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Las relaciones hispanoportuguesas en la Edad Moderna

El presente trabajo tiene como principal objetivo el análisis del contexto


político, económico, social y cultural durante la anexión de Portugal a las
Coronas de Castilla y Aragón a finales del siglo XVI y durante el siglo XVII.

Este análisis histórico sobre la relación que han mantenido España y


Portugal se remonta al periodo medieval, que se inicia con la caída del Imperio
Romano de Occidente en el año 476 d.C. Se construye en la Península Ibérica
una nueva realidad con la Hispania visigoda y se mantiene una unidad en todo
el territorio. En torno al 715 se concluye la conquista musulmana y se establece
al-Ándalus. Durante todo el proceso de conquista, los reinos cristianos
visigodos del norte se expanden hacia el sur para conquistar aquellos territorios
donde estaban instalados los musulmanes, de manera que se van creando
nuevos condados y reinos.

En este periodo se establece el origen de los dos reinos que serán


importantes en la historia de la Península Ibérica, el Reino de Castilla y el Reino
de Portugal. Este último nace a partir del Tratado de Zamora, donde se
reconoce a Alfonso Enríquez como Rey de Portugal. Entre los siglos XII y XV
comenzó esa relación amor-odio basada en, por un lado, lazos de unión con el
objetivo de combatir a los musulmanes y, por otro lado, de enfrentamientos
producidos por conflictos de intereses.

Con la caída del reino nazarí de Granada, el último Estado musulmán, en


1492, concluye la conquista de todo el territorio peninsular por parte de los
reinos cristianos. Impulsados por este proceso de conquista que resultó ser una
victoria para las nuevas monarquías establecidas en la Península Ibérica, se
iniciaron una serie de viajes y exploraciones llevadas a cabo tanto por los

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portugueses como por los castellanos que pondrían en marcha el periodo de los
grandes descubrimientos y la expansión europea.
Para comprender el inicio de la Modernidad como periodo histórico tal
y como lo conocemos es necesario establecer un punto de partida que mantiene
raíces bajomedievales. Se produjeron una serie de acontecimientos que
marcaron este punto de partida de la siguiente época histórica, la Edad
Moderna. En primer lugar, el reinado de los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla
y Fernando II de Aragón, cuyo enlace matrimonial permitió la unión dinástica
entre los dos reinos de Castilla y Aragón.

Desde la historiografía se ha discutido sobre si el matrimonio entre


ambos monarcas dio como resultado una unión dinástica o la configuración de
un Estado nacional unitario. Sin embargo, uno de los argumentos que se
plantean a favor de la unión dinástica es la independencia que mantienen cada
reino. Cada uno poseía un modelo de organización política y administrativa
diferente. Otro de los elementos que caracterizan a este periodo es el
fortalecimiento de la monarquía, sobre todo en el caso de la Corona de Castilla.

En segundo lugar, el siguiente acontecimiento importante que expusimos


anteriormente fue el periodo que se denomina Reconquista y a raíz de este evento,
se emprendería un proceso de unificación religiosa con el objetivo de dar
cohesión a todo el territorio a partir de la conversión forzosa al cristianismo de
judíos y musulmanes. Como no fue posible una unidad política, se estableció
que la fe sería ese hilo conductor que funcionara como elemento unificador de
todo el territorio.

En tercer lugar, la expansión europea que comenzó a mediados del siglo


XV fue impulsada por una serie de factores políticos, económicos, sociales y
religiosos. En cuanto al terreno político, se destacan las ambiciones de los

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monarcas europeos por expandir su esfera de poder y las rivalidades entre los
estados. En el campo sociocultural, el desarrollo del humanismo y el
renacimiento como los principales movimientos culturales e intelectuales que
se establecieron en Europa e influyeron en el pensamiento de la población.
Como factores religiosos, fue fundamental la misión evangelizadora de la Iglesia
para expandir y difundir el cristianismo. Por último, debemos destacar los
factores técnicos que también incluyeron en la expansión, como el desarrollo
de nuevas técnicas de navegación, la cartografía y embarcaciones que
permitieron las exploraciones marítimas.

