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Para los valientes isleños del Canal, cuyos
actos de benevolencia, resolución y resistencia
durante la ocupación salvaron la vida de otros.
Y para Gary.
Para los valientes isleños del Canal, cuyos
actos de benevolencia, resolución y resistencia
durante la ocupación salvaron la vida de otros.
Y para Gary.
Prefacio
pie con
dificultad, tratando de recalibrar su nueva posición.
Su destino había sido sellado, su vida se había
transformado por el trazo de una lapicera. Miró a su
alrededor y notó otras cosas en la oficina: la lámpara
de bronce ubicada a un ángulo perfecto de cuarenta y
cinco grados, los estantes con archivos sobre la
legislación de Jersey ordenados alfabéticamente. Y
en el rincón más lejano, más oscuro, un globo
terráqueo en su pie, con una fina capa de polvo por
no haber sido rotado en muchos meses. Nunca había
tenido una chance. Orange le extendió la mano para
que se la estrechara.
—Buenos días, señorita Bercu.
Hedy miró la mano sin extender la suya, luego lo
miró directamente a los ojos.
—Fick dich selbst.
Se dio media vuelta y se marchó.
Capítulo 2
1941
ue te iría
en eseEl reloj en la pared del fondo marcaba las cuatro: la
de que,predecible hora de sufrimiento, cuando el esfuerzo
e Anton,de sentarse encorvada sobre su antigua máquina de
ue habíaescribir Adler desde la mañana temprano le producía
un dolor ardiente detrás del omóplato izquierdo, y la
Hedy sepresión requerida para bajar las duras teclas le hacía
propiosarder los tendones.
Hedy se acomodó en su silla de madera
intervinodesvencijada y se tomó un momento para estirar la
espalda y masajear sus muñecas doloridas. Se
de quépreguntaba si las otras muchachas de la oficina
dejo desufrían del mismo modo, esas robustas bávaras,
ojos deimportadas de la Madre Patria para tipiar y archivar
haberlotoda la semana y revolcarse con sus novios soldados
todo el fin de semana. Si compartían su dolor, nunca
dy. Ven a
lo demostraban. Hedy miró hacia la estrecha ventana
gimiendode la barraca, las líneas de luz de sol se burlaban de
intió unaella con la promesa de una gloriosa tarde afuera.
obligó a A la habitación le faltaba el aire, sus luces
fluorescentes titilaban sin sentido incluso en un día
brillante como este; y de su vecino Derek, un joven
cetrino y nervioso, que era el único otro no alemán
en ese bloque, emanaba un perpetuo olor a moho.
Hedy sospechaba que era porque, al igual que ella,
no tenía un lugar donde secar la ropa lavada.
Sospechaba que probablemente ella oliera de la
cuatro: lamisma forma. Si era así, no le importaba. Que la
esfuerzoolieran. Consciente de la mirada aguda de Vogt, la
quina desupervisora del bloque, tomó otra lista de las
producíalicitaciones de la compañía de construcción alemana
erdo, y lay colocó un formulario de traducción en el rodillo de
s le hacíala Adler.
Era sábado, el final de su primer mes en la oficina,
maderay era día de pago. Esperaba que recoger el pequeño
estirar lasobre marrón pudiera levantarle el ánimo aplastado.
idas. SeEl trabajo en sí mismo no era exigente –traducir
a oficinacorrespondencia, nóminas salariales, asignaciones– y
bávaras,el salario era decente. Pero la miseria de él era
archivarmucho más pesada de lo que había esperado. Los
soldadoslargos días de trabajo, el polvo, la falta de
or, nuncaventilación, la extenuante caminata de una hora dos
veces por día con tan poca comida… todo eso era
a ventanabastante malo. Pero la conciencia no podía ser
rlaban defrotada hasta quedar limpia. Cada mañana,
observaba cómo los camiones, llenos de mercenarios
us lucesde ojos muertos, iban retumbando hacia las obras en
n un díaconstrucción para reforzar los muros antitanques y
un jovenconstruir nuevas pistas de aterrizaje, sabiendo que
o alemánella ahora era parte de eso. Parecía que la
a moho.supervivencia era un negocio costoso para el alma.
que ella, Schulz, cuyas cejas casi se habían salido de su
a lavada.cabeza cuando vio por primera vez la “J” roja sobre
ra de lala tarjeta de identidad, le había asignado un
. Que laescritorio en el rincón más apartado, más oscuro de
Vogt, lala barraca, ansioso de que su estatus racial pudiera
de lascausar desorden. Pero pronto quedó claro que el
alemanapersonal de alto rango de OT estaba manteniendo en
odillo desilencio la clasificación de Hedy. Al menos por eso
ella estaba agradecida. Esos insulsos mecanógrafos
a oficina,arios, que miraban a través de ella como si estuviera
pequeñohecha de papel, sin duda serían mucho menos pasivos
plastado.en los pasillos oscuros entre las barracas de trabajo si
–traducirdescubrieran la verdad. Aceptó el asiento del rincón
ciones– ysin quejarse, mantenía la cabeza gacha y hacía su
e él eratrabajo con velocidad y hablando lo menos posible,
ado. Losaunque aquí, por lo menos, su acento actuaba como
falta deuna cobertura, en lugar de una desventaja. Comía
hora dossola en el comedor, sin hacer contacto visual.
o eso eraAdemás de su supervisora y ocasionalmente Derek
odía sercuando se quedaba sin algo, no atraía la atención de
mañana,nadie. Si no fuera por esa gota de saliva que, con
rcenariossecreta venganza, arrojaba en el piso de las letrinas
obras encada vez que iba, podría haber parecido que ni
anques ysiquiera estaba allí.
endo que La única excepción era el teniente alemán que
que lahabía conocido el día de su entrevista. Se habían
cruzado en los pasillos varias veces y, cada vez, él la
do de susaludaba con una amplia sonrisa y alguna pequeña
oja sobrecortesía en alemán. Ella replicaba con un “hola”
nado unentre dientes, sabiendo que una palabra interpretada
oscuro decomo inapropiada o irrespetuosa podía significar el
l pudieradespido. Pero había una calidez inesperada en esos
o que elojos, casi una chispa traviesa, que le gustaba. Y en
niendo ensecreto, cuando había pasado toda una semana sin
s por esouna conversación significativa, casi que esperaba esos
anógrafosfugaces momentos de normalidad. Eran extrañas las
estuvieratrampas que la soledad podía tenderle a la mente.
os pasivos Justo cuando sacaba la hoja terminada del rodillo,
trabajo siVogt, una mujer enjuta con uñas excepcionalmente
el rincónlargas y amarillentas, se acercó al escritorio de Hedy.
hacía suSobre él colocó su salario, junto con una lista de
s posible,nombres y direcciones y un atado de cupones de
aba comogasolina.
a. Comía —Listas de asignación —graznó con su voz
o visual.estrangulada, similar a la de un loro—. Tienen que
te Derekestar listas esta tarde. Los cupones son para despacho
ención deinmediato. Cuando haya completado cada lista,
que, concoloque el formulario del receptor y la cantidad de
s letrinascupones apropiada en el sobre marrón sellado.
o que ni —¿Cada receptor tiene el mismo número de
cupones cada semana?
mán que —No, las reservas de combustible son pocas,
e habíanpueden recibir menos.
vez, él la —¿Y esa información figura en el formulario?
pequeña —No se necesita una explicación. La diferencia les
n “hola”será compensada la semana siguiente o cuando se
erpretadarecuperen las reservas.
nificar el Hedy asintió y comenzó a llenar los formularios
a en esoscomo le pedían, pero su mente se desvió hacia un
ba. Y enpensamiento peligroso. Si los receptores no tenían
mana sinidea de cuántos cupones esperar cada semana, ella
raba esospodía, en teoría, asignarles la cantidad que decidiera
rañas lasy guardarse el resto. El corazón comenzó a
martillarle en el pecho. Los cupones de gasolina
el rodillo,valían una fortuna y podían cambiarse por cualquier
nalmentecosa. Todas las semanas veía en el mercado negro
de Hedy.carne, huevos y azúcar robados a hurtadillas en los
lista depuestos del mercado, a precios que ni siquiera su
pones desalario podía comprar. Esta podría ser la llave a ese
reino mágico. Pero ¿y si los formularios eran
su vozchequeados antes de su envío? Grises formas
enen queirregulares aparecieron en sus papeles y se dio cuenta
despachode que le transpiraban las manos.
da lista, Trató de concentrarse, de pensar con claridad. Ser
ntidad deatrapada era impensable. El robo de propiedad
alemana había enviado a muchos de los isleños a la
mero decárcel; como judía, significaría la deportación. Pero,
no obstante, su mente bailaba y se zambullía,
n pocas,imaginando no solo el precio, sino la satisfacción.
Ganar en algo. Lograr una revancha. Respiró lenta y
profundamente mientras observaba a los otros
rencia lesempleados.
uando se En la siguiente hora, observó a cada trabajador
tomar sus papeles del escritorio del frente y colocar
rmularioslos cupones en las cajas para su recolección. Cada
hacia unvez, las copias de los documentos eran selladas por
no teníanun administrador y apiladas en el escritorio de Vogt
mana, ellacomo una capa de torta, pero nadie se molestaba en
decidierachequearlos. Hedy calculó que, mientras que la
menzó acantidad correcta de atados de cupones fuera
gasolinacontada en la sala de stock, nadie haría nada después.
cualquierY aun cuando algún conductor de entregas se
do negroquejara sobre una asignación reducida, no había
as en losforma de que alguien pudiera rastrear la variante
quiera suhasta ella.
ave a ese Diez minutos antes de las seis no se había decidido
ios erantodavía. En ese momento, luchaba por controlar sus
formasdedos temblorosos. Luego, cuando la aguja grande
io cuentadel reloj casi llegaba a las doce, vio que Vogt se daba
vuelta para encargarse de una pila de firmas. Hedy
idad. Sertomó el formulario para una empresa de
ropiedadconstrucción irlandesa con una asignación de treinta
eños a lacupones, y los puso en la Adler. Con gotas de
ón. Pero,transpiración cosquilleándoles en las axilas, escribió
ambullía,el número veinticinco en el casillero y, al mismo
isfacción.tiempo, deslizó cinco cupones en el bolsillo interno
ó lenta yde su abrigo que colgaba del respaldo de su silla.
os otrosNadie la había visto, estaba segura. Cuando el timbre
del fin del turno chilló en la pared, se puso de pie,
abajadorentregó el resto de los formularios y los sobres en el
y colocarescritorio de Vogt y salió de la barraca con paso
ón. Cadaregular.
adas por La tarde era dorada, con el sol todavía alto en el
de Vogtcielo y una suave brisa en el aire. Apenas necesitaba
estaba enel abrigo, pero no se atrevió a quitárselo ahora; de
que latodos modos, ir con ropa de más en esta isla
es fuerasemihambreada era algo común esos días. Las
después.partículas de polvo se le pegaban a los ojos y la
regas segarganta, y el corazón le latía con fuerza, pero
no habíamiraba hacia adelante y seguía caminando. Se dijo
varianteque era el destino. La facilidad de esta oportunidad
era como si el universo la estuviera obligando a
decididotomar esa oportunidad para igualar el resultado. Se
trolar susmovía con el flujo de trabajadores por la pendiente
a grandehacia la puerta sur, su botín anidado con seguridad
t se dabacerca de su corazón. Los cuerpos se apuraban y la
as. Hedypasaban en su deseo de llegar a casa. Hedy
resa demaniobraba a través de ellos, asegurándose de
de treintamantener su paso firme. Casi estaba en el portón.
gotas deCasi estaba libre. Entonces, sintió una mano sobre el
, escribióhombro.
al mismo Al darse vuelta, vio la cara de él cerca de la suya.
o internoDurante un segundo, lo único que reconoció fue el
su silla.uniforme y pensó que iba a desmayarse.
el timbre —Hedy, ¿verdad? Soy Kurt Neumann, ¿se
o de pie,acuerda? Nos conocimos el día en que fue
bres en elcontratada. —Debe de haber visto que el color había
con pasoabandonado su cara porque agregó rápidamente—.
No se preocupe. No es por trabajo… Ni siquiera
alto en elformo parte de la OT. Quería pedirle un favor.
ecesitaba Ella lo miró, esperando a medias que los cupones
ahora; decobraran vida, salieran de su abrigo y se dirigieran
esta islahacia la cara del teniente. Inspiró lentamente
días. Lastratando de retomar el control.
ojos y la —¿Sí?
za, pero —Sé que es una de nuestras traductoras. Tengo
. Se dijoeste artículo del American Journal of Science, sobre
ortunidadel futuro del automóvil, y me preguntaba si usted
igando apodría traducírmelo. —Hedy abrió la boca, pero no
ltado. Sesalió ningún sonido—. Yo hablo inglés, ¡pero sé que
pendienteel suyo es mucho mejor que el mío! Me encantaría
eguridadpagarle, o podría agradecerle comprándole un trago
aban y laalguna vez. ¿Quizás una cena? —Sonrió, y era una
a. Hedysonrisa auténtica, cálida, llena de optimismo e ideas.
dose deSus dientes eran blancos y parejos. Hedy percibió
l portón.que el ácido que daba vueltas en su estómago estaba
o sobre elsubiendo.
—¿Cena?
e la suya. —Mire, comprendo si no quiere ser vista en
ió fue elpúblico con un oficial alemán. Pero tenemos acceso a
nuestras propias tiendas. Podría llevar la comida a su
ann, ¿secasa. ¿Le gusta el queso?
que fue —¿Queso? —Hedy se maldijo. Este tipo de
lor habíareacción de pánico era exactamente la forma en que
mente—.la iban a atrapar.
siquiera —O lo que quiera. Nada raro, le prometo. Estuve
en la Deutsche Jungenschaft, sabe. Modales
cuponesperfectos. —Lanzó una pequeña risa, invitándola a
dirigieranunirse a ella. Hedy estiró sus músculos faciales hacia
ntamentela posición de risa—. Entonces, ¿qué dice?
—Por supuesto. —Sintió que el espacio a su
alrededor se movía y desaparecía. Su único
s. Tengopensamiento consciente era que, claramente, este
, sobrehombre no sabía que era judía. Cada partícula de su
si ustedcuerpo le gritaba que se fuera. En su visión periférica
pero noestaba buscando las salidas.
ro sé que —Perfecto. Bien, pondré el artículo en su
ncantaríaescritorio y usted me hará saber qué noche le viene
un tragobien, ¿de acuerdo? Nos vemos.
era una Otra brillante sonrisa y se había ido. Hedy se dio
o e ideas.vuelta y continuó andando por el camino para salir
percibiódel complejo. Sus piernas parecían moverse sin peso
go estabadebajo de ella, y el sendero pasaba sin ser visto
delante de sus ojos. Apenas exhalaba hasta que llegó
al camino principal y, durante el resto de su viaje a
vista encasa, tuvo que detenerse para recuperar el aliento a
acceso ala vera del camino. Recién cuando estuvo de nuevo
mida a suen su apartamento pudo darse cuenta de lo que había
ocurrido. Allí comenzó a reír, unas aterradoras
tipo decarcajadas de histeria que hicieron que Hemingway
a en quese escondiera debajo de la cama, y la forzaron a
sentarse junto a la mesa. Durante varios minutos se
o. Estuvepreguntó si pararía alguna vez.
Modales Con mano temblorosa, sacó los cupones del
ándola abolsillo interior y los miró. Se había salido con la
ales haciasuya. Y, aparte de su propio miedo, no había razón
por la que no debiera salirse con la suya de nuevo.
cio a suQuizá todas las semanas. Sintió orgullo. Había
u únicoengañado a los amos, se había anotado una victoria.
nte, esteYa no era una colaboradora, sino una luchadora de
ula de sula resistencia. Escondiéndose a plena vista dentro del
periféricapozo de la serpiente, inoculando veneno en su nido,
lanzando una señal de victoria a toda la nación
en sualemana.
le viene Solo había un problema. Parecía que había
invitado a un oficial alemán a su casa para cenar.
dy se dio
para salir
del complejo. Sus piernas parecían moverse sin peso
debajo de ella, y el sendero pasaba sin ser visto
delante de sus ojos. Apenas exhalaba hasta que llegó
al camino principal y, durante el resto de su viaje a
casa, tuvo que detenerse para recuperar el aliento a
la vera del camino. Recién cuando estuvo de nuevo
en su apartamento pudo darse cuenta de lo que había
ocurrido. Allí comenzó a reír, unas aterradoras
carcajadas de histeria que hicieron que Hemingway
se escondiera debajo de la cama, y la forzaron a
sentarse junto a la mesa. Durante varios minutos se
preguntó si pararía alguna vez.
Con mano temblorosa, sacó los cupones del
bolsillo interior y los miró. Se había salido con la
suya. Y, aparte de su propio miedo, no había razón
por la que no debiera salirse con la suya de nuevo.
Quizá todas las semanas. Sintió orgullo. Había
engañado a los amos, se había anotado una victoria.
Ya no era una colaboradora, sino una luchadora de
la resistencia. Escondiéndose a plena vista dentro del
pozo de la serpiente, inoculando veneno en su nido,
lanzando una señal de victoria a toda la nación
alemana.
Solo había un problema. Parecía que había
invitado a un oficial alemán a su casa para cenar.
Capítulo 3
itido. —
gación—.—¿Dos semanas?
reséntese —Eso es lo que todas las mecanógrafas están
se alejódiciendo. Aparentemente quieren dar un ejemplo
ncia en elcon él.
Anton hizo una mueca.
persarse, —El vecino del señor Reis estuvo en la seccional
e obligó ade Jersey el mes pasado por traficar en el mercado
mirar anegro. Oí que la cárcel es bastante siniestra.
dad, pero —Mejor que ser enviado a Francia, supongo. Le
ombre nillevaría algo de comida, pero…
punto de —¡No! —Anton estiró la mano hacia ella con el
mínimadedo levantado—. Quédate al margen o los harás
vuelta ysospechar. Y creo que tienes que buscar otro empleo.
atrás una Hedy observó a Anton, que meneaba su caña de
pescar casera en lo profundo bajo la roca. Era un
o despuésaparato ingenioso: una percha atada a una vieja
Maria, el
olicías lemanguera parcialmente reforzada con un palo de
a el viaje.escoba roto. Podían sacar orejas de mar, incluso
vés de laspequeñas langostas, si tenían suerte.
bservaba —Sabes tan bien como yo que no conseguiría otro
ellos. Lotrabajo.
é, en ese —Pero tienes que protegerte. ¿Y si Neumann la
ue habíapasa muy mal allí y decide contarles la verdad?
Hedy parpadeó por el brillo del cielo blanco, y
miró a través del desierto lunar de las rocas y los
brillantes estanques hacia la playa de La Rocque.
Estaban muy alejados, y las personas en la orilla
fas estándistante no eran más que puntos de color. Uno de
ejemploellos era Dorothea, que esperaba su regreso junto al
espigón.
—Si me fuera a delatar, ya lo habría hecho. —
seccionalHedy esperaba que su tono sonara pragmático.
mercado —Puede ser, pero ¿qué tipo de recompensa
querrá cuando salga? Obviamente le gustas y ahora
ongo. Letiene información sobre ti. Podría tener una ventaja.
El tanteo de Anton se estaba volviendo más
la con elfrenético, como si pudiera saborear la cena de
los harásmariscos que acechaba a unos pasos de la playa. Sin
empleo. embargo, nada se movía en el agua, excepto un pez
caña deminúsculo, transparente, no más largo que una uña,
. Era unque iba y venía en miles de direcciones y unos pocos
una viejacangrejos costeros, más pequeños que una moneda
de seis peniques de plata, corriendo de prisa por el
palo depiso de arena para refugiarse bajo una piedra. Qué
, inclusopequeñas criaturas, pensaba Hedy, sin un sistema de
defensa; su única esperanza era esconderse. Se puso
uiría otrode pie para estirar las piernas.
—Entonces, ¿qué debería hacer? Si me voy ahora,
umann lasería más sospechoso. Y ellos tienen mi dirección en
sus legajos, si él quiere chantajearme, no puedo
blanco, yimpedirlo. —Se secó la película de transpiración del
cas y loslabio superior y jugueteó con la tira de tela de cortina
Rocque.rota que se había puesto alrededor del pelo como un
la orillapañuelo. El día era caluroso y cada nervio de su
Uno decuerpo se sentía muy cerca de la superficie de la piel.
o junto al —¿Cuánto tiempo tenemos hasta que cambie la
marea?
hecho. — —Veinte minutos, como mucho. Luego tenemos
que volver. —Anton chequeó el reloj en su bolsillo
ompensa—. Dorothea dice que llega muy rápido aquí. Esta
s y ahoraisla tiene una de las mayores mareas de Europa, unos
doce metros… Es muy poderosa.
ndo más Hedy asintió.
cena de —Muy bien, entonces, al menos tratemos de
playa. Sinatrapar algunas lapas. No volvamos a casa con las
o un pezmanos vacías.
una uña, Se dirigió a un grupo de rocas escarpadas, en el
nos pocosextremo alejado de la hondonada, y se agachó. Con
monedasu improvisado cincel, una pieza de pizarra robada de
sa por eluna obra en construcción en la ciudad, astilló las
dra. Quépequeña pirámides del lado de debajo de la piedra
stema dehasta que algunas cayeron en su canasto. Anton
Se pusoeligió un grupo diferente de rocas para trabajar y,
por un rato, no hubo otro sonido que el raspado y la
oy ahora,respiración por el esfuerzo. Encima de ellos se erguía
ección enla silueta de la antigua Torre Seymour, un recuerdo
o puedode otras guerras y luchas más antiguas. Hedy miró a
ación delsu amigo un par de veces, pero los ojos de él se
e cortinamantuvieron en la tarea. Pronto sintió los dedos
como unentumecidos y le sangraban los nudillos por la dureza
io de sude la roca. Tenían veintisiete lapas entre los dos,
apenas lo suficiente para un aperitivo. Anton lanzó
ambie laun suspiro de cansancio.
—Basta por hoy. No quiero correr ningún riesgo.
tenemos—Comenzaron su lento trayecto hacia la playa,
u bolsillopatinando y deslizándose en las rocas mojadas,
quí. Estasujetándose entre sí para mantener el equilibrio.
opa, unosCuando el silencio se hizo muy largo, Hedy buscó un
tema seguro.
—Entonces, ¿cuáles fueron los principales
emos detitulares en la BBC anoche?
a con las —Los alemanes se están acercando a Leningrado.
Si los rusos no pueden detenerlos y Roosevelt no se
as, en elinvolucra pronto, esto podría estar terminado para
chó. ConNavidad. —Se detuvo, sacó una pequeña bolsa de
obada detabaco de su bolsillo y armó el cigarrillo más delgado
stilló lasque pudo—. ¿Esto quiere decir que les entregaste tu
la piedraequipo inalámbrico? —Hedy asintió.
o. Anton —Si no lo entregaba, iban a registrar mi
abajar y,apartamento. No tenía sentido asumir riesgos
pado y laestúpidos.
se erguía —Y confío en que todo esto haya dado por
recuerdoterminado tu asunto con los cupones de gasolina
dy miró a¿verdad?
de él se —No soy tonta, Anton. —Luego agregó—:
os dedosAunque, si hubiera sabido que el fondo de mi bolsillo
la durezase había descosido, nada de esto habría sucedido.
los dos, —¿Y el doctor Maine?
on lanzó —Me siento mal por él. Pero hay muchos otros
traficantes en negro a los que puede ir.
