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Sublime tentación

Lass Small
9º La fabulosa familia Brown

Sublime tentación (1995)


Título Original: A new year (1994)
Serie: 9º La fabulosa familia Brown.
Editorial: Harlequin Ibérica.
Sello / Colección: Tentación 516
Género: Contemporáneo.
Protagonistas: John Brown y Margot Pulver.

Argumento:
El último lugar donde John Brown deseaba estar era en una fiesta de Año Nuevo,
y lo último que deseaba encontrar era a ninguna mujer.
Pero su propósito de no divertirse se vio alterado por un diminuto vestido rojo,
que cubría la perfecta silueta de la joven que lo llevaba puesto.
Margot Pulver tenía un propósito para el Año Nuevo: hacerse notar por cierto
caballero. Y su seductor atuendo iba a tener el éxito deseado. El problema era que
su falta de experiencia no la ayudaría mucho a luchar contra el devastador efecto
que su supuesta víctima ejercía sobre ella…
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Capítulo Uno
Todo empezó justo antes del año nuevo. John Brown, que era el consejero
financiero de Lemon Covington, lo había acompañado en un viaje de negocios a San
Antonio. Además de trabajar juntos, los dos hombres eran buenos amigos.
Los dos eran altos y corpulentos. John era un poco más bajo que Lemon y su
cabello era un poco más oscuro que el de él. Por otra parte, mientras Lemon era
extravertido, John prefería observar.
Un día, se encontraban en una reunión de accionistas, que deseaban el dinero
de Covington para especular.
John sólo escuchaba y tomaba notas. Ante tal actitud, los dos negociantes
prefirieron conversar con Lemon.
Después de hablar durante algún tiempo, Lemon y John se pusieron de pie,
asegurándoles que pensarían en sus proposiciones. A los vendedores no les quedó
otra opción que despedirse con cortesía.
Al salir del edificio, John comentó:
—Son unas «ratas».
—Lo sé. Pero ha sido interesante. Hay mucho que aprender de la forma en que
estas personas operan. Te aseguro que me alegro de tener un fideicomiso.
—Sí —respondió John un poco taciturno.
En realidad, Lemon estaba algo preocupado por su amigo. Después de
pensárselo bien, dijo al fin:
—John, tengo que recoger una cosa en la otra calle.
Se dirigieron hacia una elegante tienda del hotel Menger en la plaza Álamo. La
gente que se encontraba allí se rió de buena gana cuando Lemon gritó:
—¡Ya estoy aquí! ¡Es mejor que observen con cuidado, no vaya a ser que deseen
regalarme lo que he venido a comprar!
A Lemon se le daba muy bien regatear, y por lo regular, conseguía lo que
deseaba.
Después de que la encargada de la tienda le enseñó varios modelos de vestidos,
él eligió un escandaloso modelo rojo de cóctel.
Regresaron a su lujoso coche y se dirigieron hacia un vecindario del noroeste de
la ciudad.
Por fin, aparcó frente a una casa de tamaño mediano. Salió del coche y le dijo a
John:
—Volveré enseguida —después subió una pequeña escalinata hasta la puerta y
llamó.

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La puerta se abrió y Lemon le ofreció el vestido a la joven que había abierto.


Ella soltó una carcajada y lo rechazó. Entonces Lemon llamó a su amigo:
—¡John! ¿Podrías venir un momento?
Lemon nunca ordenaba, siempre «pedía favores», como todo un caballero.
John no deseaba conocer a esa mujer, pero ¿qué se suponía que iba a hacer,
negarse a una petición de su jefe? Además, era curioso ver que una mujer no aceptara
un regalo de Lemon. Con lentitud, John bajó del coche y se dirigió hacia donde se
encontraba la pareja.
Con su acento tejano, Lemon los presentó:
—Margot, él es John Brown, de Ohio.
Se trataba de una chica bastante guapa. Llevaba pantalones vaqueros, una blusa
remangada, y el pelo le caía sobre los hombros de manera descuidada.
Lemon continuó hablando:
—Cree que sólo me interesa su cuerpo, y que deseo regalarle este vestido por
mis propios motivos, para que lo luzca en mi fiesta. Por favor, ¿Podrías sacarla de su
error?
—La verdad es que Lemon está organizando una fiesta para muchas personas a
las que debe invitaciones, y le gustaría tener por lo menos una invitada que no desee
nada de él —mintió John.
—Así es —repuso Lemon complacido, y preguntó—: ¿Vas a ir tú, John?
—No creo.
—No quiere entender que asistir a una fiesta es lo que necesita para olvidarse
de sus problemas, y para evitar problemas venideros.
—¿Por qué? —inquirió ella.
—Resulta que el señor Covington es mi jefe —respondió John.
Ella se rió divertida.
John regresó al coche preguntándose por qué la mujer no invitaba a su
importante jefe a pasar.
Pero así fue. Lemon continuó hablando y hablando, eso se le daba muy bien. Un
suspiro escapó de la garganta de John al pensar en las cosas que su amigo lo había
obligado a hacer. En una ocasión, habían dado de comer a un perro salvaje con sus
propias manos. Otra vez, se habían colgado de una viga mientras pasaba el tren.
También habían montado un toro… Todas, cosas bastante estúpidas.
John se preguntaba si Lemon también hacía ese tipo de cosas con las mujeres.
Después de un largo rato, Lemon regresó al coche sin el paquete. Era cuestión
de tiempo convencer a cualquiera.

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A pesar de lo mucho que lo irritaba a veces, John también se daba cuenta de que
todo ese tiempo, era como un entrenamiento para él, y eso que Lemon sólo era un
año mayor que John, y para su pesar, mucho más inteligente.
Así que… la fiesta que Lemon ofreció para el año nuevo, fue bastante
concurrida, incluso por John, quien vestía un esmoquin, y quien, por cierto, ignoraba
el porqué de su decisión de asistir… ¿por obligación?
La casa de Lemon se encontraba lejos de todo. Desde allí, hacia cualquier
dirección, lo único que se podía ver era Texas. Árboles, cactus, y grandes extensiones
de pasto reseco debido al invierno.
Era tan diferente de Ohio.
Pero todo pertenecía a Lemon, el afortunado Lemon.
La casa había sido un regalo de su madre, y su padre le había dado el dinero en
efectivo para fundar su empresa.
¡Tal vez lo habían hecho sólo para alejarse de él!
Mirando a Lemon, quien, a pesar de tener sólo un año más que él parecía
mucho mayor, John pensó en la facilidad que tenía Lemon para convencer a la gente
de hacer lo que él quería que hicieran. Tal vez se trataba de algo genético.
La mujer que vestía el escandaloso vestido rojo, había sido la única persona a la
que Lemon había tenido que persuadir para que fuera a su fiesta. ¡Era especial! Reía
y coqueteaba con todo el mundo, ataviada con el provocativo vestido que Lemon le
había comprado.
Casi todos los invitados eran amigos de Lemon Covington. Celebraban el año
nuevo juntos. La mayoría eran casados y… allí estaba, John Brown.
La noche era aún muy joven, y John deseaba estar en casa, frente a la chimenea,
con una copa de buen brandy y un buen libro… solo.
Un camarero pasó y John cambió su vaso, pero fue Lemon quien le ofreció un
plato lleno de canapés.
—¡Come, come! —le dijo—. No quiero que mi consejero financiero se exceda ni
que se le suban demasiado las copas. Sería muy mal ejemplo.
John miró a su jefe sin decir nada. Realmente, Lemon era un hombre muy
apuesto, alto y fornido.
Era una fiesta muy concurrida, la casa se encontraba situada en el centro de una
especie de oasis en medio del desierto, rodeada de cactus y variedades de plantas de
desierto. Todos sus invitados se quedarían el fin de semana, y había espacio para
todos.
John deseaba estar solo, parecía que el año nuevo no le traería recuerdo alguno
de su ex novia, Lucilla. Poco a poco la iría olvidando hasta que sólo fuera una sombra
en su recuerdo.
John dejó el vaso en la mesa. Cruzó la sala principal y se dirigió hacia la extensa
biblioteca. Entró y cerró la puerta.

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Había una chimenea y varios sillones invitándolo a disfrutar del fuego, que era
la única iluminación. Al otro lado, había una licorera rodeada de vasos pequeños.
¡Justo lo que deseaba! Cogió uno de los vasos, se sirvió un poco de brandy y se sentó
frente al fuego.
Pudo ver a Lucilla entre las llamas. ¡Qué apropiado! Su rubia cabellera flotaba y
ella se reía como burlándose de él. En ese momento se dio cuenta de que la risa que
había oído provenía del pasillo. Furioso, lanzó el contenido de la copa al fuego.
Después volvió a dejar el vaso en su sitio.
Por un momento, John escuchó el bullicio proveniente de afuera, las voces
femeninas y el entrechocar de las copas. Parecía como si una multitud invadiera la
tranquilidad de la casa de su amigo.
Caminó por el gran espacio de la habitación, se acercó a la ventana y
levantando la cortina, fijó la mirada en la noche. Era una noche despejada. Poco a
poco, empezó a notar las estrellas.
Sus pensamientos se remontaron a los orígenes del universo, ¿cómo era posible
que existieran tantos y tan variados planetas, algunos de los cuales se encontraban
dentro de nuestro sistema solar?
¿Y las otras formas de vida? Era imposible que los humanos pudieran ser los
únicos seres vivos del universo. ¿Y él? ¿Por qué había nacido en ese planeta? ¿Por
qué era consciente de su propia existencia?
Se preguntaba si valía la pena.
Estaba sumergido en tales pensamientos, cuando alguien trató de abrir la
puerta. Casi asustado se volvió hacia ese lugar. No deseaba ser interrumpido ni tener
que empezar una conversación que no lo llevaría a ninguna parte.
A pesar de sus deseos, el pomo de la puerta giró. La mujer del vestido rojo
entró. Miró a su alrededor y, creyendo encontrarse sola, cerró con sumo cuidado.
Llevaba una botella de vino en la mano. Se dirigió a donde se encontraban los
vasos, cogió uno, se sirvió un poco de vino y se lo bebió de un trago.
Después, con más calma, volvió a mirar a su alrededor.
Con sólo la luz de la chimenea, ella empezó a investigar sus alrededores. Miró
todos los libros, sacaba uno, lo hojeaba y después lo dejaba en su sitio. También
admiró las pinturas, que eran de tamaño natural.
Había una de Adán y Eva. Como era de esperar, Adán estaba cubierto por una
hoja de parra, su cuerpo era sumamente viril. Como una chiquilla, ella tocó la hoja de
parra y lanzó una carcajada.
John se quedó extrañado. ¿Acaso la hoja de parra se podía mover? ¿Era posible
que su amigo Lemon nunca le hubiera mostrado lo que se encontraba detrás de dicha
hoja?
La chica se dirigió hacia donde había dejado la botella y se acercó a la chimenea.
Su silueta era una tentación para un hombre que aún sufría por otra mujer. Un
hombre que no tenía sentimientos hacia este mundo ni su gente.

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Ella se dirigió hacia donde se encontraba John, él podía ver a través de las
lentejuelas. Podía haber apostado que no vestía nada más. Bueno, llevaba zapatos,
pero nada más. ¿Por qué esa mujer lo afectaba tanto?
Ya la había saludado. Su nombre era Margot Pulver, y se trataba de la mujer de
Lemon. Había sido él mismo quien le había comprado ese vestido. Pero en la tienda,
no parecía que causaría tal efecto.
Además, ¿por qué había entrado en la biblioteca, que era parte de su territorio?
¿Acaso se iba a encontrar con Lemon allí? ¿Pero, por qué allí? Había otras
habitaciones en la casa.
Se dio la vuelta, John podía imaginar las delicias que cubría la parte superior
del vestido. Ella dio un trago de vino de la botella, tosió y se estremeció.
Parecía que no estaba acostumbrada a beber.
John dio unos pasos y esperó a que ella lo descubriera. No quería ser el primero
en hablar, después de todo, ella había sido la invasora de su territorio.
Aunque, pensándolo bien, la biblioteca podía ser considerada terreno común
para todos los invitados.
La miró otra vez. Sabía que la puerta estaba cerrada con llave y que ella creía
estar sola. Nadie más podría entrar. John sonrió con malicia.
Ella dio otro trago de vino, fue entonces cuando advirtió su presencia. Pero lejos
de sorprenderse, bajó la botella y de forma provocativa, dijo:
—Así que estás aquí, John. Pensé que te habías marchado.
—¿Crees que es posible hacerlo con la puerta cerrada con llave?
—¿Por qué no? ¿Acaso no eres capaz de atravesar paredes? Pareces bastante
sólido.
—Claro —dijo él sin prestar atención a sus palabras. Su mirada estaba fija en la
curvilínea figura. Ahora empezaba a comprender a los hombres que perdían la
cabeza por una mujer, en especial, cuando la mujer no hacía nada para llamar su
atención… Aunque… ese vestido, era capaz de llamar la atención de un ciego—.
Deberías llevar ropa interior —añadió.
—¿Perdón?
—Bueno, no son muchas las mujeres que andan casi desnudas en lugares
públicos… —pero no continuó, sólo se concentró en el hecho de que estaba casi
desnuda.
—¿Casi desnuda? ¿Qué quieres decir? ¡Creo que alucinas, estoy perfectamente
vestida!
—¡Pero, puedo ver todo tu cuerpo!
—¡Con esos ojos de rayos X!
—No es eso, es muy fácil ver a través de esa tela.
—¡Vaya, eres un lujurioso!

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—¡Claro que no, soy un hombre bastante decente! ¡Pero tú eres una mujer que
anda buscando y que no le importa enseñar su cuerpo!
—¡Idiota!
—¡Debes cubrirte!
—Tengo todo lo necesario bajo mi vestido. Además, lo que llevo debajo de él no
es asunto tuyo. ¡Y pensar que he venido para verte! ¡Nunca en mi vida me habían
insultado de este modo! ¡Ningún hombre me había hablado así! ¡Vete al diablo!
Ella lo maldijo y al darse la vuelta, su cabello se movió de una manera
irresistible.
—Supongo que no te has dado cuenta de que tu vestido es transparente.
—¡Vete al diablo! —pero no caminó hacia la puerta. Dijo amenazante—: ¿Por
qué no te marchas? Lo único que tienes que hacer es quitar el seguro de la puerta.
—Yo ya estaba aquí. No sé cómo has llegado tú aquí, y no me interesa. Sólo
vuelve por donde has venido y no me dirijas la palabra.
Ella se cruzó de brazos y empezó a caminar furiosa. Era preciosa.
—Muy bien… me disculpo —dijo John antes de que se marchara.
—¿Admites que has mentido?
—No, me disculpo por haber dicho cosas que te han molestado.
—¡Fuera! —ordenó ella señalando la puerta.
—Si no te calmas, no te salvaré cuando seres de otro planeta invadan el nuestro.
—¿De veras?
—Bueno, estaba mirando hacia afuera y…
—¿Los viste aterrizar?
—Así es… ¿te gustaría un poco de brandy? —agregó John.
—¡No!
—¿Más vino?
—¿Estás tratando de contentarme?
—Sí.
—Admite que sólo deseabas molestarme al decirme que mi vestido es
transparente.
—Mmm… —la miró sin decir nada—, mmm, supongo que lo único que me
calmaría sería hacerte el amor.
—¿Qué? ¡No puedo creerlo! Cuando te conocí, parecías tan distinto, tan amable
y tranquilo…
—¿Y, cuándo fue eso?
—Cuando acompañaste a Lemon a darme el vestido.

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John no dijo nada. Trataba de pensar en las palabras adecuadas.


—¡Vaya, ahora veo que tú eres una de esas criaturas extraterrestres! Sí, debes
haberte apoderado del cuerpo de John Brown. Ni siquiera recuerdas haberme visto
antes. ¿Qué has hecho con John?
Él soltó una carcajada. Ella continuó:
—¿Y… cuáles son tus planes para el futuro?
—Reestructurarlo.
—Tal vez el mundo necesite algo de eso, pero no mi vestido. Es un vestido
completamente normal. Un vestido que se pondría cualquier mujer. Igual que los
hombres visten trajes. Y no es transparente.
—¿No crees que eres demasiado obvia? ¿Acaso eres consciente de tu propio
cuerpo?
—¿Y tú, eres consciente del mundo donde vives? ¿Entiendes lo que significa
comer y dormir?
—Hay algo llamado «sexo». ¿Me podrías explicar en qué consiste?
—Creo que tendrás que consultar un manual.
—Sólo puedo estar en este cuerpo durante un tiempo limitado. Nuestra
respiración es distinta. Empiezo a asfixiarme. Te volveré a ver y entonces podrás
demostrarme la parte del sexo —al decir eso, se llevó una mano a la cabeza y fingió
estar mareado, después continuó—: ¿Quién eres? ¿Qué ha pasado? ¡Oh, Margot!
—Bien hecho. ¡Rápido! —repuso ella—. Nunca había visto una posesión de un
extraterrestre tan calmada.
—Te equivocas. Soy yo quien ha sido poseído. Lo último que recuerdo es haber
estado sentado frente al fuego. ¿A qué hora entraste?
—Si no recuerdas eso, ¿cómo puedes recordar que fuiste invadido por un
extraterrestre?
—¿Un extraterrestre? ¿Alguien que viene del espacio?
—Sí… del espacio —dijo ella con paciencia.
—¡Vaya, no puedo creerlo!
—¿Es que procedes de una familia de actores?
—No directamente —respondió él recordando a su tía Felicia—. ¿Por qué lo
preguntas?
—Eres bastante bueno.
—Si le digo eso a mi madre, le encantará.
—¿Acaso los extraterrestres tienen madre? Pensé que provenían de huevos.
—Sí, pero alguien los pone, y ayuda a las criaturas a nacer.
—¿Cómo lo sabes?

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—Por lógica.
—¿Acaso no es lo que el señor Spock decía siempre?
—Creo que sí.
—Déjame ver tus orejas.
—Creo que tienen la forma correcta —dijo él revisándoselas—. ¿Las tenía así
cuando estaba poseído?
—No lo sé.
—Vamos, siéntate frente al fuego… no, mejor en el sofá. Verás, me siento un
poco mal. ¿Podría poner la cabeza en tu regazo? —sin esperar respuesta, él se
acomodó y después de suspirar, pidió—: Ahora, cuéntame lo que dije cuando vino el
«otro» y se apoderó de mí.

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Capítulo Dos
Margot se volvió para mirar a John y preguntó con seriedad:
—¿Qué crees que haces sobre mi regazo sin previa invitación?
—Bueno, creo que eres una buena samaritana.
—¿De veras?
—Bueno, acabo de experimentar una posesión de un extraterrestre, quien por
un momento, tomó mis decisiones, mi voz y mi cuerpo. Te agradezco lo que haces
por mí.
—¿Qué?
—Bueno —él trató de decir algo lógico—. ¿Me crees?
—¡Vaya! —exclamó ella, incrédula.
—¡Oye, parece que no estás totalmente convencida de que lo que ocurrió fue
verdad!
—¡Qué brillante deducción!
—Pero es verdad… Así ocurrió.
—Sólo tengo tu palabra.
—¡No se trata de eso! ¿Y tu experiencia? Por lo que yo entendí, él buscaba tener
alguna explicación acerca del sexo. ¿Acaso no te sugirió durante la posesión que tu
vestido es transparente?
—¿Cómo puedes recordarlo?
John se llevó una mano a la cabeza tropezando con los senos de ella.
—Perdón… Lo siento, pero no puedo recordar cómo ocurrió. Tal vez fue
necesario que una parte de mi consciencia se encontrara presente para que no me
invadiera el terror.
—¡Vaya, por lo menos piensas bastante rápido! Te doy un punto por eso.
—¿Quieres decir, que en realidad no crees en el invasor? —inquirió él
llevándose la mano a la cabeza de nuevo.
—Atrévete a rozar mis senos por accidente, y me encargaré de que recibas tu
merecido.
—¡Vaya, creo que tú también has sido poseída! ¡Nunca había oído una amenaza
así de una dama!
—Por fortuna, las damas en estos tiempos han aprendido a defenderse, y saben
muy bien que no tienen por qué soportar roces accidentales, ni cualquier otro tipo de
movimiento que no las satisfaga por completo.
—¿Oh, se trata acaso de un reglamento?

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—¿Acaso el extraterrestre se está apoderando de tu cuerpo otra vez?


—¿Qué… extraterrestre? —repuso él sonriendo.
Ella suspiró. Se estaba empezando a hartar. Después, lo amenazó:
—O te quitas de mi regazo o te quedas sin «manzana de Adán».
Él se incorporó y agregó:
—Lo has sacado de la Biblia. El culpable Adán no pudo pasar el trozo de
manzana con el que Eva lo había tentado.
—Fue al revés, Adán le estaba ofreciendo la manzana a Eva, cuando Dios lo
sorprendió y dijo: ¡Aja!, como él ya la había mordido, Dios hizo que se quedara ahí,
como símbolo de lo evasivos que sois los hombres.
—Vaya, eso no está en el manual. Tal vez tienes otra edición. A propósito, ¿qué
fue lo que viste cuando frotaste la hoja de parra que cubre a Adán? ¿Sus genitales?
Ella no dijo nada. John insistió:
—Te vi.
—No tengo por qué discutirlo contigo. No es asunto tuyo.
—¿Sabías que yo he visto ese cuadro infinidad de veces, y nunca me había
percatado de que la hoja se mueve?
Ella siguió callada.
—Vamos, ¿qué hay bajo la hoja?
Ella se negó a contestar y guardó silencio.
Él se puso de pie y suspiró, después dijo:
—Me imagino que tendré que investigarlo por mí mismo. Y creo que me llevaré
un chasco. Recuerdo muy bien haber ido a un restaurante donde todo el mundo
miraba con insistencia el tocador de las damas. Yo comenté que me parecía una
actitud un poco infantil. Pero uno de los camareros me lo explicó: «lo que pasa es que
en el tocador hay un cuadro de Adán y Eva. Ambos están cubiertos con hojas de
parra, y hay un letrero que prohíbe levantar la hoja de Adán», después él no dijo
nada más.
John hizo una pausa y miró a la chica.
—Poco después, una elegante dama entró sola al tocador y levantó la hoja de
parra. Sonó una alarma y hubo ruidos de campanas y cornetas en todo el restaurante.
Cuando ella salió, se encontró con que todo el mundo la miraba y aplaudía en medio
de carcajadas.
—Estoy segura de que no volvió a ese restaurante.
—¿No sientes curiosidad por saber lo que vio?
—¿Un sistema de alarma?
Él soltó una carcajada e insistió:

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—Vamos, ¿no me vas a decir lo que hay bajo la hoja?


—¿Qué te imaginas que puede haber?
—Dímelo.
—Míralo tú mismo.
—No me gustaría ver sus genitales.
Ella no dijo nada, sólo sonrió.
—¿Se trata de algo gracioso?
—Míralo por ti mismo.
—¡Te has reído!
—Tal vez lo que es gracioso para mí, no lo sea para ti.
Él no dijo nada. Pensó que ella insinuaba que él no tenía sentido del humor.
Poniéndose de pie, ofreció:
—¿Te apetece una copa de brandy?
—Aún tengo vino.
—Y con un nombre muy raro. «Alie», ¿qué clase de vino es?
—Es un vino californiano.
Él se sirvió un poco más de brandy y lo paladeó. No lo debería tomar como ella
su vino, el brandy era mucho más fuerte. Al pasar junto al cuadro de Adán, él lo
miró. Sentía que era un reto, pero no quería hacer el ridículo delante de una chica tan
guapa.
—¿Has venido a la fiesta por el vestido que Lemon te regaló?
—No.
—¿Por qué estás aquí? ¿Eres la nueva novia de Lemon?
—No.
—¿Entonces?
Ella se encogió de hombros haciendo que el vestido se moviera y hubiera un
efecto luminoso debido al reflejo del fuego sobre las lentejuelas.
En ese momento, John recordó que ella había dicho antes que se encontraba allí
debido a él. ¿Pero… por qué? ¿Qué era lo que ella deseaba de él? ¿Por qué una mujer
preferiría a John Brown si podía tener a Lemon? ¿Lo estaba utilizando para darle
celos a Lemon? John frunció el ceño y se alejó de ella.
Pero se dio cuenta de que no deseaba perderla de vista. Se dirigió hacia la parte
de atrás de la chimenea y se quedó en la penumbra. Él la podía ver, pero ella no.
Pero sabía que ella era el centro de atención, y se movió como toda mujer que
sabe que está siendo observada por un hombre apuesto.
Levantó la cabeza, se mojó los labios con la lengua y aparentó indiferencia.

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Después se dirigió hacia el fuego y lo alimentó con pequeños trozos de leña.


John no le quitaba la vista de encima.
—¿Cómo es posible que te pusieran un nombre como ése, John Brown?
—Eso es fácil. El apellido de mi padre adoptivo es Brown, su nombre es Salty,
Salty Brown.
—¿Salty?
—Bueno, era marino. Por eso le llamaban así.
—Así que tú eres John Brown —repuso ella, y recordando una canción con ese
nombre, empezó a cantar—: «El cuerpo de John Brown reposa en su tumba…»
—¡Vaya! ¿Así que te da por cantar cuando bebes?
—No he bebido tanto. Sé muy bien lo que he ingerido.
—Ya casi te has terminado la botella.
—Estaba así cuando decidí traerla.
—Oh…
—Me siento un poco inquieta —se volvió hacia donde estaba él, y dijo—: Así,
en la penumbra, pareces un cuerpo sin cabeza.
—Y así me siento.
John se puso de tal forma, que por un momento, ella no pudo verlo.
—Has desaparecido.
—Sí, soy un vampiro. ¿Es que no oyes el sonido que emito con mis alas?
—No me muerdas, por favor.
—No sólo muerdo el cuello, me gusta morder otras partes más apetitosas.
—Ah… eres uno de esos…
—Vaya, así que eres una especialista en hombres.
—Los que yo he conocido, por fortuna han sido bastante agradables, pero, ya
sabes, nunca faltan las amigas que cuentan cosas extrañas de sus conocidos. Ésa es la
razón por la que les gusta reunirse. Así, todas podemos estar preparadas en caso de
cualquier eventualidad.
—¿Y, acaso has oído cosas acerca de Lemon?
—¡Sí, claro!
—Oh.
—Por eso no quería venir a la fiesta. Pero me convenció cuando dijo que tú
estarías aquí.
—¿Yo? —inquirió él, extrañado.
—Sí. ¿Sabes? Tu reputación es bastante buena entre las mujeres.