En el ámbito económico, la necesidad de expansión de los mercados,


búsqueda de nuevas fuentes de riqueza y de nuevas rutas de comercio. La
expansión atlántica fue un proyecto que atrajo a todos los países europeos y que
desencadenó el descubrimiento de América en 1492. Pero antes debemos
realizar un recorrido por los antecedentes que llevaron a estas grandes potencias
como fueron Portugal y España a comenzar la aventura por el Atlántico.
Durante el siglo XV, Portugal había dado comienzo a las expediciones por el
conteniente africano impulsadas por Enrique el Navegante, el hijo del rey Juan
I de Portugal. Los viajes marítimos consistían en bordear la costa africana ya
que era una ruta alternativa hacia las Indias que interesaba porque las rutas
tradicionales se volvieron imposibles de transitar por circunstancias variadas.

Décadas más tarde, el navegante Cristóbal Colón acude al rey para


presentarle una propuesta que consistía en un viaje al oeste para encontrar una
ruta marítima hasta las Indias y necesitaba financiación para su realización. Sin
embargo, al monarca no le resultó atractivo este proyecto y lo rechaza, de
manera que el navegante decide acudir a los Reyes Católicos con la misma
oferta, quienes al contrario que el rey portugués, la aceptan y comienzan las

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expediciones hasta lo que resultaría, para su sorpresa, el descubrimiento del


Nuevo Mundo.

En el avance de los portugueses por la costa de África podemos destacar


un hito importante, la expedición encabezada por el navegante Gil Eanes, quien
consiguió sobrepasar el cabo Bojador, que había sido lo más al sur que habían
llegado las anteriores expediciones por las leyendas que se transmitían en torno
a los peligros del mar. A lo largo del siglo XV, se fue avanzando de manera
paulatina por la costa, descubriendo nuevos lugares y estableciendo puestos
comerciales en ellos. Además, también iniciaron la colonización de algunas islas
como Madeira, Azores y Cabo Verde. Todas estas expediciones culminaron con
éxito en dos acontecimientos importantes. En 1488 llegaron hasta el extremo
sur de África, en el Cabo de Buena Esperanza, y en 1497 otra expedición llega
hasta Calicut, al sur de la India, dando por satisfechos los deseos de los
portugueses por encontrar una ruta marítima hasta la India.

Sin embargo, el éxito portugués no había terminado, pues pronto


descubrirían de manera imprevista la que sería su colonia más rica, Brasil. Tras
la expedición de Vasco da Gama a la India, el noble Pedro Álvares Cabral fue
elegido para dirigir la siguiente expedición que consistía en seguir la misma ruta
que Vasco da Gama. Sin embargo, por circunstancias que dificultaron el viaje,
se desviaron de la ruta y el 22 de abril del 1500, divisaron tierra. Habían llegado
a las costas de Brasil.

En cuando a los hitos de la corona española, destacamos la conquista de


las Islas Canarias a principios de siglo y el descubrimiento del Nuevo Mundo,
cuyo proceso de conquista abarcó grandes extensiones de territorio del nuevo
continente, desde Estados Unidos, México, Caribe, Centroamérica y

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Sudamérica. Todos estos nuevos territorios se integraron en la Corona de


Castilla, llegando a conformar un gran Imperio español.

A partir de las dos carreras de descubrimientos y conquistas emprendidas


por las dos potencias peninsulares, comienzan a resurgir problemas que ya
arrastraban de su pasado. Su enemistad y competitividad por el dominio del
Atlántico llevaron a que ambas partes establecieran distintos acuerdos para
evitar un conflicto de intereses.

Como antecedentes debemos señalar las bulas papales que se publicaron


en este periodo de nuevos descubrimientos. En un primer momento, a los
portugueses les habían concedido la exclusividad en las exploraciones y las
nuevas conquistas. Sin embargo, a partir de la conquista de las Islas Canarias
era necesario la firma del Tratado de Alcaçovas en 1479 que delimitaba el campo
de acción de ambas potencias. Por un lado, los castellanos podrían explorar los
territorios al norte de la línea que se estableció a la altura del archipiélago y los
portugueses al sur. Sin embargo, en las expediciones de Colón hacia el Nuevo
Mundo se sobrepasó esa línea y descubrió nuevos territorios que después el rey
de Portugal reclamaría haciendo alusión a este tratado. Este conflicto de interés
llevó a los monarcas españoles a solicitar ayuda del Papa, quien les concedió
exclusividad en los descubrimientos que realizaran en su viaje hacia las Indias.

