le venía de la fe y que, en total
contraste con su carácter introvertido, le hizo capaz de participar decididamente y
con todas sus fuerzas en la edificación de la ciudad” (ES). Dice también: “Cristo
intercede por nosotros; de otro modo desesperaría”.
Así pues, “el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas,
diferentes según los períodos de su vida. A veces puede parecer que una de estas
esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud
puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta
posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su
vida. Sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que
esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza
que vaya más allá. Es evidente que sólo puede contentarse con algo infinito, algo
que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar. En este sentido, la época
moderna ha desarrollado la esperanza de la instauración de un mundo perfecto
que parecía poder lograrse gracias a los conocimientos de la ciencia y a una
423
Vida más allá de la muerte
política fundada científicamente. Así, la esperanza bíblica del reino de Dios ha sido
reemplazada por la esperanza del reino del hombre, por la esperanza de un
mundo mejor que sería el verdadero «reino de Dios»… Esta esperanza parecía ser
finalmente la esperanza grande y realista, la que el hombre necesita. Ésta sería
capaz de movilizar –por algún tiempo– todas las energías del hombre; este gran
objetivo parecía merecer todo tipo de esfuerzos. Pero a lo largo del tiempo se vio
claramente que esta esperanza se va alejando cada vez más. Ante todo se tomó
conciencia de que ésta era quizás una esperanza para los hombres del mañana,
pero no una esperanza para mí. Y aunque el « para todos » forme parte de la gran
esperanza –no puedo ciertamente llegar a ser feliz contra o sin los otros–, es
verdad que una esperanza que no se refiera a mí personalmente, ni siquiera es una
verdadera esperanza. También resultó evidente que ésta era una esperanza contra
la libertad, porque la situación de las realidades humanas depende en cada
generación de la libre decisión de los hombres que pertenecen a ella. Si, debido a
las condiciones y a las estructuras, se les privara de esta libertad, el mundo, a fin
de cuentas, no sería bueno, porque un mundo sin libertad no sería en absoluto un
mundo bueno. Así, aunque sea necesario un empeño constante para mejorar el
mundo, el mundo mejor del mañana no puede ser el contenido propio y
suficiente de nuestra esperanza. A este propósito se plantea siempre la pregunta:
¿Cuándo es «mejor» el mundo? ¿Qué es lo que lo hace bueno? ¿Según qué criterio
se puede valorar si es bueno? ¿Y por qué vías se puede alcanzar esta «bondad»?
”…Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el
Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada
uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá
imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde
Él es amado y donde su amor nos alcanza... su amor es para nosotros la garantía
de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo,
esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es «realmente» vida” (ES).

6. «Lugares» de aprendizaje y del ejercicio de la esperanza


Por último, el Papa trata de concretar más esta idea en la última parte,
fijando la atención en tres «lugares» de aprendizaje y ejercicio práctico de la
esperanza: oración, sacrificio y juicio.