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En cierto modo, John se sintió ofendido ante tal comentario. ¿Acaso porque se
trataba de su hombría, en cierta forma? No lo sabía. Trató de pensar en lo que Lemon
diría y titubeando un poco, dijo:
—Bueno, me alegra oírlo.
—¿Te sorprende tener una buena reputación?
—A decir verdad, sí.
—¿Por qué?
—Me sorprende el hecho de que cualquier mujer hable acerca de mí, en
cualquier circunstancia.
—¿Por qué?
Tratando de finalizar la conversación, él dijo con decisión:
—No hay nada más que discutir.
—Alguien dijo que había una mujer… —ella no terminó la frase.
—¿Sí?
—Una mujer que era muy importante para ti.
—¿Y?
—Su nombre era Priscilla.
—Lucilla, querrás decir —la corrigió él.
—¿Así que aún recuerdas su nombre?
—Sí, salí con ella algún tiempo.
—Nunca has estado casado.
—No —respondió él. Había un poco de tristeza en su voz.
—¿Por qué?
—En realidad soy muy aburrido.
—Y como eres aburrido, el extraterrestre se sintió atraído por ti, porque
supongo que no le causarías ningún problema —dijo ella con una sonrisa.
—Es muy probable —respondió él, sabiendo que ella también pensaba que era
un hombre aburrido.
Ella lanzó una carcajada. No quería que el ambiente se pusiera melancólico.
—Para tu información, la mayoría de los seres humanos, negarían haber tenido
un encuentro con un extraterrestre. Piensan que la gente los evitaría.
—Yo trato de evitar a todos los hombres en general. Se trata de una raza aparte
—repuso ella.
—Creo que te equivocas. Si has leído la Biblia, debes saber que los hombres
fuimos creados primero.
—Qué comentario más amable.

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—Sí, pero recuerda que no funcionó. Necesitábamos algo más, una razón para
trabajar, un reto, un propósito.
—Qué aburrido.
—Te sorprenderá pero creo que ésa es la razón por la que atesoramos a las
mujeres, hacéis que nuestra vida valga la pena.
—Los hombres, mi querido extraterrestre, tienen a sus esposas en la cocina,
mientras ellos salen al mundo para encontrar nuevos «retos». Claro, regresan de vez
en cuando, y las premian con un nuevo vástago. Después les compran un coche, para
evitar las obligaciones como ir a por los niños al colegio, ir a la compra, etcétera,
etcétera. Y por si eso fuera poco, la mayoría del tiempo, ellas tienen que trabajar
fuera de la casa también.
—Pero siempre se aseguran de que ellas estén bien, ¿no es verdad?
—Probablemente sólo para procrear otro hijo.
—Creía que ahora la tasa de nacimientos había bajado.
—No gracias a los hombres. Son las mujeres las que por lo general toman sus
precauciones.
—¿Así que, tú no deseas tener hijos?
—Prefiero no contestar. Y, a propósito, ¿ya te has recuperado de tu relación
con… cómo se llama…?
—Lucilla —después, mirándola a los ojos, agregó—: Creo que sobreviviré. No
hay por qué preocuparse.
—Muy bien —después de un momento, ella continuó—: Pero, ¿sabes? Las
mujeres también hablan de otras mujeres, y te diré algo, el nombre de Priscilla ha
salido a relucir un par de veces.
—Lucilla.
—Lo sé —repuso ella mirándolo con inocencia—. Todas las mujeres la conocen
desde… siempre. Y las raíces de su pelo son negras.
Él soltó una carcajada.
—Dicen que te dejó para tratar de pescar al «pez gordo», tu amigo Lemon, pero
lo que no sabe, es que Lemon es completamente leal.
—¿De veras?
—Lemon nunca se fijaría en ella.
—¿Por qué estás tan segura?
—Bueno, algunas de las mujeres… fueron testigos de sus… sucios intentos para
atraparlo.
—¡Vaya, veo que no tienen otra cosa que hacer!
—Bueno, pensé que te gustaría estar informado de lo que dice la gente.
—Chismosa.

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—¡No, en absoluto! Mira, no me malinterpretes. Yo simplemente estaba allí y


escuché.
—Escuchaste para después contármelo.
—Escucho y veo muchas cosas. Todo eso me sirve para tener una idea mejor de
la clase de gente con la que convivo.
—¿Acaso me estás probando también?
—Vamos, he venido a la fiesta sólo para conocerte.
—¡Vaya! pensé que habías venido, con el vestido que Lemon te compró, para
estar con él, no conmigo.
Ella suspiró y se acomodó entre los cojines del sillón.
—Los hombres podéis ser tan estúpidos…
—Y las mujeres sois tan predecibles, ¿no crees? Vamos, Margot, ahora que lo
pienso bien, creo que Dios os hizo para mantenernos ocupados, siempre tratando de
adivinar vuestras reacciones. De otro modo, la vida sería demasiado aburrida.
—¿Estás insinuando que Priscilla era fascinante?
—Ella era… bastante interesante.
—¿Pero, qué hacíais las otras veintitrés horas que quedaban?
Él soltó una carcajada, la miró durante unos segundos y no dijo nada.
Ella esperó pacientemente a que él dijera algo.
—Creo que eres una chica a la que le gusta divertirse —dijo él por fin,
sonriendo.
—Creo que te equivocas.
—¿Me equivoco? Entonces, ¿por qué te has puesto ese escandaloso vestido?
—Pensé que llamaría tu atención.
—Pero no actúas de acuerdo a lo que vistes.
—¿Qué quieres decir?
Alguien llamó a la puerta, pero ellos soltaron una carcajada y no abrieron.
—Bueno, en lugar de ser amable, te haces la difícil, y pretendes pasar por
alguien muy conservador.
—¡Vaya! ¿Qué clase de mujer pensabas que era?
—Mmm… ¿más liberal?
—Sí… entrega inmediata, ¿verdad?
—Ya ves. Lo sabes.
—Pues te equivocas.
—No te entiendo. Admites haber venido para conocerme. ¿Qué mejor manera
que ésa?

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—¿Acaso esa forma de conocer a un hombre tiene éxito?


—Aún no.
Los dos se rieron.
—¿Quieres más vino? Creo que ya es hora de que tomes algo.
—Parece que eres más observador de lo que pensé.
—De hecho, sólo has tomado un trago, que te hizo toser y estremecerte.
—¿Así que en realidad llegaste antes?
—¿De qué otra forma habría podido entrar de no haber sido así?
—Por lo que dijiste, eres capaz de cualquier cosa. ¿No es verdad que saltaste
una valla bastante alta con uno de los caballos de Lemon?
—Bueno, lo hizo el caballo, no fui yo.
—¿Ves? eso es lo que todo el mundo dice de ti. Que no importa lo que hagas, si
se trata de algo especial, siempre lo atribuyes a la suerte.
—Pero en esa ocasión, sí se trató de la suerte. El caballo es realmente malo.
—Pero Lemon lo adora. Y ahora, puede saltar la valla con él, porque tú lo
enseñaste.
—Es un caballo estúpido, pero si hay yeguas al otro lado de la valla, estoy
seguro de que saltará. Tiene buenos instintos. Tal como los míos. Si hay algo
interesante al otro lado, yo también salto.
—No me sorprende. ¿Cuántas vallas has saltado hasta ahora?
—Como el caballo, no he aprendido a saltar sin hacerme daño.
—¿Estás seguro?
—Podríamos hacer la prueba. Sal de la habitación y veremos cómo llego hasta
ti.
—¿Cómo lo harías? ¿Cogiendo impulso y saltando después?
—No. Tengo una escalera de mano.
—En ese caso, creo que yo también puedo hacerlo. Yo tengo una escalera
mucho más grande.
—Y yo tengo una que llega hasta el tercer piso.
—No tengo la menor intención de acostarme contigo.
—Bueno, las cosas pasan. Los volcanes hacen erupción. Existen colisiones
cósmicas. Las sorpresas pueden sorprender a todos. Son tan inesperadas.
—No —dijo ella sonriendo.
—¿Es el destino?
—Aún no.
—¿Eres enemiga del sexo?

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—Podría ser.
—No lo creo, a juzgar por esta noche. Te deseé desde que te vi coqueteando y
actuando como la mujer «liberal» que dices no ser.
—Lo único que deseaba, lo creas o no, era llamar tu atención.
—Bueno, pues lograste que todos los hombres de la fiesta te miraran de la
misma manera que yo lo hice.
—No digas tonterías.
—¿Cómo puedes venir a la fiesta llevando el vestido que te compró Lemon, y
decir que sólo deseas conocerme? ¿Cómo esperas que seamos amigos cuando mi
mejor amigo te compró esa clase de vestido?
—Bueno, por lo que veo, el hecho de que lleve el vestido que él me regaló no te
ha prevenido de estar conmigo. Además, si Lemon aprecia tu gesto, no tendrá nada
que ver con Priscilla, ¿o sí?
—¿Quieres que me marche?
—No.
—¿Cuándo te vas a acostar conmigo?
—Oh, podría hacerlo esta noche. Pero no tengo planeado hacer el amor.
—¿Pero, cómo sería posible que te acostaras en la misma cama que yo, y no
hiciéramos el amor?
—Así. Sin hacerlo, eso es todo.
—Sólo tientas a los hombres.
—Ni siquiera me he acercado a ti —dijo ella, indignada.
—Pero te has puesto ese vestido.
—¡Vamos? Hay más tela en este vestido que en diez o veinte trajes de baño.
—¿Acaso los trajes de baño que usas son muy reveladores?
—No.
—Bueno, por lo menos, es un alivio saberlo. Y, dime, ¿con cuántos hombres te
has acostado?
—Con ninguno.
—¿Nunca?
—¡Nunca! ¿Y se puede saber por qué te sorprende tanto?
—¿Nunca lo has hecho, y te atreves a ponerte ese vestido?
Ella dio un salto bastante sobresaltada y, acercándose a él, exclamó:
—¿Qué diablos tiene de malo el vestido? No has hablado de otra cosa desde
que descubrí que estabas en la habitación, poseído por un extraterrestre.
—Fue el vestido. Me dejó sin habla y me puso en órbita.

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—¡Muy bien, me lo quitaré, y sólo llevaré la combinación!


—¿Llevas combinación?
—¡Vaya, John! Ahora comprendo que en realidad eres un extraterrestre. La
mayoría de las mujeres usan combinación. ¿Con qué clase de mujeres has salido?
Ella caminó hacia la ventana. Estaba bastante irritada. Después de algún
tiempo, llamaron a la puerta y se oyó una voz:
—¡Comida!
Ella abrió la puerta y preguntó:
—¿Para quién?
—Para los que se encuentren ahí —respondió el camarero con amabilidad.
—¡Vaya! ¿Es un servicio completo?
—Sí. ¿Lo desea?
—Claro. Déjelo ahí. Nosotros nos serviremos.
—Son casi las diez. Estaremos aquí toda la noche. Si necesitan algo, sólo
pídanlo. ¡Feliz año nuevo!
—Gracias, ¡feliz año nuevo!
—Y para todos los que se encuentren ahí.
—¡Feliz año nuevo! —dijo John varias veces imitando voces distintas.
Margot llevó el carrito hacia el centro de la habitación diciendo:
—Tiene un aspecto delicioso. Gracias y buenas noches.
—No olvide probar el plato principal.
—No lo olvidaré.
Ella cerró la puerta otra vez asegurándola. John suspiró aliviado. Parecía que
aún tenía esperanzas. Cualquier mujer que cierra la puerta con llave y con comida
suficiente para varios días, en cierto modo está dando esperanzas al hombre que se
encuentra con ella.
—¿Y todas esas voces que has fingido? Estás arruinando mi reputación. ¿Qué
pensarán en la cocina?
—No creo que se sorprendan. No, sabiendo la clase de vestido que llevas.
—¡Otra vez! —ella lo miró con desprecio y empezó a servirse.
—Bueno, ¿cuánto tiempo hace que conoces a Lemon?
—Algún tiempo. Él solía salir con una de mis hermanas.
—¿Cuántos años tienes?
—¡Vaya, eres muy sutil!
Él se acercó y mirándola detenidamente, dijo:

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—¿Ya pasas de los dieciocho?


—Tengo veintiséis.
Él no se lo creyó.
—Lo puedo jurar —dijo ella poniéndose una mano en el pecho.
—¿Y nunca has…?
—Nunca.
John no sabía si creerla o no. O era más joven o no estaba diciendo la verdad.
¿Qué clase de mujer aguantaría tanto?
—¿Acaso no has podido conquistar a Lemon y has decidido intentarlo
conmigo?
—No, él nunca ha estado interesado en mí. Sólo salió con mi hermana durante
algún tiempo. Aún son buenos amigos, pero no están hechos el uno para el otro.
—En realidad no me importará que te sientas atraída por Lemon. No es un
hombre común y las mujeres se sienten muy atraídas por él. Estoy seguro de que
podría tener cualquier mujer que deseara, aun sin poseer todo el dinero que tiene. Lo
único que deseo saber es a qué atenerme contigo.
—Nunca me he sentido atraída por él.
Ella miró incrédulo, y ella repuso:
—Él tampoco se siente atraído por mí. Sólo somos conocidos.
—¿Y qué te estaba diciendo cuando fue a darte el vestido? ¿Cómo trataba de
convencerte?
—Me estaba diciendo cosas de ti.
—Me estás tomando el pelo.
—¡Es la verdad! —repuso ella y añadió—: Prueba esto, es delicioso.
Él tomó un bocado y empezó a ver todo lo que les habían llevado. Ciertamente
era para más de dos personas. En la parte de abajo del carrito de servicio, había
varias botellas. Él leyó las etiquetas.
—No hay ninguna de Alie.
—Oh —ella suspiró con desinterés.
—Eres una mujer muy extraña.
—Sí, nunca había tenido que encubrir a un extraterrestre.

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Capítulo Tres
John dejó la copa de brandy en la pequeña mesa. No quería perder el control.
Miró a Margot. Nunca había conocido a alguien como ella.
Bueno, siempre había pensado que Felicia, su madrastra, era una mujer sin
igual.
Pero ahora parecía que después de todo, existían otras mujeres que se le podían
comparar. Claro, Margot no era exactamente como Felicia, quien usaba su voz
modulándola para lograr diferentes efectos. Pero era una preciosidad.
Aun con el bullicio de la fiesta, se podía oír el viento, que en lugares desérticos
podía alcanzar grandes velocidades. John continuó mirando a Margot Pulver, ahora
se daba cuenta de que era una mujer fascinante.
Ella se encontraba ocupada, seleccionando los alimentos que parecían más
apetitosos. John se dio cuenta de que también servía un plato para él.
Cuando le ofreció su plato, agregó:
—¿Quieres vino? Hay una botella de vino blanco que iría de maravilla con este
tipo de comida.
—Pareces ser una experta en vinos.
—Lo aprendí con Lemon.
—¿Qué quiere decir?
—Como bien sabes, Lemon ofrece fiestas muy a menudo. Él me enseñó a
diferenciarlos. Es un hombre poco común, como tú has dicho, sabe mucho acerca de
diferentes cosas.
—Así es, es un hombre muy singular. Además, conoce a muchísima gente. Creo
que con ese talento se nace.
—Bueno, creo que tú también posees ese talento. Con sólo hablar unos minutos
con la gente, tú puedes saber qué clase de personas son.
—¿Cómo sabes eso?
—Lemon me lo dijo, el mismo día que me dio el vestido.
—¿Por qué no lo invitaste a pasar?
—Bueno, estaba sola. Nunca invito a un hombre a pasar si me encuentro sola.
—¿Por qué no? No todos los hombres son libidinosos.
—No, pero… ¿por qué correr riesgos innecesarios?
—Ahora estás aquí encerrada, sola conmigo.
—Así es —respondió ella divertida.
—¿Cómo sabes que yo no trataré de sobrepasarme?

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—Podría gritar muy fuerte.


—¡Vaya! Pudiste hacerlo cuando Lemon se encontraba cerca.
—No lo consideré necesario. Además, hay un teléfono aquí, si deseara algo,
estoy segura de que sabré usar los medios de comunicación.
—Bueno, veo que sabes cuidarte. Sin embargo, has cerrado la puerta con llave
dos veces, a sabiendas de que no estás sola.
—Quiero comprometerte.
—¿De veras?
—Lo que pasa es que no deseo que nadie nos interrumpa. Quiero conocerte
mejor.
—Vaya… —él se puso de pie y caminó admirando la alfombra oriental bajo sus
pies, después se dirigió hacia ella—. Primero querías conocerme y ahora, quieres
conocerme mejor. ¿Después querrás saber si tengo cicatrices o lunares de nacimiento?
—Todavía no.
Él tosió, fingiendo que se había atragantado. Ella se levantó enseguida y le dio
varias palmaditas en la espalda. Se había salido con la suya, había llamado su
atención.
—Si vas a contestar con respuestas insolentes, por lo menos me lo podrías
advertir.
—Sí, señor.
—Así me gusta.
—Mira, no sé si considerarás esto como insolente, pero, si pasas la primera
prueba, tal vez lleguemos a la sección de cicatrices y lunares.
—Creo que será mejor que me siente.
—¿Has bebido demasiado?
—Creo que es el vestido. No sabes cómo me afecta.
—¡Vaya!
—¿Pretendes decirme que no lo usas como complemento para tu coqueteo?
Ella lanzó una carcajada y lo miró provocativa.
—¡Basta! —se impacientó John.
—Sólo es una broma.
—Piensas bastante rápido.
—Así es.
—¿Cuántos de tus infortunados novios se encuentran en un sanatorio mental
diciendo: «y después ella dijo…»?
—Ninguno. Nunca he sido completamente sincera con ningún otro hombre.

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—No estoy seguro de que eso sea muy bueno.


—Mira, podemos usar el mantel del carrito de servicio.
—Buena idea. Iré por las sillas —con mucho esfuerzo, acercó dos pesadas sillas
hasta donde se encontraba Margot—. A ver si puedes moverlas.
—¿Por qué?
—Pesan mucho. No creo que pudieras levantarlas.
—Bueno, por eso serví la comida. Sabía que tú podrías hacer el trabajo pesado.
—Estoy empezando a sospechar algo vital. Pero no puedo estar seguro. Tal vez
tú…
—Vaya, es lo más tonto que he oído.
—Qué raro que pienses eso después de las maravillosas referencias que tienes
de mí.
—Los hombres no siempre actúan de la misma manera con todas las mujeres.
—¿Crees que hablo demasiado?
—Cariño —dijo ella con insolencia—. Creo que hablarás hasta el día de tu
muerte, en silla de ruedas, o en una residencia de ancianos.
—¿Por qué nada de lo que digo parece afectarte?
—Tratas de probarme porque Priscilla hirió tu vanidad.
—Lucilla.
—Como sea. Lo que más me sorprende es el hecho de que una mujer de ese tipo
te haya atrapado. No puedo explicármelo desde que te vi con ella la primera vez.
—¿Cuándo fue eso?
—Te vi con ella el año pasado en la fiesta de Lemon.
—¿En San Antonio?
—Sí.
—¿Estabas allí?
—Si te vi, quiere decir que fui.
—No puedo creer que no me fijara en ti.
—No tenías ojos más que para esa mujer.
—¡Vaya! Te hubiera podido conocer desde entonces.
—No. Era importante que conocieras a Priscilla para poder apreciarme.
Él bajó la mirada, y después buscó la de ella.
—Algunos hombres son así —continuó hablando ella mientras comía, de vez en
cuando se chupaba los dedos con elegancia, como si todas las personas hicieran eso
al comer—. Un día vi a dos perros en el patio. Uno de ellos estaba recostado, jadeaba

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y se quejaba. Su pelo era como… como el de Priscilla. Pensé que lo habían


atropellado.
—¿Y?
—El otro perro lo estaba cuidando. Tenía el pelo corto y sólo vigilaba en
silencio, pero muy alerta. Después se dirigió hacia el otro perro y le lamió la nariz.
Estaba a punto de llamar a la sociedad protectora de animales, cuando el perro que
estaba echado se levantó.
—¿Estaba bien?
—Cojeaba. Cruzaron la calle. Iban muy juntos. Los seguí hasta que vi que otros
dos perros se acercaban. Se trataba de una perra en celo.
Ella no se atrevió a mirarlo. Siguió disfrutando de su cena y hasta varios
minutos después no se atrevió a levantar la mirada y enfrentarse a John.
—Y tú crees que Priscilla es la perra.
Margot se quedó sorprendida, pero trató de fingir que no estaba sorprendida en
lo más mínimo. Parecía que había perdido.
—¿Cómo lo has sabido? ¡Ah, ya sé! ¡Por lo que he dicho del color del pelo!
¡Claro, las raíces no se veían, el tinte era reciente! —se atrevió a finalizar ella.
—¡Eres algo serio! —exclamó él—. ¿Te das cuenta de lo horribles que son tus
comentarios? Y aquí estoy yo, busqué este lugar para estar solo, ya que hace un año
que no veo a Pri… Lucilla, y…
—¡Oh, qué romántico! ¡Pero ella fue una verdadera idiota al dejar que te
marcharas así! ¡No puedo creer que haya sido tan tonta! ¡Y además, las raíces de su
pelo son oscuras, no rubias! ¡Es verdad! ¡Creo que tuviste suerte!
Al decir eso, ella fingió estar comiendo. No lo miró durante un momento, pero
después levantó la mirada y sonrió con cara de niña traviesa. Él no pudo más que
soltar una carcajada. La contempló apoyándose en el respaldo de la silla y le dijo:
—Te advierto una cosa, si sólo estás tratando de probar tus habilidades
conmigo, es mejor que te retires… antes de la medianoche.
—¿Antes de la medianoche?
—Quiero un beso.
—Muy bien. Sólo uno.
—O más de uno.
—Intentemos uno —dijo ella sin dejar de comer.
—Con opción a más.
—No, el contrato no estipula opciones.
—Bueno, sólo te he hablado de un beso.
—Es un asunto serio.
—Tal vez para ti. ¿Por qué?

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—Se trata de una concesión.


—Bueno, creo que estás llena de ellas. Es mejor que me lo tome con calma. Creo
que podrías espantar a cualquier hombre.
Ella sonrió sin decir nada.
—Pero… creo que después de todo, vale la pena arriesgarse contigo…
—¿De veras? ¿O prefieres las cosas más sencillas?
—Opino que sería mejor para mí.
—Yo prefiero a un hombre que dialoga con una mujer, en lugar de dictar las
reglas a alguien que las sigue ciegamente.
—Me pregunto si estamos en el camino correcto.
—Tal vez. Todo depende del lugar adonde nos dirijamos.
—Sí, ya lo veo.
—¿Ya has probado estos? —ella le ofreció un canapé con un langostino cubierto
de una salsa especial.
—Mmm… deliciosos.
—Ahora, prueba éste —le ofreció otro canapé cubierto con una ensalada de
berros.
Cuando terminó, ella preguntó:
—¿Te gustaría un poco de vino para refrescar tu paladar?
—Por favor.
Después la chica preparó un último canapé cubierto con carne en salsa y otras
delicias.
—¿Es el último?
—Sí, ¿cómo lo sabes?
—Bueno, me ofreciste vino para refrescarme y… lo supe.
Margot miró su reloj.
—Ya son más de las once. ¿Te gustaría tener algo de tiempo para pensar en…
ya sabes quién?
Él se sorprendió ante tal pregunta. Después de todo, ella recordaba lo que le
había dicho acerca de Lucilla.
—Creo que no —respondió.
—Bueno, lo que pasa es que si después de esta larga charla, decidimos seguir
viéndonos, no me gustaría que te pasaras veinte años reprochándome el no haberte
dejado pensar en Priscilla en el aniversario de su partida.
—¿Priscilla…?
—Tal vez hasta lo hagamos.

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—¿Es que voy a tener que esperar hasta las doce para poder saber cómo besas?
—Claro.
—¡Vaya!
—Creo que será mejor de ese modo. La espera es la mitad del placer.
—¡Y espera a que pruebes la otra mitad!
Ella lanzó una carcajada. Trató de controlarse, pero lo único que logró fue que
él también se riera.
Después hablaron durante un momento acerca de los deliciosos canapés de los
mejores, los regulares, y en general estuvieron de acuerdo.
Acabaron de cenar casi a la medianoche. Comieron tarta de queso y se sirvieron
un poco más de vino.
Ella consultó su reloj y le dijo:
—Creo que iré al tocador. ¿Podrías quedarte y proteger este apartado lugar de
intrusos?
—Claro. Eso haré.
—Muy bien —ella se puso de pie y él también lo hizo para ayudarla con la
silla—. ¡Vaya, eres un hombre muy fuerte!
—Ahora estoy seguro de que no me ayudarás.
—¿Ayudarte a qué?
—A sostener la puerta. Levantar la hoja de parra. En fin, a poder soportar las
pequeñas molestias que tiene la vida.
—Comprendo…
—¡Entonces, hay esperanza!
Ella se dirigió a la puerta y antes de abrirla, dijo:
—Enseguida vuelvo.
Él se acercó y la abrió para ella. Sus miradas se encontraron por un momento.
—¿En qué piensas? —preguntó la chica.
—En que es mejor que me quede en la puerta para evitar cualquier clase de
compañía.
—Sí, ten mucho cuidado.
—Lo haré. Pero, por favor, no deseo que atraigas a ningún individuo del sexo
masculino.
—Claro que no.
—Espera, déjame ver si no hay nadie afuera. Si nadie acecha nuestra intimidad.
Ella esperó con paciencia.
—¡Rápido! No hay nadie —dijo él por fin.