ún riesgo. Las rocas se achataban a medida que se acercaban
la playa,a la playa y ahora estaban pisando sobre algas secas.
mojadas,Hedy miró hacia arriba y distinguió la figura delgada
quilibrio.de Dorothea sentada sobre una vieja manta, con las
buscó unpiernas dobladas prolijamente hacia el costado
debajo de su falda, saludándolos. Hedy dejó deslizar
rincipalesun suspiro que pretendió que fuera inaudible, pero el
ceño fruncido de Anton le indicó que no lo había
ningrado.sido. Dio vuelta las lapas en la cesta que tenía en las
velt no semanos antes de volver a mirarla.
ado para —Hay un grifo de agua fresca junto a las gradas.
bolsa deVoy a ir a enjuagarlas. Serán unos minutos. Ve y
s delgadohazle compañía a Dorothea. —Hedy lo cruzó con la
egaste tumirada y vio determinación—. Ve. No tardaré.
Era una tregua y Hedy lo sabía. Sintiéndose como
strar miuna escolar, arrastró los pies por la arena seca.
riesgosDorothea se movió sobre la manta y dio unos
golpecitos en el espacio que había cerca de sus pies.
dado por —¿Cómo les fue?
gasolina —No muy bien. Veintisiete lapas.
Dorothea se echó a reír.
agregó—: —No te preocupes. Puedo ponerlas en un pastel
mi bolsillode papas; le darán algo de sabor. Oh, mira, ¡te
raspaste la mano! —Tomó un pequeño pañuelo de
encaje de su bolso y rozó los nudillos de Hedy, antes
hos otrosde que tuviera la posibilidad de negarse—. Es un
asunto complicado pescar en aguas bajas. Pero vale
cercabanla pena si uno consigue la cena. Ey, mira lo que
gas secas.conseguí hoy. —Sacó un pequeño tubo negro de su
a delgadabolso y lo hizo girar hasta que se reveló una colilla de
a, con laslápiz labial—. Pertenecía a mi abuela; me dijo que
costadopodía quedármelo. ¿Te gustaría usarlo?
ó deslizar Hedy estiró el cuello en busca de Anton, que
e, pero elseguía con su tarea junto a las gradas.
lo había —No, gracias.
nía en las —¿Estás segura? Es de Coty. Es bueno. Y apuesto
a que es tu color.
s gradas. —De veras.
os. Ve y Hedy se inclinó para limpiarse las piernas con los
zó con ladedos. Gruesos granos de arena colgaban de sus pies
y de sus piernas húmedas, y le daban comezón.
ose comoAnsiaba ir con Anton para enjuagarse, pero entendió
ena seca.que no debía abandonar su puesto. Estaba a punto
dio unosde hacer una pregunta cortés sobre la familia de
Dorothea cuando ella comentó casualmente:
—Anton me dijo que pusieron a tu teniente en
prisión.
Hedy la miró, boquiabierta. Percibía que Anton se
un pastelacercaba hacia ellas. Quería abofetearlo.
mira, ¡te —¿Anton te lo contó?
ñuelo de —Por supuesto. Creo que es tan romántico… —
dy, antestrinó Dorothea—. Es como una película…, ir a
—. Es unprisión para salvar a la mujer que amas.
Pero vale Hedy sintió como si se le subieran insectos por la
a lo quepiel. Su voz salió aguda y fuerte.
gro de su —¡No tiene nada de eso! ¿Por qué lo dices? Sintió
colilla depena por mí, es todo.
dijo que La cara de Dorothea parecía la de una niña.
—Hedy, lo siento si te he ofendido. Pero… es un
ton, quegran gesto para hacerlo por lástima. ¿Estás segura de
que eso fue todo?
—¡No sé por qué lo hizo! Quizá se sintió mal por
Y apuestomolestarme la noche que comimos juntos. Pero,
realmente, ¿crees que tendría un romance con un
oficial nazi? —Las palabras parecieron retorcerse en
s con losel aire, y Hedy pudo sentir la sangre latiéndole en las
e sus piesmejillas.
comezón. En ese momento, la sombra de Anton se
entendiócorporizó sobre ellas. La cesta de lapas mojadas
a puntocolgaba de sus dedos que chorreaban agua sobre la
amilia dearena.
—¿Qué es esto?
niente en Hedy se puso de pie, mirándolo fijo con toda la
indignación que podía juntar.
Anton se —Parece que Dorothea piensa que hay una
especie de romance entre el teniente Neumann y yo.
¿De dónde diablos sacó esa idea?
tico… — Anton empujó la arena con el pie.
a…, ir a —Estoy seguro de que nadie está sugiriendo tal
cosa. ¿Qué tal si volvemos a la ciudad y buscamos
os por laalgún lugar donde conseguir una bebida fresca?
—No, lo siento, no me siento muy bien. Tengo
es? Sintióque ir a casa. —Era verdad. Necesitaba encontrar un
poco de sombra. Tenía que sacarse la arena,
limpiarse, refrescarse, calmarse. Dorothea le pasó la
o… es uncesta de lapas.
segura de —Al menos toma tu parte.
Hedy la rechazó.
ó mal por —No las puedo comer de todos modos. No son
os. Pero,kósher.
e con un —Creo que algunas cosas no deberían importar en
rcerse entiempos de guerra.—La voz de Dorothea era
ole en lasextrañamente calma y, cuando Hedy levantó la vista,
vio que la mujer la miraba con una intensidad
Anton sedesconcertante—. Hedy, sabes que puedes confiar en
mojadasmí, ¿no?
sobre la —Ya no estoy segura de en quién puedo confiar.
Dio media vuelta y caminó enérgicamente hacia
las gradas. Junto al grifo, dejó correr el agua fría
n toda lasobre sus piernas, y recién entonces, luchando para
ponerse los zapatos en los pies mojados, miró hacia
hay unaatrás. Anton estaba sentado, frotándose los ojos y la
ann y yo.cabeza con el lento ritmo del agotamiento. Pero
Dorothea todavía miraba a Hedy; el azul de sus ojos
reflejaba el sol de la tarde.
iendo tal
buscamos
La delgada columna de luz que entraba en ángulo a
n. Tengotravés de la ventana alta con barrotes iluminaba el
ontrar unpelo aceitoso de Wildgrube, que parecía una gorra
a arena,brillante. Junto con su expresión formal, parecía un
e pasó lapersonaje de la comedia del arte, y Kurt tuvo que
reprimir una sonrisa. Wildgrube estaba parado con
los pies cuidadosamente juntos, como si estuviera en
un desfile, y lo miraba.
. No son —De todas las personas de las que sospecharía
algo como esto, Kurt, nunca habría sido usted.
portar en Kurt aspiró profundamente el cigarrillo que
hea eraWildgrube le había dado y observó cómo el humo se
ó la vista,deslizaba por el rayo de luz. El banco de madera
ntensidadestaba ligeramente húmedo y lleno de astillas, y
onfiar en
todavía no se había acostumbrado al olor a mierda y
pis de este lugar. Pero nunca iba a darle a ese idiota
nte haciala satisfacción. Se encogió de hombros, como si no
agua fríaentendiera por qué hacía tanto alboroto. Se había
ndo paravuelto bastante bueno en ese gesto en los últimos
iró haciadías.
ojos y la —Para ser honesto, Erich… —observó que
nto. PeroWildgrube retrocedió un poco ante el uso de su
e sus ojosnombre de pila. “Dos pueden jugar este juego”,
pensó Kurt—. Sabía que estaba en contra de las
reglas, pero nunca lo vi como un asunto serio. Quiero
decir, la mitad de los tipos que conozco tienen alguna
ángulo aclase de asunto atrás. Me enteré de que el jefe de la
minaba elpolicía secreta tiene un pequeño negocio con uno de
na gorralos carniceros locales.
arecía un Wildgrube presionó los labios para retener un
tuvo quecomentario, y Kurt detectó el pequeñísimo temblor
rado conen su ojo izquierdo.
uviera en —Está mal informado, amigo —replicó Wildgrube
—. El mercado negro saca de circulación provisiones
specharíavaliosas, causa escasez y riesgo de insurgencia entre
la población civil. Es considerado muy dañino. —Se
illo quedio vuelta e hizo una extraña caminata por la
humo seestrecha celda mientras componía su siguiente
e maderaoración. Kurt dio otra larga pitada a su cigarrillo—.
astillas, yTodavía estoy conmocionado por el hecho de que
usted, un oficial respetado, infringiera estas reglas,
mierda ysabiendo el daño que le haría a su reputación. Tiene
ese idiotala suerte de que la campaña rusa esté progresando
mo si norápidamente; de lo contrario, debería dejar esta celda
Se habíay volar al frente oriental.
s últimos Kurt tragó las últimas bocanadas de su cigarrillo y
lo aplastó contra el piso, desintegrándolo contra la
rvó quefría piedra negra. Sintió que se levantaba un peso.
so de suUna quincena en ese agujero era algo con lo que
e juego”,podía lidiar, incluso perder su licencia era un precio
a de lasque valía la pena pagar. Pero la posibilidad de ser
o. Quierotransferido al este lo había mantenido despierto
en algunatodas las noches en su celda. En esas largas horas
efe de laoscuras, se había hallado cuestionando sus razones
n uno desin llegar a las verdaderas respuestas. Sí, salvar a una
bella muchacha de la prisión era algo noble, pero ¿si
tener unsignificaba morir en las marismas de Pinsk? ¿Y para
temblorqué? Solo había recibido una pequeña indicación de
que ella sentía algo por él, en ese solo segundo en el
Wildgrubecomplejo cuando ella lo miró con agradecimiento y…
ovisiones¿afecto? ¿Confusión? ¿Lástima de que estuviera
cia entredispuesto a comportarse como un tonto? Sin
ino. —Seembargo, conservaba ese momento como un tesoro
a por laen su cabeza desde entonces, y se prometió que, más
siguienteallá del castigo que le dieran, no la traicionaría. Si
arrillo—.esto lo convertía en Don Quijote o en el mayor tonto
o de quede la Wehrmacht, no estaba todavía seguro. Solo
as reglas,sabía que quería volver a verla, lo más pronto
ón. Tieneposible.
gresando Kurt se levantó del banco, agradecido de que
esta celdaWildgrube fuera mucho más bajo que él, y le dio al
policía una amistosa palmada en el brazo.
garrillo y —Tiene toda la razón, Erich. Y créame, esta es la
contra laúnica lección que necesitaré. Le aseguro que seré un
un peso.buen muchacho a partir de ahora.
n lo que Los ojos de Wildgrube se entornaron un poco.
un precio —No es cuestión de ser un “buen muchacho”. Se
ad de sertrata de mantener la actitud correcta hacia nuestro
despiertogran Reich y nuestro amado Führer.
gas horas —Por supuesto.
s razones Se quedaron de pie por lo que pareció un largo
var a unarato, sin que ninguno quisiera ser el primero en
, pero ¿siquebrar el silencio. Finalmente, Wildgrube hizo un
¿Y parasonoro resoplido y golpeó la puerta para que el
cación deguardia lo dejara salir. Cuando se dio vuelta para
ndo en eldespedirse de Kurt, este vio el rastro de una sonrisa
iento y…alrededor de su boca delgada.
estuviera —Cuando lo dejen salir, venga a verme.
nto? SinTomaremos un trago… Dejaremos todo esto atrás,
un tesoro¿sí?
que, más —Me parece bien.
onaría. Si Kurt observó cómo se cerraba la puerta y oyó las
yor tontopisadas que desaparecían por el corredor, hasta que
uro. Soloel único sonido que quedó fueron los quejidos de un
s prontoprisionero enfermo en la celda de al lado. Se sentó en
el banco y se inclinó hacia atrás mirando cómo el haz
de quede luz atrapaba nuevas ondulaciones y rajaduras en
le dio alla pared mientras trepaba hacia arriba y sus
pensamientos se dirigieron hacia el rey Canuto.
esta es la
e seré un
Las hojas de los árboles en los Parade Gardens se
estaban volviendo amarillas y marrones, y abultadas
acho”. Senubes cargadas de lluvia corrían deprisa por el cielo.
a nuestroEra casi septiembre. Mientras Hedy caminaba por
allí, varios soldados alemanes fuera de servicio y
aburridos estaban recostados contra el pedestal de
un largogranito o apoyados en la réplica de los cañones,
mero enfumando cigarrillos franceses y charlando. Había
hizo unalgo de grosero y corrupto en ellos. Uno hizo un
a que elsilbido bajo mientras ella pasaba, por lo que dio
elta paravuelta la cabeza en señal de disgusto.
a sonrisa El café estaba en la calle York, cerca del Hospital
General. Era un lugar pequeño, oscuro, discreto, con
verme.un toldo desteñido sobre la ventana y un interior
sto atrás,marrón que parecía más oscuro por las pesadas
cortinas de encaje. Un sitio perfecto para su reunión.
La puerta chirrió al empujarla para abrirla. Se sintió
y oyó lasaliviada al encontrar que el lugar estaba vacío,
hasta queexcepto por la mesera de aire aburrido y una mujer
dos de unanciana sentada junto a la ventana, dosificando una
sentó en
mo el haztaza de té de zarzamora y mirando sin ver a los
duras entranseúntes. Hedy se acomodó en una mesa en el
a y susfondo, pidió una taza de café de zanahorias y se
dispuso a esperar.
Cinco minutos después, sonó de nuevo la campana
y Hedy levantó la vista. Él estaba de pie en la puerta,
ardens secon un impermeable marrón largo y un viejo
abultadassombrero de fieltro; sus ojos afilados la buscaban a la
r el cielo.vez que tenían cuidado de no hacer contacto directo.
naba porSe dirigió a la mesa que estaba al lado de la de ella y
ervicio ysimuló estudiar el menú. Hedy sorbió su bebida y
destal demantuvo la vista en la ventana. Oyó que él pedía un
cañones,vaso de leche a la mesera, con la voz notablemente
o. Habíatensa y agotada, luego escuchó el crujido del
hizo unperiódico. Hedy esperó que la mesera se hubiera ido
que dioa la despensa de atrás en busca de la jarra de leche,
sacó un pequeño paquete de su bolso y se estiró para
Hospitalcolocarlo en la mesa de él. Volvió a acomodarse con
reto, conla taza en la mano.
n interior Con la misma destreza, el doctor Maine tomó el
pesadaspequeño atado y lo deslizó en el bolsillo de su abrigo.
reunión.Solo entonces se permitieron un pequeño
Se sintióintercambio de sonrisas, como reconocimiento de
ba vacío,una transacción bien hecha. Pero en ese momento
na mujerfugaz, Hedy vio que las sombras debajo de los ojos
ando unade él eran más oscuras que antes, y que el pelo
alrededor de las sienes estaba más gris. Y supo que
ver a loshabía hecho lo correcto al no contarle sobre lo
esa en elocurrido en Lager Hühnlein, así como había hecho
rias y sebien en no decirle a Anton que no tenía intenciones
de dejar el robo de los cupones de gasolina.
campana Todos estaban bajo suficiente presión, viviendo ya
a puerta,con demasiado miedo e incertidumbre, sin la
un viejoansiedad de conocer los secretos de otras personas.
aban a laLa ocupación los estaba convirtiendo a todos en
o directo.enigmas.
de ella y Hedy terminó con lo que quedaba en su taza, dejó
bebida yel dinero exacto sobre la mesa y se deslizó en silencio
pedía unde nuevo hacia la calle. Se sentía contenta consigo
blementemisma, admiraba su valor y su fortaleza, y trataba de
jido delconectar con esa sensación, de registrarla en su
biera idomemoria. Porque sabía que esta podía ser la última
de leche,vez que sintiera una emoción tan pura. A partir de
stiró paraahora, si hoy las cosas salían como planeaba, cada
darse conlogro futuro estaría cargado de shanda, de vergüenza,
y sería considerado poco.
tomó el La noche anterior había estado despierta en la
u abrigo.cama, tan asustada de la oscuridad y de sus propios
pequeñopensamientos que dejó que los restos de una
iento depreciada vela se consumieran hasta el final. La llama
momentose agitaba en la habitación llena de corrientes de aire,
e los ojosarrojando sombras y formas extrañas hacia la cortina,
e el pelopero apenas las notaba. En cambio, veía a su madre
supo queinclinada hacia adelante, llorando sin consuelo, y a su
sobre lopadre con su habitual temperamento furioso. Veía a
ía hechoRoda, mirando con incomprensión a una hermana
tencionesque ya no conocía, y a Anton con la cabeza entre las
manos, como lo había visto ese día en la playa. Pero
viendo yalo que más veía era a Kurt, y ese pequeño guiño que
, sin lale había comunicado tanto. La imagen ya estaba
personas.desgastada por la repetición, pero la atravesó de
todos endeseo. Sintió ganas de tocarse, pero la culpa le
mantuvo las manos fuera de la manta, expuestas al
aza, dejóaire frío y húmedo. Cerró los ojos y se dio vuelta,
n silencioenterrando la cara en la almohada. Pero allí no
a consigoencontró nada más que soldados alemanes que
rataba demarchaban por Grabenstrasse y guardias de las SS
a en suque pateaban el bulto acurrucado de un viejo vecino
la últimajudío que agonizaba en la calle. Todo el tiempo la
partir deimagen era dispersada por la cara sonriente de Kurt
aba, cadaque se abría paso hacia el frente. Y cuando su
ergüenza,destartalado despertador a cuerda mostró las tres de
la mañana, dejó que su resolución se diluyera, y
rta en ladeslizó una mano debajo de las mantas para silenciar
s propioslas palpitantes exigencias de su cuerpo.
de una Para cuando Hedy llegó a la calle Newgate, su
La llamacorazón estaba desbocado. Dobló por un camino
s de aire,estrecho, desierto, consciente de sus pisadas sobre los
a cortina,adoquines. A mitad de camino, había una puerta de
su madremetal abollada en la imponente pared de granito; un
lo, y a sugran aro de metal servía de llamador, y debajo de él,
o. Veía ahabía una pequeña mirilla. Hedy se acercó
hermanalentamente a la puerta y se detuvo a esperar en el
entre laslado opuesto de la calle, a la sombra de las paredes
aya. Perode la prisión. Gotas de agua comenzaron a dibujar
uiño quecírculos en los adoquines y, cuando la lluvia se hizo
a estabamás intensa, se hundió en su pelo y sus hombros. Ella
avesó desiguió esperando, en silencio y sin moverse.
culpa le Finalmente, la puerta se abrió. Kurt, con la
uestas alchaqueta y la gorra de su uniforme y un paquete
o vuelta,envuelto en papel con sus pertenencias, salió a la
o allí nocalle. Ella lo observó levantar la vista al cielo y
anes querespirar profundo, luego se dio vuelta y la vio. Por un
de las SSmomento, Hedy temió que lo que veía fuera enojo.
jo vecinoPero volvió la sonrisa. Aliviada, se la devolvió.
iempo laLevantó un dedo hacia los labios y caminó hacia él.
e de Kurt —Veinte metros atrás —murmuró—, no más
uando sucerca. —Kurt asintió.
as tres de Hedy comenzó a caminar hacia la calle principal.
luyera, yCada tanto echaba una mirada sobre el hombro o
silenciarbuscaba una excusa para darse vuelta y ver si él
todavía la seguía. Caminaron, tan íntimos en la
wgate, sudistancia, hasta Parade Gardens y a través de las
n caminodelgadas calles de las cabañas de la ciudad y las
sobre lostiendas comerciales hasta que llegaron a la calle New
puerta dey la puerta de entrada del edificio de Hedy. Ella
anito; untrepó los escalones y entró, haciendo solo un segundo
ajo de él,de pausa para ver la figura distante de Kurt,
acercómidiendo sus pasos para controlar la velocidad. Dejó
rar en ella puerta entreabierta y subió las dos escaleras hasta
s paredessu apartamento, agradecida de que la puerta de la
a dibujarseñora Le Couteur permaneciera firmemente
a se hizocerrada. Metió la llave en la cerradura justo mientras
bros. Ellaescuchaba el ruido de las pisadas de Kurt abajo, y se
apresuró a entrar. De pie, inmóvil en el centro de la
, con lapequeña habitación, respiró con dificultad, mientras
paquetede su abrigo emanaba vapor y los mechones de pelo
alió a lamojado se le pegaban en la frente. La habitación
l cielo yapestaba a las verduras hervidas de la noche anterior,
o. Por unlas suyas o las de un vecino, no podía estar segura.
ra enojo.Oyó pisadas en las escaleras. Hemingway,
devolvió.percibiendo el peligro, corrió debajo de la cama y se
quedó allí. En ese momento, Kurt estaba de pie en el
no másumbral, mirándola con vhemencia, tratando de
sopesar la situación. Cerró la puerta tras él y se sacó
principal.la gorra.
ombro o Por un momento, ninguno de los dos se movió.
ver si élHedy no tenía idea de lo que él pensaba. Kurt dio un
os en lapaso hacia ella, luego otro, y la tomó entre sus
és de lasbrazos. Hedy sintió que se fundía con él. Los labios
ad y lasde Kurt, que sabían ligeramente a tabaco, estaban en
alle Newlos de ella, y la besaban con una tierna ferocidad que
edy. Ellaenviaba dardos de deseo por todo su cuerpo; las
segundomanos de Kurt se abrieron camino por su pelo hasta
de Kurt,llegar a la nuca; le acarició los brazos y los hombros,
dad. Dejóbajando hacia los pechos. Hedy apeló por última vez
ras hastaa su conciencia, pero las reglas y la certeza habían
rta de ladesaparecido ya y el deseo la arrastró hacia un pozo
mementede placer. Para cuando su vestido cayó al suelo, no
mientraspodría haber dicho ni su propio nombre.
bajo, y se
ntro de la
mientras
s de pelo
abitación
anterior,
r segura.
mingway,
ama y se
pie en el
ando de
y se sacó
e movió.
urt dio un
entre sus
os labios
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cidad que
erpo; las
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hombros,
bajando hacia los pechos. Hedy apeló por última vez
a su conciencia, pero las reglas y la certeza habían
desaparecido ya y el deseo la arrastró hacia un pozo
de placer. Para cuando su vestido cayó al suelo, no
podría haber dicho ni su propio nombre.
Capítulo 4
elegante
scrita en Nabos, nabos, hermosos nabos,
pequeño cantamos loas a los viejos y queridos nabos.
