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Lass Small
9º La fabulosa familia Brown
Argumento:
El último lugar donde John Brown deseaba estar era en una fiesta de Año Nuevo,
y lo último que deseaba encontrar era a ninguna mujer.
Pero su propósito de no divertirse se vio alterado por un diminuto vestido rojo,
que cubría la perfecta silueta de la joven que lo llevaba puesto.
Margot Pulver tenía un propósito para el Año Nuevo: hacerse notar por cierto
caballero. Y su seductor atuendo iba a tener el éxito deseado. El problema era que
su falta de experiencia no la ayudaría mucho a luchar contra el devastador efecto
que su supuesta víctima ejercía sobre ella…
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Capítulo Uno
Todo empezó justo antes del año nuevo. John Brown, que era el consejero
financiero de Lemon Covington, lo había acompañado en un viaje de negocios a San
Antonio. Además de trabajar juntos, los dos hombres eran buenos amigos.
Los dos eran altos y corpulentos. John era un poco más bajo que Lemon y su
cabello era un poco más oscuro que el de él. Por otra parte, mientras Lemon era
extravertido, John prefería observar.
Un día, se encontraban en una reunión de accionistas, que deseaban el dinero
de Covington para especular.
John sólo escuchaba y tomaba notas. Ante tal actitud, los dos negociantes
prefirieron conversar con Lemon.
Después de hablar durante algún tiempo, Lemon y John se pusieron de pie,
asegurándoles que pensarían en sus proposiciones. A los vendedores no les quedó
otra opción que despedirse con cortesía.
Al salir del edificio, John comentó:
—Son unas «ratas».
—Lo sé. Pero ha sido interesante. Hay mucho que aprender de la forma en que
estas personas operan. Te aseguro que me alegro de tener un fideicomiso.
—Sí —respondió John un poco taciturno.
En realidad, Lemon estaba algo preocupado por su amigo. Después de
pensárselo bien, dijo al fin:
—John, tengo que recoger una cosa en la otra calle.
Se dirigieron hacia una elegante tienda del hotel Menger en la plaza Álamo. La
gente que se encontraba allí se rió de buena gana cuando Lemon gritó:
—¡Ya estoy aquí! ¡Es mejor que observen con cuidado, no vaya a ser que deseen
regalarme lo que he venido a comprar!
A Lemon se le daba muy bien regatear, y por lo regular, conseguía lo que
deseaba.
Después de que la encargada de la tienda le enseñó varios modelos de vestidos,
él eligió un escandaloso modelo rojo de cóctel.
Regresaron a su lujoso coche y se dirigieron hacia un vecindario del noroeste de
la ciudad.
Por fin, aparcó frente a una casa de tamaño mediano. Salió del coche y le dijo a
John:
—Volveré enseguida —después subió una pequeña escalinata hasta la puerta y
llamó.
A pesar de lo mucho que lo irritaba a veces, John también se daba cuenta de que
todo ese tiempo, era como un entrenamiento para él, y eso que Lemon sólo era un
año mayor que John, y para su pesar, mucho más inteligente.
Así que… la fiesta que Lemon ofreció para el año nuevo, fue bastante
concurrida, incluso por John, quien vestía un esmoquin, y quien, por cierto, ignoraba
el porqué de su decisión de asistir… ¿por obligación?
La casa de Lemon se encontraba lejos de todo. Desde allí, hacia cualquier
dirección, lo único que se podía ver era Texas. Árboles, cactus, y grandes extensiones
de pasto reseco debido al invierno.
Era tan diferente de Ohio.
Pero todo pertenecía a Lemon, el afortunado Lemon.
La casa había sido un regalo de su madre, y su padre le había dado el dinero en
efectivo para fundar su empresa.
¡Tal vez lo habían hecho sólo para alejarse de él!
Mirando a Lemon, quien, a pesar de tener sólo un año más que él parecía
mucho mayor, John pensó en la facilidad que tenía Lemon para convencer a la gente
de hacer lo que él quería que hicieran. Tal vez se trataba de algo genético.
La mujer que vestía el escandaloso vestido rojo, había sido la única persona a la
que Lemon había tenido que persuadir para que fuera a su fiesta. ¡Era especial! Reía
y coqueteaba con todo el mundo, ataviada con el provocativo vestido que Lemon le
había comprado.
Casi todos los invitados eran amigos de Lemon Covington. Celebraban el año
nuevo juntos. La mayoría eran casados y… allí estaba, John Brown.
La noche era aún muy joven, y John deseaba estar en casa, frente a la chimenea,
con una copa de buen brandy y un buen libro… solo.
Un camarero pasó y John cambió su vaso, pero fue Lemon quien le ofreció un
plato lleno de canapés.
—¡Come, come! —le dijo—. No quiero que mi consejero financiero se exceda ni
que se le suban demasiado las copas. Sería muy mal ejemplo.
John miró a su jefe sin decir nada. Realmente, Lemon era un hombre muy
apuesto, alto y fornido.
Era una fiesta muy concurrida, la casa se encontraba situada en el centro de una
especie de oasis en medio del desierto, rodeada de cactus y variedades de plantas de
desierto. Todos sus invitados se quedarían el fin de semana, y había espacio para
todos.
John deseaba estar solo, parecía que el año nuevo no le traería recuerdo alguno
de su ex novia, Lucilla. Poco a poco la iría olvidando hasta que sólo fuera una sombra
en su recuerdo.
John dejó el vaso en la mesa. Cruzó la sala principal y se dirigió hacia la extensa
biblioteca. Entró y cerró la puerta.
Había una chimenea y varios sillones invitándolo a disfrutar del fuego, que era
la única iluminación. Al otro lado, había una licorera rodeada de vasos pequeños.
¡Justo lo que deseaba! Cogió uno de los vasos, se sirvió un poco de brandy y se sentó
frente al fuego.
Pudo ver a Lucilla entre las llamas. ¡Qué apropiado! Su rubia cabellera flotaba y
ella se reía como burlándose de él. En ese momento se dio cuenta de que la risa que
había oído provenía del pasillo. Furioso, lanzó el contenido de la copa al fuego.
Después volvió a dejar el vaso en su sitio.
Por un momento, John escuchó el bullicio proveniente de afuera, las voces
femeninas y el entrechocar de las copas. Parecía como si una multitud invadiera la
tranquilidad de la casa de su amigo.
Caminó por el gran espacio de la habitación, se acercó a la ventana y
levantando la cortina, fijó la mirada en la noche. Era una noche despejada. Poco a
poco, empezó a notar las estrellas.
Sus pensamientos se remontaron a los orígenes del universo, ¿cómo era posible
que existieran tantos y tan variados planetas, algunos de los cuales se encontraban
dentro de nuestro sistema solar?
¿Y las otras formas de vida? Era imposible que los humanos pudieran ser los
únicos seres vivos del universo. ¿Y él? ¿Por qué había nacido en ese planeta? ¿Por
qué era consciente de su propia existencia?
Se preguntaba si valía la pena.
Estaba sumergido en tales pensamientos, cuando alguien trató de abrir la
puerta. Casi asustado se volvió hacia ese lugar. No deseaba ser interrumpido ni tener
que empezar una conversación que no lo llevaría a ninguna parte.
A pesar de sus deseos, el pomo de la puerta giró. La mujer del vestido rojo
entró. Miró a su alrededor y, creyendo encontrarse sola, cerró con sumo cuidado.
Llevaba una botella de vino en la mano. Se dirigió a donde se encontraban los
vasos, cogió uno, se sirvió un poco de vino y se lo bebió de un trago.
Después, con más calma, volvió a mirar a su alrededor.
Con sólo la luz de la chimenea, ella empezó a investigar sus alrededores. Miró
todos los libros, sacaba uno, lo hojeaba y después lo dejaba en su sitio. También
admiró las pinturas, que eran de tamaño natural.
Había una de Adán y Eva. Como era de esperar, Adán estaba cubierto por una
hoja de parra, su cuerpo era sumamente viril. Como una chiquilla, ella tocó la hoja de
parra y lanzó una carcajada.
John se quedó extrañado. ¿Acaso la hoja de parra se podía mover? ¿Era posible
que su amigo Lemon nunca le hubiera mostrado lo que se encontraba detrás de dicha
hoja?
La chica se dirigió hacia donde había dejado la botella y se acercó a la chimenea.
Su silueta era una tentación para un hombre que aún sufría por otra mujer. Un
hombre que no tenía sentimientos hacia este mundo ni su gente.
Ella se dirigió hacia donde se encontraba John, él podía ver a través de las
lentejuelas. Podía haber apostado que no vestía nada más. Bueno, llevaba zapatos,
pero nada más. ¿Por qué esa mujer lo afectaba tanto?
Ya la había saludado. Su nombre era Margot Pulver, y se trataba de la mujer de
Lemon. Había sido él mismo quien le había comprado ese vestido. Pero en la tienda,
no parecía que causaría tal efecto.
Además, ¿por qué había entrado en la biblioteca, que era parte de su territorio?
¿Acaso se iba a encontrar con Lemon allí? ¿Pero, por qué allí? Había otras
habitaciones en la casa.
Se dio la vuelta, John podía imaginar las delicias que cubría la parte superior
del vestido. Ella dio un trago de vino de la botella, tosió y se estremeció.
Parecía que no estaba acostumbrada a beber.
John dio unos pasos y esperó a que ella lo descubriera. No quería ser el primero
en hablar, después de todo, ella había sido la invasora de su territorio.
Aunque, pensándolo bien, la biblioteca podía ser considerada terreno común
para todos los invitados.
La miró otra vez. Sabía que la puerta estaba cerrada con llave y que ella creía
estar sola. Nadie más podría entrar. John sonrió con malicia.
Ella dio otro trago de vino, fue entonces cuando advirtió su presencia. Pero lejos
de sorprenderse, bajó la botella y de forma provocativa, dijo:
—Así que estás aquí, John. Pensé que te habías marchado.
—¿Crees que es posible hacerlo con la puerta cerrada con llave?
—¿Por qué no? ¿Acaso no eres capaz de atravesar paredes? Pareces bastante
sólido.
—Claro —dijo él sin prestar atención a sus palabras. Su mirada estaba fija en la
curvilínea figura. Ahora empezaba a comprender a los hombres que perdían la
cabeza por una mujer, en especial, cuando la mujer no hacía nada para llamar su
atención… Aunque… ese vestido, era capaz de llamar la atención de un ciego—.