Después de otra serie de bulas papales que se publicaron a favor de los


castellanos, se presenta un elemento fundamental en el contexto de las
relaciones hispanoportuguesas de la Modernidad, el Tratado de Tordesillas de
1494. Los Reyes Católicos y el rey Juan II de Portugal firmaron el tratado que
se basaba en el reparto de los nuevos territorios y conquistas del Atlántico y del
Nuevo Mundo a través de una frontera o línea divisoria que estaría situada a

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370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. El oeste les pertenecía a los
españoles y el este a los portugueses. Este aspecto es fundamental para
comprender la historia de la expansión atlántica y la hegemonía de ambos
estados europeos que consiguieron repartirse el mundo y construir imperios.

Con este último acontecimiento entramos al siglo XVI con una gran
potencia europea en construcción, la Corona Española. En este periodo entrará
en escena la dinastía Habsburgo, conocida como Casa de Austria, que fue una
de las más influyentes y poderosas en el contexto europeo. Comienza con la
proclamación como rey de Carlos I en 1516 tras la muerte de su abuelo,
Fernando II de Aragón, quien fue regente de la Corona de Castilla después del
fallecimiento de su mujer, Isabel I de Castilla. La heredera real de la corona era
la hija de los Reyes Católicos, Juana I de Castilla, pero fue inhabilitada por orden
de su padre e hijo y no pudo ejercer ningún poder. Es importante señalar dos
hitos importantes que sucedieron bajo la regencia de Fernando, la anexión de
Navarra y el fortalecimiento de los lazos de unión con Portugal. Con estos
nuevos cambios se presenta una imagen de la Península Ibérica repartida por
en dos coronas: Carlos I de España y Manuel I de Portugal.

Otra de las grandes cuestiones fundamentales en este periodo son las


alianzas matrimoniales, cuya importancia residía en crear vínculos con otras
dinastías europeas para beneficio propio. El objetivo de los Reyes Católicos al
casar todos sus hijos con otros monarcas europeos era el de crear coaliciones
para combatir a su principal enemigo, Francia. Por lo tanto, sus aliados fueron
Portugal, el Sacro Imperio Romano Germano e Inglaterra. Con Portugal, las
alianzas se crearon a partir de los enlaces matrimoniales de Isabel y María de
Aragón, quienes se casaron con el rey Manuel I de Portugal. Isabel primero se
casó con Alfonso de Portugal y luego con el rey, pero tras su muerte, su
hermana María se casó también con el monarca.

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Carlos I de España se convirtió en Carlos V del Sacro Imperio Romano


Germánico gracias a la herencia que le aporta su abuelo Maximiliano de Austria.
Además, obtiene los territorios de países Bajos, Luxemburgo, Borgoña y el
Franco Condado. En sus posesiones también estaban Nápoles, Sicilia, Cerdeña,
Navarra, Canarias, los territorios en América y las Coronas de Castilla y Aragón.
Sin embargo, se presentaron diversos problemas que dieron como resultado la
organización de revueltas por algunos territorios peninsulares. El monarca está
más interesado en gestionar el Sacro Imperio y queda ausente de sus
responsabilidades en las coronas heredadas de la Península Ibérica. Es
importante señalar que cada uno de los territorios eran independientes, con
leyes propias, por lo que continuaban funcionando bajo sus propios intereses.
Por lo tanto, esto generó una imagen de un imperio que se construía a partir de
un contexto desigual y que sus grandes dimensiones dificultaban su control.