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Cuando ella regresó, él declaró:


—Ahora es mi turno. Tú debes proteger el lugar.
—Espera. Hay dos mujeres que parecen bastante ansiosas buscando un hombre.
—Oh —él se apresuró a abrir la puerta, pero ella no se lo permitió.
Después, Margot hizo lo que él había hecho antes. Se asomó y esperó algunos
minutos. Luego le dijo:
—Ya puedes salir.
—Recuerda, no dejes entrar a nadie.
—No.
Parecía como si hubiera una tormenta fuera. Cuando él regresó, llamó a la
puerta:
—Soy yo, el extraterrestre.
—Oh… —ella abrió.
—¿Cómo sabes cuál de los extraterrestres? —le dijo él.
—Sólo conozco uno.
—Olvidé darte una palabra clave para que pudieras reconocerme.
Él cerró la puerta con llave. Era la tercera vez que aseguraban la puerta. Lo miró
y se dio cuenta de que él también la observaba con intensidad.
—Pronto será medianoche —repuso él.
—Un nuevo año.
—Sí, un nuevo año —dijo él y volvió la vista hacia el gran retrato de Adán y
Eva.
Después se volvió hacia ella, quien se había dado cuenta del lugar donde él
había clavado la mirada.
—¿En qué estás pensando? —preguntó él con mirada traviesa.
—Nunca he besado a un hombre con barba.
—Bueno, yo tampoco.
—Déjame sentirla —pidió ella y tocó la barba de John.
Él retrocedió sorprendido y repuso:
—¿Sentir, qué?
Ella se rió y explicó:
—Mira, me encuentro a punto de besar a alguien que tiene barba. Si la toco y
está muy dura, tal vez te abra la puerta y te deje marcharte antes de la medianoche.
—Bueno, si no te gusta, me la afeitaré —declaró él con seriedad.
Pero ella ya se había acercado lo suficiente como para tocarlo.

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—¡Oh, es muy suave! Creo que me gus…


Pero él no la dejó terminar. La rodeó con los brazos y la besó.
Después de algunos segundos, él se separó un poco y la miró lleno de deseo.
—¡Oh! —exclamó ella, exaltada—. ¡En realidad ha sido estupendo! ¡No tenía la
menor idea de que sería así! ¡Tal vez sea mejor que me vaya!
Podían oír el fuerte viento fuera de la casa. Era casi la medianoche. También
podían oír que el resto de los invitados contaban animados los últimos segundos del
año viejo.
—¡Cinco… cuatro…!
Se miraron fijamente. Sus corazones latieron de prisa. Aún se encontraban
abrazados. Ella podía sentir su pecho contra sus senos. Él se estremeció. Los labios de
ella aún estaban sonrosados por el beso que acababan de recibir. Sabía que la
volvería a besar. Pero ella planeaba limitar sus besos a uno, como lo había prometido.
—¡Dos… uno… feliz año nuevo!
Hubo gritos y sonidos de cornetas, la música de Auld Lang Syne empezó a sonar.
John no hizo el menor movimiento. Poco a poco la aprisionó un poco más sin
dejar de mirarla, después bajó la cabeza hasta que sus labios rozaron los de ella. En
ese momento, sintieron como una descarga eléctrica que ninguno de los dos pudo
contrarrestar.
Para Margot, que nunca había experimentado esa clase de emoción, fue
impactante. Sí, había besado a hombres por los que se sentía atraída, pero nunca
había experimentado esa sensación. ¡Parecía que sus células necesitaban esas caricias,
ese calor que los labios de John le proporcionaban!
Era una sensación única. Su cuerpo estaba estremecido de pies a cabeza. Sintió
algo contra su vientre. Él estaba muy excitado.
Él también se dio cuenta. Era demasiado obvio. Con delicadeza, despegó sus
labios de los de ella. Pero ella, en lugar de quedarse quieta, pareció moverse al
mismo tiempo que él, deseando que el beso durara más.
«Margot Pulver, qué vergüenza», pensó ella.
Él gimió excitado. Tomó la cabeza de la chica y la aprisionó contra su pecho;
Margot podía sentir que sus manos temblaban. ¿Acaso ella le había hecho eso? Eso
era lo que su madre le había dicho. Eso era precisamente lo que las mujeres
comentaban. Eso era lo que se suponía, no debía permitir. Y en sus veintiséis años,
nunca lo había permitido. Ahora, ¿qué se suponía que debía hacer?
Entonces recordó la vieja canción Oklahoma, que hablaba de una mujer que
nunca podía decir que no. ¿Acaso era ése su caso? ¿Podía ella también ser tan
descocada?

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Capítulo Cuatro
Poco a poco John levantó la cabeza y trató de encontrarse con la mirada de
Margot.
Ella podía sentir su mano derecha sobre la espalda. Los dedos de la otra mano
cubrían su cadera. Sentía que sus manos eran como las de un pulpo.
John carraspeó y dijo casi en un murmullo:
—Creo que es mejor que nos unamos a los demás.
Margot no lo podía creer. Pestañeó un par de veces. ¿Acaso John hablaba de
dejar ese lugar solitario, donde nadie los molestaba, para irse al bullicio del salón? Sí,
hasta que se calmaran. ¡Qué inteligente era! Sabía que estaba en peligro, y había
preferido resolver las cosas como todo un caballero.
—¿Estás bien? —preguntó al ver que ella no decía nada.
Ella asintió con la cabeza al mismo tiempo que él la soltaba.
—¡Eres un peligro para el sexo masculino! —dijo él cuando pudo hablar.
Margot trató de caminar. Aún estaba un poco aturdida por lo que había
sucedido.
John se dio cuenta del esfuerzo que hacía ella, mientras se arreglaba el pelo y la
barba. Después respiró un poco más tranquilo y se dirigió a la puerta.
Con lentitud, abrió la puerta. Se volvió hacia ella. Aún estaba tratando de
caminar derecho.
No dijeron nada. Ella llegó hasta la puerta y antes de salir, lo miró.
Había tal sorpresa en su mirada. En realidad el beso había sido muy especial
para ella. Margot tenía veintiséis años, ¿y nunca se había sorprendido por un beso?
John sonrió.
Antes de salir, ella murmuró, sin dejar de mirarlo:
—¡Guau!
Él se estremeció. No había esperado esa reacción de ella.
Margot empezó a caminar. Él la siguió de cerca. Ninguno de los dos pronunció
palabra. Por fortuna, el gran salón se encontraba un poco alejado de la biblioteca.
Ambos trataban de recuperar el control de sus cuerpos mientras caminaban. Él
se atrevió a poner una mano alrededor de su cintura, como para escoltarla, pero en
realidad era sólo para tocarla.
En realidad sólo hacía un par de horas que se conocían. ¿Cómo era posible que
hubiera surgido una atracción tan intensa entre ellos? Él la había visto dos veces, la
primera, hablando con otro hombre, y la segunda, ese día.
John la miraba sin saber cómo podía ella ejercer tal atracción sobre él.

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Se oía el viento. John sabía que se trataba de una tormenta.


Clint, el caballerizo de Lemon, se encontraba en la puerta del gran salón de
baile. Llevaba la chaqueta de piel de borrego abierta debido al calor que hacía. Su
usual sombrero cubría su cabeza.
Clint oyó el sonido de los tacones de Margot. Se volvió hacia ella, pero al
principio no se dio cuenta de que John la seguía.
Sus ojos se encendieron al verla, pero al darse cuenta de que John la seguía, bajó
la vista. John preguntó:
—¿Es una tormenta muy fuerte?
—Un frente del norte —respondió Clint.
Estaba bastante claro para John. Un frente del norte. Uno de los perores.
—¿Necesitas ayuda?
—En realidad no.
—¿Está el condenado caballo en el establo?
—Sí. Antes que nadie.
—¿Así que no trataste de convencerlo de que se fuera al establo antes de la
tormenta?
—Bueno, si hubiera sido necesario, te hubiera buscado a ti, ya que fuiste el que
lo enseñó a saltar vallas.
—Todo un detalle de tu parte —dijo John.
Margot recordó que John se había quejado del caballo en cuestión, y que
tampoco parecía estar muy orgulloso de haberlo enseñado él mismo.
Clint no pudo resistirse a hacer un comentario acerca de la acompañante de
John.
—Mantenía dentro, en especial con ese vestido.
Margot asumió que se referían al hecho de que afuera soplaba un viento muy
fuerte, pero no era así. Los hombres y las mujeres son muy distintos. Clint sonrió.
—Me encargaré de ello —repuso John sonriendo de nuevo.
—Apuesto a que lo harás.
—Cuidado con lo que dices —dijo John con seriedad esa vez.
—Este tipo es peligroso —le comentó Clint a Margot.
—Sí, me protejo bien de él.
Clint se rió.
Margot sonrió y miró a John, quien observaba a Clint con recelo.
—Será mejor que tengas cuidado —dijo John, y Margot pensó que se refería a la
tormenta. Clint, que sabía perfectamente a lo que se refería John, le dijo a Margot:

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—Soy Clint Terrel.


—Mucho gusto —respondió ella con inocencia.
John la cogió del brazo.
Clint volvió a dirigirse a Margot:
—Ya investigaré.
—¿Qué es lo que va a investigar? —preguntó ella cuando John la alejó de Clint.
—Nada.
Clint soltó una carcajada, estaba a pocos pasos de ellos.
Margot no se dio cuenta de nada. Después de la forma en que John la había
besado, ella no tenía ojos para nadie más.
Casi todos los invitados se encontraban en el gran salón. Había confeti por
todos lados, en el suelo y en el pelo de los invitados.
También se habían puesto gorritos de fiesta, y casi todo el mundo tocaba
incansablemente una pequeña corneta de plástico.
Ellos eran los únicos sin gorrito. Alguien inquirió:
—¿No estabais aquí cuando repartimos los gorritos?
—Lo que pasa es que no había bastantes.
—Ahí hay muchos más —dijo el hombre señalando una mesa.
Pero Lemon se adelantó. Se acercó a ellos y les dio sus gorritos.
—No sabía que la hoja de parra de Adán del cuadro que tienes en la biblioteca
se mueve —comentó John.
—¿Así que la has levantado? —preguntó Lemon divertido.
—Margot lo hizo.
—Qué vergüenza.
—¿Qué hay debajo? —insistió John.
—¿Es que no lo has visto?
—No, estaba distraído.
—¿Así que erais vosotros los que estabais encerrados en la biblioteca?
—¿Estaba cerrada la puerta con llave? —inquirió Margot con inocencia.
—No, debía estar atascada —repuso John.
Lemon soltó una carcajada.
—¿Has visto a Clint? —preguntó John a Lemon para cambiar de tema.
—No. ¿Está aquí? —Lemon dijo en voz alta—: ¡Caballeros, será mejor que
cuiden a sus mujeres, Clint Terrel está al acecho!
—Se encuentra en el salón central —le informó John.

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—Charlie debe estar buscándome. Yo mismo iré a buscar a Clint. Por favor, si
ves a Charlie, dile que me has visto.
—Muy bien.
John cogió a Margot del brazo y se dispuso a buscar a Charlie, el capataz de
Lemon. Lo encontró detrás de la barra del bar, mirando las etiquetas de varias
botellas.
—Dime, ¿cómo creías que ibas a encontrar a Lemon aquí? —preguntó John con
seriedad.
Charlie ni siquiera se volvió a mirarlo, y respondió con calma:
—Mira, hay un frente del norte ahí afuera, tal vez tengamos que quedarnos
aquí durante un par de días… y noches… No hay prisa.
—Bueno, he hablado con Lemon y se encuentra con Clint.
—Está interfiriendo en mi trabajo.
—Clint se hubiera aburrido esperándote en el pasillo.
—Cada uno debe hacer su trabajo —insistió Charlie y mirando a Margot,
inquirió—: ¡Vaya, hola, preciosa! ¿Juegas al poker?
—No —se apresuró a decir John, y cubrió a Margot con su chaqueta. La
chaqueta tapaba el vestido. Parecía que únicamente llevaba puesta la chaqueta. En
fin, la joven pensó que no podía ni debía protestar.
Lemon y Clint regresaron al salón principal. Clint miraba a las mujeres como un
depredador. Se acercaron al bar y Clint inmediatamente se dirigió hacia Margot.
—Reconocería esas piernas donde fuera. ¿Qué ha pasado con ese vestido
pecaminoso?
—¿Pecaminoso? —repitió ella con sorpresa.
—Sí.
—Espero que te ases con la chaqueta que llevas puesta —le espetó Margot.
—Hablando de chaquetas. ¿Cómo es que llevas la de John?
—No lo sé. Charlie me preguntó si jugaba al poker, y John me cubrió
inmediatamente con su chaqueta.
—Y… ¿juegas? —preguntó Clint con ironía.
—¿Cómo? —inquirió ella sin entender.
—No —respondió por segunda vez John.
—¿Te conozco? —Clint se dirigió a John.
—Es un extraterrestre —respondió Margot esa vez.
—¡Yo también soy un extraterrestre! —repuso Clint sonriendo.
—¿De dónde vienes?

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—De donde quieras.


—¡Ya es suficiente, Clint! —explotó John.
—Tienes que comprender que Charlie y yo vamos a tener que salir a
enfrentarnos a la tormenta. ¿En qué quieres que pensemos?
—En ella no, desde luego.
Clint hizo un gesto de inocencia y repuso:
—Vamos, ¿creías que me refería a ella? De ningún modo, me refería a un par de
botellas de buen vino para darle la bienvenida al año nuevo.
—No —lo interrumpió Lemon—. Si bebéis demasiado, os tendremos que sacar
congelados.
—Bueno —repuso Clint—. ¿Y si ella nos acompaña y nos mantiene despiertos?
Podríamos jugar a las cartas.
—¿Por qué tenéis que salir con este tiempo tan malo? —inquirió ella.
—No estaremos lejos. Estaremos en los alrededores. Mira, hay mucho ganado
ahí afuera, con este clima, se asustan y empiezan a correr sin dirección, se pierden o
caen en grietas.
—No llevaréis alcohol —dijo Lemon con decisión.
—Sólo estoy apartando estas botellas para cuando mejoren el tiempo y
podamos bebérnoslas —explicó Charlie con calma—. Es justo que también
disfrutemos de una buena bebida ya que no estaremos en la fiesta.
—¡Ya he apartado lo vuestro! Lo de siempre.
—¿Qué? —repuso Charlie sorprendido—. ¿Sabes?, nuestras papilas se están
sofisticando.
—Sí, nuestros gustos están cambiando —aseguró Clint.
—¿Siempre son así? —preguntó Margot.
—Sí —respondió Lemon—. Ésa es la razón por la que no les permito estar en la
fiesta. Se toman muchas confianzas, ni siquiera atienden a los invitados.
En ese momento, un par de mujeres se acercaron y se dirigieron a ellos.
—¿Por qué habéis desaparecido?
—Lemon nos obligó —respondieron.
—¿Es verdad, Lemon?—inquirieron las mujeres.
—La pura verdad.
—¡Qué vergüenza! ¿Cómo les has pedido hacer eso a estos caballeros?
—Fácilmente.

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Las primeras horas de la madrugada transcurrieron sin incidentes. Clint y


Charlie se encontraban afuera. Margot llamaba la atención de casi todos los hombres
con la chaqueta de John puesta. Éste tuvo que protegerla constantemente, pero no le
desagradaba hacerlo.
En realidad, la vida con Lemon era demasiado fácil para él. Esa primera
madrugada del año le había servido para darse cuenta de que era mucho más
complicado estar pendiente de una mujer constantemente. Margot ni siquiera se
enteró de la presión a la que él estaba sometido.
John recordó que, con Lucilla, nunca tuvo la necesidad de estar cuidándola. En
realidad las dos mujeres eran totalmente distintas.
Lucilla siempre había sido la estrella, mientras que Margot se interesaba por
participar con todos.
Charlaba con las mujeres del mismo modo que lo hacía con los hombres. Con
ella alrededor, hasta con un frente del norte era divertido estar. En realidad era
especial, y John empezó a prestarle más atención.
Margot notó el renovado interés de John y trató de complacerlo. Bailó
únicamente con él y no se quitó la chaqueta, aunque hubo silbidos y comentarios
como «no hemos visto el vestido», «vamos, quítate esa horrible chaqueta». Había
sido una larga noche, y los invitados empezaban a aburrirse.
Margot animó a algunas mujeres para que bailaran en el centro de la habitación,
ellas estaban encantadas y los hombres aplaudían y las vitoreaban. Ella permaneció
al lado de John. Fue entonces cuando se oyó una voz:
—¡Vamos, John, tienes que tocar por lo menos una pieza!
—¿Oh, tocas un instrumento, John? —preguntó ella.
—Como los mismos ángeles —contestó una voz—. Pero le gusta hacerse de
rogar. Si no insistimos en que lo haga, nunca lo hará. Le gusta presumir.
John soltó una carcajada y fingió no querer tocar. Pero los músicos lo conocían e
insistieron.
—¿Sabéis lo que ocurrirá si me pongo a tocar? Margot se sentirá ignorada y yo
quedaré muy mal con ella.
Hubo muchos voluntarios para acompañar a Margot.
—¿Os dais cuenta, cómo puedo confiar en vosotros, tiburones?
—¡Vamos, Clint ya se ha ido! —protestaron ellos.
Finalmente, pusieron una silla frente al escenario para que Margot se sentara
frente a él.
John se levantó y se dispuso a tocar. Tocó el banjo. ¡Qué forma de hacerlo! La
gente lo vitoreaba y en lugar de bailar hicieron corro alrededor de él.
John tuvo éxito. Deseaba que Margot lo admirara, y a ella le encantó. Cuando
John terminó la pieza, hizo una reverencia y se dirigió hacia ella.

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—¡Vaya, qué talento! —dijo la joven, emocionada.


—¡Y tengo otros talentos que ni siquiera imaginas! ¡Te llevará algún tiempo
descubrirlos!
Ella lo miró y sonrió provocativa.
—Creo que no has bailado conmigo —dijo él.
Margot estaba a punto de protestar, pero él agregó:
—Claro, se trata sólo de uno de mis talentos, existen otros.
John bailaba muy bien. Por lo general los hombres sólo sostienen a la chica
cerca, y creen que con eso es suficiente, pero John sabía bailar bastante bien.
Un gran estruendo los cogió por sorpresa. Parecía que la tormenta arreciaba. Se
sintió un aire fresco en el salón. Claro, había calefacción, pero de cualquier modo,
algunas mujeres mostraron su preocupación.
—¿Tienes suficientes mantas, Lemon? —preguntó Margot.
—En caso contrario, siempre podéis quedaros junto a mí. Yo me encargaré de
que no paséis frío.
En ese momento, John se dio cuenta de que Lemon no estaba con ninguna
mujer en particular. ¿Acaso había esperado que Margot fuera su pareja esa noche?
¿Pero, cómo le podía preguntar algo así? John se sintió muy incómodo. Hasta
ese momento no se había dado cuenta de la situación.
Después de todo, Lemon le había comprado el vestido a Margot, se lo había
llevado y la había convencido para que asistiera a la fiesta. De hecho, John lo había
ayudado a convencerla. Sólo después de que él había hablado con ella, Margot había
aceptado asistir a la fiesta en Cactus Ridge.
¿Cómo podía preguntarle a su amigo si le había robado a la mujer que se
suponía le haría compañía? Ella se encontraba en la biblioteca y la puerta estaba
cerrada con llave. ¿Acaso Lemon había ido a buscarla? Pero John no había estado
dispuesto a abrir la puerta.
Y ahora, John le había puesto una etiqueta. Sí, era su chaqueta. A los ojos de
todos, Margot le pertenecía.
Bueno, en realidad, él le había puesto la chaqueta por las miradas lujuriosas de
Clint, y del resto de los hombres.
¿Cómo era posible que ella no se hubiera dado cuenta del aspecto que tenía con
ese vestido?
Pero, después de todo, ella se había encerrado con él en la biblioteca, había
permanecido junto a él, había bailado con él, y aún llevaba puesta su chaqueta. John
la observó, ella se encontraba a su lado mirando a los demás bailar.
—¿Quieres bailar otra pieza?
—Mmm, ¡claro! Eres muy buen bailarín.

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—Bueno, es fácil llevarte. No todas las mujeres se dejan guiar.


—Es que no tienen suficiente práctica.
Él la tomó entre sus brazos y se olvidó de lo que hablaban. Deseaba besarla.
Estaba tan cerca de él. En ese momento, ella levantó la mirada y él la besó. Cuando
terminaron, los hombres gritaron: «otra, otra…», y las mujeres: «yo sigo».
John se volvió y los miró sonriendo, Margot no lo notó.
Después, empezaron a bailar. Pero ella se sentía mareada.
—¿Te sientes bien? —le preguntó él.
—Un poco mareada.
—Es porque te he besado —dijo él riéndose—. Lujuria.
—Sí, de otra manera, ¿cómo podría soportarte? —repuso ella, molesta.
—Bueno, si no te has acostado con nadie —dijo él, vengativo—. Podrías
compartir mi cama si lo deseas.
—Qué amable de tu parte. Pero ya tengo cama.
—¿Dónde?
—Somos cuatro, y nos quedaremos en una de las habitaciones del ático. Por eso
le he preguntado a Lemon si tenía bastantes mantas.
—¿Cuatro? ¿Qué quieres decir?
—¡Vaya, eso es lo que te ha llamado la atención! Pero, las otras tres roncan. ¿Tú
roncas?
—Nunca lo he notado. Pero creo que sería una buena oportunidad para que tú
lo descubrieras.
—Mi padre tiene el ronquido perfecto. Mi madre siempre se lo agradece a Dios,
en especial, cuando tenemos huéspedes.
—¿Qué clase de… huéspedes?
—De toda clase. Parientes, amigos, visitantes. Mi padre se dedica a la política.
Tiene toda clase de amistades.
—¿También… tus amigos?
—Claro.
—¿Se quedan a dormir?
—Sí.
—Y…?
—Algunos no roncan nada. Se supone que el hombre debe roncar con
discreción, para que la mujer no se sienta sola.
—¿Por qué se va a sentir sola en una casa con un hombre al lado aunque no
ronque?

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—Cuando oye un ruido y se asusta, si él ronca, ella se siente segura. Y después,


cuando él se levanta, aunque sabe que no hay peligro, se siente segura a su lado.
—¿Y cómo sabes todo eso acerca de los ronquidos?
—Bueno, mis hermanas lo hacen cuando desean una relación más seria con un
hombre.
—¿Ninguna de vosotras ha vivido con alguien antes de casarse?
—No.
—¿Y sólo sois mujeres?
—¿Cómo?
—Quiero decir, ¿no tenéis hermanos?
—Sí, tengo cinco hermanos.
—¿Y cuántas hermanas?
—Tres.
—Entiendo.
—Bueno, mi madre todavía se queja de papá. Dice que no era muy cooperativo
en cuanto a métodos anticonceptivos.
—Tu casa no es…
—Sí, ya sé. Encontrar una casa lo suficientemente grande siempre ha sido un
problema. Pero hemos tenido suerte, siempre ha habido colegios cerca de donde
hemos vivido, así como tiendas, bibliotecas, y otros servicios. Además, siempre
hemos tenido muy buenos vecinos.
—¿Cómo podéis acomodaros todos en esa casa?
—Mis hermanos duermen en el ático. A veces papá tiene que subir a
tranquilizarlos.
—Yo viví en una casa parecida en Ohio. Pero es como ésta, se encuentra a las
afueras de la ciudad, pero no tengo verdaderos hermanos. Los Brown siempre
adoptaron niños, e incluso ahora, algunos de los que estudian en la universidad,
viven con ellos. Tengo muy buenos recuerdos.
—Siempre he pensado que adoptar niños es bueno. A mí me gustaría tener una
familia numerosa, pero adoptando algunos de los niños.
—Algunos de mis medio hermanos llegaron en autobús, algunos fueron traídos
por oficiales de la policía, otros habían sido maltratados por sus padres. A veces
pienso que nadie informó a esas madres cómo venían los niños. ¿Acaso tu madre te
lo ha dicho?
—No, pero me advirtió que tuviera cuidado con los hombres lujuriosos que
dicen no saber nada del sexo.
—¡Ah! Una de esas madres precavidas.
—Por fortuna.

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—No necesariamente.

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Capítulo Cinco
La música era perfecta. John guiaba a Margot como si se conocieran desde hacía
tiempo. Él sabía toda clase de pasos, y ella parecía seguirlos con mucha exactitud.
Ella lo miró a los ojos y dijo:
—Nunca había conocido a un hombre como tú. Estás muy seguro de ti mismo, e
inhibes a una mujer sin experiencia.
—¿Sin experiencia?
—Nunca había bailado así con un hombre.
Él la miró con una sonrisa y dijo:
—Oyéndote hablar, pareces tan capaz de todo como cualquier otra mujer más
experta.
—¡Vaya, ni siquiera puedo comentar algo superficial acerca de Priscilla!
John le dio una vuelta, levantándola del suelo, y después la volvió a dejar
donde estaba. Realmente era un excelente bailarín.
Pero se daba cuenta de que para él, Priscilla aún era importante. De que no se
había olvidado de ella por completo. Sabía que debía tratar de acaparar su atención e
interés.
Recordó cuando lo había visto por primera vez. Le había preguntado a Lemon
de quién se trataba y él le había respondido:
—Es un hombre superior. Ahora está a la cabeza del juego, pero Lucilla quiere
jugar más alto, dentro de poco lo dejará.
Y cuánta razón había tenido. Lucilla lo había dejado, y John aún sufría el
desengaño. ¿Pero, acaso se había enamorado de esa clase de mujer?
Él advirtió su mirada, y prefirió charlar un poco.
—No puedo creer que haya cuatro vírgenes que dormirán seguras en el ático.
¿Cuatro vírgenes, o es sólo que son precavidas?
—Yo sólo puedo hablar por mí. Aunque conozco a las otras tres, no sé nada
acerca de sus vidas íntimas.
—Pareces una mujer muy recatada.
—Exacto, ¿y qué es lo que te sorprende?
—El vestido que llevas puesto.
—El vestido es muy decente. ¿Acaso has visto otra clase de vestidos en la fiesta?
—No, sólo te he visto a ti.
—Entonces, el rojo debe ser tu color favorito.
—Creo que es el cuerpo que hay dentro del vestido, no el color.