Deberías llevar ropa interior —añadió.
—¿Perdón?
—Bueno, no son muchas las mujeres que andan casi desnudas en lugares
públicos… —pero no continuó, sólo se concentró en el hecho de que estaba casi
desnuda.
—¿Casi desnuda? ¿Qué quieres decir? ¡Creo que alucinas, estoy perfectamente
vestida!
—¡Pero, puedo ver todo tu cuerpo!
—¡Con esos ojos de rayos X!
—No es eso, es muy fácil ver a través de esa tela.
—¡Vaya, eres un lujurioso!
—¡Claro que no, soy un hombre bastante decente! ¡Pero tú eres una mujer que
anda buscando y que no le importa enseñar su cuerpo!
—¡Idiota!
—¡Debes cubrirte!
—Tengo todo lo necesario bajo mi vestido. Además, lo que llevo debajo de él no
es asunto tuyo. ¡Y pensar que he venido para verte! ¡Nunca en mi vida me habían
insultado de este modo! ¡Ningún hombre me había hablado así! ¡Vete al diablo!
Ella lo maldijo y al darse la vuelta, su cabello se movió de una manera
irresistible.
—Supongo que no te has dado cuenta de que tu vestido es transparente.
—¡Vete al diablo! —pero no caminó hacia la puerta. Dijo amenazante—: ¿Por
qué no te marchas? Lo único que tienes que hacer es quitar el seguro de la puerta.
—Yo ya estaba aquí. No sé cómo has llegado tú aquí, y no me interesa. Sólo
vuelve por donde has venido y no me dirijas la palabra.
Ella se cruzó de brazos y empezó a caminar furiosa. Era preciosa.
—Muy bien… me disculpo —dijo John antes de que se marchara.
—¿Admites que has mentido?
—No, me disculpo por haber dicho cosas que te han molestado.
—¡Fuera! —ordenó ella señalando la puerta.
—Si no te calmas, no te salvaré cuando seres de otro planeta invadan el nuestro.
—¿De veras?
—Bueno, estaba mirando hacia afuera y…
—¿Los viste aterrizar?
—Así es… ¿te gustaría un poco de brandy? —agregó John.
—¡No!
—¿Más vino?
—¿Estás tratando de contentarme?
—Sí.
—Admite que sólo deseabas molestarme al decirme que mi vestido es
transparente.
—Mmm… —la miró sin decir nada—, mmm, supongo que lo único que me
calmaría sería hacerte el amor.
—¿Qué? ¡No puedo creerlo! Cuando te conocí, parecías tan distinto, tan amable
y tranquilo…
—¿Y, cuándo fue eso?
—Cuando acompañaste a Lemon a darme el vestido.
—Por lógica.
—¿Acaso no es lo que el señor Spock decía siempre?
—Creo que sí.
—Déjame ver tus orejas.
—Creo que tienen la forma correcta —dijo él revisándoselas—. ¿Las tenía así
cuando estaba poseído?
—No lo sé.
—Vamos, siéntate frente al fuego… no, mejor en el sofá. Verás, me siento un
poco mal. ¿Podría poner la cabeza en tu regazo? —sin esperar respuesta, él se
acomodó y después de suspirar, pidió—: Ahora, cuéntame lo que dije cuando vino el
«otro» y se apoderó de mí.
Capítulo Dos
Margot se volvió para mirar a John y preguntó con seriedad:
—¿Qué crees que haces sobre mi regazo sin previa invitación?
—Bueno, creo que eres una buena samaritana.
—¿De veras?
—Bueno, acabo de experimentar una posesión de un extraterrestre, quien por
un momento, tomó mis decisiones, mi voz y mi cuerpo. Te agradezco lo que haces
por mí.
—¿Qué?
—Bueno —él trató de decir algo lógico—. ¿Me crees?
—¡Vaya! —exclamó ella, incrédula.
—¡Oye, parece que no estás totalmente convencida de que lo que ocurrió fue
verdad!
—¡Qué brillante deducción!
—Pero es verdad… Así ocurrió.
—Sólo tengo tu palabra.
—¡No se trata de eso! ¿Y tu experiencia? Por lo que yo entendí, él buscaba tener
alguna explicación acerca del sexo. ¿Acaso no te sugirió durante la posesión que tu
vestido es transparente?
—¿Cómo puedes recordarlo?
John se llevó una mano a la cabeza tropezando con los senos de ella.
—Perdón… Lo siento, pero no puedo recordar cómo ocurrió. Tal vez fue
necesario que una parte de mi consciencia se encontrara presente para que no me
invadiera el terror.
—¡Vaya, por lo menos piensas bastante rápido! Te doy un punto por eso.
—¿Quieres decir, que en realidad no crees en el invasor? —inquirió él
llevándose la mano a la cabeza de nuevo.
—Atrévete a rozar mis senos por accidente, y me encargaré de que recibas tu
merecido.
—¡Vaya, creo que tú también has sido poseída! ¡Nunca había oído una amenaza
así de una dama!
—Por fortuna, las damas en estos tiempos han aprendido a defenderse, y saben
muy bien que no tienen por qué soportar roces accidentales, ni cualquier otro tipo de
movimiento que no las satisfaga por completo.
—¿Oh, se trata acaso de un reglamento?
En cierto modo, John se sintió ofendido ante tal comentario. ¿Acaso porque se
trataba de su hombría, en cierta forma? No lo sabía. Trató de pensar en lo que Lemon
diría y titubeando un poco, dijo:
—Bueno, me alegra oírlo.
—¿Te sorprende tener una buena reputación?
—A decir verdad, sí.
—¿Por qué?
—Me sorprende el hecho de que cualquier mujer hable acerca de mí, en
cualquier circunstancia.
—¿Por qué?
Tratando de finalizar la conversación, él dijo con decisión:
—No hay nada más que discutir.
—Alguien dijo que había una mujer… —ella no terminó la frase.
—¿Sí?
—Una mujer que era muy importante para ti.
—¿Y?
—Su nombre era Priscilla.
—Lucilla, querrás decir —la corrigió él.
—¿Así que aún recuerdas su nombre?
—Sí, salí con ella algún tiempo.
—Nunca has estado casado.
—No —respondió él. Había un poco de tristeza en su voz.
—¿Por qué?
—En realidad soy muy aburrido.
—Y como eres aburrido, el extraterrestre se sintió atraído por ti, porque
supongo que no le causarías ningún problema —dijo ella con una sonrisa.
—Es muy probable —respondió él, sabiendo que ella también pensaba que era
un hombre aburrido.
Ella lanzó una carcajada. No quería que el ambiente se pusiera melancólico.
—Para tu información, la mayoría de los seres humanos, negarían haber tenido
un encuentro con un extraterrestre. Piensan que la gente los evitaría.
—Yo trato de evitar a todos los hombres en general. Se trata de una raza aparte
—repuso ella.
—Creo que te equivocas. Si has leído la Biblia, debes saber que los hombres
fuimos creados primero.
—Qué comentario más amable.
—Sí, pero recuerda que no funcionó. Necesitábamos algo más, una razón para
trabajar, un reto, un propósito.
—Qué aburrido.
—Te sorprenderá pero creo que ésa es la razón por la que atesoramos a las
mujeres, hacéis que nuestra vida valga la pena.
—Los hombres, mi querido extraterrestre, tienen a sus esposas en la cocina,
mientras ellos salen al mundo para encontrar nuevos «retos». Claro, regresan de vez
en cuando, y las premian con un nuevo vástago. Después les compran un coche, para
evitar las obligaciones como ir a por los niños al colegio, ir a la compra, etcétera,
etcétera. Y por si eso fuera poco, la mayoría del tiempo, ellas tienen que trabajar
fuera de la casa también.
—Pero siempre se aseguran de que ellas estén bien, ¿no es verdad?
—Probablemente sólo para procrear otro hijo.
—Creía que ahora la tasa de nacimientos había bajado.
—No gracias a los hombres. Son las mujeres las que por lo general toman sus
precauciones.
—¿Así que, tú no deseas tener hijos?
—Prefiero no contestar. Y, a propósito, ¿ya te has recuperado de tu relación
con… cómo se llama…?
—Lucilla —después, mirándola a los ojos, agregó—: Creo que sobreviviré. No
hay por qué preocuparse.
—Muy bien —después de un momento, ella continuó—: Pero, ¿sabes? Las
mujeres también hablan de otras mujeres, y te diré algo, el nombre de Priscilla ha
salido a relucir un par de veces.
—Lucilla.
—Lo sé —repuso ella mirándolo con inocencia—. Todas las mujeres la conocen
desde… siempre. Y las raíces de su pelo son negras.
Él soltó una carcajada.
—Dicen que te dejó para tratar de pescar al «pez gordo», tu amigo Lemon, pero
lo que no sabe, es que Lemon es completamente leal.
—¿De veras?
—Lemon nunca se fijaría en ella.
—¿Por qué estás tan segura?
—Bueno, algunas de las mujeres… fueron testigos de sus… sucios intentos para
atraparlo.
—¡Vaya, veo que no tienen otra cosa que hacer!
—Bueno, pensé que te gustaría estar informado de lo que dice la gente.
—Chismosa.
—Podría ser.
—No lo creo, a juzgar por esta noche. Te deseé desde que te vi coqueteando y
actuando como la mujer «liberal» que dices no ser.
—Lo único que deseaba, lo creas o no, era llamar tu atención.
—Bueno, pues lograste que todos los hombres de la fiesta te miraran de la
misma manera que yo lo hice.
—No digas tonterías.
—¿Cómo puedes venir a la fiesta llevando el vestido que te compró Lemon, y
decir que sólo deseas conocerme? ¿Cómo esperas que seamos amigos cuando mi
mejor amigo te compró esa clase de vestido?
—Bueno, por lo que veo, el hecho de que lleve el vestido que él me regaló no te
ha prevenido de estar conmigo. Además, si Lemon aprecia tu gesto, no tendrá nada
que ver con Priscilla, ¿o sí?
—¿Quieres que me marche?
—No.
—¿Cuándo te vas a acostar conmigo?
—Oh, podría hacerlo esta noche. Pero no tengo planeado hacer el amor.
