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Esperanza y salvación
I. Vida más allá de la muerte
1. Planteamiento de la cuestión.
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Vida más allá de la muerte
Hace un tiempo participé en un Congreso sobre
escatología (eschaton significa último, el final, logos: discurso sobre
el destino último del hombre), donde se veía que ha tomado
últimamente un lugar importante en los estudios de teología. Las
causas han sido dos: por un lado, se ha profundizado en el fuerte
carácter escatológico de la predicación de Jesús; y también se ha
prestado una atención particular a la esperanza, como ancla de
salvación en una sociedad inmersa dentro del torbellino de
mejorar la posición de bienestar temporal. Es decir, se mira el
hombre -y por él a la creación entera- desde su fin último
sobrenatural, es decir no sólo en cuanto es sino sobre todo en
cuanto a lo que está llamado a ser. Ante la pregunta: ¿Por qué
nada del mundo constituye para el hombre un fin que le satisfaga?,
se responde que la esperanza le lleva siempre más allá de sus
logros, es una sed de infinitud que no puede ser colmada dentro
del horizonte de este mundo, y el corazón del hombre se acoge a
la esperanza que lo dirige más allá, hacia el final de los tiempos.
El hombre tiene sed de eternidades. Algunos autores
paganos hablan de hombres que tienen deseo de ser dioses o hijos
de dioses. El sentimiento de “endiosarse” lleva a la osadía de las
cosas grandes; se trata de un sentimiento que incluso ha tenido
manifestaciones históricas equivocadas, pero que posee una fuente
real, sobrenatural, que la misma naturaleza de algún modo atisba.
Constituye un endiosamiento: “Si hemos sido hechos hijos de Dios,
hemos sido hechos dioses” (S. Agustín). Y Basilio El Grande se
refiere a que, así como “los cuerpos transparentes y nítidos, al
recibir los rayos de luz, se vuelven resplandecientes e irradian
brillo, las almas que son llevadas e ilustradas por el Espíritu Santo
se vuelven también ellas espirituales y llevan a los demás la luz de
la gracia. Del Espíritu Santo proviene la inteligencia de los
misterios, la comprensión de las verdades ocultas, la distribución
de los dones, la ciudadanía celeste, la conversación con los ángeles.
De Él, la alegría que nunca termina, la perseverancia en Dios y, lo
más sublime que puede ser pensado, el hacerse Dios”.
Es bueno dejarse llevar por el Espíritu, y por la acción de
gracias de Jesús a los que se abren a esta fuerza divina: Te doy
gracias, Padre, porque has revelado los misterios del Reino a la
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Esperanza y salvación
gente sencilla (Mt 11,25). Acoger el Reino ya aquí en la caridad,
para oír la bendición del Salvador: Venid vosotros, benditos de mi
Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la creación
del mundo (Mt 25,34), porque cuando hacemos el bien a los
demás estamos acogiendo a Jesús, que se entregó por nosotros:
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único. Todos los
que creen en él tienen vida eterna (Jn 3,16). Fe que se demuestra
en ese amor, y con esto le basta al Señor para poder hacer su obra
maestra: Esta es la voluntad de mi Padre: que no se pierda nada de
lo que me dio, sino que lo resucite en el último día (Jn 6,39). Jesús
nos trae ese amor misericordioso del Padre que se realiza en Jesús:
Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que cree en el Hijo
tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día (40). Pues de
esto hablaremos en este libro, esta será la perspectiva.
2. ¿Es
necesario
hablar
tanto de la
muerte?
J. Ratzinger, Ibid.
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en el futuro y porque debemos recordar nuestra fe en la comunión de los santos,
en que seguimos estando unidos a ellos porque ellos siguen vivos, aunque no
sepamos explicar muy bien cómo es esa vida de la que ellos gozan ya. No
podemos olvidar nunca que Dios es un Dios de vida y de vivos, no un Dios de
muerte. El recuerdo de los difuntos es un recuerdo de esperanza. Si la muerte ha
sido vencida, ¿qué nos puede hacer temblar? Nada. Si vencer la muerte es posible
-ha sido realidad ya en Jesucristo-, todo el mundo nos ha abierto sus puertas,
ningún horizonte está cerrado; para quien sepa encontrarle a la vida su más
profundo sentido, todo será posible; para quien sepa ponerse confiadamente en
manos de Dios ("Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu"), habrá
desaparecido toda esclavitud, toda opresión, toda muerte. Y todo esto llevará al
hombre de fe a vivir en verdadera y continua esperanza; una esperanza tan lejos
de una utopía irrealizable como de un sueño para compensar amarguras. Una
esperanza que lo llevará a trabajar con toda confianza por ese mundo nuevo,
distinto, en paz, en armonía y fraternidad que todos queremos, pero que pocos
ponen los medios eficaces para alumbrarlo entre nosotros (Luis Gracieta).
La muerte es "el gran testimonio del amor humano. Por eso las historias
románticas y las leyendas de los amantes perfectos hablan de un amor más
poderoso que la muerte. Son los dos grandes antagonistas, el amor que hace vivir
y la muerte que trata de apagar ese fuego, esa llama de amor viva", contaba
Ricardo Yepes. Por eso caen por su propio peso esas respuestas pasotas, que no
buscan la verdad, o las positivistas que son miopes para las que el concepto
destino no significa nada, no existe en realidad, y el materialismo es aún peor:
pretende que el destino del hombre no se distinga del de una rata, porque son
momentos diferentes de una evolución dentro del bio-cosmos. Hace 2000 años
los romanos a pesar de tener los dioses estaban “sin Dios”, en un mundo oscuro,
ante un futuro sombrío, reza un epitafio: “en la nada, de la nada, qué pronto
recaemos”, a lo que San Pablo contrapone “no os aflijáis como hombres sin
esperanza” (1 Ts 4,13) y comenta Benedicto XVI en su Encíclica sobre la Esperanza
(ES): “en este caso aparece también como elemento distintivo de los cristianos el
hecho de que ellos tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo
que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío”.
También hoy, en el fondo, estamos en una sociedad que quiere evitar el tema de
la muerte, haciendo cosas (es el homo faber). Tememos desaparecer, y algo se
subleva dentro de nosotros, todo nuestro ser tiene sed de eternidades:
Es bueno conocer lo esencial. Para quien está en el camino de la vida, la
pregunta esencial es: ¿qué sentido tiene todo, y qué pinto yo en la vida? ¿Y
después, qué? Con el Salmo pido a Dios:
“Protégeme, Dios mío, que me refugio en
ti”, con la esperanza de que el Señor es mi
seguridad, “mi heredad” y mi suerte, yo
“tengo siempre presente al Señor, con Él…
no vacilaré. Si no existe la resurrección
todo el edificio de la fe se derrumba,
como afirma S. Pablo (1 Co 15; cf GS
18.22); si el cristiano no está seguro de la
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Vida más allá de la muerte
vida eterna, las promesas del Evangelio desaparecen con el sentido de la creación
y de la redención, y la esperanza. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis
entrañas”, porque nos guía hasta el cielo: “Me enseñarás el sendero de la vida, me
saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua” a tu lado. No nos da una
herencia de unos millones: Dios mismo y su Reino es nuestra herencia, la lotería
que nos toca: ¡estamos de suerte, porque nos ama tanto, más que todas las
madres y las abuelas del mundo juntas! "Me enseña el camino de la vida" que
lleva al "gozo pleno en la presencia" divina, a "la alegría perpetua" junto al Señor
hasta más allá de la muerte, en la vida eterna, para siempre… "mi fiesta".
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Vida más allá de la muerte
La muerte es consecuencia del pecado. Intérprete auténtico de las
afirmaciones de la Sagrada Escritura (cf Gn 2,17; 3,3; 3,19; Sb 1,13; Rm 5,12; 6,23)
y de la Tradición, el Magisterio de la Iglesia enseña que la muerte entró en el
mundo a causa del pecado del hombre (cf. DS 1511). Aunque el hombre poseyera
una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por tanto, la muerte fue
contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo como
consecuencia del pecado (cf Sb 2,23-24). "La muerte temporal de la cual el
hombre se habría liberado si no hubiera pecado" (GS 18), es así "el último
enemigo" del hombre que debe ser vencido (cf 1 Co 15,26).
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-como todos debemos trabajar- para hacer / que el mundo sea
digno de sus hijos.”
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Esperanza y salvación
de que las almas, como el buen vino, se mejoran con el tiempo”
(San Josemaría).
La escena se desarrolla en una forma dramática y filosófica
al modo de los diálogos de Platón diría yo, de manera que los
hermanos van desglosando aspectos de la verdad, y aquí tomo
nota de la Biblia de Navarra: “el primero afirma que los justos
prefieren morir antes que pecar (v 2) porque Dios les premiará (v
6); el segundo, que Dios les resucitará a una vida nueva (v 9); el
tercero, que resucitarán con sus cuerpos rehechos (v 11); el cuarto,
que para los malvados no habrá “resurrección de la vida” (v 14); el
quinto, que para los malvados habrá castigo (v 17); y el sexto, que
cuando el justo sufre se debe a que es castigado por el pecado (v
18)”, doctrina como sabemos esta última corregida por Jesús, y en
el último se afirma que “la muerte aceptada por los justos tiene un
valor expiatorio a favor de todo el pueblo (v 37-38). Dios
consolará a sus siervos (v 6; cf Moisés: Dt 32,36), y si éstos mueren
prematuramente recibirán el consuelo en la otra vida… en el
razonamiento de la madre que entrega a sus hijos al martirio en
espera de una vida eterna mucho más plena que esta vida se ve ya
la plenitud de la esperanza, pues una madre quiere lo mejor para
sus hijos (vv 27-28) la fe en la resurrección se impone ‘como una
consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre
todo entero, alma y cuerpo’ (id, 992). Nuestro Señor Jesucristo
ratifica la resurrección de los muertos y la une a la fe en Él (cf Jn
5,24-25; 11,25); al mismo tiempo purifica la representación de la
resurrección que tenían los fariseos, resultado de una
interpretación meramente materialista (cf Mc 12,18-27; 1 Co 15,35-
53). Los salmos nos hablan de que Dios nos protege como a las
pupilas de sus ojos, con la misma ternura con que la gallina
protege bajo sus alas a los polluelos (en Mt 23,37 Cristo emplea
también esa comparación) como una protección solicita y amorosa
(Sal 36,8; 57,2; 61,5; 63,8; 91,4; Dt 32,11). Se nos habla del águila,
pero en el N.T. predominan las imágenes de la paloma y la de la
gallina.
Es la oración de los salmos llena de confianza, a fin de
animar su propia fe en esas peticiones, y se hace hincapié en la
dependencia que el salmista mantiene con respecto a Dios como a
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su porción y fuente de su felicidad. “Al despertar, me saciaré de tu
semblante»: «ver el rostro de Dios» es disfrutar de su comunión y
de su favor, simbolizado en la luz del día, mientras que la noche
simboliza la prueba y el infortunio, aunque en el vocablo
«despertar» pueda verse una «alusión velada» (Biblia de Jerusalén) a
la resurrección, de acuerdo con lugares como Dan. 12,2.
Muchos males tiene que soportar el justo; pues el oro es
acrisolado en el fuego, y el justo lo es en el sufrimiento. Así
entendemos aquellas palabras de Cristo: era necesario que el Hijo
del Hombre padeciera todo esto, para entrar, así, en su Gloria. La
Escritura nos dice: Hijo mío, si quieres seguir al Señor, prepárate
para el sacrificio. Lo hemos visto en ese lugar de revelación que es
la vida, la experiencia viva que es la vida de los mártires. Si hemos
puesto nuestra vida en manos de Dios, dejemos que Él nos vaya
formando hasta lograr la perfección, llegando a ser conforme a la
imagen de su propio Hijo. Dejemos que vaya haciendo su
voluntad, su obra en nosotros, en la misma forma en que el
alfarero realiza su voluntad en la hechura de su alfarería. Y si para
llegar a ser perfectos hemos de ser templados en el fuego, en el
dolor, en la prueba de amor hasta el extremo, mantengámonos
firmes en los caminos de Dios para que contemplemos su Rostro;
y, aun cuando tengamos que pasar por el sueño de la muerte, el
Señor nos despierte para saciarnos eternamente con su vista
(homiliacatolica.com).
La sangre de los mártires de los tiempos llamados de los
Macabeos provocó una revolución que mantuvo la fe de Israel,
que parecía desaparecer ante la apostasía general… y precisamente
en este ambiente, como también predica Daniel, se revela la
resurrección de los muertos… ¿cuál sería la intuición que le hizo
proclamar estas palabras antes de morir? ¿Cuál es esta fuerza de la
fe, que lleva implícita una esperanza que es más fuerte que la
muerte, que la misma explicitación de esa esperanza que aún no ha
sido revelada? ¿No será que el Espíritu Santo se revela primero en
esas intuiciones de la vida de los mártires, campo abonado para la
doctrina explícita posterior? Dar la vida es la mejor lección de las
prioridades, de que hay algo más grande que la vida: la Vida, es la
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gran prueba del Cielo, irrefutable, con una fuerte carga
experiencial.
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de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Col 2,12;
3,1).
Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya
realmente en la vida celestial de Cristo resucitado (cf Flp 3,20),
pero esta vida permanece "escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3)
"Con El nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos con Cristo
Jesús" (Ef 2,6). Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo,
nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando
resucitemos en el último día también nos "manifestaremos con El
llenos de gloria" (Col 3,4).
Esperando este día, el cuerpo y el alma del creyente
participan ya de la dignidad de ser "en Cristo"; donde se basa la
exigencia del respeto hacia el propio cuerpo, y también hacia el
ajeno, particularmente cuando sufre: El cuerpo es para el Señor y
el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos
resucitará también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que
vuestros cuerpos son miembros de Cristo?... No os pertenecéis...
Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo (1 Co 6,13-15.19-
20)” (Catecismo 1002-1004).
El padecimiento, la muerte, son la puerta de la vida, y esta
es nuestra esperanza. “Los que por el Bautismo nos incorporamos a
Cristo, fuimos incorporados a su muerte… para que, así como
Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre,
así también nosotros andemos en una vida nueva. Porque, si
nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo
estará también en una resurrección como la suya… por tanto, si
hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él;
pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos,
ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él” (Rm
6,3-9).
Jesús, imagen viva del Padre y de su Amor, nos manda su
Espíritu para llevarnos: “los que se dejan llevar por el Espíritu de
Dios, esos son hijos de Dios”. Sí, somos hijos de Dios, y si somos
hijos, también somos herederos... puesto que sufrimos con él para
llegar a ser glorificados con él (Rom, 8). Los sufrimientos del
mundo presente no son nada comparados con la felicidad de la
gloria... todos estamos esperando esta manifestación de los hijos
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Esperanza y salvación
de Dios, tenemos ya los frutos de esta cosecha en la esperanza:
cuando sembramos bondad ya la recogemos, en nuestro corazón,
pero es sólo una prenda de lo mucho que será el cielo, que es
plenitud de intimidad con Dios.
“Si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y
coherederos con Cristo. Considero que los trabajos de ahora no
pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la
creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de
los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración no por su
voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza
de que la creación misma se vea liberada de la esclavitud de la
corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de
Dios… también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu,
gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de
Dios, la redención de nuestro cuerpo” (Rm 8,17-23).
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¿Cuándo? Sin duda en el "último día" (Jn 6,39-40.44.54;
11,24); "al fin del mundo" (LG 48). En efecto, la resurrección de los
muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo: El Señor
mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la
trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo
resucitarán en primer lugar (1 Ts 4,16)” (Catecismo 997-1000).
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Esperanza y salvación
Virgen disfruta plenamente ya en el cielo. Y a la que estamos
llamados a disfrutar todos algún día.
En el Evangelio de san Juan 6, como en la carta a Timoteo,
vemos que la eternidad ya está aquí, cuando Jesús ofrece el pan de
su palabra y de su cuerpo y dice que quien come mi carne tiene ya
la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día; en un volver
sobre el tema y en distintas variantes esencialmente despliega
cuanto aquí se recoge: la posterior escatología y ya el reino
poseído o gracia. “La vinculación a Jesús es ya ahora resurrección”
(ESC). Ahora se ve que la comunión-comunicación es la vida, y que
el amor es más fuerte que la muerte. Vida terrenal y vida eterna se
dan de la mano, la vida-de-gracia y la Vida Eterna, decía santo
Tomás, se distinguen en grado (y no poco, diríamos), pero tienen
la misma “sustancia”, como dos estadios de un mismo trayecto, o
dos movimientos de una misma sinfonía. “La vida terrena se
define entonces como la etapa de elaboración por parte del
hombre del signo fundamental de su vida cara a Dios, y la muerte
es definida a su vez como el evento cristalizador de ese signo, que
lo sella para la eternidad. No hay ruptura en el proceso personal-
vital: sólo saltos cualitativos en su desarrollo. El que consigue ser
feliz en esta vida, lo será también en la otra” (J. Alviar). El apóstol
Juan ha sido testigo especial: ha visto la puerta… “Juan, mirando a
Cristo muerto, sabe que la muerte ha sido vencida, pues ya no es
una puerta al infierno, sino al cielo para los que quieren unirse a
Cristo. Los dolores de la muerte son una oportunidad de unirse a
Cristo Redentor. La posible agonía de su amado Jesús desparece
por fin.
Cristo resucitado le completaría el sentido de la muerte.
Juan ha visto la gloria del cuerpo de Jesús. Las heridas de los
clavos son ya condecoraciones, y todo el cuerpo del Señor habla
de gloria. Las palabras de Cristo resucitado son un canto a la
esperanza y la alegría. Las penas de la muerte estaban allí pero se
convertían de castigo en salvación.
La Asunción de María en cuerpo a los cielos fue otro
espaldarazo a la fe y la esperanza de Juan. No sabemos cuántos
años vivió con la Madre de Dios, pero no es difícil suponer que
estuvo con ella hasta el momento tan deseado y feliz de su tránsito
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al cielo con su divino Hijo. El cuerpo de María no conoció la
corrupción como no la había experimentado su alma, y en el
momento adecuado Dios la toma toda para sí y la glorifica como a
Jesús. Le dio un tiempo para ayudar a aquellos hijos que obedecían
a su Hijo, hasta que ya no fue tan necesaria su presencia en la
tierra.
¿Se puede hablar con los muertos? Es algo muy en boga hoy día. Clemente
González se refiere a que “cada día aumentan los grupos que pretenden
comunicarse con el más allá y hablar con los muertos. El espiritismo reviste nuevas
caras, no porque de fondo haya variado mucho de lo que era en otras épocas,
sino por haber adoptado formas nuevas y peligrosas”, y cita las sesiones a modo
de juego con ouijas, películas y documentales, los reclamos publicitarios por
internet, juegos de ordenador reclaman la curiosidad y la avidez de cosas
extraordinarias, hasta tal punto que parece que el espiritismo se adecúe a la
técnica: “a mediados del siglo XIX, se sentían los golpes en las paredes. Luego se
pasó a los golpes en las mesas. A partir de los años cincuenta, empiezan las
grabaciones de voces en cintas magnetofónicas. Ahora tenemos los ordenadores.
A medida que cambia la tecnología, cambia el espiritismo. ¿No es justamente esto
una demostración de que es una iniciativa del hombre?”.
Esto no significa que no exista un contacto con los espíritus, y no es fácil
saber cuándo es verdadero contacto y cuándo no. “Los Médiums y científicos
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principalmente utilizan, con cierta metodología, tres medios para este tipo de
comunicaciones: el poltergeist, el espiritismo y las psicofonías.
-Poltergeist o psicokinesis espontánea recurrente: Son los llamados ‘espíritus
ruidosos’, que se manifiestan con ruidos misteriosos, olores desagradables,
muebles que se desplazan solos, fríos súbitos, voces inexplicables, objetos que
aparecen y desaparecen y levitación incontrolada de personas y objetos.
-Espiritismo: Se invoca a los espíritus por medio de sesiones, la ouija, el agua,
objetos personales y fotografías del difunto, con el fin de establecer algún tipo de
comunicación. Las manifestaciones son parecidas a las de la actividad poltergeist,
incluyendo apariciones de espectros, voces, mensajes escritos, golpes y llamadas
misteriosas.
-Psicofonías: Es la grabación de las supuestas voces de los muertos. Estas
grabaciones se llevan a cabo en iglesias, casas antiguas y lugares donde ha ocurrido
alguna muerte trágica”.
Sobre estos temas, dice el Catecismo: "Todas las formas de adivinación deben
rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y
otras prácticas que equivocadamente se supone ‘desvelan’ el porvenir. La consulta
de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de
suertes, los fenómenos de visión, el recurso a mediums encierran una voluntad de
poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un
deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con
el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a
Dios" (2116).
¿Cómo explicar las cosas que salen en estas sesiones? No necesariamente son
siempre de espíritus muertos, pues “normalmente quien quiere hablar con un
difunto acaba por escucharse a sí mismo y lo que asombra de estos mensajes es a
veces el hecho de que, por lo general, el difunto diga cosas que sólo conocíamos
nosotros en lugar de descubrir por medio de él verdades nuevas. Aquí nos damos
cuenta de que son experiencias removidas que afloran desde el subconsciente”.
Por otra parte, esas prácticas suelen darse en personas con cuadros clínicos
variados (traumas y stress, neurosis, histeria, copropraxia y ecolalia, y diversos
desajustes...) que podrían aumentar con el espiritismo.
En un reciente documento de los obispos italianos, se relaciona la evocación
de los difuntos como fenómenos relacionados con el subconsciente.
Naturalmente, hay que comprender el éxito que tienen esas sesiones entre gente
que sufre, como padres que han perdido a un hijo en circunstancias dramáticas:
“usan la comunicación con el más allá como un atajo para responder al dolor”,
dice Armando Pavese, experto del Grupo de Investigación sobre Sectas, quien
dice: una persona "que participa en reuniones espiritistas o escucha voces
registradas, se carga psicológicamente. Obtiene un beneficio incluso físico. Pero
¿luego? Pasa un poco de tiempo y todo se desvanece. Tiene necesidad de volver
continuamente al médium. Se convierte en una psicodependencia, una forma de
droga que debe ser alimentada continuamente. La oración y el amor hacia los
difuntos, en cambio, salen de nosotros mismos. No necesitan mediums. Claro, no
son la respuesta fácil, a golpe de tambor. Pero la fe en la Resurrección se basa en
Cristo, no en ciertas pruebas".
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Esperanza y salvación
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Vida más allá de la muerte
Esto conecta con lo más mágico de esas experiencias: un ser luminoso. “Oí a
los doctores cuando dijeron que
había muerto y comencé a
sentir que estaba cayendo –en
realidad era como si flotase- por
aquella oscuridad, que era una
especie de cápsula… todo era
muy negro salvo, a gran
distancia, esa luz. Era muy
brillante… crecía conforme me
iba acercando a ella. Trataba de
llegar a esa luz, pues sentía que
era Cristo. No era una
experiencia atemorizadora. Al
contrario, resultaba
agradable…” y otro: “la luz que
me hablaba comprendía que no estaba preparado para morir, que se trataba más
de probarme que de otra cosa. Desde el momento en que la luz me habló me
sentí muy bien; seguro y amado. No es posible imaginar ni describir el amor que
llegaba hasta mí. Era agradable estar con esa persona. Y tenía también sentido del
humor”.
La revisión de vida que hay, “sea cual sea la forma en que lo expresan, todos
están de acuerdo en que la experiencia transcurre en un instante de tiempo
terrestre… la revisión, casi siempre descrita como una exhibición de imágenes
visuales, es increíblemente vívida y real. En algunos casos se informa de que las
imágenes son de color vibrante, tridimensionales, e incluso móviles. Aunque pasan
con extrema rapidez, cada imagen es percibida y reconocida. Hasta las emociones
y sentimientos asociados con las imágenes pueden ser experimentados de nuevo
conforme van pasando”. Algunos lo interpretan como algo pedagógico: se les
da ese momento para “aprender a amar a los demás y adquirir conocimiento”.
Por ejemplo una mujer veía esas instantáneas, “es como si la niña que veía fuera
alguien más, en una película, una niña más jugando entre otras. Sin embargo, era
yo. Me vi haciendo cosas de niños, exactamente las mismas cosas que había
hecho, pues las recordaba”.
El retorno es contado por muchos como ya hemos dicho, con este sentido de
responsabilidad, de querer volver, para hacer cosas pendientes… Así, uno cuenta
que había sido avisado de que moriría en una difícil operación al día siguiente,
estaba tranquilo escribiendo a su esposa y amigos cuando lloró pensando en su
sobrino que necesitaba de él, y sintió dentro de sí: “como te estás preocupando
por alguien más y pensando en los otros, te garantizo que tendrás lo que deseas.
Vivirás hasta que tu sobrino se haya hecho un hombre”. Después de la operación,
viéndose en la cama que había visto en sueños, etc., el médico le confirmó:
“todavía ocurren milagros”.
También se cuenta ahí alguna muerte aparente después de intento de
suicidio. Eran desagradables. “Una mujer me dijo: ‘si dejas esto con un alma
atormentada, también allí la tendrás’” y efectivamente allí estaban mal, “tenían
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que ver las desgraciadas consecuencias que resultaban de sus actos”. Aunque no
sea más que una experiencia indemostrable, no quiero dejarla, porque se ha
escrito mucha poesía sobre la muerte por amor, que queda resumida en el final de
la película y novela El jardinero fiel, donde ambos se reúnen con la muerte
provocada. No es así: “no fui donde estaba (mi esposa). Fui a un lugar horrible…
inmediatamente comprendí el error que había cometido y pensé: ‘ojalá no lo
hubiera hecho’”.
Y sigue diciendo el libro: “otros que han experimentado ese desagradable
‘limbo’ cuentan que tuvieron la sensación de que estarán allí mucho tiempo. Fue
su castigo por ‘romper las reglas’, por tratar de liberarse a sí mismos de lo que era
una ‘misión’: cumplir un cometido en la vida.
Esas observaciones coinciden con las informaciones de personas que
‘murieron’ por otras causas, pero que mientras estaban en este estado les llegó el
pensamiento de que el suicidio era un acto muy desafortunado al que le esperaba
un grave castigo. Un hombre que estuvo cerca de la muerte tras un accidente
automovilístico, cuenta: “(mientras estuve allí) tuve la sensación de que dos
cosas me estaban totalmente prohibidas: suicidarme y matar a otra persona… si
me mataba a mí mismo sería arrojarle a Dios su regalo a la cara… matar a otro
sería interferir en los propósitos de Dios para ese individuo”.
Hasta aquí las secuencias del libro que me parecen más interesantes. Hay
también visiones retrospectivas de los acontecimientos de la vida en esos
momentos de “muerte”: “se producían en la misma forma como habían ocurrido:
vívidas, en color y tridimensionales”. En realidad hay muy poco material fiable de
“sensaciones” de más allá de la muerte, en la medida en que encuentre más
material lo pondré en mis escritos, concretamente lo que luego investigó la dra.
Kubler lo dejo al tratar de los moribundos en el libro sobre la enfermedad
(camino de las lágrimas-2).
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que aquí, en este capítulo del libro, intentaremos poner en la visión de conjunto
cristiana como recomienda la Iglesia.
Todo lo que se ha dicho de la responsabilidad personal es cierto, responde a
una lógica interna que evoluciona en la doctrina de las postrimerías. Pero se
absolutizó, y desplazó la vida cristiana en el pensamiento hacia el más allá, y en
una visión individualista, un poco tétrica y tristona a veces. Por tanto hemos de
contemplar el todo: persona y Iglesia, presente y eternidad.
Ha habido intentos de teorías desde Joaquín de Fiore (1130-1202) que a
través de los franciscanos han acabado en interpretaciones de la historia utópicas
de salvación cada vez más secularizadas en la época moderna, y se ve la religión
como algo fuera del mundo, dirigido a salvar el alma, contrapuesto a la felicidad
de la tierra: “la salvación futura del alma es lo opuesto a la felicidad actual; la
promesa cristiana aparece como la reducción y amenaza contra la actualidad
terrena. De esta contraposición mutua surge la amargura que se detecta también
entre teólogos respecto de la escatología de las postrimerías: los enunciados
escatológicos se llegan a considerar hasta como condena de la felicidad humana y
como su reducción mediante el fantasma de lo que ha de venir” (ESC). Pero la
felicidad pequeña, sin la grande, resulta insípida, se queda sola y fría… es la del
bienestar de nuestra sociedad laica. La auténtica felicidad va de la mano de la
esperanza. El mundo necesita la esperanza, no puede cortar con ella si quiere
una felicidad buena. Pero la esperanza cristiana necesita pensar en el mundo y
el presente si quiere ser auténtica.
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Vida más allá de la muerte
3. El Reino de Dios en la predicación de Jesús
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Esperanza y salvación
(Mt 24,26-28). ¿Cómo llegar a lo que pensaban los primeros cristianos, a los que
predicó Cristo?
En primer lugar, la revelación nos llega por los 4 Evangelios, la Palabra nos
llega como oída y asimilada, en sus distintas versiones, y nunca se han querido
resolver las contradicciones que allí aparecen, pues no se quiere tocar ese legado
precioso que tiene un misterio que no se acaba de entender nunca del todo aun
en esas contradicciones, pero que esconde una riqueza divina… el misterio está
abierto, con sus luces y sombras, a las distintas lecturas, épocas y mentes en su
acción bajo el Espíritu Santo. El intento moderno de encontrar las “mismísimas
palabras de Jesús” por investigación científica de tipo hermenéutico lingüístico,
histórico, etc., dejando aparte la tradición ha terminado en fracaso, y es que el
texto no está aislado de la explicación histórica que le da su sentido. Es un texto
que solo se entiende en su lectura en familia. Pero nunca una lectura abarca toda
la comprensión del texto, lo que más se acerca a la verdad es cuando se lee “en
familia”, por los “de la casa” que han conocido a Jesús y los primeros y los que
han ido recibiendo la transmisión del mensaje.
Pero es también equivocada la búsqueda de una primera redacción, y quitar
las adherencias posteriores, porque si la comprensión es progresiva, no podemos
olvidar esa tradición de familia para entender el misterio primero. Por eso,
aunque la redacción del Evangelio de Juan ponga en boca de Jesús palabras que
han sido elaboradas posteriormente, sin embargo reflejan más algunos aspectos de
la vida del Señor, porque las palabras del Señor han sido profundizadas en la
predicación del Apóstol y en la vida de la Iglesia. Y “la reconstrucción de un texto
en su forma más antigua y la exégesis partiendo exclusivamente de esa
reconstrucción, es algo equivocado” (ESC), pues el texto inicial era como un
esquema que se va desarrollando en la realidad del alma de la Iglesia en la
comprensión que ella tiene del mensaje de Jesús, y así se introduce en el texto la
comprensión de la palabra, un sentido más pleno por la incorporación de las
experiencias históricas. Está viva la palabra… Es más, continúa viva hoy mismo, y
sigue interpelándonos en nuestra vida. “De esta manera el lector mismo es
arrastrado a la aventura de la palabra no pudiendo comprenderla sino como
copartícipe y no como mero espectador” (ESC). La reconstrucción de lo antiguo,
la “deconstrucción”, no es algo útil…
Volviendo al tema, “la cristiandad, mirando al resucitado, conocía una venida
que ya había ocurrido. Estaba convencida de que anunciaba ya una teología de la
esperanza. No vivía de un mero mirar al futuro, sino que podía llamar la atención
sobre un ahora, puesto que la promesa se había convertido ya en presente. Por
supuesto que precisamente este presente es esperanza, es un presente cargado de
futuro.
Traducido al terreno del espíritu, todo esto significa que los creyentes
conocían, por una parte, la alegría de Dios y, por otra, se encontraban sumergidos
en angustia de la violencia. Significa que sentían al Señor cerca, pero sabían
igualmente que el Señor tiene su propio tiempo. Sabían que con su venida tiene
que colmarse el tiempo concedido a los pueblos. Los creyentes mismos viven en
esta edad de los pueblos, que es, al mismo tiempo, la época en que se oprime a
Dios en este mundo y aquella en que el grano de trigo va dando fruto en todo el
73
Vida más allá de la muerte
mundo. Todo esto quiere decir, por último, que la tensión entre esquema y
realidad representa entonces como ahora, el lugar en que se desenvuelve la
existencia del cristiano” (ESC).
Para explicar esto, Cullmann habló de que puede estar para ganarse una
guerra y aún durar un tiempo entre la batalla decisiva y el Victory Day, pero lo
importante ya se dio. Así, el centro de la historia ya se dio pero aún dura en el
tiempo el discurso de su transcurrir: la batalla decisiva está ganada, pero aún
quedan muchos días de historia y en cierto modo es secundario el final, la
duración de este tiempo intermedio y así la curiosidad sobre la inmediatez de la
parusía pierde su acritud. La historia de la salvación tiene un sentido solidario en
el que la aceptación del “ya” histórico-salvífico hace actuar desde este “ya” en
orden al “todavía no”. Fe es la aceptación de la historia realizada que se realiza en
el presente mediante el amor, renovándose en la esperanza de lo que ha de venir.
Con esto se cambia todo el planteamiento judío, que esperaban un Mesías
revolucionario en el plan de mesías político, o una revolución cósmica, un cambio
radical de la situación. El cambio ya se ha dado, al menos lo importante: Jesús ya
ha venido. Ellos se imaginaban el Reino como un Jauja con base religiosa, y las
tentaciones que tiene Jesús nos muestran eso, un mundo fácil: pan en el desierto,
el poder y la gloria, las esperanzas humanas, mesianismos terrenales, consumismo,
etc. como veremos más tarde en las utopías efímeras. Es la propaganda política, lo
que haríamos si fuéramos dioses nosotros. El progreso, el mesianismo marxista,
con la evidente colisión entre libertad e igualdad, con la actual prevalencia del
igualitarismo, envidias y corrupción ocultas en los regímenes sobre la libertad que
queda arrinconada. “El consumo desenfrenado es, sin duda, lo que más al
descubierto pone la trágica alienación existente entre mundo y hombre, entre
hombre y hombre, viniendo a ser, por consiguiente, maldición destructora. A ello
se debe que el programa se vaya haciendo por sí mismo más radical, llegando a
convertirse en ansia de una emancipación, que, en el fondo, desemboca en la
exigencia de la divinización del hombre” (ESC). La fe en el progreso va
destruyendo lo que existía, estos últimos 100 años va pasando esto, pero la
emancipación no surge de la destrucción. La igualdad con Dios lleva al hombre a
un ser absurdo…
El inglés C. H. Dodd va por otra línea. Dice que Jesús habla en parábolas.
Pero luego en esta obra teatral cae el telón y llega el golpe repentino y no
habla: actúa y sufre. Los discípulos entienden que el misterio del reino se revela
ahí: en la pasión, muerte y resurrección. La Iglesia mira hacia este momento
decisivo, la Eucaristía, “sacramento de la escatología realizada” donde se abre la
puerta a lo que ni nos imaginamos qué es lo que nos tiene preparado Dios para
quienes le aman. Esto también nos ayuda a ver qué es el hombre. Quiere ser
Dios, pero puede serlo por el camino correcto, no de suplantar a Dios que lleva
a su destrucción, sino ser Cristo, hijo de Dios, por la filiación a la que Jesús nos
invita. Este es el reino de Dios (Lc 6,35; Mt 5,9,45), y esto sólo puede pasar a
través de la muerte. La auténtica liberación y emancipación pasa por los
sentimientos de Cristo. En Flp 2,5-11 encontramos el himno cristológico que
74
Esperanza y salvación
recoge el juramento divino de Is 45,23: “ante mí se doblará toda rodilla”, ante
el Señor de la historia, el Rey de reyes. Se ha cumplido la palabra en la cruz,
por esta escalera se sube a la puerta del cielo, por la humildad de la obediencia
se va a la gloria. El mito de Adán, que resuena en Job 15,8, que intenta al modo
de Prometeo, robando, arrebatando la igualdad con Dios, que le lleva al fracaso
porque no es dios, pues haciéndose dios se opone a la verdad, con lo que este
experimento acaba necesariamente en la nada de la mentira… “El verdadero
hombre-Dios actúa exactamente del modo contrario. Es Hijo, lo que quiere decir
que es el deber-se y el entregar-se totalmente. La cruz es en realidad ni más ni
menos que la radicalización definitiva del comportamiento de hijo. El lugar en
que se alumbra la divinización del hombre no es Prometeo, sino la obediencia
del Hijo manifestada en la cruz. El hombre puede hacerse ‘Dios’, pero no
porque él mismo lo adquiera, sino únicamente haciéndose ‘Hijo’. Es ahí, en el
comportamiento de hijo de Jesús, y en ninguna otra parte, donde alumbra el
‘reino de Dios’. A ello se debe que los primeros sean los últimos y los últimos los
primeros. Por eso también las bienaventuranzas sobre quienes representan la cruz
en la vida y, por consiguiente, la forma de hijo. Por eso se da la alabanza a los
pequeños, la exigencia de hacerse niño. Teresa de Lisieux volvió a descubrir en su
teología de la infancia este misterio del Hijo: donde se acepte la forma del Hijo,
es donde se da la igualdad con Dios, porque Dios mismo es Hijo y en cuanto Hijo
es hombre.
Felicidad de los que esperan en Dios… Ya la tradición litúrgica judía usó este
himno como canto de alabanza por la mañana: alcanza su culmen en la
proclamación de la soberanía de Dios sobre la historia humana. En efecto, al final
del salmo se declara: "El Señor reina eternamente" (v. 10). De ello se sigue una
verdad consoladora: no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes
de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del hado; los
acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A
partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios,
celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus atributos de
amor y bondad (cf. vv. 6-9).
Dios es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo
vincula a su pueblo. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los
hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos, quien
endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a los
peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino
de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en edad. Son
doce afirmaciones teológicas que, con su número perfecto, quieren expresar la
plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de
sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel que
propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de los
oprimidos, de los infelices.
77
Vida más allá de la muerte
además el pleno ejercicio sobre toda la creación de su potestad
universal de Kyrios. Sentarse a la derecha del Padre indica la
Inauguración del Reino del Mesías, cumpliéndose la visión del
profeta Daniel respecto al Hijo del Hombre. Es precisamente ese
ejercicio el que causa nuestra salvación.
78
Esperanza y salvación
no les falta alguna razón, ya que todo esfuerzo por construir la ciudad terrenal
acorde con la dignidad humana es relevante para el Reino de Dios” (J. Alviar). La
Gaudium et Spes, n. 39 es una página magistral en este sentido: “Ignoramos el
tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco
conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo,
afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva
morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es
capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón
humano. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo
que fue sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción, se revestirá de
incorruptibilidad, y, permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres de la
servidumbre de la vanidad todas las criaturas, que Dios creó pensando en el
hombre. Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se
pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe
amortiguar, sino más bien aliviar, la preocupación de perfeccionar esta tierra,
donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna
manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir
cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin
embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad
humana, interesa en gran medida al reino de Dios. Pues los bienes de la dignidad
humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes
de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la
tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a
encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo
entregue al Padre el reino eterno y universal: "reino de verdad y de vida; reino de
santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz" (prefacio de Cristo Rey).
El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el
Señor, se consumará su perfección”.
El Reino de Dios en la liturgia. Todo el año litúrgico está lleno del anuncio
del Reino, pero para concentrar la atención en la escatología repasaremos algunos
aspectos tomados del final del tiempo líturgico hasta la fiesta de Cristo Rey (es la
primera lectura de Daniel, pues estamos en el año impar, tendríamos que
completarlo con la lectura del año par, el Apocalipsis), y del tiempo de Adviento.
Tesalonicenses 5,1-6 habla claramente de la parusía: “el Día del Señor llegará
como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «paz y seguridad», entonces,
de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está
encinta, y no podrán escapar. Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas para
que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e
hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, no durmamos
como los demás, sino estemos vigilantes y vivamos sobriamente”. La tesis de
Pablo es: en lugar de esperar desesperadamente un "día de Yahvé", es mejor vivir
con Dios, enla luz, cada uno de los días que nos toque vivir. Hemos de velar
siempre... Esta vigilancia supone sobriedad, es decir, aquella búsqueda del no-
condicionamiento, del verdadero despego en orden a la venida de Cristo (Adrien
Nocent). Decía D. Miguel de Unamuno que no sabía si merecíamos un más allá ni
que la lógica nos lo muestre; "digo" -seguía- que lo necesito, merézcalo o no, y
nada más. Digo que lo que pasa no me satisface, que tengo sed de eternidad, y
que sin ella me es todo igual. Yo necesito eso, ¡lo ne-ce-si-to! Y sin ello ni hay
alegría de vivir ni la alegría de vivir quiere decir nada. Es muy cómodo esto de
decir: "¡hay que vivir, hay que contentarse con la vida!" ¿Y los que no nos
contentamos con ella?" Don Miguel se atreve, pues, a afirmar la absurdez
fundamental si no hay un más allá (B. Cebolla). Pero después de hablar de que
Jesús vendrá como un ladrón, les dice Pablo que no tengan angustia, pues aunque
tengan que vivir de momento en las tinieblas, no pertenecen a ellas (5). La venida
del Señor es el día y, por tanto, no les da miedo. El Apóstol quiere quitar a los
tesalonicenses toda angustia que pueda paralizarlos para la practica del bien según
el evangelio. Como soldados en vela, debemos estar armados «con la coraza de la
fe y de la caridad y con el yelmo de la esperanza de la salvación» (8), por medio
del Señor Jesucristo, que murió por ellos (10). Ni siquiera el creyente está seguro,
pero puede abandonarse por completo a la misericordia divina (M. Gallart).
Y en relación con esta lectura, el domingo 33 se nos ofre el Evangelio de
Mateo 25,14-30. En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: -Un
hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de
sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata; a otro, dos; a otro, uno; a cada
cual según su capacidad. Luego se marchó. [El que recibió cinco talentos fue en
seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo
80
Esperanza y salvación
y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y
escondió el dinero de su señor.]
Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a
ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le
presentó otros cinco, diciendo: -Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado
otros cinco.
Su señor le dijo: -Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has
sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.
Se acercó luego el que había recibido dos talentos, y dijo: -Señor, dos talentos
me dejaste; mira, he ganado otros dos.
Su señor le dijo: -Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has
sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante: pasa al banquete de tu señor.
Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: -Señor, sabía
que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces;
tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo.
El señor le respondió: -Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que
sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber
puesto mi dinero en el banco para que al volver yo pudiera recoger lo mío con
los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene
se le dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará, hasta lo que tiene. Y a
ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de
dientes.
Los judíos piadosos buscaban su seguridad personal en la observancia de la
Ley, con el fin de hacer méritos ante Dios, pero entre tanto, por su exclusivismo
egoísta, la religión de Israel se convertía en una magnitud estéril: por ello, Israel
será desposeído de lo que tiene, y se dará a un nuevo pueblo que, aceptando el
riesgo que implica toda inversión, sea capaz de hacer fructificar los dones
recibidos (J. Lligadas)… se pueden dar muchas interpretaciones alegóricas, pero la
parábola de los talentos está ahí, misteriosa y clara, y sigue al domingo pasado en
su invitación a vivir con la mirada puesta en el futuro: "Velad porque no sabéis el
día ni la hora". También podemos decir que el hombre que se marcha es Jesús
subiendo al cielo. Los talentos, las capacidades que cada cristiano tiene. La vuelta,
la segunda venida de Jesús al final de los tiempos. El tiempo entre la marcha y la
vuelta de Jesús, la historia humana. El rendimiento de cuentas, el juicio final en el
que cada uno deberá responder de las capacidades recibidas. El premio y el
castigo, el cielo y el infierno… pero Mateo quiere reavivar no la zozobra (esto
queda para frustrados, personas que han perdido el tren de la vida, agoreros y
fatalistas), sino la vigilancia, es decir, la actitud abierta al futuro de Dios y de
nosotros con Él. Una vez más, la plástica y la crudeza de las imágenes (esto es una
parábola) ayudan más que cien palabras a despertar esta actitud abierta o de
vigilancia y que en la parábola se expresa como actividad económica. Jesús era un
maravilloso maestro del lenguaje. No estropeemos su lenguaje lleno de garra ni lo
entenebrezcamos con nuestras alegorías del miedo. Miremos sin más hacia fuera
de nosotros y hacia adelante, hacia la línea del horizonte en que el Hombre (cada
uno de nosotros) y Dios se funden en un abrazo. Es el día y la hora (Alberto
Benito).
81
Vida más allá de la muerte
Quien quiera ver lo negativo –tiene más fuerza- se fijará en el último
administrador, el que recibe sólo un talento de plata y se lo guarda… el dueño le
recrimina, pues no fue prudencia, como hacemos nosotros cuando decimos: "Yo
estoy en paz con Dios porque no hago daño a nadie, porque no me meto con
nadie, y voy a misa y rezo"... No es eso lo que quiere Dios, no es eso lo que
predica Jesús, los pecados de omisión es hacer lo que el administrador que se
guarda su talento y no lo hace rendir. Un cristiano queda en paz con Dios cuando
se esfuerza porque los dones que tiene sirvan para que avance la causa del
Evangelio en el mundo, para que crezca un poco más en el mundo la esperanza,
el amor, la fe; y ello, aunque suponga complicaciones, riesgos, errores. porque si
uno se queda encerrado sin preocuparse de nada, sin duda no se encontrará con
ningún riesgo ni problema, pero al final Dios le llamará "negligente y holgazán",
como al administrador del talento. Por el contrario, si uno quiere ser fiel, sin duda
se encontrará con momentos poco claros, y se equivocará probablemente más de
una vez. Pero Dios podrá decirle al final que ha sido fiel a lo que él quería: que
los dones que él ofrece a los hombres den fruto (J. Lligadas). Vivir los talentos es
no conformarse con un cristianismo flojo, una fe rutinaria y no nos limitamos a ir
tirando, sino que aprovechamos toda la riqueza y la fuerza de los dones que Dios
nos da para que -poco a poco y sencillamente- vayamos creciendo como hijos y
nos vayamos asemejando a la imagen de su Hijo, Jesús. Cada uno de nosotros
debe considerar con responsabilidad cómo trabaja los dones de Dios, es decir, si
está respondiendo a lo que Dios espera de él (J. Colomer). Asi lo comenta
Orígenes: “El justo siembra para el espíritu, y del Espíritu cosechará vida eterna…
el justo siembra para el espíritu, y del Espíritu cosechará vida eterna. En realidad,
todo lo que «otro», es decir, el hombre justo, siembra y recoge para la vida
eterna, lo cosecha Dios, pues el justo es posesión de Dios, que siega donde no
siembra, sin el justo. Lógicamente diremos también que el justo reparte limosna a
los pobres y que el Señor recoge en sus graneros todo lo que el justo ha repartido
en limosnas a los pobres. Segando lo que no sembró y recogiendo lo que no
esparció, considera y estima como ofrecido a sí mismo todo lo que se sembró o se
esparció en los fieles pobres, diciendo a los que hicieron el bien al prójimo:
“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros
desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer”, etc…
para el que piensa que Dios es bueno, seguro de conseguir su perdón si se
convierte a él, para él Dios es bueno. Pero para el que considera que Dios es
bueno, hasta el punto de no preocuparse de los pecados de los pecadores, para
ese Dios no es bueno, sino exigente… sembremos para el espíritu y esparzamos en
los pobres, y no escondamos el talento de Dios en la tierra. Porque no es buena
esa clase de temor ni nos libra de aquellas tinieblas exteriores, si fuéremos
condenados como empleados negligentes y holgazanes. Negligentes, porque no
hemos hecho uso de la acendrada moneda de las palabras del Señor, con las
cuales hubiéramos podido negociar y regatear el mensaje cristiano, y adquirir los
más profundos misterios de la bondad de Dios. Holgazanes, porque no hemos
traficado con la palabra de Dios la salvación, nuestra o la de los demás, cuando
hubiéramos debido depositar el dinero de nuestro Señor, es decir, sus palabras, en
el banco de los oyentes, que, como banqueros, todo lo examinan, todo lo
82
Esperanza y salvación
someten a prueba, para quedarse con el dogma bueno y verdadero, rechazando
el malo y falso, de suerte que cuando vuelva el Señor pueda recibir la palabra que
nosotros hemos encomendado a otros con los intereses y, por añadidura, con los
frutos producidos por quienes de nosotros recibieron la palabra. Pues toda
moneda, esto es, toda palabra que lleva grabada la impronta real de Dios y la
imagen de su Verbo, es legítima”. Todo lo de hoy es una llamada a aprovechar el
tiempo, que es breve… No es superfluo mirar hacia adelante. No es de
"alienados" el pensar en lo que nos espera al final del camino. Es más bien, como
nos decían las lecturas del domingo pasado, la verdadera sabiduría. Como es
sabiduría para un estudiante pensar en el final del curso y sus exámenes ya desde
octubre. Como es sabiduría para un deportista ir acumulando puntos desde el
principio de la competición. La plegaria eucarística IV le da gracias por ello: "a
imagen tuya creaste al hombre (Dios creador, el hombre, colaborador de esta
creación), y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su
creador, dominara todo lo creado..." Nuestra pregunta hoy es: ¿en verdad estoy
dando rendimiento a las cualidades que tengo? Hay mucho que hacer en la
sociedad, en la Iglesia: ¿aporto yo mi colaboración, o bien me inhibo, dejando
que los demás trabajen? Mi salud, mi vida, mis habilidades, las he recibido como
bienes a administrar. No importa si son diez o dos talentos: ¿los estoy trabajando,
o me he refugiado en la pereza y la satisfacción? Al final del tiempo -que no sé si
será breve o largo- se me pedirá cuenta. ¿Me voy a presentar con las manos
vacías? ¿Se podrá decir que mi vida, sea larga o breve, ha sido plena, que me he
"realizado" según el plan que Dios tenía sobre mí? Ha sonado un despertador en
nuestro calendario… que nos habla de compromiso, de empeño constructivo, de
actividad diligente para que nuestra existencia sea provechosa y fructífera, para
nosotros y para los demás, sin dejarnos amodorrar por el sueño o la pereza (J.
Aldazábal).
Hace muchos años, acaso no tantos, con ocasión de las "santas misiones",
solía hablarse del juicio final en términos verdaderamente dramáticos. Sin saber
por qué, se lanzaban las "verdades eternas" como una especie de artillería pesada
para forzar la rendición incondicional de los más recalcitrantes. Situar el juicio final
en el último día, sin más trascendencia que el de un ajuste general de cuentas, es
anecdotizar el contenido de la fe, minimizar su alcance y alienar al creyente. Creer
en el juicio final no es saber que un día se celebrará un juicio por todo lo alto, en
el que todos nos enteraremos de la vida y milagros de los demás. Tal actitud
contraviene la esperanza en la justicia de Dios, degradándola a un cotilleo
universal. Creer en el juicio final es creer ya que el hombre, todos y cada uno, por
insignificantes que nos haga la masificación actual, tenemos que responder de la
vida, de los talentos. Es estar convencidos firmemente de que somos responsables,
de que no podemos desentendernos de la vida y refugiarnos en "vivir nuestra
vida", al margen y sin tener en cuenta a los demás; es estar persuadidos de que no
podemos tener la conciencia tranquila y "lavarnos las manos" cuando nos interesa
no comprometernos. Porque el que, como Pilato, se lava las manos, es un
irresponsable. Y no podrá presentarse con las manos limpias en el juicio de Dios.
Sólo tiene las manos limpias el que no "se lava las manos" (“Eucaristía 1975”). Así
animaba Luther King: “Debemos rezar constantemente por la paz, pero también
83
Vida más allá de la muerte
debemos trabajar con todas nuestras fuerzas por el desarme y la suspensión de las
pruebas de armas. Debemos utilizar nuestra inteligencia rigurosamente para
planear la paz como la hemos utilizado para planear la guerra. Debemos rogar
apasionadamente por la justicia racial, pero también debemos utilizar nuestras
inteligencias para desarrollar un programa, organizarnos en acción de masas
pacíficas y valernos de todos los recursos corporales y espirituales para poner fin a
la injusticia racial. Debemos rezar infatigablemente por la justicia económica, pero
también debemos trabajar con diligencia para llevar a término aquellos planes
sociales que produzcan una mejor distribución de la riqueza en nuestra nación y
en los países subdesarrollados del mundo. ¿No nos revela todo esto la falacia de
creer que Dios eliminará el mal de la tierra aunque el hombre no haga otra cosa
que sentarse complacido al borde del camino? Ningún rayo del cielo eliminará
jamás el mal. Ningún poderoso ejército de ángeles descenderá para obligar a los
hombres a hacer lo que no quieren hacer. La Biblia no nos presenta a Dios como
un zar omnipotente que toma decisiones por sus súbditos, ni como un tirano
cósmico que con parecidos métodos a los de la Gestapo invada la vida interior del
hombre, sino como un Padre amoroso que concede a sus hijos todas las
abundantes bendiciones que quieran recibir con buena disposición. El hombre
tiene que hacer algo siempre. "Ponte en pie, que voy a hablarte" (Ez 2,1). El
hombre no es un inválido total abandonado en un valle de depravación hasta que
Dios le saque. El hombre más bien es un ser humano válido, cuya visión está
averiada por los caracteres del pecado, y cuya alma está debilitada por el virus del
orgullo, pero le queda suficiente visión para levantar los ojos hacia las montañas y
le queda aún el recuerdo de Dios para que oriente su débil y pecadora vida hacia
el Gran Médico que cura los estragos del pecado”. G. Bernanos ha observado que
los cristianos poseen un mensaje de liberación. Pero que en la historia, han sido
frecuentemente los otros los que han “liberado” a los hombres, por la inactividad
de muchos “cristianos”. La colecta de hoy es una llamada a comprender
correctamente qué significa esta fructificación de los talentos: "En servirte a ti,
creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero"… “Te he confesado
hasta el fin / con firmeza y sin rubor. / No he puesto nunca, Señor, / la luz bajo el
celemín. / Me cercaron con rigor / angustias y sufrimientos, / pero en mis
desalientos / vencí, Señor, con ahínco. / Me diste cinco talentos / y te devuelvo
otros cinco” (José Mª Pemán).
84
Esperanza y salvación
haber una mujer como María para ser la Madre del Redentor. En
este sentido, “plenitud de los tiempos” significa cumplimiento del
tiempo oportuno; pero, sobre todo, la Encarnación misma fue la
que hizo que aquel momento fuese la plenitud de los tiempos. Es
el momento más importante de la historia, en el que la eternidad
divina del Verbo se encarnó en el tiempo humano, confiriéndole
una cualidad trascedente: la de ser fundamento de todo el pasado,
que tiene valor salvífico sólo por medio de Cristo, así como la de
ser fundamento del futuro. Cristo es, efectivamente, alfa y omega,
principio y fin. Con Jesús, “la eternidad penetra en el tiempo, no
para degradarse en el tiempo, sino para introducir el tiempo en la
eternidad”.
Cristo es el centro de la historia humana, no en el sentido
estrictamente cronológico, sino cualitativo, en cuanto El opera la
división entre “lo antiguo” y “lo nuevo”, llevando a cumplimiento
el AT, que en El encuentra su sentido pleno, e instaurando la
Nueva Alianza y la nueva historia humana, de la que El es
fundamento y ala que da sentido.
Cristo también es el fin de la historia humana porque la Nueva
Alianza en Cristo es eterna y definitiva. Por eso, “en la vida
espiritual no hay una nueva época a la que llegar. Ya está todo
dado en Cristo, que murió, y resucitó, y vive y permanece
siempre” (J. Escrivá). Todo presente histórico después de la
Encarnación no mira a Cristo como a algo pasado, sino como algo
presente: contemporaneidad salvífica con los misterios de su Vida,
Muerte y Resurrección, verdaderamente presentes en misterio
(sacramentalmente) en la vida de la Iglesia. Que Cristo es el fin de
la historia, significa además que sólo en la unión con El puede
encontrar cada hombre —y, a través de los hombres, la entera
creación material— su verdadera finalidad, su plenitud. Dios creó
todas las cosas “en vista de Cristo”, de modo que al final de la
historia todo sea recapitulado en El (apuntes Pamplona).
88
Esperanza y salvación
En virtud de la "comunión de los santos", la Iglesia encomienda
los difuntos a la misericordia de Dios y ofrece sufragios en su favor,
en particular el santo sacrificio eucarístico.
Siguiendo las enseñanzas de Cristo, la Iglesia advierte a los
fieles de la "triste y lamentable realidad de la muerte eterna" (DCG
69), llamada también "infierno"” (1042-1056).
90
Esperanza y salvación
Pero no descuidemos el detalle de que no es únicamente de Aarón de quien
se dice que ‘no beba vino’, sino que también se aplica a ‘sus hijos’, cuando tengan
que acercarse al santuario. Quiere decir que ni los apóstoles han recibido su
alegría, sino que esperan a que yo participe de ella. Porque tampoco los santos
que parten de aquí reciben inmediatamente el premio completo de sus
merecimientos, sino que nos aguardan, por más que nos retardemos, por más que
seamos perezosos. Así que no tiene alegría plena, mientras se entristecen y
lamentan por nuestros yerros y pecados. Quizá no me creas… voy a poner un
testigo… el apóstol Pablo. Escribiendo a los Hebreos, y después de haber
mencionado a los santos padres que alcanzaron la justicia por la fe, escribe: ‘pero
todos estos, que tienen el testimonio de la fe, no han alcanzado aún la promesa,
habiendo previsto Dios algo mejor para nosotros, de modo que no alcanzaran la
plenitud sin nosotros’. ¿Te das cuenta, pues, de que Abraham sigue esperando
alcanzar la consumación? Aguardan también Isaac y Jacob, todos los profetas nos
aguardan, para alcanzar conjuntamente con nosotros la plena felicidad. Aquí
radica el misterio del juicio retrasado hasta el último día. Porque es ‘un cuerpo’ el
que aguarda la justificación. Es ‘un cuerpo’ el que se levanta para el juicio. ‘Por
más que son muchos miembros, forman, con todo, un solo cuerpo. No se le
ocurre al ojo decirle a la mano: no te necesito’. Ya puede estar sano el ojo y ser
capaz de ver, pero si le faltan los demás miembros, ¿qué alegría va a tener el
ojo?...
”Por tanto (no hay duda de que) te alegrarás, si partes de aquí como santo.
Pero tu alegría se colmará, cuando no te falte miembro alguno. Pero tú tendrás
que esperar, lo mismo que te esperan a ti. Y si a ti, que eres un miembro, no te
parece alegría plena mientras te falta un miembro, ¿no te parece que mucho más
vale eso para nuestro Señor y salvador, cabeza y autor de este cuerpo, no
pudiendo considerar alegría plena, mientras siga echando de menos ciertos
miembros de su cuerpo?... por consiguiente, no quiere recibir sin ti su alegría
plena, es decir, sin su pueblo, que es ‘su cuerpo’ y ‘sus miembros’” (homilía 7
sobre el Levítico).
Aquí salen muchas cosas. “Por un lado, hay que plantearse la cuestión:
¿Puede un hombre adquirir la perfección total y hallarse al final del camino,
mientras se siga sufriendo por su causa, mientras que la culpa a él debida siga
influyendo en la tierra y haciendo sufrir a gente?”: en la doctrina del karma
induhista y budista se ha sistematizado esto, sigue diciendo Ratzinger, “pero este
convencimiento expresa ni más ni menos que eso, un saber primitivo, que no
tiene por qué desembocar en la negación de una antropología de la relación: una
culpa que sigue actuando en una porción de mí mismo, alcanza hasta el interior
de mi propio ser, siendo, en consecuencia, un aspecto de mi perenne exposición
al tiempo…”(ESC). Evitar cualquier juicio sería no sólo absurdo, sino
inmensamente cruel, por desconsideración hacia el destino de los desheredados,
los oprimidos, los humillados de este mundo, si no se resuelven en el más allá las
injusticias estructurales de la existencia terrena. ¿Y qué decir de los anhelos de
bondad, de belleza, de amor, de alegría, que han anidado en el corazón de
billones, tal vez, de seres humanos y que no pudieron cumplirse en este planeta?
Por tanto, no solo hay que ver el orgullo intelectual de cerrarse al misterio, sino
91
Vida más allá de la muerte
en positivo: la gloria accidental de los santos, que es la aureola, que es el surco
que trazan las cosas buenas (hijos, libros, frutos de buen ejemplo, obras buenas…)
que van dando un surco a lo largo de la historia… esto es la corona de los santos,
que completa la historia personal más allá de lo que se ha vivido en el tiempo.
María y su asunción corporal al cielo nos muestra que ha llegado al hogar,
porque no hay culpa que haya salido de ella, que haga sufrir a otros y siga
actuando en el padecimiento… pero es el amor que tiene que vencer la culpa,
atadura al tiempo… Teresa de Lisieux dijo muy bien que el cielo es el desatarse
del amor para inundar a todos. En el texto salen más cosas como el cuerpo…
todos juntos… Me decía un niño, triste porque su familia no iba a misa: ¿cómo
podré estar contento en el cielo, si allí no están los que más quiero? ¿Cómo
podría ser feliz en el cielo una madre viendo sufrir a su hijo? En el budismo está la
idea de Bodhisattva que se niega a sumergirse en el nirvana mientras haya un solo
hombre en el infierno. Y sigue diciendo Ratzinger: “Tras esta idea impresionante
de religiosidad asiática el cristiano descubre la figura del verdadero Bodhisattva –
Cristo-, en el que se hizo realidad el sueño de Asia. Este sueño se realizó en Dios,
que del cielo bajó al infierno, porque un cielo sobre una tierra que es un infierno,
no sería cielo. La misma cristología implica la relación real del mundo de Dios con
la historia… para él (Cristo) la historia es tan real que lo lleva al sheol, pudiendo
el cielo ser verdadera y definitivamente tal, sólo cuaando esté sobre una nueva
tierra” (ESC). Por tanto, hay unas consecuencias de las obras que en la Iglesia
latina se llama purgatorio, “sufrir hasta las últimas consecuencias lo que se ha
dejado tras de sí en la tierra, pero con la certeza de haber sido definitivamente
aceptados, lo que no quita el ilimitado sufrimiento de verse privado de la
presencia del amado. Pero cielo en el tiempo de un retraso del banquete
definitivo, durante la dilación de la plenitud última, eso significa, por una parte,
estar realmente metido en la plenitud de la alegría divina, que llena y sostiene
infinitamente, representando saturación definitiva tanto por no poderse perder
como por su pura plenitud. Ese cielo es, al mismo tiempo, la certeza de una
justicia y un amor que se van complementando, encontrándose fuera del alcance
no sólo del propio sufrimiento, sino también del terreno que sigue adelante con
todas las cuestones que plantea; todo ello gracias al amor que se contempla y que
es el poder definitivo, no permitiendo la existencia de ninguna injusticia. A modo
de anticipación todo se encuentra superado en ese amor, en el Dios que ha
sufrido. En este sentido existe ya verdaderametne el ‘cielo’.
Pero, por otra parte, en esto tampoco se puede prescindier de la apertura del
amor ya consumado cara a la historia que sigue siendo real, que sigue su curso
realmente y que de verdad es una historia de sufrimeintos. No hay que negar que
gracias al amor contemplado el sufrimiento está ya anticipadamente suprimido. Es
cierto que el final ya está seguro, que se acabaron todas las preocupaciones y todo
problema está resuelto. Con todo, la totalidad de la salvación no ha llegado
todavía, mientras esté, sí, segura anticipadamente en Dios, pero no haya
alcanzado realmente al último de los que sufren.
A causa de la interdependencia de todos los hombres y de toda la creación, el
que la historia llegue a su plenitud no es para nadie algo meramente externo, que
no le afecte realmente. Lo que la doctrina del cuerpo de Cristo hace es formular
92
Esperanza y salvación
aquí hasta sus últimas consecuencias, gracias a la cristología, lo que de suyo hay
que esperar a partir de la antropología misma: todo hombre existe en sí y fuera
de sí; cada uno existe, al mismo tiempo, en los otros, y lo que acontece en cada
individuo repercute en el conjunto de la humanidad; lo que se da en la
humanidad, se da en él. Así que cuerpo de Cristo quiere decir que todos los
hombres son un organismo, con lo que el destino del conjunto es también el
del individuo. Es verdad que la resolución de su vida en la muerte está firme en
el final de su actividad terrena. En este sentido se le juzga ahora, llegando a la
meta su suerte. Pero su lugar definitivo sólo se puede determinar cuando todo
el organismo esté completo, cuando toda la historia haya acabado de sufrirse y
se haya consumado. La reunión del conjunto representa también un acto que
tiene lugar respecto de él mismo, así que es sólo el juicio general y definitivo el
que sitúa a cada uno en el conjunto, indicándole el lugar que le corresponde y
del que tomará posesión dentro de la totalidad” (ESC).
Lo dijo bien claro Jesús: “¡No he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores!" Esta frase manifiesta la infinita misericordia de Dios, que llama al
hombre no en virtud de sus méritos, sino por pura bondad, y que no desea que
se quede prisionero de su pasado; siempre quiere proponerle un futuro,
cualesquiera que sean sus equivocaciones. Pero “este texto tiene también por
objeto hacer comprender que el medio más eficaz para salir del pecado y de la
miseria, no es el de culpabilizarnos o afligirnos: es el de abrirnos a las llamadas
que Dios no deja de dirigirnos hoy, cualquiera que sea nuestra situación... sin esas
llamadas, el hombre permanecería encerrado en los límites de su psiquismo, de sus
imaginaciones, de sus impulsos y de sus fantasmas... entre la representación
98
Esperanza y salvación
psíquica que hacemos de la realidad, y lo que esta realidad es en su verdad y en su
belleza profunda, puede haber una importante distorsión. No es lo real lo que
nos aprisiona, son nuestras representaciones. Así mismo, la interpretación y el
peso de nuestras emociones no siempre están en proporción con la realidad de
las cosas. Unas realidades de importancia capital pueden dejarnos
emocionalmente indiferentes, mientras que cosas de escasa importancia tienen
en ocasiones una desmesurada resonancia afectiva en nosotros”, y así la imagen
que tenemos de la felicidad, “la representación psíquica de lo que creemos
capaz de hacernos felices, no suele tener más que una lejana relación con la
felicidad efectiva, y realmente no puede colmarnos” las cosas que pensamos
ahora “tienen una parte de verdad, y eso hay que tomarlo en cuenta, pero son
limitadas y a veces engañosas. Han de convertirse permanentemente para
abrirse a la riqueza de lo real que Dios nos propone, que es más vasto y más
fecundo que cualquier elaboración psíquica”. Tendemos a sugestionarnos por la
última cosa que nos ha influenciado pero no es la más importante, necesitamos
un tiempo para situarla en el contexto de lo real, y “esta apertura a la auténtica
realidad no se produce sin dolores ni renuncias, sin luchas ni agonías. Es trabajo
que se ha de reemprender siempre, y jamás acaba aquí abajo, pero que permite
acceder a una vida cada vez más rica y abundante". Además, nos abre a una
esperanza de que lo mejor siempre está por llegar…
San Pablo pide a los Tesalonicenses (1 Tes 3,12-4,2) que Dios les conceda
“amor mutuo y amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os
fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva
acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios,
nuestro Padre”. Exhortación de la ética cristiana: el amor en la conducta percibirla
como don de Dios, no como puro esfuerzo voluntarístico. El recuerdo a la vuelta
del Señor es una motivación del tal conducta. El cristiano vive esperando y con la
mirada fija en el futuro, no sólo en el pasado. No es propio de él un género de
vida pasivo o resignado, melancólico o retrógrado, sino en tensión gozosa y
pacífica esperando su encuentro definitivo con Jesucristo. Lo espera no cruzado de
brazos, sino viviendo el amor activo y concreto. De este modo está adelantando
lo que va a ser su existencia última y plena. Además tiene ejemplos y animación
de los propios hermanos, acompañado por cuantos creen en Cristo (Dabar 1988).
La vida cristiana está siempre en camino por vías de esperanza hasta que el Señor
venga, pide a Dios que aumente el amor cristiano en aquella comunidad hasta el
colmo y que los haga santos e irreprensibles, en la perspectiva que abre la
esperanza en la venida del Señor. Porque el Señor vendrá y nos juzgará a todos
sobre el amor. Mientras tanto, hay que creer sin medida en el amor y hay que
pedir constantemente a Dios lo que todavía nos falta. Pablo suele llamar "santos"
a los fieles, pero en este pasaje se refiere a los ángeles que acompañarán al Señor
en su venida gloriosa y no a los fieles que murieron y ya están en el cielo. Los
ángeles significan el poder y la majestad del Señor (cf Zac 14,5; Mt 16,27; Mc
8,38). Aunque no ha escatimado alabanzas a la conducta de los tesalonicenses,
Pablo insiste de nuevo en que deben seguir progresando. Pues en esto del amor
siempre andamos a la zaga de sus exigencias, siempre estamos en deuda. Hay que
99
Vida más allá de la muerte
amar a los hermanos y a todos los hombres, e incluso a los enemigos (cf Gal 6,10;
Rm 12,17). Ningún cristiano puede llegar tan lejos en el amor que diga que ya
ama lo suficiente y que ya es perfecto, pues debe ser perfecto sin límites. Sabiendo
que sólo agrada a Dios el que le imita, el que trata de ser perfecto como Dios es
perfecto. Y Dios es Amor (1 Jn 4,8.16). En nombre de Jesús, que es el Señor.
Ahora les anima a ser fieles a las instrucciones recibidas (“Eucaristía 1982”).
La salvación que Cristo ha traído no está ya totalmente realizada. Es una
realidad en expansión que avanza hacia su cumplimiento escatológico, hacia la
realización del mundo en Cristo resucitado. Así la Iglesia de Cristo es por
definición una iglesia en camino, convocada para ser enviada en misión. Sólo una
Iglesia en camino puede poner en camino al mundo. Ser Iglesia y ser enviado es
un don que comporta una responsabilidad. El dinamismo, los imperativos de la
historia, el Señor que viene y la salvación exigen la colaboración del hombre. El
hombre no está nunca satisfecho de sí mismo, ni de sus realizaciones. Está siempre
en tensión hacia un futuro mejor (P. Franquesa). El amor no debe tener medida,
porque nunca se ama con medio corazón. Hay que amar con todo el corazón,
con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas. Hay que amar a los de
casa, pero también a los de fuera. El amor es la vida, que no se puede vivir nunca
a medias. ¡Quién pudiera decir de sí mismo que rebosa de amor! Aunque
tampoco es ésta la mejor manera de amar, porque el amor no es algo que se
tiene, sino algo que se vive, algo que se es (Caritas).
San Lucas (21,25-28.34-36) nos recoge unas palabras de Jesús: «Habrá signos
en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas
por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el
miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se
tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran
poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se
acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio,
la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día;
porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre
despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y
manteneros en pie ante el Hijo del hombre.» El caos fantástico del final de la
historia, nos remite al caos fantástico de los comienzos (Gen. 1,2), cuando la
Palabra de Dios introdujo armonía, belleza y bondad. Al final de las historia
volverá a resonar esa misma Palabra poderosa, pero entonces será la Palabra
encarnada, Jesús de Nazaret. Y se producirá armonía y bondad; lo que Lucas
llama liberación (v 28). La humanidad dejará de caminar bajo el yugo de sus
propias creaciones injustas, esclavizantes y angustiadoras. Será la nueva
creación. Hablando con propiedad, no se tratará de un final, sino de la
manifestación desvelada de la verdadera finalidad de toda la existencia humana.
Esta esperanza liberadora no es pasiva. Al contrario, está hecha de esperas activas,
de vigilancia, de preparación (Dabar 1976). A la observación hecha por algunos
sobre la belleza de este templo, Jesús contrapone el futuro de destrucción que le
amenaza. Esta destrucción, sin embargo, no debe confundirse con la implantación
definitiva y feliz del Reino de Dios, la cual estará precedida por un tiempo de
protagonismo religioso no judío. En este punto entronca el texto de hoy. "Se
100
Esperanza y salvación
acerca vuestra liberación". La descripción de la llegada del Hijo del Hombre está
tomada también de un libro apocalíptico como es el libro de Daniel. Por último,
el texto se hace interpelativo: tened cuidado, estad siempre despiertos. La
traducción litúrgica añade inexactamente una tercera interpelación: manteneos en
pie. El texto original dice más bien lo siguiente: "Estad siempre despiertos,
pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y poder así
manteneros en pie ante el Hijo del Hombre". Lo que está por venir no se refiere
al cataclismo cósmico, sino al futuro de dificultad y de sufrimiento que le espera al
cristiano comprometido. Las dos interpelaciones van dirigidas a estos cristianos y
quieren ser una invitación a vivir con la atención puesta en el reino de Dios por
llegar y a no desfallecer a causa de las dificultades.
Lucas, al referirse al Templo, no pretende necesariamente anunciar el fin del
mundo (que los judíos asociaban al Templo), no hace más que amoldarse al
género literario de los apocalipsis para decir, tan sólo, que la caída de Jerusalén
será una etapa decisiva en la implantación del reino de Yahvé en el mundo. La
intervención de toda la naturaleza en el momento de la caída de Jerusalén sigue
siendo un reflejo de una concepción bíblica que presenta el reino mesiánico como
una nueva creación que pone en entredicho los fundamentos de la antigua (Jl 3,1-
5; Ag 2,6; Is 65,17). La caída de Jerusalén es, así, la aurora de una creación de
nuevo cuño.
Después de haber subrayado la repercusión cósmica del hundimiento de
Jerusalén, Lucas anuncia la "venida del Hijo del hombre entre nubes" (v 27). Se
trata, evidentemente, del misterioso personaje anunciado por Daniel (7,13-14) y a
quien se confiará el juicio de las naciones. Para Lucas, esta manifestación del Hijo
del hombre-Señor de los pueblos coincide con la caída de Jerusalén. Se
comprende mejor esta sustitución si se tiene presente que el templo era
considerado precisamente como el punto de la gran concentración de las naciones
bajo el imperio de Yahvé (Is 60) y que Cristo tuvo especial cuidado en atribuir esa
prerrogativa a "aquel que viene" o a "aquel que viene sobre la nube" (Mt 21,61-64;
23,37-39). "Venir sobre la nube" designa un personaje aureolado por la gloria
divina: los cristianos aplicarán, pues, sin dificultad, esta expresión a Cristo
resucitado. Cristo "viene sobre la nube" desde el momento de su resurrección, y
todo acontecimiento que sirve para establecer su soberanía sobre el mundo es una
nueva "venida sobre la nube" de aquel que ha adquirido todo imperio sobre el
mundo, para ser siempre y hasta el fin de los tiempos "El que viene" (Ap 1,7; cf Ap
14,14). Se puede, pues, decir que el tiempo de la Iglesia, inaugurada con la
resurrección, y, más concretamente, el día en que la Iglesia se liberó totalmente
del judaísmo, constituye la "venida del Hijo del hombre".
Después de haber hecho de la caída de Sión el acontecimiento inaugural de la
nueva creación y que constituye una etapa importante en la "venida del Señor",
San Lucas pasa a las aplicaciones morales. Se dirige en particular a la "generación"
de sus contemporáneos (vv 31-32) para enseñarla a ver en la caída de Sión un
"signo" de la "proximidad" del Reino (vv 27-31). Por lo demás, esa proximidad no
es esencialmente de orden temporal, como si el fin del mundo fuera a producirse
de inmediato; se trata más bien de una proximidad ontológica: en cada
acontecimiento de la historia de la salvación y de la historia de los hombres, el
101
Vida más allá de la muerte
Reino futuro está presente y se trata de aprender a descubrirlo. La vigilancia es
precisamente la virtud de aquel que está bastante preocupado por la extensión de
la soberanía del Hijo del hombre para descubrirla en germen en cada uno y "en
todo". La caída de Jerusalén ha sido un jalón en la venida del Señor sobre la nube
porque ha obligado a la Iglesia a abrirse decididamente a las naciones y a
establecer un culto espiritual, liberado del particularismo del templo. Pero cada
etapa de la evangelización del mundo, vinculada, por lo demás, a cada etapa de
humanización del planeta, es también un jalón de esa venida del Hijo del hombre.
Cada conversión del corazón, mediante la que el hombre se abre más y más a la
acción del Espíritu del Resucitado y cuenta un poco menos con la "carne", es una
nueva manifestación de esa venida. Cada asamblea eucarística, reunida
precisamente "hasta que El vuelva" y beneficiaria de esa gloria y de ese poder del
Hijo del hombre sobre la nube, es, finalmente, el jalón por excelencia de ese
acontecimiento (Maertens-Frisque).
Estamos ante el misterio del Reino de Dios. Frente a la desesperanza, la
presencia gloriosa del Hijo del Hombre que devuelve lo que parecía imposible: la
ilusión, la certeza de nuestros mejores sueños, es decir, de los sueños utópicos.
Alzad la mirada. Estad atentos. No os encerréis y empobrezcáis en las cuatro
paredes de una vida sin horizontes. Huid de una vida miope, rastrera. Se trata de
todo un programa, de toda una actitud que debe caracterizar a quien se diga
cristiano (Dabar 1982). En el anuncio original de Jesús, el acontecimiento del
último día se concentró totalmente en el retorno del Señor. Ahora bien, en la
primera comunidad, esta misma espera se fue clarificando en el sentido de que era
precisamente su Señor glorificado el que había de retornar como administrador de
la causa de Dios, para llevar a cabo un juicio de purificación y liberación de la
creación, y, después, devolver a Dios el dominio sobre el mundo (cf 1Co 15,25-
28). Así se resume, pues, la expectativa escatológica en la confiada figura del
Señor. Los bautizados reconocerán al Hijo del Hombre, que vendrá sobre la nube
(v 27), revestido de la gloria del Señor, la cual -al contrario que las mismas
nubes(v 25s)- no producirá temor: ese temor natural que sobrecoja a las
bautizados será vencido de inmediato por el amable (inspirador de confianza)
acercamiento del Señor. Aquellos se pondrán en pie y levantarán su cabeza a la
vista del poder salvador (v 28). Desde esa presentación hace el evangelio una
llamada a la firmeza de la fe de los discípulos. Se exige, por tanto, que se atrevan
a salir al encuentro de la gloria de Cristo y que, en unión a él, se mantengan
firmes ante la magnificencia del suceso, es decir, ante la tremenda magnitud que
cobra una confrontación con la poderosa actuación de Dios al descubierto (no
oculta ya). El mantenerse firme y levantar la cabeza exige, a su vez, haber crecido
y haberse fortalecido, lo cual se aprende precisamente en la "escuela del
evangelio".