Oh, sí, están muy bien,
¿Quieres te llenan hasta que estás por explotar,
nabos, nabos, suculentos nabos.
a semana Son todo lo que un tipo necesita.
erdad lo Los adoramos, dennos un poco más de ellos,
e encanta hermosos, hermosos nabos.
que suba
Los cinco cantantes, vestidos caóticamente con
etamentediversos restos del cajón del guardarropa de
preguerra del Green Room Club, guiaban a la
izá sobremultitud con vigoroso entusiasmo. Cadenas de
rcibió lamanos tomadas a lo largo de cada fila de asientos, un
el vientobosque de brazos bamboleantes, se destacaban
uerza delcontra el escenario, mientras caras entusiastas se
miraban unas a otras, riendo ante la ridiculez de todo
eso.
ugar de Hedy, sosteniendo fuerte a Anton con la mano
dos aquí. derecha y a una señora mayor de pelo blanco con la
a en suizquierda, cantaba lo más fuerte que podía, riendo
derritieraentre una respiración y otra. Había sido una gran
idea después de todo. Había dudado la noche
anterior si aceptar el boleto extra de Anton,
principalmente porque había estado esperando que
Kurt tuviera la tarde libre. Pero después de encontrar
una nota de Kurt en el bolsillo de su abrigo, donde
decía que había sido convocado a una reunión con
autoridades locales, decidió que la ida al teatro podía
ser una buena distracción. Ahora se preguntaba por
qué no lo había hecho antes. La hermosa Ópera
Victoriana, con sus cintas doradas y molduras en
forma de laurel, le recordaba su teatro local en
Viena, donde su padre la había llevado cuando era
niña. Ese olor a madera encerada y viejo terciopelo
polvoriento, el estado de expectativa… ¿Y qué si
ente conreconocía al actor principal del puesto en el mercado
ropa dede pescado o que el escenario estuviera iluminado
ban a lapor tres faros de automóvil fijados en el pozo de la
enas deorquesta y alimentados por baterías en los costados?
entos, un¿Qué importaba que el telón tuviera que levantarse a
estacabanlas cuatro, para que la gente de los distritos rurales
iastas sepudiera volver a casa a tiempo para el toque de
z de todoqueda? Aquí había color y canciones y una vía de
escape y, por una vez, el miedo estaba firmemente
la manoenjaulado. Se inclinó para gritar en el oído de Anton:
co con la —¿No es maravilloso?
a, riendo Anton sonrió, pero Hedy vio que no había nada
una grandetrás de eso. Parecía distante, remoto. Ahora que lo
a nochepensaba, Anton había estado en un extraño estado
Anton,de ánimo desde que se habían encontrado esa tarde.
ando queEl volumen de su canto bajó un poco y comenzó a
encontrardeslizar algunas miradas de reojo a su amigo.
o, dondeInclinándose para observar a Dorothea, que estaba
nión condel otro lado de Anton, buscó señales de una
tro podíadiscusión o enojo. Pero ella sonreía al escenario con
ntaba porlos ojos enormes, sin pestañear, cantando con
a Óperaentusiasmo junto con el resto. Si había problemas en
duras enel paraíso, claramente Dorothea no era consciente de
local eneso.
ando era Los pesados cortinados rojos cayeron para
erciopeloanunciar el intervalo y, con un repiqueteo de asientos
Y qué sique se levantaban, la audiencia comenzó a llenar los
mercadobares y los baños. Hedy se inclinó hacia sus dos
uminadoacompañantes.
ozo de la —¿Vamos a buscar algo para tomar?
costados? —No tienen café o té de verdad —refunfuñó
antarse aAnton.
os rurales —No, pero vi un cartel de camino en el que decían
toque deque tenían el mejor café de chirivía de la ciudad.
na vía deVamos, ¡yo invito!
memente Dorothea abrió grandes los ojos.
e Anton: —¿Quieres decir… a los dos?
Hedy sintió una cierta vergüenza. Durante
bía nadasemanas había tratado de ser más amistosa con
ra que loDorothea. El romance no mostraba señales de
o estadodesvanecerse y, sabiendo que tenía que hacer un
esa tarde.esfuerzo por el bien de Anton, se había ocupado de
omenzó apreguntarle sobre su salud, su abuela y hasta su
u amigo.trabajo de maquinista en la fábrica Summerland.
ue estabaPero la obsesión de la mujer con las viejas revistas de
de unacine y su interminable charla sobre estilos de peinado
nario conno eran una buena conversación, y su persistente
ndo conrisita infantil ante cosas que no eran realmente tan
lemas engraciosas le ponían a Hedy los nervios de punta.
ciente deHasta ahora, pensaba que su irritación se había
mantenido oculta, pero el comentario de Dorothea
on pararevelaba que sus sonrisas fingidas e impacientes no
e asientoshabían ocultado nada. Ahora tendría que reparar el
llenar losdaño.
sus dos —¡Por supuesto, a los dos! Vamos, o no haremos a
tiempo para que nos sirvan.
Los tres salieron del auditorio y bajaron las
efunfuñóescaleras hasta el pequeño bar del teatro, donde se
unieron a la larga fila de locales desaliñados que
ue decíanesperaban por cualquier insignificancia que pudieran
a ciudad.ofrecerles. Todos estaban tan acostumbrados a hacer
fila estos días, que apenas hacían comentarios al
respecto. Hedy abrió su bolso para buscar su
monedero, pero Anton colocó una mano encima de
Duranteél.
tosa con —No seas tonta.
ñales de Hedy se controló.
hacer un —¿Por qué no? Estoy ganando dinero ahora. Y
upado dedespués de todas las veces que has pagado por mí…
hasta su —Está bien…, guarda tu monedero. —Su voz
merland.tenía una cierta tensión.
evistas de —Anton, ¿qué pasa? Has estado de mal humor
e peinadodesde que llegué. —Miró a Dorothea en busca de
ersistenteuna aliada, pero ella la ignoró. Hedy se había dado
mente tancuenta de que, como Anton, evitaba cualquier tipo
de punta.de conflicto.
se había —Estoy bien. Un poco cansado, no más.
Dorothea —Ah, pobre Anton. —Hedy se acercó a su oído y
ientes nocomenzó a cantar una vieja canción de cuna en un
eparar elmelódico murmullo—: Schlaf, Kindlein, schlaf! Der
Vater hüt’t die Schaf, die Mutter schütttelt’s Baüme
aremos alein…
Anton se apartó bruscamente. Su expresión era
aron lastan dura que Hedy dio un paso atrás.
donde se —Hedy, ¡por el amor de Dios! ¿Quieres que nos
ados quegolpeen? —Se limpió la oreja con los dedos como
pudieranpara quitar de allí la melodía—. Piensas que estoy de
s a hacerun humor extraño, pero ¿qué te pasa a ti? Has
tarios alactuado como si estuvieras ebria o algo así estas
uscar suúltimas dos semanas.
ncima de —Solo estaba bromeando contigo, ¡eso es todo!
—No, es más que eso. Algo te pasa.
Hedy sintió que la sangre se le agolpaba en las
mejillas. Esperaba que él considerara que se debía a
ahora. Yla falta de ventilación del bar, que de inmediato le
resultó abrumadora.
—Su voz —¡Solo estoy tratando de mantenerme alegre! No
te haría mal intentarlo. Todos están cansados, todos
al humortienen hambre, pero ¿qué ganas con quejarte?
busca deDorothea, ¿no piensas así?
bía dado Pero Dorothea la miraba como si acabara de
uier tiporesolver un crucigrama:
—¡Ya sé lo que es! ¿Es ese teniente, no? ¿Lo has
visto de nuevo?
su oído y El aire se volvió más espeso. Hedy rogó que su
na en unvoz todavía estuviese funcionando.
Der —¿Qué?
s Baüme —Es eso, ¿no? ¿Cuál era su nombre…; Kurt?
Sabía que su única opción era atacar, aunque sus
esión eramejillas ahora estaban en llamas.
—¡Por favor, Dorothea!
que nos —¿Tengo razón, no? Lo has visto.
dos como En ese momento, Hedy la odió. ¿Cómo podía esa
estoy demujer no entender la gravedad de todo esto? Una
ti? Haspareja anciana que llevaba unas tazas cachadas
así estastropezó con los tres mientras trataba de hacerse
camino entre la multitud. El hombre murmuró una
disculpa, pero Hedy apenas le agradeció. Inspiró
profundamente para calmarse.
ba en las —Te dije que lo vi una vez cuando salió de prisión
e debía apara agradecerle. Eso es todo.
ediato le —¿No lo has visto desde entonces? —preguntó
Anton.
egre! No —¿Por qué lo haría?
os, todos —¿Porque realmente te gusta? ¿Y tú le gustas a
quejarte?él? —La cara de Dorothea estaba llena de ansiedad y
preocupación, pero no mostraba que la estuviera
abara dejuzgando. Hedy casi envidió su ingenuidad.
—No sé lo que está pasando por tu cabeza,
¿Lo hasDorothea, pero, en realidad, no me conoces en
absoluto. Y, por favor, ¿puedes no decir cosas como
ó que suestas en un lugar público? Vuelvan a sus asientos, yo
sigo haciendo la fila para las bebidas.
Pero Anton seguía buscando pelea.
—Siéntense ustedes dos…, yo las compro.
nque sus —Anton, por última vez, dije que voy a pagar yo.
—Hedy buscó su monedero de nuevo.
—¡Y yo dije que guardaras tu dinero! —Le
empujó el bolso, que cayó al piso, su contenido
podía esaesparcido. Todos miraron hacia abajo para ver la
sto? Unahistoria íntima en exhibición. El monedero de cuero
cachadasde Hedy, un regalo de Navidad de los Mitchell antes
hacersede la guerra; un pañuelo de encaje comprado en el
muró unamercado local en épocas más felices; una barra a
. Inspirómedio comer de chocolate Stollwerck, todavía en su
brillante envoltorio azul.
de prisión Por un momento, nadie habló. Simplemente
observaron el chocolate como si fuera una granada
preguntóde mano. La fila para el mostrador avanzó; dos
mujeres con sombreros de paja gastados que estaban
detrás de ellos, al darse cuenta de que el trío de
gustas aAnton no tenía intención de continuar, se encogió de
nsiedad yhombros y pasó delante de ellos.
estuviera Hedy alzó la vista para encontrar la de Anton y
vio la furia que el acero de su voz acompañó:
cabeza, —¿Y supongo que compraste esto en el mercado?
noces en—Involuntariamente, Hedy llevó una mano a su
sas comomejilla, dejando que Dorothea se agachara en busca
entos, yode los ítems desparramados.
—Lo conseguí de una secretaria en el trabajo. —
La frase se balanceó en el aire como ropa tendida y
congelada, rígida y con una forma incorrecta.
pagar yo. —No te creo. —Anton nunca antes le había
hablado así—. Me dijiste que nunca hablas con nadie
ro! —Leallí. Y sí, tu cara es de color carmesí.
ontenido Hedy sintió que la pared comenzaba a
ra ver ladesmoronarse. No tenía fuerza, apenas logró
de cuerosusurrar:
hell antes —Anton, lo siento. Debería habértelo dicho.
ado en elPero…
barra a Dorothea se puso de inmediato a su lado,
vía en sucolocándole el bolso en el brazo, poniendo una mano
sobre el hombro de Hedy mientras con la otra le
plementeacariciaba el pelo.
granada —Hedy, ¡no te disculpes! Nadie elige de quién
nzó; dosenamorarse. Y no es un caso diferente del de Anton
e estabany yo.
l trío de Hedy mantenía los ojos fijos en Anton, cuyo
ncogió derostro estaba tenso por la furia controlada. Su voz
era grave.
Anton y —Es totalmente diferente. ¿Le dijiste?
—¿Decirle?
mercado? —No te hagas la tonta. ¿Le dijiste?
no a su —Yo… no.
en busca Anton sacudió la cabeza. En el mostrador, las
mujeres de sombrero de paja le estaban dando a la
abajo. —muchacha que les servía la receta de la mermelada de
tendida yzanahorias. El sonido de las cucharas que chocaban
con las tazas era, de pronto, ensordecedor.
le había —¡Todo ese discurso al comienzo… cuánto los
con nadieodiabas, qué miedo les tenías! Hice todo lo que pude
por protegerte. ¡Y ahora esto! —Hedy miraba al piso
nzaba acubierto por alfombra. El sector delante ella se había
as logróreducido a un entramado de fibras sin pelo, separado
por miles de pisadas durante décadas—. ¿Quieres ir a
o dicho.prisión, quizá, que te deporten? ¿Eso es lo que
quieres?
su lado, La mano de Dorothea todavía estaba en su pelo.
una manoHedy quería apartársela, pero no se atrevía a atraer
a otra lemás atención.
—No seas cruel con ella, Anton. No es su culpa —
de quiénmurmuró Dorothea.
de Anton Pero Anton se estaba abotonando la chaqueta y
atándose la bufanda al cuello.
on, cuyo —En realidad, lo es. ¿Vienes conmigo o te quedas
a. Su vozaquí?
Dorothea le echó una mirada dolorida a Hedy,
pero ella le hizo una seña de que se fuera. Con un
apretón final en el brazo de Hedy, Dorothea siguió a
Anton fuera del bar. Hedy escuchó los pies en la
escalera, pero sus ojos seguían fijos en la alfombra;
ador, lasluego, con paso lento, mesurado, también salió del
ando a lateatro, pero por otra puerta. Con suerte, lograría
melada dellegar a casa antes de que comenzaran las lágrimas.
chocaban
uánto losLos rasantes rayos de sol penetraban por la amplia
que pudeventana con arco que se encontraba al fondo de la
ba al pisocámara del Consejo, rebotaban en la mesa pulida e
se habíailuminaban las medallas que colgaban del pecho del
separadoalemán. El reflejo era tan deslumbrante que Kurt,
uieres ir aque estaba directamente en frente, se vio obligado a
s lo quetirarse hacia atrás en su asiento para no
enceguecerse. Por qué un mero administrador como
su pelo.el doctor Wilhelm Casper, que parecía como si
a atraerhubiera pasado toda la Gran Guerra en una variedad
de oficinas y no supiera distinguir un extremo de un
culpa —rifle del otro, debería tener un conjunto tan
impresionante de condecoraciones, era algo sobre lo
aqueta yque Kurt solo podía especular. Miró a las veinte o
más personas que estaban alrededor de la mesa para
e quedasver si alguno más compartía su escepticismo, pero las
otras caras alemanas solo exhibían sonrisas tensas,
a Hedy,mientras que las cabezas de los de Jersey estaban
. Con unabatidas sobre sus papeles. La única persona que
a siguió aKurt reconoció era un soldado de primera con cara
ies en lade niño llamado Manfred, a quien había conocido
alfombra;recientemente en un viaje de reconocimiento a uno
salió delde los nuevos búnkeres en la costa norte. Un fiel
lograríafanático de Dresdner SC, al que Kurt había
considerado amistoso y curioso en el campo. Pero
allí, bajo la mirada de la plana mayor, Manfred
mantenía la cabeza gacha enfocándose en su
a ampliacuaderno, sin reconocer casi la presencia de Kurt.
ndo de la Kurt echó una mirada anhelante a las ramas
pulida edesnudas de un árbol que había fuera de la ventana y
pecho delse mecía en el viento contra el sol del atardecer, y
ue Kurt,suprimió un suspiro. Ni siquiera sabía por qué había
bligado asido convocado a esa estúpida reunión. El tema por
para noel que tenía que asesorar –la adaptación del
dor comoaeropuerto local para acomodar los nuevos
como sibombarderos de la Luftwaffe– estaba listado en la
variedadagenda como “Otros asuntos si el tiempo lo permite”
mo de uny, como ya eran casi las seis, era obvio que su
unto tanpresencia había sido una total pérdida de tiempo.
sobre loPodría haber estado con Hedy. Los sábados solían
veinte oser un buen día para evitar a sus vecinos, ya que
mesa paramuchos de ellos iban a hacer la fila del mercado o a
, pero lasvisitar a su familia. Podrían haber estado acurrucados
as tensas,ahora mismo en la pequeña cama. Tuvo una
estabansensación de resentimiento mientras su mente se
sona quedeslizaba por el aroma de su pelo, la suavidad de sus
con caradedos, ese cuerpo flexible y sensible.
conocido Era más que eso ahora, sin embargo. Por supuesto
to a unoque había tenido novias en su país –un par habían
. Un fielsido bastante importantes en su momento–, pero lo
rt habíaque sentía en las últimas semanas, esta nueva
po. Peroemoción profunda, lo conmocionaba genuinamente.
ManfredPensaba en ella todo el tiempo, deseaba compartir
en sucualquier momento interesante del día, anhelaba
escuchar su voz. Esto afectaba también su actitud
as ramashacia sus colegas. En la cocina de su alojamiento,
ventana ysolía escuchar que los otros oficiales se reían
rdecer, ymientras compartían historias sobre alguna
qué habíamuchacha con la que habían flirteado, o con la que
tema porhabían tenido sexo en la parte trasera del club de
ción delcampo. Se palmeaban la rodilla como forma de
nuevosinfantil felicitación al hablar de alguna morena que
do en lales había dado sexo oral en el asiento trasero de un
permite”auto por un kilo de pescado: uno alardeó de que
o que suhabía tenido tanto a la madre como a la hija a cambio
tiempo.de doscientos cigarrillos franceses. Kurt nunca se
os solíanhabía sentido cómodo con ese tipo de charla, pero
, ya queahora la consideraba definitivamente desagradable.
rcado o aMás que eso, lo desconcertaba. ¿Qué satisfacción
urrucadosencontraban allí? ¿Qué desafío, qué descubrimiento?
uvo unaSí, al comienzo, era la lujuria lo que lo había
mente seimpulsado hacia Hedy. Pero ahora…, ahora era esa
ad de susoscuridad interna la que lo atraía. La mezcla de
enojo y tristeza en sus ojos, que ocultaban un
supuestomisterio tan complejo que lo asustaba. ¿Cómo podía
ar habíanuna mujer darle su cuerpo con tanto abandono y, al
, pero lomismo tiempo, ocultar tanto? Como un pescador
a nuevaque, al final del día, solo había atrapado pececitos,
namente.pero sabía que, debajo de la superficie, todavía
ompartirnadaban grandes peces gordos, Kurt no podía
anhelabaapartarse de allí.
u actitud —Algunas restricciones adicionales al combustible
jamiento,—estaba diciendo el doctor Casper a través de su
se reíanintérprete, un hombre joven, delgado, con gafas, que
algunapodía haber pasado por su propio hijo—. A partir de
on la quela próxima semana, el gas solo estará disponible
club deentre las 7 y las 14.30, y entre las 17.30 y las 21. Y el
orma deComando de Campo desea procurarse el contenido
rena quede los negocios de madera de la isla. Por supuesto,
ro de unestaremos contentos de negociar un acuerdo sobre
ó de queuna base amigable.
a cambio Una nueva voz se levantó:
nunca se —La población local necesita la leña para
rla, perocalentarse y cocinar. ¿Qué pasa si no queremos
gradable.negociar?
tisfacción Kurt llevó su atención de nuevo a la mesa para ver
imiento?quién había hablado. Un cansado hombre de Jersey
lo habíade pelo blanco y gafas con montura de metal, que
a era esaKurt entendió que era el consejero local sobre
mezcla decuestiones laborales, estaba mirando a Casper con un
aban undesprecio poco disimulado. Casper solo se encogió
mo podíade hombros.
ono y, al —Entonces, señor Le Quesne, lo tomaremos de
pescadortodas formas. El Comando de Campo debe poner las
pececitos,necesidades de la guarnición de la isla delante de las
todavíanecesidades de… Einheimische. —Casper se limpió
o podíalos labios secos con los dedos como si la palabra
“locales” le hubiera ocasionado un sabor
mbustibledesagradable—. También requerimos que los
és de sucontenidos de sus invernaderos sean puestos a
afas, quedisposición del ejército.
partir de Kurt miró los papeles que tenía delante de él, con
isponiblecuidado de mantener su expresión neutral. Por
s 21. Y eldentro, se encogía de dolor. Todos los días, durante
ontenidomeses, había escuchado a su colega Fischer quejarse
supuesto,de la estupidez de los miembros locales del Consejo
do sobreSuperior, estos tontos provincianos con su necio
rechazo a aceptar las órdenes naturales y de sentido
común de sus señores, y su rústica mentalidad que les
ña paraimpedía ayudarse a sí mismos. Hasta el propio Kurt,
queremosal ver a Hedy racionar sus magras verduras para la
semana, se había preguntado en privado si esta
para verescasez tenía más que ver con los defectos de la
de Jerseypolítica agrícola local que con la interferencia del
etal, queComando de Campo. Sin embargo, aquí estaba el
al sobrenuevo gobernador robando la comida de los locales
er con unsin siquiera molestarse en mentir al respecto.
encogió —Creo que comprendemos perfectamente el
estatus de los “locales”, doctor Casper —dijo Le
remos deQuesne, con toda vivacidad—. Haber puesto en
poner lasprisión a mi mensajero, cuyo tartamudeo le impidió
nte de lasdisculparse cuando rozó a un oficial alemán en la
se limpiócalle, lo dejó bien claro. Al igual que su última
a palabramedida: la orden de quedarse con las ganancias de
n sabortodos los negocios judíos. —Kurt miró a Casper,
que lospreguntando si esto terminaría en un duro regaño o
uestos aalgo peor, cuando otra voz de Jersey surgió del
extremo de la mesa. Venía de un hombre de piel
de él, condescascarada que llevaba bigote y anchas cejas.
tral. Por —No creo, señor Le Quesne —dijo el recién
, durantellegado con tono nasal—, que el antagonismo
quejarsedeliberado le sirva a nadie aquí. El año pasado, usted
Consejomismo era uno de los principales defensores de que
su necioel Consejo Superior de Jersey retuviera la autoridad
e sentidocivil, de que pudiéramos actuar como un puente de
d que lescomunicación, por así decir, entre nuestros visitantes
pio Kurt,alemanes y la población local. Sobre esa base, la
s para laimplementación de los deseos del doctor Casper es
o si estatanto nuestro deber como nuestra obligación. —El
os de laorador giró hacia Casper y le ofreció una sonrisa
encia delafectada que le revolvió el estómago a Kurt.
estaba el —Agradezco al jefe de la Oficina de Extranjeros,
os localesel señor Clifford Orange, por su respuesta
pragmática y cortés —replicó Casper con un
mente elmovimiento de cabeza—. Y, como nos estamos
—dijo Lequedando sin tiempo, creo que deberíamos concluir
uesto ende este modo.
e impidió Casper cerró su carpeta de un golpe, al igual que
án en lasus subalternos uniformados, y se puso de pie. Kurt,
u últimaagradecido por la posibilidad de irse, pero con su
ancias deenojo todavía en ebullición, siguió la línea de
Casper,obedientes uniformes que salían de la sala y se
regaño odirigían a las grandiosas escaleras de mármol del
urgió deledificio del Consejo. Mientras bajaban los escalones,
e de pielse encontró justo al lado de Manfred.
Kurt lo saludó con una palmada en el hombro.
el recién —Ey, Manfred, ¿qué te pareció esto? —Tuvo
agonismocuidado de mantener la voz por debajo del nivel de la
do, ustedcharla común.
es de que Manfred lo miró, aparentemente sorprendido por
autoridadser abordado por un oficial de alto rango.
uente de —Señor, ¿se refiere a la reunión?
visitantes —¿Sabías que estábamos requisando comida de
base, lalos locales para alimentar a la guarnición?
Casper es Manfred asintió. Kurt detectó un tic en el ojo del
ón. —Elmuchacho.
a sonrisa —No es sorprendente, señor. Desde que estamos
aquí casi se ha duplicado la población. No pueden
tranjeros,traer todo desde Francia.
respuesta —En realidad, no cumple del todo con la promesa
con unque hicimos, ¿no? Respecto de garantizar su libertad.
estamos—Manfred no le respondió, pero le echó una mirada
concluirtorturada a Kurt—. ¿No tienes una opinión al
respecto?
igual que —No, señor.
pie. Kurt, —Pensé que querías llegar a Obergefreiter el año
o con suque viene. —Kurt lo presionó—. Si quieres trepar
línea depor el escalafón, tienes que expresar tu opinión en
ala y seocasiones.
rmol del —Sí, señor, pero…
scalones, Percibiendo su incomodidad, Kurt esperó que el
resto del contingente pasara antes de apartar a
Manfred a un costado. En el brillo rosado que se
—Tuvoreflejaba de la gigantesca bandera con la esvástica
ivel de laque colgaba en la entrada, Kurt sacó el resto de
tabaco de su bolsillo superior y le ofreció a Manfred
ndido porenrollar un cigarrillo, que el joven aceptó con alegría.
Kurt esperó que diera la primera pitada profunda.
—Pero ¿qué?
omida de Fue el turno de Manfred de bajar la voz.