—¿Pero, cómo sería posible que te acostaras en la misma cama que yo, y no
hiciéramos el amor?
—Así. Sin hacerlo, eso es todo.
—Sólo tientas a los hombres.
—Ni siquiera me he acercado a ti —dijo ella, indignada.
—Pero te has puesto ese vestido.
—¡Vamos? Hay más tela en este vestido que en diez o veinte trajes de baño.
—¿Acaso los trajes de baño que usas son muy reveladores?
—No.
—Bueno, por lo menos, es un alivio saberlo. Y, dime, ¿con cuántos hombres te
has acostado?
—Con ninguno.
—¿Nunca?
—¡Nunca! ¿Y se puede saber por qué te sorprende tanto?
—¿Nunca lo has hecho, y te atreves a ponerte ese vestido?
Ella dio un salto bastante sobresaltada y, acercándose a él, exclamó:
—¿Qué diablos tiene de malo el vestido? No has hablado de otra cosa desde
que descubrí que estabas en la habitación, poseído por un extraterrestre.
—Fue el vestido. Me dejó sin habla y me puso en órbita.
Capítulo Tres
John dejó la copa de brandy en la pequeña mesa. No quería perder el control.
Miró a Margot. Nunca había conocido a alguien como ella.
Bueno, siempre había pensado que Felicia, su madrastra, era una mujer sin
igual.
Pero ahora parecía que después de todo, existían otras mujeres que se le podían
comparar. Claro, Margot no era exactamente como Felicia, quien usaba su voz
modulándola para lograr diferentes efectos. Pero era una preciosidad.
Aun con el bullicio de la fiesta, se podía oír el viento, que en lugares desérticos
podía alcanzar grandes velocidades. John continuó mirando a Margot Pulver, ahora
se daba cuenta de que era una mujer fascinante.
Ella se encontraba ocupada, seleccionando los alimentos que parecían más
apetitosos. John se dio cuenta de que también servía un plato para él.
Cuando le ofreció su plato, agregó:
—¿Quieres vino? Hay una botella de vino blanco que iría de maravilla con este
tipo de comida.
—Pareces ser una experta en vinos.
—Lo aprendí con Lemon.
—¿Qué quiere decir?
—Como bien sabes, Lemon ofrece fiestas muy a menudo. Él me enseñó a
diferenciarlos. Es un hombre poco común, como tú has dicho, sabe mucho acerca de
diferentes cosas.
—Así es, es un hombre muy singular. Además, conoce a muchísima gente. Creo
que con ese talento se nace.
—Bueno, creo que tú también posees ese talento. Con sólo hablar unos minutos
con la gente, tú puedes saber qué clase de personas son.
—¿Cómo sabes eso?
—Lemon me lo dijo, el mismo día que me dio el vestido.
—¿Por qué no lo invitaste a pasar?
—Bueno, estaba sola. Nunca invito a un hombre a pasar si me encuentro sola.
—¿Por qué no? No todos los hombres son libidinosos.
—No, pero… ¿por qué correr riesgos innecesarios?
—Ahora estás aquí encerrada, sola conmigo.
—Así es —respondió ella divertida.
—¿Cómo sabes que yo no trataré de sobrepasarme?
—¿Es que voy a tener que esperar hasta las doce para poder saber cómo besas?
—Claro.
—¡Vaya!
—Creo que será mejor de ese modo. La espera es la mitad del placer.
—¡Y espera a que pruebes la otra mitad!
Ella lanzó una carcajada. Trató de controlarse, pero lo único que logró fue que
él también se riera.
Después hablaron durante un momento acerca de los deliciosos canapés de los
mejores, los regulares, y en general estuvieron de acuerdo.
Acabaron de cenar casi a la medianoche. Comieron tarta de queso y se sirvieron
un poco más de vino.
Ella consultó su reloj y le dijo:
—Creo que iré al tocador. ¿Podrías quedarte y proteger este apartado lugar de
intrusos?
—Claro. Eso haré.
—Muy bien —ella se puso de pie y él también lo hizo para ayudarla con la
silla—. ¡Vaya, eres un hombre muy fuerte!
—Ahora estoy seguro de que no me ayudarás.
—¿Ayudarte a qué?
—A sostener la puerta. Levantar la hoja de parra. En fin, a poder soportar las
pequeñas molestias que tiene la vida.
—Comprendo…
—¡Entonces, hay esperanza!
Ella se dirigió a la puerta y antes de abrirla, dijo:
—Enseguida vuelvo.
Él se acercó y la abrió para ella. Sus miradas se encontraron por un momento.
—¿En qué piensas? —preguntó la chica.
—En que es mejor que me quede en la puerta para evitar cualquier clase de
compañía.
—Sí, ten mucho cuidado.
—Lo haré. Pero, por favor, no deseo que atraigas a ningún individuo del sexo
masculino.
—Claro que no.
—Espera, déjame ver si no hay nadie afuera. Si nadie acecha nuestra intimidad.
Ella esperó con paciencia.
—¡Rápido! No hay nadie —dijo él por fin.
Capítulo Cuatro
Poco a poco John levantó la cabeza y trató de encontrarse con la mirada de
Margot.
Ella podía sentir su mano derecha sobre la espalda. Los dedos de la otra mano
cubrían su cadera. Sentía que sus manos eran como las de un pulpo.
John carraspeó y dijo casi en un murmullo:
—Creo que es mejor que nos unamos a los demás.
Margot no lo podía creer. Pestañeó un par de veces. ¿Acaso John hablaba de
dejar ese lugar solitario, donde nadie los molestaba, para irse al bullicio del salón? Sí,
hasta que se calmaran. ¡Qué inteligente era! Sabía que estaba en peligro, y había
preferido resolver las cosas como todo un caballero.
—¿Estás bien? —preguntó al ver que ella no decía nada.
Ella asintió con la cabeza al mismo tiempo que él la soltaba.
—¡Eres un peligro para el sexo masculino! —dijo él cuando pudo hablar.
Margot trató de caminar. Aún estaba un poco aturdida por lo que había
sucedido.
John se dio cuenta del esfuerzo que hacía ella, mientras se arreglaba el pelo y la
barba. Después respiró un poco más tranquilo y se dirigió a la puerta.
Con lentitud, abrió la puerta. Se volvió hacia ella. Aún estaba tratando de
caminar derecho.
No dijeron nada. Ella llegó hasta la puerta y antes de salir, lo miró.
Había tal sorpresa en su mirada. En realidad el beso había sido muy especial
para ella. Margot tenía veintiséis años, ¿y nunca se había sorprendido por un beso?
John sonrió.
Antes de salir, ella murmuró, sin dejar de mirarlo:
—¡Guau!
Él se estremeció. No había esperado esa reacción de ella.
Margot empezó a caminar. Él la siguió de cerca. Ninguno de los dos pronunció
palabra. Por fortuna, el gran salón se encontraba un poco alejado de la biblioteca.
Ambos trataban de recuperar el control de sus cuerpos mientras caminaban. Él
se atrevió a poner una mano alrededor de su cintura, como para escoltarla, pero en
realidad era sólo para tocarla.
En realidad sólo hacía un par de horas que se conocían. ¿Cómo era posible que
hubiera surgido una atracción tan intensa entre ellos? Él la había visto dos veces, la
primera, hablando con otro hombre, y la segunda, ese día.
John la miraba sin saber cómo podía ella ejercer tal atracción sobre él.
—Charlie debe estar buscándome. Yo mismo iré a buscar a Clint. Por favor, si
ves a Charlie, dile que me has visto.
—Muy bien.
John cogió a Margot del brazo y se dispuso a buscar a Charlie, el capataz de
Lemon. Lo encontró detrás de la barra del bar, mirando las etiquetas de varias
botellas.
—Dime, ¿cómo creías que ibas a encontrar a Lemon aquí? —preguntó John con
seriedad.
Charlie ni siquiera se volvió a mirarlo, y respondió con calma:
—Mira, hay un frente del norte ahí afuera, tal vez tengamos que quedarnos
aquí durante un par de días… y noches… No hay prisa.
—Bueno, he hablado con Lemon y se encuentra con Clint.
—Está interfiriendo en mi trabajo.
—Clint se hubiera aburrido esperándote en el pasillo.
—Cada uno debe hacer su trabajo —insistió Charlie y mirando a Margot,
inquirió—: ¡Vaya, hola, preciosa! ¿Juegas al poker?
—No —se apresuró a decir John, y cubrió a Margot con su chaqueta. La
chaqueta tapaba el vestido. Parecía que únicamente llevaba puesta la chaqueta. En
fin, la joven pensó que no podía ni debía protestar.
Lemon y Clint regresaron al salón principal. Clint miraba a las mujeres como un
depredador. Se acercaron al bar y Clint inmediatamente se dirigió hacia Margot.
—Reconocería esas piernas donde fuera. ¿Qué ha pasado con ese vestido
pecaminoso?
—¿Pecaminoso? —repitió ella con sorpresa.
—Sí.
—Espero que te ases con la chaqueta que llevas puesta —le espetó Margot.
—Hablando de chaquetas. ¿Cómo es que llevas la de John?
—No lo sé. Charlie me preguntó si jugaba al poker, y John me cubrió
inmediatamente con su chaqueta.
—Y… ¿juegas? —preguntó Clint con ironía.
—¿Cómo? —inquirió ella sin entender.
—No —respondió por segunda vez John.
—¿Te conozco? —Clint se dirigió a John.
—Es un extraterrestre —respondió Margot esa vez.
—¡Yo también soy un extraterrestre! —repuso Clint sonriendo.
—¿De dónde vienes?
—No necesariamente.
Capítulo Cinco
La música era perfecta. John guiaba a Margot como si se conocieran desde hacía
tiempo. Él sabía toda clase de pasos, y ella parecía seguirlos con mucha exactitud.
Ella lo miró a los ojos y dijo:
—Nunca había conocido a un hombre como tú. Estás muy seguro de ti mismo, e
inhibes a una mujer sin experiencia.
—¿Sin experiencia?
—Nunca había bailado así con un hombre.
Él la miró con una sonrisa y dijo:
—Oyéndote hablar, pareces tan capaz de todo como cualquier otra mujer más
experta.
—¡Vaya, ni siquiera puedo comentar algo superficial acerca de Priscilla!