Adviento significa, por tanto, iluminar
los "últimos acontecimientos" en la actual
existencia de la iglesia y del individuo.
Navidad no es más que un signo de
promesa, una bondadosa predicción de lo
que está por acontecer. Quien madure para
102
Esperanza y salvación
comprender aquellas circunstancias, puede celebrar hasta infantilmente (con la
sencillez que exige Jesús a sus discípulos) la fiesta de Belén. Por lo demás, oración
y actitud de espera confiada (esperanza) preparan al discípulo para recibir "de pie"
al Señor (“Eucaristía 1988”).
El fin del mundo no es para los cristianos motivo de espanto, sino de una
gran esperanza, pues entonces serán liberados definitivamente. "El Hijo del
Hombre vendrá cuando nadie lo espere", como un ladrón en la noche (Lc 12,39s).
Por esta razón Jesús exhorta a sus discípulos para que vigilen y estén preparados.
Que el objetivo del "apocalipsis sinóptico" no sea otro que llamar a la vigilancia y,
consiguientemente, a la oración, está claro. De ahí que Mateo se extienda después
con una serie de parábolas alusivas a la vigilancia (como aquella tan conocida de
las vírgenes fatuas y las prudentes). Vigilar es estar atentos a lo verdaderamente
importante y decisivo, cuando todos nos empuja al despiste y al aturdimiento, al
sueño. Vigilar es tener los ojos muy abiertos en medio de la noche. El que vigila
está en pie, siempre "de puntillas" por la esperanza, a la expectativa de lo
sorprendente, de la sorprendente venida del Señor. Esto es también fijarse en las
señales o signos de los tiempos, responder en cada momento y situación a las
concretas exigencias del evangelio. La esperanza cristiana no es simplemente
estar a la espera, no es aguardar, sino preparar los caminos para la pronta
venida del Señor (“Eucaristía 1982”).
Jesús se expresó en las imágenes de la apocalíptica judía. Lo mismo hizo la
comunidad primitiva. En los sinópticos hay una evidente evolución en el
contenido de las afirmaciones escatológicas. En Marcos se siente el entusiasmo
escatológico de la primera comunidad. En Mateo la época de la Iglesia es ya más
larga y en Lucas el fin se traslada a una época lejana porque la etapa de la Iglesia
apenas ha empezado. Los sinópticos no intentan descubrir el fin del mundo, sino
exhortar a la perseverancia. Lucas insiste en la vigilancia para no dejarse absorber
por las preocupaciones terrenas. El discurso sobre la parusía, en Lucas, tiene un
carácter mucho más parenético (oratoria sagrada que anima a la vida moral,
exagerando algún aspecto para remover a mejorar) que en Marcos. En el centro
del discurso hay una apremiante invitación a la constancia sobria y vigilante. Lucas
no elimina la parusía, pero insiste en la disponibilidad. En este pasaje no se trata
de apocalíptica sino de escatología.
Las imágenes apocalípticas se usan para afirmaciones escatológicas. La
escatología significa simplemente espera y estructuración del futuro sobre la base
del pasado. Es inexacto hablar del fin del mundo, sino el inicio del mundo tal
como lo quiso y lo programó Dios. En lenguaje bíblico lo que llamamos fin del
mundo habría que llamarlo "el futuro del mundo". Es la transformación del
mundo, no su aniquilación. El mundo es el lugar de la encarnación de Dios. Es
evidente que la creación y la redención no actúan la una contra la otra, sino la
una en la otra... Hay que tomarse este mundo en serio. Dios se lo ha tomado
tan en serio que le dio a su propio Hijo (Jn 3,16: Pere Franquesa).
103
Vida más allá de la muerte
Esperar cielo y luchar confiadamente en lo de cada día:
“Viene el Señor nuestro Jesucristo desde el cielo; viene en gloria al
fin de este mundo, el último día; este mundo tendrá un fin, y el
mundo creado será renovado” (S. Cirilo de Jerusalén). Es muy
bonito lo dicho más arriba, de que aun cuando se usan las
metáforas apocalípticas de la época el mensaje de Jesús está claro:
“Tengo designios de paz, y no de aflicción. Me invocaréis, y yo
os escucharé”, dice el introito de la Misa de la semana 33 como
resumiendo estas ideas de fin de año-comienzo de año.
108
Esperanza y salvación
112
Esperanza y salvación
PL 76, 1077.
Cf una nota de la CE de Liturgia del PERÚ.
Sermón 62.
113
Vida más allá de la muerte
como paganos «caminarán a la luz del Señor» y formarán un solo pueblo. Otro
rasgo positivo: habrá paz cuando suceda esto. De las espadas se forjarán arados;
de las lanzas, podaderas. Son comparaciones que entiende bien el hombre del
campo. Y nadie levantará la espada contra nadie. No habrá guerra. Y esto lo
entendemos todos, con cierta envidia, porque tenemos experiencia de espadas
levantadas, más o menos lejos de nosotros, en guerras fratricidas.
El Señor es quien salva... no es el hombre quien «se» salva... Nos
orientamos hacia una religión de "la salvación que Dios da", la que valoriza la
prioridad de Dios. En general, ¿se siente el hombre moderno llevado
preferentemente a un voluntarismo, un estoicismo: a ser el autor de su propia
salvación, a conquistar su valer por su empeño y su valentía? Pero bien sabemos
que esa actitud es vana. Concédenos, Señor, la gracia de ser acogedores;
lávanos.... purifícanos... Haznos, Señor, disponibles a esa conversión que Tú
quieres obrar en nosotros… Es el anuncio de la restauración de Jerusalén, después
de la destrucción. Gozo, paz, paraíso. El Mesías aporta una expansión total y
nueva. ¿Mi religión es de alegría? Un gozo que he de ir construyendo lentamente
a través de la prueba (Noel Quesson).
Por eso el Salmo (121) proclama: “¡Qué alegría cuando me dijeron: /
"Vamos a la casa del Señor"! / Ya están pisando nuestros pies / tus umbrales,
Jerusalén.
Allá suben las tribus, / las tribus del Señor, / según la costumbre de Israel,
/ a celebrar el nombre del Señor; / en ella están los tribunales de justicia, / en el
palacio de David.
Desead la paz a Jerusalén: / "Vivan seguros los que te
aman, / haya paz dentro de tus muros, / seguridad en tus palacios."
Por mis hermanos y compañeros, / voy a decir: "La paz
contigo." / Por la casa del Señor, nuestro Dios, / te deseo todo
bien”.
Luz. Orientación. Paz y alegría del peregrino que se acerca a la ciudad
santa, al templo, donde se ponía en contacto con Dios. Jerusalén es imagen del
reino escatológico, una pregustación del reino futuro, ahora vista como "ciudad
de la paz". “Como es sabido, Shalom alude a la paz mesiánica, que entraña
alegría, prosperidad, bien, abundancia. Más aún, en la despedida que el peregrino
dirige al templo, a la "casa del Señor, nuestro Dios", además de la paz se añade el
"bien": "te deseo todo bien" (v 9). Así, anticipadamente, se tiene el saludo
franciscano: "¡Paz y bien!" Todos tenemos algo de espíritu franciscano. Es un deseo
de bendición sobre los fieles que aman la ciudad santa, sobre su realidad física de
muros y palacios, en los que late la vida de un pueblo, y sobre todos los
hermanos y los amigos. De este modo, Jerusalén se transformará en un hogar de
armonía y paz” (Juan Pablo II). San Gregorio Magno recuerda que somos un
templo de piedras vivas donde nos ayudamos unos a otros y comenta lo de San
Pablo: "La caridad es la ley en su plenitud" (Rm 13,10). “En efecto, si yo no me
esfuerzo por aceptaros a vosotros tal como sois, y vosotros no os esforzáis por
aceptarme tal como soy, no puede construirse el edificio de la caridad entre
nosotros, que también estamos unidos por amor recíproco y paciente”. Y, para
114
Esperanza y salvación
completar la imagen, no conviene olvidar que “hay un cimiento que soporta todo
el peso del edificio, y es nuestro Redentor; él solo nos soporta a todos tal como
somos. De él dice el Apóstol: "Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto,
Jesucristo" (1 Co 3,11). El cimiento soporta las piedras, y las piedras no lo soportan
a él; es decir, nuestro Redentor soporta el peso de todas nuestras culpas, pero en
él no hubo ninguna culpa que sea necesario soportar”. Así, “el gran Papa san
Gregorio nos explica lo que significa el Salmo en concreto para la práctica de
nuestra vida. Nos dice que debemos ser en la Iglesia de hoy una verdadera
Jerusalén, es decir, un lugar de paz, "soportándonos los unos a los otros" tal como
somos; "soportándonos mutuamente" con la gozosa certeza de que el Señor nos
"soporta" a todos. Así crece la Iglesia como una verdadera Jerusalén, un lugar de
paz. Pero también queremos orar por la ciudad de Jerusalén, para que sea cada
vez más un lugar de encuentro entre las religiones y los pueblos; para que sea
realmente un lugar de paz” (Juan Pablo II). Podemos caminar juntos…
Dispongámonos a hacer camino. La esperanza no defrauda, si nos disponemos a
dar la mano y a hacer camino.
Mt (8,5-11) sigue con "la espera"... Jesús había entrado en
Cafarnaum, un centurión del ejército romano salió a su encuentro
y le suplicó... ¡Este hombre se presenta, inesperado, imprevisto...
desconocido! Y sin embargo Dios, por su gracia invisible, ya estaba
presente en su corazón, para impulsarle a hacer esta gestión. Eran
paganos y opresores… este pagano desea y está a la espera... ¡Va
hacia Jesús! -"Señor, mi criado está postrado en mi casa, paralítico,
y padece muchísimo". Los milagros de Jesús son signos de que ya
está irrumpiendo el Reino de Dios.
La curación del criado -o del hijo- del centurión por parte de Jesús, es un
ejemplo de unas personas paganas que reciben la luz. Lo que el profeta había
anunciado, lo cumple Jesús. Él es la verdadera Luz, el vástago que esperaba el
pueblo de Israel, el Mesías que trae paz y serenidad, la Palabra eficaz y salvadora
que Dios dirige a la humanidad. Era honrado, consecuente, razonable. Se
preocupaba de la salud de su criado. En el fondo, ya tenía fe y Dios estaba
actuando en él: «Señor, no soy digno», buena expresión de humildad y de
confianza. Jesús le alaba por su actitud y su fe: encontró en él más fe que en
muchos de Israel. Jesús siempre aprovecha las disposiciones que encuentra en las
personas, aunque de momento sean defectuosas. Desde ahí las ayudará a madurar
y llegar a lo que él quiere transmitirles en profundidad. -"Señor, no soy digno de
que entres en mi casa, pero mándalo con tu palabra y quedará curado mi
criado...” Yo os declaro que vendrán muchos gentiles del oriente y del occidente y
estarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Jesús ha
pensado en todos los que "vendrán", en todos los que están aún a la espera. Para
El no hay privilegio de raza ni de cultura. Todos los hombres, de todas partes,
están invitados y están en marcha. ¿Tengo un corazón "universal" como Jesús?
115
Vida más allá de la muerte
¿Un corazón "misionero"?10 Rezamos en la oración colecta: “Concédenos, Señor,
Dios nuestro, anhelar de tal manera la llegada de tu Hijo Jesucristo, que cuando
llame a nuestras puertas, nos encuentre velando en oración y cantando sus
alabanzas”…
Noel Quesson.
116
Esperanza y salvación
recuerda H. de Lubac: « ¿He encontrado la alegría? No... He
encontrado mi alegría. Y esto es algo terriblemente diverso... La
alegría de Jesús puede ser personal. Puede pertenecer a una sola
persona, y ésta se salva. Está en paz..., ahora y por siempre, pero
ella sola. Esta soledad de la alegría no la perturba. Al contrario:
¡Ella es precisamente la elegida! En su bienaventuranza atraviesa
felizmente las batallas con una rosa en la mano». Pero esto no es
así, sigue diciendo de Lubac, siguiendo la teología de los Padres:
“la salvación ha sido considerada siempre como una realidad
comunitaria”, como vemos en el Centurión, que se ocupa de su
siervo, como vemos en la lectura de Isaías que habla de una
«ciudad» (Sión, Jerusalén) “y, por tanto, de una salvación
comunitaria”. El pecado aparece “como la destrucción de la
unidad del género humano, como ruptura y división. Babel, el
lugar de la confusión de las lenguas y de la separación, se muestra
como expresión de lo que es el pecado en su raíz”. Hoy también
aparecen esas nuevas Babeles, multitudes incomunicadas, una
agresividad en el ambiente… Entonces, ¿es algo a la ver personal y
comunitario, y en qué consiste?
En la Carta a Proba, san Agustín “intenta explicar un poco esta
desconocida realidad conocida que vamos buscando”. Buscamos «vida
bienaventurada [feliz]». Como expresa tan bien el Salmo 144 [143],15: «Dichoso el
pueblo cuyo Dios es el Señor». Y dice Agustín: «Para que podamos formar parte
de este pueblo y llegar [...] a vivir con Dios eternamente, ‘‘el precepto tiene por
objeto el amor, que brota de un corazón limpio, de una buena conciencia y de
una fe sincera'' (1 Tm 1,5)». La mirada limpia del corazón nos lleva a pensar en los
demás, salir de uno mismo con el don de sí, expresión de esa esperanza cierta, esa
es la llave que abre la puerta a Jesús Salvador.
Cuando seamos hoy invitados a la comunión, podemos decir con la
misma humilde confianza del centurión que no somos dignos de que Cristo Jesús
venga a nuestra casa, y le pediremos que él mismo nos prepare para que su
Cuerpo y su Sangre sean en verdad alimento de vida eterna para nosotros, y una
Navidad anticipada (J. Aldazábal).
“Ayer, en la celebración de la Eucarística estás palabras del centurión, que
repetimos antes de acercarnos a comulgar, quemaban todo mi cuerpo. Sentía un
fuego especial ardiendo en todo mí ser. ‘Señor, yo no soy digna de que entres en
mi casa, pero di una palabra y yo sanaré’. Cerraba los ojos y disfrutaba de esta
frase, esperando para oír la palabra que me devolviera la dignidad de hija de Dios
que en cada momento, a causa de mi testarudez, pierdo, o yo creo que pierdo. El
centurión pronuncia estas palabras al oír que Jesús se dispone a ir personalmente
a curar a su siervo. El no se siente digno, pero está seguro de que con tan sólo
117
Vida más allá de la muerte
Jesús decir una palabra, su siervo sanará. Él confía en que sólo una palabra basta.
Él cree en quien puede decir esta palabra. Ante tanta demostración de fe, Jesús
queda admirado. Todavía mi fe no es tan profunda como la del centurión.
Todavía no oigo esa palabra que necesito para sanar. Todavía estoy dando
vueltas y vueltas en mi interior. Mi mente no está en paz. Quiere controlar
demasiado. Se encierra demasiado. Señor: abre mis oídos y mi corazón para oír tu
palabra y saber que me sanarás” (Miosotis).
En la película “Los Otros” los niños tienen una enfermedad que les
impide estar bajo la luz del sol. Bajo el cuidado de su madre están siempre en las
tinieblas- las tinieblas de la muerte- sin saber que existen otros. Su mundo es triste,
lúgubre, oscuro pero completo. La madre consigue que no haga falta más, no
existen otros. Su mundo no es ideal pero no se quieren asomar a la realidad del
mundo que sólo intuyen, pero que puede acabar con el idílico amor egoísta de
esa madre por sus hijos. Un mundo en que los otros son sólo sombras que pueden
acabar con lo nuestro.
“Señor, no soy digno…” palabras que decimos justo antes de recibir al
Rey de Reyes y después que el sacerdote nos repita el anuncio de Juan Bautista
“Este es el Cordero de Dios”, se inspiran en las palabras del Centurión del
Evangelio de hoy. Tenía sus criados y sirvientes. La provincia de Galilea- lejos de
la madre Roma- no era el mejor destino del mundo para dedicarse a la buena
vida y relajarse en las termas. Un hombre exigente, sabía mandar: “Le digo a uno
“Ve” y va y a otro “Ven” y viene.” Pero a la vez sabía estar pendiente de los que
le habían encomendado. Un criado paralítico en aquel entonces tenía menos
futuro que un bocadillo de panceta en un congreso de anoréxicos. Lo habitual en
aquel tiempo hubiera sido no preocuparse por él, ni tan siquiera enterarse
demasiado de su existencia, sustituirlo por otro y aquí paz y después gloria. Sin
embargo, este centurión no solamente sabe de la existencia de ese criado, sabe
que sufre y no duda en acercarse a aquél del que ha oído que puede hacer algo
para rogarle (menuda indignidad, rebajarse así ante un judío) que le curase. Pero
es que además “sigue afinando”: piensa que ese judío en casa de un romano
contraería impureza y por ello le evita el tener que ir bajo su techo. No te extrañe
lo que ocurre después: el Señor se queda admirado y mira más allá, al reino de los
cielos. Contempla el día del Reino de Dios, pon buena cara a esos “muchos de
oriente y occidente” y descubre que no son “los otros”, son los hijos e hijas de
Dios y de nuestra madre la Virgen, que están ahora a tu lado- aunque a veces nos
molesten- y que con ellos, por la misericordia de Dios, cantarás: “Vamos alegres a
la Casa del Señor” (Archimadrid).
Isaías (11,1-10) nos habla de cómo se cumple el día del Señor, y vuelve el
paraíso a la tierra: “aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz
florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia
y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le
118
Esperanza y salvación
inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de
oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados. Herirá al
violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios. La
justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas. Habitará
el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león
pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso,
sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la
hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No
harán daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de
ciencia del Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día, la raíz de Jesé se
erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su
morada”. No esperamos que los leones y vacas vivan juntos, “que se produzca
esto en nuestro mundo. Pero el texto cala mucho más hondo; esta imagen habla
de la paz, que será la señal de los hombres salvados. Dice que los hombres
redimidos son hombres de paz, que no actúan ya con malicia, malvadamente,
porque la tierra está llena del conocimiento de Dios” (Benedicto XVI). La lectura
del profeta Isaías que nos trae la liturgia de hoy, nos mueve a prepararnos con
entusiasmo para la próxima venida de Jesús. En un mundo convulsionado como
el nuestro, la gran esperanza está en la salvación que Jesús viene a traernos. En él
se recuperará el orden querido por Dios en la creación, en donde ni los animales,
ni los hombres se causarán daño entre sí. Esa paz será garantizada por la justicia
con los pobres y por la experiencia de Dios. Necesitamos desesperadamente una
justicia que proteja a los débiles y actúe con rectitud; necesitamos vivir la
experiencia del Dios que hace la historia con el ser humano, del Dios que muestra
su predilección por el desvalido, del Dios amor.
San Agustín comenta: «Estas siete operaciones asocian al número siete el
Espíritu Santo, quien al descender a nosotros empieza, en cierto modo, por la
sabiduría y termina en el temor. Nosotros, en cambio, en nuestra ascensión
comenzamos por el temor y alcanzamos la perfección con la sabiduría» (Sermón
248). Y también: «Por eso Isaías, para ejercitarnos en ciertos grados de doctrina,
descendió desde la sabiduría hasta el temor, es decir, desde el lugar de la paz
eterna hasta el valle del llanto temporal, para que, doliéndonos en la confesión de
la penitencia, gimiendo y llorando, no permanezcamos en el dolor, el gemido y el
llanto, sino que, ascendiendo desde este valle al monte espiritual, sobre el que
está fundada la ciudad santa, Jerusalén, nuestra Madre, disfrutemos de la alegría
inalterable… Así, pues, vayamos a la sabiduría desde el temor, dado que el
principio de la sabiduría es el temor de Dios (cf Sal 110,10), vayamos desde el valle
del llanto hasta el monte de la paz» (Sermón 347).
¿Quién de nosotros no tiene ansias de una felicidad, donde haya armonía
entre todos los humanos y en el universo completo? Cuántos esfuerzos se realizan
para construir un paraíso que podamos disfrutar en esta tierra. Muchas veces se
piensa que uno podrá realmente ser feliz por poseer la infinidad de artículos que
nos vende esta sociedad de consumo. Pero cuando se posee todo, contempla uno
sus manos y su corazón y se siguen viendo vacíos. Los bienes materiales podrán
embotar nuestro espíritu y nuestro corazón, pero jamás llegarán a saciar nuestras
ansias de felicidad. Hoy la escritura nos habla de un descendiente de David que,
119
Vida más allá de la muerte
lleno del Espíritu de Dios, hará que en verdad llegue la felicidad al hombre.
Reintegrarnos a la paz con el Creador y con el prójimo, vivir amando y siendo
realmente amados, es lo que nos hará felices. Pero esto no será posible mientras
haya luchas fratricidas y egoísmos que nos impidan tender la mano fraternalmente
a nuestro prójimo. La felicidad brota del amor que se hace realidad en nosotros. Y
el Mesías nos ha traído el perdón y la reconciliación con Dios, con el prójimo y
con nosotros mismos. Quien crea en Él y acepte ese don de lo alto estará
encontrando el verdadero sentido de la existencia. Y no importa que nuestra vida
parezca un tronco casi seco; de Él puede hacer el Señor que brote un renuevo
que, lleno de su Espíritu, colme nuestras esperanzas de felicidad por habernos
renovado en el amor, en la verdad, en la justicia y en la paz. La Iglesia de Cristo
debe propiciar la defensa con justicia del desamparado, y la repartición equitativa
de los bienes para que los pobres lleven una vida digna. Los que pertenezcamos a
ella no podemos hacer daño a nadie, pues el amor debe ser el motor que impulse
el actuar del hombre de fe. A la luz de Cristo, aún los más violentos sabrán no
sólo convivir con los demás como hermanos, sino que, a imagen de Cristo,
pasarán haciendo el bien a todos.
El Salmo (71,1-2.7-8.12-13.17) de este martes de la 1ª semana de
adviento remacha esta paz que proclama la primera lectura: “Que en sus días
florezca la justicia, y la paz abunde eternamente. Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes
con rectitud.
Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que
domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.
Él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se
apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres.
Que su nombre sea eterno, y su fama dure como el sol: que él sea la
bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la
tierra”.
San Lucas (10,21-24) nos trae cuando “lleno de la alegría del Espíritu
Santo, exclamó Jesús: - «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has
revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo
ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es
el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.» Y volviéndose
a sus discípulos, les dijo aparte: -« ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis!
Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y
no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.»” Jesús, con su palabra y sus obras
nos ha entregado el misterio del Reino, pero sólo los sencillos y los humildes que
confían plenamente en Dios, pueden comprenderlo, ya que los sabios y prudentes
no aceptan su palabra porque se consideran autosuficientes.
-Jesús manifestó un extraordinario gozo al impulso del Espíritu Santo y
dijo:... Esto sucedió en presencia de sus discípulos que regresaban de una misión
apostólica y querían hablarle sobre el trabajo que habían hecho. Trato de
imaginar a Jesús "en un gozo exultante"... a Jesús dichoso, radiante. Todo ello
aparece en su rostro, en sus gestos, en el tono de su voz. Proviene del interior, es
120
Esperanza y salvación
profundo... procede del Espíritu Santo que habita en El. Ese Espíritu que nos ha
sido dado también a nosotros, que Jesús nos ha dado.
-Yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra. Hubiera sido mejor
traducirlo por "yo te bendigo, Padre... De hecho Jesús ha utilizado una formula de
"bendición" que es familiar a los judíos. A lo largo de la jornada se invitaba a los
judíos piadosos a dar gracias a Dios por todo diciéndole: "Bendito eres Tú por...
Bendito Tú eres por..." Tenemos pues ahí un tipo de plegaria que Jesús hacía a
menudo. Habla a su Padre. Le da gracias. Era el sentimiento dominante de su
alma. Danos, Señor, el sentido de la acción de gracias, de la alegría de decir
"gracias Señor por... y gracias de nuevo por..." Recoger cada día las alegrías
recibidas para agradecérselas al Señor.
-Lo que has encubierto a los sabios y prudentes, lo has revelado a los
pequeñuelos. La acción de gracias, la plegaria de Jesús surge de la contemplación
del trabajo que el Padre está haciendo en el corazón de los hombres. Los
apóstoles habían predicado, habían trabajado con denuedo: tal era la apariencia,
la cara visible de las cosas. Y Jesús, El, ve el trabajo del Padre en el interior: "Tú
has encubierto... Tú has revelado..." Dios trabaja en el corazón de cada hombre,
incluso en el de los paganos. He de aprender a contemplar este trabajo de Dios: a
descubrir lo que está haciendo, actualmente, en los que me rodean, y en mí...
para corresponder, para facilitarle, para cooperar. Cada vez que una persona se
supera, hace el bien, sigue la llamada de su conciencia... debemos pensar que Dios
está allí. Ayudar a esta persona a dar "este paso" adelante es trabajar con Dios,
acompañarle.
-Los sabios, los prudentes... los pequeñuelos... Ahí hay una clara
oposición. Jesús se pone de parte de los pequeños, de los pobres, de los
ignorantes... frente al desprecio de los doctores de la ley. Conocer a Dios no es
primordialmente una operación intelectual, reservada a una elite: los "pequeños"
pueden descubrir cosas sobre Dios que los sabios no alcanzan a comprender.
-Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiere
revelarlo. Es el misterio de la vida cristiana que está entreabierto; la vida del
bautizado es la extensión, a personas humanas, de la vida de relación, de amor y
de conocimiento recíproco que existe entre las Personas divinas.
-Todo me ha sido confiado por mi Padre... Esto evoca la transparencia
de dos personas que no se ocultan nada la una a la otra: es el "modelo" de todas
nuestras relaciones humanas, y de nuestras relaciones con Dios. ¿Qué llamada hay
aquí, para mí, para mis equipos de trabajo o de apostolado? (Noel Quesson).
Hay algunos que prefieren huir del peligro y procurarse un oasis de paz.
Por eso, dice Benedicto XVI en su Encíclica sobre la esperanza, “en la conciencia
común, los monasterios aparecían como lugares para huir del mundo
(«contemptus mundi») y eludir así la responsabilidad con respecto al mundo
buscando la salvación privada”. Pero la solución no puede ser despreciar ese
mundo, el jardín que Dios nos ha regalado, es de mala educación rechazar un
regalo de amor. Y mucho menos podemos dejar de prestar atención a nuestros
hermanos los hombres, a la Iglesia, que es Cuerpo de Cristo. “Bernardo de
Claraval, que con su Orden reformada llevó una multitud de jóvenes a los
monasterios, tenía una visión muy diferente sobre esto. Para él, los monjes tienen
121
Vida más allá de la muerte
una tarea con respecto a toda la Iglesia y, por consiguiente, también respecto al
mundo”. Jesús nos muestra la alegría que surge de la vida: “se regocijó Jesús en el
Espíritu Santo y dijo: ‘yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra”, y después
de este éxtasis ante la creación nos indica el modo de vivir esa alegría: “porque
escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los
pequeñitos”: nos muestra una sabiduría que va más allá de la materia, y en Cristo
entendemos toda la creación: “bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros
veis”…
Tenemos, ante tantos que “quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo
vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron”, una responsabilidad para con la Iglesia,
con la humanidad, con toda la creación; como explica el Pseudo-Rufino: « El
género humano subsiste gracias a unos pocos; si ellos desaparecieran, el mundo
perecería». Y sigue el Papa: “Los contemplativos –contemplantes– han de
convertirse en trabajadores agrícolas –laborantes–“, en este campo que es el
mundo y que espera brazos para la siembra y para el crecimiento de la cosecha y
su recolección. La nobleza del trabajo no reside en restablecer el Paraíso aquí en la
tierra, “pero sostiene que, como lugar de labranza práctica y espiritual, debe
preparar el nuevo Paraíso. Una parcela de bosque silvestre se hace fértil
precisamente cuando se talan los árboles de la soberbia, se extirpa lo que crece en
el alma de modo silvestre y así se prepara el terreno en el que puede crecer pan
para el cuerpo y para el alma”. Es el apostolado, ayudar a muchos a que vean, y
ese es el gran bien que podemos hacer a las almas en nuestro tiempo: “¿Acaso no
hemos tenido la oportunidad de comprobar de nuevo, precisamente en el
momento de la historia actual, que allí donde las almas se hacen salvajes no se
puede lograr ninguna estructuración positiva del mundo?”. Así, los cristianos son
“luz del mundo”, para que muchos vean.
Comenta San Agustín: «A los ridículos sabios y prudentes, a los
arrogantes, en apariencia grandes y en realidad hinchados, opuso no los
insipientes, no los imprudentes, sino los pequeños… ¡Oh, caminos del Señor! O
no existía o estaba oculto para que se nos revelase a nosotros. ¿Y por qué
exultaba el Señor? Porque el camino fue revelado a los pequeños. Debemos ser
pequeños; pues si pretendemos ser grandes, como sabios y prudentes, no se nos
revelará el camino» (Sermón 252).
3. Jesús se enternece ante nuestras necesidades y las
atiende.
Isaías (25,6-10a) nos profetiza sobre “un festín de vinos de solera;
manjares enjundiosos, vinos generosos”. Y Dios “aniquilará la muerte para
siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de
su pueblo lo alejará de todo el país… celebremos y gocemos con su salvación. La
mano del Señor se posará sobre este monte.» En las costumbres orientales y
bíblicas el banquete forma parte del ritual de entronización de los reyes. También
nosotros festejamos nuestras alegrías en familia con una comida más exquisita.
Para anunciar los tiempos mesiánicos, Dios anuncia que será el anfitrión de su
propia mesa. Jesús hizo de la comida el signo de su gracia. ¿Me doy cuenta de que
en la eucaristía Dios me recibe en su propia mesa? ¿Es una comida gozosa, una
122
Esperanza y salvación
fiesta? ¿Tengo algo a conmemorar o a celebrar cuando voy a misa? ¿Valoro la
acción de gracias?
-Apartará de los rostros el velo que cubría todos los pueblos y el sudario
que envolvía las naciones. Destruirá la muerte para siempre. Efectivamente, Dios
celebra una victoria al invitarnos a ese festín gozoso. En la victoria sobre la
«muerte». El enemigo. La muerte es la gran obsesión de la humanidad, el gran
fracaso, el gran absurdo, el símbolo de la fragilidad y del sufrimiento. Es también
la gran objeción que hacen los hombres a Dios: si Dios existe, ¿por qué hay ese
mal? Debemos escuchar la pregunta y también la respuesta de Dios. Hay que darle
tiempo, saber esperar su respuesta. «El Señor quitará el sudario que envolvía los
pueblos». ¡Tal es su promesa, su palabra de honor! «El Señor destruirá la muerte
para siempre.» Tal es la buena nueva de Jesucristo. Comenzada en Jesucristo y
celebrada en cada misa. Cada eucaristía, ¿es para mí una comida de victoria sobre
la muerte? Proclamamos tu muerte, Señor, celebramos tu resurrección.
-El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros. ¡Lo ha prometido!
¡Admirable imagen! Dios... enjugará... las lágrimas... de los rostros de todos los
hombres. ¡Señor, cuán reconfortante será ese día! Lo espero en la Fe y, en la
espera de ese día procuraré consolar algunas lágrimas del rostro de mis hermanos.
-Se dirá aquel día: ¡Ahí tenéis a nuestro Dios, en El esperábamos y nos ha
salvado... exultemos, alegrémonos, porque nos ha salvado! La muerte no es el
final del hombre, no es su fin. El fin es la exultación, la alegría, la salvación. Esto es
lo que Dios quiere, lo que Dios nos ha preparado (Noel Quesson).
El Salmo (22,1-3a.3b-4.5.6) redunda en las delicias que nos prepara el
Señor, ya lo hemos citado más arriba, es el del buen pastor. Ante la manifestación
de la ternura de Dios que nos prepara un lugar en el banquete eucarístico y
escatológico de su Hijo bien amado, la liturgia de hoy reza con el salmista:
«Habitaré en la casa del Señor por años sin término». El Señor es nuestro Pastor.
Con él nada nos falta. Nos hace recostar en verdes praderas, nos conduce hacia
fuentes tranquilas y repara nuestras fuerzas. Nos guía por senderos justos. El
camina con nosotros y con él nada tememos. Su vara y su cayado nos sosiegan.
Prepara una mesa ante nosotros enfrente de nuestros enemigos, nos unge la
cabeza con perfume y nuestra copa rebosa. Su bondad y su misericordia nos
acompañan todos nuestros días. El salmo prolonga la perspectiva: el Pastor, Dios,
nos lleva a pastos verdes, repara nuestras fuerzas, nos conduce a beber en fuentes
tranquilas, nos ofrece su protección contra los peligros del camino. "Tu bondad y
tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida».
Mateo (15,29-37) nos cuenta que después de curar a muchos Jesús llamó
a sus discípulos y les dijo: «Me da lástima de la gente, porque llevan ya tres días
conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que se
desmayen en el camino.» Y realizó el prodigio… “Tomó los siete panes y los
peces, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los
discípulos a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete
cestas llenas”. Recuerdo una novela de Marlo Morlan, “Las voces del desierto”,
que narra de un viaje por el interior de Australia, junto a una tribu de aborígenes.
Al inicio del viaje, es invitada a ponerse ropa adecuada, y ve con horror como
todas sus pertenencias son echadas al fuego. Jesús vive en contacto con la
123
Vida más allá de la muerte
naturaleza, no llevan un “camión almacén” con provisiones, no necesita nada; la
ecología es uno de los muchos aspectos bellos del Evangelio. En la citada novela
se puede leer: “Sólo cuando se haya talado el último árbol, sólo cuando se haya
envenenado el último río, sólo cuando se haya pescado el último pez; sólo
entonces descubrirás que el dinero no es comestible”. De alguna forma, en el
desierto la ausencia de todo lo superfluo purifica, y la protagonista va
aprendiendo a comer de todo, resistir el cansancio y el dolor al andar descalza
por la arena quemada. Al contrario de una sociedad de la previsión y de querer
controlarlo todo, ellos viven al día, toman de la naturaleza lo que necesitan,
cuidando del ecosistema. Forman parte de un “Todo” en que todos somos de
Dios, y Él proveerá. No hay que dejar de hacer las cosas por el miedo: “el único
modo de superar una prueba es realizarla. Es inevitable”, dice otro de los
personajes que viven en ese retiro (“walkabout”) en medio del desierto
australiano (“outback”). Allí se vive la liberación de ciertos objetos, incluso de
ciertas formas de creencia que no ayudan a nuestra vida auténtica. Así, sin esas
formas de egoísmo y con la mente abierta, la transparencia y sinceridad viene la
apertura a los demás, la empatía, y según algunos cierta forma de telepatía, de
comunicación sin ni siquiera palabras. Para ello hay que vivir el desierto interior,
perdonar las ofensas, sabernos perdonar a nosotros mismos, quedar a la espera.
Hoy hemos olvidado esa interioridad, ese “hacer desierto”, y la falta de reflexión
lleva a depender de las circunstancias, y al no poseerse a uno mismo esto genera
miedo, genera amenazas para controlar a los demás, y la seguridad de los Estados
funciona a base de amenazas sobre otros países, volviendo así al reino animal
donde la amenaza desempeña un papel importante para la supervivencia. Pero si
conocemos la providencia divina no podemos tener miedo, la fe y el miedo son
incompatibles (si la fe es auténtica). En cambio, el tener cosas genera cada vez más
miedo de perderlas, al final sólo se vive para tener cosas. En el desierto, la oración
surge simple desde el corazón: “Señor, concédeme serenidad para aceptar las
cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que sí puedo, y la
sabiduría para apreciar la diferencia”; todo es una oportunidad para el
enriquecimiento espiritual. Es lo que recordamos hoy: “Llega el Señor y no
tardará; iluminará los secretos de las tinieblas y se manifestará a todos los
pueblos” (Antífona entrada, Ha 2,3; 1 Cor 4,5). Así como el Pueblo de Israel
esperó la venida del Salvador durante miles de años, y vivió su desierto, también
nosotros hemos de tener un desierto interior en el que limpiemos nuestro interior.
¡Cuántos descaminos, cuánta inutilidad en pensamientos, cuántas omisiones! La
plenitud de los tiempos, ese momento tan especial del encarnarse de Dios, la
alegría de la Navidad, nos ha de coger atentos, bien dispuestos: gozosos en esa
espera, ya que “¡El Señor está cerca!” En Adviento de 1980, Juan Pablo II en sus
catequesis tradicionales en las parroquias de Roma la tarde de los domingos se
dirigió a dos mil niños con estas palabras: -“¿Cómo os preparáis para la Navidad?”
-“Con oración” -le responden a gritos.
- “Bien, con la oración -les dice el Papa-, pero también con la Confesión.
Tenéis que confesaros para acudir después a la Comunión. ¿Lo haréis?”
- “¡Lo haremos!, le responden con voz todavía más fuerte.
124
Esperanza y salvación
- “Sí, debéis hacerlo”. Y luego les dice como confidencialmente: “El Papa
también se confesará para recibir dignamente al Niño-Dios”.
Jesús ha nacido en Belén precisamente para revelarnos la
verdad salvífica, para darnos la vida de la gracia, seguía diciendo el
Papa: “¡Empeñaos en ser siempre partícipes de la vida divina
infundida en nosotros por el Bautismo! Vivir en gracia es dignidad
suprema, es alegría inefable, es garantía de paz, es ideal
maravilloso”; y ¡qué bueno es este Dios que nos perdona siempre!
En el desierto australiano, las nubes de moscas parecen asaltar al
viajero, pero lo limpian como lo hiciera el agua. Muchas cosas
malas, como el veneno de las serpientes, tienen una utilidad
buena, medicinal. Todo tiene un sentido, si sabemos poner cada
cosa en su sitio. Hasta lo malo adquiere un valor bueno, aunque
sólo sea por la experiencia que nos ayuda a mejorar.
Y luego viene la multiplicación de los panes y peces: si
ponemos de nuestra parte, el Señor viene y nos da la Sagrada
Comunión: es la Navidad de todos los días. Si queremos... Dice
San Josemaría Escrivá (Forja, n.548): "Ha llegado el Adviento.
¡Qué buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las ansias
sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su venida cotidiana a tu
alma en la Eucaristía! - "Ecce veniet!" -¡que está al llegar!, nos
anima la Iglesia".
Un modo muy especial de prepararnos es cuidar los detalles
de amor, para recibir a Jesús, si podemos cada día. Él dispone la
mesa, el milagro de la multiplicación de los panes. Santa María
Esperanza nuestra, nos ayudará a recorrer este camino del
Adviento usando esos medios (oración, Eucaristía), para disponer
nuestra alma para la llegada del Señor.
-Muchas gentes fueron a Jesús llevando consigo cojos,
ciegos, baldados, mudos y otros muchos enfermos. He ahí la pobre
humanidad que corre tras de Ti, Señor. La lista de San Mateo es
significativa, por la acumulación de miserias humanas. La atención
de Dios va en primer lugar hacia éstos. La misericordia amorosa de
Dios se interesa primero por los que sufren, por los pobres, por los
enfermos. En este tiempo de Adviento, propio para reflexionar
sobre la espera de Dios que se encuentra en el corazón de los
hombres, es muy provechoso contemplar esta escena: "Jesús
125
Vida más allá de la muerte
rodeado... Jesús acaparado... Jesús buscado... por los baldados, los
achacosos.
-Y los pusieron a sus pies y El los curó. Es el signo de la
venida del Mesías: el mal retrocede, la desgracia es vencida. ¿Es
éste también el signo que yo mismo doy siempre que puedo?
¿Procuro también que el mal retroceda? Y mi simpatía, ¿va siempre
hacia los desheredados? Mi plegaria y mi acción ¿caminan en este
sentido?
-Entonces la multitud estaba asombrada... y glorificaron a
Dios. La venida del Señor es una fiesta para los que sufren. Cuando
Dios pasa deja una estela de alegría. ¿Me sucede lo mismo cuando
trato de revelar a Dios? Sé muy bien, Señor, que las miserias
materiales no suelen ser aliviadas hoy; quedan muchos baldados,
ciegos, achacosos... Es una de las graves cuestiones de nuestra fe.
Quiero creer, sin embargo, que Tu proyecto es suprimir todo mal.
Quiero participar en él... con la esperanza de que por fin el mal
desaparecerá. Y aun cuando desgraciadamente, las miserias físicas
no puedan ser siempre suprimidas, creo que es posible a veces
transfigurarlas un poco. Señor, da ese valor y esa transfiguración a
todos los angustiados.
-Y Jesús, convocados sus discípulos, dijo: "Tengo compasión
de estas turbas..." Jesús está visiblemente emocionado. Hay una
emoción sensible en estas palabras. Contemplo este sentimiento
tan humano en su corazón de hombre y en su corazón de Dios.
Hoy todavía Jesús nos repite que se apiada y sufre con los que
sufren. Si "llama a sus amigos", es para hacerles participar de su
sentimiento. ¿Ante quiénes experimenta hoy Jesús lo mismo? ¿A
quiénes quiere hacerles partícipes de su actitud de amor?
-"No tienen qué comer, y no quiero despedirlos en ayunas,
no sea que desfallezcan en el camino... ¿Cuántos panes tenéis?... El
Señor nos invita a prestar atención al grave problema del hambre.
Los que hoy tienen hambre. Todas las hambres: el hambre
material, el hambre espiritual.
-Siete panes y algunos pececillos... Es de este "poco" que va
a salir todo. Siete panes no son mucho para una muchedumbre. Es
en el reparto fraterno que se encuentra la solución del hambre y
en el amor siempre atento a los demás.
126
Esperanza y salvación
Jesús multiplica. Pero ello ha tenido un primer punto de
partida humano, modesto y pequeño. A pesar de ver cuán
insuficientes son mis pobres esfuerzos, ¿no debo, sin embargo,
hacer ese esfuerzo? Señor, he aquí mis siete panes, ¡multiplícalos!
(Noel Quesson). La Iglesia en su liturgia pone en nuestros labios
esta exclamación: «Ven, Señor, no tardes. Ilumina lo que esconden
las tinieblas y manifiéstate a todos los pueblos» (Hab 2,3; 1 Cor
4,5). La oración colecta pide al Señor que El mismo prepare
nuestros corazones, para que cuando llegue Jesucristo, su Hijo, nos
encuentre dignos del festín eterno, y merezcamos recibir de sus
manos, como alimento celeste, la recompensa de la gloria.
127
Vida más allá de la muerte
-Poned vuestra confianza en el Señor, porque en El
tenemos una Roca para siempre. La seguridad de las ciudades
antiguas se debía, a menudo, a su situación; Jerusalén, por
ejemplo, era considerada inexpugnable porque estaba
admirablemente situada sobre un espolón rocoso, lugar muy
estratégico para la defensa. Los profetas desarrollan el tema: Dios-
roca. La verdadera seguridad de una ciudad no procede de sus
medios humanos de defensa, sino de su apoyo en Dios: ¡Dios es la
roca verdadera! Imagen de la solidez de la piedra, que Jesús
repetirá en el evangelio. "Edificar su casa sobre roca"... "Tú eres
Pedro, tú eres Roca, y sobre esta piedra, sobre esta Roca, edificaré
mi Iglesia".
-El derroca a los que viven en las alturas y humilla la ciudadela
inaccesible. Este es el tema complementario: la fragilidad de las seguridades
humanas (Noel Quesson).
132
Esperanza y salvación
día podamos contemplar el Rostro del Señor y disfrutemos de Él
eternamente (homiliacatolica.com).
Mt (9,27-31) nos habla de que dos ciegos iban gritando: «¡Ten piedad de
nosotros, Hijo de David!». Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les
dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?». Dícenle: «Sí, Señor». Entonces les tocó los
ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe». Y se abrieron sus ojos. Jesús
les ordenó severamente: «¡Mirad que nadie lo sepa!». Pero ellos, en cuanto
salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca. La ceguera que hoy la
liturgia trae a nuestra consideración tiene diversos niveles. En primer lugar, en el
mundo hay sufrimiento. En la carta encíclica “Salvados en la esperanza”,
Benedicto XVI dice que “podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra
él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando
evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción,
cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien,
caen en una vida vacía en la que quizás ya no existe el dolor, pero en la que la
oscura sensación de la falta de sentido y de la soledad es mucho mayor aún. Lo
que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la
capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido
mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito”. Hemos de
procurar aliviar el sufrimiento, pero el objetivo va más allá, sobre todo cuando no
puede quitarse el dolor y hay que transformarlo.
Otra forma de ceguera es la interior, como decía de sí mismo San
Agustín: “ciego y hundido, no podía concebir la luz de la honestidad y la belleza
que no se ven con el ojo carnal sino solamente con la mirada interior”, pues sin la
apertura a Dios la ceguera es una enfermedad incurable: “¿qué soy yo sin ti para
mi mismo sino un guía ciego que me lleva al precipicio?”, la búsqueda del “ciego
y turbulento amor a los espectáculos” es una forma de suplir esa carencia vital.
Estamos viendo estos días cómo el Señor, en cumplimiento de las
profecías de Isaías (cf. Lc 4,16ss; Is 61,1-2) cura a los enfermos y les da la libertad:
“a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos” .
En este viernes de la primera semana de Adviento, la primera lectura nos muestra
al profeta Isaías proclamar a Jesús que vendrá, y entonces “desde las tinieblas y
oscuridad verán los ojos de los ciegos” (Isa 29, 17-24). También se nos dice: “El
Señor es mi luz y mi salvación” (Salmo 26). No sólo en los problemas materiales,
sino también en esa ceguera interior, para la que nos pide fe: los dos ciegos que
siguen a Jesús les piden curación, misericordia, y el Señor les pregunta si tienen fe
en que Él puede curarlos. En muchos otros lugares del Evangelio se recoge esta
llamada a la fe, para poder obrar los milagros (cf. F. Fernández Carvajal, “Hablar
con Dios”, la meditación del día de hoy).
La clave para aumentar la fe, en el sufrimiento, es la que nos indica
Benedicto XVI en la citada encíclica: “La oración como escuela de la esperanza”.
Cuenta que “Agustín ilustró de forma muy bella la relación íntima entre oración y
esperanza en una homilía sobre la Primera Carta de San Juan. Él define la oración
como un ejercicio del deseo. El hombre ha sido creado para una gran realidad,
para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es demasiado
133
Vida más allá de la muerte
pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado. «
Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y,
ensanchándola, la hace capaz [de su don]». Agustín se refiere a san Pablo, el cual
dice de sí mismo que vive lanzado hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,13).
Después usa una imagen muy bella para describir este proceso de ensanchamiento
y preparación del corazón humano. «Imagínate que Dios quiere llenarte de miel
[símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si estás lleno de vinagre, ¿dónde
pondrás la miel? » El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y
luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor. Eso requiere esfuerzo, es
doloroso, pero sólo así se logra la capacitación para lo que estamos destinados.”
Así logramos esta fe, necesaria para obtener lo que deseamos, aun de un modo
mejor que el que deseamos, y es el que Dios quiere; pero el camino es ensanchar
nuestro corazón, para poder albergar ese don, esa luz para poder ver.
Pero hay que preguntarse: ¿en verdad queremos ser salvados? ¿nos
damos cuenta de que necesitamos ser salvados? ¿seguimos a ese Jesús como los
ciegos suplicándole que nos ayude? ¿de qué ceguera nos tiene que salvar? Hay
cegueras causadas por el odio, por el interés materialista de la vida, por la
distracción, por la pasión, el egoísmo, el orgullo o la cortedad de miras. ¿No
necesitamos de veras que Cristo toque nuestros ojos y nos ayude a ver y a
distinguir lo que son valores y lo que son contravalores en nuestro mundo de
hoy? ¿o preferimos seguir ciegos, permanecer en la oscuridad o en la penumbra, y
caminar por la vida desorientados, sin profundizar en su sentido, manipulados por
la última ideología de moda? Es bueno darse cuenta de los males que tenemos, y
Jesús vino para los enfermos, para los pecadores, pues todos estamos enfermos,
todos somos pecadores, pero lo malo es que no lo reconozcamos, pues entonces
no querremos que nos cure el Señor. El Adviento nos invita a abrir los ojos, a
esperar, a permanecer en búsqueda continua, a decir desde lo hondo de nuestro
ser «ven, Señor Jesús», a dejarnos salvar y a salir al encuentro del verdadero
Salvador, que es Cristo Jesús. Sea cual sea nuestra situación personal y
comunitaria, Dios nos alarga su mano y nos invita a la esperanza, porque nos
asegura que él está con nosotros. La Iglesia peregrina hacia delante, hacia los
tiempos definitivos, donde la salvación será plena. Por eso durante el Adviento se
nos invita tanto a vivir en vigilancia y espera, exclamando «Marana tha», «Ven,
Señor Jesús».
Al inicio de la Eucaristía, muchas veces repetimos -ojalá desde dentro,
creyendo lo que decimos- la súplica de los ciegos: «Kyrie, eleison. Señor, ten
compasión de nosotros». Para que él nos purifique interiormente, nos preste su
fuerza, nos cure de nuestros males y nos ayude a celebrar bien su Eucaristía. Es una
súplica breve e intensa que muy bien podemos llamar oración de Adviento,
porque estamos pidiendo la venida de Cristo a nuestras vidas, que es la que nos
salva y nos fortalece. La que nos devuelve la luz. En este Adviento se tienen que
encontrar nuestra miseria y la respuesta salvadora de Jesús (J. Aldazábal).
135
Vida más allá de la muerte
El Salmo (146,1-2.3-4.5-6) proclama: “Dichosos los que esperan en el
Señor.
Alabad al Señor, que la música es buena; nuestro Dios
merece una alabanza armoniosa. El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel.
Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su
nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso, su sabiduría no tiene medida. El
Señor sostiene a los humildes, humilla hasta el polvo a los malvados”. Nuestro
Dios, que todo lo sabe y todo lo penetra, ha salido por medio de su Hijo, como
el buen Pastor, a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Él ha venido a
sanar los corazones quebrantados y a vendar nuestras heridas, a socorrer a los
pobres y a levantar a los humildes. Por eso hagamos de toda nuestra vida una
continua alabanza a su Santo Nombre. Dios quiere que todos los hombres se
salven. A nadie creó para la condenación. Por eso nosotros mismos no hemos de
cerrar nuestra vida a su amor; más bien hemos dejarnos encontrar y salvar por Él
de tal forma que no sólo lleguemos participar de su Reino aquí en la tierra, sino
que encaminemos nuestros pasos a la posesión de los bienes definitivos, que Dios
nos ha concedido por medio de su propio Hijo Jesús.
¡Sólo Dios basta! Él es el dueño de todo, pues es el creador de todo. Y a
pesar de ser el Todopoderoso, se ha inclinado, no sólo para contemplar nuestras
miserias y pobrezas, sino para salir a nuestro encuentro, como el buen samaritano,
para vendar y sanar las heridas que en nosotros había abierto el pecado. Él nos
quiere renovados en su propio Hijo, revestidos de Él, para poder amar en
nosotros lo mismo que ama en su Hijo unigénito. Ese es el amor y la misericordia
que Dios nos ha tenido. Por eso alabemos al Señor no sólo con los labios, sino
mediante una vida íntegra, manifestando, así, mediante nuestras buenas obras,
que el Señor nos ha reconstruido y justificado, y que nos ha reunido como un sólo
pueblo de hermanos en Cristo, para alabanza y gloria de nuestro Dios y Padre. El
Señor conoce hasta lo más profundo de nuestras entrañas. Acudamos a Él con
amor para que tenga compasión de nosotros y nos salve.
Para vivir esto debemos morir a nosotros mismos, con nuestros gustos,
nuestros intereses particulares, nuestros deseos pecaminosos, nuestras malas
inclinaciones. Debemos resucitar a una vida nueva conforme al espíritu de Cristo.
«Revestíos del Señor Jesús», nos dice el Apóstol. Saturados de ese espíritu,
animados por Él, respirando su mismo aliento, ya no ambicionemos más que a
Dios, ya no deseemos más que cumplir su voluntad. Él nos basta. ¡Solo Dios!
Mt (9,35—10,1.6-8) nos dice que “Jesús recorría todas las ciudades y
aldeas enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando
toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las multitudes se llenó de compasión
por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen
pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La mies es mucha, pero los obreros pocos.
Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. Habiendo llamado
136
Esperanza y salvación
a sus doce discípulos, les dio poder para arrojar a los espíritus inmundos y para
curar toda enfermedad y toda dolencia. Id y predicad diciendo que el Reino de
los Cielos está al llegar. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los
leprosos, arrojad a los demonios; gratuitamente lo recibisteis, dadlo
gratuitamente”. Es un camino de auténtica libertad, como decimos en la oración
colecta: “para liberar a los hombres de su antigua esclavitud del pecado, enviaste
a tu Hijo Unigénito al mundo”, y pedimos “conseguir el premio de la verdadera
libertad”… El Señor desea hacernos instrumentos suyos para obrar milagros: “Dar
luz a los ciegos –decía san Josemaría-: ¿Quién no podría contar mil casos de cómo
un ciego casi de nacimiento recobra la vista recibe todo el esplendor de la luz de
Cristo? Y otro era sordo, y otro mudo, que no podían escuchar o articular una
palabra como hijos de Dios... Y se han purificado sus sentidos, y escuchan y se
expresan ya como hombres, no como bestias. «In nomine Iesu!», en el nombre de
Jesús sus Apóstoles dan la facultad de moverse a aquel lisiado, incapaz de una
acción útil; y aquel otro poltrón, que conocía sus obligaciones pero no las
cumplía... En el nombre del Señor, «surge et ambula!», levántate y anda.
”El otro, difunto, podrido, que olía a cadáver, ha percibido la voz de
Dios, como en el milagro del hijo de la viuda de Naím: «muchacho, yo te lo
mando, levántate». Milagros como Cristo, milagros como los primeros apóstoles
haremos. (... ) Si amamos a Cristo, si lo seguimos sinceramente, si no nos
buscamos a nosotros mismos sino sólo a Él, en su nombre podremos transmitir a
otros, gratis, lo que gratis se nos ha concedido” (Amigos de Dios, 262). Y ayudar a
los demás es el arte de las artes (diríamos corrigiendo a Aristóteles, para quien era
la política), como decía S. Juan Crisóstomo: “¿qué hay comparable con el arte de
formar un alma, de plasmar la inteligencia y el espíritu de un joven?”. Es darles
formación, en sus diversos aspectos: humano, doctrinal, profesional, espiritual y
apostólico, y esto pone a esas personas en disposición de atender a su vez la
llamada divina, y multiplicar los resultados: “Quien escasamente siembra,
cosechará escasamente; y quien siembra a manos llenas, a manos llenas recogerá”
(2 Cor 9,6). Jesús nos habla de la Parábola de la semilla y del grano de mostaza
(Mc 4,26-32), es decir de resultados insospechados, pero siempre hay que cuidar,
en todo apostolado, que la organización no se “coma” la caridad, pues atender a
cada alma es lo auténticamente importante, especialmente las enfermas física o
espiritualmente, en general las necesitadas, poniendo el corazón, que es así
cuando surge la confianza y la confidencia tan necesaria para abrir el alma y salir
de su soledad. Atender pues al misterio de cada persona es el camino para llevar
ese mandato del Señor. Al compartir los afanes, surge espontánea la orientación
espiritual, el pedir consejo, la palabra que estimula, etc. En definitiva, querer con
los sentimientos que albergan el corazón de Jesús y de su Madre, mirar al prójimo
con sus ojos.
Ese Dios que sana corazones destrozados, ese Cristo que se apiada de los
que sufren, es quien hoy nos invita a nosotros a tener y a repartir esperanza. La
humanidad sigue igual, hambrienta, desorientada, desilusionada. Si estamos
desanimados, o más o menos hundidos en una situación de pecado o de tibieza,
la llamada del Adviento, o sea, el anuncio de la venida de Jesús a nuestra historia,
va dirigida preferentemente a nosotros. Son nuestras lágrimas las que quiere
137
Vida más allá de la muerte
enjugar, y nuestras heridas las que quiere vendar con solicitud. Eso es Adviento y
eso es Navidad. Que se repite año tras año. Si Isaías podía decir que Dios está
cerca, ahora, con Cristo, esta cercanía es mucho mayor.
Esto, en primer lugar, nos da confianza a nosotros. Pero a la vez que
buscadores de Dios, se nos invita a ser anunciadores de Dios, a comunicar nuestra
esperanza a los demás. ¿Haremos el papel de Isaías en medio de nuestra sociedad?
¿anunciaremos a alguien, cerca de nosotros, la Buena Noticia de la salvación a
través de nuestra cercanía y de la esperanza que le contagiamos? ¿seremos
«adviento» para alguien, porque comunicamos alegría, porque cuidamos de los
enfermos o de los abandonados, porque nos acercamos al que sufre o está solo? Y
eso no sólo a los que son de trato agradable, sino también a los que han sido
menos agraciados por la vida, menos simpáticos y cultos, menos fáciles de tratar.
Dios quiere vendar nuestras heridas. Pero a la vez nos encarga que
nosotros también vendemos heridas a nuestro alrededor. Ahora Cristo no va por
las calles curando y liberando a los posesos. Pero sí vamos los cristianos, con el
encargo de que seamos adviento y profeta Isaías en nuestra familia, en nuestra
comunidad, en la parroquia, en la sociedad. Y eso lo cumpliremos si a nuestro
alrededor crece un poco más la esperanza, y las personas que conviven con
nosotros se sienten amadas y ven cómo se les curan las heridas y se va
remediando su desencanto. Si inspiramos serenidad con nuestra actitud, y sabemos
quitar hierro a las tensiones, y aliviar el dolor de tantas personas, cerca de
nosotros, que sufren de mil maneras. Eso es lo que hacia Cristo Jesús hace dos mil
años. Y será Adviento y Navidad si vuelve a suceder lo mismo, ahora por medio
de los cristianos que estamos en el mundo.
La Virgen María también nos da ejemplo, en las páginas del evangelio,
de saber mostrarse cercana a los que la necesitan. Está contenta con el anuncio del
ángel, pero corre a ayudar a su prima en los trabajos de su casa. En Caná está al
quite del apuro de los novios e intercede ante su Hijo para que les proporcione
vino. La Virgen creyente, y a la vez, la Virgen servicial (J. Aldazábal).
138
Esperanza y salvación
y guíen a sus ovejas (Ef 4,11). Por encima de todos y como Vicario suyo en la
tierra estableció a Pedro y a sus sucesores (Jn 21,15-17), a quienes hemos de tener
una especial veneración, amor y obediencia. Junto al Papa, y en comunión con él,
a los obispos, como sucesores de los Apóstoles. Los sacerdotes son buenos
pastores, especialmente en la administración del sacramento de la Penitencia,
donde nos curan de todas nuestras heridas y enfermedades. “Cuatro son las
condiciones que debe reunir el buen pastor: En primer lugar el amor: fue
precisamente la caridad la única virtud que el Señor exigió a Pedro para entregarle
el cuidado de su rebaño. Luego, la vigilancia, para estar atento a las necesidades
de las ovejas. En tercer lugar, la doctrina, con el fin de poder alimentar a los
hombres hasta llevarlos a la salvación. Y finalmente la santidad e integridad de
vida; ésta es la principal de todas las cualidades (Santo Tomás de Villanueva,
Sermón sobre el Evangelio del Buen Pastor)”
Cada uno de nosotros necesita un buen pastor que guíe su alma, pues
nadie puede orientarse a sí mismo sin una ayuda especial de Dios. Es una gracia
especial de Dios poder contar con esa persona llena de sentido humano y
sobrenatural que nos ayude eficazmente. Pero es importante acudir al que es
verdaderamente buen pastor para nosotros, aquel a quien el Señor quiere que
acudamos. Nuestra Madre nos ayudará a encontrar el camino seguro que nos
conduce a Cristo (Francisco Fernández Carvajal). «A Ti levanto mi alma». Tal es el
clamor que debe brotar de nuestro corazón en este tiempo de Adviento al
contemplar tanta miseria moral en nosotros y en todos los hombres. Ningún
poder humano puede darnos la redención verdadera, la liberación que en
realidad necesitamos todos los hombres. Únicamente Jesucristo, el Hijo de Dios
humanado, nos puede salvar. San Buenaventura lo afirma orando: «Clama, alma
devota, cercada de tantas miserias, clama a Jesús y dile: “¡Oh Jesús, Salvador del
mundo, sálvanos, ayúdanos, oh Señor Dios Nuestro!, esforzando a los débiles,
consolando a los afligidos, socorriendo a los frágiles, consolidando a los
vacilantes”... ¡Alégrate, viendo que Jesús ahuyenta los demonios en la remisión
del pecado, alumbra a los ciegos infundiendo el verdadero conocimiento, resucita
a los muertos al conferir la gracia, cura los enfermos, sana los cojos, endereza a los
paralíticos y contraídos, robusteciendo su espíritu, a fin de que sean fuertes y
varoniles por la gracia los que antes eran flacos y cobardes por la culpa» (Las cinco
festividades del Nacimiento de Jesús).
139
Vida más allá de la muerte
viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: «Paz en la justicia» y
«Gloria en la piedad». Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia el
oriente y contempla a tus hijos, reunidos de oriente a occidente a la voz del
Santo, gozosos invocando a Dios. A pie se marcharon, conducidos por el
enemigo, pero Dios te los traerá con gloria, como llevados en carroza real. Dios
ha mandado abajarse a todos los montes elevados y a las colinas encumbradas, ha
mandado llenarse a los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine
con seguridad, guiado por la gloria de Dios. Ha mandado al boscaje y a los
árboles aromáticos hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel con alegría a
la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia”. Refleja la vida de una
comunidad deportada por los babilonios y que vivió en la dispersión. La tragedia
de la deportación sufrida, el desconsuelo de la madre, Jerusalén, que pierde a sus
hijos (4,9-16), no termina en un grito de dolor desesperado sino en una
exhortación que infunde coraje y esperanza. El libro de Baruc -el profeta
secretario, confidente y amigo de Jeremías- fue escrito por los años 200 y 100
a.C.; por tanto, de lo último que se escribió del AT. El autor del libro se sirve del
pasado de la historia de Israel para alentar la esperanza del pueblo y dirigirla hacia
el futuro. En este fragmento, concretamente, se quiere alentar a los desterrados,
para que acepten su situación y cambien de mentalidad. En este mismo momento,
otro profeta, Ezequiel, habla de forma semejante. Y así, por supuesto, Jeremías y,
en parte, Isaías. Una transformación lenta se irá produciendo en el pueblo y en sus
estamentos institucionales. Y sus hijos, pasado el tiempo previsto por Yahvé,
volverán a Jerusalén, como "pobres que buscan al Señor". Todo esto se refiere a
un tiempo futuro indefinido. Es, sobre todo, este fragmento una invitación a la
alegría profunda por los bienes que Dios ofrece: el cambio profundo que se ha de
realizar.
El pequeño libro de Baruc comprende secciones distintas y de épocas
distintas, pero atribuidas conjuntamente al profeta de la escuela de Jeremías por
un compilador del siglo I a. C. Por lo tanto, la situación del exilio que aquí se
supone, no es más que un recurso o licencia literaria para cantar la providencia
especial de Dios respecto al pueblo de Israel. Desde que David eligió a Jerusalén
como capital de su reino, esta ciudad estaba destinada a convertirse en un
símbolo. Vinculada a la Casa de David y, consiguientemente, a las promesas del
futuro rey Mesías, Jerusalén pasaría a ser el símbolo tanto del reino mesiánico
como del pueblo que lo espera. El profeta dirige su palabra a esta ciudad, a este
pueblo, que, si ahora es todavía una realidad humilde y sin brillo, está destinado a
ser la lumbrera de todas las naciones. El profeta invita a Jerusalén a despojarse del
duelo y a vestirse como una mujer que se engalana para una fiesta. La ciudad
devastada y desposeída de sus hijos, que fueron llevados al cautiverio de
Babilonia; la ciudad desconsolada como una viuda, sin hijos y sin esposo que la
cuide, puede y debe alegrarse ahora como una novia y como una madre feliz que
espera el pronto retorno de sus hijos.
Yahvéh, su esposo, le ha preparado como vestido el "manto de su
justicia" y como diadema "la gloria perpetua". Estos dos títulos corresponden a la
nueva condición de Jerusalén, que ha sido honrada por Dios con los dones de la
justicia y de la gloria. El nombre que Dios da a Jerusalén expresa justamente lo
140
Esperanza y salvación
que Dios hace en Jerusalén y por Jerusalén. Anticipando el momento glorioso, el
profeta invita a la ciudad a ponerse de pie (Is 51,17; 52,2; 60,1) y a subir al
monte, sobreponiéndose a sí misma con la esperanza. Desde allí, desde la altura
del monte Sión, podrá otear el horizonte y ver venir ya lo que ahora se anuncia:
que vuelven sus hijos, que son traídos en carroza real los mismos que antes fueron
llevados por la fuerza al exilio. Pues el Espíritu, esto es, la fuerza de Dios, los ha
congregado de todos los rincones de la tierra. Se acabó la diáspora, porque Dios
se acuerda de Jerusalén y le han devuelto sus hijos.
La descripción que se hace del retorno, de la repatriación de los
exiliados, está tomada en buena parte de Isaías (40,3-5). Será como en los días del
éxodo o salida de Egipto, el mismo Dios conducirá a los que vuelven con alegría
por el desierto. La "gloria de Dios" es la manifestación visible de su presencia
salvadora. A veces simbolizada por una nube luminosa o "columna de fuego" (Ex
14,24: “Eucaristía 1982/1988”).
Dios mostrará su esplendor sobre Jerusalén. El profeta Baruc anunció la
salvación mesiánica como un retorno gozoso a la patria por los caminos de la
justicia y de la piedad, de la humilde esperanza y de la rectitud del corazón,
preparados por el mismo Señor que nos redime. Ha pasado la hora del duelo y de
la tristeza, y por ello Jerusalén debe adornarse con sus mejores ornamentos de
gloria. Es la hora de la glorificación de sus hijos, de su retorno triunfal. Jerusalén
va a ser en adelante como una reina majestuosa, aureolada por la gloria de
Dios… Es una idealización de los tiempos mesiánicos. La justicia es la característica
de la nueva teocracia mesiánica; por eso el Mesías se ceñirá con el cinturón de la
justicia. Y esa justicia de los tiempos mesiánicos es fruto del conocimiento de Dios
que suscribirá una nueva alianza escrita en los corazones.
El reino del Mesías es ante todo de un orden espiritual. «Desde Sión
reverbera el esplendor de su belleza»: el Señor hace su entrada en el divino reino
de su Iglesia. Aquí vuelve de nuevo a vivir su vida. La vida de la Iglesia es la vida
de Cristo. El que quiera participar de la vida de Cristo tiene que asimilar por los
sacramentos la vida de la Iglesia. Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para
que nosotros vivamos por Él (Jn 4,9). «En Él, en el Hijo de Dios, estaba la vida y
la vida era la luz de los hombres» (Jn 1, 4). Él vino y nos dio también a nosotros,
los gentiles, «la potestad de ser hijos de Dios» ¡Una nueva vida, una vida divina!
Los profetas, al prever los tiempos mesiánicos, se quedaron muy cortos. La
realidad es mucho mayor que lo que ellos previeron y anunciaron con imágenes
sublimes.
-La alegría, compañera de la esperanza, es un motivo característico del
Adviento: como la Jerusalén a quien se dirigía Baruc, los creyentes tenemos que
saber mirar siempre hacia oriente y discernir las maravillas de Dios. Porque es en
Dios donde se enraíza y se alimenta nuestra alegría: en aquel que tiene como
propias la justicia y la misericordia.
Baruc decía a Jerusalén: "Dios mostrará tu resplandor a cuantos viven
bajo el cielo". Este mensaje universalista debería conducirnos a revisar si no
tenemos tendencia a encerrarnos en "nuestra" salvación individual; o si no
convertimos nuestras comunidades cristianas en reductos cerrados, de un único
color, poco abiertos y proclamadores de esta salvación universal.
141
Vida más allá de la muerte
Minúsculo en el concierto de las naciones era el Israel que volvía del
destierro y, sin embargo, para Dios merecía toda la atención que describe Baruc:
"Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados y a las colinas
encumbradas... para que Israel camine con seguridad".
La primera lectura muestra que las antiguas promesas de un nuevo
tiempo de salvación (a la vuelta del exilio) anuncian ciertamente algo glorioso,
pero que esto no se realiza inmediatamente. El retorno de Babilonia fue todo
menos una marcha triunfal. La gloria prometida era una promesa que debía
cumplirse más tarde y de un modo totalmente distinto a como las imágenes
proféticas permitían esperar. La verdadera gloria que aquí se anuncia a Jerusalén
es la venida de Cristo proclamada por el Bautista; pero esta gloria tampoco será
un esplendor terreno, sino exactamente lo que el evangelio de Juan designará
como la gloria visible para el que cree: la vida, la muerte y la resurrección de
Cristo. Este es en el fondo el camino recto -«yo soy el camino»- por el que Dios
viene a nosotros, el Dios que ciertamente, como se dice al final de la lectura, en su
«misericordia» (que se consumará en la cruz) trae consigo su «justicia» de la alianza.
El profeta Baruc invita a Jerusalén a «ponerse en pie» y a «mirar hacia oriente»
para ver venir esta gloria sobre sí (H. von Balthasar).
El Salmo (125,1-2ab.2cd-3.4-5.6) es de acción de gracias: “El Señor ha
estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se
nos llenaba de risas, la lengua de cantares.
Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos.» El Señor
ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los
que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares.
Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas”. Canta el gozo de esta salvación tan admirable: «El Señor ha
estado grande con nosotros y estamos alegres». Es una inmensa procesión que
avanza hacia el Templo, con los brazos cargados de "gavillas" para la fiesta en que
se ofrendaban a Dios las cosechas, que nos hace pensar la necesidad que tenemos
de ir a Misa, a dar gracias por todo, que se concreta en las ofrendas. Es la idea de
la "vida que renace después de la muerte", el autor usó dos imágenes: el torrente
de agua viva que hace florecer el Negueb en primavera... Y las semillas del grano
de trigo que mueren bajo tierra para dar nacimiento a la alegría de las cosechas...
Observemos la dimensión escatológica de la oración: la salvación "ya" ha
comenzado pero "aún" no ha terminado. Los peregrinos en marcha hacia la Sión-
Jerusalén, cantan una cuádruple liberación: la subida de Egipto con ocasión de la
conquista de la tierra prometida, la subida de Babilonia al regresar de la
cautividad, y la subida actual de los peregrinos hacia Dios, la subida escatológica
de todas las naciones, de todos los hombres al fin de los tiempos. Finalmente la
única verdadera "liberación" es la Pascua de Jesús.
Recitemos este salmo poniéndolo en boca de Jesús la mañana de Pascua:
justo cuando acaba de resucitar, y que puede realmente pedir a su Padre terminar
su obra, "sacando" de la muerte todos aquellos que aún están cautivos. No se trata
de un piadoso pensamiento facticio, pues Jesús mismo tomó esta imagen de la
142
Esperanza y salvación
"semilla" como símbolo de la muerte-resurrección (Jn 12,24). Varias veces, evocó
el "reino que viene", como una cosecha (Mt 9,37; 13,30; 13,39; Mc 4,29; Jn
4,35). El grano de trigo crece sin ti, el reino viene, el reino viene... Muriendo,
sembrando con lágrimas, Jesús sabía que El "cosecharía" y pedía a sus amigos
permanecer alegres (Jn 16,22). Nadie puede ponerse en nuestro lugar para
"actualizar" este salmo, para hacerlo carne de nuestra carne, nuestra oración
plenamente personal, partiendo de nuestras propias situaciones humanas. Dios
salvador. Dios liberador. ¿Lo creemos de verdad? ¿Creemos que Dios es el Señor
de lo imposible? Los que experimentaron la vuelta del Exilio no salían de su
asombro, les parecía algo fantástico, increíble. ¿Y yo? Tal situación conyugal o
familiar aparentemente sin salida... Tal fracaso que parece definitivo... Tal pecado
incrustado en mi vida como algo habitual... Tal duelo que truncó una vida...
Nuestra esperanza cristiana no es la vaga esperanza de que las cosas se arreglarán
algún día, es la certeza que Dios "está en acción" para salvar lo que estaba
perdido: es el Señor que "vuelve a traer" a los ¡cautivos! Es la certeza de que el
dueño de la mies está haciendo madurar la cosecha (Mc 4,26-29). Dios quiere
nuestra colaboración. La salvación es un "don gratuito". En este sentido, se puede
decir sin error que ella se realiza "sin nosotros", o al menos, que supera totalmente
nuestras fuerzas. Pero Dios nos hizo libres: no somos marionetas manipuladas por
El a distancia. Este salmo es todo un "programa" de trabajo y responsabilidad: "los
que siembran con lágrimas, cosecharán con gritos de alegría..." En este sentido, la
salvación no se hace "¡sin nosotros!" Los llantos no pueden reemplazar el trabajo
de la siembra: hay que hacer todo lo que está de nuestra parte para transformar
en liberación la situación mortal que es la nuestra. El grano sembrado parece
perdido, y en los países de hambre, el sembrador "sacrifica" trigo del cual se priva
momentáneamente y que podría comer: hay motivo suficiente para llorar.
El papel positivo de la cruz. Nuestra colaboración en la salvación, nuestra
forma de sembrar, es aceptar madurar como el "grano de trigo que se pudre para
dar fruto". Debemos vivir las pruebas de la vida como "comuniones" con el
misterio de la cruz de Jesús. La imagen de la semilla es elocuente: primero el
abatimiento, el entierro... Iuego el peso de las gavillas cargadas de espigas
maduras. La nota dominante en este salmo, es la alegría, una alegría que explota
en risas y canciones. Chouraqui traduce: "entonces la risa llena nuestra boca, ¡el
canto nuestra lengua!" Y Claudel añade: "¡Nuestra lengua empezó a hablar sola...
Dios hizo gastos para nosotros, lo supimos con alegría! ¡Se fueron llorando paso a
paso, el grano a puñados, llanto por llanto. Pero he aquí que regresan triunfantes,
los brazos no bastan para la gavilla!"... Este mundo es sólo un comienzo. Al hacer
una primera lectura, llama la atención el inicio exultante de este salmo: la
liberación definitiva parece totalmente lograda, en las dos primeras estrofas... ¿Por
qué entonces, las otras dos estrofas nostálgicas? El regreso de los cautivos, siendo
maravilloso, fue parcial y engañoso: después de las risas y los cantos de alabanza,
el combate humano empezó de nuevo... Nunca se repetirá suficientemente:
solamente la Resurrección realizará plenamente la promesa de Dios. Hay que
esperar, "sembrando con lágrimas", pero sabiendo que la parusía (la gloria de
Dios) está en marcha y que oscura pero seguramente el grano germina y la
143
Vida más allá de la muerte
cosecha madura: el reino viene. La Iglesia sabe, experiencia universal, que las
lágrimas son simiente de alegría (Noel Quesson).
Filipenses (1,4-6.8-11) nos dice: “el que ha inaugurado entre vosotros
una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús… que vuestro
amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los
valores. Así llegaréis al día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos
de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios”. Les habla de la
oración y confianza que él tiene, de la esperanza y espera en la definitiva venida
del Señor Jesús. La vivencia actual es un adelanto de lo pleno por venir. El amor
de ahora ha de ir creciendo en todos los aspectos y ciertamente será así si nos
abrimos del todo a la obra comenzada por Dios. Lo importante es esa mirada
esperanzada hacia un Señor que no está sólo en el futuro, sino que se muestra ya
actuando en nosotros y entre nosotros. No esperamos algo simplemente, sino
algo que ya está en germen aquí y ahora. Ese algo es, sobre todo, el amor, la
comunidad, la alegría. Tal es la actitud cristiana propia del Adviento y de toda la
vida que es un cierto adviento continuo (Federico Pastor). Renovados por el
espíritu evangélico, impregnados de esta sensibilidad cristiana, serán como un
árbol capaz de dar frutos de justicia. Llegarán así limpios e irreprochables al día de
Cristo. Y todo será, en definitiva, manifestación de la obra que Dios realiza en
ellos por Jesucristo. Consiguientemente, todo será para alabanza de Dios
(“Eucaristía 1988”). La palabra clave de esta lectura, en esta celebración de
Adviento, es el "Día de Cristo Jesús" (v 8), o "Día de Cristo" (v 10). El término
escatológico es lo que más netamente diferencia la moral cristiana de una ética
humana, o, lo que es peor, de un simple conductismo sin sentido último. La
esperanza cristiana tiene un término, y este término no es una utopía del
creyente, y lo mueve a colaborar él mismo en esta venida (v 5: "habéis sido
colaboradores en la obra del evangelio, desde el primer día hasta hoy"). Otra nota
de la moral cristiana es el teocentrismo: es el Padre quien ha empezado en cada
uno de nosotros la obra de la salvación, y él mismo es quien la llevará a término
(v 6). Concordia de la iniciativa de Dios y la colaboración del hombre: misterio de
gracia y libertad: ¡cuando algunos textos litúrgicos traducen "gracia" por "amistad",
no lo han dicho todo, desde luego! Dos notas ambientales, además: la oración (v
9), puesto que Dios ha querido que su don (la gracia, pero sobre todo la persona
del Hijo que el Padre da por amor al mundo) fuese libre por su parte pero rogada
por la nuestra; y la alegría, que atraviesa de parte a parte la carta a los Filipenses
(Hilari Raguer).
Manteneos limpios e irreprochables para el día de Cristo. El ideal de la
perfección cristiana y de la caridad creciente son las garantías evangélicas que nos
pueden llevar santos e irreprochables hasta el Día del Señor. ¡Hasta el encuentro
definitivo con el Corazón del Redentor! En el contexto del Adviento hemos de
subrayar en esta lectura la idea del crecimiento, del desarrollo de la vida cristiana.