—Teniente, usted es un buen tipo, señor. Yo…, yo
el ojo dello admiro, ¿sabe? Pero si la gente supiera que he
tenido este tipo de conversación con usted…
estamos Kurt levantó una ceja.
o pueden —¿Por lo del asunto de los cupones de gasolina?
—El teniente Fischer dice que debemos tener
promesacuidado de con quién nos juntamos. Y ese tipo del
libertad.sombrero…
a mirada —¿Erich Wildgrube?
pinión al —Sí, él. Aparece en todas las barracas, habla de
tener cuidado con las manzanas podridas.
—Nada de pagar por el error y seguir adelante.
el año —Vea, señor, mi familia depende de mi salario. —
es treparManfred dio otra profunda pitada al preciado tabaco,
pinión enreteniendo el humo antes de hablar—. Llegar a
Obergefreiter es importante. Necesitan que me vaya
bien, ¿comprende? Dependen de mí…
ró que el —No te disculpes. Sigue adelante. Y… ¿Manfred?
partar aNo te preocupes…, esta conversación nunca ocurrió,
o que se¿está bien?
esvástica Kurt dio una palmada en el hombro del joven y lo
resto deempujó hacia la puerta, dándole un momento antes
Manfredde seguir. Lo sospechaba, pero la confirmación le
n alegría.dolió. El maldito Fischer, el maldito Wildgrube. Las
malditas reglas sin sentido y las malditas lealtades
irreflexivas. Salió a la fría oscuridad y se dirigió hacia
el camino de la costa, pues decidió que una larga
Yo…, yocaminata hasta Pontac Common le haría bien. Pero
a que hesu mente continuaba rebotando de una imagen
horrible a la siguiente. Soldados alemanes cargando
las carretillas con los productos de los invernaderos
de los granjeros locales. La cara pastosa, horrible de
os tenerWildgrube con esos furtivos ojos pequeños. Pero,
tipo delprincipalmente, Kurt seguía pensando en el rey
Canuto, sentado obstinadamente en su trono,
desesperado por respirar entre las olas que lo
habla degolpeaban mientras la marea avanzaba incesante
hacia él.
alario. —
o tabaco,Las lámparas de parafina en la tienda emitían un
Llegar aominoso brillo azulado, creando extrañas sombras
me vaya
amenazantes en las paredes de azulejo. Desde la
Manfred?oscuridad de la calle, la vidriera vacía revelaba la
a ocurrió,historia de lo que ocurría adentro, como si se mirara
una película en una pantalla. Al fondo, Anton, con su
oven y lodelantal blanco y su alto gorro de panadero, se movía
nto antessin esfuerzo por la habitación, barriendo el piso y
mación lelimpiando las superficies, mientras que en el
rube. Lasmostrador de adelante el exuberante señor Reis,
lealtadesvisiblemente más delgado estos días, le explicaba con
gió haciapaciencia a la última clienta del día que no le
una largaquedaba nada para venderle a ningún precio. Incluso
ien. Perodesde su punto de vista en el banco al otro lado de la
imagencalle, Hedy podía ver la desesperación de la mujer
cargandomientras sacudía un par de zapatos de niño delante
rnaderosde él, rogando por un trueque de los desechos
orrible dequemados que esperaba encontrar bajo el mostrador.
os. Pero,Pero el anciano seguía tranquilizándola, sonriendo a
n el reymodo de disculpa y palmeándole la mano, hasta que
u trono,ella asintió, se dirigió hasta la puerta de la tienda y
que losalió camino abajo con la bolsa de las compras vacía.
incesante El asiento congelado penetraba la delgada tela de
su abrigo mientras Hedy cambiaba de posición en el
banco. Observó que el señor Reis cerró la puerta
detrás de la cliente y puso los pasadores, tres ahora,
mitían undebido a las recientes incursiones nocturnas a los
sombraslugares con alimentos, y dio vuelta el cartel de
“Cerrado”. Diez minutos más y Anton estaría arriba
Desde laen
velaba la su apartamento. Decidió darle quince minutos
se miraraantes de seguirlo, darle tiempo para que se sacudiera
n, con suel polvo de la panadería y se sintiera con más ganas
se movíade conversar. Suponiendo, por supuesto, que la
el piso ydejara entrar.
e en el Su respiración era inestable, con pequeños jadeos,
ñor Reis,mientras subía las escaleras. La puerta del
caba conapartamento estaba entreabierta y podía escuchar a
ue no leAnton caminando lentamente, tratando de descubrir
o. Inclusoqué tipo de cena podía preparar. Cuando se acercó a
ado de lala puerta de su apartamento, la voz desde adentro la
la mujertomó por sorpresa.
o delante —Entra, Hedy. Sé que eres tú.
desechos Entró furtivamente, dejando la puerta abierta y se
ostrador.mantuvo cerca de la pared.
nriendo a —¿Cómo lo supiste?
hasta que —Estuviste sentada en ese banco durante media
tienda yhora. ¡No soy ciego!
—¿Podemos hablar?
da tela de —Sí, pero Dory estará aquí en diez minutos.
ión en el Hedy caminó de puntillas y se sentó en su antigua
a puertasilla junto a la ventana, con una pierna doblada
es ahora,debajo de su cuerpo, como siempre. Hacía meses
nas a losdesde que había estado allí. Parecía mucho tiempo
cartel dedesde que había cocinado la cena para Kurt en esa
ría arribamisma habitación.
—Debes de estar helada. Me temo que no tengo
minutosmucho para ofrecerte —continuó Anton—. Pero
sacudierapuedo calentarte un poco de agua. ¿Quizás con una
más ganascucharada de sirope de azúcar de remolacha?
, que la Hedy asintió agradecida, y Anton se puso a
trabajar en el área de la cocina.
os jadeos, —¿Cómo hiciste el sirope?
erta del —Pelé un nabo y lo herví durante horas. —Anton
scuchar agolpeó el grifo que estaba sobre el fregadero con la
descubrirpalma de la mano para que funcionara correctamente
acercó a—. Pero no viniste a hablar de eso, ¿no?
dentro la Hedy apretó los puños y observó la parte de atrás
de sus manos mientras hablaba.
—Quiero disculparme. Entiendo por qué estás
ierta y seenojado. Yo estoy enojada conmigo misma. Kurt y
yo… era lo último que quería que sucediera, pero…
Anton siguió ocupado con ollas y fósforos.
te media —¿Es serio?
—Nada se ha dicho, exactamente, pero…, en
realidad, me importa. Y pienso que él siente lo
mismo.
u antigua —Bueno, eso es algo, supongo. —La miró
dobladaapropiadamente por primera vez—. Perdón por
ía mesesperder el control. Pero eres como una hermana para
o tiempomí. Y el hecho de que mintieras por tanto tiempo…
rt en esa —Estaba avergonzada. Y también quería
protegerte. Cuanto menos gente supiera, menos
no tengoproblemas podrían tener… a veces es más seguro
—. Peromentir. —Se frotó la frente con la palma de la mano
con una—. Y parece que me estoy volviendo bastante buena
en eso.
puso a —¿Qué quieres decir? ¿Hay alguna otra cosa que
tenga que saber?
Hubo un breve silencio. “Al diablo”, pensó Hedy.
—Anton —Estoy robando cupones para el doctor Maine.
ro con la La cara de Anton era un cuadro.
ctamente —¿Qué?
—En realidad, nunca dejé de hacerlo. Todavía me
e de atrásencuentro con él todas las semanas para
entregárselos. Kurt no lo sabe. Nadie lo sabe.
qué estás Se hizo otro silencio, más largo que el primero.
a. Kurt yLuego, para su alivio, Anton le ofreció una sonrisa de
incredulidad.
—Por Dios, Hedy. ¿Tienes ganas de morir o algo
así?
ro…, en —Quizá. —Una risita se le escapó antes de que
siente lopudiera intentar reprimirla—. Papá siempre decía
que nunca me hacía las cosas fáciles. Pero creo que ni
La mirósiquiera él podría haber imaginado esto alguna vez.
dón por—Se le filtró otra risa—. Robar a mi enemigo
ana paradurante el día y acostarme con él a la noche. Lo sé…,
debo de estar loca.
quería Una risa apagada surgió entre ellos por un
, menosmomento, y desapareció. Anton dejó los fósforos.
ás seguro —Tienes que decírselo a Kurt… Quiero decir,
la manosobre tu clasificación racial. Va a terminar
nte buenadescubriéndolo.
—Lo voy a ver mañana. Voy a decírselo entonces.
cosa que —¿Y estás preparada para que termine contigo?
Porque tendrá que hacerlo si quiere protegerse.
—Lo sé. —Se puso de pie, fue hasta donde estaba
Anton y le dio un abrazo—. Gracias. Lo siento tanto,
Anton. A veces no sé qué haría sin ti. —Pero
mientras decía las palabras, ella sintió una rigidez,
davía meuna retirada—. ¿Qué fue lo que dije?
as para —Yo tampoco he sido completamente honesto
contigo.
primero. El agua en la pequeña olla comenzó a hervir, pero
onrisa deninguno de los dos se movió. El primer pensamiento
de Hedy fue que Dorothea estaba embarazada.
rir o algo —Dime.
—Me han reclutado.
s de que El estómago de Hedy pareció caer en un pozo
pre decíaprofundo.
eo que ni —Quieres decir…
guna vez. —La carta llegó el día que fuimos al teatro.
enemigoTodavía no se lo dije a Dory. Seré convocado en unas
Lo sé…,semanas, me asignarán tareas locales. Después de
eso, quién sabe. Por cómo van las cosas, podría ser el
por unfrente oriental.
Hedy se sintió mareada.
ro decir, —Pero eres un productor de alimentos. Estás
terminarclasificado como un trabajador esencial.
—Obviamente han decidido que necesitan más a
los soldados.
contigo? Hedy sintió que se le cerraba la garganta.
Pestañeó fuerte, pero las lágrimas se filtraron de
de estabatodos modos.
nto tanto, —¡Pero no es justo! ¡No eres alemán!
. —Pero —Ambos somos técnicamente alemanes ahora.
a rigidez, —Pero tú… podrías…
—¿No volver? Por supuesto. Pero, si me niego, me
honestofusilarán de todas formas.
—¿Quién te fusilaría? ¿Qué sucedió?
rvir, pero Hedy y Anton giraron juntos y vieron a Dorothea,
samientode pie junto a la puerta, con los ojos abiertos de
miedo; el abrigo de su abuela la hacía parecer aún
más vulnerable. Anton corrió hacia ella y la abrazó.
—Tengo la orden de unirme a la Wehrmacht. Lo
un pozosiento mucho, Dory.—Ella lanzó un aullido de
desesperación, enterrando la cara en su pecho.
—¡No! ¡No! ¡Te necesito aquí! ¿Y si te hieren o te
al teatro.matan? ¡No puedo soportarlo!
o en unas Hedy se quedó inmóvil, avergonzada de ser testigo
spués dede un momento tan íntimo, pero sintiendo que irse
dría ser elen ese momento sería igualmente malo. Podía oír
que la respiración de Dorothea se hacía más corta y
agitada, y trató de recordar cuál había sido el consejo
os. Estásdel doctor Maine en caso de otro ataque. Sus ojos se
dirigieron hacia el armario de Anton, preguntándose
an más asi tendría algo de mostaza. Pero lo que sucedió
después expulsó cualquier pensamiento de su cabeza.
garganta. —Lo sé y quiero asegurarme de que estés
raron deprotegida, más allá de lo que nos depare el futuro —
dijo Anton—. Esa es la razón por la que tengo esto.
—Buscó en el bolsillo de sus pantalones y sacó una
pequeña caja. Al abrirla, Hedy apenas pudo ver el
destello de algo brillante—. No es nuevo, por
niego, mesupuesto…, perteneció a la tía del señor Reis. Pero es
pequeño, por eso pienso que te va a quedar bien. La
piedra es un ópalo, creo. —Tomándola de la mano, la
Dorothea,miró a la cara, sorprendida y llena de lágrimas—.
iertos deDorothea, ¿te casarías conmigo?
ecer aún Dorothea se tapó la boca con ambas manos para
amortiguar otro grito, ahora mezclado con alegría.
. Lo —¡Ay, Anton! ¡Por supuesto que sí! —Lanzó los
ullido debrazos alrededor del delgado cuerpo de Anton,
colgándose tan fuerte que su columna hizo un débil
eren o tesonido. Ambos miraron a Hedy.
—¿Oíste eso, Hedy? ¡Dijo que sí! ¡Nos vamos a
er testigocasar!
que irse Hedy miraba a una y a otro mientras se
Podía oírabrazaban, se besaban largamente, volvían a
ás corta yabrazarse. Su garganta seguía cerrada por la primera
l consejonoticia de Anton; los hechos estaban ahora
us ojos seconvirtiéndose en arena movediza debajo de sus pies.
ntándoseVio a Dorothea resplandeciente, con la cara marcada
sucediópor las lágrimas, y sintió una mezcla de pena y de
u cabeza. pérdida, pero por quién era no podía decirlo.
ue estésFinalmente recuperó suficiente control para formular
futuro —las oraciones de rigor:
ngo esto. —Felicitaciones, estoy muy contenta por ustedes
sacó unados. Todo va a salir bien, lo sé.
do ver el Se había equivocado, pensó, mientras recogía su
evo, porabrigo y su bolso; les deseó suerte y bajó corriendo
s. Pero eslas estrechas escaleras hacia la calle. No se estaba
bien. Lavolviendo buena mintiendo.
mano, la
grimas—.
Se ajustó más la bufanda alrededor del cuello, se
nos parasentó en uno de los amarres de granito colocados a lo
largo del muelle para sujetar los botes y golpeó los
Lanzó lospies entre sí para que la sangre volviera a circular.
e Anton,Las ráfagas heladas del océano hacían ondear el agua
un débilnegra alrededor de los botes de pesca. Los locales
llamaban a esta pequeña marina, escondida en la
vamos aparte de atrás del puerto principal, el Puerto Francés.
Esta había sido su idea de un lugar de encuentro esta
ntras senoche, un sitio tranquilo, pero no apartado, lo
olvían asuficientemente privado para la conversación que
a primeraplaneó, pero lo suficientemente público para pedir
n ahora
sus pies.ayuda si las cosas se ponían feas. El camino desde la
marcadaciudad estaba rodeado de los depósitos del puerto,
ena y deenormes bloques con puertas acanaladas que rugían
decirlo.como motores cuando subían y bajaban. Detrás de
formularella se levantaban las vastas e impenetrables paredes
del Fuerte Regent, erigido más de un siglo atrás. Era
r ustedesun lugar de paso, sin encanto, donde nunca nadie se
quedaba, sino que simplemente hacía lo que debía
ecogía suhacer y se iba. Apropiado, entonces, para su tarea de
corriendohoy: transmitir su mensaje e irse caminando en la
se estabaoscuridad.
Todo el día, mientras pasaba a máquina en esa
caja sin alma que hacía las veces de oficina, imaginó
este momento, sintiendo que el terror aumentaba.
uello, seSin embargo, ¿qué temía exactamente? Quizá le
ados a loagarraba un ataque de furia, pero, en todas estas
olpeó lossemanas, nunca había visto nada que sugiriera que
circular.eso fuera probable. Kurt podía, en teoría, reportarla
ar el aguaa las autoridades; el cruce de razas era
os localesincuestionablemente una ofensa penalizada, y quién
da en lasabía qué podría llegar hacer en la desesperación.
Francés.Pero el miedo que la rondaba como una banda
ntro estaelástica apretándole la muñeca era la anticipación de
rtado, losu futuro: meses, quizás años, atrapada en esta isla
ción queprisión sin Kurt como consuelo. Los encuentros
ara pedirsecretos, la suavidad de su mano en la de ella, sus
preguntas amables sobre sus actividades durante el
desde ladía eran lo único que había hecho tolerables los
l puerto,últimos meses. Pero se lo había prometido a Anton, y
ue rugíanella sabía que estirar esta situación mucho más era
Detrás desuicida. Tenía que ser esta noche.
s paredes De pronto, oyó un extraño sonido a cierta
atrás. Eradistancia: un ruido confuso y de respiración colectiva
nadie seagitada, como una manada de animales pequeños. Se
ue debíaestaba acercando. Ansiosa, se puso de pie y miró
tarea dehacia el camino que llevaba a Weighbridge y al
do en lapuerto principal. En los fragmentos de luz que
quedaban, apenas pudo descubrir un grupo de gente
a en esaque se acercaba. No era una tropa de soldados
imaginóalemanes, cuyas botas ruidosas podían escucharse a
mentaba.millas de distancia, pero había guardias en primer
Quizá leplano, con el uniforme de la Organización Todt.
das estasLuego, cuando estuvieron más cerca, lo vio.
riera queAvanzando hacia ella, había una nube apestosa de
eportarlahumanidad quebrada. Hombres esqueléticos, con la
zas eracabeza rapada, algunos viejos más allá de sus años,
, y quiénotros no más que niños, arrastrando los pies en un
peración.montón asustado, con los ojos en el suelo para evitar
na bandalos de los guardias, que sonreían mientras
pación debalanceaban sus porras de goma ante cualquier
esta islaofensa imaginada. A pesar del frío, los prisioneros
ncuentrosestaban vestidos con harapos, los pies apenas
ella, susenvueltos en tela. Varios tenían heridas visibles;
urante elmuchos otros, manchas evidentes de heces y vómito.
ables losCuando una abrupta brisa hizo llegar el olor de ellos
Anton, ya la nariz de Hedy, la bilis se le subió a la garganta
más erahasta tener una arcada. Quería mirar hacia otro lado,
por horror o respeto, pero no pudo.
a cierta Los guardias guiaban a sus víctimas a un ritmo
colectivarápido; mientras pasaban, ninguno levantó la cabeza
ueños. Separa mirarla; simplemente se tambaleaban,
e y miróahorrando cada pizca de energía para la marcha que
dge y altenían por delante. Hedy estaba tan conmocionada
luz queque apenas notó que Kurt se estaba acercando de la
de gentedirección opuesta.
soldados —¿Viste eso?
ucharse a Kurt asintió.
n primer —Trabajadores esclavos para la construcción de la
ón Todt.defensa. Tercer bote lleno esta semana. Es horrible.
lo vio. —Pero ¿los viste? ¡Ya están medio muertos!
estosa de¿Cómo puede alguien tratar de esa forma a seres
os, con lahumanos? —Buscó los ojos de Kurt en la oscuridad y
sus años,se dio cuenta de que su foco estaba a millas de
es en undistancia. La furia brotó dentro de ella—. ¡Esto es lo
ara evitarque tu pueblo está haciendo en nombre de su raza
mientrassuperior! ¿Todavía puedes decirme que no te sientes
cualquierresponsable? ¿Todavía piensas que esto no tiene
isionerosnada que ver contigo?
apenas —¡Tiene que ver con todos nosotros! —Su voz era
visibles;entrecortada y amarga, un tono que nunca antes
y vómito.había oído—. ¿Crees
r de ellos que esta maldita guerra no alcanza a todos?
garganta¡Todas nuestras vidas quedarán arruinadas por esto,
otro lado,la de todos nosotros!
Hedy lo miró, sorprendida, cancelando un montón
un ritmode preguntas en su cabeza. Se acercó y le tocó el
la cabezabrazo. Fue todo lo que necesitó. Kurt se desplomó
baleaban,sobre el amarre de granito, hizo un pequeño sonido
rcha quede ahogo y comenzó a llorar. Ella se quedó en
ocionadasilencio por un momento; luego, lentamente lo rodeó
ndo de lacon sus brazos y lo acunó contra su pecho. Los
sollozos de él le agitaban el cuerpo mientras
intentaba recuperar el control. Cuando al final habló,
sus palabras surgieron en estallidos forzados,
ción de laintermitentes.
—Recibí una carta de la madre de Helmut. Su
muertos!unidad fue atacada por aviones rusos. Algunos
a a serespudieron escapar, pero…
curidad y —¿Pero?
millas de —Al tanque de Helmut le dieron un disparo
Esto es lodirecto.
e su raza Hedy acercó la cabeza hacia él.
te sientes —Ay, Kurt, ¡no! ¿Están seguros?
no tiene Asintió.
—Lo identificaron por su placa. —Los sollozos
u voz eravolvieron a comenzar—. La última vez que lo vi me
nca antesdijo que me cuidara. ¡Que me cuidara yo!
Hedy no dijo nada, pero siguió sosteniéndolo,
a todos?acariciándole el suave cabello rubio oscuro. Pensó de
por esto,nuevo en sus padres, quizá todavía sentados junto a
la cocina, aunque más probablemente metidos en
n montónalgún camión y llevados Dios sabe adónde. Sintió
e tocó elque el dolor de Kurt se fundía con el de ella, y se le
desplomóencogió el corazón.
ño sonido —Está bien, Kurt, está bien. Estoy aquí. Estoy
uedó enaquí.
lo rodeó Se quedaron allí en el muelle helado por lo que
cho. Losparecieron horas, hasta que Kurt se apartó y se puso
mientrasde pie, limpiándose las lágrimas de la cara.
nal habló, —Lo lamento. Me siento un poco mejor ahora.
forzados, Hedy asintió.
—Todos necesitamos llorar a veces.
lmut. Su —Bueno, ¿qué es lo que querías decirme?
Algunos —¿Yo?
—Decías en tu nota que tenías que hablarme de
algo importante. Parecía serio.
disparo Miró hacia el agua negra que brillaba, las oscuras
formas de los botes. Cómo le hubiera gustado subirse
a uno y navegar hacia el vacío, tragada por la
oscuridad. Su voz era muy débil.
—Sí…
sollozos —Bueno, déjame decirte algo primero. Es algo
lo vi meque he querido sacar a la luz antes, por mucho
tiempo, pero no estaba seguro de que tú… —Hedy
niéndolo,contuvo el aliento, anticipando a medias una
Pensó depregunta. ¿Ya lo sabía? Quizás alguien en el trabajo
s junto ale había dicho algo. Las manos de Kurt buscaron su
etidos encara—. De todos modos, hoy tengo que decirlo.
e. SintióHedy, te amo. Te he amado desde el comienzo. No
a, y se leestoy todavía seguro de si tú sientes lo mismo, pero
sé que así es para mí. Siempre quise que
uí. Estoyestuviéramos juntos. Así que depende de ti ahora. —
Ella se acercó aún más a él, dejándose fundir en su
or lo quecuerpo. Los botones de su uniforme atravesaron el
y se pusoabrigo y se le incrustaron en la carne. Le dolía la cara
de las contorsiones de la emoción, y podía sentir que
el corazón le latía a martillazos—. Así que ahora es
tu turno. ¿Qué querías decir?
Hedy cerró los ojos. Por primera vez en años,
deseaba tener una verdadera fe. Una fe como la de
su madre, que le diera el regalo de una guía. Sin
larme deembargo, ya sabía lo que tenía que hacer. Aun ahora,
no era demasiado tarde. Solo tenía que dejar sus
s oscurasemociones a un lado y recuperar el sentido común.
o subirseEncontrar el tipo de fortaleza de la que los rabinos
a por lasolían hablar, el tipo que podía encontrar a voluntad
su hermana Roda. Se echó atrás para mirarlo y
colocó su mano helada sobre el rostro de él.
Es algo —Quería decirte… que también te amo.
r mucho Kurt sonrió, y la besó con pasión y ternura.
… —HedyDespués, Hedy trató de recordar sus sentimientos en
dias unaese momento: ¿vergüenza, alivio, enojo? Pero lo
el trabajoúnico que pudo recordar fue el placer de ese beso.
scaron su
decirlo.
enzo. No
mo, pero
uise que
ahora. —
dir en su
esaron el
ía la cara
entir que
ahora es
en años,
mo la de
guía. Sin
un ahora,
dejar sus
o común.
s rabinos
voluntad
mirarlo y
ternura.
ientos en
Pero lo
único que pudo recordar fue el placer de ese beso.