John le dio una vuelta, levantándola del suelo, y después la volvió a dejar
donde estaba. Realmente era un excelente bailarín.
Pero se daba cuenta de que para él, Priscilla aún era importante. De que no se
había olvidado de ella por completo. Sabía que debía tratar de acaparar su atención e
interés.
Recordó cuando lo había visto por primera vez. Le había preguntado a Lemon
de quién se trataba y él le había respondido:
—Es un hombre superior. Ahora está a la cabeza del juego, pero Lucilla quiere
jugar más alto, dentro de poco lo dejará.
Y cuánta razón había tenido. Lucilla lo había dejado, y John aún sufría el
desengaño. ¿Pero, acaso se había enamorado de esa clase de mujer?
Él advirtió su mirada, y prefirió charlar un poco.
—No puedo creer que haya cuatro vírgenes que dormirán seguras en el ático.
¿Cuatro vírgenes, o es sólo que son precavidas?
—Yo sólo puedo hablar por mí. Aunque conozco a las otras tres, no sé nada
acerca de sus vidas íntimas.
—Pareces una mujer muy recatada.
—Exacto, ¿y qué es lo que te sorprende?
—El vestido que llevas puesto.
—El vestido es muy decente. ¿Acaso has visto otra clase de vestidos en la fiesta?
—No, sólo te he visto a ti.
—Entonces, el rojo debe ser tu color favorito.
—Creo que es el cuerpo que hay dentro del vestido, no el color.
—Vaya, qué observador. Sólo una noche, y te has dado cuenta de que se trata
del cuerpo de una mujer.
—¡Vamos, podrías vestirte con un saco de patatas, y seguro que iniciarías una
moda!
—Gracias por el cumplido.
—O podrías no vestir nada y… todas las otras mujeres harían lo mismo. En
nombre de la moda, claro está.
—Veo que tu prioridad principal, todavía es lo que visto o no visto. ¿Llevas solo
tanto tiempo? ¿O has olvidado que otras cosas, como bailar, también son divertidas?
—En parte.
—Creo que sería buena idea que empezaras a salir con más mujeres para que
poco a poco te adaptes a tu nueva vida.
—¿A quién me sugieres? —preguntó él mojándose los labios y mirándola con
deseo.
Ella se volvió y miró a un grupo de mujeres que se encontraban charlando
animadas. Su maquillaje estaba un poco descuidado al igual que su cabello. Sólo
mirándolas unos segundos, un nombre podría adivinar qué aspecto tendrían en la
cama, con sueño, sonriendo, deseosas, en fin, eran como un libro abierto.
—Creo que todas esas mujeres ya tienen pareja —dijo ella sonriendo.
Él se rió, la abrazó y los dos se rieron después.
—Creo que es hora de que acepte que la noche ha terminado —repuso ella
irónica.
—¿De veras?
—Son casi las seis de la mañana. ¿Te has dado cuenta de que casi todos se han
ido a descansar? Creo que las otras tres que dormirán conmigo ya han subido al
ático. Debo subir. Ha sido una noche maravillosa. Gracias. Me lo he pasado
estupendamente. Eres un hombre excelente. Me encanta tu sentido del humor y tu
tolerancia. Has sido muy amable conmigo.
—Tú también eres una gran compañera —dijo él haciendo una reverencia—.
¡Claro, tienes tus arranques!, pero creo que será fácil domarte.
La contempló durante un momento y luego inquirió:
—¿Dónde voy a dormir?
—Vamos, creo que estás bastante apegado a Clint. Y él es un lobo de las
praderas, sabrá dónde dormir.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Bueno, es mi sistema de alarma.
—¿Qué quieres decir?
—Te acompaño.
Ella no puso ninguna objeción a que la acompañase. Pero antes de subir, miró a
su alrededor. Los músicos ya se habían marchado. La música provenía de un aparato
estéreo. Quedaban pocas personas. Un grupo de mujeres rodeadas por varios
hombres al acecho.
Lemon se había marchado. Conociéndolo, no era raro imaginar que se
encontraba afuera, comprobado que sus hombres estuvieran bien. Cuando por fin se
marcharon, hubo varias miradas que se clavaron en ellos. Margot sintió el deseo de
volverse y decirles: «No, se equivocan, no vamos al mismo lugar».
Cuando habían subido varios escalones, John ofreció con amabilidad:
—Podrías compartir mi cama. Puedes confiar en mí. No te tocaría por nada del
mundo… a menos que tú lo desearas. Estarás muy segura.
Casi llegando a la última escalera, la que conducía al ático, él insistió:
—Puedes confiar en mí. Puedo mantenerte caliente sin hacerte el amor… creo.
Ella hizo un ruido como si estuviera roncando.
—¡Con qué facilidad me irritas!
Ella se rió.
Llegaron al ático. Antes de que entrara en la habitación, la joven le advirtió:
—Silencio, están dormidas. Es mejor que te transformes en extraterrestre otra
vez.
—¿Me estás insinuando algo?
—No, lo que pasa es que los extraterrestres brillan en la oscuridad, y tú no estás
brillando.
—Pero lo hago bajo las sábanas.
—¡Shh…! Están durmiendo.
Margot encendió la luz. Había dos camas impecables, aún no se encontraba
nadie en la habitación.
—Gracias por acompañarme —dijo ella.
—Me quedaré hasta que las otras chicas suban. No quiero dejarte sola aquí.
—No es necesario. Cerraré la puerta.
—Sí, con llave.
—Sólo cierro con llave las bibliotecas.
—Vamos, ven a mi habitación.
—No, fue parte del trato con Lemon. No compartiría mi habitación.
—Vamos, no seas anticuada. Sabes que puedes confiar en mí. No te pondría un
dedo encima.
—Tan difíciles como sea posible. Mira, John, se supone que no deberías estar en
mi cama. Tú tienes tu propia habitación.
—¿Y dejarte aquí sola? ¡De ningún modo, he venido a protegerte!
—¿Y quién me protege de ti?
—¿Es que… no me deseas? —preguntó él después de una pausa, sin dejar de
mirarla a los ojos.
—Te conozco muy bien, te conozco desde hace tiempo, John. Pero tú, ni
siquiera habías notado mi existencia, hasta que me viste en la puerta de mi casa, y me
reconociste en la fiesta, pero no por mí, sino por el vestido que llevaba puesto.
—¿Acaso te molesta que nunca me hubiera fijado en ti antes? ¿Esa es tu
venganza?
—No, es sólo que creo que debes estar seguro de tus sentimientos antes de que
te involucres conmigo. No me gustaría que me hicieran daño.
—¡Vaya! ¿Quieres esperar? ¿Hasta cuándo?
—Sí, el sexo es importante para mí. No quiero hacerlo instintivamente como un
animal. Cuando te ofrezca mi cuerpo, deseo que sea por amor, no sólo para que te
desahogues.
—¡Bueno, creo que estoy bastante deseoso, tan deseoso como un hombre de
carne y hueso puede estar? ¿No es suficiente?
—Sí, pero deseoso del sexo. Yo deseo amor.
—¡Realmente te gusta hacer las cosas difíciles!
—¡No estoy haciendo nada!
—¡Te pusiste ese vestido para tentarme!
—¡Vaya, sigue insistiendo! ¡El vestido no tiene nada que ver, es totalmente
decente! —fue al armario, lo sacó y se lo mostró—. ¿Lo ves, qué hay de malo en este
vestido?
—Tienes razón. Creo que lo escandaloso es tu cuerpo.
—¡Tonterías! ¡Mírame! —lo retó ella.
—Quítate el camisón y veremos si es verdad.
—No soy tan tonta.
—Vuelve a la cama. Te vas a resfriar.
Ella obedeció inmediatamente. Él la abrazó con fuerza y la besó otra vez.
—¿Ves? Estás temblando.
—Estoy temblando de deseo —se atrevió a decir ella.
—¿Margot?
—¡No!
que le hacía el amor con cada parte del cuerpo, las manos, los brazos, la lengua, los
labios… pero no trataba de hacerle nada más.
Ella le indicó como pudo que sería suya cuando él lo deseara, pero él no la
tomó. Siguió tocándola y explorando su cuerpo. Era tan tierno y sensual, pero no
hacía el menor movimiento para hacerle el amor.
Finalmente, él la abrazó y la inmovilizó.
Se quedó quieta. Ignoraba por qué él se había quedado inmóvil. Tal vez había
oído que alguien subía a la habitación. ¿Y si alguna de las otras mujeres hubiera
decidido irse a dormir? ¿Qué haría, lo levantaría y le pediría que se marchara?
Sería una gran sorpresa para cualquiera.
Pero en ese momento ella oyó algo parecido a un ronquido. Notó el cuerpo de
John más relajado, y al fin se dio cuenta de lo que había ocurrido, ¡estaba
profundamente dormido!
No podía creerlo. Ella estaba allí, deseosa, dispuesta a todo, ¡y él se había
dormido! ¡Se sintió excitada y ansiosa! Lo necesitaba… lo deseaba… estaba casi…
sintió ganas de reírse.
Pero él roncaba y poco a poco el fuerte abrazo cedía.
Fue entonces cuando unos celos intensos llenaron el corazón de Margot.
¿Cuántas veces había estado Priscilla entre esos brazos que sabían cómo abrazar a
una mujer durante el sueño?
Capítulo Seis
Durante su sueño, Margot tuvo la maravillosa experiencia de sentirse ligada a
alguien, de no ser ya una entidad aparte. Hasta en medio de su gran familia, siempre
había sentido que pertenecía a otro lugar, y aunque sólo era un sueño, sabía que
pertenecía a John.
Pero también soñó que se despertaba y estaba sola, John se había ido. ¿Qué
significaba? ¿Sería una premonición? ¿Podría significar que él compartiría su vida
durante algún tiempo y luego se marcharía?
Pero después pensó con melancolía que, aunque sólo fuera parte de su vida,
valdría la pena estar con John.
¡Qué tontería! ¿Qué tenía ese hombre que la hacía sentirse de ese modo? No lo
sabía, pero aun así podía sentir en lo más recóndito de su ser que nunca sentiría lo
mismo por ningún otro hombre.
¿Cómo había podido ser tan estúpida Priscilla como para dejar a John? ¿Y qué
podía tener para haberlo encandilado durante tanto tiempo?