Uno de los elementos que marcó su político exterior fue la base


ideológica que Carlos I introdujo en la gestión de su imperio. De esta manera,
su objetivo era conseguir la unidad religiosa en toda Europa y defender el
cristianismo frente a las amenazas que le llegaban de los protestantes y de
Imperio Turco, cuyas ambiciones expansionistas preocupaban al monarca. En
este contexto, la religión cristiana era como el eje vertebrador de todos los
estados que componían el imperio que gobernaba Carlos I.

La Modernidad trae consigo nuevos elementos que marcan el periodo


histórico y los acontecimientos que transcurren de manera paulatina. Como
expusimos anteriormente, la religión es una de ellas, con la Iglesia como pilar
fundamental dentro de la conformación del Estado Moderno. Se busca, por un
lado, la unificación religiosa y, por otro, que la Iglesia estuviera bajo el control
del Estado.

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Como segundo elemento, hemos visto cómo se establecen y se fortalecen


las monarquías autoritarias como forma habitual de Estado para todos los
territorios europeos. La cabeza en este entramado político es el rey, quien tiene
el poder absoluto sobre toda la población del territorio que gobierna. Además,
la importancia de los vínculos que se establecen con los países vecinos como
parte de su política exterior. El absolutismo se erige como el principal sistema
de gobierno y se basa la capacidad absoluta de poder del rey. Dentro de las
implicaciones que supone el absolutismo se encuentra: el desarrollo de un gran
aparato burocrático, la unificación territorial y religiosa, el intervencionismo
económico y, por último, la pérdida de influencia de las Asambleas
Representativas, una entidad medieval que se definirá a continuación.

El monarca se apoya en otras instituciones que forman parte del


entramado político y son pilares fundamentales del Estado Moderno. En primer
lugar, el Consejo Real como una institución que asesora al rey en sus decisiones.
En segundo lugar, el secretario, que se constituye como el intermediario entre
el monarca y los consejos. Otra de las instituciones heredadas del periodo
medieval son las Asambleas Representativas, en la que se organizan con todos
los estamentos (clero, nobleza, estado llano) para que cada uno reivindicara sus
intereses.

En tercer lugar, la burocracia, que se encargaba de garantizar que las decisiones


que se tomaban en el gobierno central se aplicaran en los territorios que se
encontraban lejos. Este pilar es fundamental cuando el territorio que controlan
las Coronas de Castilla y Aragón comienza a aumentar de manera considerable
y dificulta su gestión y control. Se constituyen virreinos bajo el control de los
virreyes y en el ámbito local, se disponen a los corregidores en los
ayuntamientos como otras figuras de representación del poder real. Otro pilar

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dentro de la política exterior es la diplomacia, cuya importancia residía en el


establecimiento de relaciones con el resto de los estados europeos. Por lo tanto,
era necesario enviar embajadores que defendieran los intereses de los estados
en los territorios vecinos.

En cuanto a la justicia y la hacienda, se hace visible la desigualdad social


que está integrada en el sistema político, económico y social. Por lo tanto,
debemos hacer referencia a los estamentos sociales que se van a mantener de la
época medieval ya que influye en la forma en la que serás tratado por estas dos
instituciones. Por un lado, la justicia no es igual para todos y un mismo delito
puede ser juzgado de manera diferente según el tribunal. Por otro lado, en la
recaudación de impuestos también se tomaba en cuenta los privilegios que
disponían la nobleza y la Iglesia desde el Medievo, la exención fiscal de no pagar
impuestos directos. Por lo tanto, los que pagaban al final los impuestos eran los
no privilegiados.

El último pilar y uno de los más importantes es el ejército, que formaba


parte dentro de las relaciones internacionales bélicas de los estados. Dependen
directamente del rey y obtiene una gran financiación para su mantenimiento.
Un dato curioso es que España en el siglo XVI tuvo uno de los mejores ejércitos
europeos, los Tercios. En todas las batallas que se enfrentan durante este
periodo triunfan.

En el campo económico, este periodo estará marcado por un nuevo


sistema económico, el mercantilismo, el cual está basado en el desarrollo del
comercio y la exportación. Además, la riqueza de un estado se traducía en su
capacidad de acumulación de metales preciosos, es decir, por la cantidad de oro
y plata que poseían. Es importante señalar que la economía estaba regulada por
el Estado, quien era responsable de las operaciones y transacciones que

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realizaban. Las importaciones y exportaciones debían ser reguladas, de manera


que las primeras fueran disminuidas y las segundas, aumentadas, con el fin de
conseguir acumular más plata y oro.