Capítulo 5
o quieres
lo sabes.
,
ierdas tu
to. Hedy
d. Habría
io vuelta
¿Sabes lo
enojaste
dejarme
mucho en
as razón.
Pero ahora… ahora pienso que tú eres la cobarde.
Adiós, Hedy.
Ella escuchó sus pasos en el pasillo, la disculpa
farfullada a Anton y Dorothea por arruinar su día, y
el sonido de la puerta de entrada al cerrarse de un
golpe. Justo en ese momento, el suave parpadeo de la
luz de gas en el cilindro se apagó.
Lo último que recordaba era la voz preocupada de
Anton preguntándole si estaba bien, el suave silbido
de su cuerpo al deslizarse hacia abajo por la pared y
el jadeo de sus pulmones cuando se abrazó la cabeza
y empezó a sollozar.
Capítulo 6
1942
s! No sé
o, ¿no? Si
rtunidad.
Por favor,
decir, y
aba. Era
amente y
pones de
hablado
. Luego
Nunca…?
el cuerpo
y cayó de
Ay, Hedy,
estoy tan orgulloso de ti! ¡Te amo tanto!
La abrazó más fuerte y la besó con una intensidad
que la derritió y estimuló una sensación de vida en
medio de toda esa destrucción. Pronto sus dos
cuerpos se fusionaron, rodando hacia un lado y hacia
otro por el colchón mientras el amanecer se imponía
a través de la pequeña ventana del altillo.
Capítulo 7
a rebelde
El café era pequeño, con un interior oscuro, pintura
lo y sacódescascarada y cortinas sucias. El aire estaba lleno
mano—.del olor de verduras chamuscadas, la única comida
que se había cocinado allí durante muchos meses, y
los manteles habían sido desechados mucho tiempo
antes por falta de detergente para lavarlos. Imágenes
…, parade tiempos más felices, no muy bien pintadas (por el
un lugarpropietario, sospechaba Hedy), colgaban de las
paredes bajo gruesas capas de polvo. Como siempre,
estaba vacío, los dueños probablemente mantenían el
pre tenerlugar en funcionamiento como una razón para salir
a accederde la cama por la mañana, sin intención de brindar
do militarun servicio significativo. Pero era un espacio privado
n, tal vezútil, lejos de ojos entrometidos. Hedy se sentó en un
el ánimo.rincón, pidió cualquier tipo de bebida caliente que
acia Kurt,pudieran servirle –todas sabían del mismo modo, más
allá del nombre que tuvieran– y esperó que el doctor
llegara.
n por el Quince minutos después, cuando su bebida ya se
úrate dehabía enfriado y asentado en la taza, la puerta del
negocio crujió y Maine entró, levantando su pesado
or de ella.maletín de médico por encima de los respaldos de las
sillas mientras se hacía camino entre las mesas. Miró
a su alrededor para elegir un asiento adecuado, pero
Hedy lo buscó con la mirada y le hizo un gesto para
que se sentara a su mesa, ya que la mujer anciana en
el mostrador –posiblemente la madre del dueño–
o, pinturatenía tan poca visión que apenas sabía a quién estaba
aba llenosirviendo. Él se desplomó en el asiento de enfrente,
a comidacolocó su maletín en el piso y sonrió.
meses, y —Buen día, mi querida, ¿cómo estás?
o tiempo —No puedo quejarme. —Había aprendido
Imágenesrecientemente la frase al escuchar a las mujeres
as (por ellocales en el mercado cubierto, y ahora le gustaba
de lasdejarla caer en la conversación siempre que tenía la
siempre,oportunidad. Verificando que la atención de la
ntenían elanciana estaba en otra parte, deslizó el sobre con los
para salircupones de gasolina a través de la mesa—. ¿Y usted?
e brindar —Un poco cansado, pero ¿no nos pasa a todos?
o privado¿Cómo está tu amiga?
ntó en un Habían desarrollado un código entre ellos con los
ente quemeses: “tu amiga” significaba Dorothea, “tu otro
odo, másamigo” significaba Anton, y “tu amigo adicional” se
el doctorrefería a Kurt. También se referían a los cupones de
gasolina, en las raras ocasiones en que lo
ida ya senecesitaban, como “postales”.
uerta del Hedy hizo una cara para indicar que solo le estaba
u pesadodando parte de la historia.
dos de las —La vi ayer. Creo que el estrés de su situación la
sas. Miróestá afectando. —Se golpeó el pecho para aclarar su
ado, peropunto, y el médico asintió. De hecho, Hedy se había
esto paraquedado en la casa de Dorothea una hora después
nciana endel boletín de noticias la noche anterior, alarmada
l dueño–por la tos persistente y el perturbador matiz azulado
én estabade sus labios. En las últimas semanas, la salud de
enfrente,Dorothea había declinado notablemente, empeorada
por una mala dieta y su ansiedad respecto de Anton.
A menudo decía que temía otro invierno bajo la
prendidoocupación. Sin embargo, a veces parecía más
mujeresconcentrada en sus álbumes de películas que en los
e gustabadetalles de los informes de la BBC, y Hedy solía
e tenía latener que repetirle los puntos salientes después de la
n de laemisión. En verdad, ser la cuidadora agotaba a Hedy;
e con losel rol implicaba mucho más que visitarla cada tantos
días para asegurarse de que tuviera comida en la
a todos?alacena.
Maine buscó en su maletín y sacó un pequeño
s con losfrasco con hojuelas pálidas.
“tu otro —Jengibre rallado —murmuró, empujando el
ional” sefrasco por la mesa hacia ella—, de un paciente mío.
pones deNo está muy fresco, pero puede echar un poco sobre
que locada comida. O agregarlo al ungüento para el pecho,
si puede encontrar algo de aceite. —Le sonrió con
le estabacansancio—. Seis años de entrenamiento médico y
estoy reducido a recetar tratamientos caseros como
uación launa vieja campesina.
aclarar su Hedy se estiró para alcanzar el frasco y dejó que
se habíasus dedos cubrieran los del médico por un momento.
despuésRecordó cómo, en su primer encuentro, él le había
alarmadarecordado a su tío Otto. Probablemente, Otto
z azuladoestuviera muerto ahora, atrapado en la misma redada
salud deque sus padres: ahora este hombre era la única
mpeoradapersona de esa generación en quien ella confiaba.
e Anton.Ojalá pudiera acunarla y cantarle una canción.
o bajo la —Gracias. No sé qué habríamos hecho sin usted.
cía más—Maine sonrió con una rara vulnerabilidad,
ue en losrevelando la gratitud de un hombre que recibía pocos
edy solíacumplidos. Estaba a punto de responder cuando la
ués de lasala se llenó de un violento ruido de estampida, y la
a a Hedy;puerta del café se abrió de par en par. Sus manos se
da tantossepararon instantáneamente y ambos se irguieron en
da en lasus asientos. Todos los ojos estaban sobre este
repentino intruso alarmante.
pequeño —¿Tienen un poco de agua aquí? ¿Me dan un
vaso, sí? Tengo una terrible sed.
jando el El hombre alto, de buena constitución, apenas
ente mío.regordete, frunció el entrecejo; su pelo rojizo estaba
oco sobredesordenado. Tenía una voz profunda y poderosa, y
el pecho,Hedy supo de entrada que tenía un acento peculiar,
onrió conaunque no sabía que era irlandés. El hombre se
médico yacercó al mostrador, donde la anciana, en silencio, le
ros comosirvió un vaso de agua y lo miró mientras lo bajaba
de un trago, como si hombres robustos entraran
dejó quetodos los días al lugar pidiendo algo para beber.
momento. Hedy se dio cuenta de que el sobre de los cupones
le habíaestaba todavía sobre la mesa. Le echó una mirada al
te, Ottomédico, indicándole que tenía que ponerlo fuera de
ma redadala vista, cuando se dio cuenta de que Maine estaba
la únicadándose vuelta en el asiento, tratando de mantener
confiaba.su cara fuera de la línea de visión del recién llegado.
Hedy sintió un pánico creciente; algo aterrador
sin usted.estaba sucediendo, pero no estaba segura de qué. En
rabilidad,ese momento, el hombre en el mostrador miró hacia
bía pocossu mesa, especialmente la cara de Maine, tratando de
uando lareconocer los rasgos.
pida, y la —¿Doctor? —A Hedy se le retorció el estómago
manos se—. Fintan Quinn…, usted curó a mi compañero en el
uieron enhospital hace dos semanas, después de esa caída, ¿se
bre esteacuerda?
Maine sonrió a Quinn. Hedy se preguntó si la
e dan unsonrisa fue tan poco convincente para el destinatario
como para ella. Ella empujó el sobre hacia su lado de
, apenasla mesa y lo tiró sobre su regazo, lejos de la vista.
zo estaba —Por supuesto. ¿Se está recuperando bien?
derosa, y —Ah, sí. Ya está trabajando otra vez, como
peculiar,nuevo.
ombre se Quinn se sirvió otro vaso de agua mientras la
lencio, lemente de Hedy galopaba. Si esa era la extensión de
o bajabasu relación, no había nada de qué asustarse. Lo único
entraranque el hombre había visto era
a un médico al que apenas conocía, sentado en un
cuponescafé con una mujer joven. Respiró profundamente,
mirada alreprendiéndose: ¿qué luchadora de la resistencia era
fuera desi entraba en pánico con cualquier comentario al
ne estabapasar? Pero lo que el hombre dijo después casi le
mantenerdetuvo el corazón.
n llegado. —Y usted…, usted trabaja en Lager Hühnlein,
aterrador¿no? —Hedy se dio vuelta hacia Quinn y asintió,
e qué. Encalculando que una mentira obvia podía volvérsele
iró haciaen contra. Ahora podía ver su cara completa y le
tando depareció vagamente familiar. Sí, lo había visto
conduciendo camiones de cemento y vigas, entrando
estómagoy saliendo del complejo, con el brazo apoyado en la
ero en elventanilla, una cara inexpresiva, rubicunda de las que
caída, ¿seabundaban en el sitio. Se distinguía de los otros
mercenarios debido a esa voz estruendosa y a su
ntó si lasalvaje pelo colorado. Hedy le sonrió fría y
stinatariocortésmente, esperando alcanzar ese punto específico
u lado deentre el aliento y la hostilidad.
—Así es.
—Entonces, la reconocí. Nunca me olvido de una
ez, comocara.
El hombre bebió el segundo vaso, luego se dio
entras lavuelta y se dirigió a la puerta saludándolos con la
ensión demano. Después salió tan rápido como había entrado.
Lo único Hedy y Maine se miraron un rato largo,
comunicándose solo a través de miradas nerviosas.
do en unNo bien la anciana desapareció en el fondo, Hedy
damente,colocó el sobre de los cupones en las manos de
encia eraMaine. Se inclinó hacia adelante y susurró a través de
ntario alla mesa.
és casi le —¿Cree que vio algo?
Maine sacudió la cabeza.
Hühnlein, —¿Qué pudo ver? Es solo un sobre.
y asintió, Hedy se apoyó en el respaldo y asintió, exhalando
olvérselepor lo que le pareció la primera vez en varios
leta y leminutos.
bía visto —Es solo que ahora estamos conectados por
entrandoalguien que puede identificarnos a ambos…
ado en la Maine se inclinó hacia adelante; era su turno de
de las quecubrirle la mano.
los otros —Mi querida Hedy, por lo que vi de esos
a y a sucaballeros en el hospital, no creo que estén siquiera
fría yinteresados. Lo único que les preocupaba era cuán
específicorápido el muchacho podía volver a trabajar, así no
perdían el día de paga.
—Pero si quisiera averiguar sobre… mí. —Tuvo
o de unacuidado de observar su regla no escrita, nunca decir
la palabra “judío” en público—. ¿Sabe que
o se diodeportaron a esas mujeres de Guernsey hace unas
os con lasemanas? —Se mordió el labio, deseando poder
decirle todo lo que sabía sobre su probable futuro.
o largo, Él le palmeó los dedos.
nerviosas. —Tienes motivo para ser cuidadosa, y sé que
do, Hedysiempre lo eres. Pero tienes suficientes
manos depreocupaciones reales, sin necesidad de inventarte
través denuevas.
Hedy asintió, forzando una sonrisa, prometiendo
que la próxima vez que viera al pescador de pata de
palo le compraría una caballa extra para el médico y
su esposa.
xhalando —Tiene razón. Esta maldita guerra me está
n variosponiendo muy susceptible. Pero ¿qué le parece si nos
reunimos en un lugar diferente la próxima semana?
ados por —Eso sería prudente, creo. ¿Quieres salir
primero? No tengo pacientes hasta las cuatro.
turno de Hedy pagó a la mujer su bebida y llegó a la calle
adoquinada tratando de eliminar la sensación de
de esosansiedad. Era una
siquiera tarde cálida y, al llegar al parque, el sol sobre su
era cuánpiel se sentía como melaza. Se sacudió un poco el
ar, así nopelo y se ordenó relajarse, vivir un poco en el
momento. Después de todo, había hecho un buen
. —Tuvotrabajo hoy.
nca decir Los cupones le permitirían a Maine llegar a
abe quedecenas de personas enfermas en los distritos. Estaba
ace unasexpandiendo sus contactos para adquirir provisiones,
do podery mañana a la noche vería de nuevo a Kurt. Todavía
había mucho por lo que sentirse agradecida, se
recordó, mientras caminaba en silencio por las calles
y sé quede atrás de St. Helier, tratando de ignorar que pasaba
uficientesentre banderas con la esvástica y soldados.
nventarte
mientras
ardientes
caban el
en ondas
menzó a
aron a la
belión de
último minuto. Las voces de los cantantes, roncas
como estaban, crecieron en intensidad y desafío. Y,
en ese momento, Hedy sintió una única y poderosa
certeza. Las sospechas de Kurt eran correctas: todo
lo que había sucedido en los últimos dos años había
sido solo un ensayo. La verdadera ocupación recién
comenzaba: un nuevo viento amargo estaba
soplando. Pronto, quizás antes de lo que cualquiera
imaginara, todo iba a cambiar. En ese momento y
con gran claridad, Hedy comprendió que no era más
que un corcho meciéndose
en la superficie del puerto, esperando ver adónde
la llevaba la corriente del mundo.
Respiró profundamente y gritó el estribillo final
de “Empaca tus problemas”, y su voz viajó por el
agua hacia el vacío.
Capítulo 8
1943
y Ginger
¿Viste laKurt se quedó inmóvil en el sendero, con la mirada
hacia el cielo. En todo el complejo, los trabajadores
se habían detenido a hacer lo mismo, transfigurados.
corriendoEl avión, claramente visible en el cielo azul del
a de suinvierno, ascendía y luego descendía, exhibiendo el
emanas…círculo de la RAF al mundo. El fuego antiaéreo
puesto apodía escucharse disparando desde todas las
seguíadirecciones y, cuando el humo comenzó a salir del
una tras
na y otraextremo posterior de la nave, hubo un susurro
pa. Hedyporque todos pensaban que había sido alcanzada.
Kurt contuvo la respiración, esperando que el avión
la magracayera hacia ellos, llevándose casas y civiles en su
camino. Pero el avión volvió a ascender y la letra “V”
elear concomenzó a formarse con humo en el cielo.
diciendo El murmullo alrededor del complejo creció hasta
todas lasconvertirse en un zumbido a garganta completa a
stido másmedida que se lanzaban preguntas unos a otros. ¿Era
o estemosel comienzo de un bombardeo diurno o solo una
te voy aadvertencia de que lo peor estaba por venir? Luego,
ne muchocuando el avión dejó de largar humo y aceleró hacia
el norte, hacia la costa inglesa, la mayoría estuvo de
do de unacuerdo en que era probablemente un mensaje de
Navidad de apoyo a los isleños de parte de Churchill.
Qué bueno de su parte, pensó Kurt, aunque un envío
de paquetes de comida habría generado en estas
personas mucha más alegría.
a mirada Se dio vuelta para volver al cobertizo de metal,
bajadoresdonde el último grupo de camionetas estaba
igurados.esperando reparaciones. Fue entonces cuando lo vio.
azul delReconocería ese sombrero en cualquier parte,
biendo elcolocado tontamente hacia un lado, balanceándose
antiaéreoentre la multitud. Y cuando los ojos porcinos se
odas lasencontraron con los de Kurt y se arrugaron en una
salir delsonrisa falsa, supo de inmediato que no se trataba de
una visita de cortesía. Decidiendo que era más
susurroseguro empezar con el pie derecho, Kurt se acercó a
lcanzada.él con la mano estirada.
el avión —Erich, ¿cómo está? Tanto tiempo.
es en su La mano húmeda de Wildgrube se escabulló para
letra “V”estrechársela.
—Ciertamente. Mucho tiempo.
ció hasta De inmediato, Kurt se dio cuenta de su error.
mpleta aDespués de esa horrible noche en el club de oficiales,
ros. ¿EraKurt se había sentido demasiado enojado para
solo unaenfrentar de nuevo al hombre en una situación social.
? Luego,Francamente, no confiaba en sí mismo si tomaba de
eró haciamás y decía algo estúpido y quizás hasta comenzaba
estuvo deuna pelea. Había abandonado a Wildgrube como
ensaje de compañero de tragos, siempre con excusas cada
Churchill.vez que el policía sugería otra “noche de
un envíomuchachos”. Aparte de la fiesta de cumpleaños que
en estasWildgrube se había organizado a sí mismo, en la cual
Kurt se presentó durante solo media hora, sus
de metal,encuentros recientes se habían limitado a
s estabacompromisos oficiales o a cruzarse en la ciudad. Era
do lo vio.obvio ahora que Wildgrube se sentía despreciado y
r parte,se tomaría venganza.
ceándose Kurt podía patearse por no haber visto venir esto.
rcinos seLe ofreció su sonrisa más cálida.
n en una —Entonces, ¿qué puedo hacer por usted?
rataba de Wildgrube sacó una pequeña libreta de su bolsillo
era másinterior y la hojeó hasta llegar a la página correcta.
acercó aKurt podía ver que era un álbum de fotografías,
personas sospechosas para la policía secreta. Lo puso
bajo las narices de Kurt.
ulló para —Esta chica. ¿La conoce?
Kurt no tenía necesidad de mirar, pero hizo un
espectáculo observándola. Era la foto de Hedy que
su error.había aparecido en el diario local. Sentía los nervios
oficiales,de punta, pero se obligó a calmarse: su
do paracomportamiento en el siguiente minuto podía
ón social.cambiar todo el curso de su vida.
omaba de —Vi esa fotografía en el Post hace unas semanas.
menzabaEstá desaparecida, ¿no? —Volvió a mirar a
Wildgrube y vio que los ojos del hombre nunca se
usas cadahabían apartado de los suyos.
oche de —Lo está. ¿Le parece familiar?
años que Kurt pensó rápido, tratando de calcular cuánto ya
en la cualsabía Wildgrube, sintiendo el aliento caliente y agrio
hora, susen su cara.
itado a —Un poco. —Tanteó en su memoria lo que había
udad. Eraadmitido anteriormente, tratando de recordar el
reciado ycontenido de muchas conversaciones—. ¿Es esta la
joven judía a la que le dieron trabajo aquí? —
enir esto.Wildgrube hizo un pequeño gesto de asentimiento—.
No parece judía, en realidad. Quizás es por eso que
se produjo el error… Alguien olvidó chequear sus
u bolsillopapeles.
correcta. —Pero ¿la recuerda?
tografías, —De aquí del complejo.
Lo puso —¿Nada más?
—Me temo que no.
Wildgrube se guardó la libreta en el bolsillo. Kurt
hizo unsabía por el temblor en la esquina de la boca del
Hedy quepolicía que tenía un as para jugar y lo estaba
s nerviosdisfrutando. Qué trágico bastardo, pensó Kurt,
arse: suencontrar placer en la vida con estos juegos de gatos
o podíay ratones.
Wildgrube aprovechó al máximo su momento,
semanas.estirándolo hasta el último segundo posible.
mirar a —Por desgracia, teniente, eso no concuerda con lo
nunca seque otras personas me han dicho. El Feldwebel
Schulz de la OT recuerda con bastante claridad que,
cuando ella vino a su entrevista de trabajo hace dos
uánto yaaños, usted mostró bastante interés en ella. Recuerda
e y agrioque la siguió hasta la puerta cuando se fue.
Por Dios, ¿cómo esta gente recordaba detalles
que habíaasí?, pensó Kurt. ¿No tenían algo mejor en qué
ordar elpensar?
Es esta la —Bueno, si Schulz recuerda eso, probablemente
aquí? —lo hice. Para ser justos, es bastante bonita… Si uno
miento—.no sabía… —agregó rápidamente.
r eso que —Y otras personas aquí recuerdan haberlos visto
quear sushablando en varias ocasiones. —Kurt se quedó
callado. Habían sido muy cuidadosos en los últimos
meses. Y, por supuesto, Wildgrube podía estar
mintiendo. Pero hubo otros tiempos, antes de que él
supiera todo, antes de que se volviera consciente de
la seguridad…
illo. Kurt —Quizás haya hablado con ella una o dos veces.
boca delPero, para ser honesto, Erich —Kurt trató de sonreír,
o estabainseguro de poder lograrlo—, hablo con muchas
só Kurt,muchachas. Quiero decir, ¡no tomo notas! —Se echó
de gatosa reír, pero la expresión de Wildgrube no cambió.
—¿Es consciente de que esta mujer estuvo
momento,robando cupones de gasolina?
Kurt resopló entre los labios con cierta fuerza.
da con lo —Entonces es cierto. Escuché que las secretarias
Feldwebelhablaban de eso. ¿Usted la atrapó?
idad que, —Tenemos suficiente evidencia para su arresto.
hace dos —¿Y por eso es que está desaparecida? —Kurt se
Recuerdaquedó a la espera.
—Sin duda. Ahora, este gusano está suelto, de un
detallesmodo inexplicable. Y su interés por los cupones de
en quégasolina, me temo, crea una fuerte conexión con
usted.
blemente Kurt inhaló profundo. Un ataque era su única
… Si unoopción ahora.
—Maldición, Erich, ¿nunca se va a olvidar de eso?
rlos vistoCometí un error, hace años, ya pagué por eso. ¡La
e quedómitad de los empleados está robando algo! ¿Voy a
s últimosquedar vinculado con todos los que atrape por el
día estarresto de mi tiempo aquí?
de que él Wildgrube lo miró, sin emociones.
ciente de —Entonces, ¿no sabe nada de esta mujer o dónde
puede estar?
os veces. —¿Por qué diablos lo sabría? —Arrojó las manos
e sonreír,en señal de exasperación—. Pero, por el tamaño de
muchasesta isla, no habría pensado que le fuera difícil
—Se echóencontrarla.
—Eso es lo interesante. —Wildgrube reajustó su
r estuvosombrero alpino en un ángulo aún más ridículo—.
Encontramos una pila de ropa en la playa con una
nota suicida escrita por su propia mano, lo
ecretariaschequeamos contra ejemplos en la oficina.
—Bueno, ahí tiene. Eso responde la pregunta,
¿no?
—Kurt se —Mmmh… ¿Usted conoce el sistema de mareas
alrededor de estas islas? —Kurt se encogió de
to, de unhombros de un modo neutral, aunque sabía
pones deexactamente adónde se dirigía eso—. Es uno de los
xión conrangos de marea más grandes del mundo. Como
hemos visto por los bombardeos a los barcos en la
su únicavecindad, los cuerpos terminan en las costas de la
isla. Justo la semana pasada, la marea de tormenta
r de eso?arrojó todo tipo de desechos. Sin embargo, no fue
eso. ¡Lareportado ningún cuerpo.
