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El pensamiento monetario de Rothbard

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May 10, 2018

[Publicado originalmente el 21 de junio de 2001]

Poco después de la muerte de Murray Rothbard, el Instituto Durell de la Universidad de


Shenandoah organizó una conferencia sobre sus contribuciones a la economía monetaria. El
resultado fue una colección de siete trabajos en un pequeño libro llamado The Contributions
of Murray Rothbard to Monetary Economics, editado por el profesor Clifford F. Thies. El libro no
ha recibido la atención que merece.

El título del primer artículo, “Murray Rothbard y la banca jacksoniana”, escrito por el
historiador Leonard P. Liggio, es un poco engañoso. Solo las últimas cuatro páginas tratan la
banca jacksoniana. El núcleo de este artículo trata más las raíces ideológicas y religiosas de
los movimientos jeffersoniano y jacksoniano. Así, Liggio dice:

Las teologías tradicionalistas (luterana, anglicana, presbiteriana, judía, católica) compartían con la
ciencia económica el conocimiento de la naturaleza inmutable del hombre. Por tanto, veían las
intervenciones públicas como el origen de nuevas tentaciones para la corrupción. (…) Los intereses
especiales serían los motivadores de la legislación, sea cual sea el lenguaje de mejora usado para
justificarla. Los hombres aprovecharán la intervención pública para beneficiarse. Esos impuestos son
una forma de robo que debería limitarse a muy pocos males necesarios (p. 11).

La explicación general de la historia parte de la observación de Rothbard con respecto a las


raíces religiosas de la libertad, en la medida en que viste a luteranos y calvinistas
(presbiterianos) con las mismas ropas libertarias que la tradición católica. Rothbard
demuestra en sus trabajos (por ejemplo, El pensamiento económico antes de Adam Smith ) que
los orígenes del pensamiento y la práctica capitalistas-libertarios- federalistas son anteriores
a la Reforma. Alaba en concreto al catolicismo por su crítica del estado-nación y su
aceptación del emprendimiento, entre muchas otras cualidades y, al mismo tiempo, crítica
los movimientos religiosos luterano y calvinista por sus raíces en el nacionalismo y su
oposición implícita a la cultura comercial. Está bien estar en desacuerdo aquí con Rothbard,
pero no está de más preguntarse por qué un autor denuncia las opiniones de la persona que
está siendo criticada y explicar por qué el autor las cree incorrectas.

Steve H. Hanke, en su artículo “Argentina, ¿la ‘Alemania’ de Sudamérica?” explica por qué los
países en desarrollo, por el bien de la estabilidad monetaria, deberían aceptar un sistema de
autoridad monetaria con una divisa de reserva relativamente estable y convertible, como el
dólar de EEUU o el oro, en lugar de un banco central independiente. Según Hanke, “una
autoridad monetaria es la mejor alternativa”, porque no tiene “un control arbitrario y
discrecional con respecto a la política monetaria y su política de tipo de cambio” (p. 23). En
una autoridad monetaria típica, frente a un banco central típico, no se puede inflar o
financiar el gasto. Solo se obtiene señoraje a través del interés. No hay prestamista de último
recurso ni problema de balanza de pagos.

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Sin embargo, por desgracia, Hanke no menciona que para eliminar estos fenómenos nocivos
de los sistemas monetarios actuales basados en moneda fiduciaria hace falta la creación de
un sistema de autoridad monetaria con oro (o cualquier otro dinero de mercado libre) como
medio de reserva, es decir, un patrón oro 100%. Un sistema de autoridad monetaria con
cualquier otro medio de reserva (como el dólar de EEUU o el euro) presupone la existencia
de al menos un banco central estatal con las mismas características dañinas que
inevitablemente deben salpicar el área de la autoridad monetaria. Por usar las palabras de
Milton Friedman (citadas por Hanke, p. 24), un veterano defensor de las autoridades
monetarias para las áreas en desarrollo: “No imponer ninguna barrera al movimiento del
dinero o de los precios, salarios o tipos de interés. Esa política requiere evitar un banco
central”.