Y pensar que John aún pensaba en ella. Que esa noche, ella lo había rescatado
de su melancolía. ¿Cuánto hacía que se habían separado? ¿El último verano?
Además, no se habían separado, Priscilla lo había dejado, que era muy distinto.
¿Y cómo podría otra mujer reemplazarla?
Margot permaneció acostada, aunque ya estaba despierta. Miró las camas a su
alrededor, estaban vacías. ¿Acaso sus ocupantes ya se habían marchado, o no habían
ido en toda la noche?
La tormenta ya había pasado. El viento aún soplaba, pero el cielo no parecía tan
amenazante como la noche anterior.
¿Qué hora era? Lo único que tenía que hacer era alargar el brazo y consultar el
reloj, pero no lo hizo.
Pudo oír risas a lo lejos. Alguien estaba afuera, más que alguien, varias
personas.
Hubo una leve llamada a la puerta. ¿Acaso una de las huéspedes? Ella se
volvió. Se trataba de John.
Llevaba puestos unos vaqueros, le quedaban tan bien como el esmoquin. Tenía
una taza de humeante café en la mano.
—¿Estás despierta?
—Casi.
—Roncaste tan fuerte que hiciste que la nieve cayera del tejado. Lemon te lo
agradece.
Ella se tapó la cara. John se acercó y dijo:
—¿Es que hay algo más que alubias? —repuso uno de los hombres.
Los ayudaron a desmontar y en especial, a Margot.
—Disculpadme un momento mientras me encargo de los caballos —dijo John.
Los vaqueros y la chica entraron en la cabaña. Margot se quitó los guantes y se
los metió en el bolsillo.
La cabaña consistía en una gran habitación con una cocina de hierro en el
centro, una mesa y bancos alrededor.
Los dos hombres la llamaron «señorita». Margot recordó que John no los había
presentado, y se preguntó por qué.
Entonces cerraron la puerta, ella se asustó un poco, pero casi de inmediato John
la abrió de una patada.
—Perdona, no te habíamos visto —se disculparon los dos hombres, y
dirigiéndose a Margot le preguntaron—. ¿No tienes frío?
—Bueno, en realidad no cerramos con llave —agregó uno de ellos—, lo que
pasa es que la puerta tiende a cerrarse.
El otro dijo:
—¿Te quedarás a pasar la noche, preciosa? Contigo en medio de Ned y yo, no
pasaremos frío.
—Ya es suficiente, muchachos —dijo John con seriedad.
Ellos soltaron una carcajada.
—Siéntate. Mira, podemos mover la mesa, Jasper usará la cama, y estoy seguro
de que John querrá sentarse en tu regazo.
—¿Cuánto tiempo lleváis aquí? —inquirió ella.
—Casi veinticuatro… horas. Ya sé que crees que vivimos aquí, pero en realidad
vinimos antes de la tormenta. Sólo hemos venido para comprobar que el ganado
estuviera bien. Come un poco de pan, lo he hecho yo mismo, no es tan malo.
—¿Por qué te has alejado tanto de la casa con este salvaje? —intervino Jasper—.
John es un hombre peligroso con una mujer sola. Está oscureciendo, y por lo general,
se convierte en lobo…
—¿Y falta mucho? —inquirió Margot.
Los dos hombres soltaron una carcajada.
Capítulo Siete
John no parecía tener prisa. La noche empezaba a caer. Los dos hombres
charlaban y contaban historias para entretener a Margot.
La mayor parte del tiempo, eran ellos los que se reían, algunas veces Margot
ignoraba el porqué. Pero ella recordó que los hombres tienen un modo muy especial
de hablar, que sólo ellos entienden, se trata de una raza aparte.
John cuidaba a Margot y estaba atento a lo que los hombres decían. Sugirieron
que John se marchara y que ellos se harían cargo de Margot, después soltaron una
carcajada.
Parecían saber quién era ella. ¿Cómo era posible?
Cuando oscureció por completo, John se puso de pie y se estiró un poco. Ned se
dirigió a Margot:
—¿Quieres refrescarte?
—¿Dónde?
—Tenemos un lugar privado. Jasper lo está limpiando un poco.
Ella titubeó.
Ned la tranquilizó diciendo:
—No te preocupes, lo ha lavado. Sólo ten cuidado de no resbalar con los
residuos de la nieve.
John la acompañó. El lugar estaba muy limpio, había un gran lavabo con agua
corriente. Cuando ella salió, los dos hombres ya habían sacado los caballos y los
tenían listos para cabalgar.
Margot se despidió y les agradeció su hospitalidad.
—Volved pronto. Será un placer. Tenemos que quedarnos aquí una semana.
Nos gustaría hablar más contigo, eso puede ampliar nuestros horizontes.
—Muy bien, vámonos —dijo John.
Los dos montaron y pudieron ver que los hombres los observaban alejarse.
John se detuvo y les indicó que entraran en la cabaña.
—¿Por qué has hecho eso?
—Creen que te voy a llevar a los matorrales, y tratan de ver a dónde vamos.
—¿Qué?
—Bueno, no tienen nada mejor en que pensar, Margot, y nunca hablan con
mujeres.
Margot se dio cuenta de la clase de hombre que era John. Y sabía perfectamente
por qué se había sentido atraída por él. Era un hombre muy inteligente y tolerante.
Llegaron a la casa, y dos de los muchachos cogieron las riendas para llevar los
caballos al establo. John se lo agradeció.
—Es sólo por la dama —bromeó uno de ellos.
—Voy a tratar de arreglar que cabalgue junto a mí siempre.
Margot lo esperaba a cierta distancia.
—Tal vez se aburra de lo lento que eres y te podamos sustituir pronto —dijo el
otro.
—No lo creo.
—Pareces muy seguro de ti mismo —opinó Buck.
—Sí, siempre ha sido así —repuso Peanut.
—¿Y qué recibiremos por atender a los caballos?
—Mantendréis vuestros empleos —respondió John sonriendo.
—¡Qué gracioso! —protestó Buck.
—Me pregunto si deseas que la atendamos a ella también.
—Rotundamente, no.
—¿Y si acepta? —insistió Buck.
John rodeó a Margot con un brazo y se dirigieron a la casa.
Sentía que debía protegerla, en especial, de todos los muchachos que trabajaban
allí. En realidad no era culpa suya que fueran maleducados y no supieran medir sus
palabras delante de una dama.
—¿Estás cansada?
—No. ¿Es que no recuerdas que dormí bastante tiempo? Me he levantado cerca
de las doce.
—¡Sí, ya era la cuarta vez que subía! Pensé en quitarte las mantas y despertarte,
pero te hubieras enfurecido.
Él se detuvo y retrocedió dos pasos, después la miró de frente.
—¿Qué pasa? —inquirió ella extrañada.
—Nada. Me siento como si me hubiera sacudido un rayo… tú.
Ella soltó una carcajada y, sin dejar de mirarlo, agregó:
—Creo que necesito un beso para recuperar fuerzas.
—Yo también.
—Pero te advierto que huelo a caballo.
—Yo también, pero a semental.
—¡No me extraña!
—Bueno, ¿qué hay del beso?
Ella extendió los brazos y se acercó mirándolo a los ojos.
John también la rodeó con sus brazos y la acercó hacia su cuerpo.
Por desgracia, sus sombreros se interpusieron, él le quitó el suyo a Margot de
un cabezazo, y buscó sus labios para besarlos con pasión.
Fue un poco rudo, su necesidad de poseerla era grande. Un poco frustrado,
suavizó sus caricias y sonrió. La amaba, ¿cómo podía herirla de una u otra forma, si
lo único que deseaba era protegerla? ¿Y, cómo podía saber que lo que sentía por ella
era amor? Tal vez se había enamorado cuando ella le siguió el juego de ser un
extraterrestre. Era muy tolerante.
La besó otra vez y le dijo:
—Sabes muy bien.
—Y parece que me quieres comer. ¡Estás hambriento! ¿No es así?
—Me encanta sentirte apoyada en mí.
—Sí, pero veo que siempre necesitas mantener las manos ocupadas. ¡Y además,
sabes cómo emplearlas perfectamente!
—Sí.
Ella volvió a reírse.
—Tienes risa de traviesa. Parece que en realidad disfrutas de todo lo que te
hago, ¿verdad?
—Es cierto.
—¿Es en serio o sólo finges?
—Claro que es en serio —Margot se dio cuenta de que era la segunda vez que él
le preguntaba por la sinceridad de sus sentimientos. ¿Por qué era tan inseguro?
¿Acaso Priscilla le había producido esa inseguridad por su manera de ser?
¡Sí, había sido ella! ¿Qué otra mujer se hubiera aprovechado de un hombre tan
bueno, haciéndolo dudar de sí mismo?
—¿En qué piensas? —preguntó él mirándola con ternura.
—En nada. ¿Por qué crees que pienso en algo?
—Bueno, no estás muy concentrada en mí ¿no te parece? ¿Qué pasa?
—Me he distraído un momento, eso es todo.
—¿Es que te aburro?
—¡Claro que no! Yo soy la que te aburro.
Los dos se rieron otra vez y ella añadió:
—De hecho, tú eres el hombre más interesante que conozco. La mayoría de los
hombres que conozco son muy… muy vacíos, creo yo. Tienen cierto talento para su
profesión, pero aparte de eso, son aburridos.
—¿Lo dices en serio?
—Claro, nunca miento.
—¿Y, mentiras piadosas?
—Nunca recurro a ellas. Me has preguntado mi opinión y yo te contesto.
—¿Y si pensaras que estoy fingiendo?
—¡Vamos, John!, si en realidad pensaras eso, nunca me hubieras preguntado.
Eres un ser humano y te comportas como tal, eres multifacético y, hasta tierno. La
persona que te convenció de lo contrario, creo que está muy equivocada.
—¡Piensas que es Lucilla!
—¿Por qué la mencionas? ¿Fue ella?
—Sólo se me ha ocurrido para ver si has pensado en ella por celos o porque
sabes algo.
Ella se rió.
—Espero que te des cuenta de que Priscilla me tiene sin cuidado. Debes saber
que mis hermanas mayores la conocen desde hace bastante tiempo. Es unos años
mayor que tú. Te dejó porque deseaba echarle las redes a alguien más importante
que tú. ¿Quién? Tal vez todavía lo podamos salvar.