Por otro lado, un elemento fundamental es la agricultura, que juega un papel


decisivo en este periodo. Por lo tanto, aunque en este momento aparece una
nueva vía económica, el comercio, el cual abre camino al capitalismo, se
mantiene la agricultura como elemento vertebrador en las economías de todos
los estados europeos. Por este motivo continúa una economía de tipo feudal y
medieval, aunque ya en el siglo XVI se pueden observar los avances del
capitalismo y los burgueses comienzan a romper con la herencia medieval. En
un principio, la agricultura se mantenía en la cúspide de la pirámide en cuanto
a relevancia en la actividad economía, mientras que la industria se relegaba a un
segundo plano como una actividad minoritaria. Sin embargo, el desarrollo de la
industria va a ir muy ligado al comercio, que será la actividad que definirá la
Edad Moderna, sobre todo el comercio atlántico, donde Europa será la
protagonista.

En la segunda mitad del siglo XVI, Felipe II de España, hijo de Carlos I


y de Isabel de Portugal, se convierte en rey en 1556. Una de las características
fundamentales de su reinado es el refuerzo del carácter absolutista de la
monarquía. Desarrolla el sistema de consejos y perfecciona el Ejército. La
política exterior se concentró en el mantenimiento de la supremacía española
en Europa. Este objetivo lo consiguió ya que la monarquía española llegó a ser
la primera potencia de Europa. Además, continuó con la expansión territorial y
esto permitió que el Imperio español alcanzara su apogeo. Era la primera vez
que un imperio integraba territorios de todos los continentes. Otro hito
importante fue que instaló la capital en Madrid.

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En este periodo aconteció el evento que ha dado forma a la base teórica


de este trabajo y que marca un hito fundamental en la historia de las relaciones
hispanoportuguesas, la unión de ambas coronas en 1580. Durante la batalla de
Alcaçarquivir en 1578 entre los portugueses y los pretendientes al trono de
Marruecos, el rey Sebastián fallece, lo que produce una crisis sucesoria en el
reinado portugués. Por este motivo, al no tener Sebastián descendencia, Felipe
II es elegido como uno de los candidatos para convertirse en rey de Portugal en
1580. Las ventajas de esta unión eran la defensa conjunta del imperio colonial.
Además, esto aseguraba sus fronteras interiores y la expansión de su imperio,
que ya contaba con posesiones americanas, africanas y asiáticas que estaban en
manos de los portugueses. Por lo tanto, estamos ante un punto de inflexión no
solo en las relaciones hispanoportuguesas sino en la historia peninsular.

La nobleza apoyaba a Felipe II ya que se esperaban que a partir de la


unión el acceso a nuevos títulos, privilegios y al nuevo imperio castellano. Por
el lado contrario, los sectores populares estaban en una actitud negativa y
mantenían ese anticastellanismo que había aflorado en las décadas anteriores.
Tras la muerte de Sebastián, es proclamado rey su tío abuelo, Enrique I, pero
era cardenal y murió sin descendencia a los dos años. En este momento es
cuando comienza el lento proceso de encontrar a un nuevo monarca que ocupe
su puesto, primero realizando una selección de posibles candidatos, entre los
que se encuentra el monarca español y, en segundo lugar, la fase de negociación
entre Felipe y la corte del rey Enrique I. Sin embargo, tras su muerte, se
encargan los principales nobles de esta negociación. Los sobornos económicos
y las promesas de privilegios fueron los responsables del apoyo de la nobleza
hacia el rey español. Tanto la aristocracia, como el alto clero, los burgueses y
los comerciantes eran partidarios de Felipe II por sus propios intereses, tanto
políticos, como económicos y religiosos.