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—Vaya, qué observador. Sólo una noche, y te has dado cuenta de que se trata
del cuerpo de una mujer.
—¡Vamos, podrías vestirte con un saco de patatas, y seguro que iniciarías una
moda!
—Gracias por el cumplido.
—O podrías no vestir nada y… todas las otras mujeres harían lo mismo. En
nombre de la moda, claro está.
—Veo que tu prioridad principal, todavía es lo que visto o no visto. ¿Llevas solo
tanto tiempo? ¿O has olvidado que otras cosas, como bailar, también son divertidas?
—En parte.
—Creo que sería buena idea que empezaras a salir con más mujeres para que
poco a poco te adaptes a tu nueva vida.
—¿A quién me sugieres? —preguntó él mojándose los labios y mirándola con
deseo.
Ella se volvió y miró a un grupo de mujeres que se encontraban charlando
animadas. Su maquillaje estaba un poco descuidado al igual que su cabello. Sólo
mirándolas unos segundos, un nombre podría adivinar qué aspecto tendrían en la
cama, con sueño, sonriendo, deseosas, en fin, eran como un libro abierto.
—Creo que todas esas mujeres ya tienen pareja —dijo ella sonriendo.
Él se rió, la abrazó y los dos se rieron después.
—Creo que es hora de que acepte que la noche ha terminado —repuso ella
irónica.
—¿De veras?
—Son casi las seis de la mañana. ¿Te has dado cuenta de que casi todos se han
ido a descansar? Creo que las otras tres que dormirán conmigo ya han subido al
ático. Debo subir. Ha sido una noche maravillosa. Gracias. Me lo he pasado
estupendamente. Eres un hombre excelente. Me encanta tu sentido del humor y tu
tolerancia. Has sido muy amable conmigo.
—Tú también eres una gran compañera —dijo él haciendo una reverencia—.
¡Claro, tienes tus arranques!, pero creo que será fácil domarte.
La contempló durante un momento y luego inquirió:
—¿Dónde voy a dormir?
—Vamos, creo que estás bastante apegado a Clint. Y él es un lobo de las
praderas, sabrá dónde dormir.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Bueno, es mi sistema de alarma.
—¿Qué quieres decir?

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—La alarma de las advertencias maternales. Ninguna madre enviaría a su hija


al mundo sin alguna clase de advertencia. Clint es precisamente la clase de hombre
sobre los que las madres nos previenen más.
—Vamos, Clint es un buen hombre.
—Bueno para otros hombres, pero representa un peligro para las mujeres.
—¿Por qué crees eso?
—Mira, lo único que sé es que si no quiero tener problemas, debo evitar a los
nombres como Clint.
—¿Y yo soy de los hombres seguros?
—Tú también tienes aptitudes —sonrió ella—. Tal vez te gustaría practicar un
poco ser un lobo de la pradera.
—En realidad no, ya soy muy viejo para ese juego. Tengo casi ocho años más
que tú. Y he tenido bastantes experiencias. Me irrita un poco que digas que Clint es
peligroso, pero no pensaste que fuera peligroso estar encerrada conmigo durante
más de cinco horas. ¡Imagínate, eso es una ofensa para cualquier norteamericano de
sangre caliente!
Ella soltó una carcajada. Estaba guapísima.
—Te voy a dar un beso de buenas noches y después decidirás si hay peligro o
no.
Ella se puso seria, sus miradas se encontraron.
—Vamos, mujer —dijo él al fin—. Te acompañaré a tu habitación. Necesitas
descansar.
—¿Descansar de qué?
—¿Ves? Tu madre tal vez te habló acerca del sexo masculino y los peligros que
éste representa, pero no te enseñó a cuidar tu ávida lengua.
—¡Vamos, ella me ha explicado todo perfectamente! Depende de la clase de
palabras que elijas.
—¿Es que eres licenciada en lingüística?
—No, es sólo mi intuición.
—Sí, estoy seguro de ello. Te has pasado toda la noche probándome y
tentándome. Eres una… creo que prefiero decírtelo después de desayunar.
—¿Te pones de mal humor antes del desayuno?
—No, al contrario. Siempre estoy muy alerta.
—¿Ves? ¿Alerta para qué? No usas las palabras con propiedad.
—Para lo que quieras —respondió él un poco molesto.
—Bueno, creo que es mejor que me vaya a descansar —dijo ella, pero su cuerpo
la traicionó y no se movió.

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—Te acompaño.
Ella no puso ninguna objeción a que la acompañase. Pero antes de subir, miró a
su alrededor. Los músicos ya se habían marchado. La música provenía de un aparato
estéreo. Quedaban pocas personas. Un grupo de mujeres rodeadas por varios
hombres al acecho.
Lemon se había marchado. Conociéndolo, no era raro imaginar que se
encontraba afuera, comprobado que sus hombres estuvieran bien. Cuando por fin se
marcharon, hubo varias miradas que se clavaron en ellos. Margot sintió el deseo de
volverse y decirles: «No, se equivocan, no vamos al mismo lugar».
Cuando habían subido varios escalones, John ofreció con amabilidad:
—Podrías compartir mi cama. Puedes confiar en mí. No te tocaría por nada del
mundo… a menos que tú lo desearas. Estarás muy segura.
Casi llegando a la última escalera, la que conducía al ático, él insistió:
—Puedes confiar en mí. Puedo mantenerte caliente sin hacerte el amor… creo.
Ella hizo un ruido como si estuviera roncando.
—¡Con qué facilidad me irritas!
Ella se rió.
Llegaron al ático. Antes de que entrara en la habitación, la joven le advirtió:
—Silencio, están dormidas. Es mejor que te transformes en extraterrestre otra
vez.
—¿Me estás insinuando algo?
—No, lo que pasa es que los extraterrestres brillan en la oscuridad, y tú no estás
brillando.
—Pero lo hago bajo las sábanas.
—¡Shh…! Están durmiendo.
Margot encendió la luz. Había dos camas impecables, aún no se encontraba
nadie en la habitación.
—Gracias por acompañarme —dijo ella.
—Me quedaré hasta que las otras chicas suban. No quiero dejarte sola aquí.
—No es necesario. Cerraré la puerta.
—Sí, con llave.
—Sólo cierro con llave las bibliotecas.
—Vamos, ven a mi habitación.
—No, fue parte del trato con Lemon. No compartiría mi habitación.
—Vamos, no seas anticuada. Sabes que puedes confiar en mí. No te pondría un
dedo encima.

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—Hace frío —repuso ella.


—¡Estás temblando! —dijo él—. ¿Cómo puedes meterte en la cama sin
compañía? ¡Te helarás! ¡Si bajas conmigo a mi habitación, te garantizo que no pasarás
frío!
—Tengo un camisón de franela.
—Vaya… alguna vieja que odiaba a los hombres debió inventar los camisones
de franela. Además, ¿por qué hablaste de mí con Lemon?
—Bueno, él deseaba saber si estaba dispuesta a compartir mi habitación.
—¡Vaya! ¡Entonces, vosotros dos estabais de acuerdo! ¿Lo planeasteis todo?
¿Acaso no eres la invitada de Lemon? ¿No se suponía que tú eras su pareja?
—¡No! —exclamó ella y se quitó la chaqueta.
¡Oh, no! Otra vez él pudo ver el vestido rojo. En realidad la cubría, pero cada
vez que respiraba, él podía ver cómo sus senos se agitaban pecaminosamente. ¿Cómo
podían unos senos ser pecaminosos porque la persona respirase? ¡Los de ella lo eran!
Él no pudo escuchar parte de su conversación, pero alcanzó a escuchar:
—¡Vamos, ésta no era la primera vez que me veías! Lo he estado haciendo
durante dos años. Pero tú has estado ciego, ciego para verme. ¡Supongo que no
recuerdas que yo fui tu pareja en la partida de bridge en Galveston!
Quitándose la corbata, él repuso:
—¡No, no lo recuerdo!
—¡Claro que no! Priscilla se encontraba en la otra mesa riéndose con otro
hombre. Tú sólo la mirabas a ella. Mira, tengo que lavarme los dientes. Ha sido un
año nuevo muy divertido. Gracias. Buenas noches.
—No tienes por qué agradecérmelo. Buenas noches.
Ella se dirigió hacia el baño. Antes de entrar, se dio cuenta de que John se
estaba frotando el cuello. Parecía cansado. ¡Cómo deseó poderlo hacer ella misma!
Se lavó los dientes y la cara. Estaba tan cansada…
Después se puso su camisón de franela y se calzó las zapatillas.
Salió del baño y se dirigió hacia la habitación, pero cuando abrió la puerta se
dio cuenta de que John se encontraba tumbado en la cama.
—¿Has terminado? —preguntó él incorporándose.
—Así es —respondió ella metiendo su ropa en el armario. Empezaba a sentir
frío.
—Parece que tienes doce años.
—Pero tengo más del doble.
—¿Hay beso de buenas noches?
—Tal vez —dijo ella, pero sabía que deseaba más de uno, tal vez dos o tres.

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John se levantó y la abrazó. Ella no opuso resistencia. Se dio cuenta de que la


bata de él estaba en el suelo.
—Me alegra que no te hayas duchado —comentó él—. Hueles muy bien.
—¿Cómo lo sabes?
—No tienes el pelo mojado.
—Se hubiera congelado. ¿No crees?
—Yo te hubiera mantenido caliente.
—Mmm…
—Bueno, creo que me quedaré un rato, sólo para calentarte la cama.
Él se sentó y levantó las mantas invitante. Sus zapatos también estaban en el
suelo.
—Prefiero que no lo hagas.
—No comprendo el porqué de esa actitud. Lo único que me preocupa es tu
bienestar. No quiero que te congeles, eso es todo. Sabes muy bien que este tipo de
tormentas son las peores. ¡Quién iba a pensar que tendríamos una en esta época del
año!
—A mí no me extraña.
Él se tapó con las mantas y dijo con un gesto invitante:
—Estoy aquí para evitar que te congeles. Vamos, métete en la cama. Casi estás
temblando.
—No estoy muy segura de que no seas como Clint. Con la excusa de calentarme
la cama te quedarás… y después… quién sabe.
—Lo que tú desees.
Ella suspiró y no se movió.
—Vamos, apuesto a que lo que te alarma es el recuerdo de Clint. Yo soy
inofensivo. Venga, ya está caliente. Entra rápido, antes de que se enfríe —añadió él.
Así lo hizo. Sin más ni más. Se metió en la cama con él, y él también estaba caliente.
Era mucho mejor que una manta eléctrica, o calefacción en la habitación. Además,
ocupaba bastante espacio.
John la abrazó. Su respiración parecía fuego. La acercó más a él y cubrió sus
helados pies con los de él. Después la besó.
Sí, sus labios cubrieron los de ella sin tregua alguna. Ella se rindió. Era como si
estuviese en las nubes. Se sentía excitada, muy excitada.
Aun así, siguiendo los dictados de su razón, dijo:
—Buenas noches.
—¿Vas a poner las cosas difíciles? —preguntó él riéndose.

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—Tan difíciles como sea posible. Mira, John, se supone que no deberías estar en
mi cama. Tú tienes tu propia habitación.
—¿Y dejarte aquí sola? ¡De ningún modo, he venido a protegerte!
—¿Y quién me protege de ti?
—¿Es que… no me deseas? —preguntó él después de una pausa, sin dejar de
mirarla a los ojos.
—Te conozco muy bien, te conozco desde hace tiempo, John. Pero tú, ni
siquiera habías notado mi existencia, hasta que me viste en la puerta de mi casa, y me
reconociste en la fiesta, pero no por mí, sino por el vestido que llevaba puesto.
—¿Acaso te molesta que nunca me hubiera fijado en ti antes? ¿Esa es tu
venganza?
—No, es sólo que creo que debes estar seguro de tus sentimientos antes de que
te involucres conmigo. No me gustaría que me hicieran daño.
—¡Vaya! ¿Quieres esperar? ¿Hasta cuándo?
—Sí, el sexo es importante para mí. No quiero hacerlo instintivamente como un
animal. Cuando te ofrezca mi cuerpo, deseo que sea por amor, no sólo para que te
desahogues.
—¡Bueno, creo que estoy bastante deseoso, tan deseoso como un hombre de
carne y hueso puede estar? ¿No es suficiente?
—Sí, pero deseoso del sexo. Yo deseo amor.
—¡Realmente te gusta hacer las cosas difíciles!
—¡No estoy haciendo nada!
—¡Te pusiste ese vestido para tentarme!
—¡Vaya, sigue insistiendo! ¡El vestido no tiene nada que ver, es totalmente
decente! —fue al armario, lo sacó y se lo mostró—. ¿Lo ves, qué hay de malo en este
vestido?
—Tienes razón. Creo que lo escandaloso es tu cuerpo.
—¡Tonterías! ¡Mírame! —lo retó ella.
—Quítate el camisón y veremos si es verdad.
—No soy tan tonta.
—Vuelve a la cama. Te vas a resfriar.
Ella obedeció inmediatamente. Él la abrazó con fuerza y la besó otra vez.
—¿Ves? Estás temblando.
—Estoy temblando de deseo —se atrevió a decir ella.
—¿Margot?
—¡No!

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—Pero… acabas de decir que…


—Lo sé, pero puedo esperar.
—Yo no estoy tan seguro de poder hacerlo.
—¿Puedo ayudarte a que lo hagas solo?
—¿Lo harías? —preguntó él sorprendido.
—Sí, sé que duele.
—¡Vaya! No te preocupes, si tú puedes esperar, yo también lo haré. ¿Cuánto,
quince minutos?
Él la abrazó con fuerza y gimió.
—¡Oh, John! —dijo ella en un murmullo—. ¡No sabes cuántas veces he soñado
con estar contigo en la misma cama!
—¡Es tu oportunidad de hacer que tus sueños se conviertan en realidad!
—¡Basta, creo que sólo te interesa mi cuerpo! Ni siquiera me conoces lo
suficiente para desear hacerme el amor.
—Bueno, yo tomo decisiones con rapidez.
—Vamos, fui yo la que interrumpió tu melancolía debida a esa horrible mujer.
—¿No la vas a eliminar del resto de nuestras vidas? Creo que dijiste que no te
gustaría que yo lo mencionara en veinte años, y escucha quién la ha mencionado más
veces, ¡tú! Además, ¿te das cuenta de que hemos pasado más de doce horas juntos?
El equivalente a tres o cuatro citas. ¿Acaso no deberías ser más amigable?
—Creo que lo he sido. Me has besado varias veces, y tus manos no se
encuentran en lugares muy discretos.
—¿Lo has notado? Pensé que ni lo habías sentido.
—Desde que pusiste la cabeza en mi regazo, no has perdido oportunidad para
estar más cerca de mí.
—Qué observadora.
—Creo que lo único que deseas es tener sexo conmigo.
—¿Es eso lo que crees en realidad?
—Tal vez. ¿Cómo ha llegado tu mano hasta ahí?
—Sólo estaba inspeccionando las formas femeninas.
—¡Basta!
—¡Vamos, sé que me deseas!
—Yo misma te lo he dicho.
—Pero es verdad. No lo dijiste sólo para halagar mi vanidad. En realidad me
deseas.
—Y?

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—Primero provocas a un hombre, y después estás dispuesta a renunciar a él,


aunque no sea eso lo que deseas.
—¿Quién ha hecho eso?
—Vamos, bésame y dime cuánto me deseas.
—No creo que sea muy seguro.
—Yo te protegeré. Tengo algo para protegerte.
—¿Sí, dónde lo conseguiste?
—Cuando fui al baño de hombres.
—¿Es que hay anticonceptivos en el baño? ¡Qué casa de iniquidad!
—Bueno, es necesario, si no, dime, ¿dónde están tus tres virginales
compañeras?
—No lo sé…
—Bésame y dime cuánto me deseas —insistió él.
—Creo que estoy empezando a sudar. Estás como un horno.
—¡Permíteme quitarme estos incómodos pantalones!
—¡No!
Él tiró los pantalones al suelo.
—Así está mejor. Me siento más fresco.
—No creo que sea muy buena idea.
—¿Acaso deseas que esté más caliente?
—No. Creo que debes ponerte los pantalones.
—¿Ah, deseas quitármelos tú misma? Muy bien, adelante.
—John…
Él no la dejó terminar, la besó con pasión y la hizo perder el aliento. Su mano
tocaba los excitados senos a pesar del grueso camisón de franela.
Margot sintió la dureza de sus palmas en la parte interior de sus delicados
muslos. Eran las manos de un hombre trabajador, de alguien que montaba caballos.
Ella no pudo evitar responder con sensualidad a sus caricias.
Él le desabrochó el camisón y bajó la cara al torso desnudo. Empezó a acariciar
su cuerpo buscando sus pezones con la lengua, cuando por fin los encontró, ella
gimió de placer. Estaba perdida.
La adoró, sus manos y su boca acariciaban todo su cuerpo. Él también gimió al
sentir la calidez del cuerpo femenino.
De pronto la joven comprendió que estaban desnudos. Ella continuó emitiendo
pequeños sonidos, más bien como ronroneos al sentir las caricias de John. Parecía

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que le hacía el amor con cada parte del cuerpo, las manos, los brazos, la lengua, los
labios… pero no trataba de hacerle nada más.
Ella le indicó como pudo que sería suya cuando él lo deseara, pero él no la
tomó. Siguió tocándola y explorando su cuerpo. Era tan tierno y sensual, pero no
hacía el menor movimiento para hacerle el amor.
Finalmente, él la abrazó y la inmovilizó.
Se quedó quieta. Ignoraba por qué él se había quedado inmóvil. Tal vez había
oído que alguien subía a la habitación. ¿Y si alguna de las otras mujeres hubiera
decidido irse a dormir? ¿Qué haría, lo levantaría y le pediría que se marchara?
Sería una gran sorpresa para cualquiera.
Pero en ese momento ella oyó algo parecido a un ronquido. Notó el cuerpo de
John más relajado, y al fin se dio cuenta de lo que había ocurrido, ¡estaba
profundamente dormido!
No podía creerlo. Ella estaba allí, deseosa, dispuesta a todo, ¡y él se había
dormido! ¡Se sintió excitada y ansiosa! Lo necesitaba… lo deseaba… estaba casi…
sintió ganas de reírse.
Pero él roncaba y poco a poco el fuerte abrazo cedía.
Fue entonces cuando unos celos intensos llenaron el corazón de Margot.
¿Cuántas veces había estado Priscilla entre esos brazos que sabían cómo abrazar a
una mujer durante el sueño?

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Capítulo Seis
Durante su sueño, Margot tuvo la maravillosa experiencia de sentirse ligada a
alguien, de no ser ya una entidad aparte. Hasta en medio de su gran familia, siempre
había sentido que pertenecía a otro lugar, y aunque sólo era un sueño, sabía que
pertenecía a John.
Pero también soñó que se despertaba y estaba sola, John se había ido. ¿Qué
significaba? ¿Sería una premonición? ¿Podría significar que él compartiría su vida
durante algún tiempo y luego se marcharía?
Pero después pensó con melancolía que, aunque sólo fuera parte de su vida,
valdría la pena estar con John.
¡Qué tontería! ¿Qué tenía ese hombre que la hacía sentirse de ese modo? No lo
sabía, pero aun así podía sentir en lo más recóndito de su ser que nunca sentiría lo
mismo por ningún otro hombre.
¿Cómo había podido ser tan estúpida Priscilla como para dejar a John? ¿Y qué
podía tener para haberlo encandilado durante tanto tiempo?
Y pensar que John aún pensaba en ella. Que esa noche, ella lo había rescatado
de su melancolía. ¿Cuánto hacía que se habían separado? ¿El último verano?
Además, no se habían separado, Priscilla lo había dejado, que era muy distinto.
¿Y cómo podría otra mujer reemplazarla?
Margot permaneció acostada, aunque ya estaba despierta. Miró las camas a su
alrededor, estaban vacías. ¿Acaso sus ocupantes ya se habían marchado, o no habían
ido en toda la noche?
La tormenta ya había pasado. El viento aún soplaba, pero el cielo no parecía tan
amenazante como la noche anterior.
¿Qué hora era? Lo único que tenía que hacer era alargar el brazo y consultar el
reloj, pero no lo hizo.
Pudo oír risas a lo lejos. Alguien estaba afuera, más que alguien, varias
personas.
Hubo una leve llamada a la puerta. ¿Acaso una de las huéspedes? Ella se
volvió. Se trataba de John.
Llevaba puestos unos vaqueros, le quedaban tan bien como el esmoquin. Tenía
una taza de humeante café en la mano.
—¿Estás despierta?
—Casi.
—Roncaste tan fuerte que hiciste que la nieve cayera del tejado. Lemon te lo
agradece.
Ella se tapó la cara. John se acercó y dijo:

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—Si te sientas como una niña buena, te dejaré probar mi café.


—No sé dónde está mi camisón.
—¡Dios mío, qué mujer! ¿Por qué me lo preguntas a mí? Me comporté como
todo un caballero.
Ella trató de incorporarse, pero al sentir el frío en su desnuda piel, se volvió a
tapar.
—Brrr…
—Te traeré una bata.
—Hay un jersey en el primer cajón de la cómoda.
—¡Por favor, déjame que me ocupe de esto! —repuso él.
—¡Date prisa!
—¡Vaya, parece que tu madre te dijo muchas cosas acerca de los hombres, pero
se olvidó de tus modales! No hacía ni una hora que te habías dormido cuando me
empujaste y prácticamente me echaste de la cama.
—¡No es cierto!
—¡Sí lo es!
—¡Ni siquiera hablas como si fueras de Ohio!
—Cariño, he vivido en Texas los últimos diez años de mi vida. En Ohio la
costumbre es llamar a las casas con el nombre del primer dueño. La casa donde
vivíamos había sido habitada por un hombre que se apellidaba Tilby, y aún se llama
así, aunque el nombre de mi padre sea Salty.
—Aquí en Texas es suficiente con mencionar la generación. Por ejemplo, yo
pertenezco a la sexta generación —repuso ella.
Él fue a por el jersey y se lo dio, después miró cómo se lo ponía bajo las mantas.
—Eres una mujer muy egoísta. No te morirás si veo algo de tu pecaminoso
cuerpo, ¿no crees?
—Dame café.
—Pídemelo por favor.
Ella soltó una carcajada, y él le tendió la taza.
El café estaba muy bueno. Él acomodó las almohadas y se sentó junto a ella. La
joven se dio cuenta de que sus pensamientos eran maliciosos, ya que la miraba de
una forma extraña.
Pero ella lo ignoró y siguió saboreando el delicioso café. Sin leche ni azúcar,
suspiró, pero de todas formas era reconfortante. De cualquier modo, prefería que
John se quedara junto a ella en lugar de ir a por lo que faltaba.
—Eres estupenda, ¿sabes? —le dijo él sin quitarle la mirada de encima—.
Nunca había dormido con una mujer de esa manera. ¿No es maravilloso?

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—¿Por qué me dejaste? —preguntó ella.


Él titubeó un momento, luego contestó:
—Cuando suena una alarma pidiendo ayuda, es mejor ir. La campana sonó una
vez, no hice caso, pero siguió sonando, entonces, supe que debía bajar. Se trataba de
un toro, se había atascado en la nieve. Tuvimos que ayudarlo a salir, si no, hubiera
muerto.
—¿Forma parte de tu trabajo rescatar toros de la nieve?
—Debo cuidar los intereses de Lemon, de lo contrario todos estaríamos sin
trabajo. A veces es tan obstinado que no se da cuenta de que también es mortal.
—La tormenta ha terminado —repuso ella.
—Sí, pero hace frío afuera. ¿Te gustaría jugar en la nieve?
—¡Sí!
—Bien. Te he traído un sandwich —metió la mano en el bolsillo de su chaqueta
y sacó el sandwich cuidadosamente envuelto en una servilleta. Era un bocadillo de
huevo y beicon entre dos rebanadas de pan recién hecho. Le supo delicioso.
Él la miró comer, y cuando ella se relamió, soltó una carcajada y preguntó:
—¿Actuarás así cuando hagas el amor?
—No sé.
—Ya lo averiguaremos.
Hubo un momento de silencio y los dos parecieron hablar sin decir nada,
después él interrumpió el momento.
—¿Ya no puedes esperar, verdad? Pero tienes que ser paciente. Te estoy
cortejando a la «antigua».
—¿Acaso lo harás como uno de esos texanos que son peores que nada?
—Es muy probable.
—¡Que Dios me ayude!
—¡Aleluya!
—Creo que es demasiado temprano para esta conversación —protestó Margot.
—Cariño, ya son más de las doce. Y creo que a medida que pase el tiempo, se
volverá todo más complicado.
—No lo dudo y así lo espero. Pero por ahora, creo que ya sabes lo suficiente de
mí.
—Y me llevó bastante tiempo. Y ahora, cariño, cubre ese hermoso cuerpo con
algo de ropa, antes de que me meta en la cama y no puedas jugar con la nieve.
—Te veré abajo.