—Creo que tenías razón. Se trata de Lemon.
—Ella es muy perseverante, pero dudo que él la tome en serio. Cuando se dé
cuenta de su error, también se dará cuenta de que, después de todo, tú no eras tan
mal partido, y estoy segura de que tratará de recuperarte usando sus artimañas.
—¿Por qué lo dices?
Sí, Margot sabía que era difícil entender el punto de vista femenino siendo un
hombre, ya que ése era también su problema. ¿Cómo poder entender a los hombres?
Nunca lo había intentado, pero ahora estaba segura de que por John bien valía la
pena intentarlo.
Capítulo Ocho
John y Margot fueron casi los últimos en dejar el gran salón. Caminaban
cogidos de la mano, deseando que la noche no terminara nunca.
Lemon los vio y se unió a ellos.
Se dirigieron hacia la sala. Era una habitación muy amplia, con confortables
sillones y una gran ventana, desde donde pudieron contemplar la nieve que aún no
había desaparecido, además le daba un efecto muy especial a los grandes cactus y los
árboles.
Estaban muy relajados. Los dos hombres charlaban y Margot se había
acomodado en un gran sillón. Se sentía un poco cansada. Después de todo, ya habían
pasado dos días.
Lemon sugirió:
—¿Os gustaría tomar una taza de chocolate caliente?
John se puso de pie y ofreció:
—Yo me encargaré. Tú nos has atendido durante cuarenta y ocho horas.
—Llama a Chuck. Él se encargará.
—No, ya debe estar descansando. No te preocupes, será un placer.
Lemon y Margot esperaron en la habitación.
—¿Cómo lo estás pasando?
—Mmm…
—¿Estás cansada?
—Un poco.
—¿Vas a montar el pinto?
—No.
—¿Por qué?
—John no quiere que lo haga.
—¿Así que ahora te importa lo que él diga?
—Sí, creo que tiene razón.
—Creo que tú podrías montar el pinto y demostrarle de lo que eres capaz. Eres
una excelente amazona.
—Monto desde hace mucho tiempo.
—¿Has participado alguna vez en una carrera?
—No. Mi padre pensaba que eso era una pérdida de tiempo.
—Es sólo una competición. Podría tratarse de natación o cualquier otro deporte.
—Él piensa que está muy bien desarrollar esas habilidades, pero cree que es
tonto competir.
—¿Tonto?
—Bueno, hay muchas otras cosas que hacer.
—Sí, ¿cómo conquistar a alguien con dinero?
—¡Qué coincidencia! He estado hablando de eso con John.
—¿De veras? ¿Crees que él es así?
—¡No, claro que no! Pero pienso que Priscilla lo es.
—¿Estás celosa?
—Por supuesto que no. Ella no tiene nada que se le pueda envidiar, pero…
—Me alegra oír eso.
—Siento hostilidad hacia ella, pero creo que eso es algo muy diferente. ¡Ella
hizo que John se volviera inseguro!
—¡Vamos, Margot, creo que es bastante dueño de sí mismo!
—Sí, creo que se empieza a recuperar. Ha cambiado desde el año pasado.
—¿En dos días? —preguntó Lemon riéndose.
—La gente cambia en segundos.
—Ya lo creo. Lo he visto. Por ejemplo, Chico. Tenía miedo de volver a México.
Me costó mucho llevarlo a solicitar el visado, pero cuando salimos del edificio,
parecía un pez en el agua. Fue muy tranquilizador saber que se iría con una sonrisa
en los labios.
—Así es John.
—Pensé que todo resultaría bien. ¿No te alegra que te haya convencido de
venir?
—¿Por qué lo hiciste?
—Porque sé que vosotros hacéis muy buena pareja. Y si yo puedo ayudar un
poco, ¿por qué no he de hacerlo?
—Bueno, John te admira bastante.
—¡Qué bien! Yo siempre trato de exponerlo a retos. Él es tan… Bueno, ¿vas a
montar el pinto o no?
Margot se volvió y vio que John se acercaba con una bandeja. Había oído lo que
Lemon había dicho, y se apresuró a decir:
—¡No!
Cogiendo una de las tazas de humeante chocolate, Lemon repuso:
—Lo separaron de su madre a una edad muy temprana —explicó John con
ironía.
—¡Ella fue la que me separó! —exclamó Lemon en el mismo tono.
—¿No salió nadie en tu defensa?
—¡No, hasta el juez de menores estuvo de acuerdo con ella!
—¿Qué diablos hiciste? —inquirió Margot con sorpresa.
—Bueno, yo…
—Recuerda que se trata de una dama —interrumpió John a Lemon.
—¿Es que no puedo hablar de sexo con ella?
—No.
—John, conoces a Margot desde el año pasado. Creo que ya es hora de que nos
conozca realmente.
—Bueno, de hecho, «desde el año pasado», quiere decir, dos días. Por otra
parte, ella no está tratando de investigar nuestra vida ni nada por el estilo.
—Bueno, de cualquier forma, mi madre es así, temperamental, terca, no escucha
razones, y siempre te quiere probar. Además, tuve que ir a la escuela católica, ya que
ninguna otra escuela me aceptó.
—Bueno, después de todo lo que hiciste no es de extrañar. Incendió un camión,
un jeep y, finalmente, el coche nuevo de su padre —informó John.
—¿Por qué hiciste todo eso? —preguntó Margot sorprendida.
—Bueno, siempre fui muy rebelde, y me opuse a la educación tradicional. Pero
ya estoy reformado… ahora me he vuelto más curioso y hasta… —pero su conciencia
lo traicionó y no terminó la frase.
—Sigue siendo el mismo —aseguró John.
—Tuve que aprender de la forma más difícil. Verás, cuando era pequeño tuve
problemas de salud. Tuve principio de dislexia, pero en esos tiempos no había tanta
ayuda como hay ahora. Mis padres no se dieron cuenta, y no entendían por qué no
podía hacer lo que otros niños hacían.
—Vaya, debió ser duro.
—Comprendí que nadie es perfecto, y que yo no era perfecto tampoco.
—Ésa es la razón por la que no te resulta difícil hacer amigos y expresar tus
opiniones —observó ella.
—Así es —al decir eso, se puso de pie—. Bueno, creo que es hora de ir a dormir.
Ya que te he confesado parte de mi vida.
—¡Vaya anfitrión! —repuso John.
Lemon volvió a sentarse.
—Pero no te detengas por nosotros. Tienes nuestra aprobación para marcharte.
Cuando por fin llegaron a la habitación del ático, abrieron la puerta lentamente.
Estaba abierta, igual que la noche anterior, Margot la tenía para ella sola. Había una
luz tenue proveniente de una lámpara y sólo la colcha de su cama había sido
retirada.
—Miraré debajo de las camas —dijo John sonriendo y cerrando la puerta.
Ella también sonrió complacida.
John hizo lo que había prometido, sólo encontró un calcetín debajo de una de
las camas, era de él. Después se dirigió al armario y, después de sacar el vestido rojo
de Margot, se lo mostró, como queriendo decir que era demasiado pequeño, luego
preguntó:
—¿Dónde está la combinación que llevabas bajo el vestido?
—No llevaba.
—¿No llevabas puesta la combinación? ¿Y aun así me ofreciste quitarte el
vestido? —estaba indignado.
—Vamos, John, aunque hubieras aceptado, nunca lo hubiera hecho. Se acercó a
ella y rodeándole la cara con las manos, le dijo:
—¿Quieres decir que andas por ahí, libre y solitaria, sin nadie que te acompañe?
Y sobre todo, nadie que advierta a los hombres de ti.
Ella asintió con la cabeza, su respiración empezaba a acelerarse.
Entonces él la rodeó con los brazos y la acercó tanto a su cuerpo, que Margot
sintió que se derretía. Podía sentir sus fuertes manos hundiéndose en su enfebrecida
piel.
John la hacía sentirse muy extraña. Suspiró, se sintió un poco mareada cuando
trató de exhalar.
Casi a punto de desmayarse, Margot sintió los ardientes labios de John sobre los
de ella, después, acercándose a su oído, él murmuró:
—¿Y este vestido? ¿Estarías dispuesta a quitártelo?
Ella aún se sentía mareada, él no sabía si era una buena señal o no. Sin
importarle, él levantó el vestido por la parte inferior y trató de sacárselo por la
cabeza, pero no pudo hacerlo, ella llevaba puesto un cinturón.
Margot sonrió y señaló el cinturón.
Tembloroso, él trató de desabrocharlo. Ella lo miraba divertida.
John se volvió y no pudo evitar besarla de nuevo, pero después la soltó.
Necesitaba toda su concentración para poder lograr lo que se proponía.
Se quitó la chaqueta, los zapatos, la corbata; todo con suma facilidad, pero no
podía hacer nada con el cinturón de Margot. Entonces procedió a quitarse su propio
cinturón y se bajó la cremallera de los pantalones.
—Cierra los ojos —le dijo antes de proseguir.
En ese momento, él frotó su rostro sobre el delicado vientre, hasta llegar a los
senos. ¡Era muy erótico!
Entonces, metió las manos en las braguitas y se dio cuenta de que ella llevaba
liguero. Era muy sensual, empezó a desprenderlo con delicadeza. Después, con gran
habilidad, retiró una media y luego la otra.
Margot sonrió.
Cuando terminó, cogió los fríos pies de Margot entre sus manos y los frotó para
calentarlos un poco, después los colocó sobre su desnudo pecho.
—¡Deseo hacerte tantas cosas, querida Margot, pero no quiero que te asustes!
—¡Cuánta consideración! ¿Puedo yo también ponerte las manos encima?
—¡Oh, por favor, hazlo! —respondió él ansioso.
Al mirarla, suspiró. Margot era tan sensual.
Por fin, ella dijo con nerviosismo:
—Siéntate —y se apartó un poco para que él pudiera hacerlo.
Él aprovechó el momento para retirarle las braguitas.
Ella lo imitó, pero John tuvo que ayudarla a quitarle su propia ropa interior.
—¡Oh, Dios, Margot! —suspiró él mirándola con sorpresa.
Ella se despojó por completo de sus bragas, él no podía dejar de mirarla.
—¡Margot, no estoy seguro de que puedas tocarme, estoy tan excitado que no sé
si podré controlarme!
—Pero… deseas hacerme el amor, ¿verdad?