La oración como escuela de esperanza. “ Un lugar primero y esencial de


aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios
todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie,
siempre puedo hablar con Dios”. Es el máximo consuelo. Dejó una brillante
lección el Cardenal Nguyen Van Thuan en su obra Oraciones de esperanza que
rememora sus años en la cárcel, en una situación de desesperación aparentemente
total, en los que estuvo con Dios.
“Agustín ilustró de forma muy bella la relación íntima entre oración y
esperanza en una homilía sobre la Primera Carta de San Juan. Él define la oración
como un ejercicio del deseo. El hombre ha sido creado para una gran realidad,
para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es demasiado
pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado” (ES).
424
Esperanza y salvación
«Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y,
ensanchándola, la hace capaz [de su don]». Agustín se refiere a san Pablo, el cual
dice de sí mismo que vive lanzado hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,13). Ya
usamos la imagen de la cascada para albergar el cielo, el amor de Dios según la
medida del corazón. Aquí vemos cómo se ensancha el corazón y se le da medida,
este proceso de ensanchamiento y preparación del corazón humano: «Imagínate
que Dios quiere llenarte de miel [símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si
estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel?» El vaso, es decir el corazón, tiene
que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor.
“Eso requiere esfuerzo, es doloroso, pero sólo así se logra la capacitación para lo
que estamos destinados. Aunque Agustín habla directamente sólo de la
receptividad para con Dios, se ve claramente que con este esfuerzo por liberarse
del vinagre y de su sabor, el hombre no sólo se hace libre para Dios, sino que se
abre también a los demás. En efecto, sólo convirtiéndonos en hijos de Dios
podemos estar con nuestro Padre común. Rezar no significa salir de la historia y
retirarse en el rincón privado de la propia felicidad”. Es como si se fuera
preparando el corazón al “baño maría” para ir tomando el gusto de este
ambiente de entrega, para no tener el paladar estragado: “Ha de aprender que no
puede rezar contra el otro. Ha de aprender que no puede pedir cosas superficiales
y banales que desea en ese momento, la pequeña esperanza equivocada que lo
aleja de Dios. Ha de purificar sus deseos y sus esperanzas. Debe liberarse de las
mentiras ocultas con que se engaña a sí mismo: Dios las escruta, y la confrontación
con Dios obliga al hombre a reconocerlas también”. Aquí se pasa a otro aspecto.
Ahora está de moda hablar de perdonarse a sí mismo. El otro día me decía un
amigo, Joan Costa: “pienso que la única manera de perdonarse a sí mismo es
pidiendo perdón a Dios, porque uno no se puede autoperdonar, ya la vez confiar
en que Dios lo ha hecho realidad. Si no es así, pienso que no se acabará nunca
perdonando a sí mismo. La confianza en la misericordia de Dios es el único
camino...” Como dice el salmo: «¿Quién conoce sus faltas? Absuélveme de lo que
se me oculta» (19[18],13). “No reconocer la culpa, la ilusión de inocencia, no me
justifica ni me salva, porque la ofuscación de la conciencia, la incapacidad de
reconocer en mí el mal en cuanto tal, es culpa mía. Si Dios no existe, entonces
quizás tengo que refugiarme en estas mentiras, porque no hay nadie que pueda
perdonarme, nadie que sea el verdadero criterio. En cambio, el encuentro con
Dios despierta mi conciencia para que ésta ya no me ofrezca más una
autojustificación ni sea un simple reflejo de mí mismo y de los contemporáneos
que me condicionan, sino que se transforme en capacidad para escuchar el Bien
mismo” (ES).
Pienso que la vida es dejarse llevar por la mano de Jesús, que está siempre a
nuestro lado, y dentro de nosotros en su Espíritu, guiándonos. Es como si fuera
una ginkana, y aparecen las personas oportunas en el momento oportuno, todo
nos va llevando como con facilidad hacia ese destino que se forja día a día, esa
historia que construimos juntos, Él y nosotros. Nuestra libertad se mezcla con la
suya. Todo sirve para nuestro bien. Al final, todo es gracia. Dios es Señor de la
historia. Y Dios ya está aquí. Todo esto se concentra en la oración. “Para que la
oración produzca esta fuerza purificadora debe ser, por una parte, muy personal,
425
Vida más allá de la muerte
una confrontación de mi yo con Dios, con el Dios vivo. Pero, por otra, ha de
estar guiada e iluminada una y otra vez por las grandes oraciones de la Iglesia y de
los santos, por la oración litúrgica, en la cual el Señor nos enseña constantemente
a rezar correctamente” (ES). Aquí pone el Papa un ejemplo: Van Thuan, cómo se
aferró al Padrenuestro, Ave María y las oraciones de la Liturgia. Y las
purificaciones, “a través de las cuales llegamos a ser capaces de Dios e idóneos
para servir a los hombres. Así nos hacemos capaces de la gran esperanza y nos
convertimos en ministros de la esperanza para los demás: la esperanza en sentido
cristiano es siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa, con la cual
luchamos para que las cosas no acaben en un «final perverso». Es también
esperanza activa en el sentido de que mantenemos el mundo abierto a Dios. Sólo
así permanece también como esperanza verdaderamente humana”. Como hacía
Juan Pablo II siguiendo una gran tradición de cristianos como el Cura de Ars que
celebramos en este Año del sacerdocio, ir ante el sagrario a pedir al Señor serle
fiel, día a día, hasta el final, para mí y para todos. En los grandes momento de
nuestra vida y en los pequeños, procurar hacer un acto de confianza en Dios en la
oración, de abandono en su providencia. Lo esencial de nuestra vida es tratar de
identificarnos con Cristo, hacer nuestra su vida, también acoger su Cruz, es hacer
vida la Misa, donde celebramos la Pascua, que quiere decir esto: Jesús pasa de la
muerte a la vida, y este ciclo vital se repite en nuestra vida: nacer, morir,
resucitar... como las plantas: nacer y arraigar, trasplante y desarraigo, y volver a
arraigar, nacer de nuevo... el cirio pascual nos lo recuerda: el padecimiento, la
muerte, es la puerta de la vida…
El actuar y el sufrir como lugares de aprendizaje de la esperanza. Puede
venir en la vida la soledad, que con la fraternidad no se nota, pero no todos la
tienen... También está el peligro de la rutina, o nos puede costar llevar la carga
del sufrimiento de los demás, o puede llegar la cruz o la falta de atenciones o el
desconcierto de la noche oscura... (como Teresa de Calcuta, o santa Teresita).
Cuando se pasa por esos momentos, es hora de encontrar el sentido de la cruz, y
de hacer un acto de generosidad, de actuar de tal modo que procuremos que a
nuestro alrededor nadie pruebe esto tan amargo que hemos padecido en esa
ocasión; con la experiencia de aquella prueba pasada procuraremos dar a los
demás eso que no hemos encontrado... Una técnica de éxito muy sencilla, pero
muy poderosa, es sonreír aunque cueste. No hay cosa tan pequeña que dé
resultados tan grandes, para cambiar el mundo: mirar a las personas con
amabilidad, con una sonrisa sincera. Pero a veces no es fácil y uno se pregunta:
¿por qué ese dolor?, quizá recordamos cuando no sabíamos nadar y no hacíamos
pie: los pulmones se disparan, perdemos el aliento ante la sorpresa… así nos
sentimos a veces, desconcertados por situaciones que no nos esperábamos, que
nos parecen injustas, y ese desconcierto impiden pensar, nos hace sumir en un
pozo en el que se hace de pronto la luz. En aquella dificultad hay concertado un
encuentro con Dios, que al mismo tiempo prepara para otras pruebas posteriores:
un desgarramiento interior –sacrificio- suele ser un preludio del éxtasis, en la
sinfonía de la vida, y al mismo tiempo es eso un camino para reforzarse para lo
que vendrá… Desnudez del alma que se une a Dios, fortaleza que ya nada tiene
de humano, santuario donde se da el Encuentro... en esos momentos hay que
426
Esperanza y salvación
tener paciencia, liberarse de la opinión de los demás y de la honra, y encontrar
una capa más interior en la que sólo Dios cuenta… y esos amigos que nos
mantienen en contacto con la realidad, por esa confianza con ciertas personas
creemos en lo que nos dicen algunos, pero no en “el mundo”, “las modas”, o esa
opinión que se ha creado sobre nosotros mismos… El tiempo nos da muchas
respuestas, pone las cosas en su sitio, vemos que el dolor ennoblece a las personas
y las sensibiliza, las hace solidarias, al punto de olvidar su propio dolor y
conmoverse por el ajeno... Aprendemos a valorar las cosas importantes que están
cercanas, y no desear lo que esta lejano… aprendemos a interpretar ese silencio
de Dios y las pistas que nos da en Jesús en la Cruz, que sufre callando, que sintió
“eso” en su vida, y murió para con su dolor dar sentido al nuestro. Este Dios vivo
nos deja rastros a su paso por la historia, como los montañeros que dejan marcas
en el camino por donde pasan, hay unos mensajes que nos llegan como en una
botella a la playa, en medio del mar de dolor, mensajes que se pueden oír en
cierta forma, cuando tenemos el oído y corazón preparado. Son pistas que nos
hablan de confiar, de amar, de que ante nosotros se abren dos puertas, la del
absurdo (el sin-sentido) y la del misterio (la fe): abandonarnos en las manos de
Dios es el camino que da paz, aunque no está exento de dolor, pero éste adquiere
un sentido.
Juan Pablo II, como también ahora Benedicto XVI, nos hablan del tema:
sobre todo es Jesús en la Cruz que en tres horas de agonía nos muestra un libro
abierto, hasta exclamar aquel “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has
abandonado?” Él, sin perder la conciencia de que aquello pasaría por la muerte,