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—¡Vaya! He venido a ayudarte, te he dado de comer y ahora quieres que me


vaya. Creo que por lo menos merezco verte salir de la cama. Además, opino que ese
jersey es mucho menos revelador que el vestido que llevabas ayer.
—¡Ya estamos otra vez!
—Cuando tengamos hijos, no quiero que te vean con ese vestido. Deformarías
sus mentes juveniles y elegirían el camino equivocado.
—El vestido es perfecto.
—Bueno, te lo puedes poner para celebrar nuestros aniversarios, en privado,
claro.
—Ninguna mujer se casaría con alguien que no aprecia el buen gusto en el
vestir, como tú.
—No sabía que deseabas vivir en pecado. De saberlo, no me hubiera quedado
contigo anoche. Imagínate la sorpresa que Salty y Felicia se llevarían.
—Bueno, no habías hablado de matrimonio.
—Estoy seguro de que lo mencioné anoche.
—No lo recuerdo.
—Bueno, estabas más caliente que un horno, y demasiado aturdida por mi
cercanía. Es mejor que no te recuerde de esa forma o me volveré loco.
—Nos vemos abajo.
—Antes tienes que besarme —se sentó al lado de ella, le quitó la taza de la
mano y la besó sin compasión.
Sólo fue un beso, pero ¡qué beso! A ella le pareció que había durado bastante,
después, con delicadeza, él la soltó.
Margot se olvidó de abrir los ojos.
—¿Cariño? ¿Margot, estás bien?
—Creo que sería conveniente que llevaras una etiqueta de advertencia sobre los
labios.
—¿Sobre los míos? Yo estaba completamente bien antes de que tú me besaras.
Pero tendré más cuidado con tus besos, no quiero convertirme en un maníaco.
—Como quieras.
—¡Qué ilógica!
—¿Cómo te atreves a besarme primero y después tener un debate acerca de mis
intenciones al besarte? ¡Eres único!
—¡No creo! ¿Qué hay de todos los hombres que tentaste vestida como lo
hiciste? Creo que yo soy el más decente de todos. Si no lo crees, haz la prueba.
Ella suspiró y se quejó:

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—Yo estaba aquí muy tranquila descansando, y de repente tú has venido a


alborotarme.
—¿Qué diría tu madre si supiera que cuando he llegado estabas desnuda y te he
tenido que dar un jersey para que cubrieras tu pecaminoso cuerpo?
—Creo que le saldrían más canas.
—¿Sabes?, yo conocí a tu madre hace un año en la fiesta de San Antonio.
—¿Sabías que la mayoría de las personas que no son de San Antonio no
pronuncian el nombre bien?
—¿Pretendes darme otra lección del idioma tejano?
—No, no tiene nada de malo. Todos los texanos tienen una forma de hablar
muy especial.
—Bueno, ¿es que no te vas a vestir? Me gustaría quedarme mientras lo haces.
No había razón para negarse a tal petición. De hecho, ella deseaba que él la
mirara tanto como él deseaba hacerlo, eso era suficiente.
Además, John tenía razón, el jersey era lo suficientemente largo como para
tapar sus caderas. Pero tenía que considerar que al levantarse y sentir el aire frío
alrededor de sus piernas y de sus partes más íntimas, recordaría la forma en que John
la había calentado.
Lo hizo lentamente, después de algunos minutos de considerarlo. Sí, se aseguró
de que John tuviera la mirada puesta en ella.
Poco a poco bajó los pies y los puso sobre la mullida alfombra. Después se
levantó y se dio cuenta de que el jersey no era tan largo, y además, no era suyo. Con
desesperación, arrancó la manta de la cama y se cubrió como pudo.
—¡Me las pagarás, no es mi jersey!
Él se quedó mirándola con una sonrisa en los labios. Margot se sentó en la
alfombra para tratar de proteger otras partes vitales mientras lo llamaba cretino.
Entonces, él se acercó hasta donde ella se encontraba y la besó.
Otro encuentro. Tal vez era verdad que se trataba de un extraterrestre. A ella
nunca la había besado así ningún otro hombre. Claro, tampoco habían jugado con
ella del modo en que John lo hacía, ni mucho menos había estado en una situación
similar, tratando de cubrir su cuerpo.
Él la siguió besando y le dijo con una carcajada:
—¡Vamos, date por vencida!
—¡Eres un malvado!
—Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer.
Él la siguió besando, hasta hacerla gemir, fue entonces cuando dijo:
—Tengo que marcharme, si no… Es mejor que te vistas tú sola.
Margot no dijo nada, sólo se sentó en la cama y lo miró.

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Él se incorporó y, metiendo las manos en los bolsillos, se dirigió hacia la puerta.


Le echó una última mirada y dijo:
—Estaré sentado en el último escalón que da al pasillo.
Cerró la puerta y Margot oyó que sus pasos se alejaban.
Se levantó, sacó su ropa del armario y se dirigió al baño. Se duchó, teniendo
cuidado de no mojarse el pelo. El agua caliente resultaba deliciosa.
Como ya conocía la casa de Lemon, había llevado unos vaqueros, unas botas y
una chaqueta, y claro, un sombrero.
Cuando estuvo lista, bajó la escalera. John estaba allí, donde le había dicho. Al
mirarla, protestó:
—¡Te has cambiado!
Ella lanzó una carcajada. John no la dejó pasar, diciéndole que tenía que pagar
una multa para poder cruzar el umbral.
Por fin salieron y admiraron los muñecos de nieve que algunas personas habían
hecho.
Una mujer se quejó:
—¡Vaya! ¿Ésta es la clase de nieve de Texas? No se puede hacer nada, es tan…
blanda. La mejor nieve para hacer muñecos es la que cae en Ohio.
Después de un momento, se dirigieron al establo. Ensillaron un par de caballos
y empezaron a cabalgar, admirando el blanco paisaje que empezaba a derretirse.
Como John conocía el territorio a la perfección, Lemon pudo dedicarse a lo suyo.
Margot miró a su alrededor. John se dio cuenta y le preguntó:
—¿Acaso crees que trato de que te pierdas para después obligarte a pasar la
noche con un hombre malvado y libidinoso?
—Sí.
—No hay nada peor que una mujer inteligente.
—¿Por qué no has traído al pinto? —inquirió ella.
—Es lo que todos deseaban, y trataron de engañarme cubriéndolo con una
manta para que no lo reconociera, pero de ningún modo conseguirán que monte ese
condenado pinto.
—Montas bien. ¿Aprendiste en Ohio?
—Me hicieron montar un caballo indomable, el pinto. En realidad no sabía nada
de caballos hasta hace cuatro años. No fue fácil, los rancheros de por aquí son muy
bromistas.
—¡Es un milagro que no te tirase!
—Bueno, ya me habían enseñado cómo caer. Con un pretexto u otro me dieron
algunas técnicas para ser usadas en caso de caídas. Y después, me hicieron montar el
pinto. Tuve una caída, pero caí bien y sólo cojeé un poco.

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—Pero tú fuiste el único que lo hiciste saltar la valla.


—Como ya te he dicho, ese condenado caballo hace lo que se le viene en gana.
Nunca sabré por qué saltó la valla, lo único que sé es que lo hizo y yo,
milagrosamente, aún estaba sobre la silla.
—¡Vaya, como tú dices, los rancheros de por aquí tienen un sentido del humor
muy especial!
—Pero en el fondo son buenos compañeros. También he sido testigo de buenos
detalles.
—Se han ganado tu afecto.
—Ya conoces a Lemon, es un hombre muy especial, y me gustaría seguir con él.
Es muy justo y el dinero no es su prioridad. Y siempre lo comparte con sus amigos.
—¿Cómo te pudiste involucrar con Priscilla, sabiendo todo eso que sabes sobre
la vida?
—Aún no te conocía.
Ella lo miró furiosa, pero él no la veía, su mirada estaba fija en el horizonte.
—¡Mira qué colores! Antes no sabía apreciarlos, hasta que mi hermana Carol
decidió estudiar arte. Un día de verano, ella se encontraba pintando y yo me acerqué
con curiosidad. Entonces me dijo todos los secretos del color.
—¿Es pintora?
—Sí y muy buena. Ahora vive en Chicago. Se casó con un policía retirado que
escribe novelas de terror.
—¡Qué contraste!
—Creo que hay un equilibrio.
—¿Crees que lo hay entre nosotros?
—Claro.
—¿De qué manera?
—A los dos les caigo bien —dijo él sonriendo.
Ella soltó una carcajada, y por primera vez se dio cuenta de lo feliz que la hacía
sentirse John.
Después de cabalgar bastante, llegaron a un molino. Al otro lado, había un
establo, y dos caballos se encontraban allí.
Dos hombres salieron de la cabaña y preguntaron amistosos:
—¿Estáis bien?
—Sí —respondió John. Se trataba de Ned y Jasper.
—Nos disponíamos a comer. ¿Queréis acompañarnos? Es vuestra oportunidad
de ver cómo comen los cowboys.
—¿Qué vais a comer? —preguntó Margot.

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—¿Es que hay algo más que alubias? —repuso uno de los hombres.
Los ayudaron a desmontar y en especial, a Margot.
—Disculpadme un momento mientras me encargo de los caballos —dijo John.
Los vaqueros y la chica entraron en la cabaña. Margot se quitó los guantes y se
los metió en el bolsillo.
La cabaña consistía en una gran habitación con una cocina de hierro en el
centro, una mesa y bancos alrededor.
Los dos hombres la llamaron «señorita». Margot recordó que John no los había
presentado, y se preguntó por qué.
Entonces cerraron la puerta, ella se asustó un poco, pero casi de inmediato John
la abrió de una patada.
—Perdona, no te habíamos visto —se disculparon los dos hombres, y
dirigiéndose a Margot le preguntaron—. ¿No tienes frío?
—Bueno, en realidad no cerramos con llave —agregó uno de ellos—, lo que
pasa es que la puerta tiende a cerrarse.
El otro dijo:
—¿Te quedarás a pasar la noche, preciosa? Contigo en medio de Ned y yo, no
pasaremos frío.
—Ya es suficiente, muchachos —dijo John con seriedad.
Ellos soltaron una carcajada.
—Siéntate. Mira, podemos mover la mesa, Jasper usará la cama, y estoy seguro
de que John querrá sentarse en tu regazo.
—¿Cuánto tiempo lleváis aquí? —inquirió ella.
—Casi veinticuatro… horas. Ya sé que crees que vivimos aquí, pero en realidad
vinimos antes de la tormenta. Sólo hemos venido para comprobar que el ganado
estuviera bien. Come un poco de pan, lo he hecho yo mismo, no es tan malo.
—¿Por qué te has alejado tanto de la casa con este salvaje? —intervino Jasper—.
John es un hombre peligroso con una mujer sola. Está oscureciendo, y por lo general,
se convierte en lobo…
—¿Y falta mucho? —inquirió Margot.
Los dos hombres soltaron una carcajada.

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Capítulo Siete
John no parecía tener prisa. La noche empezaba a caer. Los dos hombres
charlaban y contaban historias para entretener a Margot.
La mayor parte del tiempo, eran ellos los que se reían, algunas veces Margot
ignoraba el porqué. Pero ella recordó que los hombres tienen un modo muy especial
de hablar, que sólo ellos entienden, se trata de una raza aparte.
John cuidaba a Margot y estaba atento a lo que los hombres decían. Sugirieron
que John se marchara y que ellos se harían cargo de Margot, después soltaron una
carcajada.
Parecían saber quién era ella. ¿Cómo era posible?
Cuando oscureció por completo, John se puso de pie y se estiró un poco. Ned se
dirigió a Margot:
—¿Quieres refrescarte?
—¿Dónde?
—Tenemos un lugar privado. Jasper lo está limpiando un poco.
Ella titubeó.
Ned la tranquilizó diciendo:
—No te preocupes, lo ha lavado. Sólo ten cuidado de no resbalar con los
residuos de la nieve.
John la acompañó. El lugar estaba muy limpio, había un gran lavabo con agua
corriente. Cuando ella salió, los dos hombres ya habían sacado los caballos y los
tenían listos para cabalgar.
Margot se despidió y les agradeció su hospitalidad.
—Volved pronto. Será un placer. Tenemos que quedarnos aquí una semana.
Nos gustaría hablar más contigo, eso puede ampliar nuestros horizontes.
—Muy bien, vámonos —dijo John.
Los dos montaron y pudieron ver que los hombres los observaban alejarse.
John se detuvo y les indicó que entraran en la cabaña.
—¿Por qué has hecho eso?
—Creen que te voy a llevar a los matorrales, y tratan de ver a dónde vamos.
—¿Qué?
—Bueno, no tienen nada mejor en que pensar, Margot, y nunca hablan con
mujeres.
Margot se dio cuenta de la clase de hombre que era John. Y sabía perfectamente
por qué se había sentido atraída por él. Era un hombre muy inteligente y tolerante.

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Consideró la manera en que había tratado a Ned y a Jasper. Eran un par de


vagos sin educación; sin embargo, él los había tratado con respeto a la vez que se
había adaptado a su tonta conversación. Hasta el detalle de la puerta había sido una
forma de demostrar que él era muy superior a ellos, y que le debían respeto.
John había sabido llevar la situación, sin descuidarla a ella, y sin ser desatento
con ellos.
¿Y John pensaba que Lemon era el mejor?, se preguntaba ella. Sería interesante
saber la verdad, ¿quién era el mejor?
Los caballos estaban muy descansados y galopaban con ligereza. Margot era
buena amazona, John comentó:
—¿Sabes? Creo que podrías montar el pinto sin problemas.
—No después de tus recomendaciones.
—¡Vamos, Margot, yo no te pondría en peligro! Ahora comprendo por qué
Lemon dijo que lo podrías hacer, y pensar que yo objeté.
Ella le lanzó una mirada.
—No hagas eso —le advirtió él.
—¿Qué?
—Mirarme de esa manera. Por lo menos no cuando estoy tratando de controlar
esta bestia.
—¿Ese animalito?
—Te cambio el caballo.
—Muy bien.
—¡Estoy bromeando!
—Bueno, creo que lo controlas bastante bien. Además, ¿no crees que si lo monto
y lo puedo controlar, podré hacer lo mismo con el pinto?
—Podría ser.
Desmontaron.
A ella le pareció que el caballo era muy manso.
—Me has mentido, el caballo parece un gatito.
—Margot, ahora me podrás acusar. Pero si insistes en montar el pinto, dime,
¿sabes cómo caer?
—Igual que a ti, fue lo primero que me enseñaron.
Siguieron cabalgando y durante un rato él no habló.
—Cariño, en realidad no me gustaría que montaras al pinto. Lemon está tan
entusiasmado que creo que te podría convencer. Pero a mí no me hace gracia, no
quiero que te pase nada.
—Comprendo. Si de verdad no quieres que monte al caballo, no lo haré.

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Margot no deseaba llevarle la contraria a alguien que amaba. En especial, sin


existir razones para demostrar valor o cualquier cosa similar.
John la miró con satisfacción. Para él también era importante que ella deseara
complacerlo. Era una manera de decir que se sentía segura y que no necesitaba
demostrarlo.
Ella se volvió y dijo juguetona:
—¡Mira, sin manos! ¡Ya conoce el camino a casa!
—Sí, pero ten cuidado. Está oscuro y cualquier cosa lo podría asustar.
—Está bien.
—¿Quieres que cambiemos de caballo otra vez?
—No es necesario.
John empezaba a sentir que el amor surgía en su corazón. ¡En sólo dos días! Sí,
desde que la había visto entrar en la biblioteca con ese vestido. ¡Ese pecaminoso
vestido!

Llegaron a la casa, y dos de los muchachos cogieron las riendas para llevar los
caballos al establo. John se lo agradeció.
—Es sólo por la dama —bromeó uno de ellos.
—Voy a tratar de arreglar que cabalgue junto a mí siempre.
Margot lo esperaba a cierta distancia.
—Tal vez se aburra de lo lento que eres y te podamos sustituir pronto —dijo el
otro.
—No lo creo.
—Pareces muy seguro de ti mismo —opinó Buck.
—Sí, siempre ha sido así —repuso Peanut.
—¿Y qué recibiremos por atender a los caballos?
—Mantendréis vuestros empleos —respondió John sonriendo.
—¡Qué gracioso! —protestó Buck.
—Me pregunto si deseas que la atendamos a ella también.
—Rotundamente, no.
—¿Y si acepta? —insistió Buck.
John rodeó a Margot con un brazo y se dirigieron a la casa.
Sentía que debía protegerla, en especial, de todos los muchachos que trabajaban
allí. En realidad no era culpa suya que fueran maleducados y no supieran medir sus
palabras delante de una dama.
—¿Estás cansada?

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—No. ¿Es que no recuerdas que dormí bastante tiempo? Me he levantado cerca
de las doce.
—¡Sí, ya era la cuarta vez que subía! Pensé en quitarte las mantas y despertarte,
pero te hubieras enfurecido.
Él se detuvo y retrocedió dos pasos, después la miró de frente.
—¿Qué pasa? —inquirió ella extrañada.
—Nada. Me siento como si me hubiera sacudido un rayo… tú.
Ella soltó una carcajada y, sin dejar de mirarlo, agregó:
—Creo que necesito un beso para recuperar fuerzas.
—Yo también.
—Pero te advierto que huelo a caballo.
—Yo también, pero a semental.
—¡No me extraña!
—Bueno, ¿qué hay del beso?
Ella extendió los brazos y se acercó mirándolo a los ojos.
John también la rodeó con sus brazos y la acercó hacia su cuerpo.
Por desgracia, sus sombreros se interpusieron, él le quitó el suyo a Margot de
un cabezazo, y buscó sus labios para besarlos con pasión.
Fue un poco rudo, su necesidad de poseerla era grande. Un poco frustrado,
suavizó sus caricias y sonrió. La amaba, ¿cómo podía herirla de una u otra forma, si
lo único que deseaba era protegerla? ¿Y, cómo podía saber que lo que sentía por ella
era amor? Tal vez se había enamorado cuando ella le siguió el juego de ser un
extraterrestre. Era muy tolerante.
La besó otra vez y le dijo:
—Sabes muy bien.
—Y parece que me quieres comer. ¡Estás hambriento! ¿No es así?
—Me encanta sentirte apoyada en mí.
—Sí, pero veo que siempre necesitas mantener las manos ocupadas. ¡Y además,
sabes cómo emplearlas perfectamente!
—Sí.
Ella volvió a reírse.
—Tienes risa de traviesa. Parece que en realidad disfrutas de todo lo que te
hago, ¿verdad?
—Es cierto.
—¿Es en serio o sólo finges?

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—Claro que es en serio —Margot se dio cuenta de que era la segunda vez que él
le preguntaba por la sinceridad de sus sentimientos. ¿Por qué era tan inseguro?
¿Acaso Priscilla le había producido esa inseguridad por su manera de ser?
¡Sí, había sido ella! ¿Qué otra mujer se hubiera aprovechado de un hombre tan
bueno, haciéndolo dudar de sí mismo?
—¿En qué piensas? —preguntó él mirándola con ternura.
—En nada. ¿Por qué crees que pienso en algo?
—Bueno, no estás muy concentrada en mí ¿no te parece? ¿Qué pasa?
—Me he distraído un momento, eso es todo.
—¿Es que te aburro?
—¡Claro que no! Yo soy la que te aburro.
Los dos se rieron otra vez y ella añadió:
—De hecho, tú eres el hombre más interesante que conozco. La mayoría de los
hombres que conozco son muy… muy vacíos, creo yo. Tienen cierto talento para su
profesión, pero aparte de eso, son aburridos.
—¿Lo dices en serio?
—Claro, nunca miento.
—¿Y, mentiras piadosas?
—Nunca recurro a ellas. Me has preguntado mi opinión y yo te contesto.
—¿Y si pensaras que estoy fingiendo?
—¡Vamos, John!, si en realidad pensaras eso, nunca me hubieras preguntado.
Eres un ser humano y te comportas como tal, eres multifacético y, hasta tierno. La
persona que te convenció de lo contrario, creo que está muy equivocada.
—¡Piensas que es Lucilla!
—¿Por qué la mencionas? ¿Fue ella?
—Sólo se me ha ocurrido para ver si has pensado en ella por celos o porque
sabes algo.
Ella se rió.
—Espero que te des cuenta de que Priscilla me tiene sin cuidado. Debes saber
que mis hermanas mayores la conocen desde hace bastante tiempo. Es unos años
mayor que tú. Te dejó porque deseaba echarle las redes a alguien más importante
que tú. ¿Quién? Tal vez todavía lo podamos salvar.
—Creo que tenías razón. Se trata de Lemon.
—Ella es muy perseverante, pero dudo que él la tome en serio. Cuando se dé
cuenta de su error, también se dará cuenta de que, después de todo, tú no eras tan
mal partido, y estoy segura de que tratará de recuperarte usando sus artimañas.
—¿Por qué lo dices?

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—Descubrirá que vales la pena.


—Halagas mi vanidad.
—Eso es algo que tú no tienes, vanidad.
—Salty y Felicia solían decir eso. Pero ya sabes cómo son los padres. Siempre
les gusta ser amables.
—No, los padres siempre dicen la verdad, pero la dicen de un modo casi
imperceptible. En lugar de sugerir que perseveremos en escalar la montaña más alta,
sugieren que construyamos un dique o limpiemos un río. Algo más real.
—¿Cómo sabes todas esas cosas?
—Bueno, he observado lo irritantemente correctas que son sus apreciaciones.
Siempre han actuado así y la razón los ha apoyado.
—Espera a que conozcas a Salty y Felicia. ¿Irás a la boda de Tweed?
—Me encantaría.
—Pero tendrás que soportar ser el centro de atención de mi familia.
—¿Por qué?
—Porque realmente me interesas.
—No lo creo.
—¿Me lo dirás tú cuando mis sentimientos sean más serios?
—Creo que tú lo sabrás.
—Margot…
—Te diré cuándo me lo puedes decir.
—¿Vas a ser tan inteligente toda tu vida?
—¿Por qué no?
—Supongo que me tendré que acostumbrar.
—Ése es tu secreto. Acostumbrarte a todo.
—No creo. Hay algunas cosas que sobrepasan los límites.
—Lo que pasa es que no te gusta llevar la contraria porque sabes que tú
también eres vulnerable.
John le rodeó la cintura con un brazo y contemplaron la noche durante largo
rato.
Ella volvió la mirada al rostro de John y con un suspiro, dijo:
—John, yo…
Pero John la interrumpió.
—Me gustaría abrazarte durante el resto de mi vida.
—Sería muy extraño, ¿no crees? —repuso ella sonriendo.

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—Sabes muy bien a lo que me refiero, pero te gusta jugar conmigo.


—Tal vez.
—¡Por Dios, estoy hambriento! —exclamó él—. ¿Por qué me retienes aquí en
vez de estar comiendo?
—Bueno, yo estoy en las mismas condiciones. Sólo he tomado un café y un
sandwich. ¿Recuerdas?
—Bueno, supongo que es hora de comer, o cenar. Investiguemos.
La cogió de la mano y se dirigieron al interior de la casa.
Margot notó que había algo diferente en él. La manera en que cogía su mano
era diferente, más posesiva. Cuando entraron, colgaron sus sombreros y sus
chaquetas en el perchero del pasillo.
Se dirigieron a sus habitaciones y después procedieron a lavarse y cambiarse de
ropa.
Ella eligió un vestido tejano en tonos naranjas, con zapatos del mismo color. Se
recogió el pelo y se puso unos pendientes de perlas.
Su maquillaje, igual que su perfume, eran bastante discretos.
John la esperaba a la entrada del pasillo. Estaba apoyado en la pared con los
brazos cruzados. Había cambiado totalmente, ahora vestía un traje con corbata, y
estaba muy atractivo. Ella se sintió un poco intimidada y se estremeció sin poder
evitarlo.
—Mmm… —murmuró él al verla acercarse y le preguntó—: ¿Llevas carmín?
—Sí —respondió ella, pero enseguida sacó un pañuelo y se limpió los labios.
—Me gustaría besarte.
La acercó hacia él y la besó largamente, era un beso diferente, lento y sensual.
—¿Te das cuenta de que nos conocemos desde el año pasado? —comentó él
después de besarla.
—Así es.
—¿Te gustaría ponerte esto? —le preguntó él tendiéndole un anillo.
—¿Qué es?
—Es lo único que tengo de mis verdaderos padres. Salty me lo dio cuando
cumplí veintiún años. Me gustaría que tú lo conservaras.
Era un anillo de oro, una simple alianza, tal vez más gruesa que un anillo de
boda. John lo había llevado en el dedo meñique.
—Creo que estás precipitando las cosas —opinó ella—. Aunque nos
conozcamos desde el «año pasado», creo que aún te sientes decepcionado por tu
anterior relación. ¿Y si te arrepientes?
—Si me arrepiento, te diré: ¿Margot, puedes devolverme el anillo?

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—¿Y si yo no quiero hacerlo?


—Bueno, con la ayuda de Ned, Jasper y Buck creo que te convenceremos de
hacerlo.
—Tengo cinco hermanos.
—Bueno, en esas circunstancias, creo que lo mejor será que me case contigo.
¡Vamos, póntelo! —dijo él sin titubear y sin dejar de mirarla.
—Sólo esta noche —repuso ella y se lo puso—. ¿En qué dedo?
—¿Qué te parece el índice? ¡Ah, te queda perfecto!
Él la besó otra vez y después besó su mano antes de que se dirigieran al
comedor.
Todos los invitados se encontraban allí. Habían dispuesto un buffet y a juzgar
por el bullicio, parecía que todos se estaban divirtiendo.
Las compañeras de habitación de Margot ya tenían compañía.
John lo notó y le murmuró algo al oído a Margot.
Ella se ruborizó un poco, y no pudo evitar que sus pezones se endurecieran.
John lo percibió y se sintió excitado también.
Significaba que esa noche, ella estaría otra vez sola en esa gran habitación.
Clint se encontraba allí. Al pasar cerca de ellos los saludó con un gesto, parecía
bastante ocupado con algunas de las mujeres.
John respondió al saludo y se rió satisfecho.
—¿Por qué estás tan contento? —inquirió ella.
—Porque estoy contigo —respondió él orgulloso.
Entre la multitud, había varios invitados que tocaban el piano.
La cena se animó más y todo el mundo cantaba viejas canciones acompañando
al pianista.
Una de las mujeres se encontraba rodeada de varios hombres. ¿A quién
elegiría? Seguro que a Clint.
Lemon se encontraba atendiendo a sus invitados, era muy buen anfitrión.
Parecía decidido a no tener una acompañante fija. Margot se empezó a preguntar la
razón de su insistencia para que ella asistiera a la fiesta. ¿Acaso tramaba algo? ¿Cuál
era su propósito? Lemon se acercó y, dirigiéndose a Margot, le preguntó:
—¿Vas a montar al pinto?
—No, John prefiere que no lo haga.
—¡Vaya! ¿Por qué?
—Bueno, como es tu consejero financiero, piensa en tus finanzas. No confía en
el caballo y teme que si sucede algo, la responsabilidad por mi pobre cuerpo
magullado recaerá sobre ti.