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Otro de los métodos que desarrollaron para asegurar el trono fue poner
en marcha una maquinaria propagandística potente con el fin de ganar
seguidores que apoyaran su causa. Se presentaba al nuevo monarca como la
persona indicada para guiar a la población portuguesa por un buen camino. A
pesar de los esfuerzos, se mantenía esa dicotomía y, otro de los candidatos, el
sobrino de Enrique I, Antonio de Portugal, prior de Crato, fue proclamado rey
de Portugal el 19 e junio de 1580 por el apoyo de las clases populares. Sin
embargo, en la batalla de Alcántara en agosto del mismo año, fue derrotado por
las tropas castellanas bajo el mando del III Duque de Alba. Después, el ejército
tomó Lisboa y Felipe II se convirtió en rey de Portugal como Felipe I. Antonio
huyó y continuó organizando intentos de invasión y conquista de Portugal que
resultaron fallidos.

Para asegurar su permanencia en el trono portugués y obtener el apoyo


de los tres estados portugueses, se celebraron en 1581 las cortes de Tomar, en
las que el monarca juró respetar los derechos constitucionales de la población
portuguesa, reunir las cortes en Portugal y mantener las leyes, así como
mantener los cargos de virrey de Portugal y la representación de portugueses en
la Corte. Además, otro de los juramentos que realizó el nuevo rey fue la promesa
de mantener el comercio colonial en los territorios que estaban bajo el poder de
Portugal.

El gobierno de Felipe como rey de España y Portugal prosperó gracias a


los pactos que se realizaron entre la monarquía y las élites locales y nobiliarias,
además de la división administrativa en la que se determinó a Portugal como un
virreinato, al cargo de un virrey y de un consejo. Sin embargo, algunos
portugueses seguían manteniendo ese rechazo hacia el rey español, aunque
buena parte de la sociedad sí lo aceptó. Por este motivo, no hubo una
“castellanización” como tal ya que Portugal se mantuvo independiente con sus

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singularidades. Además, en el lado español también hubo españoles que no


aceptaban esta unión ya que algunos mantenían ese prejuicio antiportigués o
por los excesivos privilegios que eran concedidos a Portugal.

Tras la muerte de Felipe II, hereda el trono su hijo, Felipe III, la situación
del reinado empeoró y se desarrolló un creciente descontento entre la población
portuguesa. Esto se debe a las numerosas guerras y batallas en las que España
se vio envuelta en este periodo, como la Guerra de los Ochenta años como una
de las más destacadas. Todos estos enfrentamientos habían paralizado la
actividad comercial y, por lo tanto, los beneficios económicos, y además, habían
supuesto una gran cantidad de bajas portuguesas. Se desarrollaron, a partir de
este descontento social, una serie de revueltas en 1634 y 1637 que no tuvieron
un gran impacto. Sin embargo, el poder militar español se iba debilitando
paulatinamente por la gran cantidad de frentes abiertos que tenía, como la
guerra con Francia y la sublevación de Cataluña.

Esta situación influyó en el deterioro de los privilegios de la nobleza, el


aumento de impuestos y en la desprotección de las posesiones portuguesas. Sin
embargo, el punto de inflexión fue el intento de utilizar las tropas portuguesas
contra los catalanes que se habían sublevado. Esto produjo que los portugueses
se negaran y que se organizara un complot para proclamar rey al duque Juan de
Braganza, que se convertiría en Juan IV. Se logra derrotar a las tropas españolas
y se consiguió la independencia, que se establecería como definitiva con la firma
del Tratado de Lisboa en 1668.

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Bibliografía

Gloël, M (2017): “Los cambios dinásticos en Portugal de 1383/85 y 1580:


una reflexión comparativa”, Revista Chilena de Estudios Medievales, 11, pp. 44-67.

— “Felipe I de Portugal ¿un extranjero?: acerca de la naturaleza de


dinastías reales en la edad moderna” [en línea], Estudios de Historia de España
20 (2018). Disponible en: http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/greenstone/cgi-
bin/library.cgi?a=d&c=Revistas&d=felipe-portugal-extranjero-acerca

Nogal Camarzana (2022): España y Portugal. Una relación de


continuidad. Madrid: Comillas. Universidad Pontificia. Doble Grado en
Derecho y Relaciones Internacionales.

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