cuando se siente abandonado incluso por Dios, se abandona totalmente en los
brazos de Dios, y se produce el milagro: pudo proclamar aquel grito desgarrador
por el que decretó que “todo está consumado”; así, con la entrega de su vida la
muerte ha sido vencida, ya no es una puerta a la desesperación sino hacia el amor
del cielo, la agonía se convirtió en victoria y podemos unirnos, por el sufrimiento,
al suyo y a su Vida. Es ya un canto a la esperanza, a la resurrección. Y lo mismo
podemos hacer nosotros unidos a Él.
Pienso que para que no haya crisis de soledad y cansancio y por tanto
insatisfacción, una cosa esencial en la vida es la amistad: mis amigos me sostienen,
aunque no se notan. Estar con un amigo es no tener que explicar nada, poder
estar también en silencio, como leí hace poco: “lo que importa no es lo que se
dice, sino lo que jamás resulta preciso decir. Para mí un amigo... es aquel que
escuchará la canción de mi corazón y me la cantará cuando me falle la memoria”.
No me han faltado esos amigos que me han sostenido, pienso que Dios me ha
puesto en el camino esas personas en el momento oportuno. Una vez existen esas
personas ni siquiera hace falta ya verlas. Cuando hay un amigo, todo es
soportable, más aún: útil para el crecimiento. En muchas ocasiones sentimos que
la presencia de los demás nos lleva a algo más alto. Hay una unión misteriosa
entre las personas que crea un espacio para la presencia del Señor: “donde estéis
dos o tres de vosotros reunidos en mi nombre, ahí estoy Yo”, en un espacio
espiritual de comunión, tierra sagrada. Junto con la amistad (y en primer lugar
con Dios, la oración), es esencial para la salud el contacto con la naturaleza,
música… todo lo que sea belleza engrandece el espíritu, y como estar con la gente
427
Vida más allá de la muerte
ya lo hacemos algunos, lo que nos falta es esos remansos, esa paz en soledad…
Recuerdo cuando vivía yo en Roma que un mendigo al verme correr por las calles
me dijo: "¿por qué vas tan deprisa? No hace falta correr... Tómate la vida con más
calma." A veces cuesta entrar en nuestra verdad interior, y nos duele enfrentarnos
a nosotros mismos.
Pienso que el gran regalo que nos ha dejado el Señor se puede resumir en la
devoción al Sagrado Corazón y la versión moderna de la Divina Misericordia, y
los rayos divinos que salen de las imágenes que nos proponen para la devoción
resumen la fuerza de los sacramentos del Bautismo-Confesión (que es una
actualización del “sistema operativo” del bautismo) y la Eucaristía, y Jesús nos ha
dejado junto a su Iglesia la ternura de su Madre, para que nos acojamos a su
protección, como refugio y puerto seguro en la tempestad, camino en el camino
de la vida, y esperanza de salvación.
Sigue el Papa: “Tratamos de llevar adelante nuestras esperanzas”, pero se
vuelven pobres, cansinas o acaba en algo de “fanatismo, si no está iluminado por
la luz de aquella esperanza más grande que no puede ser destruida ni siquiera por
frustraciones en lo pequeño ni por el fracaso en los acontecimientos de
importancia histórica”, y es que la cosa no depende de “lo que podemos esperar
que las autoridades políticas y económicas nos ofrezcan”, pues “sólo la gran
esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la
historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor y
que, gracias al cual, tienen para él sentido e importancia, sólo una esperanza así
puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar. Ciertamente, no
«podemos construir» el reino de Dios con nuestras fuerzas, lo que construimos es
siempre reino del hombre con todos los límites propios de la naturaleza humana.
El reino de Dios es un don, y precisamente por eso es grande y hermoso, y
constituye la respuesta a la esperanza. Y no podemos –por usar la terminología
clásica– «merecer» el cielo con nuestras obras. Éste es siempre más de lo que
merecemos, del mismo modo que ser amados nunca es algo «merecido», sino
siempre un don”. Pero “nuestro obrar no es indiferente ante Dios y, por tanto,
tampoco es indiferente para el desarrollo de la historia. Podemos abrirnos
nosotros mismos y abrir el mundo para que entre Dios: la verdad, el amor y el
bien. Es lo que han hecho los santos que, como «colaboradores de Dios», han
contribuido a la salvación del mundo (cf. 1 Co 3,9; 1 Ts 3,2). Podemos liberar
nuestra vida y el mundo de las intoxicaciones y contaminaciones que podrían
destruir el presente y el futuro”. Esto está claro, se decía que de “condignio” (no
tenemos condiciones) no podemos merecer pero de “congruo” (congruamente
con los planes de Dios) sí, porque Él ha querido que merezcamos. Como en “El
Señor de los anillos” puede una gente escogida formar la “comunidad” que salve
el mundo. Como en la novela “Momo” puede una persona de buen corazón que
escuche curar las heridas del corazón de la gente, y que se sientan comprendidas.
“Podemos descubrir y tener limpias las fuentes de la creación y así, junto con la
creación que nos precede como don, hacer lo que es justo, teniendo en cuenta sus
propias exigencias y su finalidad. Eso sigue teniendo sentido aunque en apariencia
no tengamos éxito o nos veamos impotentes ante la superioridad de fuerzas
hostiles. Así, por un lado, de nuestro obrar brota esperanza para nosotros y para
428
Esperanza y salvación
los demás; pero al mismo tiempo, lo que nos da ánimos y orienta nuestra
actividad, tanto en los momentos buenos como en los malos, es la gran esperanza
fundada en las promesas de Dios” (ES).
“Al igual que el obrar, también el sufrimiento forma parte de la existencia
humana. Éste se deriva, por una parte, de nuestra finitud y, por otra, de la gran
cantidad de culpas acumuladas a lo largo de la historia, y que crece de modo
incesante también en el presente. Conviene ciertamente hacer todo lo posible
para disminuir el sufrimiento; impedir cuanto se pueda el sufrimiento de los
inocentes; aliviar los dolores y ayudar a superar las dolencias psíquicas. Todos
estos son deberes tanto de la justicia como del amor y forman parte de las
exigencias fundamentales de la existencia cristiana y de toda vida realmente
humana. En la lucha contra el dolor físico se han hecho grandes progresos, aunque
en las últimas décadas ha aumentado el sufrimiento de los inocentes y también las
dolencias psíquicas. Es cierto que debemos hacer todo lo posible para superar el
sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos,
simplemente porque no podemos desprendernos de nuestra limitación, y porque
ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal, de la culpa, que –lo
vemos– es una fuente continua de sufrimiento. Esto sólo podría hacerlo Dios: y
sólo un Dios que, haciéndose hombre, entrase personalmente en la historia y
sufriese en ella. Nosotros sabemos que este Dios existe y que, por tanto, este
poder que «quita el pecado del mundo» (Jn 1,29) está presente en el mundo. Con
la fe en la existencia de este poder ha surgido en la historia la esperanza de la
salvación del mundo. Pero se trata precisamente de esperanza y no aún de
cumplimiento; esperanza que nos da el valor para ponernos de la parte del bien
aun cuando parece que ya no hay esperanza, y conscientes además de que,
viendo el desarrollo de la historia tal como se manifiesta externamente, el poder
de la culpa permanece como una presencia terrible, incluso para el futuro”. En
otro libro trataremos del sentido del sufrimiento presente (“es necesario pasar por
muchas tribulaciones para entrar en el Reino de los Cielos”, recordó Juan Pablo II
en la beatificación de J. Escrivá y J. Bakhita), la cruz tene el signo +, positivo, es la
puerta de entrada en el cielo, suma… veremos ahí las formas de cruz en el camino
de las lágrimas (pérdida de un ser querido, enfermedad, formas de angustia y
sentido de culpa y dolor moral, mal de amor, dolor por el dolor de los demas en
las injusticias y muerte de inocentes… y el consuelo). Aquí hemos tratado, más
arriba, el martirio y cómo en medio de él el Señor da paz interior y esperanza del
encuentro que en breve tendrán, alegría verdadera y profunda fruto de la
gracia…
Es en el día a día, en el sacrificio de lo concreto, en lo que nos ha puesto Dios
en las manos, donde está Él. Ahí descubrimos a los santos, el ejemplo de nuestras
madres y amigos y de la gente buena que nos rodea, aprendemos la experiencia
que luego se hace diálogo con Dios y ayuda para los demás, nuestra vida.
Supongo que es el contacto con la realidad, el diálogo con la gente, lo que nos
orienta en el conocimiento personal, y el contacto con la gran cultura a su vez
sugiere maneras de afrontar la realidad: experiencia vivida-interiorización, y al
anidar en el interior, afloran las cosas, van surgiendo… y al notar que es éste el
camino de la Pascua, que van de la mano cruz y bienaventuranzas, descubrimos
429
Vida más allá de la muerte
que “la cosa va bien”. Y nos dejamos llevar, nos sentimos acompañados por la
Virgen en el camino, y si bien junto a este notar a Dios también notamos la
insatisfacción, pensamos que es algo connatural en la vida: que estamos contentos
pero siempre esperamos un “más”, que nos lleva en la esperanza a un “más allá”
que tendremos en el cielo, pero que también nos ha de llevar a disfrutar del
presente, mientras sabemos que lo mejor siempre está por llegar.
Algunos piensan que mejor quitar el sufrimiento. Así alguna teoría de Di
Mello y de los orientales. Lo resumiré con una historieta. Una chica muy guapa,
pero muy fría, con el corazón de hielo, no sentía el amor, y pidió a Dios un
corazón con capacidad para querer. Dios le dijo que tendría que sufrir, y acepto.
Y comenzó a saber qué es amar, y qué es sufrir. ¿No quieres sufrir? No ames. Pero
si no amas, te pierdes lo mejor de la vida, la esencia de la vida, no vives…
“Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de
alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la
fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la
que quizás ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de
sentido y de la soledad es mucho mayor aún. Lo que cura al hombre no es
esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la
tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con
Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (ES). Aquí el Papa cita el mártir
vietnamita Pablo Le-Bao-Thin († 1857) en las que resalta esta transformación del
sufrimiento mediante la fuerza de la esperanza que proviene de la fe. «Yo, Pablo,
encarcelado por el nombre de Cristo, os quiero explicar las tribulaciones en que
me veo sumergido cada día, para que, enfervorizados en el amor de Dios, alabéis
conmigo al Señor, porque es eterna su misericordia (cf Sal 136 [135]). Esta cárcel es
un verdadero infierno: a los crueles suplicios de toda clase, como son grillos,
cadenas de hierro y ataduras, hay que añadir el odio, las venganzas, las calumnias,
palabras indecentes, peleas, actos perversos, juramentos injustos, maldiciones y,
finalmente, angustias y tristeza. Pero Dios, que en otro tiempo libró a los tres
jóvenes del horno de fuego, está siempre conmigo y me libra de las tribulaciones
y las convierte en dulzura, porque es eterna su misericordia. En medio de estos
tormentos, que aterrorizarían a cualquiera, por la gracia de Dios estoy lleno de
gozo y alegría, porque no estoy solo, sino que Cristo está conmigo[...]. ¿Cómo
resistir este espectáculo, viendo cada día cómo los emperadores, los mandarines y
sus cortesanos blasfeman tu santo nombre, Señor, que te sientas sobre los
querubines y serafines? (cf Sal 80 [79],2). ¡Mira, tu cruz es pisoteada por los
paganos! ¿Dónde está tu gloria? Al ver todo esto, prefiero, encendido en tu amor,
morir descuartizado, en testimonio de tu amor. Muestra, Señor, tu poder, sálvame
y dame tu apoyo, para que la fuerza se manifieste en mi debilidad y sea
glorificada ante los gentiles [...]. Queridos hermanos al escuchar todo esto, llenos
de alegría, tenéis que dar gracias incesantes a Dios, de quien procede todo bien;
bendecid conmigo al Señor, porque es eterna su misericordia [...]. Os escribo todo
esto para se unan vuestra fe y la mía. En medio de esta tempestad echo el ancla
hasta el trono de Dios, esperanza viva de mi corazón...». Ésta es una carta «desde
el infierno». “Se expresa todo el horror de un campo de concentración en el cual,
a los tormentos por parte de los tiranos, se añade el desencadenarse del mal en las
430
Esperanza y salvación
víctimas mismas que, de este modo, se convierten incluso en nuevos instrumentos
de la crueldad de los torturadores. Es una carta desde el «infierno», pero en ella se
hace realidad la exclamación del Salmo: «Si escalo el cielo, allí estás tú; si me
acuesto en el abismo, allí te encuentro... Si digo: ‘‘Que al menos la tiniebla me
encubra...”, ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día» (Sal 139
[138] 8-12; cf. Sal 23[22], 4). Cristo ha descendido al «infierno» y así está cerca de
quien ha sido arrojado allí, transformando por medio de Él las tinieblas en luz. El
sufrimiento y los tormentos son terribles y casi insoportables. Sin embargo, ha
surgido la estrella de la esperanza, el ancla del corazón llega hasta el trono de
Dios. No se desata el mal en el hombre, sino que vence la luz: el sufrimiento –sin
dejar de ser sufrimiento– se convierte a pesar de todo en canto de alabanza”.
Aquí vemos, en medio del horror que tratan algunas películas como “La lista de
Shindtler”, “Apocalipsys now” o la novela de donde se inspira “El corazón de las
tinieblas” de Conrad, en medio de esto, la revelación que veíamos de los mártires,
el canto a la esperanza. También “La cabaña del Tío Tom” entra en este canto a la
esperanza, para una hermanad entre todas las razas…
“La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su
relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el
individuo como para la sociedad. Una sociedad que no logra aceptar a los que
sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea
compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e
inhumana. A su vez, la sociedad no puede aceptar a los que sufren y sostenerlos
en su dolencia si los individuos mismos no son capaces de hacerlo y, en fin, el
individuo no puede aceptar el sufrimiento del otro si no logra encontrar
personalmente en el sufrimiento un sentido, un camino de purificación y
maduración, un camino de esperanza. En efecto, aceptar al otro que sufre significa
asumir de alguna manera su sufrimiento, de modo que éste llegue a ser también
mío. Pero precisamente porque ahora se ha convertido en sufrimiento
compartido, en el cual se da la presencia de un otro, este sufrimiento queda
traspasado por la luz del amor. La palabra latina con-solatio, consolación, lo
expresa de manera muy bella, sugiriendo un «ser-con» en la soledad, que entonces
ya no es soledad. Pero también la capacidad de aceptar el sufrimiento por amor
del bien, de la verdad y de la justicia, es constitutiva de la grandeza de la
humanidad porque, en definitiva, cuando mi bienestar, mi incolumidad, es más
importante que la verdad y la justicia, entonces prevalece el dominio del más
fuerte; entonces reinan la violencia y la mentira. La verdad y la justicia han de
estar por encima de mi comodidad e incolumidad física, de otro modo mi propia
vida se convierte en mentira. Y también el «sí» al amor es fuente de sufrimiento,
porque el amor exige siempre nuevas renuncias de mi yo, en las cuales me dejo
modelar y herir. En efecto, no puede existir el amor sin esta renuncia también
dolorosa para mí, de otro modo se convierte en puro egoísmo y, con ello, se
anula a sí mismo como amor” (ES).
Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y de la justicia;
sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama
realmente, son elementos fundamentales de humanidad, cuya pérdida destruiría al
hombre mismo. Y se pregunta el Papa: ¿somos capaces? ¿El otro es tan importante
431
Vida más allá de la muerte
como para que, por él, yo me convierta en una persona que sufre? ¿Es tan
importante para mí la verdad como para compensar el sufrimiento? ¿Es tan
grande la promesa del amor que justifique el don de mí mismo? “En la historia de
la humanidad, la fe cristiana tiene precisamente el mérito de haber suscitado en el
hombre, de manera nueva y más profunda, la capacidad de estos modos de sufrir
que son decisivos para su humanidad. La fe cristiana nos ha enseñado que verdad,
justicia y amor no son simplemente ideales, sino realidades de enorme densidad.
En efecto, nos ha enseñado que Dios –la Verdad y el Amor en persona– ha
querido sufrir por nosotros y con nosotros. Bernardo de Claraval acuñó la
maravillosa expresión: Impassibilis est Deus, sed non incompassibilis, Dios no
puede padecer, pero puede compadecer. El hombre tiene un valor tan grande
para Dios que se hizo hombre para poder com-padecer Él mismo con el hombre,
de modo muy real, en carne y sangre, como nos manifiesta el relato de la Pasión
de Jesús. Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y
el padecer; de ahí se difunde en cada sufrimiento la con-solatio, el consuelo del
amor participado de Dios y así aparece la estrella de la esperanza”. Junto a la gran
esperanza también necesitamos “una visita afable, la cura de las heridas internas y
externas, la solución positiva de una crisis, etc. También estos tipos de esperanza
pueden ser suficientes en las pruebas más o menos pequeñas. Pero en las pruebas
verdaderamente graves, en las cuales tengo que tomar mi decisión definitiva de
anteponer la verdad al bienestar, a la carrera, a la posesión, es necesaria la
verdadera certeza, la gran esperanza de la que hemos hablado. Por eso
necesitamos también testigos, mártires, que se han entregado totalmente, para
que nos lo demuestren día tras día. Los necesitamos en las pequeñas alternativas
de la vida cotidiana, para preferir el bien a la comodidad, sabiendo que
precisamente así vivimos realmente la vida. Digámoslo una vez más: la capacidad
de sufrir por amor de la verdad es un criterio de humanidad. No obstante, esta
capacidad de sufrir depende del tipo y de la grandeza de la esperanza que
llevamos dentro y sobre la que nos basamos. Los santos pudieron recorrer el gran
camino del ser hombre del mismo modo en que Cristo lo recorrió antes de
nosotros, porque estaban repletos de la gran esperanza”.
Luego el Papa considera la importancia de lo que se venía llamando ofrecer
sacrificios, y que sirve. “Quisiera añadir aún una pequeña observación sobre los
acontecimientos de cada día que no es del todo insignificante. La idea de poder
«ofrecer» las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez
como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido, eran parte de una
forma de devoción todavía muy difundida hasta no hace mucho tiempo, aunque
hoy tal vez menos practicada. En esta devoción había sin duda cosas exageradas y
quizás hasta malsanas, pero conviene preguntarse si acaso no comportaba de
algún modo algo esencial que pudiera sernos de ayuda. ¿Qué quiere decir
«ofrecer»? Estas personas estaban convencidas de poder incluir sus pequeñas
dificultades en el gran com-padecer de Cristo, que así entraban a formar parte de
algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano. De esta
manera, las pequeñas contrariedades diarias podrían encontrar también un
sentido y contribuir a fomentar el bien y el amor entre los hombres. Quizás
debamos preguntarnos realmente si esto no podría volver a ser una perspectiva
432
Esperanza y salvación
sensata también para nosotros”. (aquí conecta con lo que hemos comentado de la
liturgia sobre los mártires).