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Lemon contempló el cuerpo de Margot y luego miró a John.


Los dos hombres se rieron, pero no dijeron nada. Estaba claro que compartían
una broma privada.
Lemon se alejó, y John sacó a bailar a Margot. Era cerca de medianoche cuando
los empleados de Lemon recogieron los restos del buffet; eran muy eficientes.
Las parejas de casados fueron los primeros en retirarse. Al ver eso, Clint dijo:
—¡Ya se han ido los que nos vigilaban! ¡Ahora sí podemos hacer de las nuestras!
El resto de los invitados se rieron y continuaron divirtiéndose. Al poco tiempo,
Clint se alejó acompañado de la mujer que lo había elegido.
Lemon parecía estar observando lo que hacían. John se preguntaba si dudaba
de él. Pero Lemon lo conocía mejor de lo que él se imaginaba.
Margot se encontraba cerca del piano, charlando con el ejecutante, John se
acercó a ella y dijo:
—Hay una pieza que siempre toco en las fiestas —así que la persona que estaba
tocando, se levantó y John se sentó frente al piano. Empezó a tocar los alegres
acordes de la melodía Good night, ladies, cuando terminó hubo aplausos y la mayoría
de las personas que aún se encontraban allí, se retiraron a sus habitaciones. Margot
se sentó al lado de él, e inquirió:
—¿Qué otras melodías sabes tocar?
Él la miró sin decir nada. Sin saber por qué ella se ruborizó y añadió:
—Eres distinto.
—¿En qué aspecto?
—No estoy segura.
—¿Es bueno o malo?
—Creo que tal vez te pareces a Lemon.
Él soltó una carcajada.
—Creo que por fin te empiezas a dar cuenta de que eres un hombre mucho
mejor de lo que tú mismo crees.
Él la miró y cerró el piano conteniendo la risa.
—¡Vaya, no sé por qué siempre que deseo alabarte, lo tomas como si fuera un
chiste! Creo que tal vez interpretas lo que te digo de otra manera.
—Tal vez.
—¿Por qué te hace tanta gracia que te diga que eres un hombre mucho mejor de
lo que crees?
—Bueno, por un momento imaginé ser el dueño de esta casa.
—Si lo desearas, creo que lo podrías conseguir.
—¿Qué debo hacer para entenderte mejor? —repuso él.

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Sí, Margot sabía que era difícil entender el punto de vista femenino siendo un
hombre, ya que ése era también su problema. ¿Cómo poder entender a los hombres?
Nunca lo había intentado, pero ahora estaba segura de que por John bien valía la
pena intentarlo.

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Capítulo Ocho
John y Margot fueron casi los últimos en dejar el gran salón. Caminaban
cogidos de la mano, deseando que la noche no terminara nunca.
Lemon los vio y se unió a ellos.
Se dirigieron hacia la sala. Era una habitación muy amplia, con confortables
sillones y una gran ventana, desde donde pudieron contemplar la nieve que aún no
había desaparecido, además le daba un efecto muy especial a los grandes cactus y los
árboles.
Estaban muy relajados. Los dos hombres charlaban y Margot se había
acomodado en un gran sillón. Se sentía un poco cansada. Después de todo, ya habían
pasado dos días.
Lemon sugirió:
—¿Os gustaría tomar una taza de chocolate caliente?
John se puso de pie y ofreció:
—Yo me encargaré. Tú nos has atendido durante cuarenta y ocho horas.
—Llama a Chuck. Él se encargará.
—No, ya debe estar descansando. No te preocupes, será un placer.
Lemon y Margot esperaron en la habitación.
—¿Cómo lo estás pasando?
—Mmm…
—¿Estás cansada?
—Un poco.
—¿Vas a montar el pinto?
—No.
—¿Por qué?
—John no quiere que lo haga.
—¿Así que ahora te importa lo que él diga?
—Sí, creo que tiene razón.
—Creo que tú podrías montar el pinto y demostrarle de lo que eres capaz. Eres
una excelente amazona.
—Monto desde hace mucho tiempo.
—¿Has participado alguna vez en una carrera?
—No. Mi padre pensaba que eso era una pérdida de tiempo.
—Es sólo una competición. Podría tratarse de natación o cualquier otro deporte.

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—Él piensa que está muy bien desarrollar esas habilidades, pero cree que es
tonto competir.
—¿Tonto?
—Bueno, hay muchas otras cosas que hacer.
—Sí, ¿cómo conquistar a alguien con dinero?
—¡Qué coincidencia! He estado hablando de eso con John.
—¿De veras? ¿Crees que él es así?
—¡No, claro que no! Pero pienso que Priscilla lo es.
—¿Estás celosa?
—Por supuesto que no. Ella no tiene nada que se le pueda envidiar, pero…
—Me alegra oír eso.
—Siento hostilidad hacia ella, pero creo que eso es algo muy diferente. ¡Ella
hizo que John se volviera inseguro!
—¡Vamos, Margot, creo que es bastante dueño de sí mismo!
—Sí, creo que se empieza a recuperar. Ha cambiado desde el año pasado.
—¿En dos días? —preguntó Lemon riéndose.
—La gente cambia en segundos.
—Ya lo creo. Lo he visto. Por ejemplo, Chico. Tenía miedo de volver a México.
Me costó mucho llevarlo a solicitar el visado, pero cuando salimos del edificio,
parecía un pez en el agua. Fue muy tranquilizador saber que se iría con una sonrisa
en los labios.
—Así es John.
—Pensé que todo resultaría bien. ¿No te alegra que te haya convencido de
venir?
—¿Por qué lo hiciste?
—Porque sé que vosotros hacéis muy buena pareja. Y si yo puedo ayudar un
poco, ¿por qué no he de hacerlo?
—Bueno, John te admira bastante.
—¡Qué bien! Yo siempre trato de exponerlo a retos. Él es tan… Bueno, ¿vas a
montar el pinto o no?
Margot se volvió y vio que John se acercaba con una bandeja. Había oído lo que
Lemon había dicho, y se apresuró a decir:
—¡No!
Cogiendo una de las tazas de humeante chocolate, Lemon repuso:

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—¡No sé cómo puedes interferir en mis planes! He invitado a Margot


especialmente para ver lo que podía hacer con el pinto, y tú la convences de que no
lo haga. ¿Por qué?
—Bueno, simplemente no quiero que resulte herida —respondió John con
seguridad.
—¡Vamos, ella es bastante fuerte!
—¡Se trata de una dama, Lemon!
—Las mujeres más capaces que he conocido han sido damas, y por lo general
tienen voces graves, y nunca las he oído gritar.
—¿A quién te refieres? —inquirió Margot.
—A mi madre. Es la mujer más voluntariosa que he conocido.
—¿Acaso la dejaste montar el pinto?
—Así es, pero estoy seguro de que los huesos de Margot sanarían antes que los
de ella.
—¡Dijiste que el pinto nunca me tiraría! —protestó Margot.
—Bueno, es que se trata de un animal. A veces le gusta cabalgar bajo árboles
muy bajos, si no tienes cuidado, podrías caerte.
—Ahora confiesas todo eso, porque sabes que le he prometido a John que no lo
haría.
Lemon saboreó su chocolate y dijo:
—Bueno, alguien tiene que hacer algo por ese pura sangre. Estoy seguro de que
sería excelente para las carreras. Pero necesito que alguien le enseñe comportamiento
básico.
—¿Por qué no lo haces tú mismo? Eres muy buen jinete.
—No tengo suficiente tiempo y, para serte franco, le temo.
John y Margot soltaron una carcajada.
—Es verdad. Ayer oí dos ratones, y por un momento pensé que se trataba del
pinto siguiéndome dentro de la casa.
—Bueno, veré lo que puedo hacer —ofreció John.
—No, no permitiré que lo montes. Sólo con olfatearte se pone nervioso. Tiene
que ser una dama.
Margot dejó su taza en la mesa y exclamó sonriendo:
—¡Priscilla!
—Pero ella no es una dama —dijo Lemon de inmediato.
—¡Vaya, ese comentario no es muy caballeroso, Lemon! —repuso John también
con una sonrisa.
—Trata de hacerme actuar de un modo civilizado —se quejó Lemon a Margot.

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—Lo separaron de su madre a una edad muy temprana —explicó John con
ironía.
—¡Ella fue la que me separó! —exclamó Lemon en el mismo tono.
—¿No salió nadie en tu defensa?
—¡No, hasta el juez de menores estuvo de acuerdo con ella!
—¿Qué diablos hiciste? —inquirió Margot con sorpresa.
—Bueno, yo…
—Recuerda que se trata de una dama —interrumpió John a Lemon.
—¿Es que no puedo hablar de sexo con ella?
—No.
—John, conoces a Margot desde el año pasado. Creo que ya es hora de que nos
conozca realmente.
—Bueno, de hecho, «desde el año pasado», quiere decir, dos días. Por otra
parte, ella no está tratando de investigar nuestra vida ni nada por el estilo.
—Bueno, de cualquier forma, mi madre es así, temperamental, terca, no escucha
razones, y siempre te quiere probar. Además, tuve que ir a la escuela católica, ya que
ninguna otra escuela me aceptó.
—Bueno, después de todo lo que hiciste no es de extrañar. Incendió un camión,
un jeep y, finalmente, el coche nuevo de su padre —informó John.
—¿Por qué hiciste todo eso? —preguntó Margot sorprendida.
—Bueno, siempre fui muy rebelde, y me opuse a la educación tradicional. Pero
ya estoy reformado… ahora me he vuelto más curioso y hasta… —pero su conciencia
lo traicionó y no terminó la frase.
—Sigue siendo el mismo —aseguró John.
—Tuve que aprender de la forma más difícil. Verás, cuando era pequeño tuve
problemas de salud. Tuve principio de dislexia, pero en esos tiempos no había tanta
ayuda como hay ahora. Mis padres no se dieron cuenta, y no entendían por qué no
podía hacer lo que otros niños hacían.
—Vaya, debió ser duro.
—Comprendí que nadie es perfecto, y que yo no era perfecto tampoco.
—Ésa es la razón por la que no te resulta difícil hacer amigos y expresar tus
opiniones —observó ella.
—Así es —al decir eso, se puso de pie—. Bueno, creo que es hora de ir a dormir.
Ya que te he confesado parte de mi vida.
—¡Vaya anfitrión! —repuso John.
Lemon volvió a sentarse.
—Pero no te detengas por nosotros. Tienes nuestra aprobación para marcharte.

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—¡No me sorprende! —dijo Lemon sonriendo y se incorporó otra vez—. Bueno,


chicos, portaos bien, y si no podéis hacerlo, por lo menos sed discretos.
—Buenas noches —dijo Margot.
—Buenas noches —respondió él y le murmuró al oído—. ¿No te alegras de
haber venido?
—Sí, me alegro mucho. Ahora vete a descansar.
—Buenas noches, Lemon —dijo John enfático.
—Está bien, ya me voy. Sé muy bien cuándo no soy bien reci…
—¡Lemon! —exclamó John desesperado.
Lemon se dirigió a la puerta lanzando una carcajada.
—Sois muy buenos amigos —comentó Margot cuando Lemon se hubo
marchado.
—Sí, casi siempre —respondió John y la cogió de la mano—. Vamos, te
acompaño a tu habitación.
—¿Cómo sabes que ya quiero irme a dormir?
—Ya es hora.
—Sí, supongo que sí —aceptó ella poniéndose de pie.
Él la ayudó a levantarse. Cruzaron las habitaciones de la planta baja. En algunas
se podía ver luz, otras estaban totalmente a oscuras. No se oía ningún ruido. Parecía
que ellos eran los únicos que se encontraban en la gran mansión.
Margot se detuvo y, apoyándose en John, se quitó un zapato y luego el otro. Él
los cogió, parecían tan pequeños en su gran mano. Después se dirigieron a la planta
alta.
Harían el amor.
Ella lo sabía, sólo se preguntaba cuánto tiempo tardaría en ceder, pero sabía tan
bien como él cuánto lo deseaba. Ella lo miró sonriendo. Parecía que se podían
comunicar. Él pensaba lo mismo.
La respiración de John parecía un poco acelerada, sobre todo cuando miraba el
cuerpo de ella mientras subían; se le pegaba la ropa a los muslos y él no podía evitar
sentirse totalmente excitado. Apretó su mano con fuerza. También ella parecía
percibir lo que John sentía.
Él la besó en el primer descansillo de la gran escalera. No había podido esperar
para hacerlo. Con una mano, la apretó contra su cuerpo, y con la otra, acarició su
nuca mientras la besaba con pasión.
Lentamente, él separó sus labios de los de ella sin dejar de mirarla. A Margot le
pareció ver pequeños destellos a su alrededor. Estaban a punto de continuar su
ascenso cuando ella murmuró:
—Priscilla te enseñó muy bien.

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Pero para su sorpresa, John no pareció molestarse en absoluto y explicó


sonriendo:
—Su nombre era Marie Jo, y fue en segundo año en Temple, Ohio.
—¡Vaya! ¿Acaso los alumnos de segundo grado besan así?
—Si se llaman Marie Jo y están en la misma escuela, lo hacen.
—¿Y después de ella? ¿A quién besaste?
—Bueno, Marie Jo me acaparó, así que no besé a nadie más hasta el tercer año.
—¡Vaya, eres un hombre experto y decidido!
—He estado recordando ese beso desde el año pasado, cuando te vi entrar en la
biblioteca y cerrar la puerta con llave, vestida con «ese» vestido.
—¡Otra vez! ¡No hay nada de malo en mi vestido!
—¿Acaso he dicho que lo haya?
—Bueno, cada vez que lo mencionas parece que te refieres a algo escandaloso.
—Bueno, porque lo es.
—¡Shhh… además me has besado antes!
—Lo sé, lo sé. Pero no puedo evitarlo, tus labios me enloquecen tanto como tu
cuerpo.
—¿Acaso la familia de Marie Jo te deportó a Texas?
—Así es. Salty y Felicia gastaron casi toda su fortuna para evitarlo, pero al final,
perdieron el caso y fui deportado. Desde que estoy aquí me he sentido muy solo.
Hay demasiados hombres y muy pocas mujeres.
—¿Es que no has podido atraer a ninguna mujer? —inquirió ella con ironía.
—Sólo a Lucilla.
—Bueno, es suficiente para enloquecer a un hombre.
En ese momento, oyeron las carcajadas de una mujer. Ambos se volvieron para
ver si el otro las había oído. Como así había sido, sólo se rieron con discreción.
—Compórtate —repitió ella, recordando lo que Lemon les había advertido.
—¿Ahora?
Los dos volvieron a reírse, y ella explicó:
—Es un fantasma. ¿Nunca te ha hablado de ella Lemon?
—No.
—Bueno, se lo puedes preguntar la próxima vez que lo veas.
—Es muy probable que se encuentre en su habitación. Ahora comprendo por
qué no ha querido invitar a nadie más.
—Creo que te equivocas. Él no invitó a nadie más por si tú no me prestabas
atención. Entonces él hubiera tenido que pasar más tiempo conmigo.

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Cuando por fin llegaron a la habitación del ático, abrieron la puerta lentamente.
Estaba abierta, igual que la noche anterior, Margot la tenía para ella sola. Había una
luz tenue proveniente de una lámpara y sólo la colcha de su cama había sido
retirada.
—Miraré debajo de las camas —dijo John sonriendo y cerrando la puerta.
Ella también sonrió complacida.
John hizo lo que había prometido, sólo encontró un calcetín debajo de una de
las camas, era de él. Después se dirigió al armario y, después de sacar el vestido rojo
de Margot, se lo mostró, como queriendo decir que era demasiado pequeño, luego
preguntó:
—¿Dónde está la combinación que llevabas bajo el vestido?
—No llevaba.
—¿No llevabas puesta la combinación? ¿Y aun así me ofreciste quitarte el
vestido? —estaba indignado.
—Vamos, John, aunque hubieras aceptado, nunca lo hubiera hecho. Se acercó a
ella y rodeándole la cara con las manos, le dijo:
—¿Quieres decir que andas por ahí, libre y solitaria, sin nadie que te acompañe?
Y sobre todo, nadie que advierta a los hombres de ti.
Ella asintió con la cabeza, su respiración empezaba a acelerarse.
Entonces él la rodeó con los brazos y la acercó tanto a su cuerpo, que Margot
sintió que se derretía. Podía sentir sus fuertes manos hundiéndose en su enfebrecida
piel.
John la hacía sentirse muy extraña. Suspiró, se sintió un poco mareada cuando
trató de exhalar.
Casi a punto de desmayarse, Margot sintió los ardientes labios de John sobre los
de ella, después, acercándose a su oído, él murmuró:
—¿Y este vestido? ¿Estarías dispuesta a quitártelo?
Ella aún se sentía mareada, él no sabía si era una buena señal o no. Sin
importarle, él levantó el vestido por la parte inferior y trató de sacárselo por la
cabeza, pero no pudo hacerlo, ella llevaba puesto un cinturón.
Margot sonrió y señaló el cinturón.
Tembloroso, él trató de desabrocharlo. Ella lo miraba divertida.
John se volvió y no pudo evitar besarla de nuevo, pero después la soltó.
Necesitaba toda su concentración para poder lograr lo que se proponía.
Se quitó la chaqueta, los zapatos, la corbata; todo con suma facilidad, pero no
podía hacer nada con el cinturón de Margot. Entonces procedió a quitarse su propio
cinturón y se bajó la cremallera de los pantalones.
—Cierra los ojos —le dijo antes de proseguir.

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Así lo hizo, pensando que tal vez era un poco tímido.


Casi se arrancó los botones de la camisa al quitársela, tan ansioso estaba, retiró
los gemelos y se despojó de la camisa.
Viendo cómo se había despojando de su camisa, Margot siguió su ejemplo y se
desabrochó el cinturón.
Cuando él se dio cuenta, se quitó los pantalones.
Pero ella permaneció quieta, no se quitó el vestido.
John se acercó. Después de todo, ella se había desabrochado el cinturón. Le dio
otro de esos besos que la dejaban sin aliento, Margot se quedó un poco temblorosa y
gimió de placer.
John estaba muy nervioso. Con manos temblorosas, trató de continuar lo que
había empezado y por fin le quitó el vestido. El sujetador que cubría sus senos era
tan femenino… la admiró embelesado.
Con suma delicadeza, él empezó a besarla en otras partes del cuerpo, ella era
tan delicada, tan femenina. Los dos empezaban a excitarse mucho más.
Ella se estremeció de deseo.
—¿Tienes frío? —inquirió él.
Ella asintió.
—¿Me deseas? —preguntó él otra vez con voz sensual sin dejar de besarla.
Ella volvió a asentir.
—¡Vaya, ya veo que eres muy comunicativa! Margot parecía tan inocente, con
su ropa interior de satén. Además, al lado de John, un hombre tan atlético, parecía
una niña pequeña. Pero él estaba muy excitado, y murmuró:
—Margot, cariño…
—¿Quieres que me quite las medias?
—Sí.
Ella se sentó al borde de la cama, entonces él se arrodilló delante de ella y dijo:
—Creo que voy a enloquecer.
—Yo también.
Su rostro se iluminó. Apoyándose en los muslos de ella, preguntó con
insistencia:
—¿De verdad me deseas?
—Sí, mucho.
—¡Oh, Margot! —John apoyó la cabeza sobre el vientre de ella, y rodeó sus
caderas con los brazos y la abrazó con ternura.
Ella le acarició el pelo con ternura y a la vez con pasión.

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En ese momento, él frotó su rostro sobre el delicado vientre, hasta llegar a los
senos. ¡Era muy erótico!
Entonces, metió las manos en las braguitas y se dio cuenta de que ella llevaba
liguero. Era muy sensual, empezó a desprenderlo con delicadeza. Después, con gran
habilidad, retiró una media y luego la otra.
Margot sonrió.
Cuando terminó, cogió los fríos pies de Margot entre sus manos y los frotó para
calentarlos un poco, después los colocó sobre su desnudo pecho.
—¡Deseo hacerte tantas cosas, querida Margot, pero no quiero que te asustes!
—¡Cuánta consideración! ¿Puedo yo también ponerte las manos encima?
—¡Oh, por favor, hazlo! —respondió él ansioso.
Al mirarla, suspiró. Margot era tan sensual.
Por fin, ella dijo con nerviosismo:
—Siéntate —y se apartó un poco para que él pudiera hacerlo.
Él aprovechó el momento para retirarle las braguitas.
Ella lo imitó, pero John tuvo que ayudarla a quitarle su propia ropa interior.
—¡Oh, Dios, Margot! —suspiró él mirándola con sorpresa.
Ella se despojó por completo de sus bragas, él no podía dejar de mirarla.
—¡Margot, no estoy seguro de que puedas tocarme, estoy tan excitado que no sé
si podré controlarme!
—Pero… deseas hacerme el amor, ¿verdad?
—¿Tú qué crees?
—Bueno, entonces, ¿cuál es el problema?
—Si dejas que te haga el amor, podrás hacer lo que desees conmigo después.
Me gustaría dejarte hacerlo ahora, pero… —él suspiró y dijo casi con un gemido—.
¡Oh, ni siquiera puedo hablar de ello…!
—Bueno, si tienes un preservativo, yo podría ayudarte a ponértelo.
—¿Sabes cómo?
—Bueno, en teoría.
—No sé si podré soportarlo.
—John, de verdad me halagas.
—Te deseo tanto, ¡estoy a punto de explotar!
Ella se estremeció también, sus senos se movieron excitándolo aún más.
—Bueno, estoy tan ansiosa como tú.
—Si lo hacemos con cuidado, tal vez pueda esperar hasta que esté dentro de ti.

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Entonces ella se rió, un poco como la risa que habían oído al subir.
—Creo que la mujer que oímos, también estaba haciendo el amor.
—Podría apostarlo.

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Capítulo Nueve
Alguien había puesto un calefactor bajo la cama. John dijo:
—Vaya, qué servicio. Y yo que quería meterme en la cama para calentarla antes,
y tal vez tenerte a ti sobre mí gritando como una gata en celo.
—Nunca grito —repuso ella.
—Bueno, de todas formas me alegro de que esté ya caliente. No me gusta verte
padeciendo por el frío, es sólo que prefiero hacerlo yo mismo.
Ella se estremeció un poco.
Él también lo hizo. Estaba demasiado excitado. Margot pudo ver cómo su sexo
lo demostraba. Sin poder evitarlo, dijo:
—¡Vaya, no sabía que podía hacer eso!
—Yo tampoco —dijo él un poco apenado.
—¿Acaso tienes un nombre especial para…? ¿Sabes? Todos mis hermanos
solían ponerle apodos.
—Bueno, Margot, creo que es mejor que hablemos de eso después, cuando nos
conozcamos mejor. Y claro, si prometes no comentarlo con nadie. ¡Nadie en absoluto!
—¿Acaso lo sabe Priscilla?
—No, nunca me lo preguntó. No sentía mucha curiosidad por saber cosas de
mí.
El frío arreció. Margot cruzó los brazos para protegerse de él.
John levantó las mantas y con un ademán, le dijo:
—¡Vamos, entra!
Ella lo obedeció de inmediato y se acomodó a su lado.
Entonces él se despojó de sus calzoncillos y se dispuso a ponerse el
preservativo. Se concentró mientras suspiraba.
Luego se acercó más a ella, casi hasta cubrirla, sin darse cuenta de que la
destapaba al mismo tiempo.
Ella lo miró con un poco de miedo y dijo:
—Creo que estás dejando que entre el aire frío.
Entonces él la protegió aún más. Margot pudo sentir su aliento caliente en el
rostro, y sobre su cuerpo las manos masculinas que, temblorosas, empezaban a
explorarla.
Cada vez más excitado, él trató de charlar:
—Tuviste suerte de que ayer viniera a calentarte la cama.
—Vaya, hubiera podido pedir el calefactor.

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—No es lo mismo. Y puede ser peligroso.