! ¿Voy a —Quizás se colocó un peso, o el cuerpo chocó
pe por elcontra una mina.
—Tal vez. O tal vez todo esto del “suicidio” es un
engaño y ella está todavía en algún lugar de la isla.
o dóndeDe ser así, la encontraremos y tanto ella como
cualquiera que la esté ayudando serán tratados como
as manoscorresponde. —Wildgrube quitó una pelusa
maño deimaginaria de su chaqueta y se levantó el sombrero
ra difícil—. Qué bueno hablar de nuevo con usted, Kurt.
Gracias por su ayuda en este asunto. Volveremos a
ajustó suhablar, estoy seguro.
dículo—. Y con una pequeña reverencia burlona, se unió a
con unala multitud. Kurt observó cómo el sombrero se
mano, lohundía y desaparecía en ella. Una palabra daba
vueltas y vueltas en su cerebro como un mantra.
pregunta,Scheisse…, scheisse…, scheisse. ¡Mierda!
e mareas
cogió deEra la víspera de Navidad. El sonido distante de los
ue sabíacantantes de villancicos podía escucharse a través del
no de losparque, y las puertas a un lado y otro de la calle
o. Comoresonaban durante el día cuando las amas de casa
cos en laiban y volvían de la ciudad, recorriendo cada tienda
tas de laque se rumoreaba que tenía golosinas festivas para la
tormentaventa. La mayoría volvía con las manos vacías. Las
o, no fuepequeñas porciones de cielo visible en la parte
superior de las ventanas ya estaba de color pizarra,
po chocóabsorbiendo el color de las chimeneas y los techados;
en algún lugar, más allá de las nubes, el sol se
io” es un
de la isla.preparaba para ocultarse.
la como Hedy estaba sentada con el mentón en las rodillas,
dos comoabrazándose las piernas en busca de calor, y se
pelusaretorcía para ponerse cómoda. La falta de reservas
sombrerode grasa –había descubierto recientemente– hacía
ed, Kurt.que sentarse por largos períodos, incluso con un
eremos aalmohadón, fuera una experiencia dolorosa. Pero
¿qué otra cosa podía hacer? Había pasado la tarde
se unió acaminando sin rumbo de una habitación vacía a otra,
brero sebuscando el equilibrio entre calentarse y quemar
bra dabacalorías, pero la última noche incluso trepar las
mantra.escaleras al altillo la había dejado jadeando y
mareada. Su debilidad la asustaba. ¿Y si había una
emergencia en la que debiera correr? ¿Y si se
enfermaba de verdad? Acercarse al doctor Maine
nte de lospor cualquier tipo de tratamiento significaría
ravés delinvolucrarlo en esta conspiración. Hasta ahora, no
e la callehabía habido información sobre más arrestos en
de casaconexión con su caso, lo que implicaba que o Quinn
da tiendahabía mantenido el nombre de Maine en silencio o
as para lalos alemanes habían decidido no perseguir a un
cías. Lasindividuo útil sobre la base de un rumor. Dorothea le
la partedijo a Hedy que pensaba que había visto a Maine
r pizarra,saliendo del hospital dos semanas atrás, aunque
techados;estaba oscuro y no podía asegurarlo. Hedy anhelaba
el sol sedesesperadamente que estuviera en lo cierto.
Miró el calendario en la pared, una creación
casera hecha con recortes de revistas de cine y las
s rodillas,fechas marcadas en lápiz grueso. Imágenes de
or, y seNavidades en Viena flotaban en su mente, las luces
reservasen las plazas, los chirriantes puestos cargados de
e– hacíaproductos en el mercado. Aunque la familia nunca la
con unhabía celebrado en su casa, Hedy siempre había
sa. Peroamado la atmósfera en las calles, absorbiendo el
la tardeentusiasmo de sus amigos y vecinos cristianos.
ía a otra, Un año, Roda había recibido una enorme caja de
quemarbombones amarillos y rosados de un admirador. Se
repar laspreguntaba qué estaría haciendo Roda hoy, si
eando ytodavía estaba viva.
abía una Había estado viviendo en la casa de Dorothea por
¿Y si sepoco más de seis semanas ya. Cada siete días, tenían
or Maineentre ellas dos onzas de margarina, siete onzas de
gnificaríaharina, tres de azúcar, cuatro onzas de carne, más
hora, nocuatro libras y media de pan. El té era un sabor que
estos enapenas recordaba. La sal era ahora imposible de
o Quinnconseguir a menos que se pudiera tener acceso al
ilencio oagua de mar. Cada viernes, Dorothea pasaba
uir a unansiosamente por la puerta, con su pequeña cara
rothea lepálida resplandeciente, y dejaba la cuota de la
a Mainesemana sobre la mesa de la cocina. Por pocos
aunquemomentos, se alegraban mientras devoraban un
anhelabaalmuerzo aceptable, quizás un trozo de lengua para
acompañar una corteza de pan sin sabor de la
creaciónocupación, o los restos de cordero importado que
ine y laspodía guisarse de una manera comestible con algunas
enes depapas. Luego se obligaban a guardar el resto de los
las lucesproductos en la despensa y dosificar sus provisiones
gados depara los días siguientes. Kurt todavía traía lo que
nunca lapodía, pero, sabiendo que estaba bajo vigilancia, sus
re habíavisitas se redujeron a una o dos veces por semana, a
iendo elmenudo con las manos vacías. El domingo anterior se
había quedado no más de diez minutos, dándole a
e caja deHedy solo un brevísimo abrazo y un beso en la
rador. Sefrente; a veces se preguntaba si esta privación
hoy, siparticular no era la más dolorosa de todas.
Las horas pasaron. Ahora estaba completamente
othea poroscuro afuera y frío en la casa. Hedy no se atrevió a
as, teníanprender el fuego; quedaba muy poca leña, y, en todo
onzas decaso, habría sido imprudente mostrar cualquier señal
rne, másde vida mientras Dorothea estaba ausente. Llegó a
abor queun compromiso encendiendo la lámpara de parafina.
osible deDe la puerta de al lado venía el sonido de una alegría
acceso alfestiva: numerosas voces se levantaban
pasabaentusiasmadas. Hedy trató de recordar cómo era
eña caratener una diversión estridente, sin precauciones,
ta de lacomo esa.
or pocos Cuando las agujas del reloj llegaron a las ocho,
aban unsintió que aumentaba su ansiedad. Dorothea nunca
gua parase quedaba afuera hasta tan tarde, ni siquiera cuando
or de lavisitaba a su abuela enferma. Se había ido a la hora
tado quedel almuerzo, murmurando algo respecto de visitar a
n algunasun primo en St. Martin. Le había parecido extraño a
to de losHedy en el momento, Dorothea nunca había
ovisionesmencionado a ese primo antes, y no era común en
a lo queella ser evasiva respecto de sus movimientos. Hedy
ancia, suspensó que tramaba algo, pero fue lo suficientemente
emana, asensata, o cobarde, para no preguntar.
nterior se Ocho y media. Hedy comenzó a preguntarse qué
ándole aharía si Dorothea no volvía. No había teléfono, y de
so en latodas maneras, ¿a quién llamaría? No había forma de
privaciónaveriguar nada; ni siquiera podía salir y comprar un
periódico. Dependería de la próxima visita de Kurt,
etamenteno solo para informarse, sino para su siguiente
atrevió acomida. A medida que pasaban los minutos, su
, en todoansiedad crecía, y necesitó de cada fragmento de
uier señalautodisciplina para no descorrer las cortinas y mirar
Llegó ahacia la calle oscura y desierta.
parafina. De pronto, escuchó los cascos de un caballo y el
na alegríachirrido de pesadas ruedas de carro. Rara vez
vantabanpasaban caballos por esa calle, y nunca a esa hora.
ómo eraHedy se levantó de su asiento y, tomando la lámpara
auciones,de parafina, se trasladó hasta la puerta que había
entre la sala y el pasillo respirando pesadamente. Del
las ocho,exterior provenían sonidos extraños: rasguños, golpes
ea nuncay gruñidos de personas que movían objetos pesados.
a cuandoY luego, otro ruido: un chillido agudo que parecía…
a la horaNo, se dijo Hedy, lo estaba imaginando. ¿No había
e visitar aposibilidad de que fuera…?
extraño a La puerta de entrada se abrió de par en par y el
ca habíaruido estalló dentro de la casa como un autobús de
omún endos pisos. Chillando, jadeando y repiqueteando.
os. HedyHedy miraba boquiabierta, atónita, mientras
ntementeDorothea cerraba la puerta de entrada con fuerza y
se presionaba contra ella, con una mezcla de pánico y
tarse quétriunfo en la cara. Al mismo tiempo, Hedy soltó un
ono, y degrito cuando algo a la altura de la rodilla le pasó
forma derápido por las piernas. Sus ojos siguieron al chillido
mprar unque acompañaba la forma y allí estaba, corriendo por
de Kurt,el pasillo hacia la cocina, un cerdo pequeño. Miró a
siguienteDorothea, demasiado conmocionada para hablar. La
nutos, suvoz de la mujer surgió aguda por el entusiasmo.
mento de —¡Rápido! ¡Atrápalo en la cocina! —Sin aire, la
s y mirarempujó hacia la puerta de la cocina—. Iba a traerlo
por atrás, pero tuve miedo de que pudiera escaparse
ballo y elpor el pasaje. Tenemos que matarlo antes de que los
Rara vezvecinos lo oigan.
esa hora. Hedy pasaba la vista de Dorothea al cerdo, que
lámparaahora corría por la cocina en círculos por el pánico,
ue habíabuscando una forma de salir.
ente. Del —¿Estás loca? Ninguna de nosotras sabe cómo
os, golpescarnear un cerdo. —Se apretó contra la pared,
pesados.esperando que el animal la atacara. Un proverbio
parecía…familiar de su infancia le pasaba por la cabeza: “Y el
No habíacerdo, como tiene una pezuña hendida que está
completamente abierta, pero no regurgitará su bolo
par y elalimenticio, está contaminado para ti. No comerás su
tobús decarne y no tocarás sus huesos; son impuros para ti”.
ueteando.Hacía tiempo que había abandonado las prácticas
mientraskósher –el cerdo era una de las pocas carnes que
fuerza yocasionalmente estaban disponibles en la isla–, pero
pánico y¿matarlo ella misma? Eso era una cuestión muy
soltó undiferente.
a le pasó Pero Dorothea tenía un brillo en los ojos que
l chillidoHedy no había visto nunca antes.
endo por —Podemos hacerlo entre nosotras. Podemos usar
o. Miró aesto. —Dorothea comenzó revolver en un viejo cajón
ablar. Lade madera en el pasillo, que usaba para guardar
viejos periódicos, cuando Hedy miró ansiosamente
n aire, lahacia el animal, que ahora golpeaba con la cabeza las
a traerloparedes en su desesperación por escapar. Del fondo
escaparsede la pila de papeles, Dorothea sacó un elemento
e que losdelgado, plano que, en la oscuridad, Hedy apenas
pudo distinguir. Recién cuando Dorothea lo sacó de
erdo, quesu funda, Hedy se dio cuenta de que estaba
el pánico,sosteniendo un cuchillo, de unos veinte centímetros
de largo con una hoja limpia, brillante—. Anton me
be cómolo dejó cuando se fue, en caso de que lo necesitara.
a pared,Está bien afilado. —Se lo mostró a Hedy como un
proverbiotrofeo.
za: “Y el Hedy puso la mano en la pared para mantenerse
que estáfirme, apenas creyendo lo que estaba pasando.
á su boloEstaba horrorizada ante esta extraña que tenía
merás sudelante, una lunática enloquecida y temeraria que
para ti”.sacaba armas prohibidas y mataba animales salvajes
prácticasen su propia cocina.
rnes que —¡No, Dorothea, no puedo! No puedo siquiera
la–, perotocarlo. ¡De verdad!
ión muy —No puedo hacer esto sola. Tienes que
ayudarme. —La cabeza de Hedy seguía
ojos quesacudiéndose, pero Dorothea insistía—. Lo digo de
verdad. Si un vecino se entera de esto, llamaría a los
mos usaralemanes para que vinieran. —Escuchó un momento,
ejo cajóny oyó la diversión en la casa de al lado—. Están en
guardaruna fiesta, perfecto. ¡Vamos!
osamente Entró decidida a la cocina, metiendo el cuchillo en
abeza lasel frente de su sostén. El cerdo se agitó aún más. Sus
Del fondopatas estaban golpeando el piso de la cocina como en
elementoun zapateo satánico. Hedy podía ver los pelos en su
y apenascuero, la humedad rosada de su hocico. Quería gritar,
o sacó depero la voz de Dorothea era calma.
e estaba —Mantén la puerta cerrada o se soltará por la
ntímetroscasa. Busca la vieja tina de baño, en la que ponemos
Anton mela leña…, debe de ser lo suficientemente grande.
ecesitara. Demasiado asustada para desobedecer, Hedy se
como undirigió hacia la despensa, asegurándose de no darle la
espalda al animal. Tanteó en la oscuridad en busca
antenersedel contenedor en el piso de la despensa y se aferró a
pasando.uno de los extremos; lo arrastró hasta sacarlo del
ue teníaarmario y lo hizo correr por el piso de la cocina con
raria queel pie.
s salvajes —Bien. ¡Ahora solo debemos atraparlo! —siseó
Dorothea. Hedy sostuvo la lámpara un poco más alta
siquiera—. ¡Solo piensa en los filetes de cerdo que
tendremos! Bien… Voy a tratar de atraparlo en este
nes querincón. Imítame, sigue moviéndote hacia adelante.
seguía Dorothea abrió los brazos y profirió unos chillidos
o digo debajos para alentar al cerdo a que fuera hacia atrás, al
aría a losrincón lejano. Colocando la lámpara al costado, lo
momento,último que necesitaban en ese momento era quedar
Están enen la oscuridad total, Hedy extendió los brazos y se
movió hacia adelante también, creando entre las dos
uchillo enun movimiento de pinza. El chillido del animal se
más. Sushizo más fuerte y Hedy deseaba cerrar los ojos y
como enolvidarse de todo eso, pero sus ojos estaban fijos en
los en susu aterrada presa. Al acercarse, Dorothea cayó de
ría gritar,rodillas y agarró al cerdo del medio, forzando su
parte trasera hacia la esquina.
rá por la —¡Agárrale las patas delanteras, Hedy, rápido! —
ponemosSu tono era tan urgente que Hedy hizo lo que le
decía, maniobrando los brazos hasta encontrar las
Hedy sepatas del animal, dando vuelta la cara hacia un
o darle lacostado por miedo a ser mordida, hasta que logró
en buscaatrapar una y luego la otra. De algún modo,
e aferró aDorothea logró dar la vuelta hasta que lo tuvo bien
carlo delagarrado de atrás y levantó al animal de las patas
ocina contraseras— ¡Mételo en la tina, de espaldas! Trata de
mantenerlo quieto mientras le corto el cuello.
! —siseó Hedy escuchó su propia voz, estridente, gritando a
más altamedias.
rdo que —¡No puedo, no puedo!
o en este —¡Tú puedes! Es solo un debilucho, no es tan
fuerte. ¡Ahora, levanta!
chillidos Con un gran esfuerzo lograron levantar a la bestia
a atrás, alque se defendía y meterla en la tina de baño. Hedy
stado, loluchó para mantener un par de patas en cada mano
a quedarmientras el animal se retorcía y daba vueltas. De
azos y sepronto se oyó como un chorro y el olor a mierda
re las dosllegó a sus narices. Hedy tuvo una arcada violenta y
nimal sesupo que el vómito no estaba muy lejos.
os ojos y —¡Rápido! —Dorothea se estaba gritando a sí
n fijos enmisma ahora. Fiesta o no, los vecinos iban a oír algo
cayó depronto si no terminaban esto cuanto antes. Justo
zando suentonces, Hedy vio que Dorothea sacaba el cuchillo
de su sostén y lo deslizaba decidida por la garganta
ápido! —del cerdo. El chillido se detuvo de inmediato, pero el
o que lepataleo aumentó.
ntrar las —¡De nuevo, de nuevo! —gritó Hedy—. No está
hacia unmuerto.
que logró Dorothea liberó el cuchillo de donde se había
n modo,quedado atascado en la carne y lo apuñaló de nuevo.
uvo bienInmediatamente las sacudidas pararon, y el animal
las patasquedo inmóvil en la tina, medio sumergido en su
Trata desangre y su mierda. Hedy corrió al fregadero y
vomitó una bilis verde y agua, ya que no tenía nada
ritando amás en su estómago. Para cuando se dio vuelta,
Dorothea había arrastrado al animal del cuello y le
había abierto la panza de arriba abajo,
o es tandesparramando las vísceras y los órganos en la
asquerosa sopa que había debajo. Tenía las manos y
la bestialas muñecas cubiertas de sangre. Cuando la mayor
ño. Hedyparte de la sangre se había escurrido, dejó que la
da manocarcasa se deslizara, y miró hacia Hedy con un alivio
eltas. Deabrumador. Solo entonces, al oír el resoplido en su
a mierdarespiración y ver lágrimas en los ojos de Dorothea,
iolenta yHedy comprendió el esfuerzo sobrehumano que
había necesitado para lograr esto.
ndo a sí —Bien hecho. Esto fue extraordinario.
a oír algo Dorothea cerró los ojos y sacudió la cabeza.
es. Justo —Vamos, tenemos que limpiar esta cosa.
l cuchilloEnterraré la porquería en el parque. Luego… —
gargantaSonrió—. ¡Luego podemos preparar nuestra cena de
o, pero elNavidad!
. No está
Hedy movió el bocado de hígado de cerdo por su
se habíaboca, saboreándolo, dejando que el sabor la
de nuevo.transportara. Ya había consumido uno de los riñones
el animaly una porción del corazón, pero había guardado la
do en suparte más sabrosa para el final. Un poco de jugo
gadero y
enía nadacorrió por la comisura de la boca y lo detuvo con el
o vuelta,dedo, empujándolo de nuevo hacia adentro. En ese
uello y lemomento, Dorothea hacía exactamente lo mismo,
abajo,ambas reían como niñas. Hedy tomó otro bocado,
os en laasombrada de sí misma. Había anticipado asco o, al
manos ymenos, arrepentimiento; el trauma de la matanza, las
la mayornáuseas de frotar la carcasa para sacar la suciedad
ó que labajo el chorro de agua fría, el horror imaginado de su
un aliviomadre. Pero en ese momento sentía como si cada
do en sucélula de su cuerpo volviera a la vida, como si una
Dorothea,planta marchita por fin estuviera recibiendo agua.
ano queTodavía iban y venían cantos del otro lado de la
pared, agregándose a la sensación de celebración, y
la luz de la lámpara de parafina bailaba en la pared
arriba de la mesa. Dorothea había abierto una
ta cosa.botella de beaujolais que había estado guardando
ego… —para una ocasión especial: estaba un poco
a cena deavinagrado, pero se sentía aterciopelado en la boca, y
para el tercer sorbo Hedy ya podía sentir su efecto.
—¿Qué debemos hacer con el resto? —se
preguntó Hedy en voz alta, usando una pequeña
o por sucorteza de pan para absorber los restos del jugo de su
sabor laplato. Dorothea se encogió de hombros.
s riñones —Mañana debemos quitarle el cuero y cortarlo.
ardado laLuego podemos guardarlo en el altillo donde está
de jugofrío… lo siento, lo pondré lo más lejos de ti que
pueda. Debería durar al menos una semana.
vo con el —¿Y en el patio?
o. En ese —Demasiado peligroso. Alguien podría robarlo, o
o mismo,un perro lo encontrará.
bocado, —¿Crees que podemos terminarlo en una
asco o, alsemana?
tanza, las —Si no podemos, lo cambiamos por huevos o
suciedadconejos frescos. Todavía se pueden conseguir cosas
ado de suen los distritos rurales, si uno sabe a quién
o si cadapreguntarle.
mo si una La masticación de Hedy fue interrumpida por un
do agua.bocado de cartílago, pero ella lo tragó feliz de
do de lacualquier forma.
ración, y —¿Cómo consiguió esto tu primo? Pensé que los
la paredalemanes se quedaban con todos los lechones que
erto unanacían.
uardando —Los granjeros tienen sus trucos. Esconden una
un pococerda en otro corral mientras los alemanes no están
a boca, ymirando, así que se cuenta como un cerdo menos…
Entonces, los Jerries no se dan cuenta cuando falta
o? —seuno. —La risa le salió por la nariz—. Aparentemente
pequeñaun granjero le ató una cofia a un cerdo y lo puso en
ugo de susu cama, ¡le dijo que era su madre enferma! ¡Ni
siquiera entraron en la habitación!
cortarlo. Hedy estalló de risa y continuaron comiendo unos
nde estáminutos más hasta que volvió a preguntar:
de ti que —Todavía no entiendo por qué tu primo aceptó
ayudarnos. Pensaba que, además de tu abuela, nadie
de tu familia te seguía hablando.
obarlo, o Dorothea bajó la vista y dudó un momento antes
de responder.
en una —No quería ayudarme y lo dejó en claro desde el
principio. No podremos pedirle nada de nuevo.
huevos o —Pero ¿por qué hoy? ¿Porque es Navidad? —
uir cosasDorothea sacudió la cabeza.
a quién —Le dije que Anton había muerto. —Hedy se
recostó en la silla.
a por un —¿Le mentiste a tu propia familia?
feliz de —No sé si es una mentira.
—¡Dorothea!
é que los —No he sabido nada durante meses… Anton bien
ones quepuede estar muerto. —Hedy sintió una punzada de
pena.
nden una —No puedes pensar eso de verdad. ¿Cómo lo
no estánsoportas? —Dorothea la miró directo a los ojos.
menos… —Amo a Anton con todo mi corazón, pero tengo
ndo faltaque enfrentar los hechos. Dios encontrará un camino
ntementepara mí, para todos nosotros, si es su deseo.
o puso en Hedy se movió incómoda en su silla.
rma! ¡Ni —¿Todavía crees en Dios? ¿Después de estos
últimos años horribles?
ndo unos Dorothea la miró un poco confundida.
—Por supuesto.
o aceptó Llevó su atención de nuevo al plato limpiando las
ela, nadieúltimas gotas de jugo de carne con el dedo, sin
desperdiciar nada; Hedy hizo lo mismo, levantando
nto antesla vista a la cara de Dorothea. Tenía oscuras ojeras
debajo de los ojos y algunos mechones grises en los
desde ellados de su cabello oscuro. Pero notó la postura
rígida de su mandíbula y los labios pálidos que
idad? —apretaba cuando se veía obligada a dar una opinión o
tomar una decisión.
—Hedy se Cuando Dorothea se puso de pie para recoger los
platos y llevarlos al fregadero, Hedy la detuvo.
—¿Es por eso que aceptaste refugiarme aquí?
Dorothea se dio vuelta, con los platos en la mano.
—¿Qué quieres decir?
nton bien —¿Porque crees que es lo que Dios querría? ¿Que
nzada dees tu deber?
—Nunca lo pensé de ese modo.
Cómo lo —Pero sabes a qué te arriesgas —Hedy la
presionó—. ¿Y si Anton está todavía vivo? ¡Podría
ero tengovolver en menos de un año! Ambos son jóvenes,
n caminotendrían el resto de sus vidas juntos. Sin embargo,
has elegido poner todo eso en peligro por mí.