El Juicio como lugar de aprendizaje y ejercicio de la esperanza. La parte


central del Credo se concluye con las palabras: «de nuevo vendrá con gloria para
juzgar a vivos y muertos». “Ya desde los primeros tiempos, la perspectiva del
Juicio ha influido en los cristianos, también en su vida diaria, como criterio para
ordenar la vida presente, como llamada a su conciencia y, al mismo tiempo, como
esperanza en la justicia de Dios. La fe en Cristo nunca ha mirado sólo hacia atrás
ni sólo hacia arriba, sino siempre adelante, hacia la hora de la justicia que el Señor
había preanunciado repetidamente. Este mirar hacia adelante ha dado la
importancia que tiene el presente para el cristianismo. En la configuración de los
edificios sagrados cristianos, que quería hacer visible la amplitud histórica y
cósmica de la fe en Cristo, se hizo habitual representar en el lado oriental al Señor
que vuelve como rey –imagen de la esperanza–, mientras en el lado occidental
estaba el Juicio final como imagen de la responsabilidad respecto a nuestra vida,
una representación que miraba y acompañaba a los fieles justamente en su
retorno a lo cotidiano. En el desarrollo de la iconografía, sin embargo, se ha dado
después cada vez más relieve al aspecto amenazador y lúgubre del Juicio, que
obviamente fascinaba a los artistas más que el esplendor de la esperanza, el cual
quedaba con frecuencia excesivamente oculto bajo la amenaza” (ES).
Como hemos visto en estas páginas, en los últimos siglos la idea del Juicio
final se ha desvaído: la vida cristiana se ha polarizado hacia la salvación personal
del alma; “la reflexión sobre la historia universal, en cambio, está dominada en
gran parte por la idea del progreso”, se ha secularizado. “Pero el contenido
fundamental de la espera del Juicio no es que haya simplemente desaparecido,
sino que ahora asume una forma totalmente diferente. El ateísmo de los siglos XIX
y XX, por sus raíces y finalidad, es un moralismo, una protesta contra las injusticias
del mundo y de la historia universal. Un mundo en el que hay tanta injusticia,
tanto sufrimiento de los inocentes y tanto cinismo del poder, no puede ser obra
de un Dios bueno. El Dios que tuviera la responsabilidad de un mundo así no sería
un Dios justo y menos aún un Dios bueno. Hay que contestar este Dios
precisamente en nombre de la moral. Y puesto que no hay un Dios que crea
justicia, parece que ahora es el hombre mismo quien está llamado a establecer la
justicia. Ahora bien, si ante el sufrimiento de este mundo es comprensible la
protesta contra Dios, la pretensión de que la humanidad pueda y deba hacer lo
que ningún Dios hace ni es capaz de hacer, es presuntuosa e intrínsecamente falsa.
Si de esta premisa se han derivado las más grandes crueldades y violaciones de la
justicia, no es fruto de la casualidad, sino que se funda en la falsedad intrínseca de
esta pretensión. Un mundo que tiene que crear su justicia por sí mismo es un
mundo sin esperanza. Nadie ni nada responde del sufrimiento de los siglos. Nadie
ni nada garantiza que el cinismo del poder –bajo cualquier seductor revestimiento
ideológico que se presente– no siga mangoneando en el mundo” (ES, cf Max
Horkheimer y Theodor W. Adorno). Todo moralismo es malo. También el
clericalismo y el anticlericalismo. La intervención excesiva de la Iglesia en la
mundanidad y la no-intervención de los últimos siglos, pues la usurpación civil y
433
Vida más allá de la muerte
una religión laica es peor. Pienso en las reuniones que en Cataluña quiere hacer el
gobierno para coordinar las confesiones religiosas, como si fuera su papel, cosa
que no hizo ni Franco, que se limitaba a nombrar obispos. La «nostalgia del
totalmente Otro», que permanece inaccesible es un grito del deseo dirigido a la
historia universal que no se puede manipular por parte de nadie, la «imagen» del
Dios que ama no es totalmente representable, y en este sentido nunca sabemos
totalmente cómo es Dios (teología «negativa»: siempre hay más cosas de Él que no
sabemos que no las que sabemos, y no nos podemos inventar lo que no sabemos,
lo que no nos ha dicho). Adorno ve que el mundo necesita un más allá: «en el
cual no sólo fuera suprimido el sufrimiento presente, sino también revocado lo
que es irrevocablemente pasado». Pero esto significaría –expresado en símbolos
positivos y, por tanto, para él inapropiados– que no puede haber justicia sin
resurrección de los muertos. Pero una tal perspectiva comportaría «la resurrección
de la carne, algo que es totalmente ajeno al idealismo, al reino del espíritu
absoluto» (cit. por Benedicto XVI, en ES).
La renuncia a toda imagen (cf Ex 20,4), en relación con la teología negativa
resaltada por el IV Concilio de Letrán: por grande que sea la semejanza que
aparece entre el Creador y la criatura, siempre es más grande la desemejanza entre
ellos (DS 806) no hay que absolutizarla, pues el creyente sabe que Cristo se ha
hecho hombre: “en Él, el Crucificado, se lleva al extremo la negación de las falsas
imágenes de Dios. Ahora Dios revela su rostro precisamente en la figura del que
sufre y comparte la condición del hombre abandonado por Dios, tomándola
consigo. Este inocente que sufre se ha convertido en esperanza-certeza: Dios
existe, y Dios sabe crear la justicia de un modo que nosotros no somos capaces de
concebir y que, sin embargo, podemos intuir en la fe. Sí, existe la resurrección de
la carne. Existe una justicia. Existe la «revocación» del sufrimiento pasado, la
reparación que restablece el derecho. Por eso la fe en el Juicio final es ante todo y
sobre todo esperanza, esa esperanza cuya necesidad se ha hecho evidente
precisamente en las convulsiones de los últimos siglos. Estoy convencido de que la
cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más
fuerte en favor de la fe en la vida eterna. La necesidad meramente individual de
una satisfacción plena que se nos niega en esta vida, de la inmortalidad del amor
que esperamos, es ciertamente un motivo importante para creer que el hombre
esté hecho para la eternidad; pero sólo en relación con el reconocimiento de que
la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser
plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva”
(ES). Es lo que la gente del pueblo dice, ante la injusticia: “el tiempo pone las
cosas en su sitio” (y no solo en la otra vida, muchas veces aquí también). El
sentido de expiación, de sacrificio en el tiempo, expresado también en la fórmula
de la penitencia sacramental, explica bien esta idea purgativa ya en el tiempo: “el
bien que hagas y el mal que tengas que padecer te sirvan para aumento de gracia
y premio de vida eterna”…
“La protesta contra Dios en nombre de la justicia no vale. Un mundo sin Dios
es un mundo sin esperanza (cf. Ef 2,12). Sólo Dios puede crear justicia. Y la fe nos
da esta certeza: Él lo hace. La imagen del Juicio final no es en primer lugar una
imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza; quizás la imagen decisiva para
434
Esperanza y salvación
nosotros de la esperanza. ¿Pero no es quizás también una imagen que da pavor?
Yo diría: es una imagen que exige la responsabilidad. Una imagen, por lo tanto,
de ese pavor al que se refiere san Hilario cuando dice que todo nuestro miedo
está relacionado con el amor. Dios es justicia y crea justicia. Éste es nuestro
consuelo y nuestra esperanza. Pero en su justicia está también la gracia. Esto lo
descubrimos dirigiendo la mirada hacia el Cristo crucificado y resucitado. Ambas –
justicia y gracia– han de ser vistas en su justa relación interior. La gracia no excluye
la justicia. No convierte la injusticia en derecho. No es un cepillo que borra todo,
de modo que cuanto se ha hecho en la tierra acabe por tener siempre igual valor”
(ES). Ya hemos hablado de lo que aquí cita el Papa con palabras de Dostoievsky:
no puede verse a un Dios abuelete que nos pone un cielo de gracia que va contra
la razón donde los malvados, en el banquete eterno, se sentarán indistintamente a
la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada. Cita también a
Platón que expresa un presentimiento del juicio justo, que en gran parte es
verdadero y provechoso también para el cristiano, con lenguaje mítico para
expresar la verdad: dice que al final las almas estarán desnudas ante el juez. Ahora
ya no cuenta lo que fueron una vez en la historia, sino sólo lo que son de verdad.
«Ahora [el juez] tiene quizás ante sí el alma de un rey [...] o algún otro rey o
dominador, y no ve nada sano en ella. La encuentra flagelada y llena de cicatrices
causadas por el perjurio y la injusticia [...] y todo es tortuoso, lleno de mentira y
soberbia, y nada es recto, porque ha crecido sin verdad. Y ve cómo el alma, a
causa de la arbitrariedad, el desenfreno, la arrogancia y la desconsideración en el
actuar, está cargada de excesos e infamia. Ante semejante espectáculo, la manda
enseguida a la cárcel, donde padecerá los castigos merecidos [...]. Pero a veces ve
ante sí un alma diferente, una que ha transcurrido una vida piadosa y sincera [...],
se complace y la manda a la isla de los bienaventurados» (Gorgias). Presenta ahora
el Papa la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro (cf Lc 16,19-31), donde Jesús
explica con el modo de entender de su época “la imagen de un alma similar,
arruinada por la arrogancia y la opulencia, que ha cavado ella misma un foso
infranqueable entre sí y el pobre: el foso de su cerrazón en los placeres materiales,
el foso del olvido del otro y de la incapacidad de amar, que se transforma ahora
en una sed ardiente y ya irremediable. Hemos de notar aquí que, en esta
parábola, Jesús no habla del destino definitivo después del Juicio universal, sino
que se refiere a una de las concepciones del judaísmo antiguo, es decir, la de una
condición intermedia entre muerte y resurrección, un estado en el que falta aún la
sentencia última.
”Esta visión del antiguo judaísmo de la condición intermedia incluye la idea
de que las almas no se encuentran simplemente en una especie de recinto
provisional, sino que padecen ya un castigo, como demuestra la parábola del rico
epulón, o que por el contrario gozan ya de formas provisionales de
bienaventuranza. Y, en fin, tampoco falta la idea de que en este estado se puedan
dar también purificaciones y curaciones, con las que el alma madura para la
comunión con Dios. La Iglesia primitiva ha asumido estas concepciones, de las que
después se ha desarrollado paulatinamente en la Iglesia occidental la doctrina del
purgatorio”. Ya hemos explicado en otro sitio el complicado proceso histórico de
este desarrollo según lo resume Ratzinger magistralmente; aquí en estas
435
Vida más allá de la muerte
conclusiones se pregunta “solamente de qué se trata realmente. La opción de vida
del hombre se hace en definitiva con la muerte; esta vida suya está ante el Juez.
Su opción, que se ha fraguado en el transcurso de toda la vida, puede tener
distintas formas. Puede haber personas que han destruido totalmente en sí mismas
el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor. Personas en las que todo se
ha convertido en mentira; personas que han vivido para el odio y que han
pisoteado en ellas mismas el amor. Ésta es una perspectiva terrible, pero en
algunos casos de nuestra propia historia podemos distinguir con horror figuras de
este tipo. En semejantes individuos no habría ya nada remediable y la destrucción
del bien sería irrevocable: esto es lo que se indica con la palabra infierno.” De eso
hemos hablado también. “Por otro lado, puede haber personas purísimas, que se
han dejado impregnar completamente de Dios y, por consiguiente, están
totalmente abiertas al prójimo; personas cuya comunión con Dios orienta ya
desde ahora todo su ser y cuyo caminar hacia Dios les lleva sólo a culminar lo que
ya son”. Son esta gente de mirada limpia… Al cielo hemos dedicado algunos
apartados.
“No obstante, según nuestra experiencia, ni lo uno ni lo otro son el caso
normal de la existencia humana. En gran parte de los hombres –eso podemos
suponer– queda en lo más profundo de su ser una última apertura interior a la
verdad, al amor, a Dios. Pero en las opciones concretas de la vida, esta apertura
se ha empañado con nuevos compromisos con el mal; hay mucha suciedad que
recubre la pureza, de la que, sin embargo, queda la sed y que, a pesar de todo,
rebrota una vez más desde el fondo de la inmundicia y está presente en el alma.
¿Qué sucede con estas personas cuando comparecen ante el Juez? Toda la
suciedad que ha acumulado en su vida, ¿se hará de repente irrelevante? O, ¿qué
otra cosa podría ocurrir? San Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, nos da
una idea del efecto diverso del juicio de Dios sobre el hombre, según sus
condiciones. Lo hace con imágenes que quieren expresar de algún modo lo
invisible, sin que podamos traducir estas imágenes en conceptos, simplemente
porque no podemos asomarnos a lo que hay más allá de la muerte ni tenemos
experiencia alguna de ello. Pablo dice sobre la existencia cristiana, ante todo, que
ésta está construida sobre un fundamento común: Jesucristo. Éste es un
fundamento que resiste. Si hemos permanecido firmes sobre este fundamento y
hemos construido sobre él nuestra vida, sabemos que este fundamento no se nos
puede quitar ni siquiera en la muerte. Y continúa: «Encima de este cimiento
edifican con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, heno o paja. Lo que ha
hecho cada uno saldrá a la luz; el día del juicio lo manifestará, porque ese día
despuntará con fuego y el fuego pondrá a prueba la calidad de cada construcción.
Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa,