Hemos de advertir como un deber imperioso e improrrogable que es necesario
desarrollar la propia vida cristiana hacia formas más concretas y encarnando
testimonios de los valores que ella encierra. No podemos contentarnos con una
actitud de mera observancia de prácticas y preceptos. El cristiano no es solo un
observante, sino también y principalmente un testigo de la vida de Cristo en toda
144
Esperanza y salvación
su plenitud desde la Encarnación hasta su Ascensión a los cielos. Este tiempo
litúrgico nos ofrece la ocasión de una revisión del modo cómo somos testimonio
cristiano en medio del mundo.
Todos reconocerán al Jesús humillado y glorificado como el Señor,
enviado del Padre para salvar, acogido por unos, desconocido por otros,
rechazado por algunos. Ante la venida definitiva del Señor los cristianos han de ir
a su encuentro con buen ánimo, no impedidos por los afanes justos de este
mundo, sino guiados por la sabiduría iluminadora de Dios. En este contexto se
encuadra la lectura, que habla de un crecer "en penetración y en sensibilidad para
apreciar los valores", con limpieza "e irreprochables, cargados de frutos de
justicia", con la mirada puesta en el "Día de Cristo el Señor".
Un puñado de cristianos era la comunidad de Filipo y san Pablo estaba
convencido de que era una empresa inaugurada por el mismo Cristo. Así,
nosotros hemos de afianzarnos en los valores evangélicos, como recomienda san
Pablo, "que vuestro amor siga creciendo en penetración y sensibilidad para
apreciar los valores" y así podremos descubrir los caminos por donde quiere
acercarse el Señor a nuestro entorno social, grupo parroquial, etc.
Cuando se celebra una ordenación de sacerdote o de diácono el obispo,
después del interrogatorio previo, acaba con unas palabras que hallamos en la
segunda lectura de hoy. Dice al que ha de ser ordenado: "El que ha inaugurado
entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús".
Creo que este deseo nos lo podemos aplicar todos y nos puede ayudar a centrar
el sentido de este tiempo de Adviento. Como en todo momento importante de la
vida cristiana, encontramos dos realidades que hacen una combinación magnífica:
en primer lugar la iniciativa y la acción eficaz de Dios que no para hasta llevar a
buen término su propósito de salvación. Y también descubrimos qué capacidad de
respuesta crea en la humanidad esta actuación de Dios. Durante el Adviento lo
veremos en dos personajes que las lecturas nos presentan con un relieve especial:
Juan Bautista y María. Ambos son también figura de la acción de la Iglesia que en
cada generación debe preparar los caminos del Señor y debe como darlo a luz,
hacerlo presente en medio de la humanidad.
-Dios levanta a la humanidad caída "Dios actúa con su justicia y su
misericordia", nos decía el profeta Baruc. Es la misma certeza y confianza que
como un pregón de todo el Adviento escuchábamos el domingo pasado. No hay
ninguna situación por desesperada que parezca que no pueda invertirse. Las
lágrimas pueden trocarse en cánticos de júbilo y bienaventuranza. Puede parecer
un sueño, pero es una realidad muy firme y esperanzada. Lo que parece imposible
para los hombres no lo es para Dios. La ciudad de Jerusalén recuperándose del
exilio es un símbolo e toda la humanidad hundida y sufriente por tantos desastres
pero que ahora ve esta promesa de restauración: ¡levántate, levántate!, ¡anda!
-También nuestra vida ha de levantarse. Pero Dios no actúa de una
manera mágica, al margen de nuestra responsabilidad. También nuestra propia
vida en este Adviento que es el camino de la vida la proximidad y la invitación
del Espíritu de Dios a seguir avanzando, especialmente en este tiempo, a crecer en
el camino cristiano que un día iniciamos. La iniciativa de Dios no se detiene ni se
echa atrás. El mismo convencimiento que con tanto afecto expresaba san Pablo a
145
Vida más allá de la muerte
los Filipenses vale para nuestra parroquia, familia… "El que ha inaugurado entre
vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús". Y
vale la pena que nos fijemos en qué consiste esta empresa buena y hacia qué
término apunta: en primer lugar es un crecimiento en el amor, siempre más y
más. Es la dirección permanente e ilimitada de la vida cristiana. Con imaginación,
con eficacia. No quedándonos en unos buenos sentimientos, sino descubriendo el
amplio abanico del servicio y del amor: desde las formas más simples, inmediatas
y valiosas de la asistencia y el voluntariado hasta las formas más amplias,
complejas y también tan valiosas del trabajo social o político, o de la vocación a
consagrar toda la vida al servicio del Evangelio. San Pablo habla de aumentar la
penetración y la sensibilidad para apreciar los valores auténticos. Saber ver,
escoger, juzgar, decir oportunamente sí y no para no equivocarse, para avanzar
seguros hacia el día de Cristo Jesús, el gran Adviento definitivo.
«Ponte en pie, Jerusalén».
«Que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará
adelante». La segunda lectura nos traslada a la Nueva Alianza. No se puede decir
sin más que con la venida de Jesús hayamos llegado a la meta, pues él es «el
camino nuevo y vivo» (Hb 10,20). El sigue siendo también para la Iglesia
peregrina «el pre-cursor», el que «precede» (Hb 6,20), y ningún cristiano puede
permitirse el lujo de descansar prematuramente: «Temamos, no sea que, estando
aún en vigor la promesa de entrar en su descanso (de Dios), alguno de vosotros
crea que ha perdido la oportunidad» (Hb 4,1). La carta de Pablo a los Filipenses
habla constantemente de este «estar en camino», ciertamente ahora ya con una
mayor «confianza» que en la Antigua Alianza: porque Cristo «ha inaugurado una
empresa buena», y si nosotros permanecemos en su camino, creciendo en
«penetración y sensibilidad», él «la llevará adelante» hasta el día de su venida
última y definitiva. «El camino del Señor» prometido en Isaías, el camino que es
necesario preparar y que fue anunciado con tanta seriedad como apremio por el
Bautista, se ha convertido ahora en el «Camino» que es el Señor mismo, que está
siempre dispuesto a llevarnos consigo a través de él (Hans Urs von Balthasar).
Lucas (3,1-6) nos muestra que “vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo
de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un
bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro
de los oráculos del profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto: Preparad el
camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes
y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la
salvación de Dios.»”-Juan Bautista prepara el día de Cristo Jesús. Fue el Precursor.
Una esperanza que deviene universal: todos verán la salvación de Dios. Juan
Bautista es estímulo para cada uno de nosotros y figura para toda la Iglesia.
Preparando la Navidad aprendamos de él a recibir verdaderamente la Palabra de
Dios, a experimentar la conversión, a vivir con sencillez y coherencia, a ser
testigos valientes del Evangelio. La Eucaristía que celebramos es anuncio de la obra
universal de salvación y alimento para que Dios vaya completando su trabajo,
para que vaya haciendo Adviento en nuestras vidas.
Todos verán la salvación de Dios. Ni el pesimismo enervante, ni la
temeraria autosuficiencia, ni las conductas tortuosas son senderos que nos llevan a
146
Esperanza y salvación
Cristo. Solo la renovación interior puede abrir nuestras vidas al mensaje del
Evangelio y al Amor santificador de Cristo. Si el Adviento ha introducido en la
historia humana la Época última y se identifica con ella, ha de ser por esto una
actitud constante de la vida cristiana. El creyente ha de sentirse siempre en estado
permanente de conversión. Oigamos a San León Magno: «Demos gracias a Dios
Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo, que, por la inmensa misericordia
con que nos amó, se compadeció de nosotros y, estando muertos por el pecado,
nos resucitó a la vida de Cristo (Ef 2,5) para que fuésemos en Él una nueva
criatura, una nueva obra de sus manos. Por tanto, dejemos al hombre viejo con
sus acciones (Col 3,9) y renunciemos a las obras de la carne nosotros que hemos
sido admitidos a participar del nacimiento de Cristo. Reconoce ¡oh cristiano! tu
dignidad, pues participas de la naturaleza divina (2 Pe 1,4) y no vuelvas a la
antigua vileza con una vida depravada. Ten presente que, arrancado al poder de
las tinieblas (Col 1,13) se te ha trasladado al reino y claridad de Dios. Por el
sacramento del bautismo te convertiste en templo del Espíritu Santo. No
ahuyentes a tan escogido huésped con acciones pecaminosas» (Homilía 1ª sobre la
Natividad del Señor 3).
-Todos verán la salvación de Dios. La salvación es universal: aquel que
nace en Navidad es el salvador de todos los hombres (recordemos:"omnis caro"
toda carne). La iglesia, decimos, es el "sacramento" (el signo sensible) de esta
salvación universal, el lugar donde se hace accesible y visible. El resplandor de la
Iglesia se ve hoy por todas partes. Pero ¿es realmente signo sensible de aquel que
vino "en la humildad de nuestra carne"? (Josep M. Totosaus).
¿Cuándo acabará este mundo? Si nos referimos a la fecha en que ha de
terminar la existencia del cosmos material, preguntémosle a la astrofísica. Si la
pregunta es más teológica y pone su acento en el "éste", ya conocemos la
respuesta de las primitivas comunidades. Como creyentes, nuestro interés está en
hacer llegar el reino y que la voluntad del Dios que ama a los hombres se haga en
la tierra y en el cielo (“Eucaristía 1988”).
En un primer momento, la comunidad primitiva, que había convertido el
"día" de Yahvé en el "día" de Jesús, pensó que ese "día" no se había realizado con
la resurrección de Jesús, por lo que siguió esperando su segunda venida triunfal
(parusía). Mas acabó comprendiendo que tal "parusía" iba presencializándose en
cuantos creyentes conseguían cristificar su existencia. Así pues, más que suspirar
por una futura venida de Jesús al hombre, éste debía esforzarse por ir a Jesús.
¿Cómo? Ajustando su existencia al módulo de vida marcado por el anuncio
evangélico, donde Jesús invitaba a encarnar una dinámica de entrega y amor. El la
vivió ofreciéndola al hombre como módulo existencial. Por eso, quien se adecúe
al mensaje evangélico irá aproximándose a Jesús, dando forma en su vivencia
personal a esa "parusía" que el cristiano naciente envuelve siempre en un ropaje
mítico.
El camino. Quizá ninguna otra palabra mejor define la dinámica de la
vida cristiana que el camino. P. Tena: "notemos aquí ya el tema del camino, que
será central en el evangelio de Lucas que leeremos este año: el camino de retorno
de los pecadores-salvadores hacia Jerusalén-Iglesia-gloria que es posible gracias al
camino eficaz realizado por JC Salvador hacia Jerusalén-misterio pascual-
147
Vida más allá de la muerte
evangelización universal". El tema del camino al que es llamado el cristiano,
siguiendo a JC, es simultáneamente el camino de la esperanza. Y también, todo
va unido, el tema de la alegría de vivir en comunión con el amor de Dios. El
resumen es: el cristiano es un hombre con una peculiar vocación: caminar
esperanzadamente y alegremente en comunión con el amor salvador de Dios. Un
caminar que significa respuesta a la iniciativa salvadora de Dios, que se concreta
en un difundir este amor salvador -difundirlo gozosamente-, más allá de las
dificultades de la vida de cada día, impulsado por la gran esperanza que tenemos
en nosotros.
El Adviento es el tiempo típico de la esperanza. La colecta de hoy habla
precisamente de salir "animosos al encuentro de tu Hijo" y pide "participar
plenamente del esplendor de su gloria". Es una invitación a caminar con alegría y
esperanza, basándonos en la fe en el Dios que libera, que salva (Joaquín Gomis),
al que pedimos: "Que los afanes de este mundo no nos impidan salir animosos al
encuentro de tu Hijo" (colecta); "danos sabiduría para sopesar los bienes de la
tierra amando intensamente los del cielo" (postcomunión). Durante el Adviento
renovamos la esperanza escatológica de la consumación y la plenitud; pero ésta
se nos ha ido acercando en la historia, hasta el punto que no será otra cosa que la
segunda venida de aquel que vino "en la humanidad de nuestra carne" (prefacio).
El desierto es un lugar que hace cambiar en lo físico Y en lo espiritual.
Tras una experiencia de desierto muchos se han sentido trastocados. Juan
Bautista vivió en el desierto, forjó y templó su espíritu en el desierto. Juan
Bautista cambió en lo físico y en lo espiritual. Seguro que su figura sería de ceño
duro, de piel curtida, de cabellos enredados por el viento del desierto; su figura
sería terriblemente amenazante. Y es que Juan Bautista es profeta por la palabra
recibida en el desierto, lugar de escucha. Sobre él vino la Palabra de Dios. Nos lo
ha situado el Evangelio dentro de un marco histórico. Juan Bautista nos habla del
Adviento: "enderezad lo torcido, allanad lo escabroso"; este gran mensaje del
adviento primero y de nuestro adviento de hoy, tiene un sentido actual, vivo,
palpitante en nosotros. Evidentemente Dios no viene a nosotros por lo fácil, sino
por lo difícil; y nosotros los cristianos debemos hacer fácil lo difícil; y porque
resuena en nosotros la palabra incesante de Dios, tenemos que lanzarnos y
comprometernos, tenemos que asimilar todo lo que es trascendente, que no es
fruto de ilusiones o filosofías humanas, sino del fiarnos de Dios.
Si escuchamos la Palabra de Dios sentados, en actitud de acogida, es
para ponernos en pie. Nos lo ha dicho el profeta Baruc: "Ponte en pie,
Jerusalén". "Ponéos en pie, cristianos: Basta ya de sentadas. Basta ya de
pasividades, de pacifismos cómodos, estemos en pie. Seamos signos, en nuestra
nación, en todo el mundo, en nuestra ciudad, de testimonio fiel y justo de una
verdad, de una esperanza. Ser cristiano es recibir la Palabra y trasmitir la Palabra.
No es silencio, no es callar, no es conformarnos con todo.
Hubo un mensaje en el desierto de Juan el Bautista. Hay un mensaje,
hoy, para nuestro mundo, para los que esperan y para los que aún no han
abierto su corazón a la esperanza: "Dios viene, Dios nos salva. Dios está presente
en nuestra historia". Sepamos salir de bloqueos, de cerrazones, de fracasos, de
pesimismos, de tinieblas. Comprometámonos a ser signos de la verdad de Dios, de
148
Esperanza y salvación
la justicia de un nuevo nacimiento, un nuevo mundo, una nueva sociedad; sólo
así haremos posible la salvación de Dios (Andrés Pardo).
S. Agustín explica con la frase final como será la resurrección de la carne:
“Quizá a alguien le parezca que es tan claro el testimonio en favor de la visión de
Dios por la carne como el que se refiere al corazón, pues está escrito: Toda carne
verá la salvación de Dios (Lc 3,6). El testimonio referido al corazón es clarísimo:
Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Tenemos
también uno referido a la carne: Toda carne verá la salvación de Dios. Ante esto,
¿quién dudaría de que aquí se promete la visión de Dios a la carne, si no intrigase
saber qué es la salvación de Dios? En verdad no nos intriga, puesto que no
tenemos la menor duda: la salvación de Dios es Cristo el Señor. Así, pues, si a
nuestro Señor Jesucristo sólo se le viese en la naturaleza divina, nadie dudaría de
que también la carne vería la sustancia de Dios, puesto que toda carne verá la
salvación de Dios. Mas nuestro Señor Jesucristo puede ser visto, en cuanto se
refiere a su divinidad, con los ojos del corazón limpios, perfectos, llenos de Dios;
pero fue visto también en su cuerpo, según lo cual está escrito: Después de esto
fue visto en la tierra y convivió con los hombres (Bar 3,3.8), ¿Cómo puedo saber
por qué se dijo que toda carne verá la salvación de Dios? Nadie dude de que se
dijo porque verá a Cristo. Pero se duda y se pregunta si se trata de Cristo el Señor
en su cuerpo o en cuanto la Palabra existía en el principio, y la Palabra estaba
junto á Dios, y la Palabra era Dios (Jn 1,1). No me agobies con un solo testimonio;
te lo repito al instante: Toda carne verá la salvación de Dios. Se admite que
equivale a «toda carne verá al Cristo de Dios».
Pero Cristo fue visto también en la carne, y no ciertamente en carne
mortal, si es que aún puede hablarse de carne tras convertirse en espiritual, pues
incluso él mismo, después de la resurrección, dijo a quienes le estaban viendo y
tocando: Palpad y ved, que un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo
tengo (Le 24,39). Se le verá también en esa condición. No sólo se le vio, se le
verá también. Y quizá entonces se cumplirá de forma más plena lo dicho: Toda
carne. Entonces, en efecto, lo vio la carne, pero no toda carne; mas entonces, en
el momento del juicio, cuando venga con sus ángeles a juzgar a vivos y muertos,
después que todos los que estén en los sepulcros oigan su voz y salgan fuera, y
unos resuciten para la vida y otros para el juicio, verán la misma forma que se
dignó tomar por nosotros. La verán no sólo los justos, sino también los malvados,
unos desde la derecha, otros desde la izquierda, pues incluso quienes le dieron
muerte verán al que traspasaron (Jn 19,37). Así, pues, toda carne verá la salvación
de Dios. Verán su cuerpo mediante el cuerpo, puesto que ha de venir a juzgar en
el cuerpo...
El justo Simeón lo vio tanto con el corazón, puesto que lo reconoció
cuando era aún un niño sin habla, como con los ojos, puesto que lo cogió en
brazos. Viéndole de esta doble manera, es decir, reconociendo en él al Hijo de
Dios y abrazando al engendrado por la Virgen, dijo: Ahora, Señor, puedes dejar a
tu siervo ir en paz, porque mis ojos han visto tu salvación (Lc 2,25-30). Ved lo
que dijo. Se hallaba retenido aquí hasta que viera con los ojos a quien veía con la
fe. Tomó en sus brazos un cuerpo pequeñito; lo que abrazó fue un cuerpo, y
149
Vida más allá de la muerte
viendo un cuerpo, es decir, contemplando al Señor en la carne, dijo: Mis ojos han
visto tu salvación” (Sermón 277,16-17).
Preparad el camino del Señor: Dios no habla para que todo siga igual
sino para que todo cambie, para que cambie el hombre y el mundo. Para que el
hombre se convierta, para que el mundo se transforme. Dios habla para que el
hombre vire en redondo, vuelva su rostro a la Promesa, se oriente hacia el
reinado de Dios que se acerca, que está viniendo cuando el hombre escucha.
Donde hay una promesa nace una esperanza. Donde Dios pronuncia su Palabra,
que es promesa, nace la esperanza contra toda esperanza humana, la esperanza
que no defrauda. Y la esperanza se hace camino, eleva los valles, allana los
montes, endereza lo que está torcido, vence las dificultades. La Palabra de Dios, la
Promesa, tiene una gran fuerza de movilización.
La conversión, como conversión que es a la Promesa, es conversión hacia
delante. No lamento del pasado, no resignación en el presente, no fijación estéril
en nuestra miseria y en nuestras lágrimas. Es cambio. El que tenga dos túnicas que
dé una, el que cobra los impuestos que cobre sólo lo justo, el soldado que se
contente con su soldada y no haga extorsión a nadie...
Convertirse es pasar a la acción para que todo sea y se haga como debe
hacerse. Para que haya igualdad, para que haya justicia, para que desaparezca la
violencia en el mundo. Porque todas estas cosas es preparar los caminos a lo que
ha de venir, al cumplimiento de la Promesa, al reinado de Dios que se acerca. La
esperanza cristiana, como respuesta a la Promesa de Dios, no consiste en estar a la
espera, con los brazos cruzados o las manos juntas creyendo que el reinado de
Dios es una bicoca caída del cielo. No tendría sentido que Dios nos hablara como
si nosotros no tuviéramos ya nada que hacer con su Palabra (“Eucaristía 1982”).
«Preparad el camino del Señor». El evangelio de hoy, con sus detallados
datos históricos y cronológicos sobre el momento en que, con la aparición del
Bautista, ha comenzado el acontecimiento decisivo de la salvación, se muestra
seriamente decidido a situar este acontecimiento en el marco de la historia del
mundo. No se trata de imágenes, de símbolos, de arquetipos, sino de hechos que
se pueden datar con exactitud. El primer hecho es que la palabra de Dios vino
sobre Juan: el Bautista es llamado y enviado como el último de los profetas,
cerrando con ello la serie de las misiones proféticas anteriores tanto mediante su
existencia como mediante su tarea, que corresponde a la gran promesa de Isaías y,
según se nos dice, la «cumple». Su misión personal, que no es mera repetición de
palabras antiguas, se distingue por su bautismo. Los simples llamamientos de los
profetas anteriores quedan aquí, al final del tiempo de la promesa, superados
mediante un acción que afecta a todo el pueblo. Cuando se sumerge en el agua
del bautismo, «el que se convierte» testimonia, con su inmersión-emersión, que en
lo sucesivo quiere ser otro, vivir como un ser purificado, convertir su camino
torcido en un camino recto. En Juan Bautista toda la Antigua Alianza reconoce
que ella no es más que un preludio de lo decisivo, que viene ahora (H. von
Balthasar).
150
Esperanza y salvación
9. La conversión hacia Dios tiene iniciativa divina:
“viene en persona y os salvará”
(lunes de la 2ª semana de Adviento): Isaías (35,1-10) nos dice que “el
desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá
como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la
belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de
nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid
a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae
el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.» Se despegarán los ojos del
ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del
mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el
páramo será un estanque, lo reseco, un manantial. En el cubil donde se tumbaban
los chacales brotarán cañas y juncos. Lo cruzará una calzada que llamarán Vía
Sacra: no pasará por ella el impuro, y los inexpertos no se extraviarán. No habrá
por allí leones, ni se acercarán las bestias feroces; sino que caminarán los
redimidos, y volverán por ella los rescatados del Señor. Vendrán a Sión con
cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción
se alejarán”. En pleno exilio... Jerusalén, como Samaria, ha sido destruida... el
Templo profanado y arruinado por los ejércitos enemigos... y todos los judíos
aptos para trabajar han sido deportados a Babilonia donde están condenados a
duros trabajos forzados... y aquí, en ese contexto, el profeta medita, por
adelantado, sobre el «retorno a la tierra santa». Esta segunda parte de Isaías se
llamó a menudo «el libro de la consolación».
-¡Que el desierto y el sequedal se alegren, que la estepa exulte y florezca,
que la cubran las flores de los campos! Acumulación de imágenes de alegría: el
desierto florecerá. Dios lo promete a unos exilados. En mi estado de pecador se
me repite una promesa parecida... Gracias, Señor. En medio de un mundo difícil y
duro, espero, Señor, ese día en que el desierto florecerá.
-Fortaleced las manos fatigadas, afianzad las rodillas vacilantes, decid a
los que se azoran: «¡Animo, no temáis...!» Cumple tu promesa, Señor. ¡Danos
firmeza, fortaleza, valentía! Te ruego, Señor, por todos los que están
«desanimados» y te nombro a los que conozco en ese estado.
-Mirad que viene vuestro Dios... y os salvará. ¡Ven, Señor! En esta vida,
donde esperamos tu advenimiento... «Esperamos tu venida...» Las nuevas plegarias
eucarísticas nos han restituido ese aspecto importante de nuestra Fe, que fue tan
viva en la Iglesia primitiva pero demasiado olvidado durante siglos.
-Dios es el que viene:
-a) Cada uno de los sacramentos es un signo sensible de ello: en la
eucaristía esto es lo esencial; Jesús viene a nosotros y está en nosotros. Pero esto
es también verdad en cada sacramento. Oro partiendo de mi vivencia de cada
sacramento: *reconciliación como encuentro con Jesús... *matrimonio, como
encuentro con Jesús... *bautismo, como comunión a la vida de «hijo de Dios» de
Jesús.
-b) Pero, no sólo los sacramentos son una «venida» de Jesús. Mi vida
cotidiana, mi apostolado, mis compromisos, mis trabajos de cada día, mis
151
Vida más allá de la muerte
esfuerzos en mi vida moral... son también un modo de hacer que Jesús «venga» al
mundo. Es preciso que, en la oración, dé ese sentido a mi vida.
-Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos...
Entonces saltará el cojo como ciervo y la boca del mudo lanzará gritos de
alegría... Los cautivos rescatados llegarán a Jerusalén entre aclamaciones de
júbilo... Una dicha sin fin iluminará sus rostros... Alegría y gozo les acompañarán,
dolor y tristeza huirán para siempre... El evangelio nos repite que esas cosas se
produjeron por la bendición de Jesús. Pero, Señor, realízalas más todavía. En este
tiempo de Adviento y con todo el poder de mi deseo, te digo: «haz que salten los
cojos... danos tu salvación... suprime el mal... como Tú has prometido» (Noel
Quesson).
Nos quedamos perplejos ante un cuadro tan idílico. Es como un poema
gozoso del retorno al Paraíso, con una mezcla de fiesta cósmica y humana. Dios
ha perdonado a su pueblo, le libra de todas sus tribulaciones y le vuelve a
prometer todos los bienes que nuestros primeros padres malograron al principio
de la historia. Llega el momento en que los desterrados ha de retornar a la Tierra
que Dios había prometido a sus antiguos padres, y de la que habían sido
expulsados a causa de sus culpas.
El Salmo (84,9ab-10.11-12.13-14) reza: “Nuestro Dios viene y nos
salvará.
Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a
sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra
tierra.
La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia
marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos”. Día a día nos vamos acercando a
nuestra salvación eterna. Pero no podemos esperar que esa salvación suceda de
un modo mágico en nosotros; es necesario ponernos en camino para que
constantemente se vaya haciendo realidad en nosotros, de tal forma que
podamos presentarnos ante los demás como personas más llenas de amor, más
justas y más solidarias con los que sufren. Sólo así, transformados a imagen y
semejanza de Cristo, podremos ser un signo de su amor salvador en medio de
nuestros hermanos. Jesús es el Camino que se ha abierto para conducirnos a la
plena unión con Dios, nuestro Padre. Sigamos sus pisadas, tomando nuestra cruz
de cada día.
Lc (5,17-26) nos dice que «Le vienen a traer a un paralítico llevado entre
cuatro» (también Mc 2,3). Todos necesitamos la compañía, sentirnos queridos por
los amigos, «es propio del amigo hacer el bien a los amigos, principalmente a
aquellos que se encuentran más necesitados» (Santo Tomás de Aquino). En primer
lugar, es bonito contemplar a Jesús, que parece perdonar al paralítico por la fe de
sus amigos: “Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: Hombre, tus pecados te son
perdonados”. Ser amigo es algo muy grande: el amigo no juzga la causa de las
desgracias, está al lado para acompañar. Jesús tiene corazón, y le gusta ver el
amor expresado en los signos de amistad: no quiere convencer ni vencer, sino
ofrecer la experiencia de lo que va bien, quiere lo mejor para el amigo y está
152
Esperanza y salvación
dispuesto a sacrificarse por él, hacer algo poco habitual como es subir al tejado y
levantar el techo para descolgar, con unas cuerdas u otro sistema, la litera con el
amigo (con cuidado para que no caiga) y ponerlo ante Jesús. Hay que reconocer
la audacia de esos amigos, y como todos estamos enfermos, la amistad auténtica
es ayudarnos, y poner al amigo ante Jesús para que se conozca, se encuentre de
un modo más pleno a sí mismo. Es una llamada a la reflexión sobre este valor de
la amistad, y de cómo lo vivimos, y con qué profundidad. También esa amistad se
extiende a muchos, por eso dice el Introito: “Escuchad, pueblos, la palabra del
Señor, anunciadla en las islas remotas: llega nuestro Salvador, no temáis” (cf. Jr 31,
10; Is 35, 4).
Jesús conoce lo que estos hombres quieren: la curación de su amigo, en
el cuerpo y en el alma «Hombre, tus pecados te quedan perdonados». Y también:
“Yo te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. La respuesta también
abarca las dos cosas, la salud física y la alegría espiritual: “Y al instante se levantó
en presencia de ellos, tomó la camilla en que yacía, y se fue a su casa glorificando
a Dios”. Veremos comenzar el ministerio del Señor con esta llamada de anuncio
de la llegada del Reino de Dios y llamada a la conversión (cfr. Mc 1, 15), y aquí lo
vemos perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe y además
la curación; este paralítico llevado en camilla representa a cada uno de nosotros
en el camino hacia Jesús y el misterio de misericordia que es la Navidad. Este
ministerio del perdón lo continua ejerciendo en su nombre la Iglesia, hasta el final
del mundo, sobre todo “a través del sacramento de la Reconciliación confiado a
la Iglesia” (Juan Pablo II, Carta ap. Rosarium Virginis Mariae, 21). “Jesús invita a
todos los hombres a entrar en el Reino de Dios; aun el peor de los pecadores es
llamado a convertirse y aceptar la infinita misericordia del Padre. El Reino
pertenece, ya aquí en la tierra, a quienes lo acogen con corazón humilde. A ellos
les son revelados los misterios del Reino” (Compendio del Catecismo, 107).
La fuente más profunda de nuestros males son los pecados, por eso,
aunque pidamos ciertos bienes Dios sabe lo que nos conviene, va más allá:
necesitamos el encuentro con la misericordia divina. La amistad de los
“portadores” es admirable, en primer lugar se manifiesta en su prudencia: saben
adecuar los medios para el fin previsto, del mejor modo, superando la “prudencia
de la carne” (Rom 8,6-8), que es cobardía, y equivale al disimulo, la hipocresía,
“escurrir el bulto”, astucia, cálculo interesado, y en resumen egoísmo. Se ve
también en el resto de las virtudes: la fortaleza manifestada en su forma más alta
en resistir las adversidades, y afrontar los obstáculos con constancia y paciencia. La
justicia es dar a cada uno lo suyo, y cuando se ve que para el amigo hay que darle
lo mejor, se ponen los medios. Templanza en la discreción y modestia de estar en
segundo plano, con una sobriedad exquisita, una sencillez encantadora. Es preciso
cultivar esas virtudes, para ser buenos amigos y útiles para que “el Espíritu Santo
se sirva del hombre como de un instrumento” (Santo Tomás de Aquino).
Jesús es el médico de toda enfermedad, el agua que fecunda nuestra
tierra, la luz de los que ansiaban ver, la valentía de los que se sentían
acobardados; el que salva, el que cura, el que perdona. Como en la escena de
hoy: vio la fe de aquellas personas, acogió con amabilidad al paralítico, le curó de
su mal y le perdonó sus pecados, con escándalo de algunos de los presentes. Le
153
Vida más allá de la muerte
dio más de lo que pedía: no sólo le curó de la parálisis, sino que le dio la salud
interior. Lo que ofrece él es la liberación integral de la persona. Resulta así que lo
que prometía Isaías se quedó corto. Jesús hizo realidad lo que parecía utopía,
superó nuestros deseos y la gente exclamaba: «hoy hemos visto cosas admirables».
Cristo es el que guía la nueva y continuada marcha del pueblo: el que dijo «Yo soy
el camino, la verdad y la vida».
a) Cuántas rodillas vacilantes y manos temblorosas hay también hoy. Tal
vez las nuestras. Cuántas personas sienten miedo, o se encuentran desorientadas.
Tal vez nosotros mismos.
El mensaje del Adviento es hoy, y lo será hasta el final de los tiempos, el
mismo: «levantad la cabeza, ya viene la liberación», «cobrad ánimos, no tengáis
miedo», «te son perdonados tus pecados», «levántate y anda». Cristo Jesús nos
quiere curar a cada uno de nosotros, y ayudarnos a salir de nuestra situación, sea
cual sea, para que pasemos a una existencia viva y animosa. Aunque una y otra
vez hayamos vuelto a caer y a ser débiles.
b) El sacramento de la Reconciliación, que en este tiempo de preparación
a la gracia de la Navidad tiene un sentido privilegiado, es el que Cristo ha
pensado para que, por medio del ministerio de su Iglesia, nos alcance una vez más
el perdón y la vida renovada. La reconciliación es también cambio y éxodo.
Nuestra vida tiene siempre algo de éxodo: salida de un lugar y marcha hacia
alguna tierra prometida, hacia metas de mayor calidad humana y espiritual. Es una
liberación total la que Dios nos ofrece, de vuelta de los destierros a los que nos
hayan llevado nuestras propias debilidades.
c) Pero el evangelio de hoy nos invita también a adoptar una actitud
activa en nuestra vida: ayudar a los demás a que se encuentren con Jesús. Son
muchos los que, a veces sin saberlo, están buscando la curación, que viven en la
ignorancia, en la duda o en la soledad, y están paralíticos. Gente que, tal vez, ya
no esperan nada en esta vida. O porque creen tenerlo ya todo, en su
autosuficiencia. O porque están desengañados. ¿Somos de los que se prestan
gustosos a llevar al enfermo en su camilla, a ayudarle, a dedicarle tiempo? Es el
lenguaje que todos entienden mejor. Si nos ven dispuestos a ayudar, saliendo de
nuestro horario y de nuestra comodidad, facilitaremos en gran manera el
encuentro de otros con Cristo, les ayudaremos a comprender que el Adviento no
es un aniversario, sino un acontecimiento nuevo cada vez. No seremos nosotros
los que les curemos o les salvemos: pero les habremos llevado un poco más a la
cercanía de Cristo, el Médico. Si también nosotros, como Jesús, que se sintió
movido por el poder del Señor a curar, ayudamos a los demás y les atendemos,
les echamos una mano, y si es el caso les perdonamos, contribuiremos a que éste
sea para ellos un tiempo de esperanza y de fiesta.
d) Cuando el sacerdote nos invita a la comunión, nos presenta a Jesús
como «el Cordero que quita el pecado del mundo». Esta palabra va dirigida a
nosotros hoy y aquí. Cada Eucaristía es Adviento y Navidad, si somos capaces de
buscar y pedir la salvación que sólo puede venir de Dios. Cada Eucaristía nos
quiere curar de parálisis y miedos, y movernos a caminar con un sentido más
esperanzado por la vida. Porque nos ofrece nada menos que al mismo Cristo
Jesús, el Señor Resucitado, hecho alimento de vida eterna (J. Aldazábal).
154
Esperanza y salvación
162
Esperanza y salvación
IV. “Así en la tierra
como en el Cielo…”
1. El Señor, nuestro
redentor, nos
acompaña y nos
prepara en este
adviento que es la
vida
(jueves de la 2ª semana de
Adviento): Is (41,13-20) nos
dice: “Yo, el Señor, tu Dios, te
agarro de la diestra y te digo: «No temas, yo mismo te auxilio.» No temas,
gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio -oráculo del Señor-. Tu
redentor es el Santo de Israel. Mira, te convierto en trillo aguzado, nuevo,
dentado: trillarás los montes y los triturarás; harás paja de las colinas; los
aventarás, y el viento los arrebatará, el vendaval los dispersará; y tú te alegrarás
con el Señor, te gloriarás del Santo de Israel. Los pobres y los indigentes buscan
agua, y no la hay; su lengua está reseca de sed. Yo, el Señor, les responderé; yo, el
Dios de Israel, no los abandonaré. Alumbraré ríos en cumbres peladas; en medio
de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en estanque y el yermo en
fuentes de agua; pondré en el desierto cedros, y acacias, y mirtos, y olivos;
plantaré en la estepa cipreses, y olmos y alerces, juntos. Para que vean y
conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho,
que el Santo de 1srael lo ha creado”. Aquí hay una presentación del futuro
escatológico tomando la vida como un Éxodo, la época gloriosa de Israel, la de
los milagros; algo así como la vida de Jesús para el cristiano. El Éxodo es un gesto
permanente de Dios: las prisas de la huida (Is 52,11-12), la nube protectora (Is
52,12b), el paso del mar (Is 43,16), el agua que brota de la roca (Is 48,21), la
transformación del desierto en paraíso (Is 43,19-21), cruzando por un camino que
no es sólo geográfico, sino también el camino de la alianza y de la santidad (Is
35,8). Estas maravillas operadas en el Éxodo sirven por lo demás, para proclamar
la realidad del Dios único (v 20). A lo largo de toda su obra el autor está
preocupado, en efecto, por una apologética del moneteísmo frente a los falsos
dioses. A los ojos de la religión dualista de los medos, los elementos del Bien y del
Mal se enfrentan sin que se pueda adivinar el resultado final de su lucha. A los
ojos del monoteísmo judío Dios dirige todas las evoluciones del mundo conforme
a su designio, sin que ninguna otra fuerza pueda oponerse: basta con conocer a
Dios y su plan para comprender la historia del mundo y saber que camina hacia su
felicidad. La educación del sentido de la historia da aquí un paso más: la historia
tiene un sentido porque Alguien sabe adónde va: un Dios que comunica su
163
Vida más allá de la muerte
conocimiento a los hombres jalonando su historia de maravillas marcadas con su
huella. Cierto que el hombre moderno tiene la pretensión de saber adónde va su
historia y de conducirla a su término. El cristiano también lo sabe, y esa es la
razón de que su trabajo y sus compromisos se asemejen tanto al trabajo y a los
compromisos del ateo. Pero su conocimiento viene de un Dios del que se fía, que
jalona su historia con las "maravillas" de la alianza nueva y del que es un testigo en
el mundo (Maertens-Frisque). El uso del verbo bará, reservado para describir la
acción creadora de Dios, designa aquí la salvación. Él puede hacer que florezcan
nuestros desiertos y que en nuestras arideces broten ríos y fuentes de agua viva.
Por eso, levantemos el corazón, pues Dios se ha hecho Dios-con-nosotros; Él va
en camino con nosotros pues ha hecho suya nuestra naturaleza humana para que
también nosotros hagamos nuestra su divinidad. ¿Hay algo más esperanzador
para nosotros, pobres pecadores? Dios ha tenido compasión de nosotros;
dejémonos encontrar y salvar por Él. Permanezcamos fieles a su amor; hagamos la
prueba y veremos cuán bueno es el Señor, pues a pesar de que seamos como un
gusanillo u oruguita, el Señor se ha puesto de nuestra parte y se ha levantado en
contra de nuestro enemigo para redimirnos, para hacernos partícipes de su
victoria sobre el pecado y la muerte. Reconocer nuestra pequeñez, y sabernos
amados por Dios, y dejarnos amar por Él será lo único que le dará seguridad a
nuestro caminar, desde esta vida, hacia la posesión de los bienes definitivos.
El Salmo (144,1.9.10-11.12-13ab) proclama: “El Señor es clemente y
misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad.
Te ensalzaré, Dios mío, mi rey; bendeciré tu nombre por siempre jamás.
El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que té bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas; / explicando
tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un
reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad”. Canta las grandezas de la
salvación: «De su plenitud todos hemos recibido, gracia por gracia» (Jn 1,12. 16)
«Sabemos que hemos sido transplantados de la muerte a la vida» (1 Jn 3,14).
«Vivamos, pues, la novedad de esta vida» (Rom 6,4), como verdaderos hijos de
Dios, participando de su naturaleza divina.
Mateo (11,11-15) nos habla de Juan Bautista, que se esforzó en vivir su
vocación: le costó la cabeza. Pero fue fiel a su misión: Precursor del Mesías. De él
profetizó Isaías diciendo que era la voz que clama en el desierto, preparando las
sendas del Señor, enderezando sus sendas. Y toda su vida fue fiel a esta misión,
desde le mismo seno materno proclamó a Jesús, moviéndose en el seno de su
madre. Es grande Juan por su testimonio de vida entregada, penitente (se vestía
con piel de camello, vivía en el desierto y se alimentaba de langostas y miel
silvestre). Su vida era servicio a los demás: predica la conversión y penitencia y
bautiza con agua anunciando que vendrá quien bautiza con el Espíritu Santo. Su
coherencia es proverbial, proclama la verdad sin ningún respeto humano por
quedar bien, o por miedo a perder la vida. Murió por denunciar al rey Herodes
tener a Herodías, la mujer de su hermano. Le siguieron los primeros discípulos de
Jesús: por lo menos Juan y Andrés, que luego llevaron a los demás.
164
Esperanza y salvación
No es fácil estar firme ante las dificultades, cuando estas hacen todo más
duro. Los robles son fuertes y están curtidos ante vientos y heladas, están
preparados y lo resisten todo. Las mimosas, cuando hiela flaquean, incluso se
mueren. En la vida espiritual conviene que seamos fuertes, con espíritu deportista,
entrenando una y otra vez: "El Reino de los Cielos padece violencia, y los
esforzados lo conquistan." En la lucha espiritual, no cuentan los resultados sino la
lucha en las cosas pequeñas de cada día: transformando la envidia en detalles de
servicio, el mal genio en comprensión, la “memoria histórica” en perdón, la
comodidad en pensar en los demás, el estar “en Babia” por prestar atención a lo
que toca, el pesimismo por el volver a empezar.
"Hoy, decía san Josemaría Escrivá, que empieza un tiempo lleno de
afecto hacia el Redentor, es un buen día para que nosotros recomencemos.
¿Recomenzar? Sí, recomenzar. Yo -me imagino que tú también- recomienzo cada
jornada, cada hora; cada vez que hago un acto de contrición, recomienzo”. Y esto
significa luchar “de tal manera que, detrás de cada pelea y de cada batalla, haya
una pequeña victoria, con la gracia de Dios; y de este modo contribuimos a la paz
de la humanidad”.
En el mundo, tan lleno de agresividad, falta paz. En un pueblo me
contaron de niños violentos que se peleaban en la calle, aparentemente los padres
eran educados, pero bajo esta educación: ¿qué veían los niños? Coincidimos en
pensar que los niños captan lo que hay en el interior de los mayores, más allá de
estas capas de educación con que a veces nos revestimos. Y viendo una tensión de
violencia contenida, ellos salían violentos sin ninguna careta. Por esto, si de
verdad queremos que haya paz en el ambiente, hemos de llevarla en nuestro
corazón. Para ello, es importante no encerrarse en pequeños traumas e
insatisfacciones, no conformarse con los fracasos, sino convertirlos en experiencia
para recomenzar: luchar con perseverancia, convertir lo bueno en una ocasión de
agradecimiento, y lo malo en ocasión de rectificar, con un poco más de amor. El
tiempo litúrgico va clamando: ¡ven, Señor Jesús!, ¡ven! Estas son llamadas para
ahondar en la fuerza y el amor que vienen de esta búsqueda sincera de Jesús,
deseando que nazca en nosotros, que nos transforme en Él.
El examen de conciencia es una buena arma para luchar con este espíritu
de victoria. El siervo de Dios Álvaro del Portillo nos aconsejaba “hacer a
conciencia el examen de conciencia”, es decir poner atención a ahondar en las
raíces de nuestra actuación, agradecer las luces sobre lo que aún no va, ya que
saber a dónde hay que ir -qué es lo que hay que mejorar- es tener medio camino
hecho.
En la Plegaria Eucarística IV del Misal se alaba a Dios por cómo ha
tratado siempre a los débiles y pecadores: «cuando por desobediencia perdió tu
amistad, no le abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido,
tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca». Como decía
Isaías de Yahvé y su pueblo Israel, «yo te cojo de la mano y te digo: no temas». En
el Adviento se deberían encontrar esas dos manos: la nuestra que se eleva hacia
Dios pidiendo salvación, y la de Dios, que nos ofrece mucho más de lo que
podemos imaginar. No es tanto que Dios salga al encuentro de nuestra mano
suplicante, sino nosotros los que nos damos cuenta con gozo de la mano tendida
165
Vida más allá de la muerte
por Dios hacia nosotros. Adviento es antes gracia de Dios que esfuerzo nuestro.
Aunque ambos se encuentran en el misterio que celebramos. Ojalá todos, como
prometía Isaías, «veamos y conozcamos, reflexionemos y aprendamos de una vez,
que la mano del Señor lo ha hecho» (J. Aldazábal).
Jesús de Nazaret es el que inaugura la nueva era. Con Él hemos sido
hechos hijos adoptivos de Dios y coherederos de su gloria. Pero, hemos de
luchar, ser comprometidos con entera radicalidad con lo que exige esa nueva
vida. Así lo expresa San León Magno: «¿Cómo podrá tener parte en la paz divina
aquél a quien agrada lo que desagrada a Dios y el que desea encontrar su placer
en cosas que sabe ofenden a Dios? No es ésta la disposición de los hijos de Dios,
ni la nobleza recibida con su adopción... Grande es el misterio encerrado en este
beneficio, que Dios llame al hombre hijo y el hombre llame a Dios Padre. Estos
títulos hacen comprender y conocer a quien se eleva a tal altura de amor...
Nuestro Señor Jesucristo, al nacer verdaderamente hombre, sin dejar de ser
verdaderamente Dios, ha realizado en sí mismo el origen de una nueva criatura, y
en el modo de su nacimiento ha dado a la humanidad un principio espiritual.
«¿Qué inteligencia podrá comprender tan gran misterio, qué lengua
narrar una gracia tan grande? La injusticia se vuelve inocencia; la vejez, juventud;
los extraños toman parte en la adopción; y las gentes venidas de otros lugares
entran en posesión de la herencia. Desde este momento, los impíos se convierten
en justos; los avaros, en bienechores; los incontinentes, en castos; los hombres
terrestres, en hombres celestes (cf. 1 Cor 15, 49), ¿De dónde viene un cambio tan
grande sino del poder del Altísimo? El Hijo de Dios ha venido a destruir las obras
del diablo. Él se ha incorporado a nosotros y a nosotros nos ha incorporado a Él,
de modo que el descenso de Dios al mundo de los hombres fue una elevación del
hombre hasta el mundo de Dios» (Homilía 7ª sobre la Natividad del Señor, 3 y 7).
166
Esperanza y salvación
que salva. La enseñanza de Jesús, el Evangelio. "Te doy una instrucción, una
enseñanza" dice Jesús también. ¿Cómo es mi fidelidad en recibir y meditar esa
enseñanza? ¿Cómo me esfuerzo en aumentar mi cultura religiosa? ¿Y en ser fiel a
la oración?
-Si hubieras estado atento a mis mandatos... «Atento»... Es una cualidad
esencial a la oración... y a toda la vida del hombre. Haznos atentos, Señor. Jesús
hablaba a menudo de vigilancia: «velad y orad» ¡Tan a menudo vivo como
adormilado, dejándome llevar! «Os doy un mandamiento nuevo: ¡que os améis
los unos a los otros!» ¡Estar atentos a amar! ¡No dejar pasar las ocasiones de amar!
-...Tu paz sería como un río. El que se deja "guiar" por Dios, el que
escucha la «enseñanza provechosa», el que está «atento a amar», ¡está lleno de paz!
¡Un río! Evoco esa imagen...
-...Tu dicha y tu justicia serían como las olas del mar. ...Tu posteridad
sería como la arena del mar, y tus hijos tantos como los granos de arena.
Repetición de la promesa hecha a Abraham. A pesar de todos nuestros rechazos,
de todas nuestras faltas de amor, Dios quiere nuestra felicidad, nuestra «justicia»
nuestra «rectitud», nuestra «santidad»... ¡vasta y potente como las olas del mar! Y
Dios quiere que nuestra vida sea fecunda, que «nuestros talentos rindan el
céntuplo»... ¡como los granos de arena de las riberas! Una sola condición: estar
atento a tus mandatos, Señor (Noel Quesson).
El Salmo (1,1-2.3.4.6) habla de estos caminos: No se puede construir la
conciencia humana sin un fundamento divino. –Cristo es el Camino, la Verdad y
la Vida, quien lo sigue no caminará en las tinieblas. Por eso, para el justo la ley del
Señor es su gozo. Bien lo dice el Salmo1: «Dichoso el hombre que no sigue el
consejo de los impíos… sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y
noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto… y cuanto
emprende tiene un buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el
viento, porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los
impíos acaba mal». Éste es un salmo de instrucción con respecto al bien y al mal,
poniendo ante nosotros vida y muerte, bendición y maldición, a fin de que
tomemos el camino recto que lleva a la felicidad, y evitemos el que de cierto
conduce a la miseria y a la ruina.
Mateo (11,16-19) nos ayuda a vivir este tiempo de piadosa y alegre
esperanza. "¡Ven Señor Jesús!". "Ha llegado el Adviento. ¡Qué buen tiempo para
remozar el deseo, la añoranza, las ansias sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su
venida cotidiana a tu alma en la Eucaristía! - "Ecce veniet"! - ¡que está al llegar!,
nos anima la Iglesia." (Beato Josemaría. Forja, 548).
No podemos hacer como esos inconscientes que no se enteran, que no
se preparan para la gran fiesta. Jesús nos enseña a saber escuchar la música del
amor, hacer el bien, pedir a Dios saber “entonar” bien el cántico de la
generosidad, del amor que es lo más grande y se vive en lo más pequeño de cada
día. Para ello, hemos de luchar, entrenarnos en el oído, y quitar la vanidad,
orgullo, egoísmo…
En medio del bullicio del mundo, hemos de hacer como los niños que
reconocen al Maestro, se acercan a Él, y Él los bendice y abraza, y proclama con
éxtasis entusiasmado: "Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque
167
Vida más allá de la muerte
ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños." Suele
la gente ofrecer su mejor imagen, para causar buena impresión. Así, los profesores
principiantes suelen hacer ver en sus clases que saben mucho de lo que enseñan.
Pero más enriquecedor es acercarse a un sabio, y contemplar su sencillez, y ver
cómo escucha, y a veces responde: “no sé” ante una pregunta. Aparentar puede
ser necesario para el que quiere “ser más”, pero no para el que quiere ser
"pequeño", el que le basta con lo que tiene, el que está contento con lo que ya es,
hijo de Dios. Nicodemo quería hacerse pequeño, y no sabía cómo: "¿Cómo puede
un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su
madre y nacer?" (Jn. 3, 4). San Josemaría comentaba así este “proceso”: "hacernos
niños: renunciar a la soberbia, a la autosuficiencia; reconocer que nosotros solos
nada podemos, porque necesitamos de la gracia, del poder de nuestro Padre Dios
para aprender a caminar y para perseverar en el camino. Ser pequeños exige
abandonarse como se abandonan los niños, pedir como piden los niños" (Es Cristo
que pasa 143). Es un camino de sencillez, y puesto que nos hemos montado una
careta, camino de volver atrás, descomplicación, quitar los laberintos del corazón,
máscaras en los sentimientos, gafas de sol. Mostrarnos a los demás tal como
somos no es fácil, se requiere estar contentos con lo que somos, sin ansiar otras
cosas. También requiere que si hay algo que mejorar, lo procuremos: "Madre,
Vida, Esperanza mía, condúceme con tu mano -y si algo hay ahora en mí que
desagrada a mi Padre-Dios, concédeme que lo vea y que, entre los dos, lo
arranquemos.
”¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen Santa María!, ruega por
mí, para que, cumpliendo la amabilísima Voluntad de tu Hijo, sea digno de
alcanzar y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesús" (Forja 161).
Hay un famoso cuadro en la iglesia de Sant Paul, en Londres, que
muestra Jesús, abriendo la puerta del corazón de una persona. Cuando fue
presentado por el pintor, un asistente le hizo ver que quizá se había olvidado la
manecilla de la puerta, por que Jesús pudiera entrar. Pero el autor aprovechó
para explicarle que esa puerta, la de nuestro corazón, no tiene picaporte por
fuera, sólo se puede abrir por dentro. Vamos a procurar abrir esa puerta para que
entre Jesús, y con él el Cielo, en nuestro corazón. Vamos a procurar que todos los
hombres le abran la puerta a Jesús. Vamos a hacer muchas copias de esta llave,
para mostrar a los demás cual el secreto de la felicidad, del cielo: "El que hace la
voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése entrará”. Vamos a “entender” la
música del corazón, para decir con toda el alma, cada día, con mucha fe, las
palabras del Padre Nuestro: "Hágase tu voluntad." Oír la música: "por tanto, todo
el que oye estas palabra mías y las pone en práctica es como un hombre prudente
que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los
vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba
cimentada sobre roca."
Jesús es el que llama a la puerta del corazón del hombre, toca la música
para consolar al triste, acompañar al enfermo, ayudar al necesitado, visitar al que
esté solo. Llama y toca la música ahí donde nos encontramos: en la familia, con
los amigos, vecinos…
168
Esperanza y salvación
“En vísperas de la Navidad —cuenta la Madre Teresa de Calcuta— yo
abrí un hogar para enfermos de SIDA en Nueva York como regalo de nacimiento
para Jesús. Lo empezamos con quince lechos para otros tantos pacientes y con
cuatro jóvenes a quienes conseguí sacar de la cárcel porque no querían morir allí.
Ellos fueron los primeros huéspedes de nuestro hogar. Les había preparado una
capilla, de modo que tales jóvenes de veinte o veinticinco años, que no habían
estado cerca o se habían alejado de Jesús, de la oración o de la confesión,
pudiesen, si lo deseaban, acercarse de nuevo a Él. Gracias a la bendición de Dios y
a su amor, sus corazones se transformaron por completo. Los trece o catorce han
fallecido ya en nuestro hogar, porque se trata de una enfermedad mortal,
incurable. La última vez que estuve allí, recientemente todavía, uno de ellos hubo
de ser trasladado al hospital. Antes de ir me dijo:
—Madre Teresa, usted es amiga mía. Quiero hablar a solas con usted.
¿Qué creéis que me dijo aquel hombre que veinticinco años atrás se
había confesado y comulgado por última vez y que desde entonces había
interrumpido sus contactos con Jesús?
Me dijo esto:
—¿Sabe, Madre Teresa? Cuando siento un tremendo mal de cabeza, lo
comparto con el dolor de Jesús al ser coronado de espinas. Cuando experimento
un dolor insoportable (y es que el dolor que produce esa enfermedad es
insoportable de verdad), cuando el dolor resulta insoportable en mi espalda, lo
comparto con el dolor de Jesús al ser azotado. Cuando el dolor se hace
insoportable en mis manos y mis pies, lo comparto con el dolor experimentado
por Jesús al ser crucificado. Le pido que me lleve de nuevo al hogar. Quiero morir
cerca de ustedes.
Conseguí permiso del médico para llevármelo a casa. Lo acompañé a la
capilla. Jamás he visto a nadie hablar con Dios como lo hizo aquel hombre, con
un amor de comprensión tan grande entre él y Jesús. Después de tres días murió.
Difícil de comprender el cambio experimentado por aquel hombre."
La vida es como una canción de amor, que como toda canción tiene una
letra y una música: la letra es lo que toca en cada momento hacer, pero la
entonación musical es importante, si no sería muy aburrida la vida: es la música
del corazón, el amor, lo que da sentido a la letra, como decían aquellos del
primer concurso de “Operación triunfo”: “Nos une una obsesión. Cantar es
nuestra vida y mi música es tu voz. Cuenta con mi vida que hoy la doy por ti. Mi
pasión la quiero compartir. A tu lado me siento seguro... a tu lado yo puedo
volar... a tu lado mis sueños se harán por fin realidad. A tu lado... Estamos hoy
unidos cantando esta canción... A tu lado me siento seguro, a tu lado no dudo a
tu lado yo puedo volar. A tu lado hoy brilla mi estrella a tu lado mis sueños se
harán por fin realidad”. Al lado de Dios estamos seguros, su música es camino
seguro de felicidad. Es una música sutil y encantadora, nos hace –como decía
aquel grupo- “soñar despierto, vivir lo nuestro, volar” en este universo
sobrenatural, dondequiera que vayamos. Con el corazón llevando esta música,
podemos disfrutar profundamente de la compañía de las personas que nos rodean
(familiares, amigos, conocidos o extraños), entre ellas aquellos cuyos caracteres no
son perfectos, del mismo modo que nuestro propio carácter no es perfecto.
169
Vida más allá de la muerte
Estamos entonces abiertos a la belleza, al misterio y a la grandeza de la vida
corriente, "comprendemos" que siempre ha sido bella, misteriosa y grandiosa, y
que siempre lo será... como cantaba también ese grupo: “Juntas nuestras manos la
estrella brillará / música es la fuerza que nos empujará... / juntos corazones en una
sola voz, / tantas ilusiones en un corazón... / Cógela y aprieta fuerte, / lucha
cueste lo que cueste, / contra el viento contra el fuego llegarás al mismo cielo... /
Mi estrella será tu luz..., / coge mi mano yo estoy contigo / esto es un sueño
sueña conmigo... / Mi estrella será tu luz... / y conseguirlo no es tan difícil si la voz
te sale del corazón”. “Tal vez las canciones de Adviento… se tornen señales
luminosas para nosotros que nos muestran el camino y nos permiten reconocer
que hay una promesa más grande que la del dinero, el poder y el placer. Estar
despiertos para Dios y para los demás hombres: he ahí el tipo de vigilancia a la
que se refiere el Adviento, la vigilancia que descubre la luz y proporciona más
claridad al mundo” (Benedicto XVI).
La estrella es María, nuestra esperanza, Adviento vivo de la presencia del
Señor. Ella nos hace sentir a Jesús que nos busca, oír su música, aprender a bailar
con esa música divina… rezar, desperezarse de esperar en la plaza y caminar con
Jesús y trabajar con él… ésta es la vida: "Cristo se ha hecho para nosotros camino,
y ¿podremos así perder la esperanza de llegar? Este camino no puede tener fin, no
se puede cortar, no lo pueden corroer la lluvia ni los diluvios, ni puede ser
asaltado por los ladrones. Camina seguro en Cristo, camina; no tropieces, no
caigas, no mires atrás, no te detengas en el camino, no te apartes de Él. Con tal
que cuides esto habrás llegado." (San Agustín, Sermón 170, 11). No pensemos que
no tenemos méritos, pues es Él quien toca su música, con nosotros como
instrumentos… “a veces el más insignificante violín puede elevarse por encima del
conjunto de la orquesta, pidiendo atención para su quejumbrosa súplica. Escucha
las pequeñas voces de tu vida y advierte que también ellas tienen algo que
expresar con su canto” (Alaric Lewis OSB). Para oír la música divina hay que
escuchar en nuestro corazón, y en el silencio oírle… “En toda composición
musical hay silencios, pequeños descansos que detienen el sonido para hacernos
gustar con mayor plenitud el conjunto. Descubre la absoluta belleza del silencio
aún en medio del paso acelerado de la vida, y disfruta los momentos de reposo”
(sigue diciendo Lewis). Así iremos entonando este cántico de amor: “Dicen que el
universo vibra en ‘fa’. Si es cierto..., lo que conocemos como Dios seguramente
vibrara en ‘fa’ y será música” (Rafael Pascual). Descubriremos otra visión de Dios,
autor de este misterio: “La música es tan alta, que ninguna inteligencia puede
superarla y de ella emana un poder que todo lo domina y del que nadie es capaz
de dar razón” (Goethe).
Una de las experiencias más amargas que podemos experimentar al
desvivirnos por alguna persona, sea familiar o amigo, es cuando no somos
correspondidos. Si en “pago”, por los servicios prestados se nos ignora o se nos
critica, nos sentimos traicionados y heridos. A Jesús en este pasaje le sucede algo
parecido. Se siente triste y decepcionado de la respuesta del hombre. Él como
Dios, nos ha amado y querido hasta el límite –inigualable- de la encarnación y de
su muerte en cruz. En su vida no hizo otra cosa que pasar “haciendo el bien”... y
todo este despliegue de compasión, de amor y misericordia ¿dio fruto? ¿cuál fue
170
Esperanza y salvación
la respuesta recibida a cambio? Sabemos que la semilla dio fruto después de su
muerte. En nuestro caso, tenemos que reconocer que “todo” podría estar a
nuestro favor. Tenemos su presencia en la eucaristía, su gracia sacramental, su
acción a través de su Espíritu Santo... tenemos a María, Madre nuestra.
Ojalá el Señor vea cómo vamos poco a poco progresando en su
conocimiento, aprendiendo a apreciar, a gustar todos estos medios que nos hacen
sus amigos y nos impulsan a compartir con Él las penas y las alegrías. Nuestra
felicidad y realización personales dependen de saber escuchar y responder al
Señor y con más razón durante este Adviento, preparándonos a su venida… Y es
que como dice san Agustín: “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón estará
inquieto hasta que no descanse en ti.” Mientras que el hombre no centra su vida
en Cristo, toda su vida es insatisfacción… no importa de que se trate siempre
estaremos inconformes e incómodos. Cosa muy distinta ocurre en los que aceptan
a Cristo, sabiduría de Dios, en su vida. Para ellos la satisfacción no proviene de las
cosas exteriores, incluso ni de la personas, todo viene del amor de Dios que se
desarrolla en el corazón de los que creen. Abre tu corazón a Cristo para que él
nazca y viva en ti: Verás qué distinta es la vida desde su amor y amistad (Ernesto
María Caro).
Nuestra vida no tiene sentido si no es junto al Señor. ¿Adónde iremos,
Señor? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna (Juan 6, 68). Él viene a traernos un
amor que lo penetra todo como el fuego y a darle sentido a nuestra vida sin
sentido. Amor exigente es el del Señor, que pide siempre más y nos lleva a crecer
en finura del alma con Dios y a dar muchos frutos. Pero si el cristiano deja que el
amor se enfríe, vendrá esa terrible enfermedad interior que es la tibieza: Cristo
queda como oscurecido, por descuido culpable, en la mente y en el corazón; no
se le ve ni se le oye. Queda en el alma un vacío de Dios que se intentará llenar de
otras cosas, que no son de Dios y no llenan. Esta enfermedad tiene curación si
ponemos los medios. Siempre se puede descubrir de nuevo aquel tesoro
escondido, Cristo, que un día dio sentido a la vida. En la oración y en los
sacramentos nos espera siempre el Señor.
Por faltas aisladas no se cae necesariamente en la tibieza. La tibieza nace
de una dejadez prolongada en la vida interior que se expresa en el descuido
habitual de las cosas pequeñas, en la falta de contrición ante los errores
personales, en la falta de metas concretas en el trato con el Señor. Se ha dejado de
luchar por ser mejores y se abandona la mortificación. La tibieza es como una
pendiente inclinada; casi insensiblemente nace una preocupación por no
excederse, por quedarse en el límite, en lo suficiente para no caer en pecado
mortal, aunque se descuida y se acepta sin dificultad el venial. Las Comuniones
son frías, la Santa Misa distraída, la oración difusa, y el examen se abandona.
Estemos alerta para percibir los primeros síntomas de esta enfermedad del alma, y
acudamos con prontitud a la Virgen. Ella aumenta nuestra esperanza, y nos trae la
alegría del nacimiento de Jesús.
Fomentar el espíritu de lucha, nos llevará a cuidar el examen de
conciencia. De ahí sacaremos un punto en el que mejorar al día siguiente y un
acto de contrición por las cosas en que aquel día no fuimos del todo fieles al
Señor. Este amor vigilante es el polo opuesto a la tibieza. Y de nuevo, cerca de
171
Vida más allá de la muerte
Cristo. Con una alegría nueva, con una humildad nueva. Humildad, sinceridad,
arrepentimiento... y volver a empezar con una alegría profunda e incomparable.
Nuestra Madre nos ayudará a recomenzar (Francisco Fernández Carvajal).
Comenta San Agustín: «Aquí no se baila; pero no obstante que no se
baile, se leen las palabras del Evangelio: “Os hemos cantado y no habéis bailado”.
Se les reprocha, se les recrimina y se les acusa por no haber bailado. ¡Lejos de
nosotros el retornar aquella insolencia! Escuchad cómo quiere la Sabiduría que lo
entendamos. Canta quien manda; baila quien cumple lo mandado. ¿Qué es bailar
sino ajustar el movimiento de los miembros a la música? ¿Cuál es nuestro cántico?
No voy a decirlo yo, para que no sea algo mío. Me va mejor ser administrador
que actor. Recito nuestro cántico: “No améis al mundo, ni a las cosas del
mundo”…(1 Jn 2,15). «¡Qué cántico, hermanos míos! Escuchasteis al cantor,
oigamos a los bailarines: haced vosotros con la buena ordenación de las
costumbres lo que hacen los bailarines con el movimiento de sus cuerpos. Hacedlo
así en vuestro interior: que las costumbres se ajusten a la música. Arrancad los
malos deseos y plantad la caridad» (Sermón 311).
172
Esperanza y salvación
sonrisa que lo arregla todo: es el pan que pedimos en el Padrenuestro que no falte
ningún día, que nos dé cada día para festejar la alegría de vivir, el pan de la
Eucaristía.
¿Se interesa Dios por los hombres? ¿Tiene algo que ver con la historia de
mi vida? Hay una canción que habla de este discurrir del tiempo: “Unos que
nacen otros morirán / Unos que ríen otros llorarán / Agua sin cauce río sin mar /
Penas y glorias, guerras y paz: / Siempre hay porque vivir / Porque luchar. /
Siempre hay por quien sufrir / Y a quien amar. / Al final las obras quedan / Las
gentes se van. / Otros que vienen las continuaran”. Pero la vida no sigue igual,
porque Jesús nos lleva de la mano en este diario que se escribe día a día, él y
nosotros escribimos el libro de la historia. “Pocos amigos que son de verdad /
Cuantos te halagan si triunfando estás / Y si fracasas bien comprenderás / Los
buenos quedan los demás se van. / En cualquier parte / no importa el lugar / hay
hombres buenos / que al morir se van / Y mientras mueren, / en otro lugar, / los
buenos viven / sin pensar en más”… hay hombres de esperanza que nos
recuerdan que hay cielo, son los santos: saben que Dios nos ha dicho: «No temas,
rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino».
Is (12,2-3.4bed.5-6) proclama en el salmo: “Gritad jubilosos: «Qué
grande es en medio de ti el Santo de Israel.» El Señor es mi Dios y salvador:
confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi
salvación. Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.
Dad gracias al Señor, invocad su nombre, contad a los pueblos sus
hazañas, proclamad que su nombre es excelso. Tañed para el Señor, que hizo
proezas, anunciadlas a toda la tierra; gritad jubilosos, habitantes de Sión: «Qué
grande es en medio de ti el Santo de Israel.»”
La salvación, una fuente inagotable. El nombre de Isaías («Dios-salva»)
simboliza y localiza la fuente salvadora de Israel. Salvación que si en el pasado fue
liberación de Egipto, en el presente es confianza sin temor. En uno y otro caso es
lícito celebrar a Dios como fortaleza, poder y salvación. La iniquidad de Israel
consistió en haber abandonado a Dios, fuente inagotable de agua viva, salvadora,
y haber excavado cisternas agrietadas que no pueden retener el agua. A pesar de
todo, el mensaje de Isaías se abre hacia el futuro al invitar a los sedientos a beber
gratuitamente. Quien sienta sed está predispuesto a adherirse a Jesús, la roca de la
que mana el agua, nuevo Templo y fuente abierta en Jerusalén. Quien bebe en el
costado del Traspasado recibe el Espíritu de la nueva Creación. Es un hombre
nacido de nuevo y de arriba; goza de la vida que caracteriza a la creación
terminada. Este hombre nuevo forma parte de la comitiva del Exodo iniciado por
Jesús (Aparicio-García).
Juan Pablo II se refería a este "libro del Emmanuel": "Consejero
maravilloso, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz" (Is 9, 5) viendo
que anuncia “el rey Mesías que realizará en plenitud el nombre de "Emmanuel", es
decir, "Dios con nosotros", convirtiéndose en la perfecta presencia divina en la
historia humana. Así pues, es fácilmente comprensible que el Nuevo Testamento y
el cristianismo hayan intuido en esa figura regia la fisonomía de Jesucristo, Hijo de
Dios hecho hombre solidario con nosotros.
173
Vida más allá de la muerte
Los estudiosos consideran que el himno al que nos estamos refiriendo (cf
Is 12,1-6), tanto por su calidad literaria como por su tono general, es una
composición posterior al profeta Isaías, que vivió en el siglo VIII antes de Cristo.
Casi es una cita, un texto de estilo sálmico, tal vez para uso litúrgico, que se
incrusta en este punto para servir de conclusión del "libro del Emmanuel". En
efecto, evoca algunos temas referentes a él: la salvación, la confianza, la alegría,
la acción divina, la presencia entre el pueblo del "Santo de Israel", expresión que
indica tanto la trascendente "santidad" de Dios como su cercanía amorosa y activa,
con la que el pueblo de Israel puede contar. El cantor es una persona que ha
vivido una experiencia amarga, sentida como un acto del juicio divino. Pero
ahora la prueba ha pasado, la purificación ya se ha producido; la cólera del Señor
ha dado paso a la sonrisa y a la disponibilidad para salvar y consolar”. El orante
“tiene la certeza inquebrantable de que en la raíz de la liberación y de la
esperanza está la gracia divina. Es significativo notar que hace referencia implícita
al gran acontecimiento salvífico del éxodo de la esclavitud de Egipto”, y esto se ve
en la cita de las palabras del canto de liberación entonado por Moisés: "Mi fuerza
y mi canto es el Señor" (Ex 15,2). La salvación dada por Dios, capaz de suscitar la
alegría y la confianza incluso en el día oscuro de la prueba, se presenta con la
imagen, clásica en la Biblia, del agua: "Sacaréis agua con gozo de las fuentes de la
salvación" (Is 12,3), que nos lleva el pensamiento a la escena de la mujer
samaritana, cuando Jesús le ofrece la posibilidad de tener en ella misma una
"fuente de agua que salta para la vida eterna" (Jn 4,14). Al respecto, san Cirilo de
Alejandría comenta: "Jesús llama agua viva al don vivificante del Espíritu, por
medio del cual sólo la humanidad, aunque abandonada completamente, como los
troncos en los montes, y seca, y privada por las insidias del diablo de toda especie
de virtud, es restituida a la antigua belleza de la naturaleza... El Salvador llama
agua a la gracia del Espíritu Santo, y si uno participa de él, tendrá en sí mismo la
fuente de las enseñanzas divinas, de forma que ya no tendrá necesidad de
consejos de los demás, y podrá exhortar a quienes tengan sed de la palabra de
Dios. Eso es lo que eran, mientras se encontraban en esta vida y en la tierra, los
santos profetas y los Apóstoles y sus sucesores en su ministerio. De ellos está
escrito: Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación" (Comentario al
Evangelio de san Juan II, 4). Por desgracia, la humanidad con frecuencia abandona
esta fuente como recuerda Jeremías: "Me abandonaron a mí, manantial de aguas
vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua" (Jr 2,13;
cf Is 8,6-7). Luego se canta esta profesión de fe con una función misionera:
"Contad a los pueblos sus hazañas... Anunciadlas a toda la tierra" (vv 4-5). La
salvación obtenida “debe ser testimoniada al mundo, de forma que la humanidad
entera acuda a esas fuentes de paz, de alegría y de libertad”.
Filipenses (4,4-7) nos recuerda: “estad siempre alegres en el Señor; os lo
repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está
cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con
acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios,
que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos
en Cristo Jesús”. La razón de esta alegría es que: "El Señor está cerca". Como le
dijo el ángel a María: “alégrate… el Señor es contigo”. Pero: ¿Puede uno ser feliz
174
Esperanza y salvación
viendo el entorno que le rodea, esa serie de amenazas que están esperando la
oportunidad para matar cualquier esbozo de alegría? El niño es feliz porque se
sabe protegido y amado porque vive en presencia de sus padres. Y quizá
nosotros, los mayores, tendríamos que pensar si la razón de nuestra alegría no
estará ahí, en el sentido de debilidad, en el reconocimiento de que no podemos
nada, en esta confesión de que es la presencia de una solicitud paterna la que nos
hace vivir con alegría. Y quizá por eso rompemos con nuestros padres o con Dios
nuestro Padre y renegamos de él cuando vivimos situaciones deprimentes o
comprometidas, tristes o dolorosas. Un mundo sin fe, sin horizonte abierto, un
mundo sin cielo y sin esperanza es un absurdo. No puede haber alegría: ni alegría
material situada en lo económico, ni alegría social situada en lo político ni alegría
familiar situada en lo afectivo. Es un mundo cerrado, sin fronteras. Nosotros
tenemos la fórmula y el sentido para nuestra alegría porque creemos en un Dios
Padre que protege y mima nuestras debilidades y flaquezas, porque es benévolo y
compasivo con nuestros llantos, ante nuestras riñas, ante nuestros enfados porque
realmente espera de nosotros esa actitud confiada de levantar nuestros brazos y
vivir en el calor de su regazo (Andrés Pardo).
La verdadera alegría se encuentra donde dijo S. Pablo: "En el Señor. Las
demás cosas a parte de ser mudables, no nos proporcionan tanto gozo que
puedan impedir la tristeza ocasionada por otros avatares en cambio, el temor de
Dios la produce indeficiente porque quien teme a Dios como se debe a la vez que
teme confío en Él y adquiere la fuente del placer y el manantial de toda la alegría"
(S. Juan Crisóstomo, PG. 27, 179).
Por tanto, en lugar de quejarnos, hemos de procurar vivir la alegría que
viene de dar gracias, esto nos lo inspira Dios “para que nos sirva de salvación”
(prefacio común 4). Y así la consecuencia es que “la paz de Dios, que sobrepasa
todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo
Jesús”. Ya no nos preocupamos por la muerte o el fin del mundo porque la
salvación, el cielo, ya lo comenzamos a tener aquí con Jesús con su Reino de
amor. ¡El Señor está cerca! Vamos a prepararnos. Después de la consagración, al
proclamar el misterio de nuestra fe, decimos: “¡ven, Señor Jesús!”, y podríamos
preguntarnos: “¿pero no está ya aquí?”: claro, pero estas palabras con las que
acaba la Biblia significan también que Jesús viene al acabar la historia, como vino
hace 2000 años, y significa que viene a nuestra alma en la comunión, y de otro
modo su aliento vital, su vida divina se respira en cada bautizado; y de su fuerza y
amor viven todos los que en Él creen. ¡El Señor está cerca! Por esto, “¡no os
preocupéis por nada!" Ocupados tan sólo en las cosas buenas, hacerlas por amor,
viviendo en la presencia del Señor.
El evangelio es "Buena noticia"; por tanto, motivo de alegría para los
creyentes. La alegría cristiana proviene de la comunión con Dios y los hermanos
(Hch 2,46; 14-17), se manifiesta incluso en medio de las adversidades (Hch 5,41;
Sant 1,2; 2 Cor 7,4) y nadie la puede quitar al que la tiene (Jn 16, 20.22). Hay
una paz que el mundo no puede dar… Esta es la paz que experimentan los
cristianos cuando saben conjugar en su vida el cuidado responsable del caminante
y la petición confiada de lo que todavía falta, con la seguridad agradecida de
haber recibido por la fe la sustancia de lo que aún esperan. Esta es la paz que
175
Vida más allá de la muerte
guardan nuestros corazones y nuestros pensamientos, para que no perdamos el
gozo íntimo en medio de circunstancias adversas. Cristo Jesús, que habita por la fe
en nuestros corazones, es la misma "paz de Dios" en persona (“Eucaristía 1988”).
“Nuestra alegría no será auténtica hasta que deje de apoyarse en cosas que
pueden sernos arrebatadas y destruidas, y se fundamente en la más íntima
profundidad de nuestra existencia, imposible de sernos arrebatada por fuerza
alguna del mundo” (Benedicto XVI).
Lucas (3,10-18) ejemplifica la reforma de vida exigida por Juan,
sirviéndose de la pregunta "que tenemos que hacer", que formulan la multitud
anónima, unos publicanos y unos militares. Por publicanos se entiende los
encargados de la recaudación tributaria. Se trataba por lo general de judíos al
servicio de Roma, potencia ocupante. A la multitud anónima el profeta le pide la
distribución compartida de los recursos fundamentales para cubrir las necesidades
primarias de la existencia, alimento y vestido (v. 11). A los recaudadores les pide
que cobren exactamente los tributos establecidos y sus legítimas comisiones
personales, sin caer en la tentación de la avaricia o de la extorsión (v. 13). A los
militares les pide la abolición del chantaje y de cualquier medida intimidatoria (v.
14). Luego Lucas sintetiza la relación de inferioridad de Juan respecto al Mesías,
formulada por tres tipos de imágenes: rituales, jurídicas y apocalípticas, para
caracterizar al Mesías como el más fuerte. La imagen jurídica es la expresión
"desatar la correa de las sandalias". En el Antiguo Testamento este acto simboliza
la privación de un derecho en beneficio del desatante. La imagen no proviene,
pues, del mundo de los esclavos. Frente al Mesías, Juan se declara sencillamente
sin derechos. Las imágenes apocalípticas del fuego y de la horca de aventar
sugieren la idea de un tiempo último y definitivo por un lado, y de un personaje
clave y decisivo para los hombres por otro. No tienen nada que ver con el
infierno. A los recaudadores no les dice que corten sus relaciones con el poder
invasor; les dice simplemente que huyan de la extorsión. A los militares no les dice
que abandonen su posición; les dice simplemente que no chantajeen ni intimiden.
¿Simplemente? Observemos bien que la simplicidad del profeta habla de
honestidad en los negocios, de equidad en la aplicación de la justicia. Desde la
honestidad en los negocios y la equidad en la aplicación de la justicia, es decir,
desde lo bueno, a lo mejor resulta que cambian las estructuras comerciales y
jurídicas, es decir, se consigue el ideal. ¿Y qué decir de la simplicidad del profeta
en lo que pide a la multitud anónima? Compartir con los más desafortunados lo
necesario para cubrir, al menos, las necesidades primarias. ¿Y si a partir de este
domingo nos entrenamos todos un poco en este ejercicio del compartir? No es
evidentemente un programa económico, pero si compartiéramos muchos, a lo
mejor hasta cambiaban las estructuras económicas (A. Benito).
Esto significa adecuarlo a cada uno, por ejemplo para un estudiante:
estudia y procura sacar buenas notas, sé buen compañero y no engañes, di la
verdad aunque te cueste pasar algún mal rato, no falles a tus amigos ni los
traiciones, procura compartir las cosas y vencer el egoísmo, vence la pereza
cumpliendo tus encargos aunque no te vean… Resumiendo: procura hacer las
cosas con Jesús, que te acompaña aunque no lo ves, y cuando te cueste algo
piensa que los demás necesitamos de tu lucha, que todos estamos unidos y nos
176
Esperanza y salvación
ayudamos aunque no se vea, aunque estemos solos; de aquella hora de estudio
depende la historia del mundo. Al Señor se le acoge en la vida normal, no a través
de cosas excepcionales. Más que los gestos extraordinarios, cuenta la fidelidad en
lo cotidiano.
177
Vida más allá de la muerte
maldición, hace una profecía de bendición: "Qué hermosas son tus tiendas, son
como extensos valles, como jardines junto al río"… El Espíritu de Dios ha venido
sobre nosotros para convertirnos en fuente de bendición y de vida para todos.