—¿Tú qué crees?
—Bueno, entonces, ¿cuál es el problema?
—Si dejas que te haga el amor, podrás hacer lo que desees conmigo después.
Me gustaría dejarte hacerlo ahora, pero… —él suspiró y dijo casi con un gemido—.
¡Oh, ni siquiera puedo hablar de ello…!
—Bueno, si tienes un preservativo, yo podría ayudarte a ponértelo.
—¿Sabes cómo?
—Bueno, en teoría.
—No sé si podré soportarlo.
—John, de verdad me halagas.
—Te deseo tanto, ¡estoy a punto de explotar!
Ella se estremeció también, sus senos se movieron excitándolo aún más.
—Bueno, estoy tan ansiosa como tú.
—Si lo hacemos con cuidado, tal vez pueda esperar hasta que esté dentro de ti.
Entonces ella se rió, un poco como la risa que habían oído al subir.
—Creo que la mujer que oímos, también estaba haciendo el amor.
—Podría apostarlo.
Capítulo Nueve
Alguien había puesto un calefactor bajo la cama. John dijo:
—Vaya, qué servicio. Y yo que quería meterme en la cama para calentarla antes,
y tal vez tenerte a ti sobre mí gritando como una gata en celo.
—Nunca grito —repuso ella.
—Bueno, de todas formas me alegro de que esté ya caliente. No me gusta verte
padeciendo por el frío, es sólo que prefiero hacerlo yo mismo.
Ella se estremeció un poco.
Él también lo hizo. Estaba demasiado excitado. Margot pudo ver cómo su sexo
lo demostraba. Sin poder evitarlo, dijo:
—¡Vaya, no sabía que podía hacer eso!
—Yo tampoco —dijo él un poco apenado.
—¿Acaso tienes un nombre especial para…? ¿Sabes? Todos mis hermanos
solían ponerle apodos.
—Bueno, Margot, creo que es mejor que hablemos de eso después, cuando nos
conozcamos mejor. Y claro, si prometes no comentarlo con nadie. ¡Nadie en absoluto!
—¿Acaso lo sabe Priscilla?
—No, nunca me lo preguntó. No sentía mucha curiosidad por saber cosas de
mí.
El frío arreció. Margot cruzó los brazos para protegerse de él.
John levantó las mantas y con un ademán, le dijo:
—¡Vamos, entra!
Ella lo obedeció de inmediato y se acomodó a su lado.
Entonces él se despojó de sus calzoncillos y se dispuso a ponerse el
preservativo. Se concentró mientras suspiraba.
Luego se acercó más a ella, casi hasta cubrirla, sin darse cuenta de que la
destapaba al mismo tiempo.
Ella lo miró con un poco de miedo y dijo:
—Creo que estás dejando que entre el aire frío.
Entonces él la protegió aún más. Margot pudo sentir su aliento caliente en el
rostro, y sobre su cuerpo las manos masculinas que, temblorosas, empezaban a
explorarla.
Cada vez más excitado, él trató de charlar:
—Tuviste suerte de que ayer viniera a calentarte la cama.
—Vaya, hubiera podido pedir el calefactor.
—No te estoy dejando hacerme nada. Te estoy seduciendo, ¿es que no te das
cuenta? Ahora que ya tengo experiencia, sé cómo funciona todo perfectamente.
Él soltó una carcajada sin dejarla moverse. La miró con ternura.
Ella suspiró sin poder moverse y le advirtió con seriedad:
—Puedo hacerlo, no creas ni por un minuto que no puedo hacerme cargo de ti.
Esta vez yo te pondré el preservativo.
—Ya lo he hecho.
—Bien pensado. Buena actitud. Ahora, prepárate. No va a ser nada fácil para ti.
—¿Una mujer voraz?
—No estoy segura. Sólo relájate y no interrumpas.
—¿Iré al paraíso?
—No, te quedarás en mi cama.
—Es bastante cerca.
—¿Qué quieres decir? ¿Acaso no quieres que…?
—Quiero decir que tu cama es bastante cercana al paraíso.
—¡Entiendo! Pero creo que tus pensamientos te limitan. Es mejor que esperes a
ver lo que pasa. Esto podría ser una pesadilla para ti, debido a mi falta de
experiencia.
—Soy bastante tolerante. Adelante. No escatimes esfuerzos, pero no tardes
demasiado.
—Bueno, la otra vez fue como tú quisiste, y en el tiempo que quisiste. Esta vez
es para mí, así que vamos a hacerlo a mi manera.
—No te imaginas cuánto me excitas. No es que me lo proponga.
—Bueno, o yo te excito, o es que eres demasiado fácil. Pero sea como sea, creo
que ahora estás en mis manos. Así que, compórtate de acuerdo a la situación.
—Pero, ¿No crees que sería contraproducente si me comporto bien a estas
alturas?
—¡No utilices la lógica, sólo quiero que sientas!
—¡Margot Pulver! —él cerró los ojos.
—Mmm…
Ella le hizo todo lo que se le pasó por la cabeza. Lo llevaba al máximo grado de
excitación, para después dejarlo gimiendo de deseo. Le permitió tocar las partes de
su curvilíneo cuerpo.
—¡Cariño, ya no puedo más, si continúas así, vas a conseguir que pase otra vez
lo mismo!
Entonces se puso sobre él, y se movió rítmicamente.
—Tengo mis límites. Si continúas así, llegaré al orgasmo mucho antes que tú.
—Sí, me gustaría que lo hicieras —murmuró ella inclinándose sobre su oído—,
pero en este momento me gustaría que continuáramos… me siento como…
Él le dio la vuelta y ambos gimieron de deseo. Después empezaron a mover las
caderas rítmicamente. Parecía como si se tratara de dos animales en celo, tal era su
pasión.
¡Era espectacular!
Como si fueran en un cohete espacial, vieron colores, estrellas, destellos, todo a
su alrededor parecía moverse. Y la culminación de sus deseos fue increíble, un gran
momento de euforia que los hizo gemir con fuerza. Poco a poco, volvieron a la
realidad.
Sus cuerpos yacían inertes, su respiración, aún agitada, se normalizaba poco a
poco. Empezaban a cobrar consciencia de dónde se encontraban.
—¡Guau! —exclamó ella aún agitada. Él le dio unas palmaditas cariñosas sin ser
capaz de decir nada aún.
Finalmente, él carraspeó y volviéndose a ella, inquirió con seriedad:
—¿Quién eres?
—Margot Pulver.
—¿Cómo puedes recordarlo en un momento así?
—Bueno… yo…
—Shh…
Volvieron a guardar silencio. Les llevó algún tiempo recuperarse por completo.
Después de varios minutos, él la liberó de su peso, y apoyándose en un codo, la miró
con ternura y preguntó:
—¿Estás bien?
Margot tenía los ojos cerrados, estaba un poco pálida, sin abrirlos, murmuró
embelesada:
—Mmm…
—Eres un milagro —le susurró él al oído—. Aún no puedo creer que seas real.
¿Eres un sueño?
—¿Quieres que te pellizque o prefieres que te muerda? —murmuró ella
soñolienta.
—Después de esto, puedes hacer lo que quieras conmigo.
—Creo que te conservaré a mi lado —repuso ella soñolienta.
A John se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¡Oh, no, no podemos hacer eso! Imagínate si me traslado con mis cosas y
todo. Pensarán mal de mí.
—Bueno, tú me estás pidiendo que haga eso.
—No, yo sólo te he pedido que duermas aquí, con discreción.
—¿Y cómo lo puedo hacer con discreción?
—Bueno, no traes todo tu equipaje aquí. Esperas hasta que no haya moros en la
costa, y entonces subes y, muy silenciosamente, entras en la habitación y te metes en
mi cama. Y haces exactamente lo mismo por la mañana. Es muy fácil.
—¿Acaso te parece que soy esa clase de hombre?
—Bueno —ella titubeó un momento y después dijo—… sí.
—Y lo soy.
Los dos se rieron. Entonces él se volvió hacia ella y preguntó:
—¿Te gustaría desayunar en la cama?
—No. Creo que pensarían que estoy enferma y tratarían de evitarme.
—Podemos aprovechar eso y decirles que estamos en cuarentena.
—No, no, no me tientes.
—¿Acaso estarías tentada a estar solamente conmigo?
—¿No te diste cuenta de que fui yo la que cerró con llave la biblioteca para estar
a solas contigo?
—Pensé que deseabas estar sola.
—No, te estuve siguiendo. Además, tenía un preservativo, mi intención era
atraparte.
Él la miró sorprendido.
—¿Te sorprende?
—Ojalá hubiera sido más paciente.
—Cuando te besé, fuiste tú el que sugirió que nos uniéramos a los otros.
—Bueno, sólo trataba de protegerte.
—¿De los chismes?
—De… mí.
—Bueno, pudiste haber preguntado si yo lo deseaba.
—Aún me resulta difícil creer que te haya encontrado.
—Ya era hora. He estado tratando de que notaras mi presencia casi dos años.
—¿Cómo he podido estar tan ciego?
—Priscilla. Tengo que admitir que es todo un espectáculo.
—Pero no como tú.
Capítulo Diez
John se limpió los labios con la servilleta al mismo tiempo que se ponía de pie.
—Discúlpame, Margot —y dirigiéndose a Lemon, añadió—: ¿Dónde está?
—En la otra habitación —respondió Lemon estudiando a John con seriedad.
John salió.
Margot permaneció sentada, estaba muy sorprendida. Levantó la vista y se
encontró con la mirada de Lemon.
Él la observaba con seriedad.
Ella también se limpió los labios con la servilleta y después, dejándola a un
lado, dijo:
—Creo que, después de todo, montaré al pinto.
—No hay necesidad.
—No te estoy pidiendo permiso. Lo voy a hacer. ¿Podrías ocuparte de que lo
ensillen?
Margot dijo esas últimas palabras como si se tratara de una amenaza, como si
estuviera furiosa con él. Lemon dijo con calma.
—Yo no la he invitado. Llegó de improviso.
—¿Cuándo?
—Ayer por la noche. Vino a ver a John, pero él no estaba en su habitación.
Margot miró a Lemon y repuso con toda naturalidad:
—Debía estar fuera en ese momento.
Lemon asintió con la cabeza, como si la hubiera creído, pero en realidad sólo
parecía aceptar lo que ella había dicho.