mientras que aquel cuya obra quede abrasada sufrirá el daño. No obstante, él
quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego» (3,12-15). En todo
caso, en este texto se muestra con nitidez que la salvación de los hombres puede
tener diversas formas; que algunas de las cosas construidas pueden consumirse
totalmente; que para salvarse es necesario atravesar el «fuego» en primera persona
para llegar a ser definitivamente capaces de Dios y poder tomar parte en la mesa
del banquete nupcial eterno” (ES). Pienso que al final de estas páginas no hace
436
Esperanza y salvación
falta comentarios, que las palabras del Papa sirven de conclusión, y se pueden
volver a leer y quizá entender con más profundidad sin necesidad de glosas.
Aquí el Papa esconde su opinión en una genérica “tercera persona” plural,
pero en otros lugares ha escrito que es lo que él piensa firmemente: “(Algunos
teólogos recientes piensan que) el fuego que arde, y que a la vez salva, es Cristo
mismo, el Juez y Salvador. El encuentro con Él es el acto decisivo del Juicio. Ante
su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos,
nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En
ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse
como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse. Pero en el dolor de este
encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con toda
claridad, está la salvación. Su mirada, el toque de su corazón, nos cura a través de
una transformación, ciertamente dolorosa, «como a través del fuego». Pero es un
dolor bienaventurado, en el cual el poder santo de su amor nos penetra como
una llama, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros mismos y, con ello,
totalmente de Dios. Así se entiende también con toda claridad la compenetración
entre justicia y gracia: nuestro modo de vivir no es irrelevante, pero nuestra
inmundicia no nos ensucia eternamente, al menos si permanecemos orientados
hacia Cristo, hacia la verdad y el amor. A fin de cuentas, esta suciedad ha sido ya
quemada en la Pasión de Cristo. En el momento del Juicio experimentamos y
acogemos este predominio de su amor sobre todo el mal en el mundo y en
nosotros. El dolor del amor se convierte en nuestra salvación y nuestra alegría.
Está claro que no podemos calcular con las medidas cronométricas de este mundo
la «duración» de éste arder que transforma. El «momento» transformador de este
encuentro está fuera del alcance del cronometraje terrenal. Es tiempo del corazón,
tiempo del «paso» a la comunión con Dios en el Cuerpo de Cristo” (Ya hemos
comentado esta concepción del purgatorio como abrazo con Cristo más arriba.).
“El Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si
fuera solamente gracia que convierte en irrelevante todo lo que es terrenal, Dios
seguiría debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia, una pregunta
decisiva para nosotros ante la historia y ante Dios mismo. Si fuera pura justicia,
podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros. La encarnación
de Dios en Cristo ha unido uno con otra –juicio y gracia– de tal modo que la
justicia se establece con firmeza: todos nosotros esperamos nuestra salvación «con
temor y temblor» (Fil 2,12). No obstante, la gracia nos permite a todos esperar y
encaminarnos llenos de confianza al encuentro con el Juez, que conocemos como
nuestro «abogado», parakletos (cf 1 Jn 2,1)” (ES).
Luego el Papa se refiere a una visión ecuménica del “que sea posible un
recíproco dar y recibir, en el que estamos unidos unos con otros con vínculos de
afecto más allá del confín de la muerte, ha sido una convicción fundamental del
cristianismo de todos los siglos y sigue siendo también hoy una experiencia
consoladora” en la oración por los difuntos y comunión de los santos, de lo que
hemos hablado ampliamente. Aunque nos hemos referido a la pega protestante
de no instrumentalizar las indulgencias, aquí repetimos el argumento para
intensificar lo que dice el Papa en el sentido de que nuestra lucha no es individual,
de que yo no estoy solo, cuando hago algo implico toda la historia, y estoy
437
Vida más allá de la muerte
salvando con Cristo, que continúa viviendo en mí. Esto tiene implicaciones
grandes, también en mi pecaminosidad, cuando me levanto contrito: “Ningún ser
humano es una mónada cerrada en sí misma. Nuestras existencias están en
profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples
interacciones. Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. En mi vida
entra continuamente la de los otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y
viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal.
Así, mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni
siquiera después de la muerte. En el entramado del ser, mi gratitud para con él, mi
oración por él, puede significar una pequeña etapa de su purificación. Y con esto
no es necesario convertir el tiempo terrenal en el tiempo de Dios: en la comunión
de las almas queda superado el simple tiempo terrenal. Nunca es demasiado tarde
para tocar el corazón del otro y nunca es inútil. Así se aclara aún más un elemento
importante del concepto cristiano de esperanza. Nuestra esperanza es siempre y
esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza
también para mí. Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente:
¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué
puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la
estrella de la esperanza? Entonces habré hecho el máximo también por mi
salvación personal”. Así se aprovecha lo bueno de los últimos siglos, demasiado
cerrado en una ascética individualista y poco social, poco del mundo, y se
devuelve a la fe todo su esplendor de la verdad…
7. María, estrella de la esperanza.
En realidad, el apartado mariano está en un libro anterior, en el dedicado al
Adviento, y no en esta conclusión, pero antes de remodelar el libro he preferido
acomodarme al esquema del Papa en su Encíclica y pensar que toda esperanza es
mariana y en este camino del que hablamos ahora (y del que hemos hablado en
este libro) ella nos ha llevado de la mano en cada página y es lógico que nos
despida. “Con un himno del siglo VIII/IX, por tanto de hace más de mil años, la
Iglesia saluda a María, la Madre de Dios, como «estrella del mar»: Ave maris stella.
La vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo?
La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso,
un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas
estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas
son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol
que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él
necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de
Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María
podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su «sí» abrió la puerta
de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca viviente de la
Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda
entre nosotros (cf. Jn 1,14)?
Así, pues, la invocamos: Santa María, tú fuiste una de aquellas almas humildes
y grandes en Israel que, como Simeón, esperó «el consuelo de Israel» (Lc 2,25) y
esperaron, como Ana, «la redención de Jerusalén» (Lc 2,38). Tú viviste en
contacto íntimo con las Sagradas Escrituras de Israel, que hablaban de la
438
Esperanza y salvación
esperanza, de la promesa hecha a Abrahán y a su descendencia (cf Lc 1,55). Así
comprendemos el santo temor que te sobrevino cuando el ángel de Dios entró en
tu aposento y te dijo que darías a luz a Aquel que era la esperanza de Israel y la
esperanza del mundo. Por ti, por tu «sí», la esperanza de milenios debía hacerse
realidad, entrar en este mundo y su historia. Tú te has inclinado ante la grandeza
de esta misión y has dicho «sí»: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según
tu palabra» (Lc 1,38). Cuando llena de santa alegría fuiste aprisa por los montes de
Judea para visitar a tu pariente Isabel, te convertiste en la imagen de la futura
Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza del mundo por los montes de la historia.
Pero junto con la alegría que, en tu Magnificat, con las palabras y el canto, has
difundido en los siglos, conocías también las afirmaciones oscuras de los profetas
sobre el sufrimiento del siervo de Dios en este mundo. Sobre su nacimiento en el
establo de Belén brilló el resplandor de los ángeles que llevaron la buena nueva a
los pastores, pero al mismo tiempo se hizo de sobra palpable la pobreza de Dios
en este mundo. El anciano Simeón te habló de la espada que traspasaría tu
corazón (cf Lc 2,35), del signo de contradicción que tu Hijo sería en este mundo.
Cuando comenzó después la actividad pública de Jesús, debiste quedarte a un
lado para que pudiera crecer la nueva familia que Él había venido a instituir y que
se desarrollaría con la aportación de los que hubieran escuchado y cumplido su
palabra (cf Lc 11,27s). No obstante toda la grandeza y la alegría de los primeros
pasos de la actividad de Jesús, ya en la sinagoga de Nazaret experimentaste la
verdad de aquella palabra sobre el «signo de contradicción» (cf Lc 4,28ss). Así has
visto el poder creciente de la hostilidad y el rechazo que progresivamente fue
creándose en torno a Jesús hasta la hora de la cruz, en la que viste morir como un
fracasado, expuesto al escarnio, entre los delincuentes, al Salvador del mundo, el
heredero de David, el Hijo de Dios. Recibiste entonces la palabra: «Mujer, ahí
tienes a tu hijo» (Jn 19,26). Desde la cruz recibiste una nueva misión. A partir de la
cruz te convertiste en madre de una manera nueva: madre de todos los que
quieren creer en tu Hijo Jesús y seguirlo. La espada del dolor traspasó tu corazón.
¿Había muerto la esperanza? ¿Se había quedado el mundo definitivamente sin luz,
la vida sin meta? Probablemente habrás escuchado de nuevo en tu interior en
aquella hora la palabra del ángel, con la cual respondió a tu temor en el
momento de la anunciación: «No temas, María» (Lc 1,30). ¡Cuántas veces el Señor,
tu Hijo, dijo lo mismo a sus discípulos: no temáis! En la noche del Gólgota, oíste
una vez más estas palabras en tu corazón. A sus discípulos, antes de la hora de la
traición, Él les dijo: «Tened valor: Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). «No
tiemble vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14,27). «No temas, María». En la hora
de Nazaret el ángel también te dijo: «Su reino no tendrá fin» (Lc 1,33). ¿Acaso
había terminado antes de empezar? No, junto a la cruz, según las palabras de
Jesús mismo, te convertiste en madre de los creyentes. Con esta fe, que en la
oscuridad del Sábado Santo fue también certeza de la esperanza, te has ido a
encontrar con la mañana de Pascua. La alegría de la resurrección ha conmovido tu
corazón y te ha unido de modo nuevo a los discípulos, destinados a convertirse
en familia de Jesús mediante la fe. Así, estuviste en la comunidad de los creyentes
que en los días después de la Ascensión oraban unánimes en espera del don del
Espíritu Santo (cf. Hch 1,14), que recibieron el día de Pentecostés. El «reino» de
439
Vida más allá de la muerte
Jesús era distinto de como lo habían podido imaginar los hombres. Este « reino »
comenzó en aquella hora y ya nunca tendría fin. Por eso tú permaneces con los
discípulos como madre suya, como Madre de la esperanza. Santa María, Madre
de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el
camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro
camino.”
8. María, nuestra esperanza, estrella del tercer milenio; la
Virgen de Fátima y la paz del mundo
"Qué cielo mas azul aquella noche! / Parece que se vea el infinito, / el Infinito
sin velos, / más allá de la luna y de las estrellas. / La luna y las estrellas brillan tan
claro / en el azul infinito de la noche santa, / que el alma allá se encanta" (Joan
Maragall). En la noche cerrada, amanece la esperanza... Igual como empieza el
año con la solemnidad de la Maternidad de la Virgen María, quiso Juan Pablo II
anunciar el milenio con María como su estrella naciente. “Maria” significa entre
otras acepciones "estrella de la mañana" en lengua hebrea: recuerda la estrella que
daba orientación a los navegantes, porque conocieran el camino en la oscuridad
de la noche. Así la estrella guía a los Magos, y nosotros queremos seguir nuestra
estrella hasta llegar a Jesús… Maria es nuestra esperanza, la que nos guía a Jesús,
que nos ha dado en el pesebre. No obliga, nos muestra el camino, respeta nuestra
libertad, como hace la estrella, ilumina. Este es el modelo para toda educación,
tanto la de los padres con los hijos, la de los miembros de la Iglesia en su
apostolado, o como ciudadanos a nivel social y cultural: no se trata sólo de
transmitir conocimientos, sino vida, dar luz, ser un referente –estrella- en un
mundo de gente que no sabe hacia dónde ir, que necesita maestros. El problema
del mundo de hoy es de educación, en el sentido profundo de la palabra. María
nos trae a Jesús que nos quiere dar luz y calor, nos llena de optimismo y
esperanza que va más allá de lo que vemos, que a veces puede parecernos algo
negro, que nos proyecta hacia lo que no vemos; nos habla de que si Dios se ha
hecho Niño, es posible un mundo mejor, en el que reine la alegría. Que siempre
hay un punto en lo más profundo del alma que emana la luz y el calor de Belén,
que nos llena y nunca nos deja sentirnos vacíos, que es fuente inagotable de
ilusiones y proyectos. Porque Jesús entra dentro de la Historia, es solidario con
todo lo nuestro, y nunca nos sentiremos solos: “Si las estrellas bajan para mirarte,
/ detrás de cada estrella / camina un ángel” (Luis Rosales).