Escuchar la Palabra de Dios y meditarla con gran amor nos debe llevar a
convertirnos en un signo del amor de Dios para toda la humanidad. No podemos
acercarnos a escuchar al Señor para después retirarnos de su presencia olvidando
lo que aquí hemos vivido, visto y escuchado. No podemos decir que tenemos a
Dios en nuestro corazón cuando sólo nos conformamos con rezarle, pero no
hemos hecho nuestros su Vida, su Amor y su Paz.
En aquellos días, Balaán, tendiendo la vista, divisó a Israel acampado por
tribus. El espíritu de Dios vino sobre él, y entonó sus versos: «Oráculo de Balaán,
hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha
palabras de Dios, que contempla visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos
abiertos: ¡Qué bellas las tiendas de Jacob y las moradas de Israel! Como vegas
dilatadas, como jardines junto al río, como áloes que plantó el Señor o cedros
junto a la corriente; el agua fluye de sus cubos, y con el agua se multiplica su
simiente. Su rey es más alto que Agag, y su reino descuella.» Y entonó sus versos:
«Oráculo de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo
del que escucha palabras de Dios y conoce los planes del Altísimo, que contempla
visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos: Lo veo, pero no es ahora,
lo contemplo, pero no será pronto: Avanza la constelación de Jacob, y sube el
cetro de Israel.»
El Salmo (24,4-5ab.6-7bc.8-9) pide a Dios que nos descubra sus caminos
para que no sólo los conozcamos, sino para que los sigamos. Muchas veces
pudimos perdernos en el laberinto de nuestros pecados, y pareciera como que nos
vamos a quedar atrapados en ellos. Sin embargo, quienes confiamos en el Señor,
seremos guiados por su Palabra para encontrar el camino de salvación. Dios jamás
se olvidará de nosotros, pues el amor y la ternura que nos tiene son eternos. Esto
no puede llevarnos a vivir descuidados en el amor, pensando que Dios nos
perdonará y salvará, pues el tiempo de gracia no es marcado por el hombre, sino
por Dios. Ojalá y escuchemos hoy su voz y no endurezcamos ante Él nuestro
corazón.
El Señor es recto y bondadoso. Nosotros, frágiles y pecadores, acudimos
a Él para que nos enseñe a caminar en el bien, deseando llegar a ser perfectos,
como Él es perfecto. Por tanto no podemos acudir a su presencia buscando Vida y
Sabiduría, para después volver a nuestros antiguos caminos de maldad. El Señor
nos conoce hasta en lo más profundo de nuestras intenciones. Él sabe que hay
muchas obras buenas en nosotros; pero ante Él no se ocultan nuestros pecados y
miserias. A pesar de todo eso Él nos sigue amando, y puesto que su ternura y su
misericordia hacia nosotros son eternas, siempre está dispuesto a perdonarnos, a
llenarnos de su Espíritu y a guiar nuestros pasos por el camino del bien mediante
su Palabra, que, hecha uno de nosotros, se convierte para nosotros en Camino,
Verdad y Vida: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que
camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; acuérdate
de mí con misericordia, por tu bondad, Señor.
178
Esperanza y salvación
El Señor es bueno y es recto, enseña el camino a los pecadores; hace
caminar a los humilles con rectitud, enseña su camino a los humildes”.
Mt (21,23-27) muestra a Jesús que con la respuesta a la pregunta sobre la
autoridad del Bautista proyectará luz sobre su autoridad: "¿Con qué autoridad
haces estas cosas, y quién te ha dado tal potestad?" En el relato de Mateo, a esta
pregunta precede la escena de Jesús expulsando a los vendedores en el templo.
Jesús les interpela: -"El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo o de los
hombres?" Efectivamente, es la pregunta más radical. Jesús va siempre
directamente a lo esencial. La opción fundamental es esta: o... o... No hay
escapatoria posible. Todo el porvenir queda comprometido (Noel Quesson). Los
dirigentes de Israel no quieren aceptar a Juan, como tampoco el rey de Moab
quedó nada satisfecho con las profecías del vidente Balaán, a quien él había
contratado con la intención contraria. La peor ceguera es la voluntaria. Aquí se
cumple una vez más lo que decía Jesús: que los que se creen sabios no saben
nada, y los sencillos y humildes son los que alcanzan la verdadera sabiduría. Estas
lecturas nos interpelan hoy y aquí a nosotros. Balaán anunció la futura venida del
Mesías. El Bautista lo señaló ya como presente. Nosotros sabemos que el Enviado
de Dios, Cristo Jesús, vino hace dos mil años y que como Resucitado sigue
estándonos presente. La pregunta es siempre incómoda: ¿le hemos acogido? (J.
Aldazábal).
Los sacerdotes intentan rebajar a Jesús con su pregunta y, sin embargo,
habiendo venido por lana, salen trasquilados. En vez de ser hombres que buscan a
Dios, se buscan a sí mismos y ven en Jesús a alguien que les va a quitar
protagonismo o incluso les va a desbancar. Esa envidia les llevará incluso a buscar
la muerte de Cristo. Así es la envidia. Basta recordar a Herodes intentando matar
al niño Jesús, o a Antipas matando a Juan para no quedar mal ante los invitados
al banquete. Casi todos los apóstoles seguirían la misma suerte que el Bautista. Y
así padecerían también los mártires de todos los tiempos. Los celos, la envidia, el
amor propio, el deseo de ser estimado, tenido por alguien importante, del temor
al «qué dirán, el brillar en un cierto nivel social, el ostentar un puesto de honra o
poder son fuerzas que carcomen y matan el espíritu del evangelio en nosotros.
Dios todopoderoso, que nació niño en una cueva, desmentirá esas creencias: «El
que busca su vida, la perderá; el que la pierda por amor a mí, la hallará». En la
película “The Damnet”, los malditos, traducida como “La caída de los dioses”, de
Visconti, muestra como una familia de alemanes degenera como tanta gente.
Recuerdo que un chico mejoró su posición social, y dejó a la novia amiga de toda
la vida que ya no le “vestía”, por otra de más “nivel”. Le dije que estaba siendo
egoísta. Salimos en coche y aún en el garaje ya me decía escandalizado: “¡el
cinturón de seguridad!”: para él lo importante era ponérselo cuanto antes. Pensé
que estábamos en una sociedad puritana… Oración: Señor, dame la gracia de
vivir con pureza de intención. Que mi obrar, pensar, sentir sea por Dios y delante
de Dios. Actuar: Revisaré mi actuar para no dejar que la envidia y otros males se
instalen en mi corazón.
183
Vida más allá de la muerte
Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy (Salmo II), leemos en la
Antífona de la Primera Misa de Navidad. “El adverbio hoy habla de la eternidad,
el hoy de la Santísima e inefable Trinidad” (Juan Pablo II, Audiencia general).
Precisamente por esto los judíos querían matar a Jesús, porque llamaba a Dios su
Padre (Juan 5, 18). Suyo en sentido totalmente literal: El Niño que nacerá en
Belén es el Hijo de Dios, Unigénito, consustancial al Padre, eterno, con su propia
naturaleza divina y la naturaleza humana asumida en el seno virginal de María.
Cuando esta Navidad le veamos inerme en los brazos de María no olvidemos que
es Dios hecho Hombre por amor a cada uno de nosotros, y haremos un acto de
fe profundo y agradecido, y adoraremos la Humanidad Santísima del Señor.
Jesús nos vino del Padre (Juan 6, 29). Pero nos nació de una mujer. El
Espíritu Santo ha querido mostrarnos (Mateo 1, 1-25) cómo el Mesías se ha
entroncado en una familia y en un pueblo, y a través de él en toda la humanidad.
María le dio a Jesús, en su seno, su propia sangre: sangre de Adán, de Farés, de
Salomón. Jesús, en cuanto Dios, es engendrado misteriosamente, no hecho, por el
Padre desde toda la eternidad. De este Niño depende toda nuestra existencia: en
la tierra y en el Cielo. Y quiere que le tratemos con una amistad y una confianza
únicas. Se hace pequeño para que no temamos acerarnos a Él.
Nuestra vida debe ser una continua imitación de la vida de Jesús aquí en
la tierra. Él, este Jesús (Hechos 2, 32), Dios hecho Hombre, es nuestro Modelo en
todas las virtudes. No hay en nosotros un solo pensamiento o sentimiento bueno
que Él no pueda hacer suyo, no existe ningún pensamiento o sentimiento suyo
que no debamos nosotros esforzarnos en asimilar. Jesús amó profundamente todo
lo verdaderamente humano: el trabajo, la amistad, la familia; especialmente a los
hombres con sus defectos y miserias. Su Humanidad Santísima es nuestro camino
hacia la Trinidad. Jesús nos enseña con su ejemplo cómo hemos de servir y ayudar
a quienes nos rodean; la caridad es amar como yo os he amado (Juan 13, 34).
Para imitar al Señor hemos de conocerlo, hay que “mirarse en Él” (J. Escrivá de
Balaguer). La lectura y meditación del Evangelio nos facilitarán contemplar a Jesús
Niño en la gruta de Belén, rodeado de María y José. Aprenderemos grandes
lecciones de desprendimiento, de humildad y de preocupación por los demás. El
Santo Evangelio nos ayudará a hacer de nuestra vida un reflejo de la vida de Jesús
(Francisco Fernández Carvajal).
184
Esperanza y salvación
El Salmo (84,9ab-10.11-12.13-14) reza: “Cielos, destilad el rocío; nubes,
derramad al justo.
Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a
sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra
tierra.
La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia, nuestra tierra dará su fruto la justicia marchará
ante él, la salvación seguirá sus pasos”.
Lucas (7,19-23) nos muestra la pregunta de los discípulos de Juan, que
hacen a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir?” Esta pregunta es el sentido de la
historia de Israel. Esa pregunta sigue flotando en medio de la historia. Los
hombres que aguardan y aceleran la irrupción de la justicia (los marxistas); los que
sueñan con un mundo más humano; los que esperan un futuro cataclismo que
destruya los cimientos del orden establecido; los que simplemente sufren
aplastados por la figura de Jesús, siguen preguntando: "¿Eres tú el que ha de venir
o esperamos a otro?" La respuesta de Jesús se despliega en el plano de los
principios de los hechos. En el plano de los principios Jesús ha tomado como
norma la esperanza de Israel, que aguarda la salvación definitiva de los hombres
(reflejada en la cita de Is 35, 5 y 61,1): sólo cuando el mundo cambie, cuando
surja una existencia nueva que destruya la ceguera, pequeñez y muerte de los
hombres puede hablarse de irrupción (o de llegada) del Mesías de Dios sobre la
tierra.
Pasando al plano de los hechos, Jesús ha mostrado el inmenso
atrevimiento de afirmar que la novedad del mundo nuevo ha irrumpido ya sobre
la tierra: los pobres reciben la buena noticia, caminan los que estaban impedidos,
ven los ciegos y los muertos resucitan. Mirada desde fuera, esta pretensión
produce escándalo (7,23): es verdad que ha curado a unos enfermos; es verdad
que ha ofrecido a unos cuantos la ilusión del reino... Pero, en el fondo, todo sigue
igual; los pobres continúan oprimidos; desesperan y mueren los enfermos; se
pudren en la tumba los que han muerto.
Sobre esta pretensión de Jesús se dividen los espíritus. Por más que le
admiren, los judíos de todos los tiempos, los marxistas de hoy día o simplemente
los incrédulos, suponen que Jesús ha fracasado. Puede haber tenido buenos gestos
e intenciones, pero al fin todo continúa como siempre. Por eso, después de haber
preguntado "¿eres tú el que ha de venir?", responden, quizá con tristeza: ¡No,
Jesús no era el que ha de venir! Y siguen esperando (o desesperando). En cambio,
los cristianos admiten el testimonio de Jesús y piensan que en el gesto de su vida
(su amor y sus milagros) ha comenzado a irrumpir sobre el mundo la realidad
definitiva (la victoria de la vida sobre la muerte).
*Dios no se revela solamente en el final, cuando la vida haya destruido la
muerte: Dios se está manifestando a través de toda la historia de Jesús, en sus
milagros iniciales, en el fracaso de su muerte y en el comienzo nuevo de su
pascua.
185
Vida más allá de la muerte
*Los milagros de Jesús tienen sentido como principio de un camino que
(pasando ciertamente por la muerte) conduce a la resurrección universal, en la
que se mostrará abiertamente que era "el que ha de venir".
Nosotros creemos en Jesús en la medida en que llevamos la "buena
noticia de la libertad" a los pobres, en la medida en que ayudamos a los
necesitados; sólo así testimoniamos nuestra fe en la Pascua (com, edic. Marova).
En el mundo de hoy son muchos los que siguen en actitud de búsqueda,
formulando, más o menos conscientemente, la misma pregunta: «¿eres tú o
esperamos a otro?, ¿de dónde nos vendrá la felicidad, el pleno sentido de la vida?
¿de la Iglesia, de las ideologías, de las instituciones, de las religiones orientales, de
las sectas, de los estimulantes? Porque no vemos que vayan reinando la justicia y
la paz en este mundo». Nuestra respuesta debería ser tan concreta como la de
Jesús, y en la misma dirección. Sólo puede ser evangelizadora una comunidad
cristiana que cura, que atiende, que infunde paz y esperanza, que libera, que se
muestra llena de misericordia. La credibilidad de la Iglesia, y de cada uno de
nosotros, se consigue sólo si hacemos el bien a nuestro alrededor. Como en el
caso de Jesús, de quien se pudo decir que «pasó haciendo el bien». Todos hemos
de mostrar a Jesús, hacer apostolado…El programa mesiánico no se ha cumplido
todavía. No reinan en la medida que prometían los profetas la justicia y la paz. El
programa mesiánico sólo está inaugurado, sigue en marcha hasta el final. Y somos
nosotros los que lo llevamos adelante. Cuanto más se manifieste la justicia y la
esperanza en nuestro alrededor, tanto mejor estamos viviendo el Adviento y
preparando la Navidad, que Jesús venga.
En la Eucaristía, antes de comulgar, rezamos todos juntos el
Padrenuestro. Y en esta oración hay una invocación que ahora en Adviento
podemos decir con más convicción interior: «venga a nosotros tu Reino». Con el
compromiso de que no sólo pedimos que venga el Salvador, sino también que
nosotros trabajaremos en la construcción, en nuestro mundo de hoy, de ese Reino
que trae paz y salvación a todos (J. Aldazábal).
190
Esperanza y salvación
graves… y vemos como actúan, en silencio, "aguantan en el dolor" y esperan el
“dedo” de Dios…
Embarazada como está la Virgen, estando desposada con José, él ve que
espera un hijo. Sabe de su pacto de virginidad, que habían acordado entre los dos.
Ella, por vocación; él, seguramente por acompañarla pues la quería en la situación
que ella dispusiera, respetando su compromiso con Dios, pues eso hace el amor.
¿María le dijo lo del ángel? Quizá sí, y José la acompañó a visitar y estar
esas semanas o meses a su prima Isabel. Quizá se sintió entonces indigno de estar
ahí por medio, que molestaba en un plan que no tenía nada que ver con él, como
escribía mi amigo Antoni Carol: si les veían muy unidos iba a ser difícilmente
creíble el misterio de la Encarnación virginal. Dios no dice nada; María ve a José
pensar esas cosas, i ella intuye y sufre pero tampoco dice nada… José hace
oración, y sigue sin tener luces. La Virgen intenta hacerse cargo del desconcierto
de su esposo —que no se siente digno para acompañarla—.
José es el que permanece en segundo plano, oculto, escondido, con su sí
permanente es el hombre fiel: de fe a prueba de fuego, dócil a la voz del Señor,
aunque sea en sueños, como solía hablarle el ángel. Se acomoda a los planes
divinos sin protestar. Es el hombre del santo encogimiento de hombros, que todo
le está bien. Le veo con una fe que rezumaba paz: cuando una cosa iba como
esperaba diría: “gracias a Dios!”, y cuando iba al revés, diría: “bendito sea Dios!”,
de manera que siempre estaba entre dar gracias y bendecir a Dios.
La decisión de dejar a María era darle libertad, quedaba fuera del riesgo
de pública infamia; y él aparecía como causante de la separación. Dios, al ver su
docilidad, no le hace sufrir más e interviene en sueños por medio de un ángel. La
caricia de Dios da vida otra vez a José, que así se va preparando más y más para
su misión.
Hay quien piensa la otra posibilidad, que María sabe y calla, que no dice
nada a José, quien al conocer su estado piensa dejarla –quedando él mal- y no
discute ni se queja ni pide explicaciones convencido de que algo divino está
ocurriendo, y que aquel asunto no es suyo. Cumpliendo la ley, debía dejarla, y la
deja libre para no perjudicarla. No estaría ajeno a conocer lo que pasó con el
nacimiento de Juan Bautista y los portentos –quedarse mudo Zacarías, etc.-.
Dios ilumina a José en sueños, y José es dócil: aprende a ir al paso de
Dios, como más tarde cuando se le indica que vaya a Egipto, que vuelva, etc.
Desplazarse a Belén para empadronarse no sería nada fácil, José sabía
que era inoportuno aquel viaje; pensaba que algún pariente en Belén les podría
albergar, pero una vez más nada salió como ellos habían pensado: el viaje a
Egipto será otro ejemplo de cambio de planes, como en el episodio del Niño
perdido y hallado en el Templo… aprenden a meditar las cosas, a ir al paso de
Dios, para cumplir su voluntad. Todo esto es modelo para nosotros, les pedimos
a José y María que nos ayuden a dejarnos llevar por Dios, a tener confianza y ver
esa mano invisible que nos acompaña y nos guía a lo largo de la vida.
192
Esperanza y salvación
la fe y el bautismo, somos la clase de hombre que buscamos al Señor, y venimos
ante Él para convertir nuestra vida en una continua alabanza de su Nombre.
Sabemos que, puesto que amamos a nuestro prójimo, como Cristo nos amó a
nosotros dando su vida para que tuviésemos vida, al final, junto con Él,
entraremos a la Casa del Padre, donde el Señor nos espera para hacernos
partícipes de su misma herencia, que le corresponde como a Hijo unigénito del
Padre Dios.
Lucas (1,26–38) nos cuenta la maravilla de la anunciación: -Una joven
desposada, cuyo nombre era María: -"Alégrate, objeto del favor divino, el Señor
es contigo" Es la traducción exacta, según el texto griego, de esta salutación
angélica que todos los cristianos conocen. "Dios te salve María" = Alégrate; "llena
de gracia" = objeto del favor divino; "el Señor es contigo"= el Señor es contigo.
Es el "buenos días" que Dios dirige a esta joven. ¡Con cuánto respeto y amor le
habla! Considero la fórmula, casi litúrgica que oímos en la misa: "El Señor esté con
vosotros"... Emmanuel... "Dios con nosotros" ¿Me uno yo profundamente a este
deseo?
-Al oír tales palabras, la Virgen se turbó, y púsose a considerar qué
significaría una tal salutación. Las vocaciones excepcionales no son nunca fáciles de
aceptar. De momento, Dios aparece como desconcertante.
-Le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del
Altísimo, al cual el Señor Dios dará el trono de su padre David. Esta era la célebre
profecía de Natán a David (I Sam 7,11). No será un reino triunfal. Reinará en los
corazones que de verdad querrán amarle.
-¿Cómo ha de ser esto? Pues yo no conozco varón. Es una fórmula griega
muy conocida. María ha escogido deliberadamente permanecer virgen. Se había
entregado a Dios en un cierto amor místico, absoluto, exclusivo.
-El Espíritu Santo descenderá sobre ti. El niño será "Santo". Será llamado
"Hijo de Dios". Porque para Dios nada es imposible. Es una afirmación del
misterio de la personalidad de Jesús: es Dios (Noel Quesson).
Así comenta S. Bernardo el “No temas, María”: “Oíste, Virgen, que
concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no era por obra de varón, sino por
obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es
tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados
infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de
misericordia. Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida
seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados,
y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos
para ser llamados de nuevo a la vida... No tardes, Virgen María, da tu respuesta.
Señora Nuestra, pronuncia esta palabra que la tierra, los abismos y los cielos
esperan. Mira: el rey y señor del universo desea tu belleza, desea no con menos
ardor tu respuesta. Ha querido suspender a tu respuesta la salvación del mundo.
Has encontrado gracia ante de él con tu silencio; ahora él prefiere tu palabra. El
mismo, desde las alturas te llama: “Levántate, amada mía, preciosa mía,
ven...déjame oír tu voz” (Cant 2,13-14) Responde presto al ángel, o, por mejor
decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la
Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y
193
Vida más allá de la muerte
acoge en tu seno a la Palabra eterna... Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los
labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de
todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará
adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate,
corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el
consentimiento. “Aquí está la esclava del Señor, -dice la Virgen- hágase en mí
según tu palabra.” (Lc 1,38)”.
194
Esperanza y salvación
sexualidad y presuponen un concepto egoísta de la libertad, que ve en la
procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad».
Lejos de abandonarse a quietud de la contemplación, estando
tranquilamente en su casa de Nazaret, la caridad es imaginativa, tiene inventiva, y
actúa según los medios que tengamos a mano: "La caridad es servicial, no busca
sólo su propio interés, y lo soporta todo" (1Cor. 13). San Bernardo dice que desde
entonces María quedó constituida en "Canal inmenso" por medio del cual la
bondad de Dios envía hacia nosotros las cantidades más admirables de gracias,
favores y bendiciones. Tomo de autor desconocido estas palabras: María, en la
Visitación, se hace también "servidora del prójimo", "servicio de la caridad a
domicilio", Nuestra Señora de los servicios domésticos. Nuestra Señora del
delantal puesto, Nuestra Señora de los mandados, Nuestra Señora de la cocina y
de la escoba. Es así modelo en su viaje, para los viajes de servicio que nosotros
podamos también hacer. Podemos pensarlo cada vez que meditamos este misterio
del Rosario. Dice mi amigo Àngel Caldas: “La alegría de Dios y de María se ha
esparcido por todo el mundo. Para darle paso, basta con abrirse por la fe a la
acción constante de Dios en nuestra vida, y recorrer camino con el Niño, con
Aquella que ha creído, y de la mano enamorada y fuerte de san José. Por los
caminos de la tierra, por el asfalto o por los adoquines o terrenos fangosos, un
cristiano lleva consigo, siempre, dos dimensiones de la fe: la unión con Dios y el
servicio a los otros. Todo bien aunado: con una unidad de vida que impida que
haya una solución de continuidad entre una cosa y otra”.
195
Vida más allá de la muerte
Consolador, de algún modo continúa en visitaciones que hace a sus hijos. Al
visitarla María, la llena el Espíritu Santo, el entusiasmo de Pentecostés se adelanta
en su boca y en el gozo de su hijo aún no nacido. Sus palabras son un compendio
de las misericordias que el Señor ha derramado a lo largo de la historia. Por eso se
repiten sin cesar en la boca de los cristianos. Y también esos frutos se renuevan a
lo largo de la historia en las atenciones maternales de María con nosotros.
Visitaciones que siempre dejan algo suyo, algo maternal y nos traen a Jesús, la
paz, el consuelo cuando estamos afligidos, fortaleza en la lucha, refrigerio en el
cansancio, ayuda en la tentación.
María lleva a Dios las cosas que oye, los elogios que le hacen, aquel
“bienaventurada tú que has creído”; y escucha, pues sabe escuchar al Espíritu
Santo, a Dios que habla en las profecías, en las palabras de las personas que
tenemos cerca. Contenta de llevar la alegría, entiende que “la unión con Dios, la
vida sobrenatural, comporta siempre la práctica atractiva de las virtudes humanas:
María lleva la alegría al hogar e su prima, porque ‘lleva’ a Cristo” (San Josemaría
Escrivá, Surco 566). María llevaría la mirada que refleja toda la gracia de su Hijo,
que llevará luego la mirada de Jesús en sus ojos saliendo a su Madre pues de ella
recibe todo su cuerpo, el alma la pone el Señor… El canto del Magnificat en el
que prorrumpe es como una fuente que recoge el agua tantas veces represada
meditando los textos de la Escritura, la misericordia divina con su gente, la ternura
del cielo: “magnifica mi alma al Señor…” es un canto a la humildad: “porque ha
puesto los ojos en la bajeza de su esclava”… “porque ha hecho en mí cosas
grandes el Todopoderoso”. Es un espejo perfecto de lo que revela Dios en su
historia: “derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes”, es un
canto a la esperanza, que nos anuncia que sus visitaciones nos acompañarán en lo
que hacemos, pues sentimos la presencia de la mano amorosa de María que nos
enseña la obediencia en la fe, aunque nos cueste, el amor perfecto, el amor no
egoísta. Nos lleva a beber en la fuente de la felicidad, el árbol de la vida, el que
nos abre las puertas de la eternidad, ya aquí en la tierra porque el cielo es vivir
este Amor divino. Esta es la ciencia de María, la ciencia de la vida, el auténtico
árbol de la ciencia, para poder comer del árbol de la vida: aprender a querer.
Visitaciones marianas, consuelos divinos que tanto nos ayudan… aunque
lo importante, como santa María nos sugiere, es como decía alguien, no buscamos
los consuelos de Dios, sino al Dios de los consuelos y nos da aquellos frutos
secretos que reserva para todos los que puedan acogerlos, es decir los pequeños,
los que entienden las cosas de Dios, que quieren ser sus amigos íntimos. Y estos
frutos son: serenidad pase lo que pase, gozo íntimo, certeza en la esperanza de
alcanzar la meta, luz para la inteligencia y alegría en la Verdad.
«Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi
salvador». El Magníficat de María que cantamos cada día en la Liturgia de las
Horas acercándonos a los sentimientos y al corazón con que María se alegraba,
bendecía y daba gracias a Dios por todas sus bondades. Como decía Francesc
Perarnau, “María se ha beneficiado de la gracia más extraordinaria que nunca
ninguna otra mujer ha recibido y recibirá: ha sido elegida por Dios, entre todas las
mujeres de la historia, para ser la Madre de aquel Mesías Redentor que la
Humanidad estaba esperando desde hacía siglos. Es el honor más alto nunca
196
Esperanza y salvación
concedido a una persona humana, y Ella lo recibe con una total sencillez y
humildad, dándose cuenta de que todo es gracia, regalo, y que Ella es nada ante
la inmensidad del poder y de la grandeza de Dios, que ha obrado maravillas en
Ella (cf. Lc 1,49). Una gran lección de humildad para todos nosotros, hijos de
Adán y herederos de una naturaleza humana marcada profundamente por aquel
pecado original del que, día tras día, arrastramos las consecuencias”.
Finaliza el tiempo de Adviento, de esperanza, y María quien nos enseña
el mejor camino, el que marca con su oración. Es el camino de la esperanza.
Ahora, cuando Navidad está a las puertas, y “el Señor está cerca”, como recuerda
la liturgia, echamos la vista atrás en este proceso que comenzó con la fiesta de la
Inmaculada y su novena... y al mismo tiempo adelante, hacia la noche santa:
"¡Qué cielo mas azul aquella noche! / Parece que se vea el infinito, / el Infinito sin
velos, / más allá de la luna y de las estrellas. // La luna y las estrellas brillan tan
claro / en el azul infinito de la noche santa, / que el alma se encanta / allá..." (Joan
Maragall). En todo este caminar, hemos ido con “María”, que significa entre otras
acepciones "estrella de la mañana" en lengua hebrea: recuerda la estrella que daba
orientación a los navegantes, porque conocieran el camino en la oscuridad de la
noche. Así la estrella guía a los Magos, y nosotros queremos seguir nuestra estrella
hasta llegar a Jesús…
Cuentan que había millones de estrellas en el cielo, estrellas de todos los
colores: blancas, plateadas, rojas, azules, doradas. Un día, inquietas, se acercaron a
san Gabriel –que es su jefe- y le propusieron: "- nos gustaría vivir en la Tierra,
convivir con las personas." -"Sea", respondió. Se dice que aquella noche hubo una
fantástica lluvia de estrellas. Algunas se acurrucaron en las torres de las iglesias,
otras fueron a jugar y correr junto con las luciérnagas por los campos, otras se
mezclaron con los juguetes de los niños. La Tierra quedó, entonces,
maravillosamente iluminada. Pero con el correr del tiempo, las estrellas decidieron
abandonar a los hombres y volver al cielo, dejando a la tierra oscura y triste. "-
¿Por qué habéis vuelto?", preguntó Gabriel, a medida que ellas iban llegando al
cielo. "-Nos fue imposible permanecer en la Tierra, allí hay mucha miseria, mucha
violencia, demasiadas injusticias". Les contestó Gabriel: "-Claro. La Tierra es el
lugar de lo transitorio, de aquello que cae, de aquel que yerra, de aquel que
muere. Nada es perfecto. El Cielo es el lugar de lo inmutable, de lo eterno, de la
perfección." Después de que había llegado gran cantidad de estrellas, Gabriel, que
sabe muchas matemáticas, las dijo: "-Falta una estrella... ¿dónde estará?". Un ángel
que estaba cerca replicó: "-Hay una estrella que quiso quedarse entre los hombres.
Descubrió que su lugar es exactamente donde existe la imperfección, donde hay
límites, donde las cosas no van bien, donde hay dolor. Es la Esperanza, la estrella
verde. La única estrella de ese color." Y cuando miraron para la tierra, la estrella
no estaba sola: la Tierra estaba nuevamente iluminada porque había una estrella
verde en el corazón de cada persona. Porque el único sentimiento que el hombre
tiene y el cielo no necesita retener es la Esperanza, ella es propia de la persona
humana, de aquel que yerra, de aquel que no es perfecto, de aquel que no sabe
cómo puede conocer el porvenir.
María es nuestra esperanza, la que nos guía a Jesús, que nos ha dado en
el pesebre. No obliga, nos muestra el camino, respeta nuestra libertad, como hace
197
Vida más allá de la muerte
la estrella, ilumina. Este es el modelo para toda educación, tanto la de los padres
con los hijos, la de los miembros de la Iglesia en su apostolado, o como
ciudadanos a nivel social y cultural: no se trata sólo de transmitir conocimientos,
sino vida, dar luz, ser un referente –estrella- en un mundo de gente que no sabe
hacia dónde ir, que necesita maestros. Con qué alegría nos dice un amigo: “quiero
contarte esta pena, sólo puedo explicártelo a ti, que me inspiras confianza”. Y
estos guías necesitan luz, dar del calor que tienen; María nos trae a Jesús que nos
quiere dar luz y calor, nos llena de optimismo y esperanza que va más allá de lo
que vemos, que a veces puede parecernos algo negro, que nos proyecta hacia lo
que no vemos. Leí hace poco: "Ciertamente, es muy difícil practicar la esperanza
en los tiempos que vivimos. Muchísimas son las cosas que militan en su contra: las
críticas y ataques, los valores morales en declive, el materialismo. Humanamente
hay poquísimos motivos para la esperanza; pero la esperanza no se basa en meras
consideraciones humanas, sino en la bondad de Dios, y tenemos que poner lo que
está de nuestra parte." La creación está esperando, expectante, esta luz. Pienso que
el esperanto, esta lengua que pretende unir a los hombres, tienen como lema la
estrella verde, la esperanza. Dios niño viene a decirnos que sí, que podemos
aprender la lengua de los hijos de Dios, que nos une a todos, en un mundo en el
que todos seamos hermanos. Navidad nos habla de que si Dios se ha hecho Niño,
es posible un mundo mejor, en el que reine la alegría. Que por muy negro que
parezca el futuro, y nuestros conflictos parezcan sin solución, siempre hay un
punto en lo más profundo del alma –¡la estrella verde!- que emana la luz y el
calor de Belén, que nos llena y nunca nos deja sentirnos vacíos, que es fuente
inagotable de ilusiones y proyectos. Porque Jesús entra dentro de la Historia, es
solidario con todo lo nuestro, y nunca nos sentiremos solos: “Si las estrellas bajan
para mirarte, / detrás de cada estrella / camina un ángel” (Luis Rosales).
199
Vida más allá de la muerte
–“unos pobres que vamos de camino”, respondió el patriarca humilde.
“¿Nos harían una gracia de caridad, por amor de Dios?”
-“Dios os ampare”, le dieron como respuesta.
-“Estos serán pobrecitos como nosotros”, añadió el santo. “Llamemos a
esa otra casa que tiene aires de palacio, aquí vivirá gente rica y caritativa que nos
llenará el zurrón”... y al llamar dijo: - "¿querríais hacer una limosna a unos pobres
peregrinos, por amor de Dios?"
-"¡Para peregrinos estamos!" -respondió una voz ronca sin abrir la puerta.
-"Deben de estar enfermos” -dijo San José-, “los ricos también pasan
enfermedades y penas".
Llamo a otra casa importante y le respondieron: "¡Dios os dé!", y en otra
ni esto le dijeron, respondiéndole solamente los perros con sus ladrillos poco
acogedores. San José, que era un saco de paciencia, al ver una recibida tan mala
para su santísima esposa, y para el Niño, la salvación del mundo, se apenó y dos
lágrimas amargas le resbalaron por su cara. El niño Jesús tuvo compasión, y
sintiendo brotar también sus lágrimas de sus hermosos ojos, dijo a san José: -
"llamemos, si te parece, a esa cabañita". Era la más pobre de las casas de aquel
pueblo y tan pequeña que ni el santo ni su esposa se habían apercibido de ella;
mes, esto sí, todas estaban cerradas a cal y canto como si tuvieran miedo de
ladrones, y esa, que no tenía nada que esconder, estaba de puertas abiertas; ni
hubieron de llamar sino que entraron y –en un inocente anacronismo el poeta
pone en boca de san José la frase popular-: "-¡Ave María purísima!" y de dentro
respondieron: "-sin pecado concebida", y vieron que era una familia alegre y
pobre, que les invitaban: "pasad, pasad, ¿queréis quedaros a cena con nosotros?"
decía la mujer, mientras ponía más platos en la mesa, con unos pequeños
panecillos y en medio la sopera... allí estuvieron muy bien acogidos y contentos
de estar con aquella humilde familia, y luego se fueron, y después cuando ya
estaban alejándose, la Virgen María volviéndose al niño Jesús, le dijo: -"hijo mío,
¿y qué paga les darás por esta obra buena que han hecho?" Dicen que el niño
respondió: "-madre mía, la paga la tendrán en el cielo; aquí en la tierra, cruces y
más cruces".
Es el misterioso sentido de la cruz que lleva a la gloria, la puerta de la
salvación, el signo más y de victoria, que tienen forma de cruz, sacrificio que da
fruto… Dios llama a la puerta de nuestra casa de muchas maneras. En lo de cada
día y ha algo de divino. En la abundancia o en la pobreza, en la salud o
enfermedad es Jesús quien nos busca, y hemos de dejarlo entrar... pues dónde los
dedos notan la espina que pincha, la mirada de fe descubre la belleza de la rosa
que nos regala, esto es la cruz.
Hoy en el Evangelio vemos la confianza de san José en Dios es modelo
para nosotros… (como reacciona ante la “duda”). En María y José encontramos
un matrimonio ejemplar, modelo para todos nuestros hogares, pero sin duda
singular, como vemos en el Evangelio de hoy. Es también naciente iglesia
doméstica, que custodiará el Redentor. Son de carne y hueso como nosotros,
vivían nuestras mismas dificultades y alegrías similares a las nuestras. La Sagrada
Familia es modelo de nuestras familias, luchaban por llevar las cosas adelante, y
nos enseñan a vivir las “dificultades” en positivo: transformarlas en
200
Esperanza y salvación
“posibilidades”, de amar más, de ser más entregados, de tener más fe y
perseverancia; así se refuerza el amor y la fidelidad. Las dificultades de “ordinaria
administración” no aparecen en el Evangelio: problemas con clientes del taller,
rumores de pueblo, estrecheces económicas propias de vivir al día… Se intuye que
para ellos los nervios no degeneraban en discusiones; que cuando no podían
solucionar una cosa hablando, optaban por el silencio (es una forma de diálogo,
cuando se ama): meditar las cosas, el silencio de la oración… Los problemas que
nos muestra el Evangelio no son los pequeños de cada día, sólo vemos los más
graves… y vemos como actúan, en silencio, "aguantan en el dolor" y esperan el
“dedo” de Dios…
Embarazada como está la Virgen, estando desposada con José, él ve que
espera un hijo. Sabe de su pacto de virginidad, que habían acordado entre los dos.
Ella, por vocación; él, seguramente por acompañarla pues la quería en la situación
que ella dispusiera, respetando su compromiso con Dios, pues eso hace el amor.
¿María le dijo lo del ángel? Quizá sí, y José la acompañó a visitar y estar
esas semanas o meses a su prima Isabel. Quizá se sintió entonces indigno de estar
ahí por medio, que molestaba en un plan que no tenía nada que ver con él, como
escribía mi amigo Antoni Carol: si les veían muy unidos iba a ser difícilmente
creíble el misterio de la Encarnación virginal. Dios no dice nada; María ve a José
pensar esas cosas, i ella intuye y sufre pero tampoco dice nada… José hace
oración, y sigue sin tener luces. La Virgen intenta hacerse cargo del desconcierto
de su esposo —que no se siente digno para acompañarla—.
José es el que permanece en segundo plano, oculto, escondido, con su sí
permanente es el hombre fiel: de fe a prueba de fuego, dócil a la voz del Señor,
aunque sea en sueños, como solía hablarle el ángel. Se acomoda a los planes
divinos sin protestar. Es el hombre del santo encogimiento de hombros, que todo
le está bien. Le veo con una fe que rezumaba paz: cuando una cosa iba como
esperaba diría: “gracias a Dios!”, y cuando iba al revés, diría: “bendito sea Dios!”,
de manera que siempre estaba entre dar gracias y bendecir a Dios.
La decisión de dejar a María era darle libertad, quedaba fuera del riesgo
de pública infamia; y él aparecía como causante de la separación. Dios, al ver su
docilidad, no le hace sufrir más e interviene en sueños por medio de un ángel. La
caricia de Dios da vida otra vez a José, que así se va preparando más y más para
su misión.
Hay quien piensa la otra posibilidad, que María sabe y calla, que no dice
nada a José, quien al conocer su estado piensa dejarla –quedando él mal- y no
discute ni se queja ni pide explicaciones convencido de que algo divino está
ocurriendo, y que aquel asunto no es suyo. Cumpliendo la ley, debía dejarla, y la
deja libre para no perjudicarla. No estaría ajeno a conocer lo que pasó con el
nacimiento de Juan Bautista y los portentos –quedarse mudo Zacarías, etc.-.
Dios ilumina a José en sueños, y José es dócil: aprende a ir al paso de
Dios, como más tarde cuando se le indica que vaya a Egipto, que vuelva, etc.
Desplazarse a Belén para empadronarse no sería nada fácil, José sabía
que era inoportuno aquel viaje; pensaba que algún pariente en Belén les podría
albergar, pero una vez más nada salió como ellos habían pensado: el viaje a
Egipto será otro ejemplo de cambio de planes, como en el episodio del Niño
201
Vida más allá de la muerte
perdido y hallado en el Templo… aprenden a meditar las cosas, a ir al paso de
Dios, para cumplir su voluntad. Todo esto es modelo para nosotros, les pedimos
a José y María que nos ayuden a dejarnos llevar por Dios, a tener confianza y ver
esa mano invisible que nos acompaña y nos guía a lo largo de la vida.
María y José son experimentados en llevar la cruz, aquellos seis meses
que José tardó al saber que Jesús era el hijo de Dios, cuando veía que tendría un
hijo. María sabe y calla, está serena y con mirada de fe, pero sufriendo, no dice
nada, y José no le pregunta y piensa dejarla, aquella cruz fue fuerte… y aguantan
pacientemente, sin pensar mal un del otro, y sin desconfiar de Dios. El ángel se
aparece a José, y le explica todo. Han aprendido a decir que si a Dios en todo
momento, a ser morada de Dios. Jesús ha nacido para nosotros, para cada uno, la
noche de Nadal, y queremos hacernos pequeños, como los pastores, y ser de los
primeros que están allá aprendiendo la lección que Dios nos da de humildad y
pobreza, de estar por encima de las cosas materiales, pues el rey del mundo nace
pobre en un establo. Queremos estar allá, verle como tiene frío, pero frío de
cariño, de nuestro amor. Jesús se muestra necesitado, y aprendemos así nosotros a
sabernos mostrar vulnerables. Y así la gente nos tendrá más confianza, se
acercarán al inspirar nosotros credibilidad, y los podremos ayudar, y nos podrán
hacer preguntas sobre las cosas importantes. No poseemos totalmente la verdad,
y de ahí que no tengamos que ser nunca prepotentes. El tema de la verdad es
importante, pues en nombre de ella se matan y discuten muchos. ¿Cómo se puede
hacer compatible con el pluralismo? Machado decía aquello de “¿tu verdad? –No,
la verdad, ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela…” No se llega a la verdad
por mucho gritar... la libertad es tan importante como la verdad, como el amor,
son tres cosas que si no van juntas no existen, así Jesús nos invita a seguirle con
aquel “si alguien quiere venir conmigo”... José también fue modelo de sencillez,
que es el mejor vestido para la verdad. Para ayudar a los demás, hace falta hacerse
pequeño, tener la humildad de la fe, la gran verdad. Cuando la razón pierdo la fe,
se pierdo también ella. Por esto es tan bonita la Navidad: no es un aniversario, ni
un recuerdo, ni un sentimiento. Es el día que Dios pone un Belén dentro de cada
alma, como decía E. Monasterio: aunque Cristo naciera mil veces en Belén, si no
nace dentro de mí, estaré eternamente perdido. Decía también un cantante:
“Jesús nace para mí la noche de Navidad”. Si le digo que sí, tendré los ojos
limpios, transparentes, iré a unos paisajes lejanos, entraré dentro un paraíso
perdido, cuyo recuerdo tenemos en la memoria, aquella luz del niño que
llevamos dentro. "Si te olvidas... de la fiebre / que te priva de vivir, que te quema
la sangre, verás el musgo del pesebre, con figuras de barro. Verás la montaña
segura / blanca de corderos emblanquecidos / con la luz de tus ojos de criatura /
completamente desempañados. Si te piensas cazar la estrella / no vayas
adormilado, / humedécete el párpado / con tres lágrimas de niño, / agáchate
hasta que eras niño" (J. M. de Segarra, "El poema de Nadal"). Hacernos pequeños
es necesario, para poder entrar a la cueva de Belén. Sólo fueron los pastores
quienes con ojos llenos de alegría vieron el ángel que anuncia el misterio de
Nadal: ellos pudieron oír, los pequeños, aquel “gloria a Dios en el cielo, y paz a la
tierra a los hombres de buena voluntad”; ellos fueron los primeros invitados a
adorar al niño que ha nacido en un pesebre, y ellos son los que comprenden el
202
Esperanza y salvación
anuncio del ángel y el misterio de Navidad. Alguno no, en la tradición catalana
está representado por el rabadán, que protesta, a veces es lo que hacemos
nosotros, él "yacía como siempre en la paja / lleva a los dientes una rebanada de
pan / y en el corazón una cantinela / una canción del perezoso". Él protestaba a
los pastores que le decían: "a Belén me quiero ir, quieres venir tú rabadán? -
¡Quiero almorzar! - El Mesías elegido ha nacido esta noche - ¿Quien te lo ha
dicho? - Un arcángel flameando por el cielo lo va pregonando. - ¡No será tanto!"
Traemos este villancico colgado al cuello, la cobardía de todos está aquí retratada,
esta pelea entre los pastores y el rabadán continúa siempre en el mundo, entre la
luz y la oscuridad, entre el anuncio del misterio y aquel "¡No será tanto, ya será
menos!", entre la esperanza y el pesimismo… dicen –en broma- que había uno tan
pesimista que veía la vida como un túnel oscuro, y que la única luz que ve dentro
del túnel es el tren que viene en dirección contraria. Una vez nos hemos hecho
pequeños, podemos hacer ya sin impedimentos el camino hacia el pesebre. "El
camino significa humildad, / quiere decir renunciamiento a fin de bien... camino
de la gloria, camino de la cruz, / camino que sube y baja y cansa"... "¿cómo se
encuentra el camino de Belén? / El camino de Belén, quien es capaz de verlo?" "Si
eres limpio de corazón, pastor mesquino, / no te debes perder por el camino /
que te va guiando la estrella cauta; / no te debes perder, pastorcito, / ve siguiendo
el camino derecho, / con el saco de gemidos y la flauta!". Nos hacemos así pobres,
entre los más pobres, y así podemos seguirlo, porque si Dios escogió un establo
no es algo que nos deba ser indiferente, sólo con las manos vacías nos podemos
llenar de él, si estamos cogidos a las cosas no podríamos. Cuando uno vacía su
corazón de otras posesiones y de espíritu entonces Él lo llena, es Dios que nos
habita y actúa con la verdad, es la fe que hoy hemos visto en san José.
208
Esperanza y salvación
ella nacerá de Dios, no de la carne y de la sangre y por obra de varón, será el Hijo
del Altísimo (“Eucaristía 1972”).
En Ex 40,35, como aquí, la aparición de la nube manifiesta la presencia
de Dios. El niño pertenecerá a ese mundo divino y celestial que la nube simboliza
generalmente (v. 35). Permanecer virgen era anormal en Israel, excepto en la
cultura esenia. Además, debe entenderse a la manera simbólica como todo este
"midrash": María representa a Jerusalén, objeto de promesa de fecundidad. No
conocer varón, para Jerusalén, es vivir al marasmo de su situación de repudiada,
de abandonada, de desamparada (cf Is 60,15; 62,1-4). María lleva sobre sí la
desolación de la ciudad repudiada, cuando oye que le dicen que serán celebradas
nuevas bodas en las que Dios recuperará, en ella, a su antigua prometida. La
anunciación realiza el misterio de las bodas de Dios y de su pueblo. El marco de su
comunión nupcial con Dios realza su virginidad, el fruto de esta boda espiritual
con Dios es Jesucristo (cf. Maertens-Frisque).
Por su belleza literaria y por la hondura de su teología este texto
constituye uno de los pasajes centrales del N.T. Dios actúa en la historia. No es la
entidad suprema que reside impasible en el plano de su inmutable eternidad sino
la fuerza liberadora y exigente que dirige los caminos de la historia de Israel y que
ahora actúa de una forma decisiva por María: a) Habla a través del ángel, que es
la expresión de su cercanía. b) Actúa creadoramente por medio de su Espíritu. c)
Se actualiza en el "Hijo" que nace de María. María es la expresión de la
humanidad que se mantiene abierta ante el misterio de Dios y concretiza la
esperanza de Israel y el caminar de aquellos pueblos que buscan su verdad y su
futuro. Pero, al mismo tiempo, María es la realidad del hombre enriquecido por
Dios, como lo muestran las palabras del saludo del ángel que proclama: "el Señor
está contigo", "has encontrado gracia ante Dios". Desde este punto de vista, María
se convierte en la figura del adviento, en signo de la presencia de Dios entre los
hombres. Más que Juan Bta., más que todos los profetas, ella es la humanidad que
simplemente ama y espera, la humanidad que acepta a Dios, admite su Palabra y
se convierte en instrumento de su obra. Así descubrimos que en el límite de su
esperanza (hombre abierto a Dios) se encuentra el principio de la fe (la aceptación
del Dios presente, tal como se refleja en la respuesta de María: "Hágase en mí
según tu palabra").
16. María es modelo de la mujer y la Madre de Dios.
María es “fuente de vida” (es el título de un icono bizantino)
para la mujer y la humanidad. "La mujer", en el lenguaje bíblico,
indica dos cosas: apertura y transmisión, tanto la acogida (estar
abierta) como la que entrega (trasmite): se la denomina
"Neguevah", que significa: la que está abierta, y la que da. Son dos
formas de expresión de lo fundamental de la persona: estar a la
escucha en una apertura a la trascendencia en las diversas
dimensiones de la persona, y comunicarse, acoger el amor y darlo,
recibir al otro y darle lo que necesita.
209
Vida más allá de la muerte
a) La capacidad de apertura se manifiesta cuando la mujer
es espacio de acogida, y María lo hace en sentido espiritual y
material: está siempre a la escucha de lo que Dios quiere, y
también ofrece su ser para acoger la vida, está abierta a la
maternidad y a la palabra, a la vida corporal y espiritual.
b) La capacidad de donación está también ahí, pues ese
término que expresa “mujer” tiene una raíz común con el verbo
"decir", estar al servicio de la palabra, del verbo, y –quizá por la
empatía, capacidad de agradar, etc.- es muy femenina la facultad
de la comunicación, el arte de transmitir, también ahí en los dos
sentidos de generar el verbo como madre y ofrecerlo a los demás
abriendo su maternidad a todos los hombres: entrega la Palabra, y
comunica la Buena Nueva; da a luz e ilumina a todos.
Estos dos aspectos maravillosos en la realización de la
misión de la Mujer por excelencia que es la Virgen María están
expresados en las dos fiestas que señalan la acogida y entrega de
Jesús: está unida a la Palabra de Dios, engendra el Verbo en su
interior en la Anunciación, y lo ofrece a los demás en el
Nacimiento. Son como dos fechas litúrgicas de los los aspectos. Ella
da sentido a su vida escuchando la palabra de Dios y realizando
con su libertad la obediencia de la fe. No sólo dijo “hágase en mí
según tu palabra” sino que se entregó como nadie, y por eso Jesús
responde al piropo de alabanza a su madre con un motivo más
alto: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la
ponen en práctica”.
Ella, “mujer” por excelencia, es la obra maestra de Dios,
“ensayada” en cada mujer de la historia hasta que llegó a su
perfección, en cada noche y en los mil luceros que la llenan, en los
ríos y cordilleras y puestas de sol. Es modelo para nosotros, a su
lado aprenderemos a vivir para acoger ese amor que nos da vida,
y transmitirlo hecho vida a los demás.
Jesús, encarnándose por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de la
llena de gracia, ha llevado a cumplimiento las antiguas promesas de un linaje que
nos elevaría a la dignidad de hijos de Dios, el sueño de tenerlo todo, de ser dios,
que llevamos dentro. María, modelo de la Iglesia creyente, totalmente confiada
en Dios, lo hace posible con su asentimiento humilde, sencillo y lleno de amor:
“Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Su apertura y
donación hacen el milagro: “Y el Verbo se hizo carne y puso su morada entre
nosotros”. El Espíritu de Dios, fuerza divina que conduce a los hombres hacia
210
Esperanza y salvación
Cristo, poder de Dios que nos trae a Cristo en el camino de la historia humana,
será también la herencia que Jesús nos deja por su pascua, la fuerza del amor que
ofrece al mundo como el don supremo de su vida (Pentecostés). El relato de la
anunciación refiere el momento culminante de la primera epifanía del Espíritu: La
fuerza de Dios que conduce a los hombres hacia el Cristo se adueña de María y la
convierte en madre (origen humano) de ese Cristo. Todo el relato (con la palabra
del ángel, la respuesta de María y la presencia creadora del Espíritu) se ordena
hacia una meta muy precisa: la salvación de los hombres. La instauración del reino
davídico ahí se realiza con plenitud: se pone la última piedra de la casa prometida
por Dios a David. Se pone la primera piedra del verdadero templo de Dios entre
los hombres. El cielo se acerca a la tierra. Y la tierra escogida para levantar este
santuario es María, una joven desconocida de Nazaret, un pueblo insignificante.
Esta es la página que divide la historia. Todo rezuma encanto, sencillez,
profundidad. Por parte de Dios, el amor más grande, que nos entrega a su Hijo,
pero respetando siempre la libertad humana, esperando la respuesta de María
para la decisión final. Por parte de María, la fe más grande, docilidad ilimitada,
entrega total. Por su palabra se encarnó en su vientre la Palabra. Su afirmación
anuló y superó todas las antiguas negaciones. Ahora las promesas hechas a David
se cumplen: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre... y su reino no
tendrá fin" (“Caritas”).
En tiempos de crisis económica, estamos un poco más cerca de lo que
representa este reino del pobre de Nazaret, al que vemos en los demás: "Pese a la
distancia, hasta nuestros oídos ha llegado el grito del hambre, desde Mogadiscio,
o de la guerra racista, desde Sarajevo. Pero también hemos registrado el grupo de
la insolidaridad y del miedo de la ultraderecha europea, atacando e incendiando
albergues para refugiados y hasta matando a personas dentro de ellos. Paco, 'El
Fugi', auténtico trotamundos forzado, hoy ya jubilado, comentaba que esto no es
nuevo, y contaba la de veces que él y miles de españoles como él habían tenido
que oír 'Ausländer raus!', en Hannover, o 'Vreedelingen Buiten!', en Amsterdam, o
'Foreigners go away!', en Manchester, o 'Etrangers déhors!', en París, o 'Stranieri
fuori!', en Milán... Y lo peor es que también los españoles hemos aprendido a
gritar en nuestro país '¡Extranjeros, fuera'... Y es que, se diga lo que se diga, a los
pobres nadie los quiere.» No tanto. Sí hay quienes hacen por los pobres y por los
extranjeros. Sólo que también es cierto que Europa, como tal, no quiere en su
seno a otros, ni siquiera a los europeos, cuando éstos no son del propio país.
¿Qué decimos y hacemos los cristianos europeos? (“Eucaristía 1993”).
211
Vida más allá de la muerte
V. “Mas líbranos del mal…”
(juicio, infierno)
Recuerda Ratzinger la
explicación que recibimos en la
infancia: “la corona de Adviento, con
sus luces, es un recuerdo de los miles
de años (quizá miles de siglos) de la
historia de la humanidad antes de
Jesucristo. Nos recuerda a todos
aquella época en que una humanidad
irredenta esperaba la salvación. Nos
trae a la memoria las tinieblas de una
historia todavía no redimida, en la
que las luces de la esperanza sólo se
encendían lentamente hasta que, al
fin, vino Cristo, luz del mundo, y lo
libró de las tinieblas de la
condenación. Aprendimos también
que esos miles de años antes de
Cristo eran un tiempo de
condenación, a causa del pecado
original, mientras que los siglos
posteriores al nacimiento del Señor
son ‘anni salutis reparatae’, años de
la salvación restablecida.
Recordaremos, finalmente, que se nos dijo que en Adviento la Iglesia, además de
pensar en el pasado, en el periodo de condenación y de espera de la humanidad,
se fija también en la multitud de los que aún no han sido bautizados, para los que
todavía sigue siendo Adviento, porque esperan y viven en las tinieblas de la falta
de salvación”… después de las masacres del siglo XX y las bombas atómicas, “si
somos sinceros, no volveremos a construir a constuir una teoría que distribuya la
historia y los mapas en zonas de salvación y zonas de condenación. Más bien, nos
aparecerá toda la historia como un mapa gris, en la que siempre es posible
vislumbrar los resplandores de una bondad que no ha desaparecido por
completo, en la que siempre se encuentran en los hombres anhelos de hacer el
bien, pero en la que también siempre se producen fracasos que conducen a las
atrocidades del mal”. Por tanto el adviento no es recuerdo, es presente, la Iglesia
no juega, vive una preparación, un evento, y hemos de atrevernos a vivirlo, no
cerrarnos a la salvación, no encerrarnos en nosotros mismos, abrirnos a la Verdad
que vence al mundo, al mal, aún a costa de las imágenes que nos hemos hecho.
“Creer verdaderamente significa contemplar la realidad con corazón valiente y
abierto, aunque esto vaya contra la imagen que a veces nos hemos hecho de la fe.
212
Esperanza y salvación
Algo típico de la existencia cristiana es que nos atrevamos a hablar con Dios desde
el abismo de nuestras tinieblas y tentaciones, igual que Job. Es esencial que no
pensemos ofrecer a Dios solamente una mitad de nuestro ser (la parte buena),
reservando el resto por temor a enojarlo. No; precisamente ante Él podemos y
debemos colocar, sin ambajes, toda la carga de nuestra existencia. Olvidamos
demasiado que en el libro de Job… Dios proclama, al final, que Job es justo,
aunque le ha dirigido los más duros reproches; mientras que sus amigos son falsos
oradores, a pesar de haber defendido a Dios, y haber buscado a todo una
solución bonita y una respuesta.
”Comenzar el Adviento no significa otra cosa que hablar con Dios igual que
Job. Significa ver con valentía toda la realidad, el peso de nuestra existencia
cristiana, y presentarla ante el rostro justiciero y salvador de Dios, aunque no
podamos dar ninguna respuesta –como Job-, sino que tengamos que dársela a
Dios, manifestándole qué faltos de palabras nos encontramos en nuestra
oscuridad” (Benedicto XVI).
Toda lo que podemos decir del más allá es que “ahora ya
somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que
seremos” (1 Jn 3,2), es decir ya, pero todavía no. Jesús no
responde cuando le preguntan si son muchos los que se salvan,
etc., no hace estadísticas, sino habla del camino estrecho, de la
lucha, y sobre todo del amor: en la parábola del juicio habla de
que lo que hacemos a los demás lo hacemos con él. “Tuve hambre
y me disteis de comer” –“¿Pero si no te vimos?”, le responden. –
“Cuando lo hacíais con uno de estos, conmigo lo hacíais”. Y a S.
Pablo le dirá: “¿Por qué me persigues?” y entenderá que Jesús está
en los demás, y hablará del Cuerpo de Cristo…
Para entender el camino hacia el cielo, hemos visto la relación
del hombre con Cristo y con la historia, y también hemos de
recordar ahora la relación de la persona con los demás.
1. El hombre, ser relacional
Muchos pueden decir con Dante: "En medio del camino de mi
vida, me encuentro en un bosque de una oscuridad " (Infierno,
canto 1) Esta experiencia y se la vez terrible y gozosa, porque
supone la constatación de encontrarse solo, solo ante el mundo,
solo ante Dios". La cita es de H. Nowen, Tres etapas en la vida
espiritual, un proceso de búsqueda (PPC 1996, 6). Voy a repasar
algunas notas que tomé de la lectura del libro: "En medio de la
vida turbulenta, a menudo caótica, se nos exige, en una primera
etapa, calar, con honradez y la labor, en ese nuestro ser íntimo. El
mismo tiempo, con enorme cuidado, en nuestro prójimo y, con
213
Vida más allá de la muerte
una oración cada vez más profunda, en Dios" (p. 7). Va repasando
cómo los demás influyen en nuestra vida, hasta el punto que lo
que hablamos nos configura: "Si alguno sigue aún dominado por
sus malos hábitos anteriores y sólo puede emplear su palabra, no
su vida, como medio de enseñanza, que hable... pero quizá, por
vergüenza ante la falta de sintonía entre su vida y sus palabras, al
fin empiece a llevar a la práctica lo que enseña de palabra" (John
Climacus, The Ladder of Divine Ascent, New York, Harper 1959,
203).
La vida espiritual se va configurando en unos frentes en el
amor: la relación con uno mismo, con los demás y con Dios. "La
primera polaridad tiene que ver con las relaciones con nosotros
mismos. Se trata de la polaridad entre la soledad negativa, amarga,
rechazada, la que se trata de evitar a cualquier precio, y la positiva.
La segunda polaridad constituye la base de nuestras relaciones con
los demás. Es la polaridad entre la hostilidad y el sentido de
hospitalidad. La tercera polaridad, la última y la más importante,
configura nuestras relaciones con Dios. Es la polaridad entre la
ilusión y la oración" (10). La primera etapa pues es el encuentro
con lo más íntimo de nosotros mismos: de el aislamiento a la
soledad, de una soledad asfixiante, entre la competencia y el
espíritu de equipo, hacia la libertad. "Este tipo de soledad amarga
es una de las experiencias humanas más universales, pero nuestra
sociedad occidental contemporánea ha llegado a un grado inusual"
(16), donde "las palabras y las imágenes que decoran el mundo
lleno de miedo se habrán de amor, delicadeza en las relaciones
humanas, de ternura y del gozo de la gente que vive en
comunidad totalmente despreocupada.
La sociedad contemporánea la que nos encontramos siente
agudamente en sus carnes la soledad amarga. Nos hacemos cada
vez más conscientes de que vivimos en un mundo en el que hasta
las relaciones más íntimas han entrado a formar parte de una
competencia, de una rivalidad.
La pornografía parece uno de los resultados lógicos de esta
situación, es la intimidad puesta en venta. En muchas tiendas
porno, cientos de jóvenes y ancianos solidarios, agarrotados por el
miedo de que alguien pueda reconocerlos, miran con expresión
214
Esperanza y salvación
vacía de chicas desnudas, dejan que sus mentes de desvanezcan en
habitaciones cerradas, llenas de intimidad, en las que un extraño a
ellos mismos pueda hacer desaparecer su soledad. Mientras tanto,
las calles se hacen un eco vocinglero de la lucha por la
supervivencia y hasta los establecimientos por no son incapaces de
silenciar ese ruido, y menos todavía cuando los suyos de sus locales
recortando los mirones que allí se va a comprar y no solamente
dejar que la vista se deleite o se engañe.
La soledad que es, en nuestro mundo actual, una de las
fuentes universales más importantes de sufrimiento. Los psiquiatras
y las clínicas de tratamientos psicológicos hablan de ella como de
la queja expresada, frecuencia por sus clientes, y la raíz, no sólo el
número creciente de suicidios, sino también del alcoholismo, del
consumo de drogas, de diferente síntomas psicosomáticos, como
pueden ser dolores de cabeza, de estómago, dolores de espalda, el
gran número de accidentes de tráfico. Niños, adolescentes, adultos
y ancianos están expuestos, cada vez en mayor medida, contagió
de la enfermedad de la amarga soledad en un mundo en el que un
individualismo competitivo intentar reconciliarse con una cultura
que habla de solidaridad, unidad y comunidad como ideales por
los que luchar" (17). El mundo está necesitado de gente alegre,
servicial, trabajadora, leal, sencilla y humilde, respetuosa, amante
de la libertad, prudente y comprensiva, piadosa… que dé paz, a la
que se le pueda decir: "Me gustaría verte". "Es un lenguaje que
desvela el deseo de estar cerca y de ser receptivos, pero que por
desgracia en nuestra sociedad no tiene la capacidad de curar las
heridas de nuestra soledad, porque el dolor real se siente allí
donde nos cuesta mucho que entre nadie" (18).
Un intento de eliminar la constatación de una situación
dolorosa: "nuestra cultura se ha hecho más refinada a la hora de
evitar el dolor, y no sólo el físico, sino en emocionar y elemental.
No solamente enterramos nuestras cabezas, como si aún
continuaron vivas, sino que también enterramos nuestras penas
como si ellas no estuvieran presentes en nosotros. Nos hemos
acostumbrado de tal modo a este estado de anestesia que nos da
pánico constatar que, en un momento dado, no hay nada ni nadie
que pueda distraernos. Por ejemplo, cuando no tenemos un
215
Vida más allá de la muerte
proyecto que acabar, ningún amigo al que visitar, ningún libro
querer, cuando tampoco podemos ver la televisión o poner un
disco, cuando se nos deja solos en su propio albedrío, se nos pone
tan cerca de la revelación en su condición de ser humano solitario
y nos entra tal miedo de experimentar este sentido de soledad
total, que solemos hacer cualquier cosa para ocuparnos de nuevo y
continuar el juego que nos hace creer que después de todo no pasa
nada, todo funciona a la perfección. John Lennon dice: "siente tu
propio dolor", pero ¡Qué doloroso se nos hace esto!" (20).
Somos torpes para enfrentarnos a dolor, buscamos
distraernos con sensaciones y corremos el peligro de convertirnos
en personas infelices que sufren por muchos deseos ardientes
insatisfechos y torturadas por expectativas que jamás pueden llegar
a cumplirse. "La primera emisión de cualquier escuela tendría que
ser proteger el privilegio de ofrecer un tiempo libre -la palabra
latina schola significa tiempo libre-, para comprendernos algo
mejor a nosotros mismos y nuestro mundo. Y no es fácil conservar
el tiempo libre como realmente libre y evitar que la educación
degenere en otra forma más de competencia y revalidad" (22).
El peligro de una solución final: "cuando nuestra soledad
nos lleva fuera de nosotros mismos, a los brazos de nuestros
compañeros en la vida, estamos, de hecho, dirigiéndonos a un tipo
de relaciones que nos causarán enormes sufrimientos, a amigos
que llegarán a cansarnos y abrazos que nos ahogarán" (23). Es "una
triste experiencia de cuantas veces las personas que sufren soledad,
a menudo agudizada por la falta de afecto en el círculo de su
propia familia, buscan una solución a sus penas y se empeñan en
encontrar un nuevo amigo, un nuevo amor o una nueva
comunidad con expectativas mesiánicas. Aunque su mente sabe
muy bien lo que significa la auto desilusión, su corazón sigue
clamando: "quizá esta vez he encontrado lo que consciente o
inconscientemente he estado buscando" (24).
Qué bonito, cuando las almas logran comunicarse,
compartir el “misterio interior”, para eso hay que tenerlo, pues si
no “jamás seremos capaces de formar comunidad. Es el misterio
interior el que nos atrae mutuamente nos permite establecer unas
relaciones de amistad duraderas. Una relación íntima entre
216
Esperanza y salvación
personas no sólo exige la apertura mutua, sino que también
necesita una protección de la unicidad de los demás" (25). Juntos,
pero demasiado cerca: "Lo mismo que las palabras pierden su
poder cuando no han nacido de nuestro silencio, de la misma
anegada apertura pierden todo sentido cuando no se ha sabido
mantener el santuario cerrado" (26). Hay una soledad buena, y el
encuentro con el otro no puede encontrarse en una masificación
humana, como dice Kahlil Gibran: "cantar y bailar alegres los dos
juntos, / pero deja a cada uno de vosotros esté solo / lo mismo
que las cuerdas de un laúd están solas, / aunque los dos se hallen
embebidas con la misma armonía.
Permaneced juntos, pero no demasiado / lo mismo que las
columnas de un templo están separadas, / y los robles y los
cipreses / carecen, pero nunca uno a la sombra del otro" (The
Prophet, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1951, 15-16) que significa
que ni la amistad ni ningún amor ni comunidad ni matrimonio
puede liberarnos esa soledad, "¿porque no seguimos nuestro deseo
de evitar los cuatro vientos esta soledad y buscar a alguien al que
poder abrazar y en cuyos brazos nuestro cuerpo tenso y nuestra
mente puedan encontrar un momento de descanso profundo y
gozar la experiencia momentánea de ser entendidos y aceptados?
Son preguntas difíciles porque nos llegan en sus corazones heridos
y nos mete en un camino difícil, casi un callejón sin salida. Es el
camino de la conversión de nuestra soledad inquietante, nuestra
soledad positiva. Para vivir una vida espiritual debemos, en primer
lugar, encontrar el valor para entrar en el desierto de nuestra
soledad desolada y cambiarla al fuerza de trabajo en un jardín
solitario. Esto exige no solamente valor, sino también una fe
fuerte. Tan difícil como es que la soledad de arenas abrasadoras
del desierto puede producir una infinita y variedad de flores, no es
imaginar que nuestra soledad esconde bellezas desconocidas. El
paso de la soledad desértica a la soledad positiva es, sin embargo,
el inicio de toda vida espiritual, porque es el paso de la turbación
de los sentidos a la quietud espiritual, de la búsqueda de los deseos
fuera de nosotros mismos, hacia la búsqueda interior, del temible
sentirse pegados unos a otros, al juego sin miedo" (68).
A veces, encontramos y oímos que una persona
217
Vida más allá de la muerte
excepcional nos dice: "No corras. Quédate tranquilo y en silencio.
Escucha atentamente tu propia lucha. La respuesta a tu pregunta
está oculto en tu propio corazón". Recuerdo un pobre que al
verme correr por Roma me dijo: " porque vas tan aprisa? Tómate
la vida con más calma." El auténtico guía espiritual es el que, en
vez de indicarnos que hacer o con quién ir, nos ofrece la
posibilidad de permanecer solos y arriesgarnos a estar solos. Nos
hace ver que derramar pequeñas gotas de agua en nuestro campo
seco no remedia la sequía, pero llegaremos a encontrar el pozo si
acabamos profundamente bajo la superficie de nuestras
lamentaciones " (30)... aunque fracasamos seremos libres como
decía el papa en encuentro de los jóvenes de 2000, aun el
matrimonio más encajado no puede llenarse totalmente en esa
intimidad que sólo Dios sacia. Una soledad receptiva: "un hombre
o una mujer que ha desarrollado esta soledad del corazón ya no se
siente descentrado por los más divergentes estímulos del mundo
que le rodea, sino que es capaz de percibir y entender de este
mundo de se un centro interior tranquilo... no es difícil distinguir
entre la inquietud y la paz interior, en creer que es juguete de
cualquier sensación y el que se siente libre, entre el solitario
involuntario y el que vive profundamente la soledad en medio del
mundo que le rodea. Cuando vivimos la soledad del corazón,
podremos escuchar con atención las palabras y los mundos de los
demás. Pero cuando somos arrastrados por la soledad inquietante,
tendemos a seleccionar aquellas señales y acontecimientos que
producen una satisfacción inmediata a nuestras necesidades
pusilánimes" (32).
"Quizá el consejo más importante para todos las personas
que se encuentran en momentos búsqueda es el que Rainer Maria
Rilke dio a un joven que le preguntó si debía escoger como
vocación la literatura, y dentro de ella, la dedicación a la poesía .
Rilke le dijo: ' preguntas si tus versos son buenos. Me lo preguntas
a mí. Antes es preguntada otros. Has enviado tus versos a
determinadas revistas. Los comparados con otros poemas y te
sientes molesto cuando ciertos editores rechazan tus esfuerzos.
Ahora,... te pido que te olvides de todo eso. Centras tu mirada
fuera de ti mismo, algo que en estos momentos te es
218
Esperanza y salvación
absolutamente nefasto. Nadie puede ni aconsejarte ni ayudarte,
nadie. No hay más que un camino. Interiorízate. Buscar los
motivos que te llevan a escribir. Descubre si todo eso se enraíza en
lo más profundo de tu corazón, piense seriamente si serías capaz
de morir si se te fuera negada la capacidad de escribir. Y, sobre
todo, en el silencio de la noche, pregúntate a ti mismo: ¿Debo
escribir? Sondea en ti mismo para tratar de encontrar la respuesta
más profunda, y si es afirmativa, si puedes responder esta
pregunta, la primera de todas, con un simple debo, entonces
construye tu vida de acuerdo con esa necesidad. Tu vida, incluso
en tú ahora, que tiene todas las apariencias de ser una nadería,
debe ser un testimonio de tu urgencia interior".
"Te pido con toda mi alma que seas paciente con todo lo
que no está resuelto en tu corazón y que trates de amar los
interrogantes mismos. De momento no busques las respuestas que
no se te pueden dar porqué no vas a ser capaz de vivirlas. Lo
importante es vivir todo; en este momento, los interrogantes.
Quizá luego, gradualmente, sin darte cuenta, te encontrarás, un día
distante, con toda la respuestas. De momento, acepta con gran
confianza todo lo que te llegue, pero sólo si surge de tu propia
voluntad, de una cierta necesidad de ser más tú mismo en la
profundidad de tu ser. Entonces Así podremos vivir, como Anne
Morrow Lindbergh, como un niño o un santo en la inmediatez del
aquí y del ahora" (Gift from the Sea, New York, Pantheon Books
1968, 40; Regalo del mar, Bcn, Circe 1994). Thomas Merton en
1950 escribía en su diario: "en la profunda soledad es donde he
encontrado el sentido profundo del amor que les debo a mis
hermanos. Cuando más solitario estoy, más los amo. Se trata del
afecto puro y del respeto por la soledad de los demás" (The Sign of
Jonas).... " aunque fuera del mundo, nosotros (los monjes) somos
del mismo mundo que todos los demás, el mundo de la bomba
atómica, el mundo del odio racial, el mundo de la tecnología, el
mundo de los medios de comunicación, de los grandes negocios,
de la revolución y de tantas otras cosas. Nuestra actitud es
diferente en relación con todas esas cosas, porque pertenecemos a
Dios. Pero también todos los demás que pertenecen... ese sentido
de liberación de la diferencia ilusoria supuso tal alivio y tal gozo
219
Vida más allá de la muerte
para mí que casi me eché a reír a carcajadas. Y supongo que mi
felicidad podría haber tomado cuerpo en palabras como éstas:
"gracias, Dios mío, gracias, Dios mío, porque soy un hombre
cualquiera, porque soy un hombre más entre los hombres". Es un
glorioso destino ser miembro de la raza humana, aunque se trate
de una especie que emplea su tiempo y su energía en cantidad de
cosas absolutas y en la que cualquiera puede cometer terribles
equivocaciones..." (Conjectures of a Guilly Bystander).
"Sin la soledad del corazón, la intimidad de la amistad, el
matrimonio y la vida de comunidad no pueden ser creadoras. Sin
la soledad del corazón, nuestras relaciones con los demás
fácilmente se convierten en algo necesario y excluyente, viscoso,
que nos ata los unos a los otros, que nos hace dependientes y
sentimentales, explotadores y parásitos, porque sin la soledad del
corazón no podemos experimentar los demás como diferentes de
nosotros mismos, sino solamente como personas de las que
podemos servirnos para colma nuestras propias necesidades, a
menudo ocultas.
El misterio del amor es que protege y respeta la soledad de
los demás y crea un espacio libre donde puede convertir esa
soledad angustiosas en soledad que ha ayudado a la persona a
conseguir su madurez total, que puede ser compartida. En esta
soledad podemos reforzar el respeto mutuo, estando
cuidadosamente atentos a la individualidad de los demás,
guardando una respetuosa distancia, obedientes a lo que el otro
desea, su privacidad, y por medio de una comprensión reverencial
de la sacralidad del corazón humano. En esta soledad nos
animamos mutuamente a entrar en el silencio de nuestro ser más
íntimo y a descubrir en ella la voz que nos llama más allá de
nuestra condición humana de sociabilidad, para entrar en una
nueva comunión. En esa soledad podemos lentamente hacernos
conscientes de la presencia de el, que abraza a los amigos y a los
amantes y nos ofrece la libertad de amarnos mutuamente, por que
el fue quien nos amó en primer lugar (1 Jn 4,19). Le dijo uno al
visitarle: "en este momento no tengo problemas, ninguna pregunta
que hacer. No necesito consejo ni orientación alguna.
Sencillamente quiero pasar un rato de charla distendida contigo
220
Esperanza y salvación
"nos sentamos, nos quedamos, oímos ruidos exteriores de la calle
en medio de un silencio cálido, y y lleno de vibraciones, con miras
y sonrisas que alejaban restos de miedos y sospechas luego el dijo:
"de gusto estar aquí.
Y yo le comenté: sí, es maravilloso encontrarnos juntos de
nuevo.
Y luego, seguimos en silencio durante un buen rato. Y a
medida que los vínculos de la paz se iba haciendo más fuertes
entre los dos, el dijo con un tono inseguro:.
Cuando te miro, es como si estuviera en presencia de
Cristo.
No me sentía extrañado, sorprendido, obligado protestar.
Me limité a responderle.:.
Y es el Cristo que hay que en ti el que reconoce al Cristo
que hay que mi.
Si-continuó-. El está en medio de nosotros-y luego dijo unas
palabras, que penetraron en mí alma, y que han sido las más
importantes que mí se me han dicho jamás y que han contribuido
a sanar mis heridas durante años-. Y ahora en adelante, vayas
donde vayas, y vaya donde vaya, toda la tierra que no se parecerá
tierra sagrada.
Cuando me dejó, sentí que me había revelado lo que
realmente significa la palabra comunidad" (41), cuando sentimos la
presencia de los más si no está." Al irse, tenía el deseo fuerte deseo
de encontrarme con él de nuevo, pero no podía evitar una
emoción, mezcla de desencanto, cuando se realizaba el encuentro.
Nuestra presencia física mutua era un obstáculo para nuestro
encuentro pleno. Como si sintiéramos que éramos el uno para el
otro más de lo que éramos capaces de expresar. Como si nuestros
caracteres concretos, individuales, empezaron a hacer de muralla
detrás de la cual celábamos para el otro más profundo de nosotros
mismos. La distancia creada por la ausencia temporal me ayudaba
a ver más allá de sus peculiaridades personales, y me revelaba su
grandeza, su belleza como personas, que era lo que formaba la
base de nuestro amor" (42). Kahlil Gibran escribió: "cuando te
alejas de tu amigo, no lo lamentes. Porque lo que amas más en él
puede hacerse mucho más evidente, brillante en su ausencia, lo
221
Vida más allá de la muerte
mismo que la montaña para el escalador es más visible desde la
llanura" (The Prophet, 50). Esta idea curiosa de decir al amado:
“vete, que mi amor por ti es más grande en tu ausencia” la he
leido en Ibn Arabi, de hace 1 milenio, y de él pasó a Dante y
Garcilaso de la Vega, etc.
Hemos de transmitir esta soledad acompañada en la que
vamos descubriendo a Dios. Da pena ver lo que escribía según
cuentan un adolescente suicida: "Estoy muy solo. En la vida hay
personas que son capaces de algo y otras que no sirve para nada,
entre las que estoy yo. Me voy a hacer un largo viaje. Confiad en
Jesucristo"… es penoso ver la ausencia de amor, la falta de sentirse
amados, que lleva a la búsqueda de la muerte a tantas criaturas. Es
importante saber para qué vivimos, y sabernos amados, y poder
pensar en nuestra soledad: ¿Cómo estoy yo vivo? ¿Quién lo
decidió? ¿Mi especie? Como tengo las cosas, como salen tantas
cosas... me han dicho estas razones, pero en el fondo qué pienso?
¿Cuál es mi misión? Me contaron de un chico que traté en una
escuela, y luego, con los años, se suicidó. Tenía problemas de
sociabilidad, quizá causado por las pocas luces que tenía, que le
llevaron a encerrarse en sus cosas. Antes de morir dijo a su madre:
“en la escuela fue el único sitio donde me trataron como una
persona”.
224
Esperanza y salvación
con desprecio o desesperanza el mundo caído y prefieren su re-creación total” (J.