—¿Tú no lo eres?
—Por lo general no, pero creo que tú estás haciendo que me vuelva bastante
peligroso y lo que es más, incontrolable.
—No sé qué debo hacer. Dímelo.
—No te preocupes, yo me haré cargo —murmuró él sin dejar de tocarla—, estoy
tan… me siento tan atraído por ti. ¡No puedo creer que estés dispuesta a hacer el
amor conmigo! ¡Eres una gran sorpresa para mí! ¿De veras me deseas?
Era la cuarta vez que se lo preguntaba. ¿Por qué esa insistencia? ¿Por qué le
extrañaba tanto que una mujer se sintiera atraída por él?
—Mira —dijo ella con ternura—, creo que siento escalofríos dentro de mí, y
asumo que es por el gran deseo que me haces experimentar. Me excitas mucho. Me
gustaría que me besaras… mmm…
¿Así que le gustaba que la besara? Parecía que, después de todo, sus besos
habían tenido un gran impacto. Así lo hizo, la besó de mil formas distintas. Ella no
parecía saciarse. John no podía esperar más, con delicadeza, separó las rodillas de
ella para poseerla, ella lo ayudó, claro. Él tocó su sexo con pasión y entonces, ella
empezó a mover las caderas al mismo tiempo que gemía sin control.
—Espera… espera —murmuró él tratando de tranquilizarla—… poco a poco,
todo está bien. Tu piel es tan suave…
Pero no pudo más. Sabía que lo tenía que hacer con delicadeza. Pero los
gemidos y los movimientos de Margot no le estaban poniendo las cosas fáciles. Poco
a poco, trató de penetrarla, no quería hacerla daño.
Él respiraba con fuerza y sudaba copiosamente por el gran esfuerzo que estaba
haciendo para no penetrarla violentamente.
Entonces, fue ella misma quien lo rodeó con los brazos y casi lo forzó a entrar
en ella. Él gimió de tal modo que la chica se asustó un poco y gimió a su vez.
—¿Estás bien? —inquirió él preocupado.
—¡Oh, sí, nunca me he sentido mejor! Es que no quería que me doliera, siempre
me he preguntado si no es doloroso para nosotras, pero, las mujeres por lo general
dicen que les encanta, y ahora comprendo por qué. ¡Es delicioso!
—¡Espera, quédate quieta!
—Pesas más de lo que creí —comentó ella después de un momento.
—Me moveré tan pronto como sienta que no hay peligro.
Pero después de algunos segundos, ella dijo:
—Mi cuello, está un poco torcido.
—Por favor, trata de acomodarte con cuidado, porque no respondo de mí si
mueves los senos, o las caderas…

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—Pero entonces, ¿cómo me voy a acomodar?


—Sólo mueve la cabeza, con mucho cuidado. ¡Estás advertida!
Lo hizo, después hubo un silencio.
—¿Te vas a dormir?
—¡Vamos, Margot, no me hagas reír! ¿Crees que no siento nada?
—Bueno, déjame decirte que estoy un poco sorprendida, pensé que sería
diferente. Me gusta sentirte dentro de mí, pero, ¿no se supone que debe haber más?
—Sí, lo sé, pobrecilla. Es que me has excitado demasiado, y ahora, si alguno de
los dos se mueve, explotaré.
—¿Todo el cuerpo?
—¡No, sólo esta parte, y debemos tener cuidado!
—Bueno, me alegra que tengas puesto el preservativo. ¿Siempre llevas uno?
—Fui a por ellos cuando traje el chocolate.
—¡Pillo!
—No, creo que estoy haciendo las cosas muy mal. En lugar de hacerte el amor y
hacerte gozar, estoy aquí, haciendo un esfuerzo increíble por no moverme para que
no se termine. ¡Desde luego soy un tonto, estas oportunidades no se presentan todos
los días!
—¿Y si hago esto? —preguntó ella con malicia y se movió un poco.
—¡Ten mucho cuidado!
Margot no se había dado cuenta de lo tensa que estaba. En ese momento se
relajó, y sus piernas se abrieron un poco más. Sintió cómo el sexo de John se
deslizaba más dentro de ella y gimió.
Él también lo hizo, entonces ella aprovechó para acomodar todo su cuerpo,
provocando que él se excitara mucho más.
—¡Margot, lo siento mucho, cariño, pero no creo que pueda resistir más! ¡Estoy
a punto de tener un orgasmo! ¡Me hubiera gustado que durara más, sobre todo por
tratarse de tu primera vez, pero una cosa te puedo decir, va a ser fantástico para mí!
Te recompensaré después, ¿de acuerdo?
—¡Claro! —dijo ella encogiéndose de hombros.
Él volvió a gemir y levantó la cabeza, parecía que sentía dolor. Después la besó
largamente, movió la cabeza y en dos o tres sacudidas tuvo un orgasmo.
De inmediato, se estremeció y dijo, aún sin haber recobrado el aliento:
—¡Oh, Margot, lo siento!
—No te preocupes, no ha estado tan mal —dijo ella sonriendo—. Y sólo es el
principio. Lo haremos otra vez, ahora que ya sabes cómo.
Él soltó una carcajada.

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—Gracias, princesa. Eres muy dulce. Además, te estoy agradecido porque me


has aguantado hasta el final.
—¿Aguantarte? De ningún modo, yo también he gozado. Sé muy bien que ha
podido estar mucho mejor, pero soy muy paciente. Esperaré hasta que te recuperes y
entonces… veremos qué sucede.
John se apartó de ella y cayó pesadamente a su lado.
Ella se apoyó en un codo y poniendo una mano sobre el velludo pecho,
inquirió:
—¿Estás bien?
—¡Como nunca! ¡He experimentado lo mejor de mi vida… y por desgracia no te
pude llevar conmigo!
—Bueno, me recompensarás la próxima vez, como has dicho, ¿no es cierto?
Oh… ya sabes que si a ti no te interesa, a Clint, tal vez…
—¡Vamos, más vale que te mantengas alejada de Clint! ¡Yo me puedo encargar
de ti!
—¿En este momento? —inquirió ella con una carcajada.
—Bueno, no inmediatamente.
Ella se recostó de nuevo. Se sentía feliz. Miró el cuerpo masculino a su lado,
inerte. ¡Vaya! ¿Así que ésa era la energía sexual? ¡Parecía mucho más efectiva que
cualquier clase de gimnasia! ¡Y pensar que ella conocía a John desde hacía dos años,
era verdad, secretamente lo conocía, y todo el tiempo había sabido que Priscilla no
era la mujer adecuada para él!
Ella lo había estado observando y había escuchado los comentarios que otras
personas más cercanas a él hacían. Ella se había preocupado tanto, sabiendo que
Priscilla no era mujer para él, y que, tarde o temprano, resultaría herido. Pero, por
fortuna, ella había tenido la oportunidad de acercarse a él. Sí, y no la había
desperdiciado, había sido ella quien lo había seguido hasta la biblioteca, ella, la que
había entrado fingiendo no saber que él se encontraba allí, y había cerrado la puerta.
Sí, ella lo había seducido, dándole a entender que estaba dispuesta a hacer lo que
fuera para estar a su lado.
Y ahora, John se encontraba en su cama. Desnudo y totalmente exhausto y
satisfecho sexualmente.
Ella estaba deseosa.
Y era normal, había esperado tanto ese momento, pero sabría esperar. Apagó la
luz de la lámpara y se dispuso a dormir al lado del hombre que deseaba y amaba.
¿Lo amaba de verdad?, sí, así lo creía. Los sueños que llenaron la cabeza de Margot
esa noche fueron eróticos.
John se despertó. Aún estaba oscuro. No estaba solo, a su lado, podía sentir la
tibieza y la suavidad del cuerpo femenino, Margot. No le había pedido que se
marchara, ni tampoco se había marchado ella.

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—Lo… lo siento —dijo él apenado cuando ella abrió los ojos.


—Bueno… yo también estaba cansada.
—Quiero decir que siento mucho no haber vuelto a mi habitación.
—Dudo mucho que se hayan dado cuenta de dónde has dormido.
—Bueno, como tú no querías que se dieran cuenta de que estábamos en la
misma habitación.
—¿Por qué no?
—¿No te molesta que me haya quedado aquí?
—No, al contrario, me alegro de que te hayas quedado. ¿Acaso no dijiste que
querías quedarte para calentarme?
—¡Claro, a mí me encanta! ¡Es maravilloso abrir los ojos y encontrarte a mi lado!
Es como un sueño.
—¡Vamos, no creo que sea como un sueño! Has dormido con Priscilla antes.
—¡Oh, no, nunca dormimos juntos! Ella no…
—Basta, no me interesan tus hábitos íntimos con ella. Estoy celosa.
Él la abrazó y la estrechó contra sí, después, acariciándole el pelo, le dijo:
—Margot, tú eres muy distinta a ella. No debes estar celosa. Tú eres muy
especial. Ella no puede competir contigo, tú eres toda alegría, sonrisas y dulzura. Ella
ni siquiera te llega a los talones. Además, tú irradias inocencia.
—¿Inocencia? ¿hablas en serio?
—Bueno, aún no te he pervertido.
—Sí, ya lo has hecho.
—¿Por una pequeña invasión? ¡Vamos, eso no es nada! Aún no te he hecho el
amor, ¿puedo hacerlo ahora?
—Suena como si desearas hacer un experimento científico.
—¡Vamos, Margot, no seas irónica!
—No sé si será ironía —respondió ella con una risita.
Mirándolo a los ojos, le acarició el pelo durante un momento, su cuerpo se
encontraba sólo a unos centímetros de él. Se acercó más abriendo las piernas para
recibirlo. Él la besó y ella sintió que se derretía.
Él murmuró algo y trató de poseerla, ella gimió y John lo hizo también. Sus
gemidos realmente lo incendiaban.
Pero él parecía titubear. Sin importarle, ella cubrió la cadera de John con su
rodilla y se atrevió a llegar un poco más allá. Pero él la abrazó con ternura y le
murmuró al oído:
—Tengo que lavarme. Volveré enseguida —se levantó y se dirigió hacia el
baño.

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Margot permaneció en la cama. Se preguntaba si todas las seducciones tenían


algo de frustrante. Pensó en levantarse y esconderse, sólo para ver si él estaba lo
suficientemente interesado en ella como para buscarla.
Pero comprendió que eso sería muy infantil. Lo que se le hacía bastante raro era
el hecho de que no hubiera dormido con Priscilla. ¿Acaso roncaba estruendosamente
o qué?
Miró alrededor de la habitación. Una tenue luz se filtraba a través de las
cortinas. Se sentía impaciente. La habitación era bastante grande y sin John, lo era
aún más. No era así como ella había pensado que sería su primera vez.
Oyó que se abría la puerta del baño y se quedó quieta. Él entró en silencio y
aseguró la puerta. Se acercó a la cama, pero permaneció allí, en lugar de meterse.
Entonces ella se dio cuenta de cómo se sentía, como un intruso.
—¿John?
Ella levantó las mantas y lo invitó a hacerle compañía. Oyó un suspiro. ¿Acaso
le sorprendía que lo recibiera de ese modo?
John se metió en la cama como si se tratase de un perro castigado que sabe que
no debe estar en el mismo lugar que su amo. Se sentía minimizado.
Ella estaba muy sorprendida, ¿por qué reaccionaba así? ¿Acaso no habían
compartido algo muy íntimo?
—No estaba segura de que volverías —dijo por fin Margot.
—¡Oh, Margot! —murmuró él.
Ella lo abrazó y comentó:
—No puedo creer que hayas ido al baño con este frío y regreses todavía
caliente. Debes tener tu propia calefacción interna.
—Pensé que tal vez cerrarías con llave mientras me esperabas.
—¿Por qué habría de hacerlo si intento seducirte?
—¿Intentas… qué?
—Bueno, ya te he dejado descansar durante algún tiempo. Creo que estoy en mi
derecho de tratar de hacerlo. ¿No?
—¿De verdad me deseas?
—¿Qué hace falta para que te convenzas de que es así? ¿Es que eres de piedra?
—Es sólo que no puedo ere…
Margot lo silenció con un beso.
Él se sorprendió. Apretó los labios femeninos con fuerza mientras la abrazaba.
Luego la estrechó con más fuerza y sus cuerpos se unieron.
—Con calma —murmuró ella tratando de liberarse de sus labios por un
momento.
—No puedo creer que me hayas dejado…

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—No te estoy dejando hacerme nada. Te estoy seduciendo, ¿es que no te das
cuenta? Ahora que ya tengo experiencia, sé cómo funciona todo perfectamente.
Él soltó una carcajada sin dejarla moverse. La miró con ternura.
Ella suspiró sin poder moverse y le advirtió con seriedad:
—Puedo hacerlo, no creas ni por un minuto que no puedo hacerme cargo de ti.
Esta vez yo te pondré el preservativo.
—Ya lo he hecho.
—Bien pensado. Buena actitud. Ahora, prepárate. No va a ser nada fácil para ti.
—¿Una mujer voraz?
—No estoy segura. Sólo relájate y no interrumpas.
—¿Iré al paraíso?
—No, te quedarás en mi cama.
—Es bastante cerca.
—¿Qué quieres decir? ¿Acaso no quieres que…?
—Quiero decir que tu cama es bastante cercana al paraíso.
—¡Entiendo! Pero creo que tus pensamientos te limitan. Es mejor que esperes a
ver lo que pasa. Esto podría ser una pesadilla para ti, debido a mi falta de
experiencia.
—Soy bastante tolerante. Adelante. No escatimes esfuerzos, pero no tardes
demasiado.
—Bueno, la otra vez fue como tú quisiste, y en el tiempo que quisiste. Esta vez
es para mí, así que vamos a hacerlo a mi manera.
—No te imaginas cuánto me excitas. No es que me lo proponga.
—Bueno, o yo te excito, o es que eres demasiado fácil. Pero sea como sea, creo
que ahora estás en mis manos. Así que, compórtate de acuerdo a la situación.
—Pero, ¿No crees que sería contraproducente si me comporto bien a estas
alturas?
—¡No utilices la lógica, sólo quiero que sientas!
—¡Margot Pulver! —él cerró los ojos.
—Mmm…
Ella le hizo todo lo que se le pasó por la cabeza. Lo llevaba al máximo grado de
excitación, para después dejarlo gimiendo de deseo. Le permitió tocar las partes de
su curvilíneo cuerpo.
—¡Cariño, ya no puedo más, si continúas así, vas a conseguir que pase otra vez
lo mismo!
Entonces se puso sobre él, y se movió rítmicamente.

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—Tengo mis límites. Si continúas así, llegaré al orgasmo mucho antes que tú.
—Sí, me gustaría que lo hicieras —murmuró ella inclinándose sobre su oído—,
pero en este momento me gustaría que continuáramos… me siento como…
Él le dio la vuelta y ambos gimieron de deseo. Después empezaron a mover las
caderas rítmicamente. Parecía como si se tratara de dos animales en celo, tal era su
pasión.
¡Era espectacular!
Como si fueran en un cohete espacial, vieron colores, estrellas, destellos, todo a
su alrededor parecía moverse. Y la culminación de sus deseos fue increíble, un gran
momento de euforia que los hizo gemir con fuerza. Poco a poco, volvieron a la
realidad.
Sus cuerpos yacían inertes, su respiración, aún agitada, se normalizaba poco a
poco. Empezaban a cobrar consciencia de dónde se encontraban.
—¡Guau! —exclamó ella aún agitada. Él le dio unas palmaditas cariñosas sin ser
capaz de decir nada aún.
Finalmente, él carraspeó y volviéndose a ella, inquirió con seriedad:
—¿Quién eres?
—Margot Pulver.
—¿Cómo puedes recordarlo en un momento así?
—Bueno… yo…
—Shh…
Volvieron a guardar silencio. Les llevó algún tiempo recuperarse por completo.
Después de varios minutos, él la liberó de su peso, y apoyándose en un codo, la miró
con ternura y preguntó:
—¿Estás bien?
Margot tenía los ojos cerrados, estaba un poco pálida, sin abrirlos, murmuró
embelesada:
—Mmm…
—Eres un milagro —le susurró él al oído—. Aún no puedo creer que seas real.
¿Eres un sueño?
—¿Quieres que te pellizque o prefieres que te muerda? —murmuró ella
soñolienta.
—Después de esto, puedes hacer lo que quieras conmigo.
—Creo que te conservaré a mi lado —repuso ella soñolienta.
A John se le llenaron los ojos de lágrimas.

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Cuando se despertaron a la mañana siguiente, había salido el sol y podían oír el


goteo de la nieve al derretirse. En Texas, todas las casas tenían un sistema especial
para almacenar esa agua del deshielo. Aun así, en 1992, todas las cisternas se
inundaron debido a las lluvias torrenciales.
Él la miró, ella aún tenía los ojos cerrados. No estaba seguro de cómo le gustaría
ser tratada al día siguiente de su primera vez.
Ella abrió los ojos y dijo sonriendo.
—Buenos días, super amante. Deberían embotellarte para el uso de mujeres
solitarias.
—¡Vaya, creía que lo que ha ocurrido entre nosotros era muy personal! Y por
otra parte, no creas que estoy disponible para cualquier otra mujer. Además,
recuerdo que dijiste que me conservarías a tu lado. ¿Es ésa la forma que tienes de
conservar a los hombres, embotellados en una colección?
—Sólo era una broma.
—Mi aliento no es tan malo por las mañanas, ¿y el tuyo?
—No está mal.
—Bueno, a mí no me importaría que olieras como un perro callejero. Necesito
un beso, ¿te parece bien?
—Pero uno amistoso.
Se besaron con delicadeza. Él le dijo:
—Hueles tan bien —y la abrazó con suavidad.
—Tú también. Hueles distinto y me gusta.
Los dos sonrieron y permanecieron abrazados durante un momento.
Pero él empezó a hablar del rancho de Lemon.
—Aun así, estamos tratando de prevenir que el ganado paste donde el follaje
está fresco. Les fermenta el estómago y los enferma.
—Vaya, sabiendo todo eso, me sorprende que aún comas carne —repuso ella.
—Bueno, la carne que comemos es de la mejor calidad. Los hombres que se
encargan del ganado para nuestro consumo, también la comen, así que se aseguran
de que la carne esté fresca y sana.
—Casi para comer cruda.
—Como tú.
Ella soltó una carcajada y le acarició el pelo a John. Él se inclinó y la besó con
ternura, pudo sentir la tibieza de su delicada piel.
—No recuerdo haber dormido con nadie así. Ni siquiera en el campamento de
los Scout. ¿Y sabes? Me encanta, ¿te importaría dormir aquí? —le preguntó ella.
—Vayamos a mi habitación.

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—¡Oh, no, no podemos hacer eso! Imagínate si me traslado con mis cosas y
todo. Pensarán mal de mí.
—Bueno, tú me estás pidiendo que haga eso.
—No, yo sólo te he pedido que duermas aquí, con discreción.
—¿Y cómo lo puedo hacer con discreción?
—Bueno, no traes todo tu equipaje aquí. Esperas hasta que no haya moros en la
costa, y entonces subes y, muy silenciosamente, entras en la habitación y te metes en
mi cama. Y haces exactamente lo mismo por la mañana. Es muy fácil.
—¿Acaso te parece que soy esa clase de hombre?
—Bueno —ella titubeó un momento y después dijo—… sí.
—Y lo soy.
Los dos se rieron. Entonces él se volvió hacia ella y preguntó:
—¿Te gustaría desayunar en la cama?
—No. Creo que pensarían que estoy enferma y tratarían de evitarme.
—Podemos aprovechar eso y decirles que estamos en cuarentena.
—No, no, no me tientes.
—¿Acaso estarías tentada a estar solamente conmigo?
—¿No te diste cuenta de que fui yo la que cerró con llave la biblioteca para estar
a solas contigo?
—Pensé que deseabas estar sola.
—No, te estuve siguiendo. Además, tenía un preservativo, mi intención era
atraparte.
Él la miró sorprendido.
—¿Te sorprende?
—Ojalá hubiera sido más paciente.
—Cuando te besé, fuiste tú el que sugirió que nos uniéramos a los otros.
—Bueno, sólo trataba de protegerte.
—¿De los chismes?
—De… mí.
—Bueno, pudiste haber preguntado si yo lo deseaba.
—Aún me resulta difícil creer que te haya encontrado.
—Ya era hora. He estado tratando de que notaras mi presencia casi dos años.
—¿Cómo he podido estar tan ciego?
—Priscilla. Tengo que admitir que es todo un espectáculo.
—Pero no como tú.

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—No estoy muy segura de lo que quieres decir, pero…


—Eres muy superior a ella en muchos aspectos. Y yo, como un tonto, ni siquiera
tenía la menor idea de que existían mujeres como tú.
—¿Qué están dispuestas?
—No. Tú me quieres y me deseas.
—Has dicho eso tantas veces, y no pareces convencerte de que es verdad.
¿Acaso tenías que violar a Priscilla?
—No, pero en nuestra relación… yo siempre tenía que… bueno, era casi como
suplicar. Ella lo permitía, si es que podemos llamarlo así. Ella no… —John no
terminó la frase y añadió—: Un caballero no debe hablar de otras mujeres.
—Bueno, por lo que dices, no parecía sentirse atraída por ti. ¿Qué es lo que te
atrajo de ella?
—Bueno, en cierta forma se parece a ti.
—¿Qué? —replicó ella indignada.
—Bueno, es muy independiente y fuerte.
—¿Priscilla?
—Sí. Ella vive exactamente como desea hacerlo.
—¿Y en ocasiones como tú eliges?
—Elegía. Estamos separados desde la primavera pasada.
—Parece como si hubierais estado casados.
—Yo deseaba casarme, ella no.
—¿Estás muy dolido con ella, verdad?
—Eso pensé. Pero entonces tú entraste en mi vida cuando apareciste en la
biblioteca.
—Bueno, me fascinaste. Nunca había conocido a alguien que estuviera poseído
por un extraterrestre. Además, para ser un hombre que estaba sufriendo una
decepción, creo que fuiste bastante atrevido.
—¡Ese vestido rojo!
—¡No te atrevas a decir nada más de ese vestido!
—¿Por qué eres tan hostil cuando hablamos del vestido? No hay nada malo en
él, aparte del hecho de que es escandaloso y captó mi atención por completo.
—Siempre dices «ese vestido», en lugar de decir «tu vestido». ¿Me pregunto por
qué?
—Bueno, no quiero ser irrespetuoso. Procuro vigilar mi lengua.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo lo haces?
Él sacó la lengua y trató de mirarla, se puso casi bizco.

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—¡Bueno, pero puedes ponerte bizco!


—¿Tú no? Todas las personas normales lo pueden hacer.
—Oh.
—¿Tú no puedes?
—Lo he intentado, pero me resulta difícil. Tal vez yo forme parte de la
estadística de las mutaciones humanas.
—¡Vamos, creo que si visitaras otro planeta, podrías decir que eres parte del
progreso de la civilización!
—Bueno, ¿entonces, por qué no puedo ponerme bizca?
—No es nada de lo que la gente se enorgullezca, ¡vamos, Margot!
Además, creo que con un tratamiento especial, podrías volver al nivel mutante.
—Déjame adivinar, el tratamiento es…
—Exacto.
—Ni siquiera he terminado la frase.
—Es vital que iniciemos el tratamiento de inmediato. No es aconsejable perder
tiempo.
—Qué amable de tu parte.
Llegaron tarde al comedor. Sólo quedaban vacíos sus sitios. Casi todos los
demás habían terminado.
Fred, el cocinero, les preguntó con amabilidad:
—¿Qué desean, desayuno o almuerzo?
—Es lo mismo —dijo John.
—Desayuno —intervino Margot.
—Muy bien. El café está en esa jarra, y el zumo de naranja en la otra mesa.
John sirvió el café y se sentaron.
El desayuno estaba excelente. En un plato había huevos revueltos; en otro,
beicon; y en otro más, carnes frías. La cantidad de pan que les llevaron hubiera sido
suficiente para alimentar a la familia Pulver.
—Yo sólo tomaré té y pan tostado —comentó Margot. Pero al ver a John
saboreando los demás platos, decidió imitarlo y comió un par de huevos, una
salchicha y pan con mermelada.
Lemon llegó y los miró sonriendo:
—¿Estáis bien?
Chupándose los dedos, John respondió:
—¡Mejor que nunca!
—Tenemos un invitado sorpresa —dijo Lemon.

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Sin dejar de comer, John preguntó despreocupado:


—¿Quién?
—Lucilla.

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Capítulo Diez
John se limpió los labios con la servilleta al mismo tiempo que se ponía de pie.
—Discúlpame, Margot —y dirigiéndose a Lemon, añadió—: ¿Dónde está?
—En la otra habitación —respondió Lemon estudiando a John con seriedad.
John salió.
Margot permaneció sentada, estaba muy sorprendida. Levantó la vista y se
encontró con la mirada de Lemon.
Él la observaba con seriedad.
Ella también se limpió los labios con la servilleta y después, dejándola a un
lado, dijo:
—Creo que, después de todo, montaré al pinto.
—No hay necesidad.
—No te estoy pidiendo permiso. Lo voy a hacer. ¿Podrías ocuparte de que lo
ensillen?
Margot dijo esas últimas palabras como si se tratara de una amenaza, como si
estuviera furiosa con él. Lemon dijo con calma.
—Yo no la he invitado. Llegó de improviso.
—¿Cuándo?
—Ayer por la noche. Vino a ver a John, pero él no estaba en su habitación.
Margot miró a Lemon y repuso con toda naturalidad:
—Debía estar fuera en ese momento.
Lemon asintió con la cabeza, como si la hubiera creído, pero en realidad sólo
parecía aceptar lo que ella había dicho.
Margot no dijo nada. Después de sacar a John de su vida, se propuso sacar a
Lemon, por lo menos, de la habitación.
—Iré a cambiarme. Asegúrate de que el pinto esté preparado.
—Como quieras —respondió él con gesto de preocupación.
Ella lo miró con furia al pasar a su lado y se dirigió a su habitación.
Pero Lemon la siguió y le dijo:
—John tampoco la invitó.
—No, pero se ha ido con ella en cuanto ha podido.
—Él es un caballero. Ella es una vieja conocida. Estoy seguro de que tal vez
desea saber si tiene algún problema.
—¡Vamos, existen los teléfonos!