Circulan en nuestros días falsos secretos sobre el fin del mundo, que provocan
en muchos crédulos desconcierto y temor, “anuncios apocalípticos” sin sustancia.
Hubo sí un “secreto” de Fátima, pero ya fue publicado y no era apocalíptico, sino
profético en cuestiones de fe y de la crisis del mundo y de la Iglesia. Los
recientemente declarados mártires de los años 1930 en España son un buen
ejemplo de ello. El anuncio de Fátima tuvo dos primeras partes que fueron
publicas enseguida, sobre la devoción al Corazón Inmaculado de María, profetizó
los acontecimientos futuros como el final de la primera guerra (“si oramos, la
guerra desaparecerá"); el comienzo de la segunda guerra mundial y la previsión de
los daños ingentes que Rusia, en su defección de la fe cristiana y en la adhesión al

440
Esperanza y salvación
totalitarismo comunista, provocaría a la humanidad. Nadie en 1917 podía haber
imaginado todo esto: los tres pastorinhos de Fátima ven, escuchan, memorizan, y
Lucia pide al Papa la consagración del mundo y Rusia al corazón de María, hasta
la que hizo el Papa solemnemente el día de la Anunciación de 1984, que ya sor
Lucia dijo que estaba bien (cinco años más tarde, en 1989, cayeron los muros de
Berlín; y quedan muchos muros por caer todavía en la solidaridad de los países
del norte con los del sur, los de occidente con los de oriente...). El siglo XX, tan
lleno de dramáticos y crueles acontecimientos (ha sido uno de los más dramáticos
en la historia del hombre, incluido el atentado a Juan Pablo II), es al mismo
tiempo un siglo lleno de apariciones y signos sobrenaturales (hay muchas otras
“apariciones” de la Virgen, sobre las que la Iglesia no se ha definido, pero que está
en la libertad de los fieles acudir a esos lugares), que entran en el vivo de los
acontecimientos humanos y acompañan el camino del mundo, sorprendiendo a
creyentes y no creyentes. Fátima es sin duda la más profética de las apariciones
modernas. La tercera parte del secreto de Fátima no hablaba como se dijo a veces
de una crisis de fe en la Iglesia, ni de alarmas apocalípticas, sino de la necesidad de
la oración y de la conversión, y de la protección de la Virgen en estas horas
inciertas y oscuras de nuestros tiempos llenos de ataques a la dignidad de la
persona humana en aras de un progreso: Auschwitz, el aborto, la eutanasia...
La Virgen ha tenido mucho que ver con la evolución de la historia de nuestro
mundo: no sólo en la caída del muro de Berlín (curiosamente, Fátima es el
nombre de la hija de Mahoma, y los santuarios de la Virgen son muy visitados por
musulmanes en los santuarios que hay en diversos países, quizá Fátima indica
también que por María vendrá esa paz deseada en el diálogo entre países
occidentales e islámicos...), sino que Juan Pablo II ha recordado que la paz en el
mundo vendrá por el rezo del Rosario, por la petición de los pequeños –como en
Fátima, o Lourdes...- a la Santísima Virgen. Es el “estilo” de María, su amor por lo
pequeño, la llamada amorosa al arrepentimiento sincero, medio indispensable
para obtener el perdón... apela a la oración y a la penitencia, y a eso nos lleva la
devoción al Corazón Inmaculado de María y el Rosario. Ahora, que estamos en
esta fase de la aparición de un nuevo orden internacional, sin esos “bloques” de
hace años, ahora que estamos en la era de la globalización, que todo es parte de
la aldea global y que hasta el terrorismo se desata globalmente, somos invitados a
ir con esperanza a nuestra Madre la Virgen María, a volver al Rosario en familia,
que es –como decía san J. Escrivá, “arma poderosa” para ganar tantas “batallas” y
nos convierte en sembradores de paz y de alegría en el mundo, en este mundo
del que no conocemos –similarmente a la evolución de la macro-economía- más
que lo de cada día y su evolución, lo pequeño, la micro-economía, la micro-
historia: no sabemos cómo controlar la macro-historia, no sabemos cómo
intervendrá la gracia –esas intevenciones extraordinarias, cuando Dios dice “basta”
al decenio nazi, o los 70 años comunistas, y todo aquello se desmorona-; pero
aunque no sepamos el futuro, con María lo mejor está siempre por llegar, es
esperanza cierta, camino seguro hacia este lugar donde Jesús ha ido, y nos ha
dicho: “En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho,
porque voy a prepararos un lugar” (Jn 14,2). Jesucristo es Camino y con la Virgen
vamos a Jesús, y con Jesús vamos al Padre -a la casa del Padre- donde nos
441
Vida más allá de la muerte
introduce pues “sin él no podrían entrar”. Sólo él puede abrir su acceso a todos: el
que “bajó del cielo” (Jn 3,13), que “salió del Padre” (Jn 16,28) y ahora vuelve al
Padre “con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna” (Heb 9,12). Él
mismo afirma: “Yo soy el Camino nadie va al Padre sino por mí (Jn 14,6).
“Por María, al cielo con Jesús”: Así lo comentaba Juan Pablo II al preparar el
Año de la Redención (Gran Jubileo del Milenio) al comentar la Ascensión de
Jesús: “Nos encontramos aquí ante un doble misterio: El de la disposición eterna
o predestinación divina, que fija los modos, los tiempos, los ritmos de la historia
de la salvación con un designio admirable, pero para nosotros insondable; y el de
la presencia de Cristo en el mundo humano mediante el Espíritu Santo,
santificador y vivificador: el modo cómo la humanidad del Hijo obra mediante el
Espíritu Santo en las almas y en la Iglesia -verdad claramente enseñada por Jesús-
permanece el envuelto en la niebla luminosa del misterio trinitario y cristológico,
y requiere nuestro acto de fe humilde y sabio”.
Cristo actúa en la Iglesia, sacramento de su presencia, sobre todo en la
Eucaristía: “El Espíritu es el que da la vida, la carne no sirve para nada” (Jn 6,61-
63). Aquí nos dice que cuando “suba” se nos manifestará en su Espíritu que da la
“vida”. Desde el día de Pascua, que el Espíritu glorificó el Cuerpo de Cristo en la
resurrección, vivimos la Pentecostés, el Espíritu sobre la Iglesia para que,
“renovado en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo, podamos
participar en la nueva vida de su Cuerpo glorificado por el Espíritu y de este
modo prepararnos para entrar en las ‘moradas eternas’, donde nuestro Redentor
nos ha precedido para prepararnos un lugar en la te ‘Casa del Padre’ (Jn 14,2)”
(Juan Pablo II). En las apariciones de Jesús resucitado “el Ahora trascendente se
introduce en el tiempo del mundo humano, adaptándose una vez más por amor.
Así, el misterio de la relación eternidad-tiempo se condensa en la permanencia de
Cristo resucitado en la tierra. Sin embargo, el misterio no anula su presencia en el
tiempo y en el espacio; antes bien ennoblece y eleva al nivel de los valores
eternos lo que El hace, dice, toca, instituye, dispone: en una palabra, la Iglesia. Por
esto de nuevo decimos: Creo, pero sin evadir la realidad de la que Lucas nos ha
hablado. Ciertamente, cuando Cristo subió al cielo, esta coexistencia e intersección
entre el Ahora eterno y el tiempo terreno se disuelve, y queda el tiempo de la
Iglesia peregrina en la historia. La presencia de Cristo es ahora invisible y
'supratemporal' como la acción del Espíritu Santo, que actúa en los corazones.
La ascensión supone un corte, un situarse Jesús a la derecha de Dios, y estar
sólo en espíritu en la tierra: “Veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del
Poder y venir entre las nubes del cielo” (Mc 14,62); “El Hijo de Dios estará
sentado a la diestra del poder de Dios” (Lc 22,69). No pondría estas citas otra vez
si no fuera porque al concluir estas páginas digamos de “Adviento”, hoy, el día de
S. Esteban, el primer mártir de Jerusalén, el diácono verá a Cristo en el momento
su muerte: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a
la diestra de Dios” (Hech 7,56). “El concepto, pues, se había enraizado y
difundido en las primeras comunidades cristianas, como expresión de la realeza
que Jesús había conseguido con la Ascensión al cielo”.
Siguiendo el comentario, Juan Pablo II nos anima a vivir una vida según las
palabras del Apóstol Pablo a los Romanos viviendo en Jesucristo, 'el que murió,
442
Esperanza y salvación
más aún, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios y que intercede por
nosotros' (Rom 8,34). En la Carta a los Colosenses escribe: 'Si habéis resucitado
con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de
Dios' (Col 3,1; cf Ef l,20). En la Carta a los Hebreos leemos (Heb 1,3; 8,1):
'Tenemos un Sumo Sacerdote tal que se sentó a la diestra del trono de la Majestad
en los cielos'. Y de nuevo (Heb 10,12 y Heb 12,2): 'Él soportó la cruz, sin miedo a
la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios'. A su vez, Pedro
proclama que Cristo 'habiendo ido al cielo está a la diestra de Dios y le están
sometidos los Angeles, las Dominaciones y las Potestades' (1 Ped 3,22). El mismo
Apóstol Pedro, tomando la palabra en el primer discurso después de Pentecostés,
dirá de Cristo que 'exaltado por la diestra Dios, ha recibido del Padre el Espíritu
Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís' (Hech 2,33; cf
también Hech 5,31)”. Hemos de hacer vida nuestra la vida y pascua de Cristo en
el Espíritu Santo. Pues se ha inaugurado “el reino del Mesías, en el que encuentra
cumplimiento la visión profética del Libro de Daniel sobre el hijo del hombre: 'A
él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le
sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino nunca
será destruido jamás' (Dn 7,13-14)”. Cristo es el Señor de todo el cosmos, cabeza
de su Cuerpo, y al final hará “que Dios sea todo en todo” (1 Cor 15,28). Podemos
resumir diciendo que Cristo es el Seor de la historia. En él la historia del hombre, y
puede decirse de toda la creación, encuentra su cumplimiento trascendente. Es lo
que en tradición se llamaba recapitulación (Ef 1,10). Y es Señor de la Vida eterna.
A Él pertenece el juicio último (Mt 25,31.34). “El derecho pleno de juzgar
definitivamente las obras de los hombres y conciencias humanas, pertenece a
Cristo en cuanto Redentor del mundo. El, en efecto, 'adquirió' este derecho
mediante la cruz. Por eso el Padre 'todo juicio lo ha entregado al Hijo' (Jn 5,22).
Sin embargo el Hijo no ha venido sobre todo para juzgar, sino para salvar. Para
otorgar la vida divina que está en El. 'Porque, como el Padre tiene vida en sí
mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder
para juzgar, porque es Hijo del hombre' (Jn 5,26-27). Un poder, por tanto, que
coincide con la misericordia que fluye en su corazón desde el seno del Padre, del
que procede el Hijo y se hace hombre 'propter nos homines et propter nostram
salutem'” De todo esto hemos hablado abundantemente, pero aquí Juan Pablo II
lo resume de modo admirable como a modo de conclusión de estas páginas.
“Cristo crucificado y resucitado, Cristo que 'subió a los cielos y está sentado a la
derecha del Padre'. Cristo que es, por tanto, el Señor de la vida eterna, se eleva
sobre el mundo y sobre la historia como un signo de amor infinito rodeado de
gloria, pero deseoso de recibir de cada hombre una respuesta de amor para darles
la vida eterna”.