Alviar, y señalo aquí algunas lecturas que procuraré consultar para más adelante:
J. M. Casciaro et al. dir., Esperanza del hombre y revelación bíblica. Actas del XIV
Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra, Pamplona
1996. J. L. Ruiz de la Peña, La pascua de la creación; Y. Congar, La venida del
Señor en la gloria; S. del Cura Elena, Escatología contemporánea. También quiero
seguir consultando C. Izquierdo, J. Burggraf, J. L. Gutiérrez y E. Flandes, dirs.,
Escatología y vida cristiana, XXII Simposio Internac. de Teología de la Universidad
de Navarra, Pamplona 2002; C. Pozo, Teología del más allá, BAC, Madrid 1980;
id, La venida del Señor en la gloria, Edicep, Valencia 1993; J. Ibáñez-F. Mendoza,
Dios consumador: Escatología, Palabra, Madrid 1992; J. J. Alviar, Escatología,
EUNSA, Pamplona 2004).
3. El Juicio.
“Lo mismo que nos ocurre con el retorno de Cristo, así escapa
también el juicio a nuestros intentos por imaginárnoslo. El núcleo
de lo que con esto se quiere decir, se descubre, ante todo, cuando
preguntamos quién es para la Biblia el sujeto del juicio. A primera
vista la pregunta no parece que sea única. Como juez se menciona,
en primer lugar, a Dios (2 Tes 1,5; 1 Cor 5,13; Rom 2,3ss; 3,6;
14,10; cf Mt 10,28 par; 6,4.6.15.18). Se dice igualmente que es
Cristo (Mt 25,31-46; 7,22s; 13,36-43; Lc 13,25-27; 1 Tes 4,6; 1 Cor
4,4s; 11,32; 2 Cor 5,10); finalmente, en Mt 19,28 se les dice a los
Doce que ellos se sentarían, cuando llegara la ‘regeneración’, sobre
doce tronos y juzgarían a las doce tribus de Israel. Este enunciado
aparece ampliado en 1 Cor 6,2s: ‘O ¿es que no sabéis que los fieles
han de juzgar al mundo?... ¿no sabéis que juzgaremos a los
ángeles? ¡Con cuánta mayor razón los asuntos de esta vida!’ (cf
Dan 7,22; Sab 3,8; Ap 3,21).
Finalmente, en Juan el juicio se ha trasladado al presente de
esta vida, de esta historia nuestra; ese juicio tiene lugar ya en la
decisión que se toma por la fe o la incredulidad (3,17s; 9,39;
12,47s). Esto no quiere decir que se suprima, sin más, el juicio final,
pero sí que se le da una nueva relación con la cristología. De Cristo
se dice: ‘Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo,
sino para que el mundo sea salvo por medio de él’ (3,17). ‘…no
vine a condenar al mundo, sino a salvarlo’ (12,47). ‘El que me
rechaza y no recibe mis palabras, tiene ya quien lo condene: la
palabra que yo he anunciado, ésa lo condenará en el último día’
(12,48). La distinción que se hace entre la actividad propia de
Cristo y el efecto de su palabra, permite aquí una purificación
definitiva de la cristología y del concepto de Dios. Cristo no
condena a nadie, él es pura salvación, y quien se encuentra en él,
226
Esperanza y salvación
se halla en el lugar de la liberación y salvación. La perdición no la
impone Cristo, sino que se da donde el hombre se ha quedado
lejos de él; la perdición se debe a la permanencia en lo propio. La
palabra de Cristo, como oferta de salvación, pondrá de manifiesto
que fue el condenado el que puso la frontera y se separó de la
salvación.
Fijándose un poco se ve que detrás de la diferencia externa de conceptos
existe una unidad fundamental. Con su muerte el hombre sale a la realidad y
verdad manifiestas. Toma posesión del lugar que de verdad le corresponde. Ha
pasado de la mascarada de la vida; ya no hay lugar para esconderse tras posturas
y ficciones. El hombre es lo que en verdad es. El juicio consiste en la caída de las
máscaras que implica la muerte. el juicio es sencillamente la verdad misma, su
revelación. Esta verdad por supuesto que no es algo neutro. Dios es la verdad, la
verdad es Dios, es ‘persona’. Una verdad juzgadora, definitiva, sólo puede darse,
si tiene carácter divino. Dios es juez en la medida en que es la verdad misma. Pero
Dios es la verdad para el hombre en cuanto que se hizo hombre, en el cual él
mismo es la medida del hombre. Así que Dios es medida de la verdad para el
hombre en y por Cristo” (ESC). Y así la verdad juzga al hombre en su conciencia.
Pero Cristo está en su cuerpo, y en este sentido juzgan los fieles.
“Statutum est hominibus semel mori”: se muere una sola vez, y
después, el juicio (Heb 9,27); como decía Fray Luís de Granada en
su Vida de Jesucristo: “allí te preguntarán cómo has gastado el
tiempo, cómo has tratado tu cuerpo, cómo has recogido los
sentidos, cómo has guardado el corazón, cómo has correspondido
a las insinuaciones divinas, cómo has reconocido y usado de tantos
beneficios”. Qué tremendo será oír la sentencia que algunos allí
tendrán: “id, malditos, al
fuego eterno”... (Mt 25, 41)
Decía Gustavo Adolfo
Bécquer hablando de la gente
del Madrid de su época, “El
mundo del Congreso y las
redacciones, del Casino y de
los teatros, del Suizo y de la
Fuente Castellana... hoy en
una broma, mañana en un
funeral, todos de prisa, todos
cosechando esperanzas y decepciones, todos corriendo detrás de
una cosa que no alcanzan nunca, hasta que corriendo den en uno
227
Vida más allá de la muerte
de esos lazos silenciosos que nos va tendiendo la muerte, y
desaparezcan como por escotillón con una gacetilla por epitafio”
(Cartas desde mi celda). Como un ladrón en la noche llegará ese
momento en el que seremos despojados del cuerpo, de las
ilusiones y planes proyectados, dejará de latir el corazón y el
cadáver pronto será frío y rígido. Esto viene bien al pensar en
cuánta felicidad equivocada se quiere sacar a través de las
sensaciones efímeras que esclavizan, los apegamientos a gustos que
dejan un sabor amargo de haber sido engañados, y el alma vacía...
“Aquellos cuadros de Valdés Leal, con tanta carroña distinguida -
obispos, calatravos- en viva podredumbre, me parece imposible
que no te muevan. / Pero ¿y el gemido del duque de Gandía: no
más servir a señor que se me pueda morir?” (J. Escrivá).
Cuando le plantearon la pregunta sobre Dios y la eternidad a
Natalia Ginzburg, se recluyó en un silencio hecho de duda, duda
de quien se siente pequeño ante palabras demasiado grandes y
serias. En cambio, la visión cristiana es muy lúcida: “Todo lo de
aquí abajo es un puñado de ceniza. Piensa en los millones de
personas ya difuntas "importantes" y "recientes", de quienes no se
acuerda nadie” (San Josemaría Escrivá). Este sentido de la vida ha
de empapar todo lo que hacemos, para que nuestra realización
personal sea consciente y plena, nos enriquezca en la edificación
de una personalidad feliz: «¿de qué sirve al hombre ganar el
mundo entero si pierde su alma?» (Mt 16,26). En el mundo son
miles de personas las que mueren cada hora, cientos de miles cada
día, pasan del millón cada semana...; la parábola de las vírgenes
prudentes y necias nos hace pensar en aprovechar el
entendimiento para administrar el tiempo, tener aceite suficiente,
que nos permite tener la lámpara encendida para cuando viene el
Esposo (cf. Mt 25,1-13).
228
Esperanza y salvación
queremos vivir de espaldas a esa realidad. Desde esa perspectiva el
valor de las cosas de aquí abajo se pone en su sitio.
La muerte de los hijos de Dios. ¿Cómo moriremos? Felices y
tranquilos, con el alma muy viva y en gracia, atendidos y
acompañados por quienes nos quieren. Fieles... exprimidos como
un limón, con las manos llenas, con el corazón lleno de amor. Los
egoístas se mueren solos, llenos de dudas y miedos. El Señor nos
llamará en el mejor momento. Será el dulce encuentro con Jesús,
con María que nos sonreirá, con nuestro Padre, con todas las
personas que ya tenemos allí. Mateo (25,1-13) nos muestra las
vírgenes prudentes y necias. Sentido cristiano de la vida: «¿De qué
sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?» (Mt
16,26; sur886). El Apocalipsis (14, 13) nos plantea la Vida, y de un
modo muy claro Jesús: “quien crea en mí, vivirá” (Juan 11, 25).
Aprovechamiento del tiempo que se nos ha dado para
santificarnos: “luego viene la noche, cuando nadie puede trabajar”
(Jn 9,4).
Contaban de Juan Pablo II que mientras los del séquito estaban
agotados de tanto trabajo, él seguía dispuesto a continuar. En los
viajes, cuando la gente se relaja –se pone cómoda, respira...- y
descansa al ir de un sitio a otro en los entreactos, se le veía
leyendo un libro en lugar de mirar el paisaje, o pasando por el
pasillo ofreciendo bombones y gastando bromas. ¿Cómo lo
lograba? “Por las noches, procuro dormir”, decía él; pero
observándole de cerca es evidente que había más: la clave era la
intensidad con que hacía cada cosa. Cuando estaba rezando, lo
hacía recogido completamente, y si rezaba el Rosario estaba sólo
en eso; cuando lee, lo hace a fondo; cuando escucha, sólo está
para esa persona...
El esfuerzo por no matar el tiempo es fruto de darle valor. El
tiempo es limitado, todas las cosas humanas tienen un proceso de
caducidad, para muchos la actividad intelectual se resiente con los
años, produciendo una decadencia también física que hace pensar
en que son limitados los días que viviremos, que estos fluyen sin
posibilidad de recuperarlos: "El tiempo es un tesoro que se va, que
se escapa, que discurre por nuestras manos como el agua por las
peñas altas. Ayer pasó, y el hoy está pasando. Mañana será pronto
229
Vida más allá de la muerte
otro ayer. La duración de una vida es muy corta. Pero ¡cuánto
puede realizarse en este pequeño espacio, por amor de Dios!" (San
Josemaría Escrivá).
El tiempo es corto para amar y entregarse, y ser eficaces como
Dios desea. «Pierde una sola hora a la mañana y todo el día
andarás a la caza de ella» (R. Whateluy). El tiempo es un tesoro
que se nos ha dado para santificarnos. Después viene la noche,
cuando ya no se puede trabajar, es decir, la muerte. Por tanto, la
clave es vivir con ilusión cada momento, para hacerlo fructificar;
para tener una vida llena de obras de amor; que al caer de la tarde
y seamos juzgados en el amor (san Juan de la Cruz lo decía así)
tengamos muchos servicios hechos, trabajos acabado hasta los
detalles, buenos consejos dados, enfermos atendidos, tanta gente a
la que hemos escuchado con paciencia e interés... esos serán
nuestros avales para el “examen final”. Eso supone trabajo, que
cansa, cada cosa que hacemos es un encuentro con Dios, y cuando
al final de un día lleno estemos agotados, en esos momentos
podemos comprender por qué al Cielo se le suele llamar el
descanso eterno. El tiempo es el tesoro que tenemos para comprar
la eternidad, un don de Dios para administrar con responsabilidad,
sin desperdiciarlo pues en definitiva son unas pocas decenas de
miles de días de los que podemos disponer a lo largo de nuestra
vida.
Esa lucha ha de situarse en distintos frentes. En primer lugar,
tener claro qué es lo importante y una jerarquía de valores, para
no ceder a la pereza: evitar los retrasos, la poca intensidad en lo
que hacemos, aprovechar los fines de semana. El orden ha de estar
en primer lugar en la cabeza, en las ideas; así será más fácil la lucha
para tener ordenados los afectos, lo que queremos en la voluntad;
y luego irlo aplicando en nuestro mundo exterior, en las cosas que
hacemos. Así no habrá atolondramiento, sabremos qué hay que
hacer y con qué prioridades, que es poner primero lo que nos
parece que es más importante y hacerlo, sin pensar en lo que
vendrá luego, hasta acabar y pasar a otra cosa. En cambio, el
activismo es hacer las cosas rápido pero mal, al hacer las cosas
deprisa luego hay que repetirlas, es hacerlas dos veces. Hay que
vencer las impaciencias para no correr mucho sin saber a dónde
230
Esperanza y salvación
vamos, con “mucho ruido y pocas nueces”: como dice aquel
adagio, “despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien
importa más que el hacerlas”.
Todo eso, llevado al día a día, es heroísmo sencillo pero
encantador, se puede resumir en esta expresión: “haz lo que debes
y está en lo que haces, por amor”. Es vencer el egoísmo de pensar
que es “mi tiempo”, y vivir la generosidad al darlo para Dios y los
demás, en una disponibilidad que Teresa de Calcuta resumía así:
“tenemos sólo lo que damos, lo demás se pierde”: éste es el
“capital” que almacenamos en el banco de la eternidad, lo que
hemos entregado. Es el “hoy, ahora” de san Josemaría Escrivá, que
es lo único real, vivir cada instante con “vibración de eternidad”.
Víctor Frankl se entrevistó con este santo y luego diría de él: “este
hombre tiene una ‘bomba atómica’ en la cabeza. Se nota que en
él, el instante tiene todas las características de lo decisivo”.
Hay un salmo que canta: “ayúdame a contar los días, Señor”.
Con 30 años hemos vivido unos 10.000 días, y pensando en una
media de 80 años de vida, nos quedan 18.000 por vivir, siendo
generosos en el recuento. Como hay que aprovechar el tiempo,
bueno será ver cómo nos organizamos la agenda del año, la del
mes y la de la semana. Se trata de una planificación viendo las
cosas variables y las fijas. También podemos examinar las 24 horas
del día, y ver si dedicamos un tiempo a cada cosa y que sean las
cosas mejores. Es clave la puntualidad, tanto al terminar algo como
al comenzar lo siguiente que toca, eso es fuente de pequeños
sacrificios que forjan la voluntad y mortifican el egoísmo
manifestado en la “ley del gusto”, de hacer lo que me viene en
gana. En definitiva, todo ha de estar marcado por la caridad, de
ahí arranca la diligencia, el olvido de nosotros mismos para vivir el
arte de aprovechar el tiempo por amor. Ahí está la santidad:
Santificar el tiempo. “¿Quieres de verdad ser santo? Cumple el
pequeño deber de cada momento: Haz lo que debes y está en lo
que haces” (Camino, 815). Y cuando nos muramos, en realidad
será un cambio de casa: “Oh cuán poco lo de acá. Oh cuán mucho
lo de allá”...
231
Vida más allá de la muerte
La espada de Damocles: este filósofo, adulador de Dionisio I
de Siracusa, sufrió una prueba para
que viera qué débil era la seguridad
del gobernante. Damocles lo aduló
diciendo: “qué bien vives” y el
tirano le dijo “ya verás” y en una
fiesta le puso una espada colgando
de un hilo… encima de su cabeza, y
le dijo “para que veas lo intranquilo
que vivo, pensando siempre en
quién me puede matar”. Así es la intranquilidad del que se siente
como hoja llevado por el viento: “hojas de árbol caído juguetes al
viento son”… no podemos controlar la vida, y necesitamos
afianzar la esperanza en algo bien seguro, como dice S. Pablo: “sé
en quién tengo puesta mi confianza”. Y, al mismo tiempo, hemos
de llenar de contenido el tiempo. Henri Matisse hablaba de “vivir
avaramente cada minuto, a fondo”… Carlo Borromeo, al ver una
representación de la muerte con una guadaña, dijo: “no, ponedle
en lugar de la guadaña unas llaves de oro”, para indicar que es
camino a la gloria, para quien aprovecha la vida. Para ello,
aprovechar el tiempo. Emilio Arrieta era un místico navarro,
cuando en 1894 agonizaba le preguntaron: ¿cómo estás? Y
respondió: “mal, tan mal que si al amanecer alguien me dice que
he fallecido, no me chocaría nada”. Así hizo Ignasi Segarra, al
despertar de una crisis, y verse en el hospital ante gente extraña:
“¿estoy vivo o muerto?” O aquel que se moría y un acompañante
le hizo una pregunta poco oportuna: “¿Cómo te encuentras?” Y le
respondió: “para estar muriéndome, no me encuentro mal del
todo”. Voltaire pidió un sacerdote, muchos a la hora de la verdad
piden reconciliar su alma con Dios. A veces soñamos con que
morimos… más allá no, porque no podemos soñar –al parecer- lo
que no podemos imaginar: nos despertamos, o salimos de aquello
con una segunda oportunidad… Cuenta una carta, después del
accidente trágico del que salieron ilesos: “tal vez Dios nos ha dado
esta prórroga, como en los partidos, para enseñarnos a usar bien
ese peligroso don que es la vida”.
232
Esperanza y salvación
Hay gente que incluso tiene sentido del humor; decía Álvaro
de la Iglesia: la muerte es irse desanimando, desanimando,
desanimando, hasta que uno se desanima del todo. Hace poco he
leído el chiste de uno que llama preguntando por alguien: “¿está
fulanito?” y responden: “-no, pero vendrá”. –“¿Cuándo? ¿Tardará
mucho en ir?” –“no sé, pero vendrá”. “-oiga, ¿cómo está usted tan
seguro?, ¿con quién hablo?” –“Con el cementerio…” En la Misa de
hoy nos dice Jesús: “yo tengo pensamientos de paz y no de
aflicción”, de manera que si alguna cosa nos quita la paz, no es de
Dios, hemos de quitarla de la cabeza como si fuera una idea del
demonio, porque Jesús es Príncipe de la Paz, y hemos de pensar las
cosas –también las decisiones difíciles- de manera que nos den paz,
pensamientos de paz, de resurrección… de cielo, que vale la pena.
En la práctica, eso se hace pensando de manera positiva y
constructiva, sin olvidar que lo mejor está por venir, sin dejarse
ganar la batalla de la esperanza, que tanto fastidia al demonio, y
por eso nos quiere hacer perder la paz… Adquieren valor aquellos
momentos vividos de verdad, el que les demos sirviendo a Dios…
San Pablo escribe a los de Corinto: ¡qué breve es la duración de
nuestro paso por la tierra! Santa Teresa deseaba tanto la muerte
para encontrarse con el Amor “que muero, porque no muero”. Yo
disiento de esta manera de pensar –afirma san Josemaría- y digo lo
contrario: que vivo porque no vivo, que es Cristo quien vive en
mí. Tengo ya muchos años y no deseo morir; aunque, cuando el
Señor quiera, iré a su encuentro encantado: con su misericordia,
iremos a la casa del Señor. Pedid que esté contento también a la
hora de morir. Que los que me rodeen, me vean sonriente, como
he visto siempre sonrientes a mis hijos a la hora de la muerte.
Morir es -para nosotros- ir de bodas. Cuando se nos diga: sal, que
viene el esposo, que viene Él a buscarte-, pediremos la intercesión
de la Virgen: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros
pecadores, ahora...” ¡y verás a la hora de la muerte! ¡Qué sonrisa
tendrás a la hora de la muerte! No habrá un rictus de miedo,
porque estarán los brazos de María para recogerte. No os
preocupéis. Cuando llegue el momento, estad tranquilos. Pido al
Señor que llegue muy tarde para vosotros, muy tarde, para que
podáis ir con las manos llenas de frutos y de flores al encuentro de
233
Vida más allá de la muerte
Dios. (La admiración por santa Teresa y la asimilación de su
doctrina, por parte de S. Josemaría, era muy grande, pero sin duda
en este punto le costaba entender a la santa, precisamente por su
amor a la vida.)
A veces vemos un aspecto digamos negativo: que la muerte es
una ganancia y la vida un sufrimiento. Pero San Pablo lo lleva al
lado positivo: Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia.
Cristo, a través de la muerte corporal, se nos convierte en espíritu
de vida. Por tanto, muramos con Él, y viviremos con Él. En cierto
modo debemos irnos acostumbrando y disponiéndonos a morir,
por este esfuerzo cotidiano que consiste en ir separando el alma de
las concupiscencias del cuerpo... Tenemos un médico, sigamos sus
remedios. Nuestro remedio es la gracia de Cristo, y el cuerpo de
muerte es nuestro propio cuerpo. Por lo tanto, emigremos del
cuerpo, para no vivir lejos del Señor; aunque vivimos en el cuerpo,
no sigamos las tendencias del cuerpo ni obremos en contra del
orden natural, antes, busquemos con preferencia los dones de la
gracia. Pero hay que cuidar el “borrico” en el que cabalgamos, que
no es un instrumento sino que “soy yo”, forma parte de mí: “luego
no es lícito al hombre menospreciar la vida corporal sino que, al
contario, tiene que considerar su cuerpo como algu bueno y digno
de respeto, puesto que está creado por Dios y ha de resucitar en el
último día” (GS 14), aquí daría para mucho analizar los deportes
de “máximo riesgo” y los sacrificios extremos… aunque el Espíritu
Santo tiene sus mociones, y de esto hablaremos en otro sitio. ¿Qué
más diremos? Que hay un respeto al cuerpo muerto, y se le suele
enterrar (inhumación) que es una tradición más fuere que incinerar
pues la cremación es poética para algunos, práctica para otros o
cómoda, y está permitida por la Iglesia para un cristiano mientras
no haya motivos de rechazo a la doctrina, lógicamente, pero ya
conocemos la veneración a los cuerpos –reliquias- de los santos…
Con la muerte de uno solo fue redimido el mundo. Cristo hubiese
podido evitar la muerte, si así lo hubiese querido; mas no la
rehuyó como algo inútil, si no que la considero como el mejor
modo de salvarnos. Y, así, su muerte es la vida de todos. Hemos
recibido el signo sacramental de su muerte, anunciamos y
proclamamos su muerte siempre que nos reunimos para ofrecer la
234
Esperanza y salvación
eucaristía; su muerte es una victoria, su muerte es sacramento, su
muerte es la máxima solemnidad anual que celebra el mundo.
¿Qué mas podemos decir de su muerte, si el ejemplo de Cristo nos
demuestra que ella sola consiguió la inmortalidad y se redimió a sí
misma? Por esto no debemos deplorar la muerte, ya que es causa
de salvación para todos; no debemos rehuirla, puesto que el Hijo
de Dios no la rehuyó ni tuvo en menos el sufrirla. Nuestro espíritu
aspira a abandonar las sinuosidades de esta vida y los enredos del
cuerpo terrenal y llegar a aquella asamblea celestial, a la que sólo
llegan los santos, para cantar a Dios aquella alabanza que, como
nos dice la Escritura, le cantan al son de la citara: Grandes y
maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente, justos y
verdaderos tus caminos, !oh Rey de los siglos!... Este deseo
expresaba con especial vehemencia el salmista, cuando decía: Una
cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los
días de mi vida y gozar de la dulzura del Señor (CE de Liturgia
Perú).
235
Vida más allá de la muerte
hacerlo semejante a su cuerpo glorioso (de la Plegaria Eucarística
III).
Hay una interconexión en la que todos nos ayudamos… “La
comunión con los difuntos. "La Iglesia peregrina, perfectamente
consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de
Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con
gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos
oraciones pues es una idea santa y provechosa orar por los
difuntos para que se vean libres de sus pecados' (2 M 12, 45)" (LG
50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino
también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor” (Catecismo
958).
237
Vida más allá de la muerte
nombres, puedas decir: "Mis buenas amigas las almas del
purgatorio..."”
243
Vida más allá de la muerte
Dios se pone contento cuando nos ve esforzarnos por portarnos
bien.
San Josemaría nos animaba a que de esta forma no
estuviéramos nunca tristes, a manifestar las inquietudes y
preocupaciones, ventilarlas pues el alma necesita un desagüadero.
4. Amor y esperanza.
¿Cuál es la necesidad más radical del ser humano? ¿El deseo
más básico y elemental para ser feliz? Sentirse amado, para
siempre. Es decir, vivir una vida en plenitud enfocada hacia la vida
eterna, e ir con las personas que se aman. Hay momentos
importantes en la vida en que descubrimos eso, vemos que sí, que
“eso es vida de verdad, la felicidad, que es lo que queremos para
siempre”. De eso trata Benedicto XVI en las dos Encíclicas, la que
escribió sobre el amor y ahora sobre la esperanza, donde cuenta
que Josefina Bakhita
tuvo una vida
traumática de esclava
en África, desdeaba
tener un amo menos
cruel, hasta que
encontró unos amos
cristianos y conoció el
Amo distinto… Dios
Padre. “En este
momento tuvo
‘esperanza’… la gran
esperanza: yo soy
definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me
espera. Por eso mi vida es hermosa. A través del conocimiento de
esta esperanza ella fue ‘redimida’, ya no se sentía esclava, sino hija
libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a
los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios;
sin esperanza porque estaban sin Dios”, y deseaba que esto lo
experimentara mucha gente: “la esperanza que en ella había
nacido y la había ‘redimido’ no podía guardársela para sí sola; esta
esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos”.
244
Esperanza y salvación
El corazón de Dios se vuelca en nosotros como hijos suyos,
más allá de la realidad concreta de nuestras obras buenas o malas.
El otra día un niño, enfadado con su padre, le decía: “¡ya no te
quiero!” y el padre le contestaba: “pues yo sí, te seguiré queriendo
siempre”. Así hace Dios... El Salmo 102 canta el amor divino y su
misericordia: “Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus
beneficios. El perdona todas tus culpas y cura todas tus
enfermedades; el rescata tu vida de la fosa, y te colma de gracia y
de ternura; el sacia de bienes tus anhelos, y como un águila se
renueva tu juventud. El Señor hace justicia y defiende a todos los
oprimidos; enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos
de Israel. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y
rico en clemencia; no está siempre acusando ni guarda rencor
perpetuo; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos
paga según nuestras culpas. Como se levanta el cielo sobre la
tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente
del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. Como un padre
siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro…
la misericordia del Señor dura siempre, su justicia pasa de hijos a
nietos: para los que guardan la alianza y recitan y cumplen sus
mandatos. El Señor puso en el cielo su trono, su soberanía
gobierna el universo… ¡Bendice, alma mía, al Señor!” Siempre es la
misma canción: la alabanza fomenta nuestra felicidad y esperanza
porque nos transforma en aquello que deseamos… cuando hay
fundamento, la psicología positiva funciona.
Dicen de un niño que era un desastre, la maestra en lugar de
reñirlo se le acercó, él esperaba ya una bofetada, pero ella le dio
un beso, y le ayudó. Al cabo de los años, el chico, ya bien situado
en la vida, le escribió a la maestra que no había tenido experiencia
de los padres, vivía con unos tíos, y “el beso de aquel día fue el
primero que recuerda de su vida”, que a partir de aquel momento
cambió. Eso es lo que hace el amor, nos lleva a la salvación. En
una sociedad inmersa dentro del remolino de mejorar el bienestar
temporal nos ayuda a verlo todo -el hombre y la creación entera-
desde la felicidad última, no solo lo que somos sino sobre todo lo
que estamos llamados a ser. “Dios que nos ha abierto su Corazón,
245
Vida más allá de la muerte
es para nosotros no sólo ‘informativo’, sino también
‘preformativo’”, es decir: “puede transformar nuestra vida hasta
hacernos sentir redimidos por la esperanza”. Ante la pregunta:
¿Por qué nada del mundo constituye para nosotros un fin que nos
satisfaga? La esperanza nos lleva siempre más allá de las actuales
conquistas, en una sed de infinitud que no puede ser satisfecha
dentro del horizonte de este mundo, y el corazón del hombre se
acoge a un deseo que nos dirige más allá, hacia el final de los
tiempos. “Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva se
hace llevadero también el presente... la puerta oscura del tiempo,
del futuro, se ha abierto de par en par. Quien tiene esperanza vive
de otra manera; se le ha dado una vida nueva”, nos dice el Papa;
como descubrió la africana Bakhita en su conversión: “yo soy
definitivamente amada, pase lo que pase; este gran Amor me
espera. Por eso mi vida es bella”... Y eso cambia la sociedad desde
dentro, y ella quiere llevar esa esperanza a los demás y se
compromete en ello: “los cristianos reconocen que la sociedad
actual no es su ideal; ellos pertenecen a una sociedad nueva, hacia
la que están en camino y que es anticipada en su peregrinación”.
Como en los tiempo de los romanos, hoy “el mito ha perdido su
credibilidad” y se va hacia una “religión política”, esclerotizada y
reducida a ceremonial: “el racionalismo filosófico había relegado a
los dioses al ámbito de lo irreal”, cuando el esoterismo toma
cuerpo la órbita que da Jesús nos libera de las leyes de la materia y
de la evolución, para vivir en la órbita del Amor, ya no somos
esclavos del universo, no son los elementos del cosmos, las leyes
de la materia o las estrellas las que gobiernan el mundo y al
hombre, sino un Dios que ama: somos libres, la vida no se debe a
la casualidad sino que tiene un sentido, que avanza hacia el final
de la historia: “En aquel tiempo se levantará Miguel, el arcángel
que se ocupa de tu pueblo… entonces se salvará tu pueblo: todos
los inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo
despertarán: unos para la vida perpetua, otros para ignominia
perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los
que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas por toda la
eternidad” (Dan 12,1-3). Jesús es el filósofo en el sentido pleno de
la palabra: “el que enseña el arte esencial: el arte de ser hombre de
246
Esperanza y salvación
manera recta, el arte de vivir y morir (...) Que sabe indicar
verdaderamente el camino de la vida (...) Él vence la muerte; el
Evangelio lleva a la verdad que los filósofos ambulantes buscaban
en vano...” Jesús nos dice quién es en verdad el hombre y qué
hacer para ser verdaderamente hombre. Él nos indica el camino y
este camino es la verdad. Él mismo es las dos cosas, y por eso
también es la vida que todos anhelamos. Él indica también el
camino más allá de la muerte...”el Señor es mi pastor, nada me
falta...” incluso en el camino de la última soledad, en el que nadie
me puede acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo: Él
mismo ha recorrido este camino...
El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me
hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis
fuerzas.
Me guía por el sendero justo; por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas
conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de
mi vida,
y habitaré en la casa del Señor por años sin término”.
Recuerdo que un sacerdote que se preparaba para morir, me pidió
que le leyera este salmo: “en verdes praderas me hace reposar;
hacia aguas tranquilas me guía…”, era un buen excursionista, y
pensaba en la veces que subiendo por los prados iba cantando el
salmo, y ahora subía al cielo entonándolo también... “reconforta
mi alma, me conduce por sendas rectas…” sin miedo, pues con Él
vamos seguros: “aunque camine por valles oscuros, no temo
ningún mal, porque Tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me
sosiegan”. Y claro, él que había celebrado como sacerdote la Misa
cada día se imaginaba estar con Jesús: “preparas una mesa para
mí…” y después de haber sido ungido con el bautismo y el
sacramento del orden, ahora era ungido con la unción de los
enfermos: “unges con óleo mi cabeza”, pero –sigue diciendo el
salmo- ya iba a pasar de la mesa de la Misa terrena a la del cielo:
“mi copa rebosa”, para tener con Dios un sitio: “tu bondad y
247
Vida más allá de la muerte
misericoridia me acompañan todos los días de mi vida” –una vida
que ya no se acaba nunca- “y habitaré en la Casa del Señor por
años sin fin”."Has preparado una mesa... Has ungido mi cabeza
con óleo... consagración a Dios... cáliz de mi sangre" (S. Cirilo de
Jerusalén). S. Pedro, ante la desbandada posterior al discurso de
Cafarnaum, y la pregunta de Jesús de si querían ellos también irse,
respondía: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.
Jesús, el buen pastor, es el único que nos habla con verdad de las
dos palabras importantes de la vida: amor y muerte. No como los
charlatanes que no saben tocar la fibra, hablar auténticamente del
sentido de la vida. Jesús –recordaba Benedicto XVI- es el filósofo:
“Él nos dice quién es en realidad el hombre y qué debe hacer para
ser verdaderamente hombre. Él nos indica el camino y este camino
es la verdad. Él mismo es ambas cosas, y por eso es también la vida
que todos anhelamos. Él indica también el camino más allá de la
muerte; sólo quien es capaz de hacer todo esto es un verdadero
maestro de vida. Lo mismo puede verse en la imagen del pastor...
el pastor expresaba generalmente el sueño de una vida serena y
sencilla, de la cual tenía nostalgia la gente inmersa en la confusión
de la ciudad. Pero ahora la imagen era contemplada en un nuevo
escenario que le daba un contenido más profundo: «El Señor es mi
pastor, nada me falta... Aunque camine por cañadas oscuras, nada
temo, porque tú vas conmigo...» (Sal 22,1-4). El verdadero pastor
es Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la
muerte; Aquel que incluso por el camino de la última soledad, en
el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome para
atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino
de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para acompañarnos ahora
y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso
abierto. Saber que existe Aquel que me acompaña incluso en la
muerte y que con su «vara y su cayado me sosiega», de modo que
«nada temo» (cf. Sal 22,4), era la nueva «esperanza» que brotaba
en la vida de los creyentes”.
El salmo 22 comienza con una afirmación atrevida: "El Señor es
mi pastor, nada me falta". Hay gente que lo tiene todo
aparentemente, pero se aburre... hay muchas cosas, que podríamos
llamar salud física, y “social”, pero la salud interior es la más
248
Esperanza y salvación
importante. Este sentido espiritual de la persona es lo esencial,
donde desde Aristóteles se ha situado la centralidad de lo que es la
búsqueda de la felicidad; y hay elementos difíciles de encuadrar
como las emociones y sentimientos, sobre todo la búsqueda de
belleza y sus variantes artísticas (música, pintura, contemplación de
la naturaleza y el cosmos...). Podemos sin embargo especificar 3
aspectos: conocer la verdad (la búsqueda de la verdadera
sabiduría, es, según Boecio, la verdadera medicina del alma); amar
y sentirse amado (lo esencial de la persona); y tener esperanza
incluso más allá de la muerte, es decir motivos para luchar en los
proyectos, que es el máximo ejercicio de la libertad: el
compromiso (para un cristiano, quedan ahí reflejadas la fe, la
caridad y la esperanza). Con ello tenemos la armonía de las tres
funciones espirituales –trascendentales- de la persona, que son
inteligencia, amor y libertad. Interactúan en una realización
personal en la comunión, pues la persona no se realiza sola sino
como don a los demás, y es importante saber relacionarse, la
empatía y formas de carácter sociable: buscando la felicidad de los
demás encontramos la propia.
Iremos desarrollando estos puntos, pero ahora quería tocar algo que está
como en el motor de arranque, eso que llaman ganas de emprender proyectos,
ilusión por la vida, o como dice Jesús Arellano “encontrarse existiendo”, ese
disfrutar de la vida tiene algo que ver con el sentido de lo sublime, de participar
de lo grandioso, de lo bello: sólo la belleza es divina (porque de ahí surge todo
crecimiento espiritual, en el entender, sentirse amado y amar, y vivir la libertad en
una apertura a la esperanza). Perseguimos la sublimidad, como opuesto a lo
muerto, lo banal: queremos optar por la vida y la tenemos en la Vida: en el
fondo tenemos ganas de ser Dios, y esto se cumple con lo la suplantación (tomar
el fruto del árbol de la vida con técnicas reproductivas o progresos que nos hagan
innecesario a Dios) sino con la filiación divina, por el encuentro con Cristo, ser el
mismo Cristo (“ipse Christus”), o como dice s. Pablo, el “sublime conocimiento de
Jesucristo” (Fil 3, 8). Si la persona humana es, y debe seguir siendo, la clave
hermenéutica para encontrar el camino hacia este diálogo por la promoción
humana, la Iglesia ha declarado claramente su convicción de que su propia
identidad está fundada al mismo tiempo y de manera igual en los órdenes
antropológicos, teológicos y evangélicos que se reúnen en la clave hermenéutica
de la persona de Jesucristo. Gaudium et Spes 22 lo indica claramente al enseñar
que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado.”
Jesucristo “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la
sublimidad de su vocación”. El es “el fin de la historia humana, punto de
convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización,
249
Vida más allá de la muerte
centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus
aspiraciones” (n 45). De este deseo de sublimidad nacen las ganas de vivir para
algo alto, aunque no se sepa qué es... y de ahí surge esta multiplicidad de
funciones que se han sintetizado antes.
Las pasiones incontroladas desencadenan pulsiones instintivas y dependencias
(alcohol, sexo, drogas). Hay que educar toda pasión para que –integrándola en la
interioridad– nos ayuden a tener un corazón bueno, a base de acciones buenas
que se convierten en virtudes. Así, las tendencias hacia el bien, la verdad y la
belleza van dominando todo lo que hacemos, va creciendo en nosotros un anhelo
de sublimidad, de cosas grandes, y el deseo básico de amar y ser amado se va
purificando de adherencias egoístas que hacen daño. La nostalgia de no tenerlo
aún todo se va transformando en plenitud de tenerlo todo en la esperanza. La
pena causada por la limitación de la realidad (limitaciones físicas o psicológicas,
mal de la naturaleza y maldad humana) se vuelve entrega, servicio, y la certeza de
que todo mal no sería permitido por Dios si no fuera porque de ello puede sacar
–por caminos a nosotros desconocidos todavía– un bien más alto: surge de ahí
una confianza muy grande en la vida, que ponemos no en nuestras fuerzas o en el
destino, sino en algo que está más allá... en el fondo, en el amor de Dios, que no
siempre se intuye directamente. Pero cuando miramos un paisaje precioso, una
puesta de sol, los ojos de una persona amiga, nos embarga esa emoción del
misterio... Einstein en 1930 publicó un credo, “En qué creo”, apoyando a un
grupo de derechos humanos. En él defendía la noción de misterio. “La emoción
más hermosa que podemos experimentar es lo misterioso. Es la emoción
fundamental que está en la cuna de todo verdadero arte y ciencia. Aquel a quien
esta emoción le es ajena, que ya no puede maravillarse y extasiarse en reverencia,
es como si estuviera muerto, un candil apagado. Sentir que detrás de lo que puede
experimentarse hay algo que nuestras mentes no pueden asir, cuya belleza y
sublimidad nos alcanza sólo indirectamente: esto es la religiosidad. En esto
sentido, y sólo en este, soy un hombre devotamente religioso.”
Desde el punto de vista teológico, estamos hablando de la conformación con
Cristo por la gracia y en la gloria, como explicaría Santo Tomás. Si la
predestinación lleva a ser conformes a la imagen de Cristo resucitado (Rom 8,29),
¿en qué consiste esta conformación, para que seamos dios sin dejar de ser
nosotros mismos? Es decir, en el cielo no podemos estar como pegados
exteriormente a un Cristo total, pero tampoco podemos disolvernos en Él pues
sería panteísmo. Veamos los datos que tenemos en la teología tomasiana de la
conformación “in via”, para intuir más de la sublimidad de este misterio: algunos
términos claves en este sentido son: -similitudo, assimilatio de la persona a Cristo,
o conformitas, conformatio, configuratio: hay una misteriosa presencia del Espíritu
Santo en el alma (misión invisible): “Spiritus enim Sanctus in se sempre vivit, sed in
nobis vivit, quando facit nos in se vivere”. Es la dimensión pneumatológica de la
escatología. J. Alviar se preguntaba: ¿dónde está el Espíritu Santo? Denunciaba
“el poco espacio dedicado a la Tercera Persona Divina en la reflexión sobre el
misterio escatológico” (en Schmaus, Ratzinger, etc. Yo no lo he visto así en este
último, después de leer su tratado). Hemos hablado mucho del Espíritu en la
historia, desde la creación y a lo largo de la historia de la salvación, que santifica a
250
Esperanza y salvación
los hombres, y transformará el cosmos. Hemos citado la patrística y sobre todo la
liturgia, que es la regla de la fe, siguiendo los Símbolos, y también seguimos el
padrenuestro. Sí, el Espíritu Santo, Dominus et Vivificans, re-creará cielos y tierra
(cf Apoc 21,1; Gen 1,1), y nos transformará en seres capaces de dirigirnos a Dios
plenamente con el apelativo Abba (cf Rom 8,14-17). Los orientales no tratan por
separado –apunta el prof. Alviar- el aspecto pneumatológico de la escatología-, y
también aquí hemos insistido en el papel teleológico que juega el Espíritu: en la
divinización del hombre; en el misterio de la caridad y la comunión (divina-
humana); en la acción litúrgica, anticipadora de la gloria de Dios; en la futura
inmortalidad; y en la "Transfiguración" del universo. Por eso, sigue diciendo,
“parece urgente incorporar orgánicamente la pneumatología a la escatología”, y
para esto propone prestar mayor atención a la teología oriental, tanto la de los
tiempos patrísticos como la de los modernos, y cita autores como V. Lossky, G. I.
Mantzaridis, N. Bulgakov, J. Meyendorff y D. Staniloae (los dejo aquí apuntados,
para mirarlos en cuanto pueda).
Y esta presencia no es pasiva sino activa (cf Gal 4,6), es el Espíritu del Hijo
que nos conforma a Cristo. Y así “la criatura racional puede poseer la Persona
divina”. El “vivir la vida de Cristo”, es “revestirse de Cristo”, la radicalidad
bautismal: Revestirse de Cristo es vivir a su semejanza por las virtudes; es
necesario que quien se asemeja a Cristo por el bautismo, se asemeje a su
resurrección por la inocencia de la vida (cf 2 Tim 2,11), revestirse del hombre
nuevo (Ef 4,24) que es Jesucristo, que es principio de vida espiritual. La vida de
Cristo «redunda» y «se reproduce» de algún modo en el cristiano. ¿De qué modo?
Él es un maestro que enseña interiormente, mostrando los errores, y limpia los
afectos -pues mueve los corazones para aspirar a los bienes más altos-, también a
través de los Sacramentos, acciones de Cristo. Cristo es la Luz que dirige
interiormente al hombre, moviendo su voluntad, con la colaboración libre del
creyente que entonces recibe por el Espíritu Santo no sólo el Hijo sino también el
Padre (cf Jn 13,20). «El Hijo de Dios quiso comunicar a los hombres una filiación
semejante a la suya (conformitatem suæ), de modo que fuera no sólo Hijo, sino el
primogénito de muchos hijos» (Santo Tomás), “teniendo el mismo Padre que Él”.
La esta elevación a ser miembros de Dios por la filiación, divinæ consortes naturæ
(2 P 1,4), en el Aquinate, es sinónimo de la gracia, y es una lástima que esta
concepción tan rica se perdiera y se limitara solamente a una concepción casi física
de “estar en gracia” o no estar, como de tener algo según si se cumplen o no unas
normas: «Gratia est quædam supernaturalis participatio divinæ naturæ, secundum
quam divinæ efficimur consortes naturæ, ut dicitur in 2 Petr 1, 4, secundum cuius
acceptionem dicimur regenerari in filios Dei». En continuidad con los Padres de la
Iglesia, considera Santo Tomás que el hombre es imagen de Dios, por su ser
espiritual, y que se produce una espiritualización progresiva. «No conviene creer,
sin embargo, que el alma racional esté tomada de la substancia de Dios, como
erróneamente han creído algunos». Se trata de una perfección real de la «esencia
del alma» que sitúa a quienes la reciben en un “cierto orden divino”, en virtud
del cual son “en un cierto modo constituidos deiformes”. Esta “semejanza divina”
no lo es sólo de las operaciones de Dios, sino también de su vida eterna. El
camino para esa unión es la Humanidad Santísima de Jesucristo. La expresión “in
251
Vida más allá de la muerte
Christo” expresa entre otras cosas una participación escatológica en la misma vida
misma de Cristo: por la filiación divina participamos en el linaje de Cristo, el
nuevo Adán, nos incorporamos a la vida de Cristo: somos hijos de Dios in
Christo, viviendo su vida.
7. La divina misericordia.
Nos dejó Teresa de Ávila aquellas palabras que dan paz: “nada
te turbe, nada te espante. Todo se pasa. La paciencia todo lo
alcanza. Dios no se muda. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo
Dios basta”. Pues, como dice san Juan de la Cruz, hay una sed de
infinito que no se calma por mucha hermosura sino por un no sé
qué que se tiene por ventura, toda miel es algo finito, no es eso lo
que hay que buscar, ya que al fin cansa el apetito y empalaga el
paladar. El río de la vida es camino de eternidad, y podemos decir:
266
Esperanza y salvación
“Mis días se van río abajo, salidos de mí hacia el mar, como las
ondas iguales y distintas (siempre) de la corriente de mi vida:
sangres y sueños. / Pero yo, río en conciencia, sé que siempre me
estoy volviendo a mi fuente" (Juan Ramón Jiménez).
“Para mí vivir es Cristo, y morir una ganancia” (Flp 1,21), y
Jesús dijo al buen ladrón: “en verdad, en verdad te digo: hoy
estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,45), en una vida así, en
Cristo, no hay lugar para vueltas y búsquedas extrañas, el fin ya
está presente y no hay más que buscar, más de lo que
esperábamos…
Santa Teresita, apóstol de la divina Misericordia; ella nos hace
ver que “Dios es sólo amor y misericordia”, Dios es un Padre que
me ama, y por eso lo perdona todo;
realmente Dios antes que nada es Amor, y
todo ha sido hecho porque nos ama: "Dios
creó solo aquellos seres, de los que se
enamoró" (Card. Lehman). Cada uno
podemos pensar: existo, porque Él se
enamoró de mí. Soy aceptado por Dios; me
quiere como soy. En mí todo es gracia: nací
de un sueño de amor de Dios –que está
loco por mí- y me tiene un amor gratuito.
Una chica, al descubrir cómo vivir de la
gratuidad de Dios, escribía: “Una tarde
volvía yo de la reunión de oración y mi abuela me esperaba en la
cocina, como siempre. Yo le conté emocionada: ‘yaya, ¡no te
imaginas! ¡Dios me quiere como soy! No tengo que hacer nada
para que me quiera... ¿no es alucinante?’ Y a mi abuela se le
llenaron los ojos de lágrimas y me dijo: ‘me han estafado. Me han
engañado’. Y es que a ella le habían predicado que el amor de
Dios hay que merecérselo y ganárselo a base de méritos. Claro,
como eso es imposible, nunca se había sentido digna y, por tanto
feliz. Ella no conocía el significado de ‘dejarse amar por Dios’” (de
una revista de la renovación carismática). ¿Tiene razón la nieta o la
abuela? Realmente el corazón de Dios se vuelca en mí como hijo,
más allá de la realidad concreta de mis obras buenas o malas.
Cuántas angustias se han causado, por no explicar bien cómo es
267
Vida más allá de la muerte
Dios, mostrándolo como “justiciero”... El Salmo 142 es de
lamentación y súplica ante la angustia:
“Señor, escucha mi oración; tú, que eres fiel, atiende a mi
súplica; tú, que eres justo, escúchame.
No llames a juicio a tu siervo, pues ningún hombre vivo es
inocente frente a ti.
El enemigo me persigue a muerte, empuja mi vida al sepulcro,
me confina a las tinieblas como a los muertos ya olvidados.
Mi aliento desfallece, mi corazón dentro de mí está yerto.
Recuerdo los tiempos antiguos, medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed de ti como tierra reseca.
Escúchame en seguida, Señor, que me falta el aliento.
No me escondas tu rostro, igual que a los que bajan a la fosa.
En la mañana hazme escuchar tu gracia, ya que confío en ti.
Indícame el camino que he de seguir, pues levanto mi alma a
ti.
Líbrame del enemigo, Señor, que me refugio en ti.
Enséñame a cumplir tu voluntad, ya que tú eres mi Dios.
Tú espíritu, que es bueno, me guíe por tierra llana.
Por tu nombre, Señor, consérvame vivo; por tu clemencia,
sácame de la angustia”.
Ya hemos visto que toda justicia divina hay que entenderla
desde esa misericordia, todas las verdades de doctrina, hasta el
infierno: que no lo ha hecho Dios para nosotros, sino que es la
triste posibilidad de no amar, la autoexclusión de quien no quiere
amar a Dios y a los demás. ¿Es al mismo tiempo cierto que las
obras son meritorias? Sí, y pienso que sólo podemos captar la
Misericordia cuando abrimos el corazón, es como un chorro
inmenso que está siempre –el Amor que siempre está como
cayendo del cielo- pero del que sólo podemos llenarnos según
nuestro recipiente, la medida de nuestro corazón. ¿Cómo se
ensancha éste? Cuando se da; y es algo cíclico: la grandeza del
amor se multiplica cuando se da: eso lleva a fijarse en lo bueno, en
lo positivo de los demás, en sus cualidades, virtudes, acciones...
Hoy es particularmente iluminante este espíritu de Santa
Teresita, que nos muestra un Dios todo amor y misericordia,
268
Esperanza y salvación
donde la justicia queda explicada con la ternura. Escribe poco
antes de su muerte: “dice el Evangelio que Dios vendrá como un
ladrón. A mí vendrá a robarme con gran delicadeza. ¡Cómo me
gustaría ayudar al Ladrón!... no tengo ningún miedo del Ladrón.
Lo veo lejos y en vez de gritar: ¡al ladrón!, lo llamo diciéndole:
¡por aquí, por aquí!” Este espíritu -del Evangelio- es útil para
impregnar todos los campos (Derecho, relaciones laborales...) pero
pienso que particularmente la educación. Mirando una imagen de
Jesús con dos niños, explica con inocencia profunda: “soy yo este
pequeñito que ha subido al regazo de Jesús, que alarga tan
graciosamente su piernecita, que levanta la cabeza y lo acaricia sin
temor. El otro pequeño no me gusta tanto; le han dicho algo...,
sabe que debe tratar con respeto a Jesús”. Tantas veces la
educación –también la religiosa- ha sido cargada de un respeto que
da miedo, y lo que más ayuda al ambiente de nuestro tiempo,
lleno de miedo e inseguridad, es esa paz y esperanza de sentirnos
queridos, pese a nuestras equivocaciones e incertidumbres. Cuando
se encuentra vacía de obras buenas de cara al juicio que llega a su
muerte, dice la Doctora de la Iglesia que Jesús “no podrá pagarme
–según mis obras-... Pues bien, me pagará según las suyas”. Ese
hacerse niños es lo que queremos todos… Unamuno hacía así su
petición a Dios. “¡Agranda la puerta... Padre! Agranda la puerta,
Padre / porque no puedo pasar, / la hiciste para los niños. / Yo he
crecido a mi pesar. / Si no me agrandas la puerta, achícame, por
piedad. / ¡Vuélveme a la edad bendita en que vivir... es soñar!”
La comunión con Cristo inmediatamente después de la
muerte según el Nuevo Testamento está muy clara, y es una
novedad pues los judíos pensaban en un “infierno” que en
contraposición al cielo estaba debajo de la tierra («bajar al sheol»:
Gen 37,35; Sal 55,16 etc.), sin que hubiera una vida individual en
ellos, de alabanza a Dios, como una masa anónima, sin
retribución. Los judíos tienen el Gehenna (infierno de los malos) y
Sheol (Limbo de los muertos justos). La fe va mostrando su “cara y
ojos” paulatinamente, y habla de sacar a alguien del sheol (1 Sam
2,6; Am 9,2 etc.) hasta llegar a la resurrección de los muertos (Dan
12,2; Is 26,19) que es dominante en tiempos de Jesús, aunque
luego lo perdieron otra vez. El Sheol podríamos llamarlo nosotros
269
Vida más allá de la muerte
limbo de los justos, donde estarían Abraham y los justos, y se
distinguía de la Gehenna (infierno de los condenados, donde no
tenía sentido que Jesús fuera en su descendimiento a su muerte).
Los judíos creían en estos dos lugares tras la muerte: Descendería
Jesús resucitado a este sheol a “despertar” a las almas justas. Hay
dos lugares, para los justos y los impíos, hasta el juicio último, en
el que se pronunciará la sentencia definitiva; pero ya en estos
diversos estratos reciben, de modo inicial, la retribución debida (Lc
16,19-31). Así Jesús crucificado promete al buen ladrón: «Yo te
aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43). Jesús
quiere recibir al buen ladrón
en comunión consigo
inmediatamente después de
la muerte. Esto crea un
problema a los que piensan
en la necesidad del
purgatorio como tiempo de
purificación, pero es que el
Señor no tiene memoria, se
le olvida porque sabe que
con la purificación de la cruz
el abrazo que le dará al buen ladrón ya está purificado, las
bienaventuranzas tienen esto: liberan del purgatorio, como se nos
dice en una de las fórmulas de la Reconciliación: “el bien que
hagas y el mal que habrás de sufrir te sirvan como perdón de tus
pecados, aumento de gracia y premio de vida eterna”. Esteban en
la lapidación manifiesta la misma esperanza; en las palabras «estoy
viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la
derecha de Dios» (Hch 7,56), juntamente con su postrera oración
«Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hch 7,59), afirma que espera ser
recibido inmediatamente por Jesús en su comunión” (CTI).
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de
los Cielos. Podemos paladear…
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la Tierra.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos
serán saciados.
270
Esperanza y salvación
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por causa de la justicia, porque de
ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os
calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y
contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo (Mt
5,2-12a).
272
Esperanza y salvación
que “quiere que todos los hombres se salven” (1 Tim 2,4), sino sobre la libertad
del hombre” (CEE).
La libertad para que sea plena ha de ser verdad; la absolutización de la
libertad es una moda que la deforma, como siempre que se pierde la visión de
conjunto. “La existencia de esa real posibilidad de perdición, es decir, del infierno,
nunca ha sido puesta en duda por la Iglesia. También el Concilio Vaticano II
exhorta a la vigilancia para que podamos llegar a participar de la gloria de Dios y
no “ir, como siervos malos y perezosos (cf Mt 25,26), al fuego eterno (Mt 25,41),
a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes (Mt 22,13 y
25,30)”. Estas serias advertencias del Señor, y otras… han movido siempre a la
Iglesia a rechazar una supuesta certeza de la salvación final de todos. Tal certeza
implicaría, en efecto, introducir un automatismo en la esperanza de la salvación
que desposeería al ser humano, interlocutor libre de Dios, de su genuina
responsabilidad. Lo que es un diálogo de dos libertades, diversas, pero reales (la
divina y la humana) quedaría de ese modo convertido en el monólogo de una
única libertad: la divina.
“No hay sutilización que valga: la idea de una condenación eterna, que se
formó indudablemente en el judaísmo de los dos siglos últimos antes del
crsitianismo, está fuertemente enraizada tanto en la doctrina de Jesús (Mt 25,41;
5,9 par; 13,42.50; 22,13; 18,8 par; 5,22; 18,9; 8,12; 24,51; 25,30; Lc 13,28),
como en los escritos apostólicos (2 Tes 1,9; 2,10; 1 Tes 5,3; Rom 9,22; Flp 3,19; 1
Cor 1,18; 2 Cor 2,15; 4,3; 1 Tim 6,9; Ap 14,10; 19,20; 20,10-15; 21,8). En este
sentido el dogma está sobre terreno firme, si se habla de la existencia del infierno
(DS 72.76.858.1351) y de la eternidad de las penas (DS 411).
”Un enunciado así choca con todas nuestras ideas de Dios y del hombre, de
modo que su aceptación no pudo realizarse sin grandes conmociones. Orígenes
(según fragmentos transmitidos…) fue el primero que en su gran intento de
sistematización del pensamiento cristiano dijo que, al final, se tiene llegar a una
reconciliación universal. Para ello se apoya en la lógica de Dios con su historia.
Por supuesto que él intentó poner todo este esbozo bajo el signo de lo hipotético.
Quiso dar impulso en orden a una visión universal que no pretende, sin más,
corresponder a la realidad misma. Puede decirse que aquí el pensamiento
neoplatónico había cargado el acento con exceso sobre la idea de que lo malo es
propiamente vacío y nada, siendo Dios la única realidad. Pero luego el gran
alejandrino atisbó con mucha más profundidad la insondable realidad de lo malo
hasta el punto de que puede hacer sufrir y hasta matar a Dios. Con todo, no pudo
renunciar totalmente a la esperanza de que precisamente en este sufrimiento de
Dios la realidad del mal fue sujetada, dominada, perdiendo su validez definitiva.
Toda una serie de grandes padres lo siguió en esta esperanza: Gregorio de Nisa,
Dídimo, Diodoro de Tarso, Teodoro de Mopsuestia, Evagrio Póntico, y por algún
tiempo, también Jerónimo.
”La gran tradición de la Iglesia se dirigió por otro camino. Tuvo que conceder
que la esperanza de reconciliación universal es algo que se deduca del sistema,
pero no del testimonio bíblico. Sin embargo, durante siglos se ha seguido
percibiendo un eco cada vez más apagado de los pensamientos de Orígenes en
distintas variaciones de la llamada doctrina de la misericordia. Este modo de
273
Vida más allá de la muerte
pensar quisiera excluir totalmente a los cristianos de al posibilidad de la
condenación o conceder a todos los condenados alguna suerte de suavización
respecto de lo propiamente merecido por ellos, basándose en la misericordia de
Dios.
”¿Qué decir a todo esto? En primer lugar que Dios respeta absolutamente la
libertad de su criatura. Se le puede regalar el amor y, en consecuencia, el cambio
de toda la miseria que les es propia. El hombre no tiene ni que ‘crear’ el sí a ese
amor, sino que es éste el que capacita para ello con su propia fuerza. Pero sigue
en pie también la libertad, la posibilidad de negarse a dar este sí y de no aceptarlo
como propio. Ahí radica la diferencia entre el bello sueño de Bodhisattva y su
realización. El verdadero Bodhisattva, Cristo, va al infierno y sufre hasta dejarlo
vacío, pero no trata a los hombres como menores de edad, que no pueden, en
definitiva, ser responsables de su propia suerte, sino que su cielo descansa en la
libertad, que hasta a los condenados les deja el derecho de querer su
condenación”. Es decir, que la vida es seria, sólo se vive una vez, es irreversible,
que Jesús no juega en la cruz sino que muere de verdad, no es una payasada, y
esto arroja luz sobre todo lo que hablamos. El mal se transforma en bien, pero
hay que poner algo: decir “quiero”. “Dios se adentra en la libertad de los
pecadores y la vence gracias a la libertad de su amor que baja hasta el abismo”.
No podemos controlar esta respuesta de la salvación, cuando Jesús no ha querido
que ‘controlemos’ la respuesta sino que nos abandonemos en la misericordia del
Padre, sin miedo (Mt 5-6). “La respuesta se encuentra oculta en la oscuridad del
descenso de Jesús al sheol, en la noche que padeció su alma, dentro de la cual no
hay hombre que pueda mirar o, a lo más, sólo en la medida en que se adentra en
esa oscuridad mediante una fe que sufre.
”Así se explica que la realidad del infierno haya adquirido una importancia y
una forma totalmente nuevas en la historia de los santos especialmente de los
últimos siglos: en Juan de la Cruz, en la religiosidad carmelitana y, con mayor
profundidad aún, en Teresa de Lisieux. Para ellos no se trata tanto de una
amenaza que lanzan contra los demás, cuanto, más bien, de una exigencia de
sufrir profundamente en la oscura noche de la fe la comunión con Cristo
precisamente como comunión con lo oscuro de su descenso a la noche. Para ellos
representa la exigencia de acercarse a la luz del Señor, compartiendo su oscuridad,
y de servir a la salvación del mundo, dejando su salvación de ellos por los demás.
En esa religiosidad no se quita nada a la terrible realidad del infierno. Es tan real
que se adentra en el propio ser. La única posibilidad que hay de mantener la
esperanza frente a esa realidad, es la de apurar el sufrimiento de su noche al lado
de aquel que vino a trasformar con su sufrimiento la noche de todos nosotros. La
esperanza no viene de la lógica neutra del sistema, de no tomar en serio al
hombre, sino que la esperanza viene de la renuncia a construir bagatelas y de
hacer frente a la realidad al lado de Jesucristo. Pero esa esperanza no se convierte
en reafirmación propia, sino que pone su ruego en las manos del Señor,
dejándolo allí. El dogma mantiene su contenido real. La idea de la misericordia
que lo acompañó en una u otra forma durante toda la historia, no se convierte en
teoría, sino en oración de la fe que sufre y espera” (ESC).
274
Esperanza y salvación
El divino segador siega el trigo y la cizaña y ésta va al infierno, y allí está el
llanto y crujir de dientes. Verdad de fe que el que sale del mundo en pecado
mortal va al infierno. En el libro del exorcista de Roma en estos años (Habla un
exorcista) le pregunta el sacerdote al demonio durante un acto: “¿por qué ha
creado Dios el infierno?” y responde a través del poseso: “Dios no lo ha creado,
lo hemos hecho nosotros”. Dice el Catecismo: “La pena principal del infierno
consiste en la separación eterna de Dios en quien solamente puede tener el
hombre la vida y la felicidad para las cuales ha sido creado y a las cuales aspira.
La Iglesia ruega para que nadie se pierda: "Jamás permitas, Señor, que me
separe de ti". Si bien es verdad que nadie puede salvarse a sí mismo, también es
cierto que "Dios quiere que todos los hombres se salven" (1 Tm 2, 4) y que para El
"todo es posible" (Mt 19, 26)” (1057-8).
«Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a
sí mismo (cf Jn 3,18; 12,48); es retribuido según sus obras (cf 1 Cq 3,12-15) y
puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de amor (cf Mt
12,32; Hb 6,4-6; 10,26-31)» (679). El infierno es un no amar ya, falta de amor, el
destino del que no quiere más que odio, algo horrible.
Es el gran misterio: «El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad
humana como lo es también el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la
privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es rescatado
por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo
y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de
hacer elecciones para siempre, sin retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar
que un acto es en sí una falta grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo
a la justicia y a la misericordia de Dios» (1861). “Dios, al crearnos, ha corrido el
riesgo y la aventura de nuestra libertad. Ha querido una historia que sea una
historia verdadera, hecha de auténticas decisiones, y no de una ficción ni de un
juego” (J. Escrivá, Las riquezas de la fe).
«Siguiendo las enseñanza de Cristo, la Iglesia advierte a los fieles de la "triste y
lamentable realidad de la muerte eterna" (DCG 69), llamada también "infierno"
(Catecismo 1056). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna
de Dios en quien solamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las
cuales ha sido creado y a las cuales aspira (1057). «Sólo el infierno es castigo del
pecado. La muerte y el juicio no son más que consecuencias, que no temen
quienes viven en gracia de Dios» (J. Escrivá, Surco 890); junto a la confianza hay
un santo temor que da respeto, pues está Dios siempre dispuesto a perdonar pero
de Él nadie se burla: «nolite errare: Deus non irridetur» (Gal 6,7). Quien mejor lo
ha definido no ha sido Dante sino Kafka, Camus, Sartre, Nietzsche, Heideger, la
literatura existencialista: el infierno está lleno de soledad (de la que ya hemos
hablado), y no de dolor y fuego.
Malicia del pecado que exige tal castigo: «horrendum est incidere in manus
Dei viventis» (terrible cosa es caer en manos del Dios vivo: Heb 10,31; cf Lc 16,19-
31: rico Epulón y pobre Lázaro; quien no oye la voz de Dios habitualmente, no la
oye al final, aunque vemos que puede expiar en el más allá). «Salvo que elijamos
libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a
Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros
275
Vida más allá de la muerte
mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su
hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente
en él" (1 Jn 3,15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si
omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son
sus hermanos (cf Mt 25,31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni
acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para
siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión
definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa
con la palabra "infierno"» (Catecismo 1033).
Es bueno fomentar los deseos de que las almas se salven, dolor por las que se
pueden condenar (para salvar un alma, voy hasta las puertas del infierno; más allá
no, porque allí ya no se puede amar: J. Escrivá).
Santa Teresa después de la visión del infierno tuvo gran humildad y
agradecimiento por la misericordia divina (le mostró dónde merecía ir, sin la
ayuda de la gracia); y gran afán apostólico (daría esta vida y mil vidas que
tuviera... por salvar un alma); fomentar como ella el olvido de sí: “Señor, mandad
lo que quisieres y decidme lo que mandares, que lo que vos mandéis no he de
dejar de hacerlo por todos los tesoros del mundo”. Fuera respetos humanos; no
queremos premios aquí.
Necesidad de expiación, de purificación. Las dificultades propias de la vida,
del trabajo, son medio de purificación. Espíritu de penitencia, también por los
pecados ocultos: «ab occultis meis munda me» (Ps 18,13; cf50). “Yo perdono pero
no olvido”, dicen algunos. Y es que para el hombre es difícil olvidar ciertas cosas,
pero para el Espíritu Santo, todo es posible: entonces somos capaces de
transformar la ofensa en intercesión, en pedir por la persona que nos está
haciendo daño, como Jesús en la Cruz que reza por los que lo matan: “Padre,
perdónales, que no saben lo que hacen”. Dicen que conviene grabar en piedra las
cosas buenas que nos han hecho, para que no se borren y continuar agradecidos
aún con el paso del tiempo, y escribir las cosas malas en la arena, para que el agua
las borre con su paso y no quede rastro en la memoria, que nada nos aflija.
Olvidar las pequeñas ofensas es un sano ejercicio mental.
Rectitud de intención. Nos ha de mover el amor de Dios; sentido del temor
de las penas del infierno. Aborrecer decididamente el pecado. Necesidad del
sacramento de la penitencia (prepararla con mayor dolor). «Señor, que yo me
decida a arrancar, mediante la penitencia, la triste careta que me he forjado con
mis miserias... Entonces, sólo entonces, por el camino de la contemplación y de la
expiación, mi vida irá copiando fielmente los rasgos de tu vida. Nos iremos
pareciendo más y más a Ti» (J. Escrivá, Via Crucis, 6). Amar la expiación
voluntaria y aprovechar todas las ocasiones para desagraviar: «¡Qué poco es una
vida para reparar!» (id., 8).
Ahora va de chiste… Cierto día, mientras un político caminaba por la calle, es
trágicamente atropellado por un camión y muere. Su alma llega al paraíso y se
encuentra en la entrada a San Pedro en persona:
"Bienvenido al paraíso", -le dice San Pedro-. Antes de que te acomodes,
parece que hay un problema. Verás no obstante de que has sido un mocho
276
Esperanza y salvación
recalcitrante y oscurantista, es muy raro que un político llegé aquí y no estamos
seguros de qué hacer contigo…
Lo que haremos será lo siguiente: "como has ido a misa regularmente y
practicaste la sarta de tarugadas que te recetó el cura cada domingo, Pasarás un
día en el infierno y otro en el paraíso, y luego podrás elegir dónde pasar la
eternidad." Y con esto San Pedro acompaña al político al ascensor y baja, baja
hasta el infierno.
Las puertas se abren y se encuentra justo en medio de un verde campo de
golf. A lo lejos hay un club y de pie delante de él están todos sus amigos políticos,
cantantes preferidos, los personajes de la gran sociedad, todos vestidos con traje
de noche y muy contentos.
Corren a saludarlo, lo abrazan y recuerdan los buenos tiempos en los que se
enriquecían a costa del pueblo. Juegan un agradable partido de golf y luego por
la noche cenan juntos en el Restaurante del mejor club con langosta. Comparten
la noche con placer. Se encuentra también al Diablo, que de hecho es un tipo muy
simpático y se divierte mucho contando chistes y bailando.
Se está divirtiendo tanto que, antes de que se de cuenta, es ya hora de irse.
Todos le dan un apretón de manos y lo saludan mientras sube al ascensor.
El ascensor sube, sube, sube, y se reabre la puerta del paraíso donde San
Pedro lo está esperando. "Ahora es el momento de pasar al paraíso."
Así que el político pasa las 24 horas sucesivas pasando de nube en nube,
tocando el arpa y cantando. Antes de que se de cuenta, las 24 horas ya han
pasado y San Pedro va a buscarlo. "Ya has pasado un día en el infierno y otro en
el paraíso. Ahora debes elegir tu eternidad."
El Hombre reflexiona un momento y luego responde: "Bueno pues el paraíso
ha sido precioso, pero creo que como he sido muy santo toda mi vida, y no se lo
que es pecar prefiero ensuciarme un poco la manos. Así que San Pedro lo
acompaña hasta el ascensor y otra vez baja, baja, baja, hasta el infierno. Cuando
las puertas del ascensor se abren se encuentra en medio de una tierra desierta
cubierta de papeles y boletas electorales. Ve sus amigos otrora felices recoger las
urnas y metiéndolos en bolsas negras para quemarlas. El Diablo lo alcanza y le
pone un brazo en el cuello.
"No entiendo, -balbucea FECAL-. Ayer estuve aquí y había compañías
estupendas, un campo de golf y un club, y comimos langosta y caviar, y bailamos
y nos divertimos mucho. Ahora que vengo a conocer a las chicas mejor, todo lo
que hay es un terreno desértico lleno de porquerías..., y mis amigos parecen unos
miserables."
El Diablo lo mira, sonríe y dice: "Ayer estábamos en campaña. Hoy.... ¡ya
votaste por nosotros!...
“Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga"
(cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida
rehusan creer y convertirse , y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo
(cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles que
recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo"
(Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de Mí malditos al
fuego eterno!" (Mt 25, 41).
277
Vida más allá de la muerte
La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las
almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos
inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego
eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; SPF 12). La pena
principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien
únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido
creado y a las que aspira.
Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a
propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con
la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su
destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento
apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque
ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y
son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y
qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la
encuentran" (Mt 7, 13-14) :
‘Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el
consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la
única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar
con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos
mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a
las tinieblas exteriores, donde `habrá llanto y rechinar de dientes'’
(LG 48).
Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567);
para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios
(un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia
eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora
la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que
todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):
‘Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de
toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la
condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos’ (MR Canon
Romano 88)” (1034-1036).
278
Esperanza y salvación
VI. El abrazo con Dios
(purgatorio y cielo)
1. El purgatorio.
Seremos juzgados en el
amor. Es cierto que en el cielo
sólo puede entrar quien a Dios
se parece, y por esto el
purgatorio es un lugar de
purificación para prepararnos
a acoger el amor de Dios, por
eso rezamos por los difuntos,
para que Dios los acoja en su
gloria; y ellos nos ayudan
también a nosotros, es un
intercambio de ayudas por la comunión de los santos. A veces
puede entrarnos miedo al pensar en la muerte, y haremos como el
buen ladrón, que es volver a Dios por la confesión: “Señor,
acuérdate de mí cuando estés en tu reino” y Jesús como encendido
de misericordia le responde “en verdad te digo que hoy mismo
estarás conmigo en el paraíso”. Ya los profetas exhortaban a
esperar «el día del Señor» con rectitud, pues de lo contrario sería
«tinieblas y no luz» (cf Am 5,18.20). En la revelación plena del
Nuevo Testamento se subraya que todos serán sometidos a juicio
(cf 1 P 4,5; Rm 14,10). “Pero ante ese juicio los justos no deberán
temer, dado que, en cuanto elegidos, están destinados a recibir la
herencia prometida; serán colocados a la diestra de Cristo, que los
llamará «benditos de mi Padre» (Mt 25,34; cf 22,14; 24,22.24)”
(CTI). La muerte, «para los que mueren en la gracia de Cristo, es
una participación en la muerte del Señor, para poder participar
también en su resurrección» (Catecismo 1006). Es preciso pasar por
la muerte, pero ya con la certeza de que nos encontraremos con el
Padre cuando «este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y
este ser mortal se revista de inmortalidad» (1 Co 15,54). Entonces
279
Vida más allá de la muerte
se verá claramente que «la muerte ha sido devorada en la victoria»
(1 Co 15,54) y se la podrá afrontar con una actitud de desafío, sin
miedo: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh
muerte, tu aguijón?» (1 Co 15,55). San Francisco de Asís exclamó:
«Alabado seas, Señor mío, por nuestra hermana la muerte
corporal». «Bienaventurados los que mueren en el Señor. Sí -dice el
Espíritu-, descansarán de sus fatigas, porque sus obras los
acompañan» (Ap 14,13).
281
Vida más allá de la muerte
nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo
hace impermeable al amor misericordioso del Padre’ (ibid, 2840)”.
Y este es el mundo más maravilloso, casi mágico: el que no
juzga, el que perdona, no es perdonado, no es juzgado: “no
juzguéis, y no seréis juzgados, perdonad, y seréis perdonados…”
Pensamos a veces que no nos conocemos, pero en realidad
Dios nos conoce y esto nos tendría que bastar, para en el espejo
que es su vida, en la oración, conocernos, y ver ese Dios que nos
busca "con un amor tan grande que difícilmente logramos
entender" (Juan Pablo II a los jóvenes). Si hay algo
verdaderamente importante en esta vida es descubrir la propia
vocación y realizar esa misión que Dio nos encomienda, pues
desde la eternidad Dios ha pensado en nosotros y nos ha amado
como personas únicas e irrepetibles. Los amigos también nos
ayudan a conocernos, y luego repensando estas experiencias, en el
espejo de la oración, nos vamos conociendo en el Señor. Las otras
formas de verdad, a modo de imposición, no sirven. "La verdad no
se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad,
que penetra suave y a la vez firmemente en las almas" (Concilio
Vaticano, Dignitates Humanae 1). Así vamos descubriendo nuestra
verdad interior. Cualquier corrección que no venga desde esta
invitación al amor es inútil, quizá dañina… se ha hablado
demasiado de que no somos nada, una humildad maniquea tanto
“cristiana” como “anticristiana” de que somos pasiones inútiles que
hay que ir llenando, pero como dice el Catecismo (282), mi ser es
imagen y semejanza de Dios, que ha pensado en mí y me ama, y
no quiero apartarme ante este Dios que se me entrega, soy algo
grande, y entro de mí hay un ansia de felicidad demasiado grande,
y todo en la tierra está marcado por el sello de caducidad, aún
siendo todo precioso… "el hombre no puede vivir sin arrodillarse,
dice Dostoievsky... si rechaza a Dios, se arrodilla ante un ídolo de
madera, de oro o simplemente imaginario... todos esos son
idólatras, no ateos; idólatras es el nombre que les cuadra"
Abierta la mando del creador surgieron las criaturas para
adornar el jardín en que Dios quiso ponernos, en este camino que
es la vida, por amor. Y así, podemos responder: “si vivimos,
vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la
282
Esperanza y salvación
vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó
Cristo: para ser Señor de vivos y muertos. Todos compareceremos
ante el tribunal de Dios… cada uno dará cuenta a Dios de sí
mismo” (Rm 14,7-9)
No podemos decir de ningún hombre que esté condenado.
Pero aunque sea temeraria la certeza, es segura, en cambio, la
esperanza. Confiados en la sobreabundacia de la gracia salvadora
de Cristo (cf Rom 5,15-21), los cristianos no sólo podemos, sino
que debemos esperar la salvación de todos y orar por ella. De
hecho el Magisterio de la Iglesia, al tiempo que enseña
inequívocamente la doctrina del infierno, y que confirma la
participación de algunos de nuestros hermanos en la gloria -los
santos-, nunca ha declarado que alguien se haya condenado. Lo
cual no nos da derecho a pensar que no pueda darse en absoluto
la condenación, disolviendo la realidad de una posible respuesta
negativa del hombre al amor de Dios. Por eso, no nos ayudan
especulaciones como la teoría de la apocatástasis o la de la
aniquilación. El mensaje de la fe nos invita más bien a la vigilancia
seria y a la esperanza gozosa. “El que me rechaza y no sigue mis
palabras, ya tiene quien lo condene: la palabra que yo he hablado,
ésa le condenará en el último día” (Jn 12,48). El juicio divino
condenatorio no lo decide Aquel que ha venido a salvar, no a
condenar (cf Jn 12,47); lo decide una posible repulsa humana a la
oferta salvífica. La antropología cristiana afirma, pues,
vigorosamente el carácter personal del hombre y su condición de
interlocutor libre de Dios, cosas ambas que resultan insostenibles
allí donde se ignora o trivializa la capacidad de quien es imagen de
Dios para optar libremente incluso por la negación del Amor
creador.
El pecado tiene una doble consecuencia. El pecado grave nos
priva de la comunión con Dios y por ello nos hace incapaces de la
vida eterna ("pena eterna"); todo pecado, incluso venial, entraña
apego desordenado a las criaturas que tienen necesidad de
purificación, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado
que se llama Purgatorio. Esta purificación libera de lo que se llama
la "pena temporal" del pecado. «Una conversión que procede de
una ferviente caridad puede llegar a la total purificación del
283
Vida más allá de la muerte
pecador, de modo que no subsistiría ninguna pena (cf Cc. de
Trento: DS 1712-1713; 1820)» (Catecismo 1472).
Al cielo hay que entrar vestido de bodas: veía san Josemaría el
purgatorio como una muestra del amor de Dios y le gustaba
compararlo al cariño de una madre que coge al niño, y lo mete en
el agua y lo enjabona y lo perfuma y lo arregla, ¡y al fin el crío
está hecho un cielo!
Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar para sí
mismos y también para las almas del Purgatorio la remisión de las
penas temporales, consecuencia de los pecados (cat1498). Vivir «la
comunión de los santos, por consiguiente, "existe entre los fieles -
tanto entre quienes ya son bienaventurados como entre los que
expían en el purgatorio o los que peregrinan todavía en la tierra-
un constante vínculo de amor y un abundante intercambio de
todos los bienes" (Pablo VI). En este intercambio admirable, la
santidad de uno aprovecha a los otros, más allá del daño que el
pecado de uno pudo causar a los demás. Así, el recurso a la
comunión de los santos permite al pecador contrito estar antes y
más eficazmente purificado de las penas del pecado» (Catecismo
1475).
El Purgatorio es un lugar bueno. Estamos salvados. Se ha
hablado mucho de que a la vez es un lugar terrible, que ahí se
sufre y mucho, para purificarnos. Es un aplazamiento doloroso
(pena de sentido). Se sufre con alegría y libremente porque se ve la
verdad y se comprende que antes de entrar en el Cielo es necesario
que el alma se desprenda de todo lo sucio. La pena de los pecados
mortales cometidos y tantos miles de pecados veniales, una
polvareda que nos deja el alma muy sucia: Tantos pensamientos y
palabras de vanidad. Tantas faltas de caridad con pensamientos,
palabras, gestos. Tantas pequeñas mentiras. Tantas concesiones a la
pereza, la envidia, la lujuria, la gula, la avaricia.