Clifford F. Thies empieza su artículo, “Banca de reserva fraccionaria: Depositante


provisional”, calificando a Murray Rothbard como:

Tal vez el principal defensor del “dinero fuerte” de su tiempo, defendiendo no solo un patrón oro,
sino un “patrón oro 100%”. Primero, el dólar se definiría como una cantidad de oro y, segundo,
cualquier dinero en papel moneda o cuenta bancaria no respaldado al 100% por oro sería declarado
ilegal por el estado como un fraude. (p. 30)

Thies termina con la siguiente frase: “Pero yo diría que la seguridad bancaria no proviene de
la regulación pública ni de las garantías de los bancos, sino del reconocimiento privado del
riesgo y la precaución frente a este” (p. 40).

En estas dos declaraciones podemos apreciar una estrategia de Thies de mantener su propia
opinión sobre la banca y el crédito frente a la postura de “reserva 100%” de Rothbard, a la
que califica de coactiva e intervencionista. Sin embargo, Rothbard tendría la última palabra al
decir que la interferencia pública en la banca podría garantizar la seguridad bancaria los
depositantes. Rothbard en ningún caso restringiría la libertad individual de los hombres para
realizar cualquier intercambio de títulos de propiedad. A lo que se oponía vehementemente
era a las asociaciones, aunque fueran absolutamente voluntarias, entre dos o más personas
que buscaran una infracción violenta (involuntaria) de la propiedad privada de otros. Y eso
era exactamente lo que veía Rothbard como propio de la institución de la banca de reserva
fraccionaria.

“Adam Smith como inflacionista pragmático”, de Jeffrey Herbener y Mark Thornton, es el


artículo más rothbardiano de esta colección. Los autores desarrollan la crítica revisionista de
Rothbard del legado de Adam Smith. Llegan “a la aparentemente improbable conclusión de
que Smith era un obseso monetario y un inflacionista pragmático (…), es decir, no estaba en
principio en contra de la inflación, sino que estaba a favor de la inflación gestionada por el
estado en conjunción con los banqueros” (p. 42).

Al proceder Herbener y Thornton al examen del tratamiento de los asuntos monetarios de


Smith llegan a la conclusión

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de que Smith aprobaría sin reparos el régimen monetario moderno típico: un papel moneda fiduciario
producido por bancos de reserva fraccionaria que expanden el dinero y el crédito y supervisado por
un banco central que controla la inflación hasta la cantidad necesaria para ajustarse a un volumen
creciente de comercio. Alguien que argumenta a favor de ese sistema es un inflacionista pragmático
del mismo estilo que Irving Fisher, Milton Friedman y otros miembros de la escuela del pensamiento
monetarista moderno. Además, igual que Friedman, Smith afirma que la inflación en ese sistema
sería neutral para el tipo de interés y por tanto no introduciría efectos perjudiciales “reales” en la
economía. (p. 56)

“Los fundamentos históricos de la teoría austriaca del valor económico”, de Gregory M.A.
Gronbacher, trata de descubrir si “las raíces filosóficas de la Escuela Austriaca de economía
se encuentran principalmente en el trabajo del filósofo austriaco Franz Brentano” o si “la
economía austriaca está influida principalmente por la filosofía alemana” (p. 62). Aunque el
propio autor reconoce que “este estudio no proporciona ninguna evidencia específica de
influencias directas entre los pensadores presentados” (p. 75), esto no le impiden afirmar
que “muchos pensadores austriacos, especialmente von Mises, estuvieron influidos por
Brentano y su filosofía del valor subjetivo, que puede remontar sus raíces a la filosofía
escolástica y Aristóteles” (p. 76).

El artículo de Gronbacher nos proporciona ideas interesantes acerca de las similitudes con
respecto a la teoría del valor en las obras de Aristóteles, los escolásticos tardíos, Brentano y
Menger. Pero, debido a la intención original de este libro, me habría parecido más apropiado
extenderse al menos a la cobertura de la teoría de precios.