Dorothea pensó un momento, luego se volvió a
de estossentar y colocó la vajilla en la mesa.
—En realidad, no lo pensé, para ser honesta. Tú
eres la mejor amiga de Anton aquí, y estabas en
problemas. Era solo lo correcto, lo que había que
iando lashacer.
dedo, sin Hedy sacudió la cabeza.
vantando —No quiero ser responsable de nada que te
as ojerassuceda. Kurt podría encontrarme otro lugar.
es en los —No digas tonterías. —Dorothea puso los brazos
posturaalrededor de ella—. Estás mucho más segura aquí. Y
idos queme gusta la compañía. —Comenzó a retirarse,
opinión oanticipando la habitual reticencia de Hedy, pero esta
vez Hedy se estiró y la contuvo en el abrazo.
coger los —Gracias.
Se quedaron así por un momento hasta que el
golpeteo codificado en la puerta de atrás las hizo
saltar a ambas. Dorothea se apuró a abrir, y Kurt,
con el cuello levantado para tener menos frío y
ía? ¿Queocultarse mejor, entró suavemente. Hedy, sensible
por el vino y los eventos del día, corrió hacia él y lo
besó apasionadamente, justo enfrente de Dorothea.
Hedy laLas dos mujeres parlotearon durante varios minutos
? ¡Podríahablando una encima de la otra en su entusiasmo por
jóvenes,contar la historia de la llegada del cerdo, el drama de
embargo,la matanza y la maravillosa cena.
Kurt escuchó todo antes de empujarse el pelo
volvió ahacia atrás con una mano y mirar a ambas con una
combinación de admiración y horror.
nesta. Tú —Si ese carro hubiera sido detenido camino a la
tabas encasa, te habrían arrestado junto con tu primo. En un
abía quepar de días todos habríamos estado en la cárcel.
Dorothea asintió.
—Lo sé.
a que te Kurt miró a Hedy en busca de apoyo, pero Hedy
se encogió de hombros.
os brazos —Dorothea hizo esto por nosotros, Kurt. Creo
a aquí. Yque ha sido muy valiente. —Kurt levantó el pequeño
retirarse,vaso de vino que Dorothea le había servido.
pero esta —Tienes razón. Por una feliz Navidad y un mejor
año nuevo. —Luego miró de un modo extraño a
Dorothea y luego a Hedy, demasiado avergonzado
a que elpara ser específico—. No me extrañarán en mi
las hizoalojamiento por un par de horas…
, y Kurt, Sin esperar que se lo pidieran, Dorothea hizo un
os frío ygesto hacia el pasillo.
sensible —Usen mi cuarto… tengo que limpiar la cocina de
ia él y lotodas formas. —Hedy se sonrojó. Pero Dorothea
Dorothea.hizo un movimiento con las manos para que se
minutosfueran—. Vayan y aprovéchenlo. Es Navidad
asmo pordespués de todo.
drama de Kurt agradeció con un gesto de cabeza y tomó a
Hedy de la mano para llevarla hacia las escaleras. A
el pelomitad de camino, Hedy se detuvo y se inclinó sobre
con unala barandilla.
—Gracias. Eres una buena amiga, Dory. —Dudó
mino a la—. Creo que Anton está vivo, todavía. Y estaría muy
o. En unorgulloso de ti. —Luego siguió a Kurt por las
escaleras, sintiendo aumentar la calidez de su cuerpo
al pensar en él.
Kurt miró a Hedy en busca de apoyo, pero Hedy
se encogió de hombros.
—Dorothea hizo esto por nosotros, Kurt. Creo
que ha sido muy valiente. —Kurt levantó el pequeño
vaso de vino que Dorothea le había servido.
—Tienes razón. Por una feliz Navidad y un mejor
año nuevo. —Luego miró de un modo extraño a
Dorothea y luego a Hedy, demasiado avergonzado
para ser específico—. No me extrañarán en mi
alojamiento por un par de horas…
Sin esperar que se lo pidieran, Dorothea hizo un
gesto hacia el pasillo.
—Usen mi cuarto… tengo que limpiar la cocina de
todas formas. —Hedy se sonrojó. Pero Dorothea
hizo un movimiento con las manos para que se
fueran—. Vayan y aprovéchenlo. Es Navidad
después de todo.
Kurt agradeció con un gesto de cabeza y tomó a
Hedy de la mano para llevarla hacia las escaleras. A
mitad de camino, Hedy se detuvo y se inclinó sobre
la barandilla.
—Gracias. Eres una buena amiga, Dory. —Dudó
—. Creo que Anton está vivo, todavía. Y estaría muy
orgulloso de ti. —Luego siguió a Kurt por las
escaleras, sintiendo aumentar la calidez de su cuerpo
al pensar en él.
Capítulo 10
Junio de 1944
s estrés y
era a su
Hedy seLa centolla, envuelta en papel de diario y luego en
mando launa funda de almohada rota, estaba tan presionada
ba unacontra el costado de su cuerpo que Kurt podía
a por lasentirla retorciéndose. Había visto que el vendedor
a guerrade pescado ató las pinzas con una fuerte soga, pero
aban, losseguía siendo una experiencia inquietante sentir la
esplandorcriatura luchando contra los confines de su prisión
ea estabahumana. Le había costado una buena porción de su
asta quesalario y de su penosa asignación de tabaco, pero
soltandonada de eso importaba. Kurt mantenía el brazo firme
a se ibaen su lugar mientras caminaba por Cheapside,
edo de laimaginando cómo se vería la cara de Hedy. No
a indicarhabría mayonesa, por supuesto; probablemente,
minutos,tampoco pan. Pero el ingenioso artilugio que se le
había ocurrido a Kurt en una visita reciente, que
involucraba una vieja lata de pintura de metal
ganta desuspendida sobre el fuego de la chimenea, les
permitiría hervir la centolla en la casa, siempre que
tuvieran suficiente leña, y la comerían del propio
caparazón. Pensó en las dos mujeres partiendo las
ta aquí.pinzas, sorbiendo la deliciosa carne, y sonrió.
es fue el En la esquina del camino, Kurt se obligó a admitir
caer ella sospecha que había estado en el borde de su
conciencia durante varios minutos. Lo estaban
siguiendo. Mirando alrededor como si chequeara el
tráfico, examinó una figura visible involucrada en un
tipo de actividad sospechosa, y echó una mirada al
luego enhombre de piloto y sombrero de fieltro, dándole
esionadavueltas sin sentido a un diario en una puerta. No
rt podíapodía definir si era o no Wildgrube –el sombrero
vendedorsugería lo contrario–, pero la conducta ciertamente
oga, perodaba a entender que era uno de sus laderos. De todos
sentir lamodos, dirigirse directamente a la avenida West Park
u prisiónquedaba descartado. Kurt volvió a doblar en el
ón de supequeño parque, siguiendo el camino de pavimento
aco, perohacia el centro y, de pronto, cambió de dirección
azo firmehacia el extremo norte de Elizabeth Place. Si ese tipo
heapside,lo estaba siguiendo, estos giros y contragiros lo iban a
Hedy. Noobligar a quedar expuesto. Kurt sabía que estaba
blemente,limpio –el cangrejo había sido comprado
que se lelegítimamente y no había nada sobre su persona que
ente, queno pudiera ser explicado– y sobre esa base se sentía
de metalseguro de enfrentar al espía. Comenzó a preparar en
enea, lessu cabeza una respuesta aguda, que mostrara su
mpre queindignación por el malgasto de los recursos al espiar
el propioa oficiales alemanes en su preciado tiempo libre.
endo las Al salir del parque y dirigirse hacia la calle, se dio
vuelta para mirar hacia atrás. El hombre lo seguía
a admitirtodavía, a cierta distancia, pero ahora no intentaba
de de suocultar su intención. Se movía con lentitud, y Kurt
estabanpensó que quizá fuese como consecuencia de su mal
queara elestado físico en lugar de un subterfugio
da en unincompetente. Las últimas raciones habían sido
mirada alatroces; quizá la tuberculosis, que ya estaba
dándoleextendida entre la población local, estaba
uerta. Nocomenzando a infiltrarse en el reducto de la policía
sombrerosecreta. Se lo tienen merecido, los bastardos, pensó
rtamenteKurt. Pero la idea le dio otra opción: apurar el paso y
De todoshacer una desaparición limpia.
West Park Kurt aceleró hasta alcanzar una marcha rápida;
ar en elsus piernas se movían como pistones sobre los
avimentoadoquines. Al alcanzar la esquina de Parade, hizo un
direccióngiro veloz a la izquierda y trotó pasando las casas
i ese tipoadosadas. Sabía que pronto a la izquierda aparecía la
lo iban aentrada al pasaje que corría paralelo a los patios
e estabatraseros de la avenida West Park. Si lograba poner
ompradosuficiente distancia entre ellos, podría desviarse allí
sona queantes de que su perseguidor se diera cuenta de
se sentíaadónde había ido. Pero cuando estaba a punto de
eparar enhacer eso, miró detrás de él y vio que la figura
strara sutodavía estaba siguiéndolo.
al espiar Kurt recalibró. Ya estaba demasiado cerca de la
casa. No estaba más allá del poder o la voluntad de
le, se diolos compinches de Wildgrube dar vuelta toda una
lo seguíacalle, si pensaban que podían encontrar algo que les
ntentabadiera algún crédito o un ascenso. Decidió regresar a
d, y Kurtsu plan original y confrontar al espía: desde aquí, se
de su malveía agotado, lo que le dio a Kurt una ventaja
bterfugioadicional. Tiró los hombros hacia atrás y se estiró
ían sidocuan alto era; caminó hacia donde el hombre estaba
a estabaahora parado bastante abiertamente en la calle, con
estabael brazo estirado contra una pared cercana en busca
la policíade apoyo y la respiración agitada. Su cabeza estaba
os, pensóhacia abajo en un intento por recuperarse. Kurt usó
el paso ysu tono más desagradable.
—¿A qué diablos piensa que está jugando? —
a rápida;Cuando el hombre levantó la cabeza, Kurt se
obre lossorprendió. Hacía más de dos años que había visto
e, hizo unesos rasgos arrugados, pero, a pesar de la pérdida de
las casaspeso y el envejecimiento significativo, lo reconoció
parecía laenseguida—. ¡Doctor Maine!
os patios —Lo siento… —El médico hizo un gesto con la
ba ponermano para indicar que necesitaba un momento,
iarse allíluego se irguió—. Habría ido directamente a la casa
uenta dede la señorita Le Brocq, quiero decir de la señora
punto deWeber, pero no estaba seguro de la situación. Uno
la figurano quiere atraer una atención innecesaria en
circunstancias delicadas, ¿me entiende? —Kurt
rca de laasintió—. Entonces lo reconocí cuando caminaba por
untad deCheapside, y sospeché que podría dirigirse hacia allí.
toda una —¿Ha ocurrido algo? —Kurt miró a su alrededor,
o que lesansioso; no había nadie en la calle, aunque temía que
egresar aalgunos pares de ojos estuvieran mirando a través de
e aquí, selas cortinas en ese mismo momento.
a ventaja Maine asintió.
se estiró —Me temo que sí. —Sus exhaustos ojos marrones
re estabamiraron a Kurt desde debajo del ala del sombrero—.
calle, conAlgo muy serio.
en busca
za estaba
—Pero yo no conozco a este hombre. No entiendo.
Kurt usó
Dorothea estaba en el borde de su asiento, con los
dedos en la boca, masticando lo que le quedaba de
ando? —
uñas. Hedy los miraba a ella y a Kurt, tratando de
Kurt se
controlar el violento golpeteo de su corazón. La
abía visto
centolla yacía olvidada en el fregadero de la cocina,
érdida de
retorciéndose e intentando liberarse aprovechando el
econoció
aplazamiento de su ejecución.
—Fintan Quinn fue llevado por la policía secreta
to con la
la semana pasada para volver a interrogarlo, parte de
momento,
la política de “limpieza” de Wildgrube —explicó
a la casa
Kurt—. Deben de haber encontrado una forma de
a señora
poner presión sobre él, porque esta vez les dio el
ión. Uno
nombre del médico, vinculándolo con el robo de
saria en
cupones. Al día siguiente, lo llevaron a Maine
—Kurt
también para interrogar. —Hedy pensó en el médico
naba por
amable y exhausto en una celda de interrogatorio, y
cerró los ojos horrorizada—. Maine no les dijo nada,
lrededor,
por supuesto —continuó Kurt—, y no tienen
emía que
evidencia, así que quedó limpio. Pero chequearon su
través de
lista de pacientes y encontraron el nombre de
Dorothea. Ahora están tratando de unir los puntos,
con la esperanza de que esto los lleve hasta Hedy.
marrones
Hedy tragó con dificultad.
mbrero—.
—¿Entonces planean buscar aquí?
—Maine no estaba seguro… Lo que escuchó fue a
través de una puerta en el corredor y su alemán no es
tan bueno. Pero cree que escuchó la palabra
o, con los
“Freitag”.
edaba de
—¡Viernes! ¡Eso es esta noche! —Los ojos de
tando de
Dorothea estaba llenos de pánico.
azón. La
—Por eso, no tenemos tiempo que perder.
a cocina,
—¿Deberíamos poner a Hedy en el altillo?
chando el
Hedy sintió náuseas. La habitación daba vueltas a
su alrededor. El momento había llegado. Había
a secreta
dejado de ser una persona; ahora era un
parte de
inconveniente, un problema viviente del que se
—explicó
hablaba y al que se escondía como una radio ilegal o
forma de
una pistola. Abrió la boca para hablar, pero nada
es dio el
salió.
robo de
—El altillo es demasiado peligroso para una
a Maine
búsqueda dirigida —estaba diciendo Kurt—. Será el
el médico
primer lugar donde van a buscar.
gatorio, y
—Pero ¿dónde más puede ir? Si Maine también
dijo nada,
está bajo sospecha…
o tienen
—Creo que tengo una idea —interrumpió Kurt—.
uearon su
Primero, tenemos que sacar el equipo inalámbrico de
mbre de
la casa. ¿Hay alguien a quien puedas dejárselo?
s puntos,
Dorothea asintió.
—Mi abuela. Podría esconderlo en el cobertizo de
su jardín.
—Llévatelo ahora en la carretilla. Asegúrate de
chó fue acubrirlo: hojas, una vieja manta, cualquier cosa. Ve
mán no esahora, mientras el primer turno está cambiando; las
palabracalles estarán tranquilas. —Luego Kurt se dirigió a
Hedy y la miró fijo a los ojos—. Y tú…, tú, necesitas
ojos devestirte.
—¿Vestirme?
—Es peligroso, pero es lo mejor que puedo
pensar. Y quizá funcione. —Se inclinó y reveló una
vueltas abolsa de arpillera que había traído con él; desató las
o. Habíatiras mientras hablaba—. Quiero que te pongas esto.
era un Hedy observó cómo Kurt sacaba el contenido de
que sela bolsa y apoyaba las prendas sobre la mesa de la
o ilegal ococina. Oyó que Dorothea se quedaba sin aliento, y
ero nadasintió que las piernas se le aflojaban.
—Kurt, no puedes hablar en serio. ¿Estás loco?
para una Sobre la mesa estaba el uniforme gris verdoso de
—. Será ellana de un sargento de la Wehrmacht.
también
ó Kurt—.
mbrico de
ertizo de
úrate de
cubrirlo: hojas, una vieja manta, cualquier cosa. Ve
ahora, mientras el primer turno está cambiando; las
calles estarán tranquilas. —Luego Kurt se dirigió a
Hedy y la miró fijo a los ojos—. Y tú…, tú, necesitas
vestirte.
—¿Vestirme?
—Es peligroso, pero es lo mejor que puedo
pensar. Y quizá funcione. —Se inclinó y reveló una
bolsa de arpillera que había traído con él; desató las
tiras mientras hablaba—. Quiero que te pongas esto.
Hedy observó cómo Kurt sacaba el contenido de
la bolsa y apoyaba las prendas sobre la mesa de la
cocina. Oyó que Dorothea se quedaba sin aliento, y
sintió que las piernas se le aflojaban.
—Kurt, no puedes hablar en serio. ¿Estás loco?
Sobre la mesa estaba el uniforme gris verdoso de
lana de un sargento de la Wehrmacht.
Capítulo 11
—¿ Qué te parece?
Hedy echó una mirada a Kurt, luego al pedazo
aserrado de espejo delante de ella. Estaba ubicado
sobre un taburete, apoyado contra la pared del
dormitorio de Dorothea, y el ángulo la hacía verse
incluso más baja. Observó su nuevo aspecto –la
chaqueta pesada con sus brillantes botones de metal,
los pantalones sueltos con la parte de abajo ajustada
y los fondillos reforzados– y se maravilló del poder
imaginario que podía deducirse de un conjunto de
prendas. Pensó en los soldados en los campos de
concentración, con esta misma ropa, creyéndose
superhombres, una especie superior. Lo único que
veía era una muchacha judía, flaca como un palo,
jugando un desagradable juego de disfraces. Hizo
una mueca.
—Fue lo único que pude conseguir… Lo dejó un
sargento en nuestro alojamiento hace unos meses.
Por suerte, era un tipo pequeño.
—¡No lo suficiente! Nadie va a creer que soy un
soldado. —Giró hacia él, ahogada por el terror que
estaba acumulando—. Kurt, esto nunca va a
funcionar.
Le tomó la cara entre las manos.
—Es nuestra mejor chance. Esta administración
está atrapada en su propia lógica… Si decide que
algo es imposible, ya no lo ve como una amenaza.
Esconderse a plena vista es la única cosa que no
l pedazoestarán esperando. —La besó apenas en los labios—.
ubicadoPonte la gorra, eso hará toda la diferencia.
ared del Hedy tomó la gorra y se la puso en la cabeza,
cía verseacomodando el pelo alrededor de los lados.
pecto –la —¿Mejor?
de metal, —Todavía se ve mucho pelo. Lo siento, mi amor,
ajustadapero va a tener que irse.
del poder Hedy asintió sin hablar. No era el momento para
njunto deperder tiempo con discusiones. En minutos, Kurt
mpos devolvió con las tijeras de cocina de Dorothea, las
eyéndoseúnicas en la casa, y comenzó a cortar. Hedy mantuvo
nico quelos ojos en la cara de Kurt mientras él trabajaba,
un palo,sabiendo que su expresión calma era una mentira.
ces. HizoFue cortando metódicamente alrededor de su cabeza,
sonriéndole cada tanto para que se sintiera segura.
o dejó unHedy pensó en la mañana, cuando había pasado una
os meses.hora sobre el fregadero de la cocina, lavando sus
amados bucles con una barra de jabón de mala
e soy uncalidad que hacía tanta espuma como una piedra
error quepómez. Qué lejano parecía. Incluso el movimiento
a va afrenético por la casa apenas dos horas atrás, tratando
de eliminar toda señal de su presencia, metiendo el
resto de sus ropas en el armario de Dorothea y
nistraciónsacando el colchón del altillo para colocarlo en el
cide quecuarto de atrás, parecía algo lejano. La vida ya no
amenaza.podía medirse en días o semanas, sino en minutos. La
a que nohizo hipersensible a cada imagen, cada sonido y cada
labios—.color; sin embargo, al mismo tiempo, estaba como
extrañamente adormecida.
a cabeza, Sentía sus rizos caer sobre los hombros y
deslizarse hasta el piso, mientras Dorothea, todavía
sin aliento por la corrida a la casa de su abuela con el
mi amor,equipo de radio, se apuraba por hacer desaparecer la
evidencia en una vieja pala de metal. Luego Kurt
ento paramojó su rasuradora en un tazón de agua fría, y Hedy
os, Kurtse quedó completamente inmóvil mientras él la
thea, laspasaba por la nuca y alrededor de las orejas, hasta
mantuvoque no hubo nada más que piel desnuda y erizada.
rabajaba,Una o dos veces la rasuradora la pellizcó y ella
mentira.parpadeó, pero no se quejó; Kurt presionó en las
u cabeza,pequeñas heridas con su pañuelo, hasta que la sangre
a segura.se detuvo. Cuando terminó, la besó con ternura en la
sado unafrente, le volvió a colocar la gorra en la cabeza y la
ando susllevó hacia el espejo. Hedy inspiró profundamente.
de malaKurt tenía razón: la pérdida del pelo hacía toda la
a piedradiferencia. Ante ella había un joven soldado del
vimientoejército alemán, delgado y mal alimentado. El
tratandouniforme era grueso y caluroso, pero podía sentir que
tiendo eltodo su cuerpo temblaba.
rothea y Kurt, que estaba detrás de ella, la abrazó.
rlo en el —Qué suerte que eres tan bonita, ¿no?
da ya no Hedy forzó una sonrisa.
nutos. La —Debemos irnos.
do y cada Kurt apoyó una mano consoladora sobre el
ba comohombro de Dorothea.
—Déjanos una señal en la puerta trasera. Si está
mbros yabierta, sabremos que no han llegado todavía o que
, todavíatodavía están en la casa.
ela con el Dorothea asintió sin pestañear.
parecer la —Buena suerte.
ego Kurt Al salir al patio, Hedy sintió una ráfaga de
a, y Hedysensaciones. La frescura de la brisa del final del
as él laverano, la luminosidad del atardecer que se acercaba
as, hastay los olores que surgían de la calle eran abrumadores.
erizada.Asfalto, excremento de caballo, un pino distante, sal
có y ellamarina, diésel…, Caminaron enérgicamente hasta el
nó en lasfinal del pasaje y se dirigieron a la calle. La
la sangreexperiencia la mareó. La vastedad del cielo, la
ura en laextensión aparentemente infinita del camino…
beza y la¿cómo había podido lidiar alguna vez con ese grado
damente.de exposición? A lo lejos, apenas visible, estaba la
a toda labahía de St. Aubin y la inmensa apertura del Canal.
dado delPensó en su profundidad, llena de rocas y criaturas, y
tado. Elen barcos armados. ¿Cómo alguien navegaba todo
entir queeste espacio, manejaba esta cantidad de
vulnerabilidad? Sus pies parecían plantados donde
estaba parada, pero Kurt le dio un empujón firme en
la espalda, impulsándola lejos de la casa y, en ese
momento, ella comprendió la situación y permitió
que él tomara el control. Lo único que rogaba era
sobre elque, pasara lo que pasare, no lo decepcionara.
Caminaron por Parade. Era estimulante pero
a. Si estáagotador caminar hasta ahora en línea recta, sentir
vía o queque sus pies volvían a cubrir una distancia sobre el
pavimento, en especial calzados con las poco
familiares botas alemanas. Nunca antes había usado
pantalones, y la sensación de la tela entre las piernas
áfaga deera peculiar. Trató de relajarse dentro del uniforme,
final delde caminar con peso y propósito, como un hombre.
acercabaPero los ruidos la mantenían alerta, aunque la noche
madores.estaba tranquila. Un motor a lo lejos, alguien que
tante, salgritaba desde una ventana, pájaros en los árboles, un
e hasta elavión distante. ¿Qué daño permanente a sus órganos
calle. Lasensoriales, se preguntaba, le habían hecho todos
cielo, laesos meses alejada del mundo? ¿Volvería alguna vez
camino…a ser la misma?
ese grado —¿Adónde vamos?
estaba la —Nos mantendremos en los caminos laterales —
el Canal.replicó Kurt—, donde está tranquilo.
iaturas, y Ansiaba mirar a su alrededor, pero mantenía la
aba todocabeza gacha y dejaba que Kurt tomara todas las
dad dedecisiones. Uno o dos locales que regresaban a casa a
os dondetiempo para el toque de queda cruzaron el camino
firme enpara no pasar demasiado cerca. Hedy luchó contra su
y, en esedeseo de espiarlos, de mirar los contornos de una
permitiócara humana que no perteneciera a Kurt o Dorothea.
gaba eraSin embargo, trató de enfocarse en el esfuerzo de
poner un pie delante del otro. En un minuto, jadeaba
nte peropesadamente.
ta, sentir —Kurt, estoy muy cansada.
sobre el —Lo sé. Vamos a caminar hasta el parque; allí
as pocopodemos sentarnos un minuto, pero solo un minuto.
bía usado¿De acuerdo?
s piernas Lo miró por debajo de su gorra. El foco de Kurt
uniforme,estaba firmemente en la media distancia, sus ojos
hombre.rastreaban cualquier peligro potencial.
la noche —¿Kurt? ¿Tú sabes que te amo? —Una sensación
uien quede terror se estaba forjando en su interior. Si este
boles, unplan fracasaba, había una sola certeza: ocurriría en
s órganossegundos, y nunca volvería a ver a Kurt.
ho todos —También te amo, mi amor. Ahora, basta de
guna vezcharla.