Es cierto que la decisión tomada en la vida se cierra con la muerte, “pero eso
no quiere decir necesariamente que el destino definitivo se alcance en ese
momento. Puede ser que la decisión fundamental de un hombre se encuentre
recubierta de adherencias secundarias y lo primero que haya que hacer sea limpiar
esa decisión. Esta ‘situación intermedia’ recibe en la tradición occidental el nombre
de ‘purgatorio’… los griegos rechazan la doctrina de un castigo y una expiación
en el más allá, pero tienen en común con los latinos la plegaria por los difuntos,
que se puede llevar a cabo con oraciones, limosnas, buenas obras y también, y de
284
Esperanza y salvación
modo especial, ofreciendo la eucaristía por ellos. Los reformadores ven en ello, y
en especial en la ‘misa por los difuntos’, nada menos que un ataque contra la
suficiencia universal expiatoria de la muerte de Cristo en la cruz, no pudiendo,
por ende, admitir ninguna clase de expiación a causa de su doctrina sobre la
justificación” (ESC). Y sigue Ratzinger: “lo primero que quizá sería bueno notar, es
que los textos oficiales no conocen la expresión ‘fuego purificador’. Evitan el
término ‘fuego’, hablando sencillamente de castigos purificadores (poenae
purgatoriae seu catharteriae: D 464-DS 856) o también de purgatorium traducido
normalmente como ‘lugar de purificación’”. En Trento por ejemplo se dice: “La
Iglesia católica, ilustrada por el Espíritu Santo, apoyada en las Sagradas Letras y en
la antigua tradición de los padres ha enseñado en los sagrados Concilios y
últimamente en este ecuménico Concilio que existe el purgatorio (purtatorium) y
que las almas allí detenidas son ayudadas por los sufragios de los fieles y
particularmente por el aceptable sacrificio del altar (D 983 – DS 1820), y añade
una nota a los obispos para que se opongan a la superstición y curiosidades.
La purificacion final o purgatorio ha sido tratado así en el Catecismo: “Los
que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente
purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su
muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la
alegría del cielo.
La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es
completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la
doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia
(cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820: 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo
referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla
de un fuego purificador:
‘Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio,
existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es la Verdad, al decir
que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le
será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos
entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el
siglo futuro (San Gregorio Magno, dial. 4, 39)” (aquí vemos que corrige lo dicho
más arriba por Ratzinger, o al menos lo matiza).
Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos,
de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este
sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del
pecado" (2 M 12,46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la
memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el
sacrificio eucarístico (cf DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la
visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las
indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:
‘Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job
fueron purificados por el sacrificio de su Padre (cf Jb 1,5), ¿por qué habríamos de
dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No
dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias
por ellos’ (San Juan Crisóstomo, hom. in 1 Cor 41, 5)” (1030-1032). Aquí tenemos
285
Vida más allá de la muerte
las primeras raíces del purgatorio, 2 M 12 (s. I a.C). Más explícito es el apócrifo de
la Vida de Adán y Eva (s. I d.C), que cita Ratzinger: “que habla de tristeza de Set
por la muerte de Adán y de la misericordia de Dios, anunciada por Miguel:
‘levántate de junto al cuerpo de tu padre, ven a mí y mira lo que Dios ha
determinado sobre él. Es su imagen y por eso ha tenido misericordia de él’. Pero
esta misericordia implica, con todo, castigo. ‘Y entonces vio Set que Dios tenía a
Adán en su mano extendida, entregándolo a Miguel, al tiempo que le decía: que
esté en tu mano hasta el día de la manifestación, que se le castigue hasta los
últimos años, cuando yo cambie su sufrimiento en alegría. Entonces se sentará
sobre el trono de aquel que le tendió un lazo” (cap. 47).
Luego Tertuliano (+ d. del 220) entra en escena de esta doctrina con la
Pasión de Santa Perpetua, y sigo otra vez a Ratzinger: “Perpetua ve en sueños,
sucio y pálido, a su hermano Dinócrates, joven y muerto de cáncer. Le ve la
herida del cáncer, de que había muerto; está en medio de una calor sofocante,
sediento, ante una fuente demasiado alta como para poder beber de ella.
Perpetua entiende lo que quiere decir el sueño y de día y de noche reza por su
desgraciado hermano, volviendo a verlo muy pronto limpio, bien vestido, con la
herida cicatrizada, sacando y bebiendo agua tranquilamente y hasta jugando
satisfecho”. Por una parte parece que este texto refleja con sencillez las ideas
antiguas sobre la triste suerte que llevan en el más allá los muertos
tempranamente, pero que no tendría nada que ver con la doctrina del purgatorio,
puesto que esta suerte no se debe a culpa, no pudiéndose considerar la pena
tampoco como castigo o expiación. Pero se ve la centralidad de la oración para
suprimir el sufrimiento de los difuntos. Luego, en la obra ya montanista Sobre el
alma Tertuliano ya habla de un “purgatorio” basándose en la parábola de Jesús de
ponerse de acuerdo con el querellante antes de ir al juez, sino pagará todo en la
cárcel “hasta el último cuadrante” (Mt 5,26 par.), donde el término griego cárcel
se usa también para denominar hades, y para él de la muerte a la resurrección es
un tiempo de cárcel (se había hecho rigorista).
Cipriano (+258) libra estas ideas del rigorismo, las toma de las raíces judías
de la Iglesia y se hacen cristianas revestidas de concepciones grecoromanas. Dice
que los que dan la vida por la fe van al cielo directamente, los lapsi (que habían
sido débiles) pero querían volver a la Iglesia por la reconciliación, en contra de los
rigoristas, son aceptados por él pensando en Mt 5,26 que si era necesario
expiarían lo que les faltaba en el más allá, pues no tienen plenamente el corazón
en Cristo, pero sí que son capaces de purificarse y así pueden entrar en plena
comunión con Cristo (cf ESC).
Clemente de Alejandría en oriente (+ a. del 215) desarrolla el platonismo y
estoicismo, y la gran idea de “educación” (paideía), con el fuego del juicio
después de la muerte (cf 1 Cor 3,10-15), hay fuerza del fuego purificadora y
educativa. Une una gnosis espiritualizada de manera que se llega a una
espiritualización o plenitud (pleroma) que es la consumación, el día de Dios, el
hoy eterno. Pero vemos en él la distinción –como en occidente- entre la decisión
definitiva después de la muerte y –digamos así- su toma de posesión. Y también
siguen las personas como antes de la muerte, en su individualidad y en su ser
comunión y ser Iglesia, en su sufrir y recibir unos de otros (comunión de los
286
Esperanza y salvación
santos). Es más, ahí se ve con más claridad que en occidente que lo decisivo no es
tanto estar vivo o muerto, sino –siguiendo a Flp 1,21 y Jn 3,16-21- estar con Cristo
o contra él. El desarrollo bautismal o purificación continúa más allá de la muerte,
“teniendo que pasar por el fuego juzgador de la cercanía de Cristo, pero
encontrándose, al mismo tiempo, rodeado de la comunidad de la Iglesia” (ESC).
El paso decisivo lo dio Juan Crisóstomo (+407), fundador de la doctrina de
oriente, los alejandrinos eran una mezcla de pensamiento griego y bíblico y
rechazado esto quedó algo arcaico: “entre muerte y resurrección todos se
encuentran en una situación intermedia, en el hades, el cual, de acuerdo con los
distintos grados de justificación y santificación terrenas, incluye ‘diferentes grados
de felicidad y desventura’. Los santos interceden por sus hermanos que siguen
viviendo en la tierra y son invocados en orden a esta intercesión. Los vivos
pueden conseguir ‘descanso y refrigerio’ para las almas retenidas en el hades,
ofreciendo la eucaristía, orando y dando limosnas. Pero la ‘aflicción’ no se
considera como sufrimiento purificador o expiatorio, aflicción que se pueda aliviar
del modo antes mencionado” (ESC).
¿Qué hay de permanente en la doctrina del purgatorio? Respone Ratzinger:
se remiten los padres a 1 Cor 3,10-15 donde se dice que el único fundamento es
Cristo, y unos edifican con un material más seguro y otros con material endeble
que cuando el Señor se revele con fuego y se saque a luz lo que cada uno
construyó “si subsiste la obra construida por uno, ésta recibirá el salario, si se
quema la obra de alguno, éste sufrirá daño; él, desde luego, se salvará, pero como
quien pasa por fuego”. Este fuego probador es el Señor mismo que viene (cf Is
66,15s), es decir un sentido cristológico del purgatorio, un abrazo con Cristo, “que
cambia al hombre, haciéndolo ‘conforme’ a su cuerpo glorificado (Rom 8,29; Flp
3,21)” (ESC), es la fuerza purificante-transformante del Señor, que acrisola y
refunde nuestro corazón cerrado, de modo que podamos insertarnos en él.
Por tanto, “no se trata de una especie de campo de concentración en el más
allá (como ocurre en Tertuliano), donde el hombre tiene que purgar penas que se
le imponen de una manera más o menos positivista. Se trata más bien del proceso
radicalmente necesario de transformación del hombre, gracias al cual se hace
capaz de Cristo, capaz de Dios y, en consecuencia, capaz de la unidad con toda la
comunión de los santos” (ESC). Es la fe, pero hemos de cambiar, pues hay mucha
paja en medio de tanta misericordia que tiene que aflorar. “El encuentro con el
Señor es precisamente esta transformación, el fuego que lo acrisola hasta hacerlo
esa figura libre de toda escoria, pudiendo convertirse en recipiente de eterna
alegría.
Esta conclusión se opondría a la doctrina de la gracia sólo en el supuesto de
que se considerara la penitencia como antagónica a la gracia y no como su forma,
como la posibilidad concedida que sale de la gracia” (ESC), el perdón transforma
por la misma gracia…
Y en cuanto a lo de intercambio de oraciones, ¿cómo separarlo de un
comercio de compraventa de bienes? Parece que “el que la hace la paga” y que
yo con unas misas no puedo quitarle la pena… pero hay que decir a eso que el
hombre no es una “mónada” cerrada, estamos interconexionados, en el amor y
odio, inmersos unos en otros como culpa y como gracia. Yo no soy sólo yo, lo
287
Vida más allá de la muerte
que yo haga influye en los demás, y cuando hemos dicho que los santos juzgan es
que el encuentro con Cristo es también encuentro con todo su Cuerpo, con mi
culpa contra los miembros sufrientes de este cuerpo y con su amor perdonador,
que brota de Cristo: “la intercesión de los santos ante el juez no es… algo
meramente externo, cuyo éxito quede pendiente del imprevisible parecer del
juez. La intercesión es, ante todo, un peso interno que se echa en la balanza y que
puede hacerla ladearse de su parte” (Balthasar, cit. en ESC). “J’espère en toi pour
moi”, espero en ti por mi (Péguy), “somos como los siameses, dice la película: si
tú te caes, caemos los dos”. Esta unión con los orientales es lo fundamental
(aunque los demás aspectos de la doctrina del purgatorio de la Iglesia latina
hemos visto que enraízan en la gran Tradición).
Decía S. Josemaría que quería saltarse “a la torera” el purgatorio, y nos
animaba a ello. Sigo unas notas que me pasaron: Lo primero: La Confesión. Nos
revestimos de Nuestro Señor Jesucristo. Para avanzar seriamente en la vida
interior, arrepentirte seriamente de las propias faltas. La Confesión es alegría, es
esperanza, hay siempre perdón. Tristeza de quien rechaza este medio. El
apostolado de la confesión es llevar alegría.
Lo segundo: la mortificación en nuestra vida: espíritu de penitencia, espíritu
de mortificación. Recordamos que el Purgatorio se puede pasar en la vida. Le
pedimos al Señor todos los días en las Preces que nos conceda un spatium vere
poenitentiae (tiempo de verdadera penitencia). Eso es la vida: un tiempo para
merecer el Cielo, para prepararnos. Todas las dificultades propias de la vida, del
trabajo, de la convivencia con los demás, las contrariedades, el pasar por encima
de nuestro propio capricho y gusto una y otra vez, todo eso hecho por amor, con
alegría es medio de purificación. Así estamos amando a Dios, estamos purificando
nuestra alma. Cuando nos dan la absolución oímos: El bien que hagas y el mal
que puedas sufrir te sirvan como remedio de tus pecados, aumento de gracia y
premio de vida eterna. Esto es una fórmula para que sirva de purgatorio todas las
cosas antes dichas… la misma vida, para que no haya juicio… La mortificación
activa porque es ahora cuando puedes merecer después ya no: ni en el Cielo, ni
en el Purgatorio. Buscar el ofrecer aquí ya, muchas cosas todos los días. Por
nuestros pecados patentes y conocidos y por los desconocidos (escándalos, malos
ejemplos, omisiones, pecados olvidados). Por los pecados de los demás.
Por la mortificación pasiva y activa, interna y externa el alma se irá
pareciendo al Señor, la Santa Faz: En el Cielo sólo entra el que a Ti se parece.
Pues el purgatorio es “un estado cuyo centro es el amor, y otro cuyo centro
sería el odio, no pueden compararse. El justificado vive en el amor de Cristo. Su
amor se hace más consciente por la muerte. El amor que se ve retardado en
poseer a la persona amada padece dolor y por el dolor se purifica (cf Santa
Catalina de Génova, Trattato del purgatorio 1551). Considerada como la mística
del Purgatorio, dice que su fuego es sabroso, aunque mortificante, como todo lo
que purifica. ¿Qué hace el crisol con el oro? En el purgatorio, las almas, puros
espíritus, están abrasadas de amor y, al no tener nada, porque están desnudas,
como tenían en este mundo, que les pueda distraer del ansia de ver y unirse a
Dios, para lo que fueron creadas, se mueren porque no mueren. Al no estar
hechizada ni cegada y deslumbrada por la belleza y poder humano, anhela a Dios
288
Esperanza y salvación
con todas sus fuerzas. El insatisfecho anhelo de Verdad y de Amor quema al
hombre como fuego. El ansia de Dios lo devora. A medida que se van penetrando
más y más de amor su deseo de Dios va creciendo con movimiento
uniformemente acelerado. Así pudo escribir Santa Catalina: "Es una pena tan
excesiva, que la lengua no sabría expresarla, ni la inteligencia concebir su rigor.
Pero no creo que se pueda hallar un contento igual al de las almas del purgatorio,
si no es el de los bienaventurados en el cielo. El contento aumenta cada día, a
medida que Dios penetra en el alma en pena, y la atraviesa a medida que se
desvanecen los obstáculos que a ello se oponían". San Juan Bautista Vianney, el
Párroco de Ars, lo explicaba así en sus catequesis famosas: - Cuando el hombre
muere, se halla de ordinario como un pedazo de hierro cubierto de orín, que
necesita pasar por el fuego para limpiarse.¿Y qué podemos hacer nosotros? Pues,
mucho. Al ser cierto que todos los miembros de la Iglesia formamos un solo
Cuerpo, y que está establecida entre todos la Comunión de los Santos -es decir, la
comunicación de todos nuestros bienes de gracia-, todos podemos rogar los unos
por los otros. Nosotros rogamos por las almas benditas para que Dios les alivie sus
penas y las purifique pronto, pronto, y salgan rápido del Purgatorio. Y esas almas
tan queridas de Dios, que tienen del todo segura su salvación, ruegan también por
nosotros, para que el Señor nos llene de sus gracias y bendiciones. Ésta ha sido
siempre la fe de la Iglesia Católica. Esto hacemos cada día cuando en la Misa
ofrecemos a Dios la Víctima del Calvario, Nuestro Señor Jesucristo, glorificado
ahora en el Cielo, pero que se hace presente en el Altar y sigue ofreciéndose por
la salvación de todos: de los vivos para que nos salvemos, y de los difuntos que
aún necesitan purificación. Eso hacemos también con todas nuestras plegarias por
los difuntos. Esto hace la Iglesia especialmente en este día, con una
conmemoración que nos llena el alma de dulces recuerdos, de cariños nunca
muertos, de esperanza siempre viva… ¡Los Difuntos! ¡Nuestros queridos Difuntos!
No los podemos olvidar delante de Dios, desde el momento que los queremos
tanto… (Pedro García).
El daño que se hace en esta vida se puede expiar (sábado de la 33ª semana):
1 Mac (6,1-13) cuenta el relato de la muerte de Antíoco, el impío rey que les había
perseguido. Es otro ejemplo de cómo en el AT los autores sagrados leían la
historia desde la perspectiva de la fe. Aquí ponen en labios del mismo Antíoco,
moribundo y abandonado de todos, unas confesiones que servirán de lección y
escarmiento a todo aquél que quiera arrogarse el protagonismo, rebelándose
contra la voluntad de Dios. Son palabras patéticas: "el sueño ha huido de mis ojos,
me siento abrumado de pena... ahora me viene a la memoria el daño que hice en
Jerusalén, robando todo el ajuar de plata y oro que había allí... reconozco que
por eso me han venido estas desgracias". Se cumple, una vez más, lo de que Dios
"derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes". María de Nazaret lo
dijo, en su Magnificat, precisamente hablando de la historia de su pueblo. La
lección no es sólo para los poderosos de la tierra que se han burlado de todos y se
dedican al pillaje y la corrupción, para luego pagar las consecuencias. En nuestra
vida personal, en una escala mucho más reducida, ¿no tenemos que pagar a veces
nuestros propios caprichos, que, a la corta o a la larga, pasan factura? Nos
permitimos cosas fáciles y de resultados brillantes, pero que no van en la dirección
289
Vida más allá de la muerte
justa, sino por caminos equivocados. No parece que pase nada. Pero luego vienen
las consecuencias: sinsabor de boca, sensación de vaciedad, y el miedo a
presentarnos delante de Dios con las manos vacías. Como decía Martín Descalzo,
sería una lástima presentarnos delante de Dios con una cesta llena de nueces, pero
todas vacías. Entonces ¿para qué hemos vivido?
Es una invitación a ir trabajando con perseverancia, con una fidelidad hecha
de detalles pequeños pero llenos de amor. Sin buscar glorias falaces ni dejarnos
llevar por nuestros caprichos. El que ha sido fiel en lo poco será premiado con
mucho. Y podrá decir con serena alegría el salmo de hoy: "te doy gracias, Señor,
de todo corazón, me alegro y exulto contigo... porque mis enemigos
retrocedieron... reprendiste a los pueblos, destruiste al impío... los pueblos se han
hundido en la fosa que hicieron... y yo gozaré, Señor, de tu salvación".
Esta es la misericordia de Dios. El hombre malo paga su deuda, pero este
pago lo purifica y hace que sea mejor. ¡Cuán emocionante es esa confesión del
perseguidor! ¿Sabemos dar a todos una oportunidad de conversión, en lugar de
encerrarles para siempre en su mal? Danos, Señor, a nosotros también ser
conscientes de nuestro mal. Pienso en los responsables de los juicios sumarísimos y
de todos los campos de concentración. Escucho la confesión de Antíoco.
-«Reconozco que por esta causa me han sobrevenido los males presentes y
muero de profunda pesadumbre en tierra extraña.» Es una especie de «confesión».
«Preparémonos a la celebración de la eucaristía reconociendo que somos
pecadores.» Lo reconozco, Señor. ¡No nos agrada meditar sobre la «justicia» de
Dios! Somos, sin embargo, muy exigentes desde el punto de vista de la justicia,
cuando se trata de nosotros, o de lo que nos atañe más directamente. Jesús nos ha
pedido no "juzgar" a los demás. Pero en cambio nos pide que «nos» juzguemos a
nosotros mismos. No se trata de condenar a cualquiera ni a fulminarle con la
justicia de Dios: sería esto todo lo contrario al evangelio. Hay que desear la
conversión de todos, incluso de los peores. En cambio puede ser saludable
ponernos, nosotros mismos, seriamente, frente a la justicia de Dios. «Reconozco»
que soy pecador, Señor. Pero sé todo cuanto Tú has hecho para salvarnos. Y
cuento con tu amor misericordioso. Este es el sentido del Purgatorio. Es inútil
querer imaginar el Purgatorio como un «lugar». Es más bien como «una
maravillosa y última oportunidad dada» por Dios para una purificación total...
para una toma de conciencia: reconozco que soy pecador, sáname. Que las almas
de los fieles difuntos descansen en paz (Noel Quesson).
El asesino no puede sentarse a comer con la víctima, como si no hubiera
pasado nada, es necesario un juicio en la historia… La conciencia no puede dejar
tranquilos a quienes hicieron el mal a los inocentes. Tal vez uno pueda dedicarse
de un modo inconsciente a "disfrutar la vida" a costa de hacer sufrir a otras
personas. Al final se volverán, incluso los sueños, contra uno mismo; más aún, la
conciencia hará que el sueño desaparezca y que la vida se sienta oprimida por los
atropellos cometidos, de tal forma que el nerviosismo, e incluso la locura, podrían
afectar a esas mentes depravadas. De todas formas, puede haber algo mágico…
En medio de todo, y a pesar de todo, Dios dará a esa persona una oportunidad a
reconocer su propio pecado. Pero no puede quedarse ahí; si quiere que la
salvación llegue a ella, debe pedir perdón, y Dios, rico en misericordia, tendrá
290
Esperanza y salvación
compasión de él, pues Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para
que el mundo se salve por Él. Si nos sabemos pecadores, sepamos pedir a Dios
perdón a tiempo. Y pedir perdón no sólo consiste en confesar nuestros pecados,
sino en iniciar un nuevo camino, con un nuevo rumbo, donde, guiados por el
Espíritu Santo, dejemos de obrar el mal y pasemos haciendo el bien a todos.
“El que pregunta hoy a la teología acerca del purgatorio, apenas recibe
respuesta. La Biblia parece que calla sobre este tema. Según eso, ¿con qué
fundamento puede hablar la tradición sobre él? Así, lo que se hace es eludir el
tema. Pero, por otra parte, ¿podríamos imaginarnos una iglesia en la que no se
pensara en recordar en las oraciones a los que han llegado a la patria? Se podría
afirmar que la conciencia tan natural con la que la oración abarca, en todas las
épocas, también a los difuntos es ya, ella misma, una expresión viva de un
profundo convencimiento que radica en lo más íntimo de la fe, según el cual la
comunicación mutua no termina en la muerte, sino que precisamente eso es lo
permanente.
¿Pero no podemos dar a este convencimiento un contenido concreto? Hoy
parece claro que el fuego del juicio, del que habla la Biblia, no significa una
especie de cárcel en el más allá, sino que alude al mismo Señor, el cual en el
momento del juicio sale al encuentro del hombre. ¿Pero qué quiere decir esto más
exactamente? Esto significa que, al hombre que cae ante la vista de Dios, se le
quema toda la «paja y heno» de su vida y que sólo permanece lo que únicamente
puede tener consistencia. Eso quiere decir que el hombre, mediante el encuentro
con Cristo, se refunde o transforma en aquello que él propiamente debería y
podría ser. La decisión fundamental de tal hombre es el «sí» que le hace capaz de
recibir la misericordia de Dios; pero esta decisión fundamental se halla agarrotada
e impedida de muchas maneras y sólo aparece penosamente sobre el enrejado del
egoísmo, que el hombre no podría eliminar del todo. Él recibe la misericordia,
pero debe ser transformado. Este encuentro con el Señor es esta transformación,
el fuego, que le transforma con su llama en aquella figura sin mancha que puede
convertirse en el recipiente de la eterna alegría. ¿Pero no pierde de esa manera su
sentido la oración por los difuntos? ¿Se puede pretender influir en la
imprescindible transformación personal de un hombre? Sí, se puede, porque, para
la fe cristiana, lo más íntimo del hombre es asimismo lo que en él hay de común
con los demás en la unidad de todos los miembros de Cristo. El compadecer y
con-amar no se halla junto a la persona, sino en ella misma: ella es distinta si está
con ella el amor solícito o no está. Su culpa tampoco es algo puramente privado:
¿no debía el «purgatorio», expresado en términos humanos, depender
precisamente también de que indiscutiblemente no puede ser feliz unido a Dios
aquél que ha dejado tras de sí culpas o pecados por los cuales sufren los hombres
en este mundo? Ahora bien, donde la culpa se ha transformado en amor
perdonador, cae un límite o una frontera que se oponía a la paz definitiva. Lo que
la oración de la iglesia deja claro en favor de los muertos sobre todo es esto: en el
mundo de la fe, los límites o fronteras entre la muerte y la vida, pero también las
fronteras entre hombre y hombre, son transitables o permeables en un dar y
recibir que abarca cielo y tierra, para el cual dar y recibir nadie hay demasiado
pequeño ni nadie demasiado grande” (Joseph Ratzinger).
291
Vida más allá de la muerte
¿Tiene sentido honrar unos sepulcros que, por más nobles que sean, sabemos
la miseria que contienen? Hay distintas sensibilidades; pero algo debe estar claro:
se trata de los miembros que fueron lavados por el bautismo, ungidos con óleo en
la confirmación y en la unción de enfermos, recibieron el signo material
eucarístico que vinculaba más sus vidas con la de Jesús; fueron el instrumento que
tuvieron esas personas para entrar en comunión con los demás, para manifestar su
fe, quizá para engendrarnos a la vida. Fueron “miembros de Cristo” y “templo del
Espíritu Santo” (1Cor 6,15.19); una realidad muy digna, y que algo tendrá que ver
con la resurrección futura.
La jornada nos invita a contemplar a Cristo como Señor de vivos y muertos,
dando vida eterna a unos y otros (1Tes 4); la muerte no tiene capacidad de
arrebatarle los que le pertenecen. Igualmente se nos invita a vivir en la
responsable esperanza de nuestro encuentro definitivo con el Señor y de sentarnos
festivamente a su mesa (Lc 12), mesa de gozo desbordante por ser Jesús el
anfitrión-servidor y por estar llena de hermanos: Tras el vivir / Dame el dormir /
Con los que aquí anudaste a mi querer. / Dame, Señor, / Hondo soñar; / hogar
dentro de Ti nos has de hacer (Severiano Blanco).
A medida que todos sus niveles humanos van siendo invadidos por el amor,
se inflama más y más su deseo, y su egoísmo va siendo consumido. Dante en la
Divina Comedia, en el canto XXIII del Purgatorio, escribe este verso de profunda
dulzura: "Se oyó llorar y cantar: "Domine, labia mea aperies", con tal acento que
hacía nacer en nosotros placer y dolor". Cuanto más se ahonda y profundiza el
nivel del dolor, tanto más se eleva el júbilo del surco. El desarrollo de la persona
avanza con la contribución de su dolor. Así, la frase de M. De Saci al morir, está
impregnada bellamente de esperanza y de fe: "¡Oh, bendito purgatorio!". El fuego
del purgatorio es un fuego de júbilo, al contrario del sufrimiento del infierno que
es un fuego de tormento. En el Purgatorio las almas sin su envoltura biológica, ni
la distracción de sus anteriores deberes, son necesariamente contemplativas, todas
para Dios. Su fuego es llama que consume y no da pena, como dice San Juan de la
Cruz, porque su amor a Dios es inmenso y saben que están salvadas y próximas
(Jesús Martí Ballester).
San Juan de la Cruz explica que el Espíritu Santo, como «llama de amor viva»,
purifica el alma para que llegue al amor perfecto de Dios, tanto aquí en la tierra
como después de la muerte si fuera necesario; en este sentido, establece un cierto
paralelismo entre la purificación que se da en las llamadas «noches» y la
purificación pasiva del purgatorio (cf Llama de amor viva 1,24; Noche oscura
2,6,6 y 2,20,5). En la historia de este dogma, una falta de cuidado en mostrar esta
profunda diferencia entre el estado de purificación y el estado de condenación ha
creado graves dificultades en la conducción del diálogo con los cristianos
orientales” (CTI). Nos podemos imaginar una madre que prepara a su hijo de
parvulario por la mañana y como es un día de lluvia el niño se mancha en el patio
y queda hecho un desastre, y cuando lo recoge la madre lo mete en la bañera
vestido y lo enjabona y lo va limpiando y al final le pone colonia Nenuco y le
dice “estás hecho un cielo” y le besa abrazándolo tanto que el niño le dice “mamá
no me aprietes tanto que me haces daño”, así es esa preparación que necesita el
alma para entrar limpia en el cielo, donde no puede participar quien a Dios no se
292
Esperanza y salvación
parece. O bien se parece también el purgatorio a cuando un espeleólogo ha
estado mucho tiempo en una cueva y sale al sol del mediodía y tiene que cerrar
los ojos porque no se pueden abrir a tanta luz, tienen que acostumbrarse,
aclimatarse, así el alma se tiene que ir aclimatando a quitar las impurezas de las
reliquias del pecado. O bien cuando uno sale de un submarino y está con una
presión muy distinta de la ambiental del mar profundo, y necesita antes de salir a
bucear pasar por una estancia con compuertas que le preparen a la presión
exterior, sino sus pulmones no resistirían el cambio brusco, ha de ser paulatino…
así vemos la purificación del rico Epulón que no se preocupó de los demás y dejó
morir al pobre Lázaro, que cuando me decían que estaba en el infierno me
repugnaba la idea pues le aparecían
buenos sentimientos; Benedicto XVI
nos explica que purga más allá de la
muerte sus faltas para preparar su
alma para el cielo.
2. El cielo
Dice el Catecismo: “Los que
mueren en la gracia y la
amistad de Dios y están
perfectamente purificados,
viven para siempre con
Cristo. Son para siempre
semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3,2), cara a cara
(cf 1 Co 13,12; Ap 22,4):
‘Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general
de Dios, las almas de todos los santos ... y de todos los demás fieles muertos
después de recibir el bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar
cuando murieron;... o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una
vez que estén purificadas después de la muerte ... aun antes de la reasunción de
sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador,
Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el reino de los
cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y
después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina
esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura’
(Benedicto XII: DS 1000; cf. LG 49).
Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de
amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se
llama "el cielo" . El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más
profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.
Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf Jn 14,3; Flp 1,23; 1 Ts 4,17). Los
elegidos viven "en El", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera
identidad, su propio nombre (cf Ap 2,17):
293
Vida más allá de la muerte
‘Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí
está el reino’ (San Ambrosio, Luc. 10,121).
Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo. La
vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la
redención realizada por Cristo quien asocia a su glorificación celestial a aquellos
que han creído en El y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la
comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a
El.
Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que
están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura
nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino,
casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni
al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co
2,9).
A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que
cuando El mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le
da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es
llamada por la Iglesia "la visión beatífica":
‘¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el
honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía
de Cristo, el Señor tu Dios, ...gozar en el Reino de los cielos en compañía de los
justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada’ (San
Cipriano, ep. 56,10,1).
En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con
alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación
entera. Ya reinan con Cristo; con El "ellos reinarán por los siglos de los siglos' (Ap
22, 5; cf. Mt 25, 21.23)” (1023-1029).
Cielo es el amor de Dios, la plenitud del encuentro con Cristo. Por tanto,
“hablar del ‘cielo’ no significa perderse en fantasías calenturientas, sino conocer
con más profundidad la oculta presencia que nos hace vivir de verdad y que, sin
embargo, continuamente dejamos que nos la tape lo aparente, apartándonos de
ella” (ESC). No es “donde” se llega, “hay” cielo porque Cristo existe y donde él
está quiere que estemos nosotros, entramos en la entrega de Cristo glorificado al
Padre, pues es “eso” el cielo, esa entrega “es” Cristo glorificado. Y en Cristo, la
visión de Dios, que es amor, donde Dios es “todo en todo”, plenitud también con
los demás (Iglesia), comunión abierta con todos pues no hay aislamiento alguno
posible sino co-existir. Es una fusión del yo en el cuerpo de Cristo sin una
disolución del yo, pues es amor regalado, personalísimo “con un nombre escrito”
(Ap 2,17), el de cada uno. La escolástica habla de “corona” especial de los
mártires, vírgenes y doctores, pero santa Teresita habla más de tener mucho para
dar mucho, y por ahí va más el cielo, riqueza para dar, para hacer partícipes a los
demás, hasta alcanzar una dimensión cósmica.
Todos llamados a ser santos. La fiesta de todos los santos
nos recuerda la multitud de los que han conseguido de un modo
definitivo la santidad, y viven eternamente con Dios en el cielo,
294
Esperanza y salvación
con un amor que sacia sin saciar. Es también la fiesta de todos los
que estamos llamados a unirnos a los que forman la Iglesia
triunfante: nos anima a desear esa felicidad eterna, que sólo en
Dios podemos encontrar. Vivimos en esperanza, somos varones de
deseos (como el profeta Daniel), de que Dios saciará todo el afán
de felicidad que anida en nuestro corazón, como decía San
Agustín: “nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está
inquieto hasta que descanse en Ti”. San Pablo dice que nadie
puede imaginar las maravillas que Dios nos tiene reservadas.
Saciarán sin saciar, y este pensamiento de plenitud nos ha de
ayudar a llevar la cruz de cada día sin caer en conformarnos con
premios de consolación, con pequeñas compensaciones efímeras,
que a la hora de la verdad son engaños, cartones repintados que
defraudan las ansias de cosas grandes de nuestro corazón.
La vida eterna consistirá en gozar de modo pleno del amor
que ya gozamos en parte, pero sin veleidades ni distracciones y
con perfección: sabremos, con todos los santos, lo que es y lo que
vale el Amor. Toda la vida cristiana se resume aquí: “nosotros
hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es
Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en
él” (1 Jn 4, 16), decía san Juan al término de su existencia terrena.
Dios estará con la debilidad porque es menor obstáculo
cuando quiere venir a nosotros, no hemos de cerrarnos sobre
nosotros mismos sino estar abiertos a la obra de Dios. Dios está
con la debilidad del ofrecimiento del amor. A veces queremos dar
seguridad, pero sobre todo lo que hemos de dar es la verdad, y
con ella la paz, que viene de confiar en Dios y su misericordia, y
hacer lo que podamos que Dios hará lo que no podamos
nosotros… Quizá hoy se ha desplazado este afán de seguridades
en un cumplimiento de las leyes no ya religiosas sino civiles, como
entonces el emperador: un puritanismo que “libera”
aparentemente de seguir la conciencia, pero todo esto es falso,
lleno de agresividad: se busca la tolerancia y libertad pero no para
todos, siempre hay alguien al que crucificar (los lefebrianos ahora,
quizá antes los moros o judíos, yo qué sé). El mecanismo de
defensa ante el desequilibrio que provoca el resentimiento de no
hacer las cosas en conciencia busca a alguien como chivo
295
Vida más allá de la muerte
expiatorio, generalmente alguien que nos recuerda la conciencia (el
Papa por ejemplo). Ante todas estas hipocresías, tenemos siempre
el reto de aquel que dijo: No hay amor más grande que dar la vida
por los amigos (Jn 15,13). Desde el punto de vista de los judíos, los
hombres se dividen en dos grupos: ellos y los otros; también
solemos decir “los nuestros”… recuerdo un chiste: llega uno al
cielo y san Pedro le va enseñando el lugar y al pasar por una
habitación cerrada pregunta –“y aquí, ¿quién hay?”, y san Pedro
dice: -“Los de… (el grupo en cuestión), ¡que se creen que están
solos!” La Iglesia ha definido que nadie está seguro de su salvación,
con certeza de fe (excepto los santos canonizados), pero sí
podemos tener certeza moral... es la ciencia que no busca
seguridades sino abandonarse, aunque con la Virgen sabemos que
estamos seguros, como confió el Señor a Bartolomé Longo y
recuerda Juan Pablo II en su carta del Rosario: quien propaga la
devoción a María está predestinado, se salvará. También las
devociones al Escapulario, o el cuarto de hora de oración, tienen
buenas recomendaciones papales (y revelaciones privadas). Como
esto me suena a sí pero no me quedo con el abandono en la
misericordia y en aquello del conocimiento experiencial de
“entreme donde no supe / y quedeme no sabiendo / toda ciencia
trascendiendo.
Yo no supe dónde entraba, / pero cuando allí me vi, / sin
saber dónde me estaba, / grandes cosas entendí; / no diré lo que
sentí, / que me quedé no sabiendo / toda ciencia trascendiendo.
298
Esperanza y salvación
Es un canto a las bienaventuranzas, y al tema complejo de la
entrega-premio que estamos viendo ahora. Durante un tiempo,
cierto espiritualismo hizo que se pensara en un amor que, por no
querer ser interesado, resultara poco humano, demasiado
angelical. Esto se hace notorio en el gran soneto anónimo a Jesús
crucificado, del siglo de Oro español, aunque muchos lo quieran
atribuir, por el espíritu que subyace, a San Juan de la Cruz o Santa
Teresa de Jesús:
301
Vida más allá de la muerte
“Jesucristo subió a los cielos, y está sentado a la derecha
de Dios, Padre todopoderoso”. Así reza el credo en su artículo 6
(Catecismo, 659ss; Mc 16,19) y sabemos que Jesús está en cuerpo y
alma con su Cuerpo en Dios, glorificado. Durante 40 días se hizo
ver a los discípulos comenzando por María Magdalena (Jn 20,17).
Jesús sube al cielo para que donde Él está vayamos también
nosotros… mientras, nos regala el Espíritu Santo. Pero no se va:
"Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los
siglos". Sólo se hizo invisible. S. Pablo dice: "subió a los cielos para
llenarlo todo con su presencia": es la misión de la Iglesia. Por eso
los ángeles invitan a los apóstoles a no quedarse mirando al cielo
pues hay mucho que hacer en la tierra. Desea San Pablo a los
Efesios “espíritu de sabiduría” de Dios “según la eficacia de su
fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los
muertos”, y ese poder ahora actúa en nosotros como una fuerza
interior.
Leí de un niño al que le encantaban los circos, y lo que más
le gustaba eran los elefantes. En una función había uno que
deslumbraba por su poderío, su tamaño y fuerza descomunal...
pero después de su actuación el enorme animal quedaba atado por
una de las patas con una sencilla cadena sujeta a una pequeña
estaca clavada en el suelo: no era más que un pedazo de madera
apenas enterrado unos centímetros en la tierra; se preguntaba
cómo un animal con fuerza capaz de arrancar árboles no
arrancaba la estaca. ¿Qué le impedía liberarse? El niño preguntó
por ese misterio a su padre, quien le explicó que no se escapaba
porque “estaba amaestrado”. Pero el misterio seguía: si estaba
amaestrado, ¿para qué la cadena?... Con el tiempo descubrió que
el elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una
estaca parecida desde que era muy pequeño. Podemos
imaginarnos al pequeño elefante intentando liberarse de la estaca,
demasiado fuerte para su edad. Probaría un día y otro, hasta que
el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Como
tiene memoria de elefante, ese animal enorme y poderoso no
escapa porque se acuerda de que no podía, y piensa que no
puede. El recuerdo de la impotencia que siente desde pequeño, le
acompaña toda la vida. Y lo peor es que jamás se ha planteado de
302
Esperanza y salvación
nuevo la posibilidad de vencer. Una bonita imagen de los límites
que tantas veces nos aprisionan en la vida, sin conocer que
podemos mucho más de lo que encierran esas limitaciones. Vemos
cómo hay campeones que no se hunden ante las dificultades, que
no cesan hasta romper las estacas a las que se atan… La
superación, el esfuerzo, nos liberan de muchas “estacas” que nos
aprisionan, por encima de las dificultades... ¿Qué estacas tenemos
atadas que nos quitan libertad? Quizá probamos una y otra vez
algo y ya pensamos que no podemos conseguirlo, grabamos en
nuestra memoria un "no puedo... no puedo y nunca podré",
perdiendo la confianza. “Sabemos” que no podemos pero no
consideramos que la única manera de “saber”, es “intentar de
nuevo” poniendo todo el corazón, todo nuestro esfuerzo: porque
Tú eres, Señor, nuestra fortaleza, contigo podemos… levantarnos
puntuales, estudiar, atender en clase o enfrentarme a este trabajo o
no disiparme y hacer lo que toca.
Aunque no nos deja una foto, Jesús
se queda: como una madre que dice a su
hijo: “te comería a besos”… eso dice Él:
“toma, cómeme”, Jesús se nos da en la
Eucaristía: Ahí está la fuerza, que nos facilita
la voluntad de la lucha para vencer: ¡Jesús
mío! Te doy gracias, porque te has quedado
en la Comunión. Ayúdame para que no
desaproveche los momentos tan especiales,
en la Misa, en los que estás conmigo, y
contigo nos das el Espíritu Santo, el mejor
regalo que recibimos, el Consolador, mi
amigo inseparable, que por muy bajito que
le hable, me escuchará, porque está dentro
de mí y me dará fuerza en la lucha de la
vida, y me ayudará en mis problemas:
viviré alegre para hacer felices a los demás.
Mirándonos en el espejo que es Jesús
aprenderemos a ser nosotros mismos..., a
no tener miedo: “¡No tengáis miedo!”, era una de sus frases
preferidas. Yo a veces tengo miedo, Jesús: haz que deje mis
303
Vida más allá de la muerte
miedos. También decías a los apóstoles: “¡Mar adentro!” Dame
esperanza, para ir contigo mar adentro. A veces me veo como
cuando San Pedro dijo “soy un pecador” y Tú le transformaste de
pecador en pescador. También yo quiero sentir tu voz, haz que
lleve esperanza a todos, que los ayude, que los haga felices. Ir mar
adentro primero en el mar de mi vida interior, es que voy a
buscarte en mi corazón… “Señor, te proclamamos admirable y el
solo Santo entre todos los santos; por eso imploramos tu
misericordia que, realizando nuestra santidad por la participación
en la plenitud de tu amor, pasemos de esta mesa de la iglesia
peregrina al banquete del reino de los cielos” (de la liturgia de la
Misa). El Salmo 129 desde lo hondo clama:
“Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma
aguarda al Señor, más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él
redimirá a Israel de todos sus delitos”.
306
Esperanza y salvación
Dulce Señor y amigo, / dulce padre y hermano, dulce
esposo, / en pos de ti yo sigo: / o puesto en tenebroso / o puesto
en lugar claro y glorioso.
4. El cielo y la caridad.
Hay quien piensa que el cielo es “café para todos”, o bien
que es muy difícil salvarse, y que sólo algunos lo consiguen, y que
los demás van al infierno, que el premio es para los campeones
que superan marcas de atletas. Hay que decirles a estos que
desplacen el nivel de infierno-cielo un poco más hacia la
misericordia, que la balanza no la nivelen según la cofradía del
“santo reproche” o de tanta visión negativa. Porque algunos están
como agarrotados, con una lucha “por no pecar” que les impide
ver a los demás, y entonces pasa que “para aguantar a un santo
hacen falta dos santos”, y se han querido manipular las
conciencias, con esos guardianes de la verdad, con tanta
preocupación. Dios no quiere que estemos preocupados, sino
ocupados en la lucha por amarle a Él y a los demás. El
cumplimiento o incumplimiento del mandamiento del amor
anticipa ya en el mundo el Juicio final, donde se revelará que la
justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus
criaturas y que su amor es más muerte que la muerte (Ct 8,6:
Catecismo 1040). El que ama a Cristo en los pobres y se solidariza
con su causa se introduce en el reino de Dios; pero el que no ama
y explota a sus semejantes se excluye del reino de Dios. El juicio
universal será la manifestación y la proclamación de la sentencia
definitiva, que se va cumpliendo ya en nuestras vidas según
nuestras obras (“Eucaristía 1987”). “Yo, Juan, oí una voz que decía
desde el cielo: ¡Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor! Sí
(dice el Espíritu), que descansen de sus fatigas, porque sus obras los
acompañan” (Apo 14,13).
312
Esperanza y salvación
Las palabras con que se acoge o se rechaza la entrada al
Reino son un repaso de las llamadas obras de misericordia. Si toda
la Ley consiste en amar a Dios y al prójimo, lo que aquí aparece es
el amor manifestado en hechos muy concretos. Por tanto, cada
uno es declarado justo o es condenado según haya servido a los
demás o se haya abstenido de hacerlo. “¿Hemos de pensar que
también Dios dice: «Soy yo quien recibe, es a mí a quien das»? Sí,
en verdad, si Cristo es Dios -cosa que nadie duda-; Él dijo: Tuve
hambre y me disteis de comer. Y como le preguntasen: ¿Cuándo te
vimos hambriento?, respondió: Cuando lo hicisteis con uno de
éstos mis pequeños, conmigo lo hicisteis. De esta manera se
manifestaba como fiador de los pobres, como fiador de todos sus
miembros, puesto que, si él es la Cabeza, ellos son los miembros, y
lo que reciben los miembros lo recibe también la Cabeza. ¡Ea,
usurero avaro! Mira lo que diste y considera lo que has de recibir.
Si hubieses dado una pequeña cantidad de dinero y, a cambio de
esa pequeña cantidad, te devolviera una gran finca, infinitamente
de más valor que el dinero que le habías dado, ¡cuántas gracias no
le darías, qué alegría no te embargaría: Escucha qué posesión te ha
de dar aquel a quien hiciste el préstamo: Venid, benditos de mi
Padre, recibid. ¿Qué? ¿Lo mismo que disteis? De ninguna manera.
Disteis bienes terrenos que, si no hubieseis dado, se hubiesen
podrido en la tierra. ¿Qué hubieses hecho con ellos, si nos los
hubieses dado? Lo que iba a perecer en la tierra, se ha guardado en
el cielo. Y es eso que se ha guardado lo que hemos de recibir. Se ha
guardado tu mérito: tu mérito se ha convertido en tu tesoro. Mira,
pues, lo que vas a recibir: Recibid el reino que está preparado para
vosotros desde el comienzo del mundo. Por el contrario, ¿qué
oirán aquellos que no quisieron prestar? Id al fuego eterno que
está preparado para el diablo y sus ángeles. ¿Y a qué cosa se llama
ese reino que hemos de recibir? Prestad atención a lo siguiente:
Éstos irán al fuego eterno, los justos en cambio a la vida eterna
(Mt 25,34-46). Ambicionad esto, compradlo, prestad para
alcanzarlo. Tenéis a Cristo sentado en el cielo y mendigo en la
tierra. Hemos hallado cómo presta a interés el justo. Todo el día se
compadece y presta a interés” (S. Agustín). La pregunta que ya
conviene que nos adelantemos a nosotros mismos es ésta: ¿he
313
Vida más allá de la muerte
progresado en el amor, en la justicia, en la fraternidad? ¿he dado
de comer, visitado, ayudado... a Cristo en la persona de los
hermanos? Esta es la clave de su Reino y de nuestra pertenencia a
él.
328
Esperanza y salvación
tiene Sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el
rostro de Dios?
Las lágrimas son mi pan noche y día. Mientras todo el día
me repiten: "¿Dónde está tu Dios?"
Recuerdo otros tiempos, y desahogo mi alma conmigo:
cómo marchaba a la cabeza del grupo, hacia la casa de Dios, entre
cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta.
¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas?
Espera en Dios que volverás a alabarlo: "Salud de mi rostro, Dios
mío"…
Una sima grita a otra sima con voz de cascadas: tus
torrentes y tus olas me han arrollado.
De día el Señor me hará misericordia, de noche cantaré la
alabanza del Dios de mi vida…" (Salmo 41).
Y llegó la primavera
de mil galas ataviada;
al beso dulce del sol
fundióse la nieve blanca
que, en arroyo convertida,
saltando alegre cantaba
al descender de la altura
cual hilo de fina plata.
Era feliz la gotita…
¡cuánto reía y gozaba
cruzando prados y bosques
en su acelerada marcha!
y a su Dios esta oración
suavemente murmuraba:
“En el cielo y en el mar,
en el prado o la montaña,
sólo deseo, Señor,
cumplir tu voluntad santa”…
y Dios, al verla tan fiel,
se sonreía…y callaba…
Empezó la Eucaristía,
la gotita que, admirada,
los ritos iba siguiendo,
sintió que la trasladaban
desde la bella jarrita
hasta la copa dorada
del cáliz de salvación
y, con el vino mezclada,
334
Esperanza y salvación
en puro arrobo de amor
repetía su plegaria:
“Señor que se cumpla en mí
siempre tu voluntad santa”…
y sonreía el Señor,
sonreía… y se acercaba…
335
Vida más allá de la muerte
Pascua, el día que transforma las penas en alegrías. "Cuántas
veces la vida cambia de sentido en sólo un instante. Acaban de darle a uno la
noticia y le deja un agudo dolor en lo más profundo de su ser... lo que sucede en
ese momento, y a partir de entonces, es una experiencia nueva que quizá no se
había experimentado nunca... variadas y cortantes facetas que puede tener este
valioso diamante del sufrimiento: la muerte de un ser querido, la infidelidad de la
persona amada, la pérdida de algo muy necesario, tener que pasar un largo
tiempo en un hospital... "(Jesús Martínez García, Las caras de la vida (encuentro
con el dolor). Uno está solo. "La llave que abre la puerta y deja correr la luz para
entender el jeroglífico del sufrimiento es Jesucristo. 'El misterio del hombre sólo se
esclarece realmente en el misterio del Verbo Encarnado... por Cristo y en Cristo se
ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve
en absoluta oscuridad' (GS 22)". Aunque ahora pienses que tu dolor no tiene
sentido, aunque ahora te hagas ciertas preguntas de que no eres amado... o pases
por el enigma mayor de la condición humana, la muerte: esta persona que eres
tú, que era él, ella, con deseos de ser feliz, muere… Es el misterio del dolor, de la
cruz, que no tiene explicación. Un proceso de transformación, como una
purificación del amor, que nos prepara para la felicidad que es estar con Dios.
Realidad misteriosa que no es el final, pues cuando se acaba nuestra estancia aquí
en la tierra comienza otra, la vida continúa en el cielo. La muerte no es el final de
trayecto, la vida no se acaba, se transforma…
Las fuerzas
atávicas del mal, que
volcaban en un
inocente sus traumas y
represiones (el chivo
expiatorio), que -por el
demonio- vierten toda
la agresividad en contra
del Mesías, quedan
truncadas. Pues en la
muerte de Jesús esas
fuerzas quedan
vencidas, el círculo del odio queda sustituido por el círculo del
amor; una nueva ola que alcanza –con su Resurrección- todos los
lugares del cosmos en todos sus tiempos. "En su muerte en la cruz
se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar
nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más
radical" (Benedicto XVI). Se establece la redención, la vuelta al
paraíso original, a la auténtica comunión con todos y todo. Y
cuando estamos en contacto con Jesús, en la comunión, también
estamos con los que están con Él, de todos los lugares de todos los
tiempos, con los que queremos y ya se han ido de nuestro mundo
y tiempo. Cuando comulgamos, en ese momento íntimo, podemos
sentir más la proximidad de todos aquellos que ya están con el
Señor, porque tenemos al Señor dentro, y podemos hablar con
Jesús y con los que están con Él... La Virgen María es la gran
intercesora para el momento de la muerte, a ella nos
encomendamos siempre que decimos: “ruega por nosotros
pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”, momento en
que Ella nos abrazará y acompañará a Jesús, para disfrutar de
aquello que siempre hemos deseado aun sin saberlo. Debemos
338
Esperanza y salvación
seguir pidiendo, todos los días de nuestra vida, la gracia de las
gracias, la gracia de la perseverancia final, como lo hacemos en
cada Avemaría: “Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la
hora de nuestra muerte”.
339
Vida más allá de la muerte
Imbuidos en ese ambiente, como “al baño María”, te
propongo terminar la lectura de estas páginas. Ella es la más santa,
la más perfecta, la venerada: “Desde ahora todas las generaciones
me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48), recoge con sencillez el
Evangelio. La Iglesia la proclama junto a Jesús en cuerpo y alma.
Ella “‘ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos: ¡y
los Ángeles se alegran!’ Así canta la Iglesia (…) Se ha dormido la
Madre de Dios (...) Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y
alma, en la Gloria. -Y la Corte celestial despliega todo su aparato,
para agasajar a la Señora. -Tú y yo -niños, al fin- tomamos la cola
del espléndido manto azul de la Virgen, y así podemos contemplar
aquella maravilla. La Trinidad beatísima recibe y colma de honores
a la Hija, Madre y Esposa de Dios... -Y es tanta la majestad de la
Señora, que hace preguntar a los Ángeles: ¿Quién es ésta?” Así
pinta S. Josemaría el icono de la Asunción. Bajo su amparo nos
acogemos para que nos proteja, pues ahí estamos seguros, en sus
brazos nos abandonamos y ella nos tendrá en su regazo junto a
Jesús, ahora y en la hora de nuestra muerte, para llevarnos junto a
su Hijo en la Gloria. Amén.
340
Esperanza y salvación
341
Vida más allá de la muerte
tendría la resignación. Pero es que la fe en el regreso de Cristo representa,
además, la certeza de que el mundo alcanzará la plenitud, naturalmente que no
gracias a la razón planificadora, sino a partir de la fuerza indestructible del amor,
que ha vencido en el Cristo resucitado. La fe en el retorno de Cristo es la fe en
que, al final, la verdad juzga y el amor triunfa, por supuesto que únicamente
gracias a la superación de la historia hasta entonces existente, superación que, en
realidad, está pidiendo esta misma historia. La historia tiene posibilidad de llegar a
la consumación sólo desde fuera de sí misma, y se abre en cada ocasión a su
plenitud, donde se acepta esa posibilidad externa, donde la historia vive vuelta a
su propia superación trascendental” (ESC), y el anticristo es cerrarse de la historia
en sí misma.
“La ‘exaltación’ de Cristo, es decir, la entrada de su existencia humana en el
Dios trinitario por la resurrección, no significa realmente una ausencia del mundo,
sino un nuevo modo de estar presente en él: la manera de existencia del
resucitado se llama, de acuerdo con el lenguaje de los antiguos símbolos, ‘estar
sentado a la derecha del Padre’, es decir, participar del poder regio de Dios sobre
la historia, participación que es real incluso estando oculta. De modo que el Cristo
exaltado no está ‘des-vinculado el mundo’, sino por encima de él y referido
también a él.
”’Cielo’ quiere decir participación en esta forma existencial de Cristo y, en
consecuencia, plenitud de lo que comienza con el bautismo. El cielo, por tanto,
no se puede localizar en un sitio, ni fuera ni dentro de nuestro espacio, pero
tampoco se le puede desvincular sencillamente del cosmos, considerándolo como
mero ‘estado’. Cielo quiere decir, más bien, ese dominio sobre el mundo que le
compete al nuevo ‘espacio’ del cuerpo de Cristo, a la comunión de los santos. Por
tanto, el cielo no está espacial sino esencialmente ‘arriba’. En este contexto hay
que determinar el derecho que hay para utilizar el lenguaje tradicional y los
límites que le son inherentes: las imágenes utilizadas siguen siendo verdaderas, si
expresan y respetan la supremacía, la libertad frente a imposiciones mundanas y el
poder conectado con el mundo por parte del amor. El lenguaje se hace falso, si al
‘cielo’ lo separa totalmente del mundo o si de alguna manera lo mete en él, como
si de su piso superior se tratara. De acuerdo con esa limitación del lenguaje, la
escritura no ha tolerado jamás la exclusiva de una sola imagen, sino que ha
mantenido abierta la perspectiva de lo inexpresable, echando mano de toda una
serie de expresiones. Y es, ante todo, anunciando un nuevo cielo y una nueva
tierra, como la Escritura ha expresado claramente que toda la creación está
destinada a convertirse en recipiente de la magnificencia divina. Toda la realidad
creada se vincula a la bienaventuranza celestial. Los escolásticos dicen que el
mundo, creatura de Dios, es un fragmento ‘accidental’ de la alegría de los que se
salvan.
”El cielo en cuanto tal es realidad ‘escatológica’, manifestación de lo definitivo
y totalmente-otro. Su definitividad procede del carácter definitivo del amor de
Dios, amor irrevocable e indivisible. Su apertura cara al eskhaton pleno viene de
la apertura de la historia todavía en camino de realización tanto en lo referente al
cuerpo de Cristo como a toda la creación. Él habrá alcanzado verdaderamente su
plenitud sólo cando se encuentren reunidos todos los miembros del cuerpo del
342
Esperanza y salvación
Señor” (ESC), es la “resurrección de la carne”, parusía o consumación de la
presencia de Cristo o historia final. De manera que cuando Jesús sube al cielo hay
una existencia nueva en la que participamos del cielo, pero un día ese “todo el
Cristo” tendrá una plenitud cósmica, y entonces la plenitud de cada uno será
también plena, total cuando se alcance esta salvación del universo y de todos los
elegidos, que no están en el cielo sino que son el cielo en cuanto el Cristo único.
Entonces toda la creación será este cántico que los salmos refieren a esta nueva
Jerusalén, penetración del todo en lo individual, alegría en la que toda pregunta
se resuelva y alcance su plenitud. De manera que no podemos vivir en nuestro
tiempo ninguna utopía pero sí este cielo de estar con Cristo, pero siempre en el
“todavía no” en espera del que vendrá, y éste en espera del otro que veremos
ahora cómo nos lo presenta la liturgia, para acabar nuestro estudio que ya ha sido
largo…
Pistas para ver cómo será la vida más allá de la muerte. Lc (20,27-40) nos
presenta la "trampa saducea", pregunta que no están hecha con sincera voluntad
de saber, sino para tender una "emboscada" para que el otro quede mal, responda
lo que responda, sobre la "ley del levirato" (cf Dt 25), por la que si una mujer
queda viuda sin descendencia, el hermano del esposo difunto se tiene que casar
con ella para darle hijos y perpetuar así el apellido de su hermano. Jesús afirma la
resurrección de los muertos, su destino de vida, cosa que negaban los saduceos:
Dios nos tiene destinados a la vida, no a la muerte, a los que "sean juzgados
dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos". "No es Dios de
muertos, sino de vivos". Pero la vida futura será muy distinta de la actual. Es vida
nueva, en la que no hará falta casarse, "pues ya no pueden morir, son como
ángeles, son hijos de Dios, porque participan en la resurrección". Ya no hará falta
esa maravillosa fuerza de la procreación, porque la vida y el amor y la alegría no
tendrán fin. Aunque la "otra vida", que es la transformación de ésta, siga siendo
también para nosotros misteriosa, nuestra visión está ayudada por la luz que nos
viene de Cristo. Él no nos explica el "cómo" sucederán las cosas, pero sí nos
asegura que la muerte no es la última palabra, que Dios nos quiere comunicar su
misma vida, para siempre, que estamos destinados a "ser hijos de Dios y a
participar en la resurrección" (J. Aldazábal).
-Son como ángeles y son hijos de Dios siendo hijos de la resurrección. Los
judíos del tiempo de Jesús -los Fariseos en particular en oposición a los Saduceos-
se representaban la vida de los resucitados como simple continuación de su vida
terrestre. Jesús, por una fórmula, de otra parte, bastante enigmática, no tiene ese
mismo punto de vista: según Él, en la resurrección hay un cambio radical. Opone
«este mundo», y «el mundo futuro»... un mundo en el que la gente se muere y un
mundo en el que no se muere más, y por lo tanto donde no es necesario
engendrar nuevos seres.
343
Vida más allá de la muerte
-En cuanto a decir que los muertos deben resucitar, lo indicó el mismo
Moisés... cuando llama al Señor: el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de
Jacob». No es un Dios de muertos sino de vivos, porque para El todos viven. Para
contestar a los Saduceos, Jesús se vale de uno de los libros de la Biblia más
antiguos, cuya autenticidad reconocían (Éx 3,6). Es la afirmación clara y neta de la
certeza de la resurrección. Si Abraham, Isaac y Jacob estuviesen muertos
definitivamente, esas fórmulas serían irrisorias. Hay algo exultante en esa frase de
Jesús: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos tienen la vida
por El». Nuestros difuntos son unos «vivientes», viven «por Dios». Efectivamente,
para tener esa fe, es preciso creer en Dios. Es preciso creer que es Dios quien ha
querido que existiésemos, quien nos ha dado la vida. Que es Dios quien ha
inventado la maravilla de la «vida»; quien llama a la vida a todos los seres que El
quiere ver vivos. Dios no desea encontrarse un día solamente ante cadáveres y
cementerios. ¿De qué modo, en concreto, se realizará todo esto? Es preciso
confiar. ¡Hay tantas maravillas inexplicadas en la creación!
-Intervinieron algunos escribas: «Bien dicho, Maestro». Porque no se atrevían
a hacerle más preguntas. Son unos doctores de la ley los que le rinden ese
testimonio: lo que creemos los cristianos viene directamente, en prioridad, del
pensamiento mismo de Jesús, el gran doctor. Quiero creerte, Señor (Noel
Quesson).
Lo que más preocupaba a los saduceos, que no creían en la resurrección, era
la repartición de los bienes el día de la resurrección. Para ellos, el sentido de la
vida futura se reducía a saber quién se quedaba con las propiedades y a quién le
correspondían las ventajas conyugales. Para ellos la vida humana, no existe más
allá de las implicaciones económicas y legales de la historia. Con estas
preocupaciones en mente, se acercan a Jesús y le piden la opinión sobre un
problema hipotético. Problema que sólo revelaba una mentalidad demasiado
cristalizada y sin espacio para la novedad. Jesús, antes de responderles con una
frase lapidaria, como era su costumbre, les advierte que la resurrección es un
asunto abierto al futuro y no sólo atado al presente. La vida que Dios da a los
justos va más allá de el aseguramiento de una propiedad o una finca. La
resurrección es una vida nueva, completamente transformada por Dios. Por esto,
Jesús, con la frase "Dios no es Dios de muertos, sino de vivos", les cuestiona la
falsedad de su fe. Pues, los saduceos, con esta manera de pensar, evidenciaban que
su confianza no estaba puesta en Dios, sino en la seguridad que ofrecen las cosas
de este mundo. Una herencia, una propiedad, un pedazo de tierra era todo lo
que ocupaba la mentalidad de los que se oponían a la resurrección. Pero, con esta
manera de pensar, ¿para qué la resurrección? Este episodio afirma, una vez más,
de qué manera la mentalidad de la época estaba atada al dios Manmón, al dios
del dinero, del prestigio y del poder, y qué lejos estaba de las tradiciones
populares que realmente servían al Dios vivo. Jesús es muy claro en sus
aseveraciones y con ellas pone en evidencia el enfrentamiento entre dos proyectos
totalmente opuestos: de un lado el Dios de la Vida con su proyecto solidario; de
la otra, el dios del dinero, con su proyecto mercantil. Jesús, entonces, se prepara a
dar la lucha definitiva por su Padre, por el Dios que le ha dado la vida a los seres
humanos (servicio bíblico latinoamericano).
344
Esperanza y salvación
La burla sobre el tema de la resurrección, que nos brindan lo saduceos en el
texto de Lucas de hoy, abre la perspectiva de una nueva forma de imaginar la
vida después de esta vida. Por supuesto, la novedad viene de Jesús. No se trata de
una prolongación de esta vida. No se trata de conseguir una prórroga para
remediar entuertos. La resurrección abre las puertas de una vida distinta. De una
plenitud difícil de comprender, pero fácil de intuir. Una plenitud que nos hace
creer en un Dios de vivos. Nuestro Dios destierra la ideología de la muerte, de
cualquier muerte. Estamos demasiado rodeados de muerte y, a veces, podemos
engañarnos pensando que "no hay salida". No hay salida en la búsqueda de la
paz. Gana la violencia. No hay salida en la instauración de la justicia. Es
complicado desmantelar las estructuras de injusticia. No hay salida en el problema
de la corrupción política. Todos son iguales. No hay salida en el deterioro
ambiental. Y no nos interesa demasiado. No hay salida en la resolución del
problema del hambre. Que siempre vemos en fotografías... El Dios de Jesús nos
impulsa a creer en la vida, a luchar por ella y a esperar en ella. Nuestro Dios es el
Autor de "sí hay salida". Por eso nuestra Iglesia es un lugar de vivos. Por eso
nuestra Iglesia anuncia al Dios Vivo. Y nuestra Iglesia tiene que responder al
mismo test fidedigno que pasó su Señor: predicación, ignominia, muerte y
resurrección. Igual que responden los dos testigos-profetas de la lectura del
Apocalipsis. Decididamente tenemos que leer más al Autor de "sí hay salida" y
creer, más todavía. Al final, la última palabra es del Dios de la vida. Y su palabra
siempre es palabra de vida. Sí hay salida (Luis Ángel de las Heras).
La respuesta de Jesús sigue dos caminos. Por un lado, no acepta que el estado
del hombre resucitado sea un calco del estado presente. La procreación es
necesaria en este mundo, a fin de que la creación vaya tomando conciencia, a
través de la multiplicación de la raza humana, de las inmensas posibilidades que
lleva en su seno: es el momento de la individualización, con nombre y apellido,
de los que han de construir el reino de Dios. No existiendo la muerte, en el siglo
futuro, no será ya necesario asegurar la continuidad de la especie humana
mediante la pro creación. Las relaciones humanas serán elevadas a un nivel
distinto, propio de ángeles («serán como ángeles»), en el que dejarán de tener
vigencia las limitaciones inherentes a la creación presente. Por ejemplo, suelen
preguntar los matrimonios que se quieren: “¿Será que sólo estaremos juntos hasta
que la muerte nos separe”? y hay que decirles: “no os preocupéis, que en el cielo
los amores continúan por toda la eternidad, estaréis siempre unidos, también en
el cielo, como marido y mujer”. Pero algún matrimonio, que lo pasa muy mal en
su cruz, preguntan: “¿esta cruz que llevo en el matrimonio, será por toda la
eternidad, o sólo hasta que la muerte nos separe?” “-no te preocupes, hay que
contestarles, será sólo hasta que la muerte os separe, pues ninguna pena de este
mundo pasa al otro, allí solo quedan los amores auténticos, sólo éstos perduran”.
No se trata, por tanto, de un estado parecido a seres extraterrestres o galácticos,
sino a una condición nueva, la del Espíritu, imposible de enmarcar dentro de las
coordenadas de espacio y de tiempo: «por haber nacido de la resurrección, serán
hijos de Dios» (20,36).
Por otro lado, apoya el hecho de la resurrección de los muertos en los
mismos escritos de Moisés de donde sacaban sus adversarios sus argumentos
345
Vida más allá de la muerte
capciosos: «Y que resuciten los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio
de la zarza, cuando llama Señor "al Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de
Jacob" (Ex 3,6). Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos; es decir, para él todos
ellos están vivos» (Lc 20,37-38). La promesa hecha a los Patriarcas sigue vigente,
de lo contrario Moisés no habría llamado 'Señor' de la vida al Dios de los
Patriarcas si éstos estuviesen realmente muertos. Para Jesús no tiene sentido una
religión de muertos («y Dios no lo es de muertos, sino de vivos»), tal y como
hemos reducido frecuentemente el cristianismo. Los primeros cristianos eran
tildados de ateos ('sin Dios') por la sociedad romana, porque no profesaban una
religión basada en el culto a los muertos, en sacrificios expiatorios, en ídolos
insensibles.
Muchas veces la memoria de nuestros muertos nos puede hacer olvidar
nuestras tareas frente a los hombres y mujeres que viven a nuestro alrededor. A
veces el llanto por nuestros difuntos nos lleva al olvido de los seres vivos.
La reafirmación de la fe en la resurrección, por el contrario, nos debe
conducir a una conciencia solidaria que se expresa tanto hacia los muertos como
hacia los vivientes. La fe en la resurrección se abrió paso en medio de los
mártires en tiempos de los Macabeos. Es interesante observar que esta
revelación divina ha sido reservada a través de los hombres y mujeres que
perdían la vida por el compromiso de Dios y de su fe, que en su intuición
abrían la doctrina… es curioso que no lo digan el Papa en su encíclica de la
esperanza (apenas lo menciona en la frase del n. 8 de que esa “sustancia” de la
esperanza se ha puesto de manifiesto “no sólo en el martirio”… “también se ha
manifestado sobre todo en las grandes renuncias, desde los monjes…” y pasa a
hablar de algunos que lo han dejado todo en la vida religiosa o de caridad) o los
obispos españoles en su último documento sobre el tema. Pero ahí está la fe de la
Iglesia: “lex orandi lex credendi”, nuestra fe es lo que rezamos, y lo que la liturgia
nos propone antes del final escatológico, del año litúrgico, son los mártires
representados en los Macabeos y la profecía de Daniel con sus jóvenes también
mártires que dan la vida por la fe (aunque estos no mueren), y con sus vidas
muestran por primera vez lo que Jesús luego enseña, también con su vida y su
doctrina: la resurrección de la carne. Es más, me atrevo a decir sin gran miedo a
equivocarme que una gran prueba de la resurrección, de la vida eterna, es ver
cómo gente da la vida, consciente de que hay algo más importante que la vida
biológica, ver que creen, esta esperanza viva es fuente viva de esperanza para
todos, de la participación de los bienes de Dios al final de los tiempos. Creemos
cuando vemos a alguien que se entrega hasta dar la vida, esta es la principal
fuente de la esperanza.
La ley del levirato debe ser entendida como expresión de esa solidaridad con
los muertos y de su participación en los bienes futuros. En la respuesta de Jesús, se
pone de relieve la amistad con los patriarcas del pueblo elegido. Su memoria en
tiempos de Moisés de las generaciones sucesivas atestigua la presencia de la vida
divina inextinguible para todos los que se colocan en el ámbito del influjo divino.
Dios como fuente de vida también para los muertos invita de este modo a un
compromiso renovado con la vida desde la fe en la resurrección. La búsqueda de
posesión, referida a bienes o a la propia familia, no puede asegurar la
346
Esperanza y salvación
supervivencia propia. Esta sólo puede encontrarse gracias a la condición de la
filiación divina y, gracias a ella, de la herencia del mundo nuevo y de su vida
(Josep Rius-Camps, y comentarios míos).
Los fariseos, basándose en textos recientes del AT (cf Dn 12,1-3; S Mac 7,14),
afirmaban la resurrección que negaban los saduceos. La fe en "la otra vida" no
cuenta con demasiados adeptos, incluso entre los creyentes. Las encuestas
religiosas han demostrado que éste es uno de los artículos "duros" del credo.
Curiosamente, en ciertos sectores se ha ido abriendo camino la idea budista de la
reencarnación. Según ella, de acuerdo a como se haya vivido en el curso de la
existencia precedente, se llegaría a vivir una nueva existencia más noble o más
humilde. Y así repetidamente hasta lograr la purificación plena. En su carta sobre
el tercer milenio, el mismo Juan Pablo II se hace eco de esta postura cada vez más
difundida en Occidente. Después de reconocer que es una manifestación de que el
ser humano no quiere resignarse a una muerte irrevocable, añade que "la
revelación cristiana excluye la reencarnación, y habla de un cumplimiento que la
persona está llamada a realizarse en el curso de una única existencia sobre la
tierra" (TMA 9). En estas páginas hemos hablado extensamente de estas cosas.
Jesús nos ha enseñado a ver a Dios como un "Dios de vivos". Él quiere que
disfrutemos del don de la vida. Ya en el siglo II, San Ireneo afirmaba que "la gloria
de Dios es que el ser humano viva". Sobre cada ser humano que viene a este
mundo, Dios pronuncia una palabra de amor irrevocable: "Yo quiero que tú
vivas". La vida eterna es la culminación de este proyecto de Dios que ya
disfrutamos en el presente. Por eso, todas las formas de muerte (la violencia, la
tortura, la persecución, el hambre) son desfiguraciones de la voluntad de Dios.
La certeza de la vida eterna alimenta nuestro caminar diario con la esperanza:
"La actitud fundamental de la esperanza, de una parte, mueve al cristiano a no
perder de vista la meta final que da sentido y valor a su entera existencia y, de
otra, le ofrece motivaciones sólidas y profundas para el esfuerzo cotidiano en la
transformación de la realidad para hacerla conforme al proyecto de Dios (TMA
46: Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
¿Qué caso tendría morir para revivir a una vida igual a la que hemos llevado
en este mundo, y, más aún, complicada con todo lo que se hubiese convertido en
un compromiso terreno? Nosotros, al final, no reviviremos; seremos resucitados,
elevados como los ángeles e hijos de Dios. Entonces quedaremos libres del
sufrimiento, del llanto, del dolor, de la muerte, y de todo lo que nos angustiaba
aquí en la tierra. Ya no seremos dominados por nuestras pasiones; ni la sexualidad
seguirá influyendo sobre nosotros. Quienes se hicieron una sola cosa, porque Dios
los unió mediante el Sacramento del Matrimonio, gozarán eternamente del Señor
en esa unidad que los hará vivir eternamente felices, en plenitud, ante Dios.
Quienes unieron su vida al Señor y a su Iglesia, junto con esa Comunidad, por la
que lucharon y se esforzaron con gran amor, vivirán eternamente felices ante su
Dios y Padre. Quienes vivieron una soltería fecunda, tal vez incluso Consagrada al
Señor, vivirán unidos a esa Iglesia, por la que renunciaron a todo para vivir con
un corazón indiviso al Señor y un servicio amoroso a su Iglesia. Nuestra meta final
es el Señor. Gozar de Él es nuestra vocación. No queramos trasladar a la eternidad
las categorías terrenas, sino que, más bien, vivamos con amor y con una gran
347
Vida más allá de la muerte
responsabilidad la misión que cada uno de nosotros tiene mientras peregrina,
como hijo de Dios, por este mundo hasta llegar a gozar de los bienes definitivos
que el mismo Dios quiere que sean nuestros eternamente.
El Señor nos ha llamado para fortalecer su unión con nosotros mediante la
Eucaristía que estamos celebrando. El Señor es nuestro; y nosotros somos del
Señor. Que su amor llegue en nosotros a su plenitud. Al recibir la Eucaristía no
sólo recibimos un trozo de pan consagrado; recibimos al mismo Cristo que viene
a hacerse uno con nosotros y a transformarnos de tal manera que, siendo uno con
Él, Él transparente su vida llena de amor por todos a través nuestro. La Iglesia, así,
se convierte en un Sacramento, signo de unión entre Dios y los hombres, y signo
de unión de los hombres entre sí por el amor fraterno. Cristo ha dado su vida por
nosotros, para que nosotros tengamos vida. Así nosotros debemos dar la vida por
nuestros hermanos, para que todos participemos de los dones de amor, de vida y
de salvación que el Señor nos ofrece. Dios nos quiere tan santos como Él es santo.
Mas no por eso nos quiere desligados del mundo; sino que más bien nos quiere
en el mundo santificándolo y dándole su auténtica dimensión: no convertido en
nuestro dios, sino en un espacio en el que vivimos comprometidos para
convertirlo en una digna morada en la que, ya desde ahora, comienza a hacerse
realidad el Reino de Dios entre nosotros.
Mientras vamos por el mundo, llevando una vida normal como la de todos
los hombres, quienes creemos en Cristo no olvidamos que tenemos puesta la
mirada en llegar a donde ya el Señor nos ha precedido. Por eso no podemos vivir
como quienes no conocen a Dios. No podemos pasar la vida cometiendo
atropellos o destruyendo a las personas. Dios nos llama no para que nos
convirtamos en salteadores que roban los tesoros del amor, de la verdad y de la
paz con que el mismo Señor ha enriquecido los corazones de sus hijos, que Él ha
creado. Pues quien destruya el templo santo de Dios será destruido por el mismo
Dios. El Señor nos ha llamado para que seamos consuelo de los tristes, socorro de
los pobres y salvación para los pecadores. Cumplir con esta misión no es llevar
adelante nuestros proyectos personales, sino el proyecto de amor y de salvación
que Dios mismo ha confiado a su Iglesia. Por eso nunca vayamos a proclamar su
Nombre sin antes habernos sentado a sus pies para escuchar su Palabra, y para
pedirle la fortaleza de su Espíritu Santo para ser los primeros en vivir el Evangelio,
y poder así proclamarlo desde la inspiración de Dios, y desde nuestra propia
experiencia personal (www.homiliacatolica.com).
350
Esperanza y salvación
-El fuego, el viento, el aire sutil, la bóveda estrellada, la ola impetuosa...
Hay que saber detenerse ante esas maravillas. Vivimos en medio de fenómenos
extraordinarios que no vemos... habitualmente. Danos, Señor, una mirada nueva
para contemplar "el fuego", "el viento", "la flor", "el niño", "la estrella", «la ola» del
mar.
-Si quedaron encantados por su belleza, hasta el punto de haberlos
tomado como dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de todos ellos pues fue el
Autor mismo de la belleza quien los creó. En todo tiempo los hombres han sido
sensibles a la belleza: Esta era una verdadera pasión en los griegos, en la época del
autor de la Sabiduría. El mundo moderno siente también inclinación a idolatrar la
belleza, de hacerla un fin, de dejarse captar por su "encanto". Ayúdanos, Señor, a
contemplarte, a Ti, fuente e inventor de todo lo que es bello. Tú fuiste el primero
en tener la pasión de hacer cosas bellas.
-Y si fue su poder y su eficiencia lo que les sobrecogió, deduzcan de ahí,
cuánto más poderoso es «Aquel que los formó», pues de la grandeza y hermosura
de las criaturas, se llega, por analogía, a contemplar a su autor. Es una de las más
perfectas expresiones de síntesis entre: - la filosofía griega, toda ella orientada ya
hacia la lógica y la ciencia... - y la teología tradicional, que admira a Dios como
Creador... Toda la civilización llamada «occidental» está en germen en tales
actitudes de la mente. De hecho fue en el marco de esa civilización, que se
desarrollaron a la vez: - la técnica industrial, que utiliza «el poder y la eficiencia»
de las cosas... - y una noción justa de Dios, a la vez presente y distinto de su
creación. Pensando en el prodigioso empuje de las ciencias HOY, te alabo, Señor.
Lejos de sentir miedo, según una concepción pesimista de la existencia, ¡te
«contemplo» en las maravillas del «poder y de eficiencia» del mundo! -Con todo
no son éstos demasiado censurables; pues tal vez se desorientan buscando a Dios:
viviendo entre sus obras, se esfuerzan por conocerlas y las apariencias los seducen.
¡Tanta es la belleza que sus ojos contemplan! ¡Ah, Señor, cuán positiva es esta
actitud! En lugar de censurar categóricamente «a los que se dejan seducir por la
belleza» del mundo, se trata de comprenderlos primero, compartiendo su punto
de vista, «tanta es la belleza que sus ojos contemplan». Da, Señor, a todos los
cristianos esa actitud de comprensión de su época, ese deseo de compartir con
todos, creyentes y no-creyentes, las admiraciones, los entusiasmos, las actividades
de los hombres de HOY. Concédenos, Señor, que tengamos los unos respecto a
los otros "esa indulgencia" que nos haga decir: "no son éstos demasiado
censurables"... Su error no ha sido muy grande (Noel Quesson).