Margot no dijo nada. Después de sacar a John de su vida, se propuso sacar a
Lemon, por lo menos, de la habitación.
—Iré a cambiarme. Asegúrate de que el pinto esté preparado.
—Como quieras —respondió él con gesto de preocupación.
Ella lo miró con furia al pasar a su lado y se dirigió a su habitación.
Pero Lemon la siguió y le dijo:
—John tampoco la invitó.
—No, pero se ha ido con ella en cuanto ha podido.
—Él es un caballero. Ella es una vieja conocida. Estoy seguro de que tal vez
desea saber si tiene algún problema.
—¡Vamos, existen los teléfonos!
—Ése es tu problema.
—¡Vaya, siempre me ha parecido que eras una niña caprichosa, y ahora lo
puedo confirmar!
—Soy una mujer.
—Ya lo había notado. Y si John es lo bastante estúpido como para volver con
Lucilla, ¿me darías una oportunidad?
—No.
—Eres igual que tus hermanas.
Ella fue hacia la puerta para subir a su habitación.
Lemon se quedó un momento mirándola con cierta melancolía, después se
dirigió al establo a pedirle a Peanut que preparara el caballo.
Lemon miró cómo lo hacía. Ni siquiera Peanut, que conocía bien al caballo, se
atrevía a montarlo. El caballo estaba siempre alerta y parecía estar diciéndole que
prefería estar libre que con la molesta silla de montar en el lomo.
Lemon no deseaba que el pinto estuviera muy inquieto cuando Margot lo
montara, por eso le pidió a Peanut que lo paseara un rato, el muchacho obedeció.
Margot estaba lista, salió de la casa con el sombrero bien asegurado bajo su
barbilla. Se había puesto unos vaqueros y un jersey. También llevaba una chaqueta y
botas de cuero. En ese momento se estaba poniendo los guantes de montar.
La nieve se derretía y el suelo estaba un poco enlodado. Aún había montículos
de nieve, pero pronto desaparecerían. Soplaba una fresca brisa que se sentía muy
bien sobre el rostro, el día era bastante prometedor.
Muy seria, Margot esperó a que Peanut le llevara el caballo. Sabía muy bien que
según se comportara, sería la respuesta que obtendría. Era cortés, considerada y
compasiva; las tres «c» que una mujer debía tener.
Pero en ese momento no sentía nada de eso. Miró a Peanut y le indicó que le
diera las riendas del animal.
Él no lo hizo. Esperó a que ella lo montara y fue entonces cuando lo hizo.
—Gracias.
—¿Está bien la silla?
—Sí, creo que lo has hecho perfectamente —respondió ella.
—Ten cuidado —le advirtió él.
—Ponte a un lado —se impacientó la chica.
Peanut obedeció y le abrió paso.
Hay algo en la determinación de las mujeres, que hasta los animales advierten.
El pinto caminó por donde Margot le indicó con su consabida elegancia. Ella no
permitió que la desobedeciera.
Se dirigió hacia donde se encontraban los obstáculos, fue entonces cuando vio
que John se acercaba a ellos. Antes de que pudiera alejarse, John cogió las riendas del
caballo sin temor alguno y paró en seco al animal.
El caballo trató de sacudir la cabeza, pero John ni siquiera le permitió ese
movimiento. Miraba a Margot fijamente. Después de un momento, le dijo en voz alta:
—Realmente entiendes de caballos.
Pero estaba furioso. John podía engañar a todos, pero no a Margot.
—Suéltalo —dijo ella retándolo—. Vamos a saltar los obstáculos.
—Permíteme.
—Ya he tomado mi decisión.
—Será por encima de mi cadáver —dijo él entre dientes. Pero Margot lo
entendió perfectamente.
—Si es necesario… —respondió ella altanera.
El caballo trató de liberarse, pero John lo aquietó con un ademán, después, con
una sonrisa pero con gran firmeza, se volvió hacia Margot y le dijo:
—Bájate.
Ella no pudo negarse. Sabía que de no hacerlo, dejaría en ridículo a John y eso
era lo último que deseaba hacer.
Entonces, él la cogió de la mano y le dijo amenazador:
—Podría estrangularte. Hablaremos de ello más tarde.
—Tal vez —repuso ella con ironía.
Después se volvió y se dirigió hacia la casa. Desde allí, lo miró.
John había montado al pinto y lo volvía a llevar a donde debía estar, el animal
protestó todo el camino. John trataba de hacerlo comprender, pero era inútil, el
caballo parecía sentir cierto desagrado por él.
Una mujer salió por otra puerta. Vestía ropa de montar. Era muy guapa. Margot
la reconoció de inmediato, se trataba de Lucilla.
Ella se dirigió hacia donde John se encontraba. Una vez allí, pareció hablarle al
caballo. John dijo algo con irritación.
Ella levantó el rostro y cogió las riendas del animal, entonces John hizo un
ademán de desaprobación, y se negó a lo que ella parecía haber pedido.
Lucilla continuó hablando con el animal, a quien le parecía agradar bastante.
Lemon apareció. Los huéspedes a veces podían convertirse en una plaga. Trató
de hablar con John.
Comenzó una discusión. El animal empezó a inquietarse, pero Lucilla parecía
tener el poder de tranquilizarlo. ¡No sólo atraía a los hombres, sino también a los
caballos! Era duro para Margot.
John no se acercó, pero ella se dio cuenta de que estaba haciendo algo, sí, estaba
sacando su ropa. De reojo, notó que sacaba «el vestido», y lo colgaba con sumo
cuidado en el armario. Después, cogió la maleta vacía y la puso encima del armario.
Ella se volvió. No quería que John se diera cuenta de que lo había observado.
Él se acercó al sofá donde ella se encontraba y se sentó a su lado. Ella se sentía
apenada. No quiso moverse para que él estuviera más cómodo. No tenía ninguna
razón para procurar que se sintiera bien.
Él rodeó los delicados hombros con un brazo, pero ella hizo un movimiento que
denotaba desaprobación.
—¿No me vas a perdonar por haber sido amable con una vieja amiga? —dijo él
casi en un murmullo.
—De momento, no.
—Bueno, nadie es perfecto. Tienes que comprender que algunas veces, yo
también soy irrazonable.
—¿Acaso tratas de insinuar que yo soy irrazonable también? —preguntó ella
con indignación.
—No, sólo quiero que te des cuenta de que no soy perfecto. Nadie lo es.
Ella no dijo nada.
Ahora se daba cuenta de que en realidad no le había dado ninguna oportunidad
de explicar su proceder, y tampoco ella le había explicado la razón de su actitud.
Suspiró sin poder decir nada más.
—Bueno, creo que he recuperado el control —dijo él fingiendo seguir el tonto
juego del extraterrestre—. Ahora estoy listo para que me expliques el significado del
sexo en tu especie. Necesito esa información. Es crucial.
—¿Ahora? —preguntó ella volviéndose. Su nariz estaba enrojecida, al igual que
sus ojos.
—Sí. Eres mucho más atractiva que cualquier otro de los humanos que nos
rodean.
—¡Sí, sobre todo ahora! —se quejó ella.
—No comprendo el significado de tus palabras.
—Idiota.
—¿Cuál es la definición de «idiota» con exactitud? Espera, ya tengo la
respuesta, significa «persona que muestra graves deficiencias mentales y necesita
constante cuidado». ¿Ves? Tienes que cuidarme, y enseñarme el significado del sexo.
Creo que es una de las funciones más importantes para relajar el cuerpo del hombre,
y mi cuerpo no está relajado en lo más mínimo.
—John, ¡basta!
—¿Detener el progreso?
Entonces, ella lo besó, y se quedó sorprendida por su acción. John la tomó entre
sus brazos y la estrechó con fuerza. Después la cogió en brazos, se puso de pie y se
dirigió hacia la cama. Una vez depositada allí, dijo:
—En el manual dice «póngala sobre la cama». ¿Lo he hecho bien?
—Con cariño.
—Con cariño y sumo cuidado —agregó él y se dirigió a la puerta para cerrarla,
después empezó a quitarse la ropa y comentó—: Estas cosas son muy incómodas,
¿por qué los humanos las inventaron? Ah, sí, ya recuerdo, todo empezó en el jardín
del Edén.
Él también le quitó la ropa a Margot y comparó los cuerpos. Estaba fascinado.
Hizo algunas bromas acerca de las diferencias de sus pechos, y sobre todo de sus
genitales.
—Debo regresar al manual, aunque debo confesar que no alcanzo a comprender
la parte donde explican «sexo», creo que es un poco ilógica, ¿tú no lo crees así?
John hizo toda clase de comentarios tontos al respecto. Hasta sacó uno de los
preservativos que llevaba y lo infló, después lo soltó y se rió ante lo sucedido.
—Estoy empezando a creer que el extraterrestre es real —comentó ella cansada
de oír tantas tonterías.
—Tan real como cualquier otra persona que hayas conocido en tu vida, y te
amo, «copito de mantequilla».
—Mi pelo es castaño.
Él examinó el cabello de Margot.
—¿Esto es castaño? Pensé que era rubio. Todavía me confundo un poco con las
palabras. Aprender tan complicado idioma es difícil. El nuestro es más directo.
Ella se armó de paciencia, y hasta hicieron el amor de la manera que él lo
indicó. Pero dio resultado, fue placentero y satisfactorio. ¡Fue maravilloso!
Él se movió de diferentes formas, y le hizo sentir cosas que ella nunca había
sentido. Obviamente, ella lo interrogó acerca de dichas técnicas.
—Está en el manual —repuso él—. Recuerda que el mío es un poco diferente al
tuyo.
—Pamplinas.
—¿Tienes hambre? Pero no es la hora del desayuno, ni de la comida, ¿acaso te
apetece un poco de sexo?
Ella no dijo nada.
Y John hizo lo que quiso con ella.
Cuando ambos yacían casi inertes después de haber hecho el amor varias veces,
él dijo:
—Tenemos que recuperar las energías.
Pero la fiesta continuó hasta el día siguiente. Los Pulver y los Brown habían
hecho buenas migas.
El flamante matrimonio sólo tardó tres días en llegar a la conclusión de que
compartirían su existencia durante el resto de sus vidas.
Y como dice el cuento, «vivieron felices por siempre jamás».
Fin