Índice
Introducción…….…………………………………………………………………pág. 2

I. Vida más allá de la muerte………………………………………………………….. 3

1. Planteamiento de la cuestión…………………………………………….... 3
443
Vida más allá de la muerte
2. ¿Es necesario hablar tanto de la muerte?............................................... 7
3. “Revelación de la inmortalidad en la Escritura”………………………... 16
4. Vida eterna y resurrección de la carne …………………………………..30

II. “Venga a nosotros tu Reino…” Vida eterna y resurrección de la carne……. 60

1 Inmortalidad como deseo y tarea…………………………………………… 60


2 El Reino de Dios… Ven, Señor Jesús: maranatha…………………………. 69
3 El Reino de Dios en la predicación de Jesús……………………………….. 72
4 Cristo, Señor de la historia…………………………………………………... 84

III. “Ven, Señor Jesús…” (Preparar la venida del Señor)…………………………. 113


1. Vivimos en un Adviento, en una continua preparación………………...113
2. El día de Jesús vuelve la paz al mundo y el paraíso en la tierra………. 118
3. Jesús se enternece ante nuestras necesidades y las atiende……………. 122
4. El que cumple la voluntad del Padre entrará en el reino de los cielos. 127
5. La fe para acoger la luz de Dios………………………………………….. 131
6. El Señor nos oye, se compade y viene a socorrernos………………….. 134
7. El buen pastor anunciado por los profetas………………………………138
8. Nuestra meta es siempre Cristo, la gran promesa de salvación………. 139
9. La conversión hacia Dios tiene iniciativa divina…………………………151
10. Dios nos ayuda siempre a la conversión………………………………... 155
11. El Señor todopoderoso da fuerza al cansado……………………………158

IV. “Así en la tierra como en el Cielo…”…………………………………………..163

1. El Señor nos prepara en este adviento que es la vida…………………. 163


2. Aprender a oír la música divina de la vida……………………………...166
3. Hemos de prepararnos para la salvación……………………………….172
4. El Reino de Dios se va desarrollando …………………………………..177
5. La obediencia a la voluntad de Dios y la salvación…………………... 180
6. Ha llegado la salvación: “Anunciad lo que habéis visto y oído”……. 194
7. Nuestra grandeza está en el amor que Dios nos tiene…………………186
8. La confianza de san José en Dios es modelo para nosotros…………. 190
9. Cultivar el silencio creador………………………………………………..191
10. El sí de María nos trae el Emmanuel, Dios con nosotros…………….. 192
11. María es modelo de servir, con la alegría de tener al Señor…………. 195
12. Maria, la estrella de la esperanza……………………………………….. 195
13. El Canto de Zacarías, anuncio de Jesús que viene a salvarnos………. 198
14. La fe de San José…………………………………………………………. 199
15. El templo de los adoradores del verdadero Dios es Jesús…………… 203
16. María es modelo de la mujer y la Madre de Dios……………………. 209

V. “Mas líbranos del mal…” (juicio, infierno)…………………………………….. 212


1. El hombre, ser relacional…………………………………………………. 213
2. Concepción dinámica del hombre. El hombre, ser "bi-dimensional"...223
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Esperanza y salvación
3. El Juicio…………………………………………………………………….226
4. Amor y esperanza….…………………………………………………….. 244
5. La vida eterna – ¿qué es?.................................................................... 261
6. Retos para la verdad de la vida eterna………………………………… 264
7. La divina misericordia……………………………………………………. 266
8. El infierno es la autoexclusión del amor eterno……………………….. 271

VI. El abrazo con Dios (purgatorio y cielo)………………………………………. 279

1. El purgatorio…………………………………………………………... 279
2. El cielo…………………………………………………………………. 293
3. La glorificación de la humanidad de Cristo………………………… 302
4. El cielo y la caridad……………………………………………………. 312
5. ¿Cómo será el cielo?....................................................................... 321

VII. Porque son tuyos el poder y la gloria. Jesús, Señor de la historia…………. 341

1. Jesús como Señor de la historia…………………………………………. 341


2. Dios revela por los mártires la resurrección……………………………..342
3. En la fiesta de Jesucristo, Rey…………………………………………….360
4. Acción divina en la historia……………………………………………… 371
5. En Memoria e identidad, Juan Pablo II hace teología de la historia… 380

VIII. “Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”…………………………. 394


1. “He aquí al hombre”……………………………………………….. 394
2. Daniel y los mártires muestran la resurrección…………………… 398
3. “Vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre”…….. 405
4. El Señor nos pide vigilancia………………………………………….414
5. La verdadera fisonomía de la esperanza cristiana……………….. 421
6. «Lugares» de aprendizaje y del ejercicio de la esperanza……… 424
7. María, estrella de la esperanza…………………………………….. 438
8. María, nuestra esperanza, estrella del tercer milenio……………. 440

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Vida más allá de la muerte

Esta primera versión –pro manuscripto- la terminé


de escribir en Adviento de 2009, y lo he publicado durante
un Curso de La Casería, el 1.09.2010, al comienzo del año
de mi 20 aniversario de mi ordenación Sacerdotal, bajo el
amparo de la Virgen, dentro del Año Mariano que estamos
celebrando: Spes nostra, ora pro nobis!

Pedidos de libros al autor:


llucia.pou@gmail.com, tel. 617027236

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