En su “El islam y los progenitores medievales de la economía austriaca”, a Imad-ad-Dean


Ahmad le “gustaría colocar algunos de los primeros logros ‘protoaustriacos’ que descubrió
Rothbard junto al trabajo de los musulmanes de la época clásica”.

Alaba a Ibn Jaldún (1332-1406) por ser

muy consciente del papel de la oferta y la demanda en los precios de los bienes en general (…)
argumenta (The Muqaddimah: An Introduction to History: 366-337) que “el comercio significa el
intento de obtener un beneficio aumentando el capital, a través de la compra de bienes a un precio
bajo y su venta a un precio superior”. (…) Lo acumulado se llama ‘beneficio’ (ribh). Distingue esto
de la apuesta o el robo indicando que “no (…) significa quedarse con la propiedad de otros sin darles
algo a cambio. Por tanto, es legal”. (p. 83)

Igual que Gronbacher, Imad-ad-Dean Ahmad nos informa de que “el nacimiento de la Escuela
de Salamanca siguió a la reconquista de España frente a los musulmanes”. Esto se refleja en
su nombre árabe original: Universidad de Alcalá. Así que podemos sospechar que los
escolásticos habían conocido la obra de los filósofos griegos no solo directamente, sino
también indirectamente a través de los intelectuales musulmanes.

El último capítulo es de Richard H. Timberlake, quien, como señala él mismo, tuvo algunas
diferencias con Murray Rothbard. Pero también fueron “aliados en lo que ambos
considerábamos la evolución más persistente y amenazante de los tiempos modernos: la

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extensión de la hegemonía pública a costa de la libertad, la creatividad y el autogobierno
individuales” (p. 87).

Timberlake critica a Menger, que advertía correctamente que el gobierno “no tuvo nada que
ver con la evolución del dinero. (…) Menger sugería a continuación que el estado podría
contribuir de forma importante a la aceptabilidad del dinero haciendo legalmente vinculante
un dinero resistente”. Con el establecimiento del curso legal (implícito en Menger), el estado
proporcionaría, primero, “un medio para explotar el saqueo de la conquista militar y las
empresas mineras” y, segundo, “facilitaría la recaudación estatal de tributos e impuestos”.
Gracias a la existencia de la moneda de curso legal, el estado puede imponer a sus
ciudadanos un nuevo tipo de impuesto: el señoraje, que es la diferencia entre el valor facial
de un billete o moneda y los costes de producirlos.

El segundo acto pernicioso importante de la intervención estatal en el sistema monetario ha


sido el origen del banco central. Timberlake corrige el supuesto erróneo sostenido por la
mayoría de los historiadores bancarios de que “los poderes monetarios se han otorgado
formalmente a estas instituciones”. Tiene razón al decir que esta opinión no es en la práctica
más que la falacia post hoc ergo propter hoc. Timberlake explica:

El banco central contemporáneo no se pensó originalmente como una institución que controlara el
sistema monetario al que se añadió. Tanto el Banco de Inglaterra como el primer y el segundo Banco
de Estados Unidos se crearon solo como bancos comerciales extragrandes y como bancos públicos
con responsabilidades fiscales ante los distintos departamentos del tesoro. Tenían privilegios
especiales: monopolio de la emisión de billetes, depósitos públicos de dinero de impuestos y
posibilidades de abrir sucursales, algo que se negaba a sus competidores privados. Al mismo tiempo,
se les prohibía específicamente cualquier activismo monetario. Sin embargo, se convertirían en
bancos centrales cuando un pánico bancario o una crisis de liquidez les hiciera aumentar de
importancia, porque tenían las únicas reservas que podrían salvar a los bancos y a todos los demás. (p.
91)

Estas instituciones malignas crean inflación en todo el mundo y son “el ejemplo ‘sofisticado’
definitivo del gobierno de hombres usurpando el estado derecho”.

Hay altibajos en este tomo, pero en general The Contributions of Murray Rothbard to Monetary
Economics es un buen trabajo. Proporciona al lector algunos pensamientos interesantes en
la línea de los temas al estilo rothbardiano, que no se limitan en modo alguno a asuntos de
economía monetaria.

El artículo original se encuentra aquí.

4/4

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