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—Ella lo había llamado, pero como estaba puesto el contestador automático,


vino especialmente a buscarlo. Me preguntó a mí.
—Y tú le dijiste que estaba aquí.
—«En algún lugar por aquí», fueron las palabras exactas que usé.
Margot se detuvo y se dio la vuelta para mirar a Lemon. Él hizo lo mismo. No
estaba bromeando, estaba bastante serio.
—¿Es que no le pudiste decir que no estaba aquí?
—Ella lo hubiera encontrado tarde o temprano. ¿No crees que es mejor
afrontarlo ahora?
—Tal vez si hubiera sido más tarde, John ya hubiera sentido algo más fuerte por
mí.
—O tal vez no.
—Ocúpate de que preparen al pinto —después de decir eso, Margot se dio la
vuelta.
—Margot —repuso Lemon cogiéndola del brazo—. No tuve otra opción, el
coche de John estaba a la vista. Tarde o temprano ella hubiera averiguado dónde se
encontraba.
—Ella lo utilizó.
—Todos saben eso, excepto John.
—¡Esa bruja!
—Es verdad. Pero Lucilla tiene otras facetas.
—¿De verdad?
—Vamos, debes intentar ser razonable.
—¡Llevo enamorada de John casi dos años!
—¡Vamos, sólo te sentías atraída por él, pero sabías que él tenía otra mujer! ¿No
crees que se trató más bien de un sueño?
—Sí, él lo es.
—¿En tan poco tiempo?
—Todo el tiempo —respondió ella con seguridad—. Él es el hombre que deseo.
—¿Y si ella es la mujer que él desea?
Las lágrimas se empezaban a agolpar en sus ojos, entonces dijo:
—Cambiaré.
—¿Estás segura?
—¿Sí!
—Margot, si ese caballo te tira y te rompes el cuello, puedo asegurarte que John
me romperá el cuello a mí.

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—Ése es tu problema.
—¡Vaya, siempre me ha parecido que eras una niña caprichosa, y ahora lo
puedo confirmar!
—Soy una mujer.
—Ya lo había notado. Y si John es lo bastante estúpido como para volver con
Lucilla, ¿me darías una oportunidad?
—No.
—Eres igual que tus hermanas.
Ella fue hacia la puerta para subir a su habitación.
Lemon se quedó un momento mirándola con cierta melancolía, después se
dirigió al establo a pedirle a Peanut que preparara el caballo.
Lemon miró cómo lo hacía. Ni siquiera Peanut, que conocía bien al caballo, se
atrevía a montarlo. El caballo estaba siempre alerta y parecía estar diciéndole que
prefería estar libre que con la molesta silla de montar en el lomo.
Lemon no deseaba que el pinto estuviera muy inquieto cuando Margot lo
montara, por eso le pidió a Peanut que lo paseara un rato, el muchacho obedeció.
Margot estaba lista, salió de la casa con el sombrero bien asegurado bajo su
barbilla. Se había puesto unos vaqueros y un jersey. También llevaba una chaqueta y
botas de cuero. En ese momento se estaba poniendo los guantes de montar.
La nieve se derretía y el suelo estaba un poco enlodado. Aún había montículos
de nieve, pero pronto desaparecerían. Soplaba una fresca brisa que se sentía muy
bien sobre el rostro, el día era bastante prometedor.
Muy seria, Margot esperó a que Peanut le llevara el caballo. Sabía muy bien que
según se comportara, sería la respuesta que obtendría. Era cortés, considerada y
compasiva; las tres «c» que una mujer debía tener.
Pero en ese momento no sentía nada de eso. Miró a Peanut y le indicó que le
diera las riendas del animal.
Él no lo hizo. Esperó a que ella lo montara y fue entonces cuando lo hizo.
—Gracias.
—¿Está bien la silla?
—Sí, creo que lo has hecho perfectamente —respondió ella.
—Ten cuidado —le advirtió él.
—Ponte a un lado —se impacientó la chica.
Peanut obedeció y le abrió paso.
Hay algo en la determinación de las mujeres, que hasta los animales advierten.
El pinto caminó por donde Margot le indicó con su consabida elegancia. Ella no
permitió que la desobedeciera.

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Se dirigió hacia donde se encontraban los obstáculos, fue entonces cuando vio
que John se acercaba a ellos. Antes de que pudiera alejarse, John cogió las riendas del
caballo sin temor alguno y paró en seco al animal.
El caballo trató de sacudir la cabeza, pero John ni siquiera le permitió ese
movimiento. Miraba a Margot fijamente. Después de un momento, le dijo en voz alta:
—Realmente entiendes de caballos.
Pero estaba furioso. John podía engañar a todos, pero no a Margot.
—Suéltalo —dijo ella retándolo—. Vamos a saltar los obstáculos.
—Permíteme.
—Ya he tomado mi decisión.
—Será por encima de mi cadáver —dijo él entre dientes. Pero Margot lo
entendió perfectamente.
—Si es necesario… —respondió ella altanera.
El caballo trató de liberarse, pero John lo aquietó con un ademán, después, con
una sonrisa pero con gran firmeza, se volvió hacia Margot y le dijo:
—Bájate.
Ella no pudo negarse. Sabía que de no hacerlo, dejaría en ridículo a John y eso
era lo último que deseaba hacer.
Entonces, él la cogió de la mano y le dijo amenazador:
—Podría estrangularte. Hablaremos de ello más tarde.
—Tal vez —repuso ella con ironía.
Después se volvió y se dirigió hacia la casa. Desde allí, lo miró.
John había montado al pinto y lo volvía a llevar a donde debía estar, el animal
protestó todo el camino. John trataba de hacerlo comprender, pero era inútil, el
caballo parecía sentir cierto desagrado por él.
Una mujer salió por otra puerta. Vestía ropa de montar. Era muy guapa. Margot
la reconoció de inmediato, se trataba de Lucilla.
Ella se dirigió hacia donde John se encontraba. Una vez allí, pareció hablarle al
caballo. John dijo algo con irritación.
Ella levantó el rostro y cogió las riendas del animal, entonces John hizo un
ademán de desaprobación, y se negó a lo que ella parecía haber pedido.
Lucilla continuó hablando con el animal, a quien le parecía agradar bastante.
Lemon apareció. Los huéspedes a veces podían convertirse en una plaga. Trató
de hablar con John.
Comenzó una discusión. El animal empezó a inquietarse, pero Lucilla parecía
tener el poder de tranquilizarlo. ¡No sólo atraía a los hombres, sino también a los
caballos! Era duro para Margot.

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Margot se dirigió a su habitación y se dispuso a hacer la maleta.


No se dio cuenta de que John la miraba desde la puerta. Pudo oír los vitoreos de
los hombres afuera. Sabía que Lucilla se las había arreglado para montar al pinto y
para hacerlo saltar, además parecía tener un control absoluto sobre el animal.
Entonces se dio cuenta de que John estaba allí. Lo miró con frialdad y continuó
con lo que hacía.
—¿Adónde diablos crees que vas? —preguntó él enfurecido.
—Lejos.
—¿Vas a tu casa?
—No.
—Entonces, ¿adónde?
—Te dejaré la dirección —respondió ella furiosa y siguió haciendo la maleta.
Entonces él perdió el control. Se dirigió hacia ella, la agarró de las muñecas y la
zarandeó. Los rostros de ambos estaban enardecidos y su respiración también estaba
bastante alterada.
—¿Cómo te atreves? —exclamó ella.
—¿Cómo te atreves tú? ¿Qué diablos te pasa? ¿Por qué te has atrevido a montar
al pinto cuando creo que los dos estábamos de acuerdo en que no lo harías? ¿Por qué
demonios cambiaste de opinión para hacer algo tan tonto como eso?
—¡Suéltame!
Así lo hizo, pero siguió con su interrogatorio.
—¡Contéstame!
—¿Es que no te imaginas por qué?
—Si fuera así, no habría venido a pedirte una explicación. Ahora, quiero que te
sientes, te relajes y me digas qué ocurre. Y créeme, más vale que tengas una buena
razón para haber hecho lo que hiciste.
—Yo no tengo por qué explicarte nada. Soy una persona libre. Ya soy mayor de
edad y puedo hacer lo que me dé la gana. ¡Y no me amenaces! ¡Apártate!
—¡No!
Ella parpadeó. John parecía estar un poco más calmado, aún estaba molesto,
pero parecía haber recuperado el control. Ella lo admiró por eso.
Pero aún estaba furiosa. Prefirió no decir nada y se ocupó otra vez de su
equipaje.
—¿Es que te ha pedido alguien que te marches?
—No —respondió ella. ¿Cómo podía ser tan estúpido?
—Entonces, ¿por qué estás tan furiosa y te estás preparando para marcharte?
Ella no dijo nada.

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—¿Te ha ofendido alguien?


—Sí. Adivina quién —dijo ella con ironía.
—Dime quién ha sido y yo lo arreglaré.
—Ya lo has hecho.
—¿Ya he hecho qué?
—Ya has arreglado todo. Nosotros. Tu vida. Al pinto, y claro, a Lucilla —al
decir eso, cerró la maleta olvidándose de su combinación de satén.
—¿Qué tiene que ver Lucilla con que estés enfadada y con que hayas montado
al pinto?
Ella lo miró. Sentía ganas de golpearlo. ¿Era posible que aún no entendiera, o
sólo fingía no hacerlo? Margot continuó:
—Bueno, ¿qué haces tú aquí y Lucilla montando al pinto abajo?
—Porque tú desapareciste y yo deseaba saber la razón por la que arriesgaste tu
cabeza montando ese animal, cuando yo te había advertido que no lo hicieras. ¿Por
qué cambiaste de opinión?
—En el mismo instante que oíste el nombre de Lucilla, te levantaste y corriste a
buscarla, ¿o no?
—Bueno, me disculpé antes de marcharme.
—¡Y corriste hacia ella!
Él la miró muy extrañado y le preguntó:
—¿Margot, estás celosa?
Ella no sabía qué decir. Quiso negarlo, pero hubiera sido muy estúpido; con la
respiración acelerada, la chica exclamó:
—¡Sí, mucho! —al decir eso, las lágrimas brotaron de sus ojos. ¡Qué
humillación!
—¡Cariño! ¿Cómo puedes sentir celos de ella? —él se acercó y trató de rodearla
con sus brazos.
Ella se sintió peor. Se volvió y cogió la combinación de satén que estaba sobre la
cama para enjugarse las lágrimas. Sabía que John era un caballero y sólo trataba de
consolarla porque no le gustaba ver llorar a las mujeres. Por otra parte, sabía que sus
ojos y su nariz estarían irritados, y cuando John la mirara, se sentiría horrorizado.
Él le dio su pañuelo y le dijo con ternura:
—¡Vamos, cariño, no llores!
Cogió el pañuelo y se dirigió hacia un sofá que daba hacia un gran ventanal. La
vista era espectacular, ¿cómo era posible que no se hubiera dado cuenta antes?
Bueno, tampoco ahora la disfrutaría.

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John no se acercó, pero ella se dio cuenta de que estaba haciendo algo, sí, estaba
sacando su ropa. De reojo, notó que sacaba «el vestido», y lo colgaba con sumo
cuidado en el armario. Después, cogió la maleta vacía y la puso encima del armario.
Ella se volvió. No quería que John se diera cuenta de que lo había observado.
Él se acercó al sofá donde ella se encontraba y se sentó a su lado. Ella se sentía
apenada. No quiso moverse para que él estuviera más cómodo. No tenía ninguna
razón para procurar que se sintiera bien.
Él rodeó los delicados hombros con un brazo, pero ella hizo un movimiento que
denotaba desaprobación.
—¿No me vas a perdonar por haber sido amable con una vieja amiga? —dijo él
casi en un murmullo.
—De momento, no.
—Bueno, nadie es perfecto. Tienes que comprender que algunas veces, yo
también soy irrazonable.
—¿Acaso tratas de insinuar que yo soy irrazonable también? —preguntó ella
con indignación.
—No, sólo quiero que te des cuenta de que no soy perfecto. Nadie lo es.
Ella no dijo nada.
Ahora se daba cuenta de que en realidad no le había dado ninguna oportunidad
de explicar su proceder, y tampoco ella le había explicado la razón de su actitud.
Suspiró sin poder decir nada más.
—Bueno, creo que he recuperado el control —dijo él fingiendo seguir el tonto
juego del extraterrestre—. Ahora estoy listo para que me expliques el significado del
sexo en tu especie. Necesito esa información. Es crucial.
—¿Ahora? —preguntó ella volviéndose. Su nariz estaba enrojecida, al igual que
sus ojos.
—Sí. Eres mucho más atractiva que cualquier otro de los humanos que nos
rodean.
—¡Sí, sobre todo ahora! —se quejó ella.
—No comprendo el significado de tus palabras.
—Idiota.
—¿Cuál es la definición de «idiota» con exactitud? Espera, ya tengo la
respuesta, significa «persona que muestra graves deficiencias mentales y necesita
constante cuidado». ¿Ves? Tienes que cuidarme, y enseñarme el significado del sexo.
Creo que es una de las funciones más importantes para relajar el cuerpo del hombre,
y mi cuerpo no está relajado en lo más mínimo.
—John, ¡basta!
—¿Detener el progreso?

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Entonces, ella lo besó, y se quedó sorprendida por su acción. John la tomó entre
sus brazos y la estrechó con fuerza. Después la cogió en brazos, se puso de pie y se
dirigió hacia la cama. Una vez depositada allí, dijo:
—En el manual dice «póngala sobre la cama». ¿Lo he hecho bien?
—Con cariño.
—Con cariño y sumo cuidado —agregó él y se dirigió a la puerta para cerrarla,
después empezó a quitarse la ropa y comentó—: Estas cosas son muy incómodas,
¿por qué los humanos las inventaron? Ah, sí, ya recuerdo, todo empezó en el jardín
del Edén.
Él también le quitó la ropa a Margot y comparó los cuerpos. Estaba fascinado.
Hizo algunas bromas acerca de las diferencias de sus pechos, y sobre todo de sus
genitales.
—Debo regresar al manual, aunque debo confesar que no alcanzo a comprender
la parte donde explican «sexo», creo que es un poco ilógica, ¿tú no lo crees así?
John hizo toda clase de comentarios tontos al respecto. Hasta sacó uno de los
preservativos que llevaba y lo infló, después lo soltó y se rió ante lo sucedido.
—Estoy empezando a creer que el extraterrestre es real —comentó ella cansada
de oír tantas tonterías.
—Tan real como cualquier otra persona que hayas conocido en tu vida, y te
amo, «copito de mantequilla».
—Mi pelo es castaño.
Él examinó el cabello de Margot.
—¿Esto es castaño? Pensé que era rubio. Todavía me confundo un poco con las
palabras. Aprender tan complicado idioma es difícil. El nuestro es más directo.
Ella se armó de paciencia, y hasta hicieron el amor de la manera que él lo
indicó. Pero dio resultado, fue placentero y satisfactorio. ¡Fue maravilloso!
Él se movió de diferentes formas, y le hizo sentir cosas que ella nunca había
sentido. Obviamente, ella lo interrogó acerca de dichas técnicas.
—Está en el manual —repuso él—. Recuerda que el mío es un poco diferente al
tuyo.
—Pamplinas.
—¿Tienes hambre? Pero no es la hora del desayuno, ni de la comida, ¿acaso te
apetece un poco de sexo?
Ella no dijo nada.
Y John hizo lo que quiso con ella.
Cuando ambos yacían casi inertes después de haber hecho el amor varias veces,
él dijo:
—Tenemos que recuperar las energías.

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—Estoy de acuerdo —corroboró ella.


—¿No te arrepientes de haber sacado conclusiones precipitadas? ¿Es que no
confías en mí?
—Estaba celosa.
—¿Cómo es posible?
—Hace sólo tres días ibas a pasar el año nuevo de luto, recordando a Lucilla.
—Aún no te conocía. ¿Cómo iba a saber de ti antes de aterrizar en este planeta?
Se supone que deberías estar en Orión, en el cuerpo de una avispa.
—Uggh…
—Con pestañas largas.
—Nunca había estado celosa.
—No hay razón para estarlo.
—Bueno, te levantaste y fuiste a buscarla como sí estuvieras hipnotizado.
—Bueno, se trata de una conocida. Si la hubiera ignorado, estoy seguro de que
hubieras criticado mi actitud.
Y ella sabía que tenía razón.
—No tienes motivo alguno para estar celosa de ninguna mujer o cualquier otro
tipo de criatura en todo el universo. ¡Te amo, Margot Pulver! Y serás mi esposa una
vez que te acostumbres a la idea, y vamos a vivir felices para siempre, hasta que el
destino nos separe. Y claro, tenemos que ser amables con todos.
Margot sabía que se refería a Lucilla, quien en otro tiempo se había llamado
Priscilla. Dando un suspiro, aceptó:
—Lo sé.
—Déjame bañarte.
—Aún no.
—¿Ves? Eres celosa y egoísta. ¿Tienes algún otro defecto?
—Sí.
—Vaya, veo que no va a ser fácil para mí. ¿Cómo es posible que tus padres
hayan dejado toda tu educación en mis manos? Debieron enviarte con Salty y Felicia
cuando eras más joven, y yo hubiera podido trabajar en tu desarrollo sexual al
mismo tiempo.
—¿También tienes quejas acerca de mi comportamiento sexual?
—Titubeas mucho para tocarme, es como si temieras que algo malo pudiera
ocurrir.
—¿Ya se ha ido el extraterrestre? —inquirió ella.
—¿Qué extraterrestre?

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—¿Recuerdas haberme hecho el amor?


—¿Cuándo?
—Hace un momento.
—¿Quieres decir que has utilizado mi cuerpo sin siquiera decírmelo?
—Sí.
—¿Y, cómo he estado?
—Maravilloso.
—Qué bien. Ahora creo que lo mejor será ducharnos y vestirnos. Ya casi es la
hora de la cena.
—¿Y la comida?
—Creo que seguimos un horario diferente. En la casa han servido la comida
hace algunas horas, mientras jugabas con mi cuerpo. Dudo mucho que oyeras la
campana.
—Así es, no oí nada.
—Hemos desayunado tarde y no hemos comido. ¿Qué pensarán de nosotros?
—Sobre todo de ti. Tu habitación ha estado vacía todo el tiempo.
—Les dije dónde estaría, por si había llamadas importantes.
Ella se quedó boquiabierta.
—¿Acaso era un secreto? —preguntó él con inocencia.
—Deberías haber sido más discreto.
—¡Oh, si lo hubiera sabido! Pensé que no te importaría que supieran dónde he
dormido la mayor parte del tiempo.
—Qué más da. Te dije que vine especialmente para conocerte.
—Un hombre elige a una mujer como un granjero una manzana.
—¿Acaso no te parece bien?
—Creo que me has dicho que ya hemos hecho el amor, ¿verdad?
—Mmm-hmm.
—Entonces creo que es mejor que retires tu suave y sensual cuerpo del mío, si
es que no quieres que nos perdamos la cena también.
Por fin se arreglaron y bajaron al comedor. Todavía llegaron a tiempo para la
cena, por desgracia, Lucilla se sentó al lado derecho de John, y Lemon al lado de ella.
A Margot no le gustó mucho la idea, pero no dijo nada. Prefirió hablar con John
y dedicarse a saborear la deliciosa cena.
John se volvió hacia ella y comentó:
—Lucilla me preguntaba por tus hermanas.

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Margot se volvió hacia la mujer en cuestión.


Lucilla era muy guapa, su maquillaje era perfecto y llevaba el pelo de tal forma
que ningún hombre se sentiría intimidado a la hora de despeinarla.
Lucilla le sonrió y repuso:
—Conozco a tus hermanas mayores. Siempre las he envidiado, yo soy hija
única. Ellas siempre se divertían, jugaban juntas, siempre pasaban buenos ratos.
Nunca llamé su atención. Yo deseaba ser su amiga, pero ellas no necesitaban a nadie
más.
Margot no acertaba a decir nada. Ahora resultaba que ella les tenía envidia a
sus hermanas, que a su vez la envidiaban a ella. ¡Qué ironía! Margot dijo:
—Ellas pensaban que tú eras tan guapa y segura de ti misma, que no
necesitabas a nadie más.
—Todos necesitamos a alguien —dijo Lucilla con seriedad.
Algunos de los comensales oyeron la conversación y añadieron comentarios.
Hablaron de la amistad y del amor.
Margot estaba sorprendida al escuchar que todos en cierta manera se habían
sentido solos. Entonces se dio cuenta de lo afortunada que había sido de nacer en su
familia, donde siempre había contado con el apoyo y la compañía de personas a las
que realmente les importaba.
—Mi familia también está muy unida —agregó John—. Son los Brown, de Ohio.
Margot comprendió que también compartían esas experiencias.
Cuando terminaron, como de costumbre, los hombres pasaron a la otra
habitación, donde se les serviría café y licores. Las mujeres se quedaron haciendo
sobremesa.
Lucilla pudo hablar a solas con Margot:
—Sé muy bien por qué montaste al pinto. Pero no tienes ningún motivo para
preocuparte por mí. John te ama.
—Hizo el amor contigo —repuso Margot como una chiquilla.
—En realidad no, sólo practicamos el sexo —replicó Lucilla.
—Creo que siente mucha nostalgia de vuestra relación. Él ha sufrido por ti.
—Soy mayor que él. Una de sus primeras aventuras. Fue conveniente. Él es
todo un caballero, y sintió que debía responderme como tal, pero en realidad mis
sentimientos hacia él no eran tan intensos.
—¿No lo amabas?
—En ese tiempo, yo no tenía a nadie más. Él fue muy bueno conmigo.
Jugábamos al bridge, montábamos, siempre ha sido un gran compañero.
—Pero… si no te importaba, ¿por qué lo… utilizaste todo ese tiempo? ¿Por qué
no le confesaste tus verdaderos sentimientos?

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—Bueno, yo se lo presenté a Lemon. John y yo nos conocemos desde hace


varios años. Los dos caímos en esa especie de aventura. Y como te he dicho, fue
conveniente en ese tiempo. John aún no te conocía.
—¡No podía verme porque tú estabas ahí, acaparando toda su atención!
—Él es un hombre bastante arraigado a las costumbres, y se sentía responsable
de mí por el sólo hecho de que andábamos juntos. Lemon dijo que tú estabas
enamorada de él, así que decidí terminar la relación. Creo que estáis hechos el uno
para el otro, y además, él te ama de verdad.
—¿En tan poco tiempo?
—Curiosamente, sí —respondió Lucilla con una sonrisa muy melancólica.
Margot se dio cuenta de la gran tristeza que había en su mirada.
Lucilla era toda una mujer. Margot se sintió como una chiquilla, que finalmente
era aceptada en el mundo de los adultos. Los hombres regresaron y John se acercó a
Margot y le dio un beso.
Después se volvió a Lucilla y le dijo:
—¿No es como te dije?
Lucilla soltó una carcajada y dirigiéndose a Margot, repuso:
—Yo le dije a John hace como una año que eras perfecta para él, y ahora él
presume de haberte encontrado.
Margot parpadeó, sorprendida por tal comentario.
—Bueno, ¿nos disculpas un momento? —repuso John—. Tengo que enseñarle
algo a Margot.
Él la cogió de la mano, y juntos se dirigieron hacia la biblioteca.
En el pasillo, ella protestó un poco, pero él no la liberó, la cogió en brazos y la
llevó hasta la biblioteca.
Entraron y John cerró la puerta con llave. Margot inquirió:
—¿Qué hacemos aquí?
—Bueno, deseo estar a solas contigo. Le pedí a Fred un poco de café, brandy y
galletas.
—Lucilla es toda una dama.
Él sonrió.
—Sospecho que tiene los mismos principios morales que un gato callejero, pero
sabe disimularlo perfectamente —añadió Margot.
—¡Vaya, creo que estás progresando! —repuso John soltando una carcajada.
Ella no dijo nada, sólo miró alrededor y después se mojó los labios con la
lengua con un gesto muy sensual.
—Ven, quiero que me enseñes qué hay detrás de la hoja de parra de Adán.
Desde que la viste, he tenido curiosidad.

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—Puedes hacerlo tú.


—Sí, pero quiero que lo hagas tú.
—No, ve tú mismo y compruébalo.
Él la agarró del brazo.
—Quiero que lo hagas tú —insistió.
—Si lo hago, después tendrás que dejarme mover la tuya.
—¡Vaya, eres un peligro para cualquier hombre que trata de ser cuidadoso!
—¿Cuidadoso? ¿Pidiéndome que haga eso?
—Está bien, yo mismo lo haré.
Margot se sentó y John se dirigió al cuadro. Debajo de la hoja de parra, había
otra igual.
—Me siento rejuvenecer —comentó él.
—¿Ya lo has visto? ¿A qué te refieres?
—Volvemos a donde empezamos.
—Creo que somos distintos a las personas que se encontraban aquí hace tres
días —repuso ella.
—Aún no estaba enamorado de ti.
—Pero yo sabía que estabas aquí. Te seguí.
—¡Tramposa! ¡Y fingiste que te sorprendías al verme!
—Bueno, era parte del plan.
—¿Quieres venir a mi habitación ahora mismo?
—No, creo que necesitamos relajarnos para evaluar este fenómeno.
—El día ha llegado a su fin —dijo él y la levantó del sillón sin ningún
esfuerzo—. Como ves, algunos hombres son más fuertes que otros.
—¿Es esto una muestra de tu comportamiento irrazonable?
—Aún no, pero estás muy cerca de presenciarlo.
Después de decir eso, la llevó a su habitación, la desnudó y le hizo el amor muy,
muy lentamente. Cuando ambos estaban saciados, le preguntó:
—¿Crees que ahora me puedes decir con seguridad que me amas?
—Sí.

Habiendo crecido en una familia tan grande como la de John, Margot no se


sintió incómoda entre la gran familia de su marido. Era como estar en su propia casa.
La boda de John y Margot había sido un gran acontecimiento y una gran reunión
familiar. Después los recién casados se fueron de luna de miel.

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Pero la fiesta continuó hasta el día siguiente. Los Pulver y los Brown habían
hecho buenas migas.
El flamante matrimonio sólo tardó tres días en llegar a la conclusión de que
compartirían su existencia durante el resto de sus vidas.
Y como dice el cuento, «vivieron felices por siempre jamás».

Fin

Escaneado por Mariquiña-Yolanda y corregido por Laila Nº Paginas 103-103

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