Llegaron a Parade Gardens y encontraron un
banco. El sol había caído y el viento desparramaba
erales —los primeros puñados de hojas amarillentas por el
césped. En el camino opuesto, aparecían uniformes
ntenía laalemanes en las esquinas de a dos o tres y luego
todas lasdesaparecían para ser reemplazados por unos
n a casa anuevos. Cuando Kurt divisó dos jóvenes soldados
l caminodirigiéndose hacia el parque, se puso de pie y le
contra suindicó a Hedy que debía seguirlo.
s de una —Estar sentado es una invitación a conversar.
Dorothea.Tenemos que seguir moviéndonos.
uerzo de —¿Y si alguien se dirige a mí directamente?
, jadeaba —No hay razón para que ocurra. Vamos.
Caminaron por Parade y doblaron en una
pequeña red de calles que cruzaba esa sección de la
rque; allíciudad.
n minuto. Allí, las puertas de entradas de las casas abrían al
angosto pavimento, de modo que no había más que
de Kurtun par de metros entre alguien sentado en su sala de
sus ojosestar que quisiera mirar por la ventana. Su
proximidad era perturbadora, y Hedy mantuvo el
sensaciónmentón presionado contra el pecho, pero al menos
r. Si esteno había nadie en la calle. Cuando habían
urriría encompletado un par de circuitos, Kurt miró ansioso a
su alrededor.
basta de —Tenemos que seguir. La gente sospechará si ven
los mismos dos soldados alemanes que pasan una y
raron unotra vez.
arramaba Marcharon decididos hacia adelante. Cuando cayó
as por ella oscuridad, cortaron por Val Plaisant, cruzaron
niformesRouge Bouillon y comenzaron a subir por la colina
y luegoTrinity, donde la ciudad terminaba y daba lugar a
or unoscaminos sinuosos de tres carriles.
soldados Kurt se detuvo.
pie y le —No hay nada por aquí…, continuar parecería
sospechoso. Volvamos por el lado norte de la ciudad.
onversar. Los pies de Hedy estaban palpitando.
—¿Cuánto tiempo más?
—Es probable que envíen la partida de búsqueda
poco después del toque de queda. Un par de horas
en unamás al menos. —Hedy hundió los dientes en el labio
ión de lainferior. “No lo decepciones”, se dijo una y otra vez.
Siguieron caminando por la colina St. Saviour,
abrían alluego de nuevo hacia el sur hacia el parque Howard
más queDavis. Los últimos destellos de luz se habían
u sala dedesvanecido, y cuando el cielo se volvió
ana. Sucompletamente negro, el sonido de los aviones se
ntuvo elhizo más fuerte y frecuente: bombardeos nocturnos
al menosde los Aliados, supuso Hedy. Se esforzó por escuchar
habíanla respuesta de fuego, pero no oyó nada, solo el
ansioso asonido distante de grupos de alemanes que hacían
ejercicios, practicando para un ataque terrestre. Sus
ará si venpiernas parecían moverse de manera independiente,
an una ybalanceándose debajo de ella como sogas de una
muñeca de madera. “Todo va a estar bien —se dijo
ndo cayó—. Solo un poco más”.
cruzaron No bien doblaron en la esquina de Colomberie,
la colinalos vio. Tres suboficiales, todos de uniforme,
a lugar aempujándose entre sí en la calle. Sintió que Kurt
trataba de guiarla hacia el otro lado, pero mientras
hacía eso, una voz en alemán retumbó en la calle
pareceríatranquila.
a ciudad. —Haben Sie Feuer, Leutnant?
Estaban lo suficientemente cerca para percibir que
los hombres que pedían fuego habían estado
búsquedabebiendo. Hedy vio que los hombros de Kurt se
de horasponían rígidos dentro de su uniforme, y comprendió
n el labiosu situación. Si decía que no, sin importar con cuánta
alegría, y seguía caminando, los hombres estaban tan
Saviour,borrachos que podían ofenderse. Si decía que sí y les
Howarddaba un preciado fósforo, sería imposible evitar una
e habíanconversación. Vio una leve señal de Kurt con los
volviódedos, que le indicaba que debía quedarse donde
viones seestaba, y observó cómo se adelantaba, tanteando en
nocturnossu bolsillo en busca de fósforos.
escuchar —Esto me costó tres marcos… ¡Mejor que se
, solo elencienda de una! —La sonrisa relajada y los modos
ue hacíancordiales de Kurt la asombraron. Podía estar en
estre. Suscualquier bar, en una noche con amigos. Lo vio
endiente,encender el fósforo y los tres se inclinaron hacia
s de unaadelante con sus cigarrillos enrollados, protegiendo
—se dijola llama de la brisa. Volutas de humo azul se
elevaron en el aire y agradecieron con una sonrisa.
omberie,Entonces, cuando Kurt estaba a punto de alejarse,
uniforme,ocurrió.
que Kurt —¿Qué está haciendo con su compañero esta
mientrasnoche, señor?
n la calle La respuesta de Kurt fue clara y segura.
—Solo salimos por un trago.
—Llévenos con usted, señor. Se nos terminó la
rcibir quebotella y todos nuestros lugares habituales están
n estadocerrados.
Kurt se Kurt fingió una carcajada.
mprendió —¡Lo siento, soldado! No puedo ayudarlo con
on cuántaeso.
taban tan Los ojos de Hedy miraban hacia abajo y a lo lejos,
ue sí y lescomo distraídos. Pero luego, el más alto de los tres,
vitar unaun cabo, se dirigió a ella.
con los —¿Y usted, sargento? ¿Nos compra una cerveza?
se donde El pánico burbujeó y explotó en su estómago.
eando enEstaba todavía a suficiente distancia, quizás unos
cinco metros, para mantener la ilusión en la
r que seoscuridad, pero sabía que, si abría la boca, todo
os modosterminaría. No habían tenido tiempo para prepararse
estar enpara esta eventualidad… Ahora dependía de ella
. Lo viocómo salir de esta. Su cerebro corría como una
on haciamáquina sin control. Pensó en Roda. Las sonrisas en
otegiendola frontera, la confianza, el carisma. Se trataba de
azul secrear una historia y convencer a los otros de su
a sonrisa.verdad. En ese segundo, apareció una idea en su
alejarse,cabeza. Se inclinó hacia la derecha, lo suficiente para
perder el equilibrio y trastabilló un poco, rezando a
ñero estacualquier dios que pudiera estar mirando que Kurt
entendiera la pista. Durante un momento
prolongado, terrible, pensó que él se la había
perdido. Luego escuchó su voz.
rminó la —Me temo que el sargento ya tomó lo suficiente.
les estánNo puede soportar la bebida.
Recordando imágenes de su primo borracho en
antiguas fiestas familiares, Hedy levantó una mano
arlo conhacia el grupo como disculpándose, luego la dejó
caer a su lado, mientras se balanceaba y daba un paso
a lo lejos,al costado. El silencio que siguió pareció eterno,
los tres,suspendido en el aire, y Hedy temió haber
sobreactuado.
Entonces Kurt debió de haberles dado de algún
stómago.modo permiso para reaccionar, porque la risa surgió
zás unosronca y rápida, combinada con comentarios burlones.
n en la —¡Sargento, se ve flojo!
oca, todo —¡Va a sentirse mal mañana, sargento!
repararse —¿Ya todo le da vueltas?
a de ella Ahora el cabo estaba palmeando a sus
omo unacompañeros en el hombro, y los otros le devolvían
nrisas engolpes con el hombro, tirando hacia atrás la cabeza,
ataba dedisfrutando de la broma. Kurt se acercó de nuevo a
os de suHedy y le dio un duro golpe en el hombro.
ea en suManteniendo el personaje, Hedy volvió a
ente paratambalearse. Esta vez, Kurt la tomó del brazo como
ezando asi la estuviera sosteniendo y la guio por el camino,
que Kurtdiciendo por encima del hombro mientras se alejaba:
momento —Que tengan una buena noche, caballeros.
la había Los gritos aturdidos de la risa de los soldados que
subían hacia el cielo nocturno fueron música en los
uficiente.oídos de Hedy mientras se alejaban. Cuando la
adrenalina bajó y comprendió lo que acababa de
racho enpasar, Hedy supo que apoyarse en Kurt ya no era
na manoparte de la representación, sino una necesidad física.
o la dejóSiguieron andando, pasaron por las tiendas cerradas
a un pasoy
ó eterno, las vidrieras oscuras de la ciudad. La respiración
ó haberde Hedy se estaba agitando, con jadeos irregulares, y
la energía nerviosa de Kurt atravesaba las capas de
de algúnsu uniforme. Pasaron varios minutos antes de hablar,
sa surgióasegurándose de que ninguna de sus palabras fuera
burlones. arrastrada por la brisa nocturna. Cuando él habló,
fueron las palabras más emocionadas que ella
hubiera escuchado alguna vez.
—Dios mío, querida. ¡Bien hecho!
a sus Para el momento en que llegaron a la esquina de
devolvíanla avenida West Park, ya era medianoche. Kurt le
a cabeza,indicó que se quedara atrás, en las sombras de la
nuevo aentrada de una tienda mientras él iba a verificar que
hombro.todo estuviese seguro. Un momento después, regresó
olvió ay le hizo una seña, y ambos se introdujeron en el
azo comopasaje y luego en la parte trasera de la casa.
camino, Dorothea estaba de pie en la sala del frente, con
lágrimas de frustración en los ojos. La casa era un
desastre. Las sillas estaban dadas vueltas, los
ados quecontenidos del altillo y la tapa de su puerta yacían en
ca en losuna pila al pie de las escaleras. Había astillas de
uando lavidrios rotos por todas partes.
ababa de —¿Cuántos eran? ¿Hicieron mucho daño? —
a no erapreguntó Kurt, preocupado.
ad física. Dorothea asintió.
cerradas —Cuatro soldados. Sacaron todo de los armarios,
dieron vuelta las camas. Rompieron mi última
spiracióntetera… Nunca podré reemplazarla.
gulares, y Hedy la abrazó.
capas de —Lo siento mucho, debes de haber estado
e hablar,aterrada. Pero te ayudaremos a poner todo de vuelta
ras fueradonde estaba. Lo que importa es que no encontraron
él habló,nada. —Sintió que
que ella Dorothea se contraía y dio un paso atrás—. ¿No
encontraron nada, verdad?
Los dedos de Dorothea volaron hacia su cara, y
quina decomenzó a golpetear su piel para consolarse.
. Kurt le —Lo siento mucho… Pensé que había barrido por
ras de latodas partes, pensé que había sido tan cuidadosa…
ficar queEs mi culpa. —Comenzó a balbucear a medida que
s, regresólas lágrimas corrían, ahogándola.
on en el A pesar del terror que la invadió, Hedy se obligó a
preguntar:
ente, con —¿Qué encontraron?
a era un —Un botón, bajo la mesa de la cocina. Un botón
ltas, losde una chaqueta del uniforme alemán.
yacían en Hedy lo miró a Kurt, cuya cara había perdido todo
stillas deel color.
—No es tu culpa, Dorothea, es mía. Sabía que se
año? —me había perdido el botón, pero nunca pensé que
estaría aquí. Scheisse!
Hedy se sacó la gorra y se acarició la nuca
armarios,afeitada.
i última —¿No creerían que era de Anton?
—Eso es lo que les dije, pero pienso que no me
creyeron. Se ha marchado hace tanto tiempo… —
r estadoLevantó la vista hacia Kurt, parpadeó, tratando de
de vueltaagarrarse a un clavo ardiendo—. Eso no prueba
ontraronnada, ¿no?
Kurt se apartó un mechón de pelo de la cara.
s—. ¿No —No, pero Wildgrube indagará. Ha estado
buscando por meses algo para conectarme con Hedy.
u cara, y —¿Crees que van a volver? ¿Tenemos que volver
a salir?
rrido por Para su alivio, Kurt sacudió la cabeza.
dadosa… —No esta noche, pero volverán, mañana o pasado
dida quemañana o la próxima semana. Y la próxima vez no
tendremos
e obligó a una advertencia. Lo que necesitamos es algo que
ponga a los bastardos fuera de la escena para
siempre. Pero no tengo idea de cómo.
Un botón Hedy se estiró y le tocó el brazo.
—Hay algo que podría funcionar.
dido todo
La muchacha que servía detrás de la barra era joven,
ía que se
probablemente no tenía más de diecisiete años, pero
ensé que
tenía la cara agobiada de una mujer de cuarenta.
Kurt, revolviendo las últimas gotas de su ronda de
la nuca
brandy en el fondo de un vaso mugriento, se
preguntaba qué circunstancias la habían obligado a
aceptar este trabajo. Quizá su padre estaba sin
ue no me
empleo, como muchos de los hombres locales, y la
mpo… —
familia aprovechaba cada penique para pagar la
tando de
comida en el mercado negro. Tal vez sus padres
o prueba
estaban muertos y trataba de mantenerse a sí misma
y a sus hermanos. Como fuere, la muchacha estaba
luchando por esconder su desprecio por los oficiales
a estado
libertinos y ruidosos que visitaban el lugar esa noche,
on Hedy.
rayando con las patas de sus sillas el piso de madera y
ue volver
dejando que las colillas de sus cigarrillos hicieran
agujeros en el tapizado blando. ¿Cuál era la
expresión francesa? Fin de siècle. Kurt los observaba
o pasado
beber y reírse de bromas que habían repetido cien
a vez no
veces. La raza superior, pensaba amargamente
mientras terminaba los restos de su brandy. Qué
algo que
chiste.
ena para
Kurt analizaba la escena. Fischer estaba apoyado
en un sillón de un cuerpo en el rincón más oscuro,
hundido en una conversación con dos oficiales de
alto rango de la Casa de la Universidad; sus voces
habían bajado aún más el volumen cuando Fischer se
ra joven,
dio cuenta de que Kurt intentaba captar retazos de su
ños, pero
conversación. Pero esos tipos no estaban en su foco
cuarenta.
esa noche. Su blanco bebía junto a la ventana, con
ronda de
algunos compinches de la policía secreta. Wildgrube
ento, se
hacía tiempo que había dejado de lado cualquier
bligado a
simulación respecto de la verdadera naturaleza de su
staba sin
trabajo, y ahora parecía disfrutar de presumir de él.
ales, y la
La presencia de los otros espías le dio a Kurt la
pagar la
seguridad que necesitaba… Haría su tarea mucho
s padres
más fácil.
sí misma
Todos estaban allí esa noche. Era lo que quedaba
ha estaba
del club para oficiales y la clientela “aprobada” que
oficiales
todavía tenía una provisión regular de brandy
sa noche,
francés, en parte porque el jefe de la policía secreta,
madera y
un famoso comerciante del mercado negro,
hicieran
frecuentaba el lugar. Hasta todavía era posible
era la
conseguir un poco de pan y queso algunas veces,
bservaba
aunque las porciones se habían reducido a menos de
tido cien
la mitad. Kurt observó que Wildgrube se servía otro
rgamente
trago, pero notó que mantenía un grado inusual de
ndy. Qué
decoro y control esta noche, sorbiendo en lugar de
tragando y, ocasionalmente, echándole a Kurt lo que
apoyado
consideraba miradas sutiles y escrutadoras. Kurt
s oscuro,
golpeó el vaso sobre la barra lo bastante fuerte para
ciales de
que Wildgrube oyera, cruzó la sala hasta el área
sus vocesdonde el espía estaba de pie y lo miró.
Fischer se —Bueno, si no es el gran hombre en persona.
zos de su Wildgrube observó a Kurt de arriba abajo,
n su focotratando de medir su estado de ánimo.
tana, con —Teniente…
Wildgrube —¿Hizo algún buen arresto últimamente?
cualquier Wildgrube miró a su alrededor, ya furioso por esa
eza de sufalta de respeto.
mir de él. —¿Disculpe?
Kurt la Kurt se acercó más, usando la diferencia de altura
a muchopara intimidar al espía.
—No sea reservado, Erich. Pensé que estaba
quedabaorgulloso de su trabajo.
ada” que Wildgrube dio un paso hacia atrás, tratando de
brandylograr cierta distancia.
a secreta, —Estoy seguro de que todos estamos orgullosos
negro,de cómo servimos al Reich.
posible —Entonces, escúpalo. ¿Dio vuelta algunas casas
as veces,buenas? ¿Destrozó algo? Porque sé cuánto les gusta
menos dea sus hombres hacer eso. —La boca de Wildgrube se
rvía otroconvirtió en una delgada línea. Sus labios eran
nusual dedemasiado rosados para su cara pálida.
lugar de —Si tiene algún problema con mi departamento,
urt lo queteniente, le sugiero que recurra a los canales
as. Kurtadecuados.
erte para —No, creo que prefiero decírselo en la cara. Debe
a el áreade ser un momento excitante para usted, ahora que
estamos alejados del resto del mundo. La
oportunidad de ocuparse correctamente de los
a abajo,locales. No importa que no hayan hecho nada,
¿verdad? Tenemos que mostrarles quién manda, ¿no
es cierto?
—Lo digo en serio, Kurt. Este no es el momento
o por esani el lugar. Le sugiero que vaya a su casa antes de
que se meta en verdaderos problemas.
Kurt se inclinó hacia él, tan cerca que pudo oler el
de alturaaliento acre del hombre.
—Me voy. No me gusta mucho la atmósfera aquí.
e estabaPero lo estaré observando, Erich… muy, muy de
cerca.
tando de Y con eso, Kurt se dio media vuelta y salió de la
sala, empujando a un joven oficial del camino
rgullososmientras lo hacía.
Una vez afuera, Kurt respiró profundamente el
nas casasaire de la noche, luego se deslizó a una puerta
les gustacercana y encendió un cigarrillo. Esperó otros treinta
dgrube sesegundos, luego empezó a bajar por el camino a un
ios eranpaso moderado. En la esquina, miró en ambos
sentidos si venía tráfico: había pocos vehículos
tamento,oficiales en este momento, pero le dio una excusa
canalespara echar una mirada hacia atrás. Allí, donde sabía
que iba a estar, se encontraba Wildgrube, con la
ara. Debegorra sujeta debajo del brazo, cerca de la sombra de
hora quelos edificios para mantenerse oculto. A su lado, había
ndo. Lados oficiales de bajo rango de constitución robusta, a
de losla espera de que Kurt avanzara un poco más por el
ho nada,camino.
anda, ¿no Kurt arrancó en dirección a Cheapside, resistiendo
la tentación de volver a mirar atrás. Su corazón latía
momentoa martillazos. Debajo de su chaqueta, el sudor le
antes dehormigueaba en la piel y caía en gotas que le hacían
picar la espalda. Su mente se sentía calma y precisa,
do oler elpero su cuerpo se deleitaba en recordarle que,
cuando se trataba del despreciable miedo, el cuerpo
era aquí.siempre ganaba. Pensó en Hedy y se permitió una
muy depequeña y oscura sonrisa. El amor. La locura a la que
arrastraba. Porque esto, sin duda, era una verdadera
alió de lalocura.
camino
aguda y
lo hará
mpre nos
ucho. No
da. Los
del Rin.
en. Solo
palabra
“varios meses”, aunque era lo que estaba pensando
— algunas semanas.
—Es que estoy tan cansada... Tan, tan cansada.
Hedy presionó la cara contra la cabeza gacha de
Dorothea y cerró los ojos. El agua de lluvia en el piso
mojaba el dobladillo de su vestido, agregando una
nueva capa de frío, pero no se dio cuenta. No había
adónde ir ni nada que hacer, excepto sentarse allí,
hamacándose suavemente en el piso del pasillo,
observando el vapor de su respiración en el aire frío
y escuchando el incansable tictac, tictac, tictac del
reloj de la cocina.
Capítulo 12
1945
Evening Post
8 de mayo de 1945
1946
uce Scott
onales; a
ustancial
rosista; a
r por su
udías; al
brillante George Aboud, que hizo más que nadie
para ayudarme a dar forma a este proyecto, todo por
la amabilidad de su corazón de escritor; a mi difunta
abuela Grace Lecoat por transmitirme la canción de
los “Hermosos nabos” (originalmente de una
producción amateur del Green Room Club de esa
época).
Gracias también a Sean McTernan, a mi agente
literario John Beaton por mostrar fe en el proyecto y
a mi increíblemente comprensiva editora Alison Rae.
Finalmente, a mi fantástico esposo, que lidió con
mis frecuentes berrinches y la insistencia en que este
proyecto era imposible de terminar, con su habitual
estoicismo, su humor y su amor.
JENNY LECOAT nació en Jersey, y sus padres se
criaron bajo la ocupación alemana. Después de
graduarse en Arte Dramático en la Universidad de
Birmingham, se mudó a Londres y fue comediante de
stand-up, presentadora y periodista. En 1994 se
convirtió en guionista de televisión de tiempo
completo. Escribió comedias, programas para niños y
dramas, hasta que su interés por las historias reales y
biográficas la inspiraron a redescubrir sus raíces
isleñas. En 2017 se estrenó su largometraje Another
Mother’s Son, sobre las actividades de resistencia de
su familia durante la guerra. Hedy es su primera
novela. Está casada con el guionista Gary Lawson y
vive en Hove, East Sussex, Inglaterra.
JENNY LECOAT nació en Jersey, y sus padres se
criaron bajo la ocupación alemana. Después de
graduarse en Arte Dramático en la Universidad de
Birmingham, se mudó a Londres y fue comediante de
stand-up, presentadora y periodista. En 1994 se
convirtió en guionista de televisión de tiempo
completo. Escribió comedias, programas para niños y
dramas, hasta que su interés por las historias reales y
biográficas la inspiraron a redescubrir sus raíces
isleñas. En 2017 se estrenó su largometraje Another
Mother’s Son, sobre las actividades de resistencia de
su familia durante la guerra. Hedy es su primera
novela. Está casada con el guionista Gary Lawson y
vive en Hove, East Sussex, Inglaterra.
Índice
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Agradecimientos
Agradecimientos
LeCoat, Jenny
Hedy / Jenny LeCoat. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :
El Ateneo, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
Traducción de: Emilia Ghelfi.
ISBN 978-950-02-1109-3
1. Narrativa Inglesa. 2. Novelas Románticas. 3. Guerra Mundial. I.
Ghelfi, Emilia, trad. II. Título.
CDD 823
Hedy
Título original: Hedy’s War
Copyright © Jenny Lecoat 2020
Publicado originalmente por Polygon, un sello editorial de Birlinn
Hedy
Título original: Hedy’s War
Copyright © Jenny Lecoat 2020
Publicado originalmente por Polygon, un sello editorial de Birlinn