353
Vida más allá de la muerte
La transformación de la fe-esperanza cristiana en el tiempo moderno.
El excursus del que arranca Benedicto XVI (ES 16s) de cómo se ha desarrollado la
idea moderna de progreso no la resumo aquí, la correlación entre ciencia y praxis.
Dice que “al mismo tiempo, hay dos categorías que ocupan cada vez más el
centro de la idea de progreso: razón y libertad. El progreso es sobre todo un
progreso del dominio creciente de la razón”, sin dependencias, pero cuando se da
el paso de cortar la dependencia de Dios, ha cortado el hilo que sustentaba su
unión con verdad y el bien, ya no es una libertad humana y ese ya no será un
reino para el hombre al dejar de haber cabida para Dios, será una cárcel.
“En el s. XVIII no faltó la fe en el progreso como nueva forma de la
esperanza humana y siguió considerando la razón y la libertad como la estrella-
guía que se debía seguir en el camino de la esperanza. Sin embargo, el avance
cada vez más rápido del desarrollo técnico y la industrialización que comportaba
crearon muy pronto una situación social completamente nueva: se formó la clase
de los trabajadores de la industria y el así llamado «proletariado industrial», cuyas
terribles condiciones de vida ilustró de manera sobrecogedora Friedrich Engels en
1845. Para el lector debía estar claro: esto no puede continuar, es necesario un
cambio. Pero el cambio supondría la convulsión y el abatimiento de toda la
estructura de la sociedad burguesa. Después de la revolución burguesa de 1789
había llegado la hora de una nueva revolución, la proletaria: el progreso no podía
avanzar simplemente de modo lineal a pequeños pasos. Hacía falta el salto
revolucionario. Karl Marx recogió esta llamada del momento y, con vigor de
lenguaje y pensamiento, trató de encauzar este nuevo y, como él pensaba,
definitivo gran paso de la historia hacia la salvación, hacia lo que Kant había
calificado como el «reino de Dios». Al haber desaparecido la verdad del más allá,
se trataría ahora de establecer la verdad del más acá. La crítica del cielo se
transforma en la crítica de la tierra, la crítica de la teología en la crítica de la
política. El progreso hacia lo mejor, hacia el mundo definitivamente bueno, ya no
viene simplemente de la ciencia, sino de la política; de una política pensada
científicamente, que sabe reconocer la estructura de la historia y de la sociedad, y
así indica el camino hacia la revolución, hacia el cambio de todas las cosas. Con
precisión puntual, aunque de modo unilateral y parcial, Marx ha descrito la
situación de su tiempo y ha ilustrado con gran capacidad analítica los caminos
hacia la revolución, y no sólo teóricamente: con el partido comunista, nacido del
manifiesto de 1848, dio inicio también concretamente a la revolución. Su
promesa, gracias a la agudeza de sus análisis y a la clara indicación de los
instrumentos para el cambio radical, fascinó y fascina todavía hoy de nuevo.
Después, la revolución se implantó también, de manera más radical en Rusia.
”Pero con su victoria se puso de manifiesto también el error fundamental
de Marx. Él indicó con exactitud cómo lograr el cambio total de la situación. Pero
no nos dijo cómo se debería proceder después. Suponía simplemente que, con la
expropiación de la clase dominante, con la caída del poder político y con la
socialización de los medios de producción, se establecería la Nueva Jerusalén. En
efecto, entonces se anularían todas las contradicciones, por fin el hombre y el
mundo habrían visto claramente en sí mismos. Entonces todo podría proceder por
sí mismo por el recto camino, porque todo pertenecería a todos y todos querrían
354
Esperanza y salvación
lo mejor unos para otros. Así, tras el éxito de la revolución, Lenin pudo percatarse
de que en los escritos del maestro no había ninguna indicación sobre cómo
proceder. Había hablado ciertamente de la fase intermedia de la dictadura del
proletariado como de una necesidad que, sin embargo, en un segundo momento
se habría demostrado caduca por sí misma. Esta «fase intermedia» la conocemos
muy bien y también sabemos cuál ha sido su desarrollo posterior: en lugar de
alumbrar un mundo sano, ha dejado tras de sí una destrucción desoladora. El
error de Marx no consiste sólo en no haber ideado los ordenamientos necesarios
para el nuevo mundo; en éste, en efecto, ya no habría necesidad de ellos. Que no
diga nada de eso es una consecuencia lógica de su planteamiento. Su error está
más al fondo. Ha olvidado que el hombre es siempre hombre. Ha olvidado al
hombre y ha olvidado su libertad. Ha olvidado que la libertad es siempre libertad,
incluso para el mal. Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría
solucionado. Su verdadero error es el materialismo: en efecto, el hombre no es
sólo el producto de condiciones económicas y no es posible curarlo sólo desde
fuera, creando condiciones económicas favorables” (ES).
Así: ¿Qué podemos esperar? Es necesaria una autocrítica de la edad
moderna en diálogo con el cristianismo y con su concepción de la esperanza.
Todos hemos de repensar en qué consiste realmente la esperanza, y sobre todo
los cristianos hemos de aprender –de Cristo- “qué tienen que ofrecer al mundo y
qué es, por el contrario, lo que no pueden ofrecerle. Es necesario que en la
autocrítica de la edad moderna confluya también una autocrítica del cristianismo
moderno, que debe aprender siempre a comprenderse a sí mismo a partir de sus
propias raíces. Sobre esto sólo se puede intentar hacer aquí alguna observación.
Ante todo hay que preguntarse: ¿Qué significa realmente «progreso»; qué es lo
que promete y qué es lo que no promete?...” porque mal entendido “sería el
progreso que va de la honda a la superbomba”. “Dicho de otro modo: la
ambigüedad del progreso resulta evidente. Indudablemente, ofrece nuevas
posibilidades para el bien, pero también abre posibilidades abismales para el mal,
posibilidades que antes no existían. Todos nosotros hemos sido testigos de cómo
el progreso, en manos equivocadas, puede convertirse, y se ha convertido de
hecho, en un progreso terrible en el mal. Si el progreso técnico no se corresponde
con un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre
interior (cf Ef 3,16; 2 Co 4,16), no es un progreso sino una amenaza para el
hombre y para el mundo.
”Por lo que se refiere a los dos grandes temas «razón» y «libertad», aquí
sólo se pueden señalar las cuestiones relacionadas con ellos. Ciertamente, la razón
es el gran don de Dios al hombre, y la victoria de la razón sobre la irracionalidad
es también un objetivo de la fe cristiana. Pero ¿cuándo domina realmente la
razón? ¿Acaso cuando se ha apartado de Dios? ¿Cuando se ha hecho ciega para
Dios? La razón del poder y del hacer ¿es ya toda la razón? Si el progreso, para ser
progreso, necesita el crecimiento moral de la humanidad, entonces la razón del
poder y del hacer debe ser integrada con la misma urgencia mediante la apertura
de la razón a las fuerzas salvadoras de la fe, al discernimiento entre el bien y el
mal. Sólo de este modo se convierte en una razón realmente humana. Sólo se
vuelve humana si es capaz de indicar el camino a la voluntad, y esto sólo lo puede
355
Vida más allá de la muerte
hacer si mira más allá de sí misma. En caso contrario, la situación del hombre, en
el desequilibrio entre la capacidad material, por un lado, y la falta de juicio del
corazón, por otro, se convierte en una amenaza para sí mismo y para la creación.
Por eso, hablando de libertad, se ha de recordar que la libertad humana requiere
que concurran varias libertades. Sin embargo, esto no se puede lograr si no está
determinado por un común e intrínseco criterio de medida, que es fundamento y
meta de nuestra libertad. Digámoslo ahora de manera muy sencilla: el hombre
necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza. Visto el desarrollo de la edad
moderna, la afirmación de san Pablo citada al principio (Ef 2,12) se demuestra
muy realista y simplemente verdadera. Por tanto, no cabe duda de que un «reino
de Dios» instaurado sin Dios –un reino, pues, sólo del hombre– desemboca
inevitablemente en «el final perverso» de todas las cosas descrito por Kant (lo
llamaba también anticristo): lo hemos visto y lo seguimos viendo siempre una y
otra vez. Pero tampoco cabe duda de que Dios entra realmente en las cosas
humanas a condición de que no sólo lo pensemos nosotros, sino que Él mismo
salga a nuestro encuentro y nos hable. Por eso la razón necesita de la fe para
llegar a ser totalmente ella misma: razón y fe se necesitan mutuamente para
realizar su verdadera naturaleza y su misión” (ES).
Son ideas profundas, que he puesto aquí en relación con la lectura de
Sab. No es ningún secreto que tras los dioses fenicios, egipcios o asirios laten
valores nacionales; que en el célebre panteón, donde figuran todos los dioses
conocidos en la antigüedad, confluyen las más diversas corrientes del
pensamiento, de las culturas, de las aspiraciones sociales y de los temores más
recónditos de las civilizaciones entonces conocidas. Los dioses personifican la
guerra, el sexo, la paternidad y la maternidad, la riqueza y el poder; son símbolos
de los valores nacionales, de todo lo que el hombre teme o quiere poseer o
dominar. Adorar un ídolo es aceptar una determinada escala de valores. El
hombre moderno ha destripado los ídolos o los ha colocado en museos, sin caer
en la cuenta de que está fabricando otros al divinizar el sexo, el dinero, la
supremacía nacional, la casta familiar, el deporte y todo aquello en lo que, de una
forma supersticiosa, ha puesto su esperanza.
Jesús, Sabiduría del Padre, nos revela el alcance de esta máxima:
«Conocerte a ti es justicia perfecta, y acatar tu poder es la raíz de la inmortalidad»
(15,3). En lugar de limitarse a consolidar el monoteísmo a base de mandamientos,
Jesús declara dichosos a todos los que renuncian comunitariamente a dar valor al
dinero, elimina de raíz todo principio de autoridad y de primacía en su grupo,
recuerda que los pequeños y los sencillos son los que más fácilmente pueden
"entrar en el reino". La sociedad moderna está plagada de ídolos, forjados
también por manos humanas: el cine, la televisión, las revistas, la propaganda,
ciertos objetos de consumo, las ideologías seductoras y las promesas de un
bienestar paradisíaco contribuyen a crear en la masa silenciosa la nueva idolatría
del hombre moderno. La comunidad cristiana, robustecida y confortada por la
experiencia del Espíritu y alertada por el mensaje de Jesús, es la instancia critica
que puede ayudar al hombre a darse cuenta de la vaciedad de sus ídolos y a
descubrir la perla auténtica, por cuya posesión se puede renunciar a todos los
demás valores, por seductores que sean (J. Rius Camps).
356
Esperanza y salvación
Esta crítica a los filósofos engloba el gran texto bíblico sobre la prueba de
la existencia de Dios por “analogía”, y será desarrollado en Rm 1,18-32. A partir
de ahí, la Iglesia enseña la posibilidad del conocimiento natural de Dios a partir de
la contemplación de los seres de la creación visible: “El mundo y el hombre
atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su primer principio ni su fin último,
sino que participan de Aquel que es el Ser en sí, sin origen y sin fin. Así, por estas
diversas "vías", el hombre puede acceder al conocimiento de la existencia de una
realidad que es la causa primera y el fin último de todo, "y que todos llaman Dios"
(S. Tomás de A., s.th. 1,2,3)” (Catecismo 34) y en el Concilio Vaticano I se dijo
que “Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza a
partir de las cosas creadas con la luz natural de la razón humana”; sobre ello
volvió el II diciendo que el hombre ha sido creado a imagen de Dios, para estar
en comunión con su creador, y “las facultades del hombre lo hacen capaz de
conocer la existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar
en su intimidad, Dios ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder
acoger en la fe esa revelación en la fe. Sin embargo, las pruebas de la existencia de
Dios pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón
humana” (Catecismo 35). Hay una revelación natural en la creación, en la que
todos contemplamos la maravilla de Dios a través de sus obras: “La práctica del
bien va acompañada de un placer espiritual gratuito y de la belleza moral. De
igual modo, la verdad entraña el gozo y el esplendor de la belleza espiritual. La
verdad es bella por sí misma. La verdad de la palabra, expresión racional del
conocimiento de la realidad creada e increada, es necesaria al hombre dotado de
inteligencia, pero la verdad puede también encontrar también otras formas de
expresión humana, complementarias, sobre todo cuando se trata de evocar lo que
entraña de indecible, las profundidades del corazón humano, las elevaciones del
alma, el Misterio de Dios. Antes de revelarse al hombre en palabras de verdad,
Dios se revela a él, mediante el lenguaje universal de la Creación, obra de su
Palabra, de su Sabiduría: el orden y la armonía del cosmos, que percibe tanto el
niño como el hombre de ciencia, "pues de la grandeza y hermosura de las
criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13,5), "pues fue el
Autor mismo de la belleza quien las creó" (Sb 13,3). La sabiduría es un hálito del
poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que
nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin
mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad (Sb 7,25-26). La
sabiduría es más bella que el sol, supera a todas las constelaciones; comparada con
la luz, sale vencedora, porque a la luz sucede la noche, pero contra la sabiduría no
prevalece la maldad (Sb 7,29-30). Yo me constituí en el amante de su belleza (Sb
8,2)” (Catecismo 2500).
“El libro de la Sabiduría tiene algunos textos importantes que aportan
más luz a este tema. En ellos el autor sagrado habla de Dios, que se da a conocer
también por medio de la naturaleza. Para los antiguos el estudio de las ciencias
naturales coincidía en gran parte con el saber filosófico. Después de haber
afirmado que con su inteligencia el hombre está en condiciones «de conocer la
estructura del mundo y la actividad de los elementos [... ], los ciclos del año y la
posición de las estrellas, la naturaleza de los animales y los instintos de las fieras»
357
Vida más allá de la muerte
(Sb 7, 17.19-20), en una palabra, que es capaz de filosofar, el texto sagrado da un
paso más de gran importancia. Recuperando el pensamiento de la filosofía griega,
a la cual parece referirse en este contexto, el autor afirma que, precisamente
razonando sobre la naturaleza, se puede llegar hasta el Creador: «de la grandeza y
hermosura de las criaturas, se llega, por analogía, a contemplar a su Autor» (Sb 13,
5). Se reconoce así un primer paso de la Revelación divina, constituido por el
maravilloso «libro de la naturaleza», con cuya lectura, mediante los instrumentos
propios de la razón humana, se puede llegar al conocimiento del Creador. Si el
hombre con su inteligencia no llega a reconocer a Dios como creador de todo, no
se debe tanto a la falta de un medio adecuado, cuanto sobre todo al
impedimento puesto por su voluntad libre y su pecado”11.
El mismo razonamiento que hace el libro de Sab lo vemos en el NT en
san Pablo, en su carta a los Romanos (Rm 1,18-32), que hemos leído hace pocas
semanas: a pesar de que Dios se nos ha manifestado en la creación, no le han
sabido reconocer y, "jactándose de sabios, se volvieron estúpidos". Nosotros ya
hemos dado ese salto y confesamos en nuestro Credo: "Creo en Dios, Padre
todopoderoso, creador del cielo y de la tierra". Si tenemos tiempo, hoy podemos
leer los números 279-301 del Catecismo, en donde desarrolla este primer artículo
de fe. No debemos perder la capacidad de admirar la hermosura y grandeza de la
creación. Tanto en sus grandes dimensiones como en las pequeñas (el
macrocosmos y el microcosmos), es admirable lo que Dios ha hecho. Como dice
la Plegaria Eucarística IV, todo lo ha hecho "con sabiduría y amor". Los ecologistas
tienen toda la razón para admirar y defender la naturaleza. Los cristianos, además,
sabemos ver a Dios en todo lo creado, en el fondo de los mares y en el vigor de
las montañas, en la anatomía humana y en los caprichosos colores de una flor o
de una mariposa, en la grandeza de los espacios cósmicos y en la estructura de un
pequeño animalito. Debemos enseñar a nuestros hijos y a nuestros educandos a
ver la mano de Dios en la hermosura de la naturaleza. La evolución puede haber
venido durante millones de años, a partir del "bing bang": pero detrás de toda esa
maravilla, que la ciencia todavía está descubriendo con sorpresas nuevas, está la
mano poderosa y amable de Dios. Tenemos que saber "leer el cosmos en
cristiano" y gozarnos de él, porque para nosotros lo creó. Con el salmo podemos
decir convencidos: "el cielo proclama la gloria de Dios, el día al día le pasa el
mensaje, la noche a la noche se lo susurra".
Lc (17,26-37). Si ayer nos anunciaba Jesús que el Reino es imprevisible,
hoy refuerza su afirmación comparando su venida a la del diluvio en tiempos de
Noé y al castigo de Sodoma en los de Lot. El diluvio sorprendió a la mayoría de
las personas muy entretenidas en sus comidas y fiestas. El fuego que cayó sobre
Sodoma encontró a sus habitantes muy ocupados en sus proyectos. No estaban
preparados. Así sucederá al final de los tiempos. ¿Dónde? (otra pregunta de
curiosidad): "donde está el cadáver se reunirán los buitres", o sea, en cualquier
sitio donde estemos, allí será el encuentro definitivo con el juicio de Dios.
Lo que Jesús dice del final de la historia, con la llegada del Reino
universal podemos aplicarlo al final de cada uno de nosotros, al momento de
359
Vida más allá de la muerte
3. En la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo,
contemplamos su dominio eterno que no pasa.
365
Vida más allá de la muerte
existir terrestre, a que confronten su política con el Rey único, eterno, y cuyo
Reino es definitivo para siempre (Adrien Nocent).
Jn (18,33-37) va después de: "Dándose cuenta Jesús de que iban a
llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez al monte, él solo" (Jn 6,15). Es,
pues, claro que Jesús no es rey en el sentido político habitual del término. La
realeza de Jesús no pertenece, por tanto, al mundo este, es decir, a este orden de
cosas. La realeza de Jesús dice relación a la verdad. El que hace la verdad se acerca
a la luz (Jn 3,21). La verdad no la concibe Juan como posesión o estado
adquirido, sino como quehacer o tarea. La verdad se hace con el amor. “Caritas in
veritate es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia y adquiere
forma operativa en criterios orientadores de la acción moral. Deseo recordar dos
de ellos, requeridos de manera especial por el compromiso para el desarrollo en
una sociedad en vías de globalización: la justicia y el bien común. (…) Amar a
alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual,
hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el
bien de ese todos nosotros, formado por individuos, familias y grupos
intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí
mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que
sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz. Desear el
bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. Trabajar por el
bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de
instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social,
que se configura así como pólis, como ciudad. Ésta es la vía institucional –también
política, podríamos decir– de la caridad, no menos cualificada e incisiva de lo que
pueda ser la caridad que encuentra directamente al prójimo fuera de las
mediaciones institucionales de la pólis. El compromiso por el bien común, cuando
está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso
meramente secular y político. La acción del hombre sobre la tierra, cuando está
inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de
Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana. En una
sociedad en vías de globalización, el bien común y el esfuerzo por él, han de
abarcar a toda la familia humana, dando así forma de unidad y de paz a la ciudad
del hombre, y haciéndola en cierta medida una anticipación que prefigura la
ciudad de Dios sin barreras” (Benedicto XVI, encíclica Caritas in veritate, 2009). O
sea que el reino de Cristo ilumina la esperanza del cielo pero también la realidad
de la tierra. La verdad es el alumbramiento de Dios hecho por Jesús. Y este
alumbramiento hace personas libres. La verdad os hará libres (Jn 8,32). ¿Cuál es el
valor social concreto al que Juan denomina este mundo en la lectura de hoy? El
poder del Estado, incluso legítimamente constituido. Esta es la clave de lectura de
toda la secuencia entre Pilato y Jesús. Según Juan, la muerte de Jesús pone en tela
de juicio un valor tan importante en la sociedad como es el poder por legítimo
que éste sea. Desde la perspectiva de Jesús el poder es innecesario. Para mostrar
también esto ha venido Jesús al mundo (cosmos, concepto espacial). Quien viva
la perspectiva de Jesús (=la verdad) sabe que Jesús tiene razón (=escucha su voz).
Pero vuelve la pregunta de siempre ¿quién vive la perspectiva de Jesús?
A nivel de colectividades, parece ser que casi nadie. Precisamente por esto el
366
Esperanza y salvación
poder legítimo tiene que seguir existiendo en la sociedad. Juan diría: es un mal
necesario. A lo que todos a coro replicamos escépticos e irónicos con Pilato: ¿qué
es la verdad? ¿Es posible un mundo sin poder? Tal vez ahora captemos el
significado y el alcance de aquella súplica del Padrenuestro: Venga a nosotros tu
Reino.
"En el evangelio que hoy escuchamos sería un error comprender las
palabras de Jesús así: mi reino no es de este mundo y, por tanto, no me interesan
los problemas sociales y políticos de este mundo; me conformo con dar una
salvación espiritual, en forma individual, a las almas creyentes. Al decir Jesús que
su realeza no procede de este mundo, lo único que recalca es que su autoridad la
debe solamente al Padre que lo envió. En eso no se parece a las demás
autoridades que se han impuesto, sea por la fuerza, sea ganándose el sufragio de
sus compatriotas (“Eucaristía 1988”).
Los judíos (estos es, los enemigos de Jesús en el lenguaje de Juan) han
resuelto acabar con el Nazareno; Pilato no puede menos de verse envuelto en la
causa y lo somete a interrogatorio. - «¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús le
contestó: - «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? » Pilato
replicó: -«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado
a mí; ¿qué has hecho?» Jesús le contestó: - «Mi reino no es de este mundo. Si mi
reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en
manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.» Pilato le dijo: - «Conque, ¿tú
eres rey?» Jesús le contestó: - «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para
esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la
verdad escucha mi voz.»
Su pregunta supone la acusación, expresamente mencionada por Lucas
(Lc 23,2), de que este Jesús se hacía llamar "Cristo Rey" (o Rey Mesías) y
soliviantase al pueblo. Con la sola excepción del pasaje de la adoración de los
Magos (Mt 2, 2), el título de "Rey de los judíos" aplicado a Jesús aparece
únicamente en conexión con su proceso. Obsérvese que "Rey de los judíos" es
propiamente la versión política del título mesiánico "Rey de Israel".
Sabiendo los judíos que a Pilato sólo le interesaba lo político, tergiversan
el sentido de la realeza mesiánica tal y como la entendía Jesús y le obligan a
intervenir. Muchos acusaron ante Pilato a Jesús de lo que no era, un rey político,
y muchos lo hicieron por despecho, pues eso era lo que deseaban que fuera
efectivamente y Jesús se resistió, decepcionando al pueblo. Y fue necesario que
Jesús muriera por esa falsa acusación para que se mostrara al mundo su verdad:
que es rey pero no como los reyes de este mundo.
El evangelista Juan es consciente de la ironía que envuelve todo el
proceso de Jesús, esto es, de la tremenda verdad que se manifiesta en la farsa.
Para los incrédulos y para los verdugos de Jesús todo acontece como una burla y
según el ceremonial de la entronización de los reyes de Israel (cf 1 Re 1,32-48): la
coronación (Jn 19,1-3), la aclamación del pueblo al que ha sido coronado (19,5s),
la entronización (19,13-16). Pero este rey escarnecido por los romanos y
rechazado por los judíos es, para Juan y para los creyentes, el verdadero rey que
ha sido "exaltado" en la cruz y glorificado por el Padre. No sólo es rey de Israel,
367
Vida más allá de la muerte
sino también de todos los que escuchan la verdad, porque es rey como testigo de
la verdad. Los que buscan y hacen la verdad le siguen y escuchan su voz.
Jesús ha dicho algo muy importante. El sentido de su reinado no es la
voluntad de poder, sino cumplir en el mundo la misión de atestiguar la verdad.
Para esto no hacen falta soldados; para esto hacen falta testigos capaces de dar la
vida. Jesús es el "Testigo fiel", el que sirve a la verdad como nadie.
Por eso es rey. Jesús es incluso la Verdad misma. Por eso son de Jesús y
siguen a Jesús cuantos sirven a la Verdad. Pilato busca un pretexto para salir de
aquel embrollo; no busca la verdad, sino una causa para justificar su sentencia.
Pilato es un "realista" que no entiende más que de política. No le interesa la
verdad y no puede comprender que un hombre, por amor a la verdad, se deje
matar. Por eso pregunta seguidamente como un escéptico: "¿Qué es la verdad?", y
deja a Jesús sin esperar respuesta. Pilato renuncia a la verdad y la entrega a
cambio de su torpe interés, haciendo su política de acuerdo a las circunstancias.
Después se lava las manos y dice que es inocente (Mt 27,24: “Eucaristía 1985”).
Jesús, desde siempre, es el Rey, desde la Navidad hasta su muerte, Rey
de los judíos. Sin embargo, no quería Jesús utilizar este título mesiánico, por los
malos entendidos o confusiones a que se podía prestar. Jesús es el rey de los
judíos, su amor es reinar, pero no al estilo del mundo. La clave es que no tiene
nada que ver su reino, donde la ley son las Bienaventuranzas, con el estilo de los
poderosos que reinan en nuestra tierra. Su reino es otra cosa. Por eso, cuando
queda claro que su cetro es la cruz y su trono el amor humilde, entonces no tiene
ningún inconveniente en proclamarse rey: Yo soy Rey. Es decir, Jesús es rey y
quiere reinar en todos los corazones humanos para hacerlos inmensamente felices.
Quiere reinar en los proyectos humanos para que se valore la vida, para que los
pobres sigan siendo los importantes del Reino y para que triunfe, no la civilización
de la muerte, sino la civilización del amor y de la vida. Y esto sólo consiste en que
aceptemos de corazón todos los planes de Dios. Su reino no se impone, como no
se impone su amor, que le lleva a servir de rodillas, como hace en la tarde del
Jueves Santo. No hay duda de que Jesús es Rey y, al terminar el Año Litúrgico con
esta fiesta, la Iglesia nos recuerda que el Señor, con su amor, desea ser conocido y
amado. Sigue viniendo a los suyos, y los suyos no le reconocieron. Termina la
vida como empezó. Un amor ofrecido y no acogido más que por los pobres de
verdad, por aquellos que han descubierto Su amor incondicional y abierto a todas
las necesidades del mundo. Cristo, rey del universo, quiere reinar sobre todo en el
universo de cada corazón humano, donde se toman las decisiones, que afectan a
todo el universo, a toda la sociedad. Este Reino en nosotros proclama que ni la
guerra, ni la lucha de poder, ni el terrorismo, ni todo lo que atenta contra la vida,
tiene futuro: No quedará piedra sobre piedra. Es necesario recordar, una y otra
vez, que sólo en la medida en que nos hacemos servidores reinamos en el corazón
de los que aman. El reino de Jesús es servicio en amor entregado. Él no viene a
reinar más que con las armas que le dice a Pilato, las armas de la verdad, del
amor, de la entrega. En la medida en que nos hacemos testigos del amor de Jesús
y nos unimos a Él en la obra de la Redención, nos convertimos en constructores
del Reino y construimos la civilización del amor (Francisco Cerro Chaves).
368
Esperanza y salvación
"¿De qué verdad se trata aquí? Sólo entenderemos esta frase -"he venido
al mundo para testimonio de la verdad"- si nos formamos idea clara de lo que
significa verdad en Juan. Esta verdad joánica no puede ponerse en plural, no es
igual a la verdad como suma de proposiciones. Esta verdad se entiende como
oposición al mundo: para eso he nacido y venido al mundo. ¿Qué es para Juan el
mundo? No podemos imaginar que sea el mundo que nos cobija y sostiene, que
nos place y en que nos sentimos a gusto. No, el mundo en Juan es algo distinto,
emplea el término en otra acepción: mundo quiere decir aquí tinieblas, oscuridad,
lo que se cierra frente a Dios y no quiere recibir la luz. Mundo quiere decir lo que
se está muriendo y pasando; significa pecado, miseria y juicio (o condenación).
Por oposición a ese mundo hemos de explicar la verdad joánica. Es lo uno, lo
enteramente cerrado, lo fiel y seguro, lo que viene de Dios, lo que él tiene que
desvelar, lo que sólo se da cuando Dios lo revela. Verdad es en San Juan uno de
estos conceptos, como vida y luz, que expresan el conjunto y abarcan todo lo que
es nuestra salud eterna, lo que está ahí, cuando él nos introduce en esta realidad.
Por eso dice Juan, en el capítulo 17, que el diablo no está en la verdad. No
tenemos nosotros la verdad, sino que estamos en ella. Por eso dice aquí que el
que está en la verdad oye la voz de Cristo.
De esta verdad, de esta acción divina y realidad revelada se habla aquí...
Mas para entender esta palabra hemos de considerar que Jesús está persuadido de
que él es, personalmente, esta verdad venida a este mundo... Si no entendemos
esta verdad, este reino de Cristo, tal vez seamos sabios, científicos, pero no
estamos en la verdad que es luz y salud, vida y eternidad (Karl Rahner, 1967).
San Agustín comenta que está en este mundo, sin ser del mundo:
“Escuchad, pues, judíos y gentiles, pueblo de la circuncisión y pueblo del
prepucio; oíd todos los reinos de la tierra: «No estorbo vuestro dominio terreno
sobre este mundo, pues mi reino no es de este mundo». No sucumbáis a vanos
temores, como fueron los de Herodes el Grande ante la noticia del nacimiento de
Cristo, dando muerte a tantos niños para eliminarlo, acuciada su crueldad más por
el temor que por la ira (Mt 2,3.16). Mi reino -dice- no es de este mundo. ¿Queréis
más? Venid al reino que no es de este mundo: venid llenos de fe y no le persigáis
llenos de temor. De Dios Padre se dice en una profecía: Yo he sido constituido rey
por él sobre Sión su monte santo (Sal 2,6). Pero esa Sión y ese monte santo no
son de este mundo.
¿Cuál es su reino, sino los que creen en él, de los que dice: Vosotros no
sois del mundo, como yo no soy del mundo? Eso aunque quisiera que
permanecieran en el mundo, razón por la que dijo al Padre: No te pido que los
saques del mundo, sino que los preserves del mal (Jn 17,16.15). Por eso no dice
aquí: «Mi reino no está en este mundo», sino no es de este mundo. Y lo prueba
con estas palabras: Si mi reino fuese de este mundo, mis siervos lucharían para que
no fuese entregado a los judios. No dice: «Pero ahora mi reino no está aquí», sino
no es de aquí. Aquí está su reino hasta el fin del tiempo, entremezclado con la
cizaña, hasta la época de la siega, que es el fin del mundo, cuando vengan los
segadores, esto es, los ángeles, y recojan todos los escándalos de su reino (Mt
13,38-41), cosa que no podría tener lugar, si su reino no estuviese aquí.
369
Vida más allá de la muerte
Sin embargo, no es de aquí, porque se encuentra como peregrino en el
mundo, según él dice a su reino: Vosotros no sois del mundo, sino que yo os he
elegido del mundo (Jn 15,19). Del mundo eran cuando no eran aún su reino y
pertenecían al príncipe del mundo. Era del mundo todo lo que, aunque creado
por el Dios verdadero, fue engendrado por la viciada y condenada estirpe de
Adán, y se convirtió en reino, no de este mundo, cuando fue regenerado por
Cristo. Por él Dios nos sacó del poder de las tinieblas y nos trasplantó en el reino
del Hijo de su amor (Col 1,13); de este reino dice: Mi reino no es de este mundo,
o Mi reino no es de aquí.
Pilato le contestó: Luego ¿tú eres rey? Y Jesús: «Tú lo has dicho: Yo soy
rey» (Jn 18,37). No es que temiera proclamarse rey, sino que puso el contrapeso
de estas palabras: Tú lo dices, de modo que no niega ser rey -porque es rey del
reino que no es de este mundo-, ni confiesa que sea tal rey, cuyo reino se crea que
es de este mundo, como pensaba quien le había preguntado: Luego ¿tú eres rey?,
a lo que él respondió: Tú lo dices: «Yo soy rey». Las palabras: Tú lo dices
equivalen a esto: «Siendo tú carnal, hablas según la carne»”.
Y... ¿que es la verdad? Con esa pregunta se quedó Pilato y, sin esperar,
condenó a muerte al que podía responderle. Y es que no siempre preguntamos
porque no sabemos; a veces preguntamos porque no queremos saber, para
despistar, pues sospechamos que hay preguntas que no tienen respuesta. Pero son
preguntas. Y no podemos vivir dando la callada por respuesta.
Obviamente la pregunta por la verdad depende de lo que entienda por
verdad el que pregunta. Para los racionalistas no hay más verdad que la lógica,
pero los racionalistas no son lógicos al suponer que sólo la lógica es fuente de
verdad. Según los científicos no hay más verdad que la provisionalidad de unos
resultados obtenidos rigurosamente en la investigación. Pero tales científicos no
son "científicos ni rigurosos" al dar por supuesto lo que deberían contrastar: que
sólo la ciencia conduce a la verdad relativa. La lógica y la ciencia nos son de gran
utilidad en la vida. Pero eso no es todo.
A muchos les interesa principalmente la verdad objetiva, pero ya hace
años que un gran filósofo dijo la gran verdad de perogrullo: que para el sujeto
nada puede ser objetivo. De ahí que otros piensen que no hay más verdad que la
subjetiva, entendiendo subjetiva como individual, cada cual la suya. A esos les
contestó hermosamente el poeta: “¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a
buscarla. / La tuya, guárdatela” (A. Machado)
De manera que la pregunta sigue en pie. Y seguirá posiblemente,
mientras tengamos la firme decisión de buscarla. Esa decisión de buscar, más allá
de la razón y de la ciencia, pero no del hombre, que es más que razón, es lo que
llamamos fe. No se trata de creer cada cual lo que le da la gana, aunque cada uno
puede hacer de su capa un sayo. Se trata de creer de la única manera posible para
el hombre, razonablemente (no racionalista, el racionalismo es el cáncer de la
razón). El que cree no las tiene todas consigo, pero cree y por eso sigue buscando
con ilusión. Con fe, como don de Dios, decimos los creyentes (“Eucaristía 1994”).
"Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al
cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su
advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque
370
Esperanza y salvación
resucitamos en Él, puede ser también el Reino de Dios porque en El reinaremos"
(San Cipriano).
- Creer en Dios es creer que el bien es más poderoso que el mal; es creer
que, al final, el bien y la verdad habrán de triunfar sobre el mal y la mentira.
Quien piense que el mal tendrá la última palabra o que el bien y el mal tienen las
mismas probabilidades, es un ateo... La fe en el Reino de Dios, por lo tanto, no se
reduce simplemente a aceptar los valores del Reino y a mantener una vaga
esperanza en que habrá de venir a la tierra algún día. La fe en el Reino es estar
convencido de que, suceda lo que suceda, el Reino habrá de venir (Albert Nolan).
Las primeras palabra con las que Dios se comunica a Abrahán y Moisés
manifiestan una voluntad firme de "enderezar" la situación en la que los hombres
viven y conviven, porque el egoísmo, la muerte, la pobreza, la esclavitud,
destruyen la obra de sus manos. Y promete y realiza su plan de liberar al hombre
de cuanto es esclavitud, enfermedad, injusticia. Todo lo que es muerte y causa
muerte es contrario al Reino de Dios, es decir, ofende en lo más íntimo a un Dios
que se ha comunicado como Amor, como Luz y como Vida. Por eso cuanto
destruye al hombre, imagen suya, niega a Dios. Es el pecado radical (Juanjo
Martínez).
378
Esperanza y salvación
tiempo de salvación, si estamos atentos a la cercanía y a la venida de Dios a
nuestras vidas (J. Aldazábal).
El Templo construido por Salomón, hacia el año 1.000 antes de Jesucristo, y
destruido por Nabuconosor en 586... luego el Templo construido por Zorobabel,
cuya primera piedra había sido colocada en 516... El Templo contemporáneo de
Jesús, será destruido unos años más tarde por Tito, en 70 d. de J.C... para ser
reemplazado en 687 por la Mezquita de Omar, que continúa en el mismo sitio.
Lejos de mezclarse a las voces admirativas de sus discípulos, Jesús hace una
predicción de desgracia, en el más tradicional estilo de los profetas (Miqueas 3,12;
Jeremías, 7,1-15; 26,1-19; Ezequiel, 8-11). Medito sobre la gran fragilidad de todas
las cosas... sobre «mi» fragilidad... sobre la brevedad de la belleza, de la vida...
Hay que saber mirar de frente esa realidad, siguiendo la invitación de Jesús: «todo
será destruido».
-Los discípulos le preguntaron: Maestro, ¿cuando va a ocurrir esto y cuál será
la señal de que va a suceder? Los discípulos nos representan muy bien, junto a
Jesús. Ellos le proponen la pregunta que nos hacemos hoy. Querríamos también
saber el día y la señal... Creemos que sería más conveniente saber la «fecha»...
Jesús respondió: "Cuidado con dejarse extraviar... porque muchos dirán-: «Ha
llegado el momento» No los sigáis... No tengáis pánico..." Todas las doctrinas de
tipo "adventistas" fundadas sobre una susodicha profecía precisa del retorno de
Cristo, quedan destruidas por esa palabra de Jesús. Hay que vivir, día tras día, sin
saber la fecha... sin dejarse seducir por los falsos mesías, sin dejarse amedrentar
por los hechos aterradores de la historia (Noel Quesson).
Alguna gente dedica mucho tiempo y esfuerzo a descifrar cábalas acerca del
fin del mundo. Una situación similar vivieron los contemporáneos de Jesús. Para
él, lo importante no era la fecha en que el mundo habría de sucumbir. Para él lo
importante era la finalidad de este mundo: ¿para qué estamos aquí? ¿Qué
podemos hacer? ¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Cuál es el destino de la
humanidad? Para Jesús el tiempo presente y el futuro se abrían como esperanza:
era el tiempo definitivo de la salvación. Por esto, había que tomarse en serio el
momento presente e interpretarlo como una señal de Dios que nos llamaba a
hacer de este mundo de muerte un mundo de vida. Para Jesús, el cambio era
posible aquí y ahora. Hoy vivimos una agitación parecida. Estamos inundados de
visiones catastróficas que nos anuncian un futuro oscuro y terrible para todos los
seres vivientes. Manejan nuestro miedo para gestionarlo políticamente, desde los
distintos gobiernos. Pero lo importante no es la fecha en que el mundo
sucumbirá; lo importante es preguntarnos cuál es la finalidad del mundo y de la
humanidad, ¿cuál es la utopía?, ¿qué futuro podemos/debemos construir?, ¿qué
quiere Dios de nosotros aquí y ahora? (servicio bíblico latinoamericano).
En la imitación de Cristo (1,15,2) se lee: "Mucho hace quien mucho ama". El
amor es el mejor de los maestros. Tanto haremos cuanto en verdad amemos
aquello-Aquel por quien nos afanamos. Los últimos días del año litúrgico ponen al
descubierto la verdad de nuestro amor. Es posible que alguna vez hayan llegado a
tu vida señales de éstas, de las que dan sed de cielo:
· Bienaventurados son los que dan, mas cien veces bienaventurados los que
dan aquello que aun quieren.
379
Vida más allá de la muerte
· Bienaventurados los que predican Amor, mas cien veces bienaventurados los
que lo llevan en su pecho y lo hacen con sus manos porque es Cristo quien lo
hace a través de ellos.
· Bienaventurados los que alaban a Dios, mas cien veces bienaventurados son
los que sabiendo su "Plan para el Mundo" trabajan en su realización.
· Bienaventurados los que abren los ojos y contemplan al mundo, mas cien
veces bienaventurados los que abriendo más aún los ojos contemplan el Universo
del cual el mundo apenas es una mota. Y viendo su pequeñez se hacen grandes.
· Bienaventurados los que se limpian los oídos de las voces vacías de este
mundo, mas cien veces bienaventurados son los que oyendo se hacen sordos para
estar con los sordos y entenderlos hasta limpiarlos. Hermoso camino
(cormariam@planalfa.es).
La aparición de falsos mesías, la consideración de los "signos engañosos",
continúa hoy... Hay muchas personas angustiadas por causa de personas y grupos
que se aprovechan de la religiosidad (y, con frecuencia, de la credulidad) de
muchas gentes sencillas. No faltan en algunos medios de comunicación mensajes
aterradores que interpretan algunos acontecimientos actuales como signos de la
cólera divina y anticipo del final del mundo. Hace algunos años se hablaba del
SIDA como castigo de Dios. Calificativos parecidos han recibido el fenómeno
meteorológico del "Niño" y otros sucesos llamativos. La necesidad de verse libres
de estas amenazas provoca una fiebre de fenómenos pseudomilagrosos: falsas
apariciones marianas, proliferación de líderes carismáticos con propuestas
estrafalarias, ritos de desagravio... Estos "terrores", inducidos a veces de manera
diabólica, no responden a una lectura cristiana de la Palabra de Dios. El final es un
acontecimiento de gracia, un triunfo del Dios de la Vida sobre todas las fuerzas de
muerte. Los verdaderos signos son aquellos que nos ayudan a despertarnos, a
tomar conciencia de la gracia del Señor que ya está entre nosotros y a
disponernos a acogerla con alegría y confianza (Confederación Internacional
Claretiana de Latinoamérica).
380
Esperanza y salvación
todo en Europa- por la influencia de la Ilustración, ha dado
también muchos frutos buenos”. El mal como ausencia de bien hay
que completarlo, pues “nunca es ausencia absoluta del bien. Cómo
crezca y se desarrolle el mal en el terreno sano del bien, es un
misterio. También es una incógnita esa parte del bien que el mal
no ha conseguido destruir y que se difunde a pesar del mal,
creciendo incluso en el mismo suelo” (14) como el trigo y la cizaña
(Mt 13, 29-30). “Se puede tomar esta parábola como clave para
comprender toda la historia del hombre. En las diversas épocas y
en los distintos sentidos, el ‘trigo’ crece junto a la ‘cizaña’ y la
cizaña junto al trigo. La historia de la humanidad es una ‘trama’ de
la coexistencia entre el bien y el mal” (14), a pesar del pecado
original hay capacidad para el bien.
Hay en la historia unas ideologías del mal, pero al mismo
tiempo una fuerza que limita el mal. Se me ocurre aquella imagen
clásica de los dioses griegos divididos en buenos y caóticos, pues
no tenían demonios. Entre estos últimos estaban Danae (que sería
como una feminista anti-madre), Dionisio (super caótico y
destructor), Neptuno… y aún otro me parece. Cuando sembraban
la discordia más allá de lo soportable, salía de las profundidades
Plutón, para poner orden… así parece hacer el Espíritu de la
Historia, Dios con su Providencia que es el Espíritu Santo que dice
“¡basta!” e interviene…
Más allá de las ideologías. También aquí se me ocurre un
comentario. El siglo XIX ha sido el tiempo de los “ismos”, intentar
abarcar la verdad en un esquema, encerrarla entre cuatro paredes,
los sistemas cerrados, enciclopédicos, cosa que aborrezco, pues la
verdad no se puede encerrar “enlatada”, no me gusta ni siquiera la
palabra “cristianismo” en cuanto a sistema, sino como palabra
vulgar, pues es Cristo una Verdad siempre abierta, inabarcable, en
expansión, la verdad en cuanto se encierra se ahoga. Por eso el
Señor “nos impulsa a adentrarnos en el mundo de la fe” (17).
Misterios de Dios y del hombre. “Son los misterios que he querido
expresar en los primeros años de mi servicio como sucesor de
Pedro mediante las encíclicas Redemptor hominis, Dives in
misericordia y Dominum et Vivificantem. El contenido de la
Encíclica Redemptor hominis lo traje conmigo desde Polonia.
381
Vida más allá de la muerte
También las reflexiones de la Dives in Misericordiae fueron fruto
de mis experiencias pastorales en Polonia, y especialmente en
Cracovia, donde está santa Faustina Kowalska enterrada, apóstol
de la Divina Misericordia”. Dives et Misericordiae recuerda
aquellas palabras de la 1ª carta de San Juan: el Espíritu Santo
“convencerá al mundo en lo referente al pecado” (16,8): esto está
enraizado en Gn, desde el pecado original. Es lo que dice S.
Agustín: “amor sui usque ad contemptum Dei” (amor a uno mismo
hasta el desprecio de Dios), la rebelión y caer en la tentación del
“seréis como Dios” (Gn 3,5) decidiendo lo que está bien y mal, y a
esto se opone el “Amor Dei usque ad contemptum sui” (amor de
Dios hasta la renuncia de uno mismo), la redención, y así de la
mano del Espíritu Santo llegamos a las profundidades del
Misterium Crucis. “Y también asomarnos sobre el profundo abismo
del mal, cuyo causante y víctima a la vez resulta ser el hombre en
el comienzo de su historia. A esto precisamente se refiere la
expresión ‘convencerá al mundo en lo referente al pecado’. El
objetivo de ese ‘convencer no es la condena del mundo. Cuando
la Iglesia, con la fuerza del Espíritu Santo, llama al mal por su
nombre, lo hace unánimemente con el fin de indicar al hombre la
posibilidad de vencerlo, abriéndose a la dimensión del ‘amor Dei
usque ad contemptum sui’. Este es el fruto de la Misericordia
Divina. En Jesucristo, Dios se inclina sobre el hombre para tenderle
la mano, para volver a levantarlo y ayudarle a reemprender el
camino con renovado vigor” (19-20). El hombre no puede solo y
si rechaza la ayuda y se cierra en uno mismo es algo imperdonable
porque lo impide, en este sentido es un pecado contra el Espíritu
Santo porque excluye el perdón, se considera Dios, presume de
autosuficiente. “Las ideologías del mal están profundamente
enraizadas en la historia del pensamiento filosófico europeo” (20).
Antes de Descartes el “cogito” (pienso) era “cognosco”
(conozco) subordinado al “esse” (ser), primordial: “conozco”
porque esto “es”, pero ahora esto “quizá es” porque “lo pienso”.
Se pasa al yo como supremacía de todo. Del Esse del Ens Subsistens
al non subsistens, del ens participatum al ens cogitans, el cogito
como contenido de la conciencia humana. El “ocaso del realismo
tomista” sería “abandono del cristianismo como fuente de un
382
Esperanza y salvación
pensamiento filosófico. En definitiva, se cuestionaba la posibilidad
misma de llegar a Dios” (23). (Aquí quizá viene bien recordar que
en una situación de crisis parecida se encontró S. Tomás, cuando
tuvo que elaborar una síntesis del pensamiento “moderno” de su
época, es decir unir la idea de ciencia aristotélica a la teología…
quizá es hora de que aunar esfuerzos para hacer una síntesis
“moderna” del pensamiento de nuestra época, ya que ahora
deberá ser una labor de equipo quizá…) “Dios se reducía sólo a un
contenido de la conciencia humana” (23) se desmorona la
“filosofía del mal” como relación al bien, porque el mal en su
sentido realista solo dice en relación al Bien, y este mal fue el
pecado, y fue redimido –o mejor fue redimido el hombre que lo
llevaba, y con él toda la creación- por Cristo en la Cruz. Pero esto
fue lo que desapareció: redimido el hombre, “el gran drama de la
historia de la salvación, desaparecido de la mentalidad ilustrada. El
hombre se había quedado solo, solo como creador de su propia
historia y de su propia civilización, que solo como quien decide
por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo, como quien existía
y continuaría actuando etsi Deus non daretur, aunque Dios no
existiera (24). Así el hombre dispone de su vida y de los demás
como “el Tercer Reich por personas que, habiendo llegado al
poder por medios democráticos, se sirvieron de él para poner en
práctica los perversos programas de la ideología nacional socialista,
que se inspiraba en presupuestos racistas. Medidas análogas tomó
también el Partido comunista en la Unión Soviética y en los países
sometidos a la ideología marxista. En este contexto se perpetró el
textermino de los judíos y de otros grupos como los gitanos, los
campesinos en Ucrania y el clero ortodoxo y católico en Rusia, en
Bielorrusia y más allá de los Urales... personas incómodas para el
sistema” y así fueron eliminando “militares e intelectuales que no
compartían la ideología marxista o nazi” (24), tuvo lugar un
exterminio de seres… hasta llegar al gran desastre de hoy,
“destrucción legal de vidas humanas concebidas, antes de su
nacimiento. Y en este caso se trata de un exterminio decidido
incluso por parlamentos elegidos democráticamente, en los cuales
se invoca el progreso civil de la sociedad y de la humandidad
entera” (25), leyes de “matrimonios” homosexuales, el mal
383
Vida más allá de la muerte
“intenta instrumentalizar incluso los derechos del hombre contra el
hombre y contra la familia” (25). Al rechazar a Dios como
fundamento (bien y mal) “se rehusó la noción de lo que, de la
manera más profunda, nos constituye en seres humanos, es decir,
el concepto de naturaleza humana como ‘dato real’, poniendo en
su lugar un ‘producto del pensamiento’, libremente formado y que
cambia, libremente según las circunstancias” (25). Sin la filosofía
realista como presupupesto nos movemos en el vacío.
Pero el mal tiene su límite: Dios puso un al mal en la
historia de Europa (31), las ideologías del mal han engañado y las
personas no mostraban la magnitud de los desastres nazis y
comunistas, “viviamos sumidos en una gran erupción del mal, y
sólo gradualmente comenzamos a darnos cuenta de sus
dimensiones reales. Porque los responsables trataban a toda costa
de ocultar sus propios sistemas... a los ojos del mundo” (27),
“intentaban encubrir ante la opinión pública lo que estaban
haciendo”, “la Divina Providencia concedió sólo aquellos 12 años
al desenfreno de aquel furor bestial. Si el comunismo ha
sobrevivido más tiempo tiene alguna perspectiva de un desarrollo
mayor, pensaba para mis adentros, debe ser por algún motivo”
(28), “¿Cuántos? Era difícil de prever, lo que se podía pensar es
que también este mal era en cierto sentido necesario para el
mundo, y que el hombre. En efecto, en determinadas
circunstancias de la existencia humana parece que el mal sea en
cierta medida útil, en cuanto propicia ocasiones para el bien” (29),
“Por su parte, san Pablo exhorta a este respecto: no te dejes vencer
por el mal; al contrario, vence el mal con el bien (Rm 12,21). En
definitiva, tras la experiencia punzante del mal, se llega a practicar
un bien más grande” (29). “Me he detenido en destacar el límite
impuesto al mal en la historia de Europa precisamente para
mostrar que dichos límites en el bien; el bien divino y humano que
se ha manifestado en la misma historia, en el curso del siglo pasado
y también de muchos milenios” (29). Hay que vivir el perdón:
“acudid al bien, que es mayor que cualquier mal” (30).
La redención como límite impuesto al mal . Dios pone el
límite, juzga y castiga (Gn 3,14-19) la pecaminosidad innata, “cierta
debilidad congénita de naturaleza moral, que se une a la fragilidad
384
Esperanza y salvación
de su existencia y a su flaqueza psicológica” y así en Gn 13 vemos
como “el pecado disminuye al hombre mismo, impidiéndole la
consecución de su propia plenitud” (32). “Se podría pensar que el
mal de los campos de concentración, de las cámaras de gas, de la
crueldad de ciertas actuaciones policiales y, en fin, de la guerra
total y de los sistemas basados en la prepotencia –y que, dicho sea
de paso, suprimían sistemáticamente la presencia de la cruz-, es
más fuerte que cualquier otro bien” (33-34) pero en esos pueblos
oprimidos en la persecución a la fe en su historia no vemos eso,
“en ella se revela claramente la presencia victoriosa de la cruz de
Cristo” (34), a esos pueblos “no les queda nada más que Cristo y
su cruz como fuente de autodefensa”(34): Maximiliano Kolbe,
Edith Stein y muchos otros son signos de victoria. En la redención
“el mal es vencido radicalmente por el bien y el odio por el amor,
la muerte por la Resurrección” (36).
El misterio de la “redención” (significa “readquirir”),
vemos en el Evangelio (Mc 2,5) que el pecado es el mal más
grande que la parálisis del cuerpo y el perdón el don más
importante (Jn 20,22-3) y lo concede a la Iglesia. “Confirmó al
mismo tiempo, una vez más, que el pecado es el mal más grande
del que el hombre necesita ser liberado” (38). En Rom y Gal
vemos -contra el puritanismo- que no es una ley lo que hace la
justificación -ni ritualismos- sino la fe en Cristo (Gal 2,15-21). Así no
habrá ni traumas ni tabúes, sino solo el perdón. Sólo “el misterio
pascual se convierte así en la medida definitiva de la existencia del
hombre en el mundo creado por Dios” (39). y con la resurrección
“el designio original la realiza de una manera aún más plena (cf Gn
3,14-15). En Cristo, el hombre está llamado a una vida nueva, la
vida del hijo en el Hijo, expresión perfecta de la gloria de Dios:
gloria Dei vivens homo, la gloria de Dios es el hombre viviente
(40).
La redención, victoria concedida al hombre como tarea.
“El ‘sígueme’ es una invitación a recorrer el camino por el que nos
lleva la dinámica interior del misterio de la redención: la
observación de los mandamientos, entendiéndola bien, equivale a
la vía purificativa. Su efecto, significa vencer al pecado, el mal
moral en sus distintas formas. Y esto comporta una progresiva
385
Vida más allá de la muerte
purificación interior” (42-3). “A su vez, esto lleva a descubrir los
valores. Por tanto, se puede afirmar que la vía purificativa
desemboca de manera orgánica en la iluminativa, porque los
valores son las luces que iluminan la existencia y, a medida que el
hombre se trabaja a sí mismo, brillan cada vez más intensamente
en el horizontes de su vida. Paralelamente, pues, a la observancia
de los mandamientos –que tienen un carácter predominantemente
purificador- se desarrollan en el hombre las virtudes. Así, por
ejemplo, observando el mandamiento de ‘no matar’, el hombre
descubre el valor de la vida en sus diferentes aspectos y aprende a
respetarla cada vez más profundamente “ (43) y así la pureza con
el 6º y “belleza y gratuitad” del cuerpo humano que es ley, y que
el 8 “instinto de verdad” que orienta “veracidad” connatural. Y
esta luz lleva la vía unitiva, a la contemplación de Dios y en la
experiencia de amor que crece. Y así Cristo será todo en todos, con
libertad y sencillez, y “los seres creados dejan de ser para él una
amenaza, como ocurrió en la etapa del camino de purificación”
(45). Facilitan el acceso a este camino como del paraíso.
El cardenal Joseph Ratzinger amplió esta visión sobre el
mal recordando que «la Redención es la palabra clave de todo el
pensamiento de Juan Pablo II» y, desde esta perspectiva, «el mal se
convierte en un instrumento para el bien». Vencer al mal con el
bien/en el principio está el bien, son los puntos de arranque de
estas reflexiones. Los "límites" que Dios ha impuesto al mal son: la
creación y la redención. La creación es buena. El pecado la daña
pero no aniquila (el mal nunca lo es por esencia, en la medida que
existe en algo ese algo tiene algo bueno). La redención repara el
daño en la pasión, el perdón y la misericordia. Pero ante el mal
que parece sin límites, el poder destructor… Dios hace algo más…
dice “¡basta!”
Los otros apartados son más de "pensar Europa", que es
sinónimo evangelización: ha sido la evangelización la que ha
formado Europa. Él conoce que ha influido la civilización
grecorromana, pero también el genio germánico de sus vecinos de
Europa central, las tradiciones sajonas y celtas, los pueblos fineses y
eslavos, pero va a lo esencial: fue la evangelización, procediendo
desde Oriente y desde Occidente –los "dos pulmones"–, lo que
386
Esperanza y salvación
hizo que Europa dejara de ser un término meramente geográfico,
para adquirir unidad y, con ella, una personalidad y un valor
culturales.
En el mensaje de la paz de 1 de enero de 2005 a los
responsables de las Naciones y a todos los hombres y mujeres de
buena voluntad ahondó en estas ideas, sabedores de lo necesario
que es construir la paz en el mundo. Dicho en negativo: “No se
supera el mal con el mal. En efecto, quien obra así, en vez de
vencer al mal, se deja vencer por el mal… la única opción
realmente constructiva es detestar el mal con horror y adherirse al
bien (cf Rm 12,9), como sugiere también san Pablo.
”La paz es un bien que se promueve con el bien: es un bien
para las personas, las familias, las Naciones de la tierra y para toda
la humanidad; pero es un bien que se ha de custodiar y fomentar
mediante iniciativas y obras buenas. Se comprende así la gran
verdad de otra máxima de Pablo: «Sin devolver a nadie mal por
mal» (Rm 12,17). El único modo para salir del círculo vicioso del
mal por el mal es seguir la exhortación del Apóstol: «No te dejes
vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien» (Rm
12,21)”.
El mal tiene que ver con la libertad: “ Al buscar los aspectos
más profundos, se descubre que el mal, en definitiva, es un trágico
huir de las exigencias del amor («Dos amores han dado origen a
dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la
terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la
celestial»: S. Agustín, De Civitate Dei, XIV, 28). El bien moral, por
el contrario, nace del amor, se manifiesta como amor y se orienta
al amor. Esto es muy claro para el cristiano, consciente de que la
participación en el único Cuerpo místico de Cristo instaura una
relación particular no sólo con el Señor, sino también con los
hermanos. La lógica del amor cristiano, que en el Evangelio es
como el corazón palpitante del bien moral, llevado a sus últimas
consecuencias, llega hasta el amor por los enemigos: «Si tu enemigo
tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber» (Rm
12,20)”.
La «gramática» de la ley moral universal. Desorden social,
anarquía, guerra, injusticia, violencia, muertes... nos hace ver que
387
Vida más allá de la muerte
urge aprender a hablar esta gramática, esta lengua común de los
hijos de Dios: “la familia humana necesita urgentemente tener en
cuenta el patrimonio común de valores morales recibidos como
don de Dios. Por eso, a cuantos están decididos a vencer al mal
con el bien san Pablo los invita a fomentar actitudes nobles y
desinteresadas de generosidad y de paz (cf Rm 12,17-21)”. Hay una
«gramática» de la ley moral universal, que une a los hombres entre
sí inspirando valores y principios comunes, si bien en la diversidad
de culturas, y es inmutable: «subsiste bajo el flujo de las ideas y
costumbres y sostiene su progreso [...]. Incluso cuando se llega a
renegar de sus principios, no se la puede destruir ni arrancar del
corazón del hombre. Resurge siempre en la vida de individuos y
sociedades» (Catecismo 1958).
“Esta común gramática de la ley moral exige un
compromiso constante y responsable para que se respete y
promueva la vida de las personas y los pueblos. A su luz no se
puede dejar de reprobar con vigor los males de carácter social y
político que afligen al mundo, sobre todo los provocados por los
brotes de violencia. En este contexto, ¿cómo no pensar en el
querido Continente africano donde persisten conflictos que han
provocado y siguen provocando millones de víctimas? ¿Cómo no
recordar la peligrosa situación de Palestina, la tierra de Jesús…” y
Juan Pablo II va repasando el mapamundi y sus problemas... La
violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe,
la verdad de nuestra humanidad. La violencia destruye lo que
pretende defender: la dignidad, la vida, la libertad del ser
humano”.
El bien de la paz y el bien común. “Para promover la paz,
venciendo al mal con el bien, hay que tener muy en cuenta el bien
común [«el conjunto de aquellas condiciones de vida social que
permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más
plena y fácilmente su propia perfección»: GS 26] y sus
consecuencias sociales y políticas. En efecto, cuando se promueve
el bien común en todas sus dimensiones, se promueve la paz.
¿Acaso puede realizarse plenamente la persona prescindiendo de su
naturaleza social, es decir, de su ser «con» y «para» los otros?” Es el
tejido social: la familia, los grupos, las asociaciones, las ciudades,
388
Esperanza y salvación
las regiones, los Estados, las comunidades de pueblos y de
Naciones en el que todos estamos implicados “en el trabajo por el
bien común, en la búsqueda constante del bien ajeno como si
fuera el propio”, y así –especialmente las instituciones Estatales-
velar por las “aspiraciones legítimas de los demás grupos; más aún,
debe tener en cuenta el bien común de toda la familia humana»
[GS 26]. Esto requiere cooperación internacional auténtica, y no el
egoísmo consensuado de ahora con medidas hipócritas que
regulan “un simple bienestar socioeconómico, carente de toda
referencia trascendente y vacío de su más profunda razón de ser. El
bien común, en cambio, tiene también una dimensión
trascendente, porque Dios es el fin último de sus criaturas. Además,
los cristianos saben que Jesús ha iluminado plenamente la
realización del verdadero bien común de la humanidad. Ésta
camina hacia Cristo y en Él culmina la historia: gracias a Él, a través
de Él y por Él, toda realidad humana puede llegar a su
perfeccionamiento pleno en Dios”. Y así, “basta que un niño sea
concebido para que sea titular de derechos”… “La condena del
racismo, la tutela de las minorías, la asistencia a los prófugos y
refugiados, la movilización de la solidaridad internacional para
todos los necesitados, no son sino aplicaciones coherentes del
principio de la ciudadanía mundial.
La paz está relacionada con el destino universal de los
bienes: “El bien de la paz se ha de considerar hoy en estrecha
relación con los nuevos bienes provenientes del conocimiento
científico y del progreso tecnológico. También éstos, aplicando el
principio del destino universal de los bienes de la tierra, deben ser
puestos al servicio de las necesidades primarias del hombre. Con
iniciativas apropiadas de ámbito internacional se puede realizar el
principio del destino universal de los bienes, asegurando a todos
—individuos y Naciones— las condiciones básicas para participar
en el desarrollo. Esto es posible si se prescinde de las barreras y los
monopolios que dejan al margen a tantos pueblos”. Pienso la
preocupación por la gripe A que tenemos, cuando se mueren
tantos millones en África por la malaria que se puede curar con
vacuna, o simplemente no habiendo retirado el DDT que no nos
gustaba a nosotros (que lo habíamos usado tantos años) pero que
389
Vida más allá de la muerte
hubiera eliminado los mosquitos dichosos en muy poco tiempo y
evitado sus muertes. El amor preferencial por los pobres es un
campo clave, que está en estrecha conexión con el problema de la
deuda externa de los Países pobres, la nueva forma de colonizar al
gestionar los intereses a través de los países ricos. Un lugar actual
de ayuda urgente es Continente africano: las bolsas de
concentraciones humanas que pasan hambre, los numerosos
conflictos armados, las enfermedades pandémicas, más peligrosas
aún por las condiciones de miseria, en la inestabilidad política
unida a una difusa inseguridad social. Pero no desde fuera, como si
fueran niños: “Es de desear que los pueblos africanos asuman
como protagonistas su propia suerte y el propio desarrollo
cultural, civil, social y económico. Que África deje de ser sólo
objeto de asistencia, para ser sujeto responsable de un modo de
compartir real y productivo. Para alcanzar tales objetivos es
necesaria una nueva cultura política, especialmente en el ámbito de
la cooperación internacional”. Formar a la gente para que sean
ellos: que los médicos cooperantes trabajen al lado del gurú, que
los que vengan a Europa a estudiar vuelvan allí a levantar el país,
etc.
392
Esperanza y salvación
vida prevalece sobre la muerte y el amor triunfa sobre el odio”, en
la vida personal y en el mundo.
Sobre el uso apropiado de la libertad, Juan Pablo II explica que este
problema "no sólo tiene una dimensión individual sino también colectiva. Por eso
requiere una solución en cierto modo sistemática. Si soy libre, significa que puedo
usar bien o mal mi propia libertad. Si la uso bien, yo mismo me hago bueno, y el
bien que realizo influye positivamente en quien me rodea..." y si la libertad se usa
mal resulta lo contrario. Y afirma que la tradición europea reconoce la necesidad
de un criterio regulador en el uso de esa libertad, que no se fijó en el bien honesto
sino en la utilidad o el placer. Y una respuesta a esa ética utilitaria se encuentra en
la filosofía de Inmanuel Kant: no se puede poner el placer humano en primer
plano al analizar las obras humanas.
Abrió las puertas de su magisterio con la exhortación: “¡No tengáis
miedo!” Ancló mar adentro –duc in altum!- el nuevo milenio -abierto bajo el
signo de la violencia- en la virtud teologal de la esperanza. Y lo cerró con la
convicción: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien”.
Identidad, la vuelve a configurar con raíz y savia cristiana, porque sabe que sólo
en Cristo pueden encontrar -la persona y la sociedad- su pleno sentido y
verdadera felicidad. En fin, así como la memoria de una persona consituye su
identidad, y por eso nos resistimos a perder la memoria: “espera, quiero
acordarme de este nombre… de este lugar…” porque nuestros recuerdos son eso,
“re-vivir-en el corazón”, “mi vida”. De esta misma forma, la memoria de un
pueblo, sus tradiciones y cultura, constituyen su identidad: su lengua, canciones,
costumbres… y hay que procurar luchar por ellos, a esta virtud del patriotismo
dedica buenas páginas. Pero también hay que añadir que en la Iglesia la memoria
del Cuerpo de Cristo constituye nuestra identidad, y que si es cierto que alguna
persona pierde su memoria, o incluso algún pueblo pierde parte de sus
costumbres o su identidad, la Iglesia puede perderla en algún lugar concreto como
alguna región del norte de África o la “desertización” actual de Europa, pero Jesús
nos dejó su “memorial” que constituye nuestra identidad, y nos aseguró “yo
estaré con vosotros cada día, hasta el fin del mundo”…
1. “He aquí al
hombre”: Jesús
explica el
hombre al
hombre, y
permite un
Humanismo
verdadero, una
sociedad justa.
Daniel (5,1-6.13-14.16-
17.23-28) nos muestra la corte
del rey Baltasar, con sus
idolatrías: “De repente,
aparecieron unos dedos de
mano humana escribiendo
sobre el revoco del muro del
palacio, frente al candelabro, y
el rey veía cómo escribían los
dedos. Entonces su rostro
palideció, la mente se le turbó, le faltaron las fuerzas, las rodillas le
entrechocaban”. Mandó llamar a Daniel y le preguntó: -«¿Eres tú Daniel, uno de
los judíos desterrados que trajo de Judea el rey, mi padre? Me han dicho que
posees espíritu de profecía, inteligencia, prudencia y un saber extraordinario. Me
han dicho que tú puedes interpretar sueños y resolver problemas...» Entonces
Daniel habló así al rey: -«… Yo leeré al rey lo escrito y le explicaré su sentido. Te
has rebelado contra el Señor del cielo, has hecho traer los vasos de su templo,
para brindar con ellos en compañía de tus nobles, tus mujeres y concubinas.
Habéis alabado a dioses de oro y plata, de bronce y hierro, de piedra y madera,
que ni ven, ni oyen, ni entienden; mientras que al Dios dueño de vuestra vida y
vuestras empresas no lo has honrado. Por eso Dios ha enviado esa mano para
escribir ese texto. Lo que está escrito es: "Contado, Pesado, Dividido." La
interpretación es ésta: "Contado": Dios ha contado los días de tu reinado y les ha
señalado el límite; "Pesado": te ha pesado en la balanza y te falta peso; "Dividido":
tu reino se ha dividido y se lo entregan a medos y persas.» A modo de parábola,
seguimos reflexionando sobre el sentido de la historia humana. Ante Dios, el
orgullo no vale nada. La orgía de la corte real, y además con los vasos sagrados
fruto del pillaje en el templo de Jerusalén, no puede acabar bien. Daniel, en su
papel de intérprete de las visiones, es valiente en anunciar lo que significan las
letras que aparecen en la pared: "Dios ha contado tus días", "no has dado el peso
en su balanza" y "tu reino se ha dividido".
394
Esperanza y salvación
Los excesos se pagan, pronto o tarde. "Te has rebelado contra el Señor... has
adorado a dioses de oro y plata". Ahora ha llegado el juicio de Dios. Es un
mensaje que tienen que saber leer los poderosos de la tierra: en concreto, Antíoco
Epífanes, que en el tiempo en que se escribe este libro de Daniel está haciendo lo
mismo que el libro atribuye -con una proyección hacia siglos pasados- al rey
Baltasar. Pero también va para cada uno de nosotros, que también deberíamos
escarmentar, en cabeza ajena y propia, de las consecuencias que traen nuestros
fallos y desviaciones. Cuando nos olvidamos de Dios, no nos pueden ir bien las
cosas en nuestra vida. ¿Podemos sentirnos seguros de que no va para nosotros la
tremenda acusación: "has adorado a dioses falsos", "te falta peso en la balanza de
Dios"? ¿nos extrañará luego que "nuestro reino se divida", que la comunidad
también se deteriore? O sea que no podemos ser profetas de que la enfermedad
es fruto del pecado, y ver signos divinos en todo, pero sí decir que la religión
ayuda a vivir mejor, da una base para un humanismo bueno, para vivir más feliz.
Baltasar será asesinado y su reino repartido entre los medos y los persas.
Daniel en realidad se quiere referir a su contemporáneo Antíoco Epífanes, el
Seléucida impío que el 169 a. C. había saqueado el templo de Jerusalén, antes de
profanarlo, en el 167, así se permite atacar a Antíoco veladamente (com. de Sal
Terrae). El festín de Baltasar es un texto «coloreado» por tantos pintores célebres,
es el símbolo del «paganismo» de todos los tiempos, algo así como la seducción
del orgullo, del lujo, de la carne, la orgía sensual, el abandono a sus instintos, el
alcohol y el sexo cuando ya no se detiene en el camino de la degradación y del
envilecimiento. El otro día me mandaron un power point sobre una ejecución
fanática musulmana. Se veía a los pobres quemándose. Me parecía de los más
“gore” ver sufrimientos humanos en directo, quizás gratuitos. Pensé en una
analogía con la pornografía, que repugna también a la nuestra sensibilidad, pero
como aquí se nos recuerda un abismo llama a otro abismo, y el hombre puede ir
descendiendo hacia lo más profundo, y reclamar sensaciones más fuertes, tanto a
nivel de la violencia como en lo sexual, desde la sugestión erótica hasta unirse a lo
violento u osceno, sadomasoquismo, etc. Quizá el punto clave está en la unión
con Dios, que se obnuvila también cuando falta la unión con los otros aspectos
metafísicos de la verdad, la libertad, el bien. Y volviendo a lo dicho más arriba
sobre el acto moral o mejor dicho sobre los elementos morales de la tentación,
nos puede servir el pensar que aunque si bien es conocido que nuestra
vulnerabilidad está unida a que somos fuertes en el Señor, también es cierto que
cuando no vemos –cuando la gente no ve- al Señor, puede abandonarse si no
descubre otro aspecto de la verdad: que nuestra lucha es un laboratorio de
solidaridad, que estamos concatenados con los demás, que la comunión de los
santos no es algo teórico, espiritualista o misticista, sino algo real, que es algo
“sensible” aunque no fisicista pero que los demás notan si luchamos, si yo venzo
los demás van adelante. Esto tiene también aplicaciones menos espirituales, más
de ilusión humana: si me ilusiono por algo, por ideales nobles de ayuda a los
demás, tengo un motivo para luchar. Y el que tiene un motivo, se levanta de la
cama por la mañana, y así en las demás tentaciones. Y poco a poco se vuelve a
tener esa experiencia de Dios, que quizá se había perdido. Por eso, aguantar por
lealtad en esos momentos, aunque no se vean razones muy sobrenaturales,
395
Vida más allá de la muerte
aunque entran ciertas dudas sobre la Iglesia o si es posible compatibilizar Jesús con
otras cosas o religiones, es importante… cuando vuelve la luz, se da gracias a Dios
por haber aguantado la tormenta y haber seguido en medio de la oscuridad.
Quizá es también algo de eso la noche de la fe a la que se referían los místicos,
cuando no queda más que cierto recuerdo de aquella luz, y sólo se va adelante
por la intuición del amor…
-«El insulto a Dios»: en este estado es frecuente que el hombre se las haya con
Dios. Baltasar, para mostrarse completamente «libre de todos los tabúes
religiosos», imaginó «beber en los vasos sagrados, robados antaño al templo». Hay
muchas otras maneras de burlarse de Dios.
-«El miedo y la angustia del más allá»: Se habla hoy mucho de la angustia
metafísica del ateo. Se constata la proliferación de prácticas supersticiosas y
mágicas, en las personas que no creen en el verdadero Dios. «El rey empalideció,
su pensamiento se turbó, sus piernas temblaron». Tiene miedo ante el misterio.
-Tú no has glorificado al Dios que tiene en sus manos tu propio aliento y de
quien dependen todos tus caminos... Frente a ese materialismo pagano, Daniel
recuerda «al verdadero Dios». Al hombre que pretende pasarse de Dios, el profeta,
con una sola palabra le recuerda su dependencia radical: «¡Dios es el que tiene en
sus manos tu propio aliento!» Repito para mí esta palabra divina. En una imagen
sorprendente, expresa lo muy pobre, efímero y limitado que soy. Sé que un día
mi aliento se detendrá. Sé que soy «mortal». ¿Qué conclusiones debería yo sacar
de esto? ¿Qué actitud debería ser la mía ante esta verdad? ¿Qué oración me
sugiere esto?
-Dios ha «medido» tu reino. A la muerte de Nabucodonosor, lo sabemos, el
Imperio de Babilonia se escindió en dos imperios rivales, los Medas y los Persas.
Acontecimiento histórico. Acontecimiento político, humano. Todo esto no está
allende de Dios, esto está «en sus manos».
-Has sido pesado en la balanza y encontrado falto de peso. Ese gran rey se
creía muy importante y ¡Dios lo encuentra falto de peso! Considerados desde el
punto de vista de Dios, los hombres no tienen las mismas proporciones que les
asignamos aquí abajo. Aquel que está al frente de una gran empresa, aquel que es
adulado, respetado y envidiado... es quizá considerado por Dios como «falto de
peso». Aquel que es despreciado, aquél a quien no se da importancia... ¡es quizá
considerado por Dios como importante y grande! Ayúdanos, Señor, a apreciar
toda cosa y todo hombre al peso real, a la densidad divina. ¿Qué es lo que puede
dar peso a mi jornada de HOY? ¿Qué amor he de poner en todas mis acciones?
¿Qué oración dará densidad a mi vida? (Noel Quesson, excepto mis comentarios
sobre la tentación, que siguen los de más arriba).
El canto de las criaturas sigue: “Sol y luna, bendecid al Señor. Astros del
cielo, bendecid al Señor. Lluvia y rocío, bendecid al Señor. Vientos todos,
bendecid al Señor. Fuego y calor, bendecid al Señor. Fríos y heladas, bendecid al
Señor”. Que toda la naturaleza bendiga al Señor, pues Él ha hecho resplandecer su
Rostro sobre todas las cosas. Efectivamente, condenada al fracaso, no por propia
voluntad, sino por aquel que así lo dispuso, la creación vive en la esperanza de ser
también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y participar así en la
gloriosa libertad de los hijos de Dios. No podemos convertirnos en destructores
396
Esperanza y salvación
de la naturaleza; ella está a nuestro servicio, y, con nosotros, participa de la
dignidad que le corresponde conforme a la voluntad soberana del Creador de
todo. Por eso no podemos hacer de las cosas nuestro enemigo; no podemos
utilizarla para destruirnos unos y otros, pues la continuaríamos esclavizando al
mal y a la corrupción. Ella debe estar al servicio del bien de todos, pues todos
tienen el mismo derecho a disfrutar de los bienes de la tierra para vivir con
dignidad y decoro. Cuando la naturaleza cumpla con la función que el Señor le ha
asignado estará, con ello, bendiciendo al Señor, pues estará, finalmente, al servicio
de la vida y no de la muerte.
Y Lucas 21,12-19 habla de la cruz: -«Os echarán mano, os perseguirán,
entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y
gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced
propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría
a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta
vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a
algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de
vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»:
nunca prometió que en esta vida seremos aplaudidos y que nos resultará fácil el
camino. Lo que sí nos asegura es que salvaremos la vida por la fidelidad, y que él
dará testimonio ante el Padre de los que hayan dado testimonio de él ante los
hombres. Cuando Lucas escribía su evangelio, la comunidad cristiana ya tenía
mucha experiencia de persecuciones y cárceles y martirios, por parte de los
enemigos de fuera, y de dificultades, divisiones y traiciones desde dentro. A lo
largo de dos mil años, la Iglesia ha seguido teniendo esta misma experiencia: los
cristianos han sido calumniados, odiados, perseguidos, llevados a la muerte.
¡Cuántos mártires, de todos los tiempos, también del nuestro, nos estimulan con
su admirable ejemplo! Y no sólo mártires de sangre, sino también los mártires
callados de la vida diaria, que están cumpliendo el evangelio de Jesús y viven
según sus criterios con admirable energía y constancia. Jesús nos lo ha anunciado,
en el momento en que él mismo estaba a punto de entregarse en la cruz, no para
asustarnos, sino para darnos confianza, para animarnos a ser fuertes en la lucha de
cada día: "con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas". El amor, la amistad
y la fortaleza -y nuestra fe- no se muestran tanto cuando todo va bien, sino
cuando se ponen a prueba. Nos lo avisó: "si a mí me han perseguido, también os
perseguirán a vosotros" (Jn 15,20), pero también nos aseguró: "os he dicho estas
cosas para que tengáis paz en mí; en el mundo tendréis tribulación, pero ¡ánimo!
yo he vencido al mundo" (Jn 16,33) (J. Aldazábal).
Tras hablar de los signos engañosos que acompañarán el final, el evangelio se
refiere a los verdaderos signos. El principal es la persecución "por causa del
nombre de Jesús". Lo leímos en el evangelio del día de Todos los Santos:
"Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de
los cielos. Dichosos cuando os insulten y los persigan y los calumnien de cualquier
modo por mi causa. Estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será
grande en el cielo". En este caminar en que consiste la vida vamos a sufrir pruebas
diversas, unas que parecen grandes, otras de poco relieve, en la que el alma debe
salir fortalecida, con la ayuda de la gracia... dificultades económicas, familiares...
397
Vida más allá de la muerte
enfermedad, el desaliento, el cansancio... La paciencia es necesaria para
perseverar, para estar alegres por encima de cualquier circunstancia; esto será
posible porque tenemos la mirada puesta en Cristo, que nos alienta a seguir
adelante, sin fijarnos demasiado en lo que querría quitarnos la paz. Sabemos que,
en todas las situaciones, la victoria está de nuestra parte. La paciencia es una
virtud bien distinta de la mera pasividad ante el sufrimiento; no es un no
reaccionar, ni un simple aguantarse: es parte de la virtud de la fortaleza, y lleva a
aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, grandes o pequeñas, como
venidos del amor de Dios. Entonces identificamos nuestra voluntad con la del
Señor, y eso nos permite mantener la fidelidad y la alegría en medio de las
pruebas. Son diversos los campos en los que debemos ejercitar la paciencia. En
primer lugar con nosotros mismos, puesto que es fácil desalentarse ante los
propios defectos. Paciencia con quienes nos relacionamos, sobre todo si hemos de
ayudarles en su formación o en su enfermedad: la caridad nos ayudará a ser
pacientes. Y paciencia con aquellos acontecimientos que nos son contrarios
porque ahí nos espera el Señor. Para el apostolado, la paciencia es absolutamente
imprescindible. El Señor quiere que tengamos la calma del sembrador que echa la
semilla sobre el terreno que ha preparado previamente y sigue los ritmos de las
estaciones. El Señor nos da ejemplo de una paciencia indecible. La paciencia va de
la mano de la humildad y de la caridad, y cuenta con las limitaciones propias y las
de los demás. Las almas tienen sus ritmos de tiempo, su hora. La caridad a todo se
acomoda, cree todo, todo lo espera y todo lo soporta, enseña San Pablo (1 Cor
13,7). Si tenemos paciencia, seremos fieles, salvaremos nuestra alma y también la
de muchos que la Virgen pone constantemente en nuestro camino.
404
Esperanza y salvación
3. “Vi venir en las nubes del cielo como un hijo de
hombre”
(Viernes de la 34ª semana): Daniel (7,2-14) tiene una "visión nocturna" con
cuatro animales, cuatro imperios sucesivos: el babilonio, el de los medos, el de los
persas y el griego, de Alejandro y sus sucesores seléucidas, con sus "diez cuernos",
tantos como reyes de aquella dinastía. Y a continuación: el trono de Dios, los
miles y miles de seres que le aclaman y, finalmente, la aparición de "una especie
de hombre que viene entre las nubes del cielo: a él se le dio poder, honor y reino.
Su reino no acabará". De aquí viene el nombre de "Hijo del Hombre" referido en
lo sucesivo al futuro Mesías, y que al mismo Jesús le gustaba aplicarse. "Una
especie de hombre", "uno con la apariencia de hombre". "Un hijo de hombre". Es
un nombre que los evangelios dan más de ochenta veces a Jesús. Jesús, el Mestas,
es el que sabe interpretar la historia, el que -como dirá el Apocalipsis- puede "abrir
los sellos del libro", el que recibe el reino perpetuo y aparecerá al final como Juez
supremo de la humanidad. La lectura de Daniel nos ayuda a situarnos en una
actitud de mirada profética hacia el futuro, al final de los tiempos, con el reinado
universal y definitivo de Cristo, el Triunfador de la muerte, como celebramos el
domingo pasado en la solemnidad de Cristo, Rey del Universo, y que seguiremos
haciendo durante el Adviento. Jesús, delante del tribunal del Sumo sacerdote,
Caifás -quien conocía también esa profecía- aplicó este texto a Sí mismo,
reivindicando así la «igualdad con Dios»... tomando el título de «Hijo del
hombre»... anunciando su «venida sobre las nubes del cielo». Y esto le valdrá su
condenación a muerte por blasfemo.
-La noche... Tuve una visión: cuatro vientos del cielo... El gran mar... Cuatro
bestias enormes: un león... un oso... un leopardo... una bestia con diez cuernos y
con dientes de hierro... No nos apresuremos a pasar por alto esas imágenes,
tachándolas de infantiles. Se expresa en ellas una profunda filosofía de la Historia:
la sucesión de los reinos terrestres ateos -que no reconocen al verdadero Dios- es
una sucesión de regímenes inhumanos, en los que la crueldad y el dominio se
ejercen en detrimento de los hombres. Daniel sabía algo de ello puesto que vivía
bajo el terrible reino de Antíoco Epifanes, el cual quería doblegar a todo el pueblo
e imponerle un modo de vida... falto de respeto por la libertad y la dignidad
profunda del hombre. La tentación de «dominar», de «aplastar», de "doblegar", de
«imponer», de «asustar», de "usar la fuerza"... ¿se encuentra también de algún
modo en mí? En la vida conyugal, en la vida profesional, en las discusiones y
conversaciones, en las tomas de posición, en las relaciones humanas... ¿Cómo me
comporto? ¿Amor o fuerza? ¿Diálogo o certidumbre sectaria? ¿Búsqueda paciente
con los demás... o imposición de mi punto de vista? La tentación del «poder», la
dialéctica del «amo y del esclavo» llega hasta aquí. No se da sólo en las relaciones
económicas, se encuentra ya «en el corazón del hombre». Cambia, Señor, nuestros
corazones y mentalidades.
-Continué mirando y vi unos tronos dispuestos y «un Anciano» se sentó... El
tribunal se sentó también y se abrieron los libros: la «bestia» fue muerta... Y a las
otras bestias se les quitó el dominio... Es el Juicio de Dios sobre la Historia. Daniel
anuncia el próximo fin de los «grandes Imperios» terrestres, el último de los cuales
405
Vida más allá de la muerte
tiraniza al pueblo de Dios. «A las otras bestias se les quitó el dominio». Si esto
fuese verdad, Señor! ¡Si fuese verdad que los poderes humanos nunca más fuesen
«malos» y no abusasen nunca más de su fuerza! Por desgracia, sabemos que la
Historia vuelve a empezar. Pero el Juicio también comienza de nuevo,
permanentemente. Cambia nuestros corazones, Señor.
-Yo seguía mirando y vi venir sobre las nubes del cielo, como un Hijo de
hombre. ¡He ahí la verdadera «esperanza»! No solamente una liberación política o
económica, por necesaria que ésta sea... sino una liberación interior, el "reino de
Dios" mediante de un «Hijo del hombre".
-A El se le dio "el imperio, el honor y el reino": todos los pueblos, naciones y
lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno y nunca pasará. Tú, Señor
Jesús, has reivindicado ser ese «Hijo de hombre»... que viene "sobre las nubes del
cielo" lo que es propio de los seres celestes. El viene más del cielo que de la tierra.
Ya no es un «mesías», solamente terrestre, cuyo "reino" no es como los demás. «Si
mi reino fuese de este mundo, mis soldados hubiesen luchado por mí, a fin de que
no fuese yo entregado» (Jn 18,36).
- Y sin embargo, es «como» un hijo de hombre, ¡pobre y sufriente! (Noel
Quesson).
Esta semana es como una glosa del Evangelio de Cristo Rey… Tenemos que
reconocer y aceptar, de una vez por todas, que el Reinado de Cristo no es un
reinado etéreo, reducido al ámbito de lo meramente psicológico e individual, sino
que es una realidad que pretende conseguir la transformación radical del mundo.
Cristo es un Rey Liberador, porque nos libera (si nos dejamos, por supuesto) de
todo aquello que nos impida ser realmente hombres: -Frente al afán consumista
que nos desvela y nos impide vivir con una relativa paz, Jesús nos recuerda que
los ricos ya han recibido su consuelo (Lc 6, 24), que quien pone el valor de su
vida en lo que posee es un insensato (Lc 12, 19-20). El hombre vale por lo que
vale aquello a lo que se ata; si se ata a las cosas que se pagan, su precio es el
dinero. Jesús nos enseña a buscar el Reino y su justicia.
-Frente a las estructuras que intentan reducir al hombre a un producto en
serie, Jesús deja bien claro que leyes y estructuras están al servicio del hombre y
no al revés; el testimonio evangélico no se da a base de una buena organización:
"destruid este templo, y en tres días lo reedificaré" (Jn 2,19); el Espíritu y la
libertad, no las leyes, son la base de la actuación del hombre.
-Frente a los prejuicios que destruyen la paz del hombre, Jesús no tiene
inconveniente en comer con publicanos y pecadores sin hacer caso de las críticas
de "los buenos" (Mc 2,15), o en hablar con los samaritanos (Jn 4,6-9), las mujeres
(Lc 8,1-3) y los extranjeros (Mc 7,31).
-Frente a la violencia que siembra de sangre la geografía de nuestro planeta,
Jesús nos propone la libertad de quien es capaz de romper con la espiral de
violencia, que nunca termina, y devuelve bien por mal (Mt 5,28 ss). Cuando llegó
el caso, Jesús supo atacar, pero sin odio ni violencia, que es lo que esclaviza al
hombre.
-Frente al miedo que paraliza al hombre y lo reduce a una marioneta, Jesús
propone la libertad del amor; ni miedo a Dios, porque es Padre bueno; ni miedo
a los hombres, porque son hermanos; el cristiano no puede tener miedo a nada ni
406
Esperanza y salvación
a nadie, porque sabe que es Dios mismo quien dirige la historia hacia su
culminación universal (Lc 12, 32); ni tan siquiera a la muerte, porque Cristo ha
triunfado sobre ella.
-Frente a la esclavitud de buscar el éxito fácil, tan frecuente en nuestro
tiempo, Jesús propone buscar el único éxito que merece la pena: el del Reino de
Dios; ante la posibilidad de convertir piedras en panes, Jesús recuerda que no sólo
de pan vive el hombre, sino de la Palabra de Dios (Mt 4, 3ss). Los éxitos fáciles lo
más que consiguen es ser respuesta a necesidades inmediatas; ahora bien, el
hombre se encadena a la primera solución que se presente, arreglando así una
pequeña parte de su problema, y no le queda ya más libertad para hacer frente a
las cosas en su profundidad.
-Frente a la esclavitud del mal, en cualquiera de sus formas, Jesús se presenta
como el liberador que trae el Reino del bien y da a los suyos la posibilidad de
seguir haciendo el bien: pecado, enfermedad, demonios, soledad..., de todo ello
queda libre el hombre que, con confianza, se pone en manos de Jesús. Es cierto
que Jesús no hace desaparecer el mal "como por arte de magia"; pero Jesús se
revela como el Señor que domina el mal, que puede darle una solución, una
respuesta, una salida.
-Frente a la esclavitud del sufrimiento, Jesús anuncia la llegada del día en el
que los ciegos vean, los cojos caminen, los sordos oigan, los encarcelados vean la
luz del sol, los pobres escuchen la buena noticia (Lc 4, 16-21); es verdad que el
sufrimiento no ha desaparecido, que sigue siendo cosecha abundante en nuestro
mundo; pero ahora vemos hasta dónde puede conducir, cuál es su valor y su
sentido y qué es lo que ha ocurrido con el sufrimiento en el mundo.
-Frente a la esclavitud de la muerte, que se enseñorea de todos los hombres,
antes o después, quieran o no quieran, Pablo nos recuerda que el bautizo que nos
vinculaba a la muerte de Jesús nos sepultó con él para que, así como él resucitó
triunfando sobre la muerte y rompiendo definitivamente sus cadenas, también
nosotros podamos empezar una vida nueva, una vida sin verdadera muerte (Rm
6,3-4).
-Frente a la esclavitud de ver el mundo sin futuro, sin salida, nosotros
afirmamos en nuestra fe que Jesús ha dado comienzo a un mundo nuevo en el
que ya no habrá ni luto, ni llanto, ni muerte, ni dolor pues lo de antes ha pasado
y Dios lo hace todo nuevo (Ap 21,3-5). Los sufrimientos de la condición humana
son los sufrimientos de un alumbramiento, el cual debe dar a luz una vida nueva y
sin fin; nuestras penalidades y sacrificios no nos llevan al sinsentido y al absurdo,
sino a la liberación y a la consecución de una vida nueva (Mc 13,8).
Jesús es el liberador soberano y universal; su Reino es un Reino de libertad y
vida; sin liberación no puede haber vida, y sin vida la liberación no es nada.
Nosotros, discípulos de este hombre y Dios que es Jesús y que nos ha traído la
LIBERTAD, no podemos reducir su misión, su tarea y su mensaje a una "simple
religión", como muchas veces hemos hecho. Hace ya años que Loisy hizo su
afirmación; "Jesús predicaba el Reino de Dios y llegó la Iglesia", y en cierto sentido
la polémica aún sigue en pie. En la Iglesia hay muchos que, a veces, son más
eclesiásticos que eclesiales, más preocupados por sí mismos que por su misión. Y
no podemos olvidar que la Iglesia es el medio, y el Reino la meta final. La Iglesia
407
Vida más allá de la muerte
está al servicio del Reino y, por tanto, no se puede absolutizar ni cerrar en sí
misma. Esta semana de Cristo Rey, recordemos una vez más cómo es su Reino y
cuál es nuestra responsabilidad en él. Y, como Iglesia, busquemos el Reino de Dios
y justicia, con la convicción de que todo lo demás se nos dará por añadidura (Luis
Gracieta).
Dice el Catecismo 2816: “El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en
el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y
la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Última Cena y por la
Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando
Jesucristo lo devuelva a su Padre: ‘El reino de Dios implica por tanto en cada uno
de nosotros un compromiso personal que nos debe llevar a buscarlo con todas
nuestras fuerzas: es la perla escondida y el tesoro que requiere venderlo todo para
comprarlos. Eso quiere decir que en nuestra vida todo lo debemos enfocar a
cumplir la Voluntad de Dios, que se nos manifiesta a través de las circunstancias
concretas en que Dios nos ha colocado y que debemos seguir con generosidad,
olvidándonos de nosotros mismos, pues con egoísmo no entramos.
Todos los días le pedimos a nuestro Padre Dios: "venga a nosotros tu reino",
pero sólo lo podemos decir con verdad si nuestro corazón es puro y queremos
que verdaderamente Él reine en nosotros.
El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras,
puede decir a Dios: '¡Venga tu Reino!' (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5,
13)”.
Con la ayuda de nuestra Madre, Reina, podremos luchar y esforzarnos para
vivir como súbditos de Cristo Rey y llegar a poseer el Reino que Él nos ha
prometido si nos esforzamos.
En Dan. 3, 75-81 todo debe unirse a la alabanza hecha al Nombre de Dios,
pues Él se ha convertido en nuestro Salvador. Si toda la tierra ha contemplado la
Victoria de nuestro Dios, que todas las naciones bendigan su Santo Nombre.
Aquella armonía, perdida a causa del pecado, ahora vuelve a acompañarnos a
través de nuestra vida, pues el Señor nos ha dado su paz. A nosotros corresponde
conservar e incrementar esa convivencia serena con todas las criaturas y no
destruirlas a causa de nuestros intereses mezquinos. Todo está al servicio del
hombre, pero debe ser utilizado, no como una explotación enriquecedora
egoístamente, sino con la responsabilidad que nos lleva a respetar los recursos de
la naturaleza, que Dios ha puesto en nuestras manos. Así, por medio del hombre
redimido, la redención de Cristo alcanza a todas las criaturas que, unidas al
hombre, bendicen al Señor.
“Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de
Dios”: Lucas (21,29-33) nos exhorta a que estemos atentos a la venida del Señor
a nuestra historia. Porque cada momento de nuestra vida es un "kairós", un
tiempo de gracia y de encuentro con el Dios que nos salva. -Cuando empiece a
suceder esto poneos derechos y alzad la cabeza... La Iglesia anda «encorvada»
bajo el peso de las pruebas y de las persecuciones, Jesús le pide de enderezarse, de
alzar la cabeza. Lo que, para mucha gente, aparece como una destrucción y un
408
Esperanza y salvación
juicio terribles, para los creyentes, por el contrario, debe aparecer como el
comienzo de la salvación...
-Porque vuestra redención está cerca. Esta palabra, tan frecuente en san Pablo
(Co 1,30; Rm 3,24; 8,23; Col 1,14) sólo es usada en esas citas, y en ninguno de los
evangelios. El término «redención» procede del latín «redemptio»; mejor sería
traducirlo directamente del griego «apolutrôsis» por el término «liberación».
"¡Vuestra liberación está cerca!" Señor, ayúdame a considerar todo acontecimiento
de la historia, como una etapa que me acerca a la «liberación».
-Y les puso una comparación: Fijaos en la higuera o en cualquier otro árbol:
Cuando echan brotes, os basta verlos, para saber que el verano ya está cerca. Me
agrada esa comparación. Un árbol en primavera. ¿Qué hay de más hermoso?, ¿de
más prometedor? Me imagino una higuera o un manzano lleno de brotes tiernos.
Después del invierno es una promesa del verano. Guardo unos momentos esta
imagen en mi imaginación. Para Jesús la cercanía del «fin» es un acercarse a la
primavera. ¡El verano está cerca! La Pasión empezará dentro de unos días (Lc 22).
Cuando esos sucesos anunciadores del fin de Jerusalén, del fin del mundo, de
vuestro fin personal... comenzarán, ¡enderezaos, levantad la cabeza, porque
vuestra liberación está cerca, viene el verano! Del mismo modo, también
vosotros, cuando veáis que suceden todas estas cosas, sabed que el reino de Dios
está cerca.
-«Los hombres se morirán de miedo en el temor de las desgracias que
sobrevendrán en el mundo». «Vosotros, ¡enderezaos! ¡El Reino de Dios está cerca!»
Prácticamente en Palestina no hay primavera, de tal modo es rápido el paso del
invierno al verano: ¡toda la naturaleza florece de una vez! Con esto, Jesús da a
sus amigos unas imágenes de la muerte... y del fin del mundo. De otra parte
distingue netamente a los creyentes de los demás hombres que están espantados.
Más que contestar a la pregunta de sus amigos sobre la fecha de la destrucción del
Templo, Jesús les indica las actitudes que deben tomar. "De lo que estáis
contemplando, días vendrán en los que no quedará piedra sobre piedra".
-Maestro, ¿cuándo sucederá?- Cuando esto suceda, enderezaos» La primera
actitud ante los anuncios escatológicos, es... ¡la esperanza!
-El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán... La segunda
actitud, es... ¡la confianza! La certeza de que Dios no puede fracasar, que las
palabras divinas son sólidas, no son frágiles, ni caducas. En el DÍA de HOY, ¿dan
los cristianos testimonio de esa seguridad tranquila de la que Jesús daba prueba,
pocos días antes de su muerte? ¡Señor, danos una fe más sólida! (Noel Quesson).
Dos pensamientos muy típicos de la literatura apocalíptica: el milenarismo y
la predestinación. Sin embargo, el juicio se decide, fundamentalmente, por las
obras que quedan evidentes en este momento de Revelación. Toda esta escena es
de gran tensión y expectativa. Pareciera que el tiempo de castigo ha llegado y que
nada quedará en pie. Sin embargo, lo que perdura, lo que resiste a “la cólera de
Dios”, son las obras de los justos y la actitud de no haber adorado a la Bestia. La
vida coherente, podríamos decir hoy. La fe se demuestra en obras, también
podríamos decir. En definitiva, una vida creyente que se arriesga y se enfrenta al
poder que se ha idolatrizado, una fe que solamente rinde culto al Dios de la Vida,
y que no teme morir por vivir de acuerdo al evangelio. El juicio, empero, tiene un
409
Vida más allá de la muerte
final que no se agota en la discriminación de los salvados o los condenados, sino
que se abre a una nueva imagen, tan cargada de simbolismos como de emoción.
La historia culmina en un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva, es decir, en una total
novedad de la creación. Todo es nuevo, todo está redimido, todo es puro y
bueno. Ya no habrá más aguas contaminadas, ni tierra con desecho nuclear, ni aire
carbonizado; ya no habrá más extinción de especies, ni recalentamiento del
planeta; ya desapareció el agujero de Ozono o las radiaciones; ya no hay más
niños deformes como consecuencia de experimentos atómicos. Ahora TODO ES
NUEVO. Pero no queda aquí la cosa. El final no es solamente la salvación o
condenación de los mortales, ni tampoco la re-creación del cielo y la tierra. Hay
más. Dios se casa con su pueblo. Todo el Amor, toda la Misericordia, toda la
Vida, se desposa con su pueblo sufriente y expectante, y lo recibe en su alcoba, en
donde descansará de tanto trajín. El pueblo, ese buscador de felicidad, por fin se
ha encontrado con el Amado del Cantar de los Cantares, y ha quedado pleno de
su Vida. ¿Podemos dejar de soñar y emocionarnos pensando en este momento?
¿No nos mueve la fe a creer que UN DIA todo esto puede ser posible? Y ante esta
imagen no queda otra cosa que simplemente esperar que suceda. Porque nada de
lo que vemos parece que esté llevando hacia este final. Al contrario. Los
mercaderes de este tiempo parecen estar salvados de cualquier amenaza, nuestro
hogar (la tierra) se ha transformado en un gran basurero, y Dios parece que se ha
ido de nosotros. Frente a la Palabra de Dios del Apocalipsis y frente a la situación
de vida, sólo nos queda creer, simple y crudamente, lo que Dios nos promete
(servicio bíblico latinoamericano).
Un aforismo medieval dice: "Rey que no tiene amigo es como un mendigo".
Esta vida no está hecha para solitarios. El cielo nuevo es para ser compartido. La
tierra nueva es para ser labrada juntando las manos en la tarea de desbrozar la
mala hierba. A esto se refiere lo de la higuera… En el evangelio se nos advierte,
usando una comparación botánica, de la proximidad del reinado de Dios. Llama
la atención el cambio respecto a los textos paralelos de Mateo y Marcos. Ellos
hablan del fin del mundo. Lucas, en cambio, se refiere a la proximidad del reino
en relación con la predicación de Jesús. El fragmento que meditamos hoy
contiene, pues, una parábola (la de la higuera), una aplicación dos pequeños
dichos de Jesús, traídos probablemente de otros contextos. Jesús invita a fijarnos
en la higuera o en cualquier árbol de hoja caduca. Cuando observamos que echa
brotes caemos en la cuenta de que la primavera está cerca. Si somos capaces de
observar esto, también podemos saber que cuando sucedan "estas cosas" el reino
de Dios está ya cerca. Se trata, pues, de una realidad que no irrumpe
abruptamente sino que se va abriendo paso como la savia que hace brotar hojas
nuevas en los árboles tras los rigores del invierno. Los dichos se refieren a la
inminencia de este proceso ("antes que pase esta generación") y a la seriedad del
mensaje que Jesús anuncia ("mis palabras no pasarán"). Hay que estar atentos a las
señales de los tiempos y de los lugares; son elocuentes para indicarnos algo de la
voluntad de Dios sobre nuestras vidas. El Concilio Vaticano II retomó con fuerza
el tema de los "signos de los tiempos": "es deber permanente de la Iglesia escrutar
a fondo los signos de los tiempos. Es necesario comprender el mundo en que
vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones" (GS 4). En el fondo, no debemos esperar
410
Esperanza y salvación
encontrar la fecha de cumplimientos de profecías viejas o premoniciones
presentidas: es la cercanía o lejanía del Reino (v. 31) lo que nosotros podemos y
debemos discernir de entre los signos de los tiempos (Josep Rius-Camps).
En Lc 21, 29-33 se habla de: Los signos de los tiempos que anuncias la
cercanía del Reino, dentro del discurso apocalíptico de Jesús. Conviene ver la
estructura de todo el discurso, para no perdernos. El texto de hoy responde al
'cuándo' sucederán todas estas cosas. Se hace una distinción entre la ‘cercanía’ del
Reino de Dios (texto de hoy: vv. 29-33) y la ‘venida’ del Día del Hijo del
Hombre (texto de mañana: vv. 34-36). La respuesta al cuando es diferente si se
trata de la cercanía de Reino o si se trata del Día del Hijo del Hombre. No hay
que confundir. La cercanía del Reino de Dios no es algo repentino e inesperado,
sino un proceso histórico que se da a lo largo de todo el tiempo presente. Es
necesario, sin embargo, descubrir los signos de su llegada. Jesús utiliza la imagen
de la higuera y todos los árboles. Cuando echan brotes, el verano está cerca.
Igualmente podemos discernir los signos que anuncian la llegada del Reino de
Dios. Es lo que hoy llamamos los signos de los tiempos. También podemos
discernir los signos de la llegada del Reino de Dios. La frase del v. 32 es
desconcertante: "Les aseguro que antes que pase esta generación todo se
cumplirá". 'Esta generación' puede ser la generación, posterior a la Resurrección de
Jesús y antes de la Parusía. También puede tener el sentido, no cronológico sino
teológico, de la generación de los que viven la cercanía del Reino de Dios.
Sabemos que el Reino de Dios llegará en su plenitud con la Parusía de Jesús. El
Apocalipsis de Juan nos dice claramente, que cuando Jesús se manifieste,
resucitarán los mártires y reinarán mil años con Jesús (Ap 20, 1-6). Se trata de la
realización sobre la tierra del Reino de Dios, mil años antes del Juicio final. El
número 'mil' es simbólico, pero la realización del Reino es real e histórica, aunque
trascendente, por estar más allá de la muerte de los mártires y mas allá de la
Parusía de Jesús. Ahora bien, esa realización plena del Reino de Dios puede ser
desde ahora adelantada y celebrada cada vez vivimos algo de ese Reino hoy en
nuestra historia. Hay miles de acciones y testimonios donde ya vamos
adelantando el Reino. Esa el la generación de los mártires que desde ya descubren
la cercanía del Reino y tratan de vivirla en nuestro presente. Lo que se nos exige
es estar atentos a los signos de los tiempos donde se hace visible esa cercanía del
Reino de Dios. Es una actitud permanente de discernimiento.
Sobre la frase "la generación ésta”: según S. Jerónimo, aludiría a todo el
género humano; según otros, al pueblo judío, o sólo a los contemporáneos de
Jesús que verían cumplirse esta profecía en la destrucción de la ciudad santa.
Fillion, considerando que en este discurso el divino Profeta se refiere
paralelamente a la destrucción de Jerusalén y a los tiempos de su segunda Venida,
aplica estas palabras en primer lugar a los hombres que debían ser testigos de la
ruina de Jerusalén y del Templo, y en segundo lugar a la generación "que ha de
asistir a los últimos acontecimientos históricos del mundo", es decir, a la que
presencie las señales aquí anunciadas. En fin, según otra bien fundada
interpretación, que no impide la precedente, "la generación ésta" es la de fariseos,
escribas y doctores, a quienes el Señor acaba de dirigirse con esas mismas palabras
en su gran discurso del capítulo anterior. Un notable estudio sobre este pasaje,
411
Vida más allá de la muerte
publicado en "Estudios Bíblicos", de Madrid, ha observado que "el Discurso
escatológico no tiene sino un solo tema central: el Reino de Dios, o sea, la Parusía
en sus relaciones con el Reino de Dios. Que "la respuesta del Señor (Luc 21,8 s; Mc
13,5 s) como en Mt (24,4 s) y el cotejo de su demanda (de los apóstoles) con la
del primer Evangelio, nos certifican que, efectivamente, de sólo ella
principalmente se trata" y que "la intención primaria de la pregunta era la Parusía
soñada", por lo cual "que el tiempo se refiere directamente a la Parusía es por
demás manifiesto" y "en la parábola de la higuera se nos dice que cuando
comience a cumplirse todo lo anterior a la Parusía veamos en ello un signo
infalible de la cercanía del Triunfo definitivo del Reino"; que la expresión todo
esto significa todo lo descrito antes de la Parusía; que el triunfo del Evangelio
encontrará "toda clase de obstáculos y persecuciones directas o indirectas" y que a
su vez "la generación esta" implica limitación, presencia actual, y "tiene siempre,
en labios del Señor, sentido formal cualificativo peyorativo: los opuestos al
Evangelio del Reino (como en el Ant. Test. los opuestos a los planes de Yahvé)".
Cita al efecto los siguientes textos, en que Jesús se refiere a escribas, fariseos y
saduceos: Mat. 11, 16; Luc. 7, 11; 12, 39; 41, 42, 45; Marc. 8, 12; Luc. 11, 29; 30,
31, 32; Mat. 16, 4; 17, 17; Marc. 9, 19; Luc. 9, 41; 23, 36; Luc. 11, 50, 51; Marc. 8,
38; Luc. 16, 8; 17, 25. Y concluye: "De todo lo cual parece deducirse que la
expresión la generación esta es una apelación hecha para designar una
colectividad enemiga, opuesta a los planes del Espíritu de Dios, que inicia la
guerra al Evangelio ya desde sus comienzos (Mat. 11, 12; Luc. 16, 16; Mat. 23, 13;
Juan 9, 22, 34, 35 y en general a través de todo el Evangelio); el "semen diaboli"
(Gen. 3, 15; cf. Juan 8, 41, 44, 38, etc.), en su lucha con el "semen promissum"
(Gen. 3, 15 comp. Gal. c. 3, especialmente 16 y 29)".
Ojalá y la Palabra de Dios llegue en nosotros a su cumplimiento. Pues sólo el
hombre es el único capaz de evitar que esa Palabra se haga realidad entre
nosotros. Cuando el hombre vive de espaldas a Dios, su Palabra, no cumplida en
nosotros a causa de nuestra cerrazón a ella, en lugar de salvarnos se nos
convertiría en Palabra que nos juzgue y condene. Y el Señor ha venido como
Salvador, como Dios entrañablemente misericordioso para con nosotros. Ojalá y
escuchemos hoy su voz y no endurezcamos nuestro corazón ante Él. Que la Iglesia
de Cristo dé abundantes frutos de salvación, porque sus obras pongan de
manifiesto la fecundidad del Espíritu, que ha sido derramado en nuestros
corazones. Entonces, cuando el Señor llegue para llevarnos con Él, no seremos
condenados, sino introducidos a su presencia para gozar eternamente de los
bienes, que ha reservado a quienes le viven fieles. Hemos hecho caso al Señor que
nos ha llamado para estar con Él en esta Eucaristía, banquete de su amor. Él nos
convoca para que renovemos nuestra alianza que nos une a su Hijo con lazos más
fuertes que los lazos de la alianza nupcial. Mediante la Eucaristía nosotros somos
del Señor y Él es nuestro. Nosotros vivimos en Él y Él en nosotros. Él está en
nosotros y nosotros en Él, como el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre.
Nosotros somos el Reino de Dios, por vivir unidos a Aquel que es Cabeza de La
Iglesia, Reino y Familia de Dios. Nuestra vocación mira a anunciar la Buena Nueva
de salvación a todos los hombres, mediante nuestras palabras, obras, actitudes y
vida misma. Y el Señor nos reúne para recordarnos que no podemos vivir
412
Esperanza y salvación
conforme a los criterios de poder de este mundo, sino conforme a lo que Él nos
enseñó: El que de ustedes quiera ser grande, que se convierta en el servidor de
todos, que tome su cruz de cada día y me siga, pues nadie tiene amor más grande
que quien da la vida por sus amigos. Y volveremos a nuestras labores diarias; y ahí
será el tiempo y la hora de manifestarnos como redimidos del pecado y de la
muerte, y no como esclavos de la maldad y de lo pasajero. Ojalá y no
permanezcamos como varas secas, incapaces de producir frutos que alimenten la
vida, sino que comencemos a manifestar con nuestras buenas obras no sólo que el
Reino de Dios está cerca, sino dentro de nosotros. Que lo pasajero no embote
nuestra mente, ni nuestro corazón, para que el día del Señor no nos tome
desprevenidos. No vivamos con la mirada puesta en la tierra, en las riquezas que
nos encadenan, en el mal uso del poder que nos hace destruir a los demás.
Pongamos nuestra vida al servicio del amor fraterno; pues sólo entonces
podremos decir que la Palabra de Dios se ha cumplido en nosotros y nos ha
llevado a la Plenitud del Hijo de Dios. Que la Iglesia de Cristo se manifieste como
una esposa digna, adornada con las virtudes que proceden de Dios, y guiada por
el Espíritu Santo, y convertida en signo de salvación para todos los hombres. No
dejemos que nos dominen los criterios del mundo, ni nos dejemos manipular por
los poderes temporales. Que seamos un signo profético de Dios que llame a todos
a vivir como hermanos y a trabajar para que nadie sea humillado, perseguido o
destruido por quienes nos proclamamos como hijos de Dios, pues Dios no nos
llamó para ser signos de muerte, sino de vida que haga que la salvación y el amor
de Dios llegue a todos los hombres. Que Dios nos conceda, por intercesión de la
Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir en un verdadero servicio
a Dios, amándolo no sólo de rodillas en su presencia, sino sirviéndolo amorosa y
fraternalmente en nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados.
Amén (www.homiliacatolica.org).
Una palabra eterna (Lc 21,33). Leemos en el Evangelio de Lucas esta
expresión del Señor: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Permanecerán porque fueron pronunciadas por Dios para cada hombre, para cada
mujer que viene a este mundo. Jesucristo sigue hablando, y sus palabras, por ser
divinas, son siempre actuales. Toda la Escritura anterior a Cristo adquiere su
sentido exacto a la luz de la figura y de la predicación del Señor. Él es quien
descubre el profundo sentido que se contiene en la revelación anterior. Los judíos
que se negaron a aceptar el Evangelio se quedaron como con un cofre con un
gran tesoro adentro, pero sin la llave para abrirlo. Desde siempre la Iglesia ha
recomendado su lectura y meditación, principalmente del Nuevo Testamento, en
el que siempre encontramos a Cristo que sale a nuestro encuentro. Unos pocos
minutos diariamente nos ayudan a conocer mejor a Jesucristo, a amarle más, pues
sólo se ama lo que se conoce bien.
Cuando en el Evangelio de la Misa leemos hoy que el cielo y la tierra
pasarán, pero no sus palabras, nos señala de algún modo que en ellas se contiene
toda la revelación de Dios a los hombres: la anterior a su venida, porque tiene
valor en cuanto hace referencia a Él, que la cumple y clarifica; y la novedad que Él
trae a los hombres, indicándoles con claridad el camino que han de seguir.
Jesucristo es la plenitud de la revelación de Dios a los hombres. Cuántas veces
413
Vida más allá de la muerte
hemos pedido a Jesús luz para nuestra vida con las palabras -Ut videam!, Que
vea, Señor- de Bartimeo: o hemos acudido a su misericordia con las del publicano:
¡Oh Dios, apiádate de mí que soy un pecador! ¡Cómo salimos confortados
después de ese encuentro diario con Jesús en el Evangelio!
Cuando la vida cristiana comienza a languidecer, es necesario un diapasón
que nos ayude a vibrar de nuevo. ¡Cuántas veces la meditación de la Pasión de
Nuestro Señor, ha sido como una enérgica llamada a huir de esa vida menos
vibrante, menos heroica! No podemos pasar las páginas del Evangelio como si
fuera un libro cualquiera. Su lectura, dice San Cipriano, es cimiento para edificar la
esperanza, medio para consolidar la fe, alimento de la caridad, guía que indica el
camino... (Tratado sobre la oración). Acudamos amorosamente a sus páginas, y
podremos decir con el Salmista: Tu palabra es para mis pies una lámpara, la luz de
mi sendero (Salmo 118,105: F. Fernández Carvajal).
Nos interesan mucho los pronósticos. Ponemos atención al reporte del clima
para saber si saldremos o no al campo. A los aficionados, el de la Liga de fútbol. A
los empresarios, el de la Bolsa de valores. ¡Qué previsores! Nos gusta saber todo
con antelación para estar preparados. Jesucristo ya lo había constatado hace 2000
años, cuando no había ni telediarios, no existía el fútbol, ni mucho menos la Bolsa
de Valores. Pero los hombres de entonces, ya sabían cuándo se acercaba el
verano, porque veían los brotes en los árboles. Nuestra vida se mueve entre una
historia (el pasado) y un proyecto (el futuro). La invitación del Señor es a estar
preparados para lo que nos aguarda, con atención a los signos de los tiempos. A
aprender de las lecciones del pasado, con optimismo y deseo de superación. Pero,
sobre todo, a vivir intensamente el presente, el único instante que tenemos en
nuestras manos para construir. No lo podemos perder lamentándonos por los
errores del pasado y, menos aún, temiendo lo que puede llegar en el porvenir. El
mejor camino para afrontar el futuro es aprovechar el momento presente. Seamos
previsores, ¡invirtamos y apostemos hoy por la vida eterna! (Ignacio Sarre).
4. El Señor nos pide vigilancia: “Estad siempre despiertos,
para escapar de todo lo que está por venir”
(Sábado de la 34ª semana): Daniel (7,15-27) continúa con la gigantesca
lucha entre las fuerzas del Bien y las fuerzas del Mal que verá el triunfo de los
Santos contra las bestias malhechoras. Se trata del anuncio del "Mesías", todos los
exegetas afirman unánimemente este punto. Pero se trata sobre todo de una
interpretación «religiosa» de toda la Historia Humana: De hecho a «toda época» -
también la nuestra-, puede aplicársele esta gran visión. Daniel la aplicaba a los
«grandes Imperios» de su tiempo... san Juan, en su Apocalipsis, la aplicará a las
condiciones de su tiempo, a la época de Nerón... En cuanto a nosotros, ¿somos
capaces de «esta visión»? Daniel fue el primero en considerar la historia mundial
como una preparación del «reino de Dios», y a soldar las esperanzas humanas con
la aurora de una Esperanza eterna. El combate de la «santidad», aquí abajo,
conduce al hombre hasta el umbral de la eternidad de Dios. El «tiempo» coexiste
con la «eternidad».
-Los que finalmente recibirán la realeza, son los santos del Altísimo. ¡Ah,
Señor! ¡Qué divina revolución! Los «santos», en lugar de Antíoco o de Nerón o de
414
Esperanza y salvación
Hitler... ¡De ningún modo una realeza del mismo género de la de éstos! En el plan
de Dios, un «Pueblo de Santos» recibirá la realeza conferida al «Hijo del hombre».
Y san Pedro dirá a sus fieles de Roma del tiempo de Nerón «que ellos son un
pueblo sacerdotal, Pueblo de reyes, Asamblea de Santos, Pueblo de Dios». A
medida que Cristo «reúne» a los hombres en la Iglesia, los asocia a la
responsabilidad que El tiene para realizar el proyecto de Dios sobre la humanidad
(P 2,4-10). Señor, ¿qué puedo hacer para mantener en mí esta «visión»? Señor,
¿cómo esperas que participe yo en tu proyecto? ¡Señor, me siento tan poco
«santo»! ¡Me siento tan pobre! ¿Cómo te atreves a asociarme a tu obra. a tu
responsabilidad? Santidad no es sinónimo de aureola excepcional.
-Esta «bestia», este rey... Pronunciará palabras hostiles al Altísimo y pondrá a
prueba a los santos del Altísimo... Los santos serán entregados a su poder por un
tiempo y tiempos y medio tiempo... La santidad es un «combate». La historia es
una historia accidentada y tumultuosa. Los «triunfos de Dios» no son muy
aparentes y a menudo quedan escondidos bajo el triunfo monstruoso de las
fuerzas del mal. Las épocas de «mártires» lo saben bien. La época de los Macabeos,
la época de Daniel, lo sabían. Todavía Hoy, las «apariencias» son en contra de
Dios... ¡«por un tiempo»! porque se nos ha prometido que ese triunfo del mal no
durará.
-Pero el tribunal se sentará, y el dominio le será quitado... Y será dado al
«Pueblo de los santos, del Altísimo» para una realeza eterna... ¡Jesús, santo de
Dios! Tú que te declaraste «Hijo del hombre», te comprometiste totalmente en ese
combate contra el mal. Tú no has reinado humanamente, has sido humilde,
paciente, santo, santo, santo ante Dios, terrible ante los demonios, sin pecado
alguno. Todas las apariencias estaban contra Jesús. Sin embargo «Yo soy Rey»
(Noel Quesson).
Sólo a la luz de Cristo entendemos que el Reino de Dios ha sido ya
inaugurado entre nosotros. Este Reino no es para pisotear, triturar o destruir a los
demás, sino para que todos encuentren en Cristo y en su Iglesia, que es el Reino y
Familia de Dios, el camino que nos une a Él y nos une a nosotros como hermanos.
Y ante este Reino, muchas veces perseguido, ni el poder del infierno prevalecerá
sobre él, pues Dios mismo está en medio de su Pueblo. A nosotros corresponde
hacer brillar con toda claridad el Rostro amoroso y misericordioso del Señor. No
podemos llamarnos el Reino de Dios y dedicarnos a destruir a los demás. Por eso,
quien se profesa hombre de fe en Cristo y se dedica a destruir y a pisotear a su
prójimo, no puede sino ser contado entre los hipócritas. El Señor está con
nosotros, dejemos que su Espíritu impulse nuestra vida para que vivamos, no
conforme a los criterios de los reinos terrenos, sino conforme al pensamiento y
criterio de Dios, que nos ha manifestado por medio de su Hijo Jesús.
S. Josemaría hacía estas consideraciones: “Termina el año litúrgico, y en el
Santo Sacrificio del Altar renovamos al Padre el ofrecimiento de la Víctima, Cristo,
Rey de santidad y de gracia, rey de justicia, de amor y de paz, como leeremos
dentro de poco en el Prefacio. Todos percibís en vuestras lamas una alegría
inmensa, al considerar la santa Humanidad de Nuestro Señor: un Rey con corazón
de carne, como el nuestro; que es autor del universo y de cada una de las
415
Vida más allá de la muerte
criaturas, y que no se impone dominando: mendiga un poco de amor,
mostrándonos, en silencio, sus manos llagadas.
El Señor me ha empujado a repetir, desde hace mucho tiempo, un grito
callado: serviam!, serviré. Que El nos aumente esos afanes de entrega, de fidelidad
a su divina llamada -con naturalidad, sin aparato, sin ruido-, en medio de de la
calle. Démosle gracias desde el fondo del corazón. Dirijámosle una oración de
súbditos, ¡de hijos!, y la lengua y el paladar se nos llenarán de leche y de miel, nos
sabrá a panal tratar del Reino de Dios, que es un Reino de libertad, de la libertad
que El nos ganó.
Quisiera que considerásemos cómo ese Cristo, que -Niño amable- vimos
nacer en Belén, es el Señor del mundo: pues por El fueron creados todos los seres
en los cielos y en la tierra; El ha reconciliado con el Padre todas las cosas,
restableciendo la paz entre el cielo y la tierra, por medio de la sangre que
derramó en la cruz. Hoy aquellos dos ángeles de blancas vestiduras, a los
discípulos que estaban atónitos contemplando las nubes, después de la Ascensión
del Señor: varones de Galilea ¿por qué estáis ahí mirando al cielo? Este Jesús, que
separándose de vosotros ha subido al cielo, vendrá de la misma manera que le
acabáis de ver subir.
Cristo, Señor del mundo: Por El reinan los reyes, con la diferencia de que los
reyes, las autoridades humanas, pasan; y el reino de Cristo permanecerá por toda
la eternidad (Ex 15,18), su reino es un reino eterno y su dominación perdura de
generación en generación.
El reino de Cristo no es un modo de decir, ni una imagen retórica. Cristo
vive, también como hombre, con aquel mismo cuerpo que asumió en la
Encarnación, que resucitó después de la Cruz y subsiste glorificado en la Persona
del Verbo juntamente con su alma humana, Cristo, Dios y Hombre verdadero,
vive y reina y es el Señor del mundo. Sólo por El se mantiene en vida todo lo que
vive.
¿Por qué, entonces, no se aparece ahora en toda su gloria? Porque su reino
no es de este mundo (Jn 18,36), aunque está en el mundo. Había replicado Jesús
a Pilatos: Yo soy rey. Yo para esto nací: para dar testimonios de la verdad; todo
aquel que pertenece a la verdad, escucha mi voz (v 37). Los que esperaban del
Mesías un poderío temporal visible, se equivocaban: que no consiste el reino de
Dios en el comer ni en el beber, sino en la justicia, en la paz y en el gozo del
Espíritu Santo (Rm 14,17).
Verdad y justicia; paz y gozo en el Espíritu Santo. Ese es el reino de Cristo: la
acción divina que salva a los hombres y que culminará cuando la historia acabe, y
el Señor, que se sienta en lo más alto del paraíso, venga a juzgar definitivamente a
los hombres.
Cuando Cristo inicia su predicación en la tierra, no ofrece un programa
político, sino que dice: haced penitencia, porque está cerca el reino de los cielos;
encarga a sus discípulos que anuncien esa buena nueva, y enseña que se pida en la
oración el advenimiento del reino. Esto es el reino de Dios y su justicia, una vida
santa: lo que hemos de buscar primero, lo único verdaderamente necesario.
La salvación, que predica Nuestro Señor Jesucristo, es una invitación dirigida
a todos; acontece lo que a cierto rey, que celebró las bodas de su hijo y envió a
416
Esperanza y salvación
los criados a llamar a los convidados a las bodas. Por eso, el Señor revela que el
reino de los cielos está en medio de vosotros.
Nadie se encuentra excluido de la salvación, si se allana libremente a las
exigencias amorosas de Cristo: nacer de nuevo, hacerse como niños, en la sencillez
de espíritu; alejar el corazón de todo lo que aparte de Dios. Jesús quiere hechos,
no sólo palabra. Y esfuerzo denodado, porque sólo los que luchan serán
merecedores de la herencia eterna..
La perfección del reino -el juicio definitivo de salvación o de condenación- no
se dará en la tierra. Ahora el reino es como una siembra, como el crecimiento del
grano de mostaza; su fin será como la pesca con la red barredera, de la que traída
a la arena-serán extraídos, para suertes distintas, los que obraron la justicia y los
que ejecutaron la iniquidad. Pero, mientras vivimos aquí, el reino se asemeja a la
levadura que cogió una mujer y la mezcló con tres celemines de harina, hasta que
toda la masa quedó fermentada.
Quien entiende el reino que Cristo propone, advierte que vale la pena
jugarse todo por conseguirlo: es la perla que el mercader adquiere a costa de
vender lo que posee, es el tesoro hallado en el campo. El reino de los cielos es
una conquista difícil: nadie está seguro de alcanzarlo, pero el clamor humilde del
hombre arrepentido logra que se abran sus puertas de par en par. Uno de los
ladrones que fueron crucificados con Jesús le suplica: Señor, acuérdate de mí
cuando hayas llegado a tu reino. Y Jesús le respondió: en verdad te digo que hoy
estarás conmigo en el paraíso.
¡Qué grande eres Señor y Dios nuestro! Tú eres el que pones en nuestra vida
el sentido sobrenatural y la eficacia divina. Tú eres la causa de que, por amor de
tu Hijo, con todas las fuerzas de nuestro ser, con el alma y con el cuerpo
podamos repetir: oportet illum regnare!, mientras resuena la copla de nuestra
debilidad, porque sabes que somos criaturas -¡y qué criaturas!- hechas de barro, no
sólo en los pies. también en el corazón y en la cabeza. A lo divino, vibraremos
exclusivamente por ti”.
Dan (3,82-87) nos dice que si toda la naturaleza es invitada a elevar un canto
de alabanza al Señor bendiciendo su Santo Nombre, cuánto más lo hemos de
elevar nosotros los hombres. Toda nuestra vida se ha de convertir en una
continua alabanza del Nombre de Dios. De un modo especial los sacerdotes, los
siervos del Señor, las almas y espíritus justos, los santos y humildes de corazón han
de vivir siendo en todo momento gratos al Señor, pues su vida, de modo
eminente, está en manos del Señor, y Él está realizando continuamente su obra de
salvación mediante ellos. Ojalá y todos tengamos la dicha de contarnos en el
número de los santos de Dios para alabar y bendecir su Nombre eternamente.
Lc 21,34-36 muestra la última recomendación de Jesús en su "discurso
escatológico", último consejo del año litúrgico, que enlazará con los primeros del
Adviento: "estad siempre despiertos". Lo contrario del estar despiertos es que se
"nos embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero". Y el
medio para mantener en tensión nuestra espera es la oración: "pidiendo fuerza
para escapar de todo lo que está por venir". La consigna final es corta y expresiva:
"manteneos en pie ante el Hijo del Hombre". Todos necesitamos un despertador,
porque tendemos a dormirnos, a caer en la pereza, bloqueados por las
417
Vida más allá de la muerte
preocupaciones de esta vida, y no tenemos siempre desplegada la antena hacia los
valores del espíritu. Estar de pie, ante Cristo, es estar en vela y en actitud de
oración, mientras caminamos por este mundo y vamos realizando las mil tareas
que nos encomienda la vida. No importa si la venida gloriosa de Jesús está
próxima o no: para cada uno está siempre próxima, tanto pensando en nuestra
muerte como en su venida diaria a nuestra existencia, en los sacramentos, en la
Eucaristía, en la persona del prójimo, en los pequeños o grandes hechos de la
vida. Los cristianos tenemos memoria: miramos muchas veces al gran
acontecimiento de hace dos mil años, la vida y la Pascua de Jesús. Tenemos un
compromiso con el presente, porque lo vivimos con intensidad, dispuestos a
llevar a cabo una gran tarea de evangelización y liberación. Pero tenemos también
instinto profético, y miramos al futuro, la venida gloriosa del Señor y la plenitud
de su Reino, que vamos construyendo animados por su Espíritu. En la Eucaristía se
concentran las tres direcciones, como nos dijo Pablo (1 Co 11,26): "cada vez que
coméis este pan y bebéis este vino (momento privilegiado del "hoy"), proclamáis
la muerte del Señor (el "ayer" de la Pascua) hasta que venga (el "mañana" de la
manifestación del Señor)". Por eso aclamamos en el momento central de la Misa:
"Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús" (J.
Aldazábal).
Si "el fin del mundo" es para hoy, si el Hijo del hombre ejerce su juicio en
la historia, la exhortación a la vigilancia adquiere aún mayor peso. "Estad en vela,
pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis de todo lo que
está por venir". En el contexto del discurso, colocado inmediatamente antes de los
relatos de la pasión y de la resurrección, esta fórmula designa con claridad la
pasión del Hijo del hombre, en la que se verán complicados también los
discípulos, lo quieran o no. Por tanto, esta exhortación va dirigida a animarlos en
unos momentos en que se ven brutalmente situados ante el misterio de la cruz.
Pero Lucas piensa también en sus lectores, en los de hoy y en los de mañana.
Situados ante los misterios de la existencia, ¿no sentirán la tentación de
abandonarlo todo? Será entonces cuando habrán de recordar que los tiempos del
Reino se han cumplido ya, que "nuestras historias son un signo y un testimonio de
una venida que los ilumina desde dentro, y que lo que a una mirada poco atenta
puede parecer un otoño triste y siniestro, para el creyente está enraizado en la
oración, como una primavera totalmente llena de la venida del Hijo del hombre"
(Ph. Bossuyt; Sal Terrae).
Jesús acaba de anunciar la «venida del Hijo del hombre» sobre las nubes
del cielo... Acaba de decir que el «Reino de Dios está cerca», como lo está el
verano cuando los árboles han brotado... Para esta espera, continúa dando
consejos a sus amigos.
-Andaos con cuidado que no se os embote la mente ni el corazón...
Después de los consejos de esperanza y de confianza, hay ahí uno de vigilancia.
No dejarse sorprender, por esas «venidas» de Jesús... sobre todo por la última.
Permanecer «ágil», no embotarse. Permanecer siempre dispuestos a partir.
-Que no os entorpezcan la comida, ni la bebida, ni los agobios de la
vida. Sabemos que un excesivo apego a los placeres, ¡entorpece la mente y el
418
Esperanza y salvación
corazón! Cuando buscamos disfrutar con exceso de esta vida, nos olvidamos de
«aquel día».
-Y venga aquel día de improviso sobre nosotros como un lazo. Porque
caerá sobre todos los que habitan la faz de la tierra. El «día» del juicio viene de
improviso. Cada segundo mueren algunos... sobre toda la tierra mueren tantos...
No sé cuantos segundos me quedan. El juicio que cayó sobre Jerusalén debe
servirnos de advertencia. Es el símbolo del juicio que caerá sobre la tierra entera.
-Velad pues, y orad... en todo momento. Sí, Jesús, Tú aconsejabas a tus
amigos que no cesasen jamás de «orar». Y san Pablo lo repetía a sus fieles (2 Ts
1,11; Flp 1,4; Rm 1,10; Col 1,3; Filemón, 4). «Pedimos continuamente... En la
oración que sin cesar le dirigimos... Continuamente te menciono en mis
oraciones...» Hay que repetirse a sí mismo esos consejos apremiantes de Jesús:
esperanza... confianza... certeza... vigilancia... sobriedad... disponibilidad...
oración... puesto que nadie sabe la hora.
-Para tener fuerza para escapar de todo lo que va a venir... Esta es la
señal de que hay, de todos modos, algo temible, en «aquel día». La confianza, el
gozo, la esperanza... no son sinónimo de seguridad engañosa. Hay que estar
alerta, un peligro amenaza, hay que estar a punto de escapar.
-Y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre... He aquí la última
frase del último discurso de Jesús antes de su Pasión. «¡Velad y orad, para
presentaros con seguridad delante del Hijo del hombre!» Jesús va a llegar pronto
a su «fin» por el sufrimiento. Pero El se ve, Hijo del Hombre, glorioso viniendo de
nuevo «sentado a la diestra de Dios», como lo dirá dentro de unos días delante del
Gran Consejo (Lc 22,69). Será el Hijo del Hombre quien tendrá la última palabra.
Y, si velamos y oramos... podremos presentarnos delante de El con seguridad.
¡Ven, Señor! (Noel Quesson).
Uno de los temas que hoy nos encontramos es éste: frente al cinismo
ético, el cristiano ha de formarse para ser ciudadano del cielo que construye
con justicia la ciudad terrena. La comunión de vida con el Cristo resucitado, ya
realmente incoada en el creyente por la fe y los sacramentos, es el fundamento de
la esperanza cristiana en la resurrección de la carne y la vida eterna. A su vez esa
comunión y esa esperanza son el fundamento del modo nuevo de vivir propio de
los cristianos, es decir, tanto de su visión del mundo y de la historia, como del
aliento ético de una existencia comprometida en el ejercicio de la caridad y de la
justicia.
En cambio, los humanismos laicistas del siglo XIX sostuvieron que “la
religión, por su propia naturaleza, es un obstáculo” para la liberación económica y
social, porque al orientar el espíritu humano hacia una vida futura ilusoria,
apartaría al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal” (GS), pero la
espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar la
preocupación por perfeccionar esta tierra. El problema como siempre es
absolutizar unos aspectos de la realidad, mirar el cielo sin apreciar el regalo de la
vida o mirar la vida sin apreciar que está hecha para el cielo. Me lo decía un
amigo que, después de años de servir a Dios en un camino, se encontró de la
noche a la mañana en un desierto, o como si aterrizara desde Marte, después de
419
Vida más allá de la muerte
dar vueltas en un cohete, perdido y desorientado, y a veces con poca esperanza.
La vida es un regalo impresionante, que se ha de vivir con armonía, sin absolutizar
solo un aspecto, como fuera del mundo. Se puede priorizar unos aspectos durante
un tiempo, como la investigación o la misión apostólica, pero sin cortar con los
amigos o desrraigarse del propio ambiente, porque nuestra psicología lo necesita
y nos encontraríamos desangelados, así cuando alguien tiene una crisis no pierde
la visión de conjunto, y la vida continua, no estaba tan atado a aquella idea,
aquellas personas, que se le hunde el mundo. Conviene no estar dentro de un
agujero, con una visión de "orejeras" o sectaria, que es mala, pues cuando se van
esas circunstancias todas las certezas desaparecen de golpe y cuesta más
reconstruirse. Hay que arraigar la fe en la esperanza segura y no en otras cosas,
que quizá son fanáticas o mágicas, la fe del catecismo, de la gran tradición de la
Iglesia que es la liturgia. Basta ver los sermones sobre el infierno y el pecado para
darse cuenta del individualismo, de educación-represión basada en el principio de
autoridad como poder y obediencia como dominio, en lugar de fomentar la
libertad y una conciencia no formada desde fuera sino en donde uno se puede
mirar en el espejo del Evangelio y la Ley natural, para ver si lo que se enseña es
correcto o hay que corregir algo se ha de corregir. Por otra parte, qué pena
aquellas visiones reductivas del hombre y de la historia que dejaban
altaneramente “el cielo para los gorriones” y reservaban la tierra para una
humanidad concebida como única dueña y señora de sus destinos. Las utopías que
pretendieron construir la ciudad terrena sin el cielo, o incluso contra él, han dado
paso a una extendida desesperanza: son cada vez menos los que confían con
ingenua certeza que el futuro que la humanidad pueda construir, con denodado
esfuerzo prometeico, vaya a ser indefectiblemente mejor que lo construido hasta
hoy entre injusticias, violencias y fracasos de todo tipo. Las grandes utopías
inmanentistas han entrado en crisis dejando tras de sí un amplio campo a la
desesperanza; y, con la desesperanza, al cinismo ético, que establece, consciente o
inconscientemente, el provecho propio de los individuos y de los grupos como
criterio último de la conducta humana. Es el momento de recordar que no es
posible una cimentación sólida de la moralidad cuando se marginan y olvidan
aspectos centrales de la verdad sobre el hombre, como es su dimensión
escatológica. No cabe duda de que todo hombre es capaz de distinguir el bien del
mal gracias a la luz de la razón. Pero “una ética altruista es difícilmente sostenible,
de manera general y permanente, sin la fe en el Dios de Jesucristo, que es Amor.
En cambio, una ética del servicio incondicional a los hermanos es la forma normal
de realización moral cristiana. Porque Alguien ha muerto por nosotros y de esa
muerte ha brotado vida nueva, nosotros podemos vivir y morir con nuestros
hermanos y por ellos” (CTI?).
Podemos disfrutar de la vida si no nos agobiamos con lo que nos falta y con
lo que nos gustaría tener y aún no tenemos, sino que vamos a la raíz de qué es la
esperanza y ¿qué podemos esperar? Y ¿qué es lo que no podemos esperar? Aquí
Benedicto XVI ve “que un progreso acumulativo sólo es posible en lo material”,
podemos gracias a Dios progresar en medicina, etc. “En cambio, en el ámbito de
la conciencia ética y de la decisión moral, no existe una posibilidad similar de
incremento, por el simple hecho de que la libertad del ser humano es siempre
nueva y tiene que tomar siempre de nuevo sus decisiones. No están nunca ya
tomadas para nosotros por otros; en este caso, en efecto, ya no seríamos libres. La
libertad presupone que en las decisiones fundamentales cada hombre, cada
generación, tenga un nuevo inicio. Es verdad que las nuevas generaciones pueden
construir a partir de los conocimientos y experiencias de quienes les han
precedido, así como aprovecharse del tesoro moral de toda la humanidad. Pero
también pueden rechazarlo, ya que éste no puede tener la misma evidencia que
los inventos materiales”. Tenemos las bases del progreso científico (cultura
matemática, física nuclear…) pero no moral, de hecho podemos tirar por la borda
la mejor educación, o la protección de la familia, pero además no todo son leyes:
a) “Incluso las mejores estructuras funcionan únicamente cuando en una
comunidad existen unas convicciones vivas capaces de motivar a los hombres para
una adhesión libre al ordenamiento comunitario. La libertad necesita una
convicción; una convicción no existe por sí misma, sino que ha de ser conquistada
comunitariamente siempre de nuevo”.
b) “Puesto que el hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también
siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente
consolidado. Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para
siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana. La libertad debe
421
Vida más allá de la muerte
ser conquistada para el bien una y otra vez” (ES). La educación moral, por tanto,
es una conquista, y la historia depende de la libertad de las personas…
“Una consecuencia de lo dicho es que la búsqueda, siempre nueva y fatigosa,
de rectos ordenamientos para las realidades humanas es una tarea de cada
generación; nunca es una tarea que se pueda dar simplemente por concluida. No
obstante, cada generación tiene que ofrecer también su propia aportación para
establecer ordenamientos convincentes de libertad y de bien, que ayuden a la
generación sucesiva, como orientación al recto uso de la libertad humana y den
también así, siempre dentro de los límites humanos, una cierta garantía también
para el futuro. Con otras palabras: las buenas estructuras ayudan, pero por sí solas
no bastan. El hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior.
Francis Bacon y los seguidores de la corriente de pensamiento de la edad moderna
inspirada en él, se equivocaban al considerar que el hombre sería redimido por
medio de la ciencia. Con semejante expectativa se pide demasiado a la ciencia;
esta especie de esperanza es falaz. La ciencia puede contribuir mucho a la
humanización del mundo y de la humanidad. Pero también puede destruir al
hombre y al mundo si no está orientada por fuerzas externas a ella misma. Por
otra parte, debemos constatar también que el cristianismo moderno, ante los
éxitos de la ciencia en la progresiva estructuración del mundo, se ha concentrado
en gran parte sólo sobre el individuo y su salvación. Con esto ha reducido el
horizonte de su esperanza y no ha reconocido tampoco suficientemente la
grandeza de su cometido, si bien es importante lo que ha seguido haciendo para
la formación del hombre y la atención de los débiles y de los que sufren.
”No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el
amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno
experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de «redención»
que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto se da cuenta también
de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su
vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita
un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: «Ni muerte, ni
vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni
profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado
en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8,38-39). Si existe este amor absoluto con su
certeza absoluta, entonces –sólo entonces– el hombre es «redimido», suceda lo
que suceda en su caso particular. Esto es lo que se ha de entender cuando decimos
que Jesucristo nos ha «redimido». Por medio de Él estamos seguros de Dios, de un
Dios que no es una lejana «causa primera» del mundo, porque su Hijo unigénito
se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: «Vivo de la fe en el Hijo de
Dios, que me amó hasta entregarse por mí» (Ga 2,20)” (ES) Es una experiencia,
algo vivo, el amor llena, pero en la vida todo cansa, se tiende a este “quiero más”
que nos lleva a este “sólo Dios sacia”. Pero los pasos son estos, la fenomenología
es esta: “quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo
está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf Ef 2,12). La
verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las
desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue
amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento » (cf. Jn 13,1; 19,30).
422
Esperanza y salvación
Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente
«vida». Empieza a intuir qué quiere decir la palabra esperanza que hemos
encontrado en el rito del Bautismo: de la fe se espera la «vida eterna», la vida
verdadera que, totalmente y sin amenazas, es sencillamente vida en toda su
plenitud. Jesús que dijo de sí mismo que había venido para que nosotros
tengamos la vida y la tengamos en plenitud, en abundancia (cf. Jn 10,10), nos
explicó también qué significa «vida»: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti,
único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). La vida en su
verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí
mismo: es una relación. Y la vida entera es relación con quien es la fuente de la
vida. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el
Amor mismo, entonces estamos en la vida. Entonces «vivimos»” (ES).
Aquí se plantea Benedicto XVI si así no hemos recaído en el individualismo
de la salvación, en la esperanza sólo para mí que además, precisamente por eso,
no es una esperanza verdadera porque olvida y descuida a los demás. Pero afirma
que no hay peligro, pues se trata de una comunión con Jesús, que se entregó a sí
mismo por nosotros: “Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su
ser «para todos», hace que éste sea nuestro modo de ser. Nos compromete en
favor de los demás, pero sólo estando en comunión con Él podemos realmente
llegar a ser para los demás, para todos”, y cita a san Máximo el Confesor († 662),
que concreta: «Quien ama a Dios no puede guardar para sí el dinero, sino que lo
reparte ‘‘según Dios” [...], a imitación de Dios, sin discriminación alguna».
También en la vida de san Agustín vemos la relación entre amor de Dios y
responsabilidad para con los hombres. Él quiso llevar ya converso una vida
dedicada a la palabra de Dios y «la mejor parte» (Lc 10,42) apartado pero fue
obligado por el obispo a ordenarse sacerdote para el ministerio, así recuerda en
sus Confesiones a Dios: «Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mis
miserias, había meditado en mi corazón y decidido huir a la soledad. Mas tú me
lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo: "Cristo murió por todos, para que los
que viven ya no vivan para sí, sino para él que murió por ellos" (cf. 2 Co 5,15)».
Cristo murió por todos. Vivir para Él significa dejarse moldear en su «ser-para». Y
se puso a transmitir esperanza, “la esperanza que le venía de la fe y que, en total
contraste con su carácter introvertido, le hizo capaz de participar decididamente y
con todas sus fuerzas en la edificación de la ciudad” (ES). Dice también: “Cristo
intercede por nosotros; de otro modo desesperaría”.
Así pues, “el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas,
diferentes según los períodos de su vida. A veces puede parecer que una de estas
esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud
puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta
posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su
vida. Sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que
esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza
que vaya más allá. Es evidente que sólo puede contentarse con algo infinito, algo
que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar. En este sentido, la época
moderna ha desarrollado la esperanza de la instauración de un mundo perfecto
que parecía poder lograrse gracias a los conocimientos de la ciencia y a una
423
Vida más allá de la muerte
política fundada científicamente. Así, la esperanza bíblica del reino de Dios ha sido
reemplazada por la esperanza del reino del hombre, por la esperanza de un
mundo mejor que sería el verdadero «reino de Dios»… Esta esperanza parecía ser
finalmente la esperanza grande y realista, la que el hombre necesita. Ésta sería
capaz de movilizar –por algún tiempo– todas las energías del hombre; este gran
objetivo parecía merecer todo tipo de esfuerzos. Pero a lo largo del tiempo se vio
claramente que esta esperanza se va alejando cada vez más. Ante todo se tomó
conciencia de que ésta era quizás una esperanza para los hombres del mañana,
pero no una esperanza para mí. Y aunque el « para todos » forme parte de la gran
esperanza –no puedo ciertamente llegar a ser feliz contra o sin los otros–, es
verdad que una esperanza que no se refiera a mí personalmente, ni siquiera es una
verdadera esperanza. También resultó evidente que ésta era una esperanza contra
la libertad, porque la situación de las realidades humanas depende en cada
generación de la libre decisión de los hombres que pertenecen a ella. Si, debido a
las condiciones y a las estructuras, se les privara de esta libertad, el mundo, a fin
de cuentas, no sería bueno, porque un mundo sin libertad no sería en absoluto un
mundo bueno. Así, aunque sea necesario un empeño constante para mejorar el
mundo, el mundo mejor del mañana no puede ser el contenido propio y
suficiente de nuestra esperanza. A este propósito se plantea siempre la pregunta:
¿Cuándo es «mejor» el mundo? ¿Qué es lo que lo hace bueno? ¿Según qué criterio
se puede valorar si es bueno? ¿Y por qué vías se puede alcanzar esta «bondad»?
”…Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el
Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada
uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá
imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde
Él es amado y donde su amor nos alcanza... su amor es para nosotros la garantía
de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo,
esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es «realmente» vida” (ES).
Circulan en nuestros días falsos secretos sobre el fin del mundo, que provocan
en muchos crédulos desconcierto y temor, “anuncios apocalípticos” sin sustancia.
Hubo sí un “secreto” de Fátima, pero ya fue publicado y no era apocalíptico, sino
profético en cuestiones de fe y de la crisis del mundo y de la Iglesia. Los
recientemente declarados mártires de los años 1930 en España son un buen
ejemplo de ello. El anuncio de Fátima tuvo dos primeras partes que fueron
publicas enseguida, sobre la devoción al Corazón Inmaculado de María, profetizó
los acontecimientos futuros como el final de la primera guerra (“si oramos, la
guerra desaparecerá"); el comienzo de la segunda guerra mundial y la previsión de
los daños ingentes que Rusia, en su defección de la fe cristiana y en la adhesión al
440
Esperanza y salvación
totalitarismo comunista, provocaría a la humanidad. Nadie en 1917 podía haber
imaginado todo esto: los tres pastorinhos de Fátima ven, escuchan, memorizan, y
Lucia pide al Papa la consagración del mundo y Rusia al corazón de María, hasta
la que hizo el Papa solemnemente el día de la Anunciación de 1984, que ya sor
Lucia dijo que estaba bien (cinco años más tarde, en 1989, cayeron los muros de
Berlín; y quedan muchos muros por caer todavía en la solidaridad de los países
del norte con los del sur, los de occidente con los de oriente...). El siglo XX, tan
lleno de dramáticos y crueles acontecimientos (ha sido uno de los más dramáticos
en la historia del hombre, incluido el atentado a Juan Pablo II), es al mismo
tiempo un siglo lleno de apariciones y signos sobrenaturales (hay muchas otras
“apariciones” de la Virgen, sobre las que la Iglesia no se ha definido, pero que está
en la libertad de los fieles acudir a esos lugares), que entran en el vivo de los
acontecimientos humanos y acompañan el camino del mundo, sorprendiendo a
creyentes y no creyentes. Fátima es sin duda la más profética de las apariciones
modernas. La tercera parte del secreto de Fátima no hablaba como se dijo a veces
de una crisis de fe en la Iglesia, ni de alarmas apocalípticas, sino de la necesidad de
la oración y de la conversión, y de la protección de la Virgen en estas horas
inciertas y oscuras de nuestros tiempos llenos de ataques a la dignidad de la
persona humana en aras de un progreso: Auschwitz, el aborto, la eutanasia...
La Virgen ha tenido mucho que ver con la evolución de la historia de nuestro
mundo: no sólo en la caída del muro de Berlín (curiosamente, Fátima es el
nombre de la hija de Mahoma, y los santuarios de la Virgen son muy visitados por
musulmanes en los santuarios que hay en diversos países, quizá Fátima indica
también que por María vendrá esa paz deseada en el diálogo entre países
occidentales e islámicos...), sino que Juan Pablo II ha recordado que la paz en el
mundo vendrá por el rezo del Rosario, por la petición de los pequeños –como en
Fátima, o Lourdes...- a la Santísima Virgen. Es el “estilo” de María, su amor por lo
pequeño, la llamada amorosa al arrepentimiento sincero, medio indispensable
para obtener el perdón... apela a la oración y a la penitencia, y a eso nos lleva la
devoción al Corazón Inmaculado de María y el Rosario. Ahora, que estamos en
esta fase de la aparición de un nuevo orden internacional, sin esos “bloques” de
hace años, ahora que estamos en la era de la globalización, que todo es parte de
la aldea global y que hasta el terrorismo se desata globalmente, somos invitados a
ir con esperanza a nuestra Madre la Virgen María, a volver al Rosario en familia,
que es –como decía san J. Escrivá, “arma poderosa” para ganar tantas “batallas” y
nos convierte en sembradores de paz y de alegría en el mundo, en este mundo
del que no conocemos –similarmente a la evolución de la macro-economía- más
que lo de cada día y su evolución, lo pequeño, la micro-economía, la micro-
historia: no sabemos cómo controlar la macro-historia, no sabemos cómo
intervendrá la gracia –esas intevenciones extraordinarias, cuando Dios dice “basta”
al decenio nazi, o los 70 años comunistas, y todo aquello se desmorona-; pero
aunque no sepamos el futuro, con María lo mejor está siempre por llegar, es
esperanza cierta, camino seguro hacia este lugar donde Jesús ha ido, y nos ha
dicho: “En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho,
porque voy a prepararos un lugar” (Jn 14,2). Jesucristo es Camino y con la Virgen
vamos a Jesús, y con Jesús vamos al Padre -a la casa del Padre- donde nos
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Vida más allá de la muerte
introduce pues “sin él no podrían entrar”. Sólo él puede abrir su acceso a todos: el
que “bajó del cielo” (Jn 3,13), que “salió del Padre” (Jn 16,28) y ahora vuelve al
Padre “con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna” (Heb 9,12). Él
mismo afirma: “Yo soy el Camino nadie va al Padre sino por mí (Jn 14,6).
“Por María, al cielo con Jesús”: Así lo comentaba Juan Pablo II al preparar el
Año de la Redención (Gran Jubileo del Milenio) al comentar la Ascensión de
Jesús: “Nos encontramos aquí ante un doble misterio: El de la disposición eterna
o predestinación divina, que fija los modos, los tiempos, los ritmos de la historia
de la salvación con un designio admirable, pero para nosotros insondable; y el de
la presencia de Cristo en el mundo humano mediante el Espíritu Santo,
santificador y vivificador: el modo cómo la humanidad del Hijo obra mediante el
Espíritu Santo en las almas y en la Iglesia -verdad claramente enseñada por Jesús-
permanece el envuelto en la niebla luminosa del misterio trinitario y cristológico,
y requiere nuestro acto de fe humilde y sabio”.
Cristo actúa en la Iglesia, sacramento de su presencia, sobre todo en la
Eucaristía: “El Espíritu es el que da la vida, la carne no sirve para nada” (Jn 6,61-
63). Aquí nos dice que cuando “suba” se nos manifestará en su Espíritu que da la
“vida”. Desde el día de Pascua, que el Espíritu glorificó el Cuerpo de Cristo en la
resurrección, vivimos la Pentecostés, el Espíritu sobre la Iglesia para que,
“renovado en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo, podamos
participar en la nueva vida de su Cuerpo glorificado por el Espíritu y de este
modo prepararnos para entrar en las ‘moradas eternas’, donde nuestro Redentor
nos ha precedido para prepararnos un lugar en la te ‘Casa del Padre’ (Jn 14,2)”
(Juan Pablo II). En las apariciones de Jesús resucitado “el Ahora trascendente se
introduce en el tiempo del mundo humano, adaptándose una vez más por amor.
Así, el misterio de la relación eternidad-tiempo se condensa en la permanencia de
Cristo resucitado en la tierra. Sin embargo, el misterio no anula su presencia en el
tiempo y en el espacio; antes bien ennoblece y eleva al nivel de los valores
eternos lo que El hace, dice, toca, instituye, dispone: en una palabra, la Iglesia. Por
esto de nuevo decimos: Creo, pero sin evadir la realidad de la que Lucas nos ha
hablado. Ciertamente, cuando Cristo subió al cielo, esta coexistencia e intersección
entre el Ahora eterno y el tiempo terreno se disuelve, y queda el tiempo de la
Iglesia peregrina en la historia. La presencia de Cristo es ahora invisible y
'supratemporal' como la acción del Espíritu Santo, que actúa en los corazones.
La ascensión supone un corte, un situarse Jesús a la derecha de Dios, y estar
sólo en espíritu en la tierra: “Veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del
Poder y venir entre las nubes del cielo” (Mc 14,62); “El Hijo de Dios estará
sentado a la diestra del poder de Dios” (Lc 22,69). No pondría estas citas otra vez
si no fuera porque al concluir estas páginas digamos de “Adviento”, hoy, el día de
S. Esteban, el primer mártir de Jerusalén, el diácono verá a Cristo en el momento
su muerte: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a
la diestra de Dios” (Hech 7,56). “El concepto, pues, se había enraizado y
difundido en las primeras comunidades cristianas, como expresión de la realeza
que Jesús había conseguido con la Ascensión al cielo”.
Siguiendo el comentario, Juan Pablo II nos anima a vivir una vida según las
palabras del Apóstol Pablo a los Romanos viviendo en Jesucristo, 'el que murió,
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Esperanza y salvación
más aún, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios y que intercede por
nosotros' (Rom 8,34). En la Carta a los Colosenses escribe: 'Si habéis resucitado
con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de
Dios' (Col 3,1; cf Ef l,20). En la Carta a los Hebreos leemos (Heb 1,3; 8,1):
'Tenemos un Sumo Sacerdote tal que se sentó a la diestra del trono de la Majestad
en los cielos'. Y de nuevo (Heb 10,12 y Heb 12,2): 'Él soportó la cruz, sin miedo a
la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios'. A su vez, Pedro
proclama que Cristo 'habiendo ido al cielo está a la diestra de Dios y le están
sometidos los Angeles, las Dominaciones y las Potestades' (1 Ped 3,22). El mismo
Apóstol Pedro, tomando la palabra en el primer discurso después de Pentecostés,
dirá de Cristo que 'exaltado por la diestra Dios, ha recibido del Padre el Espíritu
Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís' (Hech 2,33; cf
también Hech 5,31)”. Hemos de hacer vida nuestra la vida y pascua de Cristo en
el Espíritu Santo. Pues se ha inaugurado “el reino del Mesías, en el que encuentra
cumplimiento la visión profética del Libro de Daniel sobre el hijo del hombre: 'A
él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le
sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino nunca
será destruido jamás' (Dn 7,13-14)”. Cristo es el Señor de todo el cosmos, cabeza
de su Cuerpo, y al final hará “que Dios sea todo en todo” (1 Cor 15,28). Podemos
resumir diciendo que Cristo es el Seor de la historia. En él la historia del hombre, y
puede decirse de toda la creación, encuentra su cumplimiento trascendente. Es lo
que en tradición se llamaba recapitulación (Ef 1,10). Y es Señor de la Vida eterna.
A Él pertenece el juicio último (Mt 25,31.34). “El derecho pleno de juzgar
definitivamente las obras de los hombres y conciencias humanas, pertenece a
Cristo en cuanto Redentor del mundo. El, en efecto, 'adquirió' este derecho
mediante la cruz. Por eso el Padre 'todo juicio lo ha entregado al Hijo' (Jn 5,22).
Sin embargo el Hijo no ha venido sobre todo para juzgar, sino para salvar. Para
otorgar la vida divina que está en El. 'Porque, como el Padre tiene vida en sí
mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder
para juzgar, porque es Hijo del hombre' (Jn 5,26-27). Un poder, por tanto, que
coincide con la misericordia que fluye en su corazón desde el seno del Padre, del
que procede el Hijo y se hace hombre 'propter nos homines et propter nostram
salutem'” De todo esto hemos hablado abundantemente, pero aquí Juan Pablo II
lo resume de modo admirable como a modo de conclusión de estas páginas.
“Cristo crucificado y resucitado, Cristo que 'subió a los cielos y está sentado a la
derecha del Padre'. Cristo que es, por tanto, el Señor de la vida eterna, se eleva
sobre el mundo y sobre la historia como un signo de amor infinito rodeado de
gloria, pero deseoso de recibir de cada hombre una respuesta de amor para darles
la vida eterna”.
Índice
Introducción…….…………………………………………………………………pág. 2
1. Planteamiento de la cuestión…………………………………………….... 3
443
Vida más allá de la muerte
2. ¿Es necesario hablar tanto de la muerte?............................................... 7
3. “Revelación de la inmortalidad en la Escritura”………………………... 16
4. Vida eterna y resurrección de la carne …………………………………..30
1. El purgatorio…………………………………………………………... 279
2. El cielo…………………………………………………………………. 293
3. La glorificación de la humanidad de Cristo………………………… 302
4. El cielo y la caridad……………………………………………………. 312
5. ¿Cómo será el cielo?....................................................................... 321
VII. Porque son tuyos el poder y la gloria. Jesús, Señor de la historia…………. 341
445
Vida más allá de la muerte
446